La parábola de los tres anillos
Luciano Alvarez
Dicen que hubo un tiempo y un lugar donde las tres grandes
culturas del Libro -- cristianos, musulmanes y judíos-- convivieron en
paz, discutieron en procura de la verdad y practicaron la “tolerancia”,
en el sentido que comenzaría a acuñarse, trabajosamente, a fines del
siglo XVII.
El historiador alemán Eugen Heinen sostiene que en
contraposición con la historia de los judíos en el resto de Europa, en
España jugaron un papel central para la coexistencia social. Sin los
sefardíes como “eslabón”, no hubiera existido ni convivencia ni
intercambio fructífero entre el Cristianismo y el Islam, hecho
fundamental en la formación de la cultura europea.
Los judíos vivieron en la península Ibérica durante un mínimo de
mil quinientos años, aunque otras hipótesis llevan esa permanencia a
dos mil. Pudieron haber llegado con los fenicios o huyendo de la
tiranía de Nabucodonosor (587 a. C); las más cercanas sitúan su
arribo luego de la destrucción del Templo de Jerusalén por los
romanos en el año 70. Lo cierto es que España, durante la Edad
Media, fue patria de las comunidades judías más brillantes, ricas
culturalmente e influyentes. Habría que esperar a los siglos XIX y XX
para que el judaísmo alcanzara un esplendor intelectual y una
influencia política y social semejante.
Luego llegó el cristianismo, introducido en también en el siglo I,
probablemente por el apóstol Pablo. Bajo el dominio de los cristianos
visigodos –desde el 415—la vida de los judíos se hizo difícil, fueron
oprimidos y excluidos de la sociedad.
A finales del siglo VII las luchas internas y la crisis social y
económica facilitaron la entrada de los musulmanes (711) que en
poco tiempo ocuparon la mayor parte de la península.
Comienzan así siete siglos de convivencia de las tres culturas,
un período más extenso que el que separa a Cristóbal Colón de
nuestros días. A lo largo de tantos siglos --dice Heinen – alternaron el
conflicto y el terror, la convivencia y la tolerancia: “Hubo en ambas
zonas de dominio, tanto en la musulmana como en la cristiana, una
‘Edad de oro de los judíos’; estas grandes épocas fueron al mismo
tiempo las de la ‘Convivencia de las tres culturas’. Cada una de ellas
acabó cuando los fundamentalistas islámicos ortodoxos o los
dogmáticos e inquisidores del cristianismo impusieron la ‘verdad
absoluta’ mediante el uso de la violencia a expensas de las ‘verdades
subjetivas’ de las minorías.”
La primera edad de oro se inició cuando los musulmanes --entre
los siglos VIII y XI-- practicaron una inteligente y redituable tolerancia
hacia cristianos y judíos, mientras sucedía lo contrario en la España
cristiana de los incipientes reinos de Asturias y León.
En al-Andalus los judíos eran poco más del dos por ciento de la
población, aunque en muchos lugares llegaron a ser comunidades
importantes. Sin embargo proveían buena parte de la élite intelectual
y cuadros administrativos, incluso, algunos llegaron a ocupar
importantes funciones como la de visir (primer ministro). Esta época
se cierra brutalmente con las sucesivas invasiones de los almorávides
(1091-1146) y almohades (1146-1269) que obligaron a judíos y
mozárabes (cristianos que vivían en el reino musulmán) a la
conversión o la expulsión. Asimismo fueron perseguidos los
heterodoxos como el filósofo aristotélico Ibn Rushd, a quien occidente
conocerá como Averroes.
El exilio dará la oportunidad de un nuevo siglo de oro, esta vez
en los reinos cristianos. El 25 de mayo de 1085, Alfonso VI de León y
Castilla entró en la ciudad de Toledo. Desde ese momento la antigua
capital visigoda recibirá a numerosos refugiados cristianos,
musulmanes y judíos que darán origen a una de las experiencias
culturales más ricas y provechosas de la Historia.
La lengua romance castellana se enriquece con centenares de
expresiones árabes, florecen la ciencia y el arte narrativo, mientras
que la “Escuela de traductores de Toledo” recupera los escritos más
importantes de los científicos árabes y las grandes obras de la
Antigüedad. Los sabios judíos, versados en las tres lenguas –Latín,
árabe y castellano-- desempeñan un imprescindible papel de
intermediarios.
Daniel de Morley (1140 –1210), un filósofo y naturalista
británico, dejó un vívido relato de aquellos días. Luego de estudiar en
Oxford se trasladó a Paris, de cuyos intelectuales trazó un áspero
retrato: "Salvajes instalados con grave autoridad en sus sedes
catedralicias, […] la ignorancia los obligaba a adoptar una actitud
monumental." Se traslada a Toledo y escribe: "En nuestro días la
enseñanza árabe […] se imparte a las muchedumbres en Toledo y,
por lo tanto, me apresuré a llegar allí para escuchar las lecciones de
los filósofos más sabios del mundo.”
Fue por aquellos años que nació la “Parábola de los tres anillos”
que luego se extendería por toda Europa, recuperada por decenas de
escritores a lo largo de los siglos.
Más allá de sus variaciones, cuenta lo siguiente:
Un sultán, que ha contraído una deuda con el rico judío Nathan,
le llama para proponerle una pregunta comprometedora. Unas
versiones dicen que lo hizo para examinar su prudencia, otras para
tenderle una trampa y poder eludir el pago de la deuda. La cuestión
era la siguiente: ¿Cuál es la religión verdadera?
Nathan respondió con esta parábola: Hubo un rey que tenía un
anillo que convertía a su poseedor en una persona agradable ante
Dios y ante los hombres. El anillo había pasado de generación en
generación pero ahora el rey se encontraba en un dilema: tenía tres
hijos a los que amaba por igual y a los tres quería favorecer. Entonces
hizo fabricar dos copias idénticas al original y las guardó
cuidadosamente. A su muerte cada uno de los hijos recibió su anillo.
Pero ¿cuál era el verdadero? Los tres pretendían tenerlo. Los
expertos más capaces analizaron cada pieza pero les resultó
imposible distinguir uno del otro. Se acudió entonces al arbitraje de
un sabio juez cuya sentencia fue la siguiente: El verdadero anillo
estaría en manos de aquel que obrando justamente mereciera el bien
de los hombres y fuese grato a Dios, así como la verdadera religión,
se demuestra con hechos humanos y no con argumentaciones.
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