Cultura y personalidad de la mujer minera del siglo XX Alida Carloni Franca
UNIVERSIDAD DE HUELVA Facultad de Humanidades
Campus del Carmen
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CULTURA Y PERSONALIDAD DE LA MUJER MINERA DEL SIGLO XX
MUNDOS VIVIDOS MUNDOS OBSERVADOS
Desde un mundo vivido, en un sincretismo de cuádruples enfoques, centro mi visión
personal y mis conocimientos teóricos desde la perspectiva antropológica, sobre el modo de
vida de las familias mineras.
Desde Bélgica, en mi Valonia natal, hasta la Cuenca del Andévalo onubense, parece
que el tiempo y el espacio se han estirado de tal manera que tengo la sensación de no
haberme movido de un mismo lugar. El color negro, dominante en las cuencas carboníferas
de los paisajes nórdicos, se ha tornado en grises y rojizos. Éstos forman en mi mente una
paleta de colores mineros, con un trasfondo igual de mortífero tantos unos como otros, pero
los problemas y las actitudes frente a la vida de las familias mineras son parecidas.
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Mi aportación en este congreso de Mieres se fundamenta en los resultados de una
comparativa entre la población minera del Pays Noir de Bélgica y en el estudio de las
vivencias de las mujeres de la Asociación Las Mineras de la Villa de Tharsis en la
provincia de Huelva.
Ambos centros mineros pertenecen al mismo período histórico de la segunda mitad
del siglo XX y principios de nuestro siglo XXI.
Desde mi formación de antropóloga y proviniendo de una familia minera puedo
aportar dos enfoques complementarios de lo que representan los centros mineros de la
Europa contemporánea. Presentaré pues una visión bifocal analítica-empírica desde la
disciplina antropológica y desde mis vivencias particulares.
Desde la disciplina científica que es la Antropología Social, cuando citamos los
múltiples enfoques que utiliza para desentrañar las culturas, la comunidad de antropólogos
se refiere al entramado del conjunto de los sistemas sociales y sus subsistemas que
orquestan la convivencia del grupo.
Dejándome llevar por algunos “universales” culturales, me he inclinado por crear una
herramienta conceptual llamada carta mandálica. Por un lado, quise rendir un homenaje al
antropólogo americano Edward Hall con su baile de la vida y su división del tiempo en
multicronía mandálicamente planteada. Por otro, en recuerdo y en honor a Vicente Ferrer
que me orientó en la cosmovisión de la India, en mis múltiples prospecciones etnográficas
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en Andhra Pradesh, al sur del país, donde la vida misma está estructurada según los
laberintos celestes en un todo unido/dividido holísticamente. Por ejemplo, el territorio se
divide en mandals, el diseño de los tapices representa unos mandalas que escenifican los
meandros de la vida y los dibujos que las mujeres trazan en el umbral de su casa no es ni
más ni menos que un trazado cósmico bosquejado que protegerá su casa en su ausencia.
Conceptualmente y de la misma manera se puede ordenar el sistema socio-cultural en
varios subsistemas como son el tecnoeconómico, sociopolítico, el ideocreencial y el
comunicacional. Todos ellos son existentes en las diversas culturas y comunidades
organizadas, como son los centros mineros, aunque salvando las peculiaridades
relacionadas como son el tipo de colonización, las emigraciones, etc.
En este caos-ordenado que representan las sociedades humanas, siempre
encontramos unas necesidades básicas, todas relacionadas con la convivencia de lo humano
en comunidad.
La primera vez que me detuve a reflexionar sobre los centros mineros fue cursando
las asignaturas de doctorado, con el profesor Isidoro Moreno, catedrático de Antropología
de la Universidad de Sevilla. Corrían los años previos a la Exposición Universal de 1992,
en aquella ciudad embrujadora que me había hecho olvidar que, poco más que una década
anterior, había vivido bajo estos cielos plomizos de Charleroi, la cuenca hullera del sur de
Bélgica. Esta asignatura de Doctorados sobre la cultura del trabajo me llevó a redactar un
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trabajo sobre la configuración de la personalidad de los trabajadores de las minas. Estas
indagaciones antropológicas me tranquilizaron en gran parte aunque sus complejidades me
llevaron a dilucidar la personalidad modal y cultural del hecho minero.
Desde el punto de vista vivencial, no me resultaba arduo explicar la vida de las
familias mineras. No necesitaba buscar en la literatura social para conocer la dura vida
minera pues yo misma había nacido entre esas gueules noires (caras negras) de los
emigrantes de la postguerra mundial. Sin embargo, relacionarlo con el concepto de cultura
del trabajo me resultaba más complicado. Recuerdo mis indagaciones teóricas acerca de las
configuracionistas de la escuela de Cultura y Personalidad, rememoraba los amerindios de
Ruth Benedict con sus personalidades dionisiacas y apolíneas fomentadas por la
educación. Este nuevo concepto, cultura del trabajo, en aquel momento, me obligó a mirar
retrospectivamente hacia mi infancia y mi adolescencia transcurridas en aquellas tierras de
Europa del Norte. Me vi reflexionando sobre mi misma. Extraña situación de introspectiva
antropológica que permite un doble enfoque que abarca lo emicista1 y lo eticista de una
investigación acerca de la identidad minera en perspectiva de género, que resulta ser todo
un logro antropológico desde el punto de vista de la autoría etnológica.
Esta doble visión a la vez emic y etic, visión interna y visión externa, de la
investigación transcurre alternativamente desde varias décadas. Nací en Bélgica en el
conocido Pays Noir y concretamente en Courcelles, considerado el Gran Charleroi, un
1 En Antropología, utilizamos este término para indicar la diferencia entre el enfoque externo a la cultura del antropólogo y el enfoque interno de los estudiados.
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pueblo a 10 km. de la capital de provincia, el núcleo más importante de las minas de carbón
entre las cuales se encuentra la tristemente conocida por su mortal catástrofe, la mina Le
Bois du Cazier (MICHEL et POLIART, 2006), por un lado.
Por otro, vivo en Andalucía desde los años ochenta, bajo la sombra del drama minero
del cierre de las minas del Andévalo con la célebre Compañía de Riotinto y la Tharsis
Sulphur Company. Actualmente desde la Universidad de Huelva y desde grupo de
investigación Mundialización e Identidad (HUM556) del Plan Andaluz de Investigación,
un equipo de nombre Argantonio que realiza prospecciones etnológicas y su trabajo de
campo correspondiente. No puedo dejar de citar la labor realizada por la Asociación
Luciano Escobar, con colaboración del Equipo Argantonio de la Universidad de Huelva,
con la ambiciosa meta de recuperar, proteger y poner en valor el patrimonio minero
material e inmaterial de Tharsis.
Charleroi, Le Pays Noir
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En Antropología, utilizamos dos conceptos básicos para estudiar las culturas y las
sociedades, punto de mira de nuestro interés: el holístico y la complejidad.
El holismo pregona que, un todo, no representa la suma de las partes sino las
interrelaciones recursivas entre los elementos del conjunto, lo que nos lleva a la
complejidad del homo complexus.
En un mundo cada vez más múltiple y diverso, la filosofía de base de nuestra
disciplina impera la multifacético complejidad del fenómeno humano y sus actuaciones
socioculturales. Siempre decimos que la Antropología es una disciplina ambiciosa por sus
coordenadas espacio-temporales pues nuestro laboratorio es el mundo entero de todos los
tiempos. Buscamos la filigrana del comportamiento humano en todas sus facetas de tal
manera que se pueda dibujar, a modo de laberinto, las redes de las pautas de
comportamiento de lo humano en acción.
Nos dejamos llevar de la mano de Edgar Morin con su acertada teoría del
pensamiento complejo donde el conjunto de las culturas y todos los aspectos de la vida
tienen que contemplarse desde una complejidad antropológica observada en varios niveles
a modo de muñeca rusa con diferentes cuerpos imbricados unos con otros. De la misma
manera concebimos las culturas mineras donde la vida minera precisa ser analizada con una
red de interrelaciones entre los diferentes cuerpos sociales, las diferentes categorías
sociopolíticas, las familias con todos sus miembros (hombres, mujeres, hijos), en un marco
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ambiental que impregna el conjunto de la red de relaciones interrelacionadas entre si en un
bucle recursivo (según palabras de Morin) antropológico. No resisto a la tentación de citar
el palabro moriniano para definir la cultura en un conjunto de relaciones eco-bio-fisio-
socio-culturalo-emo-mentalo-noológico (Morin, 1994) dónde el ser humano se mueve
como un elemento más de este complejo sistema antropológico en una danza auto-
organizativa del caos circundante. Esta manera de enfocar la vida, nos sirve de modelo para
comprender la cultura minera donde la mujer encuentra su lugar central y estratégico.
Planteamos la hipótesis de que existen unos rasgos recurrentes de la personalidad de
las moradoras de las zonas mineras de Europa, independientemente de su nacionalidad o
procedencia social: una propia personalidad modal minera de género. Dicha personalidad
básica es el modo psíquico de producción de una cultura que estructura la personalidad
como una gramática psicogenerativa de la cultura, en este caso, la minera.
A este nivel de nuestro análisis podemos hablar de cultura minera. De la misma
manera que se habla de la cultura del trabajo para las comunidades profesionales de otra
índole, aseguramos que más allá de la actividad profesional, la transmisión de los aspectos
culturales y educativos configuran una forma de pensar y vivir.
Vemos también la visión microcultural minera. En este caso, una relación entre la
colonización escocesa en Tharsis y la multirracial emigración en Bélgica, se relacionan con
el management de la cultura dominante. Esta aclaración tiene una considerable relevancia
pues esa micro-cultura o cultura subalterna, solamente explica para y por las culturas
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dominadas. Tanto los colonizadores británicos, invasores comerciales en territorio español,
como la población belga enraizada en su cultura tradicional postcolonialista congoleña, se
han beneficiado económicamente y culturalmente de las aportaciones culturales de los
nativos españoles y de los emigrantes en Bélgica (italianos, españoles, turcos, polacos,
marroquíes, argelinos y un sin fin de nacionalidades venidas del sol).
Esta situación tanto de colonización económica, en el caso de la provincia de Huelva,
o de dependencia económica implicaba que los trabajadores y sus familias mantuvieran
nuevas relaciones con las empresas de tal manera que era frecuente encontrar en las
organizaciones a personas que se enfrentaban a un choque cultural, dado que se encuentran
con una sociedad distinta, con valores, lenguajes verbales y no verbales, ese lenguaje
silencioso estudiado por Edward Hall (cronía y proxemia) totalmente diferentes. Los que no
nacieron en el lugar en que trabajan, (británicos e emigrantes) y que además tuvieron una
cultura social diferente, arrastraban su sistema de valores consigo.
La cultura nacional impone las creencias que son ampliamente compartidas por los
miembros de una nación o Estado que resultan evidentes para diferenciarse en sus valores y
actitudes respecto de otros. La cultura nacional es también la construcción de los mitos, los
cuales surgen en la vida nacional a partir de su misma mitificación histórica. Sin embargo,
la dependencia a la que los trabajadores de la mina estaban sometidos era ejercida por la
opresión capitalista, donde prevalecen los datos de rentabilidad económica de los gerentes
de las minas.
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Los pensamientos dominantes, en efecto, se institucionalizan; se instauran en
instituciones que, a imagen de esos pensamientos, reflejan el concepto de la clase
dominante respecto a las instituciones, capaces de conferir a su sistema todas las garantías
de estabilidad y de consensuada armonía en las relaciones sociales. Ambas cosas vitales
para la protección de sus intereses económicos. Por eso, los ejemplos que he vivido y
analizado ponen de relieve que lo que impera es el sistema sociopolítico de las empresas
mineras. Compañías que imponen sus criterios hegemónicos de la cultura dominante a otra
cultura subalterna al margen del peligroso trabajo subterráneo de los mineros y sin tener en
cuenta los rasgos socioculturales de la mano de obra explotada y discriminada. Es el
ejemplo de los emigrantes italianos que, el primer día que bajaban a la mina, fallecía a
causa de no entender los carteles de peligro escritos en francés, “danger” en lugar de
“pericoloso”. El tipo de trabajo minero estampa esta personalidad modal que nos ocupa y,
sobre todo, el carácter minero de los que viven de la mina.
En las minas onubenses, los mineros, muchos de ellos, originarios de otras provincias
españolas o portuguesas, con su fuerza de trabajo arriesgaban sus vidas y por ende el
equilibrio familiar basándose en esfuerzos, enfrentándose a la muerte, a los accidentes y a
la incierta saludable jubilación. Los centenares de italianos, españoles y otras
nacionalidades surgidas de la pobreza y el hambre han remediado la decadente prosperidad
de la Valonia belga permitiéndole ganar la batalla del carbón y haciendo que consiguieran
una impresionante prosperidad hasta los años 60 del siglo XX, todos ellos, víctimas de las
fluctuaciones económicas y de las prácticas laborales inhumanas, injustas y falta de ética.
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Todas estas víctimas, dando muchos de ellos su vida, otros tanto su salud, todos ellos
sacrificando sus familias a los caprichos de las ambiciones de los capitalistas, devorando
sus respiraciones con los humos de las teleras o petrificando sus pulmones con la silicosis,
no se comportaron falta de valentía: no victimizaron sus vidas a pesar de la dura y
oprimente tutela de las compañías sino que se enfrentaron a todos los escollos: la
enfermedad, la incertidumbre del futuro, la desigualdad social, la falta de promoción de sus
hijos en los estudios que no servían o controlaban las compañías mineras, las humillaciones
sociales por las costumbres tradicionales de los trabajadores y finalmente la vil utilización
de muchas vidas familiares al servicio de unos pocos millonarios industriales.
Esta actitud frente a la vida y la muerte, fruto de una cosmovisión de atosigados
mineros, llegó a configurar una fuerte personalidad de superación personal que se trasluce
en todos los aspectos de la vida. Podemos percibirlo frente a la muerte que los mineros son
consciente tienen muy cerca más cerca que a los demás trabajadores del conjunto de la
clase proletaria. Lo observamos en su manera de hacer frente a las carencias de todo tipo
(escasas vituallas, falta de espacio íntimo, reducida promoción social), en su valentía de
cara al miedo por un incierto futuro, la justificada rebeldía contra la opresión de los
superiores, todos intermediarios del director y los accionistas capitalistas. No cabe duda que
un sentimiento de justicia social muy acusado los mineros los llevan a pronunciar quejas
laborales muy legítimas.
El peligro en el trabajo podría evitarse en la mayoría de los casos. Que valga como
botón de muestra la previsible y anunciada catástrofe de la mina Bois du Cazier. La
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protección laboral era insuficiente y falta de ética. Hacia 1955, los mineros italianos
representaban más del 32% de los mineros trabajando en Bélgica. Pero, el Acuerdo italo-
belga estaba a menudo puesta a revisión. Las condiciones de vida y el trabajo no
correspondían a lo que se había dicho a la población de emigrantes. A raíz de sucesivos
accidentes mortales, muchos mineros italianos en Bélgica y bajo la presión de la opinión
pública, Italia suspendió el envío de mano de obra italiana. El 8 de febrero 1956, o sea 6
meses antes de la catástrofe de la mina Bois du Cazier, un escape de grisú en la mina de
Rieu-du-Coeur de Quaregnon provocó 8 muertos de los cuales eran de nacionalidad
italiana. Italia mandó una lista con las minas prohibidas a los trabajadores italianos además
de la firma de un mejor Acuerdo, pero las compañías belgas se habían adelantado y se
firmaban desde 1954 acuerdos con Grecia y España.
La enfermedad mortal causada por el polvo del carbón, petrificaba los pulmones con
la innombrable silicosis hacia estrago entre la población minera, sobretodo los picadores.
Eso cambiaba los modos de vivir, los modos de pensar. Un padre enfermo es un drama en
la familia aunque se intenta hacer como si no pasara nada. En Tharsis, aunque las minas
eran a cielo abierto y parece de menor peligro, mineros caían victimas de la avaricia de
derechos humanos de los explotadores.
Una cultura de la pobreza
No queremos abrir aquí un debate sobre el concepto de cultura es una cuestión
ampliamente trata durante la historia de las teorías antropológicas donde cada escuela y
cabeza de fila han formulado sus definiciones. Tampoco motivar una discordia acerca del
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binomio cultura y sub-cultura pues denegamos cualquier orientación monolítica, por lo que
optamos por utilizar la expresión cultura de la pobreza en mismo sentido que el
antropólogo Oscar Lewis (1985) empleó para el estudio de las casas de vecindad en Méjico
o la cultura del pobre usada por Richard Hoggart (1957) para las desfavorecidas clases
trabajadoras en Inglaterra.
Del mismo modo que Oscar Lewis hace la distinción entre pobreza y cultura para
diferenciar la característica de la pobreza económica con la referencia a un estilo de vida
más que a un estado crematístico aunque a menudo van ligado, me refiero en el caso
específico de los mineros desfavorecidos holísticamente y no a un débil poder adquisitivo
pues sabemos que, aunque con unos sueldos ajustados a la máxima ganancias
empresariales, era el salario más alto de los trabajadores de su categoría.
Hablamos pues de una escala de valores además de una falta de recursos.
Me ocuparé únicamente de las obvias características definitorias básicas a modo de
decálogo.
Encontramos unas fuertes relaciones de compadrazgo, un esprit de corps muy
pronunciado en un (en oposición a las compañías mineras) y su corolario de solidaridad de
relaciones privilegiadas de vecindad en los barracones, los corrons, los cuarteles o las
ciudades obreras. Tienen su parangón con las vivencias en los corrales de vecinos
andaluces.
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En una investigación sobre la arquitectura popular de las casas a patio sevillanas,
hemos encontrado unas características idénticas de compadrazgo entre los vecinos de la
comunidad. Representa una forma de protegerse de las agresiones del exterior, los otros
(los que no viven con ellos, que no comparten los mismos problemas), una identificación
cultural que va más allá de las clases sociales, sino que abarca la misma esencia de una
existencia en común. En aquel momento, recordé las casas de los mineros, las comunidades
en coron, de las casas obreras del proletariado urbano belga.
En este ambiente cálido en emociones y rico en contexto aunque infraestructural
mente desfavoredico nos encontramos un sentido epicúreo de la vida cotidiano,
sustituyendo el fatalismo por el carpe diem cotidiano. Pocas veces he encontrado tanta
generosidad en la pobreza, un ejemplo que confirma la teoría de Marshall Shalins acerca de
la abundancia de los pobres.
La Primera Comunión
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En estas comunidades de los patios andaluces, se detecta un matricentrismo
pronunciado a pesar del patriarcalismo dominante en toda la Europa de aquella época y que
se mantiene firme todavía en este principio del siglo XXI. El papel preponderante de la
mujer, madre y esposa me recordaba aquellas mujeres de mineros que administraban unos
hogares, la mayoría de las veces de familias numerosas, aquellas que conseguían recatar el
sueldo del minero tentados por la taberna y sus ríos del alcohol.
La dura vida de la extracción del mineral conduce a refugiarse en esos paraísos
artificiales etílicos que cubren de ilusiones los duros momentos de las catástrofes, de las
enfermedades y todo tipo las calamidades.
Frente a la imposibilidad de luchar contre las enfermedades y la muerte, las mujeres
mantienen firme una densa desesperanza asumida frente a la enfermedad, un
sentimiento de una muerte honorable y una viudedad esperada estoicamente además de
programada (la bolsa de las viudas).
Viudas italianas recordando a sus seres queridos
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Una clara característica de la clase trabajadora es mantener unas aspiraciones de la clase
superior para los hijos de tal manera que ganen en calidad de vida. Sería una liberación del
yugo patronal vivida desde la procuración vital y del alivio de padres que no quieren dejar
una herencia de esclavitud.
En Antropología, se describen muchos casos de aspiraciones de progreso anhelando una
movilidad social, adoptando unas actitudes de la escala de valores liberadores de una
situación social desfavorecida aunque, a menudo sea de manera simbólica.
No cabe duda de que la creencia en un Dios justiciero y una Santa Bárbara auxiliadora
ayuda a los mineros terrenalmente incrédulos, pero creyentes en la Justicia Divina. Esta
suerte de espiritualidad anti-clerical dónde el Padre Supremo Todopoderoso se salva de la
Quema aunque la globalidad de la jerarquía eclesiástica se destrona implacablemente.
Dicen los mineros italianos de Bélgica (que son tildados de profundamente cristianos) que
los curas bajen al fondo antes de hablar desde el pulpito. Una expresión sumamente dura
para los hombres de la Iglesia católica. Eso explica el gran prestigio logrado por los curas
obreros, algunos de ellos mineros de fondo en Bélgica y en las Minas de Riotinto.
Con esta cosmovisión de los maridos, las mujeres, madres, esposas e hijas mantienen su
religiosidad popular, fortalecida por la gran incertidumbre vital que viven el día a día. Esta
mentalidad se viene forjando desde la conciencia de la dureza de las malas condiciones de
trabajo, de la omnipresencia de la tragedia mortal, todo eso cimentado por una voluntad
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férrea para sobrevivir que consolida una personalidad fuerte y con una tenacidad fuera de lo
común a la remota y desvaída imagen de los picadores con pico y pala avanzando, en la
galería, un centímetro al día.
Siguiendo los fundamentos de Oscar Lewis y las teorías antropológicas de los
patrones culturales, las bases de la cultura del trabajo, ahondamos en el las características
de la personalidad modal de las mujeres mineras que marcan, por un lado, una cultura del
trabajo y, por otro lado, una cultura de género de dicha población femenina.
Un universo muy particular: las mujeres de las sociedades mineras
Una aproximación sensible y empática introduce el antropólogo en el corazón mismo
de la vida cotidiana donde las mujeres cuentan con un papel preponderante en la vida en
general y en la sociedad minera en particular. El ciclo vital de las mujeres mineras,
entendido en el sentido extenso del término marca la vida familiar a modo de sólido pilar al
que unos y otros vienen a refugiarse en la sensatez de la que es dadora de vida.
La mujer, madre, esposa, hermana o hija mantiene la cohesión de la familia alrededor
de una cena, la mujer es la que vive la casa, la que va a recoger la paga para que su marido
no se lo gaste en el bar. El esposo, consciente del imperio de la razón se somete a la
influencia benéfica de la mujer.
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Cuatro estampas de la familia minera
No es preciso recordar la estructura de los poblados mineros españoles con sus
alineados y exiguos cuarteles donde muchas veces una familia numerosa convive en una
precariedad infraestructural y falta de intimidad individual. Menos salubres fueron los
barracones belgas que albergaron miles de mineros emigrados. Frente a la carencia de
edificios de las compañías hulleras, se transformaron en cantinas y en habitaciones los
antiguos campos construidos por los alemanes de la Segunda Guerra Mundial para albergar
los presos de guerra rusos. También servían los antiguos túneles en tôle ondulée que
sirvieron a los americanos para guardar las municiones. Así, en este entorno insalubre
vivieron españoles, italianos, griegos y marroquíes. Una verdadera estampa dantesca digna
del tormento de Vincent Van Gogh minero y trastornado. Mujeres y niños se hospedaron en
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dichas oquedades madrigueras. Todo eso lejos del sol mediterráneo o del arbolado
Andévalo, cuna tartésica, y el verde de la presierra onubense.
Los poblados mineros, negruzcos rodeados por la cadena de terrils o del cobrizo
desforestado quemaban las almas de sus pobladores. Pero, al igual que la flor de loto clava
sus raíces en el lodo, los mineros sacan fuerzas de flaquezas. En efecto, comenta Viseux, en
su autobiografía Mineur de fond (Viseux, Augustin, 1991): entre las madres siempre
escasas de dinero y el orgullo de los padres no había sitio para un lamento comenta
Viseux.
Terrils o vacies de esteriles
Es esencial evocar las diferentes facetas de los espacios femeninos tanto en el tajo
como en el ámbito privado y, aunque las actividades laborales se diferencian
considerablemente, el papel de la mujer tiene la impronta de un carácter bien estructurado y
espartano. En la misma medida contemplamos las labores de las mujeres que han trabajado
en la mina como barcaleadoras, como lampitas, como escogedoras de mineral, como
limpiadoras de baños y letrinas, como empleada en la administración, telefonista o como
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asistenta social, incluso hoy, ingeniera, de la misma manera contemplamos el ciclo vital en
la gestión familiar, la educadora de los hijos, compañera del marido minero, hija, hermana
o madre de minero además, de las labores domésticas. Observamos el mundo de las
mujeres de la mina desde tres facetas interrelacionadas y fundamentales para la vida
comunitaria minera.
Escogedoras de Lewarde (France)
Desde una tecno-economía industriosa, las mujeres de la mina, realiza un trabajo
esclavo tanto como mujer obrera en los puestos de trabajo tanto como escogedora,
limpiadora de letrinas o lampistas, como en sus facetas, añadidas a la anterior o no, de
mujer de minero; es una vida de sacrificios con pagas inferiores a los varones o en lo
doméstico con el lavado de la ropa de trabajo que le dejaba las manos tan negras como si
hubiera esta en la fosa. Citaremos también las habilidades de la cocinera para estirar los
pocos alimentos de la alacena y transformarlos en una cena de fiesta.
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El numeroso clan familiar reunido alrededor de la mesa
Nunca el lema de imaginación al poder fue tan bien empleado como en este caso. Lo
cierto es que la segunda mitad del siglo XX no extremó las reacciones de las mujeres de
Germinal de nuestro Emile Zola con el rígido y tacaño tendero de ultramarinos. Pero, no
dejaremos de alabar la ingeniosidad de las madres y esposas para estirar al máximo la paga
minera.
La paga, un recurso etéreo como el temido alcohol que engullían los sacrificados
minero para olvidar ese mundo subterráneo del carbón o el infierno de los gases de las
teleras. Esa lacra etílica promovía una reacción en las mujeres a modo de protección de su
núcleo familiar, el hecho conocido de presentarse al cobro de su marido o esperar los
esposos a la salida de la mina antes de su paso por la cantina-refugio. Es otra manera de
defensa de su hogar. Actitud femenina, sobradamente asumida por los hombres, los
transformando en padre de familia responsable y austero con la paga-aguinaldo para tabaco
y unos chupitos o unas refrescantes cervezas.
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Un matricentrismo superlativo
La casa en la ciudad minera ya sean barracones, cuarteles, o casas de núcleos mineros
es dominio de mujeres, un espacio matricentrista donde el espacio-tiempo se vuelve feudo
de lo femenino lo que nos lleva a un verdadero matricentrismo social y privado. El papel de
la mujer en el ciclo vital como hija, esposa y madre en la gestión de la vida doméstica
familiar y las labores de cualquier índole es la cohesionadora de la familia extensa, la
educadora y transmisora de los valores sociales y personales que obligaba a la patrona de
los mineros a cumplir la petición, sin el cual la promesa caía al vacío. Por supuesto esa
característica es parecida a todas las madres aunque aquí con un espacial énfasis a la
superación personal y social sin estéril fatalismo.
El complejo mundo creencial de la religiosidad incorpora una creencia en Dios
aunque justiciero en compensación de mundo terrenal injusto y desigual: un universo
caótico donde les ha tocado la peor parte. Sin embargo, como esa justicia divina se hace
esperar, tienen en Santa Bárbara una abogada fiel y con el que los y las mineras hacen
pactos personales de obligado cumplimiento si se cumple el deseo o petición. Nos
encontramos con una relación de cercanía divina a modo de divina chamana.
La percepción que tenemos los ciudadanos del siglo XXI es el acusado sentido
caótico del mundo, pero como lo hemos indicado anteriormente se trata solamente de la
observación desde la perspectiva simplista, mecanicista, newtoniano y materialista del
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caduco paradigma que nos hechiza todavía desde hace más de 500 años dónde lo
observable, lo comprobable y lo recurrente se mantienen como indicadores de lo verdadero.
Por supuesto, que éste mundo que nos a tocado vivir lleva en su esencia un caos que
intentamos ordenar con una filosofía de lo concreto, un carpe diem exhaustivo y holístico al
igual que la mujer minera que transforma la falta de cantidad por una calidad superlativa.
Podemos sin lugar a duda, hablar de cultura minera de género.
Dedico esta ponencia a todas las mujeres de las minas del mundo y de todos los
tiempos.
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BIBLIOGRAFÍA
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et le Musée de la photographie de Charleroi, Charleroi, 1996.
VISEUX, Augustin, Mineur de fond, Plon, Terre Humaine, Paris, 1991.
Alida Carloni.
UNIVERSIDAD DE HUELVA.
Huelva, 25 febrero 2008
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