ÉTICA DEL MORIR Distanasia y Ortotanasia
P. Lic. Juan Francisco Tomás sdb
ÉTICA DEL MORIR – DISTANASIA Y ORTOTANASIA
INDICE GENERAL
Págs.
Índice general 1
INTRODUCCIÓN 2
Objeto de la investigación 2
Método de trabajo 2 División y organización 3
PRIMERA PARTE
Distanasia y Ortotanasia en su problemática actual 4
1. Actualidad del tema y sus cuestionamientos éticos 4
2. Algunos casos para orientar la reflexión 5
2.1. Primer caso: el hijo de Onassis y el italiano Franceschi 5
2.2. Segundo caso: Karen Ann Quinlan 5
2.3. Tercer caso: carta de la American Hospital Association
sobre los derechos del enfermo 6
2.4. El llamado a la reflexión ética 6
3. Definición y relación de términos 7
3.1. Eutanasia y Distanasia 7 3.2. Métodos desproporcionados 8
3.3. Adistanasia – Ortotanasia 8
3.4. Eutanasia, distanasia y el derecho a dejar morir en paz 9
3.5. Enfermos terminales, razonabilidad y medicina paliativa 9
SEGUNDA PARTE
El aporte de la ciencia, la Iglesia y el lenguaje secular 11
1. Corolarios y principios de la bioética personalista 11
1.1. El principio de defensa de la vida física 11
1.2. El principio de libertad y responsabilidad 11
1.3. El principio de totalidad o principio terapéutico 12
1.4. El principio de sociabilidad y subsidariedad 12 1.5. Los principios de beneficencia, de autonomía y de justicia 12
2. Muerte y encarnizamiento terapéutico 13
3. Obligación médica de asistencia al moribundo. Análisis del
artículo 28.2 del Código Internacional de Ética Médica 14
4. Los tratamientos paliativos: Medicina y Magisterio de la Iglesia 15
4.1. Reflexiones desde la medicina y los grupos pro-vida 16
4.2. Orientaciones del Magisterio de la Iglesia 17
TERCERA PARTE
Nuestra propuesta moral desde la bioética personalista 20
1. La ortotanasia: práctica de los cuidados paliativos 20
2. Dejar vivir la propia muerte con dignidad 21 3. Justificación de la ortotanasia 21
4. Aceptación de la muerte: gesto de madurez y sentido común 22
5. A quien compete la decisión del tratamiento 23
6. Asumir una actitud de calor humano ante el moribundo 23
7. Permitir morir en paz: un acto de caridad cristiana 24
8. Una estrategia pastoral: coherencia y testimonio de vida y fe 25
CONCLUSION 26
APENDICE
Reflexión bíblica sobre el sentido de la enfermedad y la muerte 29
Bibliografía 32
2
INTRODUCCIÓN
Objeto de la investigación
Un tema que ha suscitado particular interés en la bioética actual, tiene que ver con la
problemática del morir con dignidad. El tema es objeto de estudio tanto por parte de la medicina y la
psicología, como de la ética filosófica y la teología moral.
Este tema es planteado como un problema moral de gran actualidad. Entre las prácticas concretas
que se aplican a los enfermos incurables, terminales e irreversibles, encontramos la opción no poco
habitual a favor de la distanasia o, también llamada, encarnizamiento terapéutico. Éste es el objeto de
nuestro trabajo: precisar en qué consiste la práctica de la distanasia y su relación con otras prácticas, y
formular expresamente nuestra postura desde la bioética personalista.
Método de trabajo
Para nuestro trabajo ha resultado provechoso la variedad de consultas realizadas. Ante todo,
hemos tenido en cuenta la orientación presentada desde la misma cátedra de Ética del morir con dignidad
por parte del Prof. Lic. P. Alberto Bochatey O.S.A. Entusiasmados por la propuesta de investigación,
hemos intentado consultar una amplia bibliografía en cuanto al tema en cuestión.
Aquí, es cierto, hemos encontrado la mayor dificultad. Así como la bioética es una rama de la
teología moral bastante reciente, no lo es menos el tema que nos hemos propuesto afrontar, por lo que no
ha resultado fácil la consulta bibliográfica.
Con todo, hemos podido acceder a claras posturas desde los distintos ámbitos investigados. Así
nos encontramos con aportes que van desde la investigación médica hasta el magisterio eclesiástico,
desde la práctica y la reflexión sobre casos concretos hasta la explicitación del Código Internacional de
Ética Médica. También, para ampliar nuestro estudio, nos hemos valido de la consulta a distintas páginas
electrónicas de internet, lo cual nos ayudó a enriquecer el panorama.
Así hemos intentado abarcar el problema de la distanasia y la propuesta moral de la práctica de
la ortotanasia o tratamientos paliativos, encontrándonos satisfechos por la investigación realizada. Sin
embargo, humildemente debemos reconocer que este aporte, si bien intenta estar sostenido desde una
adecuada comprensión moral, encontramos el límite de la ciencia en el campo específico de la medicina.
3
No somos médicos ni científicos. Lo nuestro es simplemente un humilde aporte moral y pastoral. Queda
el desafío a estar abiertos para que, quienes trabajan en los ámbitos científicos y médicos, puedan
continuar abordando el tema en orden a mejorar cada vez más la técnica y los tratamientos utilizados en el
planteo en cuestión.
División y Organización
El trabajo consta de tres partes. En primer lugar, intentamos un acercamiento a la problemática.
Este intento de camino inicial quiere ubicar el problema moral en su verdadera actualidad como tal,
cuestionándose diversas hipótesis posibles mediante la presentación de casos concretos. Finalmente, en
esta primera parte, se pretende dejar formulados, de manera clara y precisa, tanto el concepto de
distanasia, y su contrapropuesta moral que es la adoptada por nosotros: la ortotanasia, como así otros
términos que se relacionan directamente con estos dos; así mismo, se intenta clarificar la relación y
oposición de las diversas prácticas médicas en cuestión.
Ubicados en el problema moral, la segunda parte de nuestra presentación, busca abordar la
problemática ya en su cuestión más específica desde el aporte de la ciencia, del magisterio y del lenguaje
secular. Partiendo de los corolarios y principios de la bioética personalista y del análisis del problema de
la muerte y el encarnizamiento terapéutico, abordamos la reflexión desde el análisis del Código
Internacional de Ética Médica, para concluir con las propuestas emanadas desde el Magisterio de la
Iglesia.
Finalmente, habiendo intentado un camino de investigación seria, la tercera parte presenta
concretamente las propuestas éticas a adoptar frente al enfermo cuyo diagnóstico es precisado como
terminal e irreversible. Dichas propuestas, a modo de conclusión, son presentadas a efectos de orientar al
personal facultativo, de acompañar al enfermo y sus familiares en la fase terminal de su existencia, y
repensar nuestra acción pastoral en esta cuestión de vida.
La cuestión moral que se plantea en esta presentación, requeriría también un análisis más
exhaustivo sobre otros temas que están íntimamente relacionados con el mismo, como ser el del inicio de
la vida, la muerte, la enfermedad, etc. No ha sido nuestra intención abordarlos todos. Sin embargo, a
modo de orientación para una posterior reflexión, hemos creído oportuno incluir un apéndice sobre el
sentido de la enfermedad y de la muerte en la Sagrada Escritura.
Juan Francisco Tomás sdb
4
PRIMERA PARTE
Distanasia y Ortotanasia en su problemática actual
1. ACTUALIDAD DEL TEMA Y SUS CUESTIONAMIENTOS ETICOS
“Es curioso que en una cultura como la nuestra, donde la muerte se ha
convertido en el gran tabú de la sociedad moderna, su estudio haya suscitado durante
estos últimos años un inusitado interés ... Y es que si la filosofía nace del asombro, la muerte, como diría Schopenhauer, es su gran genio inspirador. De tal manera forma
parte de nuestra existencia que al ser humano se le ha sustantivado con el adjetivo de
moral. Quererla excluir de nuestra reflexión ... es hacer un discurso incompleto y
mutilado sobre la vida.”1
Un tema que ha suscitado particular interés en la Bioética actual tiene que ver con la
problemática del morir con dignidad. El tema es objeto de estudio tanto por parte de la medicina y la
psicología, como de la ética filosófica y la teología moral. ¿Es lícito acortar o prolongar la vida, a
cualquier costo, cuando nos encontramos ante un enfermo incurable, terminal e irreversible? ¿A quién
corresponde tomar la decisión: al médico, al paciente, a sus responsables? ¿La Iglesia, debe opinar al
respecto?; y si lo hace, ¿cuál debería ser su aporte? ¿Encontramos en la ciencia y en la medicina
respuestas coherentes y responsables? ¿Cuál es el discurso secular, si se puede hablar de un único
discurso secular?
Son numerosas las preguntas que pueden realizarse ante la toma de decisión para actuar frente a
un enfermo terminal e irreversible. La mayor dificultad surge cuando nos queremos plantear con exactitud
si un remedio o tratamiento es proporcionado o desproporcionado, teniendo en cuenta las condiciones
específicas de cada enfermo en particular.
Al respecto, bien caben los cuestionamientos presentados por E. López Aspitarte:
“¿Se puede suprimir la insulina a un diabético canceroso terminal para no
prolongar su agonía y sufrimiento? ¿Es obligatorio operar a un hidrocefálico de sus
lesiones cardíacas, que lo llevarían a la muerte, para que siga viviendo en trágicas condiciones? ¿Hay que emplear todas las técnicas posibles para salvar a los niños
completamente anormales que al nacer presentan graves dificultades que no podrían
superar sin esas ayudas? ¿Es lícito interrumpir la alimentación artificial a un enfermo en
estado de coma irreversible o en sus momentos finales? ... Si, por otra parte, tales
medidas terapéuticas hay que tomarlas con urgencia y rapidez, el diagnóstico para el
futuro no es siempre fácil ni cierto en esos momentos, y si la decisión se adopta en un
clima lógico de nerviosismo y complejidad, ¿quién estará seguro de que su opción es la
única y la más ética? En cualquier caso, sólo la honradez y la sinceridad harán posible
una búsqueda satisfactoria y equilibrada entre todos los valores que entran en juego”2.
1 LOPEZ AZPITARTE E., Ética y vida. Desafíos actuales. Madrid, Paulinas, 1990. 4ª edición. p.219 2 Ibíd. p.230
5
Encontrándonos con este tipo de planteos, apuntamos así al emblemático y discutido tema que se
ha dado en llamar distanasia o encarnizamiento terapéutico, intentando brindar un pequeño aporte desde
la reflexión de la Teología Moral, sin descuidar otros aportes seculares, que nos permitan llegar a
opciones y estrategias pastorales.
2. ALGUNOS CASOS PARA INICIAR LA REFLEXION
Numerosos son los casos de pacientes en que, tanto profesionales como familiares, y hasta el
mismo enfermo, se encuentran ante la dificultad de la resolución de los planteos mencionados en nuestra
introducción. A modo de ejemplo, citamos algunos casos que puedan orientar nuestra reflexión.
2.1. Primer caso: e l hijo de Onassis y e l i tal iano Franceschi
En diversas salas de reanimación, y al mismo tiempo, se encuentran dos jóvenes: el hijo de
Onassis y el italiano Franceschi. Ninguno de los dos presentan esperanza alguna de curación. El
multimillonario griego, insiste a los médicos que dejen a su hijo morir en paz, aunque éste es para él el
único motivo de supervivencia. En cambio, los padres del joven milanés, ruegan: «Hagan que recobre el
conocimiento, al menos por un instante. Hagan que pueda reconocernos». Dos peticiones distintas, pero
humanamente comprensibles ambas.
Nos preguntamos, ¿cuál de los dos ruegos es moral? ¿Pueden serlo los dos?
2.2. Segundo caso: Karen Ann Q uinlan
Año 1975. Karen Ann Quinlan, americana, 21 años de edad. Lleva muchos meses en coma.
Previa consulta al sacerdote católico, y con su aprobación, los padres adoptivos de Karen solicitan al juez
la autorización para desconectarla del pulmón de acero y permitirle, así, morir con dignidad. Parece que
también el obispo católico comparte la opinión de los padres. En un primer momento, el funcionario
responde que se trata de una decisión de carácter médico, de la misma manera que es de carácter médico
la continuación del proceso curativo de Karen. Por otra parte, el facultativo médico no puede decidir sin
correr el riesgo de ir a la cárcel y por esto se dirige al juez. El juez no se siente con ánimos de decidir y
vuelve a transferir el problema al médico.
Uno y otro se transfieren el problema sin respuesta de solución.
6
2.3. Tercer caso: carta de la American Hospital Associati on sobre los derechos
del enfermo.
Enero de 1973. El American Hospital Association acaba de aprobar la Carta de los derechos del
enfermo. Uno de sus puntos resuelve claramente que se reconoce el derecho a morir con dignidad, pero
aclarando la referencia explícita a aquellos pacientes cuyos casos estén bien determinados por el
diagnóstico de incurabilidad y de insoportabilidad del sufrimiento, cuando la medicina haya declarado la
inutilidad curativa de sus propias intervenciones. La prensa reacciona enérgicamente como si se hubiera
pedido el derecho de practicar la eutanasia. A esta reacción, la Asociación americana precisa que no se
pretende en modo alguno llegar a la promulgación de la liberalización de la eutanasia, sino simplemente
llamar la atención sobre aquellos casos bien precisos, cuando se dé la petición insistente del enfermo y,
sobre todo, cuando la intervención médica pudiese prolongar sin esperanza una supervivencia demasiado
gravosa.
2.4. El l lamado a la reflexión ética
Ante los casos expuestos, y tantos otros que se dan y no se conocen, cabe hacer una seria
reflexión ética. Lo expresado por L. Rossi puede colaborar en este momento de nuestra exposición:
“¿Por qué habría que mantener en pie artificialmente una existencia puramente
vegetativa, cuando no existe ninguna esperanza de que el proceso sea reversible. Morir
«en paz», si puede decirse así, ¿no representa un valor? Cualquier tentativa terapéutica
¿no tiene que ser también razonable? ¿Lo sigue siendo cuando no hay esperanza de
curación o, al menos, de una supervivencia soportable? El médico, hombre de ciencia,
¿no es ante todo un hombre al que no puede interesarle únicamente que un proceso degenerativo se retrase como fuere? Si es natural que se luche mientras haya alguna
esperanza contra la muerte, ¿no es también natural que, en ciertas situaciones, se tome
conciencia, con coraje, de que no hay ya nada que hacer? (...)
¿Se puede hablar de una vida humanizada y de una vida humana no
humanizada...? ¿No se puede distinguir entre vida humana vivible (y, por ende,
plenamente humana) y vida humana no vivible (y, por tanto, prácticamente ya
extinguida justamente en cuanto «vida humana»? La ética ¿está condicionada
únicamente por la biología o bien utiliza otros criterios no biológicos? Para la Sagrada
Escritura, la vida por la que tenemos que luchar ¿no es acaso la vida plena del hombre,
hecho a imagen y semejanza de Dios?”3
La reflexión también apunta a una sana crítica al sistema de salud dominante. Ivan Illich, en su
libro Némesis médica4,hace una fuerte crítica al sistema sanitario actual. Illich es uno de los más serios y
controvertidos autores que se pronuncian contra el sistema sanitario. Si bien no compartimos en todo su
pensamiento y expresiones, vale la pena considerar algunos de los aspectos de su crítica. Ante todo,
teniendo en cuenta el título de su obra, recordamos que Némesis es considerada la diosa griega de la
3 ROSSI L., Eutanasia, en ROSSI L. y VALSECCHI A., Diccionario enciclopédico de teología moral, Madrid, Paulinas,
1986. 5ª edición. p. 1364. 4 Cf. ILLICH I., Némesis médica. La expropiación de la salud, Barcelona, Barral, 1975.
7
venganza; castiga a los mortales que pretenden expropiarse de los privilegios divinos. Para Illich, es
símbolo del castigo inevitable por hacer del médico un héroe que busca ser como Dios. López Aspitarte
sintetiza la crítica de I. Illich:
“La medicina actual constituye una auténtica amenaza contra la salud, pues ha
creado una epidemia, médicamente incurable, de la que sólo nos podremos librar el día
que seamos capaces de asesinarla y enviar a los médicos al diablo. La razón de esta
nueva enfermedad –la yatrogénesis5– encuentra su caldo de cultivo en la medicación
institucionalizada de la vida, de la que el hombre se siente prisionero y en la que pierde por completo su carácter personal para transformarse en un problema técnico.
La moderna civilización médica «está planificada y programada para matar el
dolor, eliminar la enfermedad y luchar contra la muerte», pero a costa de sacrificar el
contenido humano de la existencia. Aunque existen técnicas contra casi todos los males,
la morbosidad, sin embargo, es mayor, pues todos necesitan ahora un tratamiento. Si la
muerte no se ha vencido, al menos le ha sido expropiada, ya que «el hombre occidental
ha perdido el derecho a presidir su acto de morir» ... Aunque exista un desacuerdo con
su planteamiento, hay demasiados puntos que merecen un detenido análisis y reflexión.6
En nuestra presentación intentaremos abordar alguna respuesta desde el aporte de la bioética.
Pero, antes que nada, para poder llegar a algunas conclusiones, necesitamos familiarizarnos con el
lenguaje y tener en claro que se entiende por distanasia o encarnizamiento terapéutico, y captar su
relación y oposición con otros términos que puedan aclarar nuestras propuestas finales.
3. DEFINICION Y RELACION DE TERMINOS
3.1. Eutanasia y Distanasia
Entendemos por eutanasia, en sentido verdadero y propio, toda acción u omisión “que por su
naturaleza y en la intención causa la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor”7. Tal vez sea hoy, la
eutanasia, la práctica que, en su acción u omisión, se ubica dentro del nivel de intenciones o métodos más
usados.
Entendemos por distanasia, conocida también como encarnizamiento o ensañamiento o furor
terapéutico, al acto realizado mediante “ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real
del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar, o bien por ser demasiado
gravosas para él o su familia”8.
Las mismas palabras (“encarnizamiento” – “ensañamiento” – “furor”) nos hacen ver que se trata
de una lucha contra la muerte a cualquier costo y con cualquier medio.
5 Se entiende por yatrogénesis aquellas enfermedades que se originan en el médico y “que no se habrían presentado
si no hubiesen aplicado tratamientos ortodoxos y recomendados profesionalmente” (ILLICH I., o.c.) 6 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 237-238 7 JUAN PABLO II, Evangelium vitae. Sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. Nº 65 8 Ibíd.
8
Apunta López Aspitarte que se trata, pues, de:
“retrasar la hora de la muerte, prolongando artificial e indefinida una existencia que ha
perdido ya todas sus características humanas. Vivir en estas condiciones sólo significa
que se mantienen las funciones cardio-respiratorias, pero sin ninguna respuesta que
alcance un nivel superior al biológico. Nos encontraríamos simplemente ante un muerto
que no es todavía un auténtico cadáver. Como si no quisiéramos aceptar un hecho que
resulta inevitable o valiese la pena un trabajo médico que no tendrá ninguna eficacia
para recuperar la condición humana perdida.”9
La eutanasia, en su sentido estricto, es presentada por algunos autores como eutanasia activa o
positiva, para distinguirla de la distanasia, que catalogan como eutanasia pasiva o negativa, la cual, como
hemos dicho, consiste en prolongar la vida por métodos desproporcionados.
3.2. Métodos despr oporcionados
Por métodos desproporcionados se entienden aquellos medios que buscan prolongar la vida por
medio de todos los recursos posibles, incluyendo medios extraordinarios, que son por sí mismos difíciles,
costosos y molestos. Se considera a estos medios extraordinarios como desproporcionados en relación a
las condiciones particulares del enfermo, dado que requerirían procedimientos y técnicas que exigirían un
costo humano demasiado grande, y conllevan en sí el hecho de sacrificar valores que, en esas situaciones,
resultan más importantes que la misma subsistencia. La valoración de estos medios, en cada caso, se
podrá realizar “poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que
comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación, con el resultado que se puede esperar de
todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales”10.
3.3. Adistanasia – Ortotanasia
La adistanasia “consiste en el abandono de las técnicas necesarias para mantener las constantes
biológicas de un enfermo que ha perdido ya definitivamente su condición humana, como sería el caso de
los individuos que han caído en un cese irreversible de toda función cerebral”11
. En este caso no se
produce intencionalmente la muerte del individuo, sino que se acelera la muerte biológica del enfermo,
con la que comienza su proceso de descomposición, mediante la privación de instrumentos necesarios que
tiendan sólo a conservar sus funciones cardio-respiratorias, siendo irreversible la posibilidad de
reactivación cerebral.
Algunos autores, con el fin de evitar confusiones y resonancias afectivas relacionadas con la
eutanasia, prefieren llamar a este tipo de prácticas como ortotanasia o dejar morir en paz.
9 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 221 10 CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre la Eutanasia, n.12, IV, Vaticano 1980 11 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., pág. 224.
9
3.4. Eutanasia, Distanasia y e l Derecho a dejar morir en paz
Se debe hacer clara distinción entre el derecho a practicar la eutanasia, absolutamente
inaceptable en nuestra posición moral, del derecho a morir en paz, el cual nos parece que es la opción
más humana y cristianamente aceptable. Queda claro, entonces, que tenemos el derecho de que se nos
deje morir, pero que en modo alguno podemos consentir con el supuesto derecho de administrar la
propia muerte, es decir, infligir o hacer infligir la propia muerte.
En el supuesto caso de que existiese duda razonable, habrá que obrar con certeza moral, y es aquí
donde encuentra su lugar el problema de la distanasia. “No se trata de eutanasia positiva ni negativa; el
médico no mata, no hace morir, sino que deja morir.”12
Al hablar de derecho a morir con dignidad, entendemos esta opción con total exclusión de
intervenciones desproporcionadas y la participación de intenciones y actos realmente morales, y es
indudable que este derecho existe. El término dignidad evoca, ante todo, “la respetabilidad de la suma de
valores de la persona, que no se limita a una supervivencia más o menos prolongada..., sino que se
extienden más bien al clima de serenidad, de paz y de conciencia, que debería ser propio del morir
humano”.13
3.5. Enfermos terminales, razonabil idad y me dicina pal iativa
Los elementos fundamentales que definen la enfermedad terminal, son los siguientes:
1. Presencia de una enfermedad avanzada, progresiva e incurable.
2. Falta de posibilidades razonables de respuesta al tratamiento específico.
Es justamente en la palabra razonable donde se esconde parte del problema de la actuación con
los enfermos terminales. Por un lado, tiene una importancia decisiva haber agotado todos los recursos
terapéuticos de que se dispone en la actualidad antes de etiquetar a un enfermo como terminal (existe el
peligro de perder un enfermo potencialmente curable). Pero por otro lado si no se es muy sensato a la
hora de interpretar la palabra razonable, se corre el riesgo de caer en lo que se denomina encarnizamiento
o furor terapéutico.
No debemos confundir lo que es curar o asistir al enfermo durante su vida, lo cual es obligación
de todos los agentes sanitarios, y especialmente del facultativo médico que realizó el Juramento de
Hipócrates, con prolongar la agonía, procedimiento éste altamente inmoral.
12 ROSSI Leandro, o.c., p. 1366. 13 PERICO G., Diritto di morire?, en «Agg.Sociali» (diciembre 1975). Citado por ROSSI L., o.c., p. 1366
10
Hemos citado anteriormente la fuerte crítica de I. Illich al sistema médico; crítica que, como
hemos dicho, no compartimos plenamente. Pero debemos reconocer que así como la tecnología médica es
una bendición, puede transformarse también en una maldición si no se aplica con criterios profesionales
ética y moralmente acertados. Dicho de otra manera, la mejor de las tecnologías sanitarias puede también
ser la peor al mismo tiempo, dependiendo del uso que se haga de ella.
Cuando el avance tecnológico en el campo de la medicina se pone al servicio de lo que hemos
llamado encarnizamiento terapéutico, ocasiona a veces prolongadísimas agonías, llegando incluso a la
existencia de casos que, por la celebridad de protagonistas famosos y conocidos por gran parte de la
humanidad, dicha agonía responde al objeto de alcanzar altos beneficios económicos y/o socio-políticos,
en desmedro de la dignidad del paciente que agoniza. Esta actitud va en contra de la dignidad humana y
debemos pensar que el respeto a la vida implica el derecho a la muerte y que todo ser humano tiene
derecho a una muerte digna.
La Medicina Paliativa, no alarga la vida por medio del encarnizamiento terapéutico, ni la acorta
por medio de ninguna eutanasia. Sencillamente respeta la vida y acompaña al enfermo hasta el final. 14
14 Cf. CRUZ ROJA ESPAÑOLA, Cáncer y enfermedades terminales (04/05/2001). Se puede consultar en la siguiente
página de Internet Http://www.arbiol.com/ADEPA/guia_ADEPA/Cancer_y_enf/body_cancer_y_enf.html
11
SEGUNDA PARTE
El aporte de la ciencia, la Iglesia y el lenguaje secular
1. COROLARIOS Y PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA PERSONALISTA
Acercándonos ya a la presentación de nuestras conclusiones, conviene tener en cuenta algunos
corolarios y principios de la bioética personalista. Son éstos, principios y orientaciones de la bioética
concernientes a la intervención del hombre sobre la vida humana en el campo biomédico. Siguiendo el
pensamiento de Elio Sgreccia15, creemos que los principios de defensa de la vida física, de libertad y
responsabilidad, de totalidad o principio terapéutico, de sociabilidad y subsidariedad, de beneficencia, de
autonomía y de justicia, son aquellos que más pueden orientar nuestra posición y reflexión final en el
tema expuesto que, si bien orientados desde una perspectiva cristiana, son valorativos para un correcto
diálogo desde una perspectiva secular. Así los presenta nuestro autor.
1.1. El principio de defensa de la vida f ísica:
“La vida corporal ... representa el valor fundamental de la persona misma.
Decimos «valor fundamental», porque se debe entender que la vida corporal no agota
toda la riqueza de la persona, la cual es también, y ante todo, espíritu, y por esto
trasciende como tal al cuerpo mismo y a la temporalidad. Sin embargo, respecto de la
persona el cuerpo es coesencial, es su encarnación primera, el fundamento único en el
cual y por medio del cual la persona se realiza y entra en el tiempo y en el espacio, se
expresa y se manifiesta, construye y expresa los otros valores, incluida la libertad, la sociabilidad e incluso también su propio proyecto futuro”16.
1.2. El principio de libertad y responsabi l idad:
“Antes que el derecho a la libertad, está el derecho a la defensa de la vida; en
otras palabras, la libertad debe hacerse cargo responsasblemente ante todo de la vida
propia y de la ajena. Esta afirmación se justifica por el hecho de que, para ser libres, se
requiere estar vivos, y por esto la vida es la condición indispensable para que todos y
cada uno de nosotros podamos ejercer la libertad. (...) Este principio sanciona la
obligación moral que el paciente tiene de colaborar en los cuidados ordinarios y
necesarios para salvaguardar la vida y la salud propia y ajena. En ciertos casos, como el de los pacientes que rechazan los cuidados indispensables para la vida y la
supervivencia cuando el médico considera en conciencia necesario imponerlas, el
derecho deberá regular el procedimiento para aplicar tales cuidados obligatorios. (...)
Por otra parte, si el mismo principio de libertad-responsabilidad del paciente está
delimitado por el principio del sostenimiento de la vida –que es un valor precedente y
superior a la libertad y que apela a la responsabilidad primaria–, limita a su vez la
libertad y la responsabilidad del médico, el cual no puede transformar el cuidado en
obligación en todos aquellos otros casos en los que no está en juego la vida”17.
15 SGRECCIA Elio, Manual de Bioética, México, Ed. Diana, 2ª Edición, Agosto 1999, p. 153-165 16 Ibíd., p. 153 17 Ibíd., p. 157
12
1.3. El principio de total idad o principio terapéuti co:
“Es uno de los principios básicos que caracterizan a la ética médica. Se funda en
el hecho de que la corporeidad humana es un todo unitario resultante de partes distintas,
unificadas entre sí orgánica y jerárquicamente por la existencia única y personal (...)
Con este principio de la totalidad o principio terapéutico se vincula una norma ulterior
de aplicación que se puede definir como norma de la «proporcionalidad de las
terapias»... Implica que, al practicar una terapia, ésta se evalúe en el contexto de la
totalidad de la persona, y que se exiga por tanto una cierta proporción entre los riesgos y
daños que ésta acarrea y los beneficios que aporta. Aplicar cuidados desproporcionados
para engañar al paciente dando la impresión de ser eficiente, o bien para complacer su solicitud o la de los familiares «de hacer todo lo posible» sin resultados previsibles, o
para experimentar subrepticiamente terapias sin beneficios para el paciente que ignora
tal hecho, puede resultar una demostración de agresividad o ensañamiento
terapéutico.”18.
1.4. El principio de sociabi l idad y subsidariedad:
“El principio de sociabilidad compromete a todas y a cada una de las personas en
su propia realización al participar en la realización del bien de sus semejantes. En el
caso de la promoción de la vida y de la salud, implica que todo ciudadano se ha de
comprometer a considerar su propia vida y la de los demás como un bien no sólo personal, sino también social, y compromete a la comunidad a promover la vida y la
salud de todos y cada uno, a fomentar el bien común promoviendo el bien de todos y
cada uno”19.
1.5. Los principios de beneficencia, de autonomía y de justic ia:
“El principio de beneficencia ocuparía el vértice, como referencia última, y
respondería al fin primario de la mediciana –en una visión naturalista– que es el de
promover el bien para con el paciente o la sociedad, y de evitar el mal. Es desde luego algo
más que el hipocrático primum non nocere (ante todo no dañar), llamado también
«principio de no maleficencia», que implica sobre todo el imperativo de hacer activamente el bien y también de prevenir el mal. El término de beneficencia resultaría más adecuado
que el de simple benevolencia, en cuanto que subrayaría el hecho de tener que hacer
efectivamente el bien y no simplemente querer hacerlo o desear hacerlo.
“El principio de autonomía se refiere al respeto debido a los derechos
fundamentales del hombre, incluido el de la autodeterminación... Se inspira en la máxima
«no hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a ti» y es, por tanto, en el que se basa
una moralidad inspirada en el respeto mutuo. En este principio se basan sobre todo la
alianza terapéutica entre el médico y el paciente, y el consentimiento en los tratamientos
diagnósticos y terapéuticos; este principio forma parte integrante, también, de la
beneficencia y está al servicio de la misma (...)
“El principio de justicia se refiere a la obligación de igualdad en los tratamientos y,
respecto del Estado, en la distribución equitativa de los recursos para prestar los servicios de salud, para la investigación, etcétera. Y aunque esto no quiera decir ciertamente que hay
que tratar a todos de igual manera, porque las situaciones clínicas y sociales son diversas,
debería comportar de todos modos la adhesión a algunos datos objetivos como, por
ejemplo, el valor de la vida y el respeto a la proporcionalidad en las actuaciones”20.
18 Ibíd., p. 158-160 19
Ibíd., p. 161 20 Ibíd., p. 163-164
13
2. MUERTE Y ENCARNIZAMIENTO TERAPÉUTICO
Necesariamente al hablar de distanasia, debemos hacer referencia a la muerte, pues es parte del
planteo ético a la hora de cuestionar la lucha terapéutica encarnizada. Vale la pena traer a la reflexión lo
dicho por López Aspitarte en su libro Ética y Vida:
“La muerte biológica no ha sido ni será nunca vencida, pues está inserta en lo
más profundo de nuestra propia constitución celular; pero el progreso ha hecho posible
que, en esa lucha continua, lo que parecía un destino irremediable desaparezca de
nuestro horizonte inmediato hasta un momento más lejano y posterior. (...)
En los últimos cien años la esperanza media de vida, al menos para los países
desarrollados, ha pasado de los treinta años hasta superar ya con creces el listón de los
setenta. Lo cual significa que muchas personas, que hasta hace poco tiempo estaban
condenadas a muerte por un decreto de la propia naturaleza, han gozado de una generosa amnistía gracias a las nuevas técnicas y progresos de la medicina actual. (...)
Frente al fatalismo de tiempos pasados, en los que a partir de un momento concreto no
era posible luchar más contra las fuerzas descontroladas de la naturaleza, el médico
abandona hoy esa postura pasiva para retrasar, con todos los medios de los que ahora
dispone, ese momento último. ... El “dejar hacer” que caracterizaba nuestra actitud
impotente frente a los fenómenos naturales deja paso a una serie de intervenciones
técnicas que producen un prolongamiento del vivir. ... No resulta fácil saber dónde está
la frontera que nos separa del más allá.”21
Pero, aún resultando misteriosa esta frontera y el umbral de la muerte, puede el enfermo verse
cercano o tendiente hacia ella, y los médicos y seres queridos estar pendientes de esta realidad a afrontar.
Entonces vale la pena recordar lo que dice la Pontificia Academia Pro Vida: “«nunca como en
proximidad de la muerte y en la muerte misma es preciso „celebrar y exaltar la vida‟. Esta debe ser
plenamente respetada, protegida y asistida incluso en quién está viviendo su natural conclusión» (Juan
Pablo II, 25 agosto 1990). Cuando el médico es consciente de la imposibilidad de impedir la muerte del
paciente, y es consciente que el único resultado del tratamiento terapéutico sería añadir un ulterior
sufrimiento al enfermo, debe reconocer los límites de la ciencia médica y de su personal intervención y
aceptar inevitable e ineludiblemente la muerte del individuo. En este momento, el respeto hacia la persona
que muere exige el deber de evitar todo encarnizamiento terapéutico y el deber de prestar ayuda para una
aceptación de la muerte. 22
El encarnizamiento terapéutico que cuestionamos en no pocos casos de acciones por parte del
personal facultativo, sea por cuestiones de conveniencia económica, sea por cuestiones experimentales o a
21 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 220-221. 22 PONTIFICIA ACADEMIA PRO VITA, Vª Asamblea General (24-27 Febrero 1999). Declaración final. Tomado de
Internet: Http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academie../rc_pont-acd_life_doc_24021999_dinal-
doc_sp.htm
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pedido y respuesta de los afectos de la familia, se puede traducir en un verdadero estado momentáneo de
dominio sobre la muerte. El mismo L. Aspitarte, señala, al respecto, lo siguiente:
El “dominio sobre la muerte se realiza con tantos gastos y esfuerzos extraordinarios, con
un cúmulo de sufrimientos y molestias continuas, en situaciones de soledad y
aislamiento de todo contacto afectivo y familiar, etc., que, sobre todo cuando ya se
camina hacia lo irremediable, habría que preguntarse qué sentido tiene esa lucha contra
el destino hasta agotar las últimas posibilidades. Son circunstancias que sólo sirven para
añadir al enfermo una dosis mayor de angustia para conseguir, como recompensa, un
pequeño prolongamiento de su agonía. ... Una nueva responsabilidad ética: que la muerte constituya un acontecimiento lo más humano posible. Hay que aprender a dejar
morir en paz, sin que este momento se dificulte aún más con métodos y actuaciones que
no tienen ya ningún sentido terapéutico. El derecho a morir con dignidad se defiende
hoy como uno más de los que el hombre puede exigir”23.
A este derecho a morir con dignidad, volveremos al final y será nuestra conclusión.
3. OBLIGACION MEDICA DE ASISTENCIA AL MORIBUNDO.
Análisis del artículo 28.2 del Código Internacional de Ética Médica.
El artículo 28.2 del Código internacional de ética médica, establece textualmente: “En caso de
enfermedad incurable y terminal, el médico debe limitarse a aliviar los dolores físicos y morales del
paciente, manteniendo en todo lo posible la calidad de una vida que se agota y evitando emprender o
continuar acciones terapéuticas sin esperanza, inútiles u obstinadas. Asistirá al enfermo hasta el final, con
el respeto que merece la dignidad del hombre”24.
Dos son, sobre todo, los aspectos fundamentales en el artículo citado. Por un lado, el médico
debe ser competente en el tratamiento del dolor y de la angustia; por otra parte, se condena todo
tratamiento inútil. La medicina reconoce sus límites y se dignifica ayudando a morir, si sería ya
injustificado un tratamiento que intentara la curación.
En primer lugar, se establece la obligatoriedad, por parte del facultativo médico, de asistir al
paciente incurable y al moribundo y de cuidarle en la fase terminal de su enfermedad, aliviando su dolor y
su angustia. Posteriormente, el mismo código de ética médica, condena el ensañamiento terapéutico.
Finalmente, se proclama la continuación de la atención médica en orden al respeto de la dignidad del
enfermo durante la fase terminal de la vida.
Citamos textualmente el comentario que G. Herranz nos presenta al artículo 28.2, haciendo un
análisis exhaustivo del mismo:
23 LOPEZ ASPITARTE, o.c., p. 221 24 Art. 28.2 del Código Internacional de Ética Médica, Adaptado en Londres, 1949. Enmendado en Syned, 1968, y Venecia,
1983. Tomado de Internet: Http://unav.es/capellania/Idm/eutanasia/euta.24.thml
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1. “Nunca se destacará bastante el alto valor profesional de la Medicina paliativa,
que requiere tanta ciencia y experiencia como las restantes especialidades médicas. En
una Declaración sobre la Eutanasia, que hizo pública la Comisión Central de
Deontología en junio de 1986, se dice que «la asistencia médica al moribundo es uno de
los más importantes y nobles deberes profesionales... El médico está obligado a
desempeñar su genuina función de ayudar y atender al morir de sus pacientes por medio
de un tratamiento competente del dolor y de la angustia. Ha de empeñarse en procurar el
mayor bienestar material; ha de favorecer, según las circunstancias, la asistencia
espiritual y el consuelo humano al moribundo; prestará también su apoyo a los
allegados de éste».
“Así pues, el médico no puede permanecer ajeno a las necesidades del paciente y de sus allegados y ha de saber confortarles en ese trance final. Para ello, necesita,
además de conocer suficiente Medicina paliativa, tener sensibilidad para percibir las
necesidades físicas y morales del moribundo y cooperar para que no le falte ni el
consuelo humano ni la atención espiritual que, de ordinario, son la necesidad primordial
del paciente y sus familiares y amigos.
2. “Por otro lado, condena este artículo la obstinación o encarnizamiento
terapéutico. Todo tratamiento inútil es inético. No por razón de que el médico practique
una ética utilitarista, sino porque el tratamiento demostradamente ineficaz, en especial
cuando implica el uso de tecnologías costosas y se separa al paciente del trato con
familiares y amigos, es, en primer lugar, un error de indicación terapéutica: el médico
ignora más allá de lo tolerable los datos pronósticos del caso que atiende y le aplica remedios incapaces de oponerse al curso, ya ineluctable, de la enfermedad. El médico,
por ejemplo, está obligado a juzgar con objetividad y concienzudamente cuándo un
paciente debe ser ingresado en una unidad de cuidados intensivos porque su cuadro es
un episodio crítico del cual puede ser rescatado; y cuándo no debe hacerlo, porque su
enfermedad terminal ya no tiene remedio médico. Ha de tener el médico la rectitud
moral de no ofrecer o no permitir que se aplique atención intensiva o cualquier otra
intervención agresiva cuando, juzgadas las circunstancias del caso, concluya que son
inoperantes. Hay una necesidad de conocer y de investigar seriamente las constelaciones
de factores pronósticos, para que la decisión de tratar o no tratar no sea el fruto de la
intuición o del humor, sino una medida prudente e informada.
“En otras ocasiones, el encarnizamiento terapéutico no es resultado de la incompetencia médica, sino resultado de una falsificación, unas veces comercialista,
política otras, de los fines de la Medicina. En ambos casos, es un error ético con el
agravante de que proporciona a los activistas de la eutanasia su principal argumento
para reclamar el derecho a morir con dignidad.
“La citada Declaración de junio de 1986 señalaba que «el médico dignifica la
muerte cuando se abstiene de tratamientos dolorosos e injustificados y cuando los
suspende porque ya no son útiles». La deontología impone al médico el deber de
reconocer los límites de la actuación médica aun ayudada por la más poderosa
tecnología, de ser consciente que el abuso tecnológico causa en el paciente y en los
allegados del paciente sufrimiento, humillación e indignidad, de modo que la Medicina
es tachada de inhumana y altanera.”25
4. LOS TRATAMIENTOS PALIATIVOS: Medicina y Magisterio de la Iglesia
Cuando hablamos de tratamientos paliativos, entendemos referirnos a toda acción médica,
trátese de utilización de técnicas clínicas, como así también de aplicación de medicaciones y/o
alimentación, destinada a hacer más soportable el sufrimiento del enfermo, una vez comprobado el
25 HERRANZ Gonzalo, Comentario al Artículo 28.2, Código internacional de ética médica. Tomado de Internet:
Http://unav.es/capellania/Idm/eutanasia/euta.24.html
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diagnóstico del estado incurable, terminal e irreversible del paciente, sin el recurso innecesario a lo que
hemos denominado anteriormente como medios desproporcionados.
4.1. Reflexiones desde la medicina y los grupos pr o -vida
El profesor Michel Schooyans es miembro docente de la Universidad de Lovaina. Él mismo
presenta su clara postura ante la obstinación terapéutica, mediante la propuesta de tratamientos del dolor y
del sufrimiento. Schooyans nos recuerda la conveniencia de prestar particular atención a los cuidados
paliativos y a los logros alcanzados en la lucha contra el dolor físico y el sufrimiento psicológico, y
previene a no confundir esta nueva propuesta con el encarnizamiento terapéutico. Como muestra,
Schooyans presenta la práctica de la distanasia aplicada en casos conocidos, como por ejemplo se ha
realizado con Tito en la ex Yugoslavia, Franco en España, Boumédienne en Argelia y Tancredo Neves en
Brasil. Nos presenta así su conclusión al respecto:
“El encarnizamiento terapéutico recurre a medios técnicos que debilitan al
paciente, imponiéndole dolores físicos y sufrimientos morales que retrasan
artificialmente su muerte y prolongan inútilmente su agonía. Es preciso evitar tanto este
camino como el opuesto, o sea, la omisión de los cuidados... Los cuidados paliativos
tienen una motivación y una aplicación completamente diferentes. Se recurre a ellos
cuando se comprende que el tratamiento terapéutico destinado a curar al paciente es
ineficaz y que la enfermedad es definitivamente incurable. En ese caso, el objeto mismo
de la terapia cambia: ya no es la enfermedad sino el dolor, que el médico trata
activamente de aliviar. Aunque no se pueda curar al paciente, no hay que renunciar a
aliviar su dolor ... y participar en el sufrimiento. Nadie niega que el recurso a
analgésicos potentes, utilizados con el fin de aliviar el dolor, implique a veces el riesgo de acelerar la muerte, aunque el progreso de la farmacología ha reducido de modo
significativo ese desenlace. Se trata de un riesgo normal. En efecto, lo que se busca es
aliviar el dolor, no causar la muerte. Esta última, aunque resultara acelerada, no sería
querida ni directa ni tampoco indirectamente, en el sentido de que la voluntad de aliviar
el dolor de un paciente no implica la intención de llegar, mediante ese método
terapéutico legítimo, a causarle la muerte”26.
Una actitud semejante ante el tema en cuestión la encontramos en la postura que adopta la
Asociación Holandesa «Grito por la Vida». Dicha asociación es el mayor grupo de este país en contra de
la eutanasia y del aborto. Luego de denunciar múltiples casos documentados de muertes involuntarias,
citando como claro ejemplo la eutanasia infantil a la que son sometidos muchos niños nacidos con
disminuciones físicas, «Grito por la Vida» se manifiesta expresamente a favor de los cuidados paliativos
y contra el encarnizamiento terapéutico. Finalmente, la asociación holandesa presenta también su postura
respecto a la práctica de la eutanasia:
“Una alternativa importante a esta dolorosa situación por la que pasa tanto el
enfermo como su familia es recurrir a los cuidados paliativos, que aseguran una muerte
26 SCHOOYANS Prof. Michel, Universidad de Lovaina, Propuesta alternativa: los cuidados paliativos. Tomado de
Internet: Http://www.unav.es/capellania/Idm/eutanasia/euta34.html
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digna, y tener clara la postura de oposición al encarnizamiento terapéutico. No se
prohíbe utilizar medicamentos para calmar los dolores, aunque eso suponga un
acortamiento de la vida del paciente, ni existe ninguna obligación de prolongar a través
de medios técnicos situaciones que conducen irremediablemente a la muerte. Los
motivos de esperanza son muchos, y no se puede negar la evidencia: es siempre mejor
intentar eliminar el sufrimiento humano que eliminar al ser humano que sufre”27.
Concluyendo esta breve presentación desde el aporte de la medicina y del lenguaje académico
secular o de grupos a favor de la vida, cabe hacer mención al análisis experiencial de Eulelia López,
intentando así dejar abierto el campo a posteriores investigaciones que podamos hallar en el campo de la
ciencia, la tecnología y el pensamiento secular a favor de nuestra propuesta moral. López es jefa de
Enfermería de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de
Madrid. Desde su experiencia en el acompañamiento de enfermos terminales irreversibles, la profesional
hace referencia a la conciencia de los mismos pacientes sobre cómo quieren morir, y resalta cómo debe
ser la actitud profesional en cuanto a la atención de enfermos terminales y la adecuada preparación desde
las ciencias positivas que deben tener los agentes sanitarios. Javier Escudero trae a la reflexión la
experiencia de E. López:
“Los pacientes son cada vez más conscientes de cómo quieren morir y los
profesionales sanitarios deben tener claro que estos enfermos también pueden recibir
cuidados... Frente a las dos vías asistenciales habituales para enfermos terminales, el
encarnizamiento terapéutico y el aislamiento, está la de los paliativos... De esta manera
se rompe con la idea de que el cáncer va asociado a dolor y sufrimiento. En la atención
al enfermo terminal, el propio paciente se convierte en protagonista sobre su dolencia, es decir, importa más su calidad de vida y lo que él requiera para sentirse mejor que la
propia enfermedad. Los cuidados paliativos necesitan de una mayor implicación
personal de los profesionales sanitarios y, sobre todo, una mayor preparación tanto
básica como ciencias de la conducta, sociología, antropología y atención médica”28.
4.2. Orientaciones del Magisterio de la Iglesia
Si bien la práctica de la distanasia pareciera ser un aspecto demasiado reciente para la reflexión
bioética, podemos encontrar en el Magisterio de la Iglesia algunas reflexiones que pueden iluminar
nuestro acercamiento a conclusiones moralmente válidas desde nuestra concepción cristiana y siempre en
diálogo con el lenguaje secular. Entre las enseñanzas emanadas del Magisterio, dos documentos reflejan
la clara postura de la Iglesia respecto al tema en cuestión que ocupa nuestra investigación. Nos referimos
brevemente a la exposición de Juan Pablo II en la Evangelium Vitae y a la Declaración final de la Vª
Asamblea General de la Pontificia Academia Pro Vita.
27 ASOCIACION HOLANDESA “GRITO POR LA VIDA”. Tomado de Internet: http:/www.ecopress.es/telex/pc5.htm 28 ESCUDERO Javier, Todo lo que queda por hacer en cuidados paliativos, en Diario Médico (30 abril 1998). Tomado
de internet: Http:://diariomedico.recoletas.es/entorno/ent300498.com.html
18
Juan Pablo II, luego de una amplia reflexión sobre el evangelio de la vida y la propuesta moral
cristiana que de él demana, se pronuncia fuertemente contra todo tipo de encarnizamiento terapéutico, y
propone un camino de aceptación de la condición humana ante la muerte: “cuando la muerte se prevé
inminente e inevitable, se puede en conciencia «renunciar a unos tratamientos que procurarían
únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas
normales debidas al enfermo en casos similares»29. Señala el romano pontífice que “ciertamente existe la
obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta obligación se debe valorar según las situaciones
concretas; es decir, hay que examinar si los medios terapéuticos a disposición son objetivamente
proporcionados a las perspectivas de mejoría. La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados
no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la
muerte”30.
Juan Pablo II presenta como alternativa válida, ante los furores terapéuticos, los cuidados
paliativos:
“En la medicina moderna van teniendo auge los llamados «cuidados
paliativos», destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la
enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento humano
adecuado. En este contexto aparece ... el problema de la licitud del recurso a los
diversos tipos de analgésicos y sedantes para aliviar el dolor del enfermo, cuando esto
comporta el riesgo de acortarle la vida. ... Si puede ser digno de elogio quien acepta
voluntariamente sufrir renunciando a tratamientos contra el dolor para conservar la plena lucidez y participar, si es creyente, de manera consciente en la pasión del Señor,
tal comportamiento «heroico» no debe considerarse obligatorio para todos. Ya Pío XII
afirmó que es lícito suprimir el dolor por medio de narcóticos, a pesar de tener como
consecuencia limitar la conciencia y abreviar la vida, «si no hay otros medios y si, en
tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y
morales» 31
En conclusión, a decir del Pontífice, se propone como alternativa moralmente válida la práctica
de los tratamientos paliativos, sin privar, en aquellos casos posibles, de la propia conciencia al
moribundo:
“No se quiere ni se busca la muerte, aunque por motivos razonables se corra
ese riesgo. Simplemente se pretende mitigar el dolor de manera eficaz, recurriendo a los
analgésicos puestos a disposición de la medicina. Sin embargo, «no es lícito privar al
moribundo de la conciencia propia sin grave motivo»32: acercándose a la muerte, los
hombres deben estar en condiciones de poder cumplir sus obligaciones morales y
29 Cf. CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Decl. Iura et bona, sobre la eutanasia (5 mayo 1980), IV:
AAS 72 (1980), 551. 30 JUAN PABLO II, Evangelium vitae. Sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. Buenos Aires,
Claretiana, 3ª edición, mayo 1995. Nº 65. Cf. CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, o.c. 31 Ibíd. Cf. PIO XII, Discurso a un grupo internacional de médicos (24 febrero 1957), III: AAS 49 (1957), 147. 32 PIO XII, o.c.
19
familiares y, sobre todo, deben poderse preparar con plena conciencia al encuentro
definitivo con Dios.”33
Por su parte, la Pontificia Academia Pro Vida señala tres aspectos importantes a la hora de la
decisión ética. En primer lugar, es siempre actual y permanente el compromiso que han de tener el
médico y los agentes de salud ante el enfermo; compromiso que ha de tenerse siempre en cuenta para
saber decidir a favor de los cuidados paliativos, cuando el caso del enfermo terminal e irreversible lo
requiera. No se trata de alargar la vida del enfermo, sino de prolongar la tarea médica mediante la
utilización atenta y eficaz de las terapias proporcionales.
En segundo término, la Pontificia Academia hace un claro llamado al control del dolor y al
acompañamiento humano, psicológico y espiritual del enfermo. Estos son deberes del médico y del
personal sanitario que no se pueden descartar. Este tipo de acompañamiento es tan noble y esencial como
las mismas intervenciones terapéuticas.
Finalmente, el documento hace un fuerte llamado a la formación y la preparación adecuada que
han de acompañar la tarea de los operadores sanitarios, particularmente de los jóvenes, de tal modo que
puedan y sepan desarrollar esta tarea con competencia humana y adecuada preparación profesional.34
33 JUAN PABLO II, o.c., Nº 65. 34 PONTIFICIA ACADEMIA PRO VITA, Vª Asamblea General (24-27 Febrero 1999). Declaración final. Tomado de
Internet: Http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academie.../rc_pont-accd_life_doc_24021999_dinal-
doc_sp.htm
20
TERCERA PARTE
Nuestra propuesta moral desde la bioética personalista
Como nos planteábamos al inicio de este trabajo, son numerosas las preguntas que pueden
plantearse ante la toma de decisión frente a un enfermo incurable, terminal e irreversible. La mayor
dificultad surge cuando nos queremos plantear con exactitud si un remedio o tratamiento es
proporcionado o desproporcionado, teniendo en cuenta las condiciones específicas de cada enfermo en
particular.
Luego de haber analizado exhaustivamente el tema, presentamos a modo de síntesis una serie de
conclusiones a las que abordamos luego del análisis precedente. Las mismas pretenden ser sólo un
pequeño aporte que puedan ser útiles tanto para las definiciones profesionales como para la toma de
decisión por parte del enfermo o sus responsables, como así también para la iluminación de estrategias
pastorales.
1. La ortotanasia: práctica de los cuidados paliativos.
Como hemos visto, desde el punto de vista ético y desde la propuesta moral del Magisterio de la
Iglesia, se condena cualquier tipo de eutanasia en sentido estricto y no se admite la distanasia en todas las
situaciones. En conclusión, se permite el abandono de toda técnica desproporcionada o que ya no tenga
ninguna justificación.
Podríamos decir que no existe “la muerte”, sino la presencia de personas que caminan
irremisiblemente hacia ella, y cuya cercanía se detecta a medida que van desapareciendo las condiciones
necesarias para vivir. Ordinariamente estamos hablando de enfermos que se aproximan a su encuentro a
través de un proceso progresivo de degradación más o menos prolongado, “de tal manera que antes del
cese de todas sus funciones queda reducido a una actividad puramente biológica de la que ya no es
posible saltar hacia un nivel humano. Podríamos decir entonces que la muerte comienza cuando se
traspasa ese umbral, aunque no lleguemos a saber el momento preciso en el que las funciones humanas
han desaparecido de manera irreversible” 35. El criterio más seguro de la medicina actual para constatar
dicho estado es el del electroencefalograma plano, durante varias horas, cuando no existen otros signos
evidentes de haber muerto.
35 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 224-225
21
Concluimos que cuando no se consigue el no morir de la simple biología, no tiene ningún sentido
el esfuerzo por mantener una vida a toda costa por medio de métodos desproporcionados. En tales
condiciones del individuo, no se lo mata, sino que se lo deja morir al considerarlo definitivamente como
perdido.
2. Dejar vivir la propia muerte con dignidad.
Desde nuestra concepción cristiana de la vida y de la muerte, y desde una clara opción moral,
coincidimos con aquellos autores que afirman que “el hombre puede y debe vivir su propia muerte en el
mejor ambiente posible y rodeado de aquellas circunstancias necesarias para convertirla en un
acontecimiento digno y personal” 36.
Esta opción requiere que muchas veces, de acuerdo con las exigencias y deseos de cada uno, se
proporcione la posibilidad de mantener lo más posible la lucidez y conciencia del acontecimiento de la
propia muerte. Desde el punto de vista emocional y psicológico, el enfermo ha de sentirse más que nunca
acompañado por el afecto de sus seres queridos más cercanos, amigos y familiares, y debe evitársele la
realización de esfuerzos y la práctica de tratamietnos molestos que no tendrán eficacia y sólo servirían
para impedir la paz y tranquilidad que se necesita en esos momentos.
En palabras sencillas, como hemos dado a entender, es triste y desagradable morir rodeado de
tubos y aparatos, internado en una sala de aislamiento y soledad, por más sofisticada que sea, con el solo
objeto de apenas robarle unos días a la muerte, pero haciéndola más cruel y dolorosa. “La renuncia a estos
últimos intentos médicos para evadir el encarnizamiento terapéutico es también un derecho que el
enfermo puede exigir y que se hará cada vez más frecuente en la nueva tanatología” 37.
3. Justificación de la ortotanasia.
Es cierto que mucha gente, incluso cargados de un gran humanismo y hasta con una vivencia
cristiana de fe, no logran entender cuáles son los motivos por los que condenamos la eutanasia y
permitimos, sin embargo, omitir tratamientos cuya consecuencia directa será también la muerte del
paciente. En definitiva, estamos hablando de dos caminos diversos que tienen la misma consecuencia: una
muerte contra la cual, movidos por motivos razonables, no vale la pena luchar.
36 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 225 37 Ibíd.
22
Cuando hablamos de omisión, no estamos haciendo referencia a la eutanasia, ni siquiera en
forma negativa. Hablamos de la privación de medios desproporcionados y no obligatorios, como puede
ser, por ejemplo, la suspensión del proceso reanimatorio, por no existir esperanza alguna de hacer revivir
a quien se encuentra en estado de coma depassé. Si bien es cierto que algunos se han dado en llamar a
este «dejar morir» con el nombre de eutanasia negativa, decimos que este nombre le es impropio, porque
esta práctica no radica en un simple privar a nadie de los cuidados necesarios o útiles para seguir
viviendo, sino que se intenta, simplemente, abordar la propia muerte de la forma más humana y
dignamente posible.
“El que no la busca, el que deja de utilizar los medios que ya no son
obligatorios o el que actúa para conseguir un bien y defender un valor importante,
aunque se produzca un adelantamiento de la muerte, no se hace culpable de ella. Esta
distinción clásica entre el hacer, como acción positiva, y el omitir, sin oponer resistencia
a un proceso natural e irreversible, no es, por tanto, una mera especulación abstracta,
sino una realidad diferenciada que no conviene eliminar por la identidad de los efectos. ... La omisión sólo será culpable en el caso de que semejante ayuda constituyese una
verdadera obligación a la que no se puede renunciar. Mientras que el atentado contra la
vida sólo sería lícito en la hipótesis de que existiera algún motivo que llegase a
justificarlo”38
4. Aceptación de la muerte: gesto de madurez y sentido común.
Cuando nos encontramos ante el diagnóstico de muerte clínica o cerebral, no existe obligación
alguna, al margen de los vínculos y esperanzas afectivas, de conservar indefinidamente, mediante
respiración artificial, un organismo que ya perdió para siempre sus características humanas. El mismo
diagnóstico de la realidad elimina toda obligación de un trabajo estéril sin objetivo.
“Es una forma de aceptar nuestra condición humana, suprimiendo aquellos
métodos que no responden ya a los resultados esperados, sobretodo si, además, impiden
una muerte tranquila o suponen unos gastos excesivos para la familia o la colectividad...
Cuando los beneficios que se puedan obtener en todos los órdenes no
compensan los esfuerzos realizados, abandonarse en manos de lo inevitable, con una
resignación humana o religiosa, no constituye ninguna despreocupación o indiferencia
culpable, sino un gesto de madurez y sentido común”39.
“En el caso de un paciente que se halla inmerso en un coma prolongado e
irreversible o depassé y cuya vida está reducida al solo ejercicio de las funciones
vegetativas, y aún en el caso de enfermos todavía conscientes... Mantenidos en vida artificialmente sin ninguna esperanza... No se está obligado a recurrir a medios
extraordinarios y, si se ha acudido a ellos, se pueden suspender legítimamente”40.
38 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 226-227 39 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 227-228 40 MARCOZZI V., Il cristiano di fronte all’eutanasia, en «Civ.Catt.» (15-11-1975). Citado por ROSSI L., o.c. pág.1366
23
5. A quien compete la decisión del tratamiento
Nos ubicamos, con todo lo dicho, ante una cuestión de conciencia. El planteo moral al que nos
lleva el tema de la distanasia no consiste en cuestionarnos si es lícito abandonar determinadas técnicas,
que al no aplicarse, conducen necesriamente a la muerte, sino si es lícito actuar con medios
desproporcionados que de por sí suponen normalmente inconvenientes y perjuicios mayores que la
prolongación hipotética de una vida precaria y en condiciones lamentables: “Es un conflicto de valores
entre los que habrá que discernir cuál es el más importante y preferente: una muerte tranquila, a la que no
se opone ninguna resistencia para que siga su curso normal, o una lucha encarnizada contra ella, que
impide precisamente la consecución de aquel objetivo” 41.
No podemos hablar de una sola respuesta como solución ideal y única en todas las situaciones.
Para ello se deben valorar bien, en cada caso concreto, todos los factores, circunstancias y condiciones
que intervienen en el tratamiento y en la situación que atraviesa el paciente. De esta forma se podrá
adoptar una decisión sensata que, bajo ningún concepto, se podrá imponer en abstracto para todos los
casos por igual.
Ahora bien, ¿quién es el responsable de esta compleja elección? Ante todo, cabe aclarar que
naturalmente no es lícito al médico tomar el sólo la determinación del tratamiento a aplicar. Lo que debe
hacer el facultativo es evaluar, luego de un serio y reflexivo diagnóstico abordado, cuál es el método
adecuado a seguir; pero no le corresponde a él solo tomar la decisión, sino que deberá saber orientar al
paciente o sus responsables para la opción final.
Es el mismo individuo, si aún conserva su capacidad de discernimiento, o, en su defecto, sus
familiares o responsables quienes, junto al personal médico, tienen en última instancia la responsabilidad
de esta compleja determinación.
6. Asumir una actitud de calor humano ante el moribundo
Reconocemos el alto nivel científico al que ha llegado la medicina en nuestros tiempos; los
avances de la ciencia y de la técnica en el campo de la medicina conllevan juntamente altos beneficios
sociales. Sin embargo, conviene siempre tener presente un riesgo para poder prevenirlo: olvidarnos de
considerar al enfermo como un ser humano, confundiéndolo con un organismo que requiere reparación.
41 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 228
24
“Se ha realizado todo lo posible para curar al enfermo y luchar contra su muerte, sin
ahorrar esfuerzos, consultas y medios técnicos. La mejor buena voluntad puesta a su
servicio y en busca de su curación o mejora. Pero cuando el momento final se aproxima
de forma irremediable, imponiendo su fuerza y ahogando cualquier esperanza, el
paciente queda abandonado a su destino, a la espera de su muerte más o menos
presentida, como si ya no fuese necesaria ninguna ayuda o acompañamiento. Para alejar
ese momento se utilizan a veces ... Procedimientos que dificultan un morir humano, y
desde el instante en que todo fracasa desaparece cualquier otra preocupación”42.
Por el contrario, si realmente consideramos al enfermo como lo que él es, es decir, como ser
humano, ésto nos lleva a descubrir que en esos momentonos, más que nunca, surgen necesidades
afectivas y psicológicas que buscan ser satisfechas, aún cuando el enfermo no esté en condiciones físicas
de expresarlas. Bien válidas son las palabras de López Aspitarte para acompañar el tramo final del
enfermo:
“Cuando la técnica sólo busca la eficacia del tratamiento, sin un encuentro
mayor con la persona, la dimensión humana desaparece, porque no queda sitio para su
individualidad ni hay respuesta para sus demandas psicológicas y afectivas. (...) Para esas ocasiones, en las que no faltará un equipo de especialistas, una vigilancia constante
sobre las diferentes funciones del organismo y la ayuda de todos los aparatos necesarios,
lo único que se echa de menos, con frecuencia, es el calor humano y una mirada que
acompañe. Aunque sus reacciones biológicas estén perfectamente controladas, la
soledad y la angustia del moribundo no se reflejan en ninguna pantalla43.
7. Permitir morir en paz: un acto de caridad cristiana.
Para el cristiano, «saber dejar morir en paz a quien no tiene ya esperanza más que una vida
mejor, es un acto de caridad al que se puede sacrificar la ambiciosa inquietud de luchar a toda costa y con
todos los medios contra la fatalidad de la muerte»44.
Siguiendo el razonamiento que venimos desarrollando, como cristianos nos declaramos a favor
de la vida. Ante la realidad de la muerte cercana previsible, tal es el caso de los enfermos incurables,
terminales e irreversibles, no se trata del planteamiento ético de una muerte dulce, como sería la discusión
si “eutanasia sí” o “eutanasia no”; tampoco se trata de aprobar la operatividad de tratamientos
desproporcionados con el fin de mantener con vida, a toda costa, un cuerpo que ya prácticamente ha
perdido su condición humana y donde el principio espiritual no tiene ya dominio sobre él. Ante esto,
justamente en orden al respeto y la defensa de la vida misma, nos proclamamos a favor del derecho de
morir en paz.
42 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 238-240 43 LOPEZ ASPITARTE E., o.c., p. 238-239 44 RIQUET M., Réflexions morales sur la réanmation, en «Cahiers Laennec» (marzo 1962), 72. Cit. por ROSSI L., o.c.,
p. 1366.
25
Cuando los afectos nos traicionan, hablar del derecho de morir en paz puede sonar como algo en
contra de la vida misma, incluso de los mismos valores religiosos que conlleva la vida. Al hombre
religioso invitamos a reflexionar sobre el texto sagrado: no encontraremos en la Biblia ningún pasaje que
obligue a luchar a toda costa y estérilmente contra la muerte; sino que, más bien, nos “invita a acoger
nuestro ocaso y saber «saltar» hacia la otra vida. La lucha contra la muerte tiene un límite. No se puede
elegir el momento de la muerte, pero se puede escoger el «dejarse morir»”45.
Para poder ampliar este razonamiento, hemos querido incluir un apéndice al final de este trabajo,
que pueda orientarnos a una reflexión bíblica sobre el sentido y el valor de la enfermedad y de la muerte.
8. Una estrategia pastoral: coherencia y testimonio de vida y fe.
Finalmente, desde una visión cristiana de la existencia humana, concluimos también que se trata
de una cuestión de fe, de testimonio y de coherencia de vida. Reflexionar y ayudar a pensar y vivir los
últimos momentos de nuestra existencia terrenal se convierte así en una verdadera opción de estrategia
pastoral:
“No es el caso de dejarse implicar por la política y por la polémica. Es el
momento ... de brindar más que nunca, con los hechos, el testimonio de hasta qué punto
la vida, toda vida resulta preciosa, desde la cuna hasta la tumba. Nuestra pastoral debe
ser la pastoral del evangelio y no la del código. Somos proclamadores de la buena
noticia, defensores del significado de cualquier vida y no personas que confían en la
represión social y en las leyes coercitivas. Los valores morales ... no se imponen, sino
que se descubren y se testimonian. La moral profética tal vez es frágil, porque carece de
coerción, pero ofrece el mayor impulso al bien y hace palanca sobre las obligaciones interiores, que son las más apremiantes”46.
Ayudar a adoptar una postura de fe cristiana y de compromiso ético coherente, es tal vez la mejor
ayuda, el mejor apoyo psicológico y espiritual, que podamos ofrecer al moribundo y a sus seres queridos
más cercanos. Intentamos así ayudar a vivir la propia muerte con sentido de apertura y trascendencia a
una vida que va más allá de esta vida, y que se realiza precisamente a la hora del salto final que alcanzará
su otra cima en el abrazo amoroso con el Amado, descubriendo en ese momento el paso definitivo y total
hacia la plenitud en donde alcanza su verdadero sentido toda nuestra vida.
45 ROSSI L., o.c., p. 1367 46 ROSSI L., o.c., p. 1368
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CONCLUSION
El Santo Padre, Juan Pablo II, nos invita a venerar y amar la vida de todo ser humano. Nos dice
en su encíclica: “La vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de
su soplo vital. Por tanto, Dios es el único Señor de esta vida: el hombre no puede disponer de ella” 47.
Desde el hecho mismo de la creación y por ser imagen y semejanza de Dios, todo ser humano lleva en su
esencia vital un carácter sagrado e inviolable: es su vocación primaria la de vivir y permitir vivir.
Esta vocación a la que está llamado el hombre da relieve de grandeza y valor a toda vida
humana, incluso en su fase temporal. Por eso se puede hablar de que la vida es una realidad sagrada que
el hombre debe saber custodiar con responsabilidad y llevar a la perfección en el amor y la entrega del
mismo hombre a Dios y a sus hermanos. Este valor sagrado abarca la totalidad de la vida humana, desde
su inicio hasta su término, por lo que cada hombre debe ser respetado en este derecho inalienable y
primario. En este sentido, podemos denominar también al Evangelio de la vida como “Evangelio del
amor de Dios al hombre, Evangelio de la dignidad de la persona”48.
La Iglesia, a decir del Santo Padre, se siente afectada en su propio corazón por toda amenaza que
atenta contra la dignidad y la vida del hombre, y siente en sí misma el llamado a su vocación profética
que la lleva a proclamar el Evangelio de la Vida a toda la humanidad. Haciéndose eco de esta vocación
profética, Juan Pablo II hace propia la denuncia conciliar:
“Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los
genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la
integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y
mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad
humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios,
las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros
instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras
semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana,
deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son
totalmente contrarios al honor debido al creador”49.
Es preocupante y hasta llamativo que, en una época donde pareciera que la ciencia, la técnica y,
particularmente, la medicina, han llegado a su máxima expresión y han alcanzado un alto grado de
perfeccionamiento, incluso a favor de la vida, existan, sin embargo, tendencias muy marcadas dentro del
mismo campo científico y médico a no respetar ni valorar la vida humana en su totalidad integral.
47 Cf. JUAN PABLO II, Evangelium vitae. Sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, n.39 48 Ibid. 2 49 CVII, Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, 27.
27
Tendencias a la que no escapa la sociedad ni los mismos parlamentos de los países; tendencias, incluso,
en las que se ve involucrada muchas veces la misma familia.
Al iniciar nuestro trabajo nos planteábamos un tema de particular interés en la bioética actual: el
valor del morir con dignidad, objeto de estudio tanto por parte de la medicina y la psicología, como de la
ética filosófica y la teología moral. Nos hemos intentado detener ante este factor como un verdadero
problema moral de gran actualidad, y hemos visto como, entre las prácticas médicas concretas, se aplica
muchas veces la llamada distanasia o encarnizamiento terapéutico. Éste fue nuestro objeto de trabajo,
intentando precisar en qué consiste dicha práctica y su relación con otras prácticas, para llegar a formular
expresamente nuestra postura desde nuestra opción por la postura de la bioética personalista.
Habiendo alcanzado ya el final de nuestra reflexión, queremos dejar el campo abierto a ulteriores
investigaciones. Nos preocupa el hombre en cuanto tal, nos preocupa la misma vida del hombre y cómo
acompañarlo desde su gestación hasta el instante último de su vida terrenal. Lejos de considerar una
postura cerrada o espiritualista, nuestro deseo es el diálogo abierto en un mundo secular; un diálogo que
nos lleva a la búsqueda de la verdad del hombre que radica en su propia vida y en el hecho de ser creatura
de Dios; un diálogo que nos permita compartir el camino emprendido desde la medicina, la ciencia y la
técnica y dónde podamos ayudar a iluminar este camino a la luz de la fe y de la razón del hombre. Pero en
este diálogo mantenemos, sí, una clara postura a favor de la vida: una vida que es digna y maravillosa en
sus inicios y durante su transcurso, pero que no es menos digna ni maravillosa en la fase terminal de su
existencia.
Desde nuestra visión de fe, intentamos también brindar un aporte de serena y alegre esperanza.
La vida humana, en su fase terminal, tiene un carácter inviolable y sagrado, donde el mismo hombre está
llamado a alcanzar el más alto grado de sabiduría y perfección, y ser claro testimonio de madurez para
quienes lo aman y acompañan en esos momentos de mayor intensidad por ser mayor el dolor y el
sacrificio. Son los familiares y amigos del enfermo quienes, de manera particular, pueden brindar la
mayor calidez humana y el mayor servicio de calidad de vida a través del afecto brindado y la serena
compañía. Son los mismos profesionales quienes, precisamente en esos momentos, han de colaborar con
el paciente y sus seres más cercanos para que puedan vivir en plenitud, en amor y en respeto, el trance
doloroso que significa la existencia humana en el atardecer de sus días.
El derecho a morir con dignidad, sin ningún tipo de encarnizamiento provocado, con la simple
aplicación de las medicinas y tratamientos paliativos, desde un cálido acompañamiento que da el calor del
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amor humano que pueden brindar la familia y los amigos, y, en el caso del creyente, con una serena
apertura a la esperanza y a la fe, es el último de los derechos inalienables de la vida que ha de respetarse
en todo ser humano. En el caso del creyente, es precisamente en esos momentos de enfermedad final e
irreversible, donde el hombre se prepara al encuentro definitivo con el Amado hacia el que ha caminado
durante su existencia terrenal, para poder decirle como ha dicho algún autor a principios del siglo XX:
Al fin rendido quisiera poder decir cuando muera:
Señor, yo no traigo nada
de cuanto tu amor me diera,
todo lo dejé en la arada
en tiempos de sementera.
Juan Francisco Tomás sdb
Junio 2001
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APENDICE
REFLEXION BIBLICA SOBRE
EL SENTIDO DE LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE
Si bien los conceptos analizados en este trabajo desde el aporte de la bioética, no aparecen como
tales en la Escritura, es oportuno sustentar nuestra posición desde una reflexión ética sobre la enfermedad
y la muerte a la luz de la Palabra de Dios.
Al respecto, L. Rossi presenta una consideración sobre el conocido texto de Pablo en la carta a
los Filipenses, presentando el pensamiento de A. Davanzo frente a esta perícopa.
“El propio San Pablo ha podido pronunciarse en estos términos: «Porque para
mí vivir es Cristo y morir ganancia. Por otra parte, si vivir en este mundo me supone
trabajar con fruto, ¿qué elegir?» (Flp. 1,21-22). Comenta a este propósito G. Davanzo:
«Esta vida terrena siempre tiene sentido, aunque uno esté paralítico o inconsciente,
merced al misterio de redención que, en Cristo, se ha extendido a todo sufrimiento. Al
mismo tiempo, nosotros no somos idólatras de la vida terrena, porque también el morir
es „ganancia‟, es paso a la etapa final. Por esto reconocemos la posibilidad de límites de la defensa de la vida terrena»50 Hay entonces un límite en los cuidados de la vida del
enfermo”.51
Pero, ¿cuál es el sentido bíblico del dolor y la enfermedad? ¿Cuáles son las causas y qué
consecuencias presenta la enfermedad y la muerte en la Escritura? ¿Cuál sería la actitud creyente frente a
este misterio de la existencia humana? Al respecto, transcribimos a continuación el estudio que presenta
el Vocabulario de Teología Bíblica de Léon Dufour.
“La enfermedad, con su cortejo de sufrimientos, plantea un problema a los
hombres de todos los tiempos. Su respuesta depende de la idea que se hagan del mundo
en que viven y de las fuerzas que los dominan. En el antiguo Oriente se miraba a la
enfermedad como una plaga causada por espíritus maléficos o enviada por dioses
irritados por alguna falta cultual. Para obtener la curación se practicaban exorcismos
destinados a expulsar a los demonios y se imploraba el perdón de los dioses con
súplicas y sacrificios. ... Así la medicina era ante todo cosa de los sacerdotes; en parte
estaba próxima a la magia. Hará falta el espíritu observador de los griegos para que se
desarrolle en forma autónoma como ciencia positiva.
La revelación bíblica ... deja a un lado el aspecto científico del problema. Se aplica
exclusivamente al significado religioso de la enfermedad y de la curación en el designio de la salvación. Tanto más cuanto que a través de la enfermedad se manifiesta ya el
poder de la muerte sobre el hombre (cf. 1 Cor. 11,28-32); debe tener, pues, un significado semejante. ... Para el hombre religioso lo esencial reside en ... ¿qué significa
la enfermedad para el que sufre?
“En un mundo, en el que todo depende de la causalidad divina, la enfermedad
no es excepción; es imposible no ver en ella un golpe de Dios que hiere al hombre (Ex. 4,6; Job 16,12ss; 19,21; Sal. 93,11s). Igualmente en dependencia de Dios se puede también reconocer en ella la intervención de seres superiores al hombre: el ángel
50 DAVANZO G., C’é un limite alla cura del malato?, en «Settimana del Clero», 44 (1975). Cit. por ROSSI L., o.c.,
pág.1366. 51 ROSSI L., o.c., pág.1366
30
exterminador (2Sam. 24,15ss; 2Re. 19,35; cf. Ex.12,23), las plagas personificadas
(Sal. 91,5s). En el judaísmo postexílico la atención se dirigirá cada vez más a la acción
de los demonios, espíritus maléficos, cuyo influjo en el mundo en que vivimos se echa de ver por la enfermedad.
“Por un movimiento espontáneo, el sentido religioso del hombre establece un
nexo entre la enfermedad y el pecado. ... Dios creó al hombre para la felicidad (cf. Gén. 2). La enfermedad, como todos los otros males humanos, es contraria a esta intención
profunda; no entró en el mundo sino como consecuencia del pecado (cf. Gén. 3,16-19). ... // es una de las maldiciones principales que alcanzarán al pueblo de Dios infiel
(Dt. 28,21s.27ss.35). La experiencia de la enfermedad debe, pues, tener como resultado agudizar en el hombre la conciencia del pecado.
“El AT no prohíbe en modo alguno el recurso a las prácticas médicas: Isaías
las emplea para curar a Ezequías (2Re. 20,7) y Rafael para curar a Tobit (Tob. 11,8.11s). Es corriente el uso de ciertos medicamentos sencillos (cf. Is.1,6; Jer.8,22; Sap.7,20) y el Sirácida hace incluso un hermoso elogio de la profesión médica
(Eclo.38,1-8.12s). Lo que se proscribe son las prácticas mágicas ligadas con los cultos
idolátricos (2Re.1,1-4), que contaminan con frecuencia la medicina misma (cf. 2Par.16,12).
“Pero ante todo es a Dios a quien hay que recurrir, porque él es el señor de la
vida (Eclo. 28,9ss.14). Él es el que hiere y el que cura (Dt.32,39; cf. Os.6,1). Es el
médico del hombre, por excelencia (Ex.15,26): así el ángel enviado para curar a Sara se
llama Rafael (=«Dios cura») (Tob.3,17). Por eso los enfermos se dirigen a sus
representantes, sacerdotes (Lev.13,49ss; 14,2ss; 2Re.4,21; 8,7ss). Confesando humildemente sus pecados, imploran la curación como una gracia.
“La enfermedad, aún cuando tenga cierto sentido, no deja de ser un mal. Por
eso las promesas escatológicas de los profetas prevén su supresión en el mundo nuevo,
en el que Dios colocará a los suyos en los últimos tiempos; nada ya de enfermos (Is. 35,5s), nada de sufrimiento ni de lágrimas (Is.25,8; 65,19) ... En un mundo liberado del pecado deben desaparecer las consecuencias del pecado que pesan solidariamente
sobre nuestra raza. Cuando el justo doliente haya tomado sobre sí nuestras
enfermedades, seremos curados gracias a sus llagas (Is.53,4s). “A lo largo de todo su ministerio halla Jesús enfermos en su camino. Sin
interpretar la enfermedad en una perspectiva demasiado estrecha de retribución (cf. Jn.9,2s), ve en ella un mal del que sufren los hombres, un signo del poder de Satán
sobre los hombres (Lc.13,16). Siente piedad para con ellos (Mt.20,34) y esta piedad
inspira su acción. // ... (su acción significa) el triunfo de Jesús sobre Satán y la
instauración del Reino de Dios en la tierra conforme a las Escrituras (cf. Mt.11,5p.). “Los milagros de curación anticipan en cierto grado el estado de perfección que la humanidad hallará finalmente en el Reino de Dios, conforme a los profetas. Pero
comportan también un significado simbólico relativo al tiempo actual. La enfermedad es
un símbolo del estado en que se halla el hombre pecador: espiritualmente es ciego,
sordo, paralítico... La curación ... es un símbolo: representa la curación espiritual que
Jesús viene a operar en los hombres. (Jn.5,1-9.19-26; Jn.9; Mc.2,17p; Mt.8,17 = Is.53,4) ... Jesús participará de la condición de la humanidad doliente para poder finalmente triunfar de sus males.
“Desde la primera misión de los apóstoles los había asociado Jesús a su poder
de curar las enfermedades (Mt.10,1 p.). En su misión definitiva les promete una
realización continua de este signo para acreditar su anuncio del evangelio (Mc.16,17s). ... Repetidas curaciones milagrosas (Hc.3,1ss; 8,7; 9,32ss; 14,8ss; 28,8s) muestran el poder del nombre de Jesús y la realidad de su resurrección. ... Entre los carismas
menciona Pablo el de curación (1Cor.12,9.28.30): este signo permanente continúa acreditando a la Iglesia de Jesús y mostrando que el Espíritu Santo obra en ella. Sin
embargo, la gracia de Dios viene ordinariamente a los enfermos en una forma menos
espectacular. Los «presbíteros» ... practican sobre los enfermos unciones de aceite en
nombre del Señor, mientras que éstos oran con fe y confiesan sus pecados; esta oración
los salva ... (Sant.5,14ss). “Mientras dure el mundo presente, la humanidad deberá sobrellevar las consecuencias
del pecado. Pero Jesús, «tomando sobre sí nuestras enfermedades» en la hora de su
pasión, les dio un significado nuevo: como todo sufrimiento, tienen ya valor de
31
redención. ... «Llevamos en nuestros cuerpos los sufrimientos de muerte de Jesús, a fin
de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos» (2Cor.4,10). ... La enfermedad misma, como el sufrimiento y como la muerte, es integrada en el orden de
la salvación. No ya que sea fácil de sobrellevar: no deja de ser una prueba, y es caridad
ayudar al enfermo a soportarla visitándolo y aliviándolo. ... Servir a los enfermos es
servir a Jesús mismo en sus miembros dolientes: «Estaba enfermo y me visitasteis», dirá
el día del juicio (Mt.25,36). El enfermo, en el mundo cristiano, no es ya un maldito del que todo el mundo se aparta ... ; es la imagen y el signo de Cristo Jesús.”52
52 LÉON-DUFOUR Xavier, Vocabulario de teología bíblica, Biblioteca Herder, Sección Sagrada Escritura, Volumen 66.
Barcelona, Herder, 1993, 16ª edición. Pág. 276-279.
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