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  • 8/18/2019 Fabián Casas - De Parte de Las Cosas

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    De parte de las cosas  Por fcasas | 

    08/04/2016 | 21:03 

     Al principio no me importó, ni siquiera lo quise reconocer. Yo nunca fui tuerca y me costaba entender a mis

    amigos que los sábados, antes de ir a bailar como Travoltas de chocolatín Jack, perdían el tiempo en lasveredas lavando los autos de sus padres. Hasta que un día me dieron un premio en metálico por unos poemas y

    Guadalupe me propuso que nos compráramos un auto. Hice los trámites, firmé los papeles pero no vi el auto

    que compré hasta que lo fui a retirar. Como ya dije, me daba lo mismo y tengo que agregar que mi imaginario en

    términos de parque automotor está limitado –como cierto kirchnerismo y alguna música progresiva – a los años

    70. Fitito, Chevrón, Taunus, Valiant, Gordini: esos conozco. Hoy en día, que ya tengo auto desde hace seis o

    siete años, tampoco avancé mucho en mi erudición. Empecé a pensar en lo que me pasa con mi auto leyendo

    un relato hermoso de César Aira que se llama Artforum y donde el narrador del cuento dice que está enamorado

    de una revista de arte, precisamente, de la Artforum: “¿Un objeto puede amar a un hombre? Toda la historia del

    animismo se encerraba en esa pregunta”, escribe Aira cuando se cuestiona si su amor por la Artforum podía ser

    correspondido por la dichosa revista. Y agrega: “Los objetos eran portadores de información . Todos ellos, desde

    las catedrales hasta las bolitas de mercurio, llevaban inscripta su historia, sus propiedades, su manual de uso.

    Que lo hicieran en una lengua muda, a veces enigmática, no le restaba elocuencia”. Y reflexiona: “Yo habíanotado que las cosas a veces actuaban por decisión propia, tenían sus caprichos, sus fantasías, sus

    crueldades, también sus ternuras y sus generosidades”. Recordé una novela de Stephen King en la que se

    narran las peripecias de un joven que tiene un auto pasado de rosca, violento y celoso: Christine. ¿Cómo era el

    mío?, pensé. No si tiene cuatro puertas o se cierra solo y esas estupideces, sino de temple. Empecé a sentir

    cariño por mi auto cuando este verano cruzamos dos veces la cordillera con mi familia, atravesamos la r uta del

    desierto y miles de curvas y ripios sin tener ningún problema. Ni siquiera una goma pinchada. ¿Cómo pudo ser?

    Mi auto ya sabe que soy un inútil que no puede ni cambiar una goma. Que lo choqué dos veces, muy despacio,

    en los principios de nuestra relación, cuando lo estacioné en el garage. Sin embargo, estoy seguro de que el

    auto no tiene rencor y que en el viaje buscó mi felicidad. Protegió a mi familia y se esforzó para que llegáramos

    sanos y salvos a casa. Nunca entendí el fenómeno del TC donde –en otra muestra de animismo al revés – Ford

    o Chevrolet tienen fans que se vuelven locos por la marca. Yo no quiero a la marca, quiero a mi auto. Como

    César Aira, como Francis Ponge, como Huguito De Felice, me pongo del lado de las cosas.