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LA EXPERIENCIA

REVOLUCIONARIA HÚNGARA,

1918-1939*

(*) Este trabajo apareció publicado como suplemento del

número 4 de la revista Resistencia. Info-revista para la Disidencia, en abril de 1996.

INTRODUCCIÓN

De todos los movimientos fascistas que aparecieron en la Europa de entreguerras, el caso húngaro contiene unos determinados rasgos que lo caracterizan especialmente. Probablemente presentó la mayor diversidad per cápita de grupos fascistas, semifascistas, radicales de derecha o nacionalistas. Stanley Payne cita hasta cinco posibles causas a la hora de buscar una razón a la amplia movilización, con estas características, de la sociedad húngara.(1)

Primero. El final de la Gran Guerra y el consiguiente tratado del Trianon redujo de forma considerable el antiguo reino de Hungría. Estas pérdidas demográficas y territoriales propiciaron un amplio sentimiento irredentista.

Segundo. En 1919, el país sufrió breve pero intensamente un periodo revolucionario de la mano de comunistas y socialistas dirigidos por Béla Kun..

Tercero. Pese a ser una sociedad especialmente atrasada en cuanto a la industrialización, su anterior papel de soporte básico del Imperio Austro-Húngaro había desarrollado una numerosa clase media nacional burocrática, que ahora padecía las

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consecuencias de la desintegración del Imperio. Desempleados, proporcionaban militantes a estas opciones políticas.

Cuarto. Los intelectuales participaban en los diferentes procesos culturales de carácter nacionalista radical, tan de moda en la Europa de esos momentos.

Quinto. La dominación de la política y de la sociedad de la derecha nacionalista y la supresión de la alternativa de izquierda tras la revolución de 1919, permitía a los grupos fascistas representar la opción revolucionaria.

Payne acaba por dar una explicación al fracaso de este movimiento a la hora de conquistar el poder. Pese a su carácter poderosamente popular, la ausencia de un sistema auténticamente liberal y parlamentario, junto al férreo y represivo gobierno del regente Horthy impidió cualquier acción revolucionaria que se apoyara en la movilización de su masa de simpatizantes.

Con este trabajo pretendo estudiar y analizar este peculiar caso húngaro. La situación de la sociedad, del país, el proceso de formación de una opción revolucionaria fascista y su fracaso en la consecución del poder.

Para acabar esta introducción quisiera aclarar que por comodidad y claridad me referiré a los movimientos fascistas como un conjunto de diferentes movimientos con más elementos comunes entre sí que no diferenciadores. Pese a todo, al referirme al fascismo genérico, lo hago consciente de las diferencias que en cada caso existieron.

EL FINAL DE LA GRAN GUERRA Y LA NUEVA HUNGRÍA

En 1918, los Imperios Centrales estaban al borde de la derrota. La situación militar, la crisis interna de cada uno de estos Estados y la política desarrollada por las potencias de la Entente anunciaba el fin. Mientras las nuevas autoridades soviéticas firmaban la paz con Alemania y hacían frente a la oposición interna, en marzo, Béla Kun, un periodista comunista constituía la sección húngara del Partido Bolchevique. En enero, la huelga vienesa de los trabajadores de la industria bélica se extendió por

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los territorios del reino húngaro: costó tres días restaurar el orden sobre el medio millón de huelguistas. El 20 de mayo se amotinaron algunas tropas en Pécs y se sucedieron huelgas que paralizaron, cada vez más gravemente, la producción. Las autoridades declararon la Ley Marcial y disolvieron organizaciones de carácter izquierdista como el Círculo Galileo. Pese a los intentos de dimisión del gobernador Sándor Wekerle, el monarca se negó a entregar el poder a la oposición reunida en torno al conde Mihály Károlyi. El 8 de abril, diferentes representantes de las minorías nacionales anunciaron en Roma su intención de no permanecer en el seno de la monarquía austro-húngara. Formaron diferentes Consejos Nacionales que acabaron por dar vida a los nuevos Estados. Durante el verano, la Entente reconoció al checoslovaco la condición de aliado beligerante. La situación militar empeoraba. A los desastres del frente italiano para los austro-húngaros, se añadieron los avances de las tropas aliadas hacia Hungría y las capitulaciones de Bulgaria en septiembre y de Turquía en octubre. El emperador Carlos intentó salvar la situación y proclamó el Estado federal el 16 de octubre en su Manifiesto a los Pueblos. Pero el 25 del mismo mes, mucho después que el resto de nacionalidades del Imperio, Mihály Károlyi creó en Budapest el Consejo Nacional Húngaro y se presentó un programa de doce puntos para la independencia húngara, un acuerdo de paz separado, sufragio universal, reforma agraria y reconocimiento de las minorías nacionales.. Entre el 27 y el 30, las diferentes nacionalidades del Imperio anunciaron sus respectivas secesiones. El rey eligió un nuevo primer ministro, el conde János Hadik, pero el pueblo ya no lo aceptó. En Budapest, el día 28, se echó a la calle sólo para ser tiroteado por la policía: era el inicio de la Revolución del Crisantemo. Durante la noche del 31 de octubre, las tropas del Ejército Territorial -el Hónved- que ya se habían puesto de parte del Consejo Nacional, salieron a la calle y ocuparon los edificios públicos. El proceso revolucionario era un hecho bien claro, y el emperador-rey encargó a Károlyi formar un nuevo gobierno. En él se encontraron los grupos políticos que habían precipitado esta revolución democrática, burguesa y nacional. Anunció cuales

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serían sus prioridades: proclamación de independencia de los territorios de la Corona de San Esteban, introducción del sufragio secreto e igualitario, garantía constitucional de los derechos democráticos y realización de una profunda reforma agraria, además de otras medidas para el bienestar social. Con objeto de mantener el orden, se crearon milicias armadas. El conde István Tisza, máximo representante del viejo sistema, fue asesinado. El 16 de noviembre se proclamaba la nueva república de Hungría.

EL PERIODO REVOLUCIONARIO

El gobierno del conde Károlyi gozó en un primer momento de un amplio apoyo popular: la entusiasmada sociedad esperaba de su nuevo dirigente un final favorable de la guerra. En favor de éste contaba su conocida simpatía por la Entente que le había llevado incluso a contactos con la misma. Sus últimos y desesperados intentos por persuadir a las potencias vencedoras fracasaron. Si bien en un principio accedieron a mantener el status quo en esta parte de Europa, las minorías nacionales rechazaron la propuesta del gobierno húngaro. Pese al armisticio con los italianos en Padua del 3 de noviembre y con los franceses en Belgrado el 7 del mismo mes -mediante el que se reconocía la independencia húngara-, tropas rumanas invadieron Transilvania el día 10 después que el Consejo Nacional rumano anunciara su secesión. A esta acción le siguieron otras parecidas: el 24, los serbios ocupaban las regiones de la actual Vojvodina: Bácska, Baranya y el Bánato occidental; tropas checas avanzaban sobre Eslovaquia (la antigua Hungría superior) y la Dieta del Reino de Croacia y Eslavonia anunciaba su fusión con Serbia. Tropas francesas también intervinieron y ocuparon el sur de Hungría con la ciudad de Szeged. Este desmembramiento territorial repercutió sobre la población magiar: un sentimiento de amargura envenenó la confianza en Károlyi. Los hechos demostraban que pese a las esperanzas, Hungría era considerada como una nación derrotada, que no reconocían al nuevo gobierno democrático, que lo consideraban como una mera continuación del anterior. La consolidación del nuevo estado se ralentizaba. El fracaso exterior hacía imposible la concepción multiétnica y liberal del

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mismo. En el interior, para unos la revolución había finalizado, pero para otros no había hecho más que comenzar. El gobierno inició una serie de reformas, como una nueva ley electoral muy próxima al sufragio universal. Se garantizaba la libertad de prensa, de reunión y de asociación y se prometió una autonomía a la población rutena del norte del país. Se preparó una reforma agraria y se introdujo una vieja aspiración trabajadora: la jornada laboral de ocho horas. La situación económica se deterioraba día a día. El bloqueo aliado, la ruptura de los lazos comerciales con Austria y la pérdida territorial, contribuyeron a la paralización de la industria. El retorno de los prisioneros, la desmovilización del Ejército y los refugiados que huían de las regiones ocupadas disparó el número de parados y desposeídos que deambulaban sin hogar. La guerra había arruinado las finanzas del país y en el campo muchos terratenientes se negaron a cultivar sus tierras ante la inminente reforma agraria, mientras la desesperación de los más pobres aumentaba al no ver indicios de la misma. La tensión crecía en un clima de violencia entre rumores de acaparemiento de alimentos básicos por parte de magnates y campesinos acomodados.

Las reformas democráticas eran a su vez criticadas por la oposición de derechas y de izquierdas que se organizaba. Por un lado, la oficialidad conservadora recelosa se organizaba en secretas organizaciones patrióticas como la creada por Gyula Gömbös. Por el otro, aparecía el Partido Comunista constituido en torno a un pequeño nucleo de activistas, la mayoría ex-prisioneros de guerra en Rusia y que dirigía un periodista, Béla Kun, el cual había tomado parte en la revolución bolchevique de Octubre como colaborador de Lenin. Éste, rápidamente, entró en contacto con los socialistas revolucionarios y con el sector más izquierdista del Partido Socialdemócrata, grupos que habían participado en la pasada Revolución del Crisantemo, pero que se habían alejado posteriormente de la línea oficial de colaboración con el nuevo gobierno. Esta izquierda radical vió la necesidad de organizar un nuevo partido, al apreciar como los consejos de obreros y soldados, que espontáneamente habían aparecido en Budapest, no crecían y expandían su influencia. Desde un primer momento, el Partido Comunista concentró sus actividades en la

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capital para pasar después a las provincias. Pese a su escaso tamaño, su propaganda tuvo un amplio eco: pretendían acabar con la contra-revolución expresada en la traición a la revolución de la mayoría de los socialdemócratas e implantar un régimen bolchevique. Quería romper con los últimos restos del feudalismo, con la colaboración con los partidos burgueses y reorientar la política exterior hacía la naciente URSS en perjuicio de la Entente. Para afirmar el apoyo conseguido en este ambiente de desespero entre la población, comenzaron a realizar demostraciones de fuerza en forma de manifestaciones y huelgas. El gobierno reaccionó enviando tropas para restaurar la situación en fábricas y poblaciones controladas por los consejos revolucionarios.

Mientras, los socialdemócratas se debatían entre el abandono del gobierno o una mayor participación en él. El 11 de enero de 1919, el conde Mihály Károlyi era investido Presidente de la República húngara y Dénes Berinkey formaba un nuevo gobierno. Los socialdemócratas participaban con cinco carteras y también el Partido de los Pequeños Propietarios del popular István Nagyatádi y con el propósito de acelerar la reforma agraria. A la vez que los socialdemócratas amansaban a su sector izquierdista, entraba en vigor la Ley para la Protección de la República. Fue la oposición de derechas la que sufrió en primer lugar el poder del ministro del interior. Se purgó la burocracia estatal y el poder de la anterior oligarquía mediante los consejos populares. Los condes József Károlyi e István Bethlen no pudieron organizar un nuevo partido conservador. Y el 16 de febrero se anunció una reforma agraria con la que se esperaba calmar el descontento en el campo: se expropiaron unas 300 hectáreas con las que se crearon pequeñas granjas. Esta medida abrió un nuevo frente de oposición para el gobierno. Los terratenientes no estaba por la labor y ofrecieron una enconada resistencia, mientras que el proletariado campesino no estaba del todo satisfecho por las características de la reforma: ni el tamaño de las nuevas explotaciones, ni la duración del proceso, ni la forma de realizarlo les satisfacía. La situación empeoró y acabó por degenerar en ocupaciones de tierras e intentos de colectivización entre los campesinos. Cabe señalar,

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como lo hace Zsuzsa L. Nagy,(2) que los dirigentes campesinos concebían esta colectivización como un primer paso hacia una posterior individualización, algo muy distinto de los deseos de socialdemócratas y comunistas. Con objeto de reducir el ambiente revolucionario que se vivía, el gobierno procedió a detener a los dirigentes comunistas aunque no consiguió paralizar a este partido.

El nuevo fracaso en política exterior del gobierno contribuyó a su caída. Ante la Conferencia de París, se intentó reclamar la atención de las potencias vencedoras sobre su problemática: territorial y económica. En un principio las esperanzas húngaras parecían cumplirse; se les incluiría en el programa estadounidense de ayuda económica y el peligro de una radicalización izquierdista en Hungría, cuando la Entente se encontraban en pleno intervención contra la Unión Soviética, les hacía concebir esperanzas en cuanto al problema territorial. La propuesta aliada fue demoledora: se crearía una zona neutral entre las tropas húngaras y las rumanas en Transilvania que obligaba al gobierno de Károlyi a replegar sus fuerzas unos cincuenta kilómetros, zona que sería controlada por unidades aliadas. La aceptación de esta propuesta hubiera exacerbado la situación interna del país, más ahora que la agitación izquierdista alcanzaba grandes proporciones y que los socialdemócratas intensificaban sus contactos con los dirigentes comunistas en vista a la fusión de ambos partidos. Ésta se anunció el 21 de marzo en forma de un Partido de los Trabajadores Unidos de Hungría. Károlyi, tras rechazar el plan aliado, transfirió el poder al Consejo de Gobierno Revolucionario. Pese al carácter de coalición del nuevo poder -el presidente del Consejo era un socialdemócrata; Sándor Garbai- el comunista Béla Kun desde su puesto de Comisario Popular para Asuntos Exteriores, ejercería el papel predominante.

El 22 de marzo, se proclamaba a Hungría como República y el nuevo gobierno expresaba su intención de convertirla en una dictadura del proletariado. Además de manifestar sus buenos deseos respecto al resto de pueblos y naciones, los instaba a la común lucha contra el imperialismo y la burguesía, anunciaba la construcción de una sociedad socialista y de una alianza con la

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Unión Soviética. La sociedad húngara casi al completo, no manifestó disgusto o desagrado por este cambio: no se registró apenas oposición. La mayoría lo entendió como la oportunidad para enderezar el rumbo del país, tanto en el aspecto exterior como en el interior. Nagy ve en la humillante oferta de la Entente, el motivo fundamental para la aceptación del nuevo régimen.(3) El número de comunistas seguía permaneciendo bajo, pero la mayoría de los socialdemócratas, muchos de los burgueses radicales y parte de los liberales reformistas respaldaron los cambios introducidos por el nuevo gobierno. Éste, adoptó en breve tiempo una serie de medidas que reflejaban el paulatino incremento de poder por parte de los comunistas. Comenzó por la creación de un Ejército Rojo húngaro controlado por comisarios políticos comunistas y de una Guardia Roja con las típicas labores policiacas. El aparato judicial fue reemplazado por tribunales revolucionarios fieles a la dirección del Partido. Se nacionalizó gran parte de la industria y los sectores de la minería, el transporte y el inmobiliario, además de la banca y las aseguradoras. Entre las medidas sociales, se buscó acomodó para los miles de refugiados, se aumentaron los salarios, se prohibió el trabajo infantil, se igualaron los derechos de la mujer, etc. Buscando una mayor separación Iglesia-Estado, éste se hizo cargo de la enseñanza, feudo tradicional eclesiástico; se intentaba mejorar las condiciones en la educación y en la cultura. Para finalizar; se introdujo el racionamiento de alimentos y bienes de primera necesidad. Todo esto en apenas cuatro días. Aun así, se sucedieron otras medidas como la tan esperada reforma agraria. El 3 de abril se nacionalizaron todas las grandes y medianas propiedades, incluídas las de la Iglesia, sin compensar a sus propietarios. Con ellas se crearon grandes granjas colectivas, a las que se consideraban más rentables y productivas. Con este fin, se colectivizaron las pequeñas posesiones ocupadas no hacía muchos meses por los campesinos más pobres. Pese a todo, en algunos distritos, las protestas les hicieron volverse atrás. Esta reforma no proporcionó tranquilidad al campo: los más pobres continuaban sin poseer tierras y los que si tenían, temían de las futuras acciones

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nacionalizadoras del régimen. La oposición conservadora se aprovecharía más tarde de esta situación.

Con objeto de granjearse legitimidad se celebraron elecciones bajo la Constitución provisional entre el 7 y el 10 de abril. Las condiciones de las mismas -lista única- y la orientación que adquiría la política exterior húngara, llevaron a los socialdemócratas a cuestionar la constante violación de las leyes y la persecución de la oposición por los comunistas. Las primeras notas discordantes sonaban en la coalición gubernamental. Mientras y como medida de presión, las potencias participantes en la Conferencia de Paz decidían mantener el bloqueo económico. Hungría sólo podía comerciar con Austria y pese al reconocimiento soviético del nuevo régimen, ninguna ayuda llegó de la URSS. Ante el ofrecimiento de Kun para negociar, británicos y norteamericanos se opusieron al duro planteamiento francés del cordón sanitario en Centroeuropa. Mientras preparaban a rumanos y chocoslovacos para hacer frente a la amenaza roja húngara o soviética, se entablaron conversaciones que no llevarían a ningún resultado concreto: los aliados persistían en su idea de la zona neutral y Kun no conseguía una conferencia que discutiese la problemática planteada en la cuenca del Danubio. En vista de la situación, el Consejo Real Rumano decidió la utilización de la fuerza como medio de dirimir las diferencias con sus vecinos húngaros. El 16 de abril, tropas rumanas ocupaban la región húngara al este del río Tisza. Checoslovaquia adoptaba una medida semejante e intervenía el 27. En Hungría, un auténtico aluvión de voluntarios de todas las condiciones e ideologías se apresuró a defender la Patria por encima de diferencias ideológicas, al mismo tiempo que se desataba una violenta ola de terror contra todos los considerados simpatizantes de la oposición conservadora, reunida en torno al conde István Bethlen. Béla Kun redobló el esfuerzo de guerra y el Ejército Rojo lanzó a mediados de mayo una ofensiva en Rutenia con objeto de abrir un corredor hacia el territorio soviético. El éxito les acompañó y pronto recuperaron en esta zona lo perdido, llegándose incluso a proclamar una república soviética en la localidad de Kassa (actual Kosice).

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Mientras esto sucedía, en Szeged -controlada por tropas francesas- se creaba un gobierno contra-revolucionario compuesto por aristócratas, ex funcionarios, militares y políticos burgueses. El conde Pál Teleki figuraba como ministro de Asuntos Exteriores y el contralmirante Miklós Horthy como ministro de la Guerra. Este último tomó el mando del Ejército Nacional formado por Gyula Gömbös. El malestar en el campo aumentaba ante la política gubernamental y la resistencia se incrementaba día a día fomentada por esta oposición contra-revolucionaria. Los disturbios y huelgas eran brutalmente reprimidas por la Guardia Roja comunista. A nivel político, el malestar también aumentaba entre quienes daban soporte al régimen. Los socialdemócratas se distanciaban cada vez más de los comunistas al comprobar como éstos se hacían paulatinamente con todo el poder: estos anunciaban su proyecto de Constitución. En esto, el gobierno de Szeged levantó en armas la parte oriental del país. Fueron las tropas rojas quienes restablecieron de nuevo la situación, quedando patente en esta ocasión el distanciamiento existente entre los trabajadores y el partido comunista. Como señala Jörg K. Hoensch, los primeros si bien no respaldaron a los insurgentes, tampoco se decantaron por el gobierno. Las bases del régimen se tambaleaban.(4) Las potencias de la Entente abandonaron su política intervencionista en favor de una mayor presión diplomática y económica. Ofrecieron al Consejo Revolucionario de Kun la reapertura de la negociaciones. Para ello, el Ejército Rojo debía retroceder hasta una línea de demarcación a lo que le seguiría la evacuación del territorio ocupado por las tropas rumanas al este del río Tisza. La aceptación de este plan por el gobierno acabó por romper la frágil unidad en torno al régimen: fueron muchos los que se sintieron traicionados por los comunistas cuando estaban combatiendo por su Patria. Tras anunciar Rumanía no estar dispuesta a retirarse hasta el desarme total de las tropas húngaras: el 20 de julio, Béla Kun ordenó atacar. Después de once días, los rumanos avanzaban sobre Budapest. Ya para entonces, los sindicatos y los socialdemócratas habían anunciado que sólo expulsando del poder a los comunistas se podía poner fin a la situación existente. Pese a que éstos se negaron en un

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principio, fueron obligados a abandonar el gobierno el 1 de agosto de 1919.. El sindicalista Gyula Peidl formaba un gobierno de transición y ponía fin a 133 días de experiencia marxista.

LA ERA HORTHY

EL INICIO CONTRARREVOLUCIONARIO

Durante las siguientes semanas, el país se encaminó hacia el caos. El 3 de agosto entraban en Budapest las tropas rumanas y el gobierno de Peidl -sólo respaldado por los socialdemócratas- inició, con la restauración de la propiedad privada, una serie de reformas encaminadas a desmontar el anterior aparato comunista. El 6 del mismo mes, un golpe de estado derrocaba a Peidl. El nuevo gobierno dirigido por un industrial, István Friedrich, no fue reconocido ni por las potencias de la Entente ni por el gobierno paralelo de Szeged. Éste, a través del Ejército Nacional de Miklós Horthy, iba apoderándose de las regiones del sur y del este del país que quedaban libres de fuerzas de ocupación extranjeras. De acuerdo con este avance, se desató un denominado Terror Blanco, en el que las fuerzas contrarrevolucionarias se tomaban la justicia por su mano con aquellos que real o supuestamente habían tenido algo que ver con el anterior régimen: comunistas, comisarios, trabajadores o judíos. Estos destacamentos blancos estaban constituidos principamente por oficiales de la reserva, estudiantes y refugiados de las antiguas regiones magiares del reino, ahora en poder de otros Estados.. Este periodo de venganza, que duró hasta la primavera de 1920, provocó unas 5000 víctimas y más de 70 000 detenidos.

Pese al intento gubernamental de restaurar el orden interno, los terratenientes habían recuperado su poder en las provincias y estaban dispuestos a restaurar su tradicional autoridad, desechando cualquier reforma democrática o liberal.

Respaldados por todos aquellos que habían sufrido los excesos comunistas; los aristócratas, los militares y los pequeños y medianos propietarios, ya habían decidido que opción política iban a seguir pese a los deseos expresados por las potencias de

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la Entente de que se desarrollasen unas elecciones libres y secretas que diesen paso a una democracia parlamentaria. Si los húngaros aceptaron esta propuesta fue con el único objetivo de desprenderse de la ocupación militar rumana de Budapest. El 16 de noviembre, Horthy entraba en la capital a la cabeza de sus 25 000 hombres y el 25 del mismo mes se constituía un gobierno de concentración nacional presidido por un socialcristiano; Károly Huszár. El reorganizado Partido Socialdemócrata tenía su representante en el ministerio de Bienestar Social. Pero este nuevo gobierno no satisfizo a casi nadie: la estabilidad económica y política no llegó mientras el terror blanco no cesaba. Así, los socialdemócratas abandonaron el gobierno poco antes de las elecciones de enero y anunciaron su decisión de boicotearlas. Fiel reflejo del peso que aún poseía el campo en la sociedad húngara, el Partido de los Pequeños Propietarios (agrario) venció con un 40% de los sufragios. A continuación se situó la Unión Nacional Cristiana (representante de la pequeña burguesía y de los terratenientes fieles aún a los Habsburgo) con el 35´5%. Otros tres pequeños partidos se repartieron lo que quedaba sin que los trabajadores obtuviesen un solo representante. El nuevo gobierno introdujo diferentes reformas en al campo en interés de sus seguidores y plantearon la cuestión del rey. Todos los partidos reconocían en la monarquía el nexo de unión entre los diferentes territorios del Reino de Hungría. Pero también difirieron a la hora de decidir quién sería el nuevo monarca. Los legitimistas defendían al anterior rey-emperador: Carlos de Habsburgo, los demás deseban elegir otro soberano. Ante su incapacidad para llegar a un acuerdo, ambos sectores decidieron recuperar una antigua figura: la del regente. El primero de marzo de 1920, Miklós Horthy de Nagybánya, fue elegido para este cargo: le respaldaba su ejército de 50 000 hombres. Sin tener un gran talento como militar o político, sabría contentar a todos y ganarse la confianza de los representantes de la Entente. Una vez en el poder persiguió sus propios intereses, llegándosele a acusar de ambicionar la corona real.

El principal objetivo del nuevo gabinete encabezado por Sándor Simonyi-Semadam fue el de concluir un acuerdo de paz. El 4 de

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junio de 1920 se firmaba un Tratado de Trianon que reunió a todo el pueblo húngaro en su frontal rechazo. El Reino de Hungría pasaba de 325 411 kilómetros cuadrados en 1914 a tener 92 963; de los 20,9 millones de habitantes, ahora quedaban 7,6 millones. Por el sur perdía el 6,44% del territorio y un millón y medio de ciudadanos; por el este, el 31,59% y más de cinco millones y cuarto; y por el norte el resto del territorio amputado y más de tres millones y medio de habitantes. Quedaban fuera de territorio húngaro más de tres millones de magiares, de ellos, unos setecientos mil en Rumania, medio millón en Yugoslavia y otro en Checoslovaquia. Además de esto, se expresaba claramente su culpabilidad en la guerra, por lo que debía pagar una alta indemnización a los vencedores y se reducía drásticamente su Ejército. En toda Hungría se consideró este acuerdo como un impuesto y desde un primer momento surgieron anhelos revisionistas.. La única diferencia dentro de la sociedad estaba en el alcance de esta necesaria revisión. Este desmembramiento desmontó todas las relaciones económicas del anterior Estado. La guerra, el periodo soviético y los 350 000 refugiados acuciaron el problema de la cohesión social. Eso sí, ahora las minorías nacionales representaban apenas un 10% de la población: más de medio millón de germanos y 150 000 eslovacos. Los judíos eran 473 000.

La población húngara permaneció firme en sus posturas revisionistas. Su identidad nacional basada en la historia de su reino de mil años hacía evidente la superior civilización magiar y su misión cultural. La humillación del Tratado y la situación económica confirmó la injusticia que padecían. Su patriotismo se expresaba en el lema !Nem, nem, soha¡ [no, no, nunca]. Según Hoensch, este revisionismo sirvió también para desviar la atención de la sociedad de los problemas internos. La aristocracia, las tradicionales clases gobernantes, que bien pronto volvieron a dirigir el país, sólo tenían un interés: mantener el orden feudal evitando cualquier reforma agraria y obtener compensaciones por sus posesiones ahora en otros estados.(5)

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CONSOLIDACIÓN DEL NUEVO ESTADO HÚNGARO

El 19 de julio de 1920, el conde Pál Teleki formó un nuevo gobierno plagado de distinguidas personalidades y que sería de transición. Equilibrar el presupuesto y frenar la galopante inflación, además de realizar la tan necesaria reforma agraria, detener el auge del antisemitismo y poner fin al terror blanco, eran las prioridades del nuevo ejecutivo. Su actuación se ciñó a la ley constitucional en su intento por restaurar el orden ante la agitación política y social que fomentaba ahora una derecha radical que adquiría en sus manifestaciones características semifascistas. Un tercio de los trabajadores se encontraban desempleados y la producción industrial alcanzaba apenas el 30% del nivel de preguerra. La situación en la agricultura era similar, existía una escasez de alimentos que se manifestaba más en las ciudades. Los judíos vieron como se les retringía el acceso a la universidad: si en 1917-1918 constituían el 34% de los estudiantes, en 1935-36 sólo serán el 8%. Además, sufrirán arbitrarias expropiaciones de tierras, la prohibición de ejercer determinados negocios o ser funcionarios del Estado. La situación en el campo permanecía siendo explosiva. Los terratenientes con un puñado de posesiones mayores de 50 hectáreas controlaban el 44% del terreno cultivable. El 95% de la población campesina era campesinado pobre o proletario que poseían un 3%, no siempre cultivable, del total de tierras. Aunque se revocó la reforma de 1919 se prometió otra y para ello, el gobierno entabló negociaciones con los Pequeños Propietarios. Los grandes propietarios aceptaban redistribuir unas 450 000 hectáreas de un total de 8 millones y medio y más de 400 000 campesinos (3/4 partes no tenían ninguna tierra) accederían a ellas pagando una compensación. Esta medida de poco sirvió: a los tres años, el 80% de estos nuevos propietarios habían tenido que vender su posesión. Al mismo tiempo, los fieles al régimen eran recompensados. Se constituyó una Orden de Héroes (Vitézi Rend) a través de la cual recibieron tierras. En 1940, sus 18 000 miembros poseerán casi medio millón de hectáreas. Las promesas de estabilidad, redistribución y ayudas para el campo contentaron a los Pequeños Propietarios, pero la oligarquía impidió cualquier tipo de reforma, afirmando que de llevarse a

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cabo, la producción y la competitividad del sector agrícola húngaro se vería dañado. En esos momentos, la agricultura representaba el 62% del Producto Interior Bruto y sufría las consecuencias de la pérdida de sus tradicionales mercados con el colapso del Imperio.. Pese a la introducción de maquinaria y fertilizantes, la producción apenas se incrementaba, y los diversos partidos, mientras, planteaban sus propuestas. Los trabajadores fueron otro de los colectivos que más perdieron con este régimen. Fueron privados de las mejoras sociales que habían ido consiguiendo desde 1918: a los parados se les retiró el subsidio, se incrementó la jornada laboral hasta las 10 horas y pese al aumento de la inflación, no crecieron sus salarios. Con unas relaciones comerciales exteriores casi inexistentes, apenas llegaban materias primas. Así, la producción industrial creció muy lentamente: en 1922 se alcanzaba el 52% del nivel de preguerra y en 1924 el 60%.

La participación política era muy controlada. El Partido Comunista fue prohibido y no conseguió reconstruirse en la clandestinidad. El reconstruido Socialdemócrata sufrió impedimentos de toda clase desde el poder y sus sindicatos perdieron fuerza ante los nuevos socialcristianos, promovidos éstos por el régimen de la misma forma que otros partidos alternativos para los trabajadores. Pese a esta pérdida de poder, siguieron siendo imprescindibles para cualquier tipo de acuerdo. Pero no sería esta explosiva situación social la que provocó la caída de Pál Teleki. Fue el primer intento fallido de retorno del rey Carlos IV de Habsburgo y el apoyo que le prestó lo que le apartaría del poder. La oposición del regente Horthy y la amenaza de intervención de los países vecinos obligó al rey a retornar al exilio y a Pál Teleki a dimitir. El conde István Bethlen, partidario ahora de una monarquía elegida libremente, formó gobierno el 14 de abril de 1921. Este político hábil, pragmático y con una amplia visión caracterizaró esta inicial Era Horthy. Influyente conservador no adscrito a ningún partido, reunió en un mismo bloque a los Pequeños Propietarios y a los cristianosociales. Gozó del apoyo de las clases acomodadas y medias, así como de todos aquellos considerados contra-revolucionarios. Tras una segundo intento de Carlos de Habsburgo, Bethlen presentó al Parlamento una ley

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por la que se le destronaba (noviembre de 1921) y Horthy lo enviaba para siempre al exilio. Con este nuevo fracaso, la causa legitimista recibió su golpe mortal y su partido, la Unión Nacional Cristiana, se desintegró en grupúsculos.

Bethlen actuó de forma contundente contra el terror blanco. Sabedor de que sólo la restauración del orden constitucional le proporcionaría el reconocimiento internacional, reforzó el aparato policial y judicial, mientras reprimía con dureza los restos de la extrema izquierda y de la derecha radical. Un conservador tradicionalista como Bethlen restauró el orden público y redujo la privilegiada posición del Ejército: su poder y su influencia sobre el estado. Ante la resistencia que encontraba se buscó un apoyo político. Pactó con los socialdemócratas: a cambio de una menor presión sobre este partido, éstos se comprometían a colaborar en la consolidación del régimen. Se controlaba así a los trabajadores. Tras el hundimiento de los cristianosociales, sólo los Pequeños Propietarios quedaban como única fuerza política fuera del alcance de Bethlen. Infiltrando partidarios suyos en este partido, para las elecciones de mayo/junio de 1922 ya lo controlaba. Para éstas se redujo la cantidad de gente capacitada para votar: de un 39,2% en 1920 a un 27,3% ahora. Con el voto secreto sólo en las ciudades, venció el Partido de la Unidad (bloque mayoritario cristianosocial) con el 45,4% de los votos. Esto le supuso 143 diputados sobre 245 frente a los 19 que obtuvieron los Pequeños Propietarios. Los socialdemócratas consiguieron un 15,3% alcanzando en la capital el 39,1%, lo que evidenciaba la fuerza con la que todavía contaban. Tras estos resultados, las viejas clases dominantes, los ricos no arruinados y la clase media nacionalista y no judía contaban con un grupo político capaz de hacer frente a toda la oposición: los socialdemócratas, los demócratas burgueses, los Pequeños Propietarios y los diferentes grupos nacionalsocialistas. Desde este momento, el gobierno se encargó de reducir el poder del Parlamento y de limitarlo a refrendar las medidas gubernamentales.

El victorioso Partido de la Unidad proponía en su programa reconstruir Hungría en base a valores nacionales y cristianos. Prometía una nueva ley electoral y de prensa, una nueva reforma

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agraria, protección para los trabajadores, una regresiva reforma municipal, etc. Su presidente era István Szábo y su vice-presidente Gyula Gömbös. Las organizaciones de la derecha radical contaban con simpatizantes entre los nuevos dirigentes como Gömbös o Eckhardt. Éstos comenzaron a manifestar su descontento con el proceso de consolidación del gobierno. Hicieron hincapié en la cuestión agraria con objeto de granjearse apoyo popular y fueron distanciándose paulatinamente de un Horthy cada vez con mayor prestigio. En agosto de 1923, Gömbös y otros abandonaron el partido para crear el suyo propio: el Partido de Defensa Racial. De carácter racista, nunca alcanzaría un nivel importante, pero estableció contactos con otros movimientos fascistas europeos de los que adoptó determinados aspectos externos. La ruptura no fue total con el Partido de la Unidad y así en 1928 volvieron a su disciplina. Mientras estuvieron separados, este último adquirió un talante más liberal y llegó a verse apoyado por la izquierda ante el peligro que representaba la derecha radical. Durante estos años Horthy se reafirmó en el poder. El Parlamento estuvo compuesto casi exclusivamente por miembros de las élites dirigentes y la oposición careció de fuerza, aunque pudiera exponer sus críticas. La arbitrariedad del sistema de seguridad ignoraba muchos de los preceptos constitucionales, mientras crecía el aparato burocrático del Estado. Desde el poder se fomentaba un sentimiento irredentista, con un mensaje chovinista y racista que despreciaba el liberalismo, la democracia o el comunismo. Pese a que carecía de poder, la extrema derecha poseía una gran capacidad de propaganda y uno de los objetivos de ésta era la comunidad judía. Contribuyó a crear un ambiente de opinión antisemita que se vio reflejado en las medidas de este tipo adoptadas por el gobierno. Según Hoensch, no sería apropiado calificar a este régimen como fascista, pese a las condiciones arriba descritas. Era un sistema ultraconservador, aristócrata, casi feudal, en el que unas no movilizadas masas vivían al margen del poder. Era similar al de casi todos sus vecinos.(6) Sólo la lentitud de la mejora económica amenazó la consolidación del poder político. La inflación aumentaba y el Estado estaba arruinado. Bethlen tuvo que acudir a la Liga de Naciones en

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busca de ayuda. Tras ingresar en la misma a principios de 1923, recibió préstamos destinados a estabilizar la situación. Pese a los altos intereses y a las reparaciones, Hungría se aprovechó de la situación mundial e inició un periodo de lenta recuperación. Una reforma monetaria y las ayudas a los diferentes sectores posibilitaron un modesto progreso económico. Pero esta situación adolecía de problemas básicos. El 15% de los trabajadores continuaron en el paro y la mala situación de los mismos acabó por estallar en una serie de huelgas entre 1926 y 1928. Aun así, los comunistas seguían sin contar con poder entre el proletariado. El auge económico se basó en sucesivos préstamos: sólo una quinta parte se invirtió en la industria, la mitad iba destinada a pagar intereses y reparaciones y el resto a la adquisición de combustibles. La dependencia del capital exterior se manifestaría claramente con la crisis del 29. Durante estos años de limitada prosperidad, la oposición liberal burguesa intentó presionar sobre el gobierno. Bethlen no tuvo muchos problemas cuando legitimistas, socialdemócratas y liberales aunaron fuerzas en un Bloque Democrático: en noviembre de 1926 se reinstituía con amplios poderes la Cámara Alta del Parlamento, controlada naturalmente, por los magnates. En diciembre se desarrollaron nuevas elecciones en las que su partido obtuvo el 60,1% de los votos, reduciendo la oposición a la insignificancia. El régimen adquiría en su apariencia una mayor similitud con épocas pasadas: el culto a la corona de San Esteban, los ritos nacionales y el montaje de espectaculares ceremonias mantenían vivo el recuerdo del tradicional reino húngaro. El revisionismo fue aplazado hasta la llegada de tiempos mejores. Cuando no se dependiese del dinero extranjero y Hungría hubiese recuperado su potencial económico y militar, sería el momento de plantear las reclamaciones. Hasta entonces, las relaciones con sus vecinos se mantendrían bajo mínimos.

Hungría entraba lentamente en la era moderna. Tras la Gran Guerra, la mayoría de las ciudades contaban con servicio de agua, electricidad y teléfono. El campo en cambio, desconocía estos logros: en 1939, dos tercios de los pueblos aún carecían de electricidad. El cine o la radio también eran exclusivas de la ciudad, lo mismo que la prensa, poderosa sólo en Budapest: más

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de un millón de adultos eran analfabetos. Se crearon 5000 escuelas rurales y se impuso un periodo obligatorio de seis años de enseñanza. La dura situación económica forzaba a los hijos de campesinos y trabajadores a renunciar a la enseñanza secundaria, cuando no a la primaria. De los 11 700 universitarios, sólo el 2,7% provenía de familias campesinas o trabajadoras. La cultura seguía firmemente anclada en el sistema. Escritores nacionalistas o reaccionarios ignoraban la situación real. Los más comprometidos; liberales, izquierdistas,... se habían exiliado aunque permanecían en contacto con la situación de su país. El 65% de la población húngara era católica, el 27,8% protestante y el 6,2 judía. La Iglesia católica estaba detrás del régimen: compartía sus valores y sus tesis revisionistas. Mientras aumentaba el número de trabajadores no practicantes, en el campo se mantenía el culto y la tradición. Con sus trece periódicos y 33 semanarios, la Iglesia católica, ejercía un amplio poder sobre la sociedad.

LA CRISIS DEL 29

El crack del 24 de octubre de 1929, el viernes negro, causó la paralización del sistema monetario internacional y sumió a la economía mundial en una de sus peores crisis. Hungría, evidentemente, se vio tremendamente afectada por la nueva situación. El fundamental sector agrícola fue uno de los más afectados. Los pequeños propietarios, sin mercados donde colocar sus productos, tuvieron que hacer frente a sus deudas subastando sus tierras: unas 60 000 propiedades de menos de dos hectáreas se vieron en esta situación. Medio millón de trabajadores del campo se encontraron sin trabajo y otro medio millón se vio obligado a trabajar por unos mínimos salarios que apenas les permitían sobrevivir. El hambre y la muerte alcanzó a muchas familias campesinas. En las ciudades, la situación no era muy distinta. El 15% de las fábricas detuvieron su producción y más del 30% de los trabajadores fueron despedidos. Éstos no disfrutaban ni de subsidios ni de asistencia social. Los demás, los que tenían la suerte de poder trabajar, vieron como les rebajaban

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los sueldos y les aumentaba la duración de la jornada laboral. Los funcionarios no escaparon a estas medidas.. El número de maestros sin empleo alcanzó los 2500 y el de los arquitectos los 2000. A partir de 1932, muchos pequeños comerciantes y detallistas tuvieron que cerrar sus negocios.

El gobierno Bethlen intentó hacer frente a la crisis solicitando más créditos al extranjero mientras la deuda nacional alcanzaba límites exorbitados. Éstos no solamente no llegaron, sino que la devolución de otros anteriores le fue solicitada. El Estado caminaba hacia la bancarrota. Pese al intento de distraer a la opinión pública interna mediante la exaltación nacionalista, el hambre y la miseria existente desataron huelgas y disturbios duramente reprimidos: se impuso la ley marcial. A la vez, estallaban las disputas entre los tres grupos sociales que respaldaban al gobierno (terratenientes, grandes burgueses y burócratas): querían diferentes cambios en la política económica. Los medianos propietarios agrarios abandonaban el gobierno para constituir su propio partido. Bethlen reaccionó convocando elecciones en junio del 31 para reafirmar su poder: venció con un 45,3% de los votos y obtuvo la mayoría absoluta en el Parlamento. Aun así, la situación se hizo insostenible y presentó su renuncia el 19 de agosto.

Otro conservador, el conde Gyula Károlyi subió al poder. La ayuda económica francesa evitaría el colapso de las finanzas húngaras, pero a cambio, el gobierno de Budapest perdió libertad de acción respecto al exterior. El impuesto rechazo de un plan de unión aduanera con alemanes y austriacos le granjeó al gobierno el disgusto de los círculos industriales y financieros, así como la indignación de los grupos nacionalistas ante lo que consideraban una traición a los intereses nacionales: el revisionismo, por culpa de la dependencia francesa. Achacaban la culpa de la situación económica al injusto Tratado de Paz de Trianon. Tras la renuncia de Károlyi, Horthy tuvo que ceder ante la presión de la opinión pública y nombró primer ministro a Gyula Gömbös en octubre del 32. Gömbös era visto como el representante de una nueva clase media que ganaba terreno a costa de las viejas castas dominantes y de la burguesía judía. Autocalificado como un nacionalsocialista húngaro, Gömbös rompería con Francia y su

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influencia en Centroeuropa para aproximarse a Alemania y a Italia. Su deseo de crear un eje de cooperación Berlín-Budapest-Roma tenía como fin el recuperar a su país y poder plantear la cuestión revisionista de la mano de unos poderosos aliados. Su carácter extremadamente popular, su reconocida aversión por las ideas liberales, por el radicalismo de izquierdas y su extremo patriotismo lo hicieron aceptable para casi todos, incluso para la aristocracia, aunque se esperara de él una apertura de la arcaica estructura social húngara en favor de la clases medias. Según el censo de 1930, de los 8,7 millones de húngaros, 4,5 millones aun vivían de la agricultura. La mitad de la tierra cultivada la reunían 7500 terratenientes, mientras un tercio del total de la población vivía de forma incierta: existía un millón doscientos mil jornaleros, seiscientos mil asalariados en las grandes fincas y más de un millón doscientos mil pequeños propietarios. Gömbös intentó con su Plan de Trabajo Nacional contentar a todos los sectores sociales: proponía reformas en el campo y en los impuestos, generosos préstamos agrícolas y fomento de estos productos, prometía la creación de puestos de trabajo, elecciones secretas y medidas sociales que se pueden calificar como progresistas. Deseaba establecer una dictadura de estilo fascista: su modelo varió entre Mussolini y Hitler. Gömbös se aprovechó del desencanto y de la frustración de la sociedad: se deseaba un verdadero cambio revolucionario. Miembros de la clase media comenzaron a copar puestos directivos del Estado. Se creó una poderosa máquina propagandística y se intentó constituir un amplio movimiento de masas a través del Partido de la Unidad Nacional. Constantemente atacó a la plutocracia, a los judíos, a los liberales, a los socialdemócratas, a los extranjeros y a los comunistas. Esto le granjeó enemistades y apoyos para su nuevo partido. Con la recuperación económica iniciada a partir de 1934, Bethlen y sus partidarios se enfrentaron con Gömbös, deseaban un retorno al anterior orden de cosas e iniciaron acciones encaminadas a desbancarle. Como respuesta, se convocaron elecciones para abril del 35, que sin muchos problemas ganó Gömbös con un 43,6% de los votos. Su promesa de convertir Hungría en una dictadura de partido único se vió truncada por su prematura muerte en octubre de 1936. Como

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afirma Carsten;(7) pese a las reformas introducidas para esta fecha, Hungría se encontraba tan cerca del fascismo como lo estaba en 1932.

El éxito de estas medidas fue muy limitado. A partir de 1934 se produjo la recuperación económica. Aunque aumentó el número de empleados en la industria y en el campo, Hungría fue el último país europeo en introducir la jornada laboral de ocho horas, entre otras medidas sociales, y en 1938, los sueldos reales eran todavía un 10% más bajos que en 1929. Pese a las medidas adoptadas por los gobiernos, las condiciones de las clases bajas húngaras durante la década de los treinta fueron peores que las del resto de sus vecinos. En cambio, los magnates supieron guardar bien sus propiedades de los intentos de reforma: en 1938, 80 familias controlaban 10 000 kilómetros cuadrados y otros 16 000 pertenecían a otro millar de pequeños terratenientes. Dos bancos controlaban el 60% de la industria húngara: la economía del país estaba controlada por un puñado de familias. A la vez, la dependencia respecto de Alemania aumentaba paulatinamente: para 1939 la mitad de las exportaciones húngaras tenían a este país como destino y la mitad del capital extranjero invertido era también germano. Ninguno de los países que surgieron de la descomposición del Imperio Austro-Húngaro poseían la suficiente capacidad individual para desarrollar su política de forma autónoma. Todos y cada uno de ellos fueron cayendo bajo la influencia de alguna de las Grandes Potencias y así, su destino, se unió al de éstas. La política exterior húngara estuvo marcada desde el principio por el revisionismo. Su propia debilidad le obligó a buscarse aliados en el exterior que se lo garantizasen. Desde 1920, sus vecinos, Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania, constituyeron la denominada Pequeña Entente con el objetivo declarado de mantener el status quo aislando a Hungría y a su peligroso revisionismo. Esta alianza se transformó en una herramienta de la política exterior francesa. Pese a esto y al Tratado de Trianon, (al que la obstinación gala lo había hecho tan duro) las relaciones franco-húngaras no se rompieron del todo: los préstamos procedentes de París constituyeron un factor importante en la reconstrucción de la economía magiar. Por el contrario, las

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relaciones con sus inmediatos vecinos se mantuvo casi todo este periodo bajo mínimos. No se consiguió romper esta Pequeña Entente. Desde el comienzo de la Era Horthy, se depositaron las esperanzas en Italia.. En 1927, Bethlen firmaba un Tratado de Amistad con Mussolini en la primera acción de política exterior independiente del régimen. Pero la llegada al poder de Adolf Hitler trastocó el balance de poderes en Europa. Los círculos nacionalistas húngaros tenían donde fijarse; en una nueva Alemania que se remilitarizaba y repudiaba el Tratado de Versalles. El gobierno húngaro siguió fiel a una Roma que actuaba como contrapeso al auge nazi. Esta situación cambió a partir de 1938: la influencia alemana en la Cuenca del Danubio se hizo dominante y Hungría se subió al carro del poderío germano. Esperaba con ello, poder dar respuesta a sus tesis revisionistas. La política de debilidad mostrada por las Democracias Occidentales y la consecución de un mercado para sus productos agrícolas en el Tercer Reich influyeron en esta decisión. Tras el Anschluss, Hungría entró en el posterior reparto de Checoslovaquia. A la muerte de Gömbös, Horthy buscó un hombre que restableciese el orden anteriormente existente; que controlase a los turbulentos elementos de derecha e izquierda y que disminuyese la febril propaganda pro germana y pro italiana. Este hombre era Kalman Darányi, quien tuvo que hacer frente al aumento de la agitación fascista en el interior del país y de la presión alemana en el exterior. Desde un primer momento acometió una limpieza dentro del partido de los seguidores de Gömbös, estos, se agruparon en diferentes partidos fascistas que aparecerán y desaparecerán desde estos años. Pese a esta disposición, la actitud de Darányi respecto a estos grupos fascistas fue cuando menos ambigua. Limitó sus actividades pero actuó sin dureza. La izquierda intentó agruparse ante este avance del fascismo, pero los socialdemócratas prefirieron la alianza con la burguesía antes que con los comunistas. En cambio, los diferentes grupos fascistas si alcanzaron la unidad en torno al nuevo partido de Ferencz Szálasi.

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El acercamiento a Alemania reorientó la política interior. El 15 de marzo se anunció el programa de rearme húngaro, mientras que el éxito del Anschluss provocó un espectacular auge del partido de Szálasi. El gobierno pactó con él y obtuvo una representación parlamentaria. Esto asustó a todos, empezando por el propio regente: la opción Szálasi era demasiado radical para ellos: el Movimiento Hungarista realizaba la política en la calle. Horthy presionó a Darányi para que dimitiera y éste, poco antes de hacerlo, introdujo el sufragio secreto en todo el país y aplicó la primera ley marcadamente antijudía, consecuencia lógica del paulatino aumento de la presión antisemita. El 13 de mayo de 1938, Béla Imrédy fue nombrado nuevo Primer Ministro.

LA EXPERIENCIA FASCISTA HÚNGARA

Creo adecuado señalar el año 1932 como el momento clave en la experiencia fascista húngara. Fue a partir de esta fecha cuando se dio a conocer e intervino de forma decisiva en la sociedad, una alternativa revolucionaria de esta índole. Obsérvese que ya desde ahora he adelantado una de mis principales conclusiones al calificarla de revolucionaria. Con esto doy respuesta a la pregunta del título de este trabajo. Stanley Payne, en la obra ya citada, señala a finales de los años veinte y principios de los treinta el momento de aparición de los grupos fascistas. Mária Ormos considera al Partido de los Trabajadores y Campesinos Nacional-Socialistas, fundado en junio del 32 por Zoltán Meskó, como el primer partido que seguía un modelo fascista extranjero en su programa y organización.(8) Aunque esta apreciación no es del todo correcta, es sintomática la fecha que indica. J. Hoensch en su obra ya citada, fecha en diciembre del 31 la aparición del Partido de los Trabajadores Húngaros Nacional-Socialistas, más conocido como Movimiento de la Cruz Escita, y dirigido por un periodista; Zoltán Böszörmeny. En 1932 al Partido Nacional-Socialista Húngaro del conde Sándor Festetics y en 1933 al Partido Nacional-Socialista Unido del conde Fidél Pálffy. En marzo del 35 se constituyó el grupo más importante de todos: las Cruces Flechadas de Ferencz Szálasi.

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Es necesario dejar bien claro lo que supuso esta súbita aparición de expresiones fascistas en la sociedad húngara del momento. Fue algo nuevo, muy influenciado por los acontecimientos que se desarrollaban en el resto de Europa, y muy especialmente en Alemania: la influencia nazi en todo esto es bien patente. Desde el comienzo de la Era Horthy había existido un radicalismo de derechas caracterizado por su racismo y extremado nacionalismo, era la expresión radical, la voz crítica (en ciertos aspectos) de quienes se habían reinstalado en el poder, del régimen oligárquico y ultraconservador. Pero a diferencia de los grupos fascistas que aparecieron posteriormente, a éstos se les puede calificar de contrarrevolucionarios. Eran las dos caras de una misma moneda, que nacían de la mano en Szeged y así continuaron durante los años del régimen: sólo los más disconformes se apuntaron a otras expresiones más radicales. El más claro ejemplo de esta actitud lo constituyó Gyula Gömbös: cuando Horthy le propuso el cargo de Primer Ministro no dudó en desechar de su exaltado discurso su antisemitismo y sus posturas más recalcitrantes. Y fue precisamente con él, con quien se produjo este auge fascista.

Hungría vivió en 1919 la experiencia de una guerra civil y de un régimen marxista. Posteriormente, los vencedores desataron su odio sobre los vencidos y consiguieron defenestrar dos de las opciones de organización política que se planteaban para el nuevo país: la liberal y la soviética. Ambas fracasaron principalmente por sus propios errores. La primera no supo mantener la integridad territorial de Hungría ante la descomposición del Imperio. Los propios excesos de la segunda sobre una sociedad que quizás no deseaba, o no conocía, realmente esta opción, la acabaron por hacer insufrible para los ciudadanos. La opción vencedora, la tradicionalista, se amparó en el sentimiento nacionalista del pueblo magiar para consolidarse. Con ella, todo siguió igual, por lo menos en lo que respecta a quien mandaba: los de siempre, la vieja oligarquía del Imperio. Diferentes autores lo califican como el último estado feudal de Europa.

La derrota de estas dos alternativas despertó un sentimiento sobre el que en el futuro se apoyaron los radicales de derecha y

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los fascistas: la cuestión judía. El desprecio por los vencidos se tornó en odio, y entre ellos se incluyó a los judíos. No se puede olvidar que la mitad de los dirigentes comunistas eran de origen semita y que esta comunidad (el 6,2% de la población) tenía un poder fundamental en la sociedad húngara. Predominaban en ciertos sectores: constituían la mitad de los abogados, el 60% de los médicos, el 53% de los comerciantes independientes, el 80% de los financieros y banqueros, y de entre los ejecutivos, en la industria eran el 39%, en las finanzas el 44% y en el comercio el 48%. Además, abundaban también entre los periodistas y los artistas. Era fácil culparlos de todos los males, y así, liberales y comunistas fueron acusados de estar manipulados por ellos. Esta concepción, al igual que en otros países con similar situación, condicionó a las jóvenes generaciones de la pequeña y mediana burguesía. Pese a todo, había quien sabía exactamente cual era la situación. El conde Pál Teleki afirmó que la expulsión de los judíos causaría una completa parálisis en la vida económica del país. Cabe señalar que mientras Hungría gozó de su soberanía, esto es, hasta finales del 44, la población judía no sufrió ningún tipo de persecución. Sufrió eso sí, medidas y leyes discriminatorias. En realidad, el Tratado de Paz de Trianon acabó por consolidar el sistema, provocó la unidad de la sociedad ante esa injusticia. Despertó los profundos sentimientos nacionalistas de los húngaros, su irredentismo; hizo aparecer un victimismo que daría lugar a unos sentimientos de rechazo hacia los demás, a un sentimiento de superioridad magiar. La depresión, el estancamiento y la frustración de la sociedad húngara fueron el campo abonado para la aparición de una opción revolucionaria. La primera de ellas, la comunista, demostró su incapacidad. Su derrota, que desterró la alternativa de izquierdas del panorama húngaro hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, dejaba expedito el camino a cualquier otra opción radical frente a la situación existente. El régimen del almirante Horthy se vistió con las apariencias de un sistema liberal democrático. En realidad, el Parlamento poco poder tenía y las elecciones que periódicamente se desarrollaban estaban totalmente condicionadas y controladas. El verdadero poder residía en el

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regente, en el gobierno que él nombraba y en las clases sociales que le respaldaban.

En el radicalismo de derechas destacó Gyula Gömbös. Participó en la contra-revolución del 19 y desde un primer momento estuvo dentro de los círculos del poder. Creó su propio partido y acabó siendo primer ministro. Admirador de Mussolini primero, y de Hitler después, no se cansaba de anunciar que transformaría Hungría en un estado fascista: sólo se quedó en una concepción cosmética del mismo. Aunque lo intentó, careció del apoyo popular. Detrás de él, como del resto de radicales derechistas, nunca hubo ningún movimiento de masas. Con él, con el fracaso de la vía colaboracionista frente al régimen aparecieron grupos fascistas y nazis, todos ellos más radicales. Otra de las características de esta experiencia húngara fue la cantidad de grupúsculos que aparecieron, que rivalizaron entre ellos y que no lograraron formar un bloque homogéneo. Entre ellos, cabe distinguir dos grupos: los que fueron imitaciones de los nacional-socialistas alemanes (ya he citado algunos de ellos anteriormente) y quienes constituyeron un ejemplo de nacionalismo revolucionario más caracterizado: las Cruces Flechadas, más tarde Movimiento Hungarista. De los primeros se puede destacar a los de la Cruz Escita, el más radical de estos partidos según Carsten. Su líder, Böszörmeny, abogaba por una reforma de la tierra y justicia para los pobres. Atrajo a antiguos comunistas y era violentamente antijudío. Carsten lo califica de un genuino movimiento popular del proletariado agrario.(9) Un periodista describió una de sus reuniones: los entrevistados afirmaban luchar por la Idea, aunque no supieran exactamente cual era esta, pero en cambio, si tenían claro sus sentimientos respecto a los comunistas y a los señoritos: los odiaban. En mayo de 1936 el movimiento fue disuelto. El partido de Zoltán Meskó era menos revolucionario que el anterior aunque luciera la esvástica como símbolo. Fue siempre leal al regente y no ejerció influencia sobre las masas. Estos dos ejemplos demuestran las diferencias que existían entre los diferentes grupos nacional-socialistas. Cabe señalar que la minoría germana también gozó de su partido nazi: el MEM.

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Un ex oficial del ejército, Ferencz Szálasi, creó la única fuerza popular de importancia: llegó a ser el segundo partido fascista de Europa (tras el NSDAP alemán) en cuanto a número de seguidores. No se asemejó a ningún modelo extranjero previo, presentó sus propias características y que eran su racismo, al que denominaba Hungarismo; la renuncia, cuando menos teórica, a la violencia; su carácter asemita (que no antisemita) y su solución económica: un corporativismo revolucionario que afectaría principalmente a grandes terratenientes y capitalistas. Convencido de haber sido elegido por la divina autoridad, concebía a su partido como el instrumento práctico para la realización del Hungarismo: o sea, la restauración de las fronteras del antiguo reino de Hungría (en el que la población no-magiar recibiría una autonomía allí donde fuese mayoría) que iban desde los Cárpatos hasta el Adriático. Para la consecución de esta Gran Madre Patria Cárpato-Danubiana confiaba en el Ejército, al que incitó a tomar el papel predominante del Estado. Éste se cimentaría en tres pilares: la Religión, el Patriotismo y la Disciplina. Entendía como grandes peligros al liberalismo y al marxismo, y apeló a los trabajadores aunque nunca les planteara un programa social. Siempre se movió en cuestiones superiores como eran las derivadas de su concepción hungarista y olvidó otras más terrenales y pragmáticas. Szálasi siempre insistió en la vía constitucional para alcanzar el poder y permaneció leal al regente. Para finales de los años 30, este partido se había convertido en un auténtico movimiento de trabajadores y campesinos. De los 8000 miembros de 1935 pasó a obtener en las elecciones de 1939 más del 35% de los sufragios. Su concepción del papel a desarrollar por el Ejército le valió simpatías entre los militares, sobre todo, los más jóvenes. Estaban representados en el partido la clase media baja y los intelectuales, además de una gran proporción de trabajadores industriales y campesinos. Este crecimiento le fue enfrentando con el gobierno. En julio del 38, Szálasi fue encarcelado y juzgado, y el partido se vio más perseguido, especialmente tras el nombramiento del conservador conde Pál Teleki como Primer Ministro a principios de 1939. En las elecciones de ese año, el partido obtuvo un resultado espectacular pese a las condiciones

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en las que se desarrolló. En Budapest, dobló en votos a los socialdemócratas y venció en los barrios de trabajadores. La cada vez más estrecha colaboración con Alemania hizo aumentar la presión antijudía protagonizada por los grupos nazis, pero el Movimiento Hungarista no la incrementó sustancialmente durante los años de guerra: fluctuó según la situación. Una vez fuera de la prisión, Szálasi volvió a tomar el control del partido pero no alcanzó el poder hasta que en octubre del 44, los alemanes invadieron Hungría y lo colocaron en él. Pero no fue más que un títere de los intereses de Hitler.

El fracaso de la experiencia liberal y comunista abocó al país a un régimen conservador y tradicionalista, donde la democracia brillaba por su ausencia.. Ante la estructura feudal de la sociedad se hacía necesaria una opción más revolucionaria, más incluso durante los duros años treinta que tuvieron que padecer tras la crisis económica. Así, desechada la opción revolucionaria de izquierdas sólo quedaba la fascista. Pero el sistema dictatorial y la ausencia de libertades democráticas recortaron las posibilidades de acción de la principal alternativa dentro de esta opción: la del partido de Ferencz Szálasi. La capacidad política de este último tampoco dice nada en su favor. El poder estaba bien asido por las clases dominantes y así lo mantuvieron.

NOTAS

1) Stanley G. Payne, El fascismo, Alianza, Madrid, 1986.

2) Péter Hának (ed.), One thousand years. A concise history of Hungary, Corvina, Budapest, 1988.

3) Péter Hának (ed.), One thousand years, p. 181.

4) Jörg K. Hoensch, A history of modern Hungary. 1867-1986, Longman, Londres, 1988.

5) Hoensch, A history of modern Hungary, p. 104.

6) Hoensch, A history of modern Hungary, p. 114.

7) F. L. Carsten, The rise of fascism, Londres, 1967, p. 173.

8) Peter F. Sugar (ed.), A history of hungary, Indiana University Press, 1990, p. 331.

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9) F. L. Carsten, The rise of fascism, p. 174.

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