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Figura indiscutible del cine de misterio y de intriga, la capacidad del cineasta Alfred Hitchcock para aplicar

recursos narrativos innovadores al servicio del suspense tuvo una importancia fundamental para el desarrollo del lenguaje cinematográfico moderno. Con un

dominio excepcional de las técnicas cinematográficas, produjo películas

que mantienen al espectador en un constante estado de tensión hasta el final de la proyección y que lo llevan a vivir apasionadamente lo relatado en la pantalla. El Mago del suspense

supo unir tramas de gran solidez con imágenes de excepcional fuerza expresiva, concilió la calidad con el éxito comercial y legó una de las filmografías más brillantes e influyentes de la historia: su huella habría de percibirse en numerosas imitaciones y en la obra de realizadores tan distintos como el

francés François Truffaut o los estadounidenses Brian de Palma y David Lynch.

Al

fr

ed

Hitchcock

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desde Leytonstone para abrir un nuevo establecimiento. Al cabo de dos años, Alfred abandonó la Casa Conventual porque volvieron a trasladarse, esta vez a Stepney. Allí el muchacho ingresó en el Colegio de San Ignacio, fundado por los jesuitas en 1894 y especialmente re-conocido por su disciplina, su rigor y su estricto sentido católico.

Este centro jesuítico dejó una profunda huella en Hitchcock por el modo como eran tratados allí la culpa y el perdón. El mismo Hitchcock lo explicaría años más tarde: «El método de castigo, por supues-to, era altamente dramático. El pupilo de-bía decidir cuándo acudir al castigo que se le había impuesto. Debía dirigirse a la ha-bitación especial donde se hallaba el cura o el hermano lego encargado de adminis-trarlo. Algo parecido a dirigirte a tu ejecu-ción. Creo que era algo malo. No usaban el mismo tipo de correa con que azotaban a los chicos en otras escuelas. Era una co-rrea de caucho». Esta práctica acentuó el miedo del pequeño Alfred a todo lo prohi-bido y acaso le descubrió los condimentos más emocionantes del suspense, esa tur-bia confusión sadomasoquista que florece ante lo inminente y fatal.

Hasta los catorce años permaneció en el colegio. En su primer curso sobresalió por su aplicación y obtuvo una de las seis menciones honoríficas que la dirección del centro concedía. Había conseguido la calificación de excelente en latín, francés, inglés y formación religiosa: las asignatu-ras que, según el criterio de sus maestros, eran de mayor importancia.

Maestro del suspense

Sin embargo, el último año en San Ignacio se destapó el lado travieso, bromista y tras-gresor del joven Alfred, o mejor, del joven Cocky, de acuerdo con el apodo con que lo conocían sus compañeros. Se dedicó a ro-bar huevos del gallinero de los jesuitas para arrojarlos contra las ventanas de las habi-taciones de los sacerdotes; o, ayudado por compinches, maniataba a algunos de sus compañeros y encendía petardos colocados en sus traseros. También esta vertiente, por un lado irónica y por otro traviesa, infrac-tora de la ley y hasta gamberra, aparecería luego como uno de los rasgos típicos de su filmografía. Se trataba de un manera lúdica e indirecta de superar el complejo de culpa, siempre al acecho inconscientemente.

Alfred Hitchcock nació el 13 de agosto de 1899 en Leytonstone, una población entonces cercana al neblinoso Londres de Sherlock Holmes, Jack el Destripador y Scotland Yard, y que hoy es un distri-to del East End de la capital británica. Sus padres, William Hitchcock y Emma Jane

Wehlan, dueños de un negocio de comes-tibles, ya tenían dos hijos, William (1890) y Ellen Kathleen (1892), y gozaban de una cierta estabilidad económica, pero tam-poco vivían de un modo excesivamente holgado.

La figura de su padre intervino de una forma muy especial en la formación del carácter y la personalidad del muchacho. Cuando tenía cuatro o cinco años, su pa-dre lo mandó a la comisaría de policía con una carta. El comisario la leyó y lo encerró en una celda durante algunos minutos di-

ciéndole: “Esto es lo que se hace con los niños malos.” Nunca comprendió la razón de esta broma siniestra, porque su padre lo llamó su “ovejita sin mancha”, y vivió una infancia disciplinada, aunque algo ex-céntrica y solitaria, escudriñando siempre desde su rincón, con los ojos muy abier-

tos, todo lo que pasaba a su alrededor.

Para Hitchcock, su pa-dre era el típico comer-ciante del East End, que tenía el orden, la disci-plina y la austeridad en la cima de su escala de valores para afrontar la vida. Así, el autoritaris-mo y la rigidez moral presidieron la educa-ción del joven Alfred. De

aquí arranca el interés del director por el tema de la culpa, omnipresente en todos sus filmes y esquema común de la trama profunda de sus historias, normalmente como una alegoría sobre el pecado y la re-dención. Hitchcock hablaría muy pocas ve-ces de su madre, y, sin embargo, de mayor intentó siempre mantenerla a su lado.

Las repercusiones del catolicismo en su personalidad se acrecentaron durante sus años escolares, puesto que su pri-mera escuela fue la Casa Conventual Howrah, en Poplar. La familia se había trasladado en 1906 a esta otra población

«Si han sido educados en los jesuitas como yo lo fui, estos elementos tienen importancia. Yo me sentía aterrorizado por la policía, por los padres jesuitas, por el castigo físico, por un montón de cosas. Éstas son las raíces de mi trabajo.»

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Keaton, Douglas Fairbanks y Mary Pick-ford. Pudo admirar, cuando las películas mudas constituían una auténtica reve-lación de las ilimitadas posibilidades del cine, El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916), apabullante éxito y estrepitoso fracaso, respectivamente, del gran Griffith. Años después le impresio-nó vivamente un film de Fritz Lang, Der müde Tod (Las tres luces, 1921), historia fantástica que desarrolla el tema román-tico de la lucha entre el amor y la muer-te mediante tres episodios que suceden en China, Bagdad y Venecia, y que deci-dió también la vocación cinematográfica del español Luis Buñuel. Al mismo tiem-po mantenía su afición por la lectura. «Es muy probable que fuera por la impresión que me causaron las historias de Poe por lo que me dediqué a rodar películas de suspense. No quiero parecer inmodesto, pero no puedo evitar comparar lo que he intentado poner en mis filmes con lo que Poe puso en sus narraciones», diría años más tarde.

En pleno rodaje

En diciembre de 1914 murió su padre. Alfred quedó profundamente afectado y hubo de rehacer su vida junto a su ma-dre. Los hermanos mayores ya no vivían en la casa y, además, había estallado la Primera Guerra Mundial. Tuvieron que abandonar el negocio y volver a Leytons-tone, porque allí tenían más amigos. El muchacho encontró trabajo al cabo de poco tiempo en las oficinas de la Hen-ley Telegraph and Cable Company. Por quince chelines a la semana revisaba o calculaba los tamaños y los voltajes de los cables eléctricos. Sin embargo, como esta ocupación no le gustaba, al cabo de unos meses logró que le trasladaran al departamento de publicidad. Con ese trabajo creativo se labró cierto prestigio, a pesar de su juventud. Se libró del re-clutamiento gracias a su trabajo en una compañía que colaboraba con la guerra y a su obesidad.

Frases célebres“Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación.”

“Ver un asesinato por televisión puede ayudarnos a descargar los propios sentimientos de odio. Si no tienen sentimientos de odio, podrán obtenerse en el intervalo publicitario”.

“Hasta que el marido no entiende absolutamente todas las palabras que su mujer no ha dicho, no estará realmente casado”.

“Imagínese a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Esto es el suspense”.

“La televisión ha hecho mucho por la psiquiatría: no sólo ha difundido su existencia, sino que ha contribuido a hacerla necesaria”.

“Un buen drama es como la vida, pero sin las partes aburridas”.

“Cuando un actor viene a decirme que quiere discutir su personaje, le contesto “Está en el guión”. Si me pregunta “¿Cuál es mi motivación?”, simplemente le respondo “Tu sueldo””.

Hitchcock recordaba estos años con amargura y, al mismo tiempo, como una influencia importante en su obra: «Si han sido educados en los jesuitas como yo lo fui, estos elementos tienen importancia. Yo me sentía aterrorizado por la policía, por los padres jesuitas, por el castigo fí-sico, por un montón de cosas. Éstas son las raíces de mi trabajo.» Es fácil relacionar estos años vividos en el Colegio de San

Ignacio con el interés de Hitchcock por lo macabro y lo criminal. De aquellos años datan también las visitas del joven al Mu-seo Negro de Scotland Yard para contem-plar su colección de reliquias criminales, y al Tribunal de lo Criminal de Londres, donde asistía a los juicios por asesinato y tomaba notas al modo de Dickens, uno de sus escritores preferidos en aquella época, junto con Walter Scott y Shakespeare.

De cinéfilo a director

En 1913 dejó el colegio y trató de orien-tar su futuro profesional. Comenzó los estudios de ingeniero en la School of En-gineering and Navigation y siguió cursos de dibujo en la sección de Bellas Artes de la Universidad de Londres; al mismo tiempo ayudaba a sus padres en la tien-da. Fue entonces cuando descubrió una nueva afición para sus ratos de ocio: el cine, que estaba empezando a imponer-se como una de las actividades lúdicas más importantes de Londres. En la capi-tal había más de cuatrocientos aparatos de proyección, instalados a menudo en pistas de patinaje.

Hitchcock, que desde los dieciséis años leía con avidez revistas de cine, no se perdía las películas de Chaplin, Buster

Es muy probable que fue-ra por la impresión que me causaron las historias de Poe por lo que me dediqué a rodar películas de sus-pense. No quiero parecer inmodesto, pero no pue-do evitar comparar lo que he intentado poner en mis filmes con lo que Poe puso en sus narraciones»,

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Las mujeres de Hitchcock

Cuando pensamos en Alfred Hitchcock, el maestro del suspense, solemos recordar su fascinación por los psicópatas

y los falsos culpables, su elegancia en el uso de la cámara y su valentía a la hora de desafiar al espectador con los más avanzados juegos narrativos. Pero, ¿qué hay de su relación con el género femenino? La historia (no tan) secreta de Hitchcock está llena de oscuras leyendas que hablan de obsesión, complejos y crueldad. Muchas de sus actrices confesaron que trabajar con el director de La ventana indiscreta implicaba un auténtico calvario marcado por la dominación: el parecer, a Hitch le gustaba controlar todos los rincones de la vida y el aspecto de sus musas. De todo esto habla el biopic del director de origen británico que llega a las pantallas españolas el próximo 1 de febrero. Bajo el nombre de Hitchcock, la película dirigida por Sacha Gervasi nos invita a conocer la intimidad del cineasta durante el periodo en el que rodó Psicosis. Un periodo en el que estuvo acompañado por varias de las mujeres que marcaron su trayectoria.

En Hitchcock, la película, el director (al que da vida Anthony Hopkins) comparte protagonismo con su esposa Alma (interpretada por Helen Mirren), que estuvo casada con el director de Vertigo desde 1926 hasta la muerte del cineasta en 1980. Un largo trayecto en el que no sólo compartieron vivencias personales, sino también profesionales. De hecho, Alma fue la colaboradora más fiel y tenaz del director de Con la muerte en los talones. Aunque, como nos muestra la película de Gervasi, a ella no siempre le resultó fácil lidiar con la tendencia de Hitchcock a obsesionarse con sus actrices. Aún así, Alma nunca le falló a Hitch: le leía los guiones, le ayudaba a pulirlos, levantaba el ánimo resquebrajadizo del director y controlaba su eterna lucha contra el sobrepeso. En su discurso de recogida de su Oscar honorífico, el director dedicó un emotivo párrafo a su compañera: “Si la hermosa señorita Reville (el apellido de soltera de Alma) no hubiera, hace 53 años, aceptado un contrato para toda la vida como madame Alfred Hitchcock, monsieur Hitchcock quizás estaría esta noche aquí, pero no en esta tribuna, sino como uno de los camarero más lentos de

la sala. Comparto mi recompensa con ella como he hecho con mi vida”.

La otra gran protagonista de Hitchcock es la bellísima Scarlett Johansson, que da vida a la no menos centelleante Janet Leigh, a la que Hitch inmortalizó en la escena de ducha más truculenta, salvaje e icónica de la historia del cine. Después de trabajar en clásicos como Colorado Jim o Sed de mal, Leigh necesitaba un papel que la inmortalizara para siempre y lo encontró en un arriesgado proyecto personal de Hitchcock, con el que el maestro del suspense aspiraba a dejar boquiabierto al público. Y vaya si lo consiguió. Psicosis fue un arrollador éxito de taquilla y el rostro de Leigh, con la que Hitchcock tuvo una apacible colaboración (gracias a la admiración que le profesaba la actriz), quedó fijado para siempre en la historia en mayúsculas del séptimo arte.

Por su parte, la relación de Hitchcock con Vera Miles (a la que da vida Jessica Biel) fue mucho más tortuosa. Él la eligió a ella como la sucesora de Grace Kelly cuando esta abandonó el cine para convertirse en princesa de Mónaco. Entonces Miles protagonizó Falso culpable demostrando

todo su talento. Luego debía venir Vertigo, pero Miles optó por la maternidad, lo que para Hitchcock significó una traición en toda regla. Aquel “incidente” trastocó por completo la relación entre director y actriz, que estaba fijada por un contrato de cinco años. Para completarlo, el realizador invitó a Miles a incorporarse al rodaje de Psicosis, pero la química entre ambos ya estaba completamente rota.

Aunque mucho menos trascendentales que las anteriores, la película Hitchcock nos presenta a otras dos mujeres que rodearon al director de Extraños en un tren. Primero, nos encontramos con Peggy Robertson, la fiel y cómplice secretaria de Hitchcock. En este caso, más que en el personaje en sí, el interés radica en la actriz que la interpreta, una Toni Collete casi irreconocible. Han pasado ya 19 años desde que Colette aterrizó en la escena internacional de la mano de La boda de Muriel y catorce desde que dio vida a la madre del pequeño Cole de El sexto sentido. Por su parte, el cuadro lo completa Tara Summers en la piel de Rita Riggs, la diseñadora de vestuario de Psicosis.

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