IVETTE WHITNEY LUQUE ESPINOUNIVERSIDAD CESAR VALLEJO
CENTRO DE SISTEMA E INFORMATICACOMPUTACION I
Posiblemente, es poco arriesgado asegurar que, a día de hoy, el profesorado continua siendo clave en cualquier sistema educativo. De
hecho, es sencillo darse cuenta de su papel crítico, si tenemos presente que en sus manos recae, en última instancia, la
responsabilidad de acompañar a los niños y jóvenes en el proceso de aprendizaje de las competencias que les serán imprescindibles para poder convertirse en ciudadanos activos, participativos y, en último
término, comprometidos con el progreso social. No obstante, el ejercicio de la función docente se ha convertido progresivamente en
complejo.En un mundo globalizado como el nuestro, las funciones educadoras
se reformulan para poder atender los retos de una sociedad fundamentada en la economía del conocimiento. El acceso a la
enseñanza obligatoria ha alcanzado a sectores sociales cada vez más amplios, que exigen respuestas docentes flexibles, ajustadas a
necesidades educativas diversas. Pero esta complejidad a la que deben enfrentarse maestros y
profesores no ha encontrado una correspondencia clara, ni en los escenarios que les deberían facilitar la innovación, ni en modelos de
formación inicial y desarrollo profesional que podrían proporcionarles herramientas e incentivos para afrontar con garantías su actividad
cuotidiana y hacer atractiva la profesión.En último término, el grado de responsabilidad que la sociedad ha
conferido a estos profesionales no parece haber encontrado su reverso en un conocimiento social equivalente de la profesión
docente, capaz de poner en marcha los mecanismos capaces de atraer y retener a más profesores de calidad en los centros
educativos. Así, la interpretación adecuada de qué significa ser un buen profesional de la educación en el siglo XXI parece que todavía
plantea una cuestión no resuelta y, en cualquier caso, decisiva para la provisión de una educación de calidad como servicio público.
La retórica dominante de los “resultados” sugiere un punto final del aprendizaje al finalizar la etapa escolar, pero los retos del auténtico aprendizaje a menudo sólo hacen que comenzar en este momento. Tenemos por delante, por lo tanto, una gran tarea de desaprender por hacer. La capacidad de aprender de manera autónoma y duradera, y de mantener una constante actitud curiosa y escéptica requerirá cada vez más la habilidad de construir puentes entre el aprendizaje en la escuela y fuera de la escuela, más allá de los límites del aula. Y ello significa capacitar a los jóvenes para una sociedad en la que el trabajo está asumiendo nuevas e impredecibles formas, cada vez más dependientes del trabajo en equipo, de la iniciativa y del espíritu de grupo.
La enseñanza es una actividad subversiva en diversos aspectos: como crítica
intelectual y emocional de ideas inertes, resistencia al dictado de las autoridades o firme defensa de lo que es correcto y en interés de los jóvenes; como proceso
en el que aprendemos a medir lo que valoramos en lugar de valorar lo que podemos medir fácilmente. Todo ello implica la voluntad y la capacidad de
identificar y compartir los criterios para construir ambientes de alta calidad que
favorezcan el aprendizaje escolar, profesional y organizacional en un mundo inmerso en un proceso de
cambio constante.