el objeto perdido del psicoanalisis, contratransferenc
Después de introducir el concepto de contratransferencia, Freud (1909, 1910,
1915) tuvo poco más que decir sobre el tema. Sus escritos, sin embargo, indican
que veía la contratransferencia como una interferencia en la comprensión del
analista respecto al paciente que hace aflorar un conflicto inconsciente dentro del
analista. Después de Freud, los puntos de vista sobre la contratransferencia se
dividen generalmente en dos campos: los que abogan por una definición amplia
del término, y los que favorecen una más restringida. Con el tiempo, igual que con
el concepto de transferencia, hemos visto una tendencia establecida hacia la
definición amplia. Abend (1989) propone varias razones para este cambio, una de
las cuales se desarrolló a partir de la misma definición restringida, es decir, la
aplicación retrasada de la teoría estructural a una comprensión de la
contratransferencia. La apreciación de la ubicuidad del conflicto dentro de la vida
mental del analista, y la observación que cada acontecimiento mental por parte del
analista es una formación de compromiso (Brenner 1982,1985), parecen
inevitablemente ampliar la definición de contratransferencia dentro de la teoría
contemporánea del conflicto.
Un poco más adelante en su texto, por ejemplo, habla de otro uso del término
contratransferencia, en un sentido más amplio, que contrasta con
contratransferencia “propiamente dicha”, que incluye “todas las expresiones que el
analista utiliza en el análisis del acting-out”; añade para aclarar: “Hablamos de
acting-out cuando la actividad de analizar tiene un sentido inconsciente para el
analista” (p.26). Ahora, pregunto yo, ¿cuándo la actividad de analizar no tiene un
sentido inconsciente para el analista? ¿Hay alguna actividad por parte de
cualquier persona que no tenga un sentido inconsciente? Parece ser que aquí
Reich, todavía influenciada por el modelo topográfico, con su área secuestrada de
conflicto inconsciente y patología neurótica asociada, no acepta del todo la
ubicuidad del conflicto en el funcionamiento de la mente. Hacia el final de su texto,
sin embargo, nos vuelve a sorprender. Impulsada por sus propias observaciones
clínicas, concluye que “contratransferencia es un requisito esencial del análisis” y
distingue las contratransferencias que son “desexualizadas y sublimadas” de las
que permanecen como patológicas (p. 31). Dicho de otro modo, las observaciones
clínicas de Reich, en contra a su posición teorética inicial, le llevan inevitablemente
a una idea de contratransferencia más amplia de aquella por la cual ella es
conocida.
Heimann (1950), a quien se le reconoce generalmente como la pionera en el uso
constructivo de la contratransferencia, aunque ella le reconoce este uso inicial a
Ferenzci, define contratransferencia como “todos los sentimientos que el analista
experimenta hacia el paciente” (p. 81). Escribiendo desde una perspectiva
kleiniana, añade que la contratransferencia es “la creación del paciente, es parte
de la personalidad del paciente”, y sugiere al igual que otros partidarios de los
campos restringido y amplio que un analista bien analizado “no imputará al
paciente lo que pertenece a sí mismo” (p. 83), una afirmación que, a mi juicio, no
tiene base en datos clínicos, lo cual intentaré demostrar a continuación.
Observemos que Heimann, a diferencia de Freud y Reich, al hablar de “todos los
sentimientos que el analista experimenta”, está denotando los aspectos
conscientes de contratransferencia, no sus orígenes como un fenómeno conflictivo
y mayormente inconsciente. Aunque hay excepciones, esta tendencia a ignorar los
aspectos inconscientes de la contratransferencia es más característica de aquellos
que, generalmente pertenecientes al campo amplio, enfatizan el hecho de que los
sentimientos conscientes del analista son como una guía del estado interior del
paciente. Al referirse a la contratransferencia como “la creación del paciente”,
Heimann parece rechazar la contribución conflictual del analista por completo, y
esto ha hecho que algunos critiquen la técnica kleiniana en el sentido que,
estereotipadamente, simplifica en exceso la inferencia del inconsciente del
paciente, utilizando la experiencia consciente del analista como evidencia. Aunque
esta forma de pensar puede haber condicionado el campo kleiniano de
observación y la naturaleza de las inferencias clínicas kleinianas, podemos ver en
los trabajos de muchos kleinianos británicos contemporáneos que las maniobras
técnicas más simplistas ya no son la norma, si es que lo fueron alguna vez.
El esquema de dos campos es, además, una distinción especiosa, cuya
rigidificación comenzó con los primeros cismas Freud-Ferenzci. Gabbard (1995)
ha observado que estas líneas ya no están tan claramente trazadas, puesto que
analistas de varias tendencias coinciden cada vez con más frecuencia en ver la
contratransferencia como una “creación conjunta”. En un nivel más
pormenorizado, sin embargo, mi impresión es que aún quedan importantes
diferencias metodológicas entre y dentro de las varias escuelas - a veces sutiles, a
veces profundas – basadas en distintas tradiciones teóricas y clínicas. Estas
diferencias están reflejadas en cómo los analistas utilizan datos, sacan inferencias
y forman hipótesis, y en lo que ellos consideran criterios evidentes para probar sus
hipótesis.
Si las definiciones más amplias parecen favorecer los fenómenos conscientes por
encima de los inconscientes y carecen de un sentido del conflicto inconsciente del
analista, las perspectivas más restringidas, mientras señalan aspectos importantes
de la experiencia contratransferencial conflictualmente determinada, son a mi
juicio difíciles de sostener en la práctica. Schwaber (1992,1998) y Arlow (1995),
dos analistas contemporáneos con metodologías marcadamente diferentes (tal
como se ha manifestado recientemente en una serie de intercambios), coinciden
ambos en apoyar la perspectiva más restringida.