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LA CRUZ Y EL PU ALPOR DAVID WILKERSO
Con Juan y Elisabet Sherriil
Editorial VIDA
ISBN 0-8297-0522-8 Edicin en ingls David Wilkerson 1963
Edicin en espaol David Wilkerson 1965
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LA CRUZ Y EL PUAL
Este es un extraordinario relato de las experiencias de un hombre al penetrar en las partes
ms bajas y sombras de la ciudad de Nueva York. Desde el comienzo, fue guiado por el
Espritu Santo. Tal como Abraham, obedeci el mandato y sali "sin saber a dnde iba."
Los detalles de lo que experiment l y su familia son a veces brutales y hasta
repugnantes, pero a travs de todos los sucesos se observa una fe constante, que aunque
a veces vacila, jams fracasa.
- EI Dr. Daniel A. Poling, en "The Christian Herald."
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THE CROSS AND THE SWITCHBLADE
A mi esposa, Gwen
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"Ser un necio si voy. No s nada de muchachos como sos. Y no quiero tampoco saber
nada de ellos."
Pero no haba nada que hacer. La idea no se borraba de mi mente: tena que ir a Nueva
York y adems era imprescindible que lo hiciera de inmediato, mientras se ventilaba el
proceso.
A fin de entender el cambio radical que esta idea representaba para m, es necesario decir
que hasta ese da que volv la pgina de la revista, la ma haba sido una vida corriente.
Corriente pero satisfactoria. La pequea iglesia ubicada entre montaas en Philipsburg,
Pensilvania, de la que yo era pastor, haba crecido paulatinamente. Habamos, construido
un nuevo edificio para la iglesia, una nueva casa pastoral y el presupuesto Para la obra
misionera aumentaba constantemente. Estaba satisfecho de nuestro crecimiento, puesto
que cuatro aos antes, cuando Gwen y yo arribamos por primera vez a Philipsburg como
candidatos para el plpito vacante de la iglesia, sta ni an tena edificio propio. Lacongregacin, compuesta de cincuenta miembros, se reuna en una casa particular,
empleando el piso de arriba para casa pastoral y la planta baja para los cultos de la iglesia.
Cuando la comisin encargada de elegir el nuevo pastor nos llev para que viramos la
casa, recuerdo que el tacn del zapato de Gwen atraves el piso de madera de la casa
pastoral.
-Se necesitan hacer algunas reparaciones-admiti una de las damas de la iglesia, una
seora corpulenta que tena puesto un vestido de algodn estampado. Recuerdo que not
que esta mujer tena en los nudillos de los dedos grietas llenas de tierra, a raz de lostrabajos agrcolas. -Los dejaremos solos para que recorran la casa a su gusto-nos dijeron.
Y as fue que Gwen continu recorriendo sola el piso de arriba de la casa. Por la forma
como cerraba las puertas me daba cuenta de que no se senta feliz, pero la verdadera
sorpresa se produjo cundo abri un cajn de la cocina. La o dar un grito y corr escaleras
arriba. All estaban todava procurando escabullirse: siete u ocho cucarachas grandes,
negras y gordas.
Gwen cerr de golpe el cajn.
-Oh, David, no puedo! - me dijo llorando.
Y sin esperar que le respondiera, sali corriendo por el pasillo y baj a todo correr las
escaleras, mientras que sus tacones altos hacan un ruido estrepitoso. Me disculp como
pude ante la comisin y segu a Gwen hasta el hotel -el nico hotel de Philipsburg-donde
la encontr que ya me esperaba con el beb.
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-Lo siento, querido-me dijo Gwen-, Es una gente tan buena! pero yo le tengo terror a las
cucarachas.
Gwen haba ya empacado las valijas. Era evidente que por lo que a Gwen tocaba,
Philipsburg, Pensilvania, tendra que buscar otro candidato.
Pero las cosas no sucedieron as. No podamos irnos antes de la noche porque yo tena
que predicar en el culto vespertino. No recuerdo si mi sermn fue bueno. Y sin embargo
haba algo en ese sermn que pareci impresionar a las cincuenta personas que asistan a
esa pequea casaiglesia. Varios de aquellos agricultores de manos encallecidas, sentados
ante m, se enjugaban las lgrimas con el pauelo. Termin mi sermn y mentalmente
sub a mi automvil y comenzaba a viajar alejndome a travs de las colinas de Philipsburg
cuando de repente un anciano caballero se puso de pie en el culto y dijo:
-Reverendo Wilkerson, quiere venir a ser nuestro pastor?
Se trataba de una forma ms bien desusada y tom a todos por sorpresa, incluso a mi
esposa y a m. Haca varias semanas que los miembros de esta pequea iglesia de las
Asambleas de Dios no podan ponerse de acuerdo respecto de cul candidato elegir. Y
ahora el anciano Meyer tomaba el asunto en sus propias manos y me invitaba
directamente Pero en vez de oposicin fue respaldado por cabezas que asentan y voces
de aprobacin.
-Usted puede salir por unos instantes y consultar con su esposa - me dijo el seor Meyer-.
Hablaremos con ustedes dentro de unos momentos.
Afuera, en el coche a oscuras, Gwen guardaba silencio. Debbie estaba dormida en la
cunita de mimbre, en el asiento trasero del coche, la valija apoyada junto a ella, empacada
y lista. Y en el silencio de Gwen se trasuntaba una callada protesta contra las cucarachas.
-Necesitamos ayuda, Gwen - dije apresuradamente-. Creo que debemos orar. - Hblale
respecto de esas cucarachas - dijo Gwen sombramente.
- Bien, eso har.
Inclin la cabeza. All en la oscuridad, frente a aquella pequea iglesia, hice unexperimento en una clase especial de oracin que busca hallar la voluntad de Dios
mediante una seal. Esta forma de hallar la voluntad del Seor se origin con Geden,
quien al tratar de hallar la voluntad de Dios para su vida, pidi una seal con un velln de
lana. Puso un velln de lana de cordero en el suelo y le pidi a Dios que enviara roco en
todas partes menos en el velln. Por la maana, la tierra estaba humedecida de roco pero
el velln de Geden estaba seco: Dios le haba concedido la seal.
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-Seor-dije en voz alta-quisiera que me dieses ahora una seal. Estamos dispuestos a
hacer tu voluntad si podernos descubrir cul es. Seor, si quieres que nos quedemos aqu
en Philipsburg te pedirnos que nos lo hagas saber haciendo que la comisin nos elija por
unanimidad de votos. y que por iniciativa propia decidan refaccionar la casa pastoral,
poniendo una refrigeradora decente y una cocina econmica.
- Y Seor-dijo Gwen interrumpindome, porque en ese momento se abra la puerta del
frente de la iglesia y la comisin comenzaba a caminar hacia nosotros - que por propia
iniciativa maten las cucarachas.
La comisin sali de la iglesia seguida de toda la congregacin y se reuni alrededor del
automvil junto al cual ahora Gwen y yo estbamos de pie. El seor Meyer se aclar la
garganta. En tanto que l hablaba Gwen me oprimi la mano en la oscuridad.
-Reverendo Wilkerson y seora - dijo. Hizo una pausa y comenz de nuevo -. Hermano
David, hermana Gwen. Hemos votado y todos estamos de acuerdo en que ustedes sean
nuestros nuevos pastores, La votacin ha sido cien por ciento. Si resuelven venir,
repararemos la casa pastoral, pondremos una nueva cocina y otras cosas necesarias y la
hermana Williams me dice que fumigar el lugar.
- Para librarnos de esas cucarachas - aadi la seora Williams dirigindose a Gwen.
A la luz que baaba el csped y que sala ce la puerta abierta de la iglesia, poda ver que
Gwen lloraba. Ms tarde, de vuelta en el hotel, despus de haber estrechado la mano de
todos los presentes, Gwen me dijo que se senta muy feliz.
Y ramos felices en Philipsburg. La vida de un pastor rural me sentaba perfectamente. La
mayor parte de mis feligreses eran agricultores u obreros de las minas de carbn,
personas honradas, temerosas de Dios y generosas. Traan los diezmos de los productos
que envasaban, de la mantequilla, huevos, leche y carne. Eran personas industriosas y
felices, personas que uno poda admirar y de quienes se poda aprender.
Despus de haber estado all poco ms de un ao, compramos una vieja cancha de bisbol
en las afueras de la ciudad, en donde otrora Lou Gehrig haba jugado a la pelota. Recuerdo
el da que me puse en el jon pleitmir hacia el jardn central, y le ped al Seor que nos
edificara una iglesia justamente all, teniendo como piedra fundamental el jon pleit y el
plpito ms o menos en el sitie ubicado entre la primera y segunda base. Y eso es lo que
exactamente ocurri.
Construimos la casa pastoral contigua a la iglesia, y mientras Gwen fue seora de aquella
casa ningn insecto pudo jams levantar la cabeza. Era un hermoso y pequeo chalet de
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cinco habitaciones, pintado de rosa desde donde se divisaban por un lado las colinas y por
el otro la cruz blanca de la iglesia.
Gwen y yo trabajamos con ahnco en Philipsburg y alcanzamos cierto xito. El da de ao
nuevo de 1958 haba doscientas cincuenta personas inscriptas en la iglesia, incluso
Bonnie, nuestra nueva hijita. Pero yo me senta intranquilo. Comenzaba a experimentarcierta clase de descontento espiritual, que no se aliviaba con mirar la nueva iglesia
edificada en un terreno de unas dos hectreas, rodeada de colinas, ni con el creciente
presupuesto misionero, ni con el aumento de asistencia a la iglesia. Recuerdo la noche
precisa que lo reconoc de la misma forma que la gente recuerda fechas importantes en su
vida. Fue el 9 de febrero de 1958. Esa noche decid vender mi televisor.
Era tarde. Gwen y las nias estaban dormidas y yo me hallaba frente al televisor mirando
un programa de medianoche. La historia que se desarrollaba ante mis ojos involucraba un
nmero de danza en el cual varias coristas caminaban por el escenario en ropas escasas.Recuerdo que de repente pens en lo montono que era todo aquello. -Te ests poniendo
viejo, David-dije a modo de advertencia personal.
Pero aunque lo procuraba, no poda concentrarme en la vieja historia gastada, y en la
joven, -cul era?-cuyo destino en las tablas deba ser asunto de palpitante inters para
todos los televidentes.
Me levant y apagu el televisor, observando a las jvenes que desaparecan en un
pequeo punto luminoso en el centro de la pantalla. Sal de la sala y fui a mi despacho y
me sent en la silla giratoria tapizada de cuero marrn.
-Cunto tiempo me paso todas las noches mirando esa pantalla?-me pregunt-o Por, lo
menos dos horas. Qu pasara, Seor, si vendiera mi televisor y pasara ese tiempo
orando?
De todas maneras era el nico de la familia que miraba televisin.
Qu ocurrira si pasaba dos horas en oracin todas las noches? La idea era emocionante.
"Substituye la televisin por la oracin y vers lo que ocurre," me dije.
De inmediato acudieron a mi mente objeciones a esa idea. Por la noche estaba cansado.Necesitaba relajar mis nervios y cambiar el ritmo. La televisin era parte de nuestra
cultura social; no era bueno que un ministro evanglico se aislara de aquello que la gente
vea y que era tema de conversaciones. Me levant de la silla, apagu las luces y me par
junto a la ventana mirando hacia las colinas baadas por la luz de la luna. Luego le ped
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otra seal al Seor, una seal que estaba destinada a cambiar mi vida. Impuse a Dios una
condicin difcil, segn me pareca, puesto que en realidad no quera dejar la televisin.
- Jessdije - necesito ayuda para decidirme, de manera que he aqu lo que te pido. Voy a
poner un aviso en el diario ofreciendo en venta mi televisor. Si t apoyas la idea haz que
un comprador aparezca de inmediato. Que aparezca dentro de una hora... dentro demedia hora de haber salido el diario a la calle.
Cuando le habl a Gwen respecto de mi decisin a la maana siguiente, no pareci
impresionada. -Media hora! Exclam - Me parece, David Wilkerson, que en realidad no
quieres orar.
Gwen estaba en lo cierto, pero de cualquier manera puse el aviso en el diario. Era un
cuadro cmico en nuestra sala despus que apareciera el diario. Yo me hallaba sentado en
el sof con el televisor que me miraba desde un lado y las nias y Gwen desde el otro. Y
mis ojos fijos en un gran reloj despertador junto al telfono. Pasaron veintinueve minutos.
- Bien, Gwendije - parece que tienes razn. Yo creo que no vaya tener que...
Son el telfono.
Tom el auricular lentamente, mirando a Gwen.
-Tiene un televisor para la venta?-me pregunt un hombre del otro lado de la lnea. -S.
Es un RCA, en buenas condiciones, con pantalla de cuarenta y ocho centmetros. Lo
compr hace dos aos.
-Cunto quiere?
-Cien dlares-le dije rpidamente. Ni haba pensado cunto pedir hasta ese momento. -
Trato hecho - dijo el hombre sencillamente. -Ni lo quiere ver siquiera? r No, tngalo
listo en quince minutos. Llevar conmigo el dinero.
Desde entonces mi vida no ha sido la misma. Todas las noches a medianoche, en vez de
hacer girar botones y perillas, entraba en mi despacho, cerraba la puerta y comenzaba a
orar. Al principio las horas parecan marchar lentamente y me pona intranquilo. Luego
aprend a integrar la lectura sistemtica de la Biblia con mi vida de oracin: nunca haba
ledo antes la Biblia de tapa a tapa incluyendo las genealogas. Y aprend lo importante
que es establecer el equilibrio entre la oracin que pide y la oracin de alabanza. Qu
maravilloso es pasar una hora entera dndole gracias a Dios! Esta prctica sita la vida en
una perspectiva distinta.
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Fue durante una de esas noches de oracin que tom al azar la revista Life. Me haba
sentido extraamente intranquilo esa noche. Estaba solo en la casa; Gwen y las nias se
hallaban en Pittsburgh visitando a los abuelos. Haba estado orando durante largo tiempo.
Me senta particularmente cerca de Dios, y sin embargo, por razones que no poda
entender, senta que pesaba sobre mi corazn una tristeza grande, profunda. Esa tristeza
cay sobre mi corazn de repente y comenc a preguntarme lo que podra significar. Me
puse de pie y encend las luces de mi despacho. Me senta intranquilo, como si hubiese
recibido rdenes, sin poder entender en qu consistan.
-Qu es lo que quieres decirme, Seor?
Di unas vueltas por mi oficina, procurando entender lo que me estaba ocurriendo. Sobre
mi escritorio haba un ejemplar de la revista Life. Estir la mano para tomarlo y luego me
detuve. No, no iba a caer en esa trampa: leer una revista cuando deba estar orando.
Comenc a caminar de nuevo por la oficina y cada vez que me acercaba al escritorio, mi
atencin converga en la revista.
- Seor, hay en la revista algo que t quieres que yo vea? - dije en alta voz. Mis palabras
retumbaron en el silencio de la casa.
Me sent en la silla giratoria tapizada de cuero y con el corazn palpitante, como si
estuviera en los umbrales mismos de algo portentoso que no poda entender, abr la
revista. Momentos ms tarde mi vista se haba fijado en aquel dibujo a tinta de los siete
muchachos, y las lgrimas comenzaban a correrme por el rostro.
La noche siguiente era mircoles, noche de culto de oracin en la iglesia. Decid informar a
la congregacin respecto de mi experimento de oracin de las doce a las dos de la maana
y acerca de la extraa sugerencia que haba resultado de ese experimento de oracin. La
noche de aquel mircoles era fra. Era a mediados del invierno y haba comenzado a
nevar. No fueron muchas las personas que vinieron esa noche a la iglesia. Los agricultores,
segn creo, teman ser sorprendidos por una tormenta de nieve en el pueblo. Hasta las
gentes del pueblo que asistan al culto llegaron tarde y ocuparon los ltimos asientos de la
iglesia, que es siempre una mala seal para el predicador. Significaba que tendra una
congregacin "fra" a la cual dirigir la palabra.
No intent siquiera predicar un sermn esa noche. Cuando me puse de pie tras el plpito
ped que todos pasaran a sentarse en las primeras bancas, "porque tengo algo que quiero
ensearles," les dije. Abr la revista Life y se la ense.
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- Miren bien la cara de esos muchachos - les dije y luego les narr cmo el llanto haba
acudido a mis ojos y cmo haba recibido instrucciones claras de ir yo mismo a Nueva York
y procurar ayudar a esos muchachos. Mis feligreses me miraban impasibles. No me daba a
entender y me daba cuenta del porqu. El instinto natural de cualquiera sera de aversin
hacia esos jvenes, y no de simpata. Ni an yo poda entender mi propia reaccin.
Luego ocurri algo maravilloso. Le inform a la congregacin que quera ir a Nueva York
pero no tena dinero. A pesar de que haba tan pocas personas presentes esa noche, y de
que no entendan lo que yo trataba de hacer, mis feligreses se pusieron de pie en silencio,
avanzaron hacia el frente de la iglesia, y uno por uno colocaron su ofrenda sobre la mesa
de la comunin.
La ofrenda alcanz a setenta y cinco dlares, ms o menos, lo suficiente para un viaje de
ida y vuelta en automvil a Nueva York.
El jueves estaba listo para partir. Llam por telfono a Gwen y le expliqu, temo que sin
xito, lo que trataba de hacer.
-Crees sinceramente que es el Espritu Santo quien te dirige? - me pregunt Gwen.
-S, querida. Lo creo sinceramente.
-Bien, entonces, no te olvides de llevar medias abrigadas.
En las primeras horas de la maana del jueves sub a mi viejo automvil con Miles Hoover,
el director de los jvenes de mi iglesia. Di marcha atrs al coche y sal a la calle. Nadie nos
vino a despedir, otro indicio de la falta total de entusiasmo que acompaaba al viaje. Y esa
falta de entusiasmo no se poda achacar simplemente a los dems. La senta yo mismo.
Continuamente me preguntaba qu era lo que me llevaba hasta Nueva York, con una
pgina arrancada de la revista Life. Me preguntaba incesantemente por qu el rostro de
aquellos muchachos me haca llorar aun ahora cuando los miraba.
-Tengo miedo, Miles, tengo miedo--confes finalmente mientras corramos a lo largo de la
autopista de Pensilvania. -Miedo?
-Temo que est haciendo algo temerario. Quisiera saber si hay alguna manera de estarseguro que Dios es quien dirige mis pasos y que no es algn capricho alocado de mi propia
cabeza.
Manej un rato en silencio.
-Miles?
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-Qu?
Mantena los ojos fijos en la carretera y no me atreva a mirarle de frente. -Quiero que
hagas algo. Saca la Biblia y brela al azar y leme el primer pasaje sobre el cual pongas el
dedo.
Miles me mir como si me acusara de practicar cierta clase de rito supersticioso, pero hizo
lo que le ped. Tom la Biblia que estaba en el asiento trasero del coche. Por el rabillo del
ojo lo observ que cerraba los ojos, inclinaba la cabeza hacia atrs, abra el Libro y
sealaba con determinacin un cierto lugar de la pgina.
Luego lo ley para s. Lo observ que se daba vuelta para mirarme pero no me dijo nada.
-Y?-le pregunt.
El pasaje se encontraba en el Salmo 126, versculos 5 y 6.
-"Los que sembraron con lgrimas"-ley Miles-"con regocijo segarn. Ir andando y
llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volver a venir con regocijo, trayendo sus
gavillas."
Estos versculos nos animaron profundamente mientras viajbamos hacia Nueva York. Y
era una buena cosa, puesto que sera el ltimo consuelo que bamos a recibir durante un
tiempo largo, muy largo.
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CAPITULO 2Llegamos a las afueras de Nueva York a lo largo de la ruta 46 que une la autopista de
Nueva Jersey con el puente Jorge Washington. Una vez ms tena que luchar con la lgica.
Qu iba a hacer una vez que pasara al otro lado del puente? No lo saba.
Necesitbamos gasolina, de manera que nos detuvimos en una estacin de servicio
ubicada cerca del puente. Mientras Miles se qued en el coche, yo tom el artculo de la
revista Life, fui a una cabina telefnica y llam al fiscal de distrito mencionado en el
artculo. Cuando finalmente logr comunicarme con la oficina que corresponda, trat de
hablar como un pastor evanglico de importancia, investido de una misin divina. La
persona que me atendi en la oficina del fiscal de distrito no qued impresionada.
- El fiscal de distrito no tolerar ninguna interferencia en este caso. Adis, seor.
Y la comunicacin qued cortada. Sal de la cabina telefnica y me qued de pie por unos
momentos junto a una pirmide de latas de aceite, tratando de captar de nuevo el sentido
de la misin que me impulsaba. Nos hallbamos a 560 kilmetros de mi casa y estaba
oscureciendo; el cansancio, el desnimo, y un vago temor se haban apoderado de m. Me
senta solo. Por alguna razn, mientras me hallaba de pie junto a la luz crepuscular de los
avisos de nen de aquella estacin de servicio, despus de haber experimentado el
desaire que esperaba, la direccin divina que haba recibido en la tranquilidad de mi
iglesia en las montaas no me pareca tan convincente.
-Eh, David - era Miles el que me llamaba - estamos bloqueando la salida.
Partimos de la estacin de servicio y entramos de nuevo en la carretera. Al instante nos
sentimos apresados en una gigantesca marea de trfico; no podramos habernos vuelto si
lo hubiramos querido. Jams en mi vida haba visto tantos automviles, y todos de prisa.
Me pasaban por los costados y me tocaban bocina. Los frenos hidrulicos de los
gigantescos camiones silbaban amenazadores.
Qu cuadro presentaba el puente! Era un ro de luces rojas a la derecha - las luces
traseras de los coches que iban delante - y el resplandor blanco del trfico que avanzabaen direccin opuesta y la inmensa lnea de los rasca cielos que se recortaba en lontananza,
surgiendo de la noche. Comprend de pronto que era un rstico campesino.
-Y qu hacemos ahora?-le pregunt a Miles a la salida del puente, en donde una docena
de luces verdes nos sealaban distintas carreteras cuyos nombres nada significaban para
nosotros.
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-Cuando se encuentre en duda - dijo Miles - siga al coche que va adelante. El coche que
iba adelante, segn result, se diriga al Manhattan superior. Y as lo hicimos nosotros.
-Mire!-dijo Miles, despus de pasar yo dos luces rojas sin detenerme y de casi atropellar a
un polica que se qued sacudiendo tristemente la cabeza-o All se ve un nombre que
conozco! Broadway!
El nombre conocido de esta calle era como un rostro familiar en medio de una multitud
de, desconocidos. Seguimos la calle Broadway, pasando por calles cuyos nmeros
descendan paulatinamente desde un nmero superior al doscientos hasta menos de
cincuenta, y repentinamente nos encontramos en Times Square. Pensamos en noches
serenas en Philipsburg mientras Miles lea ahora las palabras de las marquesinas de los
teatros y cines: "Secretos desnudos," "Amor sin cario," "La jovencita de la noche,"
"Vergenza." Grandes letras blancas en uno de los teatros decan: "Para mayores
solamente," mientras un hombre vestido de uniforme rojo mantena en lnea a una fila denios inquietos que se empujaban.
Unas cuadras ms adelante llegamos a la tienda de Macy's y luego Gimbels. Mi corazn
me dio un salto a la vista de ellas. He aqu nombres que conoca. Gwen haba encargado
artculos de estas tiendas. Las medias abrigadas que me haba hecho prometer que
llevara, procedan, pens, de Gimbels. Estableca un punto de contacto con lo viejo y
familiar. Yo quera quedarme cerca de esos comercios
-Busquemos un hotel en las cercanas - le suger a Miles.
Del otro lado de la calle se encontraba el hotel Martnique. Decidirnos hospedamos all.
Pero ahora surga el problema del estacionamiento. Haba una playa de estacionamiento
enfrente del hotel, pero cuando el encargado en el portn de entrada me dijo: -Dos
dlares por noche- di de inmediato marcha atrs y me volv a la calle.
-Es porque somos de afuera - le dije a Miles mientras me alejaba a una velocidad con la
que esperaba demostrar mi indignacin - Se creen que se pueden aprovechar porque uno
es forastero.
Media hora ms tarde nos encontrbamos de nuevo en la playa de estacionamiento. -
Bueno, sali con la suya - le dije al hombre, que ni siquiera esboz una sonrisa. Minutos
ms tarde nos hallbamos en nuestra habitacin en el piso nmero doce del hotel
Martinique. Estuve de pie junto a la ventana por largo tiempo, mirando hacia abajo a la
gente y los automviles. De vez en cuando una rfaga de viento levantaba en la esquina
nubes de polvo y de pedazos de diarios. Un grupo de muchachos se acurrucaba alrededor
de un fuego del otro lado de la calle. Haba cinco. Bailaban de fro, calentndose las manos
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sobre el fuego y preguntndose sin duda qu iban a hacer. Palp la pgina de la revista
Life que tena en el bolsillo y pens en qu forma unos cuantos meses antes otros siete
muchachos, quiz parecidos a stos, caminando a la deriva, envueltos en una nube de ira
y hasto, se haban encontrado de repente en el parque Highbridge.
-Voy a tratar de nuevo de comunicarme con la oficina del fiscal del distrito-le dije a Miles.Con sorpresa descubr que estaba abierta todava. Saba que me estaba convirtiendo en
una molestia pero no se me ocurra otra manera de comunicarme con esos muchachos.
Llam dos veces ms y luego la tercera vez. Y al final fastidi a alguien tanto que me
suministr alguna informacin.
-Mire - se me respondi con sequedad - la nica persona que le puede dar permiso para
ver a esos muchachos es el mismo juez Davidson.
-Y cmo puedo ver al juez Davidson?
La voz denotaba fastidio. - Asistir al proceso maana por la maana. Calle Court nmero
cien. Y ahora, adis, Reverendo. Por favor no nos llame ms aqu. No podemos ayudarle.
Intent una llamada ms, esta vez al juez Davidson Pero la telefonista me dijo que su lnea
haba sido des conectada. Aadi que lo lamentaba pero que no era posible comunicarse
con el juez Davidson.
Fuimos a la cama pero yo, por lo menos, no pude dormir. Para mis odos no
acostumbrados a la vida de la ciudad, cada ruido que se produca en la noche era una
amenaza. La mitad de la noche la pas en vela preguntndome qu era lo que haca aqu,y la otra mitad la pas elevando oraciones fervientes de agradecimiento que, cualquiera
fuese la causa, no me poda retener aqu mucho tiempo.
A la maana siguiente, poco despus de la siete, Miles y yo nos levantamos, nos vestimos
y salimos del hotel. No tomamos desayuno. Ambos sentamos instintivamente que una
crisis nos esperaba, y consideramos que este ayuno nos permitira hallarnos en
condiciones ptimas, tanto fsicas como mentales.
Si hubisemos conocido a Nueva York mejor, hubiramos tomado el subterrneo para ir a
los Tribunales, pero como no conocamos a Nueva York, sacamos el coche de la playa deestacionamiento, preguntamos la direccin de la calle Court y una vez ms nos dirigimos
hacia Broadway,
El nmero cien de la calle Court pertenece a un edificio gigantesco y aterrorizador al cual
acuden personas que sienten odio y que buscan la venganza. Todos los das atrae a
centenares de personas que tienen asuntos legtimos que ventilar, pero tambin atrae a
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espectadores curiosos y estpidos, que vienen a compartir - sin peligro - la ira que all se
desencadena. Ese da un hombre en particular haca comentarios en voz alta fuera de la
sala del tribunal en donde el proceso por la muerte de Michael Farmer iba a proseguir ms
tarde esa maana.
-La silla elctrica no es castigo suficiente para sos-dijo dirigindose al pblico en general.Luego volvindose al guardia uniformado que estaba estacionado junto a las puertas
cerradas dijo: - Hay que ensearles una leccin a esos matones. Hay que hacer un ejemplo
de ellos.
El guardia se meti los dedos pulgares en el cinturn y le dio la espalda, como si hubiese
aprendido haca mucho tiempo que sta era la nica manera de defensa contra los que se
nombraban a s mismos guardianes de la justicia. Cuando nosotros llegamos - a las ocho y
media - haba cuarenta personas esperando en fila para entrar en la sala del tribunal.
Descubr ms tarde que ese da haba disponible solamente cuarenta y dos butacas en laseccin para los espectadores. Con frecuencia he pensado que si nos hubiramos
detenido a tomar el desayuno, todo lo que me ha ocurrido desde aquella maana del 28
de febrero de 1958, hubiese tomado una direccin distinta.
Durante una hora y media esperamos en fila, no atrevindonos a irnos, puesto que haba
otros esperando la oportunidad de ocupar nuestro lugar. En cierto momento, cuando un
empleado del tribunal pas junto a la fila yo le seal una puerta que estaba a cierta
distancia en el corredor y le pregunt: -Es aqulla la oficina del juez Davidson?
Por toda respuesta asinti con la cabeza.
-Cree usted que podra entrevistarme con l?
El hombre me mir y se rio. No me respondi, sino que emiti una especie de gruido,
entre despreciativo y burln, y se alej.
Alrededor de las diez de la maana un guardia abri las puertas del tribunal y entramos a
un vestbulo en donde cada uno de nosotros fue brevemente inspeccionado. Levantamos
los brazos; supuse que buscaban armas.
-Han amenazado la vida del juez-dijo el hombre en frente de m, volviendo la cabezamientras era palpado. La pandilla de los Dragones. Dicen que le agarrarn en el Tribunal.
Miles y yo ocupamos los dos ltimos asientos. Me hall sentado junto al hombre que
pensaba que la justicia deba ser ms sumaria. -Esos muchachos deban estar ya muertos,
no es as?-me dije aun antes de que nos hubisemos sentado y luego, volvindose a la
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otra persona que estaba sentada junto a l le formul la misma pregunta antes de que yo
tuviera oportunidad de responderle.
Me sorprendi el tamao de la sala del tribunal. Yo me haba imaginado una sala
impresionante con centenares de asientos, pero me imagino que esa idea proceda de
Hollywood. En realidad la mitad de la sala estaba ocupada por personal del tribunal, unacuarta parte por la prensa y slo una pequea seccin en el fondo estaba destinada al
pblico. Mi amigo sentado a mi derecha hizo un comentario sin interrupcin respecto de
los procedimientos que segua el tribunal. Un grupo numeroso de hombres penetr en el
tribunal desde atrs, y se me inform que eran los abogados designados por el tribunal.
-Son veintisiete - me dijo mi amigo - Los tiene que proporcionar el Estado. Ningn otro
defendera a estos canallas. Adems no tienen dinero alguno. Son muchachos de habla
hispana.
No lo saba, pero no dije nada. -Tuvieron que decir que eran inocentes. Son las leyes del
Estado por asesinato de primer grado. Deban ser condenados a la silla elctrica, todos.
Luego entraron los muchachos.
Yo no s lo que haba estado esperando. Hombres, me imagino. Despus de todo se
trataba ste de un proceso por asesinato, y jams haba pensado en realidad que hubiese
nios que pudiesen cometer un asesinato. Pero esos eran nios. Siete muchachitos
encorvados, asustados, plidos, enflaquecidos, procesados por un asesinato brutal. Cada
uno estaba esposado al guardia, y cada guardia, segn me pareca, era
extraordinariamente corpulento, como si se los hubiese escogido deliberadamente para
hacer contraste.
Los siete muchachos fueron escoltados a un sitio ubicado a la izquierda de la sala, se los
hizo sentar y se les quitaron las esposas.
-Esa es la forma de tratarlos-me dijo mi vecino-. No hay que descuidarse en lo ms
mnimo. Dios, cmo los odio!
-Dios parece ser el nico que no los odia - le dije.
-Qu? Alguien comenz a golpear en un pedazo de madera, abriendo la sesin al entrar
el juez con paso rpido, mientras todo el tribunal se puso de pie.
Observ los procedimientos en silencio, pero no as mi vecino, Se expres en forma tan
enftica que varias veces la gente se dio vuelta para mirarlo. Una muchacha era
interrogada esa maana.
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- Esa es la "mueca" de la pandilla - me dijo el hombre sentado a mi lado. Una "mueca"
es una prostituta joven.
Se le mostr un cuchillo a la joven y se le pregunt si lo reconoca. Ella admiti que s, que
era el cuchillo del cual haba limpiado sangre la noche del asesinato. Se tard toda la
maana para conseguir esa simple declaracin.
Y de repente, el procedimiento termin. Me tom de sorpresa, lo que puede, en parte,
explicar lo que ocurri despus. No tuve tiempo de pensar lo que iba a hacer.
Vi al juez Davidson que se pona de pie y anunciaba que el tribunal levantaba la sesin.
Con los ojos de mi imaginacin lo vi que sala de la sala, pasaba por la puerta y
desapareca para siempre. Me pareci que si no lo vea ahora, jams lo vera.
- Voy all a hablar con l - le susurr a Miles.
- Ha perdido la razn?
- Y si no... - El juez estaba recogiendo su tnica y preparndose para partir. Musit una
rpida oracin, agarr la Biblia en mi mano derecha, esperando que me identificara como
ministro evanglico, hice a un lado a Miles, penetr en el pasillo y corr hacia el frente de
la sala.
- Su Excelencia - grit. El juez Davidson dio media vuelta, molesto y airado por haberse
violado la etiqueta de la corte.
- Su Excelencia, le ruego tenga en consideracin que soy un ministro evanglico yconcdame una entrevista. Para entonces los guardias me haban alcanzado. Supongo que
el hecho de que la vida del juez haba sido amenazada fue responsable por parte de la
brusquedad que sigui. Dos de ellos me tomaron de los codos y me empujaron por el
pasillo, mientras que se produjo un repentino remolino y gritos en la seccin de prensa, en
circunstancias que los fotgrafos emprendan veloz carrera hacia la salida procurando
sacar fotografas.
Los guardias me entregaron a dos personas vestidas de uniformes azules que se hallaban
en el vestbulo.
- Cierren esas puertas - orden uno de los oficiales-. Que nadie salga.
Luego, volvindose a m, dijo: - Muy bien, dnde est el arma?
Le asegur que no tena arma alguna. Una vez ms se me palp.
-Quin estaba con usted? Quin ms est all?
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-Miles Hoover. Es nuestro dirigente de los Jvenes.
Trajeron a Miles. Creo que temblaba ms de ira y vergenza que de temor.
Algunos periodistas lograron entrar en la sala mientras la polica nos interrogaba. Le
ense a la polica mis credenciales de ordenacin para que supieran que era un clrigoverdadero. Discutan entre s respecto de las acusaciones que deban formulrseme. El
sargento dijo que consultara con el juez Davidson. Mientras se haba ido, los periodistas
nos formularon a m y a Miles numerosas preguntas. De dnde ramos? Por qu
habamos procedido as? Estbamos con los Dragones? Habamos robado esas cartas
credenciales de la iglesia o las habamos falsificado?
El sargento regres diciendo que el juez Davidson no quera formular cargo alguno y que
se me dejara ir si prometa no volver jams.
-No se preocupen - dijo Miles - Nunca volver.
Me escoltaron bruscamente hasta el corredor. All en semicrculo los periodistas nos
esperaban con sus cmaras listas. Uno de ellos me dijo:
- Eh, Reverendo, Qu libro tiene en la mano?
- Mi Biblia.
- Se avergenza de ella?
- Seguro que no.
- No? Entonces, por qu la esconde? Levntela en alto, as la podernos ver.
Y yo fui lo suficientemente ingenuo como para levantarla en alto. Resplandecieron los
fogonazos y de repente supe cmo iba a aparecer en los diarios: Un predicador rural
enarbolando la Biblia, con los pelos de punta, interrumpe un proceso por asesinato.
Uno, simplemente uno de los periodistas, procedi con ms objetividad. Se trataba de
Gabe Pressman, del servicio noticioso de la National Broadcasting Company. Me formul
algunas preguntas respecto del porqu estaba interesado en estos jvenes que haban
cometido un crimen tan horrendo.
- Ha observado la cara de esos muchachos?
- S, naturalmente.
- Y todava me formula esa pregunta?
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Gabe Pressman esboz una dbil sonrisa. -Ya s lo que me quiere decir. Bien, Reverendo,
de cualquier manera, usted es diferente de los curiosos.
Era sin duda diferente. Tan diferente como para pensar que me animaba alguna misin
divina, mientras que todo lo que haca era el papel de necio. Tan diferente como para
traer oprobio a mi iglesia, a mi pueblo y a mi familia.
Tan pronto como nos dejaron ir, nos trasladamos apresuradamente a la playa de
estacionamiento donde tuvimos que pagar dos dlares extra por estacionamiento. Miles
no dijo ni una palabra. En cuanto entramos en el coche y cerrarnos la portezuela, baj la
cabeza y llor durante veinte minutos.
-Vmonos a casa, Miles. Salgamos de aqu de inmediato.
Al pasar por el puente Jorge Washington volv la cabeza y mir una vez ms los rascacielos
de Nueva York. De repente record el pasaje de los Salmos que me haba animado tanto:"Los que sembraron con lgrimas, con regocijo segarn."
Qu clase de direccin divina haba seguido? Comenc a dudar de que existieran
instrucciones precisas de Dios.
Cmo me podra presentar ante mi esposa, mis padres, y mi iglesia? Me haba puesto de
pie ante mi congregacin y le haba dicho que Dios haba inspirado mi corazn, y ahora
deba volver a casa y decirles que haba cometido un error y que no saba cul era la
voluntad de Dios en el asunto.
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CAPITULO 3- Miles - dije cuando ya el puente haba quedado atrs, a unos 90 kilmetros de distancia -
te opondras a que de regreso a casa pasramos por Scranton?
Miles saba lo que le quera decir. All vivan mis padres. Deseaba francamente que mis
padres fueran el pao de lgrimas; quera que me consolaran y se condolieran de m.
Cuando llegamos a Scranton a la maana siguiente, la noticia haba aparecido en los
diarios. El proceso relacionado con Michael Farmer haba sido bien abarcado por la
prensa, pero las noticias haban comenzado a escasear. Las facetas espeluznantes del
asesinato haban sido exploradas y agitadas mediante editoriales, hasta que el ltimo
vestigio de horror haba sido extrado. El aspecto psicolgico, sociolgico y penolgico del
caso haba quedado agotado haca mucho tiempo. Y ahora, en el momento en que elcorrer de la tinta amenazaba cesar, apareca aqu un aspecto que aunque incidental era
fantstico como para animar el corazn del director de un diario, y los peridicos haban
aprovechado la circunstancia.
Nos hallbamos en las afueras de Scranton antes que se me ocurriera preguntarme cmo
afectara todo esto a mis padres. Haba estado ansioso de verlos, como un niito cuando
se lastima, pero ahora que haba llegado en realidad a Scranton tema el momento del
encuentro. Despus de todo, el nombre que haba puesto en ridculo era el de ellos
tambin.
- Quiz dijo Miles al enfilar la entrada para los coches - no hayan visto la noticia en los
diarios.
Pero la haban visto. Un diario estaba abierto sobre la mesa de la cocina en la pgina
donde apareca la noticia enviada por la Prensa Unida relativa al joven predicador de
mirada extraviada que enarbolando una Biblia haba sido arrojado de la sala del tribunal
en donde se ventilaba el juicio por el asesinato de Michael Farmer.
Mis padres me saludaron con cortesa, casi con formalismo.
- David - me dijo mi madre - qu... sorpresa ms agradable!
- Cmo te va, hijo? - me salud mi pap. Me sent. Miles, con mucho tacto se haba ido
"a dar una vuelta," sabiendo que aquellos primeros momentos deban pasarse en privado.
- Yo s lo que ustedes estn pensando. - Hice un movimiento de cabeza hacia el diario - Lo
siento por ustedes. Cmo podrn jams soportar todo esto?
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-Bueno, hijo - dijo mi padre - no es tanto por nosotros. Es la iglesia. Y t, naturalmente.
Puedes perder tus documentos de ordenacin.
Al comprender cunto se preocupaban por m, guard silencio. -Qu vas a hacer cuando
llegues de vuelta a Philipsburg, David? - me pregunt mam.
-No he pensado en eso todava.
Mi mam fue al refrigerador y sac una botella de leche.
- Quieres que te de un consejo - me dijo, llenando un vaso de leche. (Siempre procuraba
darme algo que me engordara.) Con frecuencia, cuando mam estaba lista para darme
algn consejo, no se detena a pedirme permiso. Esta vez, sin embargo, esper con la
botella en la mano hasta que yo asintiera con la cabeza para que continuara. Era como si
ella reconociera que se trataba ahora de una batalla que deba librar por m mismo, y que
quiz no quisiera, los consejos de la madre.
-Cuando regreses a tu casa, David, no procedas precipitadamente a decir que te has
equivocado. "El Seor procede en forma misteriosa para llevar a cabo sus maravillas." Es
posible que todo esto sea parte de un plan que t no puedes ver desde donde te
encuentras. Siempre he credo en tu buen criterio.
De camino a Philipsburg reflexionaba sobre esas palabras de mi madre. Qu cosa buena
podra resultar de este fiasco?
Llev a Miles a su casa y luego me dirig a la casa pastoral por un callejn. Si es posible
llegar furtivamente a la casa en un automvil, luego eso fue lo que hice yo. Cerr
silenciosamente la portezuela del automvil para que no hiciera ruido y casi en puntillas
entr a la sala de mi casa. All estaba Gwen. Se me acerc y me puso los brazos alrededor
del cuello.
-Pobre David - me dijo. Fue slo despus de un largo silencio y de estar simplemente a mi
lado que finalmente me pregunt: -Qu pas?
Le comuniqu en detalles lo que haba acontecido desde que la haba visto por ltima vez
y luego le manifest el pensamiento de mi madre de que quiz nada haba ido mal.
- Tendrs dificultad en convencer a la gente de este pueblo, David.
El telfono haba estado llamando continuamente. Y se mantuvo llamando durante los
tres das subsiguientes. Uno de los funcionarios de la ciudad me llam para censurarme.
Mis colegas en el ministerio no vacilaron en decirme que yo haba hecho todo eso para
conseguir publicidad barata. Cuando por fin me atrev a caminar por la ciudad, la gente
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daba vuelta la cabeza para mirarme. Cierto hombre que procuraba siempre incrementar
los negocios de la ciudad me estrech efusivamente la mano y me palme las espaldas
dicindome: -Eh, Reverendo Wilkerson, ahora s que todos saben dnde est Philipsburg.
Lo ms difcil fue enfrentarme con mis propios feligreses ese domingo. Eran corteses y
guardaban silencio. Desde el plpito aquella maana hice frente al problema lo msdirectamente que pude.
- Yo s que todos ustedes deben estar formulndose preguntas - dije hablando a
doscientos rostros impvidos- Primero de todo ustedes se conduelen de m y yo lo
aprecio. Pero asimismo deben de estar preguntndose: "Qu clase de egosta tenemos
de predicador? Un hombre que piensa que todos los caprichos que siente son mandatos
de Dios?" Es una pregunta legtima. Parecera como si hubiese confundido mi propia
voluntad con la de Dios. He quedado avergonzado y humillado. Quiz fue para que
aprendiera una leccin. Y sin embargo, preguntmonos honradamente:
si es verdad queel quehacer de los seres humanos aqu en la tierra consiste en hacer la voluntad de Dios,
no debemos esperar de alguna manera que l nos haga conocer su voluntad?"
Los rostros seguan an impasibles. Nadie responda. Mi defensa del caso en favor de una
vida bajo la direccin divina no haca impresin alguna.
Pero la congregacin se mostr extraordinariamente bondadosa. La mayora manifest
que a su entender yo haba cometido una tontera, pero que mi corazn era recto. Una
buena seora me dijo: "Todava lo queremos, aunque ningn otro lo quiera." Despus de
aquella memorable declaracin esa seora se tom un tiempo considerable paraexplicarme que en realidad no haba querido decir lo que sus palabras significaban a
simple vista.
Luego ocurri algo extrao.
En mis sesiones de oracin durante las noches, un verso particular de las Sagradas
Escrituras acuda constantemente a mi memoria. Acuda vez tras vez: "Y sabemos que a
los que amaba Dios, todas las cosas les ayudan a bien."
Acudi con gran fuerza y con un sentido de certeza y confianza, aunque la parte
consciente de mi intelecto no haba recibido esa confianza. Pero junto con el versculo
naci una idea tan descabellada que durante varias noches la rechac tan pronto como
apareca.
Vuelve a Nueva York.
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Cuando trat de no hacer caso a esta idea durante tres noches seguidas y descubr que
continuaba con la persistencia de siempre, me propuse hacer algo al respecto. Esta vez
estaba preparado.
Nueva York, en primer lugar, no me cautivaba. No me gustaba el lugar. Y era evidente que
no estaba adaptado para la vida en dicha ciudad. Revelaba mi ignorancia a cada paso y elnombre mismo "Nueva York" era para m smbolo de turbacin. Sera un error desde todo
punto de vista dejar a Gwen y a las nias de nuevo, tan pronto. No iba a manejar ocho
horas de ida y ocho horas de vuelta por el privilegio de hacer de nuevo el papel de tonto. Y
con respecto a solicitar a la congregacin dinero de nuevo, era imposible. Estos
agricultores y mineros contribuan ya ms de lo que deban. Cmo podra explicarles a
ellos, cuando yo mismo no poda entender siquiera esta nueva orden de retornar al
escenario de mi derrota? No se me presentara esta vez una oportunidad mejor de ver a
los muchachos. Tendra menos oportunidad, porque ahora era considerado como un
luntico a los ojos de las autoridades municipales. Ni con una yunta de bueyes me podranhaber arrastrado a la iglesia con una sugerencia semejante.
Y sin embargo tan persistente era esta nueva idea, que el mircoles por la noche solicit
desde el plpito a mis feligreses ms dinero para retornar a Nueva York.
La forma como respondi mi gente fue en realidad maravillosa. Uno por uno se puso de
pie de nuevo, caminaron por el pasillo y colocaron una ofrenda en la mesa de la
comunin. Esta vez haba mucha ms gente en la iglesia, quiz ciento cincuenta. Pero lo
interesante es que la ofrenda fue casi exactamente la misma. Cuando los centavos fueron
todos contados con algn billete ocasional, la suma era suficiente para ir a Nueva York yregresar. La ofrenda consista en setenta dlares.
A la maana siguiente Miles y yo estbamos de camino a las seis de la maana. Tomamos
la misma ruta, nos detuvimos en la misma estacin de servicio y entramos a Nueva York
por el mismo puente. Al cruzarlo musit una oracin diciendo: "Seor, no tengo la menor
idea del porqu t has permitido que las cosas hayan ocurrido as la semana pasada, o por
qu regreso a esta situacin confusa. No te pido que me des a conocer tu propsito, slo
que dirijas mis pasos."
Una vez ms encontramos la calle Broadway y doblamos hacia el sur, a lo largo de la nica
ruta que conocamos. Marchbamos con lentitud, cuando de repente me invadi la ms
increble sensacin de que deba bajarme del coche.
-Voy a buscar un lugar para estacionar el coche - le dije a Miles-. Quiero caminar un rato y
dar una vuelta.
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Hallamos un lugar vaco para estacionar. -Estar de vuelta dentro de un rato, Miles. Yo no
tengo ni la menor idea de lo que busco.
Dej a Miles sentado en el coche y comenc a caminar por la calle. No haba caminado
media cuadra cuando escuch a alguien que me gritaba: - Eh, David.
No me di vuelta al principio, pensando que algn muchacho llamaba a un amigo. Pero los
gritos continuaron. - Eh, David, predicador.
Esta vez me di vuelta. Era un grupo de unos seis jvenes que estaban recostados contra un
edificio, debajo de un letrero que deca: "Prohibido vagabundear aqu. Orden policial."
Estaban vestidos con pantalones ajustados, de botamangas estrechas y chaquetas con
cierre relmpago. Todos, con excepcin de uno, fumaban, y todos parecan hastiados de la
vida. Un sptimo muchacho se separ del grupo y camin hacia m. Me gust su sonrisa al
decirme:
-No es usted el predicador que echaron del tribunal donde se realizaba el juicio por la
muerte de Michael Farmer?
-S. Cmo lo sabes?
-Su fotografa estaba en todas partes. Su cara es fcil de recordar.
- Bueno, gracias.
- No es un cumplido.
- Sabes cmo me llamo yo, pero yo no s cmo te llamas t.
- Yo soy Tomasito. Soy el presidente de los Rebeldes.
Le pregunt a Tomasito, presidente de los Rebeldes si eran sus amigos aqullos que
estaban recostados bajo el letrero que deca "Prohibido vagabundear aqu." Tomasito se
ofreci presentarme.
Mantuvieron su estudiada expresin de hasto hasta que Tomasito les revel que yo haba
tenido un encuentro con la polica. Eso obr como arte de magia en los muchachos. Era mi
"carta blanca" entre ellos. Tomasito me present con profundo orgullo.
- Eh, muchachos - les dijo - aqu est ese predicador que echaron del proceso por la
muerte de Michael Farmer.
Uno por uno los muchachos se "despegaron" de la pared del edificio y vinieron para
inspeccionarme. Slo uno de ellos no se movi. Abri una navaja y comenz a cincelar un
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vocablo obsceno en el marco metlico del letrero que deca "Prohibido vagabundear
aqu,"
Mientras que el resto de nosotros conversbamos dos o tres muchachas se nos plegaron.
Tomasito me pregunt del proceso, y le manifest que estaba interesado en ayudar a los
jvenes, especialmente a aqullos que formaban pandillas. Todos los muchachos, conexcepcin del que cincelaba palabras en el letrero, escucharon atentamente y varios de
ellos mencionaron que yo era "uno de los nuestros."
- Qu quieren decir "uno de los nuestros"? - les pregunt.
Su lgica era simple; la polica estaba en contra de m; la polica estaba en contra de ellos.
Luego entonces nos hallbamos en iguales condiciones y yo era uno de ellos. Fue sta la
primera vez, pero no la ltima, que o esta clase de lgica. De repente capt una vislumbre
de m mismo arrastrado por aquel pasillo de los tribunales, y aquella vislumbre arroj
nueva luz sobre el asunto. Sent el leve estremecimiento que siempre experimento en la
presencia del plan perfecto de Dios.
No tuve que pensar ms en ello en ese momento puesto que el muchacho con la navaja
dio unos pasos hacia m. Sus palabras, aunque estaban dichas en la fraseologa del
muchacho solitario de la calle, me traspasaron el corazn, ms de lo que podra haberlo
hecho la navaja.
- David - me dijo el muchacho -. Levant los hombros para que su chaqueta se ajustara
con ms firmeza en su espalda. Cuando lo hizo not que los otros muchachos retrocedan.
Con estudiado detenimiento cerr la navaja y luego la abri de nuevo. La extendi y en
forma casual, deliberada, la pas por encima de los botones de mi saco tocando cada uno
de ellos. Hasta que no terminara este pequeo "rito" no habl de nuevo.
- David - dijo por fin mirndome fijamente por primera vez - usted es una buena persona.
Pero, David, si alguna vez se pone en contra de los muchachos en esta ciudad...-. Sent la
presin suave de la navaja sobre el estmago.
-Cmo te llamas, muchacho?
Se llamaba Willie, (Guillermito) pero fue otro muchacho el que me lo dijo.
- Guillermito, yo no s por qu Dios me ha trado a esta ciudad. Pero permteme que te
diga una cosa. Dios est de tu parte. Eso puedo asegurarte.
Los ojos de Guillermito seguan fijos en m. Pero gradualmente sent que la presin de la
navaja disminua. Y luego desvi la vista. Se hizo a un lado.
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Tomasito con habilidad cambi el tema de la conversacin.
- David, si desea conocer a otros miembros de las pandillas por qu no comenzamos
aqu? Estos muchachos son todos Rebeldes, y puedo ensearle algunos GBI tambin.
-GBI?
-Grandes Bandoleros, Incorporados.
Haca apenas media hora que me hallaba en Nueva York y ya haba sido presentado a la
segunda pandilla callejera. Tomasito me dio direcciones de calles pero yo no poda
entenderlas.
-Hombre, usted s que es un campesino rstico! Nancy! - dijo llamando a una de las
muchachas que estaba cerca - lleva al predicador al cuartel de los GBI, quieres?
Los GBI se reunan en un stano de la calle 134. Para llegar a la "sala del club," Nancy y yobajamos un tramo de una escalera de cemento abrindonos paso por entre tachos de
basura y desperdicios, sujetos con cadenas al edificio, junto a gatos flacos de pelaje duro y
sucio, por entre una pila de botellas vacas de vodka, hasta que finalmente Nancy se
detuvo y dio dos golpes rpidos y cuatro lentos en una puerta. Una muchacha la abri. Al
principio pens que estaba haciendo un chiste. Era la imagen perfecta y estereotipada del
vagabundo. Estaba descalza, sostena en la mano una botella de cerveza, el cigarrillo le
colgaba de un costado de la boca, estaba despeinada y el vestido dejaba al descubierto
uno de los hombros en forma reveladora. Dos cosas impidieron que soltara la risa. El
rostro de la jovencita estaba serio. Y era solamente una pequeuela, una adolescente.
- Mara? - dijo Nancy -. Podemos entrar? Quiero presentarte a un amigo.
Mara se encogi de hombros. El hombro que sostena el vestido, y abri un poco ms la
puerta. La habitacin estaba a oscuras y tard un tiempo en darme cuenta que estaba
llena de parejas. Muchachos y chicas de edad de la escuela secundaria, sentados juntos en
aquella habitacin fra y maloliente y comprend con sobresalto que Tomasito tena
razn: que yo era un campesino rstico, que probablemente Mara no se haba quitado
sus zapatos ni se haba descubierto ella misma el hombro. Alguien encendi una luz
mortecina. Los muchachos comenzaron a desligarse y levantaron la vista reflejando elmismo hasto que haba observado en los rostros de los Rebeldes.
-Este es el predicador que echaron del tribunal durante el juicio por la muerte de Michael
Farmer-dijo Nancy.
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De inmediato se fijaron en m. Ms importante an, se compadecan de m. Esa tarde se
me present la oportunidad de predicar mi primer sermn a una de las pandillas de Nueva
York. No trat de predicarles un sermn complicado sino simplemente decirles que eran
amados. Se les amaba tal como eran, all, entre las botellas de vodka y en medio de la
aburrida bsqueda del placer sexual. Dios saba lo que buscaban cuando beban bebidas
alcohlicas y se entregaban al placer sexual, y Dios anhelaba ardientemente que hallaran
lo que realmente buscaban: el estmulo y el regocijo y el ntimo conocimiento de que se
les necesitaba. Pero ni ese estmulo ni ese regocijo deban proceder del alcohol barato en
un fro stano de una casa de departamentos. Dios tena esperanzas mucho ms elevadas
para ellos.
En cierta oportunidad, cuando hice una pausa, uno de los muchachos dijo: Siga,
predicador, le captamos la onda.
Era la primera vez que oa la expresin. Significaba que llegaba a sus corazones, que mecomunicaba con ellos y era el cumplido ms elevado que podan hacer a un predicador.
Media hora despus hubiera dejado esa guarida muy animado, excepto por una cosa. All
entre los GBl tuve mi primer encuentro con estupefacientes. Mara, que result ser la
presidenta del grupo auxiliar de mujeres jvenes adscripto a los GBl me interrumpi
cuando dije que Dios poda ayudarlos a comenzar una nueva vida.
- A m no, David. A m, no.
Mara haba dejado el vaso, se haba levantado el vestido cubrindose el hombro.
- Y por qu no, Mara?
Por toda respuesta, se arremang la manga del vestido y me ense la parte interior del
brazo, junto al codo.
No poda entenderla. -No la entiendo, Mara.
- Venga aqu.-Mara dio unos pasos y se puso debajo del foco de luz elctrica y estir el
brazo. Poda observar pequeas heridas como si fueran picaduras infestadas de
mosquitos. Algunas eran viejas y estaban azules. Otras eran nuevas y rojas.Repentinamente comprend lo que esta jovencita quera decirme. Era adicta a las drogas.
- Soy una mainliner, David. No hay esperanzas para m ni aun de Dios.
Ech una mirada en la habitacin para ver si poda captar en los ojos de los dems jvenes
la idea de que Mara proceda en forma melodramtica. Nadie sonrea. Al mirar por un
instante los rostros de aquel crculo de jvenes supe lo que ms tarde leera en las
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estadsticas policiales y en los informes de los hospitales: la medicina an no tiene una
cura para el adicto a las drogas. Mara haba expresado la opinin de los expertos: no hay
virtualmente esperanzas para el mainliner, el enviciado que se inyecta la herona
directamente en las venas.
Y Mara era una de esas adictas.
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CAPITULO 4.Cuando regrese al automvil, estacionado todava en la calle Broadway, Miles pareci
muy contento de verme. Tena miedo que se hubiese enredado en su propio proceso por
asesinato, con usted como cadver - me dijo.
Cuando le habl de las dos pandillas con las que me haba encontrado a la hora de haber
sentado pie en Nueva York, acudi a la mente de Miles el mismo pensamiento fantstico
que se me haba ocurrido a m.
- Comprende, naturalmente, que no hubiera tenido jams probabilidad alguna entre ellos
si no hubiera sido expulsado de aquel tribunal y si no le hubieran sacado una fotografa -
me dijo.
Manejamos hacia el centro de la ciudad, y esta vez nos dirigimos personalmente a la
oficina del fiscal de distrito, no porque tuvisemos ilusin alguna de que seramos bien
recibidos, sino porque de esa oficina dependa de que viramos a los siete jvenes en la
crcel o no.
- Quisiera que hubiese alguna formadije - de convencerle que no me anima otro motivo
que el bienestar de esos muchachos al pedirle que me deje verlos.
- Reverendo Wilkerson, si cada una de sus palabras procediera directamente de esa Biblia
que usted tiene en la mano, aun as no podramos permitirle que los visite. La nica
manera de que usted pueda ver a esos muchachos sin el permiso del juez Davidson es
mediante un permiso escrito por cada uno de los padres.
Aqu se me habra otro camino de posibilidades!
- Me podra dar los nombres y las direcciones?
- Lo lamento. No estamos autorizados para hacerlo.
De nuevo en la calle saqu del bolsillo la pgina ahora bastante ajada de la revista Life.
Aqu figuraba el nombre del jefe de la pandilla: Luis Alvarez, mientras Miles se qued en elautomvil fui a una confitera y cambi un billete de cinco dlares - era casi todo el dinero
que me quedaba - por monedas de diez centavos. Luego, con ese dinero comenc a llamar
a todos los Alvarez de la gua telefnica. Haba como doscientos solamente en Manhattan.
- Es sta la casa de Luis Alvarez, el que figura en el juicio por la muerte de Michael
Farmer-preguntaba yo.
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Se produca un silencio de persona ofendida. Seguan palabras airadas. Y colgaban el
telfono de un golpe haciendo estrpito en mis odos. Haba usado ya cuarenta monedas
de diez centavos, y era evidente que nunca podra comunicarme con los muchachos de
esta manera.
Sal afuera y me un a Miles en el automvil. Ambos estbamos desanimados. Notenamos la menor idea de lo que haramos luego. All en el automvil, entre los
rascacielos del Manhattan inferior que se erigan a nuestro alrededor, inclin la cabeza.
"Seor," dije orando, "si estamos aqu por mandato tuyo, t debes guiarnos. Hemos
llegado al lmite de nuestras humildes ideas. Dirgenos adonde debemos ir, puesto que no
lo sabemos."
Comenzamos a manejar al azar en la direccin que llevaba el automvil, que era norte.
Quedamos atrapados en un gigantesco embotellamiento de trfico en Times Square,
Cuando finalmente logramos salir de esta congestin, fue para perdemos en Central Park,Dimos vueltas y ms vueltas antes de comprender que all los caminos formaban un
crculo. Finalmente enfilamos hacia una salida, cualquiera, una que nos sacara
simplemente del parque. Nos hallamos manejando por una avenida que nos llevaba al
corazn mismo del barrio espaol del Harlem. Y de repente tuve la misma sensacin
incomprensible de bajarme del coche.
- Busquemos un lugar de estacionamiento - le dije a Miles.
Nos detuvimos en el primer sitio de estacionamiento vacante. Me baj del coche y di unos
cuantos pasos por la calle. Me detuve confuso. Ese anhelo, esa sensacin interior habadesaparecido. Un grupo de muchachos estaban sentados en la escalinata de entrada de
un edificio.
- En dnde vive Luis Alvarez? - le pregunt a uno de ellos.
Los muchachos me miraron con hosquedad y no respondieron. Camin un poco ms
adelante sin rumbo fijo. Un muchacho de color vino corriendo por la vereda.
- Usted busca a Luis Alvarez?
- S.
Me mir con extraeza. - El que est preso por el muchacho lisiado?
- S. Lo conoces?
El muchacho me segua mirando fijamente. - Es se su automvil? - me pregunt.
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Me estaba cansando de las preguntas. - Ese es mi coche, por qu?
El muchacho se encogi de hombros. Hombre - me dijo - ha estacionado el coche
enfrente mismo de su casa.
Sent un estremecimiento. Seal hacia el viejo edificio de departamentos frente al cualhaba estacionado el coche.
- Vive all? - le pregunt casi con un susurro.
El muchacho asinti. A veces le he formulado preguntas a Dios cuando las oraciones no
han sido contestadas, pero la oracin contestada es an ms difcil de creer. Le habamos
pedido a Dios que nos guiara. Y l nos haba llevado a las puertas mismas de la casa donde
viva Luis Alvarez.
- Te doy gracias, Seor - dijo en voz alta.
- Qu dijo?
- Gracias - respond dirigindome al muchacho. - Gracias, muchsimas gracias.
El nombre "Alvarez" se hallaba escrito en el buzn en el oscuro y srdido vestbulo, tercer
piso. Sub las escaleras corriendo. El pasillo del tercer piso era oscuro y ola a orn y polvo.
Las paredes de un marrn oscuro estaban hechas de lata con dibujos en relieve.
- Seor Alvarez - dije en voz alta, despus de hallar una puerta con el nombre pintado en
letras claras.
Alguien habl en castellano desde el interior del departamento, y suponiendo que fuera
una invitacin para entrar abr la puerta unos treinta centmetros y mir hacia adentro.
All, sentado en una silla roja de cojines estaba un hombre delgado, de tez triguea,
sosteniendo un rosario en la mano. Levant la vista del rosario y me mir. Su rostro se
ilumin.
- Usted, David - dijo lentamente -, Usted es el predicador. Los policas lo echaron del
tribunal.
- S, s - dije. Y entr. El seor Alvarez se puso de pie.
- He rezado para que usted venga - me dijo -. Va a ayudar a mi hijo?
- Quiero hacerlo, seor Alvarez, Pero no me dejan ver a Luis. Necesito un permiso escrito
por usted y los dems padres.
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- Se lo dar.
El seor Alvarez tom un lpiz y papel del cajn de la cocina. Lentamente escribi que me
daba permiso para ver a Luis Alvarez, Luego dobl el papel y me lo entreg.
- Tiene los nombres y direcciones de los padres de los otros muchachos?
- No - dijo el padre de Luis y agach levemente la cabeza. - Como usted ve sa es la
dificultad. No somos muy unidos con mi hijo. Dios lo ha trado a usted aqu, y Dios lo
llevar hasta donde estn los otros padres.
As que, unos minutos despus de que hubisemos estacionado el coche al azar en una
calle de Harlem, consegu mi primer permiso firmado. Sal del departamento del seor
Alvarez preguntndome si era posible que Dios hubiera dirigido literalmente mi automvil
a esa direccin en respuesta a la oracin de este padre. Mi mente busc otra explicacin.
Quiz hubiese visto la direccin en un diario en alguna parte y la haba retenido en misubconsciencia.
Pero mientras meditaba sobre esto, al bajar aquellas escaleras oscuras, recubiertas de lata
ocurri otro acontecimiento que no poda haber explicado mi memoria subconsciente. Al
doblar un recodo de la escalera casi me llevo por delante a un muchacho de unos
diecisiete aos que suba a todo correr.
- Perdone - le dije sin detenerme.
El muchacho me mir, tartamude algo e iba a seguir subiendo. Pero al pasar yo por
debajo de una de las luces que alumbraban la escalera, el joven se agach y me mir de
nuevo.
- El predicador?
Me di vuelta. El muchacho haca esfuerzos por reconocerme en la oscuridad.
- No es usted el tipo que expulsaron de los tribunales durante el proceso contra Luis?
- Yo soy David Wilkerson, s.
El muchacho me tendi la mano. -Bueno, soy Angelo Morales, Reverendo Wilkerson.
Pertenezco a la pandilla de Luis. Ha visitado a los Alvarez?
- S.
Le dije a Angelo que necesitaba el permiso de los padres para ver a Luis. Y entonces, de
repente, vi la mano de Dios en aquel encuentro. -Angelo! - le dije - necesito el permiso de
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cada uno de los padres de los muchachos. El seor Alvarez no sabe dnde viven los padres
de los otros muchachos, pero t lo sabes, verdad... ?
Angelo nos acompa por todo el barrio espaol de Harlem localizando a las familias de
los otros seis acusados en el proceso por la muerte de Michael Farmer, Mientras
viajbamos Angelo nos revel algo de su vida: l hubiera estado con los muchachosaquella noche que "le dieron la paliza a Michael" si no hubiera sido porque tena dolor de
muelas. Me dijo que los muchachos no haban ido al parque con ningn plan especial.
Haban ido all a buscar camorra. Si no hubieran encontrado a Farmer hubiera habido
"guerra."
"Guerra" segn lo descubr, significaba ria entre las pandillas. Angelo nos ense muchas
cosas, y quedaron confirmadas muchas de nuestras sospechas. Los muchachos de esta
pandilla eran todos as, hastiados de la vida, solitarios, con una ira latente en el corazn?
Buscaban aventuras en dondequiera que pudieran encontrarlas. Ansiaban profundamenteel compaerismo y lo reciban en donde lo pudieran encontrar.
Angelo tena una manera extraordinaria de aclarar las cosas. Era un muchacho inteligente,
atractivo y quera ayudarnos. Tanto Miles como yo llegamos a la conclusin de que no
obstante lo que ocurriera al futuro de nuestros planes, nos mantendramos en contacto
con Angelo Morales y le sealaramos otro camino.
En el espacio de dos horas conseguimos todas las firmas.
Nos despedimos de Angelo, despus de conseguir su direccin y de prometerle que nos
mantendramos en contacto con l. Regresamos a la ciudad. Nuestro corazn entonaba
una cancin. En realidad cantbamos mientras luchbamos por abrimos paso a travs de
la congestin de trfico en Broadway. Cerramos las ventanillas del coche y cantamos a voz
en cuello aquellas hermosas canciones evanglicas que habamos aprendido en nuestra
niez. Los milagros innegables que haban ocurrido en las ltimas horas nos daban una
nueva seguridad de que cuando avanzamos en obediencia a la promesa de Dios de
dirigimos, las puertas se abrirn de par en par a lo largo de nuestro camino. Cmo
podramos tener alguna idea, mientras avanzbamos lentamente por el congestionado
trfico cantando, que unos pocos minutos ms tarde las puertas se cerraran de golpe en
nuestras narices? Porque ni aun con esas firmas pudimos ver a los siete muchachos.
El fiscal del distrito se sorprendi sobremanera de vernos de vuelta tan pronto. Y cuando
le presentamos las firmas solicitadas, nos mir como un hombre que contempla lo
imposible. Hizo un llamado a la crcel y dijo que si los muchachos queran vernos, deba
permitrsenos la entrada.
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Fue en la crcel misma donde un obstculo extrao y totalmente inesperado fue puesto
en nuestro camino, no por parte de los muchachos, ni por los funcionarios municipales,
sino por un colega en el ministerio. El capelln de la prisin que tena a su cargo los
muchachos consider al parecer que sera "perturbador" para su bienestar espiritual
presentar una nueva personalidad. Cada uno de los muchachos haba firmado un
documento que deca: "Queremos conversar con el Reverendo David Wilkerson." El
capelln cambi "queremos" por "no queremos" en la declaracin firmada por los
muchachos y ningn ruego pudo persuadir a las autoridades de que esta medida deba ser
invalidada.
Una vez ms nos dirigimos a travs del puente Jorge Washington, muy, muy perplejos,
Por qu era que despus de recibir un estmulo tan dramtico nos encontrbamos de
nuevo ante una muralla infranqueable?
Fue mientras viajbamos a lo largo de la autopista de Pensilvania, tarde esa noche, como amitad de camino de nuestro pequeo pueblo rural, que vi de repente un rayo de
esperanza que alumbraba la oscuridad que nos envolva.
- Ah! - dije en voz alta despertando repentinamente a Miles que dorma.
- Ah, qu?
- Eso es lo que voy a hacer.
- Bueno, me alegro que est todo resuelto - dijo Miles arrellenndose en el asiento y
cerrando los ojos nuevamente.
El rayo de esperanza tena la forma de un hombre, un hombre extraordinario: mi abuelo.
Mi esperanza consista en que me dejara visitarle a fin de exponerle mi perplejidad.
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La predicacin de mi abuelo era muy inortodoxa, y algunas de sus convicciones
escandalizaban a sus contemporneos. Por ejemplo, cuando mi abuelo era predicador
joven, se consideraba pecaminoso llevar cintas y plumas. En algunas iglesias los ancianos
llevaban tijeras sujetas a la cintura por un cordn. Si una seora arrepentida pasaba al
altar llevando una cinta en el sombrero, las tijeras entraban en actividad junto con un
sermn intitulado: "Cmo podr ir al cielo con cintas en sus ropas?"
Pero mi abuelo cambi de punto de vista respecto de estas cosas. Al avanzar en aos,
desarroll lo que l llamaba "evangelizacin de costilla de cordero."
- Uno se gana a la gente como se gana a un perro - sola decir - Si ve pasar a un perro
trotando por la calle con un viejo hueso en la boca, no se le quita el hueso dicindole que
no es bueno para l. Lo que har ser gruirle. Ese hueso seco y viejo es lo nico que
tiene. Pero si uno le tira delante una chuleta gorda de 'cordero, con seguridad que va a
dejar el hueso y agarrar la chuleta mientras que al mismo tiempo menear rpidamente lacola. Y se habr ganado un amigo. En vez de andar de aqu para all quitndole huesos a la
gente o cortando plumas yo voy tirndoles costillas de cordero. Algo que tenga carne y
vida. Les voy a decir cmo pueden comenzar una nueva vida.
Mi abuelo predic en carpas como as en iglesias y hasta hoy cuando viajo por el pas oigo
narraciones de cmo el viejito Jay Wilkerson sola mantener activas esas reuniones. Una
vez, por ejemplo, predicaba en una carpa en Jamaica, Long Island. Asista a la carpa una
congregacin numerosa porque era el fin de semana del 4 de julio, da de la
independencia, y mucha gente estaba de vacaciones. Esa tarde mi abuelo recibi la visita
de un amigo que tena un negocio de ferretera. El amigo de mi abuelo le mostr ciertotipo de cohete que explotaba y desparramaba luces y echaba humo cuando uno lo pisaba.
Esperaba que esto fuera un artculo que se vendera mucho el 4 de julio. Mi abuelo qued
intrigado y compr algunos; los puso en una bolsita de papel, se los meti en el bolsillo y
se olvid de todo.
Mi abuelo predicaba de la nueva vida en Cristo, pero tambin predicaba del infierno, y a
veces lo describa en forma muy vvida en lo que respetaba a lo que iba a ser este lugar.
Hablaba mi abuelo sobre este tema esa noche de julio cuando ocurri que su mano tante
el bolsillo del saco y palp los cohetes que haba comprado. Con mucho disimulo tom unpuado y lo dej caer detrs de s sobre la plataforma. Luego, con una perfecta
impasibilidad, simulando que jams haba notado nada, continu hablando del infierno,
mientras que el humo se levantaba de detrs de s y sobre la plataforma estallaban los
cohetes. Circul la noticia de que cuando Jay Wilkerson hablaba del infierno, uno casi
poda oler el humo y ver las chispas.
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La gente al principio esperaba que mi padre fuera el mismo tipo de predicador, de
personalidad independiente como mi abuelo. Pero mi padre era por completo diferente.
Era ms un pastor que un evangelista. Dado Que mi abuelo haba predicado por todas
partes del pas, mi padre creci sin la seguridad que ofrece un hogar fijo, y esta
particularidad se reflej en su carrera. Durante todo su ministerio ejerci el pastorado en
slo cuatro iglesias, mientras que mi abuelo visitaba una iglesia todas las noches. Mi padre
fund iglesias estables, slidas, en donde se le amaba y se le buscaba en pocas de
dificultades.
- Creo que se necesitan esas dos clases de predicadores para fundar una iglesia - me dijo
un da mi padre cuando vivamos en Pittsburgh -. Pero s envidio la capacidad que tena tu
abuelo para despojar a la gente de su orgullo. Necesitamos esa habilidad en esta iglesia.
Y la recibimos tambin la prxima vez que mi abuelo estaba de paso. (Mi abuelo siempre
"estaba de paso".)
La iglesia en la cual ejerca el pastorado mi padre se hallaba en un suburbio elegante de
Pittsburgh, entre los banqueros, abogados y mdicos de la ciudad. Era una ubicacin
extraa para una iglesia pentecostal, puesto que nuestros cultos son por lo general un
poquito ruidosos y en donde la gente se expresa con libertad. Pero en este caso habamos
moderado los cultos por deferencia a nuestros vecinos. Se necesit a mi abuelo para
demostramos que estbamos equivocados.
Cuando mi abuelo nos hizo una visita, todos en la iglesia trataban de vivir de acuerdo a sus
vecinos, muy sosegados y de buen tono.
- Y como muertos - dijo mi abuelo -. Vaya, la religin del hombre debe comunicar la vida!
Mi padre se encogi de hombros y tuvo que asentir. Y luego cometi un error. Le pidi a
mi abuelo que predicara el siguiente domingo por la noche.
Yo me hallaba en ese culto y jams me olvidar de la mirada en el rostro de mi padre
cuando lo primero que hizo mi abuelo fue sacarse sus sucias galochas y colocarlas all
mismo, sobre el altar de los penitentes!
- Y ahora - dijo mi abuelo ponindose de pie y mirando fijamente a la congregacin
sorprendida, - qu es lo que les molesta? Un par de galochas sucias sobre el altar? He
embadurnado su iglesita con barro. Les he herido el orgullo, y les apostara cualquier cosa
que si les hubiese preguntado, ustedes me hubieran dicho que no eran orgullosos.
Mi padre se encoga de vergenza.
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- Y t puedes retorcerte en tu asiento - dijo mi abuelo volvindose a l. - T tambin
necesitas esto. Dnde estn todos los diconos de la iglesia?
Los diconos levantaron la mano. - Quiero que abran todas las ventanas. Nos estamos
preparando para hacer ruido y quiero que esos banqueros y abogados que estn sentados
en sus porches este domingo por la noche sepan lo que es sentirse feliz con la religin.Van a predicar un sermn esta noche, a los vecinos. Luego mi abuelo dijo que quera que
todas las personas en la congregacin se pusieran de pie. Y todos se pusieron de pie. Nos
pidi luego que comenzramos a marchar y a batir palmas. Nos hizo batir palmas durante
quince minutos, y luego cuando comenzamos a dejar de hacerlo l sacudi la cabeza y
empezamos a batir palmas de nuevo. Ms tarde nos hizo cantar. Y ahora marchbamos
batiendo palmas y cantando y cada vez que disminuamos la intensidad de la marcha o del
canto el abuelo iba y abra las ventanas un poco ms. Mir a mi padre y supe lo que
pensaba: "Jams nos repondremos de esto, pero me alegro que est sucediendo." Y luego
l mismo comenz a cantar ms alto que los dems.
Aquel s que fue un culto memorable.
Al da siguiente mi padre recibi las primeras reacciones de los vecinos. Fue al banco por
asuntos de negocio y efectivamente, sentado detrs de su escritorio sin papeles sobre l,
se encontraba uno de nuestros vecinos. Mi padre trat de esquivarlo pero el banquero lo
llam.
- Diga, Reverendo Wilkerson. - El banquero lo invit a que pasara y le dijo: - Anoche s que
cantaron en su iglesia. Ese es tema de las conversaciones de hoy. Se nos haba dicho queustedes podan cantar, y desde hace tiempo habamos estado esperando orlos. Es lo
mejor que ha pasado en este vecindario.
Durante los tres aos siguientes se manifest un verdadero espritu de libertad y de poder
en la iglesia, y con l aprend una tremenda leccin. - Tienes que predicar el mensaje
pentecostal - dijo mi abuelo al hablar con mi padre ms tarde, respecto del culto en el cual
haba puesto las galochas embarradas sobre el altar de los penitentes -. Cuando se lo
despoja de todo lo dems, Pentecosts representa poder y vida. Es por eso que vino a la
Iglesia cuando el Espritu Santo descendi el da de Pentecosts.
- Y - continu mi abuelo golpendose con el puo la palma de la mano - cuando uno goza
de poder y vida demostrar robustez, y cuando uno es robusto probablemente har algo
de ruido, que es bueno para uno, y ciertamente se le embarrarn las botas.
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Para mi abuelo, el embarrarse las botas no significaba solamente ensuciarse la suela de las
botas caminando por el barro para ayudar a algn necesitado, sino tambin significaba
que se gastara la puntera al arrodillarse con frecuencia.
Mi abuelo era un hombre dedicado a la oracin, y en este aspecto toda su familia era as.
Educ a mi padre para ser hombre de oracin, y mi padre a su vez implant esta virtud enm.
- David - me pregunt mi abuelo cierta vez que estaba de paso - te atreves a orar
pidiendo ayuda cuando te encuentras en dificultades?
Al principio me pareci una pregunta rara, pero cuando mi abuelo insisti descubr que
procuraba decirme algo importante. Le agradeca a Dios con frecuencia por las
bendiciones que disfrutaba, padres y casa, alimentos y escuela. Y oraba generalmente en
forma evasiva que el Seor algn da, de alguna forma, escogiera trabajar a travs de mi
vida. Pero rara vez or solicitando ayuda especfica.
- David - me dijo mi abuelo mirndome fijamente y sin que se asomara esta vez el chispeo
caracterstico de sus ojos - el da que aprendas a ser pblicamente especifico en tus
oraciones se ser el da que descubrirs poder.
No entend bien lo que me quera decir, por una parte porque contaba slo doce aos de
edad, y por otra porque tema instintivamente la idea. "Ser pblicamente especfico," me
haba dicho. Esto significaba decir mientras otros me oyeran: "Dios yo te pido esto y
aquello," significaba correr el riesgo de que la oracin no tuviera respuesta.
Fue por accidente que me vi obligado a descubrir un espantoso da lo que haba querido
decirme mi abuelo. Durante toda mi niez, mi padre haba sido un hombre muy enfermo.
Tena lceras duodenales y por espacio de ms de diez aos haba sufrido
constantemente.
Cierto da, mientras regresaba a casa de la escuela, vi una ambulancia que pas a toda
velocidad y cuando me encontraba a ms de una cuadra de mi casa me di cuenta en
dnde se haba detenido. Desde esa distancia poda or los gritos de dolor de m padre.
Un grupo de ancianos de la iglesia estaba sentado solemnemente en la sala. El doctor nome dejaba entrar en la habitacin en dnde se encontraba mi padre de manera que mi
madre se reuni conmigo en el pasillo. - Se va a morir, mam?
Mi madre me mir fijamente y resolvi decirme la verdad. - El doctor cree que quiz viva
dos horas ms.
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En ese momento mi padre dio un grito particularmente agudo de dolor y mi madre
despus de apretarme el hombro corri rpidamente hacia el dormitorio.
- Aqu estoy, Kenneth - dijo cerrando la puerta tras de s. Antes de que la puerta se
cerrara, sin embargo, me di cuenta por qu el doctor no me dejaba entrar. Las ropas de
cama y el piso estaban baados en sangre.
En ese momento record la promesa de mi abuelo: "El da que aprendas a ser
pblicamente especfico en tus oraciones es el da que descubrirs poder." Por un
momento pens en ir a la sala en donde estaban sentados los ancianos de la iglesia y
anunciar que oraba por mi padre para que sanara de su enfermedad y dejara el lecho. No
lo poda hacer. Aun en aquel caso de extrema necesidad no poda exponer mi fe al
fracaso.
Pasando por alto las palabras de mi abuelo me alej cunto pude de todos. Baj corriendo
las escaleras del stano, me encerr en la carbonera y all or, tratando de que el volumen
de mi voz contrarrestara la falta de fe. De lo que no me di cuenta era de .que estaba
orando en una especie de megfono o amplificador de la voz. La calefaccin de nuestra
casa era a aire caliente, y gigantescos tubos como grandes trompetas, comunicaban la
cmara de aire caliente situada junto a la carbonera, con todas las habitaciones de la casa.
Mi voz era transmitida por esas tuberas, de manera que los ancianos de la iglesia,
sentados en la sala, oyeron de repente una voz fervorosa que sala de las paredes. El
doctor oy esa misma voz en el piso de arriba. Mi padre, acostado en su lecho de muerte,
tambin la oy.
-Traigan aqu a David - dijo con un susurro.
De manera que fui llevado a las habitaciones de arriba y trado a la habitacin en que
estaba mi padre, despus de pasar por la sala bajo la mirada insistente de los ancianos de
la iglesia. Mi padre le pidi al doctor Brown que saliera por un momento de la habitacin,
y luego requiri a mi madre que leyera en voz alta el versculo 22 del captulo 21 de
Mateo. Mi madre abri la Biblia y pas las pginas hasta que encontr el pasaje. "Y todo lo
que pidiereis en oracin, creyendo, lo recibiris."
Sent un entusiasmo y excitacin tremendos. - Mam, podemos confiar en esa verdad yorar por pap?
Y mientras mi padre estaba all acostado, con el cuerpo flccido, mi mam comenz a leer
el pasaje una y otra vez. Lo ley como doce veces. Y mientras que lo lea, yo me levant de
la silla, me acerqu a la cama de mi padre y le puse las manos sobre la frente.
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- Qu me quieres decir?
- Tengo el presentimiento, David, mi hijo, de que Dios nunca tuvo la intencin de que
vieras solamente a siete muchachos, sino a miles de muchachos como sos.
Mi abuelo dej que esa idea penetrara profundamente. Y luego continu:
- Me refiero a todos los muchachos desorientados, temerosos y solitarios de Nueva York
que pudieran terminar cometiendo asesinatos por el simple placer de hacerlos, a menos
que t los ayudes. Tengo el presentimiento David, de que la nica cosa que necesitas
hacer es ampliar tus horizontes.
Mi abuelo tena una forma de decir las cosas que me inspiraba. Aquel deseo de antes de
alejarme de la ciudad de Nueva York tan pronto como me fuera posible fue reemplazado
ahora repentinamente por un intenso anhelo de volver de inmediato y comenzar a
trabajar. Le dije algo as a mi abuelo, y simplemente me sonri.
- Es fcil decir eso, sentado en el ambiente clido de esta cocina hablando con tu viejo
abuelo. Pero espera hasta que te encuentres con ms de esos muchachos antes de
comenzar a tener visiones. El corazn de esos muchachos estar saturado de odio y de
pecado y ser peor de lo que t jams has odo. Son apenas muchachos pero ya saben lo
que es el asesinato, la violacin y la sodoma. Cmo vas a resolver esas cosas cuando te
encuentres frente a ellas?
Honradamente no poda responder a la pregunta formulada por mi abuelo.
- Permteme la respuesta a mi propia pregunta, David. En vez de fijar tus ojos en estas
cosas, tienes que mantener la mirada enfocada en el corazn mismo del evangelio.
Cul ser?
Lo mir a los ojos. - He odo hablar a mi abuelo lo suficiente sobre esta materia - le dije -
que puedo darle una respuesta entresacada de sus propios sermones. El corazn mismo
del evangelio es el cambio. Es transformacin. Es nacer de nuevo, comenzar una nueva
vida.
- Parloteas esas verdades muy bien, David, pero espera hasta que el Seor opere esa
transformacin. Luego t imprimirs an ms entusiasmo a tu voz. Pero sa es la teora. El
corazn del mensaje de Cristo es extremadamente simple: un encuentro con Dios - un
verdadero encuentro - significa cambio.
Poda decir por la forma en que mi abuelo se pona inquieto que mi entrevista tocaba a su
fin. Mi abuelo se desprendi lentamente de la silla, se puso de pie, se estir y camin
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hacia la puerta. Sabiendo que por naturaleza a mi abuelo le gustaba el toque dramtico,
tuve la impresin de que la parte ms importante de nuestra discusin an no se haba
producido.
- David, David - me dijo, cuando haba puesto su mano en la puerta de la granja - aun
temo por ti cuando tengas que enfrentarte con toda la crudeza de la vida de la ciudad. Thas vivido una vida protegida. Cuando te enfrentes con la maldad de la carne quedars
petrificado.
- T sabes... - y luego mi abuelo comenz a narrarme una historia que no pareca tener
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