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El espacio geografico

OLIVIER DOLLFUS

COLECCIÓN ¿ q u é s é ? NUEVA SERIE

oikos-tau

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Olivier DollfusProfesor en la Universidad de París VII

EL ESPACIO GEOGRÁFICO

I

oikos-tau, s. a. - edicionesAPARTADO 5347 - BARCELONA

VILASSAR DE MAR - BARCELONA - ESPAÑA

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Traducción de Damià Bas

Primera edición en lengua castellana 1976 Segunda edición en lengua castellana 1982

Título original de la obra :

«L'ESPACE GÉOGRAPHIQUE» par Olivier D ollfus

Copyright ® Presses Universitaires de France 1 9 76

ISBN 8 4 -2 8 1 -0 3 0 3 -8

Depósito Legal: B -1 7 .2 47 -1 98 2

Cubierta de Juli Blasco

® oikos-tau, s. a. - ediciones

Derechos reservados para todos los países de habla castellana

Printed in Spain - Impreso en España

Industrias Gráficas GarcíaMontserrat, 12 -1 4 - Vilassar de Mar (Barcelona)

índice

In tro d u c c ió n ..................................................................................... 7

1. Los caracteres del espacio g eo g rá fico ....................... 9

Un espacio localizable y d ife re n c ia d o ............................. 9Un espacio cambiante que se describe ........................ 11La homogeneidad de los espacios g e o g rá fic o s ........... 20La noción de escala aplicada al espacio geográfico . 23

2. El hombre y el espacio geográfico ............................. 31

Paisajes naturales, paisajes modificados y paisajesordenados .......................................................................... 32

Los tipos de ordenación de un mismo medio natural. 36La noción de recursos naturales ..................................... 39La noción de obstáculo natural ........................................ 40

3. El hombre y el medio ........................................................ 43

La influencia del medio en el hombre ........................... 44El hombre y el medio modificado ................................... 48El espacio geográfico es un espacio percibido y sentido. 53

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4. El s ig n ifica do de las d e n s id a d e s .................................. 57

Densidades diferentes en unos medios semejantes . . 57M ismas densidades y significado d ife re n te ................... 58Óptim o de población, superpoblación y subpoblación. 61

5. Espacio rura l y espacio u r b a n o ..................................... 71

El espacio ru ra l........................................................................ 72El espacio u rb a n o ................................................................... 80La influencia de las ciudades sobre su entorno . . . . 94

6. El espacio reg iona l .......................................................... 101

Las fam ilias de regiones ..................................................... 102El cometido de las ciudades en la formación de las

re g io n e s ................................................................................ 105La evolución de la región ................................................... 108

7. Los tipos de organización del espacio geográfico. 1 1 1

Los espacios recorridos, pero no o rgan izados............. 111Los espacios acondicionados por sociedades «no desa-

rrolladas» ............................................................................. 112Los espacios en los países subdesarrollados ............. 115La organización del espacio en los países industriales. 1 18

C o n c lu s ió n ........................................................................................ 123

Bibliografía ..................................................................................... 125

Introducción

En su sentido más amplio, el ámbito del espacio geográfico es la «epidermis de la Tierra» (J. Tricart), es decir, la superficie terrestre y la biosfera. En una acep- ción sólo en apariencia más restrictiva, es el espacio habitable, la oikuméne de los antiguos, allí donde las condiciones naturales permiten la organización de la vida en sociedad. Hasta una fecha reciente la oikuméne coincidía poco más o menos con las tierras cultivables y utilizables para la agricultura y la ganade- ría. Quedaban excluidos los desiertos en donde no es posible la irrigación, y los espacios helados de las altas latitudes y de alta montaña. Pero esta noción de la oikuméne debe ser revisada. Lo constataba el pro- pio geógrafo Max. Sorre, quien lo desarrolló y empleó ampliamente: «Al igual que para los antiguos, para nosotros la oikuméne sigue siendo la tierra habitada, aunque con sus anexos; el área de extensión del géne- ro humano tiende a confundirse con la superficie del planeta». El espacio geográfico es «el espacio acce-

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sible al hombre» (J. Gottman), usado por la humanidad para su existencia. Por lo tanto, incluye los mares y los aires.

El espacio geográfico es localizable, concreto, diríamos «trivial», usando una expresión del economista F. Perroux. Aunque cada punto del espacio puede ser localizado, lo que importa es su situación con relación a un conjunto en el cual se inscribe y las relaciones que mantiene con los diversos medios de los que forma parte. Lo mismo que el espacio de los matemáticos o los de los economistas, el espacio geográfico se forma y evoluciona partiendo de unos conjuntos de relaciones, pero estas relaciones se establecen en un marco concreto: el de la superficie de la Tierra.

El espacio geográfico es cambiante y diferenciado, y su apariencia visible es el paisaje. Es un espacio recortado y dividido, pero en función de las luces que le aportamos. Espacio troceado cuyos elementos son desigualmente solidarios unos con otros. «La ¡dea de área de extensión incluye la de límite, que le es inseparable y que ofrece distintos grados de determinación, desde el límite lineal hasta la zona límite, con sus franjas de degradación» (Max. Sorre).

El espacio geográfico se presenta, pues, como el soporte de unos sistemas de relaciones, determinándose unas a partir de los elementos del medio físico (arquitectura de los volúmenes rocosos, clima, vegetación), y las otras procedentes de las sociedades humanas que ordenan el espacio en función de la densidad del poblamiento, de la organización social y económica, del nivel de las técnicas, en una palabra, de todo el tupido tejido histórico que constituye una civilización.

1. Los caracteres del espacio geográfico

Un espacio localizable y diferenciado

Todos los puntos del espacio geográfico se localizan en la superficie de la Tierra, definiéndose por sus coordenadas y por su altitud, pero también por su emplazamiento (que es su asiento), así como por su posición, que evoluciona en función de un conjunto de relaciones que se establecen respecto a otros puntos y a otros espacios. Como espacio localizable, el espacio geográfico es cartografiable. Y la geografía pone en primer plano de sus formas de expresión a la representación cartográfica, que permite situar los fenómenos y esquematizar los componentes del espacio de acuerdo con la escala elegida y con las referencias adoptadas.

Este espacio es asimismo un espacio diferenciado. Debido a su localización y al juego de las combinaciones que preside su evolución, cualquier elemento del espacio y cualquier forma de paisaje son fenómenos únicos que jamás encontramos estrictamente

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idénticos en otra parte ni en otro momento. Una ciudad, una montaña o un río, tienen una personalidad y una identidad. Jamás un paisaje es estrictamente igual a otro. Dentro de una visión somera del espacio, esta diferenciación puede parecer incompatible con la noción de homogeneidad del espacio; nada menos cierto. Como veremos más adelante, la homogeneidad es la consecuencia de la repetición de determinado número de formas, de un juego de combinaciones que se reproducen de una manera parecida, aunque no perfectamente idéntica, en una determinada superficie. Pero, como consecuencia de las desigualdades que se presentan, incluso dentro de las familias de formas y de sistemas, el espacio geográfico se presenta dotado de cierta rugosidad, que hace que las comparaciones y las esquematizaciones rápidas sean más difíciles.

No obstante, al propio tiempo que muestra lo que constituye la originalidad de su esfera, el geógrafo que analiza el espacio localizado y diferenciado se esfuerza al mismo tiempo por poner de relieve los elementos de comparación que permiten el reagrupamiento de los principales elementos, de las formas, de los sistemas y de los procesos en grandes familias. Aunque la originalidad únicamente puede surgir por comparación con situaciones análogas, lo mismo que la excepción únicamente aparece una vez conocido el término medio. El geógrafo puede parafrasear a Goethe escribiendo que «todas las formas son semejantes y que ninguna es igual a las demás». El geógrafo describe a la vez lo único y lo cambiante, poniendo de relieve, si no unas leyes en el sentido de las ciencias exactas, por lo menos unos grupos de combinaciones dinámicas que explican las formas y facilitan su clasificación, indispensable para las comparaciones.

Cada día es más necesario el uso de las matemáticas para el establecimiento de las correlaciones, para

Los caracteres del espacio geográfico

la determinación de las interrelaciones, y para cifrar ciertos volúmenes. Este uso exige unos datos que sean a la vez localizables, precisos y comparables. Pero muchas veces los datos utilizados por los geógrafos no se pueden cuantificar tan fácilmente como los que emplean los economistas, y de ahí unas investigaciones que a menudo son más cualitativas que cuantitativas. No obstante, parece vano comparar las ventajas de una investigación cualitativa con las de una investigación más cuantitativa. No existe más que una única y misma investigación, que puede perfeccionarse por medio de unos análisis que no son cuantificables, aunque algunos de cuyos resultados pueden exponerse más claramente gracias a una formulación cifrada, y de ahí la utilidad del instrumental matemático.

Un espacio cambiante que se describe

La faz de la tierra se modifica continuamente. Cualquier paisaje que refleje una porción del espacio lleva las señales de un pasado más o menos lejano, desigualmente borrado o modificado, pero siempre presente. Es como un palimsesto en el que los análisis de las herencias permiten rehacer sus evoluciones. El espacio geográfico está impregnado de historia, y por ello se diferencia de los espacios económicos, que casi siempre dejan de lado la profundidad histórica. Este espacio concreto y localizable es un espacio cuya apariencia —el paisaje— se describe. Vidal de La Blache, uno de los fundadores de la geografía francesa a principios de este siglo, para nombrar al paisaje empleaba igualmente la palabra «fisonomía».

«La originalidad de una parte del espacio terrestre se expresa por su "fisonom ía" en un estilo particular de organización espacial nacido de la unión de la naturaleza y de la

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historia; en otras palabras, en lo que más tarde llamaremos un paisaje. Vidal de La Blache ha puesto ai servicio de esta nueva noción su arte incomparable de la descripción, que sabe —m ediante la elección de los detalles típicos, por la habilidad de la generalización, por el resumen de ciertas comparaciones— ofrecer un cuadro evocador y preciso de estos "seres geográficos" que son los paisajes» (E. Juillard, Région et régionalisation).

La descripción es indispensable para la explicación, y los trámites de la investigación están constituidos por un constante vaivén entre la descripción y la explicación. Debido a este juego entre descripción y explicación existe una dialéctica de la gestión geográfica. La descripción valora, clasifica y ordena los elementos del paisaje que son motivo de análisis. La descripción permite plantear los problemas y buscar las relaciones entre las combinaciones. Es una condición previa al estudio, aunque es mucho más que una condición previa. En las diferentes etapas de la explicación se acude a la descripción. En el análisis del espacio geográfico se parte de lo que está presente, de lo que es visible, para aquilatar la importancia de las herencias y la velocidad de las evoluciones, para descifrar los sistemas que son las estructuras que actúan sobre el espacio.

Los altiplanos cristalinos del Macizo Central francés son elevadas superficies onduladas, con pequeños valles repletos de derrubios y fondos húmedos; en estas superficies los ríos están encajados en gargantas. La relativa horizontalidad de los altiplanos es una herencia de las superficies de erosión terciarias, elaboradas bajo climas casi siempre húmedos y cálidos que favorecen las alteraciones, y a veces más secos, y de ahí los esparcimientos debidos a la arroyada. Una parte del material de descomposición y de disgregación, que se remonta a las fases cálidas del Terciario, fue reorganizada por fenómenos de solifluxión en los períodos fríos del Cuaternario, lo cual provocó el relle

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nado de ciertos valles y retocó el perfil de las pendientes. El corte de las gargantas es una consecuencia de los movimientos tectónicos de la segunda parte del Terciario, que levantaron las superficies de erosión, y a veces las bascularon. La red hidrográfica principal se hunde en mesetas formadas de un material rocoso resistente a la erosión (granitos, esquistos cristalinos, etc.), de donde la lentitud en el ensanchamiento de los valles, que quedan estrechos (Sioule, Dordogne). Este paisaje tiene su explicación, pues, al encontrar en los distintos conjuntos topográficos los testimonios de las formas heredadas de un pasado más o menos lejano. No obstante, también sabemos que una herencia se conserva mejor o peor, y que constantemente se altera. Pero las superficies planas próximas a la horizontalidad pueden mantenerse duraderamente, lo que explica la conservación de las superficies de erosión en rocas duras, mientras que las entalladuras lineales pueden formarse rápidamente a escala de los tiempos geológicos. Así, es posible que la excavación del Gran Cañón del Colorado, que rebasa los 2.000 m, tuviese lugar en sus rasgos esenciales en el transcurso del Cuaternario, es decir, durante los dos últimos millones de años.

El análisis de un paisaje urbano es asimismo revelador de su historia y de sus condiciones de desarrollo, y muestra el peso del pasado en la organización del espacio urbano en la época contemporánea. Numerosas ciudades de Europa occidental poseen un núcleo medieval con callejuelas estrechas, amontonado alrededor de la iglesia o de la catedral. Las antiguas fortificaciones que limitaban el área urbana contribuyendo a su defensa se han podido suprimir, y su emplazamiento se ha utilizado para la construcción de una avenida circular, más allá de la cual se extienden los barrios más recientes; a menudo los del siglo XIX se construyeron en las proximidades

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de la estación del ferrocarril. A veces en la trama urba­na todavía encontramos el dibujo de la parcelación rural, lo cual a la vez señala la extensión de la ciudad por el campo y la inercia que permite conservar una estructura antigua dentro de una estructura de naturaleza distinta. Pero, así como los altiplanos del Macizo Central francés están cortados por gargantas, el viejo barrio medieval se ha cortado con arterias mejor adaptadas a la circulación automovilística, pero que rompen la organización viaria medieval.

Algunas zonas de Europa occidental o del norte de África conservan todavía testimonios de la coloni­zación romana. El cuadriculado agrario de ciertos sec­tores de la Emilia es el resultado de la distribución del espacio que hicieron los centuriones. En la disposición de algunos campos del llano de Alsacia encontraría­mos aún las huellas de la organización de los terrenos del Neolítico. Los ejemplos de este tipo podrían multiplicarse.

El análisis de las herencias partiendo de la obser­vación del paisaje lleva necesariamente al estudio de las interacciones, que es una de las bases de la ges­tión geográfica.

Una montaña levantada por movimientos tectóni­cos queda expuesta inmediatamente a los ataques de la erosión. Pero, como sea que la velocidad del levan­tamiento es superior al borrado debido a la erosión, se forma un relieve culminante. El aumento del volumen montañoso provoca una modificación del clima regio­nal y local. Las formaciones vegetales experimentan un cambio a consecuencia del escalonamiento si la amplitud de las desnivelaciones es suficiente, y al mis­mo tiempo debido a la evolución del sistema de pen­dientes, sistema que depende de la tectónica, de la erosión y de las características de los volúmenes roco­sos sobre los que se ejerce-la erosión. Todos los relie­ves terrestres son el resultado de las interacciones

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entre las fuerzas endógenas, tectógenas, y las fuerzas exógenas, vinculadas en gran medida con el clima. No obstante, los tiempos de respuesta a las transforma­ciones no son los mismos para los distintos grupos de fenómenos ni para las diferentes escalas. La constitu­ción de un inlandsis, de un gran glaciar continental, requiere decenas de millares de años, mientras que la de un glaciar alpino únicamente unos siglos. Por su volumen, el inlandsis acarrea modificaciones climáti­cas regionales y generales, que durante un tiempo favorecen su crecimiento (retroacciones positivas relacionadas con el enfriamiento) y luego actúan en sentido inverso (retroacciones negativas, aumento de la sequía). El inlandsis responderá muy lentamente a un cambio climático, y las consecuencias de un cam­bio climático se dejarán sentir en las márgenes glacia­res únicamente varios siglos después del desencade­namiento de los fenómenos. El tiempo de respuesta de un glaciar alpino será mucho más corto: en pocos años acusará una modificación del clima. Pero la fusión de un inlandsis unida a un aumento duradero de la temperatura tendrá toda una serie de conse­cuencias generales, regionales y locales. La fusión de grandes masas de hielo entraña la liberación del agua capitalizada y provoca una elevación del nivel general de los océanos: es el glacieustatismo. El aumento de la temperatura del agua del mar contribuye, aunque ligeramente (a razón de 2 m por cada °C de calenta­miento medio), al aumento del volumen líquido: es el termoeustatismo. El aumento del volumen oceánico se traduce en transgresiones que modifican la disposi­ción de las líneas de costa al borde de todos los océa­nos, repercutiendo en el curso inferior de los ríos, y ello lo mismo en las zonas frías que en las zonas cáli­das. Aunque con cierto retraso, se elevan los sectores liberados por la fusión del inlandsis, cuya masa pesa­ba sobre la corteza terrestre. Diez milenios después de

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la desaparición de los glaciares, las costas del golfo de Botnia continúan elevándose por compensación isostática, lo cual ocasiona un desplazamiento de los puertos aguas abajo.

Cualquier cambio tiene lugar partiendo de una situación dada, y se alimenta a partir de herencias. En un período determinado se depositan en el fondo de un valle unas capas de guijarros. Luego, al cambiar el clima, se modifican las relaciones entre el caudal y la carga del río; entonces el río hace una incisión en las capas aluviales, que se convierten en terrazas. Pero la mayoría de los guijarros que el río transporta durante las crecidas proceden de las formaciones aluviales depositadas en el período precedente. El desplaza­miento de un elemento rocoso casi nunca se efectúa con continuidad, sino por una serie de intermitencias, de fases de movimientos separadas por prolongadas fases de «silencio»; tal desplazamiento se efectúa a través de una serie de sistemas de erosión, a veces muy diferentes, y en cada fase el fragmento se trans­forma y cambia de identidad. Un fragmento rocoso se desprende de una pared bajo la acción del hielo del agua que actúa dentro de las grietas; rodando, pasa a acumularse en un cono de derrubios, por el que des­cenderá lentamente, en una sucesión de pequeños movimientos. Con motivo de un cambio climático puede ocurrir que un glaciar lo capte y lo convierta en un elemento de una morrena, desgastándole ligera­mente las aristas. Las aguas de fusión se lo llevan como carga y lo transforman en canto rodado y en arena. Si queda depositado en una capa aluvial puede alterarse y quedar reducido al estado de arenisca, la cual es arrastrada por el río que erosiona la terraza, o bien, en el caso de que el clima se preste a ello, los elementos más finos pueden ser desplazados por la acción del viento.

Incluso cuando parece efectuarse de manera con­

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tinua, la evolución tiene lugar casi siempre por medio de sacudidas, por crisis. Únicamente es continua en relación con la escala de tiempo adoptada para el estudio del fenómeno. En su obra sobre Les phéno­mènes de discontinuité en géographie (CNRS, París, 1968), R. Brunet ha tenido el mérito de insistir en el significado de la discontinuidad. En una región en donde reine un clima semiárido la arroyada se ejerce sobre superficies que no están totalmente cubiertas de vegetación, y tiene lugar con motivo de violentos aguaceros. Durante un lapso de tiempo muy corto una importante masa de derrubios es transportada por la arroyada. Pero estas fases activas están separadas por dilatados períodos de inmovilidad. No obstante, si las lluvias fuesen menos violentas pero estuviesen menos distanciadas, favorecerían el establecimiento de una cobertura vegetal continua, y en tal caso los procesos erosivos serían distintos. Generalmente se observa que el vigor de las transformaciones se ve favorecido por el paso de un sistema a otro o la sucesión de siste­mas distintos en el tiempo. En alta montaña una fase fría y relativamente seca ayuda a la gelifracción; la fragmentación de las rocas bajo el efecto del hielo del agua dentro de las grietas próximas a la superficie ali­menta los taludes de derrubios al pie de las paredes. Pero el aumento del volumen del talud quedará pro­gresivamente frenado a medida que la superficie roco­sa sometida a la acción del hielo se reduzca a causa de que la pared va quedando protegida por sus pro­pios derrubios. El paso a una fase más húmeda, pero igualmente fría, ocasiona la formación de un glaciar, que se lleva los derrubios, despeja el pie de la pared y transporta aguas abajo los fragmentos rocosos, que a continuación son captados por las aguas de fusión. De este modo la erosión, de la que depende la importan­cia del material arrancado a La alta montaña, será más v ig o ro s a si en un mismo lapso de tiempo hay una

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alternancia de fases periglaciares y glaciares, que si los procesos periglaciares o glaciares ejercen solos su acción.

Una fase climática cálida y húmeda origina suelos nacidos de la alt eración de la roca viva y de la existen­cia de una cobertura vegetal. El paso a una fase más seca se traduce por un cambio de la vegetación, que se vuelve dispersa, y por una arroyada que será tanto más eficaz, por lo menos durante un tiempo, cuanto más carga pueda tomar de productos de disgregación heredados de la fase precedente.

Sin embargo, las fases y la actuación de las inte­racciones no son simétricos, ni en el tiempo ni en sus efectos. En una región en la linde de un desierto, en un «sahel», el mantenimiento de una asociación vegetal —por ejemplo, la de acacias y de gramíneas que reverdean esporádicamente con ocasión de las lluvias— va unida a la existencia de unos equilibrios precarios. Basta con que los ciclos de años lluviosos se espacíen, o bien que la intervención humana provoque la des­trucción de los árboles, para que el desierto se instale rapidísimamente y de un modo difícilmente reversible, a menos de un profundo cambio del clima. El umbral para el paso de la estepa al desierto se franquea con mucha facilidad, pero es más difícil que un desierto pueda convertirse en una estepa arbustiva.

El análisis de los ritmos de los cambios conduce a la investigación de los umbrales más allá de los cuales se modifican los procesos. Cada proceso es activo úni­camente entre dos umbrales, dos límites. Cuando se rebasa un umbral se desencadena un proceso y otro se extingue. Así, la arroyada sólo actúa sobre una superficie dada si la lluvia es lo suficientemente inten­sa o si el suelo está saturado de agua. Una lluvia que totalice la misma cantidad de precipitaciones, pero repartida por una duración mayor y con gotas de dis­tinto calibre, tendrá diferente efecto. Como conse­

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cuencia del juego de las interacciones, basta con que se modifique un proceso para que cambie de naturale­za todo un sistema. Así ocurre con el proceso del hielo. Pero, como hemos visto anteriormente, los umbrales no son los mismos según el lado por el que son abordados; por otra parte, si bien determinados umbrales pueden determinarse claramente debido a su diafanidad (por ejemplo, el hielo a 0 °C), otros experimentan unas franjas de incertidumbre, de inde­terminación, que hacen acto de presencia cuando varios fenómenos actúan en la misma dirección.

El estudio de los umbrales es tan importante para la comprensión de los fenómenos que intervienen para modificar el medio natural como para los que rigen la organización de las sociedades que ocupan el espacio. Sabemos que cualquier equipamiento y que cualquier servicio únicamente pueden funcionar entre dos límites: un límite inferior más allá del cual el servi­cio ya no es rentable, y un límite superior que si se rebasa hace que la congestión paralice el tráfico. Entre ambos existe una zona de utilización óptima. La cons­trucción de una autopista no es rentable para un tráfi­co de 200 vehículos al día; pero si su capacidad hora­ria es de 3.500 coches, el aflujo de 5.000 paralizará el tráfico.

Como consecuencia de las relaciones que se com­binan, el franqueo de un umbral generalmente supone toda una cascada de transformaciones, consecuencia del juego de los procesos acumulativos. Un paisaje de montaña acondicionado no puede ser conservado si una parte de la población lo abandona. El manteni­miento de los servicios es demasiado oneroso para quienes se quedan, y el cuidado de los campos es una carga demasiado pesada para los habitantes que no han emigrado. Campos y prados se ven invadidos por la landa y el bosque. Eventualmente puede acelerarse la erosión: las terrazas que no se cuidan se hunden, lo

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cual provoca el desarrollo de los fenómenos torrenciales. La carga sólida de los ríos aumenta y entraña un aumento del aluvionamiento en los llanos situados más abajo, provocando inundaciones, como en Florencia en octubre de 1 966. Un paisaje ordenado lentamente en el curso de los siglos cae hecho añicos en pocas décadas como consecuencia del éxodo rural. Esto es lo que se observa en las montañas de Umbría desde 1950, descritas por H. Desplanques.

Una evolución jamás conduce al punto de partida. Una superficie de erosión levantada por un movimien­to tectónico será atacada, disecada; otra superficie de erosión podrá formarse, y no será ya la misma. No hay verdaderamente ciclo en el espacio geográfico, sino el ciclo de elementos físicos que intervienen como agen­tes en el espacio, como el ciclo del agua o el ciclo de las estaciones. Ciertamente, es posible utilizar este término por comodidad didáctica, como ha hecho uno de los fundadores de la geomorfología, el americano W. M. Davis, pero a condición de saber que la llegada jamás estará en el punto de partida. Así pues, parece preferible reemplazar el término «ciclo» por el de «rit­mo», que admite el avance y la evolución, y que sobre todo permite descubrir las «anomalías» dentro de un ritmo dado, y ver lo que constituye la originalidad de una situación en el interior de una familia de formas, de un sistema, o de una evolución que se inserta en el espacio.

La homogeneidad de los espacios geográficos

La noción de espacio homogéneo es de un uso tan corriente entre los geógrafos como entre los eco­nomistas. Para J. R. Boudeville1, un espacio homogé-

’ Boudeville. J. R.. Les espaces économiques, col. «Que sais-je?», núm. 950 PUF, Paris.

Los caracteres del espacio geográfico 2 !

neo es un espacio continuo, cada una de cuyas partes constituyentes, o zona, presenta unas características tan cercanas como las del conjunto. En una determi­nada superficie hay, pues, una identidad pasiva o acti­va de los lugares y, eventualmente, de los hombres que la ocupan. La identidad puede proceder de un ele­mento que imprime una nota determinante al paisaje, o bien de un tipo de relaciones que queda indirecta­mente marcado en el paisaje.

La homogeneidad puede ser externa: en tal caso, una región homogénea será la que corresponde al área de extensión de un paisaje; la homogeneidad la proporciona entonces una formación vegetal depen­diente del clima (el prado, el bosque), o bien un tipo de topografía que se repite (la alternancia de colinas y de valles de Armagnac). Puede deberse a un tipo de ordenación en un espacio bastante poco diferenciado: el bocage del oeste de Francia, con los campos y los prados cerrados y la dispersión del hábitat rural. A veces la homogeneidad está vinculada a determinada forma de ocupación del espacio que corresponde a una densidad regular, señalando la presencia de un grupo étnico que se individualiza por técnicas originales, como la región Serer, en el sur de Senegal, en donde el cultivo de secano está asociado con la ganadería, y en donde el paisaje tiene el aspecto de parque, salpicado de kad, árboles que se pueblan de hojas en la estación seca (lo que representa un forraje muy apreciado), pero de parque compartimentado con empalizadas para proteger del ganado a los cultivos.

La homogeneidad también puede ser interna; la estructura que rige la organización del espacio res­ponde a dos condiciones: como escribe C. Lévi- Strauss, «es un sistema, regido por una cohesión interna; y esta cohesión, inaccesible a la observación de un sistema aislado, se revela en el estudio de las transformaciones, gracias a las cuales encontramos

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propiedades similares dentro de sistemas aparente­mente distintos»: como la organización de los Estados en las sociedades industriales, lo mismo si son socialistas como si están regidos por la economía de mercado. Un Estado nacional en el que los ciudadanos obedecen las mismas leyes constituye igualmente un espacio homogéneo. La homogeneidad nace de un sistema de relaciones que determina unas combina­ciones que se repiten, análogas en una determinada fracción del espacio geográfico. Además, es posible que en vez de la expresión «homogéneo» se prefiera la de «isoesquema», como hace R. Brunet, quien usa la palabra esquema en función de la definición que de ella da el diccionario francés Robert: «estructura o movimiento de conjunto de un objeto, de un proceso».

Inmediatamente vemos la riqueza y la ambigüe­dad de la noción de homogeneidad aplicada al espacio geográfico. Cualquier porción de la epidermis de la Tierra pertenece a varios espacios homogéneos. En función del enfoque del análisis damos preferencia a tal o cual tipo de las relaciones que se establecen en el espacio. Por ejemplo, las grandes zonas climáticas, con sus consecuencias derivadas biogeográficas e hidrológicas, son «espacios homogéneos», con el mis­mo rango que una pequeña parte de la superficie terrestre cuya originalidad se debe a un clima local, como por ejemplo un valle seco en los Andes colom­bianos, entre montañas húmedas, o el valle de Magdalena, cerca de Girardot (Francia), entre las cordilleras oriental y central abundantemente regadas. Los países industriales de Europa occidental forman un espacio homogéneo si nos situamos a escala mun­dial y si la observación se consagra prioritariamente a las formas de organización económica y a los niveles de desarrollo. Pero, por ejemplo, la Beauce es por sí misma un espacio homogéneo original, caracterizado por un tipo de paisaje agrario aplicado a una topogra­

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fía de meseta baja; forma parte del conjunto de los lla­nos y baja meseta de la cuenca parisiense, en donde se practica la «gran agricultura». Es un espacio homo­géneo, con sus fajas de degradación (como hacia el Gâtinais) y de indeterminación (hacia el Hurepoix). Pero la Beauce es un elemento dentro de espacios homogéneos más vastos: espacio nacional francés, países de Europa occidental, zona templada, etc.

El análisis de la homogeneidad del espacio sólo es esclarecedora cuando recurre a la noción de escala, de taxonomía de los fenómenos, e implica el estudio de áreas de extensión de las formas y de los sistemas, y de los procesos que los engendran, por el camino de las consecuencias. Este análisis plantea el problema de la relación de las formas dentro de conjuntos más vastos, y únicamente él permite las comparaciones que nutren la cultura geográfica. Es por ello por lo que se sitúa en el centro de la reflexión geográfica.

La noción de escala aplicada al espacio geográfico

El análisis de cualquier espacio geográfico, de cualquier elemento que interviene en su composición, y de cualquier combinación de procesos que actúan en y sobre el espacio, no deviene inteligible más que si tiene lugar en el interior de un sistema de escalas de magnitud. Nadie compara la población y las modalida­des de su distribución entre Costa Rica y Brasil, aun­que en ambos casos se trate de Estados pertenecien­tes a América Latina. Nadie estudia con los mismos métodos ni con las mismas perspectivas el macizo prealpino de la Chartreuse y el conjunto de las cordilleras alpinas, aunque en ambos casos la palabra «montaña» se aplique a estos relieves. También sabe­mos que al cambiar de escala los fenómenos cambian no solamente de magnitud, sino también de naturale-

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za. Una ciudad de un millón de habitantes no puede compararse con veinte aglomeraciones de cincuenta mil almas, a pesar de que el total de la población es equivalente, porque un mismo término está aplicado a dos realidades diferentes. El equipamiento urbano y los servicios, pero también el ritmo de vida de los habitantes, no son iguales en una aglomeración millonaria y en una ciudad de cincuenta mil habitantes. La utilización de una misma palabra induce a ambigüeda­des y a confusiones cuando engloba realidades de dis­tinto orden dimensional. Por lo tanto, cuando se trata de comprender el significado de una forma —ya sea un relieve, un paisaje o una aglomeración—, es necesario compararla con formas parecidas para ver las analo­gías que hay entre los procesos y las combinaciones que intervienen en la evolución y permiten explicarla. La llamada geografía «general» tiene por objeto establecer comparaciones entre formas y sistemas de interacción basados en elementos similares. Sabiendo que las formas son plenamente inteligibles sólo en el caso de que estén situadas en su medio, la compren­sión de los hechos únicamente tiene valor cuando estos se colocan en unas escalas de magnitud comparable. Así, el problema de la escala interviene de dos maneras: a nivel de las comparaciones —que es esencial para comprender la generalidad, y, en con­secuencia, la originalidad de un fenómeno o de una situación— y a nivel de las transferencias de escalas dentro de un mismo conjunto. Cuando estudiamos un macizo montañoso es tan indispensable que conozca­mos su lugar en el sistema de relieve como que anali­cemos los elementos que lo componen. Las funciones de una pequeña ciudad se definen con relación a la red urbana de la que forma parte y por sus relaciones con su entorno rural; tales funciones deben comparar­se asimismo con las que poseen otras pequeñas ciu­dades análogas.

Los caracteres del espacio geográfico 25

Se han presentado diversos intentos de clasifica­ción de los espacios geográficos, tanto por parte de geógrafos orientados hacia el estudio de las formas del relieve como por geógrafos «humanos».

En Le modelé des chaînes plissées (CDU), Cailleux y Tricart clasifican las montañas de acuerdo con siete u ocho órdenes de magnitud basados en la superficie. Es cierto que puede haber otros criterios de clasifica­ción: por ejemplo, la génesis o la amplitud del volu­men montañoso, o la altitud relativa o absoluta de las cimas. El criterio fundamental es de orden espacial. El primer orden de magnitud es el de las grandes cordilleras que, junto con los escudos, constituyen el armazón de los continentes: las cordilleras del oeste de América, que tienen 1 5.000 km de extensión, des­de Alaska hasta la Tierra de Fuego, y cubren millones de kilómetros cuadrados, o bien el conjunto alpino- himalayo, que corta al sesgo el dominio mediterráneo y una gran parte de Asia. El segundo orden procede de una elemental división del precedente: por ejemplo, el arco antillano o los Alpes. El tercer orden de magnitud es un elemento del número precedente: así, dentro del sistema montañoso del Oeste americano, las Coast Range y Sierra Nevada, con el gran valle californiano entre ambas. Avanzando hacia las escalas inferiores llegamos al séptimo orden, constituido por un pliegue: la dimensión del sector implicado es de unos kilóme­tros. El octavo orden puede ser el flanco de un pliegue o una parte de una vertiente, en cuyo caso el territorio analizado abarca sólo algunos centenares de metros. A cada orden de magnitud le corresponde un enfoque particular del análisis. Así, en los ejemplos preceden­tes, para los primeros órdenes el estudio se orienta primero hacia la tectónica y la física del globo, que permiten explicar la formación del conjunto montaño­so en el curso de dilatados períodos geológicos, y en gran parte su evolución. Por el contrario, el estudio de

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la evolución de una vertiente se dedica a la forma de la pendiente y a su evolución en función de los proce­sos de erosión que intervienen sobre el material que aflora o cubre la vertiente.

Una clasificación de este mismo tipo puede basarse en los climas. En cabeza figuran las grandes zonas climáticas que dependen de los fenómenos pla­netarios; al final de la escala encontramos el clima local, que posee una identidad gracias a unos elemen­tos particulares que pueden estar vinculados con la topografía: una posición resguardada proporcionada por una pantalla montañosa, y en el último nivel el microclima, que es el clima de un volumen de aire res­tringido, particular y muy localizado: el clima de una pared rocosa o de una sala.

Es posible dividir el espacio en función de los niveles de desarrollo: los países subdesarrollados y los países desarrollados, con las etapas de transición o de degradación; en los países subdesarrollados hay una diferencia muy considerable —no solamente relaciona­da con la dimensión nacional o población— entre Bolivia y Venezuela, o, en los países desarrollados, entre Suecia e Italia. A continuación es posible recortar cada espacio en función de unos criterios específicos. En un esfuerzo de síntesis, R. Brunet presenta una cla­sificación por conjuntos espaciales isoesquemas, que por su dimensión y su especificidad ofrecen cierta uni­dad. Esta clasificación (presentada aquí bajo una for­ma simplificada) tiene el mérito esencial de situar en un mismo orden de magnitud los diferentes elementos —tanto del medio físico como del medio humano— que contribuyen a la organización y a la evolución de las distintas partes del espacio.

Partiendo de la clasificación de acuerdo con la escala de los fenómenos, es posible ver cómo se entrelazan las combinaciones y analizar el cometido de los procesos en función del tiempo y de la dimen-

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os caracteres del espacio geográfico 27

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sión. El análisis de un paisaje agrario requiere que lo situemos en una zona climática, un clima regional, que veamos los eventuales matices debidos a un cli­ma local que favorecen o perjudican tal o cual activi­dad agrícola, que conozcamos las características de los suelos. Pero es necesario saber a qué tipo de sociedad pertenecen los hombres que lo trabajan y lo han trabajado en el pasado, que expliquemos las rela­ciones tanto sociales como económicas a nivel local y regional, nacional e internacional, que conozcamos las técnicas de ordenación del espacio utilizadas en fun­ción de la densidad de los hombres, pero también de las formas de apropiación del suelo. Al estudiar una montaña granítica, el geomorfólogo sabe que es nece­sario situarla en el conjunto morfoestructural de! que es una de las partes, pero también que es preciso conocer los caracteres petrográficos de los volúmenes rocosos; su comportamiento frente a las presiones tectónicas o a las acciones meteóricas, que son distin­tas según los climas que hayan podido sucederse en el transcurso de los tiempos. Le es necesario trabajar tanto a escala del millar o de la decena de millares de kilómetros cuadrados, como a escala del microscopio polarizante, que permite la observación de los cristales; debe intentar descifrar una evolución en el curso de los últimos millones de años, pero saber tam­bién cómo reacciona esta superficie rocosa ante el hielo o frente a un aguacero. Y únicamente por medio de esta sucesión de análisis efectuados en todas las dimensiones y con técnicas y un instrumental adecua­dos a cada escala de estudio se podrá llegar a una explicación coherente del paisaje y de las formas que lo caracterizan.

La cartografía es una técnica que, al permitir la figuración y la esquematización del espacio localizan­do sus elementos, implica obligatoriamente la elec­ción de una escala. La escala de reproducción y las

Los caracteres del espacio geográfico 29

necesidades de la figuración gráfica exigen que se seleccionen lógicamente y de una manera parecida los fenómenos que deben figurar en el documento. A cada escala le corresponde una forma de representa­ción, que no siempre es posible transcribir a otras escalas. A escala 1/10.000 el catastro señala las parcelas de las propiedades, dibujando la forma y la situación precisa de las construcciones. El mapa a escala 1/50.000 permite ver la disposición de las aglomeraciones, el trazado de las calles principales y la distribución de los bosques y de los prados, mencio­nando todos los lugares habitados; partiendo de este documento se puede analizar el emplazamiento de las aglomeraciones y la distribución del hábitat. El mapa a escala 1/200.000 señala la localización de las aldeas; las aglomeraciones están representadas por un símbolo que expresa la cifra de su población o bien su importancia administrativa; los caseríos y los edificios aislados desaparecen de la representación, por lo menos en las regiones densamente pobladas. Con el mapa a escala 1/200.000 podemos estudiar la situa­ción de las aglomeraciones, su distribución, y ciertos aspectos de la vida de relación. Un mapa a escala 1/10.000.000 únicamente menciona las grandes ciu­dades o sólo indica los grandes conjuntos del relieve. El análisis y la comprensión de los fenómenos locali­zados en el espacio geográfico pasan necesariamente por la utilización de documentos cartográficos, en donde son seleccionados y representados unos ele­mentos de naturaleza distinta en función de las escalas usadas.

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.......

2. El hombre y el espacio geográfico

La acción humana1 tiende a transformar el medio natural en un medio geográfico, es decir, modelado por la acción de los hombres en el curso de la historia. Este es un hecho reciente en la historia del mundo. Efectivamente, si bien la paleontología nos dice que los seres que podemos considerar como los primeros hombres aparecieron en África oriental hace dos millones de años, el cometido del hombre como agen­te de intervención en el espacio geográfico data sola­mente de unos 6.500 a 7.000 años, con el inicio de la agricultura. La generalización de la agricultura tuvo lugar en diversas regiones del mundo hace tres o cua­tro milenios. Pero la acción humana en el espacio geo­gráfico se vuelve cada vez más vigoroso bajo los efec­tos conjugados del crecimiento demográfico mundial y de los progresos técnicos. Aunque si bien la historia humana no es más que una fina película en el espesor de la historia del mundo, es una película que ostenta una posición capital para la comprensión y la explica­ción del espacio geográfico.

George, P., L'action humaine, col. «SUP», PUF, París, 1968.

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Paisajes naturales, paisajes modificados y paisajes ordenados

Por comodidad y para facilitar la exposición, podemos clasificar los paisajes —reflejos de espacios— en tres familias, en función de las modalidades de la intervención humana.

El paisaje natural. — El paisaje «natural» o «vir­gen» es la expresión visible de un medio que, en la me­dida en que nos es posible saberlo, no ha experimen­tado la huella del hombre, por lo menos en una fecha reciente. Inmediatamente vemos cuáles son sus lími­tes. En nuestra época los paisajes naturales son los que no se inscriben en el oikuméne en sentido estric­to. Se trata de regiones no aptas para las actividades agrícolas o la ganadería, por razones climáticas: piso de alta montaña o regiones heladas de las altas latitu­des, desiertos fríos o cálidos, a veces extensiones forestales o pantanosas del dominio tropical. No obs­tante, en algunos puntos encontramos instalaciones que responden a unas actividades precisas: bases científicas y estratégicas de las altas latitudes, minas en los desiertos o en la alta montaña. El coste de la presencia del hombre moderno en estos difíciles medios es muy elevado a causa del clima, de la d ifi­cultad de las comunicaciones y del aislamiento. En estas bases se reduce la duración de la estancia de sus habitantes, que generalmente son técnicos y especialistas de elevada cualificación. Aunque la instalación puntual del hombre en estos espacios vacíos puede contribuir a modificar localmente el medio, de ningún modo queda afectado el carácter general del conjunto.

Algunas regiones tórridas, selváticas o estépicas, pueden ser recorridas por pequeños grupos de caza­

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dores y de recolectores. Los guayaki de Paraguay se limitan a perseguir animales, a buscar moluscos y a recolectar bayas; mientras para la caza no utilicen el fuego, no ejercerán en el medio una acción fundamen­talmente distinta a la de determinados animales. Pero ello no quiere decir que estos grupos nómadas no ten­gan una clara percepción del espacio por el que se desplazan, de sus límites, y de sus posibilidades de utilización para su género de vida.

El paisaje modificado. — Aunque no ejerzan acti­vidades pastoriles ni agrícolas, estas colectividades de cazadores y de recolectores en constante desplaza­miento pueden modificar el paisaje de manera irreversible. La práctica del fuego en la maleza o en el bosque para la caza desemboca en una transforma­ción del medio. Ello es visible principalmente en las lindes de los grandes dominios forestales tropicales, allí donde la selva es más fácilmente combustible que la selva permanentemente verde. Este es el motivo por el cual a menudo se discute sobre el origen de las sabanas. ¿En qué medida es la sabana una formación originaria, y en qué medida está relacionada a una empresa humana a veces lejana e inconsciente de sus consecuencias? Así, las cimas redondeadas cubiertas de prados, y los pajonales que cubren las colinas rodeadas de selva en las lindes de la Amazonia perua­na, ¿se deben a la ruptura de un equilibrio ecológico causado por el fuego de los indios que encontraron en estas colinas areniscosas un medio más permeable, y por ello más favorable a ¡a combustión que la vecina selva, tan húmeda? La pregunta sigue en pie. Obser­vemos que a menudo existe la convergencia de dos elementos: un medio local, más frágil por razones edáficas que su entorno, será modificado más fácil­mente por el fuego —ya sea accidental o bien provoca­do por los cazadores— que una espesa selva.

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Aunque unas actividades pastoriles no presenten huellas visibles en forma de cercados y de abrevade­ros, provocan igualmente una modificación del medio. Para su alimentación, los bueyes, los corderos y las cabras eligen determinadas plantas, lo cual motiva una transformación de la alfombra vegetal; el pisoteo de las vertientes o de las orillas de las corrientes de agua favorece los procesos erosivos, etc. Así, con los incendios de matorrales y el pastoreo, aunque sea extensivo, se llega a la noción de paisaje modificado. Se rompe un equilibrio y otro tiende a instaurarse, y entre ambos hay un período de cambios más o menos rápidos que pueden ser desastrosos. De una manera general, cuando unos fenómenos naturales —cuya evolución corriente, media, es lenta y poco apta para la observación directa— empiezan a evolucionar a una velocidad que los hace visibles y perceptibles, se corre el riesgo de desembocar en catástrofes, eventualmen­te perjudiciales para las instalaciones humanas. Algu­nas regiones actualmente casi deshabitadas y que parece que jamás hayan sido pobladas, son de hecho unos sectores transformados y depauperados por una acción inconscientemente devastadora del hombre. La selva que se extiende al sur de Yucatán, en las proxi­midades de la frontera guatemalteca, está casi desha­bitada; pero esta región fue uno de los focos de la civilización maya hace unos mil años. En el aspecto agrícola, esta civilización se basaba en el cultivo del maíz, practicado en claros abiertos en la selva; el abandono de este medio fue debido posiblemente a la ruina de los suelos consecutiva a una rotación dema­siado rápida de los cultivos como consecuencia del aumento de la población. Salvo que la región se vol­viese insalubre, por una razón todavía desconocida. No siempre los paisajes modificados io son en el sen­tido de una deterioración del medio natural, sino que pueden constituir una transición, un paso hacia los paisajes ordenados.

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Los paisajes ordenados. — Son el reflejo de una acción meditada, concertada y continua sobre el medio natural.

— Acción meditada, es decir, consciente. El grupo se esfuerza por sacar partido de ciertos elementos del medio en vistas a una producción determinada o a unas ventajas para la vida de relación. El grupo organi­za el espacio en función de su sistema económico, de su estructura social y de las técnicas de que dispone. Su acción es una de las imágenes de su civilización, que según P. Gourou es «una opción entre las condi­ciones naturales y las técnicas».

— Acción concertada, es decir, que no es el resul­tado de un individuo que actúa solo, sino de una sociedad encaminada a alcanzar determinados objeti­vos. Para lograrlo, las tareas se reparten en función de las posibilidades de los individuos, de sus tradiciones, de sus categorías sociales o profesionales, y, en cier­tos casos, de su origen étnico.

— Acción continua. Esta noción es la consecuen­cia de las dos relaciones precedentes. La acción debe ser necesariamente continua, proseguida durante cier­ta duración para que el medio sea modificado y se le pueda sacar el partido deseado. Es, pues, una acción que se realiza en función de un futuro más o menos lejano y que exige unos esfuerzos escalonados en el tiempo. Cualquier producción que sea el resultado de una serie de acciones se expresa en tiempo necesario entre el comienzo de los trabajos y el producto termi­nado. Recoger una pepita de oro por azar en un río no es ningún acto productivo, pero la explotación de alu­viones auríferos, ya sea por medios rudimentarios, o con técnicas modernas, grandes dragas, cribado y flo­tación, constituye una acción productiva.

Los acondicionamientos que transforman el medio natural en un medio geográfico dependen tanto de la naturaleza como del grado de evolución econó­

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mica y social de la colectividad, y son el resultado del encuentro de un medio y de las técnicas de organiza­ción del espacio.

Los tipos de ordenación de un mismo medio natural

Un mismo medio natural (o virgen) puede originar una serie de paisajes distintos. A través de un mismo medio hay todo un juego de posibles utilizaciones. No obstante, en un momento dado de su historia, una sociedad a veces no tiene más que una sola posibili­dad para acondicionar el espacio que ocupa.

Una selva densa tropical puede:— No ser utilizada por el hombre; en tal caso sigue

siendo una selva primaria, virgen según la terminolo­gía popular.

— Ser roturada periódicamente, y en los claros temporales así creados es posible tener una sucesión de cultivos, o bien su mezcla en un mismo campo (por ejemplo mandioca, maíz, bananos y patatas); el cam­po está en activo durante tres, cuatro, o cinco años, hasta el agotamiento de los suelos. Entonces se aban­dona y la selva secundaria brota en su lugar, hasta el momento en que, al cabo de quince, veinte, o treinta años, el mismo lugar se rotura de nuevo y se prende fuego a la selva talada. Se trata del sistema de culti­vos itinerantes en chamicera, escasamente productivo pero muy extendido en el dominio tropical, donde se le dan nombres locales: conuco en Venezuela, milpa en América Central, lougan en África occidental, ray en la península indochina. Permite cubrir modesta­mente la subsistencia de una sociedad de agricultores con escasas herramientas, y mantiene el capital pedológico a condición, no obstante, de que las rota­ciones no se aceleren. Casi no proporciona excedentes

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comercializables. El instrumental es rudimentario: azada, machete, o incluso bastón de cavar; la densi­dad de ocupación permanece escasa, quedando lim i­tada a unos pocos habitantes por kilómetro cuadrado, salvo cuando este sistema se asocia a cultivos perma­nentes. Solamente una fracción del espacio utilizable, del orden de una décima parte, se usa en un momento dado.

— La selva puede ser roturada y reemplazada por un cultivo arbustivo permanente: cacao, jebe, cafeto, agrios, etc. En este caso se llega a una utilización más o menos permanente del suelo. La producción se organiza de acuerdo con la venta en los mercados nacionales o internacionales. El sistema de propiedad y de explotación del suelo puede ser distinto para una misma planta y para un mismo producto. La planta­ción está en manos de pequeños cultivadores autóc­tonos que comercializan sus cosechas a través de cooperativas o de sociedades comerciales, o bien per­tenece a grandes empresas con importantes capitales (United Fruit para los frutos tropicales en América Central, o plantaciones de jebes en Vietnam del Sur). La densidad de ocupación varía desde veinte hasta cien habitantes por kilómetro cuadrado.

— El mismo terreno puede igualmente ser rotura­do y reemplazado por pastos que alimenten un gana­do para carne o producción láctea.

De este modo tenemos cuatro formas de utiliza­ción de la selva densa, que pueden estar muy próxi­mas. Así, en el piedemonte amazónico de los países andinos encontramos aún restos de selva primaria; calveros temporales se abren en una selva periódica­mente roturada por agricultores itinerantes, mientras que unas plantaciones o unas granjas ganaderas señalan las implantaciones fijas de una colonización organizada para una producción comercializada. Even­tualmente esta vecindad va acompañada del estable­

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cimiento de relaciones de complementariedad: un modesto agricultor puede ir a trabajar eventualmente a la plantación, o bien proporcionar algunas legum­bres para el avituallamiento de la mano de obra asala­riada de la gran empresa. También pueden presentar­se conflictos: los cultivadores itinerantes necesitan vastas superficies, cuyas mejores porciones pueden ser acaparadas por explotaciones más pujantes que ocupan el suelo permanentemente, y de ahí se derivan litigios y tensiones.

A veces estas formas de utilización del espacio se suceden en el tiempo y en un mismo emplazamiento. El cultivo en chamicera desaparece ante la plantación, y esta puede verse reemplazada por una granja gana­dera si las ventajas económicas son superiores: entre los Andes y el sur del lago Maracaibo, en Venezuela, la selva densa fue roturada al mismo tiempo que se suprimía la malaria y que se construía la carretera asfaltada panamericana. Muy a menudo la etapa del conuco, de la roturación practicada por los agriculto­res bajados de los Andes o llegados de Colombia, ha precedido a la creación de las haciendas ganaderas que posee la burguesía de Maracaibo. A orillas del lago, una plantación de caña de azúcar se ha transfor­mado progresivamente en granja ganadera que produ­ce carne y leche para los mercados urbanos.

A través de este tipo de ejemplo, que podríamos multiplicar, vemos que el medio natural no es más que un elemento en el establecimiento de un paisaje acon­dicionado. Una estepa herbácea sirve de soporte a una explotación pastoril extensiva, que mediante irri­gación y con el empleo de abonos puede convertirse en un sector agrícola y ganadero intensivo. Los ejemplos abundan: basta con analizar las sucesivas transformaciones de la pampa argentina, de las prade­ras canadienses o de una parte de las estepas del Asia central soviética para ilustrar este punto. Estas modifi­caciones van unidas a un aumento de la densidad, o lo

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motivan, implicando una modificación de las técnicas de utilización del espacio en las que intervienen aquellas relacionadas con la producción (mecaniza­ción y motorización agrícolas, uso de abonos, etc.), y las de los transportes a gran distancia, con una organi­zación de los mercados dentro de unos vastos conjun­tos económicos: el de los países socialistas para las estepas del Asia central soviética, y el de los países del norte del Atlántico para Canadá.

Según las sociedades, la velocidad y el ritmo de las transformaciones son extremadamente desiguales: los sucesivos acondicionamientos del valle del Nilo se espacian por una cincuentena de siglos, pero el apro­vechamiento de las estepas y de los desiertos del noroeste de México por medio de la irrigación se ha hecho en dos décadas. En el primer caso no contabili­zamos el esfuerzo de las generaciones sucesivas, excepto cuando una gran realización modifica deter­minados elementos, como la creación de la presa de Assuán en Egipto; en el segundo caso nos esforzamos por rentabilizar al máximo la inversión efectuada y por amortizarla en un espacio de tiempo dado.

La noción de recursos naturales

Los «recursos naturales» de un espacio determina­do tienen valor únicamente en función de una socie­dad, de una época, y de unas técnicas de producción determinadas; están en relación con una forma de producción y con la coyuntura de una época. La propia noción de recursos naturales se presenta singular­mente estática, y a menudo su inventario tiene algo de irrisorio. La noción de recursos naturales plantea de un modo falso las relaciones entre el hombre y el medio. Sabemos que, desde un punto de vista absolu­to, los recursos no existen: un «recurso» únicamente es utilizable con relación a cierto nivel de desarrollo técnico y a la situación geográfica de un espacio. Un

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siglo atrás una mina de uranio no era un recurso. Pero un recurso puede perder su utilidad y su significado: aunque las bellotas eran la base de la alimentación de los indios yana californianos a principios del siglo pasado, actualmente ya no las consumen los habi­tantes de la California urbana... La mineta de Lorena, mineral de hierro fosforoso, no fue apro­vechable por la siderurgia hasta que se descubrió un procedimiento de reducción del mineral; hoy este mineral de bajo contenido ha perdido una parte de sus ventajas, cuando los grandes barcos para transporte de mineral han permitido transportar a buen precio hasta los puertos de las regiones industriales un mine­ral de hierro de alto contenido extraído de lejanos yacimientos. Por este motivo, Lorena queda en infe­rioridad frente a Dunkerque, y a no tardar frente a Fos.

Un mismo recurso ofrece distintas posibilidades de utilización según las épocas y las técnicas. Un río puede hacer girar las ruedas de los molinos, suminis­trar el agua necesaria para un perímetro de regadío, usarse para un molino papelero o una fábrica textil, contribuir a la refrigeración de una central térmica, ali­mentar de agua potable a una aglomeración urbana, o servir de soporte a los transportes fluviales. Existe, pues, una posible pluralidad de las utilizaciones de un mismo recurso, o bien competencia por su uso; puede tratarse de la elección entre el agua para una ciudad y la central térmica, entre la irrigación y la hidroelectricidad en los ríos de llanura. Uno de los problemas de la ordenación del territorio es el del mejor uso posible de un elemento del espacio en función de las necesida­des de la sociedad.

La noción de obstáculo natural

El significado de los distintos obstáculos naturales que suponen subordinaciones en la ordenación del espacio es también cambiante según las épocas y las

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técnicas. Un espacio puede ser más o menos per­meable y más o menos franqueable.

Una vertiente en pendiente se acondiciona en for­ma de terrazas para permitir su aprovechamiento agrícola. Para un campesinado que únicamente se sir­ve de la energía muscular, los trabajos agrícolas en una pendiente no son mucho más difíciles ni más cos­tosos que en un campo más llano. Si la vertiente ofre­ce suficientes desniveles, el escalonado de acuerdo con la altitud permite tener diferentes producciones o cosechas en distintos períodos del año, según la alti­tud; de este modo es posible tener producciones a la vez más variadas y eventualmente complementarias en unos espacios reducidos, como el campo de ciertas aldeas andinas, escalonados de 1.500 a 2.000 m de desnivel y que comprenden, de abajo a arriba, bana­nos, campos de maíz y árboles frutales, en el piso intermedio trigo y alfalfa, y más arriba cebada y pata­tas, mientras que a partir de los 4.000 m la puna (es­tepa herbácea) sirve de pasto para una ganadería extensiva. Cuando los transportes se efectúan a lomos de animales, no representarán una gran dificultad los caminos de herradura. Por el contrario, la introducción de la rueda, de los ejes, y de la tracción motorizada, modifica profundamente los elementos de utilización de un espacio en pendiente. La agricultura de las ver­tientes está en inferioridad de condiciones comparada con la agricultura del llano, en donde la mecanización y la motorización permiten grandes aumentos en la productividad del trabajo y en la producción, y su mecanización será difícil y su coste particularmente oneroso a causa de la necesaria especialización del material adaptado a la pendiente, y los gastos de fun­cionamiento más elevados, para una misma unidad de superficie, en comparación con una agricultura de lla­no. A causa del relieve, a menudo los campos están divididos, tienen formas irregulares y son de pequeñas

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dimensiones, lo cual constituye un freno suplementa­rio para el uso de maquinaria. Finalmente, el suelo puede ser pedregoso y estar sembrado de bloques rocosos, fáciles de evitar cuando la tierra se labra a mano, pero que estropea las máquinas. La ventaja de poder obtener en pequeñas superficies (a escala comarcal) unas producciones variadas gracias al escalonamiento, pierde todo interés en una economía más comercial y con las posibilidades de transporte a grandes distancias y a bajo precio. En cambio, el desplazamiento motorizado por una pendiente es cos­toso, y requiere la construcción de carreteras a un coste muy elevado, en ciertos casos varias veces superior al de la construcción de carreteras en terreno llano, y cuya conservación es onerosa. También las regiones montañosas se presentan menos favorecidas en una sociedad industrial que en una sociedad rural tradicional, en donde la rueda tractora no se utiliza. Ello explica el éxodo masivo que desde hace un siglo afecta a la mayoría de las montañas europeas. Muchos municipios rurales han perdido la mitad o las tres cuartas partes de su población en unos cien años, y los paisajes ordenados se desmoronan, a pesar de que a mediados del siglo pasado estas regiones tenían unas densidades rurales bastante próximas al prome­dio nacional, excluidas las ciudades.

Podríamos encontrar numerosos ejemplos, ya se trate del significado de los ríos, de las selvas o de determinados suelos, en la ordenación del espacio. Existe así una valorización o una desvalorización de ciertos espacios geográficos en función de lim itacio­nes naturales que, aun siendo las mismas, tienen un valor, un significado cambiante, según las sociedades, su nivel técnico y económico, y las finalidades que tales sociedades persiguen.

3. El hombre y el medio1

Uno de los problemas planteados por el análisis del espacio geográfico es el de las relaciones entre el hombre y el medio físico que le rodea. En el capítulo precedente hemos visto que un mismo medio puede dar lugar a paisajes humanizados distintos. Ahora es necesario estudiar en qué medida el medio físico ejer­ce una acción sobre el hombre al actuar sobre su fisiología y su comportamiento, y cómo responde la sociedad a las coacciones del medio natural.

Una vez rebasada la fase de la localización y de la nomenclatura, la geografía intentó investigar las rela­ciones de causalidad entre el hombre y la naturaleza. Con ello se planteaba el problema del determinismo geográfico, que fue uno de los debates de la geografía en el siglo pasado y a principios del actual. Bajo la influencia de Comte, de Taine y de Buckle, la geogra­fía pretendidamente científica tendió a subestimar unilateralmente y de una manera a veces somera la

1 «Medio» es aquí sinónimo de «medio ambiente».

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44 El espacio geográfico

influencia del medio sobre el hombre. Uno de los mé­ritos de Vidal de La Blache consiste en haber demos­trado que no existe un determinismo absoluto y con­vergente, y subrayado que todo cuanto concierne al hombre está aquejado de contingencia. Señaló tam­bién que cada medio ofrece una serie de posibilidades que podemos combinar de maneras distintas. Pero conviene ver cuál es el margen de combinación otor­gado al hombre frente a la naturaleza, y cuáles son las posibles soluciones para interpretar el medio, habida cuenta del número de hombres, su densidad, las técni­cas de que disponen, y su organización social. Pero asimismo, es necesario plantear en otros términos la cuestión del determinismo: ¿están o no relacionados con la influencia duradera del medio físico la fisiología y el comportamiento del hombre que vive en socie­dad, y su aptitud para la innovación y las transforma­ciones?

La influencia del medio en el hombre

La influencia de la naturaleza puede ejercerse a través de unos circuitos más o menos largos, de unos filtros más o menos complejos, o de una serie de carambolas.

Estas acciones pueden ser obra del clima y del complejo biológico que de él deriva. Primeramente, existe el caso de la adaptación de unas poblaciones que viven en regiones de clima dificilísimo, helado, tó ­rrido, muy seco o muy húmedo, en las franjas del oikuméne en sentido estricto. Es un tema apasionante para la biología, pero que quizás es de un interés geo­gráfico algo más limitado a causa de la escasez numé­rica de las poblaciones implicadas.

Las poblaciones del Ártico, los esquimales por ejemplo, tienen que habituarse a la larga noche inver­

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nal, soportar grandes fríos y vientos violentos, y tener una alimentación basada principalmente en proteínas y grasas. Estas poblaciones amarillas poseen una extraordinaria resistencia al frío (que encontrábamos igualmente en los fueguinos que vivían casi desnudos entre los fuertes vientos helados de la Tierra de Fue­go). Tienen una capa de grasa protectora; los inter­cambios a través de los poros de la piel están reduci­dos; su sistema digestivo está adaptado para digerir un gran consumo de grasas, altamente caloríficas, y los menudillos significan alimentos selectos gracias a su variedad en materias nutritivas. Sus posibilidades de hibernación son destacables, lo que les permite tener una existencia hibernal aminorada. Los reghei- bat, grandes nómadas del oeste sahariano, soportan bien un aire muy seco, cuyo contenido en humedad puede descender por debajo del 10%, y unas tempe­raturas exteriores superiores a la del cuerpo; al igual que los tubu de Tibesti, tienen una temperatura corpo­ral inferior al promedio de la humanidad, tensión ar­terial baja, y reducida tasa de sudoración; al ser altos y delgados, la superficie de su cuerpo es importante en relación con su peso. Los aymará del altiplano peruano-boliviano, que viven a más de 3.800 m de altitud, poseen un músculo cardíaco y una caja toráci­ca desarrollados; pero, por otro lado, constatamos que una parte de los anticuerpos que permiten resistir a una serie de agresiones microbianas han desapareci­do debido al ambiente de aire puro de la gran altitud; para estos indios ello entraña una menor resistencia a las enfermedades que hacen estragos en las regiones cálidas, dificultades de supervivencia, y una tasa ele­vada de morbosidad en el dominio tropical de las bajas altitudes (trabajos del equipo del profesor Ruf- fié). Todas estas modificaciones patológicas y fisioló­gicas manifiestan una larga y progresiva adaptación a unas condiciones climáticas difíciles para el hombre,

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con una selección que se opera en el curso de las generaciones. En ello vemos una indiscutible acción de un medio físico riguroso sobre el hombre, y la demostración de su aptitud para modificar su stock genético por un largo período. También con ello vemos que la noción de fijeza racial no constituye más que un modelo puramente teórico.

Existen modalidades más indirectas de adapta­ción del hombre a un medio dado: J. Bernard y J. Ruf- fié citan un ejemplo interesante en L'hémotypologie géographique. Los muong (o moi) viven actualmente en la región media de la cordillera annamita, siendo los restos de un poblamiento de origen indonesio repartido antaño por el conjunto de la península indo­china, que fueron empujados a las montañas por los invasores llegados de China meridional, y que consti­tuyen el actual pueblo vietnamita. La parte alta de la montaña fue ocupada por grupos meo, lolo y thai; así, los muong quedaron atrapados entre los vietnamitas y los pueblos montañeses, y se mantienen en la región media, aunque estén menos organizados que los viet­namitas y sean menos combativos que los montañe­ses. Ahora bien, se observa que la alta región, debido al frescor de las temperaturas, está al abrigo del palu­dismo, y que en el llano un cuidadoso aprovechamien­to contribuyó a la supresión de esta enfermedad y de sus vectores; por el contrario, el piso ocupado por los muong está plagado de anofeles vectores: el paludis­mo ataca a los recién llegados, mientras que los muong no padecen esta enfermedad gracias a la pre­sencia en su sangre de hemoglobina E. De este modo, están protegidos de las invasiones por su resistencia al paludismo, elemento de superioridad con respecto a los vietnamitas y a los pueblos montañeses2.

Al tema de la influencia del medio físico sobre el hombre se le pueden aportar otros elementos. La

2 Actualm ente la malaria está en camino de desaparecer de la reglón media.

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abundancia de enfermedades específicas en el domi­nio tropical (paludismo, amibiasis variadas, filariosis, bilharziosis, anquilostomiasis, etc., sin hablar de la fiebre amarilla, actualmente yugulada) contribuye a debilitar una parte de las poblaciones de las regiones cálidas. A todo esto se añaden las enfermedades carenciales (avitaminosis) y todo el cortejo de las enfermedades de la pobreza, consecuencia del subdesarrollo. Pero esta enumeración de graves enfer­medades no impide que ciertas regiones tropicales figuren entre las más pobladas del mundo: Java y los llanos deltaicos del Asia monzónica tienen densidades iguales y superiores a las de las regiones industrializa­das de Europa occidental. Estas altas acumulaciones de poblaciones primordialmente rurales únicamente son posibles en zonas cálidas y húmedas, en donde el volumen de producción vegetal es muy superior al que con métodos comparables se obtiene en zonas más frescas. Estas altas densidades, que sólo son posibles gracias a un cuidadoso aprovechamiento del espacio, muy a menudo van acompañadas del saneamiento del medio. Y ya es sabido que determinadas regiones tropicales han albergado a brillantes civilizaciones caracterizadas por una sólida organización política y por vigorosas expresiones artísticas, desde los mayas de América Central hasta los khamers camboyanos. No obstante, hay que destacar que en la zona templa­da es donde han tenido efecto desde hace un siglo y medio los principales inventos y el paso del descubri­miento a su aplicación práctica mediante la técnica industrial. Desde hace algunos siglos la voluntad de acometer se ha señalado más vigorosamente en la zona templada que en la zona tropical. Pero la única relación «hombre - medio físico» casi siempre ha sido incapaz de proporcionar explicaciones satisfactorias.

Las correlaciones —que sobre el mapa son apa­rentemente fáciles de establecer— entre característi­

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cas del medio y comportamientos humanos y sociales, se revelan generalmente muy complejas y se estable­cen a través de numerosos intermediarios. Cuando, a principios de este siglo, A. Siegfried distinguió en las lindes armoricanas una actitud política diferente en sus habitantes, según se encontraran en el antiguo macizo cristalino o en la cobertura sedimentaria cali­za, no redujo su análisis de ciencia política a la simple confrontación del mapa geológico con el mapa de los votos en las elecciones, sino que hizo intervenir los datos sociales, económicos, con sus eventuales enla­ces con el medio físico para la explotación agrícola o las actitudes religiosas; en toda esta combinación la caliza y el granito intervienen sólo oblicuamente.

El hombre y el medio modificado

Hemos visto que hay tipos de adaptaciones más o menos indirectas a determinadas coacciones del medio natural; también sabemos cuál puede ser la acción del hombre transformando y ordenando el medio bruto. Por ejemplo, la cuidadosa explotación de los llanos aluviales del Asia húmeda y cálida para el cultivo del arroz va acompañada de la disminución y de la desaparición de la malaria, lo cual entraña toda una serie de importantes consecuencias para el poblamiento; la roturación desconsiderada de bosques que cubrían las pendientes montañosas provoca una catastrófica erosión de los suelos, e inundaciones de los llanos. No obstante, a estas acciones del hombre sobre la naturaleza conviene añadirles las consecuen­cias que sobre el mismo hombre provoca el medio por él creado, tanto sobre su fisiología como sobre su comportamiento. El clima de las grandes ciudades industriales ya no es el de los campos circundantes.

El hombre y el medio 49

pues en la zona templada se caracteriza por tempera­turas invernales más elevadas que las del espacio rural vecino, por una luminosidad celeste disminuida, y por más neblinas, constituyendo el polvo unos núcleos de condensación. La vida urbana es parcial­mente indiferente a las estaciones: los locales en los que el habitante de la ciudad pasa la mayor parte de su tiempo, tienen calefacción en invierno, y eventual­mente están «climatizados» en verano. La misma ali­mentación cada vez está menos diferenciada por las producciones de cada estación, y a lo largo de todo el año es muy igual. El ruido, el aire contaminado y con­finado, las tensiones de la vida cotidiana, y la ausencia de ejercicio físico por parte de numerosísimos habi­tantes de la ciudad, contribuyen a crear una patología particular en tales individuos, siendo el estado de fati­ga solamente uno de sus aspectos. En el análisis de las relaciones entre el hombre y el medio es indispensable estudiar el papel extremadamente complejo que representa el medio creado y segregado por las sociedades, sobre las propias sociedades y los individuos que las componen. Para numerosas colecti­vidades, el entorno del hombre es cada día menos natural. La geografía no desprecia el estudio de estas interacciones entre el hombre y su obra.

Al analizar un espacio, el geógrafo debe integrar el conjunto de los datos, buscar correlaciones en los distintos niveles, medir las interacciones. Entonces la utilización de las matemáticas puede mostrarse indispensable para manejar una importantísima canti­dad de datos, calcular múltiples correlaciones, y com­binar las interacciones. Pero las matemáticas no son más que un instrumento, neutro como cualquier ins­trumento; por una parte, los resultados obtenidos dependen de la calidad de los datos tratados, y por otra de los métodos empleados. Las matemáticas pueden también servir de lenguaje para acortar la

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50 El espacio geográfico

demostración y abreviar el discurso; a este respecto, el conocimiento de las matemáticas presta los mayo­res servicios en el análisis del espacio geográfico, aun­que su uso es bastante más delicado que en el trata­miento de los espacios económicos, en los cuales pueden ser cifradas la mayoría de las relaciones. Ello explica cierto retraso en el empleo de las matemáticas por parte de la mayoría de geógrafos en comparación con sus colegas economistas. Muchos elementos que intervienen en el espacio geográfico son difícilmente cuantificables, de donde una aproximación más cuali­tativa de las cuestiones, y una interpretación más his­tórica de los fenómenos.

El geógrafo sabe que existe una relación entre un paisaje y una historia, y se esfuerza por saber cuál ha sido la respuesta de una sociedad en desafío con la naturaleza, traduciendo así la expresión challenge and reponse, tan querida de A. Toynbee.

El ejemplo de Egipto es bien conocido: a una fase desértica en el Neolítico, sucedió una fase algo más húmeda, hará unos 7.000 años; en el Alto Egipto va acompañada de la extensión de una vegetación suda­nesa frecuentada por grandes mamíferos, seguidos por los cazadores y los pastores. El retorno a una fase más seca está señalado por la disminución de la caza; unas variaciones climáticas, aunque sean débiles, pueden tener importantes consecuencias en estos espacios secos del dominio subtropical. Aquí vuelve a aparecer la importancia de los umbrales más allá de los cuales intervienen unos fenómenos diferentes; con la desertificación se ofrecieron dos soluciones a estas poblaciones hamitas: una emigración hacia zonas más favorables para la caza, o bien la intensificación de la producción por medio de la irrigación en el valle del Nilo. La solución que se adoptó fue esta última: las limitaciones naturales provocaron el progreso técnico. Se trata de the challenge o f dessication, el desafío de

El hombre y el mediola desecación, al cual responde la sociedad mediante innovaciones fructíferas. Como escribe Carl Troll:

«La construcción de canales y la parcelación de las tie ­rras arables suponían el conocim iento de la agrimensura, basada en las matemáticas. La práctica de la irrigación implicaba la división del año en un calendario basado en la observación de los astros y las condiciones atmosféricas. Los problemas técnicos planteados por la utilización del suelo y el duro trabajo de aprovecham iento dieron origen a las ciencias, particularm ente a las m atemáticas, a la astro­nomía y a la geodesia. El contro l del agua, su distribución equitativa, y la reglamentación de las desavenencias con ello relacionadas, únicamente podían ser atendidos con la instauración de una organización jurídica superior. La d iv i­sión del trabajo, l a especialización profesional, y la organi­zación del trabajo, llevaron a una centralización política y a la form ación de unos sistemas de gobierno rígidos, con una jerarquización complicada de la población tan to desde el punto de vista social como jurídico... Otra consecuencia fue la form ación de una población no rural, de localidades centrales y ciudades, en las cuales se individualizó una cla­se de artesanos y de comerciantes. Así fue com o los in ter­cambios comerciales y la actividad artesanal se apartaron to ta lm ente de la producción. Y así fue com o se form ó lo que W ittfoge l llama una civilización "h idráulica".»

La adaptación a las condiciones de un medio dado puede ser el resultado de unas contingencias históri­cas que obligan a las colectividades a buscar refugio o a adaptarse a medios a priori difíciles. Las comunida­des cristianas arrojadas por los turcos a las montañas de los Balcanes adoptaron un género de vida monta­ñés y poblaron densamente las montañas, mientras que el llano, a menudo vuelto insalubre, estaba domi­nado por las explotaciones extensivas de los grandes terratenientes turcos. Así encontramos por todo el mundo numerosísimos ejemplos de minuciosos acon­dicionamientos de montañas por parte de unas pobla­ciones refugiadas, desde los beréberes del norte de África hasta los bamileké de la meseta de Dschang en el Camerún, grupos que a veces constituyeron colecti­vidades caracterizadas por un género de vida adapta­

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52 E l espacio geográfico

do al marco montañoso, cuando en su origen se trata­ba de poblaciones diversas (notoriamente en el caso de los bamiliké).

Son muy frecuentes los ejemplos de inadaptación a las condiciones del medio natural; los encontramos en todas las épocas y en sociedades muy variadas. Su estudio para la comprensión del hombre-habitante es tan interesante como el de las adaptaciones.

En Haití, y después de la revolución de Toussaint Louverture a principios del siglo XIX, desaparece el sistema colonial de la plantación, en el que se basa­ban la sociedad y la economía de la isla; los propieta­rios criollos son exterminados, o bien regresan a la metrópoli, o se van a otras islas de las Antillas; los esclavos insurrectos y liberados se distribuyen por las montañas y los llanos. Entonces se asiste a una dis­persión casi total del hábitat; pero se trataba de traba­jadores de plantación que no tenían tradiciones cam­pesinas, incapaces de encontrar unas prácticas agrícolas bien adaptadas al medio. Como sea que era preciso sobrevivir, cada familia sembraba aquello que le era necesario: algunas judías, mandioca, maíz, bananos y cafetos; el trabajo se efectuaba con técni­cas muy rudimentarias y sin buscar la producción mejor adaptada al medio, y de ahí unos rendimientos bajos, un relativo despilfarro de energía, y una eviden­te regresión técnica con relación a las sociedades afri­canas de las que estos haitianos habían surgido, e incluso con relación a la plantación.

En el noroeste de la India, en Punjab y en Uttar Pradesh, la agricultura se basa primordialmente en el trigo, que se siembra y cosecha en la estación seca, y por ello se obtienen mediocres rendimientos y es necesario llevar a cabo costosos trabajos de irrigación para paliar la falta de agua durante la estación agrícola. Por el contrario, en el momento de las lluvias de verano, en plena expansión vegetal, los campos

El hom bre y e l medio 53

permanecen en barbecho. Esta inadaptación a las situaciones climáticas es propia de poblaciones indoeuropeas de origen ario, que han conservado unas costumbres alimentarias a base de trigo, aunque a causa de las migraciones su nuevo marco de existen­cia sea poco favorable para este cultivo. La conserva­ción de las costumbres alimentarias ha sido más fuer­te que la presión del medio físico, el cual se ha sentido mediocremente.

La casa tradicional de Hokkaido no está concebi­da para los inviernos fríos y nivosos del norte del archipiélago nipón, sino que está vinculada a la llega­da de los japoneses, que anteriormente vivían en las islas del sur, con inviernos más templados, pero que no quisieron o no supieron cambiar su tipo de habitáculo, inadaptado a la crudeza de los inviernos.

El espacio geográfico es un espacio percibido y sentido

El espacio geográfico es un espacio percibido y sentido por los hombres tanto en función de sus siste­mas de pensamiento como de sus necesidades. A la percepción del espacio real —campo, aldea, ciudad— se añaden o se combinan unos elementos irracionales, míticos o religiosos. Así, las grandes montañas son la sede de los dioses, desde el Olimpo para los griegos hasta el Annapurna para las poblaciones nepalesas. El agua está preñada de significado: manantiales o lagos son sagrados, aunque lo sagrado puede estar relacio­nado con la utilización precisa de un elemento del espacio. Cada grupo humano tiene una percepción propia del espacio que ocupa, y que de una forma u otra le pertenece. Teodora Kroeber, en Ishi, indica que los indios yana tenían una idea muy precisa del espa­cio que recorrían, que hasta el siglo XIX fue una parte

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de la vertiente occidental de la californiana Sierra Nevada, desde el monte Lassen hasta el valle de Sacramento. Allí, en los encinares recolectaban las bellotas que servían para sus papillas, en los prados- bosque arrancaban el trébol, y cuando remontaban los torrentes pescaban el salmón; el gamo y el oso eran cazados en los bosques de pinos, así como en el cha­parral. Era un territorio a la vez variado y limitado, conocido en sus menores detalles, y cuyas fronteras estaban a varios días de marcha unas de otras. Era un espacio de los que sólo se abandonan como último recurso y de los que no se violan. Casi todas las pobla­ciones de pescadores, de cazadores y de recolectores poseen una visión precisa, aunque especializada, alre­dedor del conocimiento de los medios que permiten su supervivencia, del espacio que frecuentan; esta percepción a la vez exacta y concreta del espacio pue­de doblarse o superponerse a una visión mítica o cosmológica de la naturaleza. Lo mismo ocurre con las poblaciones campesinas.

En la época precolonial, los indios de los valles andinos conocían el espacio de cada comunidad; el lí­mite de la colectividad estaba dispuesto en forma de aureolas o de fajas según el escalonamiento, o bien en sectores alejados unos de otros, pero establecidos en unos medios diferentes que ofrecían posibilidades de producciones complementarias. Así, las comunidades de Huanuco, en los Andes centrales, tenían su centro en un ancho valle situado a 2.000 m de altitud, pero poseían tierras en un medio cálido y húmedo, unos campos hacia los 3.400 m para los cultivos templa­dos, y pastos en la estepa herbácea de la puna, por encima de los 4.000 m; las diversas partes estaban separadas unas de otras por decenas de kilómetros.

Al proceder al reagrupamiento de las comunida­des alrededor de los núcleos urbanos proyectados de acuerdo con el plano cuadriculado castellano, los

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españoles reunieron también las tierras en un espacio dispuesto en continuidad; con esta política que permi­tía un mejor control del país, rompieron cierto concep­to del espacio para reemplazarlo por el concepto romano de un espacio continuo, limitado, apropiado, y de ahí surgieron los conflictos que varios siglos des­pués aún perduran.

Gallais indica que en sus investigaciones en el delta interior del Níger, en Mali, le ha sido necesario llegar a captar la percepción que los habitantes tienen del territorio que ocupan para comprender el paisaje:

«He vagado prolongadam ente en el análisis regional de una comarca africana: el delta in terior del Níger. De una parte tenía una región natural vigorosa, unas llanuras inun­dadas y su terraza seca. De otra parte, en el interior, una tram a de pequeñas regiones —territorios de grupos fu lbe— aparentemente independientes unas de otras. ¿Cuál era la relación geográfica entre estos pequeños territorios y la aparente unidad, situándose una y otra a distintas escalas? Se me apareció la relación cuando empecé a hablar peul y el azar de las circunstancias me desveló su nomenclatura. Ningún docum ento cartográfico ni adm in istra tivo me podía dar su clave. En este m om ento las pequeñas unidades se situaron en un esquema organizador de naturaleza geográ­fica y no política.»La necesidad de descubrir el conocimiento que

cada sociedad posee de su espacio es indispensable tanto para los análisis del geógrafo como para los del etnólogo, y también es útil para el historiador. Uno de los méritos de Fernand Braudel consiste en haber mostrado cuál era la percepción del espacio medite­rráneo entre los hombres mediterráneos de la época de Felipe II.

El significado del espacio cambia según los indivi­duos y sus funciones, y también según las épocas. En una época en que la velocidad de desplazamiento era la misma para todos, cuando únicamente se circulaba a pie o a caballo, la distancia se expresaba en unida­des de tiempo iguales, cualesquiera que fuesen el

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individuo y el país. Las medidas del espacio eran las mismas para todos, pero la escala de su utilización no era la misma para el campesino que vivía entre su campo, su aldea y el burgo (en el marco de una comarca, espacio homogéneo que se podía recorrer en una jornada), y el mercader veneciano que comer­ciaba con Oriente. Actualmente el espacio y la distan­cia expresados en tiempo de recorrido son variables según los países y las categorías sociales: para la mayoría de los campesinos de los llanos aluviales del Asia monzónica, el espacio practicado es el terruño, que se puede cruzar en una o dos horas; el espacio del notable de la aldea es más vasto y está situado a dos niveles: a nivel local y a nivel regional, en el que es el interlocutor privilegiado de las autoridades y el aboga­do interesado por los asuntos locales; para el trabaja­dor de la ciudad, el espacio practicado es el área cer­cana al domicilio y al lugar de trabajo, y eventualmen­te el lugar de las vacaciones; para el responsable de una gran firma, es el área de aprovisionamiento o de mercado, que puede ser un país, un conjunto de naciones, o el mundo entero en las más pujantes empresas. Para comprender a una sociedad es preciso conocer los espacios que frecuentan sus diferentes miembros, las razones de esta frecuentación, y la idea que ellos tienen de su organización.

4. El significado de las densidades

En el análisis del espacio habitado, el geógrafo sitúa en primer plano los fenómenos de localización y de distribución de la población, y se dedica a descifrar su contenido y su significado. Podemos presentar algunas observaciones elementales: un mismo medio ofrece mayúsculas desigualdades en su poblamiento, y la densidad bruta es un dato que debemos situar en función de la escala considerada. Unas densidades brutas cuantitativamente parecidas tienen un conteni­do geográfico completamente distinto.

Densidades diferentes en unos medios semejantes

En las páginas precedentes hemos destacado suficientemente que la ocupación del suelo es la con­secuencia de toda una historia, el reflejo de una civili­zación, para que sea necesario insistir en este punto. En el dominio tropical las densidades rurales son muy

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distendidas, en una relación de uno a quinientos, o incluso a mil; y ello sin que en la mayoría de los casos las condiciones del medio físico puedan constituir unas explicaciones suficientes. El casi vacío delta del Orinoco contrasta con la densidad de ocupación del delta del Ganges.

La interpretación de las densidades no es la mis­ma según la escala considerada. En 1970; Perú tenía una densidad nacional de 1 1 ó 12 habitantes por kiló­metro cuadrado; pero sólo muy excepcionalmente encontramos este promedio a escala local. Vastos sectores del desierto, de la alta montaña y de la selva amazónica están deshabitados, mientras que algunos núcleos de población soportan densidades superiores a 50 ó 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Esta distorsión entre la densidad media considerada a pequeña escala y la que se observa a gran escala, es uno de los rasgos característicos del poblamiento de la América andina, que tiene lugar en forma de «archipiélagos habitados». No obstante, debido a la estructura agraria se notaban diferentes densidades en un mismo medio. Antes de la reforma agraria, los altiplanos de la estepa herbácea de la puna, en los Ancles centrales, a más de 4.000 m de altitud, tenían una densidad de 30 habitantes por kilómetro cuadra­do en los terrenos sobrecargados de pastoreo de las comunidades indias, mientras que las grandes hacien­das ganaderas mantenían una densidad próxima a un habitante por kilómetro cuadrado.

Mismas densidades y significado diferente

A escala local y en un mismo país, parecidas den­sidades tienen un contenido geográfico diferente. Los cantones rurales de Alsacia y de Bretaña tienen una misma densidad. En Bretaña se trata de una población

El significado de las densidades 59

que se ha mantenido esencialmente agrícola y se reparte en caseríos que salpican el bocage. En el campo alsaciano, en donde domina el openfield con campos en forma de tiras, la población se agrupa en aldeas. Pero el porcentaje de familias de agricultores no cesa de declinar, principalmente a partir de las dos últimas décadas; la mayoría de la población activa tra­baja en las ciudades o en fábricas. Las mentalidades, el estilo de vida y la disposición de las viviendas no son los mismos en un municipio en el que el 25% de la población depende de la agricultura y el resto de actividades secundarias y terciarias, y en un municipio en el que el 75% de sus habitantes vive directamente del trabajo de la tierra.

La densidad de ocupación del suelo únicamente tiene valor si se le compara con el espacio concreto en el que está inscrita, en relación con la estructura socioprofesional de la población, su forma y su nivel de vida, así como la vida de relaciones que la anima. No habría ningún interés en comparar densidades análogas, en cifras absolutas, en un país desarrollado y en un país subdesarrollado, si no fuese para notar el significado de las diferencias. Las densidades de los deltas del Rhin y del Mosa no pueden compararse con las del Ganges, a pesar de que las cifras son semejantes.

En los llanos aluviales del Asia monzónica la u tili­zación del suelo se basa principalmente en la agricul­tura, acompañada de una gran movilización de trabajo humano para una producción que es escasa, aunque con relación a la unidad de superficie pueda parecer satisfactoria como consecuencia de los minuciosos cuidados puestos en las labores de los campos, y de unas condiciones climáticas que permiten un ciclo vegetativo ampliamente escalonado durante el año. A la débil productividad del trabajo se añade una alta concentración de empleos por unidad de superficie. La

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existencia de densidades de varios centenares de habitantes por kilómetro cuadrado en los campos de Bengala tiene como corolario un nivel de vida baj ísimo, primordialmente marcado por una alimentación insuficiente, esencialmente vegetal, puesto que el cambio para la producción animal sería demasiado costoso en calorías (es sabido que la producción de una caloría animal requiere, por lo menos, el consumo de siete calorías vegetales). Se observa un complejo de pobreza. Como consecuencia de la estructura social y de las mentalidades, y de la miseria fisiológica de los habitantes, se nota una gran dificultad de adap­tación a los cambios y una ineptitud o una imposibili­dad de innovar. El bloqueo de la innovación se debe a todo un sistema. Los intercambios quedan limitados en volumen y se inscriben en una escasa superficie. El circuito entre el trabajo, la producción y el consumo es corto, y son locales. Cuando existen, los escasos exce­dentes productivos se los quedan los propietarios de las tierras, los usureros o los comerciantes que gozan de rentas de dominio. Es imposible disponer de unos ahorros, por limitados que sean, capaces de reinvertirse en actividades de producción. Cuando existe, el ahorro se gasta en fiestas y en ceremonias momentá­neamente liberadoras o que constituyen un olvido del presente.

Por el contrario, en los Países Bajos la población es urbana en su gran mayoría. Profesionalmente está en extremo diversificada a causa de la apuradísima división del trabajo característica de las sociedades industriales. Solamente una pequeña parte de la población se dedica a las actividades agrícolas, que son altamente productivas a la vez bajo el punto de vista de la productividad de la tierra y del empleo. La gran mayoría de la población activa está empleada en la transformación de ios productos, en su comerciali­zación y en las actividades de servicio. En el espacio,

El significado de las densidades 61

las comunicaciones representan una función absoluta­mente capital, y todo el sistema está basado en una vida de relaciones muy densa y diversificada, que entraña flujos de productos, de hombres y de comuni­caciones, a la vez locales, regionales, y que se insertan en un conjunto muy vasto. En todas las actividades se persigue la productividad. El progreso nace de una serie de ajustes, y la capacidad de innovar es el motor de la evolución.

Todas estas circunstancias se inscriben en el espacio y se reflejan en los paisajes, lo cual es eviden­te si comparamos densidades análogas de sociedades diferentes, incluso en el caso de que la población de estas regiones tenga actividades aparentemente pare­cidas. El Condado Venosino no tiene el mismo aspec­to que determinadas partes de oasis próximas a Lima, igualmente dedicadas a cultivos hortícolas para el mercado urbano. La fisonomía del hábitat y la densi­dad de equipamiento no componen el mismo paisaje, ni siquiera dejando de lado diferencias del medio geo­gráfico, y no obstante se trata de unos espacios que tienen poco más o menos las mismas densidades (su­periores a 100 habitantes por kilómetro cuadrado) y con producciones aparentemente comparables. Pero en el Condado Venosino la renta por habitante es del orden de las 75.000 pesetas anuales, y en los oasis de la costa central peruana es de unas 18.000.

Óptimo de población, superpoblación y subpoblación

Las observaciones precedentes, esquemáticas y rápidas, llevan a una crítica de las nociones de óptimo de población y de las que se desprenden de esta, como la superpoblación y la subpoblación. Pierre George ha hecho acertadamente su crítica en la Intro-

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duction géographique á l'étude de la population. Tales nociones se relacionan con una situación dada y son independientes de la cifra de densidad bruta. El óptimo de población únicamente puede existir mediante un equilibrio estático entre el número de habitantes y los recursos de que estos disponen durante cierto lapso de tiempo y en un espacio determinado. Más allá o más acá de este óptimo disminuyen la productividad por habitante y las rentas.

En opinión de Malthus, la superpoblación nace del aumento de una población que dispone de una superficie limitada, y cuyos recursos no pueden aumentar. Implica a la vez dinamismo demográfico, estancamiento técnico y rigidez social, que conducen a la imposibilidad de innovar. Cada hombre suplementario constituye una sobrecarga que contribuye a disminuir la parte de los demás, puesto que la suma global de los bienes disponibles permanece fija. Como sea que, en el sentido estricto del término, el umbral es el mínimo vital, la población únicamente puede permanecer estable durante un largo período gracias a unos constantes ajustes. Al cabo de un tiempo más o menos prolongado, el aumento de la población se ve acompañado de un aumento de la mortalidad, a causa de las carestías y el hambre. De este modo se tendrían unos «mecanismos reguladores» que mantendrían a la población dentro de ciertos límites a uno y otro lado del promedio. En efecto, la verdadera superpoblación se observa en el ámbito animal, pero felizmente es mucho menos frecuente en las sociedades humanas, puesto que Malthus no tiene en cuenta las posibilidades de transformar el espacio para hacer frente a un aumento de la población.

La superpoblación es casi independiente de la cifra bruta de densidad, ya que puede haber superpoblación incluso en un medio muy escasamente poblado. Una sociedad de cazadores vive en equili

El significado de las densidades 63

brio y en simbiosis con los animales que son la base de su alimentación; si el número de habitantes aumenta, se persigue más a los animales, y estos escasean; el volumen total de las presas disminuye, y el hambre puede cebarse en el grupo. En este caso la superpoblación está originada por el paso de una densidad media de 2 a 3 por kilómetro cuadrado. Pero igualmente puede nacer a causa de una acción independiente del hombre, como una epizootia que afecte a los antílopes. Asimismo, puede producirse en relación con unas consecuencias derivadas del crecimien­to demográfico: un grupo que practique el cultivo itinerante en chamicera —el cual requiere vastos espa­cios— ve aumentar su población; el ritmo de las rotaciones se acelera, y en los períodos de reposo la tierra ya no tiene tiempo para reconstituir sus elementos fertilizantes, acarreando un empobrecimiento de los suelos, una disminución de las cosechas, y el hambre. Posiblemente esto fue lo que provocó el fin del imperio maya en el Yucatán.

Para que exista «superpoblación» en el sentido maltusiano de la expresión, es preciso que la sociedad no pueda:— roturar nuevas tierras para hacer frente el aumento

demográfico (si se trata de una población agrícola)— cambiar de técnicas de utilización del espacio para

permitir un aumento de los rendimientos, por ejemplo pasando de una agricultura de secano a una agricultura de regadío

— encontrar otras actividades productoras (desarrollo de la industria)

— emigrar.La superpoblación nace en una sociedad cerrada,

inepta para el cambio, y que ocupa un espacio circunscrito; pero, no obstante, puede aparecer en una sociedad que se viese privada de una parte de sus medios de producción a causa de una presión exterior,

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o en el caso de que un grupo o una población domi­nante le quitase arbitraria y autoritariamente una frac­ción de su producción.

En el mundo encontramos casos de superpobla­ción «imperfectos». En las islas de las Antillas o del océano Indico la tierra disponible es limitada, y a veces está acaparada en gran parte por grandes pro­pietarios que se dedican a producciones destinadas a la exportación. La población aumenta, pero en una sociedad rígida como consecuencia de las divisiones sociales y étnicas. Las relaciones de dependencia con respecto a la metrópoli, y cierta ineptitud para el cam­bio, y la imposibilidad de ahorrar y de invertir, llevan a un atasco del sistema, lo cual acarrea un aumento del subempleo. Pero existen unos exutorios; el circuito no está cerrado: aunque limitada, es posible la emigra­ción, y del exterior llegan ayudas financieras bajo dis­tintas modalidades (compras a un precio superior al del mercado mundial de los productos exportados, prestaciones sociales, etc.). Para determinadas socie­dades campesinas de los llanos aluviales del Sudeste Asiático, el caso es más trágico: el cociente de tierra agrícola se reduce con cada habitante suplementario, y las posibilidades de transformación y de innovación son extremadamente limitadas. El exutorio es casi siempre la emigración a las ciudades, en donde el problema del empleo se plantea de una forma dramá­tica. La emigración hacia la ciudad corre entonces el riesgo de no ser otra cosa que una transferencia de pobreza. Pero el descubrimiento de nuevas variedades de plantas cultivadas —como un arroz filipino de alto rendimiento— y las inversiones llegadas del exterior y orientadas hacia la formación de los hombres y hacia la creación de nuevos empleos, pueden paliar las con­secuencias de la superpoblación.

Es preciso no confundir paro obrero, subempleo y superpoblación. El paro obrero no es un indicio de

El significado de las densidades 65

superpoblación, sino que sólo traduce la ineptitud más o menos duradera de una sociedad para transformarse y hacer frente al aumento de la población o a las modificaciones de las técnicas. Tampoco debe con­fundirse la superpoblación con la congestión: la con­gestión que padecen ciertas grandes aglomeraciones urbanas, a menudo no es más que el tributo de la falta de una política de ordenación de las ciudades. La solu­ción al problema del amontonamiento y de la conges­tión que contribuye a frenar las actividades urbanas podemos encontrarla, a un coste más o menos eleva­do, en la puesta en práctica de una política de ordena­ción del espacio... Lo cual no quiere decir que, si el crecimiento demográfico se mantuviese al ritmo actual durante varios milenios, el mundo acabaría sufriendo a la vez superpoblación y congestión.

La subpoblación aparece cuando una sociedad se encuentra en la imposibilidad de funcionar de acuerdo con sus normas a causa de una disminución de la población, que provoca un descenso del nivel de vida para los que quedan. También puede haber subpobla­ción cuando una sociedad que desea modificar su dominio en el espacio no tiene posibilidad de hacerlo a causa de una densidad demasiado escasa. En este caso nos encontramos por debajo de los umbrales de accesibilidad y de mercado, tanto para la producción como para el funcionamiento de los servicios.

Después de una guerra o de una epidemia, la población que sobrevive no puede mantener un siste­ma de irrigación que exige la movilización de numero­sos habitantes. Tal fue el caso en el norte de Ceilán en los siglos XVI y XVII. Los campos franceses están subpoblados, envejecidos y empobrecidos, debido al éxodo rural, principalmente en las regiones montaño­sas; el mantenimiento de los equipos instalados se vuelve demasiado costoso y su modernización ya no es rentable comparada con las normas nacionales. La

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organización del transporte escolar es casi imposible en ciertos cantones de los Alpes franceses del sur; entonces los servicios son mediocres, y en consecuen­cia muy costosos, ya sea para la colectividad o bien para los individuos; la vida es cada vez más difícil para quienes se quedan; el paisaje ordenado a través de los siglos se estropea progresivamente.

Contrariamente, los campos australianos, escasa­mente ocupados por una población con un alto nivel de vida, no están subpoblados: su ordenación tiene en cuenta el aislamiento; el elevado coste de determina­dos servicios está compensado por la alta productivi­dad del trabajo por persona activa. El estilo de vida está organizado en función de cierto aislamiento.

La noción de población óptima es el corolario de las dos precedentes. El óptimo es el resultado de un equilibrio entre un tipo de sociedad y un espacio geo­gráfico. Se estima que la cifra de la población y su dis­tribución profesional y geográfica permiten obtener una producción máxima, habida cuenta de las técni­cas de organización del espacio y del sistema econó­mico y social. Cualquier aumento o cualquier disminu­ción de la población implica un descenso de la pro­ducción global y de la renta individual. No obstante, la noción de óptimo de población se presenta singular­mente estática, puesto que no intervienen en ella el dinamismo de la población ni sus capacidades de innovación en el ámbito de la ordenación del espacio encaminada a una producción máxima obtenida al mejor coste. Pero esto no quiere decir que la investi­gación de un óptimo sea un análisis inútil. Esta inves­tigación exige un estudio completísimo de la sociedad en sus relaciones con el espacio; lleva al estudio de los umbrales y de la interacción de los fenómenos; y permite conocer el efecto de tal o cual medida y, en consecuencia, es un elemento de una investigación operacional. Por ejemplo, podemos suponer que con

El significado de las densidades 67

una población rural del orden de los 60 habitantes por kilómetro cuadrado que ocupen una superficie lo sufi­cientemente vasta (varios centenares o millares de kilómetros cuadrados) es posible garantizar el correc­to funcionamiento de cierto número de servicios escolares y sanitarios. No obstante, a menos que se trate de una región de cultivos especializados, es difí­cil que más del 40% de la población activa se dedique a actividades agrícolas. En tal caso se plantea el problema de saber si la densidad de la población no agrícola es suficiente para cubrir, por ejemplo, el fun­cionamiento de determinadas fábricas. Entonces vemos que es preferible tener una densidad más ele­vada, del orden de 100 a 120 habitantes por kilóme­tro cuadrado.

Tanto en la Champagne cretácea como en ciertas comarcas de Borgoña, la agricultura ha podido moder­nizarse gracias a la existencia de vastas superficies disponibles. Se constituyen modernas explotaciones, bien mecanizadas, de varios centenares de hectáreas, a pesar de que sostienen una escasa densidad de población por kilómetro cuadrado. Si bien el espacio agrícola tiene su «óptimo de población» con una den­sidad muy baja, el espacio rural del cual no es más que uno de sus componentes está subpoblado. Es extremadamente difícil mantener unos servicios, debi­do a la flojedad de las densidades.

La historia demuestra que la ordenación del espa­cio por parte de sociedades dinámicas, ya sea por su demografía o bien por su aptitud al cambio en los terrenos técnicos y sociales, se traduce en una modifi­cación en la distribución de las densidades y en la composición profesional de la población. Son posibles numerosas soluciones, pero, como ya hemos observa­do, en una época dada una población generalmente sólo dispone de una solución, con algunas variantes. Por ejemplo, si una población más numerosa dispone

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de tierras vacantes, puede extender su dominio acon­dicionado sin modificar sus técnicas de ocupación del espacio. El crecimiento demográfico en la Europa del siglo XIII estuvo acompañado de una enjambrazón del hábitat en los límites de los municipios, lo que se tra­dujo en roturación de los bosques. Pero en el siglo XIX el crecimiento demográfico de Gran Bretaña fue el responsable de la emigración a Australia, a Nueva Zelanda y a Canadá, y de la colonización de estas nue­vas tierras, cuyas producciones contribuyen al abaste­cimiento de la madre patria, así como a la concentra­ción de la población en las ciudades, por la necesidad de una mano de obra industrial.

La industrialización de Europa occidental desde hace un siglo y medio es el elemento motor de la urbanización, ya que provoca una demanda de mano de obra que puede acudir de los campos del país o bien del extranjero, o de ambos a la vez. Pero son posibles varias soluciones. En las comarcas renanas el aumento de la población urbana iba acompañado del mantenimiento de la población rural, que era estable hasta hace un siglo; no obstante, una porción cada vez más importante de esta población abandona las acti­vidades agrícolas por la industria. En Francia, país de baja demografía durante el pasado siglo y la primera mitad del presente, la urbanización y la industrialización —aunque llevadas a un ritmo menos rápido que en Alemania y en Gran Bretaña— se traducen en un éxodo rural que deja vacíos ciertos campos (mesetas del este y del sudeste de la cuenca parisiense, monta­ña media), y por la inmigración de trabajadores extranjeros. Así pues, hay dos situaciones: por un lado, en Francia, regiones rurales envejecidas, empo­brecidas y mal pobladas, en las cuales el patrimonio inmobiliario se degrada (aldeas abandonadas), en donde es difícil y costoso mantener los servicios y el equipo necesarios para la población que se ha queda­

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do, y en donde los problemas económicos son esen­cialmente agrícolas; por otro lado, en Renania, unos campos poblados, pero en los cuales sólo una peque­ña fracción de la población residente sigue siendo agrícola. El contraste es particularmente acusado entre Lorena —con campos a menudo exangües y degradados, con aglomeraciones mediocremente acondicionadas de las cuencas ferríferas y hulleras, en las que la falta de una política industrial arrastra al paro obrero a una parte de los trabajadores, que a menudo son de origen extranjero— y las regiones de Baden o Wurtemberg, en donde, como escribe E. Juillard en L'Europe rhénane, «los campos se urbani­zan, lo cual no quiere decir que se transformen en suburbio, sino que salen de su aislamiento, y que par­ticipan de las mismas ventajas de equipamientos colectivos, de movilidad y de posibilidad de ascenso social que las ciudades».

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5. Espacio rural y espacio urbano

El espacio geográfico está organizado y dividido al mismo tiempo. La división puede hacerse de acuerdo con criterios funcionales que se traducen en el paisaje. De este modo los paisajes acondicionados se reparten entre ciudades y campos, entre el espacio urbano y el espacio rural. Cada uno de estos espacios se caracte­riza por su fisonomía, por ritmos de actividades, densi­dades humanas y flujos diferentes. Pero en las socie­dades industriales las fronteras entre espacio rural y espacio urbano son cada vez más vagas y cambiantes. Vagas, porque es difícil dar una definición a la vez pre­cisa y completa de cada uno de los espacios, y cam­biantes, puesto que el espacio urbano aumenta a expensas del espacio rural. El espacio urbano deja de ser puntual para extenderse en forma de manchas como consecuencia de la urbanización, y, en la medi­da en que proporciona a los campos unos equipa­mientos y unas formas de consumo análogos a los de las ciudades, esta urbanización se extiende por las

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regiones rurales, que se ven transformadas profunda­mente en su condición de vida. Sin embargo, es nece­sario conservar la distinción entre espacio rural y espacio urbano, a la vez por razones de comodidad y de contenido.

El espacio rural

En su sentido corriente, la expresión espacio rural significa el campo. Apareció en la superficie de la tierra con ocasión de la «revolución neolítica», acom­pañado de los inicios de la agricultura y las primeras ordenaciones del espacio encaminadas a una produc­ción agrícola, en Egipto y en Mesopotamia, hace siete milenios. Luego abarca casi por completo los límites del oikuméne en su sentido más estricto. Así, en Fran­cia, el espacio rural ocupa aproximadamente las cua­tro quintas partes de la superficie total del país. Pero este porcentaje es mucho más bajo en países como Perú, en donde los desiertos, las altas montañas y la selva densa no roturada, cubren más de nueve décimas partes del territorio.

El espacio rural es —y principalmente fue— prime­ramente el ámbito de las actividades agrícolas y pastoriles. Pero las actividades agrícolas y la ganade­ría, que a escala mundial ostentan un lugar principal en el espacio rural, no son de ningún modo exclusivas de otras formas de utilización de las superficies. En las regiones rurales de los países industriales el espacio sirve asimismo para el descanso y el recreo. El espacio rural engloba con el mismo derecho los bosques acon­dicionados y los terrenos agrícolas, y sirve de residen­cia a una población de la que solamente una fracción se dedica a la agricultura, fracción que no cesa de dis­minuir. Por otra parte, es conveniente que precisemos

Espacio rural y espacio urbano 73

los términos: todo lo que concierne al campo es rural. Por lo tanto, la población rural es la que reside en el campo. Ahora bien, en los campos de los países industriales únicamente una minoría trabaja la tierra. En Francia, la población rural pasó de 26 millones a 17.900.000 entre 1856 y 1962, y la población agrícola que constituye uno de sus elementos declinó de 18.500.000 a 7.300.000. El descenso es aún más acusado en Alemania o en Gran Bretaña. En el curso del pasado siglo los campos de Renania permanecie­ron densamente poblados y se mantuvieron sus efec­tivos globales; en la actualidad, la sexta parte de la población activa de los campos renanos se dedica a una actividad agrícola. A este respecto es flagrante la diferencia con los países subdesarrollados, que con­servan una población rural que, en el caso de la India, es agrícola en sus cuatro quintas partes. Esta fue la situación de Europa occidental hasta el siglo XVII.

Pero, aunque la importancia de los agricultores no cese de disminuir en los campos de Europa occiden­tal, todavía las utilizaciones agrícolas del suelo ocupan la mayor parte del espacio rural, y dan a los paisajes rurales una gran parte de sus rasgos dominantes. De las 55.134.000 hectáreas de la superficie total de Francia, únicamente 4.881.300 hectáreas se conside­ran pertenecientes a sectores extraagrícolas, y3.692.000 hectáreas del dominio agrícola no están en explotación. Incluso en el caso de que los eriales pro­gresasen desde ahora hasta fines de este siglo, no habría más del 15% del territorio que no estuviese ocupado por la agricultura, la ganadería o las explota­ciones forestales.

La fisonomía del espacio agrícola y de sus compo­nentes está estrechamente vinculado a las contingen­cias climáticas, cualquiera que sea el grado de desarrollo de la agricultura. Las actividades siguen el ritmo de las estaciones: alternancia de una estación

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seca y de una estación húmeda en el dominio tropical, y de una estación fría y de otra cálida en las latitudes medias. Las opciones en la utilización agrícola del suelo dependen igualmente de la naturaleza física y química de las tierras, que pueden ser profundamente modificadas por las formas de cultivo y los abonados. Casi no hay relación entre el suelo esquelético de un desierto y el que encontramos unos años después en el mismo lugar en lo que se ha convertido en un perí­metro irrigado. La acción humana tiende a modificar el suelo. Un mismo suelo no evolucionará de la misma manera si se labra, o si soporta unos prados o un bos­que. La importancia del medio físico cambia de signifi­cado según las técnicas agrícolas: unos suelos ligeros y fáciles de labrar les parecerán «buenos» a unos agri­cultores que únicamente dispongan de instrumentos rudimentarios para trabajar la tierra, mientras que unos suelos «duros» y que después de las lluvias que­den mal avenados, serán repulsivos para los mismos campesinos. En cambio, para una agricultura mecani­zada disminuye el obstáculo de la «dureza» de las tierras. Una vez abonados con cal, los suelos ácidos pueden convertirse en buenas tierras para cereales; Bretaña es un ejemplo de ello desde hace un siglo. Así pues, en el espacio agrícola el significado del suelo cambia de acuerdo con las técnicas y los objetivos económicos de la sociedad que lo utiliza. Lo mismo sucede en el caso de los obstáculos y las ventajas del clima: la genética contribuye a desplazar los límites climáticos de los cultivos. Un ejemplo reciente nos lo proporciona la extensión del maíz híbrido en las llanu­ras de Francia, al norte del Loira. A menudo el lugar de origen de una planta cultivada se presenta luego como un sector poco favorable, si bien no para su cultivo, sí para la obtención de la máxima productivi­dad: precisamente los Andes tropicales no son el mejor sitio donde la patata da mejores resultados...

Espacio rural y espacio urbano 75

No obstante, y esto es esencial, las limitaciones naturales pesan siempre en la utilización del espacio agrícola, y difícilmente son reductibles, aun en el caso de que cambien de dirección: unas lluvias caídas en el momento oportuno permiten lograr una buena cose­cha de trigo. Para una sociedad que viva ampliamente en régimen de autoconsumo —como ciertos poblados de Penjab— el año es excelente por el hecho de que existen silos que permiten la conservación del trigo. Para unos agricultores que vivan en economía de mer­cado, en la cual las transacciones y los intercambios se efectúan a larga distancia, una buena cosecha local puede tener dos significados: o bien la cosecha es mala en otras regiones productoras, los precios suben, y el año es excelente para el sector climático privile­giado, o bien las cosechas son buenas en todas par­tes, los precios se derrumban, y la «buena cosecha» se vuelve catastrófica.

El espacio agrícola es un extenso espacio que sólo es puntual o lineal en los oasis o en los calveros de la selva. Es un espacio marcado por una economía difu­sa. Principalmente en los países tropicales, observa­mos una estrechísima relación entre la densidad de ocupación humana y la manera en que la agricultura utiliza el suelo. Entonces las densidades pueden estar muy desplegadas: desde unos pocos habitantes por kilómetro cuadrado en las fajas «sahelianas» del África sudanesa, hasta el millar de habitantes por kilómetro cuadrado en ciertos sectores de los llanos aluviales del Asia monzónica o de Java. En este caso existe un estrechísimo vínculo entre la productividad agrícola de la superficie y la densidad. Esta relación pierde gran parte de su significado en los campos de los países industriales, de una parte porque la productividad del suelo es independiente del número de gentes que tra­bajan la tierra, y de otra porque la mayoría de la pobla­ción rural es «no agrícola» y ejerce otras actividades,

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ya sea en la industria o bien en los servicios. Pero en ningún punto del espacio agrícola observamos densi­dades análogas a las de las ciudades. Incluso en las regiones de agricultura intensiva y altamente produc­tiva, el valor producido por unidad de superficie y por unidad de tiempo es muy inferior al que se obtiene en las ciudades. La competencia por el terreno es menos acusada, y además los precios se expresan en distinta unidad de superficie: en metros cuadrados el suelo urbano, y en hectáreas (10.000 m2) el suelo agrícola.

El espacio agrícola comprende los terruños, es decir, según la definición que da Pierre George, «el conjunto de las tierras labradas por una colectividad social unida por lazos familiares, culturales, y por unas tradiciones más o menos vivas de defensa común y de solidaridad de la explotación». El terruño, espacio cultivado por una colectividad agrícola, es distinto del término municipal, noción que se aplica al espa­cio ocupado y jurídicamente reconocido.

Los terruños se caracterizan por la forma de los campos, su disposición, su parcelación, y la trama de los caminos. El análisis del espacio rural engloba el hábitat, que es la forma de distribución de la pobla­ción dentro de un espacio dado.

Las familias de terruños son muy numerosas, pero podemos agruparlas en algunos tipos característicos. En Francia, al norte del Loira, los terruños se reparten en «campiñas», o comarcas de campos abiertos, en donde los grandes conjuntos de campos, de prados y de bosques, están bien repartidos sin que se imbri­quen estrechamente, y en «bocages» en donde los campos están cercados y en donde existe compene­tración entre campos y prados, a menudo sembrados de árboles. Pero entre bocage y campiña existen unas formas de transición: en el Pays de Caux los caseríos están rodeados de setos plantados, y las praderas próximas a las casas de campo están encerradas entre

Espacio rural y espacio urbano 77

terraplenes; los campos son abiertos, fuera de un núcleo de aspecto arbóreo que señala el emplaza­miento del caserío. El openfield puede tener varios aspectos: el paisaje de «openfield en mosaico» de Brie, en donde las parcelas de grandes dimensiones se imbrican como los elementos de un mosaico, no tiene la misma fisonomía ni la misma génesis que el openfield en tiras, con campos estrechos y alargados, de la Francia del este. El bocage de amplias manchas y de estrechas hileras del Pays de Bray en nada se parece al bocage de la Vendée, de anchas hileras y campos cubiertos de plantaciones. Es bastante corriente que un bocage vaya acompañado de un hábitat disperso en caseríos o casas de labranza aisladas; pero existen excepciones, como en la región francesa de Thiérache, en donde el bocage tiene un hábitat agrupado de aldeas. Las comarcas de campos abiertos casi siem­pre tienen un hábitat en aldeas, a veces con caseríos o grandes explotaciones aisladas en la periferia del dominio. Bocage y campiña son la expresión de unas sociedades agrarias, son paisajes «construidos» que, como cualquier construcción, conservan las huellas del pasado. Pero estos paisajes evolucionan.

El bocage del oeste de Francia, que en ciertas comarcas quizá se remonta a la época carolingia, tuvo su apogeo, su máxima extensión, a fines del siglo pasado. Las razones de su constitución son distintas según las regiones y según las épocas: lo mismo pue­de influir un factor jurídico (límite de propiedad), como un factor técnico (los setos protegen el campo de las divagaciones del ganado), un factor climático (protec­ción contra los vientos del oeste), o bien un factor ét­nico (el pretendido individualismo de los celtas, según Meitzen). A veces intervienen diversos factores, pero también puede haber una convergencia de formas surgida de relaciones de causalidad diferentes. Así, como en toda interpretación, como en toda explica-

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ción del espacio geográfico, intervienen elementos de naturaleza diferente, pero cada uno de ellos con su peso específico. El bocage puede asimismo deshacer­se, transformarse, como en la actualidad en vastos sectores del oeste de Francia. Se destruyen los setos, desaparecen los caminos encajonados, se modifica la red viaria de explotación, se agrandan las parcelas y los árboles se arrancan de los campos: es la conse­cuencia de la modernización de la agricultura, con la motorización y la mecanización. Estas transformacio­nes vienen facilitadas, y se hacen menos costosas y más rápidas, gracias a las grandes excavadoras que allanan los terraplenes, mientras que la política de concentración parcelaria subvencionada por fondos públicos interviene para facilitar la reagrupación de las parcelas y el nuevo trazado de la red viaria. Encontra­mos análogas modificaciones en las regiones de cam­pos abiertos: también allí, hay una reorganización parcelaria (menos onerosa que en el bocage); los cam­bios en la rotación de los cultivos son cada día más complejos, por razones técnicas, y al propio tiempo para responder a las necesidades del mercado.

El espacio rural —por lo menos en los países industriales— tiene encomendadas otras funciones además de las que se relacionan con la producción agrícola, las cuales localmente son y serán cada vez más secundarias; es un espacio de descanso, de ocio y de residencia, en donde nos esforzamos por preser­var y utilizar lo mejor posible los escasos recursos de las sociedades urbanas: el silencio, la tranquilidad, el aire puro, el agua y el verdor. En ciertas estaciones turísticas esta función de descanso puede monopoli­zar el espacio. A veces existe competencia entre las diversas actividades practicadas en un mismo espa­cio, y de ahí la necesidad de una elección: en ciertos bosques no siempre es compatible la presencia turísti­ca con la óptima explotación del bosque, aunque

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generalmente haya complementariedad. Sin la agri­cultura, muchos de los paisajes buscados por los habi­tantes de las urbes durante sus vacaciones dejarían de ser cuidados y perderían una parte de sus encantos.

En las mismas sociedades el espacio rural está bajo tutela, ampliamente subvencionado y eventual­mente mordisqueado por la urbanización, que puede degradar algunas partes de él en las proximidades de las grandes aglomeraciones; es un espacio cortado y troceado por las vías de comunicación (vías férreas, autopistas, etc.). Sirve efectivamente de soporte a las comunicaciones que permiten las relaciones interur­banas. Eventualmente podemos establecer una distin­ción bastante formal entre las redes que enlazan las ciudades y las redes de segundo o de tercer orden, que contribuyen al servicio del espacio rural. Pero la densidad de las redes no es comparable con la que drena las ciudades. En el espacio rural las nodalidades de las redes viarias son elementales: son las que se­ñalan las aldeas, los burgos y las pequeñas ciudades.

La sociedad que ocupa el espacio rural está profe­sionalmente mucho menos diferenciada que la socie­dad urbana, y el nivel de vida medio y el nivel de con­sumo de sus individuos son inferiores a los de los habitantes de las ciudades, por lo menos en los países subdesarrollados: de un lado, porque la población rural es en parte agrícola, y globalmente la población agrícola es pobre, porque la población rural a menudo es vieja y contiene una fracción importante de perso­nas en situación de retiro, y finalmente porque las ele­vadas remuneraciones y las rentas altas se localizan en las ciudades. Pero la población rural aspira benefi­ciarse de unos servicios básicos análogos a aquellos de que disponen los habitantes de las ciudades. Esta búsqueda de la paridad acarrea la urbanización de los campos. Ya en Gran Bretaña y en Estados Unidos, por lo menos en las regiones de aspecto rural situadas en

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las proximidades de las ciudades, la población que reside «en el campo» (sin que trabaje en él) dispone de rentas análogas, o incluso superiores, a las de los habitantes de los barrios urbanos, y de prestaciones de servicios equivalentes. En este caso la distinción entre ciudad y campo acaba por borrarse, y entonces tenemos regiones urbanizadas con una densidad de ocupación más o menos alta, zonas de ruido y zonas de silencio.

El espacio urbano

Características del espacio urbano. — El espa­cio urbano es la superficie ocupada por las ciudades, o por lo menos la que se necesita para el funcionamien­to interno de la aglomeración, y comprende las super­ficies edificadas, la red viaria urbana, las implantacio­nes de las empresas industriales y de transportes, los jardines, y los terrenos de esparcimiento y de ocios inmediatamente accesibles al ciudadano. Durante mucho tiempo no hubo ninguna dificultad para distin­guir el espacio urbano del espacio rural: la ciudad era de superficie limitada (algunas decenas de hectáreas, o a lo sumo algunos kilómetros cuadrados), y a menu­do estaba rodeada de fortificaciones; basta con recor­dar las ciudades medievales. Un derecho particular distinto del de los campos gobernaba a sus habitan­tes, pudiéndoseles atribuir algunos privilegios. La bur­guesía, clase social urbana, se constituyó en Europa occidental a finales de la Edad Media alrededor de la defensa y de la extensión de estos privilegios. De hecho, la distinción en el terreno y dentro de la socie­dad, entre ciudad y campo, no supuso prácticamente ningún problema hasta la segunda mitad del siglo pasado, e incluso hasta el actual, pues era localizable y estaba codificada. Con la extensión superficial de las

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aglomeraciones, la penetración física de la urbaniza­ción en el medio rural, y los intercambios incesante­mente más nutridos y diversificados entre ciudades y campo, las delimitaciones y las distinciones son cada vez de más delicada fijación, sobre todo en las socie­dades industriales.

Si bien la definición de la ciudad no plantea difi­cultades para el caso de las grandes aglomeraciones, y ello facilita la delimitación del espacio urbano, no ocurre lo mismo para los niveles inferiores. El geógra­fo Derruau indica que, aunque la noción de ciudad cada uno de nosotros la vemos clara, es difícil dar de ella una definición que sea precisa en sus términos y que al mismo tiempo abarque la gran variedad de las aglomeraciones consideradas como urbanas. Casi siempre la ciudad implica la noción de aglomeración continua, de tejido sólidamente construido y de con­vergencia de las redes (carreteras, vías de ferrocarril, canalizaciones de traída de aguas, redes telefónicas, eléctricas, de desagües, etc.). Es muy cómodo, y sobre todo necesario, adoptar un criterio estadístico: se con­sidera ciudad cualquier aglomeración continua que reúna más de 2.000, 5.000 ó 10.000 personas, según los países. Otros países definen la ciudad basándose en sus funciones administrativas y políticas y en el equipamiento de que dispone, para sí y para los habi­tantes de su entorno. Los propios estadísticos no se conforman con criterios únicamente cuantitativos, y por ello propusieron en la Conferencia de Praga de 1966 la siguiente definición de la población urbana: (está) «formada por el conjunto de personas que resi­den en una agrupación de viviendas compacta en nú­mero mínimo de 2.000, a condición de que en los núcleos de menos de 10.000 el efectivo que viva del trabajo de la tierra no rebase el 25%. Por encima de esta cifra, cualquier agrupamiento será considerado como urbano». Esta definición es aceptable para Euro-

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pa occidental, y obliga a considerar como urbanas algunas aglomeraciones de la India o de Nigeria que pueden alcanzar las 50.000 personas, y cuya pobla­ción activa es en su mayoría agrícola. Pero, por el con­trario, se expone a dejar de lado a las nuevas creacio­nes americanas, provistas de un núcleo central de ser­vicios separado de los conjuntos residenciales consti­tuidos por casitas rodeadas de jardines, por sectores no construidos, bosques, prados, tierras de labor o incluso desierto. Aquí podemos observar los límites de una distinción demasiado formal entre espacio urbano y espacio rural en los países técnicamente adelanta­dos y con un alto nivel de vida.

En su diversidad, el espacio urbano puede ser definido casi en todo el mundo mediante cierto núme­ro de datos. Se caracteriza por la concentración del hábitat en una superficie limitada, muchas veces con el amontonamiento de la población en los inmuebles de pisos. Es un espacio completamente equipado que, a causa de la alta densidad de las instalaciones y de la acusada competencia para la utilización del terreno, es caro, lo cual por exigencias de la rentabilidad indu­ce a la concentración de actividades altamente pro­ductivas por metro cuadrado. Es el soporte de unas actividades muy densas. Sus transformaciones se han vuelto mucho más delicadas y onerosas que en el espacio rural, no sólo debido al precio del terreno, sino como consecuencia de la densidad de los flujos en una superficie reducida. Es, pues, un espacio difícil­mente permeable a las transformaciones y que, sin embargo, como consecuencia de los envites de que es objeto, experimenta profundísimas modificaciones desde hace unas décadas, a la vez debido a unos cam­bios en los transportes (el automóvil trastorna la tex­tura de las viejas ciudades), al cambio de las activida­des, y principalmente a la extensión de todas las ciu­dades del mundo.

Espacio rura l y espado urbano 83

El espacio urbano es un espacio limitado que en los mapas a pequeña escala está representado por puntos, y por manchas a veces alargadas en forma de estela o dispuestas como nebulosas. Los quinientos millones de hombres —es decir, la séptima parte de la población mundial— que viven en aglomeraciones de100.000 habitantes y más, para sus viviendas y luga­res de trabajo probablemente ocupan una superficie que casi no debe exceder los 200.000 kilómetros cua­drados, o sea, las dos quintas partes de la superficie de España. A pesar de su crecimiento actual, que prácticamente supone doblar la superficie urbana mundial a cada generación, las superficies urbanas son limitadas. Se trata de unos núcleos en el centro de un plasma rural o de un «tejido intersticial», usando una expresión que emplean ciertos especialistas de la ordenación del territorio. Pero, para subsistir y funcio­nar, estas superficies requieren la movilización de unos recursos que proceden de espacios mucho más vastos, para la alimentación de la población al mismo tiempo que para su abastecimiento de agua y de ener­gía. La movilización y el transporte de estos recursos requieren la instalación de redes cuyas líneas conver­gen hacia las ciudades.

Como ya hemos observado, el espacio urbano es caro, a causa de su escasez, de las ventajas de situa­ción, y del equipamiento que se encuentra en él. Hace algunos años se estimaba que el precio de una hectá­rea junto a los Campos Elíseos parisienses representa­ba un valor equivalente al del conjunto de las tierras agrícolas del departamento francés de los Basses- Alpes. Pero se trata de casos excepcionales. En las ciudades es donde tienen lugar la mayoría de las acti­vidades terciarias, es decir, del comerció, de la Adm i­nistración, y de los servicios en el sentido más amplio, y de las actividades secundarias, es decir, industriales. Esto hace que de la manera más natural se otorgue a

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las ciudades un poder de mando y de dirección sobre su entorno rural. El poder económico de las ciudades es muy superior a la sola concentración de la pobla­ción. Los quinientos millones de hombres de las ciu­dades de 100.000 habitantes (alrededor del 14% de la población mundial) reúnen en sus manos un tercio de las rentas mundiales. Las diferencias entre las ren­tas medias de los habitantes de las grandes ciudades con relación a los de los campos se encuentran tanto en Colombia como en España, por ejemplo.

El desarrollo del espacio urbano es un hecho capi­tal de la época contemporánea. En el año 1800, de una población mundial calculada en 500 millones de personas, 1 5 millones, o sea el 1' 7 %, vivían en ciuda­des de más de 100.000 habitantes; en el año 1950, de 2.400 millones, 320 millones, es decir, el 13' 1 % se concentraban en aglomeraciones de 100.000 habi­tantes y más. En 1969, una séptima parte de la pobla­ción mundial, calculada en 3.500 millones de hom­bres, habita en las grandes ciudades. El crecimiento urbano tuvo lugar en el siglo XIX en Europa occidental, y luego en la segunda mitad del siglo en Estados Uni­dos. Actualmente tiene efecto principalmente en Asia, que cuenta con tantas grandes ciudades como Euro­pa, y en América Latina. Mientras que durante la pri­mera mitad del siglo xx en Europa el crecimiento de las ciudades fue del 100%, en Asia ha alcanzado el 450% . En América Latina la tasa de crecimiento del número de habitantes de numerosas capitales, funda­das en el siglo XVI por los españoles (Lima, Bogotá, Santiago, etc.), aumenta del 6 al 7% anual, y la super­ficie de tales ciudades se ha doblado en el curso de los últimos quince años. Por todas partes aparecen gran­des ciudades, a veces en medio de regiones que a principios del presente siglo estaban escasamente pobladas y mediocremente urbanizadas. Baste recor­dar el rosario de grandes ciudades del Asia central soviética.

Espacio rural y espacio urbano 85

La ciudad en el espacio. — Toda ciudad se de­fine en el espacio geográfico por su posición (o situación) y por su emplazamiento; se trata de dos nociones distintas, cuyo análisis requiere la utilización de documentos de escala diferente. La situación de una ciudad se estudia en mapas de escala mediana o pequeña; el emplazamiento se describe partiendo de mapas a gran escala.

Para Derruau1, «la situación es la posición de la ciudad en relación con las regiones y las vías de comunicación que fijan las relaciones necesarias para la realización de las funciones urbanas»; para Pierre George2, «la posición puede ser definida como la ubi­cación de la ciudad en relación con unos hechos naturales, susceptibles en el pasado y en el presente de ejercer una influencia sobre su desarrollo, este asi­mismo relacionado con la facilidad de su irradiación». Se trata de una noción relativa que se expresa en fun­ción de los factores circunstanciales del desarrollo urbano, factores que pueden ser técnicos, económicos o políticos; técnico: Laroche-Migennes, relevo de locomotoras de vapor en la línea París-Dijon, que experimentó el mayor tráfico ferroviario de Francia, pierde una parte de su cometido cuando la electrifica­ción suprime la necesidad de un depósito; político: Viena, capital del imperio austrohúngaro de los Habsburgo, en 1919 se convierte en una ciudad demasiado grande para el pequeño Estado austríaco y está situa­da excéntricamente con relación al país. La situación de la mayoría de las grandes ciudades va unida a la existencia de los grandes ejes de comunicaciones. Lyon se define con relación al eje del Ródano, que desemboca en el Mediterráneo, pero asimismo con

1 Derruau, M., Précis de géographie humaine. Colín, París. [Trad. castellana Tratado de geografía humana, Vicens-Vives, Barcelona, 1972.]

2 George, P., Précis de géographie urbaine, PUF, París. [Trad. castellana Compendio de geografía urbana, Ariel, Barcelona, 1964.]

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relación a los Alpes, cuyos puertos permiten el acceso al norte de Italia. Para precisar la posición de una ciu­dad es conveniente utilizar mapas de escala mediana, como 1/200.000, o bien mapas de pequeña escala, como 1/1.000.000 ó 1/5.000.000.

«El emplazamiento es el asiento de la ciudad, la ubicación precisa del espacio construido en sus rela­ciones con la topografía local» (Derruau). «El emplaza­miento se define por el marco topográfico en el cual ha arraigado la ciudad, por lo menos en sus orígenes» (P. George). Puede que se trate de una loma fácil de defender en época de inseguridad, de una terraza al amparo de las inundaciones, de la proximidad de un vado fácilmente franqueable, o de un estrechamiento del río en el que se puede construir un puente. Para el análisis del emplazamiento debemos usar mapas a gran escala (1/20.000 ó 1/50.000). El emplazamiento de una ciudad cambia o se desplaza: el emplazamien­to de Lyon en la época romana era la colina de Fourviére, por encima del Saône; en la Edad Media se extendía por las colinas situadas a uno y otro lado del Saône; en el siglo XVIII, por estas mismas colinas y la península entre el Saône y el Ródano; mientras que en los siglos XIX y XX la urbanización se escalona por los llanos y terrazas de la orilla izquierda del Ródano, en donde la construcción de nuevos barrios es posible sin grandes estorbos topográficos.

En el curso de la historia un emplazamiento puede valorizarse y desarrollarse. Ya hemos observado el aspecto relativo de una posición cuyo significado cambiaba con los medios de transporte: a partir de la segunda mitad del siglo XIX, Le Mans, situado en una importante encrucijada ferroviaria a la entrada del oeste de Francia, prevalece sobre Alençon, situado en una vía férrea secundarla. El propio emplazamiento es inmutable, aunque ciertamente puede ser modificado por la acción humana (un llano inundable se protege

Espacio rural y espacio urbano

con un dique, una marisma se deseca, la cima colina se allana). Pero el interés del emplazamiento original varía según las épocas: lo que puede conceder valor a un emplazamiento en una época determinada, puede constituir luego un obstáculo para el desarrollo urbano, lo cual es cierto en casi todos los antiguos emplazamientos defensivos. Las colinas, las oppida que dieron origen a tantas ciudades, no son propias para una extensión urbana, y su acondicionamiento para los modernos medios de transporte es oneroso; también muchas veces las ciudades abandonan el pri­mitivo emplazamiento para extenderse por el llano de más abajo. El emplazamiento se elige en función de unas técnicas específicas de utilización del espacio urbano que se modifican.

La posición de numerosas ciudades está vincula­da a un emplazamiento determinado. Las ciudades que nacen a partir de las necesidades de la vida de relación se establecen en la convergencia o en el encuentro de diferentes medios de transporte. Ruán se construyó a orillas del Sena, en un llano aluvial rodeado de un anfiteatro de taludes cretáceos, en el punto en donde la navegación marítima cede el paso a la navegación fluvial, pero igualmente allí donde el río podía ser franqueado fácilmente por un puente, el últi­mo antes de la Mancha hasta la reciente construcción del puente de Tancarville. Londres, Hamburgo, Bur­deos y Nantes están en posiciones y en emplazamien­tos análogos. Pero estos emplazamientos y estas situaciones privilegiados perdieron su valor cuando aumentaron los tonelajes de los barcos, haciéndose cada vez más difícil para estos remontar los estuarios. Por último, las modernas técnicas de construcción de puentes permiten tenderlos sobre anchos estuarios. La posición puede ir unida al contacto de dos grandes conjuntos topográficos diferentes, como por ejemplo el llano y la montaña. Turín y Milán son ciudades de la

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llanura del Po, pero están en la proximidad de los grandes valles alpinos y en su desembocadura. Muchas ciudades están situadas en el punto de cruce de un río; de ahí el cometido de los puentes; la exis­tencia de puentes puede justificar a la ciudad, a la vez que constituir una dificultad para las relaciones entre las dos partes de la aglomeración establecidas a ambas orillas del río. El caudal de un río, que en una época servía de eje de transporte, en otra época pue­de representar un elemento indispensable para la vida de una gran aglomeración, permitiendo, aguas arriba, el abastecimiento de agua, y aguas abajo sirviendo de exutorio para las aguas asimismo y facilitando en las orillas del río la instalación de industrias consumidoras de agua (químicas, papeleras y centrales térmicas).

Pero es conveniente evitar caer en un determinismo fácil en lo tocante al emplazamiento de las ciuda­des y a su posición. El dinamismo urbano da origen a muchas situaciones; la ciudad crea la encrucijada: París hubiese asimismo podido perfectamente desarrollarse en la confluencia del Oise y del Sena, o partiendo del vado de Montereau; más que su posi­ción, lo que explica el destino de la capital francesa es la instalación en París de los Capeto y su victoria. En otros casos es la voluntad de un hombre la que induce a la creación de una ciudad en un emplazamiento a veces desfavorable, pero en una posición que se basa en una elección política: San Petersburgo se instaló en las pantanosas orillas del Neva por orden de Pedro el Grande, que quiso que Rusia se abriese a los países del norte de Europa; por el contrario, tanto Madrid, como Ankara o Brasilia, son un ejemplo de la voluntad de desarrollar el interior del país anclando allí la capi­tal política.

Las nociones de emplazamiento y de posición conservan todo su valor para explicar la localización de las ciudades, aunque deben ser interpretadas

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teniendo en cuenta la historia del espacio urbano y las funciones que justifican la presencia de las ciudades y su crecimiento.

Los aspectos del espacio urbano. — El espacio urbano es tan diverso como el espacio rural, prime­ramente como consecuencia de la variedad de los tipos de ciudades y de los medios geográficos e histó­ricos en donde se encuentran, y de los que consti­tuyen uno de sus reflejos, pero también por la escala. El hecho urbano incumbe a las pequeñas ciudades españolas —como Alicante o Vigo—, pero también a Tokio. Entre la pequeña ciudad que apenas se des­prende de su carácter rural y la aglomeración de Tokio hay una relación de dimensión de 1 a 5.000. La naturaleza de la aglomeración cambia al pasar de un nivel urbano al nivel siguiente: una ciudad de 100.000 habitantes no equivale en absoluto a 10 ciudades de10.000 habitantes, sino que es otro organismo, que posee servicios más numerosos y diversificados y la posibilidad de contar con empresas industriales más importantes, y también es un estilo de vida diferente para sus habitantes. No se vive de la misma manera en una ciudad de 100.000 habitantes que en una aglomeración millonaria. Ni los problemas del despla­zamiento cotidiano entre el domicilio y el lugar de tra­bajo, ni las relaciones personales, se plantean en los mismos términos. Así, al analizar el papel de la talla de los organismos urbanos, vemos claramente que las transferencias de escala no son posibles. Al cambiar de escala, no solamente se cambia de dimensión, sino también de naturaleza.

Por la disposición de sus barrios, las sucesivas utilizaciones de su emplazamiento, y por su localiza­ción, la ciudad es el reflejo de una historia y la figura­ción en el espacio de una evolución económica y social. A pesar de las vicisitudes y las fases de creci­

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miento y de declive, Atenas y Roma marcan veinticin­co siglos de historia. La ciudad es un organismo vivo cuyos elementos se transforman, decaen, renacen o se desplazan.

El espacio urbano es extremadamente diferencia­do, a la vez como consecuencia de la localización de las funciones —ya sean complementarias o bien exclu­sivas— y de la composición social de la población. El paisaje urbano, que es obra del hombre, refleja más claramente que el espacio rural la fisonomía de la sociedad de la cual es la expresión.

La localización de las funciones responde a una serie de exigencias, a menudo contradictorias. En la gran ciudad comerciante generalmente se observa una concentración de los comercios, pero asimismo bancos y oficinas de seguros en el centro, allí donde hay una convergencia de vías de comunicación, de redes que valorizan las superficies comunicadas, y de ahí, por un fenómeno de interacción, los elevados pre­cios del terreno, que únicamente se justifican por una alta rentabilidad financiera de las actividades por uni­dad de superficie. Es el fenómeno de city. No obstan­te, los elevadísimos precios y —como consecuencia de los efectos de congestión— las dificultades de acceso, particularmente para el automóvil, incitan a la búsque­da de vastas superficies fácilmente accesibles, y en donde el precio del terreno no sea excesivamente ele­vado para la instalación de los nuevos comercios, a la vez que de ciertos establecimientos de crédito o de seguro. De este modo, las «grandes superficies comerciales» instaladas en la periferia de las aglome­raciones conducen a una apertura de la ciudad y com­piten con las actividades del centro.

La instalación de las industrias responde a cierto número de exigencias: posibilidades de acceso para la mano de obra, facilidades de aprovisionamiento y de expedición gracias a la existencia de buenas vías de

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comunicación, y disponibilidad de terrenos. Las gene­raciones de industrias corresponden a generaciones de medios de transporte: en la segunda mitad del siglo XIX, las industrias «urbanas» se situaron en la inmediata proximidad de las vías férreas, y en muchos casos a orillas de las vías fluviales. Actualmente asisti­mos, tanto en Nápoles como en Sao Paulo, al desarrollo de industrias en las proximidades de las entradas y salidas de autopistas. Pero toda una serie de actividades industriales ejercen efectos nocivos, los cuales contribuyen a alejarlas del núcleo poblado de las aglomeraciones, como ocurre con las refinerías de petróleo, o determinadas industrias químicas, que contribuyen a desvalorizar su vecindad para la resi­dencia... lo que tendrá como consecuencia eventual facilitar la localización de cuchitriles y de un miserable hábitat en sectores insalubres o desagradables para habitarlos. En la gran ciudad industrial europea de principios del presente siglo los barrios obreros esta­ban generalmente en las proximidades de las fábricas, y ello no sólo porque esta vecindad reducía el tiempo de desplazamiento de los obreros entre su domicilio y su lugar de trabajo, sino más bien porque los terrenos próximos a las zonas industriales tenían un valor míni­mo, y de ahí la construcción de viviendas a precios económicos debido a la nocividad vinculada a las industrias.

Los barrios reflejan a la perfección la composición social, e incluso étnica o religiosa, de la población urbana. En la ciudad europea este es un fenómeno relativamente reciente, que data del siglo XVIII y principalmente del siglo XIX, y por una parte está re­lacionado con la mayor diferenciación funcional de la ciudad con el crecimiento industrial, pero esencial­mente con la especulación del suelo, que encarece los precios de los terrenos edificables y con ello vincula determinado tipo de residencia al valor del metro cua­

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drado. Todos conocemos en la gran urbe los barrios «populares» y los distinguimos de los que están reser­vados a los más afortunados elementos de la ciudad. En las ciudades cuya composición étnica y a veces religiosa está diversificada, asistimos casi siempre a una distribución de los barrios en función de las razas o de los orígenes nacionales. Todos sabemos de qué modo se distribuyen los barrios en la ciudad de Nueva York. Los que están habitados por puertorriqueños, aquellos en los que residen principalmente judíos, y Harlem, ciudad negra dentro de la gran urbe. Es la señal del racismo dentro de la trama urbana, aunque no se trate de un fenómeno nuevo: el ghetto es una creación medieval, y tanto la ciudad del norte de Á fri­ca anterior a la colonización francesa, como la ciudad china tradicional, contaban barrios reservados a cate­gorías de población definidas por criterios étnicos.

En la evolución urbana podemos seguir el cambio de contenido social y de las densidades de un mismo barrio. Las viejas mansiones patriarcales de la Lima colonial han sido abandonadas por sus antiguos pro­pietarios, quienes actualmente residen en la periferia de la aglomeración, en conjuntos residenciales consti­tuidos por hotelitos rodeados de jardines, mientras que las casas del centro están densamente ocupadas por una población miserable. Una misma vivienda pasa de ser mansión noble a tugurio superpoblado; de este modo asistimos a la degradación y a la deteriora­ción del centro de las ciudades. Pero esto de ningún modo es específico de las grandes ciudades de los países subdesarrollados, sino que el mismo fenómeno se observa igualmente en grandes metrópolis nortea­mericanas, como por ejemplo en Chicago.

De este modo, y en sus diversos elementos espaciales, la ciudad muestra los contrastes de rique­za y la clasificación socioprofesional de sus habitan­tes; pero cada categoría, cada grupo localizado en un

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barrio de la gran ciudad, tiene su percepción del espa­cio urbano, sus itinerarios y sus contactos sociológi­cos. Los análisis de Chombart de Lauwe demuestran las relaciones geográficas de diferentes habitantes de París: por sus relaciones sociales, una familia de «mandos superiores» que resida en el distrito XVI circulará por los barrios del oeste de la aglomeración parisiense, y para sus actividades profesionales y sus distracciones acudirá al centro; los miembros de una familia obrera de Belleville tendrán una visión diferen­te de la capital, vinculada a unas relaciones con otros lugares. Usando una expresión del sociólogo Henri Lefebvre, diremos que «el derecho a la ciudad» no es el mismo para el profesor de una Universidad parisien­se que para el obrero portugués que vive en La Courneuve; y ciertos aspectos de la gran aglomeración siguen ignorándolos tanto uno como otro. En la gran ciudad se constatan eventuales solidaridades de barrios, principalmente cuando los habitantes se enfrentan a dificultades y a problemas comunes; y pocas veces se observan solidaridades globales a nivel de la aglomeración. Este hecho plantea delicados problemas a los ediles responsables de la vida y del acondicionamiento de la aglomeración. A la heteroge­neidad funcional y social del tejido urbano correspon­de una heterogeneidad de la percepción de la ciudad en sus habitantes. En la gran ciudad se es más a menudo solitario que solidario. Una de las tareas de la política (en el sentido primitivo de la palabra) consiste en hacer que nazca una toma de conciencia colectiva de los problemas de la ciudad, en crear una solidari­dad que tenga su punto de apoyo en el espacio urbanizado.

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La influencia de las ciudades sobre su entorno

La influencia de las ciudades se ejerce en dos ám­bitos geográficos: sobre el espacio rural vecino, y sobre las otras aglomeraciones situadas en un mismo espacio regional o nacional.

Las relaciones ciudad-campo. — Históricamente, las ciudades únicamente pudieron nacer y desarrollar­se cuando el campo logró retirar un excedente pro­ductivo que permitió abastecerlas, y cuando la divi­sión del trabajo creó unas actividades que, al no estar ya supeditadas directamente a la producción agrícola, encontraban grandes ventajas agrupándose en el inte­rior de una misma aglomeración. Durante mucho tiempo la ciudad se constituyó gracias a las aportacio­nes de la población rural. Por otro lado, la ciudad sola­mente puede extenderse a expensas del espacio rural, persistiendo todavía hoy las huellas de la trama de la parcelación de los campos, conservada en la disposi­ción de las parcelas urbanas. La propia existencia de la aglomeración requiere la movilización de recursos procedentes de espacios muchísimo más vastos que el espacio urbano: cuenca hidrográfica para el sumi­nistro de agua; tierras agrícolas para alimentar a la población urbana, a menudo muy alejadas; y, en la actualidad, espacios para la distracción y el descanso de los habitantes de la ciudad. Por el mismo hecho de su existencia, la ciudad ejerce una acción polarizante sobre su entorno, efectuándose esta acción a través de una madeja extremadamente compleja de relacio­nes, cuya naturaleza revela el tipo de civilización de la que forman parte la ciudad y los campos que la rodean.

La población de las ciudades es móvil y se renue­va a menudo: es móvil entre las ciudades de una mis­

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ma red urbana, pero asimismo es móvil entre el cam­po y la ciudad, cuando estos dos tipos de espacios conservan aún su significado. Los movimientos de población entre la ciudad y el campo revisten diversos aspectos: una parte de la población rural puede ir a instalarse en la ciudad para encontrar en ella trabajo; se trata del éxodo rural, fenómeno de todos los perío­dos y de todos los países, pero que en Europa ha revestido un vigor particular desde hace un siglo a causa del crecimiento demográfico y de la urbaniza­ción. El aumento de la población parisiense ha tenido lugar desde hace un siglo gracias a las contribuciones de los campos franceses, alternadas con los aflujos de poblaciones más alejadas, procedentes de allende las fronteras, norteafricanos y habitantes de las penínsulas mediterráneas. Las grandes ciudades de la América andina, cuyo ritmo de crecimiento oscila entre el 5 y el 8% anual, crecen la mitad o dos tercios con la llegada de aldeanos en busca de trabajo. Durante ciertos períodos la ciudad puede recibir un aflujo temporal de población, como las ciudades medievales fortificadas que albergaban a una parte de la población del campo vecino durante los períodos de inseguridad. Los lugares de peregrinación reciben a gentes llegadas de lejanos lugares para santificarse, desde Lourdes a Benarés, pasando por La Meca. Pero igualmente tienen lugar intercambios de población en el marco diario o semanal: movimientos pendulares de trabajadores urbanos que residen en el campo vecino, habitantes de la ciudad que van al campo el fin de semana para descansar, o durante los períodos de vacaciones, o bien aldeanos que acuden a la ciudad para efectuar sus compras o para gestiones adminis­trativas. Así pues, una gran parte de las relaciones ciudad-campo se efectúan por medio de desplaza­mientos de población, sean cuales fueren sus motivos o su duración.

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A veces la ciudad ejerce un dominio y un mando sobre el campo a causa de la apropiación de la tierra agrícola por parte de los habitantes de la ciudad. Los terratenientes que residen en la ciudad consumen una parte del producto de la renta de la tierra, como ocu­rría antes de la Segunda Guerra Mundial en Damasco, y actualmente en Asunción, Paraguay. Después de los estudios de R. Dugrand se conoce mejor el cometido de la burguesía de Montpellier en la evolución y la gestión del viñedo lenguadociano. En los países industriales tiene efecto una nueva forma de la influencia de la ciudad sobre el campo con la utiliza­ción de espacios para la diversión y los ocios: residen­cias secundarias en las proximidades de las grandes urbes, en la montaña o a orillas del mar, acondiciona­miento de parques y de estaciones de vacaciones.

Funciones urbanas y vida de relación. — Laciudad ofrece un conjunto de servicios, y no única­mente para sus propios habitantes, sino para los de ciudades vecinas o su entorno. Esta es una de sus funciones esenciales, y lo mismo atañe a los servi­cios comerciales como a los servicios financieros, judiciales, sanitarios o educativos. El cometido que desempeña la ciudad está relacionado en gran medida con la importancia de los servicios que se inscriben dentro de una jerarquía relacionada con el volumen y las características de la clientela que hay que atender. Es fácil determinar la jerarquía de los servicios admi­nistrativos situados en el interior de unos límites geo­gráficos claros y de unas circunscripciones cuyo ajuste corresponde a funciones de diferente especificidad; de este modo tenemos las actividades que se despren­den de la competencia nacional a nivel de la capital, las que se establecen a nivel provincial, de partido judicial, etc. En el ámbito comercial se observa igual­mente esta jerarquía, aunque con más franjas indeter­

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minadas. A cada servicio le corresponde una clientela que reside en un área determinada, y como sea que determinado número de servicios, tanto públicos como privados, tienen una clientela casi parecida, estos pueden localizarse en una misma aglomeración. A través de la jerarquía de los servicios y mediante el conjunto de las relaciones entre los diversos peldaños se desarrolla una jerarquía urbana más o menos afir­mada. En Francia se han emprendido varios ensayos para intentar reagrupar a las ciudades en relación con la importancia de sus funciones de servicios, con París a la cabeza. En segundo término, las grandes ciudades de provincias, que desde el punto de vista de la orde­nación del territorio de los últimos años constituyen las «metrópolis de equilibrio» (Marsella, Lyon, Toulouse, Burdeos, Nantes, Lille, Nancy y Estrasburgo). Se trata de aglomeraciones de más de 300.000 habitan­tes que teóricamente ejercen su influencia sobre varios millones de personas, y que dirigen una red urbana regional. En tercer plano vienen las ciudades de 100.000 a 300.000 habitantes, que generalmente son prefecturas y ejercen su influencia sobre uno o dos departamentos: Le Mans, Brest, Montpellier, Caen, etc. En cuarto lugar se pasa a las ciudades de50.000 a 100.000 habitantes, que muchas veces son capitales departamentales; luego, a nivel de las ciuda­des pequeñas y de las capitales comarcales, los cen­tros de una comarca cuya superficie va desde algunos centenares hasta los 1.000 ó 2.000 kilómetros cua­drados y que constituyen un primer peldaño urbano para una población comprendida entre 10.000 y40.000 habitantes. Para cada área considerada pode­mos establecer una jerarquía de las ciudades tomando en consideración la importancia de la población locali­zada en la ciudad y atendida por la ciudad, el peso de las funciones, y la calidad y la diversidad de los servi­cios, y esto es lo que han hecho Hautreux y Rochefort

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en las investigaciones sobre el armazón urbano de Francia. De hecho, cada día nos damos más cuenta de que la pirámide jerárquica no es regular, y de que al margen de la red piramidal se establecen gran canti­dad de relaciones con el salto de ciertos niveles urba­nos. En Francia interviene en primer lugar el peso centralizador de París, que perturba y deforma la red urbana, estando las ciudades de tercer, cuarto, e inclu­so quinto orden, más conectadas con París que con su respectiva capital regional; por ejemplo, Pau tiene relaciones más importantes con París que con Bur­deos o con Toulouse. Cada día nos damos más cuenta de que, quizás al margen del marco administrativo, las relaciones industriales y comerciales se tejen a través de todo un sistema de flujos que unen los puntos de un sembrado urbano que no tiene necesidad de estar claramente jerarquizado, pero que debe estar perfec­tamente regado y drenado por las vías de comunica­ción y las redes de telecomunicaciones. En su calidad de unidad bien definida, la ciudad tiende a perder su individualidad para no ser más que un elemento den­tro de una región urbana que engloba unos conjuntos construidos bien enlazados entre sí, pero separados por espacios que pueden estar poblados escasamen­te, como la región urbana del nordeste de Estados Unidos, desde Boston hasta Washington, a la que Gottman llama la Megalópolis, o en Japón el conjunto que va desde Tokio hasta Kobe y Osaka, o bien en Europa la región urbana del Rhin inferior y del Mosa.

Las relaciones ciudad-campo según el nivel de desarrollo. — Las relaciones ciudad-campo no revis­ten los mismos aspectos según los países.

En los países subdesarrollados la ciudad se pre­senta muchas veces como el receptáculo del exceso de la población rural, a la cual la ciudad proporciona empleo sólo parcialmente y de manera mediocre.

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Muchas veces la ciudad es un imán que atrae las ganancias extraídas del campo, por el cauce de la ren­ta territorial en los países en donde la tierra es propie­dad de los habitantes de la ciudad, o de la renta comercial y financiera que sacan los comerciantes que venden caros a los aldeanos los productos manufactu­rados, o les compran a bajo precio una parte de su producción, o que les prestan dinero con intereses usurarios. También la gran ciudad hace las veces de intermediaria entre el interior y el exterior, entre los países desarrollados que ejercen su influencia política y económica y el espacio rural, transformado y a veces «desestructurado» bajo la acción dirigida desde fuera. Pero asimismo es el punto de contacto en donde la aculturación tiene lugar de la manera más brutal, más visible, y en donde se desarrollan unas formas de vida que reclaman las modernas técnicas de la vida de relación, en donde incluso el tiempo tiene un significa­do distinto al del mundo rural, en el que reina «el orden de los campos». La mayoría de las ciudades ejercen más labor de drenaje de los hombres y de los recursos que labor de una irrigación que permita la penetración del progreso tanto económico como social en el medio campesino. No obstante, la ciudad puede presentarse como un foco de modernismo, cuya calidad es dudosa. Además, como consecuencia de un crecimiento rapidísimo en un medio pobre, la ciudad está rodeada de una aureola de degradación, con barrios de chabolas, terrenos baldíos y vertederos de basuras, progresivamente reconquistados por el avance de los límites urbanos.

Aún más en los países desarrollados, la jerarquía urbana se ve al mismo tiempo aplastada, deformada y simplificada; el crecimiento de la gran ciudad frena el de las ciudades de menor importancia sometidas a su influencia, y así se pasa directamente de la inmensa urbe a la aldea: Lima bloquea el desarrollo de las ciu­

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dades medianas en un radio de 300 a 400 km, pasan­do de una aglomeración que cuenta con 2.500.000 habitantes, o más, a la pequeña ciudad de sólo20.000 a 25.000, es decir, cien veces más pequeña. En este caso los efectos de polarización, entendidos aquí en el sentido de la imantación, actúan de lleno. La mediocre jerarquización de la red urbana refleja las desigualdades del desarrollo a través del espacio regional, y a veces demuestra un deficiente armazón social.

Inversamente, en las sociedades industriales desarrolladas —incluso en el caso de que los paisajes rurales y urbanos conserven una gran parte de sus rasgos específicos— observamos una interpenetración de las funciones, una progresiva homogeneidad de las condiciones de vida de los «aldeanos» y de los «ciuda­danos», a pesar de que su marco de residencia sea distinto. Actúan unas relaciones de complementariedad, pero en sentido inverso: la ciudad proporciona a los habitantes rurales unos servicios y unos empleos, y el campo aporta a los habitantes de la ciudad el des­canso y las distracciones. En el campo la urbanización tiene lugar bajo dos aspectos: mediante la instalación de la ciudad en el campo —parafraseando a Alphonse Aliáis—, con la implantación de barrios residenciales, de superficies comerciales o empresas industriales, en un marco que sigue siendo muy ampliamente rural, y mediante el acceso de los rurales a los servicios y a unas prestaciones semejantes a los que están a dispo­sición de los ciudadanos.

6. El espacio regional

El espacio regional no es una porción cualquiera de la superficie terrestre; «no es una combinación cualquiera de unas partes cualesquiera» (Lévi- Strauss): es una porción organizada por un sistema, y que se inscribe en un conjunto más vasto. Esta defini­ción, tan confusa, demuestra la ambigüedad de la noción de región, que se evidencia asimismo al obser­var la cantidad de adjetivos que la acompañan. Se habla de «región natural», de «región histórica», de «re­gión geográfica», de «región económica», de «región urbana», de «región homogénea», de «región polariza­da», etc. Quizás esta variedad es la contrapartida de la riqueza del concepto de «región», ya que no está hecha para simplificarlo. De hecho, aquí encontramos la idea fundamental de que la «noción de aspecto reemplaza a la caducada noción de elemento» (Gaston Berger), y de que «la geografía es, ante todo, un método, o, si se prefiere, una manera de consi­derar las cosas y los seres en su relación con la tie­rra» (Baulig).

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Las familias de regiones

La región natural. — La «región natural» es una de las más viejas nociones geográficas, basada en el papel determinante de los elementos físicos en la organización del espacio. Tal como indica A. Cholley, la «región natural» es una parte del espacio terrestre cuya unidad nace exclusivamente de la intervención de elementos físicos (o naturales). Puede tratarse de una cuenca hidrográfica, de una montaña, o de un conjunto distinguido por el clima. Partiendo de un hecho natural determinante se tejen toda una serie de combinaciones que le están vinculadas y que con­tribuyen a la organización del espacio considerada bajo determinado enfoque. La sequía crea el desierto, y de ahí una morfología característica, una adaptación de la vida a la aridez, etc. Por sí misma, la noción de región natural no tiene en consideración la noción de escala: una región natural puede abarcar millones de kilómetros cuadrados, como el Sahara, o unas pocas decenas de kilómetros, como una región pantanosa o el sector seco de un valle intramontano (alrededor de Lagunillas, en el valle del Chama, Andes venezolanos).

La región histórica. — La «región histórica» nace de un dilatado pasado v ivido en común por una colec­tividad que ocupa un territorio. Durante varias genera­ciones los hombres se han guiado por las mismas regias, han experimentado las mismas vicisitudes his­tóricas, han tenido los mismos soberanos, y de ahí el nacimiento de unas costumbres y, a veces, de una voluntad de vivir colectiva que da su identidad al gru­po de personas que viven en dicho territorio. En este aspecto, Borgoña es una «región histórica» cuyas huellas encontramos en la «región-programa» organi­zada alrededor de Dijon. Pero muchas veces la región

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histórica es todo lo que queda de un territorio que no logró convertirse en Estado o en nación, y que fue absorbido por una unidad política de mayor dimen­sión. Desde este punto de vista el ejemplo borgoñón es particularmente significativo. No obstante, tales regiones «históricas» tienen unos límites que pueden mantenerse a través de la historia, incluso cuando haya desaparecido su razón de ser. Así, en los Andes centrales de Perú, los límites de los departamentos de Huancavelica, de Junín y de Lima, corresponden poco más o menos a los límites de tres etnias indias prein­caicas que dejaron de existir en calidad de tales: los «asto», los«chunku» y los«laraw». Ahora bien, estos lí­mites se conservaron en el imperio inca, en la época colonial, y sirven aún de marco a la organización administrativa contemporánea. Con la «región históri­ca» el pasado aspecto político prevalece sobre el pai­saje.

La región, área de extensión de un paisaje. —Para Max. Sorre la región corresponde al área de extensión de un paisaje. Tampoco en este caso inter­viene mucho la escala. Un paisaje geográfico nace de la repetición de elementos sobre determinada superfi­cie, elementos debidos a combinaciones de formas, y que pueden ser tanto físicos como humanos, o surgir del encuentro de un medio natural y de una comuni­dad humana, y que dan a esta porción de espacio su individualidad en comparación con los sectores veci­nos. Lo mismo puede tratarse de una región «natural» —como la selva amazónica— como de una región cuya individualidad nace de la impresión en el medio de un tipo de ocupación agrícola y de ordenación del espa­cio: los campos cerrados del oeste de Francia, los viñedos del Lenguadoc, o el Ruhr. Un tipo de paisaje aparece igualmente con la ocupación del espacio por parte de una etnia que posea sus técnicas de organi­

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zación del medio, a las que corresponden determinada densidad y un tipo de distribución de la población, y que posea la conciencia de que constituye una colecti­vidad regida por las mismas reglas y por las mismas costumbres. En África no faltan ejemplos de este tipo: se ha citado ya el del país «serer», en el Senegal. La correspondencia entre una densidad regular y una estructura agraria, que dan cierta originalidad a un paisaje, se encuentra en la mayoría de las regiones de antigua civilización rural, desde el Asia lluviosa hasta Europa occidental.

En el norte de Portugal, el Minho es un altiplano esquistoso irrigado y cortado por numerosos ríos que descienden hacia el Atlántico. En su paisaje rural se asocian el prado, la huerta y el campo, con una estre­cha imbricación de exiguas parcelas. El hábitat está disperso en forma de caseríos muy cercanos unos de otros. Cada explotación es de dimensión pequeña, pero se esfuerza por reunir en una superficie limitada lo que se necesita para la alimentación familiar. Mediante un trámite intelectual muy comprensible, muchos geógrafos han elegido para sus estudios monográficos unas regiones dotadas de acusada individualidad, tanto física como humana, y en las cuales el paisaje sea el resultado de la acción de una sociedad sobre un medio natural definido.

Los tres tipos de espacios regionales descritos en los precedentes párrafos son espacios que en uno u otro aspecto se han vuelto «homogéneos», unos por el paisaje, y los otros como consecuencia de una dilata­da historia común.

Las nociones de «región natural» y de «región his­tórica» han sido criticadas, muchas veces equivocada­mente. Tales nociones no son falsas en sí mismas, sino que su significado es específico. Puede que el contenido espacial de una región histórica haya perdi­do toda utilidad debido a la ordenación contemporá­

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nea del territorio. No obstante, también puede ser necesario ver si esta pertenencia a un pasado común ha dejado huellas en la mentalidad de los habitantes, o bien si da la explicación de ciertas fronteras tanto psicológicas como administrativas. El conocimiento de una región «natural», y con ello su definición, requiere un buen análisis de las condiciones que presi­den su formación, pudiendo constituir una base o un marco para una ordenación del territorio. Como las ordenaciones del espacio cuyo eje está constituido por una cuenca hidrográfica: el valle del Tennessee en Estados Unidos, o del Sao Francisco en Brasil. El estu­dio de las áreas ocupadas por una etnia es particular­mente evocador de la confluencia de una civilización y de un espacio, pero sólo se vuelve aleccionador si se recurre a los análisis del historiador, del etnólogo y del sociólogo, tanto como a los del geógrafo.

El cometido de las ciudades en la formación de las regiones

En la mayoría de los países del mundo la organi­zación del espacio habitado depende cada vez más de las relaciones que se establecen partiendo de las ciu­dades. A principios del presente siglo, Vidal de La Blache observaba que «las ciudades y las carreteras son unas iniciadoras de unidad que crean la solidaridad de las comarcas». Cincuenta años después, Labasse dijo aproximadamente lo mismo cuando escribió que las regiones viven gracias a su centro.

Los procesos de polarización analizados por los economistas generalmente se desarrollan partiendo de las grandes aglomeraciones urbanas, en las que se encuentran los centros bancarios, administrativos e industriales, y en las que se toman las decisiones. François Perroux caracteriza un polo como «un con­

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junto de unidades motrices que ejerce efectos de arrastre en relación con otro conjunto definido econó­mica y territorialmente». Ahora bien, tales conjuntos de unidades motrices se localizan preferentemente en las grandes aglomeraciones urbanas. La polarización únicamente es posible con la existencia de una red convergente y diversificada de vías de comunicación y de líneas de telecomunicaciones. De este modo, las regiones se forman a partir de las ciudades, gracias al nacimiento de los lazos de complementariedad es­tablecidos entre las ciudades y el campo, y gracias a las relaciones más o menos jerarquizadas que se establecen entre las ciudades pertenecientes a una misma red urbana. Lyon se ha forjado una región gra­cias al dinamismo de sus empresarios, de sus comer­ciantes y de sus banqueros, quienes han instalado un haz de relaciones económicas que se extiende por una parte de la fachada oriental del Macizo Central fran­cés, por los llanos del Saône y del Ródano, por el Jura meridional y los Alpes del norte. Se trata de un con­junto heterogéneo desde el punto de vista del relieve, de la utilización del suelo y de las densidades, y que jamás ha constituido una región histórica. Así pues, la región lyonesa se ha polarizado partiendo de la anti­gua metrópoli de los galos; pero una parte de su pujanza se la arrebata París, que es la sede de las mayores sociedades francesas, hacia donde algunas grandes empresas lyonesas han transferido su sede social, y que sin la intervención lyonesa mantiene rela­ciones directas e intensas con Grenoble o Saint- Etienne. No obstante, la creación de la «región Rhône- Alpes», con la metrópoli de equilibrio lyonesa a su cabeza, viene a reforzar administrativamente la posi­ción de Lyon.

Las regiones polarizadas no constituyen sistemas cerrados; aunque nacen de la pujanza económica de uno o de varios centros, únicamente se comprenden

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en función de las relaciones que mantienen con otras regiones polarizadas y con el conjunto nacional o plurinacional más vasto del que forman parte. La región lyonesa sólo asume todo su significado cuando se la coloca en el espacio francés, dirigido por París, pero asimismo relacionada con las vinculaciones que man­tiene con el Mediterráneo por Marsella, con Italia por los puertos de los Alpes, y con Ginebra por el valle del Ródano. Esto es lo que señala B. Kayser cuando, en La géographie active, escribe: «La región es una frac­ción de la superficie terrestre que se inscribe en un marco natural que puede ser homogéneo o bien diver­sificado, que ha sido ordenado por unas colectividades unidas entre sí por relaciones de complementariedad, y que se organizan alrededor de uno o de varios cen­tros, pero que dependen de un conjunto más vasto». Así, en los Estados centralizados, la región se nos pre­senta como un intermediario entre el poder nacional y las colectividades locales municipales.

Un desglose del territorio que puede originarse de la regionalización está relacionado con el contenido político y económico atribuido a cada región, y depen­de de la estructura y de las atribuciones que poseen las diversas colectividades territoriales. En Francia, el problema no consiste en saber si diez o doce regiones son preferibles a veinticinco o treinta, sino en conocer los objetivos de la regionalización y en saber, en fun­ción de estos objetivos, cuáles serán las atribuciones concedidas a la región, y las relaciones que esta habrá de mantener con el poder central, las colectividades territoriales básicas, y las demás regiones. Sólo una vez se hayan determinado los objetivos y el contenido nos podremos pronunciar sobre la dimensión que habremos de dar a la región, y nos deberemos dedicar a los difíciles arbitrajes referentes a sus límites.

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La evolución de la región

Considerada como una individualidad geográfica, la región es un organismo que nace, se desarrolla y muere. A cada región le corresponde determinada dis­posición en la organización del espacio, y es conve­niente conocer su grado de coherencia interna, pero asimismo sus límites espaciales.

Los cambios que afectan a una región pueden ser internos e incumbir a su propia estructura, o bien con­cernir solamente a sus márgenes y a sus límites.

Una estructura agraria tomada como elemento de integración regional puede desmoronarse como con­secuencia del éxodo rural, del derrumbamiento de una producción, o de transformaciones técnicas de la agri­cultura. El dinamismo de una ciudad o de una indus­tria motriz puede quedar asfixiado por el vigor de otra aglomeración o la competencia de otra industria. Tan­to la debilitación, el refuerzo, como el desplazamiento de las fronteras, contribuyen a modificar el destino de las ciudades y de las regiones situadas en su proximi­dad, como se ha visto desde hace un siglo con el ejemplo de Estrasburgo y de Alsacia. Un cambio cli­mático entraña un desplazamiento de las lindes de un desierto.

Unos límites regionales son lineales, claros, y otros se caracterizan por unas franjas de indetermina­ción, y ello tanto en el terreno físico como en el terre­no humano. El contacto entre una región de montaña y una región de llano puede ser claro y continuo, como por ejemplo el de los Andes orientales colombianos y de los «llanos»; el paso de un piso biogeográfico a otro es a veces muy preciso, incluso cuando las situaciones climáticas generales que determinan el escalonamiento sólo se modifican regular y progresivamente. Así, en montaña, el descenso de las temperaturas es muy

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regular en función de la altitud (gradiente térmico), pero el paso del bosque al césped alpino tiene lugar en algunas decenas de metros como consecuencia de la intervención de unos umbrales decisivos. Algunas fronteras de Estados o de las regiones administrativas están señaladas en el terreno mediante unos límites claros y lineales, pero a menudo el área de influencia entre dos grupos se discute en sus márgenes y la fron­tera tiene el aspecto de una faja más o menos móvil a merced de las fluctuaciones históricas. El área de influencia de los toltecas, cultivadores de la meseta central mexicana, variaba en función de la presión que desde el norte ejercían los guerreros chichimecas. Se trata de un margen situado en un medio ya seco, en el que la agricultura es posible, pero permanece alea­toria sin el auxilio de la irrigación. Encontramos ejemplos análogos en todas las regiones semiáridas que toman al sesgo el norte de África, Oriente Medio y Asia Central.

El análisis regional se refiere al área de extensión de un fenómeno susceptible de dar una individualidad a una parte del espacio; este análisis exige el estudio del mecanismo de los procesos que se combinan en sistemas que explican la creación, el crecimiento y el ocaso de una región. Pero, al igual que cualquier investigación geográfica, también exige el estableci­miento de comparaciones. Los estudios regionales no solamente consisten en monografías; estas son indispensables, pero no son más que piezas aportadas al expediente del conocimiento del espacio geográfi­co, e igualmente exigen situar cada fenómeno dentro de una escala y ver las relaciones que se establecen en los distintos niveles, desde las combinaciones locales hasta los grandes conjuntos espaciales. La organización del espacio requiere el conocimiento de su articulación en todas las escalas taxonómicas.

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7. Los tipos de organización del espacio geográfico

«La organización del espacio es el acondiciona­miento para responder a las necesidades de la comu­nidad local, del mosaico constituido por el espacio bruto diferenciado1.» A cada tipo de sociedad, y a cada etapa de la evolución histórica, corresponden unas formas de organización del espacio que es posible reunir en familias, aunque a veces sea de un modo algo arbitrario. Es conveniente para cada familia anali­zar la función de las limitaciones naturales en las dife­rentes escalas, así como las relaciones jerarquizadas que se establecen entre los elementos constitutivos del espacio.

Los espacios recorridos, pero no organizados

Aquí los señalamos sólo de memoria, puesto que precedentemente ya los hemos mencionado en varias ocasiones. Se trata de los dominios de los recolecto-

1 George, P., L'action humaine, pág. 37, col. «SUP», PUF, París, 1968.

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res, de los cazadores, y de los pescadores, quienes poseen un conocimiento muy íntimo, aunque extre­madamente especializado, del espacio que recorren, como son las fechas de las migraciones del salmón entre los pescadores, las costumbres de los antílopes entre los cazadores, y la época de la maduración de los frutos y de las bayas entre los recolectores. Algu­nos elementos del espacio pueden ser considerados como sagrados, o revestir un significado mágico: una montaña o un manantial. El espacio que se conoce de esta manera puede ser vastísimo, sus límites general­mente son precisos, y nunca son rebasados ni en ellos se tolera ninguna intrusión. Las densidades kilométri­cas son muy bajas, del orden de la unidad por kilóme­tro cuadrado, en unas superficies de varios centenares o incluso varios millares de kilómetros cuadrados. Ninguna red estructura este espacio, que no se ve modificado por la acción humana. Las actividades humanas están acompasadas en función de las activi­dades de los animales cazados, o bien en función del ciclo vegetal de los productos recolectados. La vida del individuo y del grupo depende de los accidentes que perturban el ritmo animal o vegetal: una enferme­dad que afecte a las focas tiene inmediatas y directas consecuencias sobre los esquimales que las cazan.

Los espacios acondicionados por sociedades «no desarrolladas»2

Casi siempre se presentan como la yuxtaposición de unas células que para una misma sociedad ofrecen características comparables. Las células pueden estar separadas unas de otras por sectores no ordenados

2 Por «sociedades no desarrolladas» entendemos aquí las sociedades rurales llamadas tradicionales, que no han sido perturbadas directam ente por la acción de las sociedades industriales, y cuyo crecim iento dem ográfico sigue siendo moderado.

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(montañas, desiertos, selvas, etc.), lo cual motiva un poblamiento discontinuo, pero que se repite sobre el mismo modelo, o bien, por el contrario, pueden estar unidas, en cuyo caso el espacio está ocupado sin solu­ción de continuidad. Esto no excluye el hecho de que el ámbito utilizado por la colectividad esté repartido en diversos terrenos situados en diferentes medios ecológicos, que permiten tener recursos complemen­tarios. Tales terrenos pueden estar situados a gran distancia unos de otros: varias decenas de kilómetros en el caso de las comunidades indias precoloniales, que poseían tierras en los distintos pisos de la monta­ña andina, e incluso en las dos grandes vertientes de la montaña. El feudo y la misma aldea a veces estaban divididos geométricamente en dos o en cuatro partes, correspondientes a una distribución a la vez social y religiosa: ayllu de las comunidades andinas, y comuni­dades irlandesas estudiadas por Cresswell. Algunas partes del espacio pueden tener un significado sagra­do: los bosques sagrados de los poblados indios y afri­canos. El espacio utilizado se compone de sectores homogéneos (campos que a menudo son parcelas roturadas que durante un tiempo vuelven a ser male­za) que están «polarizados» a un nivel elemental por la explotación familiar o la comunidad aldeana. La red que pone en comunicación a las parcelas y permite la vida de relación con otras aldeas se basa en caminos, o, si es necesario, en las vías fluviales. La velocidad de circulación es la misma para todos y para los distintos productos: la de un hombre a pie, o de un animal de silla. La utilización del espacio es el reflejo de la civili­zación a la que pertenece el grupo: los llanos aluviales están cuidadosamente aprovechados por las poblacio­nes chinas, que desprecian las laderas, mientras que los grupos indobirmanos del Himalaya medio nepalés modelan con todo esmero las pendientes en forma de terrazas de cultivo. Según los tipos de ordenación, las

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densidades pueden estar muy relajadas en medios naturales vecinos, pero en el interior del grupo encon­tramos formas de ocupación del espacio y densidades comparables. El crecimiento interno de la población se efectúa preferentemente mediante enjambrazón, con la constitución de células que tienden a asemejarse a la célula de origen. Por el contrario, la penetración de innovaciones se efectúa con lentitud, lo mismo si tales innovaciones proceden del interior del grupo como del exterior; esta penetración choca con el bagaje de las tradiciones y de las costumbres adquiridas progresiva­mente.

La producción varía en función de las fluctuacio­nes climáticas. Es difícil paliar las consecuencias de una escasa cosecha, debido a la insuficiencia de los medios de transporte a gran distancia y a la falta o a la escasez de moneda. A menudo una buena cosecha plantea problemas de almacenaje. A veces el tiempo que transcurre entre el agotamiento de las existencias y la próxima cosecha son momentos de hambre. Los intercambios fuera del grupo son de un volumen lim i­tado a causa de la poca cantidad de excedentes y de la dificultad de transporte, a pesar de lo cual estos intercambios existen, aunque pueden limitarse a uno o dos productos (por ejemplo la sal, a cambio de un poco de trigo o algunos animales), y efectuarse en unos momentos precisos del año. A veces se estable­cen entre poblaciones étnicamente distintas —por ejemplo, pastores peul y campesinos sudaneses, en África—, y tienen lugar cuando intervienen unas rela­ciones de complementariedad, relativamente iguales, o bien por vía del dominio de un grupo sobre el otro: en la tradicional sociedad tuareg, los cultivadores eran esclavos negros: los haratin. Los intercambios no requieren la creación de ciudades, y de este modo la polarización queda a un nivel estrictamente local, aun­que puede tener lugar sobre grandes distancias, pero

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sin que tenga continuidad en el tiempo ni significado económico, como la polarización constituida por los lugares de peregrinación: La Meca, Benarés, etc.

En el caso de que exista, la ciudad es de una extensión reducida y está bien delimitada superficial­mente. La ciudad ejerce funciones de protección, de mercado, de peregrinación; generalmente vive como depredadora del campo debido al drenaje de los recur­sos en provecho del terrateniente, del usurero o del agente del fisco. A menudo la polarización limitada que ejerce la ciudad sobre su entorno no es más que una acción de imantación. A un nivel superior, las rela­ciones entre las ciudades apenas afectan al campo.

Estos espacios homogéneos, ordenados por unas sociedades primordialmente rurales, tienen extensio­nes variables: desde algunas decenas de kilómetros cuadrados en algunas etnias africanas o poblaciones montañesas del Himalaya, hasta el millón de kilóme­tros cuadrados de la llanura del Ganges... en el siglo XIX, antes de que en el siglo xx el crecimiento demográfico y las influencias del exterior transforma­ran estos espacios no desarrollados en espacios subdesarrollados.

Los espacios en los países subdesarrollados

Bajo la doble presión del crecimiento demográfico (entre el 1'5 y el 3 '5% anual) —que rompe las estruc­turas antiguas y provoca movimientos migratorios— y de las acciones de dominio exterior —acompañadas del desarrollo de la economía monetaria, de la explo­tación de determinados recursos exportados, y de la urbanización—, asistimos a una descomposición del espacio tradicional.

A partir de las ciudades que se desarrollan a un ritmo jamás alcanzado en la historia del mundo bajo el

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efecto del aumento de la población y del éxodo rural, se crean unas redes modernas que se superponen y se saltan las redes tradicionales. Pero casi siempre estas redes modernas están establecidas para organizar el drenaje de los recursos primarios hacia el exterior (vías mineras de la América andina y oleoductos de Oriente Medio), o para bombear la sustancia del campo en beneficio de las aglomeraciones.

En el espacio rural podemos tener, dentro de un mismo conjunto, unos sectores homogéneos pero muy diferenciados unos de otros por la intensidad y la forma de producción, por la organización social y la densidad de poblamiento. Estos sectores son diferen­tes unos de otros, pero no indiferentes unos a otros. Así, el sector de la gran plantación requiere capitales exteriores, técnicas de producción modernas, emplea una mano de obra asalariada —que puede proceder de lejos—, busca el mayor rendimiento del capital inverti­do, y trabaja para lejanos mercados, de los que depen­de para desarrollar o disminuir su producción. Los centros de polarización de estas empresas general­mente están situados fuera del país en el que están implantadas. Este sector de plantación puede ser veci­no de un campesinado autóctono en el que la produc­tividad por unidad de superficie y por hora de trabajo es baja, y en donde una gran parte de la producción se consume localmente. De ello hay numerosos ejemplos en América Central. Pero a veces la gran plantación ha echado al campesinado local hacia tierras no tan bue­nas, marginales.

Las consecuencias de las desviaciones climáticas fuera de la media no son las mismas para los distintos sectores de la producción agrícola: un «buen año», favorable para la producción de la plantación, puede representar una sobreproducción y una caída de los precios, mientras que, cuando las condiciones climáti­cas actúan en el mismo sentido en la agricultura de

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subsistencia, tendrá efectos benéficos para la alimen­tación de la población. Inversamente, un «mal año» puede tener efectos desastrosos en ambos casos, pero con distinta repercusión; y, por lo que respecta a la producción de subsistencia, el efecto no será el mismo que en las sociedades rurales tradicionales. Durand-Dastès analiza un ejemplo de ello referente a la India3: una mala cosecha en una región puede ser compensada mediante importaciones procedentes del extranjero, gracias a los transportes modernos; no obstante, la región puede tener dificultades para financiar estas importaciones temporeras de produc­tos alimenticios. Cuando se prevé una sequía, los especuladores compran el grano y lo almacenan; a causa de la especulación hay una anticipación de la escasez, y de ahí un alza de los precios y mayores di­ficultades para la población local, en unos momentos en que puede que los silos estén llenos.

También en las grandes ciudades observamos la yuxtaposición de formas y de ritmos de vida diferen­tes, que se acusan en el tejido urbano. Los barrios de negocios están instalados sobre un modelo aparente­mente similar a los de las grandes ciudades de los paí­ses industriales, pero en sus inmediatas proximidades encontramos viejos barrios en vías de deterioración, o bien, en barrios de chabolas, o incluso en barrios de reciente construcción de precios económicos, una nueva sociedad urbana que intenta re-crearse un medio social sobre un modelo a veces inspirado en el medio rural, en donde las solidaridades familiares o étnicas siguen siendo acusadas, al lado de unos gru­pos al margen de cualquier vida social organizada.

Así, unos lazos de dependencia se cruzan a dife­rentes escalas en el espacio de los países subdesarrollados; existe una «inarticulación» (según el

3 Durand-Dastès, F., Géographie de l'Inde, col. «Que sais-je?», PUF, Paris,

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El espacio geográfico

vocabulario de los economistas) entre las diversas partes del espacio geográfico que evolucionan y viven a ritmos desiguales. Unos sectores «tradicionales» conservan su fisonomía, pero esta se altera progresi­vamente; la mayoría de las veces esta fisonomía no es más que una máscara: el crecimiento demográfico lle­va al desmenuzamiento de las posesiones, al éxodo de los jóvenes, a los conflictos generacionales que ponen en entredicho la vieja organización. Los intereses personales se endurecen. A la información local, oral, se le superpone la información general que proporcio­na el «transistor». La carretera y el camión sustituyen al camino y a la caravana y modifican los circuitos. El mercader —ya sea local o ajeno al grupo— se vuelve más poderoso y extrae una renta cuyo mantenimiento es tanto más pesado cuanto menos monetaria es la economía. En las ciudades la economía y la circula­ción se basan en redes modernas, aunque estas sean deficientes y pronto se vean degradadas.

El embutido de elementos homogéneos del espa­cio conduce a una heterogeneidad del conjunto en la que las acciones de polarización están mediocremente jerarquizadas. Muchas veces la polarización que ejer­cen las inmensas ciudades sólo es una imantación en detrimento del campo, y generalmente estas ciudades no son más que repetidores de unos polos de decisión situados fuera de las fronteras nacionales del país.

La organización del espacio en los países industriales

La organización del espacio se basa en la existen­cia de un tejido densísimo de redes diversificadas, complejas y complementarias, dispuestas de acuerdo con una trama cuyos fuertes nudos son los del arma­zón urbano. Los equipos de infraestructura se impri­

Tipos de organización de l espacio geográfico 119

men en el espacio, permitiendo la articulación de las actividades localizadas. Como consecuencia del enca­denamiento de las relaciones, una decisión afecta a vastos sectores: si la modificación del precio de la leche o del trigo tiene cierta amplitud, puede acarrear un cambio en la composición del paisaje agrícola de un país. Una huelga en una industria motriz bloquea en una y otra dirección toda una cadena de produccio­nes y de operaciones comerciales. Se trata de inter­venciones directas de unas decisiones en el espacio común —en el espacio geográfico— que afectan a los tres tipos de espacios económicos definidos por François Perroux: espacios homogéneo, polarizado y plano.

Para comprender la articulación de los espacios geográficos de los países industriales se hace necesa­rio analizar los diversos niveles de homogeneidad y las relaciones de polarización.

A título de ejemplo, podemos intentar establecer el ajuste de los espacios desde el nivel inferior hasta el nivel nacional, para un país de Europa occidental.

Para el habitante de la ciudad, en la base está el barrio de residencia y el barrio de trabajo, que consti­tuyen sectores frecuentados cotidianamente y que se inscriben en una aglomeración más o menos vasta, y de la que el individuo recorre únicamente ciertas par­tes. Hay que añadir los lugares de vacaciones y de dis­tracción, a los que va eventualmente el fin de semana o con motivo de las vacaciones. Para el habitante del campo, agricultor, encontramos el barrio rural en el que se inscribe la explotación. El barrio rural es un espacio homogéneo de algunos kilómetros cuadrados que se define por un paisaje, una disposición de los campos y del hábitat (R. Brunet). El conjunto está polarizado por la aldea o la pequeña ciudad, en donde se localizan los servicios elementales: escuelas, médi­cos, farmacia, tiendas de comestibles y de ropas,

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correos. Aquí las categorías más modestas de la población rural encuentran lo esencial para sus nece­sidades. Pero muchas veces este nivel se lo «salta» el jefe de una gran empresa agrícola, que se traslada directamente a la más cercana gran ciudad, en donde encuentra una mayor variedad de servicios y una cali­dad superior. Para el empresario agrícola, las eleccio­nes en las producciones vienen determinadas por unos criterios de rendimiento económico que depen­den de los precios fijados a nivel nacional o internacio­nal. La capital comarcal y su entorno rural se sitúan en una «comarca», en una de las «pequeñas regiones agrícolas», regiones homogéneas caracterizadas por un paisaje que se individualiza con respecto a los espacios inmediatamente vecinos. Las limitaciones naturales actúan en el escalón del barrio rural a causa de determinada calidad de suelos, de una topografía que puede influir en la organización del terreno aldea­no; también actúan a nivel de la comarca a causa de unos eventuales matices climáticos, del relieve que favorece o perjudica a esta «comarca» con respecto a sus vecinas. Se observa que la topografía interviene cada día más vigorosamente en la organización de la vida local en comparación con los siglos precedentes. La pendiente es un factor más desfavorable hoy que hace un siglo en el acondicionamiento del espacio local y regional, y de ahí la desvalorización de las regiones de montaña, que ya hemos comentado en un anterior capítulo.

Una parte de las actividades se organiza conjunta­mente con la capital provincial, colectividad local bas­tante gris y apagada, pero marco administrativo extre­madamente estructurado. Por afinidad psicológica, estas provincias pueden pertenecer a un conjunto más vasto (antigua región histórica, como Galicia), o bien depender ampliamente de una metrópoli de equilibrio como Lyon. A escala de Francia, por ejemplo, «las

Tipos de organización deI espacio geográfico 121

regiones de programas» pueden ser consideradas como espacios homogéneos todos ellos polarizados por París, sede del poder central y en donde se locali­zan el 82 '5% de las sedes sociales de las sociedades francesas con más de 5 millones de francos anuales de cifra de negocios. Y a la vez, Francia es un espacio homogéneo con respecto a los demás países de Euro­pa occidental, de la que forma parte.

No obstante, lo que caracteriza a las relaciones en el espacio ocupado por una sociedad industrial es que los conjuntos densísimos de relaciones no están exclusivamente jerarquizados ni son exclusivamente convergentes. De hecho, es más importante la fluidez de los flujos y su rapidez que la jerarquía y la simetría de los sistemas de relaciones que tejen su trama en el espacio. La jerarquía es menos importante que la articulación de los enlaces, ya que sólo es uno de los elementos que eventualmente favorecen esta articula­ción que tiene que llevarse a cabo al mínimo coste, tanto de tiempo como de dinero.

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Conclusión

Cualquier espacio geográfico está organizado. Esta organización depende de múltiples factores, algunos de los cuales están vinculados al medio natu­ral, y otros a las necesidades y a las aspiraciones de las colectividades humanas. Este espacio diferenciado y localizable se refleja en el paisaje. Tal como obser­va Ph. Pinchemel, su análisis puede enfocarse en tres direcciones, que son complementarias:— morfológico: requiere el estudio de las formas, su

disposición, su repetición, similitud y originalidad— estratigráfico: implica la investigación de las diver­

sas etapas del paisaje, que prácticamente es siem­pre poligénico, tanto en lo referente al medio natu­ral como a sus aspectos vinculados a la acción humana

— dinámico: estudia la velocidad de las evoluciones, los ritmos y los umbrales.

Cualquier proyecto consciente de ordenación del territorio debe tener en cuenta estos tres aspectos.

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124 El espado geográfico

Las acciones de ordenación del espacio geográfico están orientadas por dos series de preocupaciones:— las de los medios de vida, con la localización de las

actividades y de los empleos— las del marco de vida, que tienen un doble conte­

nido: un contenido sociológico, con la comunidad que plantea el problema de las relaciones de los hombres entre sí; y un contenido biológico y esté­tico, con las relaciones de los hombres y el medio natural.

En el espacio geográfico, la ordenación del territo­rio es la impresión de una política económica con sus consecuencias sociales, pero es más bien una toma de conciencia, por parte de sus ocupantes, del hecho de que son los depositarios y los avaladores de un patri­monio que es conveniente utilizar del mejor modo posible para las necesidades del momento, al mismo tiempo que lo ordenan y lo preparan para las necesi­dades del futuro. Lo que constituye el soporte de nuestro marco de vida es el conocimiento dirigido hacia la acción del espacio geográfico.

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A G R IC U L T U R A Á rb o le s d e ja rd ín -P a fle lla E n e m ig o s a n im a le s d e las p la n ta s

c u lt iv a d a s y fo re s ta le s -B o n n e m a i- son

E n fe rm e d a d e s d e la s h o r ta l iz a s - M e s s ia e n y La fo n

F ru tic u ltu ra -C o u ta n c e a u La le c h u g a -G a rc la P a la c io s Los h e rb ic id a s y su e m p le o -D e tro u x y

G o s tfn ch a r Los in s e c tic id a s -D a jo z Los v iru s de lo s v e g e ta le s -S o m -

m e re yn sM a la s h ie rb a s (D ic c io n a r io ) -G ü e ll M a te r ia o rg á n ic a d e l s u e lo -K o n o n o v a P la ga s d e la s p la n ta s o rn a m e n ta le s -

PapeP la g u ic id a s : to x ic o lo g la , s in to m a to lo ­

g ia y te ra p ia -K lim m e r R e g u la d o re s de c re c im ie n to -A C T A S ilo s y a ra n e ro s -C o tto n V a rie d a d e s a m e ric a n a s d e m a n za n a -

R ave l d 'E s c la p o n V e g e ta c ió n a c u á t ic a -B e rn a rd i y D ia n i

A S T R O N O M ÍA Y A S T R O N Á U T IC A In ic ia c ió n a la a s t ro n o m ía -M u ird e n In ic ia c ió n a la a s tro n á u t ic a -S a n c h o

B E LL A S A R TE S El c u b is m o -S é ru lla z El s u r re a lis m o -D u p le s s is El v e s t id o a n t ig u o y m e d ie v a l -

B e a u lie u H is to r ia de la fo to g ra f la -K e im In tro d u c c ió n a la m ú s ic a p o p -T o rg u e La e g ip to lo g la -S a u n e ro n La e s té tic a in d u s tr ia l - H u is m a n y

P a tr ixLa s im b o lo g la -B e ig b e d e r

B IO G R A F IA C a rlo s Q u in to -L a p e y re C o n fe s io n e s de un p u b lic ita r io -O g ilv y H o m e n a je a B e r t ra n d R u s s e ll -

S c h o e n m a n M a o y la re v o lu c ió n c h in a -C h 'è n S e is te s t im o n io s d e la m e d ic in a

ib é ric a -C id

B IO L O G IA B io g e o g ra fía -L a c o s te y S a la n o n B io lo g ía s o c ia l-B o u th o u l C ib e rn é tic a y b io lo g ía - G o u d o t y

P e rro t La fe c u n d a c ió n -C a r le s La g e n é tic a de la s p o b la c io n e s -B in d e r La q u ím ic a de lo s se re s v iv ie n te s -

J a v i l l ie r y L a vo lla y La v id a se xu a l-C h a u ch a rd Los o lig o e le m e n to s - G ó u d o t y B e r­

tra n dM e c a n is m o s de c o n tro l de lo s seres

v iv ie n te s -B a y lis s

B O T Á N IC A A lc a lo id e s y p la n ta s a lc a lo id e a s -

M o re a u Á rb o le s de ja rd ín -P a ñ e lla L o s v iru s de lo s v e g e ta le s -S o m -

m e re yn s M a la s h ie rb a s -G ü e ll P la ga s de la s p la n ta s o rn a m e n ta le s -

P apeR e g u la d o re s d e c re c im ie n to -A C T A V e g e ta c ió n a c u á t ic a -B e rn a rd i y D ia n i

C A R T O G R A F ÍA M a p a s y d ia g ra m a s - M o n k h o u s e y

W ilk in s o n

C IE N C IA S E C O N Ó M IC A S ¿ A d ó n d e va e l ca p ita lis m o ? -T s u ru C a p ita lis m o , c re c im ie n to e c o n ó m ic o

y s u b d e s a r ro llo -D o b b C o m e r c io in te r r e g io n a l e i n te r -

n a c io n a l-O h lin C o m p o r ta m ie n to p o lí t ic o y p o lític a e c o n ó m ic a -L in d b e c k C ris is y re ce s io n e s e c o n ó m ic a s -

F la m a n t y S in g e r C urso d e e c o n o m ía p o llt ic a -N a p o -

le o n iD e s ig u a ld a d y p o lít ic a re d is t r ib u tiv a - L in d b e c kD ic c io n a r io d e e c o n o m ía - S e ld o n y

P e nn an ce E c o n o m e tr ía y p ro b le m a s e c o n ó -

m ic o s -N ic h o ls o n E c o n o m ía p o lí t ic a c o m p a ra d a -

K irsch e n E co n o m ía re g io n a l-N o u rs e E co n o m ía y s o c io lo g ía de la in d u s tr ia -

F io re n ce El c a p ita lis m o -P e rro u x El c o n tro l de g e s t ió n -M e y e r El c o o p e ra tiv is m o -L a s s e r re El fu n c io n a m ie n to de la e co n o m ía

s o c ia lis ta -B ru s E l h a m b re -C é p é d e y G o u n e lle El n u e vo s o c ia lis m o -D o b b El p e n s a m ie n to e c o n ó m ic o en e l s ig lo

X X -N a p o le o n i El p ro b le m a d e lo s s a la r io s en

E sp a ñ a -Ja n é S o lá E n s a y o s -S c h u m p e te r In tro d u c c ió n a lo s re c u rs o s m u n -

d ia le s -H u n k e r F is io c ra c ia , S m ith , R ica rd o , M a rx -

N a p o le o n i G e o g ra fía d e l c o n s u m o -G e o rg e G e o g ra fía e c o n ó m ic a de l p e tró le o -

O d e llG e o g ra fía y e co n o m fa -C h is h o lm G e o g ra fía y e c o n o m ía u rb a n a s en los

pa íse s s u b d e s a rro lla d o s -S a n to s H á b ita t, e c o n o m ía y so c ie d a d -F o rd e H a c ia una e c o n o m ía m u n d ia l-T in -

b e rge nH is to r ia e c o n ó m ic c d e E s p a ñ a -M a rtí

y B o n a féIn fla c ió n y re v o lu c ió n y c o n tra r re v o ­

lu c ió n k e in e s ia n a y m o n e ta ris ta - J o h n s o n

In t r o d u c c ió n a la e c o n o m e tr ía - W a lte rs

In tro d u c c ió n a la e c o n o m ía e m p re ­sa r ia l-S m a ll

In tro d u c c ió n a l a n á lis is e c o n ó m ic o - F le m in g

La ayu d a de lo s pa íse s sub d e s - a rro lla d o s -L u c h a ire

La d in á m ic a d e la r e v o lu c ió n in d u s tr ia l-T h o m p s o n

La e m p re sa en la v id a e c o n ó m ic a - R o m e u f

La in d u s tr ia l iz a c ió n en E s p a ñ a - D o n g e s

La in fla c ió n -F la m a n t La p u b lic id a d -D e Pías y V e rd ie r Las d o c tr in a s e c tn ó m ic a s -L a ju g ie La te o r ía d e la p o lít ic a e c o n ó m ic a

c u a n t ita tiv a -F o x , S e n g u p ta y T h o r- b e cke

La v id a e c o n ó m ic a d e la em p re sa - S u a v e t

Los c o s te s de l d e s a rro llo e c o n ó m ic o - M is h a n

Los c o s te s s o c ia le s de la em p re sa p r iv a d a -K a p p

Los P ir in e o s -V ie rs Los s is te m a s fis c a le s -B e ltra m e

M a n u a l de p o lít ic a e c o n ó m ic a - F o rte O lig o p o lio y p ro g re s o té c n ic o - S y lo s

y La b in iP la n if ic a c ió n de l s o c ia lis m o -L ib e rm a n P o b la c ió n m u n d ia l y re cu rso s n a tu -

ra le s -D u d le y S ta m p P o lít ic a e c o n ó m ic a c o n te m p o rá n e a -

K irs c h e n y B e rn a rd P r in c ip a le s c o r r ie n te s de la c ie n c ia

e c o n ó m ic a m o d e rn a - S e lig m a n P ro d u c c ió n de m e rc a n c ía s p o r m e d io

de m e rc a n c ía s -S ra ffa R en ta n a c io n a l, c o n ta b il id a d so c ia l y

m o d e lo s e c o n ó m ic o s -S to n e S c h u m p e te r, c ie n tí f ic o so c ia l - H a rr is S ín te s is de la e v o lu c ió n de la c ie n c ia

e c o n ó m ic a y s u s m é to d o s - S c h u m p e te r

S is te m a s e c o n ó m ic o s y p o lí t ic a a s ig n a tiv a -L in d b e c k

T e o ría de la p la n if ic a c ió n e c o n ó m ic a - H o rv a t

T e o ría de l c a p ita l-H a rc o u rt T re ce e c o n o m is ta s e s p a ñ o le s a n te la

e c o n o m ' ia e s p a ñ o l a - R o s H o m b ra v e lla

C IE N C IA S P O LÍT IC A S A b d e l-K r im y la g u e rra de l R if -

W o o lm a n A m é r ic a la tin a d e 1 8 8 0 a n u e s tro s

d ía s -C a rm a g n a n i C a rlo s Q u in to -L a p e y re C u b a -L a m o re El c a p ita lis m o -P e rro u x El c o m u n is m o y lo s in te le c tu a le s

fra n c e s e s -C a u te El c o n f l ic to C h in o -S o v ié tic o -

L é vesq ue El F re n te P o p u la r-L e fra n c El iz q u ie rd is m o -A rv o n El n a z is m o -T h o rn to n E l n u e v o s o c ia lis m o -D o b b El s in d ic a lis m o en e l m u n d o -L e fra n c El s o c ia lis m o re fo rm is ta -L e fra n c G o b ie rn o y a d m in is tra c ió n en la

U n ió n S o v ié tic a -S c h a p iro In tro d u c c ió n a las d ife re n te s in te rp re ­

ta c io n e s d e l m a rx is m o -F a g e s La a u to r id a d -M a rs a l La g u e r ra -B o u th o u l La in fo rm a c ió n -T e rro u La o p in ió n p ú b lic a -S a u v y La p u b lic id a d p o lí t ic a - iz q u ie rd o Las in s t itu c io n e s p o lít ic a s d e l Á f r ic a

n e g ra -D e s c h a m p s L os m o v im ie n to s c la n d e s tin o s en

E u ro p a -M ic h e l L os n e g ro s en E E .U U .-F o h len L os s is te m a s e le c to ra le s -C o tte re t L os s is te m a s fis c a le s -B e ltra m e M a rx , e l D e re c h o y e l E s ta d o - M ilib a n dM u s s o lin i y e l fa s c is m o - G u ic h o n n e t P o lít ic a v a t ic a n a -B u ll P ro u d h o n y M a rx : un a c o n fro n ta c ió n -

G u rv itc h T é cn ica d e l p e r io d is m o -G a illa rd

D E M O G R A F ÍA Las m ig ra c io n e s h u m a n a s -D o llo t Las p ro b a b ilid a d e s y la v id a - B o re l L ím ite s de la v id a h u m a n a -S a u v y Los P ir in e o s -V ie rsP o b la c ió n m u n d ia l y re cu rso s n a tu -

ra le s -D u d le y S ta m p

D EPO R TE H is to r ia de l d e p o r te -G ille t La c o n d u c c ió n d e a u to m ó v ile s -R iv e s La e s p e le o lo g ía -T ro m b e T é cn ica de lo s d e p o r te s -D a u v e n

D E R EC H O El D e re c h o en E s tad os U n id o s -T u n c El Is la m -S o u rd e l La a n tro p o lo g ía c r im in a l-G ra p in La c r im in o lo g ía -C e c c a ld i Los d e re c h o s n a tu ra le s -M a rq u is e t M a rx , e l D e re c h o y e l E s ta d o - M ilib a n d

D IC C IO N A R IO S D ic c io n a r io d e m a n a g e m e n t

J o h a n n s e n y R o b e rtso n D ic c io n a rio de e c o n o m ía - S e ld o n y

P e nn an ce D ic c io n a rio de los s a n to s -R o u illa rd D ic c io n a rio de P e d a g o g ía -F o u lq u ié D ic c io n a rio de té rm in o s g e o g rá fic o s -

M o n k h o u s e M a la s h ie rb a s -G ü e ll

D O C U M E N T O S V R E P O R TA JE S A b d e l-K r im y la g u e rra d e l R if -

W o o lm a n A u s c h w itz -P o lia k o v El n a z is m o -T h o rn to n El p r im e r d e s c u b r im ie n to d e A m é r ic a -

J o n e s El R a c is m o -F o n te tte La e s c la v itu d en los E E .U U .-S ta m p p La in s u rre c c ió n de l g h e t to de V a r-

s o v ia -B o rw ic z Los n e g ro s en E s tad os U n id o s -F o h le n M u s s o lin i y e l fa s c is m o - G u ic h o n n e t P o lítica v a t ic a n a -B u ll

E L E C TR Ó N IC A l a e le c tró n ic a c u á n t ic a -L a u n is La te le v is ió n e n c o lo r-G u ill ie n

E N S A Y O F.l fe m in is m o ib é ric o -C a p m a n y E n s a y o s -S c h u m p e te r S e is p e n sa d o re s e x is te n c ia lis ta s -

C la ckh a m S e is te s t im o n io s d e la m e d ic in a

ib é ric a -C id

F IL O S O F ÍA D e sca rte s y e l ra c io n a lis m o - R o d is

L e w isEl e s t ru c tu ra lis m o -P ia g e t El e x is te n c ia lis m o -F o u lq u ié El p e n s a m ie n to c r is t ia n o -R o u s s e a u H o m e n a je a B e r t ra n d R u s s e ll -

S c h o e n m a n l a e p is te m o lo g ía -B la n c h é Ln e s té tic a in d u s tr ia l - H u is m a n y

P a tr ixLa filo s o fía a le m a n a -D u p u y 1« filo s o fía y la s té c n ic a s -A u z ia s l a o b je c ió n de c o n c ie n c ia -C a tte la in La p ro s p e c tiv a -D e c o u flé L a s f i lo s o f ía s d e L u d w ig W i t t -

g e n s te in -F e r ra te r y H e n rik M a rx , e l D e re c h o y e l E s ta d o -C e rro n i,

M ilib a n d y P o u la n tza s M a rx y la p e d a g o g ía m o d e rn a -

A lig h ie ro S n rtre y e l m a rx is m o -C h io d i Swls p e n sa d o re s e x is te n c ia lis ta s -

B la ckh a m S e is te s t im o n io s de la m e d ic in a

ib é ric a -C id

F ÍS IC ALa re s is te n c ia de lo s m a te ria le s -

D e la ch e t

Lm p a rtíc u la s e le m e n ta íe s -K a h a n la te r ía y a n tim a te r ia -D u q u e s n e

G E O G R A F ÍA R lo g e o g ra fía -L a c o s te n im n to lo g ía -V ie rs (.( ib a L a m oreD ic c io n a rio de té rm in o s g e o g rá fic o s - M o n k h o u s eIc o n o m ía re g io n a l-N o u rs e 11 A n á lis is g e o g rá fic o -D o llfu s

El e s p a c io g e o g rá fic o -D o llfu s El m e d io a m b ie n te -G e o rg e In tro d u c c ió n a lo s re c u rs o s m u n -

d ia le s -H u n k e r E v o lu c ió n d e la g e o g ra fía h u m a n a -

C lava lG e o g ra fía de la p o b la c ió n -G e o rg e G e o g ra fía de l c o n s u m o -G e o rg e G e o g ra fía e c o n ó m ic a de l p e tró le o -

O d e llG e o g ra fía ru ra l-C lo u t G e o g ra fía soc ia l d e l m u n d o - G e o rg e G e o g ra fía u rb a n a -J o h n s o n G e o g ra fía y e c o n o m ía -C h is h o lm G e o g ra fía y e c o n o m ía u rb a n a s en los

p a ís e s s u b d e s a r r o l la d o s - M il to n S a n to s

H á b ita t, e co n o m ía y s o c ie d a d -F o rd e H is to r ia de la s e x p lo r a c io n e s -

D e sch a m p s La a n tro p o lo g ía -F e rre r La tie r ra , e l m a r y la a tm ó s fe ra -F ra s e r Los m é to d o s de la g e o g ra fía -G e o rg e Los P ir in e o s -V ie rs M a p a s y d ia g ra m a s -M o n k h o u s e P o b la c ió n m u n d ia l y re c u rs o s n a tu -

ra le s -D u d le y S ta m p

G E O L O G ÍA G e o m o r fo lo g ía -V ie rs La e s p e le o lo g ía -T ro m b e La fo rm a c ió n de la s c a v e rn a s -R e n a u lt Las a g u a s s u b te rrá n e a s -T ro m b e Los P ir in e o s -V ie rs S is m o s y v o lc a n e s -R o th é

H IS T O R IA A b d e l-K r im y la g u e rra de l R if -

W o o lm a n A u s c h w itz -P o lia k o v C a rlo s Q u in to -L a p e y re C u b a -L a m o reEl c o m u n is m o y lo s in te le c tu a le s

fra n c e s e s -C a u te El c o n f l ic to C h in o -S o v ié t ic o -

Lé vesq ue El F re n te P o p u la r-L e fra n c El im p e r io ro m a n o -E n g e l El n a z is m o -T h o rn to n El p r im e r d e s c u b r im ie n to d e A m é r ic a -

J o n e s El ra c is m o -F o n te tte El v e s t id o a n t ig u o y m e d ie v a l -

B e a u lie u H is to r ia de la c iru g ía -D A IIa in e s H is to r ia de la c iv iliz a c ió n e u ro p e a -

D e lm a sH is to r ia de la fo to g ra fía -K e im H is to r ia d e la s e x p lo r a c io n e s -

D e sch a m p s H is to r ia de la s o c io lo g ía -B o u th o u l H is to r ia de la s u n iv e rs id a d e s - B a yen H is to r ia de l d e p o r te -G ille t H is to r ia de los c o n c il io s -M e tz H is to r ia de V ie tn a m -M a s s o n H is to r ia e c o n ó m ic a de E s p a ñ a -M a rtí

y B o n a fé La e g ip to lo g ía -S a u n e ro n La e s c la v itu d -L e n g e llé La In q u is ic ió n -T e s ta s La in s u rre c c ió n d e l g h e t to de V a r-

s o v ia -B o rw ic z La p r im e ra g u e rra m u n d ia l-R e n o u v in La se g u n d a g u e rra m u n d ia l-M ic h e l Las g u e rra s d e re lig ió n -L iv e t La s im b o lo g ía -B e ig b e d e r Las in s t itu c io n e s p o lí t ic a s d e l Á fr ic a

n e g ra -D e s c h a m p s La v id a s o v ié tic a -F ro m e n t Los in ca s -F a v re Los je s u ita s -G u ille rm o u Los m o v im ie n to s c la n d e s tin o s en

E u ro p a -M ic h e l Lo s P ir in e o s -V ie rs M a o y la re v o lu c ió n C h in a -C h én M u s s o lin i y e l fa s c is m o - G u ic h o n n e t U na a p ro x im a c ió n h is tó r ic a a la con

q u is ta de la A m é r ic a e sp a ñ o la - M a h n -L o t

IN F A N T IL E S El ú lt im o e s p a r ta n o -M a rt in La casa b a jo la a re n a -C a rb ó y M a d o -

re llLa g a rra n e g ra -M a r t in La t ia ra d e O r ib a l-M a r t in La tu m b a e t ru s c a -M a r t in Las le g io n e s p e rd id a s -M a rt in Lo s 4 ase s y e l a e ro d e s liz a d o r -

F ra n ço is y G e o rg e s Los 4 ase s y e l c u ru c u -F ra n ç o is y

G e o rg e sLos 4 ases y e l d ra g ó n de la s n ie ve s -

F ra n ço is y G e o rg e s Los 4 ases y e l fa n ta s m a -F ra n ç o is y

G e o rg e sLos 4 ases y e l ra lly o llm p ic o -F ra n ç o is

y G e o rg e s Los 4 ases y la c o p a d e o ro -F ra n ç o is y

G e o rg e sLos 4 ases y la is la de l R o b in s ó n -

F ra n ço is y G e o rg e s L o s 4 ases y la s e rp ie n te d e m a r -

F ra n ço is y G e o rg e s Los 4 ase s y la vaca sa g ra d a -F ra n ço is

y G e o rg e s L o s López y la h e re n c ia -C o q u a rd y

B e n e ja m O p e ra c ió n re lá m p a g o -D e v o s S te v e c o n tra D r. Y e s -D e v o s

IN G E N IE R ÍA Y M E C A N IC A La c o n d u c c ió n de a u to m ó v ile s -R iv e s La e s té tic a in d u s tr ia l - H u is m a n y

P a tr ixLa re s is te n c ia de lo s m a te ria le s -

D e la c h e t

L IN G Ü ÍS T IC A In g lé s pa ra e m p re s a r io s -M u r lin El E s p e ra n to -J a n to n La L in g ü ís tic a -P e r ro t Las le n g u a s ro m á n ic a s -C a p ro u x S in ta x is d e l f ra c é s -G u ira u d

L IT E R A T U R A La l ite ra tu ra h is p a n o a m e r ic a n a -J o s e t S o c io lo g ía de la l ite ra tu ra -E s c a rp it

M A N A G E M E N T D i c c io n a r i o d e m a n a g e m e n t -

J o h a n s e n y R o b e rs to n E co n o m ía y s o c io lo g ía de la in d u s tr ia -

S a rg e n tH a c e rlo b ie n y h a c e r lo sa b e r-R e v illa In g lé s pa ra e m p re s a r io s -M u r lin In tro d u c c ió n a la e c o n o m ía e m p re ­

sa r ia l-S m a ll La f i lo s o fía d e l m a n a g e m e n t-S h e ld o n La h is to r ia de l m a n a g e m e n t-U rw ic k y

B re chLa in fo rm á tic a -L h e rm it te La v id a e c o n ó m ic a de la e m p re sa -

S u a v e tM a n a g e m e n t c ie n tí f ic o -W in s to n M a n a g e m e n t de la fu s ió n de e m -

p re s a s -M a c e y M o n tg o m e ry M a n a g e m e n t: su n a tu ra le za y s ig n i-

f ic a d o -B re c h M a te m á t ic a s p a ra la e m p re s a -

B a tte rs b y M o d e lo s m a te m á tic o s y m a n a g e m e n t

d e l m á rk e tin g -B u z z e ll O rg a n iz a c ió n de e m p re s a s -

O ’S h a u g h n e ssy O rg a n iz a c ió n y m a n a g e m e n t-Y o ill P e rs p e c t iv a s e m p re s a r ia le s y b e n e -

f iò io -S h a c k le P la n if ic a c ió n de la e m p re sa A rg e n t i T é c n ic a s d e l M a n a g e m e n t-A rg e n t i

M Á R K E T IN G A n á lis is de lo s ca n a le s d e d is tr i-

b u c ió n -N e p v e u -N iv e lle El s e rv ic io y la p o s t-v e n ta - N e p ve u -

N ive lleEl ve n d e d o r s i le n c io s o -P ild itc h E spaña ve n d e m a l- iz q u ie rd o E s tra te g ia de l p ro d u c to -U n d e rw o o d La c re a tiv id a d en la e m p re s a -A z n a r

Page 65: DOLLFUS, Olivier - El Espacio Geográfico

En su sentido más am plio, el ám bito del espacio geográfico es la epidermis de la Tierra, es decir, la superficie terrestre y la biosfera.En una acepción más restrictiva, es el espacio habitable, allí donde las condiciones naturales perm iten la organización de la vida en sociedad. Hasta fecha reciente la oikuméne coincidía más o menos con las tierras utilizables para la agricultura y la ganadería. Pero esta noción debe ser revisada. El espacio geográfico es el espacio accesible al hombre, usado por la humanidad para su existencia, Por lo tanto, incluye los mares y los aires. Es localizable, concreto, diríam os «trivial». Aunque cada punto del espacio puede ser localizado, lo que im porta es su situación con relación a un conjunto en el cual se inscribe y las relaciones que m antiene con los diversos medios de los que forma parte. El espacio geográfico se forma y evoluciona partiendo de unos conjuntos de relaciones, que se establecen en el marco concreto de la superficie de la Tierra. El espacio geográfico se presenta como el soporte de unos sistemas de relaciones, determ inándose unas a partir de los elementos del medio físico, y las otras procedentes de la s sociedades humanas que ordenan e l espacio en función de la densidad de poblam iento, de la organización social y económica, del n i vel de las técnicas, en una palabra, de todo el tupido te jido histórico que constituye una civilización.

GEOGRAFIA