GUERRA COLONIAL Y CRISIS DEL 98
La guerra colonial y la crisis del 98
Introducción.
1. Causas de la guerra.
2. Fases de la guerra (1895-1897).
3. La guerra contra Estados Unidos 1898.
4. Consecuencias y balance del conflicto.
5. El Regeneracionismo.
6. Conclusión.
Introducción
En 1895 se produjo un levantamiento independentista en Cuba, que se convirtió
rápidamente en una insurrección de toda la isla contra la metrópolis y en 1896
sucedía lo mismo en Filipinas. En 1898, tras la extensión del conflicto y su
conversión en una guerra hispano-norteamericana, España perdía Cuba, Puerto Rico
y las Filipinas, tras una completa derrota militar.
Como consecuencia de la pérdida de los restos del Imperio colonial se
desencadenó una crisis nacional, ante la desmoralización, el escándalo y la
debilidad militar y política demostrada por el gobierno de la Restauración. Al
conjunto de estos acontecimientos se le ha dado el nombre de «Desastre del 98»,
trauma que abre una nueva etapa en la historia contemporánea de España
(Regeneracionismo) que marcará la vida política de principios del siglo XX.
Este acontecimiento se enmarca dentro del contexto histórico del Imperialismo y
Colonialismo del siglo XIX, momento en el que las nuevas potencias colonialistas,
Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, EE.UU, Japón... desplazan a España y
Portugal, antiguas potencias coloniales desde el siglo XVI.
1. Causas y antecedentes.
La guerra de Cuba se originó tras la maduración del movimiento
independentista indígena (Antonio Maceo y José Martí), pero también se debe
a los errores cometidos por España. Pese a lo dispuesto en la paz de Zanjón
de 1878, el gobierno español no fue generoso ni previsor. Prefirió ir retrasando la
concesión del régimen de autogobierno y eludió un control real sobre los abusos
que los trabajadores indígenas de las plantaciones sufrían por parte de los
propietarios españoles y criollos. Los sucesivos gobiernos se dejaron presionar por
los grupos con intereses económicos en la colonia, que se oponían a cualquier
cambio que pudiera reducir sus ganancias en la explotación de la isla.
A la frustración acumulada por esta acción del gobierno español, se unió el respaldo
norteamericano a los insurgentes. Los políticos estadounidenses eran firmes
partidarios de la independencia cubana, no por ella misma, sino porque significaba
la posibilidad de explotar la riqueza de la isla en exclusiva. Las compañías
azucareras y la opinión pública estadounidense respaldaban esta política. El apoyo
a los cubanos por parte de los EE.UU fue continuo, primero diplomáticamente,
presionando al gobierno español para hacer concesiones de autonomía, y a partir
de 1891, cuando la ley de aranceles prohibió a los cubanos el comercio libre
con EE.UU, se convirtió en un apoyo material y en una presión para el estallido de
la insurrección. Los cubanos recibieron la ley arancelaria como una vuelta al
estatuto de simple colonia. Y aunque a finales de 1894 los liberales sacaron
adelante un tímido proyecto de autonomía (Maura), ya era tarde, la insurrección
estaba en marcha y en 1895 estalló la revuelta.
En el Manifiesto de Montecristi se exponen las ideas en las que se basó José
Martí para organizar la guerra de independencia cubana. Fue firmado por José Martí
y Máximo Gómez en 1895 en la localidad de Montecristi (República Dominicana).
Con el Grito de Baire (Cuba), levantamiento iniciado por el patriota cubano José
Martí el día 24 de febrero de 1895, comienza la guerra.
2. Fases y desarrollo del conflicto (1895-1897).
Inicialmente el gobierno liberal intentó una política de mediación, enviando a
Martínez Campos a la isla. Pero cuando éste fracasó frente a una insurrección
mucho más extendida y organizada que la de 1872, que apaciguó el propio
Martínez Campos, tuvo que regresar a España tras negarse a aplicar medidas
represivas sobre la población civil.
El nuevo gobierno de Cánovas envió entonces al general Weyler. Experto
conocedor de la isla, recuperó todo el territorio y envió a los insurrectos a las
montañas. Dividió el territorio por medio de líneas fortificadas y concentró a la
población civil en compartimentos, para evitar que pudieran apoyar a los
guerrilleros.
Comenzó así una feroz guerra de desgaste que se prolongó a lo largo de 1896 y
1897, basada en la superioridad militar española y en el dominio del terreno por
parte de los guerrilleros cubanos, que recibían armamento y suministros
estadounidenses.
Las bajas fueron aumentando, más por las enfermedades que por muertes en el
frente, comenzando así las protestas en España y rompiéndose el consenso liberal-
conservador sobre la cuestión cubana. Tras el asesinato de Cánovas en 1897,
Sagasta, que formó el nuevo gobierno, intentó un nuevo proyecto de autonomía
más amplio, con un gobierno propio y una cámara de representantes, otorgándoles
los mismos derechos que los peninsulares. Sustituyó al general Weyler por el
general Blanco, más conciliador y tolerante que su antecesor, y puso en marcha el
nuevo régimen en la isla.
3. La guerra contra Estados Unidos 1898.
Con la toma de posesión del nuevo gobierno cubano, parecía que se podría dar
paso a la pacificación de la isla, pero fue en ese momento cuando EE.UU decidió
intervenir. En 1896 había sido elegido presidente McKinley, partidario de la
intervención, y la opinión pública estadounidense, influida por los ideólogos del
imperialismo norteamericano a través de las campañas de los periódicos (New York
World de Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst), presionaba en
favor de la guerra.
El incidente que propició el estallido de la misma fue la explosión del acorazado
estadounidense «Maine», anclado en la bahía de La Habana, el 15 de febrero de
1898, y que causó 254 muertos. Había sido enviado a Cuba para «proteger los
intereses norteamericanos en la isla». Pese a la propuesta española de crear una
comisión de investigación internacional, EE.UU realizó una investigación particular y
atribuyó toda la responsabilidad a España, a quien correspondía garantizar la
seguridad en el puerto. Rápidamente, lo que era una atribución indirecta fue
convertida por la prensa norteamericana (New York World) en una responsabilidad
directa sobre la voladura del barco. Ante la presión de la opinión pública, el
gobierno de Washington propuso la compra de la isla por 300 millones de dólares, y
ante la previsible negativa española, lanzó un ultimátum que amenazaba con la
guerra si España no renunciaba a la soberanía de la isla. Desde el punto de vista de
los dirigentes políticos y militares de la época, la guerra era inevitable.
En Filipinas, la situación era también crítica. Tras tres años de insurrección
independentista, el ejército español, mandado primero por el general Polavieja y
posteriormente por Fernando Primo de Rivera, había conseguido dominar en parte
la situación. Pero en 1898, ante la inminente guerra entre EE.UU y España, la flota
norteamericana en Hong Kong se dirigió a las islas para apoyar a los insurrectos.
El desarrollo de las operaciones fue rápido y contundente (superioridad material y
técnica estadounidense). En Filipinas, los acorazados estadounidenses tomaron
Cavite, destrozando la flota española, mientras que Manila era conquistada casi sin
luchar, cuando ya se había firmado el armisticio (1898).
En Cuba, la flota del almirante Cervera, tras permanecer sitiada en Santiago, acabó
siendo derrotada. En esas condiciones España tuvo que pedir un armisticio y firmó
un protocolo previo al tratado de paz aceptando ya la renuncia a su soberanía.
Por el Tratado de París (diciembre de 1898) España renunciaba definitivamente a
su soberanía sobre Cuba, cedía a EE.UU las Islas Filipinas, a cambio de 20 millones
de dólares, Puerto Rico y la isla de Guam en las Marianas (grupo de islas al este de
Filipinas y sur de Japón).
El desmantelamiento completo de los restos del Imperio colonial español se
produce en 1899: el gobierno español, consciente de la imposibilidad de mantener
los últimos reductos, cedió a Alemania, por el Tratado hispano-alemán, las islas
Marianas (excepto Guam), las Carolinas (archipiélago del Pacífico occidental
formado por más de 600 islas e islotes) y las Palaos (islas más occidentales de las
Carolinas), a cambio de 15 millones de dólares.
4. Las consecuencias del Desastre del 98
La pérdida de las colonias no es un hecho aislado. Forma parte de un proceso de
redistribución colonial entre las grandes potencias europeas, perjudicando también
a países como Italia, Rusia, Japón... y beneficiando esencialmente a EE.UU,
Inglaterra y Alemania.
Ante un proceso de acaparamiento de territorios coloniales de tal magnitud, poco o
nada podía hacer un país como España, potencia de segunda fila ya desde el siglo
XVIII. Sin embargo, el Desastre del 98 supuso un golpe drástico en la conciencia de
los españoles, y arrastró una serie de consecuencias importantes, siendo este un
momento crucial en la historia de España.
Están, en primer lugar, las pérdidas humanas. Se calcula que las guerras de 1895-
1898 costaron en conjunto unos 120.000 muertos, de los cuales la mitad fueron
soldados españoles. La mayoría de las muertes se debieron a enfermedades
infecciosas (fiebre amarilla y paludismo), que dejaron además graves secuelas en
los supervivientes. Si al principio los daños no repercutían demasiado en una
opinión pública adormecida, poco a poco comenzaron las protestas y se fue
extendiendo la angustia entre las familias pobres cuyos hijos habían sido enviados a
pelear en las colonias por no poder pagar las 2.000 pesetas que los podrían excluir
de las impopulares «quintas».
Los perjuicios psicológicos y morales entre los combatientes también fueron
importantes. A ello se añadía la desmoralización de un país consciente de su propia
debilidad y de lo inútil del sacrificio.
Las pérdidas materiales, si bien no fueron excesivas en un principio, salvo la fuerte
subida de los precios de los alimentos en 1898, si fueron graves a largo plazo. La
derrota supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las colonias, así como los
mercados seguros que éstas suponían y de las mercancías que, como el azúcar, el
cacao o el café, deberían comprarse en el futuro a precios internacionales.
La crisis política resultó inevitable, el desgaste fue de ambos partidos, pero afectó
esencialmente al Liberal y al propio Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la
derrota. Consecuencia inmediata fue la pérdida de autoridad y el final de la carrera
de la primera generación de dirigentes, que debe ceder el terreno a los nuevos
líderes: Antonio Maura (Conservador) y José Canalejas (Liberal).
La consecuencia más grave fue el desprestigio militar, derivado de la dureza de la
derrota, y a pesar de la capacidad demostrada aisladamente por algunos generales
y el valor de las tropas. Era evidente que el Ejército no estaba preparado para un
conflicto como este, por lo que salía considerablemente dañado en su imagen, lo
que traerá graves consecuencias en el siglo XX.
5. El Regeneracionismo
Tras la derrota surgieron una serie de críticas tanto hacia el funcionamiento del
sistema político como a la propia mentalidad derrotista y conformista del país ante
este acontecimiento.
Sorprendió especialmente a los dirigentes políticos y a los intelectuales la pasividad
con la que la opinión pública reaccionó ante la pérdida del Imperio, pasividad sólo
alterada por el dolor y las protestas por las pérdidas humanas.
Entre todas las críticas y análisis de aquellos meses destacan las de los
llamados regeneracionistas. Entre ellos destacaron Picavea y Joaquín Costa.
La tesis regeneracionista se basaba en la constatación del atraso económico y
social que España presentaba respecto a los países europeos más avanzados.
Presentaron programas basados en una reorganización política, la limpieza del
sistema electoral, la reforma educativa, la acción orientada hacia la ayuda
social, las obras públicas... En definitiva, una actuación encaminada al bien
común y no en beneficio de los intereses políticos de la oligarquía.
Algunos de los nuevos políticos que en el contexto del Desastre se pusieron al
frente de los partidos (Maura y Canalejas), adoptaron muchas de las ideas
regeneracionistas e intentaron aplicarlas.
En 1902 Alfonso XIII era proclamado Rey, con el inicio del nuevo reinado y las
consecuencias del Desastre termina el primer periodo del régimen de la
Restauración.
En el plano cultural apareció la llamada Generación del 98 con autores como
Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu, Azorín, Antonio Machado, Pío Baroja,
Valle-Inclán y el filólogo e historiador Menéndez Pidal.
6. Conclusión
Las consecuencias del la Guerra Colonial y la Crisis del 98 marcarán el final del siglo
XIX en la Historia de España. Las nuevas ideas regeneracionistas aplicadas por los
nuevos políticos, Canalejas y Maura, darán lugar a cambios políticos, sociales y
económicos en la primera década del siglo XX, década que se caracterizará por la
inestabilidad política y social.
Entre los principales problemas que tuvieron que afrontar estaban la cuestión
social y política, marcada por las continuas oleadas de huelgas; la cuestión
militar, generada por la propia degradación del Ejército tras derrota, que atribuía
toda la responsabilidad a los políticos; el desarrollo del movimiento
nacionalista en el País Vasco y en Cataluña, donde la pérdida de las colonias hizo
crecer el sentimiento nacional, ante el gran perjuicio que significaba para el
desarrollo económico; y por último, la cuestión religiosa, centrándose en el
aumento de las denuncias de los sectores progresistas sobre el dominio que la
Iglesia ejercía sobre la enseñanza.
Los distintos gobiernos de principios del siglo XX vieron la posibilidad de acabar con
las frustradas expectativas de los colonialistas españoles tras el Desastre del 98,
estableciendo un imperio colonial en el Norte de África. Tras un primer acuerdo
franco-español en 1904, en la Conferencia de Algeciras (1906) se concede a ambos
países el protectorado conjunto sobre Marruecos. Las consecuencias del dominio
sobre el protectorado de Marruecos y la guerra que generó, marcarán el futuro
político, social y económico en España, sobre todo en lo que se refiere al papel que
van a desempeñar los militares a partir de este momento.
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