EZIJA
( la flor que se ausentaba de un presidio )
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Raúl Muñoz González.
volodia1976@hotmail.
Por la recuperación de la memoria histórica
y la necesidad de combatir al fascismo.
Soy la sombra tras ese muro.
Oígo los gritos pero no veo a la muerte
que se lleva a los hombres.
LA DERROTA
El hinojo iba poblando las aceras, junto a los casquetes apurados. Huían los ciudadanoslibres mientras la aviación volaba los edificios que aún quedaban en pie.
( ¿Hacia dónde dirigir los pasos cuando ya todo está perdido? )
Alguien soñaba con levantar de nuevo la ciudad perdido entre la densa muerte que todolo peinaba; al amparo del último banco de niebla dormía sobre las ruinas de la últimacivilización.
Los árboles, enamorados de la mujer
que bajaba a lavar sus prendas al río,
no se han movido; aún son aldeaños
a un pueblo de castilla la mancha,
donde los niños corrían por la era
y un soldado acarreaba cadáveres.
Los niños crecieron derechos
también aquellos árboles.
Sin embargo, las canciones,
una vez perpretado el crimen,
extrañaron la voz del hombre.
NOCHE DE TRICORNIOS
Resuenan ráfagas de disparos, llevan a los muertos,
con sangre fría los abandonan a la entrada del ocaso
-se retuerce la tierra de dolor, ¡ay mudo dolor del aire!-.
Un relámpago de metralla ilumina la carne
sin descanso, se perfila la estirpe de hombres
que marchan a la gloria, y sonríen a los verdugos
que apuntan con sus pistolas.
Que vengan, que quiero verlos, quiero ver la sangre,
escuchar sus últimas palabras arropando palomas,
declarando su sencillez a las leyes de la gravedad.
Cuando los pueda ver, al fin, pegaré mis oídos a la tierra
para escuchar los latidos que ahora rondan las cunetas
señalando la sangre derramada a golpe de talón y acero.
En las puntas del tricornio brilla nuestra afilada condena,
obligándonos a errar en una única dirección: la del olvido.
Sin embargo, todavía se imponen los gritos del aire
cuando se acuesta con nuestra memoria enterrada.
LOS MAQUIS
bajan del monte, y llevan
en sus manos la libertad.
VÍCTOR JARA
se posó en los fusiles del hambre
y cantó
como sólo un pájaro sabe cantar:
mirando fijamente a los verdugos
que asesinan canciones de cuna.
TIERRA Y LIBERTAD
Que de dónde vengo, me preguntas.
Acaso, ¿no ves mis manos rajadas
por el arado, y los pájaros inmóviles
en la mirada de una sublevación?
Hablaré de una amanecida anochecida
entre tricornios y caballos blancos,
entre pistolas lunares acorralada;
llevaré el hambre a los pies descalzos
y el frío entrará como luz en tus ojos;
serán mis huesos motivo y razón
de las espigas acariciadas por hoces,
que desafiaron alambradas y leyes.
Sabrás qué dice la simiente abortada
por el sucio silencio de los escaños
que llevaron la toga de la muerte.
Vi huesos remontando barbechos,
abrazándose a hombres y mujeres
helados por el frío, por la violencia
golpeados con saña innombrable.
No tenía nombre la blanca ternura
que sostenía en brazos a su hijo.
Tampoco son pensables las manos
que acarician la semilla de la tierra,
ahora en vientres adormecida.
Escuché a dios llorando en el olivo,
impotente por no poder hacer nada;
y las balas me rozaron las mejillas
cuando cayeron hombres inocentes.
Supe entonces del trabajo áspero,
del frío silencioso que amarra
la esperanza del hambre al cielo.
Vi doblegarse a los olivos,
mostrando agradecimiento.
Pero también vi los dientes de la muerte
luchando a capa y espada con los fusiles.
Me perdí en un laberinto de gritos negros;
como en una noche interminable,
corrieron los legionarios de la muerte
para detener a los jornaleros.
Llevaban el plomo retorcido en sus labios
y en su brazos las columnas del miedo;
ardía el cuarzo en sus ojos infinitos
por su sed de sangre.
Quedan restos de amanecida en mis cabellos,
tan fríos y blancos como los cortijos,
como la nieve estirada en la cumbre.
Están cansadas mis manos de hundirse en los rostros
y apaciguar techumbres del hambre y la humillación;
es por eso que se sublevan las madres, llevando a sus hijos
más allá de las alambradas que muerden con saña la tierra
y se clavan, como una aurora de puñales, en los corazones
de hombres y mujeres alzados entre bancos de niebla.
Estoy aquí, otra vez vivo por cada agujero de bala:
sólo son luz, luz vertebrando el fuego de mi alma.
HIMNO DE RIEGO
Los cuervos vieron a mi abuelo,
sus pasos brillaban en la noche,
más oscura que aquellos pájaros;
llevaba en sus manos cansadas
las garrafas de aceite del señorito.
Camino, camino, camino y más camino;
mi abuelo tarareaba el himno de riego
y a su paso espantaba pajarracos.
Camino, camino, camino y nada más
que camino hacia la libertad.
FIESTA NACIONAL
La lumbre apagada duerme
mientras reverberan, clamando justicia,
los cuernos de un triste toro.
Ya nadie se atreve a vérselas,
sin círculos que delimiten la muerte
ni antorchas que iluminen la noche.
-Acercaos a mi pena...
parece decir el moribundo y suplicante animal,
torcido y doblegado en su suplicio.
Ya no le quedan fuerzas,
ni tan siquiera para barrer de un lametón
al ingenuo niño que clava palillos en sus ojos.
Se divierte, y tanto que se divierte
el niño frente al manso animal.
Y se sonrojan, y tanto que se sonrojan
las niñas que portan relucientes velas.
Los muertos festejados lloran sin consuelo
al ver manchadas sus blancas camisas
por la penosa sangre que se derrama.
Los campos se hunden, anegados,
en el barbecho de la fiesta nacional.
Y se oculta la cosecha, avergonzada.
Corren los niños la cortina del sueño,
y las niñas descubren el decorado
donde una vez más rodará el hombre,
y habrá de ser quien es:
el esperpento de la muerte y la guerra,
la sangre y la destrucción.
El aire se pliega en su olor a muertos,
cae la tarde para dar la última estocada.
Se rompen pañuelos en sonoros aplausos,
silenciando el último intento por respirar.
Las flores hablan entre ellas,
y se lamentan en silencio.
Las calaveras de toda una nación
se levantan de nuevo con orgullo:
besan la frente negra del Cristo
mientras brindan con vino fino;
celebran la victoria por la sangre
derramada en los ruedos
y campos de España.
GRITOS A MEDIA NOCHE ( a Miguel Hernández )
¿Quién llama a estas horas?
Ya pasó el tiempo de las flores.
¿No vieron un grito apaleado?
Igual de negra me parece la mujer
que mira un crucifijo de madera
y llora.
Me apena ver cómo pela la cebolla
queriendo encontrar a su marido.
¿Será ella la que llama a mi puerta?
No puedo continuar doblegado al frío del acero,
que se pega a las cacerolas al manojo de llaves
y a las pistolas.
Llama una tormenta buscando
una noche hecha de cartílagos.
Sí, ella es la furia de la verdad
que incendia la toga del juez.
A estas alturas, habrán sido violadas
y desfloradas todas las primaveras,
no quedará ni rastro de la fragilidad.
Pero aquel hombre...
¿qué fue de quien se mostraba entero
sin galardones cuando nos escribía?
Temo por la paz cuando la mano
se levanta altiva sobre la justicia
y anuda la soga al blando cuello
del hombre justo por naturaleza.
Para bien o para mal espero alguna respuesta.
Pero ya todo es silencio: a la media noche
callaron los muertos.
Ya no calmaran la sed del hombre
que entre barrotes quiso amarnos.
Miguel nos mostró a qué huelen
las fieras encerradas en una flor.
Quienes lo asesinaron, sin saberlo,
han puesto fin a su propia historia:
han nacido el hombre y la mujer
libres para derrotar al fascismo.
CANTO NUEVO
Dejaron sus pertenencias, al fin
escaparon por el primer rayo de sol,
abriéndose paso entre la nieve.
Fui uno de aquellos hombres.
Los copos de nieve nublaron el sueño
corriendo la cortina magullada de rostros
que iban atados a una cuerda de presos.
Iban al cadalso quienes no conseguían huir,
lo comprendió tu lengua demasiado pronto,
cuando apartabas las dudas con la complicidad
de unas manos contorneadas por el acero.
Sufrieron las bocas una escasez de color blanco.
Los cuerpos la mustia agonía del pájaro enjaulado.
Ahuyentamos nuestras manos queriendo besar
los labios de la muerte encendida de sombras,
que pasaban sin hacer ruido buscando su final
por la piel del toro herido en los ruedos.
¿Era nuestro sueño, acaso, un país sin esperanza?
Nos revelaba la lluvia sin propósitos, la última sonrisa
junto a la mueca del último fusilado. El disparo imborrable
de tu mismo puño y letra grabando la última puesta de sol
por la última naranja.
Nos asesinó la necesidad del olvido en cada desentierro,
entre un manto espeso de silencios: una terrible bandera
bruñida cara al sol mientras nos conducían como cochinos;
y despiertos soñábamos con hermosos cuchillos
que vaciaban el miedo del cadáver sin sepultura.
Escarbamos el hollín de una noche borracha
que nos vomitaba una y otra vez
metiendo sus dedos en nuestras gargantas
para que la dejáramos en paz.
¿Recuerdas su súplica?
-Hijo del mortero, heredaras la paz
una vez muerta la blanca esperanza.
Y confundirás el fondo de la nieve
con los ojos de quien ahora te canta.
Hijo mío, cuídate de este frío, arropa
a tu hermano enterrado en la nieve.
Ofrecieron su amor aquel día abigarrado por el odio:
como un viento helado, las madres, con sus palabras
nos conducían entre la niebla, nos daban fuerzas
golpeaban los rostros. Abrían en canal los senos
entregando su leche a la causa del hambriento.
Su canto era el de las estrellas derrotadas
espejando su luz al sueño aún por llegar.
Es incierta la certeza de una derrota no pronunciada.
Regreso al frío inmóvil de la cuneta: oigo
un canto nuevo temblando por la cordillera
sobreponiéndose a la derrota.
OBREROS
Su alianza dura lo que dura el tiempo de descanso.
Los besos se consumen en la eternidad del abrazo
cuando al fondo, muy a lo lejos, murmuran sirenas.
EXILIO ( a Luis Cernuda )
El mar fue pan amargo
lejos de sus niños rubios
por el trigal fecundados.
Su pubertad fue un país
confitado por el presagio
en un tarro de conservas,
mientras se persignaban
en el valle de los caídos.
Marchó sin consuelo
por la cruz de un día,
cuando toda una vida
se marchó al destierro
sin tararear su derrota.
Solas fueron las manos
que no esperaban nada;
al galope de las piernas,
por un vuelo de cenizas
hacia el ocaso intangible.
Desgranando proyectiles
que arrebataron cuerpos
a la adolescencia: sin ser
enterrado por aquel lodo,
anduvo en tierra de nadie.
Retozado por el silencio
cuando el sol no termina
nunca de arder del todo;
hundido en las ascuas
de eternas despedidas.
De tanto errar fue su voz
el alto vuelo que custodia
la plenitud de su deseos,
cuando acrecienta la vida
más allá del sol enterrado
en los ojos de una cuneta.
Allí donde un cuerpo
se fatigó por un abrazo:
caminando hacia el exilio
aún seguimos sus pasos.
ACEITUNEROS DE JAEN
Vengan velódromos del sarmiento a cantar Aceituneros de Jaén
con bolsas en sus ojos verdes y aceite resbalando por las crines;
sacudan el polvo estrellado en interminables jornadas de trabajo,
disfruten de sus brazos alrededor de las cadenas partidas.
Caigan noches sin estrellas y estrellas sin noche, sobre esos charcos,
tan fríos como el hambre arrechando madrugadas con su astronomía,
indescifrable para la música de vuestras honradas herramientas.
El golpe definitivo de la ternura advierte la vergüenza del sol,
que sale por alegrías cuando azotáis la copa febril de los olivos
puestos del revés en los ojos, amamantados por vuestro aceite.
LLÉVAME CONTIGO ( a Federico García Lorca )
Qué noche más terrible orea mi nombre;
qué ojos tan oscuros me miran desde tan cerca,
que casi puedo palparlos;
qué dolor de enredaderas sujeta mis brazos,
acuchillados por este aullido de cuchillos.
Tras esta noche de perros interminable
me espera un amanecer de ojos degollados.
No, no quiero verlos. Llévame contigo
a pasear por el vientre de la luna; quiero
volver a nacer en un poema.
ES-PA-ÑA
Sólo veo casas blancas con paredes encaladas,
de sus balcones cuelgan macetas con geranios.
Comienza a atardecer, el cielo corre su cortina de fuego.
Se acicalan los patriotas, despliegan la insignia roja y gualda.
Poco a poco van llegando las sombras de los pavos reales.
Beben jarras de sangría y, con su mirada incandescente,
graban iniciales sobre las paredes de tiza blanca e inmaculada.
Acude a recibirlos una mujer coja y barbuda.
La anciana, por agradecimiento, degüella una cabra,
llena las palanganas con la sangre espesa y brillante.
Las sombras, junto a los que visten de etiqueta,
se abalanzan sobre los recipientes, para mojarse la cara.
Apartado de la mascarada orgiástica del baile, en un rincón,
hay un pintor trazando un lienzo, con un rabo de toro.
Su fisonomía de sapo, cubierta de granos, resulta algo extraña
a mi vista, quizás demasiado inocente aún.
Sobre la noche se derrama el zumbido de las avispas
y unos cuerpos orgánicos, paridos en la histórica mutación,
se asoman a las ventanas y balcones.
Del aire cuelgan las tripas, las bocas quedan abajo, a ras del suelo,
y con sus labios chapotean la mierda de un cielo
que se tornó oscuro, demasiado visceral.
Aún me parece escuchar sus gritos a los lejos:
-¡Es Espa España !
Con los restos de la metralla en mi vientre
regreso a Guernica.
Sólo quiero abrazar a mis hijos, por última vez.
EMPUJA, MADRE, EMPUJA ( a Silvio Rodríguez )
No dejes de creer, madre, en tus hijos,
en quienes perforan los vientres del carbón.
Es necesario que te mires en ellos,
en la oscuridad de sus ojos brutos y desnudos,
completamente ahogados en la ira.
Hoy, madre, aunque te resulte doloroso,
se parten los dientes clamando justicia,
se rompen los brazos por bombear más sangre.
Sí, madre, es necesaria más sangre para nutrir
a todos los niños reducidos a su esqueleto.
¿Quién puso la soga al cuello?
¡Es necesario, madre, es necesario respirar
antes de que se apague el brillo de los ojos!
Necesitamos rompernos en un grito
para aliviar la asfixia;
aplastar de un manotazo la injusticia,
hacerla huir con palabrotas y mala sangre.
Somos, madre, los deshauciados,
los que necesitan gritar para respirar.
Hay gente que con buenos modales
aplastan el músculo de la vida,
y de manera cínica y deplorable
imponen el odio y su hambre.
¡Es preciso asestar un solo golpe certero,
cortar de cuajo las cadenas
que se aferran a nuestros pechos!
Es preciso, madre, que empujes,
ahora más que nunca,
¡empuja, madre, empuja!
¡Que tu fuerte grito barra los ministerios
del hambre, la guerra y la injusticia!
Nosotros, madre, tenemos la obligación
de devolver el brillo a las miradas:
de devolverte y devolvernos la esperanza.
Hay lindas mariposas azules
que vuelan hacia nosotros.
Y Europa ya es historia.
CIUDADANOS
No me canso de patear la ciudad
que nos mira con cierto desprecio
porque aún no conoce a sus hijos.
El viento maquilla tantas sonrisas
dando a luz por la lluvia, de vuelta
de todo y de nada. Pero él no habla,
aturdido por el vuelo de las migas
y la caída de las incautas palomas.
Estoy a punto de abrir mi frente
en aquel muro pintado con tiza,
y será la suave caricia del seno
quien delate aquella vida furtiva,
que va de polizón por la nausea
y anda sin permiso de residencia.
Algún día conocerá a sus hijos,
cuando se abra la entrepierna
-el hermoso arco del triunfo-
rompiendo el agua de la fuente
para que beban los sedientos.
Entonces, el placer consentido,
saltando sobre cascos antiguos;
la calma de una madre abierta
a la aventura errática de nacer,
de nuevo como ciudadanos.
GUERNICA
Seré vuestra puta en los días felices
en los tristes me acostaré a oscuras:
os cegarán mis genitales fosforescentes
que rezuman odio, ocultos en cunetas
donde malviven vuestros sueños rotos.
Seré vuestra puta en los días de paz;
en los de guerra, arranco la inocencia
de un sólo zarpazo.
Seré el precio que pongáis a la libertad.
EXILIO
En la pizarra están las letras escritas
que ni el olvido o la nieve borraron.
Una llovizna de pasos en la madrugada
retumba por el silencio de las cumbres;
las más majestuosas, ellas aún honran
a familias enteras perdidas por el exilio.
UN AMOR IMPOSIBLE POR LA MESETA
El toro barbudo enamorado de la estanquera
ahora brama por la Cibeles añejas soledades
encerradas en la botella junto a la benemérita
que se cubre por la gloria de un esparadrapo.
Beben y vuelven a beber las ranas, y alzan
la capota al paso del torero, que orgulloso
pasea la cuchara por la corona del ruedo.
La reina con su canela en rama limpia
que te limpia los calzones del cazador
que se cagó tras contemplar la belleza
de aquel elefante arrodillado a sus pies.
Con anis lava la dentadura de sus hijos
y los lleva a un colegio de pago para
que nunca más vuelvan a pagar.
Así una corrida tras otra hasta que al fin
a la reina le meten la cuchara por la boca:
crecen los enanos en su madriguera;
a lo largo y ancho del país obnubilado
hacen un guiño al toro desangrando
por una aristocracia sin nación.
Y salta que te salta el mono recogiendo
sellos pegados al culo de la estanquera;
a la Moncloa lleva la correspondencia.
Dejó la etiqueta para vestirse de cebolla
y sonreír por la luminiscencia del bulbo
a las flamantes y raquíticas cotorras
que ensayan un Dios salve a la patria.
En el nombre del padre aparece su hijo.
Por su sangre azul viajan hacia el exilio:
se llevan su estampa en esos sellos
fraguados por aquel amor imposible
que vendieron en todos los estancos.
Un cuerpo
disfrazado de guardia civil desfila
por el campo santo de Es-pa-ña
mientras se atragantan la flores
queriendo olvidar sus crimenes.
NACIÓN
Hay un ligero pulso remontando el vértigo
tras la verdad que se estrecha en la arteria.
Hay un peligro que amanece agotado
tras remontar la espesura del silencio.
Hay una alianza inconclusa en la sangre
que se postra a la oquedad de un cuerpo.
Hay el estambre de las bombillas
que se enredan al sol durmiente.
No hay más que una luna heroica
cabalgando casuísticas de la sosa
tras clavar su aguja en la capital.
No sabe de fronteras la piel
cuando delimita un cadáver,
tampoco entiende una familia
la savia del árbol genealógico.
Nación, no hallarás certeza
mas no tendrá límites la luz
inalcanzable tras tu mirada.
EZIJA ( a Antonio Gamoneda )
Ezija descubre su rostro en el vacío
cual amalgama del pánico, o prisma
en la espesa quietud de aquel aceite
tan tristemente agarrado a las tripas.
Ezija habla por la boca de los presos,
deshace los nudos de aquella cuerda
que los lleva atados, sin reloj.
Ezija se perfuma con la compasión
contemplando el horror, y quema, ¡Ay
cómo quema la cruz de ese poema,
a fuego gravado sobre la naranja
que arde! ¡Por Dios ,quema la lengua
de un niño a las puertas del infierno!
La mirada de aquellos hombres
olía a azucenas impronunciables,
cuando las manos de una madre
arrancaron a su hijo de aquel frío,
rogando silencio a Ezija: la flor
que se ausentaba de un presidio.
LA NOCHE DE LOS IMANES
Las esquinas doblaron en estrechas calles.
Lloraban, los lápices, por el carbón vegetal
de árboles difuminados y farolas aturdidas.
Y la torpe lengua de trapo aún tarareaba
la melodía que sonó en todas las radios.
Unas yemas frotaron la túnica de papel
cuando acechaba un tumulto de sombras
desfallecidas sobre la plaza Sant Jaume;
aún sollozaban las heridas de un tango
que huyó, despavorido, una noche de 1976.
Quedó el olor del carbón en la camisa del gallo,
que seguía tarareando canciones por los tejados
de las raídas chabolas, donde lloran los niños.
Libaba el aire entre sus largos dedos mojados;
ofrecía su tabaco a los pájaros y a las mujeres
que rompían olas frente al Teatro del Liceo.
(Un gallo de aquellos que entran en los gallineros
agarran por la solapa a los dictadores y los sacuden
hasta que prende la cera de sus cuerpos.)
Estaba con un gallo, fumando frente a un museo;
traficando con el sueño, en aquel viaje de regreso,
sin más equipaje que la dignidad en los bolsillos.
Entre canciones, crecía la enemistad con la policía,
que nos ocultaba sus manos manchadas de sangre.
Íbamos sin prisa: abrazando ideales, chocábamos
con restos de basura, motos mal aparcadas y paredes
donde aún quedaba el rastro de algún corazón partido.
Se difuminaba un grito de botellas y cascos rotos
que, al igual que nosotros, morían en una noche:
una noche parecida a otra noche de registros,
tirones de pelos, puñetazos y patadas en el hígado.
Nos rodeaba un silencio de desapariciones.
Una luz, apesadumbrada, recorría los callejones,
acariciando soledades, besando pálidas mejillas;
prendiendo con sus finos dedos la delgada luz
del último paki, donde fuimos a por más latas.
(Nos encontrábamos cerca de un mar absorto
que miraba desde lejos, guardando la distancia
con el cuartel militar.)
Entramos sin permiso y con pocos conocimientos,
e iluminamos astros cayendo sobre las mesas
y largas pipas enredándose en las lámparas.
Las paredes desconcharon el frenesí, la sangre
hurtó de nuestras venas la palpitación del hueso.
Éramos dos gallos partiéndonos las costillas
por rendirnos a la luna y sus comensales.
En reunión de serpientes acariciando tobillos,
entre lenguas de henna y alcohol, brindamos
por el ombligo de una mujer que olía a carnero,
y besamos la púrpura de unos labios de cristal
sobre nuestros hombros desvanecidos. Solos,
aún atravesados por las lanzas de los fusiles,
como dos refugiados sacando sus pasajes;
ofrecimos el temblor de aquel parto lunar,
alumbrando los rostros que no olvidaron
las madres que sostienen láminas de hulla.
Entramos por sorpresa y celebramos la misa.
Nos convertimos en sacerdotes que regresan,
con sus lápices, para reescribir la historia.
Olimos el ansia mal disimulada de los orines
y de las ratas devorando golpes de estado.
Inhalamos hilos de humo que salían del ombligo
mientras se estremecían los vasos del té.
Nos retorcimos en un largo gemido animal
que ausentó patrullas y despertó a los pájaros,
que vinieron a estrellarse en nuestros ojos.
Y, tras encender velas, nos servimos del amor
para provocar la risa de los muñecos.
(Nos acompañaron imanes, con sus oraciones,
cuando okupamos el museo de la cera.)
El gallo fabricó un rostro; los ojos felinos
le otorgaron fisonomía para al fin amarlo
en la Casa de la Moneda, junto a su madre.
Con el mar de fondo riendo en silencio,
la noche de los imanes vio las alamedas
donde los gallos cantaban al alba
con el puño en alto y las pupilas dilatadas.
LEVANTAMIENTO
Levanta el día
la soledad de los muertos.
Las calles están vacías,
no se escucha un alma.
Los edificios están cansados:
no hay ni puertas ni ventanas
por donde escape el miedo.
Las fábricas están en otra parte.
Y las casas fueron desalojadas.
Los árboles en cortejo fúnebre,
y el insomnio por el alcantarillado.
La ignorancia no se ha reinventado:
se desviste el frío en mansedumbre.
Y el calendario se detuvo en julio:
un dieciocho de dos mil dieciséis.
¿Aún respiran?
El gobierno sin picaporte:
los leones son de mentira.
Y si entramos al congreso
Y si tombem L'Estaca.
Yo fui a la clase de los idiotas.
Con la llegada de la democracia
se especializó la educación
para disciplinar a los hijos
de la clase obrera.
Hoy en día ser idiota e inútil
es un derecho a reivindicar
frente a la esclavitud asalariada
que se viste de democracia.
Si han de servir mis manos a la libertad
que no sirvan las cadenas al hombre.
Si me levanto gano la calle
a quien avanza prohibiendo.
Si pierdo la batalla del sueño
habré ganado para siempre
la libertad de soñar.
Si estás son las razones
estas son mis manos:
tomadlas.
No me pertenece el sueño
por el cual habré de morir.
La cabeza del continente
trazada con la escuadra
y el cartabón.
Los dátiles ensangrentados
por esta desidia derramada.
La mujer golpeada por el amor
esclavo de un amo ausente.
Madre, sostén mi cabeza
por el viejo continente
de este mundo viejuno.
Enséñales la razón
cocida en tu vientre.
Empuja a tus hijos
para que derriben
esta cárcel.
Viaja la luz por la vasta red de la sangre
lleva su esperanza a un pueblo abandonado.
En urnas de cristal
la flor se marchita:
necesita el aire
de las plazas.
LA FLOR
Cierran sus párpados.
No hallan pulso a los cuerpos.
No descansa en paz la nación
acunada en una fosa común.
Las mejores galas no visten
un mal entierro.
Cierran sus párpados.
No se pone el sol
en los corazones.
Dadme un motivo
y que hablen ahora
los desaparecidos
-de un sólo golpe-.
No hallo el camino
perdido en silencios;
no quedan cenizas
ni siquiera el polvo.
Qué oscuro queda
este plomo pesado
cayendo sin pausa
como ese párpado
que quieren cerrar
-encerrando la voz
de la justicia-.
El crimen organizado
intimida a una frente
salada por el pan.
Y la fuerza centrípeta
de la madre que sonríe,
bien recibe a sus hijos
que sostienen un pulso
con el olvido: el miedo
pegado a los huesos.
Así, a golpe de verdades,
habla la venda por la justicia:
el soplo fresco de su palabra
barre ejercitos del hambre
y levanta un mundo nuevo.
La belleza de una flor
se cultiva en la plaza.
La dignidad anduvo por el vientre del carbón reparando el andamiaje de sus huesos.Recuperó la memoria escribiendo su nombre en las láminas de hulla. Y más allá delolvido estaba la mujer abrazada a la bandera tricolor.
Un torrente de besos me empujó por la Gran Vía de Barcelona:
mi madre dio a luz en septiembre de 1976.
Por un pulso sostenido en la derrota
proclamo la victoria de la República.
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