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OBRAS ESCOGIDAS
DE
DO.:\' JOSE MARIA VERGARA y VERGARA
PUBLICADAS POR SUS HIJOS EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU NACIMIENTO, BAJO LA DIRECCION DE DANIEL SAMPER ORTEGA, MIEMBRO DE NUMERO DE LA ACADEMIA COLOMBIANA DE BELLAS ARTES Y CORRESPONDIENTE
DE LA DE HISTORIA.
TOMO I
CUADROS DE COSTUMBRES
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OBRAS ESCOGIDAS
DE
DON JOSE MARIA VERGARA y VERGARA
PUBLICADAS POR SUS HIJOS FRANCISCO JOSE VERGARA, PRESBITERO, ANA VERGARA DE SAMPER y MERCEDES VERGARA y BALCAZAR, EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU NACIMIENTO . BAJO LA D1RECCION DE DANIEL SAMPER ORTEGA, MIEMBRO DE NUMERO DE LA ACADEMIA COLOMBIANA DE BELLAS ARTES Y CORRESPONDIENTE DE LA DE HISTORIA.
TOMO I
CUADROS DE COSTUMBRES
EDITORIAL MINERVA - BOGOT A - 1931
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JOSE MARIA VERGARA y VERG.-\RA
01arró los dnaks de la Literatura acional y la enriqueció con obras inm'>nale5. Guardó la Fe Católica. la honró con ~u~ virtudes y la defendió con su pluma. Fue uno de los fundildore'i y el primer Direc:tor de la Academia Colombiana de la Lengua y primer Miembro Corre5pondiente en Colombia de la Real Academia E~pañola. ació en Santafé de 80-g' ·tá. el J 9 de marzo de l S31.
BAFAI-L ~IARIA CARRASQUILLA
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HONORES OFICIALES
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LEY 35 DE 1931
(MARZO 3)
por la cual se honra la memoria de José María Vergara y Vergara en el primer centenario de su naci
miento y se crea el premio nacional de literatura .
El Congreso de Colombia,
DECRETA:
Artículo l. o DestÍnase la suma de diez mil pesos ($ 10.000) para crear el premio nacional de literatura y ciencias «José María Vergara y Vergara .. como homenaje a la memoria de este eximio escritor en el primer centenario de su nacimiento.
Artículo 2. o El gobierno queda ampliamente facultado para abrir, cuando la situación del tesoro lo permita, el crédito administrativo correspondiente, para colocar a interés y a perpetuidad en el banco de la república, u otro que dé garantías, la suma de diez mil pesos ($ 10.000), destinada por el artículo l. o de la presente ley para la creación del premio nacional de literatura y ciencias c:José María Vergara y Vergara",
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4 JOSE MARIA VERGARA y VERGARA
Artículo 3. o Será condición precisa de dicha colocación que el banco se obligue a capitalizar semestralmente la mitad de la suma devengada por intereses del depósito, a fin de aumentar año por año la cuantía de éste.
La otra mitad de 10 devengado por intereses en cada año se otorgará como premio en la forma que más adelante se establece.
Artículo 4. 0 La capitalización anual de la mitad de los intereses se efectuará hasta que la suma deposi taJa alcance a cien mil pesos ($ 100.000). De e8te momento en adelante cesarán las capitalizaciones, y el producido Íntegro de los intereses se entregará al favorecido en cada año.
Artículo 5. 0 El premio «José María Vergara y Vergara» se otorgará al autor del libro que, entre los publicados en el año inmediatamente anterior, fuese designado por el jurado. Pero no podrá otorgarse más que una vez a un mismo autor.
Artículo 6. 0 Cuando se diere el caso de que el jurado declare desierto el concurso, la suma que habría de otorgarse como premio se acumulará al capital.
Artículo 7. o Los jurados serán nombrados así: uno por el ministerio de educación nacional. o el que en lo futuro llene las funciones de éste en la parte relacionada con el estímulo de la producción intelectual; otro por la a ademia colombiana de la lengua o en su d fecto por la sociedad literaria le-
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CUADROS DE COSTUMBRES 5
galmente constituída, que en concepto de los directores de la prensa capitalina dé mayores garantías de justicia y seriedad; y otro por dichos directores de la prensa capitalina hasta tanto que existan en el país tres o más individuos favorecidos ya con el premio, caso en el cual serán ellos quienes nombrarán el tercer jurado por mayoría de votos. Estos votos pueden emitirse por esc~ito cuando se trate de premiados que resIdan fuera de Bogotá.
Artículo 8. o No podrán optar al premio sino aquellos libros que fueren propuestos al jurado por una academia, claustro universitario o sociedad literaria o científica legalmente constituídas y que lleve más de diez años de existencia continua y activa.
Artículo 9. o Siendo el propósito del legislador estimular la producción de libros de carácter nacional que puedan presentarse con honra para el país o fuera de él, podrán Optar al premio todos aquellos que, estando b.ien escritos desde el punto de vista literano, enaltezcan la mentalidad colombiana en alguna forma; así, tendrán cabida no solan:ente la novela, el teatro, la poesía, el peflodismo, la crítica u otros ensayos, sino también los libros de carácter científico, v. gr. las tesis de grado que se presenten en las universidades, los libros de historia, arte, pedagogía, etc . . "Artículo 10. El premio se otorgará en se
SIon que ha de celebrar la academia de la
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6 JOSE MARIA VERGARA y VERGARA
lengua con ese objeto, precisamente el día 19 de marzo, aniversario del natalicio de Vergara y Vergara.
Artículo 11. La academia colombiana de la lengua ordenará la publicación de las obras de autores nacionales hoy agotadas o de difícil adquisición y que en concepto de la misma academia merezcan la reimpresión. Anualmente el ministerio de educación nacional, de acuerdo con la academia, solicitará la inclusión de la partida en el presupuesto de gastos a que dé lugar el cumplimiento de esta disposición legal.
Dada en Bogotá, a cinco de marzo de ~il novecientos treinta y uno.
El presidente del senado, CARLOS jARAMILLO ISAzA.-El presidente de la cámara de representantes, MANUEL F. PABÓN.
El secretario del senado, Antonio Orduz Espinosa.-El secretario de la cámara de representantes, Fernando Restrepo Briceño.
Poder ejewtivo-Bogotá. marzo 3 de 1931.
Publíquese y ej ecútese.
E~TRIQUE OLAYA HERRERA
El ministro de educación nacional,
Abel Carbonell
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DECRETO NUMERO 200 DE 1931 (ENERO 31)
por el cual se conmemOran los merecimientos de don José María Vergara y Vergara.
El Presidente de la República de Colombia,
en uso de sus atribuciones legales, y
CONSIDERANDO:
l. o El país se prepara para conmemorar dignamente el 19 de marzo próximo los merecimientos de don José María Vergara y Vergara.
2. o Este varón descolló como espejo de los mejores ciudadanos v como uno de los más ilustres literatos de ~ la época.
3. o Hombre de nobles ideales, a ellos sirvió con inteligencia y constancia, y su vida toda constituye un apostolado de la virtud y del cultivo de las bellas letras, las que impulsó eficazmente, ya con sus producciones correctas y hermosas, ya siendo patrono y mentor de los intelectuales de la república, y
4. o Es justo honrar la memoria, limpia y luciente, del preclaro fundador y director de la academia colombiana de la lengua, cor-
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8 JOSE MARIA VERGARA y VERGARA
poración que ha sido centro de altos estudios. En consecuencia,
DECRETA:
Artículo 'l. o El gobierno reconoce y ensalza las virtudes y talentos de José María Vergara y Vergara: aprecia y agradece en nombre de la nación, los importantes servicios que tan gallardo misionero de la cultura nacional prestó a la patria, y encarece a la juventud la imitación de las cualidades del insigne historiador de la literatura colombiana.
Artículo 2. o Los directores de educación pública organi:arán en las escuelas normales y en otros planteles de educación actos literarios donde se exalte el recuerdo de tan inolvidable prócer de las letras,
Artículo 3. o El 19 de marzo de 1931 la banda del conservatorio nacional dará en el capitolio una retreta de gala en honor de José Nlaría \'ergara y Vergara.
Artículo 4. 0 Copia de este decreto, con nota de estilo, se enviará a la academia colombiana de historia y a los miembros de la familia de José iv!aría Vergara y Vergara.
Comuníquese y publíquese. Dado en Bogotá, a 31 de enero de 1931.
El 'RIQUE OLA YA HERRERA
El linistro de Educación 1 lacional ,
ABEL CARBO. 'ELL
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ORDENAKZA NUiv1ERO 4 DE 1931
(MARZO 19)
por la cual se tributa un homenaje.
La Asamblea de Cundinamarca,
CONSIDERANDO :
l. o Que el día 19 del pre<;ente mes se cumple el primer centenario del nacimiento del señor don José ~daría \ 'ergara y Vergara, ciudadano eminente cuyo nombre da lustre a la república, y quien contribuyó de manera notoria a la cultura literaria y científica del pueblo colombiano;
2. o Que tanto la nación como el municipio de Bogotá se aprestan a tributar al señor Vergara r Vergara los homenajes que corresponden a sus altas virtudes y merecimientos; y
3. o Que el departamento de Cundinamarca está también en el deber de honrar la memoria de uno de sus hijos más esclarecidos, \" consen-ar vivo el recuerdo de sus virtudes, para que su ejemplo estimule en las actuales generaciones el amor al estudio
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10 ¡OSE MARIA VERGARA y VERGARA
y el deseo de distinción y gloria bien fundadas,
ORDENA :
Artículo l. o Asóciase el departamento de Cundinamarca a los homenaj es que tributarán al señor don José María Vergara y Vergara, con ocasión del primer centenario de su nacimiento, la república de Colombia y el municipio de Bogotá, cuna de tan ilustre ciudadano.
Artículo 2. o Una comisión de la asamblea y otra de la gobernación representarán al departamento en los festejos que con tal motivo se organicen.
Artículo 3. o AutorÍzase a la gobernación para emprender, tan pronto como la situación fiscal lo permita, la construcción del ~ Edificio escolar Vergara y Vergara> , en lote adecuado de terreno que adquirirá con tal objeto en la capital de la república.
Artículo 4. 0 Autorízase asimismo a la gobernación para dotar la Biblioteca del l\.tfaestro de Bogotá con un ejemplar de las obras completas de Vergara y Vergara.
Artículo 5. o AutorÍzase igualmente a la gobernación para que emprenda, cuando la situación fiscal lo permita, la edición de las obras de los autores nacionales del grupo del Mosaico, seleccionando las más representatiyas entre ellas.
Artículo 6. o Esta ordenanza regirá desde su sanción.
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CUADROS DE COSTUMBRES 11
Dada en Bogotá, a diez y ocho de marzo de mil novecientos treinta y uno.
El presidente, HERNANDO URIBE CUALLA. El secretario, Alberto .Villarreal.
Gobernación de Cundinamarca.-Bogotá, marzo 19 de 1931.
PubIíquese y ejecútese.
JUAN SAMPER SORDO
El secretario de gobierno, Juan Lozano y Lozano.-EI secretario de hacienda, Bernardo Pizano Restrepo. -El director de educación pública, L. Borda Roldán.
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DECRETO NUMERO 168 DE 1931 (MARZO 19)
por el cual se honra la memoria de un colombiano ilustre
El gobernador de Cundinamarca,
en uso de sus atribuciones, y CONSIDERANDO :
1. o Que en esta fecha se cumple el primer centenario del nacimiento del señor don José ¡-daría Vergara y Vergara, personalidad eminente en la literatura nacional, cuyas obras contribuyeron eficazmente a la cultura colombiana y quien hizo conocer ventajosamente el nombre de su patria en los principales centros científicos y literarios de Europa.
2. 0 Que el señor Vergara y Vergara prestó servicios al departamento en su carácter de secretario de gobierno, y
3. o Que la honorable asamblea de Cundinamarca, por ordenanza dictada ayer, dispone honrar la memoria de este distinguido ciudadano, y autoriza a la gobernación para dar desarrollo a las disposiciones contenidas en la misma ordenanza,
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CUADROS DE COSTUMBRES 13
DECRETA:
Artículo 1. o El gobierno de Cundinamarca tributa en esta fecha homenajes de admiración y gratitud al señor don José María Vergara y Vergara, con ocasión de cumplirse el primer centenario de su natalicio.
Artículo 2. o La gobernación, por conducto de la dirección de educación pública, reglamentará la ordenanza que sobre honores al señor Vergara y Vergara expidió la honorable asamblea del departamento, y dará desarrollo, en cuanto los recursos fiscales lo permitan, a las disposiciones en ella conten idas.
Artículo 3. 0 Con nota de estilo se remitirá copia del presente decreto a la familia del señor vergara y Vergara.
Comuníquese y publíquese. Dado en Bogotá, a diez y nueve de mar
zo de mil novecientos treinta y uno.
JUAN SAMPER SORDO
El secretario de gobierno, Juan Lozano y Lozano. ~ El secretario de hacienda, Bernardo Pizano B .- El director de educación pública, Leopoldo Borda Roldan
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ACUERDO NUMERO 8 DE 1931
(FEBRERO 27)
por medio del cual se ordena la colocación de una placa en la casa donde nació don José María Vergara y Vergara y se ~:ictan otras disposiciones con motivo
del primer centenario de su nacimiento.
El concejo de Bogotá,
en uso de sus atribuciones legales,
DECRETA:
Artículo 1. o El concejo de Bogotá se asocia al homenaje que va a rendirse al ilustre hijo de la ciudad don José María Vergara y Vergara, el día 19 de marzo del corriente año, con motivo del primer centenario de su nacimiento.
Artículo 2. 0 En la fecha indicada será colocada en la casa número 162 de la carrera 4.· de esta ciudad, en donde nació el ilustre historiador y literato, una placa de bronce como homenaje que el concejo, en nombre de la ciudad, rinde a su memoria.
Artículo 3. o Las dimensiones y leyenda de esta placa serán determinadas por la presidencia, la cual nombrará un orador que Ile-
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CUADROS DE COSTUMBRES 15
vará la palabra en nombre del concejo, en la fecha citada.
Artículo 4. o Créase en memoria del señor don José María Vergara y Vergara, el ateneo de Bogotá. centro cuya misión principal será estImular en todas las formas posibles el cultivo de las letras y de las artes.
Artículo 5. o El señor alcalde de la ciudad nombrará una comisión compuesta de un pintor, un compositor musical, un escritor y un periodista, para que redacten un proyec~o de estatutos que será sometido al conceJO para su aprobación.
Artículo 6 o Oportunamente serán incluÍdos en el presupuesto de gastos de la actual vigencia los gastos que demande el cumplimiento de este acuerdo, que regirá desde su sanción.
Dado en Bogotá, a veintisiete de febrero de mil novecientos treinta y uno.
El presidente, J ORCE BE) ARANO.-El secretario, Roberto Liévano.
Alcaldía de Bogota.-A1arzo 4 de 1931
Publíquese y ejecútese.
ENRIQUE V ARCAS NARIÑO
El secretario de gobierno,
Francisco Umaña Bemal
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ACUERDO . TUMERO 16 DE 1931
(MARZO 13)
por el cual se honra la memoria de un ilustre colombiano
El concejo municiPal de Popayán,
en uso de sus atribuciones. y
CONSIDERANDO :
Que el diez y nueve del presente se cumple el primer centenario del nacimiento de José tvfaría Vergara y Yergara;
Que fue un ciudadano ejemplar por sus virtudes cívicas y privadas, y alto exponente de las letras patrias;
Que contribuyó como el que más al desarrollo cultural con sus bellos y castizos escritos y con su acción prestigiosa en favor de la juventud que se iniciaba en ,la carrera literaria. y fue fundador y director de la academia colombiana de la lengua donde tuvieron asiento eminentes varones que son honra y prez de las letras colombianas ; y
Que vivió por varios años en Popayán, distinguiéndose entre los propulsores del pe-
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CUADROS DE COSTUMBRES 17
riodismo y la literatura, y que en algunos de sus interesantes escritos enaltece, con p.luma docta y fluída, costumbres de esta tIerra que miró siempre con cariño y a la que se vinculó eligiendo aquí la compañera d.e sus días, para fundar una familia que ha sIdo y es timbre de la sociedad bogotana,
ACUERDA:
1. o Asóciase la ciudad de Popayán a la ce~ebración del primer centenario del nacimIento de José María Vergara y Vergara.
2. o El concejo nombrará oportunamente u~a comisión que lo represente en las fes~i
vldades que con tal motivo se efectuaran en la capital de la república.
3. o Copia autógrafa de este acuerdo se enviará con nota de estilo a los miembros de la familia de Vergara y Vergara y a la academia colombiana de la lengua.
Dada en Popayán. a los trece días del mes de marzo de mil novecientos treinta y uno.
El presidente,
JOSÉ M. ARBOLEDA LL.
El secretario, Alberto M osquera
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LA ACADEMIA COLOMBIANA DE HISTORIA
CONSIDERANDO :
l. o Que e! 19 de marzo de 1931 se cumplirá e! primer centenario natalicio de don J osé María Vergara y Vergara, primer historiador de nuestra literatura;
2. o Que don José Ma ría Vergara y Vergara fue una de las figuras literarias más atrayentes de! siglo pasado, un investigador infatigable y un ciudadano ejemplar, honra de la sociedad de su época;
3. o Que la academia de historia está en e! deber de enaltecer la memoria no solamente de los ciudadanos que supieron honrar al país en las altas posiciones civiles y militares, sino también las de aquellos otros que en esferas dIstintas contribuyeron en una u otra forma a su prosperidad y conocimiento, y que entre estos últimos ocupó don José María Vergara y Vergara lugar importantísimo.
RESUELVE :
l. o La academia de historia celebrará sesión solemne en la noche del 19 de marzo
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venidero, para conmemorar el primer centenario del nacimiento de don J osé María Vergara y Vergara.
2. o Un académico designado por la presidencia hará el elogio del primer historiador de la literatura colombiana.
3. o En la galería de historiadores será colocado un retrato al óleo de don José Mada Vergara y Vergara.
(Proposición aprobada en la reunión ordinaria del 15 de noviembre de 1930).
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BREVES NOTICIAS SOBRE LA PRE
SENTE EDICION
Cercano ya el centenario natalicio de don J,osé ~tlaría Vergara y Vergara, sus hijos consIderaron que la mejor manera de honrar la memoria de tan insigne escritor sería editar de nuevo sus escritos, los cuales, por la pureza de s~ntimientos que los caracteriza, por la graC,Ia que los anima, por la emoción que les SIrve de nervio, fueron, y seguirían siéndolo a no estar agotadas las ediciones anteriores, sana y agradable lectura de miciación en la literatura colombiana, sobre todo de la época en que florecieron los costumbristas inimitables que fueron amigos personales de Vergara y son en nuestras letras la constelación más importante, así por el número de autores que la forman, como por la calidad de ellos,
En efecto, al grupo llamado del Mosaico pertenecen los autores de María y de Ma
nuela, los dos primeros ensayos afortunados de novela colombiana; el autor de El Aforo,
libro sin disputa el primero de auténtico valor literario aquí, o fuéra de aquÍ, en el
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~ , . . mIsmo genero, y que no es necesano mirar con esa especie de benevolencia con que se miran los frutos de la propia tierra, para encontrarle todo el mérito que 10 aquilata; poetas de tan alta envergadura como Fallon en la lírica, o el mismo Marroquín y don Ricardo Carrasquilla en el españolísimo género jocoso, en que no han tenido rivales entre nrn.otros; costumbristas como Silva y el propio Vergara; autores de teatro, bueno o malo, pero netamente nuéstro, ya que los ensayos de Vargas Tejada y aun los de Fernández Madrid no abordan temas raizales (Atala, Guatimoc), ni del todo originales (Las Convulsiones), como sí los abordan, por ejemplo, don José María Samper (Un alcalde a la antigua) o don Lorenzo María Lleras (El espíritu del siglo).
Además, con la generación del Mosaico concatena, alterna y, por decirlo así, se funde, pues viene a ser como una prolongación suya y es, en todo caso, hechura de aquélla, esa otra a la cual pertenecieron nada menos que Cuervo, Caro y Rafael Pombo, nombres que cifran las mayores excelencias y glorias de nuestra literatura.
l'o era fácil tarea la de reunir y editar las obras de Vergara. La gran mayoría de ellas se hallan dispersas en periódicos de su época, harto difíciles de obtener. Por otra parte, quedaba el problema de si se haría una edición de sus obras completas o simplemente escogidas; las obras escogidas de un autor no
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CUADROS DE COSTUMBRES 23
dan nunca la totalidad de contornos necesarios para definirlo en todos sus aspectos; pero las completas suelen presentarlo cargando con la responsabilidad de escritos que no nacieron de su voluntad o de su genio, sino de meros compromisos de momento, en los cuales prevalecen las circunstancias de cortesía o de necesidad, que lo fuerzan a arrinConar de momento sus ideales para salir de un compromiso social o hacerse a dinero para algún apuro. No sería justo apreciar a Gregorio V ásquez como pintor tomando en cuenta y en la misma proporción en que se tomen sus <cuadros», aquellos otros que han pasado a la historia con el nombre de almozaderos de V ásquez y que fueron pintados con el único obj eto de surtir la despensa, y con el afán consiguiente.
Pareció al encargado de dirigir la edición que, puesto que se trataba de enaltecer una memoria cara, a la par que de prestar un servicio a las letras colombianas, recopilando muchas obras de Vergara que de otro modo apenas pueden consultar, y con trabajo, los eruditos, no era el caso de lanzarse por el camino de imprimirlas en su totalidad. Desde luego, aquellas que nacieron al calor de polémicas aj en as del todo a la literatura, nada tenían que ver con la gloria literaria de su autor; otras, como sus Ver sos en borrador, habían sido consideradas por el autor mismo como simples borradores; otras habían sido clara y expresamente repudia-
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das por él, como consta en la introducción del tomito de versos de que hablo; y otras, finalmente, si bien tuvieron en su época un interés informativo, como acontece con el artículo en que describe un buque de vapor, interesante en sus días para quienes no habían salido hasta el mar, hoy han perdido ese valor sin que en compensación lo tengan desde el punto de vista literario, ni documental o costumbrista.
Algunos escritos de don José María Vergara habían sido recogidos en tomo: ]a Historia de la Literatura en el Nuevo Reino de Granada, de la cual se habían hecho dos ediciones (l); parte de sus artÍ-
(1) Historia de la Literatura en 'ueva Granada, por José María Ve~gdra y Vergara. Parte primera . Desde la Conquista hast J la J ndependencia. (1538 - 1820. Bogotá. Imprenta de Echeverría Hermanos. 1867.
Hi~toria de la Literatura en Nueva Granada. por José María Vergara y Vergara DeloCle la Conquista hasta la Independencia. (1538 1820) . Segunda edici6n con pr61ogo y anotacIones de Antonio G6mez Rt:strepo. Bogotá. Librería Americana. Calle 14. números 97 y 99. 1905.
La segunda parte de la Historia de la Literatura se perdi6 manuscrita entre los papeles de Vergara. Ha quedado, sin embargo, algry que bien pudiera conslderane como un derrotero o como un índice. Dice así.
HISTORIA DE LA LITERATURA 2.- PARTE
(1820 - 1860) Capítulo l . o
El plan de estudíos colombiano. El plan de 1843. La libertad de 1850
C apítulo 2.· La pnlitica: El periodismo político Peri6dicos cCllombianos
(1820 - 1830). Literatura colombiana ha~ra la disoluci6n de la gran Rt:¡:,ública Peri(lcj¡~rno (contipúa). Peri6dicos Granadinos de 1830 a 18-m. Revoluci6n de 1840. En qué influy6 en las
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CUADROS DE COSTUMBRES 25
culos literarios y cuadros de costumbres, de los cuales se publicaron un tomo en vida
letras. Periodismo de 1840 a 1850. -El Día • . -La Civilizaci6n> -El Neogranadino' Marcha de la imprenta desde 1820 hasta 1849. Regeneraci6n de la imprenta y decadencia de la guerra . 1850 a 1860 cEI Porvenir>. cEI Tiempo •. Ospina. Murillo. Caro. Ortiz.
Capítulo 3.° Periodi<mo literario: -La Estrella Nacional. <El Deber> <El
Museo>. <El Album'. <La Biblioteca de <eñoritas>. <El Mosaico'. Capítulo 4.0 Poetas líricos: Vargas Tejada Lleras. Los des Caros y los
dos Ortices. J. Caicedo R::>jas. Rafael Alvarez Lozano. Capítulo 5.° Las colecciones literarias' -El Parnaso>. -La Guirnalda > .• La
semana literaria de .EI Porvenir> .• Ln Lira. <Colecciones en prosa.. -Cuadros de costumbres. .EI Agumaldo •.
Capítulo 6.0 Poetas Tí ricos (continuaci6n): Pr6<pero Pereira Gamba. Gre
gorio Gutiérrez González. Lázaro M . Pérez. Manuel Pombo. José María Samper.
Capítulo 7. 0
Poetas líricos (continuaci6n): Las poetisas (Educaci6n de la mujer) . Ojeada sobre su pasado y su presente Las poetbas. M Josefa Acevedo Sus obras. Silveria Espinosa. Sus obras. Agripina Samper. Tres estrellas.
Capítulo 8 o Uramáticos: Madrid. Varga< Tejada. Caice':o Rojas. Pérez:.
L. M. Pérez Royo. Vargas Tejada . Madrid. L. "argas, etc. Capítulo 9 o
Historiadores: Acosta. Plaza. Groot. Memorias hist6ricas. Samper. Ortiz (V). Pérez (F). Posada.
capítulo 10. Viajes: Cordovez. Pr6spero Pereira. Ancízar. Tanco. Capítulo 11.
_ Obras religiosas: El Periodismo religioso. El Catolicismo. SeVor Mosquera. Sus obras. Ignacio G .. tiérrez V. Cuervo. R~trepo Venancio. Doctor Margallo. Sus escritos. El 2.° Catolicismo .
. Ortiz Groot. Su refutaci6n de Renán. CalJítulo 12. Escritores de costumbres: _El Duende' . Caicedo Rojas Groot.
'Los Cubiletes ' , -La Tiza • . Acosta . -El Alacrán' -El Mosaico • . Diaz. Guarín. Colecci6n de artículos de costumbres.
Capítulo 13 . Novelistas: Angel Gaitán, autor del .Doctor Temis> .• El
Mudo., por Eladlo Vergara. -Los pizarroso y demás novelas de Felipe Pérez. -Apuntes de Ranchería y Jilma., por José
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del autor y otro después de su muerte, aunque no con idéntico contenido (1); los ver-Caicedo Rojas. -Cuadros nacionales., por la señora Acevedo de G6mez. -Viene por mí y carga con usted., por R. Berna!. -La Manuela., por don E . Díaz.
Capítulo 14. Los Colegios: Santo Tomás. San Bartolomé. El Seminario
Los Jesuítas: su expulsi6n. Qué hicieron estos ilustres institutores. El Instituto de Cristo. Nuevos métodos. Instrucci6n primaria. Triana. El método Pestalozzi. Estado actual. Educaci6n de la mujer. La enseñanza. Colegio de la Merced. Colegios particulares.
Líricos: (continuaci6n) Posada . Piñeres. Los dos Pérez. R. Pombo. J. M. Marroquín R . Carrasquilla. J Joaquín Borda . Jorge lsaacs.
Cap. Fil610gos: N. González. S . Pérez. Marroquín. La ortografía.
Cap. Ge6grafos : Codazzi. General Mosquera . Cuervo. Los Mapas.
Cap. Prosadores: Ospina. Madrid. Cap. Epicos: Arboleda. El Gonzalo de Oy6n. Ortiz. Col6n
S. Pérez. Suárez Rond6n CaP. Estudios canónicos: Duque G6mez. E . Vergara. Cues-
tión Ortodoja sobre .............. El Arzobispo Mosquera. Cap. La Imprenta en Prov incias. Capítulo 15. Estudios Médicos: Vargas Reyes. Vargas Vega. PeTiodi~mo.
La Lanceta. La Gaceta Médica. Capítulo 16. Estudios morales: Los imputadores de Benthan. Don Joa
quín Mosquera. Caro . ValenzueJa. Los Utilitaristas. R Gómez. Capítulo 17. Cuerpos literarios: Proyecto de Academia 183 ... El Liceo .
El Mosaico. Capítulo 18. Escritores políticos. Memorias de Estado. El Mensajero . Capítulo 19. Biográficos: Pombo. Madrid, etc Cap. Ciencia3 físicas : Don Félix Restrepo. Cap. Coleccionadores' Pineda. Qu ij ano. Uricoechea. Cap RecapitulaCión histórica: Hi~toria y su desarrollo des
de 1820 hasta 1860.
(1) Biblioteca literaria de -Las 1 oticias>. Escritores colombianos. Colección escogida de artículo~ en prosa y versos de más de cien literatos Don Jo~é María Vergara y Vergara. Bogotá, 1884. Imprenta de Ignacio Borda.
Escritores colombIanos: Artículos litera nos de José Mana
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SOs (1); la pseudo novela costumbrista Olivos y aceitunos, todos son unos (2); Y algún estudio histórico que apareció en el Almanaque de Bogotá (3). El resto corría impreso, como ya se dijo, en un sinnúmero de revistas y periódicos de su tiempo.
La primera medida fue, pues, la de recoger todo. En seguida se procedió a estudiar el material reunido, aunque claro está que muy bien han podido omitir los recopiladores escritos que no cayeron bajo sus ojos por diversas razones, una de las cuales puede ser el lamentable estado en que se encuentran algunas colecciones de periódicos en la Biblioteca Nacional, colecciones que el editor no tenía en su biblioteca particular, fuente casi exclusiva de este trabajo. Una vez hecho esto, se determinó publicar cinco tomos, así:
Tomo l. Los cuadros de costumbres, que en la edición de Londres no están separados de los literarios.
Tomo 11. Los artículos literarios prcpiamente dichos.
Vergara y Vergara. Primera serie. Con un retrato del autor y pna noticia bibliográfica. por José Maria Samper. Londres.
ublicado por Juan M . Fonnegra . MDCCCLXXXV . ~l) Ver:.os en borrador. por José María Vergara y Vergara.
gotá. Imprenta de Gaitán. 1869. b (2) -Olivos y aceitunos, todos son unos- . Novela de costumFr~. por José María Vergara y Vergara BOIotá . Impreso por
ocl6n Mantilla 1868. (3) Almanaque de Bogotá y guía de (orEl3teros para 1867·
~~ J . M . Vergara y V. y J . B. C#a1t6n. Bogotá . Imprenta de vtüt6n. 1866.
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Tomo II 1. Las biografías de diversos personajes, algunos de ellos incoloros, pero que se consideraron importantes desde el punto de vista histórico, donde nunca sobra nada que pueda contribuír a fijar mejor los matices, por leves que sean, de una época.
Tomos IV y V. La Historia de la Literatura, obra la más importante del autor.
De los tomos ya publicados se dejan por fuera, pues, el de Versos en borrador, cuyo carácter es más bien familiar, y el de Olivos y aceitunos, todos son unos. que es, al decir de Gómez Restrepo, un cuadro de costumbres diluído y muy inferior, por lo tanto, a otros cuadros que sí van en el tomo respectivo de la presente edición.
Hubiera podido hacerse un sexto tomo con el nombre de Ensayos. incluyendo allí las cartas que Vergara denominó La cuestión española (1), sus reminiscencias de viaje de Santafé a París (2), y el estudio intitulado Los indios del Andaquí (3), obra del presbítero tv1anuel María Albis, ordenada y arreglada por el propio Vergara y por don Evaristo Delgado. Pero puesto que no se trataba de una producción original, pareció al editor que no era el caso de incluírla en las obras
(1) Cuestión Española Cartas dirigidas al doctor M. Mun-110, por J M v. y V. Bogotá. Imprenta de la 'ación . 1859.
(2) <La Caridad. (Véase más adelante la indicación ponnenonzada de los números en que fueron publicadas).
(3) La Naci6n de Bogotá. 1889.
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CUADROS DE COSTUMBRES 29
escogidas de Vergara; como no era tampoco el caso de reproducir la Cuestión española, que si en su día tuvo interés polémico, hoy no lo tiene. Y en cuanto a la relación de viaje mencionada, ella hubiera cabido en un tomo de viajes, pero no encuadraba a satisfacción en el tomo de artículos literarios o en el de Costumbres, porque para el uno le falta literatura y para el otro color.
Respecto de los demás artículos, se desecharon aquellos cuyo tema está mejor tratado en otra forma por el mismo autor o cuyo nivel literario resulta tan manifiestamente inferior al resto de su obra, que denota a las claras haber sido fruto de algún compromiso de aquellos de que ya hablé.
Mas en el deseo de prestar a los estudiosos una ayuda para el caso de que quieran ampliar sus conocimientos sobre el autor de Las tres tazas, así como para dar al público una mejor idea de la forma en que se hizo la selección que hoy sale a luz, se consignan en seguida los títulos de los artículos que no hallaron acomodo en estos cinco tomos, expresando el lugar en donde pueden consul tarse.
LISTA DE TITULOS
A Rebeca.-cEI Hogar:». Bogotá, tomo 1, número 36, año de 1868.
Anarquía Literaria.-cEl Hogar:». Bogotá, tomo 1, número 23, año de 1868.
Bibliografía .--(Comentando un estudio de Carlos
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30 JOSE MI\RII\ VERGI\P.I\ y VER.GAAA
Martínez Silva al «Cuadro cronológico de soberanos y magistrados de la Nueva Granada desde los zipas hasta nuestros días> . «La Caridad> . Bogotá. año III. número 40. año de 1867.
Bibliografía.-(Sobre la novela «Viene por mí y carga con usted> de Raimundo Bernal) . cEI Mosaico> . Bogotá. trimestre !l. número 18. afio de 1859.
Candidato.-cLa Matricaria>. Popayán, año l. número 6. año de 1855 .
Ca.Jamiento y Mortaja .-cEI Mosaico>. Bogotá. afio II . trimestre II I, número 31 , 1860.
Correspondencia de El Heraldo.-cEl Heraldo> (de Medellín) números 115. 122 Y 130. años de 1870 y 1871.
Cosa.! de esto'! poetas.-«E I Mosaico> . Bogotá. afio II , trimestre l Il número 31. lBóO.
Cuestión española .-(Folleto) Bogotá. imprenta de la nación. 1859.
CUe.!tiones ortográ.fica.s .-cLa Caridad> . Bogotá. 800 IV, número 42. 1869.
De Santafé a París.-cLa Caridad> . Tomo V. número 9, (1869). 47, (1870). tomo VI. número I y 2. 1870 .
De.!pedida.-cEI Hogar> . Bogotá. tomo II, número 76. 1869.
Dos Tumbas .-cEl Mosaico.> Bogotá. año IJ, trimestre 1 I. número 19. 1860.
El Almanaque de Bogotá.- (Cartas a don Carlos Holguín). (<<El Bien Público> , 1871) .
El Católico y el Filó.tofo.-cEl Hogar> . Bogotá. tomo JI . número 70. 1869.
El dominio temporal de lOl Papw.-«La Caridad:. . Bogotá. año 1 l . número 7, 1865.
El Mosaico .-cEl Mosaico" . Trimestre IIJ . número 35, 1859.
El Nazareno .-cLa Caridad> . Tomo 1, número 13. año l. 1864.
El Oa.!i.!-cEl Oasis>. Bogotá. lerie II. trimestre rII . número 32. 1869.
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El Sacerdote y el Médico.-Aguinaldo religioso de .,El Catolicismo), 1858 ,
El Sol y el Viento,-cEl Hogar:». Bogotá, tomo II, número 77, 1869,
El Sur.-cEI Sur:». Popayán, número l. trimestre 1, agosto 5 de 1854.
El Teatro.-cLa Matricaria). Popayán, año 1, número 5, 1855.
Elecci6n.-(Hoja suelta publicada en Popayán el l. o
de octubre de 1855.) ¿En qué con3iste? -cEI Hogap. Bogotá, tomo 1, nú
mero 3, 1868. Exámenes en el colegio de Pérez.-cEI Mosaico),
Bogotá, año 11, trimestre IV, número 46, 1860. Fueros Populares.-cPapel Periódico Ilustrado).
Año V, número 100, 1886 . . Fundación de Bogota -(Artículos escogidos y pu
blicados por José Joaquín Borda) . Humboldt en el Cauca,-cEI Mosaico». Bogotá,
trimestre lII, número 28, 1858. jesucristo.-Discurso leído en la sesión solemne ce
lebrada el día 2 de julio de 1865, en la capilla del
S~grario de Bogotá por la sociedad central de san VIcente de Paú!'
La Cuestión Romana,-c:La Caridad). Bogotá, año IV, número JO, 1870.
La Esquina de Aviso.f.-cEl ?\.1osaico". Bogetá, año IV, número II 1865.
La Fechería .'-»El Hogar:» . Bogotá, tomo JI, número 74, 1869.
La lectura de la Biblia .-cEl Catolicismo • . Bogotá, año V, número 305, 1858,
La lógica utilLtarista.-c:El Bien Público'" Año lI, trimestre I, número 106, 1871
,La Matricaria.-cLa Matricaria" . Popayán, año 1, numero 3, 1855 .
La Opera .-«EI Mosaico) . Bogotá, trimestre I, número 5, 1859.
La Semana Santa en Popayán.-Museo de cuadros.
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Costumbres. Biblioteca de <El Mosaico». Bogotá, 1866. La señora ¡.!abel Bunch de Cortés.-cEl Iris~. Bo
gotá, tomo IV, número 24, 1868. La Voluntaria.-cEI Mosaico~. Bogotá, trimestre
IlI, número 30, 1859. Lo.! indios del Andaquí.-cLa Nación». Año IV,
números 3,5 a 359, 1~89. Los jesuíta.! en Bogotá,-cEl Catolicismo». Bogotá,
semestre 11 l, número 306, 1858. MemoriaJ para la historia de la literatura de la
Nueva Granada.- cEl Cundinamarqués». Funza, número 3, 1861.
María .-(Se refiere a la virgen de Guadalupe: con este mismo título publicó otro artículo sobre la novela de Jorge lsaacs) . «El Irjs~. Bogotá, tomo IV, número 19, 1867.
Livo.! y Aceituno.! todo.! .!on unos.- ovela de costumbres por José María Vergara y Vergara. Bogotá. Imprenta de Gaitán, 1866.
Pensamientos sin Pies ni cabeza.-cEl Hogar~. Sogotá, tomo 1 r número 64, ] 869.
Protesta.-(Hoja suelta publicada en Bogotá el 2 de julio de 1861.
Recuerdo.-(Necrología de la señora Mati/de Urdaneta de Párraga). cEI Mosaico». Año IV, número 6, 1865.
Revista de América y Europa.-«La Ilustración». Bogotá, números 2. 4, 5, 9. 10, 12, 69. 70, 78. año de 1870.
Revista de Bototá.-(Prospecto de un periódico li-terario) . ~EIMosaico», 1871, trimestre n, número 22 .
Revista de Bogotá.-(Bases y prospecto). Revista de Bogotá -Introducción. Revista de la llustraci6n.- cLa Ilustraci6n». Bogo
tá, número 97, 1870. Revista de la Moda .-«La Caridad:t. Bogotá, año
1, número 48, 1865. Revista de la semana.-cEl 10saico:t . Bogotá. año
JI, trimestre JII, número 31, 1860.
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Sobre la existencia de Dio3.-cEI Catolicismo:>. Bogotá, año V, semestre 1 II, número 302, 1858.
Un bello ideal.-cEI Hogar:>. Bogotá, tomo I1, número 70, 1869.
Un bello ideal.-(Los gatos mecánicos. Fragmentos) "El Hogar:>. Bogotá, número 76. año de 1869.
Un buque de vapor.-Cuadros de costumbres y descripciones locales de Colombia. Artículos escogidos y publicados por José Joaquín Borda. Bogotá. 1878.
Un .!Oneto-(lntroducci6n al intitulado <Carmen:> de Juan Salvador de Narváez). <Revista de Bogotá •. tomo l. número 4, 1871.
Venturas. aventura.! y de.!venturw .-cEl Mosaico:>. Bogotá. año 1I. trimestre IJI. número 39. 1860.
La mayor parte del trabajo en la recopilación de los escritos de Vergara se debe a sus hijas doña Ana Vergara de Samper y doña Mercedes Vergara, a su nieta doña Saturia Samper de Esguerra y a la señorita Vicenta Samper Madrid. Otras muchas personas se aplicaron con cariño y entusiasmo a esta labor: a todas ellas doy gracias, y , muy en especial a los señores Antonio Gomez Restrepo, a quien debo acertadísimas consejos, a Gustavo Otero Muñoz, autor de una gran parte de las eruditas notas que enriquecen la tercera edición de la Historia de la Literatura en el Nuevo Reino de Granada y a Guillermo Hernández de Alba, que escribió las notas del tomo 111.
Queda, pues, explicado por parte del editor el plan a que hubo de ajustarse. Que
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la premura de tiempo con que fue preciso obrar y la buena voluntad que lo ha animado disculpen, siquiera en parte, las deficiencias de que adolece su trabajo; cuyo único mérito, por otro lado, estriba en que 10 inspiraron el amor a la literatura de su patria y la veneración que guarda por la memoria de don J osé María Vergara y Vergara.
DANIEL SAMPER ORTEGA
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JOSE MARIA VERGARA y VERGARA y SU EPOCA
pOR
DAN ¡EL SAMPER ORTEGA (1)
(1) Discurso leíoo en la Academia Colombiana de Historia en la sesión solel'TlrlC del 19 de marzo de 1931.
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Señoras y señores:
Próxima ya la noche del 20 de julio de 1810, dominando el alborozo de las campanas, el gárrulo fluír del río y las voces de la atufada muchedumbre que iba hacia la plaza mayor, varios personajes comentaban en casa de don Vicente ariño la disputa habida esa mañana entre don francisco Morales y su hijo y cierto mercader de ultramarinos.
Halláronse entre los confabulantes dos hijas · del contador real, apellidadas Dolores y Benita. Era madre la última de José María Ortega y Nariño, bisabuelo del que habla, y de doña Cruz Ortega. que casó después Con el coronel Pedro Carrasquilla para dar vida a don Ricardo. Doña Dolore-, a su turno, hubo de unir su suerte a la de don Bernardino Ricaurte, y nieto suyo nació José Manuel Marroquín. De modo que sangre de la que animara las venas de Carrasquilla y Marroquín anima asimismo las de quien, por otra parte, está vinculado a don José María Samper Agudelo; cuya estirpe enla:a con la de Vergara por matrimonio de un su homónimo y sobrino con una hija de éste, y se fun-
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de con el linaje del cantor de la luna en la generación que despunta. Ved cómo el acaso ha dispuesto que en la oscura personalidad del leyente se den la mano, al memorar a los Mosaicos, cinco de los principales entre ellos: Samper, CarrasquilIa, Marroquín, Vergara y Fallon.
Mas cuando no mediase tal descargo, otro habría para mi audacia: desde muy temprano esclareció mi entendimiento esa corno lumbre SU2ve que emana de las páginas escritas por José :t\:laría \ ergara: los cuatro tomos de El Mosaico y los Artículos literarios ocupan en mi modesta biblioteca sitio preferente en el orden cronológico y sentimental: sobre las llanuras que verdean en Los buitres y en los anchos zaguanes que resuenan en El lenguaje de las casas se detuvo mi alma de niño a llorar sus primeras lágrimas de piedad: porque aprendí a sentir a Vergara persiguiendo su recuerdo en las pupilas empañadas de un viejo que tenía blancos el cora::ón y el cabello y rugosas y encallecidas las fuertes manos de luchador; mas no tanto que no pudiesen impartir alivios al dolor aieno, derramar a manos llenas el fruto de su trabajo y desprender de su viejo piano de caoba las más suaves me!odías de Beethoven, las melancólicas notas en que F allon cifraba la pesadumbre de La saboyana en destirro, o aquellos aires ingenuos que arrullaron el amor de nuestras bisabuelas en las claras noches coloniales. Perdonadme que
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10 haya invitado a tomar parte en nuestra fiesta, que es tan suya, y que os lo haya presentado sin vuestra venia, siquiera sea en penumbra y como a la sordina. Esta noche, señores, nos acompañan invisibles muchas sombras queridas; nosotros vamos a viajar por breve tiempo hacia el ayer, y ellas han partido desde allá, rumbo al presente. Hélas aquí. Ahora mismo penetran al recinto: adelante, amigos, tomad asiento, que estamos de palique sobre vosotros: esta es una reunión más del Mosaico. Y en esta casa, que a uno de vosotros debe la vida, también hay Marroquines y Quijanos, y Oteros y Vergaras, y mucha gente de la vuéstra por la sangre y por el corazón. Adelante, señor don Manuel, regocijado don Ricardo, y vos, señor de Pombo, y vosotros, don Pepe Quijano y don Pepe Samper: hablábamos de vuestro tocayo el de Casablanca.
* * * Los primeros años de Vergara transcurrie
ron en Casa blanca, donde, como lo anota Martínez Silva, fácil sería adivinar cuál debió ser allí su género de vida, si no nos lo Contase él mismo en varias de sus composiciones en prosa y en verso~ (1).
Del risueño ma reo de la Sabana pasó Vergara a encuadrar su vida en la cIudad de
(1) Véase el estudio preliminar del tomo IV de la presente edición.
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que nos diera tan admirables descripciones, compuesta casi toda de casas de un solo piso que parecen aplastadas bajo el ponderoso tejado donde prospera el chupahuevo, y que tienen patios de arquería, en cuyas luces mueve el viento canastillas con parásitas, huerto, solar y ancho zaguán, solado con tabas y guijarros, y que se llena de mendigos los sábados.
El dueño de casa es bonachón y rezandero. Poco se curará de reponer las gacetas, pegadas con engrudo, que reemplazan los vidrios en las ventanas hacia la calle; poco le intriga lo que suceda más allá de su mundo: pero nada ni nadie tendrá fuerza bastante a impedirle que pasee de sobresiesta por el alto:ano, rece a las cinco en punto su rosario y merque por sí mismo la vitualla cuando ha de agasajar a un huésped, así le cumpla hacerlo por su cuenta o en el desempeño de su cargo oficial.
«Cuando Bolívar estaba en el sur de la república a la cabeza de la expedición enviada al Perú--cuenta un diplomático francés-llegó a Bogotá el general l1arrison, en calidad de enviado extraordinario de los Estados Unidos. Los ministros colombianos festejaron su llegada con una gran comida en el palacio presidenciaL Desde el principio noté la ausencia del ministro de hacienda, y supuse que alguna indisposición o un negr\cio urgente le habría impedido asistir al banquete; pero uno de mis vecinos me se-
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ñaló a la honorable excelencia que aparecía y desaparecía de tiempo en tiempo por una de las puertas del comedor; desde allí, como un mayordomo cualquiera, indicaba a los criados lo que debían hacer, cómo y cuándo renovaban los platos, cambio de cubiertos, etc. En el intervalo en que, siguiendo la costumbre del país, los convidados se fueron al salón para esperar la segunda entrega, me di el placer de verlo, no solamente dirigiendo las maniobras, sino ejecutando personalmente mucha parte de ellas . ... Dos o tres días antes. . . . lo vi haciendo sus compras por sí mismo en el mercado; y a fe que lo hacía como una ama entendida v diligente en eso de escoger 106 artículos y n!gatear el precio:. (1).
Francés también y contemporáneo del anterior fue otro viajero que vino a Bogotá cuando ésta medía <tres mil metros de extensión de norte a sur y mil setecientos metros de oriente a occidente; y se halla dividida en ciento noventa y cinco manzanas .... El lugar denominado palacio de diputados no es sino una casa grande de esquina, cuyos baj-:>s están ocupados por tiendas. Lo primero que llama la atención al subir la escalera son dos populares pinturas .
(1,) La • louvelle Grentlde. Santis"o de Cuba, La Jomaique et.l.l tme de Panomá; par le chavaller A. Le 11oyne. ancien ~~stre p)bipotentiaire. Traducido en par:e en el l~epenorio
mbiano, números J, del volumen XVIl[ y ) del volumen XIX.
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a cuyo calce se leen estas palabras: «No hay patria sin leyes .... ' El salón de sesiones es un cuarto largo y estrecho hacia cuyo centro hay una balaustrada de madera sobre la cual se apoyan los de la barra. pues no existen asientos sino para los representantes, económicamente instalados en sillas de madera pintada y tapizadas con atezados cueros. Ocho candelabros, vidrios en las ventanas y estera en el piso complementan el mobiliario del palacio de los representantes. . .. El teatro de Bogotá fue construído hace algunos años a expensas de un rico ciudadano apasionado por la comedia. La sala es regular pero un poco oscura porque no se emplean sino velas para alumbrarla. Hay diversas categorías de palcos encerrados por rejas de madera. El patio es grande y suficientemente inclinado para que los espectadores puedan ver, pero no hay dónde sentarse. . .. t'l/fuchas costumbres, totalmente diferentes de las de Europa, me han llamado la atención en el teatro de Bogotá. Por ejemplo: la buena sociedad asiste a los espectáculos gratis, porque el vicepresidente costea la función y la honra con su presencia. Las muestras de agrado del público se reducen a silbar a los actores; nuestra manera de aplaudir haría fracasar cualquier pie::a en Bogotá. Durante los entreactos, las señoras salen a los pasillos a fumar> ( 1 ) .
(1) l\1011ien-Voyage da,15 la répubtíque de Colombie en 1823.-Paris. impnmuie de Level, imprimeur du ROl.
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Réstame añadir a la descripción de los gabachos que las figuras murales de la cámara eran, como sabéis, la Justicia y la Paz, bien que el pintor equivocó los letreros que tal cosa explicaban. Y que en el teatro de que nos habla uno de ellos, teatro al cual, dicho sea entre paréntesis, consta que no fue nunca don José María Vergara hasta después de haber cumplido veinte años, hicieron furor por entonces la compañía lírica de Mirándola, Rossi y Guerra con La hija del regimiento y Romeo y Julieta y la dramática de Fournier, Belaval y González, cuyos comediantes fundaron la logia <Estrella del T equendama , primera establecida en Bogotá conforme al rito escocés (1). Muy en boga estuvo también la Sociedad Filarmónica, en cuyos conciertos, sobre todo el día de San Simón, tomaban parte principalísima don Nicolás Quevedo, su hija Julia, que tuvo una rica voz de soprano, y su hijo Nicolás, de todos vosotros conocido con el apodo de «Chapín Quevedo . Suspendíase el pasatiempo caso de lluvia por el peligro de aventurarse en tinieblas a atravesar los caños desbordados en mitad de las calles.
Pero algunas otras diversiones tuvieron nuestros mavores: darse cita en todo entierro: ir de b~ño, ya que no de tuna, al río del Ar:obispo, y ruar a las mozas jinetean-
. (1) Historia de un alma I mem')rias'íntimas I y de histo~18s ~Intemporánea I escritas por I José larí, Samper I 1834 8
1 Bogotá I Imprenta de Zalamea Hermanos I 1881.
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do, como lo narra con primor el propio Vergara en El último Albencerraje, no sin estirarse en veces hasta los aledaños de la ciudad, donde abundan los sauces y rosaledas, o bien. en diciembre, hasta la cercana aldea de Chapinero, lugar de veraneo de las familias distinguidas, y foco de bailes a escote o por alferazgo.
Ni menos entretenido era el mercado de la plaza dicha sucesivamente mayor, de la Constitución y de Bolívar: y el darse cita en la fonda de F ransois. despL:és-Rosa Blanca .. o en la taberna de «Belchite», a no haber tertulia en casa de alguna familia amiga, donde se bailasen contradanzas, torbellinos y cachuchas, cuando no el valse de reciente importación, un ondú, una polka, una mazurca (1).
También las fiestas religiosas brindaron esparcimiento a aquella buena gente que respetaba las palomas blancas por a'egoría del Espíritu Santo. usaba entre casa camisones de percal, pañolón y pañuelo de yerbas en
. (1) cL:>s caballeros consagran los días de fiesta ti hacer vi~ltas de ceremonia a las señ ras, a qUienes encuentran en SU~ easas con !lUS más ekgantes atavíos. 'o blcn llega el \"\sltante. cuando IIcga una ~ rviema que le trae s. bre un pl¡¡to Ul1.'l
taza de chocolate y c.~arros. con un braserillo para encenderlos. A'~u~s. vece la ~eñ 's de la casa obsequia al caballero que la "'31ta con CI 'arro que saca a u VI tol de entre el seno, en donde siempre rd 10 alg-.mo5 de re< rVd ..• Sorprendido me he quedgdo m Icha veces. viendo sacar a la<; dueñas de casa de e e m'smo lugar fruros perfumadas de capouli, manzanas. naranjaq con clavos de olor, e c. Tentado a creer he esta q\le Id cosas se multiplican allí b.ljo la mano de un prc:stidigitador>.-Le Moyne. lib. cit.
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la cabeza, y salía a la calle muy derecha para que no se le cayese lel tambaleante sombrero de fieltro negro de que nos ha deja
do memoria Torres Méndez. Privaba, desde luégo, la del Corpus, porque se ponía en la plaza grande un Paraíso de monte bajo, con letrillas depresivas para los bichos que ofrendaban los campesinos del contorno. Eran de verse entonces los cachacos de ceñido pan
talón y sombrero de copa; las doncellas de garbosa mantilla y las beatas, que no por
vestir hábito relegaron la crinolina. Por semana santa pueblo y autoridades,
de riguroso luto, repasaban las iglesias disciplinándose al compás del miserere, y aba
tiendo la bandera para que sobre ella pisa
se el arzobispo, en la procesión del jueves, en que condujera bajo palio a la Majestad; contritos y llorosos permanecían hasta el sá
?ado de gloria, cuando a las puertas de las
Iglesias y en una efigie de Judas rellena de pólvora, la multitud saciaba su cristiano furor ddndole fuego con algazara y música y cohetes.
La población del país, menor de tres millones. permitía al ministro de hacienda, al par que hacer el mercado para los banquetes en palacio, invertir un presupuesto tan Cuantioso como el censo. ntender al servicio de la deuda, y vedar al rédito que subiese de un seis por ciento di mes. La única fon
da de la ciudad costaba un peso diario; y
el que tuviese un capital de diez mil podía
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atender con holgura al sostenimiento de su familia, no obstante acostumbrarse un desayuno de carne y chocolate a las siete, almorzar a las diez, comer a las dos, merendar a las cinco, cenar a las diez y apuntalarse entre comida y comida con uno que otro tentempié (1).
Pero en este escenario tan sencillo, la vida de nuestros padres no pudo ser más azarosa. Así, el haber escrito dentro de la época en que le tocó vivir, una obra de tanto reposo como es la Historia de la literatura, es el mayor esfuerzo de serenidad que se hiciera en su tiempo. Durante dieciséis años -dice Vergara-he hecho de ésta (la idea de escribirla) una idea fija . la he seguido en medio de las guerras que con frecuencia nos saltean; no he perdido para mi pensa-
(l) -En todas las casas cierran el port6n con llave y lo trancan en la hora de la comida . En muchas partes la familia no se reune al rededor de la mesa, sino que cada uno come a horas distintas, poniendo el plato sobre las rodillas .... Cuando alguno de los altos funcionarios y de los ricos particulares da un banquete, hace esfuerzos tanto mayores cuanto más humilde y pobremente vive .. .. Pero lo más curioso es que la comida se divide en dos sesiones. como pieza de teatro con dos actos. Despub del primer servicio. que se compone de platos fuertes. como carnes, legumbres. tortas y pastas, los convidados se levantan y van a una sala a entregarse a los encantos de la palabra, rruentras que en la mesa se cambia todo, todo hasta el más mínimo detalle. Apenas el criado anuncia que está listo el 5egundo servicio. los convidados vuelven a ocupar us puestos r pectivos El segundo servicio son los postres. pero con una variedad extraordmaria de confituras y r rutas .... en cuanto a dulce~, los conventos de monjas proveen largamente a los que les demandan us pro· dueto,: y en puridad de verdad. trabajan el azúcar bast nte bien>.-Le Moyne. lib . cit.
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miento ni días de prisión ni días de campaña. A veces he recogido noticias interesantes que pasaban acto continuo a mi cartera en medio de las angustias de un si tio o de la agitación de un campamento'.
y es verdad: Vergara fue ciudadano de Colombia. de la N'jeva Granada, de la Confederación Granadina y de los Estados Unidos de la f\"ueva Granada. Miró sucederse en el gobierno de su patria, desde el general Rafael lirdaneta, treinta y cuatro gobernantes, que no es poco para cuarenta y un años de existencia (1). Esto sólo da la norma de la agitación de su época. Nace a raíz de la sangrienta batalla del Santuario, cuando la república, ya desmembrada, gime por la muerte de Bolívar y tiembla de horror todavía por los asesinatos de Córdoba y de Sucre; y la guerra es el espectáculo permanente y el tema de todas las conversaciones: ya es la insurrección de Obando y López que organizan en el Cauca el Ejército de la libertad; va la revolución del año 39, encendida sob;e un decreto del congreso que su-
.(1) El g neral Rafael Urdaneta : dos veces el general Domingo Caicedo; tres el doctor JO!é Ignacio de Márquez; cuag~ Mosqunra, d S Oband:); Y Santander, Herrán, Juan de
,lOS Aranzazu , Rutino Cuervo, Jo é Hilano L6pcz, JO!é Mana . • telo, Tomás Herrera, José de O lld'u, Manuel Marra Ma-11 rIno. lv1armno Ospina, el doctor Bartolomé Calvo, un go:em? plural de cinco ministros nombrado por la Convenci6n ~ Rlone ro, Juan Agustín Uriehoechea, :Vllmuel Munl!o To
ro, José M Irí..! Rojas Garrido, Joaqu'n Ria<cos. Santo' Acosta Santos Gutiérrez, Salvador Cllm ello Roldán, Santiago Pérez, EUstorgio Salgar y Julián TruJlllo.
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prime en Pasto cuatro conventos desiertos; ora la nueva rebelión de aquella ciudad en 1851; ora el golpe de cuartel de Mela en el 54 o la guerra del 60, por haber exc1uído don Mariano Ospina de su gabinete al elemento liberal, o las luchas con el Ecuador en los años de 32 v 63. Y al lado de estas riñas fratricidas corren parejas una epidemia de cólera asiático y dos de viruelas, de las cuales la segunda se llevó no menos de una duodécima parte de la población. Niño Vergara, tiene lugar el fusilamiento de los diecisiete con~piradores del año 33 , Y ya hombre, el del doctor Aguilar y los señores Morales y Hernánde:: en el 61 : sucede en sus días la deposIción del presidente Mosquera; en torno a su ciudad se libran las batallas de la Culebrera, en 1840; Zipaquirá, Tíquisa y Puente de Basa en 1854; Subachoque en 1861 y en el mismo año las tres refriegas de Usaquén; y finalmente, en Bogotá, le toca presenciar el encuentro que se desarrolla en las calles en 1864 contra Mela, contra la guerrilla de Guasca en febrero del 61, y en el mismo mes y año el histórico sitio del general Leonardo Canal a los cuarteles y convento de San Agustín. Y él ve temblar a los diputados el 7 de mar:0 del 49 ante el puñal de las sociedades democráticas, y acarrear pertrechos a las damas bogotanas en 1840 bajo el amparo del Jesús Na:areno de San Agustín. vestido de generalísimo. Hállase a la llegada de los j e-
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suítas en 1844, a su expulsión en 1850, sin embargo de haber su madre misma implorado, a nombre de doscientas señoras. misericordia al presidente; al regreso de Jos reverendos padres en 1858 y a la disolución de la Compañía y de todos los conventos y monasterios en el 61.
Diversas constituciones que nacen, puede decirse, con las actas revolucionarias de 1810, y cuya gestación y decadencia se acompañó siempre de una extraordinaria exaltación de Jos ánimos, cuando no con las detonaciones del combate, rigen y pasan en los días de Vergara; tócale ver trocar el imperio de la del 5 de mayo de 1830 por la ley fundamental de la Nueva Granada del año 31, Y ésta por las constituciones del 31, del 20 de abril de 1843, de 1853, por las treinta que se dieron las provincias a consecuencia de la anterior, la de 1858, el pacto de unión del 61, y la del 63. vigente cuando él expiró, bien que de nuevo los estados se dieron tal cúmulo de estatutos por su parte, que no resulta exagerado el comentario con que el escritor subraya estas mudanzas en su novela de Costumbres Olivos y aceitunos. todos son Unos : «En América, dice el pueblo, como W áshington 'hoyes mi día', el día en que tumba una constitución y el día en que hace otra . No hay dulzura igual a la de jurar obediencia a una constitución o a la de no obedecerla :. .
Estas escenas a que tan regocij adamente
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alude Vergara, mantenían, sin embargo, encandecidos los ánimos de los actores que en ellas tomaban parte. Sin telégrafo, sin prensa organizada, sin caminos, nuestros abuelos se enteraban muy a medias de los acontecimientos y no siempre por conductos veraces. La política los envolvió en su torbellino desde la infancia: a los doce años de edad, don J osé María Samper hubo de ocuparse en ayudar a los redactores de El Latigazo, mientras ellos permanecieron escondidos en una casa de la calle de los Carneros. A don José María Vergara le tocó escuchar, desde que daba los primeros pasos, el relato de la caída del presidente Mosquera, que en la noche del 27 de agosto de 1830, refugiado en casa de don Cristóbal de Vergara, exclamaba presa de la más negra decepción: «:Se necesitan fuerzas para no aborrecer a los hombres:.. El antedicho Samper, alumno interno del colegio de don Mariano Francisco Becerra, fue retirado de allí junto con dos de sus hermanos, para llevarlos a la cárcel por causa de las opiniones políticas de los tres niños, ninguno de los cuales había cumplido aún los quince años. La juventud que pululaba en los claustros a ral: de la muerte de Santander fue, por tanto, impetuosa y fanática: de allí salió el tipo del cachaco literato desde la adolescencia, partidario cerrado de Bentham y de Tracy o de Balmes; católico de todo a todo o libre pensador, a la manera de J osé María Vergara de un la-
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do, y de T eodoro Valenzuela del otro. El plan de estudios de don Mariano Ospina apasionaba a aquellos formidables lectores de Víctor Hugo, de Alejandro Dumas, de Espronceda y de Zorrilla, de Lamartine, Chateubriand y Bernardino de Saint Pierre, o de Eugenio Sué, cuyo Judío errante estaba al orden del día al par con la Historia de los girondinos.
Los gobernantes fraternizaban con ellos para ganar adeptos, como lo atestigua el refresco que hizo servir en la plaza de la Constituci6n el general Mosquera en 1845. Y al abandonar las aulas, ebrios de romanticismo y fuertemente teñidos en política, iban a engrosar las huestes de las sociedades democráticas o de la Filotémica' y a entregarse unos y otros a excesos de toda suerte para patentizar sus convicciones. Nada mejor que las cartas íntimas de entonces puede dar idea de la efervescencia religiosa en que vivieron :
<Los j6venes se están portando-escribe don Ignacio de Vergara a don José María;el domingo próximo hay una gran reunión de conservadores en la Peña. En la noche buena se supo que querían asesinar al arzobispo, de resultas de lo que había ofrecido el Pacho Morales de la Democrática de ser s~ verdugo, a vista, ciencia y paciencia del CIudadano presidente, que no hizo ninguna demostración satisfactoria de improbaci6n. Con este motivo toda la gente se alarm6 y
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después de las nueve de la noche estaba desde la puerta de la casa arzobispal hasta la catedral la gente, hombres y mujeres, en tal número, que al arzobispo le costó trabajo pasar; todos estaban resueltos a defender al prelado y hasta las mujeres iban armadas y llevaban en las faldriqueras cal y ajh (1).
La otra noche-cuenta ahora doña Ignacía-hubo música por las calles y los demócratas le pasaron el corazón al retrato del Papa con un puñal; luégo lo bajaron, y cada uno lo injuriaba, y por fin lo tiraron al caño y lo arrastraron por traidor. Los rojos se han vuelto locos, porque las cosas que hacen no se pueden sufrir entre cristianos:..
y con fecha distinta: «Al otro día de comenzar el octavario, dicen que pasó Obaldía, nombre que me horroriza, y vio aquel Jesús grandísimo de piedra en la portería de San Bartolomé, y dijo que ¿cómo sufrían los jóvenes ese oprobio?, Y lo tiraron al suelo, lo metieron adentro, arrastrándolo con un rejo y voladores, música y una gritería espantosa. Lo arrastraron por los claustros, llenándolo de injurias, y luego lo patearon, cada colegial a su tumo, menos Vásquez, que les hizo ver lo malo y escandaloso del hecho; y luégo lo llevaron con pregón hasta el cuarto de San Alejo, que a veces sir-
(1) Esta y algunas otras transcripciones que encontrarA el lector adelante han sido tomadas de cartas, casi todas sin (echa, que de sus pasados poseen [as hIjas de Vergara.
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ve de letrina, pusieron un cepo, y con las formalidades de un preso, lo metieron allí. Yo lo supe el domingo, y desde ese día estoy haciendo diligencias para sacarlo .... no omití diligencia, ayudada de la buena y religiosa educación de V ásquez, y !Jo tengo en el oratorio, no como preso, sino como dueño de la casa y familia. j Lo que hacen los rojos ya no hay cómo contarlo! De lo que han hecho con los padres no te digo, porque no alcanzaría a escribir».
Hé aquí un curioso relato femenino sobre el nacimiento de la constitución del '53: «Hace cuatro días que pasó el proyecto de la emancipación religiosa y dar libre la entrada del comercio; y los artesanos se pusieron furiosos: se amotinó el pueblo : era un aguacero de piedras, sacaron puñales, los representantes con pistolas, otros con estoques; Y mataron un albañil y un herrero. Fueron a sacar a Obando en auxilio, y no quería salir; por fin salió, cuando ya se acababa el b?chinche, y le temblaban las piernas. A Mateus lo hirieron junto a la nariz. Y el runc~o Neira quiere bajar a Obando; todos estan contra él, ya no tiene partido. Don Fer~ando está que se muere: ya pide rey espanoI. Lombana está disgustado con Obando; son tres partidos : cachacos, gólgotas y guaches. Ya no se sabe esto cómo es. Eladio se metió en medio del alboroto a defender a los Lombanas, que tienen muchos enemigos. Las Lombanas tuvieron que llorar todo
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el día, como llorámos el día de la expulsión». ¡Pobre doña Ignacia! La buena señora es
taba colocada, como suele decirse, entre la espada y la pared: «Ladislao hace doce días que se fue al Noviciado y no ha venido; está encantado con Filomena Castro y conservador como nada; y Eladio encantado con Dolores y rojo como el diantre, y así, estoy entre dos extremos».
Ese era uno de los lados de la medalla: veamos ahora cómo se expresaban los jóvenes del partido opuesto respecto de los católicos. De una carta de Francisco Eustaquio Alvarez, transcribo: <Agentes de Roma, clero ultramontano de sotana y sin ella, que cantando victoria se levantan sobre el pedestal de todas las infamias.... impostores sagrados> que explotan <un sistema especulativo de creencia que carece de realidad en el mundo; ese sistema que, dándosele por esencia la doctrina de Jesucristo, se la ha acomodado en una forma sensible que remeda al viejo imperio romano, forma con la cual se hace conocer y se gobierna en el mundo... El catolicismo es el despotismo del Papa sobre las conciencias para explotar la humanidad. El Papa es a la doctrina de J esucristo lo que el general Mosquera a la convención de Rionegro. " o necesito decirte más para explicarte todo mi pensamiento».
Agregad a la sItuación política y religiosa la inseguridad social en que se vivía a causa del sedimento de guerrilleros que cada re-
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VUelta dejaba en los bajos fondos sociales de la ciudad; las fechorías de la banda de Russi, que ora asaltaba un convento, ora una casa, como aquella de doña María Josefa Fuenmayor, persona de quien dice doña Ignacia de Vergara, contando el suceso a su hijo, que por entonces comerciaba en Buga: <Anoche le robaron a doña María Fuenmayor diez mil pesos; mejor hubiera sido que los hubiera repartido a los pobres vergonzantes: que allá se las averigüe:.; agregad, digo, el miedo constante a las hazañas de los facinerosos, y tendréis formado el marco dentro del cual se agita nuestro escritor.
El mayor de los méritos de Vergara es haber sido un hombre sin rencores, que sirvió con sus compañeros del Masa ico, de <puente sobre el abismo:. de odios y de luchas, abierto entre las juventudes de uno y otro partido. Bien recordáis cómo nació cEl Mosaico:.. El mismo Vergara lo ha narrado en su necrología sobre don Eugenio Díaz, transcrita ya por J osé Manuel Marroquín (hijo), (1) y por Roberto Liévano (2). No me detendré, pues, a rememorar en detalle las famosas tertulias, de mano maestra tratadas por los dos escritores citados, por el
~l) Jo.sé Manuel Marroquín, presbítero D :m José Manuel rroquín íntimo. MCMXXV. Arboleda & Valencia. Bogotá.
(2) yéase tomo 111, página 115 de esta colecci6n. La conferenCIa de Roberto L iévano sobre los mosaicos se denomina 2enulias literarias en Samafé y en Bogotá. y está publica
en Cullurá, números 27 y 28, año de 1918.
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propio don José Manuel Marroquín (padre), uno de los principales actores de ellas, y por nuestros colegas José Joaquín Casas, Arturo Quijano y Antonio Gómez Restrepo, este último la mayor autoridad entre los vivos, en letras colombianas, y a quien Dios prospere muchos años e inspire el buen deseo de acometer una h~storia de ellas, para complementar la de Vergara. Apenas me habréis de permitir que tercie modestamente en la evocación de los principales contertulios.
Forman el núcleo principal de «El Mosaico:., Vergara, Pepe Samper, Marroquín, Carrasquilla, Quijano Otero y Manuel Pombo, según ellos mismos lo afirman en cartas que poseo; pero allí se dieron ci ta una o muchas veces Miguel Samper y Salvador Camacho Roldán, Rafael Eliseo Santander y Ricardo Silva, Fallon e Isaacs, Guarín, y tantos más que figuran o no en los índices del periódico. Acontece con la peña de «El Mosaico:. lo que después con «La Gruta Simbólica:. o con la falange de Cultura:.: aquéllas y ésta sirvieron de centros de atracción a todos los intelectuales de su época, y nadie puede decir que no les deba algún estímulo, entusiasmo o enseñanza.
Samper y F allon lucraban cuartillos en Honda ayudando a pasar ganado en el río de la Magdalena, como que eran formidables nadadores; el primero había nacido en la villa consagrada a San Bartolomé el 1. o
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de abril de 1828; Y el segundo, en el caserío de Santa Ana, ellO de marzo de 1834. Cuando don Tomás Fallon, padre de don Diego y director de las minas de plata de Mariquita, iba a Honda, se hospedaba siempre en casa de don José 1\/1arÍa Samper y Blanco, a quien debió la vida el mosaico del mismo nombre. Este último estuvo de joven pensionado en casa del doctor Salvador Camacho, y allí hizo amistad con Salvador Camacho Roldán; y los dos y Manuel Pombo, habían fundado en 1845 un periódico, El Albor Literario, que sólo vivió ocho meses; todos tres fueron condiscípulos de Gregorio Gutiérrez González y de Nicolás Pereira Gamba. . Del otro lado, Vergara, Carrasquilla y QuiJano Otero hallan diversas ocasiones de tratarse, y la más propicia de todas, la que les brinda el hogar de don Máximo Vergara, cuya esposa emparentaba con las de Quijan? y Carrasquilla . Vergara y Fallon conviVleron en el Colegio de San Bartolomé. Carrasquilla y iv1arroquín, primos segundos, habían sido escolares de un mismo seminario! aunque por breve tiempo, pues CarrasquIlla abandonó las aulas al cerrarse los colegios de Bogotá durante la llamada «Gran Semana>, en el año de 1840.
El relato de la forma en que trabaron COnocimiento don Pepe Samper y don tvfanuel Marroquín se lee en las «Memorias de Un alma:t , del primero. Pero aquel inciden-
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te es el eslabón originario de la serie de circunstancias que dieron lugar al Mosaico, porque vino a poner en contacto a los dos grupos a que me he referido atrás. En aquellos aciagos días, un matrimonio entre jóvenes de antagónicas ideas era más difícil que hoy entre personas de distinta creencia; y a tal punto dividió a nuestros abuelos la política, que al recibir una carta nada más, podía saberse si el que la firmaba era conservador o liberal (léase gólgota o draconiano, y romanista, rabilargo o godo), según que en el sobrescrito se emplease o no la palabra «don» o «doña».
Por esta razón, y por tratarse de una curiosa página del autor de la La Perrilla, os pido vuestra venia para leerla:
«DE CÓMO TRABÉ AMISTAD CON PEPE SAMPER>
«El día 4 de febrero de 1845, que era el último de los del carnaval de aquel año, hormigueaba el gentío en la plazoleta de La Peña, y en el camino que desde Bogotá conduce a la ermita. Centenares de maleantes y traviesos colegiales que formaban parte de la concurrencia habían concebido el designio de formar una especie de cordón sanitario a fin de impedir la salida de todos los que dentro del recinto se hallaban.
Un italiano, cocinero del internuncio apost6lico, era uno de los concurrentes. Monta-
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ba un hermoso rucio rodado y estaba a la sazón requiriendo de amores a una dama. Mas como aquel deleitable entretenimiento le hubiera cansado, volvió las riendas para encaminarse a una de las salidas, y no tardó en descubrir que se intentaba cerrarle el paso. Ayudado entonces de su animoso corazón, puso espuelas al caballo y en agresivo ademán se arrojó sobre uno de los grupos que custodiaban la salida y que se componía de tres estudiantes. Era el uno un mocetón fornido, de ensortijada y rubia melena y de turbulenta condición; el segundo era de estatura meno'5 que mediana, un si es no es cargadillo de espaldas y sobre toda ponderación narigudo; el tercero era un humilde cachifo que pretendía pasar plaza de díscolo asociándose a los otros dos, que mostraban en su porte ser infinitamente más belicosos y emprendedores.
Resueltos y determinados todos tres a resistir el choque con el descendiente de los conquistadores del mundo, le aguardan a pie firme y. en el momento decisivo, el mocetón de la ensortijada cabelllera ase las riendas y consigue que el caballo se encabrite y se detenga; su narigudo compañero levanta en actitud amenazadora un bastón, al que servía de puño un turco de porcelana no menos narigudo que su dueño; mas al tercero de los atacados ipésia su mala est~el1a!, no le toca otro papel que el de testigo del suceso. Hubo un momento de in-
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descriptible confusión en que, sin saberse cómo, la punzante nariz del turco topó con la del romano y de esta última empezó a manar un hilo de sangre.
Gran ruido hizo entre la estudiantina aquel acontecimiento, y no poco hinchado y vanaglorioso quedó nuestro aspirante a la tunantería viendo que se le contaba entre los héroes de la jornada.
Antes que hubiesen transcurrido veinticuatro horas, la nunciatura había requerido a la secretaría de relaciones exteriores y ésta al juez letrado de hacienda, a fin de que se hiciese caer todo el rigor de las leyes sobre los violadores de la inmunidad diplomáticoculinaria.
Instruyóse el sumario, y de los primeros procedimientos resultó que el humilde cachifo fue citado como testigo.
Notificósele esto en la malhadada tarde del día 7; y ¿quién podría pintar lo riguroso de la batalla que se dio en su interior, entre su conciencia y su amor propio? Horrorizábale el perjurio; pero la idea de mostrarse corno delator de sus compañeros hacía titubear sus sentimientos religiosos, le humillaba y le llenaba de vergüenza.
Preciso es hacer notar que entre los cachifos de aquel tiempo tratar con familiaridad al turbulento mocetón que figuraba en primer término en este cuadro y que era el más bullicioso entre los juristas, había venido a ser objeto de una ardiente ambición.
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Ahora bien: para el cachifo de esta historia, declarar la verdad era ahogar en su cuna la naciente y apetecida amistad.
Llega por fin el crítico momento yel acuitado testigo se presenta en el juzgado, trémulo, conturbado, y sin haber deliberado todavía sobre la conducta que debía observar. Pronuncia con desmayada voz el terrible juramento, entreoyendo la cruel rechifla que entre sus colegas ha de levantarse si delata a los dos camaradas.
Expone su edad, vecindad y generales. En seguida se le pregunta si en el lance de La Peña vio cómo el señor Santiago Izquierdo tomó las riendas del caballo del señor Dominico.
<-Que no es cierto el contenido de la pregunta!!!:., exclama el declarante en el colmo de la alegría.
Santiago Izquierdo era el de la nariz y el del bastón, y nada había tenido que ver con riendas algunas.
Sigue el interrogatorio: <Diga usted cómo es cierto que el señor ) osé María Samper hirió con un bastón al señor .... ".
-<Que el contenido de la pregunta no es clerto!~, se apresuró a interrumpir en un éxtasis de júbilo.
J osé María Samper era el de la blonda melena y nada había tenido que ver con bastón alguno.
,Los frenos se habían trocado; ya no podla caer sobre el ambicioso cachifo la nota
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de perjuro ni la de desleal; estaba salvado, y la corona que ceñía como uno de los héroes del 4 de febrero no cay6 de sus sienes.
Terminada la diligencia judicial se orden6 al declarante que la firmase, y él lo hizo escribiendo al pie: José Manuel Marroquín>.
«Los Mosaicos> solían efectuarse alrededor de una mesa bien provista de chocolate con arandelas, por un grupo de escritores que frisaban en los treinta años y que a escote habían publicado las poesías de Jorge lsaacs y editaron un peri6dico donde no tuvo cabida la política, en la imprenta de don José Antonio Cualla, situada en el «Herraje garantizado>, edificio (o sitio más bien que edificio) que se hallaba abajo de San Francisco, hacia el paraje en que más tarde se abri6 la nueva calle de Florián. El «Herraje garantizado» era un solar encima de cuya puerta se veía pintado en una tabla el nombre del principal de los dos establecimientos contenidos en aquel recinto. En una de las malas piezas levantadas desde tiempos remotísimos. en el costado sur del solar, tenía su fragua un herrero, que era el del herraje; en otras piezas tenía su imprenta el benemérito don José Antonio Cualla, y en ella se imprimía El Mosaico. Lo redactábamos Vergara, Carrasquilla. Borda, GuarÍn y yO), cuenta el autor de La Perrilla (1).
(1) J~ Manuel Marroquín, hijo, libro citado.
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La primera reunión de chocolate tuvo lugar en casa de Rafael Eliseo Santander. Sucediéronse muchas otras. gran parte de ellas donde Pepe Samper, quien nos ha dejado un relato, aun inédito, que si como pieza literaria tiene los defectos de haber sido escrita a vuelapluma, con repeticiones de palabras, pobreza de rima y demás características atañederas a todo lo que de esta guisa se bosqueja , como documento histórico, fidelidad en la observación de los caracteres y cuadro de costumbres, es del mayor interés para quienes lo tenemos en estudiar las intimidades de la vida literaria de nuestros abuelos.
Pero. . .. puesto que tenemos invitados venidos del ayer para asistir al Mosaico de esta noche en honor de Vergara, que nos hable don Pepe Samper:
HISTORIA VERIOICA DBL PRIMER 'MOSAICO' DE LA CALLE DEL cCQUSEQ> (ALIAS
cBOLlV!A') , NUMERO 18 (1 ) .
Era una noche de perros ... . (aunque del emes de María~ ) pues era de zapatones y paraguas y esclavinas ; de aquelIas en que, al romperse groseramente la crisma Contra un farol apagado
(2) Aun .cuando en la Academia no se ley6 completa la pre~':te relacl6n, por tratar e de un documento in&lito, que po
na Uegar a ext raviarse, parece conveniente reproducirlo en su totalidad .
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o algún montón de rüinas, dejado para constancia de que algo se reedifica, estruja uno la bufanda para bufar más aprisa, renegando. . .. aunque la iglesia justamente lo prohiba : noche que un sobrio Hamara más turbia que una perica; como tertulia de feas , o entierro de pobre, fría : noche en que cada 3ereno tiritaba en cada esquina, aunque su facción le diera serenidad fementida, pues no hay serena apostura cuando tiemblan las costillas ; en que estaba .... como siempre, de huelga la policía y no menudeaban yeso por bismuto, las boticas (que, felizmente cerradas, con sus químicos dormían) ; noche en que, bajo el amparo de la estatua de Bolívar, ningún borrico entonaba su música peregrina, ni ladraba perro alguno en busca de longanizas, ni una mísera bandola inspirada por la chicha daba sus notas al viento ; ni gato alguno, la pista por techos y caballetes a las gatitas seguía : noche en que no pelechaban fondas ni botellerías, y rabiaban los cachacos, y echaban pestes las niñas
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al aguarse las tertulias de redovas y polkitas; y los mendigos, a falta de alares secos, gemían; y los raros reverberos de Bogotá, daban grima, y los tejados y caños un ruido del diablo hacían, cual si de Egipto y la Peña las afamadas capillas, rodando en ondas de lodo por la calle de «Bolivia", quisieran de la Estanzueia hacerse al punto vecinas. Era una noche endiablada, tan oscura y tan indina que ni el capitán Herrera (que de arrojado se pica y es en todo veterano) tuviera la audacia eximia de salir a echar su ronda calle abajo y calle arriba .. . . y todo. .. ,por qué motivo: la razón es muy sencilla : porque el viejo Monurrate y su pícara vecina Guadalupe, ~e ajustaron la momera y la mantilla; y vomitando torrentes sobre la sabana chibcha, y montones de granizo en provecho de 'arcisa . . .. Mas, para na distraerme con digresiones mezquinas, diré que a palos y a chuzos aquella noche llovía .
y es el caso que 8 las ocho de la noche consabida,
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lluvia y caños desafiando con heroica gallardía, bajo un gabinete verde de la calle de cBolivia~ (que los bárbaros de antaño del «Coliseo» apellidan), diez y nueve caballeros de procedencia genuina, de uno en uno golpeando a la puerta, con medida, van entrando al escritorio de la persona infrascrita que, a cuenta de mequetrefe, apalabrada tenía una edición de «Mosaico» aumentada y corregida. Abre la marcha, garboso, Vergara el coleccionista, o, en términos más patentes, Vergara José María, quien, en prueba de cariño, entrambos ojos me guiña : santafereño hasta el hueso, pero de ley superfina ; como un barbero, ladino ; confiado como una niña ; creyente como una monja, manirroto como Ancízar, y más lleno de cachitos que de polvo y de polilla los archivos donde mete las narices noche y día. Tras de Vergara se cuelan, como dos almas benditas Marroquín el pipiciego y Ricardo Carrasqullla : el uno, haciendo una cara de interrogante o de vírgula que tiene el aire de extracto
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de su propia cOrtografía»; el otro, con una estampa como de pascua florida, tan rimada y tan correcta, que parece una quintilla de las que el místico bardo divinamente fabrica .
Por bien sabido se calIa que, al juntarse Vergarita (el de la «agencia de charla»), Marroquín y Carrasquilla (que la lengua no se muerden). y el otro José María (que, según las malas lenguas. peroró desde la pila disputando con el cura cuando le puso la crisma). se trabó inmediatamente de vocablos tal gavilla, que si Nicolás Pereira, (hoy premiado en la milicia) no hubiera llegado a punto sacudiendo la esclavina, con Hermógenes Saravia, que de cerca le seguía entre cuitado y risueño según su vieja rutina, mal hubiéramos notado, cual sombra de la otra vida, la figura de problema que Emiro Kastos tenía al penetrar al recinto de nuestra junta conspicua . • Qué cara tan mitológica qué extraña fisonomía de artículo de costumbres, o de novela terrÍfica, en que cada arruga o pelo
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parece una pluma, lista a lanzar a su capricho ya una imagen atrevida, ya un relámpago de amores, una queja o elegía, o un sarcasmo furibundo, o una burlona sonrisa. o el reflejo melancólico de una esperanza perdida!
Mas .... ¡silencio, caballeros! ¿ Qué singular armonía es aquella , que de un toche el sabroso silbo imita? Que no es toche. es evidente, (de auténtica ortografía) pues ni toches hay nocturnos ni está la noche , tochística". i Claro es que llega Camacho silbando una tonadilla! sin perjuicio de un enjambre de cálculos y de cifras. que bajo su noble calva bullen como mil hormigas, Pero . . .. ¿ qué rumor es ese como un diálogo de citas. en que el nombre de febrero (mes de gato3, a fe mía!) con el de Sala y Escriche hace juego y causa grima' ¿ Quién nos trae ese perfume de Pandecla3 y Parlida3 que difunde en todo el cuarto un olor de escribanía? Quién ha de ser ¡vive el cielo' Francisco Eustaquio el escriba, de la noble tierra oriundo do el neivano fructifica , y T eadoro. el J ustiniano
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de nuestro Forum del día, terror de los tinterillos y veterano en la crítica!
T cean después a la puerta y entran como de familia Guillermo Uribe el amable y Samper' Compañia; (1) y aquí la modestia exige que la descripción omita, por ser de la parentela los cuatro que entran en lista; mas fuera el silencio un crimen de imperdonable injusticia, si de Ricardo Becerra de faz de alemán conspicua mención especial no hiciese muy cariñosa y muy digna, por sus nobles espejuelos que reflejan su alma limpia, y sus brillantes hipérboles y su estrepitosa risa; y del catire Galindo, versado en econoIlÚa y otros poéticos ramos Como aduanas y salinas, que suele ser candeloso y bravo como una avispa, y mata con la pistola como quien confites tira; y del fino y circunspecto Borda UoaquÍn) que, con rimas del más delicado gusto sabe bordar trovas lindas, de su musa en el regazo, que cual bella f1?res brillan. Apenas toman aSiento aquellos tres mosaÍstas, el bibliófilo Quijano,
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d (J) Se refiere 8 su hermano, do n üguel Samper. ~o fun
ador y principal de la casa de Samper y Compañía.
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con su perpetua sonrisa, entra, saluda y derecho se embute en la librería; silencioso como un tomo de los que mira y remira . Afable, modesto, humilde, con una cara de enigma en que el ojo más perspicuo difícilmente adivina si la imagen adorada que en el cacumen anida, es la imagen de Mercedes, la de Alberto o de Virginia, o la del mayor y el diario que en su almacén lo atosigan, o de un viejo manuscrito del tiempo de la conquista que logró sacar del polvo, pagando a real la libra. Mas ¿dónde está Manuel Pombo? su tardanza no se explica! c¡Eccolo qua!" nos responde al entrar, y todos brincan de gozo, y le forman corro para que suelte la chispa dando cuerda a la sin-hueso, que dice mil maravillas, porque con él la tertulia nunca es pesada ni es fría. Da gU'5to oír sus lamentos y salmos de J e rernía s al tratar de 105 percances y de la suerte maldita que dice tener por lote. c¿Hay más condenada vida -exclama muy compungidoque la perra vida mía? Es un cquid pro quo perpetuo, un mito, una pesadilla,
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un oscuro jeroglífico, una charada continua en que cada cual encuentra una antítesis: me tildan los liberales, de godo; los godos, de socialista; de beato, los masones; de mas6n, los que oyen misa; de valiente, los cobardes; de miedoso, Jos Aníbal; de arist6crata, la plebe; los ricos, de comunista; las castas, de Lovelace; de púdico, las loquillas; los viejos, de calavera; y otros de positivista; los legos, de muy letrado: los letrados, de marimba; porque son incompatibles las musas y las partidas y en papel del sello quinto no es fácil hacer letrillas. Por un prodigio me tienen cual literato y artista los que no han visto a una musa la falda de la camisa, y soy para los poetas pura prosa bastardilla. Tal, me tiene por muy bueno; cual, por mala sabandija; el uno por taciturno, y por mordaz su vecina; y lo que aqueste me imputa la contraparte me quita Mas yo mi palabr a empeño, y Juro por santa Brígida, que ni soy tan venenoso ni soy tampoco de almíbar; que nadie en su juicio acierta.
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ni tengo pizca de enigma; que nada soy ni ser quiero de esta larga letanía, pues harto tengo y me sobra con las cuitas de la vida:. ... '" .Apenas su perorata terminado Pombo había, cuando todos excla'TIámos con gran alboroto ¡albricias! al sentir el paso lento y oír la sabrosa risa que al llegar, nos regalaba un eminente optimista de la más plácida estampa : Santander. el noble muisca de Serrezuela, el letrado de la aristocracia chibcha: biblioteca de antiguallas encuadernada en malicia , y en armario de marrullas guardada como reliquia; catálogo de consejas y travesuras indígenas ; tan guapo, que hasta las tusas le dan gracia y lozanía: el hombre de los ccachitos" y la charla buena y rica. y las tierna remembranzas y los caprichos de artista; y la cachaza eminente de Santafé. y las continuas meriendas, e indigest ione que el apetito castigan; v las dulces serenata de los tiempos de Bonilla, y las sabro as endechas que cantó con gUAtarrita El hombre del chocolate con canela, en amplia jícara
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ilustrado con panuchas y buen queso de esterilla, enredado en finas hebras con diversas golosinas; filarrn6nico eminente, saleroso periodista; y siempre en graves apuros por conciliar ¡voto a cribas! las artf',s de la belleza con las de la gatería .. Mas ¿qué falta? ¿Mi retrato? Tal vez el deber lo exija, pues haciendo el de los otros fuera extraña villanía dejar en la sombra ocultas mis mañas y trocatintas; pero es tanta mi modestia y es mi voz tan suave y fina, mi estampa tan delicada, mi cara tan expresiva, mi boca tan hechicera, mi prudencia tan conspicua, mi carácter taciturno tan apocado, tan tímida mi lengua, que como el agua de un lago, vive tranquila, que si yo el retrato hiciera de mi persona melíflua, fuera una ::aricatura en vez de fotografía. Renuncio, pues, a esta prueba de heroicidad fementida. y eclipsando mi individuo con la humildad sin malicia, la re~erva y la modestia que me son características. el hilo tomo de nuevo de mi historia interrumpida. Así completo el mosaico
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de la calle de Bolivia, quedó la sesión abierta sin que hubiera campanilla, presidente, secretario ni otro chisme o sabandija. ¿El salón? Un escritorio donde a tomos se fabrican barbaridades diversas que a las musas horripilan ¿Régimen parlamentario? El que cada cual elija. Charla a discreción, y ostenta todo bicho, humor y chispa: éste el eslabón maneja; el otro, la piedra fina; ¡y a cada ligero golpe asoma un chiste o epígrama, algún salado «cachito», alguna ocurrencia crítica con la cual, si el autor gana cien aplausos en gavilla, más el que aplaude se goza tributándole justicia. ¡Qué algarabía, qué grupo para una fotografía! ¡Qué de tesoros vertidos para una pluma taquígrafa, qué de guapas actitudes, qué cuadro para un artista! Manuel Pombo narra ufano sus aventuras y cuitas: tras dos sonetoc; sublimes que a Apolo dieran envidia, cuenta la historia de un pleito que tuvo en el Guamo un día. y que a fuerza de mil mañas sacó al cliente la propina. y luego que con motivo de ir a fiestas a la Villa.
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cabalgó cierto machito grande como una borrica, que en mal hora le llevara del Saldaña por la orilla a entablar, tete-A-tete y en callejón sin salida, platónicos amoríos con la cornamenta ríspida de un toro color de muerte de la saldañuna cría, de esos de alma atravesada, perillán de airada vida, con sus vacas enseñado a truhán y sibarita .... Mas si Pombo hace dar saltos al auditorio, de risa, los demás le dan los trueques en chuscadas peregnnas. Eustaquio, que a carcajadas refiere sus fechorías de los tiempos fabulosos en que estudiaba cachifa, tiene en Nicolás Pereira su rival en chilindrinas . Saravia mete su triunfo, pues le sobra la malicia; Becerra espeta un catálogo de espirituales epígramas, auténticos, de la imprenta gue sostienen las Espinas, Emiro Kastos pronuncia una sentencia sombría; Quijano ríe dichoso, pero en su afán se adivina, que, en secreto, a un pergamino consagra tierna sonrisa . Valenzuela filosofa y, sin quererlo, fulmina cáusticas observaciones
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o frases que cauterizan. Camacho, con Víctor Hugo se apechuga; y cuando chista, sus labios parecen páginas de obras de filosofía: hace con calma rochela y produce con medida carcajadas circunspectas y profundas truhanerías; toma mi álbum de improviso y una pluma, CarrasquiUa, y con sencillez extrema, como si oyera una misa, un lindo juguete en verso en dos minutos fabrica. Uribe, ríe de gozo y salta como una ardita; que aunque de tímido peca y el alma no tiene pícara, también sabe divertirse de su prójimo a costillas. Marroquín (que las narices se unta, al escribir, de tinta) toma alguna de mis plumas y, tornándola en castiza, escribe, oliendo sus letras en prosa muy cervantina: -de cómo trabé amistad con Pepe Samper un día -por los años de cuarenta y cinco-en hora bendita y en una gran chirinola de estudiantes (por cchiripa") con ocasión de unas fie tas en La Peña, y ciertas cuitas en que la conciencia tuve en mil apuros mctida~. Vergara, que se perece por anécdotas y citas
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y piadosas antiguallas y sublimes boberías, se pone a contar la historia de cierto padre jesuíta que después de sus estudios de sagrada teología, hechos en Roma, queriendo dejar su Italia querida por huír las tentaciones que Satanás le tendía al llegar a Popayán .. . quedó en poder de las niguas . y con tal unción refiere Vergara la historietilla del padre Octavio, que hablando en estilo de homilía y aun en primera persona dice : ~Era tanta mi dicha al hacer mi rudo viaje buscando estas "fieras Indias~ a caza de privaciones y miserias inauditas, que al ver en Buenaventura casacas y crinolinas sentí mis venas helarse de terror y de agonía! y por vía de martirio me resigné . .. ¡suerte indigna! a vivir entre mortales civilizados. mi vIcia defendiendo del pecado con las torturas impías o la rasquiña terrible de los piojos y las niguas). -¡Cómo! ¿habla usted por su cuenta 1
dice l\1iguel. que a hurtadillas se acerca al tupido grupo donde ostenta su pericia el narrador entusiasta
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a quien nada interrumpía . -No tal , Vergara responde : voy hablando entre comillas : soy el editor apenas ... -¿Del jesuíta o de las niguas 1
-- .. ¡Del jesuíta! ¡vive Cristo! pues, por fortuna o desdicha, ni nací popayanejo ni he criado sabandijas.
y cada cual interrumpe con una chocarrería ; mas Vergara, imperturbable, resistiendo a la gavilla escupe, guiña los ojos, y al fin el cuento termina.
Entretanto Joaquín Borda sus impresiones de Lima y de Guayaquil refiere con voz mesurada y tímida ; mientras Aníbal Galindo da carcajadas prolijas celebrando una historieta que Santander .. despepita:> con una cara tan cuca y una sal tan peregrina, que la seriedad derrota de Samper y Compañía ... y llueven las agudezas y la charla se complica, y entre lecturas y cuento, recitaciones y epígramas y prosa medio poética y prosaica poesía y espirituales ec;pecies sublimes o divertidas, y alusiones personales y preciosas truhanerías
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las horas pasan volando sin que nadie se aperciba . Dan las doce. Y todos echan mano al «saco> o la «esclavina., la bufanda o el paraguas, y empiezan las despedidas; y aunque llueven las promesas el pobre anfitrión suspira . .. y la copa del e.!tribo se bebe, aunque nadie brinda; y al cabo cien apretones, de amistad y simpatía estrechan en dulce lazo ; y después . . . Aquí termina la historia del gran mosaico de la calle de Bolivia-.
Mayo 27 de 1864.
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Las tertulias de «El Mosaico) se prolongaron por mucho tiempo, no obstante que algunos de sus miembros principales, como el doctor Samper, hubieron de abandonar la ciudad por diversas razones. Un año después de la que tuvo lugar en la calle de Bolivia y que descrita queda, Ricardo Carrasquilla escribe a Samper a La Mesa:
«El domingo último estuvimos Vergara, Fallon y yo en casa de Chepe Quijano, y hubo mosaico; pero los
mosaicos sin usted son una cuchara sin palo, una mesa con tres patas, un yesquero sin nolí, .Belchite' sin empanadas, dulce de hi~os en panela Sin queso, Sin pan, sin agua.
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No obstante, es preciso confesar que hacia el fin de la noche
hubo un raco de alegría (artificial puramente) gracias a un vino excelente que llaman de Malvasía.
Volvimos a leer el consabido librito, el que contiene la historia del primer mosaico, y no tengo necesidad de decirle que usted fue el protagonista de la conversación.
He notado una cosa, cosa rara: usted no vale nada SIn Vergara, Vergara o;in usted no vale un pIto; y suele sucederle al infrascrito que sin el Pepe número primero es moro al agua, un tonto ... .In majadero .
Usted se parece a mí, o mejor dicho, yo me parezco a usted en la franqueza, en la sinceridad, en la vehemencia de convicciones; y \ergara en !a actividad, en la benevolencia, en la noble quijotería; aunque en este último punto dudo cuál es el original y cuál la copia. Samper es, pues, un Carrasquilla amasado con Vergara.
Usted dice que no le hablemos de su carácter porque es 10 único de que puede envanecerse, y no tiene razón:
¿ Qué ¡racia hacen los gatos cuando maúUan? ¿Qué gracia hacen los burros cuando rebuznan?
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¿ Qué el arroyuelo, cuando en sus aguas pi nta el limpio cielo?
Cada uno es como Dios lo hizo: natural y figura, hasta la sepultura ,
¡Qué mosaico tan espléndido el que haremos, si Dios nos da vida, salud y licencia, cuando usted venga! Mercedes y Fallan se encargarán de la orquesta; Pamba y el tuerto Marroquín de la conversación; y usted confesará que le dio la vuelta al mundo y que ha hecho
cuanto hacer puede en esta breve vida humana criatura, para volver al punto de partida y haIlar por fin la calma y la ventura> ,
El veintidós del mismo mes de agosto de 1865 escribe nuevamente Carrasquilla a Samper:
<Mi querido Pepe : hoy cumplo treinta y ocho años y es para mí un día triste y alegre; para espantar un poco el <esplín> voy 'a contestar su carta del 17, que he leído con muchísima satisfacción , , " El domingo último hubo donde Chepe Quijano un mosaico más íntimo que los de costumbre : estábamos él, Mercedes, Vergara y yo ; y usted también estaba allí, más presente que las primeras noches),
y el 30 de agosto vuelve a escribirle : ~ Dice usted que yo me he corregido en
mi modo de escribir cartas, y esa es una
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calumnia, pues yo no tengo la culpa de que este maldito papel esté rayado y coarte mi libertad. Para vindicarme, y porque estoy muy ocupado en la escuela, procuraré que esta carta no complete el pliego . ... T en emos un proyecto los cinco mosaicos: cuando usted venga nos iremos a una estancia de Marroquín. . .. Adiós, Pepe de mi alma; temo que usted y Vergara me hagan por fin un escritor fecundo y esto sería una calamidad irreparable. Su amigo y hermano, Ricardo).
¿ Quién era el autor de esas cartas? Que nos lo diga él mismo, siguiendo lo establecido para el mosaico de esta noche.
¡Animo, señor don Ricardo! Si tiene usted empacho en hablar, puede usted leer lo que guste, con tal que se refiera a su persona:
APUNTES PARA ~f1 BIOGRAFIA
O.PlnlLO l .-
Lu~ar y fecha de mi nacimi,nlo
:\"ací el vcntidós de agosto del año de veintisiete en la \lila de Quibd6. situada en tierra caliente .
CAPITULO 2.0
Mi podre
El corooo don Pedro Carrasquills y la ~ra doña Cruz Ortega ; El nació de Honda en la arruinada villa y dI. del Fuma en l. florida vega .
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PARTE SEGUNDI\
CAPITIlLO J.o
Mi infancia y mis ~3ludioJ
Fue mi preceptor Lubín :alamea. ~o me enseñaron latín.
Ignoro la lengua hebrea
CAPÍTULO 2.-
Mi jwltmtud. Aventuras. Deuntaños
Muchas y lindas doncellas en mis verdes años vi, mas ni yo me acuerdo de ellas ni ellas se acuerdan de mL
CAPíTULO 3 o
M i carrera de empleado
En la Direcci6n de Diezmos portero-escribiente fui; mas vino el siete de marzo y mi destino perdí.
CAPiTIlLO -4.-
Mi situación actual
Casado, mayor de edad, vecino de esta ciudad, muy pobre y sin generales, no faltan en casa maJes. Tengo a mi cargo una escuela; una cosa me consuela, y e~ que la posteridad (con entera libertad) cuando yo sea pretérito hará jwticia a mi m!rito.
Fin.
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Af'E'IDICE
Fac/ura completa de mis obras cimtíficJs y literarias
Problemas de arítmé~lca ..... . Coplas (colección de) .. . ..... . Artículos de costumbres.. . . . .. b Cartas al tuso Gutiérrez ...... l Artículos de fondo .... . ...... . Cartas de amores ajenos. . . . .. 2-4
ld. de id míos ........... .
Suma............ 33
Pero volviendo al hombre cuyos minutos comenzaron a rodar hoy hace un siglo hacia el remanso eterno donde las vidas se sosiegan, permitidme que me detenga. no en sus obras, pero sí al menos en sus características:
Es la primera de ellas su prodigiosa fecundidad. Los hombres de la segunda generación colombiana lo fueron muy pronto. Vergara enseñaba griego y latín en el seminario de Popayán a los veinte años, y Samper comenzó a dictar sus clases de ciencia de la legislación antes de cumplir los diez y nueve. El autor de la Historia de la Literatura, además de este libro que hubo de demandarle una paciencia infinita, compuso muchos versos, recogidos en parte en un tomo intitulado Versos en borrador; cuatro novelas: Olivos y aceitunos, todos son unos, impresa en la imprenta de Foción 1antilla en 1868, y Mercedes , Un chismo3o y Un odio
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a muerte, que manuscritas se perdieron junto con la segunda parte de la Historia de la Literatura; ciertos Cuadros políticos que abarcaban los acontecimientos sucedidos en el país desde 1849, sus Viajes por España y parte de un diccionario biográfico.
Todos estos títulos los tom6 el doctor Carlos Martínez Silva de un papel de puño y letra de Vergara que afirma él haber visto antes que se extraviase también. Parece que se trataba de una autobiografía, y esta circunstancia hizo mucho más lamentable la pérdida.
Al lado de estas obras, de cierta entidad todas, escribi6 ensayos nada breves sobre la llamada Cuestión española, sobre Los indios del Andaquí, en colaboraci6n con don Evaristo Delgado, y sobre su viaje De Bogotá a París; cerca de un centenar de artículos literarios y cuadros de costumbres y treinta biografías de hombres notables o simplemente distinguidos; y todo esto en tanto que sostenía por la prensa polémicas de carácter religioso, llegando en ocasiones a «tener pendientes cuatro o cinco a la vez>; y que fundaba periódicos como La Siesta, El Hogar, La Fe, La Unión Católica y la Revista de Bogotá, sin dejar por ello de ocuparse de sus pr6jimos, recogiendo en dos gruesos volúmenes ora los mejores cuadros de costumbres, ya los escritos del general • lariño, ora poesías, como Jo atestigua el Parnaso Colom-
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~ó JOSE MARIA VERGARA y VERGARA
biano y la Lira Granadina que publicara con José Joaquín Borda.
La segunda característica, y la primera de todas en importancia, es su espíritu apostólico: a él debieron multitud de escritores de su tiempo, entre ellos Jorge Isaaes y Eugenio Díaz, el estímulo, el empuje definitivo que los puso de relieve. Tocante a Isaaes, nuestro erudito colega don José Manuel Saavedra Galindo, a quien se debe la ley que establece el premio nacional de literatura en memoria del autor de Las tres tazas, anota en la exposición de moti vos con que acompañó el proyecto cómo La María nació en la mente del vate caucano en forma de drama, y gracias a un oportuno consejo de Vergara hubo de cristalizar en el molde de la novela, en que se hizo imperecedera.
El entusiasmo siempre vivo de Vergara y su desvelado amor por las glorias de su patria. lo colocan donde hasta ahora no hay sitio sino para dos almas nobles : la suya y la de Roberto Pi:ano Vergara fue, por su devoción a la belleza y a la inteligencia, un educador de hombres en los días en que más necesaria era en Colombia una lección de reposo. Continuando su obra, el hijo político del fundador del l\tlosaico. vino a ser en nuestros días y al lado de Agustín Nieto Caballero un educador de niños. De este modo los dos carísimos nombres del infatigable escritor y del infatigable ejemplo de trabajadores que no ha mucho (se nos fue ade-
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CUADROS DE COSTUMBRES 87
lante:.. para emplear una frase del mismo Vergara. vivirán en las profundidades de la conciencia nacional muchos años después que se haya perdido hasta la memoria de su paso por el mundo.
Rasgo simpatiquísimo del carácter de Vergara fue su acendrado amor a España en los momentos en que estaba de moda denigrar la heredad de nuestros pasados, sin comprender que de este modo nos denigrábamos a nosotros mismos, como que en nuestra mezcla etnológica entra en muy elevado porcientaje.-y tanto que los restantes componentes apenas pueden tomarse en cuentala heroica y noble y mil veces bendita sangre española.
Fruto del viaje de don José María al solar de sus ascendientes fueron las academias americanas de la lengua, filiales de la real española, que en todos los países del mundo colombiano, menos en el nuéstro, desempeñan papel principalísimo.
La academia de historia, que no guarda silencio cuando se trata de enaltecer una glosia del país, demuestra una vez más, al consagrar la sesión de esta noche a la memoria del primer historiador de la literatura granadina, que ella suple en los campos de la cultura nacional los vacíos que instituciones similares van dejando por lasitud o por razones emanadas de su integración, no siempre ajenas a la política. Este retrato del primer [director de la ac demia colomhiana
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de la lengua será acogido aquí con el respeto que se debe al altísimo escritor e historiador a quien representa. Y quiera el cielo que, cuando dentro de W1 siglo, nuestros biznietos celebren el segundo centenario natalicio de José María Vergara y Vergara, la academia que él fundó esté ya próxima a la resurrección que no pudo verificarse en esta oportunidad, la más propicia, la más sagrada, la más imperativa de todas.
Pero observo, señores, que estoy hablando de las características de Vergara, sin haber dicho previamente cuáles fueron los acontecimientos salientes de su vida, como parece indicado que se haga en este recinto. Lamentable es el olvido, mas va no es tiempo de remediarlo. A menos que el propio don José María quisiera contarnos algo.
¿ Cómo? ¿Que no os cumple hablar de vuestra persona en una reunión a vos dedicada? Dad por un instante de lado a la modestia. Os escuchamos :
MI AUTOBIOGRAFIA
, 'ací el 19 de marzo de 1831 en la casa de esquina, una cuadra adelante de la Candelaria, al norte. (Vulgo, junto a Chian) . Soy, pues, santafereño de la cepa.
II
Escuelas . Para aprender 8 leer, la de doña Cerbeleona. Condiscípulos Margarita i\lerizalde, mL hermana:, Ladislao y un bobo cuyo nombre no recuerdo. Sistema de educación, coroza
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CUADROS DE COSTUMBRES 89
y pellizcos de monja. Para aprender a escribir, la de don Rafael VllIorria. Condiscípulos, los hijos de don Pedro Gual, los del general Paris, los Carrasquillas Lemas, Ignacio Buenaventura, los Morales Montenegros. Juan Crisóstomo Llano y. probablemente, Ricardo CarrasquiUa.
IJI
Colegios. 15 días donde don Ulpiano González; tres meses en el Colegio del Rosario , 6 años en el seminario de los jesuítas.· 1 año de San Bartolomé y 1 año en clases particulares. Total. 8 años, tres meses y quince días, durante los cuales aprendí a no poder ser comerciante.
IV
Aventuras. Me fui al sur: me enamoré de Satuda el día 12 de mayo de 1851 y me casé el 12 de febrero de 1854. Quisieron darme rejo en 1850 por godo y palo en 1860 por rojo. Me ahogué el 22 de diciembre de 1848 y me llevaron a la cárcel el 7 de marzo de 1861
V
Carrera pública. Secretario de hacienda, y luégo de gobierno en 1854 y 1855 en Popayán. Legi<lador provincial y jefe político; catedrático en el seminario y vicerrector de la universidad: todo esto pasa en Popayán. r--:o hice nada bueno. pero lo peor que hice en esa época fue admitir un desafío, enseñar gramática griega, botar al secretario de la universidad por un balc6n a causa de que me enfadaba, hacer un mal negocio con Sergio Arboleda y comprar una mula resabiada que me iba matando Congresi,>ta en 1858 y 1859; legislador del estado de CundlOamarca en 1859 y luégo secretario de gobierno en el mi<fTl<) año. 1 TO hice nada bo.lcno: me acuerdo con gUStO de que me escapé con maña para no firmar la constitución de 1858, y de que alvé la "ida a un hombre.
Tercera época. Fui secretario de gob:erno de Cundinamarca en 1861. 1e cuerdo con gusto J uc ser-.;í 11 órdenes Je
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JustO Briceoo, que es un corazón de oro y un gran carácter: me pesa haber tenido correspondencia oficial, como secretario, con Rojas Garrido.
Cuarta época. Soy agente comisionista, y me aprovecho de la ocasi6n para avisar que me encargo, junto con mi antiguo y buen amigo Galindo. d~ toda clase de comisiones. Calle de Bolivia, números 3 y 5 Precio convencional.
Como se ve, hay un puntO de contacto entre don Pacho L6pez Aldana y yo: él términ6 su carrera pública por botillero y yo por mandadero.
VI
Carrera de escritor. Redacté EL Sur, en el sur, contra don Mariano Ospina en 1856, y El HerallLJ contra él y Julio Arboleda en 1860. Me causa disgusto acordarme de ambos peri6dicos, porque me .fregaron> mucho la paciencia.
He sido cofundador de El Mo.!aico, y me acuerdo con gusto desde su primera página hasta la (¡!tima.
Obras notables. He limpiado tres potreros en El BOJque sin tener plata. Hice o reedifiqué una casita, y me qued6 muy a mi gusto.
Obras impresas. Versos en varios peri6dicos; un alegato con Murillo, a favor de los godos : memorias sobre la literatura de la Nueva Granada (que es la que más quiero), artículos de costumbres por costumbre de escribir artículos, necrol6-gicos, versos de encargo y sermones.
Obras manuscritas : Merctde.!, novela. Cuadrol políticos o Día.! hiJIÓricoJ, desde 1349 hasta hoy. Pane del diccionario biográfico: andando, dos novelas: Un chÍJmoJO y Un odio a muerte, discurso sobre la generación del lenguaje, y otras barbaridade5, que tengo guardadas
VIf
Gustos, amistades. =tumbres, ambiCIón, ele Vi ito a Manuel, Ricardo, Chepe, Pepe. AníbaJ, Briceño, t-..I Pombo, con frecuencia: de vez en cUimdo a Valenzuala, el padre Alpha y Benito Gai [m. Leo a Fernán Caball~ro. Trueba, Chatea 1-
bri nd . don Quijote, Tomo chocol:lte l le\'antarme; fumo
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tabaco y cigarrillo todo el día; como manjar blanco todos los días; quisiera morir donde jugué de niño.
VIII
Carácter, cualidades, etc. Soy bonacbÓn. 'lencillo, muy trabajador y muy apegado a mi familia, por una parte, entrando mis amigos entre mi familia: por otra, no ,é trabajar, soy algo inconstante en mis trabajos. pasando de uno a otro, sin criterio ninguno: soy ind l~creto, imprudente y cabeciduro, y al mismo tiempo no sé decir no, o lo que es 10 mismo, tengo debilidades de carácter. He podido corregirme de mis defectos y no lo he puesto por obra.
RESUME
Cuando tenga 60 años seré todavía y no pasaré de ser un <buen muchacho •. Mis hijos no recibirán de mí sino el consejo de que no me imiten.
Bogotá, septiembre 10 de 1864.
JOSE l\1AiUA VERGARA VERCARA
Amena autobiografía: pero calló Vergara en ella su profundo sentimiento religioso, aspecto de su genio que aun nos queda por tratar.
En el artículo titulado La ópera, declara: ~Soy muy sensible; por esta cualidad me han despreciado los hombres y me aman Dios y una mujer; es mi mejor virtud y mi peor defecto: pero estoy contento con poseerlos:t.
Esta sensibilidad, puesta en contacto con la exaltación religiosa de su tiempo, explicaría más que de sobra su acendrado cato-
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licismo, si no le hubiese venido por raza: su sexto abuelo, el sargento mayor don Gabriel Gómez de Sandoval, que fundó la Capilla del Sagrario, no hizo sino imitar con ello a don Cristóbal Gómez de Sandoval. a quien debe Madrid la del Sacramento, donde se venera la pintura de J uestra Señora de la Flor de Lis; otro de sus ascendientes por la rama materna, el hidalgo salmantino Cristóbal Bernal , soldado de J iménez de Quesada y encomendero de Sesquilé, había edificado en el camino que iba a Tunja y en el lugar que hoy ocupa la iglesia del mismo nombre, una ermita a ~uestra Señora de las
Tieves; a otro de sus pasados, don Alonso López de Mayorga, agradecemos los bogotanos la escultura de la Virgen del Campo ; y en la descendencia del sargento Gómez de Sandoval y de doña María de Mesa Maldonado se cuentan, hasta la generación de don José María, un arzobispo, dos canónigos, cinco sacerdotes, dos jesuítas, un fraile dominico, una hermana de la caridad, dos monjas clarisas, cinco concebidas y hasta un trapense.
En el catolicismo de \' ergara lo que conmueve es la emoción de Dios que lo sacude. MartÍne:: Silva transcribe frases que no desdeñaría por suyas San Juan de la Cruz. A. la muerte de su esposa, doña Saturia 8alcázar, se refiere así: «Creo también que fue su muerte un castigo, que declaro muy merecido. El perro no se rebela bajo el látigo
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CUADROS DE COSTUMBRES
de su dueño, sino que se tiende, se recoge y aúlla para obtener su perdón; y yo no tengo por qué ser mas que el perro. Reconozco a Dios como mi amo; le debo el pan y las caricias que me hizo; no le morderé, no, porque me azota. Aguardo con paciencia a que se calme, para que me deje besar su pie>.
y en una carta a don José tvlaría Samper: «A pesar de mi fe soy débil y a veces me rinde la carga de la vida. El alma se me seca: clamo, y me parece que no soy oÍdo. .. Mi pecado es una tristeza. El alma no puede haber sido creada para vivir aquí!:.
¿De dónde tan raigado sentimiento, tan fino amor?
Pennitidme intentar una explicación que, aunque parezca lírica, es la que cuadra mejor en tratándose de temperamentos tan sensibles como el suvo:
Quienquiera qu'e conozca Íntimamente la Sabana sabe que su sosiego se infiltra en el alma y aposenta allí nostalgias de eternidad; como que los hondos piélagos que al ocaso prolongan su hori:::onte hasta los alcázares del Creador e invitan a navegar en sus ondas de colores quiméricos, sobre las cuajes despliega el silencio todas sus magnificencias, nos fuerzan a intuÍr que así como ellos más allá de los montes mienten un paraíso, más acá de las nubes apenas estamos nosotros mintiéndonos una vida. El paisaje de la Sabana es el paiseje místico por excelen-
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cia, porque nada le supera en hermosura, por el ancho camino de la belleza la emoción rastrea sin perplej idad a Dios. Vergara vive de rapaz en la soleada planicie y en los montes donde recoge quiches y musgos para la Virgen que veneraron doscientos años sus abuelos; una mujer cristiana y aquella naturaleza magnífica son el obrero y el obrador de su espíritu. ¿Cómo, pues, no hallar en todos sus escritos el influjo religioso de la Sabana, que tan fuertemente debió de impresionarle de niño, y al rumor de los rezos en la penumbrosa quietud del oratorio familiar adentrársele en el alma, cada vez más ligera para el vuelo, como que «de todos los bienes terrenos de que disfrutó en la infancia no le quedaba sino el viento?:.
Aquella religiosidad sencilla corno las costumbres de <taita Guerrero y demás campesinos de su Sabana; limpia a la manera de los regatos que de los cerros de Casablanca se desprenden y en gracioso charloteo de espumas se despiden de caicas y firigüelos, al serpear en busca de los quejumbrosos trapiches; honda como los piélagos de las puestas de sol y un tanto melancólica como la misma Sabana, aquella religiosidad es el ventalle que mantiene en su pecho siempre vivas las candelas del amor divino, reflejado a toda hora en el amor al prójimo, de donde se arranca lógicamente el entusiasmo, el «gozo en el admirap, como dijo de él otro que se desvela por seguir el
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inventario de la riqueza intelectual colom~ biana y sabe también deleitarse con los triunfos ajenos, porque tiene ancho y hospitalario el corazón. Así lo tuvo Vergara : .. acogedor y generoso al modo de una puerta CQ
loniab, para emplear la admirable frase de Guillermo Hemández de Alba ; abierto al soplo acariciador de los recuerdos, que ennoblece, y a la claridad de ]a mañana eterna que, cuando a través de la fe penetra en los oscuros aposentos del espíritu , estimula a no soltar el remo por más que nos embistan, encrespados y rugientes, los tumbos del dolor, a medida que navegamos vida adent ro.
* * * La biografía del héroe está completa, dice
Vergara para finalizar la que escribiera sobre Atanasio Girardot : no puedo yo decir otro tanto, respecto del elogio que me ha confiado la academia, porque mis desabridas palabras apenas han intentado poner de relieve esta figura que me es tan familiar, que echó tan fuertes raíces en mi emoción desde que supe leer. Pero, por fortuna, su alabanza también está completa, desde hace veinte siglos y reducida a una sentencia que define al hombre a la vez que al escritor : <Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios~ .
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Mas. .. los amigos de ayer que nos han acompañado esta noche acostumbran recogerse temprano. Hora es ya de poner término al mosaico que hemos celebrado con su concurso.
Señoras y señores, sombras amigas, señor don José María Vergara : buenas noches.
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CUADROS DE COSTU~ABRE
POR
JOSE ;-..,{ RIA VERGARA y VERGARA
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CABALLOS NACIONALES
Si la memoria de los varones se perpetúa por medio de las biografías; ¿ por qué no ha de hacerse lo mismo con la de los caballos célebres? Dumas, escribiendo El último caballo de Napoleón, ha dado un ejemplo digno de seguirse. Y estas biografías hípicas tendrán sobre las otras una ventaja inapreciable, la imparcialidad, que es la dote más indispensable en el biógrafo que escribe la vida de un hombre. En tanto que los caballos sean incapaces de narrar los hechos de sus semejantes, se conservará en sus biografías escritas por el hombre ese tono desapasionado que las hace apreciables en las muy pocas imparciales que el hombre ha escrito del hombre. ¿Qué mala pasión puede torcer la pluma. tratándose de caballos? Ni la interesada adulación, ni el miedo servil, ni la esperanza de honores o riquezas, ni el temor de los ofendidos, nada puede desviar la verdad de su cauce, (suponiendo que la verdad sea como un río)
Es útil y conveniente, antes de entrar en biografías, recordar que el caballo entró a
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Cundinamarca junto con Gonzalo jiménez de Quesada, y que no bajó de cincuenta el número de estos nobles animales, que entonces vinieron. Trajéronlos también Belalcázar y F redermán pocos años después. Lugo y Lebrón importaron junto con las primeras mercaderías de lujo que por aquí se vieron, damas españolas para los conquistadores y hembras andaluzas para sus heroicos corceles. Unas y otras fueron muy bien recibidas, según se ven de pobladas las ciudades y las dehesas, cada cual respectivamente; no vaya a creerse que hubo confusión. Mas hubo esta notable diferencia entre las dos razas: que la humana se cruzó con la indígena y aun con la negra, importada por el padre Las Casas; en tanto que la caballuna ha conservado pura la sangre, porque no encontró con quién echarla a perder. Se puede sentar, pues, el siguiente axioma: entre los caballos no hay indios ni mulatos; todos son de raza espanola. En aquellos tiempos un caballo de mediano mérito se vendía al contado en cinco mil pesos de buen oro, y aun en más, según asegura quien lo vio. Los historiadores de Nueva Granada no vuelven a nombrar el caballo después de la conquista; desde que dejó de ser caro, casualmente.
-Tal es la maña de los 110m res todos, Sean SilJOneJ, celtas, fra • godos: , 'o mencionar sino Las be tias rae.,. Hombr.s. caballos o mujeres caras>.
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El primer caballo famoso de que hablan nuestras crónicas posteriores a la conquista, es el bayo en que el sacristán Pedro de Hungría, complicado en el asesinato de Jorge Voto, hizo una jornada de Tunja a [bagué, gastando en atravesar estas ochenta leguas, desde el sábado a las diez de la mañana hasta el domingo por la noche. Rodríguez Fresle, que cuenta este suceso, dice que Hungría dejó su caballo en un hato cambiado por otro, y añade: de este caballo bayo hay hoy raza en los llanos de Ibagué. Pasó este verídico suceso en 1554.
A fines del siglo pasado mereció nombradía en Santafé, por su rara inteligencia, el morcillo de don Honorato Vila. Sucedió que hablaba don Honorato con un su amigo una tarde, en la pesebrera donde estaba el morcillo a cuerpo de rey, y concertaron no sé qué viaje, para el cual debían montar a las cinco de la mañana . El bueno de don Honorato, a pesar de ser un gran médico, era un insigne dormilón; cogióle el sueño, porque en Santafé la cama es deliciosa a las cinco de la mañana, hora del proyectado viaje, y aun a las seis y media ; y hay quién sostenga que a las ocho y cuarto todavía es encantadora. Dormía aún don Honoroto, \' ya eran las cinco y media, cuando le despertaron golpes repetidos a I puerta de u cuarto. Abrió apresurado, creyendo que fuese su amigo que venía a reconvenirlo por su pereza, y se encuentra de manos a boca,
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jo mirabile jacto! con su morcillo que venía a recordarle su compromiso. Este morcillo. de proverbial hermosura, fue el que sirvió para que hiciera su entrada triunfal en Santafé el virrey Amar y Borbón.
Famosas fueron en cien leguas a la redonda las fiestas que se hiceron en Santafé, cuando la jura de Fernando VI; y la mejor parte de su fama les vino de que el alfére:: real, don Tomás Prieto, hijo del fundador de la casa de moneda de esta ciudad, echó como suele decirse, la casa por la ventana, y podemos asegurar que era una gran casa. Sacó estandarte de terciopelo, cojín de la misma tela, las armas castellanas bordadas en oro en ambas piezas, para gritar: España por Fernando VI; en todo lo cual gastó veinte mil pesos de buen oro. Pero el detalle imperecedero de aquellas fiestas yel único que las ha sobrevivido. fue el de que el despilfarrado alférez herró su caballo con herraduras de oro, por lo cual el padre Terreros, ex jesuíta y tío del alférez, le dijo que le parecían. mejor los cascos del caballo que los del jin.eLe. Citamos este caballo como un animal afortunado, así como entre las biografías de los hombres las hay de algunos que no han tenido otro mérito que el de haber sido afortunados, es decir, haber cargado herraduras. . .. pero de oro.
~1ucho influye en las prisiones El metal de que e~tán hechas: Pues las de amor son de oro
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y de fierro las de guerra. Lo mismo en las herraduras y hasta en los yugos, ¡oh mengua! Si los de oro pesan menos Pesan más los de madera.
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Entre los hombres se usa encomiar mucho a los que fueron patriotas, o partidarios de la independencia de su patria. ¿Y por qué se les encomia? Por contraposición o contraste, como sucede en muchas cosas; porque si hubo algunos que no favorecieron la independencia hubo otros que murieron por ella. Lo mismo sucede con los caballos. Los hubo a millares que prestaron dócilmente el lomo a la silla del dragón español, y otres que se rebelaron contr a el orgullo de los pacificadores. < Totable fue a este rcspe .... to el hermoso rucio rodado que pertenecía a don tv1atÍas Defrancisco. Era este señor muchísimo más partidario del gobierno de F ernando VII que de morir en un patíbulo; tenÍale además su miedecillo al general don Pablo Morillo, que se acercaba a Bogotá, al frente de su gran ejército, precedi' ndole la justa fama que ya le señalaba como a un malvado y vil asesino. Morillo no venía a afirmar el dominio español sino a matar, a perseguir; así es que persiguió hasta a los realistas, entre ellos al docto r Duquesne, cuyas opiniones contra la independencia eran bien conocidas. Atendidos todos estos ante edentes, don l'datÍas que había tenido algunas debilidades con los independientes, uiso con-
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graciarse con el sátrapa altivo, y le ofreció su caballo para que pasease. Aceptó Morillo, haciendo con su aceptación un evidente favor a don Matías; trajeron el rucio que, además de ser hermosísimo, era manso como todas las hermosas (sólo las feas son bravías) y montó .... ¡Oh desgracia! a las dos cuadras ya había medido el suelo granadino con sus malditos huesos el pactf. . .. el pacificador. El caballo se había encabritado, había disparado como un león al sent;r encima de su noble lomo a don Pablo Morillo. El pacificador nunca le perdonó a don ~latías que le hubiera dado un caballo insurgente, y por poco le cuesta la vida a Defrancisco.
) ustamente con el rucio de don Matías, tenían fama en aquella misma época otros hermosísimos caballos que babía en Bogotá. Uno de ellos era el rucio blanco llamado el A1antequillo, que pertenecía al prócer de nuestra independencia. al ilustre José María Arrubla. Otro era un tercer rucio p rteneciente al prócer José Gregorio Gutiérre:, y que antes de él había pertenecido al Barón de Carondelet. La historia de este cabalio fue muy semejante a la del Babieca del Cid. Era en sus principios un p tro de fea catadura, IJingunas carne y exigua estatur ; pero tenta cabeza fina y descarnada _. ojos inteligentes. Trajéronlo a a sabana de Begotá, y lo echaron como cosa in ervible a no é qué potrero; al año lo vier n, y n
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lo conocieron. Había tomado con la gordura un desarrollo tal que llegó a ser el de mejor estampa que aquí se conoció; y en lugar de ser zonzo y duro de movimientos como 10 fue al principio, tuvo tanto brío y dulzura de pasos que hechizaba a los j inetes. Entre las biografías de los hombres hay una semejante a ésta: la de don Rafael Mosquera, apellidado en su niñez burro de oro, porque siendo hijo de padres muy ricos, era muy tonto y apagado, y que cuando menos lo pensaron se convirtió en el aventajado ingenio y gran talento que conocimos.
Uno de los caballos más beneméritos entre los que viven en la memoria de la posteridad es el Chamelote. Era este sujeto rosado, carinegro, de siete cuartas de alto y buenas prendas. Había nacido el año de 1811, es decir, ya en suelo republicano, y pertenecía a la raza de Casablanca, en uno de cuyos potreros pastaba cuando acaeció la memorable batalla de Boyacá, que puso en libertad a la ~ueva Granada, oprimida aún por los pacificadores. El virre . Sámano, vejete de mal carácter, y que era más valientt:' cuando era el coronel Sámano en Quito. que cuando era virrey en Santafé, comprendió perfectamente que esos cañonazos que sonaban al norte, en Boyacá, eran los últimos que se disparaban ontra el poder de Fernando ' 11 y de sus satélites; y .... se dejó de ruidos y salió corriendo, seguido de u guardia virreinal y preguntando el correr:
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¿ahí vienen esos cobardes? Los cobardes, que mientras tanto vencían a doble número de enemigos en Boyacá, venían al galope sobre la capital para coger al virrey. El bravo coronel Infante, negro de tez y de ilustres hechos, venía al frente de la vanguardia persiguiendo a los funcionarios españoles; llega a Bogotá, ¡han marchado! Sigue tras ellos, su caballo se cansa, coge de pasada el Chamelote en los llanos de Casablanca, y sigue a toJo correr. Llega a Guaduas; Sámano va adelante ; llega a Honda.. .. ya ha pasado el t\ 1agdalena. Infante enfurecido espolea su caballo y pasa a nado el gran río; llega al otro lado, y sabe que Sámano se ha embarcado hace dos horas. El alcance es por 10 tanto imposible. Infante vuelve a pasar el río en su caballo, y vuelve a seguir camino para la capital adonde llegó al día siguiente, y en donde vendió al punto el caballo en que acababa de rendir aquella homérica iomada. :\. que el lector me preguntará con qué derecho vendió Infante el Chamelole, si no era suyo. ¡Oh' por lo que es eso, contestaremos que vender caballos ajenos no es resabio porque es maña vieja. Los más gallardos militares, los más inmaculados patricios, desde que tienen charreteras, se creen autori=ados para quitar caballos y disponer de ellos. Esto viene desde la guerra de la independencia. ¡Honor y grande honor sea hecho a los generales que viajan en bestias propias! ¡Honor sea hecho al general París, qu entra en campaña en
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las mulas de su hacienda de Peñasblancas, y al general López que no cabalga sino en las bestias de su hacienda de Laboyos! j Y honor sea hecho a las pocas excepciones más que pudiéramos citar!
A propósito de esto de bestias ajenas, nos vemos en la precisión de referir un episodio. Hablaban los prisioneros del Oratorio de la última organización que había dado a su ejército el general h.losquera, cuando asediaba a Bogotá, y se dijo que al general Reyes lo había nombrado cuartel maestre, y de no sé qué otra cosa al coronel Level de Goda; J anuario, cuya broma no había muerto ni aun entre prisiones ya muy largas y estrechas, se hizo de las nuevas, y so pretexto de que el apellido de Level de Goda era desconocido en 1 1ueva Granada, preguntó con picaresco candor, qué era eso de cuartel maestre y qué lo de level de goda. Uno de los militares presentes vio una ocasión calva de echar un párrafo de erudición, y arqueando el bra:o y el talle, para tornar un polvo con majestad. dijo: ¡oh! esos son grados de la milicia francesa, que yo conozco mucho: Cuartel maestre es el encargado del depósito, y level de goda el que corre con las bestias!
El que corre con las bestias, tornó a replicar J anuario, cuando no está en la cárcel, es usted.
Hablaremos de un muleto, si la moral nos lo permite. ~Iuleto, como el lector humano
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sabe, -que para el lector caballuno esta explicación sería perogrullada,- muleto quiere decir bastardo. Los caballos, mucho más morales que los hombres, han logrado poner un sello imborrable sobre el fruto adulterino de la yegua. Acá en las sociedades humanas, cuando una reina logra jugarle una a su marido, da a Iu:: un infante tan sumamente parecido a todos los infantes, que cualquiera lo toma por príncipe, inclusive el padre putativo, que no tiene medio ninguno de averiguar la certe::a. Así es que, acá entre nos los hombres, en materia de sucesiones, dice don Juan Salas, hay que estarse a la buena fe de la madre, hasta que pueda encontrarse un medio, agrega su comentador, el doctor Zaldúa, por el cual se conozca cuales niños son acreedores a sus parafernas, y cuales a que los remitan francos de porte al hospicio a buscar padre y herencia. Pues bien: ese gran medio tan buscado por los jurisconsultos, lo han encontrado los caballos. Que una yegua raga entuerto, y es seguro que allí, en medio de la dehesa, en faz del caballo padre y de la sanción de sus compañeras da a luz un muleto. es decir, un bastardo.
La herencia del caballo no será repartida con intrusos; le toca exclu~ i\'amente a los potros. y los muletos e l rgan a buscar paja, según opina el doctor Zaldúa .
Pues bien t n miserable hasta roo de yegua es el hér e de las aventuras que voy a narrar. o todo h de ser rigor; demasia-
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das preocupaciones pesan ya sobre los hijos naturales; es justo reconocerles sus virtudes cuando las tengan, para inclinarlos así a todos a la moral. Por otra parte, Fígaro dice con muchísima justicia: est-ce ma faute, si mon pere n'a pas époussé ma mere? Que traducido literalmente, dice así: Si hubiera nacido yo a tiempo para hacer que mis padres se casaran, cuando todavía no lo eran ... !
Los españoles (vuelta con ellos) desterraron a España a los pocos patriotas que no enviaron al patíbulo. Entre los desterrados marchó el grande Arzobispo don Fernando Caicedo y Flórez, que entonces era provisor. y más tarde edificó el suntuoso templo de la catedral que hoy existe en Bogotá. Se fue el señor Caicedo a su destierro, caballero en un muleto bayo de buenos pasos, que lo llevó hasta i\1érida; de allí se venía su obispo, el señor Lasso de la Vega, a Santafé, y el señor Caicedo le dio su muleto; vino sin'iendo hasta Bogotá; al llegar a esta ciudad, se necesitó de una bestia mular de mucha confianza para enviarla a Honda, a servir al Arzobispo acristán que venía al interior. Volvió sirviendo el muleto (ya macho, es decir, ya hombre) a Bogotá, donde lo ensilló un socorrano que lo compró y lo hizo servir hasta el Socorro, donde terminó tan estupenda correría. ¿Qué dice usted, señor lector? ¿Haría usted un viaje igual?
Con frecuencia se citan grandes jornadas como elogios de los jinetes; y nunca se acuer-
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dan de elogiar al caballo. Esto recuerda la famosa respuesta que dio Bolívar a un oficial que le pedía el grado de coronel por haber hecho una estupenda jornada. ¿En cuántos caballos la hizo usted? preguntó 80-lívar.-En uno solo.-Pues entonces, nombro coronel al caballo, contestó el Libertador.
He nombrado a Bolívar, y su nombre me trae a la memoria, naturalmente, el célebre Rucio Bolívar. Este noble sujeto era quiteño y se llamaba el Pastor. La persona que 10 regaló a Bolívar, lo compró en $ 1.000; según la proporción de este precio, en aquella época, hoy valdría $ 8.000. Bolívar lo usó con predilección y al tiempo de irse lo regaló al general Francisco Urdaneta. quien lo vendió algunos años después para padre de la familia del Chamelote. en el seno de la cual murió.
¿ Quién no recuerda el caballo negro del viejito Fierro? El señor Fierro tenía tienda de comercio en la primera calle real; y su casa de habitación por la Candelaria. Venía de la casa a la tienda, caballero en el caballo negro que se mantenía siempre tan bien y con tan buena salud! Al llegar a su tienda, le amarraba las riendas y lo despedía; y el caballo regresaba a su casa, sin extraviarse nunca, ni dejarse coger por otra persona. A la hora de comer se repetía la escena a la inversa: soltaban el caballo en la casa y llegaba solo a la tienda a
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recibir y traer a su amo. Esta vida duró así por más de doce años.
La nobleza de carácter, que es la primera de las cualidades que pueden hacer ir un hombre y un caballo al templo de la fama (literatura fósil), era la mejor dote del rucio ibaguereño, tan conocido en Bogotá con el nombre de su poseedor el señor F a11on. Perteneció este caballo a un rico particular el señor C . ... cuya esposa cabalgaba en él en un viaje por los pueblos del norte. Por equivocación tomó la señora una trocha que terminaba en una angostura fonnada por una laja resbalosa en el suelo, peña a un lado y un abismo al otro. La vuelta era imposible a causa de la estreche= de la senda; seguir adelante más imposible aún, porque al resbalarse el caballo caerían al abismo. La situación era crítica; lo comprendió perfectamente el rucio Fallon, y doblando con suavidad las cuatro patas, se acostó para que la señora pudiera salvarse a pie como lo hizo. Luégo, jugando el todo por el todo, recogió todos sus nervios, hizo un ovillo de su cuerpo, dio un salto colosal y cayó al otro lado de la laja, en donde volvió a recibir a su señora ~. siguió su camino sin hacer la menor alusión a su ha:aña. Siempre que se hablaba de este acto de noble:a delante de él, volvía modestamente a otro lado el hocico.
El general Melo, a quien tuvimos que aguantar de dictador desde el 17 de abril hasta el 4- de diciembre de 1854, tuvo dos
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caballos notables: uno, el hermosísimo overo en que está montado, en el retrato colosal litografiado que se hizo del ridículo personaje. Otro. el zaino, que fue cogido el 4 de diciembre por el general !\1osquera, quien lo remitió a su hacienda del Coconuco. Este zaino era un dandy de primer orden; todos los días subía la escalera del cuartel, llegaba al salón de Melo, se veía en un grande espejo que allí se hallaba, y después que se miraba y remiraba volvía a bajar la escalera y se dirigía a su cuadra.
En las carreras de 1847 se hicieron famosos el Ombligón del señor Aquilmo Quijano y el Cisne de los señores Latorre. Eran dos corredores insignes; ambos han muerto ya, pero todavía apuesto al Ombligón.
Han conseguido nombre, y viven en la flor de su vida, el pintado de Borrero, nacido en la Habana y avecindado en Potrerogrande; el negro de J. Corredor; el torito de los Latorre, el moro de .1. Escobar, los Azaeles de E. París, etc., etc., y otros muchos que no nombro por no ofender su modestia y porque espero montarlos todos para saber cuáles son dignos de er eternizados.
(De El MOlaico, número JJ. de 27 de .'P5[0 de 1864)
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CONSEJOS A MI POTRO
~rívolo juguete enviado c:>mo memoria de ausencia al doctor Pedro Fernández Madrid .
Muy castaño mío:
Hoy cumples cuatro abriles, edad requerida por la constitución para entrar en el goce de tus derechos. es dec; r, para que te ensillen y te hagan entrar en paso y te pongan rienda . Hoy hace cuatro años cabales que te vi, trémulo y delgadito, mover tu~ largas patas para sostener tu cuerpo que salía por la primera vez a la luz del potrero. Bella era tu madre, cervuna de color, de largas crines, bríos de militar pronunciado; Índole granadina, es decir, entre altiva y perezosa, entre gallarda y fanfarrona. Tú fuiste su décimo alumbramiento, porque la noble yegua sostenía, como Tapole6n. que la hembra más grande era la que más hijos hubiera dado al estado; y efectivamente, tus nueve hermanos todos fueron para el estado, como consta de fajas 1 a 300 en los tres expedientes de suministros que tengo presentados, por lo que di a la causa de la li-
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bertad en 185 1 , 1854 Y 1860, tres épocas gloriosas para la agricultura. Tu padre era un noble calavera nacido en Bonza, y que menos el defecto de libertino y de espantador, era todo un caballero. Juzgo que no te acuerdas de él más de lo que se acuerda Bogotá de Nariño, y Colombia de Bolívar.
Para que hagas buena carrera es preciso que oigas algunos consejos y que los grabes donde puedas; no me atrevo a decirte que en la memoria, pues como bruto que eres, no has de tener esa tercera potencia del alma racional. Si tú los sigues, serás un caballo de bien, tus amos te darán pruebas de confianza, cuales son las de escogerte para las jornadas más largas; serás caballo de pesebrera y potrero, que es tanto como ser doctor en ambos derechos; y a la postre morirás honrado por tus concaballos y por los ciudadanos.
No te doy reglas de tu manejo con el chalán que va a ponerte en doctrina, porque él tendrá buen cuidado de dártelas. Pero supongamos que ya sales de la doctrina, que ya se te recibe en la sociedad como caballo hecho; para ese caso sí necesitas que yo te muestre tu camino.
Si te monta algún pepito, ya sabes la antigua regla de derecho que dice: a los muchachos contra el suelo, precepto profundo cuya falta de observancia está sumiendo a la sociedad en males incalculables.
Si es militar el que te cabalga, completa
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el axioma con la exposición de Mr. Dupin, sabio abogado del foro francés, que dice: a los militares contra una esquina ¡Qué de males se hubieran evitado, si todos los cahallos hubieran estado de acuerdo en este principio! Figúrate que el zaino de Melo lo estrella contra una tienda de pilar el 17 de abril a las cuatro de la mañana. ¿Qué hubiera resultado? Que la revolución de 1854 que costó tanta sangre, en lugar de durar un año hubiera durado media hora. Puede ser que te monte un militar como el general París; con él te guardarás bien de encabritarte. Pero pierde cuidado en esto de conocer cuáles son los que debes estrellar; los militares como el general París son tan pocos, que bien puedes hacer una regla general y descrismados a todos. Por otra parte, los militares como París jamás andan sino en caballos propios, y tú no serás propio para los militares, conozco tu carácter.
Si ves de lejos un militar, de general para abajo y de cabo para arriba, castaño mío. cruza, y ligero, mientras más ligero, mejor. Esto mismo le dije varias veces a tu difunto hermano Pisa/lores, no lo quiso creer y fue víctima de su candor, porque murió en Usaquén defendiendo la libertad así como Tumbarlotas, tu tío materno, que combatió en Arataca y murió persiguiendo a los derrotados.
Mas. suponiendo que no alcances a cruzar, y que por este camino o el otro vienes
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a ser bagaje de coronel; y suponiendo también que tu expropiador sea jaque y no se deje estrellar; en tal caso, oye, mi castaño querido, oye las reglas que de observar tienes. Si vas a una batalla, ponte en la caballería oficial, que esa no pelea nunca. Si te monta un orejón te hará morir innoblemente; si un militar, te cansará en vano; si un cachaco, te hará saltar la trinchera y morir abrumado de gloria, quiero decir, acribillado a balazos, como cayó el gallardo general Herrera en Bogotá el 4 de diciembre de 1854, día de funesto recuerdo en tu familia, porque allí murieron tus hermanos el Pirata, el Gólgota y el Oropel y fue robado por los llaneros el macho Cienfuegos, tu hermano natural. Hay un puesto en las batallas, tan incólume como un calicanto, y es el de adjunto, ayudante o cosa por el estilo: trata de que le toques a algún ayudante general de estado mayor general del gran ejército, y te garantizo que lejos de enflaquecerte, engordas; lejos de morir a bala, sólo te expones a morir de aburrimiento. o andes en tratos de hombres de negocios, sino haste a la canongía de una hacienda; quiero decir, que si te dejas poseer por algún tratante, te patoneara en dos por tres y te asoleará y te dejará salir haba, te dará salvado sin agua, por lo cual padecerás de un cólico llamado torzón, que es a los cólicos ordinarios lo que el fuerte a la peseta de a cuatro; en lugar de esto, hazte poseer
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por hacendados que mantienen gordos sus caballos y no los maltratan sino en ocasiones solemnes. Descanso completo no lo hallarás tú sobre la tierra.
Si te toca en suerte un jinete que valga la pena, para ir a la guerra, uno de esos jinetes que son honra y provecho, haz gustoso por él lo que los partidos políticos hacen por sus Jinetes. es decir, por sus jefes: muere en silencio, hazte matar sin decir: esta boca es mía. Supongo que el jefe te ha comprado, y que el jefe no es un militar que se ha vendido al que más grados o más pensión le dé, sino un gentilhombre como Herrera, u otro que t al haya bailado. En este caso, tu camino está marcado. Un caballo de buena familia que tenga el honor de ser regido por un gentilhombre debe llevar con gracia los arreos militares. El cuello enarcado para lucir su elegancia y para hacer flotar las crines al viento; la orej a recta y tendida adelante; el ojo bañado en luz, saltado y expresivo; la nariz abierta y resonante ; la boca blanda, aunque rabiosa, debe cubrir de blanca espuma el duro freno, y el hocico, tirado atrás por el rendaje, debe plegarse sobre las conchas del pretal; el acerado casco debe herir sin cesar el suelo, y la cola unas veces tendida al viento, otras agitando con fuerza los sudorosos flancos, debe coadyuvar a la gracia de la apostura. El relincho debe imitar el sonido del clarín, y cuando suene la corneta para romper el fue-
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go, debe relinchar como quien dice: ¡vamos! En el combate debes estar listo a la ofensa, tardo a la huída: una trinchera, aunque esté muy baja, se salta por orgullo. Tus ojos, sombreados por el ardor y la cólera, deben ver la bandera enemiga. Si tienes corazón, haz que sus latidos entusiastas se vean al través de tu piel castaña y brillante. Un salto a tiempo, atrás o de lado, puede salvar a tu jinete o salvarte a ti mismo. Si hay un encuentro particular entre tu noble jinete y un jinete enemigo, tú no debes atenerte a los consejos de la rienda, sino poner de tu sayo muchos movimientos que a él se le olvidara indicarte, atento a herir a su enemigo. Si cae una granada junto, debes saltar por encima de ella airosamente, o si no puedes alejarte en ese momento, pon el casco con rabia encima, que las granadas tanto de pólvora como políticas hacen menos daño cuando revientan debajo que cuando revientan a un lado. Si quieres divertirte durante la batalla. si deseas saber con qué clase de enemigos tienes que habértelas, no tienes más sino mirar quién está encima y quién está debajo; el que esté debajo será liberal a todo trance; el de encima conservador. Traducido esto en lenguaje tuyo, te diré que el orden siempre tiende a andar a caballo en la libertad. porque el orden es bípedo y la libertad cuadrúpeda. y la conformación y estructura de los miembros es el cincuenta por ciento de las tendencias hu-
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manas y decide de muchas cosas. El orden tiende siempre a apretar las piernas y la libertad a brincar : cada uno hace uso de los frenos que tiene.
Concluída la batalla. es muy común que los que no han peleado se pongan a perseguir a los derrotados. Como tú has peleado como bravo y estás sudando y rendido de fatiga, no harás esta villana acción. Deja que hagan eso otros animales menos nobles que tú .
Durante la paz tienes las siguientes crisis ' un paseo al salto de Tequendama y paseos por las calles de la capital y un viaje más o menos largo. En el paseo al Salto irás prestado; esto te lo puedo decir con toda seguridad. Entre mil caballos que hayan ido a conocer la maravilla de la naturaleza, no habrá ido uno solo alquilado. Esta es una de las cargas concej iles que la ley reconoce sobre la propiedad llamada caballo. Entonces te montará un amigo, que por lo seguro no sabe montar, y te echará a perder algo ; o una j oven que sabrá mucho menos y que te dañará mucho más. Esto se explica : la mujer no ha nacido para jinete.
En los paseos en las calles, que serán diarios. será donde adquieras todas las enfermedades mortales que han de poner término a tu vida. La patoneadura y los resabios son hijos de las grandes capitales. No hay juventud que no se agote, ni salud que no se deteriore en las cultas sociedades. Por el
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contrario. en los campos la juventud es inmortal, la salud, de hierro: nadie se patonea sobre la yerba de la pradera.
En estos paseos por las calles es donde se contraen aquellos vicios que han hecho a tu noble raza casi peor que la de los hombres, si se me permite la exageración . Estos vicios consisten en ,'olverse un caballo bien nacido resistidor. br ¡neón, coíeador, espantador. despedidor o tropezador. Resistidor no es que tú resistas nada, sino que te resista~ al caballero. Brincón, Jo canta su nombre. Coleador, es adquirir la costumbre popular de saludar a derecha e izquierda con la cola con tan poca gracia como los jefes de partido. Espaniador, no es que tú espantes a ninguno, sino que te espantes tú mismo de musarañas, y hagas escándalo por poca cosa. Esta maña se ha pasado de los gobernantes a los caballos o viceversa: la historia no está de acuerdo en este punto. Despedidor significa partir sin cortesía. despedirse como un patán en el momento en que el jinete coge el estribo, sin darle tiempo de sentarse en la silla. Esto es cosa de villanos y de rústicos. y tú no debes hacerlo sino en el caso de que te hayan decla rado bagaje, : sea coronel en comisión el que vaya a fatigarte. Tropezador cualquiera lo entiende.
Tienen algunos caballos la maldita costumbre de dar hachazos en el camino, porque ven una mariposa o sale un muchacho de
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entre una zanja. Si se espantaran por ver salir una muchacha, pase, pero, un muchacho! No vale la pena. A estos tales se les llama pajareros. Un chapetón a quien se le había advertido que el caballo que le daban era pajarero, no pudo guardar el equilibrio en el primer hachazo, y cayó: su caballo espantado huyó, agüijado por los estribos, que golpeaban sus flancos. El bueno del chapetón se quedó tranquilamente sentado en la vera del camino: pasó un amigo y le preguntó qué hacía allí, y le contestó que aguardaba a su caballo que había ido a coger unos pájaros. El otro comprendió con trabajo, y se fue a coger al falso cogedor de aves, el cual recibió después una pela que clamó al cielo.
Si tienes la fortuna de llegar a la vejez, sentirás perder tu salud y las enfermedades harán de ti una grotesca etcétera. Las manos que tanto galoparan estarán hinchadas : el mal de la corva. que es la gota de los caballos de estado, hará de tus dos piernas un arco. El cogote te hará cretino, es decir, que embotará tus facultades mentales. La haba. que es la jubilación de los caballos, te impedirá hacer uso de tu dentadura superior. La sarna vendrá en seguida, por falta de ej ercicio que te haga sudar; y encima de todo, el muchacho de echar la recogida o el hato, te amargará tus últimos años, montándote en pelo y haciéndote dar paseos difíciles. jDichoso tú, si entonces encuentras una
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yegua vieja que te haga compañía! ¡Dichoso, si encuentras un rinconcito repuesto donde haya pasto tierno y húmedo! No a todos los caballos les es concedido tanto, que a los males de la vejez se agregan los que causan los caballos miembros de la sociedad potreril. Tú, ahora que estás joven y correlón, guárdate de afligir al pobre mocho viejo que te encuentras por ahí, arrastrando sus patas corvonas para ir penosamente a buscar un charco en que beber. Sus ojos, azules por la vejez, no distinguen ya la amarga altamisa, la venenosa tembladera y la sosa lenguevaca del suculento triguillo y el tierno carretón. Al guerrero viejo no le queda otro modo de manifestar su indignación que arriscar las orejas: no lo desafíes. no le friegues la paciencia. Mira que tú te verás también algún día en igual situación: mira que no conozco un solo potro malévolo de quien no se haya vengado la sociedad de caballos, cuando lo cogen en la vez inhábil para la lucha. Así es que no hay mejor defensa para el desgraciado y el débil que haberse manejado bien cuando era feliz y fuerte. Un potro de mal carácter arrastró a su padre viejo hasta una zanja. Al llegar al borde le relinchó el anciano : ¡lente hijo, que hasta aquí arrastré yo a mi padre! Ya ves que nadie arrastra impunemente. sin que a su turno se vea arrastrado por otro.
Con todos estos consejos y algo que pongas de tu peculio tienes para pasar una vi-
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da, no dichosa, porque a ningún caballo le es dado bajo el sol hacer de la vida una canongía, sino 10 menos desgraciada posible. No creas que todo 10 que hay que saber lo enseña el maestro: la enseñanza tiene una parte práctica que sólo uno mismo se la puede dar, desarrollando los consejos recibidos. No me resta sino decirte pocas cosas. Tu chalán está arreglando tus movimientos: de los que saques depende tu destino.
Si te obstinas de echar paso de dos y dos, como se ha obstinado el gobierno nacional, te destinarán para caballo de fraile. Si tienes ese espantoso pasi-trote-por alto, que tiene tu hermano el CarrieL, semejante al que tomó el gobierno del Cauca después de la última revolución, te daré a los diablos, y en defecto de ellos, a los coroneles de comisión. Si no sales sino de trote y galope, caballo de coche te verás, y entonces tendrás la doble ventaja de arrastrar omnibus en la paz y coroneles en la guerra. Si sacas pasitrote suave, caballo de viaje has de ser; y si te dotas con un voluntario y suavísimo paso-trochado, y a esto agregas blanda boca, píes seguros e Índole apacible, no podré hacer por ti más de lo que hice con mi corazón: ¡regalarte a mi mujer!
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EL ULTIMO ABENCERRAJE O BIOGRAFIAS DE MIS CABALLOS
A}. M . Samper
Yo he sido siempre muy aficionado a poseer caballos. haciendas, casas y almacenes de comercio. Lo único que no he deseado nunca son carboneras y minas de azufre. (, Qué diablos quería usted que hiciera yo con un depósito de tres o cuatro mil arrobas de azufre, por ejemplo?
No piense, Pepe, que voy a espetarle la historia de las haciendas que he pensado comprar, ni de las casas que aun no he comprado, ni de los almacenes que me han ofrecido en venta, y que no he comprado porque no pudimos convenirnos en. . .. los plazos. Voy a hablar solamente de mis caballos.
He tenido ocho, por junto. Todos ellos tenían la ventaja de marcar las lecturas que acababa de hacer. El primero, titulado Rodín., lo compré poco después de haber leído el Judío Errante. Era un negro manso, petaeón, que aguantaba perfectamente no una jornada larga, sino la espuela. Tuvo simpre un
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profundo desprecio por este instrumento; no le hacía ningún caso. Me costó $ 80 en dinero, y lo vendí en $ 60 a cambio de féferes. El segundo se llamaba el Gólgota. porque acababa de leer yo varias poesías sumamente románticas; este sujeto era moro, farolón, boquiduro, de mucho brío y buenos movimientos. Me costó $ 120; me sirvió lealmente cuatro años y murió, no entre mis brazos como mi fino amor lo deseaba, sino entre mis piernas, porque iba yo caballero en él el día que le dio un torzón mortal.
El tercero llamóse el Cólera: me daba tres porrazos por día, un día con otro, unas veces porque le quedaba la cincha floja y otras porque estaba apretada. Había adquirido la loable costumbre de caminar arrimándose a la pared, cuando andaba en las calles de Bogotá, por cuyo motivo adolece una de mis rodillas de un dolor que algunos médicos, con una lucidez digna de otro enfermo, han calificado de reumático. El Cólera me costó $ 200 Y lo vendí a plazo por igual suma. El plazo se cumplió, pero.... no sé cómo explicármelo. . .. el pago no se ha cumplido. El Cólera era bayo, mayor de edad y sin ....
TO, señor; ahora que me acuerdo, sí tuvo un general en la guerra de 1854, pero ya no era mío.
El cuarto se llamó el Cacique.
¡Qué bien lo coronaron! ¡Qué bien su porvenir adivinaron Los que vdaron su primera luz!
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En mi vida he visto un sujeto más digno de ser cacique. Tonto, resabiado, coleador, haragán, de poco aliento y de muchísima soberbia. ¿Creerá usted que un día (delante de mi amada) porque le arrimé un poquito la espuela, volvió su feo hocico y me mordió, ay! ay! ay! la espinilla? <Hombre, le dije yo, caray! qué genio! qué modales! Es usted un. . .. grosero; dispénseme la palabra:.. Eso sí, él no dijo: esta boca es mía. Sería seguramente porque calculaba que yo estaba convencido de que esa boca era suya. Excusado es decir que el Cacique era morcillo. Dí por el Cacique una silla chocontana, las obras de Say, un reloj ito de mala conducta y un lapicero de plata. Cuando lo vendí recibí una obligación de un quebrado, a ver si la podí.a cobrar, por valor de $ 800; una resma de papel ministro; la colección de láminas representativa de la conversión del judío Ratisbonne, una cartera y un chaleco de seda. No pude cobrar la obligación; ahí la tengo todavía, y si usted quiere, se la negocio por chécheres. Este caballo no me proporcionó más ganancia que la extensa erudición qne tengo en materia de concurso de bienes; porque para ver si podía cobrar, me aprendí de memoria a Pardesus y Robrón. Bien es cierto que la tarea nocturna que tuve me costó una reuma y la reuma mi dentadura de marfil, y ambas cosas un ataque de nervios, que me obligó a ir a temperar, y gastar. ... ¡no lo creerá usted! exac-
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tamente la misma suma de mi obligación. ¡Y dicen que no hay casualidades! En aquellos estudios que hice a la vela, adquirí un profundo horror por esta clase de trabaJo. Por eso cuando me cuentan que en el Pacífico anda un buque a la vela, digo yo: [pobre buque! ¡ Cómo le quedará la dentadura! Y si me agregan que el susodicho buque navega de conserva, exclamo: ¡peor por ahí! ¡si la conserva es un veneno para los dientes!
Después del Cacique tuve el Suspiro. ¡Maldito sea el Suspiro, la yegua, su señora madre, el padre que lo engendró y los pastos que lo criaron! El Suspiro era alazán, cenceño, tan cenceño que se podía atravesar con un alfiler. Engordaba en seis meses y se adelgazaba en media hora. Las gentes decían que yo le ponía corsé; ¡ pura calumnia [ El Suspiro tema un pasito corto, un galopito corto, un trotecito corto, y el aliento no era muy largo. Le monté en Bogotá, para pasear en las calles, y resultó que era afeminado y boquirrubio; delante de las ventanas donde había señoritas, enarcaba el cuello, abría las narices, tascaba el freno, y seguro de que la jornada no lo había de matar, se ponía a dar salticos, salticos. . . . Yo saludaba con la mayor elegancia, y el caballo daba salticos, salticos; iba a seguir, y el Suspiro se estaba dando salticos, salticos. Avergonzado de mi posición horrorosa, le apretaba los diminutos tacones de mis botas, y el Suspiro, acariciado por aquel sua-
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ve aguijón, que no le dolía, seguía dando salticos, salticos. Al fin reventaban las carcajadas de las lindas muchachas de la ventana, viendo ese indescribible espectáculo, y el ruido de las risas animaba al Suspiro, quien seguía dando salticos, salticos. Todas las ventanas se abrían, todas las familias se asomaban, las cocineras y las chinas de adentro (la última escala de la sanción social) salían a los portones, a ver aquel nunca visto cuadro; y el Suspiro, entusiasmado con la concurrencia, seguía dando salticos, salticos.
Al fin la noche, criada por Dios para tapar los dolores y la vergüenza, echaba sus velos de merino sobre la ciudad ; se cerraban las ventanas, se retiraba la gente, y yo ciego de vergüenza y de cólera, me desmontaba y cogía de cabestro al fementido animal, quien, visto que terminaba la función, cogía ese trotecito que toman los cómicos cuando se van de las tablas a desvestirse. Por eso, cuando leí en Olmedo, que para ponderar las gracias del caballo dice :
Que da mil pe os sin salir del puestO,
tiré el libro indignado exclamando : !si hubieras montado en el Suspiro! ¡Toma tus saltos!
El Suspiro mi hi::o echar a perder como cuarenta matrimonios que armé en distintas calles. A pie me trataban favorablemente las muchachas; en el saludo a caballo, era Troya. jSalticos, salticos!
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El Suspiro me había costado $ 300 en vales de 8." clase, y lo vendí en igual suma por vales de 3. 8
; pero los vales de 8." se cotizaban con mucha demanda al 80 por ciento por moneda de talla mayor; y después que yo poseía mis delgados vales de 3.'" dijo un congreso que ya se habían pagado muchos vales de 3. 8
, Y que por lo tanto, no se pagaran más .. Aquella ley se llamó cLey de arbitrios fiscales, autorizando al poder ejecutivo para levantar el crédito nacional ... Yo la llamé la ley del Suspiro, e hice una poesía que empieza así:
iSalve, decreto, pr6vido, ilustrado! iSalve, noble alazán, piel de carey! Mas ¿quién hil6, decidme, más delgado,
El Suspiro o la ley?
Hubo un tiempo . ... Mi patria iay' era esclava Del español sultán ....
¡Ay' ¿dónde están mis vales, los de octava? Por Jo que hace a los otrOS, aquí están. ¡Aquí! ¿Sabes tú dónde? En mi cartera .
• Pichincha! ¡Jua'13mbú l
¡Qué recuerdo' ¡Ayacucho' ¡La Porquera! ,Fue en La Porquera do naci~te tú?
Luchamos y vencimos. ¡ Yo te admiro, Bolívar colosal!
l\1as yo puedo decir que en un suspiro Se fue mi capital.
La salida del Suspiro me costó no una pulmonía sino un déficit en mis fondos; el
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balance del presupuesto no vino a vericarse sino después de tres años; pero el saldo de los números colorados todavía afecta mis libros.
Tras el Suspiro vino el rucio Ilusión. El Ilusión era una maravilla, un asombro. jQué dulzura de movimientos! jQué brío! ¡Qué boca tan dócil, qué estampa tan linda! El bellaco orejón que me lo vendió se hizo de rogar un mes: al fin abrió gola al trato, me lo dejó montar, y anduve desde San Diego hasta San Victorino, y volví por el camellón de los Cameros hasta San Francisco. ¡Oh, yo me sentía elevado a las nubes!
tvle encontré con el presidente de la república, y dije para entre mí: ¡pobre hombre! jtv1ire usted con lo que se ha contentado: con ser presidente! El orejón tenía un airecito como de quien aguarda a que le devuelvan su cigarro recién encendido ; se le conocía en la cara que hubiera vendido todo, menos su lindo caballo. Se dejó rogar, le eché empeños: hablé con un amigo mío que era primo de un concuñado suyo; y todos juntos le rogaron en mi nombre que me trasladara su ilusión. Al fin dijo que sí, de mala gana, le hablé de precio. y me dijo él que ofreciese. '{o, con el color de la vergüenza y del pudor en mis mejillas, le dije: ¿quiere usted ... cuatrocientos pesos? El pícaro orejón volteó la cara y comenzó a silbar un valsecito que ya no se usa, y que él aprendería en algunas fiestas en Ubaque.--¿Cua-
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trocientos . .. cincuenta? Don Pablo silb6 entonces el principio de una contradanza. ¡Sabía contradanza ese monstruo! Yo me moría, estaba ebrio de dolor y de amor.-¿Cuánto, le dije, en última instancia ?-Seiscientos pesos.-¿Nada menos?-Ni esto, me dijo haciendo sonar su uña con~ra Jos dientes. ¡El bribón tenía dientes, cosa envidl'áble para mí! Estuve por decirle en mi atuldimiento: ¡seiscientos pesos por el rucio y los dientes! Pero afortunadamente me contuve.-¿ Con qué condiciones?-AI contado.-¿Da algún plazo ?-Con buena firma. Como se ve, el taimado era lac6nico. ¿En d6nde diablos pudo aprender laconismo,
lengua, que Agesilao aunque viejo, la hablaba en champurrao?
Como no cedi6 ni esto (y haga él la seña) yo tuve que salir a hacer mis quiebras. Pude dar $ 200 al contado: se los llevé en oro, y cuando quise descontarle el premio, empezó a silbar otra contradanza. ¡El desdichado sabía dos contradanzas!
Fue menester dárselo a la par. Por los $ 400 restantes le otorgué escritura con hiPOteca de un solar por San Diego. Cuando se concluyó el negocio, llevé mi criado con el galápago y ensillé el caballo. Al salir del zaguán, cuando ya el caballo era mío y muy mío, creí notar una expresi6n de profunda alegría en el moreno semblante de don Pablo, y dije para mi saco : 4: Este hombre es
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capaz de reírse de un entierro. ¡Vea usted que alegrarse al perder este caballo! » Ya montado, le pregunté: ¿Cómo se llama el rucio?-Ilusión.-¿Quién le puso ese nombre?-Eugenia, mi hija.-póngame a los pies de esa señorita.-Se los apreciará mucho.
y puse mi caballo al paso largo. El primer mes todo fue dicha. Resultó que
el rucio Ilusión era engordador, que comía de todo con buena gana, y me ahorraba así muchos pesos por mes, propinándole en tres dosis diarias los desperdicios de la cocina. Además, era manso como una ovej a mansa, porque las ovejas de las manadas lo que menos tienen es ser mansas Yo podía darme el placer de llevar mis amigos a la caballeriza, y manosear delante de ellos todo el cuerpo del caballo, sin que él se enojara. Le golpeaba amigablemente el vientre, las ancas, las corvas, y con pedirle ¡la pata! ¡la pata! o bien ¡la mano! ¡la mano! levantaba la pata o la mano y la dejaba tomar por mí. A verigüé toda su genealogía y condiciones: por el diente se vio que tenía ocho años, la juventud del caballo; supe que era sogamoseña, es decir, que no era de ninguna parte. En Bogotá, cuando no conviene al dueño de un caballo revelar su origen, para que hagan rectificaciones de sus palabras, dice que es sogamoseño, lo que quiere decir en buen castellano, que uno no debe tener la indiscreción de seguir preguntando. Monté a 1 LusLón varias tardes, y fuimos en las calles
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la admiración del mundo entero. Algunas veces, acompañado de dos o tres amigos, solía ir hasta Chapinero o Aranda. En la Sabana era mucho más sabroso que en las calles. Por aquellos tiempos, y gracias a la poderosa cooperación que me prestaba la hermoSura de mi rucio, pude anudar mis relaciones con Luz, la más querida de mis cuarenta escogidas. Se atravesó un proyecto de paseo al Salto, y yo lo apoyé enérgicamente, porque allí esperaba que el rucio me haría vencedor al fin en la lucha amorosa que había empezado. El día solemne llegó; yo había conseguido que Juan Sáyer me prestara un bayito alhaja que tenía; ensillé mi Ilusión
con la montura de Luz, y como el bayo era igualmente aco, dejamos atrás a los padres, a los amigos y nos embriagamos de amor, de soledad, de aire y movimiento, cuatro drogas que componen la píldora que llamamos juventud, cuarta parte de esa otra píldora más grande que se llama vida. Mas de repente, ¡oh Dios! ¿qué hay durable en este mundo? • Ti el amor, ni la dicha, ni el imperio de los persas, ni Roma, ni Puentegrande. Cayó Ilusión en el camino, maltratando horriblemente a Luz. PermÍtame que ahorre detalles, y cuente el resumen. 1 [usión
padecía de una enfermedad que no le sobrevenía sino en viaje un poco largo. Esa enfermedad vergonzosa era talvez el resultado de una mala conducta ... ¡Ay! ¿cómo me
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atreveré a decirlo ... ? i Ilusión padecía de mal de perros!
* * ,., Es forzosa una pausa. .. La emoción me
ahoga.
* * * Desde que adquirí la certeza de aquella
fatal y vergonzosa enfermedad, no dejé persona a quién no preguntara con qué remedio se curaba. A favor de esta imprudente conducta hice público el espantoso secreto, de tal manera que al decir Ilusión, todos agregaban mal de perros. Yo le quité el nombre, y en recuerdo de los Misterios de París, le puse D'Harville. que mi paje pronunciaba ardil, y que al fin se convirtió en ardUa. El rucio ardUa fue vendido por mí en la cantidad de $ 200, a un caqueceño recién llegado a Bogotá, y que esperaba que en la tierra templada se curaría de la enfermedad, porque yo lealmente le descubrí el secreto. Cuando me encontré con don Pablo y le hablé del mal de perros, sacó de su bolsillo copia de la escritura en que me reconocía yo deudor de $ 400 por valor recibido a mi satisfacción, sin decir cuál era ese valor. Mientras yo leía él silbaba una contradanza que yo no le había oído por primera vez. ¡El desdichado sabía tres contradan::as!
Luz, la postrer luz de mi vida, debía consolarme de mis desventuras. Pero ¡ay! el mal de perros de mi caballo le había inspirado
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hacia mí la misma repugnancia que sentía por su esposo la señora D'Harville, cuando descubrió que su esposo tenía también mal de perros En vano le insté con mi ardiente amor; en vano le dije: Est-ce ma faute si
mon cheval a de mal de chiens? Ella volvía la cabeza; y en una de las veces que la volvió, vio al que es hoy su feliz esposo.
El séptimo caballo que compré fue un pisador retinto, de crin guedejuda, ojos saltados, casco negro y acopado, ancho pecho y
resonante nariz. Me costó $ 200 (los mismos que me dieron por Ilusión ardila) , escogido entre una corraleja de potros cerTeros. Lo hice quebrantar en mi presencia. Al ver su soberbia figura lo llamé Atila; y ¡como si me hubiera oído! No se dejó amansar nunca. Lo vendí a la diabla, que es un precio innominado muy significativo.
Hé aquí la historia de mis siete caballos; fáltame referir la del octavo:
Voy a llorar la historia dolorosa
La historia del ~trer Abencerraje,
Mas voy a descansar, porque esa historia
Merece ser contada en pliego aparte.
Descansad , pues, oyentes, mientras lloro ;
LuEgo comenzaré por punto acápite.
II
¡Musa antigua! !Tú que inspiraste al poeta de Sorrento y al ciego de Albión! Tú que inspiraste sus inmortales cantos al cisne de
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tvlantua! ¡tvlusa griega o romana, ven a templar las cuerdas de mi lira! ¡Musa consoladora de mis dolores, ven, y con tu auxilio cantaré el último Abencerraje .... !
-¿Qué tal, Juan de la Mina, lo que digo? ¿ Lloras? ¿ tu faz escondes?
-No! ¿Quim puede llorar cuando se escucha Literatura fósil?
Cansado ya de poseer caballos indignos, me dirigí al señor Aquilino Quijano, dueño de San J osé y le abrí mi corazón. Contéle todas mis cuitas, y le rogué que me vendiera un potro sin ninguna de las cualidades de mis siete caballos; que no se cansara, que no diera salticos, que no fuese viejo ni mozo, ni tuviera mal de perros, ni fuera pasador, ni espantador, ni alto, ni chico, ni castaño, ni moro, ni rucio, ni sogamoseño.
El me hizo ver una recogida de cien potros, y entre todos escogí un peceño, cuya figura parecía, como el clima de Popayán, inventada por los poetas. Ofrecí ciento cincuentas pesos; pero el dueño no quiso dármelo sino por ciento, y tuve que tomárselo por este precio. En seguida me exigió que se lo de.iara allí para que lo amansara su chalán, y que no lo lle ..... ara hasta que estuviera perfectamente manso y arreglado; y que, últimamente, si me lo daba en ese precio, era con la condición de que siempre que se enflaqueciera se lo enviara allí para en-
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gordarIo. Yo suscribí suspirando a todas esas condiciones; era forzoso resignarme porque él estaba en su casa. Por la tarde me exigió que montara en uno de sus mejores caballos y fuéramos a pasear en los pantanos; y por la noche. tras una buena cena, me hizo dormir en una buena cama. El hombre se resigna a todo.
Un año después me presentaron en el zaguán de mi casa, en Bogotá, un hermosÍsimo caballo peceño, manso, suave y brioso, perfectamente sano, gordo como un cerdo y manso como un perro. Lo monté, y abandonándome a sus propios instintos, porque la rienda era un lujo en él, descubrí que tenía todos los movimientos conocidos. Unas veces echaba paso trochado de indecible suavidad; otras pasitrote de novecientos milésimos; ya galopaba sobre la mano izquierda; ya sobre la derecha ; el galope era unas veces tan corto como el paso de un hombre, otras largo como el de un caballo vaquero. Le solté a la carrera y gané una apuesta COntra un afamado corredor; le arrimé a una zanja de tres varas de ancho, y la pasó como si fuera un pájaro Lo llevé en una larga Jornada hasta Nemocón y llegó con más brío que el que tenía al salir de Bogotá y sin mal de perros. Yo les preguntaba a los pasajeros que alababan la hermosura de su estampa, qué remedio sería bueno para ese mal, y me decían que mi peceño moriría de todas las enfermedades conocidas, menos de
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mal de perros, porque era muy bien conformado. Lo hice avaluar y lo avaluaron en $ 400.
Al \"olver a casa, le tenía pensado ya nombre: le puse el noble dictado de AbencerraJe .
Cuatro años viví dichoso con aquel excelente animal, durante los cuales no me dio ni una mala pisada. Como apenas tenía ocho, v un caballo cuidado dura veinte en buen estado de servicio (dígalo el rucio de J . M. Quijano), tenía por delante un porvenir entero: doce años de Abencerraje. Durante la última guerra lo mantuve escondido entre un cuarto de mi casa. Mas un día que tuve que hacer una diligencia gravÍsima en Villeta, donde me esperaba un amigo moribundo, tuve que sacarlo a luz. Atravesé la Sabana como si fuera en coche de blandos resortes, e iba ya a tomar el monte, en donde ya sabía que mi Abencerraje avergonzaba a las más prudentes y fuertes mulas, cuando, ¡oh desgracia! me encontré con el impávido coronel Samudio que marchaba en comisión a Ambalema.
No puedo decir más. . .. El Abencerraje fue declarado bagaje a pesar de mi resistencia .
. En dónde yace') ahora, Abencerraje mío? ¿Has muerto en Neiva o Mariquita? ¿Te hicieron trasmontar la cordillera? ¿ Vagas por el Cauca, o pisas oro en Antioquia? ¿ Te vendió el coronel Samudio, como hizo
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el coronel Infante con el Chamelote? ¿Has ido a dar a los llanos con aquellas partidas de bestias que llevaban unos señores militares? Ay! nada sé de ti, Abencerraje; pero en cualquier parte donde estés, muérete, Abencerraje adorado, muérete y verás 10 útil y sabroso que es irse de la Nueva Granada, en donde ni un caballo de buena conducta está libre de un mal encuentro!
Pasado el período álgido de la guerra, vino el de los suministros, en que tiene que mantenerse el enfermo con caldo de pollo para que no haya una recaída . Yo me presenté con una información de nudo hecho de testigos buscados aquí y allá, que declararon que era cierto que yo había dado en suministro (¿ voluntario?) un caballo cisne que según su leal saber y entender valdría cien pesos. El procurador opuso excepciones de pago que me dilataron mucho los términos del juicio; pero después de dos años logré sentencia favorable y he recibido los cien pesos en bonos del 3 que he vendido al 20 por ciento. De estos $ 20 he deducido $ 12, valor de las costas y del papel, y me quedaron $ 8; los voy a gastar en imprimir este artículo que será el único, el postrer recuerdo que en el mundo se tribute al último Abencerraje.
(De El Mosaico, número 34, de 3 de septiembre de 1864) .
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LAS TRES TAZAS
Al uñor Ricardo Silva
1í querido Ricardo: T e dedico estas tres tazas llenas la una
de chocolate, la otra de café y la tercera de te. Tómate la que quieras; lo dejo a tu elección; pero no creo que seas ecléctico hasta el punto de tomarte todas tres. Debes escoger una y vaciar las otras dos.
Tu paisano, Areizipa.
Postdata (en latín). ¡Hombre! no derrames las otras: ofrécele la una a tu esposa y la otra a Manuel Pombo. (Fecha ut supra igualmente en latín).
TAZA PRI0..1ERA
SA 'TAFÉ
Soy coleccionador, bibliómano o anticuario, no sé cuál de las tres cosas será; pero, sea lo que fuere, lo confieso con rubor, porque no se me oculta el ridículo que sigue a estos oficios serviles en nuestra tierra. Si en
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lugar de eso fuera revolucionario como don N .... que está graduado ya de doctor en revoluciones, y que es muy bien recibido en la sociedad; o si fuera militar, profesión que imprime carácter; o agiotista, profesión que idealiza al individuo, lo confesaría en alta voz y andaría con la frente tranquila y la conciencia erguida .... como dicen algunos que se retiran a la vida privada. Creo que como dicen es «con la frente erguida y la condencia tranquila», y si yo he dicho al revés, no te afanes. Será equivocación del cajista, que de esas he visto yo.
Pues iba diciendo que soy biblIófilo, o cosa parecida; y por esta razón poseo impresos en abundancia y variedad. Una de estas variedades es la de esquelas de convite a entierros y bautismos, de ofrecimiento de nuevo estado y de despedida. ¡Qué de cosas he visto! ¡Sobre cuantas boletas han caído lágrimas que se me han saltado a traición e impensadamente. <t Dionisio Rodríguez y Zoila Díaz se ofrecen a usted en su nuevo estado». dice una esquela fechada en 1841. c Dionisio Rodríguez y su señora ofrecen a usted un nuevo servidor , dice otra, fechada en 1842. ,Ha muerto la señora Zoila Díaz, dice otra. Su inconsolable esposo y sus huérfanos suplican a usted que asista a las exequias mañana a las once>. La fecha es de 1853. Estas esquelas recibidas a largos intervalos no causan sino una impresión sencilla; ¡pero reunidas así en un libro, sin
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más distancia entre el matrimonio y la muerte que una hoja de papel, y sin más tardanza que la necesaria para volver una foja! Así, amigo mío, la impresión es compleja, y el sabor que queda en el alma es un sabor a asco de la vida. La vida es una canallada, es un robo cuatrero, es una miseria. Esaú vendió su derecho de primer nacido por un plato de lentejas; si hubiera sido su nacimiento el que vendía, debiera haberlo vendido por el plato solo: darlo con lentejas hubiera sido un despilfarro horrible.
¿Quieres que sigamos fojeando? Mira lo que sigue. Un amigo mío me convida en 1849 a comer en su tornaboda, y en la foja siguiente me convida su esposa a acompañar el cadáver de mi amigo al cementerio. Yo acepté ambas cosas: brindé en el convite y lloré en el entierro. ¿Quieres que sigamos fojeando? Mira lo que sigue: Es un convite para unos certámenes de niñas. Una de las sustentantes es Clementina Forero, de edad de ocho años. ¿Sabes quién era la abuela de esta niña? Zoila Díaz, a quien vi casar yo, que según mi fe de bautismo y las barbas negras que peino, soy joven todavía; pero que según el estudio de estas boletas soy un Matusalén detestable. Y yo mismo ¿ qué seré mañana para el que me herede estas colecciones, sino una antigualla curiosa, un ente mitológico que existió? ¿Quién hará vivir mis ideas, mis sentimientos? Nadie, nadie! «Un hombre al agua!' gritan en un
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buque cuando cae por descuido un marinero. Se ve a la víctima debatiéndose con las olas, se ven sus movimientos, se oye su voz, que invoca a Dios, que nombra a su madre, a su esposa, que ofrece el oro que tiene en tierra al que lo salve. Pasa un momento ; ¿qué hay sobre el mar? Nada. El buque se aleja: ¿qué deja atrás? Nada. Un hombre es nada después de que se consume. Las generaciones son buques; de ellas se desprende un hombre que iba con ellas, y cae a la tumba . Las generaciones siguen : ¿qué dejan atrás? Nada.
¡La vida, si no es más que este totilimundi en que pasan y repasan figurillas, no vale ni el plato vacío de Esaú. No vale nada, absolutamente nada. Cualquier negocio es a pura pérdida, mientras no haya negociantes que garanticen la perpetuidad. Lo que más humilla al hombre es la muerte ; es vivir de arrendatario de la vida, es no tener nada propio. Cuando menos lo piense, viene el dueño y le pide lo que posee. Esta es una humillación por excelencia .. ..
Dichosos los que dicen, quitando así a la muerte su humillación sin nombre : <La vida es una prueba, es un recodo, es un tambo en la ruta para descansar a su sombra un momento. Nadie se va a vivir a un tambo ; pues bien, I~ vida no ha sido nunca de cal y canto. VenImos de Dios, hacemos un viaje a l rededor de la tierra y volvemos a Dios ¿No hay franCeses que salen de París, viajan, y vuelven a
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los diez o doce años a París? Pues así sucede al hombre respecto de Dios>. Oh! esta sed de inmortalidad del hombre, si no hubiera Dios, sería un veneno delante del cual el ácido prúsico sería un caramelo pectoral y calmante. Si los volcanes rugen como rugen y braman como braman, será porque se les ha figurado que no hay Dios. Yo, en pellejo de ellos y con tal idea, no me estaría ni una hora sin un terremoto: me divertiría en matar al mundo a fuerza de estrujones.
Pero hay Dios. Aguantemos humildes la prueba de la vida; padezcamos la prueba de las boletas, y déjame divertir un poco la imaginación, porque allí alcanzo a ver al principio del tomo una esquela en papel florete que me sonríe. Mírala, qué cuca. El papel es un florete español de lo más florete que puede hacer el hombre, criatura nacida para hacer siempre papel. El largo de la esquela es una cuarta, medida española : el ancho, media, y el margen tiene cuatro dedos. ¿Quieres que la lea?
Doña T acúa Lozano
saluda a Um. y le ruega que venga esta noche a to
mar en esta su casa el refresco que ofrece en obsequio de algunos amigo5 . •
Señor don Cristóbal de Vergara
Santaré y mayo 13 de 1813
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He oído contar en casa que este refresco fue de lo sonado, de lo grande. Asistieron cincuenta personas de lo más escogido que había en la ciudad: Nariño, Baraya, Torres, Madrid y otros personajes por el estilo. Nariño estaba en vísperas de marchar al Sur con su valiente ejército: y la marquesa de San Jorge quería darle por despedida lo que se llamaba entonces un refresco, es decir, una taza de chocolate.
El palacio de la marquesa era, tú lo sabes, la mis ma hermosa, sólIda y opulenta casa que queda en la esquina de Lesmes, y en que vive hoy don Ruperto Restrepo. Era y es una casa cien veces mejor que lo que hoy se usa, estas casuchas que se vengan en altura de techos de lo que pierden en extensión de terreno; fábricas de tifos y de tristezas; copia exacta de la generación ac~ual; casas de gran fachada y sin huertas ni Jardines: con salas de veinte mil varas de alto y corrales de vara en cuadro; casas, que en lugar de aquellas andaluzas y espaciosas albercas en que corría a chorros la rica agua del Boquerón, tienen bombas que pujan y brotan por la fuerza una agua que sabe a magnesia y sédlitz. La casa de la marquesa ahí está a la vista: es cien veces mejor que las de hoy. Su dueño no debe cambiarla si no le dan doscientas casuchas de éstas que la moda levanta.
Pues en uno de sus saJones fue donde se reunió la sociedad que iba a tomar un re-
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fresco la noche del 13 de mayo de 1813. Treinta caballeros y veinticinco señoras y señoritas asistían. Era el traje de los caballeros zapato de hebilla, media de seda, pantalón rodillero con hebilla de oro, chaleco blanco y casaca sin solapas, según la última moda, y que era llamada Bonapartina. El traje de las señoritas consistía en camisón de seda de talle muy alto y descotado, mangas corridas y falda estrecha.
La gran sala estaba colgada de tela de seda recogida en profusos pliegues. El mobiliario consistía en tres canapés con prolija obra de talla dorada, y cuyos brazos semejaban culebras que mordían una manzana. Fuera de los canapés había unas cincuenta sillas de brazos, también doradas y forradas como aquéllos en damasco de Filipinas. Del techo colgaban tres grandes cuadros dorados en que se veían los retratos del conquistador Alonso de 01a1'a, fundador del marquesado; de don Beltrán de Caicedo, último marqués de San Jorge, por la rama de Caicedos, y de don Jorge de Lozano, poseedor del marquesado en 1813.
El refresco tuvo lugar a las ocho de la noche en el vasto comedor. La mesa cubierta con un mantel de alemanisco de resplandeciente blancura, soportaba el enorme peso de los platos de colaciones, las botellas de aloj a y los botellones de vino español. Sobre las servilletas dobladas reposaban grandes platos· entre éstos había platos peque-
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ños; y entre los pequeños había pozuelos en que hacía visos azules y dorados la espuma de un chocolate que estaba guardado en pastillas hacía ocho años en grandes arcones de cedro. El cacao había venido desde CÚcuta, y para moterio se habían observado todas las reglas del arte, tan descuidadas hoy por nuestras cocineras. Se había mezclado a la masa del cacao canela aromática, y se había humedecido con vino. En seguida cada pastilla había sido envuelta en papel, para entrar en el arcón en que iba a reposar ocho años. Para hacer el chocolate no se habían olvidado tampoco las prescripciones de los sabios. El agua había hervido una vez cuando se le echaba la pastilla ; y después de esto se le dejaba hervir otras dos, dejando que la pastilla se desbaratara suavemente. El molinillo no servía para desbaratar la respetable pastilla a porrazos, como 10 hacen hoy innobles cocineras; nó, en aquella edad de oro el molinillo no servía sino para batir el chocolate después de un tercer hervor, y combinando científicamente sus generosas partículas, hacerle producir esa espuma que hacía visos de oro y azul, que ya no se ve sino en las casas de una que otra familia que se estima. Preparado así el cho~olate, exhalaba un perfume ... un perfume .... IMusa de Grecia, la de las ingeniosas ficciones, hazme el favor de decirme cómo diabl?s se pudiera hacer llegar a las narices de mlS actuales conciudadanos el perfume de
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aquel chocolate colonial! Esto en cuanto al olfato; pero en cuanto al sabor.... Es de advertir que la regla usada entonces por aquellas venerables cocineras, era la de echar dos pastillas por jícara, y ninguna de aquellas sabias cocineras se equivocaba. Si los convidados eran diez, se echaban veinte pastillas. Hoy .... ¡llanto cuesta el decirlo! quis talia ¡ando temperet a lacrymis! Hoy .... hay cocineras que echan a pastilla por barba. ¿ Qué digo? hay casas en que con una pastilla despachan tres víctimas.
Pero el sabor de aquel chocolate era igual a su perfume; la cucharilla de plata entraba en el blando seno de la jícara con dificultad. o se hacían buches de chocolate como ahora, nó; ni se tomaba de prisa, ni con los ojos abiertos y el espíritu cerrado. Cada prócer de aquéllos cerraba un poquiJlo los ojos al poner la cucharita de plata llena de chocolate en la lengua: le paladeaba, le tragaba con majestad; y don Camilo de Torres dijo al gran ~ariño al acabar de vaciar su jícara: Digilus Dei erat hic.
-Bene dixisti, contestó el presidente de Cundinamarca depositando respetuosamente su pocillo sobre el plato. Es sabido que Torres y Nariño eran hombres de muchísimo talento.
Con tales jícaras de chocolate fue como se llevó a cabo nuestra gloriosa emancipación política. Si hubiera sido el te su bebida favorita, el acta del 20 de julio de 1810 no
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hubiera tenido más firmas que la del virrey Amar que nunca quiso firmarla.
Olvidaba decir que la vajilla en que se sirvió aquel chocolate de que vengo hablando, era toda de plata de martillo y que no era prestada. En el fondo de cada plato estaba grabado el blasón de aquella ilustre casa con el nombre de ~ Marqués de San Jorge:., que diez años más tarde había de cambiar su dueño por el título de «Say Bogotá:. , haciendo así de sus blasones un bodoque y tirándoselos a la cara a Fernando VII al través de esos mares que recorrieron sus altivos antepasados armados de todas sus armas.
El aristocrático refresco había terminado. Los agraciados volvieron al salón precedidos por el gran 1 ariño que daba de brazo a la marquesa de San Jorge.
Apenas llegaron al salón, rompió la música de cuerda que estaba prevenida con una alegre contradanza que hizo saltar de alegría a todos los que la escuchaban. Puso la contradanza el elegante Madrid con la herm05a doña Genoveva Ricaurte. Las figuras fueron paseo, cadena y triunfo, en la primera parte ; y en la segunda alas cruzadas, paso de enus y ruedas combinadas. Tras de la contradanza se bailaron un capitusé, un Zorongo, un ondú y dos cañas.
Eran las doce de la noche, dadas en el gran reloj de cuco que sonaba en la recámara, y los convidados se prepararon para
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retirarse. Los hombres pidieron a sus pajes sus ricas capas de paño de grana, su espada y su sombrero de castor: las mujeres pidieron a los caballeros sus mantos o sus pastoras, y salieron precedidos de sus lacayos que llevaban grandes faroles para alumbrar las calles solitarias por donde se retiraban los elegantes tertulianos.
Cuatro años después todos los hombres de aquella tertulia, menos dos, habían sido fusilados; toda8 las mujeres, menos tres, habían sido desterradas.
1\ 10rillo hizo su cosecha de sangre. Pasó aquella tempestad y vino Bolívar.
Con Bolívar vinieron los ingleses de la legión británica, y con ellos, cosa triste! el uso del café, que vino a suplir la taza de chocolate.
TAZA SEGU:--.10A
SAo TAFÉ DE BOGOTÁ
.Juan de las Viñas saluda a usted y le ruega que concurra esta noche a su casa a tomar una taza de café • .
Esta boleta, en papel azul, de carta, con una viñeta que representa un amor dormido, tiene, corno lo ves, la fecha de 1848. La impresión es de Cualla: los tipos no dejan duda.
El café me era conocido corno un reme-
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dio excelente, feo como todo remedio, mas no lo conocía bajo la faz de bebida tan deliciosa que mereciese un convite. En un jueVes santo, día de ayuno y de abstinencia, había solido tomar una tacita de café; y en una que otra indisposición de estómago, se me había propinado una tacita de agua en que se habían hervido tres granos de café. Me parecía que aquella solución de calamaco, que aquella agua de cúbica, que aquel cocimiento de filaila no se podía prestar gran cosa para los placeres de la amistad y de la reunión. No comprendía cómo mi amigo el señor de las Viñas y sus convidados, mozos de excelente humor y mejor salud, que de seguro no habían ayunado ese día, ni se habían abstenido de carnes, fueran a gastar una noche tomando café. !'vIi estómago sollozaba con la idea de renunciar esa noche a mi chocolate de media canela, aromático y alimenticio: pero mi espíritu novelero se exaltaba con la idea siempre mágica de ir a penetrar lo desconocido. El chocolate era para mí un amigo de infancia; pero me halagaba la idea de ir a conocer aquel extranjero a la moda. ¡Perra naturale::a humana! ¿ Qué necesidad tenía yo de nuevas amistades?
Sea como fuere, yo no renuncié al convite. A las siete de la noche me dirigí a la casa de \ iñas armado de punta en blanco. El traje de baile que se usaba en aquel tiempo y era el que yo llevaba, consistía en za-
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pato sin tacón, pantalón con ancha travilla, lleno de pliegues en la cintura y sumamente angosto en su parte inferior. Presencié una vez el caso de que un dandy tuviera que colgar sus pantalones sobre una viga, y meterse en ellos para que el peso del cuerpo hiciera entrar las piernas en aquellos tarros. El chaleco era de seda y tenía enormes solapas. La casaca de paño negro era de las llamadas punta de diamante, porque la falda era tan angosta y puntiaguda que cuando el caballero se inclinaba para ponerse a los pies de una dama, la falda se levantaba recta y formaba un ángulo de setenta y un grados con las piernas del héroe. La corbata era muy ancha y se echaba con doble vuelta, y los cuellos de la camisa muy anchos también, volteabdn, dando a las caras un ni re de candor que engañó a muchos y a muchas. J. lO hay que fiarse en el candor de las caras que tienen cuellos volteados, ni en !a gravedad que ostentan las que usan cuellos parados: uno y otra son engañosos y falaces.
La sala del señor y la señora Viñas era de una sencille= patriarcal. Las blancas paredes no tenían más adorno que el que les ponen a los difuntos cuando su inconsolable viuda, sus afligidos huérf:mos y sus inconsolables amigos les dicen: quede u.sted con Dios. Ya se entiende que hablo de la cal.
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iLa cal! tr ste presente Que el hombre rinde al hombre, Como un lauro postrer que da a su frente! De esto nadie se asombre, Que al decir los poetas llorado res .Yo regaré de flores, Dulce amigo, tus restos adorados Entre la negra y tri-te sepultura', Usan de una ('¡gura Retórica, de un tipo así tal cual: Lo que riegan no es flores sino cal,
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Sobre la blanca cal de las paredes (que el papel no era de lo más común en esa época), había láminas que nada tenían de homogéneas; eran un San J osé, al óleo, obra de Figueroa; un cuadro que representaba la muerte de Napoleón y dos láminas en cristal: la una figuraba a Cleopatra escondiéndose en el seno un lagarto, y la otra a Ma~ilde cerrándose un ojo con un dedo para Indicar que lloraba a Malek AdeJ. ¡Pobre Malek Adel! jCuánto lloré por tu suerte entonces. que me creía yo tan rico de lágrimas! y cuando llegó la hora de llorar sobre mí mismo, no encontré ni una en mis ojos; todas habían caído sobre tu sepulcro, sobre Corina, sobre Atala y otros personajes que no eran de mi parroquia! ¡Las cosas que hace úno de muchacho! Y el in terés que se t,oma por Oscar y Amanda, ~ Turna Pompiho y otros sin generales! Pero a decir verdad, esta sensibilidad no está de más; a ella se debe que úno debe aprender la historia romana y la griega al dedillo y obte-
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ner una calificación de «sobresaliente con aclamación», como la obtuve yo en un certamen en que recité de pe a pa todas las guerras púnicas. ¡Qué tal si entonces me examinan en la historia de mi misma patria, que nunca me enseñaron en la universidad! Indudablemente me habrían calificado réprobo sobresaliente, porque hasta hace poco fue cuando supe que había existido un tal Gonzalo ) iménez de Quesada y otros varones. Esto lo supe mucho después que aprendí a tomar café. Y a propósito del café, me había olvidado de que estaba describiendo una sala.
Los canapés forrados en zaraza, los taburetes de vaqueta, las mesas pintadas de mala mano, todo indicaba una medianía de esas que se llaman con el adjetivo decentes. Para mí no hay ni puede haber medianía que no sea indecorosa. lJn lujo había en la sala, y ése no pertenecía al amigo Viñas: las parejas. Veinte muchachas que ni bajaban de los die::: y ocho ni pasaban de los veiticuatro años : veinte muchachas rollizas, de caras ovaladas llenas de hoyuelos, de mejillas pintadas por la salud y la juventud, de ojos
; . -picaros pero Inocentes, amorosos pero seno-riles, de bocas frescas que se perecían por hablar, pero que callaban modestas; de cuerpos rolli:::os vestidos con humildes camisones de zara:::a, y sin más adornos en las cabe:::as que dos tren:::as de abundante pelo; veinte doncellas listas para ser buenas esposas y buenas madres; con ausencia total de
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lectura de novelas de Dumas, y de romanticismo y de jaranas; tales eran las parejas con que se puso una contradanza que hizo estremecer la tierra en sus ejes. y se bailaron unos sendos valses que hicieron estremecer los ejes entre sus bocines.
Las parejas hombres, o sean parejos, eran de lo más disparejo que puede darse en vestidos y en figuras. Unos gastábamos casaca; pero yo vi a uno que bailó con chaqueta. Era una tertulia casera. La contradanza, gloria de nuestros padres y gloria nuéstra, de que se han privado nuestros hijos por .... pepitos, era y es (si se vuelve a bailar) el más decoroso y galante, el más vistoso y caballeresco de todos los bailes. Cuando la pareja que iba poniendo la contradanza llegaba al fin de la hilera, era de verse aquel concertado desorden, aquella sistemática anarquía, aquel arreglado movimiento con que se movían cuarenta personas ejecutando a un tiempo las vistosas figuras. Y si la contradanza era obligada, es decir, compuesta de figuras muy difíciles, había un momento, aquel en que se ejecutaba el paso más obligado, en que hasta el espectador gozaba como no han soñado gozar estos pepitos que corcovean hoy en las alfombradas salas. El registro de los clarinetes despertaba los corazones: el redoble en la tambora los hacía saltar, y al romper la música con l~ primera parte de la contradanza, los haCIa hablar. Sí, señor, como usted lo oye:
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los corazones hablaban, que yo los oí. A sacar parejas! gritaban los más alegres, y todos nos precipitábamos a sacar la que estaba comprometida. Puestos en hilera, el afortunado mortal a quien tocaba poner la contradanza, aguardaba a que la música tocase la primera parte para romper el baile. y mientras tanto decía algunas palabras a su compañera, que bien gratas habían de ser, puesto que la veíamos remilgarse bajando sus párpados sobre sus alegres ojos. El que estaba de segunda pareja aguardaba con los dedos pulgares metidos entre el chaleco, y haciendo abanico con la mano abierta; y otros de los que habían quedado más abajo, divertían su impaciencia llevando con los pies el compás de la retumbante música de viento que a1uella noche era de vendaval.
Unas dos contradanzas y unos tres valses redondos se habrían bailado cuando en un interregno se apareció en la sala mi amigo el de las Viñas, y con su misma cara de alma de cántaro que conservó hasta la muerte, adornada en ese momento con sonrisa de gala, dijo en voz alta: j Zeñores, vamoz a tomar café!
El golpe estaba dade, la situación era dramática. Por pronunciar dos zetas y la palabra café había gastado Viñas cincuenta pesos redondos. Nos lanzamos a tomar los brazos de las hermosas convidadas, y nos dirigimos al comedor. Viñas nos precedía llevando del brazo a su esposa, Magdalena Parra,
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que ya es muerta. Un manojo de plumas se necesitarían para describir aquel comedor, acostumbrado a ser teatro de juntas pacíficas, y que esa noche iba a servir de campo de batalla; ¡qué digo servir, que había servido ya en los aprestos del refresco, pues se había removido este mundo y el otro para ponerlo decente. Un baño de tierra blanca había enlucido las paredes. Donde la pared por su altura estaba incólume, corriente; pero, ¿ cómo habría sentado la blanca tierra en la zona húmeda, es decir, en dos varas de altura, donde el verde de la humedad atropellaba las fórmulas, saltando a la cara como un cigarrón? ¿Cómo habría quedado en todos los puntos en que se había hecho hoyo por las puntas de las mesas, por los palitroques de los taburetes, por los saltos del perro Medore a coger la pelota que lanzaban los chicos, saltos que habían dejado en la pared una especie de pentagramas curvilíneos formados por sus garras? La mesa en que comía todos los días el señor de las Viñas, rodeado de sus hijos como una viña de sus vástagos, era a propósito para aquella parra y aquellas viñas, pero insuficiente para los convidados, y se había tornado el partido de agregarle varias mesitas. Las que eran muy bajas se habían alzado sobre ladrillos, y aunque tambaleaban como Edda delante de su amado, éste no era mucho inconveniente; pero las que habían quedado altas tenían la ventaja de la solidez
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en cambio de la abominable joroba que imprimían al mantel. Viñas me consultó sobre esta abominación un poco antes de llamar a los convidados; y yo, viendo que no había remedio en lo humano, le dije: el mar es lo más plano que se conoce, y sin embargo, se desnivela cuando se agita, y así es más solemne. Viñas quedó tranquilo con esta aplicación. Había taburetes de todas formas, platos de todos colores, gente de todas clases y niños de todas edades, porque las señoritas convidadas habían ido con sus padres, éstos con sus hijos chiquitos, y estos últimos con todas las criadas de la casa. Los convidados eran cuarenta y los asistentes cuarenta mil. os sentamos, sí ; aunque me pese el decirlo, nos sentamos cuarenta personas en treinta taburetes. El cómo, se ignora y se ignorará siempre. Magdalena Parra de Viñas que no se sentaba hacía tres días, bien hubiera querido sentarse aunque no fuera sino por poder llorar con descanso; pero, ¡qué sentarse en aquella Babilonia! El refresco empezó por ajiaco, el modesto, el irreemplazable ajiaco, que si figurara en algún lenguaje debería tener por significado: mérito sólido. Tras del aj iaco siguieron unos hermosos pollos asados. dignos de un príncipe convaleciente. Tras de los pollos hubo vinos : vino tinto, vino dulce y vino de consagrar. Tomamos más de lo justo, aunque no tomamos con injusticia: nos alegramos y nos enternecimos. En esta delica-
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da situación de ánimo se oyó en la cercana cocina un ruido de molinillos, y acto continuo entraron tres criadas bien vestidas, trayendo en tres grandes azafates pastusos, muchos pozuelos blancos llenos de café.
Fue el segundo momento solemne. Todos mirábamos con curiosidad aquel licor negro y espeso que venía entre sus sepulcros blancos como las almas de los fariseos. 1 os pusieron por delante a cada convidado nuestro pocillo de café hervido y batido, y cada uno dio el primer sorbo. ¡Oh Silva' ¡oh Silva! qué sorbo! qué sorbo!
Si este artículo llevara números romanos. qué bien divididas quedarían las situaciones dramáticas! Figúrate los números : Antes de ((Juan de las Viñas :. , un I. Después del <zeñores, vamoz a tomar café , el 11 ; y tras de los «pozuelos blancos llenos de café:., el 111. El drama estaría hecho; no faltaría sino ponerle un nombre bien romántico, ~0mo El Con(íleor, o Angel del Crimen, o El Puñal santo, o L-na Borrasca en las uñas, o La Segunda foja de un libro, o cualquiera otra cosa romántica, significativa T sonora. Todavía le faltaría algo: ponerlo en verso, y esto no sería muy difícil; por ejemplo, este dialoguito:
L! o os parece, el de Cardona, Que el café e<>tá muy cargado? -Está requetecargado y hace daño a mi persona.
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-Que le falta azúcar creo, ¿No os lo parece Cardona? -No lo nota mi persona, Mas sí lo creo de recreo.
Cuando el consonante es así, muy rebuscado y poco vulgar, sería algo más difícil; pero echando mano de consonantes más socorridos se andaría muy aprisa.
Pero sigamos con el café. Apurado el primer sorbo, apartamos res
petuosamente el pocillo, y yo volví la cara para escupir con maña y sin que nadie lo notara, el puñado de afrecho que me había quedado en las fauces; pero no pude hacer este acto de policía, porque mi vecino iba a hacer lo mismo y ambos nos recatamos para ocultar el secreto; es decir, cada uno tragó lo mejor que pudo, y otro tanto le sucedía a cada convidado. Pasado el primer momento, hablamos todos para engañarnos. J uliana, la señorita que estaba a mi derecha, y que pretendía tener un gusto muy delicado y estar siempre a la moda, quiso hacerme creer que aquella bebida que tomaba por primera vez no le era extraña.-¡Me gusta tanto el café! decía haciendo gestos de horror. Clotilde, que estaba un punto más adelante, decía también: ¡es tanto lo que me gusta el café! Pero no puedo tomarlo sin que se me resientan los nervios.
Yo estaba excitado por el vino de consagrar que había tomado, y no pude contenerme.
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-Juan de las Viñas, dije en voz alta, ¿cuánto te abonan por útiles de escritorio en tu oficina?
-Poca cosa, contestó con sorpresa el interpelado; ocho pesos al año; pero, ¿por qué me lo preguntas?
-Porque no puedo explicarme el despilfarro que haces de tinta. hombre.
-¿ Qué quieres decir? -Que nos has dado tinta de uvilla con tár-
taro en este impúdico brebaje que acabas de propinamos.
-Caballero, me parece que .... -Que me debes dar chocolate. Ahora no
soy caballero, no soy sino un hombre herido en lo más caro que tiene: en su gargüero; soy un león enfurecido; y si no me das chocolate, te despedazo aquí en presencia de tu tierna esposa y de tus tiernos hijos.
-Eres un hombre sin civilizar, un bárbaro, un indio bravo. No sabes tomar café, la bebida de moda.
-¡Cómo! ¿me llamas indio bravo después de hacerme tomar café batido, servido con queso y retori tas? j Te despedazo!
-Caballero, mire usted en qué casa está ... dijo Magdalena Parra de Viñas.
-Mi señora, estoy en una casa donde se bate el café; pido chocolate. 1 - Sí! chocolate! chocolate! clamaron todos os hombres, insolentes por el vino, e incitados por mi mala crianza.
La escena se convirtió rápidamente en una
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escena de confianza. Todos se reían, todos gritaban. Juan de las Viñas me pidió una satisfacción.-Como quieras, le contesté: estoy dispuesto no sólo a satisfacerte, sino a probarte que el café ha sido hecho en chorote.... Viñas estaba un poco serio; pero otro de los conmilitones propuso: bauticémoslo con café y pongámosle otro nombre.
Por no recibir el café en la crisma, y también porque vio que todo el pueblo estaba contra él, se echó a reír al fin, y dijo, subiéndose sobre un cajón y tomando el pocillo de chocolate que estaba apurando su inocente esposa.-jPido la palabra!-La tiene Viñas, con tal que no hable de café, contestó un insolente.
-Señores, dijo sin zeta ninguna y en el más puro castellano el buen Viñas, que había estado a la moda durante un momento, y que por un accidente volvía a su lenguaje, a su tono y a su felicidad habitual: señores. propongo un brindis con chocolate contra el café!
-Bravo! Bravo! Bien! Magnífico! Admirable! Hurra! Ucha perro! gritámos todos enternecidos, sorprendidos, vencidos, conmovidos. mientras que Viñas aguardaba parado, encajonado, encantado, admirado, ruborizado.
y en nuestra feroz alegría palmoteábamos, y bajábamos a \ iñas de su cajón en nuestros brazos, y lo estrechábamos, y llorábamos sobre su faz. Hubo alguno que no
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pudiendo moderar su entusiasmo, le hacía tambora en la cabeza.
Viñas quedó resarcido de sobra con aquel triunfo oratorio y aquella ovación fraternal, del fiasco de su café.
Tomámos buen chocolate improvisado y nos fuimos a la sala para que vinieran a cenar los músicos. La mitad de los hombres se volvió con ellos, y la otra mitad se dividió por mitades: una que 'Se quedó en la sala, y otra que se vino con los músicos. De la mitad que quedó en la sala, una mitad se apareció a pocos momentos en el comedor. Comimos más, bebimos más y fumárnos con un furor homérico. A los músicos los cuidamos con un furor intermitente: los hacíamos tomar ajiaco después del dulce, o interrumpir una jícara de chocolate para contestar a un brindis con vino seco. Les alcanzábamos cigarro encendido cuando empezaban a tomar frito, y les hacíamos tomar agua después de tomar aguardiente. Concluyeron al fin, volvieron sumamente complacidos a tomar sus instrumentos musicales y tocaron con una fuerza descomunal durante dos horas seguidas. A las tres de la mañana gritábamos durante el baile: ¡oído! ¡viva mi pareja! ¡viva el buen humor! viva quien baila! Los peinados de las mujeres que se mantenían modestas y tolerantes, era lo único descompuesto que había en ellas, porque cada media cadena obligada les ha-
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cía una borrasca sobre el craneo, al revés de lo que dice Víctor Hugo.
Hubo un momento sublime de reposo y de respetuoso silencio, durante el cual acezamos. Habíamos bailado tres horas seguidas sin intermisión, y era la una y media de la mañana. Dejar acabar el baile huhiera sido delito: prolongar el interregno, atrocidad; seguir bailando, suicidio. ¿Qué hizo el buen de 'liñas? Fue e inventó una cosa que no estaba en el programa de la fiesta: sacó una guitarra, mudo testigo de sus ex amores con su esposa, cuando ésta no lo era aún, y propuso a Juliana que cantara.
-¡Pero si yo no canto! exclamaba aquelJa adoradora del café.
-¡Cómo no ha de cantar! le decíamos todos, y sin más razón que ésta, y una vaga sospecha que circuló a ese tiempo, de que efectivamente cultivaba aquel arte encantador, le dejamos la guitarra en el regazo. Media hora se pasó en templada y en registrarla, al cabo de la cual tosió disimuladamente y empezó en voz baja, algo acatarrada, aquella canción que entonces era de moda:
¡Hermosa, ven, y sulcaremos jUntos El mar Inmenso de la triste vid..!! Hermosa, ven, y mi fatal heóda Ciérrala ya por el eterno Dios! Tin, pin, tin, pin, pin, pin, pino Ciérrala yaaaaa aay! por el eterno Dioooo!>J La. ra, la, ra, la, ra, la. Hermosa, ven, y sulcaremos juntos ...
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Iba a repetir la romántica cantora todo el convite a navegar; iba ya a llegar a la curación de la herida, cuando al hacer un trino en la voz y un arpegio en la guitarra, pao! hizo la prima. reventada en el quinto traste. La pobre prima, adelgazada durante los amores de Viñas con su Parra, no pudo empezar con salud la segunda época de sus glorias. ¡Ay, que difícil es que una prima alcance para dos amores! Dicen que las primas limeñas resisten hasta cuatro: pero las nuéstras quedan exhaustas en el primero. No habiendo otra prima a mano, fue menester renunciar al placer de oír por tercera vez el convite a surcar juntos. y pasámos a otra cosa.
Esa otra cosa no podía ser sino volver a bailar, y 10 hicimos con gozo hasta las cuatro de la mañana en que empezamos a despertar a los chiquitos que dormían en los canapés, a rebullir a las criadas, que dormían en el corredor, para que encendieran las linternas, y a buscar los pañolones perdidos o confundidos. Las madres se cobijaron la cabeza con el pañolón y se pusieron los sombreros amarrándose el barboquejo. Las señoritas buscaron los brazos de sus galanes, y salimos bien arropados todos a la fría atmósfera de la calle, cantando a voz en cuello los hombres:
Hermosa. ven, y sulcaremos juntos ...
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* * * Hoy son huérfanos de padre y madre los
hijos de Viñas: de aquellas hermosas jóvenes con quienes tomé o iba tomando una taza de café, once han muerto; una (J uliana) está hace años loca; tres son ricas y felices; seis piden limosna vergonzante; dos son monjas y están expatriadas.
¡Triste campo es el de los recuerdos! Cada vez que entra únb entre su triste memoria, se espanta de ver tantas lápidas. Aquí yace .... aquí yace .... es lo que va leyendo. Como en el cementerio, no se mide un paso sin que úno vea la boca de una bóveda ... !
TAZA TERCERA
BOGOTÁ
Todo ha yariado, decía yo no hace muchos días reclinado de codos sobre mi mesa, y teniendo por delante una esquela de convite. Amigos. costumbres, esquelas, alimentos; ¡todo ha variado! Qué triste es quedarse uno poco a poco atrás! Que triste y que desolador es encontrarse úno de extranjero en su patria!
Tales reflexiones [as hacía yo sobre un cuadrado de papel porcelana, duro como los corazones de hoy, . frío como las almas de hoy, inmaculado como los cora::ones de antes, que decía así en lindísimos y pequeñísimos ti pos:
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Los marqueses de Gacharná hacen sus cumplimientos a José
María Vergara, caballero, y le avisan que el 30 del m~s enlrante,
siendo el cumpleafios de señora la marquesa, se hará música en
el hogar y se tomará el te en fami/ia . (Traje de etiqueta)
¿Qué demonios es esto? repetía yo, aludiendo a un estribillo de bambuco, y llorando sobre mí y sobre mi patria: ¿ qué demonios es esto? Yo, que he jurado no salir de Bogotá y morir aquí encerrado entre las retrógradas costumbres de mis cariñosos amigos, ¿ cómo me encuentro de repente trasladado a un puerto de mar? ¿Quienes son estos marqueses? ¿Qué idioma es éste? ¿ Por qué hacen música? ¿Por qué toman el te en familia y no en taza? Y sobre todo, ¿ por qué toman te en lugar de tomar agua de borraja que era el sudorífico que enantes se usaba? Y ga
bán, (en lugar de decir otra vez y sobretodo) ¿ por qué sudan o quieren sudar?
¡Ay, mi Bogotá! ¿Dónde estás, arrabal de mis entrañas? ¡Quién me diera que en vez de este te fuera un chocolate en casa de Samper, con asistencia de Carrasquilla, Marroquín, Quijano, Valen zuela, Pombo, Guarín, Salvador Camacho y otros que no sudan!
y esta lista la hacía yo por buscar alguno de esos nombres entre la lista de convidados que me acompañaban los marqueses, seguramente para que viera yo con quién tenía que habérmelas, pues no había de ser para que escogiera, como quien escoge platos en la carte de un hotel. Los convidados eran:
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Señor el duque de La Peniere, correo de Gabinete de S. M . el Emperador Napoleón.
Señor el barón Plantagenet Dikswhy, cónsul de Inglaterra.
Señor el general Patricio Can de Lero. Señor Béndix Matallana, artista. Señor A. BedghjLmnpqrst, dilettanti alemán. ¡Todos son por el estilo, Dios eterno! ex-
clamaba yo, cuando después de veinte nombres más, entre los que había algunos de mujeres, divisé éste:
Señor Casimiro de la Vigne, caballero. -¡ Un paisano! grité alborozado. 1'v1is lectores no saben quién es Casimiro
de la Vigne ; pero si recuerdan mi artículo de la taza de caté, recordarán igualmente al hijo mayor de Juan de las Viñas que se llamaba Casimiro. En 1848, época en que empezamos a tomar café, era niño de ocho años; en 1865, en que pasaba la escena de la taza de te, tenía veinticinco.
Cuando él tenía ocho y yo veinte, él era un niño y yo un joven y él me llamaba de usted y señor don. Ahora que él tiene veinticinco y yo treinta y siete, ambos somos jóvenes y él me trata de tú y me llama José María a secas, como conviene entre personas de una misma edad. La edad, pues, nos ha apartado y nos ha juntado: esos doce años de diferencia que le llevo se acortan o se alargan. Hoy somos iguales; pero volverá otra época en que vuelvan a aparecer los doce años en cuestión; cuando él tenga cin-
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cuenta y yo sesenta y dos, él será apenas un hombre maduro y yo un viejo achacoso. ¡Quién sabe si entonces vuelva a llamarme señor don y a tratarme de usted! Pero como ahora somos de la misma edad, al encontrar su nombre sentí grande alborozo, iba a tener un compañero, y por eso grité: ¡un paisano! Falta explicar por qué, siendo hijo del señor de la Viñas, se llama de la Vigneo En el colegio, donde se ponen apodos todos los muchachos, apodos que a veces se inmortalizan, Casimiro, que no tenía ninguno, entró a la clase de francés. Los muchachos que aprendían entonces el bon jour, traducían al francés todo lo que encontraban por delante: tradujeron al catedrático, al pasante y se tradujeron a sí mismos. El doctor Herrera Espada se convirtió en Mr. La Forgue de l'Epée; el pasante Mateo Castillo se transflguró en Mathieu Chateau, y andando el tiempo vino a quedar con el nombre de Chato, como corruptela de Chateau; y Chato Castillo se llama y se llamará hasta el día del juicio, a pesar de que tiene unas narices descomunales. Casimiro Viñas fue llamado Casimiro de la Vigne, y como no tenía antes sobrenombre alguno, le quedó éste para sCEcu[a sCEculorum. El mozo era de talento y se hizo el bobo; se estuvo un semestre enfadándose cada veZ que le quitaban su ridículo apellido y le daban su elegante apodo. Los otros muchachos por llevarle la contraria no le llamaban sino de la
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Vigne. Al fin del semestre fingió el bribón de Casimiro que aceptaba el apodo por darles gusto, y comenzó a firmar con él. Hé aquí cómo logró bautizarse a su gusto. Provisto de aquel apellido, de una buena figura y de un carácter simpático, ha penetrado en todos los salones de lo que se llama entre nosotros alta sociedad y que no es alta de ninguna manera. Por estos motivos, su nombre estaba inscrito en la carta de los marqueses, y por eso iba yo a tener un amigo, un paisano en aquella tierra de meros.
El marqués de Gacharná es un francesito natural de Sutamarchán. De edad de veintiún años logró ir a París: vivió en un quinto piso devorando escaseces dos años mortales : volvió a Bogotá, donde se casó con una inglesa nacida en el barrio de Santa Bárbara, y que tenía su dote consistente en dos casas que le dejó su padre, ñor Juan de Dios Almansa. Ella era vana y él vano: ella amaba lo extranjero, y él se perecía por lo europeo, ella era flaca y él flaco: ella tenía dos casas y él no tenía ninguna, pero en cambio él había hecho un viaje a París y ella no había salido de la calle del Rodadero.
Ella se estremeció de amor cuando Miguel le presentó su primer homenaje en francés, y él se turbó de gozo cuando ella le tendió, en respuesta, su mano, que por lo blanca, lo flaca y lo transparente, parecía un pisapapeles de pasta de arroz. Una vez casados,
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fue vendida una de las dos casas, y con su valor abrió Miguel un hermoso almacén de ropas. introduciendo en el comercio el nombre de Gachamá and Company. y a las pocas vueltas fue introductor por mayor con buen crédito. Se pasaron a la otra casa y empezaron una vida a lo extranjero. No recibían a nadie. porque así no se vulgarizaban; porque así podían romper con algunos parientes y antiguos amigos cuya sociedad muy cordial no les convenía; y últimamente. porque así podían vivir con suma economía. padeciendo hambres para poder ahorrar; y cuando a fuerza de privaciones habían ahorrado trescientos pesos. daban un te o una soirée. no convidando sino muy pocas personas de lo más extranjer? que les era posible, y uno que otro naclonal que les sirviera de intérprete. Siendo tan raras las soirées que daban. y siendo tan refinada su elegancia, todos deseaban c~mcurrir a aquella casa que no se abría SIno tres veces al año: por este motivo sus Convites eran recibidos con gratitud. Tal sis~ema de vida. además de hacerlos felices. mfluía notablemente en los negocios. Cuando úno entra en el almacén de un paisano que habla y ríe, a buscar camisas. y el pai~ano lo recibe cordialmente. se siente úno Irritado y muy dispuesto a pedir rebaja. Encuentra úno allí camisas de lino a cuatro resos. ofrece a dos. rebajan a tres, y se sa-e el comprador indignado. Pregunte en el
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vasto y solitario almacén de Gacharná and Company: ¿tiene usted camisas" Un hombre pequeño y muy flaco, provisto de unas patillas cuyas puntas se le enredan en las rodillas, arropado con un enorme gabán de paño color de cobij a, se desprende de su escritorio y llega al mostrador, con un lapicero de oro en la mano. Se hace repetir la pregunta de si hay camisas: se dirige sin contestar el saludo, a un estante y baja una caja de camisas de algodón.
-¿A cómo" -A seis pesos chemise. -¿ o da menos? El señor Gacharná se encoge de hombros,
vuelve a cerrar la caja y se dirige a su escritorio.
-Aguarde usted: las tomo. El señor Ga-charná tira la caja sobre el mostrador.
-¿Cuántas tiene esta caja? -Una media docena. -Tome usted la plata. -No admito sino moneda fuerte. -Pero, señor, estas pesetas son de 0.900 ... -Moneda fuerte. -Pues si no le gustan, tome usted oro,
dice el comprador abriendo otro bolsillo del portamoneda.
Mr. de Gacharná cuenta dos condores y medio, y tres fuertes; para el pico de ochenta centavos alarga uno cuatro pesetas, y él las rechaza diciendo con aspereza:
-Moneda fuerte.
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-El comprador alarga un fuerte, escandalizado. Monsieur de Gacharná devuelve una peseta, guarda su plata, vuelve la espalda sin despedirse y se dirige a su escritorio. El comprador repasa sus seis camisas de finísimo algodón ordinario que le costaron $ 28.80, moneda fuerte, y se sale más contento que si hubiese comprado a su cordial paisano seis camisas de ordinario lino fino, que le hubieran costado $ 14.40 en pesetas.
Monsieur de Gacharná es el hombre que más vende en toda la Calle Real.
A las cinco de la tarde en que los mortales nos dirigimos a pasear los pies por el camellón y los ojos por el campo, Monsieur de Gacharná cierra su vasto almacén y se va solo y todo momo a pasearse de prisa en el altozano, porque a los inmortales se les enfrían mucho los pies. Allí camina solo y de prisa hasta las seis de la noche en que es hora de comer, y se va a su casa a comer papas asadas en el horno, que ése no es alimento vulgar como las papas cocidas que comemos los hijos de los hombres. A veces se le junta en el altozano algún valiente que no le tiene miedo a su grave aspecto y se toma la libertad de conversarle. El otro, que es un joven talentoso, y espiritual hablador, despilfarra su rica imaginación; y tvIonsieur de Gacharná contesta de vez en Cuando: Oh!-Sí!-Bah-Yes!-Pues!-Of -Not.
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Hé aquí cómo monsieur de Gacharná ha adquirido la fama de hombre profundo en economía política.
Viéndolo tan inofensivamente bestia, un cónsul de Noruega lo propuso para sucesor suyo cuando tuvo que regresar a Europa; y el gobierno de oruega, teniendo informes de que era tan bestialmente inofensivo, le acreditó cónsul noruego en esta ciudad. Monsieur de Gacharná contestó aceptando el destino, renunciando el sueldo que pudiera tener, pidiendo su carta de naturaleza en Noruega y ofreciendo comprar un título, si tenían a bien dárselo. El gobierno noruego le contestó remitiéndole un título de marqués y la condecoración del águila coja, que consiste en una cinta negra con puntadas de seda azul. El gozo de monsieur de Gacharná al saber que ya no era colombiano fue limitado como su entendimiento, pero profundo como su gravedad. Hé ahí cómo monsieur de Gacharná logró hacerse extranjero en su misma patria.
Tal era el hombre de quien decía una tía suya, cuando le vio recién llegado de Europa: «Miguel no ha crecido; pero ha enfLacao>.
Por lo que hace a la señora marquesa, pasaba su vida encerrada para no vulgarizarse. Gastaba las mañanas en estropear un piano de buen carácter y en alarmar a la vecindad cantando la casta diva. Leía francés y le hacía Piedad ver procesiones u oír hablar español.
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La estirpe originaria de Sutamarchán y aclimatada en Noruega no debía extinguirse. Nació un angelito bello como todos los niños, hijo de aquel par de cucarrones; y aunque nació robusto, se iba debilitando porque estaba encerrado todo el día en un cuarto interior, en los brazos de su bona, que era una india a quien aquella vida sedentaria había hechizado. La bona Claudia se aprovechó de aquel interregno de su suerte para desquitarse de sus madrugadas en el campo; dormía todo el día y descansaba toda la noche; pero como tenía mal dormir, único defecto de que se había acusado cuando se presentó de postulante, unas veces dormía sobre el niño y otras le quedaba de cabecera. Es decir, su defecto no era precisamente mal dormir sino buen dormir, y hasta en esto mintió la india, amén de otros defectos que ocultó, siendo uno de ellos la creencia que se había arraigado eh su alma de que el hombre ha nacido para beber chicha y la mujer para acompañarlo.
Servía de compañero a la india y al niño un lebrel de casta, que dormía, sin exageración, tanto como la india. A la hora de comer se dirigía a la cocina con un trotecito zurdo: la cocinera le ponía mazamorra en un tiesto y él la despachaba en un santiamén. Si la mazamorra estaba caliente, le ladraba al tiesto mientras se enfriaba.
Todos estos pormenores y algunos otros más, los tenía yo de la Vigne, que era muy
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amigo de los marqueses; y algo había visto yo en las pocas visitas que tenía hechas en aquella casa sutanoruega.
Llegó por fin el 30 del mes entrante. A medio día me hice afeitar y peinar por Saunier, y a las ocho de la noche comencé a vestirme. Calcé botín de cabritilla, siete centímetros más angosto que la planta de mi pie; vestí pantalón negro de satín. camisa de holán batista, chaleco y corbata blancos y casaca negra abrochada de un botón. Eché violette en mi pañizuelo que no resistiría incólume un estornudo: suspendí de un cordón de oro un French, parado por costumbre, y me calcé unos guantes tan blancos, que delante de ellos se hacía negro el marfil y morenita la nieve. Me abstuve de refrescar, puesto que iba a tomar te, y en familia nada menos, que así debía tocarme gran cantidad. Eran las diez de la noche y me dirigí a la casa de señores los marqueses, sita en el boulevard del Cuartillo de Queso, abajo del malecón de la Carnicería. El zaguán estaba de par en par, y entré hasta la galería de cristales, en donde encontré un ujier que recibió mi carta. Penetré al salón e hice tres saludos: uno en la puerta, otro en la mitad del camino y el tercero al tomar asiento. Había diez o doce convidados, pero los demás no acabaron de entrar hasta las doce de la noche. Estuvimos dos horas en una tertulia deliciosa: nadie hablaba. Los hombres estábamos en me-
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dio taburete esterilla, el cuerpo echado hacia adelante y el sombrero sobre las rodillas, todo a la última moda. Las señoras y señoritas conservaban igual postura, y habían dejado sus boas en la galería. Cada hora decía por turno una palabra algún convidado y todos nos reíamos de prisa para volver a quedar en silencio. La palabra que se decía y que hacía reír era ésta u otra semejante: Esta noche hace frío . Al cabo de una hora decía otro convidado: No ha llegado el paqu.ete, y volvíamos a reímos en tres notas: do, re y sol.
El traje de las señoras era muy notable. Gastaban camisón de larguísima cola, lo que unido al peinado, les daba aspecto de un endriago. El peluquero francés había hecho aquel edificio sobre sus cabezas vacías. Con almohadas y colchones había abultado dos cachos que corrían por encima de la oreja, terminando en puntas muy adelante de la frente; y detrás había otro promontorio sin modelo conocido. Una vez que la dama estaba peinada, hacen caminar por encima de su peinado un gato, para que quede despelucada y tome la dandy un airecillo de mulata.
Esa noche cuando señora la marquesa concluyó su toilette, fue a dar un beso a su hijo antes de venirse a la sala; y el marquesito al ver a mamá con aquellos cachos y aquella cola, se tapó la cara gritando : ¡el coco, el COCO!
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A las doce se pusieron las mesas de j uego: dos tomaron un ajedrez, cuatro un dominó, que es uno de los juegos más complicados que se conocen; y otros nos pusimos a jugar ecarté. Yo ignoraba ese juego ; pero lo afronté con valor, porque Casimiro me advirtió en voz baja que era bu.rro sin figuras.
A la una de la mañana entró un caballero vestido a la última moda y con guantes blancos. Yo me levanté para saludarlo; pero todos los otros se quedaron quedos, y Casimiro me dijo en voz pianísima: ¡no seas bruto!-Yo le repliqué en pianísimo que no comprendía, y él me contestó en fIautinÍsimo que era el criado que entraba a servir el te. ¡Acabáramos! dije en do mayor. Todos volvieron a mirarme sorprendidos de aquella inconvenence y yo me ruboricé como una novicia. El caballero vestido de criado volvió a entrar trayendo la tetera de plata alemana, y los marqueses se levantaron gravemente a servir el te humeante. Un terrón de azúcar refinado, más blanco que mis guantes, estaba en el fondo de una taza más blanca que el azúcar; y sobre el terrón cayó un chorro de agua hirviendo y un poquillo de leche tan blanca como el azucar o la taza. Yo apuré mi taza, y como el agua estaba caliente y yo en ayunas, comencé a sudar prodigiosamente, que bien lo necesitaba, y un suave calor me subió hasta el cerebro. Tenía una hambre tiránica, y dirigí
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la vista buscando a quién comerme. Los dueños de la casa estaban muy flacos, y me lancé sobre una bandej a que contenía bizcochuelos extranjeros marcados con el sello de la fábrica. Aunque sabían a enfermedad, me comí con disimulo catorce docenas, que vienen a ser tanto como un cuartillo de nuestros bizcochuelos bogotanos. Al rebullir el te con la cuchara tuve la imp:-ecaución de dejarla dentro de la taza, por lo cual el criado me la volvió a llenar en dácame estas pajas: tomé la segunda taza sin quitar la cuchara, y el criado me la volvió a llenar mientras me limpié un ojo. No atreviéndome a rehusar, de miedo de que me desafiaran, me tomé la tercera taza; pero comprendiendo que en la cuchara estaba el misterio de aquella insistencia, la separé de la taza, y para que no quedara duda, la puse debajo del plato. El criado cesó entonces en su furor, y yo me quedé inmoble, lleno de líquido y de bizcochuelitos que sabían a alcoba de enfermo; todavía con hambre y sin embargo lleno; COn gana de arrojar todo lo que me sobraba, y sin embargo con gana de comer todo lo que me faltaba. jTormento superior al tonel de la fábula! En seguida nos sirvieron astillas de helados y cucuruchos llenos de llorones y uchuvas verdes.
Monsieur de Gacharná nos sirvió en copas chatas licor de oro. Este licor es un aguardiente de Europa, blanco, blanquísimo, en el cual nadan unas partículas de oro que
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producen muy bello efecto a la vista y ninguna diferencia en el sabor. Como el licorcillo aquel es sabrocito, y yo estaba en ayunas y sudando, me achispé como un quídam, y ejecuté mil impertinencias que fueron miradas con bondad hasta por el señor duque de la Peniere, correo de gabinete de su majestad. El alemán había cantado ya al piano, los hombres se habían separado en corrillos a conversar con alguna animación; y yo, recordando mis tiempos de la taza de café, le cantaba a una niña de mi conocimiento este verso:
Hermosa, ven, y sudaremos juntos .. ..
De repente me quedé sin auditorio, porque un pepito vino a sacar a la señorita para un strauss que ejecutoriaba en ese momento el dilettanti alemán. El espectáculo que pasó entonces por mis ojos era sumamente animado y campesino: seis pepitos y tres extranjeros corcoveaban un strauss, de tal manera, que yo, de acuerdo con un autor ilustre que se oculta bajo el velo del anónimo, calculaba que ellos solos podrían trillar veinte cargas de trigo en un día. Cuando los bailarines acabaron de echar parva, se bailó un muy indecente baile cuyo nombre ignoro y que consiste en bailar extremadamente abrazados, con otras circunstancias deplorables.
Hice algunas observaciones científicas, en-
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tre las cuales merecen lugar especial las siguientes :
Todas las mujeres hablaban de la guerra de Austria y de la política de Napoleón como de una cosa familiar.
Todos los hombres hablaban de las modas de París para mujeres, como de una ciencia conocida.
Cada tres palabras, se atravesaba algún equívoco insoportablemente libre, y las mujeres se reían de él acaso más que los hombres.
Las noticias de la Colombí, como ellos llamaban a la patria, las tenían de buena tinta, de los periódicos franceses que allí se leyeron.
A cada cuatro palabras en mal español, se decían tres en mal francés .
No había una sola mamá ni un solo papá, si se exceptúa los pepitos bailarines. Las señoritas habían ido solas con sus hermanitos pepitos. Una señora casada había ido con un general de la Colombí, muy amigo suyo y poco amigo de su marido.
Las despedidas no eran aquellas largas pero divertidas escenas que El Duende ridiculizó con mucha gracia. En lugar de aquellos cordiales abrazos de antaño había sólo reverencias. La despedida se limitaba a un Bonne nuit, madame.- Bonne nuit, monsieur.Bonímadam.-Bonímosie . Salimos a las cuatro horas menos un cuarto de la mañana, según dijo tvlonsieur de Gacharná viendo su
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muestra. Soplaba un remusgillo del Boquerón, de lo más sutil que ha podido inventarse, y como yo estaba en cuerpo, con camisa de holán batista, y las libaciones con te me habían hecho derretir en sudor, atrapé una pulmonía que fue considerada por los médicos corno una obra maestra en su género: llegaron hasta desear que no me salvara para ver cómo estaban mis pulmones. Sin embargo, a despecho de la ciencia atravesé aquella crisis con felicidad Y me he alegrado de no haber fallecido, por varias razones: una de ellas, porque así me libro de que me entierren al son de la Bell alma inamorata, en lugar del Miserere mei, Deus, que es lo que conviene a un difunto que no va a bailar ni a leer un libreto muv romántico. Otra de las razones es porque tengo curiosidad de llegar a la cuarta época de Bogotá, para ver a qué se convida entonces.
En 1813 se convidaba a tomar una taza de chocolate, en taza de plata, y había baile, alegría, elegancia y decoro.
En 1848 se convidaba a tomar una taza de café, en taza de loza, y había bochinche, juventud, cordialidad y decoro.
En 1866 se convida a tomar una taza de te en familia, y hay silencio, equívocos indecentes, bailes de parva, ninguna alearía y mucho tono.
Espero que así corno en 1866 se me ha convidado a tomar el te en famLlia, en 1880 se me convidará a tomar quinina entre ami-
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gas. Están de moda los sudoríficos y antiespasmódicos; ¿ por qué no les ha de llegar su sanmartín a los febrífugos y antihepáticos?
(De los Cuadros de costumbres, publicados por J. J. Borda. Bogotá, 1878).
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EL LENGUAJE DE LAS CASAS
LA CASA SANTAFEREÑA
La casa del señor don Pedro Antonio de Rivera demora tres cuadras abajo de la plaza mayor. Se compone de dos grandes patios, dos corrales y una huerta. El primer patio es claustreado, pero sus tramos fueron edificados en distintas y lejanas épocas, y cada uno de ellos conserva el sello de la época en que fue hecho. El primero, que cae a la calle, tiene por fuera un balcón corrido de gruesos pilares redondos, y a un lado y otro grandes ventanas de fierro que tienen en la mitad una P, una A y una R de fierro, entrelazadas. Son las iniciales del nombre del bisabuelo del actual propietario, que tenía su mismo nombre. Sobre el portón hay un Jesús tallado en piedra. y encima en un nicho una tosca imagen de piedra que representa a San José; al pie de la imagen había un gran farol que en el siglo pasado se encendía todas las noches, y que el espíritu del siglo XIX ha apagado. El an-
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cho zaguán de suelo empedrado, tiene en los ángulos poyos de adobe para hacer los rincones impermeables. La segunda puerta del zaguán, que da al corredor de la entrada, tiene postigo para que entren y salgan los vi vos, y gran portón que no se abre sino cuando hay que sacar a los muertos. En tiempos pasados se abría también cuando salía la carroza, que tirada por seis mulas herrerunas, sacaba a pesear a don Pedro Antonio 1 cuando iba en el séquito del arzobispo virrey. El tramo de que vamos hablando fue hecho en 1760 y por dentro es de arquería.
El segundo tramo es de pilares de piedra, y su tejado, más bajo que el del primero; el tercero se une a la diabla en el tejado COn el segundo y tiene pilares torneados de madera; el cuarto y último, de pilares de madera también, pero cuadrados, fue hecho en 1820. En el patio hay aljibe plagado de ranas; rosales de Jericó que crecen a su sabor y han perfumado con cien generaciones de rosas a tres de hombres que han habitado la casa. En un ángulo, al lado del tramo nuevo, se ve un grupo de madreselva, que como planta recientemente importada, se ruboriza de vivir allí, y cuyas rositas bajan ruborosas las cabezas ante las encendidas miradas de las rosas de Jericó que tienen al frente. El segundo patio tiene en su recinto el servicio interior, y en la mitad de él se eleva una pila seca cuya cañería se dañó
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durante la Patria Boba (1814). En los corrales se ven papayos de troncos gordiflones abonados con cascajo, que con las manos en la cintura, la frente alta y la cabellera en desorden, parecen campesinos que se quedan viendo una torre en la ciudad. De las papayas de estos semi-árboles se han hecho dulces para el virrey Sámano, para Bolívar, para don Joaquín Mosquera y todos los presidentes que le sucedieron. En frente de los papayos, que son once, siete hembras y cuatro machos, están de pie con los brazos cruzados y el cuello muy almidonado, muy rectos y muy erguidos, unos catorce arbolocos, que son los hombres de estado de la naturaleza vegetal. Quien les ve su apostura tan gentil piensa que son grandes hombres, porque viven tan pensativos; pero si se les examina, se les encuentra huecos. Estos señores se llenan de hijos que son tan sosos como sus padres, y crecen tan rápidamente, que alcanzan la estatura de sus mayores desde la infancia. Arrimados a la pared y huyendo de la vista de los arbolocos que les es odiosa, se ven unos grandes cere30S que in illo témpore se cubrían de sus racimos de frutas; y que viendo que los muchachos no las dejaban madurar, y cansados de oír malas palabras a los dueños de la casa que los insultaban so pretexto de que las cerezas producen disentería, se habían dedicado a criar churruscos de todas clases, en compañía de unos curubos
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de larguÍsimos bejucos que vivían apegados a los troncos retorcidos de los seculares cerezos. Los malvaviscos, la malva y la ortiga llenaban el espacio que quedaba libre, aguardando los primeros que hubiese un constipado en la casa para que lo curasen con el cocimiento de sus hojas; la segunda, que hubiese un porrazo o cualquiera otra enfermedad que se aliviase con un baño emoliente; y la tercera, a que unas piscas estériles que piaban en el corral vecino consiguiesen hijos en su vejez para que los criasen con ortiga tierna, que es el único suave alimento que pueden digerir aquellos suaves estomaguitos, que cuando grandes, tragan clavos de hierro y picotean tachuelas de cobre sin que les cause mal ninguno.
Sobre los anchurosos tejados vive una república de esas aves que cargan con el nombre de domésticas, y que la historia juzgará con el nombre de palomas, que se habían encargado del ramo de las goteras, y cuya segunda atribución era no servir para nada. Se les tolera en la casa con la lej ana esperanza de comer pichones; pero ni la familia gusta de ellos, ni ellos se dejaban coger a pesar del adjetivo de domésticos que distingue a tales individuos.
Entre los patios y el corredor principal divaga un perro indeclinable porque a causa de su vejez y de que ésta y la sarna lo han pelado en partes, no se sabe si es perro, perra, o ambas cosas; pero de una informa-
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ción de peritos resulta que pertenece al género masculino; hay también una prueba moral de mucho peso y es que lleva el nombre de Repollo. Este perro se ocupa en dar tarascadas a las moscas que se ríen de él entre sus barbas, y en andar en perpetuo movimiento echándose aquí y más allá, porque cree que lo que le pica es el suelo y no la sama, y que por lo tanto, con mudar de puesto se alivia. Esta práctica es tomada de los hombres que creemos a menudo que la calentura está en las sábanas.
En el descanso de la ancha y descansada escalera de piedra está pintado al fresco sobre la desnuda pared un San Cristóbal gigante que lleva en los hombros al niño J esús del tamaño de un hombre de los que se usan hoy, y en la mano, a modo de bordón, una palma de coco que acaba de descuajar para apoyarse en ella. El San Cristobalón está pasando un mar o río cuyas altísimas olas le llegan hasta las rodillas; y en la orilla se divisa a San Cucufate con su capucha calada y su linterna en la mano, que viene a alumbrar el pasaje. El santo es del tamaño de su linterna, y de ésta salen rayos de luz pintados a manera de barbas de gato.
Por allá arriba, en los grandes aposentos, vaga como un proscrito un gato de talla mayor. llamado como la mayor parte de los gatos, A1 ichico. 1ichico es como si dijéramos Juan, Pedro o José entre los hombres.
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El salón, que tiene por subalterno el gran balcón de la calle, tiene la filiación que a continuación se expresa. En las desnudas paredes campan unos grandes cuadros al óleo, y de las vigas, labradas prolijamente, tres guardabrisas y una araña centenaria, en que viven otras ídem que bajan de las vigas a los retorcidos brazos de cristal de la araña principal. El todo forma un conjunto pintoresco de cortinillas fabricadas gratis por los habitadores de la armazón cristalina.
Dos cornucopias empolvadas reposan contra la pared sobre mesas de patas de águila; y veinte sillones de patas de águila y de león con cuatro canapés de la misma fábrica, forrados en filipichín colorado, completan el mueblaje. En las alcobas hay camas de pabellón, de macana, que abren sus dos grandes alas sobre las barandillas de tibar; sobre un mesón de cedro reposa un gran crucifijo con potencias de plata cubierto de polvo.
El cuarto llamado del estrado, está colgado de toscas pero vistosas telas de lana COn paisajes y dibujos; las ventanas, lo mismo que las puertas, están ornamentadas con Cuadros de madera tallada y dorada. En tados los demás cuartos se ven adornos y muebles por el estilo. escritorio de carey, Urnas del . Tiño Dios, mesas y mesitas de cedro, camas de pabellón, etc.
Si con el permiso que tenemos de visitar toda la casa, conviene él en que abramos
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los roperos, los baúles, las grandes cajas de cedro y los cajones de los escritorios de carey y de rosa, pudiéramos hacer un donoso inventario. La familia Rivera que vive siempre entre las escaseces, con el día, como se dice vulgarmente, pasa por familia empobrecida: y ellos lo creen sinceramente. Sin embargo, veamos algunos de esos papelones. En un cajón de uso más frecuente se ven mal pergeñados legajos de escrituras, recibos, y contabilidad llevada en tirillas de papel, cosa que ha dado al traste con todas las casas grandes de Santafé. Resulta del examen de esos papeles, que la familia posee un caserón viejo por San Agustín, que se arrienda en veinte pesos al ricacho don N ., quien la tiene subarrendada en cuarenta; cuatro casitas por las Nieves. que producen unos sesenta pesos mensuales mal contados (porque sus dueños no saben contar bien); cuatro o seis solares que reditúan veinticinco pesos; una casa por la Candelaria. sin escritura ni más título de propiedad que la posesión no interrumpida durante cincuenta años. Censos en diferentes propiedades que reditúan al cinco por ciento por unos $ 600 al año. Documentos de dinero impuesto en las cajas reales, cuyos fondos tomó el gobierno republicano, y cuya deuda no quiere reconocer porque, dice, eso sería antipatriótico; documentos de suministros hechos al gobierno colombiano y que no fueron presentados a tiempo a la comisión fiscal, y por 10 tanto,
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fueron declarados virtualmente cancelados; insolutos de la misma república en gruesos y apolillados paquetes; escrituras de dos deudas con hipoteca hechas a favor de don Pedro Antonio, que por no haber sido cobradas en treinta años, han prescrito; y así otras curiosidades, como alcances liquidados y no cobrados a mayordomos, corresponsales, agentes, censuatarios, etc., en un espacio de ochenta años.
En los arcones de cedro hay vestidos sin estrenar de los que se usaban de 1790 a 1810 ; paño apolillado, paquetes de abanicos de marfil calado, y tercios de mercancías imPortadas en 1808, que aun no han sido abiertas, porque desde entonces se está haciendo en.tes la familia de preparar convenientemente un almacén que posee en la Calle Real, lo que se ha ido dilatando día por día y año por año a causa de la escasez en que viven. Por los muebles de rosa y de carey, de cedro y de tibar que hay en la casa daría un conocedor seis mil pesos ... con el objeto de ganarse otro tanto restaurándolos y vendiéndolos por mayor. Como los abuelos Riveras vivieron en tiempos de Vásquez y fueron grandes admiradores de este artista, se fueron acumulando sus cuadros en la casa, y hoy se pudieran sacar hasta unos veinte de primer orden sin contar con los que quedarían haciendo milagros en la casa , a causa de representar santos de
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especial valimiento cerca de Dios, según la creencia de la devota familia.
Entre las alacenas hay algunas arrobas de plata labrada, que los criados van desamortizando poco a poco con el único objeto de acrecer la riqueza pública; y en las gavetas de las cómodas de oloroso cedro hay todavía algunos miles de pesos en joyas de oro.
Por último, no se encuentra en la vetusta casa nada cuya fecha sea posterior a 1825. El tiempo no ha corrido para ella sino que la ha respetado como respeta un túrrente la piedra colosal que está enterrada entre su cauce: prefiere lanzar sus raudales espumosos por uno y otro lado; pero ni sueña en arrancarla.
El lector habrá extrañado el silencio profundo que hay en la casa que hemos recorrido. No se oye hablar a nadie, no hemos visto ninguna persona. ¿Tiene curiosidad de conocer a las personas que la habitan? Pues por la descripción de la casa puede asignarles fisonomía, edad, -:ostumbres, vestidos, etc. y viva seguro de que no se equivocará ni en un cinco por ciento.
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SANTAFÉ DE BOGOTÁ
Las hijas de don Facundo Torrenegra, prócer de la independencia, se habían refugiado en una casa baja situada en el barrio
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de la Catedral, después que pasó la deshecha borrasca de la independencia, en la cual perdieron su gran fortuna, no quedándoles más que la casa en que se recogieron como en un puerto. Esta casa hacía esquina, lo que les proporcionaba la ventaja de tener luz a un lado y otro ; esto era algo: ya que habían perdido la fortuna, les quedaba la luz.
Las grandes ventanas cuadradas de balaústres lisos, bien pintados de verdacho, adornaban por ambos lados las blancas paredes. Por el zaguán enladrillado se entraba a un corredor angosto que rodeaba el primer pa~io. Había en éste un confuso y gracioso Jardín, en que maldito el caso que se había hecho en las reglas del arte de la jardinería. Se habían dejado crecer las plantas apiñadas, sin poda y sin dirección: unas en el suelo, otras en tazas de barro. Claveles de todos colores formaban macetas perfumadas; rosas de Jericó y de la China asomaban sus hojas color de la aurora junto a las rosas blancas, que son uno de los remedios de los pobres. Un jazmín de Arabia crecía en buena compañía con un naranjo, un poco desmedrado y triste por el frío, al cual no se acostumbra. Dos ciruelos españoles y dos manzanos cometían la falta de mostrar hojas, flores y frutos, todo a un tiempo, cosa que se reputa imposible y bárbara por los que estudian los secretos de la naturaleza. Un árbol del huerto dejaba caer melan-
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cólicamente sus ramos adornados de flores coloradas, heridos aún de la amargura que presenció en el Huerto la noche que sudó sangre de agonía el divino Jesús. Un raque lleno de flores volvía sus ojos llorosos al campo de donde fue traído, y sin el cual no podía vivir. Encendidas clavellinas y olorosos cinamomos sitiaban una pobrecilla malva de olor, que se recogía y agazapaba, a ver si así podía huír de tan injusta obsesión. El doncenón enredaba en un pilar del corredor sus frágiles y quebradizos bej ucos cubiertos de flores, bien ajeno de que él iba a ser declarado planta vulgar algunos años más tarde.
Las pequeñas y modestas trinitarias alegraban su follaje verde ~r tupido, como alegran los ojos la cara, que sin ellos inspira lástima o repulsión, como sucede con los ciegos, los dormidos y los cadáveres. Unas matas de linaza habían dicho' ja rer si cabemos aquí! y se habían acomodado entre dos matas de claveles, que las estrechaban. y que seguras de que la casa era propia, echaban hojas y hojas a todo su sabor. Allí estabas tú también, modesta y olorosa albahaca, que por tu nombre y tu aristocrático olor recuerdas las huertas de Valencia y las vegas del Genil, y que si no echas de menos el aire tibio de Andalucía, es porque este suelo también se llama Granada, y porque también hay aquí ojos árabes que te vivifiquen. Junto a ella estaba su prima hermana la amablemejorana, de oriental origen; y más allá lucía
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su eterno verdor la hoja santa, que arraiga hasta en las piedras, que reverdece con el verano, y que, como la industria, no pide ni protección ni privilegio sino sólo el permiso de existir. Por último, un curubo trataba por juego, nada más que por broma, de quitarles la luz a las ventanas del costurero, fabricando un toldo verde de cuyo techo bajaban sus flores coloradas y sus frutos envueltos en terciopelo amarillo.
Examinemos las piezas. A la derecha está la sala con canapés forrados en zaraza; mesas de pino barnizadas, recargadas con monos de porcelana, juguetitos de niños, pequeños espejos de cajón, llamados tocadores, y artefactos curiosos producidos por los indios laceros de tv10niquirá, Ráquira y Timaná. Cuatro cuadros con marcos de cristal, con pinturas en lata representan a San Francisco Javier, San Francisco de Paula, San Francisco de Borj a y San Francisco de Asís adornan dos de los lados de la sala; y en los otros dos lados hay cuatro cornucopias cuyos marcos igualan a los de los santos. Sobre una repisa de nogal hay un reloj inglés, de cuco, cuya curiosa muestra llena de cIrculas, señala a un tiempo el instante, el minuto, la hora, el día, la fecha, el mes y el año. Encima de la muestra hay un hueco POr donde asoma un pájaro, cuando da la hora, a cantar mientras suenan los campanazos. En medio de las dos ventanas se ve Un retrato al óleo que representa un gaIlar-
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do joven de treinta y cinco años, con casaca azul de cuello de cordero pascual, cuello de camisa que ha sitiado el pescuezo y amenaza a los ojos con sus puntas; pechera de vuelo, almidonada; chaleco abierto, reloj con complicado pendiente y pantalones de casimir. Este es el retrato de don Facundo Torrenegra, fusilado por los españoles en 1818 por haber dado su fortuna a la patria. En el suelo hay sobre la estera indígena, esteras de Chingalé y tapetes quiteños con su letrero circular acostumbrado: Viva la patria,
viva la religión. En algunos más explícitos se leía también : Viva Bolívar. Dos sonoras guitarras sevillanas acusando que se hacía de ellas un uso frecuente, porque estaban templadas, yacían sobre los brazos de los canapés.
Tras de la sala hay una grande alcoba donde están las camas de doña Carmen de T 0-
rrenegra y de sus tres hijas María, Inés y Rudesinda. Hay una quinta cama perpetuamente tendida: fue la que ocupó otra hija de la casa, Gregoria, muerta hace diez años en Tunja, adonde se fue recién casada. El lecho le sobrevivía, porque era la imagen del recuerdo que de ella conservaban su madre y hermanas.
Tras de la alcoba seguía el cuarto de costura, con sillas de \'aqueta, bajas y de asiento semicircular; mesas enchapadas de carey y marfil, y cajas de costura pastusas con chapas y llaves de plata . Las paredes esta-
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ban cubiertas de imágenes de santos, entre las que lucían dos miniaturas entre marquitos negros: representaba la una a doña Carmen de edad de diez y ocho años, blanca, de grandes ojos negros, con bucles y peinetón, camisón escotado, mangas con ahuecadores, talle bajo los hombros, largos zarcillos y muchas sortijas. La otra miniatura era la imagen del señor de T orrenegra con su casaca de cuello de cordero pascual. Las dos miniaturas eran un regalo de bodas. Al frente de la puerta del cuarto de costura, sobre la baranda del patio había una gran jaula de cañabrava llena de toches v mirlas blancas, a las que se les daba la congrua sustentación para que cantaran, que en esto y en la vida canóniga se parecían a los canónigos. En los corredores había láminas en vidrio con marco dorado que representaban varios pasajes clásicos, y al pie letreros do~ rados tales como éstos. Sacrifice de Régulo. Corioiano cede a las oraciones de su madre y Roma es salvada. M arte de Atala y despecho de Chactas. Telémaco ante las ninfas demanda a su padre Ullyses. D idón convoca a Eneas y se suicida.
Al frente de la puerta de la calle queda el comedor, donde una grande y lustrosa mesa de nogal rodeada de sillas de brazos, ocupa la mitad del aposento y espera a que sirvan la comida. Allí tambien hay láminas: unos grabados franceses clavados con tachuelas, que representan lo que constituyó la de-
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licia de nuestros padres, la tierna historia de Telémaco. Cada lámina tiene al pie la explicación en francés y en español, o mejor dicho, en francés y francés. Véase un ejemplo: Telénaco aborda la isla de Calipso. Las ninfas que son en el baño le rodean y el comienza la relación de su naufragio. Mentor obliga a Telémaco de se precipitar en el mar. Las ninfas brulan con sus teas el navío que había com'truído Mentor.
Tras del comedor hay un cuarto aislado que se ha dedicado a oratorio, Allí hay un cuadro de Vásquez, que representa a la divina Señora cuyo virginal busto ha sido el estudio de todos los pintores del mundo; varias estampas francesas de aquellas que dicen al pie: Sainte-Anne-Santa Ana, Saint Joachim-San Joaquín, estampas de esas que han creado los franceses con el objeto de probar que las minas de bermellón y verdacho son inagotables. A un lado del risueño oratorio, que huele a incienso y a flores, está desarmado, es decir, en tosco acomodo, un pesebre quiteño compuesto de la Virgen, San José, el Niño, el buey, la mula, los tres Reyes Magos, los Pastores y una comparsa innumerable de caballitos, mulas, burros, pájaros; acopio inmenso de lama para hacer rocas; pedazos de vidrios para figurar lagun s; papel blanco para simular cascadas; ídem dorado para fabricar estrellas ; ídem azul para fingir cielo y horizontes; marmajas para hacer camellones; cáscaras de hue-
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vo para hacer piedras del camino; casitas de madera. etc.
El interior de la casa está compuesto de cocina, despensa, cuarto de criadas, cuarto de ropa y cuarto de aplanchar, que rodean un patio empedrado; más hacia el fondo queda el corral de las gallinas, bien proVIsto de volatería, y un hermoso huerto sembrado de papas.
Toda la casa huele a alhucema. Con esta última noticia se comprenderá el carácter de sus cuatro habitadoras.
III
BOGOT.'
Juan tvfanueI Doronzoro casó, hará tres años, con la señOrIta i 1atilde del Pino, y se fueron a vivir a la casita nueva dc la calle de San Juan de Dios, que acababa de improvisar el señor Arrubla (8) con los sobrantes de otra casa que él también había construído. La escala de la casa se puede calcular por este solo hecho: de un extremo a otro de ella, v al través de las habitaciones, se percibió una vez el olor de pavesa que despedía una vela apagada en la alcoba. El fondo de la casa sumaba veinticinco varas y el ancho trece y media. En aquel terreno suponían que estaban viviendo Juan 1 lanuel y Matilde.
en ;:aguán de vara y media de ancho,
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empapelado, esterado, con friso de tablas barnizadas, y cielo raso estucado, con florón, daba entrada a una galería de cristales liliputiense donde se ahogaban elegantemente dos divanes de tafilete y una mesita redonda con tarjetero y lámpara de kerosino. Sobre las paredes empapeladas estaban no el San Cristóbal, santo patrono de las buenas casas santafereñas, sino Garibaldi, Lamartine y la reina Victoria en grandes marcos dorados y con hermosos vidrios. A la galería salían cuatro puertas: una a la izquierda, era la del cuarto de hombre, a la derecha la de la sala, en un lado de la galería la de la recámara, y al frente, en el mismo bastidor de cristales. la que salía al corredor del primer patio.
El cuarto de hombre, empapelado de color gris, contenía una cama de cornisa, lavamanos con innumerables chismes de tocador y un ropero suntuoso. De este cuartico se pasaba a otro, que tenía ventana a la calle, en el cual había una otomana, una mesa de escribir cercada de barandilla y unas silletas de paja italiana. En las paredes lucían dos hermosos grabados : el plano de la ciudad de Nueva York y una vista de San Francisco de California, tomada a vuelo de gavilán porque parece que a California la tomaron al vuelo dos veces los yanquis.
La sala es un curioso museo de todos los objetos que se pueden romper. Pudiera escribirse Fragility, thy name is extranjero, cam
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biando la palabra woman, que dijo Shakespea re, en extranjero, por no ser impertinentes con Matilde, que es, (acá entre nos) el mueble más quebradizo de aquella casa a la derniere . Hay dos sofás y doce taburetes con resorte forrados en terciopelo rojo, y disfrazado el vulgar pino o chuguacti de que están hechos, con un delicado y negro barniz de tapón, tan lustroso, tan brillante, que se lee en él fragility ... De pata de gallo, pero imitando madera de rosa, esa madera de que hacían escaleras nuestros padres, es la mesa redonda, que no es redonda porque es ovalada, y en vez de una gruesa y única pata como ten·ían las mesas redondas, tiene cuatro patas largas, encorvadas, frágiles (fragilit y ) que se reúnen en una flor de lis para volver a apartarse a buscar el suelo en que se apoyan. Encima de la brillante superficie de la mesa hay una bandeja de plata alemana llena de tarjetas, y debajo de la mesa una alfombra con una pintura que repreSenta un perro ahulIando sobre una ropa ensangren tada.
Las tarjetas por sí solas constituyen una voz del lenguaje de las casas. Las hay de todas formas. Unas son tan delgadas o lustrosas y transparentes, que uno adivina cuán grueso es su dueño Raimundo del Valle , cuyo nombre está allí en grande letra inglesa. Otras, aspirando al renombre de buen tono, Son grandes y duras como una tabla, y en la mitad, en letra sumamente pequeña, dice :
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} osé Córdoba. Otras tienen medios relieves blancos, otras el letrero en blanco, en letras góticas, donde se lee por milagro el nombre de su dueña: Susana Perdomo. Hay una que imita viruta de carpintero, en que se lee el nombre y se adivina el carácter de su dueño: Rómulo Roncando R. Las hay también de matrimonio: unas evidentemente anticuadas, pues deben ser del año de 1854 están unidas por un lazo de cinta blanca; otras más modernas y más significativas están amarradas con un primorcito de hilo de oro que se podía romper, más que romper, quebrarse con una nada. Las de 1862 ya no se unen sino que entran en una argollita de espiral de las que antes servían para coger por detrás los botones del chaleco. Las de 1864 ya no traen ni argolla sino una lentejuela, y las de 1865 ya no traen ni lentejuela sino que vienen sueltas entre el sobre, como quien dice: nada nos imPide coger diferentes caminos.
Estas últimas son un \ erdadero logogri fo: grifo y lago que adivinara un cachifo, y que vamos a describir. El sobre de papel, sumamente grueso y satinado, es de color de ruana parda por dentro, y pretensiosamente blanco por fuera. Al abrir el sobre se ve en letras blancas sobre el fondo pardo este nombre: Rosa Rubiano. De las dos tarjetas, la una dice:}. Femández y la otra R. Fernández. De manera que no sabe uno si lo que se casaron y dan parte fueron dos o
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tres personas. En derredor de cada tarjeta hay la famosa cinta de oro que une los matrimonios del siglo XIX, y encima de todas se lee mentalmente: fragility. Las dos boletas, ya lo hemos dicho, andan sueltas entre el sobre, como si dejéramos duermen aparte. Entre el montón de boletas se ven muchas, muchísimas con nombres tan armoniosos como éstos: Shtrhirlgs, Tghmygndt, .f<.mondfgt y otros nombres de alemanes dilettantes. Estos alemanes, cuando se les pregunta su nombre debieran, si son hombres de bien. contestar: me llamo Abecedario; pero los alemanes que v ienen por acá no son hombres de bien porque nos dicen que sus nombres sí se pronuncian.
Sigamos con la sala. Sobre dos consolas de pata de gallo cha
rolado hay dos espejos con marco dorado, y entre las dos ventanas en un gran marco dorado, hay un emblema de la felicidad doméstica, como se usa en las casas felices. o mejor dicho, un emblema nacional: hay ..... un retrato de Víctor Manuel. ¡Un primor de ocurrrencia! En frente de las ventanas ha" dos marcos dorados, redondos, hermosísimos: el uno tiene el retrato del príncipe de Gales y el otro el del príncipe imperial. i Por todas partes los más tiernos emblemas de la paz doméstica! Los retratos están suspendidos de cordones de seda que vienen desde el techo, y tienen que bajar, por supuesto, Cuatro varas para llegar al marco. Las ven-
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tanas y puertas están abiertas a la moda actual: si los aposentos tienen de largo seis varas, los techos tienen de alto treinta y seis. Parece que la fórmula arquitectónica que nos dejó Reed para saber la altura fue ésta: multiplicar el largo por sí mismo.
En una de las mesas hay un álbum ... pero no el álbum rococó, de versos y más versos, moda sumamente pasada, sino el álbum actual: retratos y más retratos; pero, jqué retratos! Abrámoslo. iJ esús, qué parecido! ¿Quién? ¡Alejandro Dumas! Siguen Eugenio Pelletán, el cardenal Caraffa, el general Rebús, Víctor Hugo, Ravaillac, Russi, Napoleón 111. la Patti, la Grisi, un grupo del mercado de las verduleras de París, otro ídem de la Chambre des Députés, el retrato de Juan Manuel con bata y gorro, el cigarro en la mano y un pie con pantuflo, alzado sobre una silla. El retrato de Matilde, de cuerpo entero, de medio lado, con gran crinolina de gran cola. Parece que lo que quiso retratar fue la cola. Excusado es decir que todas las amigas de Matilde le habían mandado los retratos de sus hijitos, pequeñitos sujetos retratados entre un sillón, con sus caritas redondas, que no se sabe si son del género masculino o femenino.
¿Por qué en vez del retrato de Bolívar, de 1 Tariño, de Zea, de Caldas, del presidente de la Confederación, de GuarÍn, de Párraga, de Osorio, del arzobispo, del general París, de los miembros de la familia del due-
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ño del álbum y de sus amigos Íntimos, se tienen los de las notabilidades europeas, y aun de los que no son notabilidades?
Pasemos a la alcoba. Una cama de sepulcro, con cortinas de pabellón, campa en la mitad de la angosta alcoba; mesa de noche y tocador, todo barnizado; ropero lleno de crinolinas forman el resto del mobiliario de aquella pieza en que la endemia está escondida tras de los infinitos perfumes del tocador.
En la recámara hay un fácsÍmile de cuarto de costura,
El cuarto contiene unas tazas de hermosas flores, porque las flores son hermosas hasta cuando son de moda.
Mas ni el alegre y frondoso novio, Ni el doncen6n, Ni los pinrados grandes claveles. Ni la purpúrea rosa temprana De Jericó
alegran la vista. Hay tazas de cinerarias, lámparas colgantes llenas de frágiles zulias, una rosa mosqueta, otra de Bengala, otra de princesa Elena. En el comedor canta un canano devorando con la vista el pequeño patio adonde da la ventana; y queda concIuída la descripción del primer patio.
En el segundo hay una despensita con estantes magníficos para guardar entre cajones de pino con tiraderas de cristal algunos terrones de azúcar, unas papas vergonzan-
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tes, pan franGés, botellas de ino y abundante vaj illa de blanca porcelana. En el cuarto de criadas, empapelado como el resto de la casa, hay cama de cornisa para la mercenaria sirvienta que entró ayer y se irá mañana. Tras del cuarto de criados hay una cocina empapelada, un fogón de reverbero y maquinita para moler el café.
y se acabó la casa. Hemos concluído ya la descripción de las
tres casas. Ellas representan bien a Santafé, a Santafé de Bogotá y a Bogotá: si el lector pone alguna atención en los detalles, entenderá claramente el lenguaje que hablan, y con tanta precisión, que, no se equivocará en una palabra.
(De El MosaiC{) , números 47 y 14, de 7 de enero y de 29 de abril de 1865) .
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UN PAR DE VIEJOS
El sol esconde ya sus últimos rayos ... dejémonos de sol y de crepúsculos. Yo no sé por qué los escritores andan siempre (y yo entre ellos) a caza de frases prestadas para decir lo que estaría mejor dicho dejando hahlar al corazón y apelando a los recuerdos propios que, en todo caso, tienen por lo menos )a ventaja de ser originales.
A las cinco de la tarde de un día de diciembre de 1848 un grupo de chinos y de albañiles de menor cuantía, cerraba el paso en la esquina de )a Tercera, a tiempo que las alegres aunque roncas campanas de la Veracruz fatigaban los ecos, llamando a los fieles al acostumbrado rosario complicado esa tarde con no sé qué fiesta.
Lo que había reunido a los pilluelos no era, por cierto, la devota intención de entrar a encomendarse a la Virgen, sino la malévola idea de estudiar los ademanes de dos viejos que venían del lado de las 1 Tieves, camino de la Veracruz, adonde por último se entraron. Los dos ancianos tenían, preciso es confesarlo, mucho y muchísimo que llamara la atención. El ombrero de paja ama-
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rillenta de la anciana era evidentemente compañero del de castor de su esposo, que éste compró sin duda en Lima en 1798. La capa de color de pasa del viejo hacía juego con la tela y el corte de los vestidos de su compañera que caminaba a un lado, tosiendo ambos a duo, y atravesando palabras de una conversación doméstica. La criada con un farol apagado, un paraguas enorme, que iba cerrado, y una alfombra quiteña tan anciana como los viejos, parecía una acémila cargada con los despojos de un saqueo. Mientras los dos ancianos venían caminando muy trabajosa, pero apaciblemente, los chinos, repartidos en alas, observaban y hacían comentarios en voz baja.
Llegados al templo de la Veracruz, penetraron hasta cerca del presbiterio. El anciano se quedó en la primera silla de los escaños que hay en el cuerpo de la iglesia y la anciana tomó cuarteles dos pasos más adelante. La criada puso en el suelo el paraguas y el farol y desplegó la alfombra, vieja pero bien conservada, sobre el húmedo suelo. La alfombra en que se arrodilló la anciana tenía florones colorados y amarillos, y en derredor un marco lleno con letras ma-
/ l d / , yuscu as que eClan aSl :
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* SOY DE DO -lA JOSE * N ""O O
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O :;o - $: C) e - o -l tTl W Cfl o::: --<
* V'1V9I90lI~9 * Por 10 que hace al anciano caballero, pu
so en la silla su sombrero de castor - sacó de su chaquetón de paño azul un grandísimo pañuelo de hilo a grandes cuadros, 4ue dobló en cuatro y colocó sobre el ladrillo en que iba a arrodillarse. Hechas todas estas operaciones, sacaron sus camándulas de gruesas pepas negras y lustrosas ensartadas en trenzas de seda roja y con cruces de aza, bache incrustadas de nácar, que contenían en el centro una partícula del lígnum crucis, y acompañaron el rosario que rezaba en vo::: alta el Capellán. Cuando terminó la función ya era muy entrada la noche, y por lo 'anto no pudieron volver a ver a los viejo los chinos que habían esperado largo rato, y ue al fin de fastidio se retiraron.
Caminando tres cuadras después de la T ercera, por el camellón de las lieves, y vol-
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teando a la izquierda, se encontraba una casa baja de anticuado gusto y viejÍsima construcción, con tres ventanas a la calle y al lado de ellas un zaguán empedrado, húmedo y oscuro. Al entrar al corredor se divisaba por primer objeto un enorme cuadro al óleo que representaba a San Cristóbal; a la derecha se encontraba la sala con todos sus adornos especiales, que bien merecen una descripción detallada. No había cielo raso ni tampoco artesonado. El enchuscado empañetado y blanqueado hacía sus veces; y las vigas descubiertas estaban recargadas de festones de flores pintadas. Las paredes, sin colgadura, tenían también su pintura que consistía en jarrones de flores, cenefas y marcos, todo pintado con brocha gorda. Un ancho canapé forrado en tripe, seis silletas antiguas y dos mesas de pata de águila con urnas de nacimientos eran todo el mobiliario. La estera de anchas empleas revelaba aunque no estaba rota, una vejez envidiable.
En la testera, una puerta abierta dejaba ver la alcoba nupcial, con su cama de pabellón de macana, cuyo pabellón, obra maestra del Socorro, había reslstido incólume el peso del polvo y de los años sin que uno solo de sus pliegues se hubiese roto ni rozado.
Apenas llegaron los dos ancianos a su casa, después de un breve reposo en el canapé para refrescarse de la agitación del paseo,
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se levantaron para colgar cuidadosamente en una percha de la alcoba la capa de color de pasa del viejo, con los sombreros, la mantilla y la saya de doña J osepha Bermúdez y Brito, que tal era su nombre si damos crédito a la habladora alfombra que así lo decía.
La criada, mientras tanto, había ido a revivir la soñolienta candela de la cocina, la que soplada no sólo por los fuelles mugrosos sino por los robustos pulmones de la india Claudia, alzó al momento sus llamas coloradas que hicieron sonar pronto la olleta en que hervía el agua destinada para hacer el chocolate. Una gran sartén recibía masas, carne y tamales pequeños que iban a constituír indudablemente la cena de los dos viejos. Claudia vino dentro de media hora a la sala. y arrimando un velador al canapé en que estaban conversando los dos ancianos, tendió una servilleta, colocó sobre ella la bandeja que contenía el frito, y luégo dos tazas llenas de caliente chocolate cuya espuma hacía visos azules y rojos a la luz de las velas. Los dos ancianos al ver lista la cena se movieron en sus asientos y se miraron cariñosamente.
-¿Cenamos ya, Josefa? -COmo usted guste, don Raimundo. con-
testó la anciana, acariciando con su mirada profundamente cariñosa la faz llena de arrugas del anciano.
Don Raimundo recibió aquella mirada y sus arrugas se despejaron al devolvérsela más
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llena de afecto, si cabe ; y ofreciéndole con la mayor galantería la mano, vinieron a sentarse juntos en tomo del velador donde los aguardaba la cena o refresco.
Aj iaco, fri to, chocolate: todo el prosaico tren de la cena santafereña, adornada con retoritas tiernas y doradas y terminada por un plato entre cuyo almíbar grueso y cándido se transparentaban las purpúreas fresas, y a la postre un jarro de plata lleno de agua almacigada; tal fue el refrigerio de aquellos dos bienaventurados viejos.
Nada más perfumado, ni más puro ni más risueño que la conversación que entablaron. Las palabras eran perfectamente corteses, la familiaridad llena de respeto y los modales llenos de atención. T ras una breve lucha sobre quién serviría primero, cedió la anciana, pero eludiendo diestramente la preferencia que tenía que aceptar, con pasar de su plato los mejores Ncados al de su galante compañero, y hasta que éste hubo acabado de servir ambos platos.
- Hoy hace cuarenta años que a estas mismas horas estábamos en nuestra mesa de bodas, dijo tras breve silencio don Raimundo.
- ¡Cómo se pasa el tiempo! ¡Me parece que fue ayer!
- ¿ ivle hace usted el favor de tomar a mi nombre esta presa?
-Con mucho gusto ; pero usted jamás come por cuidarme.
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-La cuido menos de lo que debiera y de lo que usted se merece. Desde esta mañana estoy cavilando y no doy con el nombre de aquel a quien se le cayeron los dulces que llevaba entre un pañuelo, la noche de nuestro casamiento ... ¿se acuerda usted?
- --Era ... permítame usted... era Isidro González.
-Cabal. No he vuelto a verle desde entonces. ¡Qué muchacho aquél!
-Sí, le vimos. . .. en aquellos días. . .. de la capilla ....
-Basta, basta, Josefa. ! o me acordaba ya de las personas que entonces nos ayudaron. ¡Pobre gente! ¿y todo para qué?
-¡Fusilar un muchacho de veintidós años! Jamás me ha salido de entre la cabeza semejante cosa. ni acierto a comprenderlo.
- ¡Pobre Carlos! Preciso era que Santander tuviese muy mal corazón. ¡Qué día aquél!
-Hoy no estaríamos tan solos, mientras que sin Carlos no habrá quien entierre al último que se muera de nosotros dos.
-¿Para qué piensa usted en eso? Será lo que Dios quiera y nada más.
El recuerdo de Carlos siempre que se atravesaba en la conversación la cortaba al fin para dar lugar a un doloroso silencio. Pero hasta el recuerdo de Carlos, por muy triste que fuera, se había gastado ya a fuerza de hablar de él tres veces en cada día, siempre a medias palabras, siempre invitándose
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mutuamente a no hablar de cosas tristes, y siempre volviendo a las andadas.
A pesar de que pudiéramos referir de corrido, corno muchacho que dice su lección, los acontecimientos que pasaron en una noche y en los días siguientes a los dos viejos, henos aquí que hemos tardado dos semanas en decir a qué hora se acabó la cena y qué término tuvo la conversación entablada. Si los lectores tienen la bondad de refrescar sus ideas y ponerse en el punto donde quedarnos, seguiremos narrando aquel sencillo drama que, según dijo no sé quién, huele a pan y a rosario.
Es fuerza ya decir quién era Carlos cuyo nombre ha sonado en la conversación de los dos ancianos corno un recuerdo de tristeza y una lástima incesante. Cuando don Raimundo pretendió allá por los años de 1802 a la graciosa doncella de quien salió más tarde doña J esefa Bermúdez y Brito, ésta vivía al lado de su familia, separada únicamente de una hermana a quien amaba mucho, y que habiéndose casado con don Juan José Rincón, noble hijo de Tunja, había seguido a su esposo, aunque con alguna pena, a la ruinosa capital de los antiguos zaques. Breve fue la ausencia porque breve fue su felicidad y su vida. Al año cabal murió pasando a mejor lugar (no hay duda que es mejor la Gloria que Tunja), dejando un niño de un mes de nacido. i 1ientras tanto, los amores de don Raimundo seguían, e iba a
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hacerse un matrimonio cuando sobrevinieron algunos sucesos que 10 impidieron, y no logró verificarlo sino en diciembre de 1808. Don Raimundo era pobre si doña) osefa no era acaudalada, y por lo tanto el novio no podía hacer ningún regalo de valor a su desposada, porque es fama, que en 1808 no se fiaban los muebles ni los perendengues. El refrán de la bota chirriando y el bolsillo silbando, no se inventó hasta 1820, época en que trajeron por primera vez a Bogotá las botas chirriadoras. Esto lo hemos descubierto revolviendo archivos, movidos solamente del deseo de ayudar a las ciencias, fijando la fecha importantísima de la importación de las botas con música de que tanto han abusado los cachifos después. Como íbamos diciendo, imposibilitado don Raimundo para obsequiar espléndidamente a su bella y vergonzosa novia, dio en cavilar tanto, que al fin encontró el regalo; y una mañana montó a caballo, y la del alba sería cuando él ya estaba a dos leguas de Bogotá, camino del norte.
Quince días después estaba de vuel ta, y entraba en el patio de la casa de doña Josefa' trayendo sobre una almohada en la cabeza, forrada en plata, de la silla, a un infante, gordo de carrillos, travieso de ojos, llamado Carlos Rincón, menor de cinco años y con generales. Era el hijo de la hermana que tanto había llorado Josefa. Fácil es adivinar cómo logró don Raimundo inclinar al
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padre. de Carlos a que le diera el niño, si se atiende a que lo traía a la capital, donde todos los provincianos de medianas proporciones se educaban, r que 10 conducía al lado de su familia, bajo su propia responsabilidad. Tal fue el regalo de bodas de don Raimundo, regalo que doña Josefa recibió llorando de alegría y dolor, porque si gusto le daba ver a aquel suave retoño de su hermana, también la hacía llorar el parecido de las facciones del niño con las de la madre. que le recordaba más vivamente que aquélla ya no existía.
Ocho días después se verificó el casamiento, pasándose a vivir los novios a la misma casa en que los encontramos la noche en que empieza esta relación, en diciembre de 1848.
A fa'ta de hijos, que no los hubo don Raimundo, fue reputado tal el niño que había traído de Tunja: Carlos fue mimado y consentido por los dos esposos, rivalizando éstos en amor por el huérfano. Ya mancebo, era por su educación esmerada y generosos sentimientos el encanto de sus padres adoptivos a quienes pagaba con usura de cariño lo que les debía Pero toda felicidad tiene un término repentino e imprevisto; y la de los dos esposos la tuvo; supieron una noche a deshoras que Carlos acabab<1 de ser preso, acusado de haber entrado en una revolu ión.
En vano don Raimundo y doña Josefa revolvieron este mundo y el otro por sal-
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varlo. Tras un rápido sumario fue sentenciado a muerte con otros compañeros y ajusticiado en la plaza mayor de Bogotá.
Desde esa época hubo siempre una lágrima en los ojos de doña Josefa, un recuerdo doloroso en la memoria de don Raimundo y una sombra en la sala de la casa sobre el asiento vacío que ocupó Carlos durante tantos años. Todos los días hablaban de él, y todos los días concluían por suplicarse mutuamente que olvidaran recuerdos tristes, corno lo hemos visto que sucedió en la conversación que tenían la noche en que empieza esta historia. Volvamos ya a los ancianos que hemos dejado apurando sus jícaras de aromático chocolate.
Doña Josefa vestía un camisón de zaraza, de talle alto, y tenía la cabeza amarrada con un pañuelo de color. Su cara llena de arrugas interesaba a su favor: sus ojos negros tenían mirar apacible y bondadoso, y en su color blanco y despercudido y en la regularidad de todas sus facciones, se descubría que en su juventud habría sido muy hermosa.
Don Raimundo era de color moreno, nariz larga y expresión seria pero bondadosa: y la limpieza de su vestido y el esmero con que estaba afeitado anunciaban su educación distinguida. El chaleco blanco de solapa, la camisa y la corbata de hilo eran de resplandeciente blancura: el chaquetón de pana y los pantalones de paño no tenían ni una
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motita ni una mancha. La edad había blanqueado y disminuído sus cabellos; pero los pocos que le quedaban estaban perfectamente arreglados.
Concluída la cena, conversaron otra hora todavía, y luego, sacando don Raimundo algunos libros, leyó la vida del santo con sus oraciones y reflexiones, y un trozo de otra lectura espiritual; en seguida, volviendo a calarse sus antiparras engastadas en carey, leyó una media hora más en un tomo de Feijóo, interrumpiendo a cada paso la lectura con observaciones cada uno de los dos ancianos. La regularidad con que había abierto los volúmenes indicaba que tal era la costumbre diaria, y la atención de doña Josefa daba a entender lo grato que le era la lectura espiritual del padre Croisset y la de pasatiempo de Feijóo.
Cuando concluyeron la lectura eran ya las diez de la noche. La india Claudia, sentada en un rincón de la sala, estaba inmóvil so pretexto de que atendía, pero en realidad lo que hacía era dormir como un lirón.
Al sonar las diez se levantaron los dos viejos, llamaron a la criada para que fuera a dormir sobre su junco, y ellos se retiraron a su alcoba.
Media hora después estaba a oscuras y en silencio la casa.
Las campanas de San Francisco tocaban a misa de cinco; y su tañido alegre y agudo se hacía oír más distintamente al través
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de la niebla que vagaba majestuosamente sobre los tejados de la ciudad. Doña Josefa, que tenía la costumbre de despertarse a esa hora, oyó el primer repique y se incorporó en el acto para levantarse con ánimo de asistir a su misa favorita. Dos o tres veces llamó a su compañero; pero dormía profundamente, y parte por el respeto que siempre le había profesado, como por su cariñosa solicitud, no se atrevió a insistir en despertarle, y dejándole cubierto hasta la barba, se levantó sin hacer ruido, vistió su saya y salió para la iglesia.
T res cuartos de hora pasaron, poco más o menos, cuando después de haber oído la misa de cinco, regresaba la anciana, alegre y tranquila, y llena de infantiles esperanzas.
El día anterior lo habían celebrado como una fiesta, por ser el cuadragésimo aniversario de su casamiento, fiesta que guardaban religiosamente todos los años, no trabajando. pasando el día en dulces conversaciones y yendo vestidos de sus modestas y mejores galas a los ejercicios piadosos de San Francisco y la Veracruz, que eran las iglesias que frecuentaban.
El día siguiente a aquel de tan dulces y apacibles recuerdos, tenía también algo de fiesta pero de menos recreo. ¡Qué risueña perspectiva la de doña Josefa! Veía, en primer lugar, el almuerzo cercano, la conversación con su amigo, el descanso tras el almuerzo; por la tarde, la asistencia a la igle-
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sia para rezar sus devociones. un paseo a San Diego después; luégo, la noche con su calma; y por último, el momento de la muerte lejano, muy lejano todavía, aunque eran ya muy viejos los dos esposos, porque el hombre aun más allá de la edad de ochenta y de cien años, todavía espera vivir.
Ocupada en pensamientos de color de la aurora, más rosados aún por el reciente y piadoso ejercicio de la misa, iba caminando la buena señora. Cuando llegó a la casa oyó el ruido que hacía en la cocina la india Claudia empezando sus tareas diarias, moviendo las cacerolas, lavando la loza y previniendo todo. Penetró en la sala, cerrada todavía a la luz azulosa de la mañana; se quitó sin hacer ruido la saya y la mantilla, y luégo se acercó a la cama, un tanto sorprendida por el sueño de su esposo. Puso el oído atentamente para oír la respiración del anciano; acercóse más, y púsole la mano en la cara, alarmada por su silencio. Hallólo frío e inmóvil; arrojóse desesperada a la ventana, y la abrió por entero. ¡Qué espectáculo!
Yacía don Raimundo dulcemente cobijado hasta la barba y en la misma postura de un hombre dormido. Sus ojos que se habían cerrado para el grato sueño, cerrados habían quedado por el sueño de la muerte. Su cuerpo no estaba recto, pero la rigidez de los miembros se adivinaba por encima de las cobijas que lo dibujaban. Su boca en-
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treabierta para dejar escapar su último aliento, se había quedado así; y una de sus manos, inerte, fría y blanca como el mármol. estaba debajo de su cabeza pesada como un plomo.
Doña Josefa no se engañó creyendo que era un accidente. pues los síntomas de muerte no dejaban duda. Detúvose un instante pálida y asombrada. cuando el torrente de luz que entró por la ventana le mostró la faz amadísima de su esposo. Pulsóle el pecho y las sienes. levantóle los cabellos que caían sobre su frente: en seguida se arrodilló a su lado. le tomó la mano que estrechaba entre las suyas y rompió en llanto, pero sin gritos y sin desesperación.
Así permaneció al lado de su difunto amigo más de una hora. Cuando entró Claudia la envió a que llamara al padre Cruz, el confesor y amigo de ambos. excelente religioso franciscano. A éste le recomendó el entierro. que él hizo con gran pompa en la igle<;ia de su orden. Con gran pompa hemos dicho, porque doña Josefa dejaba su casa y algún dinerillo al convento, y éste había entrado inmediatamente en posesión de los bienes. porque por la tarde cuando fue la comunidad por el cadáver. hallaron a doña Josefa arrodillada y muerta sobre la mano de su marido, que estaba vestido de gala en su cama de respeto. ....
• Tal como refiero esta muerte, sucedió en Boi1;oté, en 1843.
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No dejaron ningún pariente, y con ellos se extinguieron sus apellidos en Nueva Granada.
(De El Mosaico, números 18, 21 Y 25 , de 9 y 30 de mayo y 27 de junio de 1860) .
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LA CASA CURAL
Voy a tratar de describir esta casa y al padre Torrente puesto que cerca de ella viví tantos años.
La plaza de la Sierra no estaba entonces cubierta de edificios, pobres, pero nuevos, COmo hoy. Donde hoy queda la casa de teja de la escuela y el cabildo, no había sino el coso.
En los otros dos costados había casas de paja, pequeñas y separadas entre sí por una cerca de madera: hoy están cubiertos de casas grandes de tej a y de pa i a.
La iglesia queda en la esquina de la plaza, a mi derecha: la esquina está formada por la torre, y ésta se comunica con el coro. Después sigue la casa cural, alta, de teja, cuya fachada muy bella adorna la plaza. El primer balcón después de la iglesia es la alcoba del padre Torrente; el segundo, el de s~ cuarto de despacho. Sigue el largo balCon que tiene tres ventanas: dos de ellas pertenecen a la sala, y la tercera a la antesala. Después quedan otros dos balcones pequeños, iguales a los de los aposentos del cura' estos dos pertenecen al cuarto y a la
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alcoba que yo ocupaba cuando iba a quedarme en el pueblo. El gran portón queda en la mitad de la fachada debajo del balcón grande, y a un Jada y otro tiene las ventanas de fierro de las piezas bajas, que sirven de hospedería.
Saliendo de la sala al interior, hay un gran corredor donde queda un cuarto que comunica con el del cura, y al otro extremo está la gran escalera de piedra. El tramo del frente está compuesto en su totalidad de la sacristía y sus dependencias: el de la izquierda, de la iglesia; y el de la derecha es un edificio bajo de paja donde quedan cocina, despensas, comedor y otras piezas de servicio. A la espalda de la casa estaba el camposanto, que hoyes un jardín, y detrás de la casa de paja hay dos grandes corrales: el primero está sembrado de hortalizas y el segundo contiene el caballo del cura, las gallinas y piscos y algunos cerdos. Los palomos habitan por la mañana en el caballete de la iglesia, a medio día en los campos, y por la noche en un palomar de adobes que hay en el corral. Un nogal centenario de desmedida altura y rara belleza se levanta en la mitad del patio, y su follaje se iguala con el tejado de la iglesia. El patio está empedrado con piedras pe ueñas pero planas y cuadradas, que traen de una cantera vecina.
Tal es la casa: veamos los muebles. La casa es la materia, el hombre el espíritu; pero los muebles participan de ambas natU-
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ralezas; tanto así los anima el hombre con su presencia. El viejo deja su busto, algo más, deja su sombra en el sillón donde pasó sus últimos años. Cuando queda vacío, todavía ve uno a su dueño siempre que ve el sillón.
En el corredor bajo hay dos cabezas de ciervo amarradas a ' as columnas de piedra de los arcos, y en sus astas se cuelgan los aperos de montar. En el descanso de la escalera se ve un cuadro al óleo que representa en medio cuerpo un indio de catorce a diez y seis años, vestido con camisa de lienzo y poncho listado. Dos cosas particulares tiene ese retrato: los ojos y el letrero que tiene al pie. El letrero dice: indiecito que, como puro armiño, se dejó matar por no ofender la castidad. J 690. Y los ojos .... dicen lo mismo que el letrero. Son negros y rasgados; pero no son ardientes como todos los ojos negros, sino dulces y pudorosos como los ojos azules. Son oios de mujer, que miran dulce y tímidamente.
Una gran mampara de pana floreada cubre la puerta que está en la mitad del corredor. Abierta ésta, se encuentra úno en la gran sala con dos ventanas al balcón y adornada con un mueblaje particular, severo y lujoso, pero anticuado. A un lado y otro de la puerta hay dos canapés de brazos y espaldar tallados, pintados de blanco mate, con filos dorados y florecitas azules: los a::.ientos están forrados en tripe amarillo que brilla todavía, a pesar de sus cien años. No
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han sufrido otro menoscabo que los huecos que han formado las personas que se han sentado en ellos. Las encorvadas patas terminan en cinco uñas de león que agarran una bola pintada de rojo. En la cabecera de cada canapé hay un sillón enorme forrado también en tripe, yen los demás huecos hay sillas de brazos, en cuyos espaldares se veía el escudo de armas de Castilla. Entre las dos ventanas hay una gran mesa de nogal, y en un rincón golpea entre su caja pintada de blanco un gran reloj de cuco, de incansable andar, a pesar de que hace un siglo que está dando las horas veinticuatro
eces por día. En las paredes cuelgan cinco grandes cuadros al óleo. El que queda entre las dos ventanas es una Virgen de la Silla, pintura de \ 'ásquez, tela valiosísima por su mérito y su veje:.
A los dos lados de la puerta de la alcoba se ven en sus grandes marcos dorados los retratos de Carlos 111 y María Amalia, y al frente los de las infantas ~;JarÍa Luisa y María Josefa: estas cuatro pinturas, obras de Mens, regaladas por el rey al pueblo de la Sierra, son de gran valor. Sobre los canapés hay colgados dos cornucopios de cristal de Venecia.
El artesonado de obra de talla sobre nogal es admirable. Son de talla igualmente los marcos de todas las puertas. El suelo está cubierto con estera cuyas empleas de una cuarta de ancho, revelan su antigüedad, por-
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que ahora no se fabrica sino estera angosta. Las paredes tienen colgadura de angaripola floreada.
El cuarto del cura tiene escritorios de carey y un gran estante en que está una selecta biblioteca religiosa y el archivo de la parroquia. Según el libro más antiguo que se conserva en aquel primoroso archivo, la Sierra fue fundada en 1630 por el presidente don Juan de Borj a poniendo esta misión a cargo de los religiosos franciscanos. El primer cura fue fray Damián de la Cruz, que edificó la iglesia; el segundo, fray Pedro de Ugarte, que edificó la casa cural; el penúltimo, el padre Torrente, que edificó la escuela. Los libros de defunciones tienen una especialidad: cada libro está cerrado por la partida de muerte del que escribió las anteriores.
La alcoba del cura comunicaba por una puertecita con el coro.
La iglesia es bella y algo oscura, cosa que no me disgusta; a la iglesia no se va sino a hUÍr de la luz terrena, y la luz divina, ¡ay! no alumbra al que vive sino al que muere, ¡Es tan grato orar, llorar, protegido por las Sombras de un arco!
El magnífico altar mayor, de pulido estuco con capiteles de ardiente dorado, es obra de Talledo, y encierra la preciosa imagen de 1 uestra Señora de la Sierra, adornada con una corona de zafiros y diamantes que le envió la piadosa duquesa de Alba,
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y un broche de oro con una magnífica esmeralda que le dedicó el conde de la real defensa en agradecimiento por haber podido defender la plaza de Cartagena contra 30.000 ingleses. El oro del broche perteneció a la medalla que Vernón había hecho grabar, celebrando con seis meses de anticipación la victoria que pensaba obtener y no obtuvo.
En la sacristía se encuentran los retratos de los curas desde fray Damián de la Cruz hasta fray Antonio Cuevas, antecesor del padre Torrente. De éste no queda otro retrato que el que existe en mi corazón.
Era el padre Torrente, cuando yo le conocí, un anciano de sesenta años, si había de calcularse la edad por su rostro cruzado de arrugas y por sus cabellos plateados que asomaban bajo la oscura capucha; pero si se le juzgaba por sus ojos vivos y cariñosos, por la sonrisa habitual y por sus palabras, no era sino un niño inocente. Morillo lo había removido violentamente de su convento en la provincia del Cauca al de Bogotá a donde lo mandó desterrado por patriota. Esta época de su vida, borrascosa por las agitaciones políticas por los viajes que le obligaron a hacer, había hecho de su memoria un arsenal de leyendas, que solía contar por la noche cuando se lo rogábamos. Jamás nombraba una persona, ya fuese uno de los españoles perseguidores o uno de los patriotas perseguidos, sin agregar a su nom-
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bre estas palabras: i que en paz descanse! o bien estas otras: i que de Dios goce!
Siempre que iba a casa o que íbamos a visitarlo, notábamos con esos nuestros ojos de lince propios de la niñez, que el bolsillo de su manga estaba muy abultado, tanto que no le deiaba alzar el brazo. Nos veÍamos son riéndonos y nos llamábamos la atención con guiñadas sobre aquel opulento bolsillo, cuyo contenido sospechábamos: eran dátiles y maní, de que siempre tenía considerable repuesto para los niños, a quienes amaba de preferencia. Al entrar o salir, su primera y su última palabra era siempre: Laus Deo. Por este motivo nosotros lo llamábamos el padre Laus Deo.
(De El Hogar, número 18, de 23 de mayo de 1868.)
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EL CORREISTA
Tipo interesante yazás olvidado de nuestra galería de tipos es el correísta, a pesar de 10 bien caracterizado que está y del gran papel que representa en nuestra existencia. j Qué! ¿os sonreís ya, lector adorado') ¿ y j uzgáis sin más ni más aventurada nuestra aserción, cuando aseguramos que el correísta representa un gran papel? Es porque no habéis vivido en provincia, ni os habréis apartado de alguna persona que haga parte de vuestro corazón.
Entre los muchos conductores de balija que entran diariamente al trote largo detrás de una mula cargada, por las calles de Bogotá, el mejor, sin duda, es el que trae la balija del sur; del sur, ese nido de tempestades políticas cuyos relámpagos se \ en desde Bogotá. Y el correísta que conduce aquella balija es neivano.
i Vedlo! su ruana larga y angosta, su calzoncillo flotante de lienzo, la camisa de cándido lienzo gordo como el calzoncillo, y su sombrero de paja tren::ada, anuncian al calentano. Pero si os fijáIS en los rasgos de su fisonomía formalota y vais repasando su
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cuello largo de prominente manzana, sus pies largos y huesosos, sus piernas siempre dobladas como de quien empieza a andar, sus brazos delgados y de pronunciados músculos; y si oís el dejo de su voz, precipitada al principio de la frase y languideciendo al fin de ella, notaréis que viene del Vaye, que es hijo glorioso de Yanogrande. Ese es el neivano; preguntad le por los Ortiz y los Durán, por los Buendía y los Perdomo; puede ser que sea hijo de Carnicerías o vecino de Paicol, y entonces muy bien podréis informaros de los Cabrera y de los Borrero. El los conoce a todos; y en sus respuestas os dirá en qué punto del valle estaba, al tiempo de venirse, cada uno de los quinientos individuos por quienes os informéis. Pero seguid observándolo, y si le veis una lanza engastada en un palo de guayacán, sin caja, y lo veis seguido de un compañero de camisa azul igualmente armado, al trote largo, en pos de una o dos mulas. ya estáis seguro de quién es; es.... aquel que tan ansiosamente se espera cuando hay revolución: el correo.
Son las diez de la mañana; el correísta está ya entrando en la casa de correos, y dentro de un instante descarga su valija de vaqueta. Del lunes al miércoles tiene tiempo y le sobra para despachar los encargos de sus conocidos, y sobre los cuales gana su pequeñísimo pre. Los encargos son sencillos Como sus costumbres' entregar un pliego en
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la curia para llevar unas dispensas matrimoniales; comprar una libra de maná para el cura de Anapoima, una onza de piedra alumbre para el compadre Donisio. un pañolón colorado para doña Gertrudis la de La Ceiba, nolí para éste, un cuadernillo de papel para aquel otro, dos libras de pólvora para el de más allá, dos onzas de acero para el herrerü de T ocaima; tales son sus comisiones que son despachadas en un solo día.
Agrégase a esto la entrega de encargo: una rueda de tabacos para fulano, una guasca neivana para don Fabricio, una pastorila de Sua::a para Casilda, y masatos de la Villa para menganejo. Concluído esto, se apresta para volver a recibir la balija que se cierra a las doce del miércoles Recibidas las cartas comienza a insacular pequeñas y fuertes cantidades de dinero; algunas veces lleva dos milo más fuertes; un capital como éste, con sólo un mal pensamiento en el honrado neivano, es como figurarse peras en un sauce. Y sin embargo aquel hombre que lleva dos mil fuertes no gana por su trabajo en diez y ocho días sino doce pesos.
A las dos y media de la tarde ya está firmada la planilla y cerrada la balija, y empie::a a cargar; a las tres pasa por el Paréntesis. Sigue su camino con la lanza tendida sobre los dos hombros \' sobre el cuello, y los dos brazos suspendidos del asta; desde Bogotá empieza esa marcha acompaña-
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da del rudo golpe de sus quimbas incansable, obstinada, sin igual marcha que, prolongada por ocho días, rinde a una mula, el animal más fuerte y más constante.
A las once de la noche llega a La tviesa, y al día siguiente a las ocho sigue otra vez después de tomar la correspondencia de aquel pueblo que en su tiempo fue capital de pro-vmcia.
Atroz es la vida del correÍsta durante el largo camino al través de el imas ardientes; sus horas están contadas, y el más ligero descanso entre día viniera a formarle un retardo de dos horas al fin de su destino, hora que se tomaría severamente en cuenta y le acarrearía una rebaja en su exiguo sueldo. Almuerza y come de pie y dando vueltas en derredor de su mula cargada que nunca abandona. Lna jícara de chocolate y un pedazo de carne asada son regularmente sus comidas entre día. Desde que llega al principio de la bajada que va a terminar en la casa donde acostumbra desayunarse o comer, comienza a llamar gritando a la casera, antigua conocida: -j Eh, señora Chepa! j que me asen un
pedazo de carne ... ! ¡aquí van sus encargos ... ! i apure, que el administrador es el que come sentado y duerme la siesta! i El cacao, no se olvide, señora Chepa, que voy de prisa!
y dando estas voces va bajando, y cuando llega, la señora Chepa que estaba con el oído alerta y oyó sus voces a tiempo, ya le
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tiene sobre el mostrador lo que ha pedido. Grande economizador de tiempo, no toma agua en la venta, sino que sale mascando su panela serrera, para ir a beber en el río o en la quebrada más inmediata donde piensa abrevar su mula.
A las once de la noche, entre las espesas sombras de una noche negra por un camino solitario y pedregoso que sube y baja en recodos tortuosos, todavía se oye el andar apresurado y sonoro de la mula arreada sin cesar y de las suelas de cuero de los dos conductores que caminan a paso largo. Algunas veces desde el tambo solitario donde yo había colgado mi hamaca, me ha despertado el dento de la tempestad de Neiva que pa'3a barriendo el suelo y arrancando los árboles; las sombras se condensan más, se establece un profundo silencio en toda la naturaleza asustada, y las mulas del viajero corren a refugiarse en derredor del tambo bajo el ancho alar. El silencio termina al fin por una formidable expresión; un trueno larguísimo que suena al mismo tiempo entre el suelo y en los aires recorre el monte y hace oscilar los estantillos del tambo. En pos del trueno que viene sobre cien mil vientos llegan mil huracanes de relevo; el rayo traza sus caminos luminosos en derredo'r y encima del viajero, y al fin desgarrando árboles incendia algún chiminango \'iejo, que sigue ardiendo, a pesar del agua, en medio del bosque. El aguacero cae a torrentes,
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y el aire ya no es caliente sino candente. El ruido del aguacero sobre la palmicha del tambo viene a hacer sonar la última nota de horror en aquella gigantesca ópera ....
De repente se oye cerca del tambo el sonido de una campanilla, en medio de aquella soledad primitiva; el caminante que está despierto y sobrecogido en su hamaca alza la cabeza al oír la campanilla y ve venir hacia él rápidamente una linterna encendida, cuya luz, menguada en comparación de la del rayo, alumbra la figura de dos hombres y una mula que van pasando ....
Es el correísta. Cuando se considera que tiene un término
perentorio para recorrer Lma distancia de sesenta leguas, distancia que debe andar por la posta, y tomándosele en cuenta un retardo de media hora; cuando se reflexiona que tiene que atravesar montes escabrosos, llanos ardientes de suelo pedregoso, callejones llenos de fango, bajadas rapidísimas. y subir cuestas en cuya ascensión no respiran sino se ahogan jinete y caballería, y atravesar ríos traicioneros y correntosos entonces se viene en cuenta de que el correísta es un héroe.
i t-..1i rad! Estamos a orillas de un río de caudalosa~ olas que viene de la cordillera arrastrando empali:::adas y rugiendo como una fiera . Una caravana cada vez más numerosa por los viajeros que se le van juntando,
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hasta formar aquel grano a que compara el primer delito nuestro poeta nacional,
Rueda, y en cada vuelta crece, avanza ...
Otra caravana espera en la otra orilla: ambas se dirigen miradas de increíble agonía que pueden traducirse así: «¡Oh, si yo estuviera en tu lugar! » Pero nadie se atreve a pasar: sería tentar a Dios; y el marino y el caminante nunca lo tientan, ni le mueven querella. De repente un ruido extraño interrumpe el silencio de los que aguardan. Chumb bung. .. ¿qué es eso? ¿Una mula que cae al agua? son dos mulas empujadas por dos hombres que se arrojan detrás; el uno se devuelve de la orilla a seguir custodiando las balijas que están en la arena de la playa a distancia de dos líneas de las aguas. Es el correÍsta; su compañero va pasando las mulas mientras baja la creciente; si cuando están las bestias al otro lado, no ha bajado todavía el aluvión, pasarán las enjalmas. Ultimamente, pasará en una barqueta sus balijas arrostrando el torrente furioso. Los paseros no pueden dudar ni esperar cuando se trata del correÍsta; el correísta tiene que pasar aunque no sea posible. aunque se ahogue; una hora de retardo le sería puesta en cuenta.
A media noche llega a alguna casita aislada en el monte, donde vive algún conocido o compadre : esa es la posada ordi-
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naria del correÍsta. Allí duerme dos horas mientras pastan sus mulas; a las dos, llueva o truene, vuelve a cargar, y sigue impasible, obstinado como el destino. La madrugada en los valles de la zona tórrida es opaca, densa; ningún ojo humano, a excepción de los del correísta, puede ver el camino, ni tantear el precipicio, ni calcular el salto de una barranca ...
A la hora señalada, minuto por minuto, entra a su destino: llega a i Teiva y entrega la balija. Si se retarda una hora o dos, no le hagáis un cargo, señor administrador, porque cualquiera otro hombre se hubiera reté1rdado tres días; esa hora de retardo supone que el correÍsta ha tenido que luchar no con mil obstáculos, como de ordinario, sino con diez mil imprevistos y repentinos. ¡El viaje redondo le vale la suma de doce pesos! Recibidos éstos va con seis de ganancia a su casa, a encontrar a su mujer y sus hijos que no ha visto hace diez y ocho días. En esa semana vendrá otro conductor a Bogotá; pero en la siguiente vendrá Marcos otra vez: el mismo que hemos visto ya en la penúltima. El papel que representa le da una superioridad sublime en los caminos por donde pasa: se le espera, se le desea, se le dicen tres súplicas y tres cariños en las tres únicas palabras que puede oír mientras se pára un instante para tomar vuestras cartas si vivís en el camino, lejos de un pue-
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bIo, para recibir el recado que le encarguéis para vuestra familia
-Marcos, dígamele a mi pobre Eduvigis que ya estoy mejor y que me escriba. Tome este real para su trago, !v1arcos. Hasta la vuelta, tráigame razón de mis hijitos, Marcos.
- ¡Sí, sí, patrón! ¡Arre, Capitana! ¡Entregaré su encargo! ¡Hasta la vuelta. don Primo! ¡Ah mulita zonza' ¡Arre! Y sus últimas palabras ya no se oyen, porque todas las que anteceden las ha oído, o las dijo caminando a paso largo: no se detuvo sino un instante mientras se amarraba una quimba, o tomaba un trago que estaba servido en el corredor, desde que 10 alcanzó a ver la persona que esperaba al correÍsta.
- ¡Eh, doña Paula, buenos días' ¿Hay posada? Ya entregué la balija, y tengo tres horas de descanso. ¿Dónde pongo las mulas? ¿ Ya se curó Timoteo? ¡A ver la comida, doña Paula!
- ¡Ahi, don t\1arcos! ¡Qué milagro es verlo! ¡ sted si que había echado la bendición a La 1 lesa! ¿De dónde viene?
- De ~ ' eiva. Voy a Bogotá a que me hagan dolor, que ya estoy aburrido de andar a pie. Llevé seis mulas a Bogotá: a tres las ordenaron y a tres las graudaron; y tuve que venirme con las cargas a cuestas . ¡Eh! ¿Quién es esa que se asoma a la cocina? ¿La niña Trenidá' ¡Si me habían dicho que se la habían robado! ¡Vaya! ¿Conque volviste por fin?
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-¡Ahora sí! contesta toda avergonzada Trinidad, que es una muchacha de diez y seis veranos, lozana y bien graciosa. Ahora sí, ¿ quién iba a robarme?
-¡Pul cualquiera. El día que querás irte, no tenés sino avisarme: en las ancas de la Retinta te llevo.
-¡Calle, den Marcos! grita doña PauJa. ¡Estará bien aburrido! . ..
-¡Jua, jua, jua! ¡Pero doña Paular ¿qué es esto? Se le olvidó ponerle sal al sancocho. Cristina! si esto sabe a matrimonio de viejos!
-¡La sal, el salero! gritan todos los de la casa; porque entre todos goza don Marcos de una popularidad inaudita; y le sirven y lo festejan durante la hora que está en la casa; y cuando después de ir a despachar sus pequeñas diligencias al mercado, vuelve a la casa, ya están enjalmando las mulas, que todavía están comiendo maíz y cogollo, cuidadas por todos, inclusive la niña Trenidá.
Algunas yeces el hombre de los amigos por excelencia tiene uno o dos enemigos. Pero entiéndase que no son enemigos de él: ¿quién se atrevería a tal cosa con el correÍsta? sino que él 10 es de ellos. Hé aquí la historia.
J uancho, el pasero de T ocaima, le ha cobrado el paso por algún insignificante sobernal. ~\'larcos paga su medio, y guarda su parte de rencor, porque la otra se queda allí mismo en forma de índi rectas del padre Cobas contra el desafortunado J uancho.
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- ¡Ah caratoso! dice Marcos, mientras está enjalmando rápidamente sus mulas, que chorrean el agua negra del río Bogotá. Dios me libre de éstos que están señalados con las uñas del diablo. ¡Anda, cara de res barcina!
A la vuelta, a los seis días, todavía se acuerda de quemarle un poquito la sangre a ese desgraciado J uancho; todavía se saca la estaca del medio que le hizo pagar, o de cualquiera otra pequeña impertinencia. Llega al paso, y haciéndose como el que no ha visto a J uancho, comienza a contar a cualquiera persona que encuentre, a su compañero si no encuentra a nadie, al aire si se ha atrasado su compañero, éstos o semejantes enredos:
-La fortuna, la fortuna es que ya vi en la administración de Bogotá el plano; y ya traje el dinero que van a gastar en este puente. ¡Van a hacer puente, compañero! Antes de seis meses estará entejado, porque así me lo dijo el gobernador de Bogotá. ¡Eso sí! yo he de ver lo que hace entonces un caribarcino que yo conozco, y que no quiero nombrar, porque más vale comerme mi panela. ¡He de pasar el puente taque, taque, taque con mis mulas! ¡A \er quién me cobra! ¡Soy el correÍsta!
tvlientras tanto, J uancho apoyado en su canalete y doblando el cuerpo, cubierto por las ramas del guácimo proverbial de la orilla, oye tristemente aquellas crueles pala-
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bras. Conoce ya muy tarde que él es un insectillo cerca del correísta; que la palabra afluente y chistosa de su adversario lo mata, lo anula. Y cuando llega el instante de entrar a la barqueta, dejando aquesta orilla, en su modo de llevar el canalete timonel, se echa de ver su profundo abatimiento. Salta a tierra el correísta, y dos minutos después ya ha desaparecido en los recodos.
Ahora, lector mío, reflexionad, si sois mi superior en edad, dignidad y gobierno; reflexiona, si eres algún ente de menor cuantía; decidme o dime ¿qué os parece el cerreísta?
¿Sabéis, mi mayor en dignidad, sabéis lo que trae ese hombre? Escuchadme. Empezando por lo que empiezan todos menos yo, trae dinero. ¡Dinero! ¡don dinero! Un pago que os hace vuestro deudor en provincia; una remesa de vuestro padre o de vuestro corresponsal.
Después del dinero vienen las encomiendas. libros, ropa, un retrato, papeles, expedientes cerrados en que os viene la decisión de un pleito, caucho, goma, semillas, tabacos, etc. En seguida las cartas. Empezando por 10 principal, viene un exhorto contra vos mismo: declaraciones, cuentas, qué se yo qué más; uno de esos paquetes cerrados con media libra de lacre so pretexto de grabar el sello, dice en el anverso: contiene un exhorto para notificar una demanda a ... (aquí el nombre que queráis) que remite el
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juez del Agrado (o de la Plata) al juez del primer circuito de Bogotá. Las cartas son de vuestra familia, de vuestros amigos, de vuestros acreedores, de vuestros deudores, de vue~tros corresponsales ...
¡ Ved qué mundo de emociones tristes, alegres, rabiosas, encantadoras, detestables, benditas, amargas, vivificantes y matadoras!
¿ Comprendéis ahora por qué representa gran papel el correísta? Y esto en tiempo de paz; porque en medio de una revolución hay en todos los corazones un deseo superior hasta el de tener dinero; y ese deseo no es otro sino éste: ¡si llegará hoy el correo!
(De El Mosaico, números 1.. y 3.·, ele 24 de diciembre de 1858 y 8 de enero de 1859.)
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EL CHINO DE BOGOTA
1
El pilluelo de Madrid y de París, según una multitud de retratos que hemos visto, constituyen la gran familia a que pertenece Alberto, el chino de enfrente; pero debemos advertir en, conciencia, que el pillo español, el parisiense y el bogotano son tres ramas distintas salidas de un tronco solo, sin que tengan entre sí de parecido sino una que otra facción por donde se conoce la especie. Sin embargo, entre estas clases el madrileño y el bogotano son primos hermanos, y ambos, primos políticos del pilluelo francés; quiero decir que hay más parecido, más aire de familia entre los dos primeros, sea por la raza, sea por la educación.
Vamos, pues, a poner en nuestra galería ese cuadro: vamos a explotar esa clase homogénea, compacta, federada, independiente que pulula en las calles de Bogotá, sin temer a la policía ni a la sanción de la sociedad, y sin que se le dé un ardite de la fama póstuma, ni de ir o no ir al templo de la gloria. Pero, ¡cuántos chinos hay merecedores de
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este honor! !Ah! Si en Bogotá hubiera entusiasmo por los grandes hombres, y si hubiera plata, sobre todo, y si el Cabildo no fuera por su reglamento tan inservible, Bogotá debiera haber levantado un templete chino con esta inscripción:
jA LOS GRANDES CHINOS! BOGOTÁ RECONOCIDA
¿De dónde viene la palabra chinos? Esto es lo que no se ha podido saber. Voz es, sin duda, de origen santafereño, pero cuya invención se pierde entre las sombras de nuestra historia antigua o fabulosa (siglos XVI y X\ ' 11) Y entre las de nuestra historia moderna. ¿Vino algún chino con Quesada, cuyo molde sirviera para vaciar los chinos posteriores? l ose sabe. ¿ Fue creado el chino por recuerdos, o nació espontáneamente como la mah·a en las huertas? Nos adherimos a esta última hipótesis,como la más racional, porque siempre hemos creído que los chinos son la excrecencia de la familia latina (no hay chinos en las razas del . Torte) o mejor dicho, ortiga humana. La ortiga nace en todas partes y mejora mucho cuando se la trata mal. El cultivo la perdería.
El chino de Bogotá es edición notablemente corregida del de Madrid, como se verá por el fiel retrato que de él vamos a hacer. Entre los infinitos tipos que tenemos a la vista, hemos escogido como el más conspicuo la figura de Alberto a quien hemos visto na-
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cer, y cuya carrera sembrada de peripecias, de situaciones dramáticas hemos presenciado mes por mes. Alberto es el que más reune todas las cualidades requeridas por la constitución para ser chino: de manera que, conociéndolo bien y estudiándolo con todo el detenimiento que se merece, se podrán conocer en él a todos los chinos de Bogotá pasados y presentes : ah uno discite omnes, texto de cachifa que adoptamos para encabezar este estudio.
Debemos advertir que mucho nos han ayudado para este estudio las sutiles y agudas observaciones de nuestro amigo el señor Crisóstomo Osario, quien nos ha llevado a veces como por la mano al través de ese laberinto de mugre, ardides y picardías.
II
Alberto es hijo de la niña Matea, chichera de una cuarta de nariz, que vivió enfrente de casa hasta que murió desesperada por :os siete hijos que hubo de diferentes connubios, que se escaparon a las bendiciones de la iglesia. Tal vez será malo decir esto, pero así como lo digo sucedió o iba sucediendo desde 1837 hasta 1845 en que murió, corno hemos dicho. Es seguro que los hijos solos no hubieran podido matarla, si una hidropesía, adqui rida en la húmeda tienda en que vivía, no hubiera venido a secundar los esfuerzos que hacían sus hijos para matarla
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a pesadumbres, como la niña Matea lo dijo varias veces ante nós, que de ello damos fe. El mayorcito fue sastre, andando el tiempo; las dos mujercitas que le seguían se entregaron a la vida airada y murieron en el hospital. A otra la mató a palos un guachecito con quien se casó; a otro lo obligaron a servir de voluntario, y murió en Pasto en 1851; el sexto párvulo permanece en casa honrada, y Alberto se fugó a la edad de cuatro años de la chichería materna para sentar plaza en esa milicia volante, vivaracha y picaresca que se llama «Los chinos de Bogotá». Debemos advertir que al chino genuino y verdadero no se le conoce padre ni madre, y que sólo por una circunstancia casual o un estudio detenido se le puede conocer ascendencia, como en el presente caso.
Apenas había salido Alberto del abrigo maternal, cuando cayó en manos de nuestro Sampantaraz, :apatero remendón que nunca salió de pobre ni jamás se lavó la cara. La influencia o tiranía que ejercen los zapateros pobretones sobre los chinos, es increíble: sólo un ejemplo se encuentra en la historia natural para explicarlo: la atracción del boa sobre la víctima. El chino que milita bajo la férula de un zapatero de esos no recibe más pre que lo que roba; en cambio, recibe mucho palo y muchos pescozones a medio que ande con las patas tuertas (sentido parabólico que significa hacer alguna buena diablura); y sin embargo, cosa verdaderamente
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rara y prodigiosa, el chino no se juye nunca, como él mismo lo dice en ese lenguaje que lo caracteriza.
A la sombra del cartab6n del maestro Sampanlaraz creci6, o medio creci6 nuestro amigo Alberto, aguantando aquella vida por espacio de tres años, hasta que cumpli6 los siete, en que son mayores de edad los chinos santafereños. A esta edad se emancip6, plantándose de patitas en la calle, iuyéndose, i acci6n deshonrosa! y llevándose por último adi6s seis reales y unos botones. Desde aquel día todos los chinos de Bogotá contaron con él, como su jefe y superior en edad, dignidad y gobierno.
Nada más simpático ni más feo que la figura de Alberto el día en que se declar6 mayor de edad y sin generales con la sociedad. Poco crecido, pues los chinos de mayor estatura jamás pasan de vara y media, con unos dientes tan anchos que casi llenaban todo el frente de su boca grande y respondona; con las orejas grandes por los castigos aplicados a esta parte de su cuerpo que él no estimaba en nada; con un par de ojos chiquitos pero inteligentes y chispeantes; unos pies en que se habían refugiado todas las niguas de Bogotá; pati-zambo y rodilli-junto, a causa del mal grado con que lo llev6 su madre en su seno .... ; tal era y es el retrato de aquel héroe de incógnitas aventuras. Agreguémosle una cabellera enmarañada que nunca conoci6 peine; un sombrero ras-
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pón que era un estropajo; una ruanita de hilo, remendada, sucia y desteñida; unos pantalones de paño viejos, hurtados o cedidos por su ex dueño al chino, en algún día en que fue a llevar a algún estudiante el par de suizos (botines) que le acababa de alustrar, y tendremos completo el dibujo de este bello ideal de la malignidad y de la astucia.
Libre ya de la zapatería, corrió diez y seis cuadras en líneas curvas y empezó sus correrías. Doce días gastó en comerse los seis reales que le costaron cien pelos de sus escasas barbas al maestro Sampantaraz cuando hubo notado el robo. El día que gastó el último medio, tanteó los nudos de la falda de su camisa, y encontró justamente otros seis reales que había robado a una señora que lo llamó en el mercado para que ayudara a llevar un cesto de provisiones. Pero, gastados estos eis reales, como los tiempos habían estado malos para Alberto, se encontró en la dura necesidad de tener que servir, lo que hizo presentándose en una casa y pidiendo una plaza de paje. Doña Eduvigis Cordero fue bastante pazguata para no adivinar al chino bajo la humilde y compungida cara del postulante. Fue recibido, pues, y allí empezó un nuevo orden de travesuras a cual más dignas de veinte y cinco azotes. Lo primero en que clavó su inteligente mirada fue en la multitud de botones de hueso que adornaban los pantalones de los hom-
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bres y niños de la casa. Desde aquel día en adelante fueron desapareciendo por partes pero con una rapidez asombrosa, y pasando a los anchos bolsillos de Alberto. Empero COmo es imposible que el único bolsillo que tiene los pantalones viejos del chino reciba la enorme cantidad de objetos que se roba, no vacilamos en asegurar que el chino tiene bolsillos en las piernas. Durante su permanencia en la casa de doña Eduvigis, fue cuando empezó a ejecutar la suerte conocida con el nombre de el plato.
La señora tiene visita, y en el apuro de darle de comer, porque le ha cogido el aguacero, o de darle chocolate, porque ha venido a hora de tal, envía a Alberto a la botillería más cercana a que traiga pan, chocolate y dulce. Un real en medios ha entregado al bellaco, con un plato de blanca loza para que traiga con aseo lo que se necesita, encargándole la mayor prisa con esta fórmula técnica: carré, ¡pero ya estás aquí! Alberto hace como que se estrella contra las paredes, de la prisa que lleva, mientras sale de los corredores de la casa y de la vista de la señora; pero desde que pisa el zaguán para adelante, el acucioso paje desaparece y queda el chino. ¡ Vedle! Pisando en los talones, porque las niguas no le dejan sentar todo el pie, viene con el plato en la mano haciendo s~:mar entre él los dos medios. Al principio tIene regulares intenciones de ser hombre de bien por esa vez; pero, ¡oh fuerza de la ten-
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taci6n, oh fuerza del sino! Alberto encuentra dos compañeros al voltear la esquina. La calle está sola; hay un zaguán desierto: los tres amigos se incitan con sus pícaros ojuelos que bailan de alegría y .... detente, detente en la carrera! ¡Mira que tu señora te espera con afán! Mira que si pierdes al chócolo esos dos medios, tienes que juirte con plato y todo para no presentarte otra vez a la ofendida señora! ¡ Vanos esfuerzos! El chino arrima el plato en el rincón de un zaguán propicio; abre en otro ángulo un agujero en que cabe un huevo, y viniéndose al umbral del zaguán con sus dos compañeros, empiezan ese dIvertido juego del chócolo, sirviendo los medios de tángano El juego consiste en meter el medio en el agujero arrojándolo desde dos o tres varas de distancia. Conc1uído el juego, Alberto ha ganado tres cuartillos a sus dos compañeros, porque no solamente es más hábil jugador, sino más tramposo también. Guarda sus tres cuartillos. se despide de sus compañeros, sigue a la botillería, y v-uelve a la carrera a entrar a la casa con la prisa más grande. La señora que está de pie en la puerta, lo ve cuando cruza la esquina en dirección a la casa, al trote como un perro; pero el trote no compensa las dos horas de retardo, y le echa unas fiestas de lo bueno.
lberto se disculpa; ella insiste en que habí tenido tiempo de ir al otro extremo de la ciudad, y que par mandarlo por la muerte estaba bueno. El torna a disculparse conque
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la botillería estaba cerrada, y había tenido que ir (tuve quir, dice él) hasta enfrente de San Carlos; y exasperada al fin doña Eduvigis Cordero le pisa con furia un pie, que él no puede retirar pronto a causa de la invalidez del otro. ¡Aquí fue Troya! Los chinos son vulnerables, como Aquiles, en el pie: a falta de conciencia, Dios les dio niguas. Ningún castigo les corrige; ni el remordimiento es cosa que conozcan; pero, en cambio, tienen toda su sensibilidad junta en los dedos de los pies. Después de este castigo sin nombre, sale el chino despedido, mejorado en la ropa que le han dado y en Jos muchos cuartillos y muchísimos botones que ha robado.
III
Al salir de la casa ejerce otra vez libremente sus habilidades. Preséntase, cuando tiene hambre, en la primera chichería que alcanza a ver; pide desenfadadamente una mitad de pan. Dánsela, y pregunta entonces:
-¿ Cuánto me debe, señá Claudia? -Una mitad -¿Y yo? -Una mitad. -Entonces estamos en paz. Y aprieta a
correr, satisfecho de este curioso juego de palabras. Una mitad es medio cuartillo o sea un centavo v un cuarto de centavo, y como nuestra moneda ínfima es el cuartillo, resul-
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ta que ambas partes contratantes se deben una mitad verdaderamente.
Este ardid no lo repite sino cuatro veces: una en cada barrio de la ciudad.
El día que quiere tener comilona, convida a tres chinos con determinado objeto, y entran a una botilleria. Antes de pedir nada, extiende la mano con medio real cogido entre los dos dedos. La ventera, que ve que la paga está lista, se levanta oficiosa, y el chino pide: un cuarto de panelitas. un cuarto de almojábanas, un cuarto de cuajadas, un cuarto de orejas de fraile, etc., y así divide el medio en ocho cuartos para llevar de todo. l'v1ientras alcanza la ventera tantos cuartos, otro chino pide más, y otro otra cosa. Señá Trenidá, deme una mitad de mistela. Y a vo un cuarto de fique. Yayo un cuarto de grajea: y forman entre todos tal guirigay que es imposible entenderlos. Pero mientras la señora alcanza dulces, los chinos cumplen su plan; ellos no iban a comprar solamente sino a robar bastante para saciarse de dulces por ese día; y así a cada vuelta de la señora roban dos o tres dulces cada uno. Acaban pagando lo que han pedido, y salen llevándose por un real objetos por valor de cinco. Cuando va han cruzado, Alberto se detiene, v se entran en un :aguán a hacer cuentas. amos, ¿cuánto cogiste? prt:.'gunta a cada uno. Resulta que cada uno puso medio en plata, pero han reunido cinco reales en dulces. .\ cada uno de los tres compañeros le tocan
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tres cuartillos y a él tres reales y meJio, porque dice que «cinco entre tres, a eso sale:..
Después que se hartan de dulces salen a la calle, y por última hazaña, poniendo un carbón sobre la pared recién blanqueada de monseñor Ledokowski, dice Alberto a sus compañeros; (. a ver quién raya más derecho? y desaparece en la esquina dejando por huella una horrorosa lista de carbón sobre el inmaculado yeso.
IV
Era un domingo por la tarde. El señor don Cupertino Cienfuegos, ::llcalde de las ~ieves, fumaba Ull cigarro de sobremesa, cuando vinieron a deci de que en San Diego había una partida de chinos peleando con piedras y que había ya muchos heridos. Don Cupertino, contrariado por la interrupción, tuvo sin embargo que salir a trote largo; llegó a la pla zue!a de San Diego y vio que decía verdad el denunciante. Cuarenta chinos divididos en d?s bandos jugaban a la guerdla . Así que Vieron al alcalde pusieron pies en polvorosa, '? que aumentó el alto enojo de don Cupertmo ; pero había un chino tan patojo, que Por más que el miedo le daba alas, las niguas Y. el estado constantemente patológico de sus Pies, no le dejaron ir tan de prisa que no le alcanzara don Cupertino. Al cerrar una presa entre su puño, desahogóse algo el buen magistrado, y no le aplicó más castigo que
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un sermón. ¡Pero, hombres! decía al chino prisionero, que no era otro que Alberto, no sean ustedes tan bárbaros .... ; y el chino, que estaba cogido por la ruana, se preparaba poco a poco a la evasión .... <No sean ustedes tan bárbaros, repetía don Cupertino. En mi tiempo, también hacíamos guerrillas, pero nos tirábamos con boñiga, y no con piedras. En mi tiempo» .. _
-Ese era el tiempo de los bobos, interrumpió Alberto zafándose de la ruana y echando a correr hasta perderse de vista. El alcalde se quedó como quien ve visiones, y se volvió desairado a su casa.
Esta es una de las mil hazañas militares de Alberto; porque a pesar de que la naturaleza lo dotó de mala gana y lo peor que le fue posible, le concedió, en cambio, y tal vez a su pesar, un alma grande de primer orden y de fuerza de cien burros; un alma impasible, chismosa, maligna, endemoniada. Si las imágenes de la poesía y los tropos más delicados no estuvieran expresamente prohibidos al historiador, nos atreveríamos a asegurar que el alma del chino es la misma que anima la traviesa figura del mono en todas sus especies. Solamente la fe, esa gran virtud, ese sublime y santo despoti mo de las almas, puede hacer creer que el chino está salvado y redimido con la sangre del Redentor del mundo. TO parece el chino sino el pecado mortal en persona, el pecado patojo y maligno.
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Trasladado Alberto por la fuerza de su destino a la plaza mayor de Bogotá, el día en que el pueblo atacaba al congreso, representó un papel oscuro pero importante. El fue el que contradijo el enternecimiento despertado en el pueblo por un orador diputado; y sin el prolongado y agudo silbido, silbido sin nombre y sin segundo en la historia de las conmociones populares, que lanzó Alberto, metiendo los dedos en la boca, el público se habría apaciguado, y los padres de la patria no hubieran tenido que descender de su majestad hasta el punto de darse de viles pescozones con el pueblo soberano. Pero aquel pícaro silbido encendió los ánimos : los del pueblo creyeron que era de ellos, los del congreso no vieron sino una burla y un desafío, y se lanzaron al combate. Dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios; y aunque a causa de nuestro amor y respeto al latín sentimos pena al tener que ~ontradecir un adagio inventado en aquel Idioma, tenemos que asegurar que si la voz del pueblo es la voz de Dios, la voz de los chinos es la del pueblo. Aquel memorable día en que Alberto lanzó al combate ciego a dos mil hombres, se le vio divagar, ora en las filas del congreso, ora en las del pueblo, lanzando al aire una alpargata destalon.ada, y gozando de su triunfo cuando el suCIO objeto caía a plomo sobre el sombrero de una cabeza ilustre, hundiéndoselo con la fuerza del golpe, y dañando así la majestad
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de una figura histórica. La alpargata representó un papel imparcial y severo, a semejanza de los buenos jueces, que reparten la justicia a izquierda y derecha; la asquerosa alpargata aporreaba sucesivamente ya cabezas de diputados, ya cráneos democráticos, respetables por su amor a la república. Alberto llevó su picardía hasta el punto de observar que sonaban huecas unas y otras cabezas.
v
El robo con alarmantes caracteres de astucia y desvergüenza es una de las cualidades de Alberto. Examinemos con imparcialidad uno de aquellos hechos que, tarde o temprano, llevarán su nombre a la posteridad y su nombre a un presidio.
Don Jacinto Sánchez, vecino de Fontibón, viene todos los jueves a la ciudad a mercar sus encargos. Desmóntase en las puertas de las tiendas, r con el cabestro de su alazán en la mano, entra y compra, y vuelve a montar para desmontarse otra vez dos tiendas más adelante. En uno de esos interregnos, cuando don Jacinto va a tomar otra vez sU palafrén, advierte que le han robado el estribo del lado de montar. Ln orejón perdona el robo del caballo y de la casa, pero no perdona nunca el robo de su estribera antioqueña, del rejo de enlazar, ni del caucho; tres objetos que por más frágiles son m' s queridos. Los espectadores le ayudan a buscar
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con la vista, y entre todos alcanzan a descubrir un chino de sospechosa figura que corre media cuadra más adelante. Don J acinto se tarda en montar porque tiene que hacerlo por el lado derecho, y además, el alazán es chucarón y quisquilloso, si los hay; pero monta al fin y se lanza a la carrera en pos del chino a quien destina ya el mejor azotazo de su zurriago experimentado en lances menos chinescos. Alberto, según refiere un boletín de aquella época, estuvo a pique de ser completamente batido y escarmentado al llegar al puente de San F rancisco; pero el peligro le dio alas, atravesó de un salto el altozano de la iglesia y se refugió en ella. Don Jacinto se desmontó, amarró su caballo a una de las pilastras del altozano y penetró en la iglesia, resuelto, como Jesucristo en mejor ocasión, a sacar al ladrón a latigazos de el templo. Alberto, viéndose perseguido aun al pie de los altares, penetró más y más por entre el numeroso gentío que asistía a la porciúncula, y salió a la plazuela por la puerta falsa, Volviendo al altozano. Don Jacinto hizo el mismo rodeo, y cuando llegó a su caballo, le faltaba el otro estribo.
Alberto había desaparecido, y su biógrafo no ha podido saber por cuál de las cuatro calles.
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VI
El chino en fiestas es el último aspecto desde el cual se presenta a nuestros ojos el héroe de esta historia. Un día de fiestas impone una larga, difícil y complicada misión al chino, que éste desempeña a las mil maravillas. Acompaña a los entierros, precede a la banda de música, se pone a horcajadas sobre la puerta del coso, importuna y embravece las fieras en el toril, silba hasta los buenos lances y silba a los toreadores también. Alborota, cansa, fastidia, vence, y no se retira del teatro de las fiestas hasta que todo ha terminado. De noche vaga por entre los toldos, juega a la cachimona, roba dulces, pañuelos y otras prendas, y duerme a la madrugada en un tablado solitario. Concluídas las fiestas, sigue su vida ordinaria.
En la puerta del Coliseo nunca falta el grupo de chinos, y aguardan allí hasta que se acaba la función; hacen lo mismo en las fiestas de iglesia y en los conciertos de la sociedad filarmónica. Poseen el dón de silbar como un turpial; y las piezas de música y los trozos de ópera que se han puesto de moda viven en Id posteridad y se perpetúan, porque el chino es su eco: los aprende con una facilidad que asombra. los silba con una fidelidad maravillosa y los tararea en altas horas de la noche enseñándoselos a las gentes y a los perros, que responden con ahullidos, y despertando todos los ecos de la ciudad.
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VII
Una palabra. ¿Hay chinos grandes? No: a semejanza del gusano, que al llegar a cierta edad se vuelve mariposa, el chino muere a los diez y ocho años, y aparece el oficial de sastre, agudo y respondón, el soldado voluntario, valiente y sereno, que muere matando, y no pocas veces un hombre honrado y laborioso. Pero siempre, hasta el momento de morir, se ve algo del chino: su última palabra es un chiste, y se despide de la vida y del padre confesor tan desenfadadamente como ha vivido.
El chino en todas sus faces es un poder que la Constitución no reconoce, pero que muchas veces ha sido más fuerte que la Consti tución.
El hombre público que tenga popularidad entre los chinos subirá a altos puestos: trabajo les mando a sus competidores. Los letreros con carbón en las paredes mejor blanqueadas son revelaciones anónimas y proféticas que jamás fallan. Un «viva fulano:., o un «abajo zutano:. , seguido de dos o tres malas palabras, indica siempre una candidatura triunfante o muerta sin remedio. Estos letreros pertenecen a los chinos y a los CQ
chiJos. El letrero con carbón es temible como una sentencia inapelable.
(El M03airo , año 11, trimestre J .• , número JI. Bogotá, 8 de agosto de 1860.)
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EL MERCADO DE LA MESA
Entre los articulejos que he trabajado con intención de pintar algunos tipos y costumbres neo-granadinas, ninguno satisface el deseo que tengo de que me quede tan bueno, que merezca ser presentado, como un regalo de amigo, a Manuel Pombo. Hace muchos años que deseo hacérmele agradable, para pagarle su afecto, para persuadirlo de que mi corazón se parece a aquellos mis suspirados cerros en donde no se pierde ni un grano de los que en ellos siembro. Pero viendo que no tengo cómo hacer cosa que valga la pena, y recordar do el refrán «quien da pronto da dos veces~, he determinado enviarle El mercado de la M esa, bien seguro de que no tendrá de bueno sino el afecto con que se lo dedico.
Dos novillos gordos y lucidos, de piel negra y lustrosa el uno, barcino, con cuernos amarillos el segundo, se encaminaban, a pesar suyo, pero firmemente, a la casa de 1\1anuel Fetecua, el lunes último de noviembre
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pasado, y digo que se encaminaban, en vez de los encaminaban, porque los rejos que tendían de sus altaneras cabezas, iban flojos; y los dos vaqueros que iban detrás, apenas tenían que hacer otra cosa que darles un grito, cuando al llegar a algún punto donde se dividían dos caminos era menester hacerles notar cuál era el que debían seguir; y ellos obedecían al primer grito con una inteligencia rara.
Al fin entraron a la casa de Fetecua, y dos horas después, los dos novillos, animales que habían sido comprados en cien pesos sencillos al dueño de la pingüe dehesa de Potrero Grande, no eran ya sino dos montones de carne despedazada sobre sus mismos cueros. Treinta arrobas de carne en fresco que había producido cada uno aseguraban la suma de sesenta pesos; cuatro arrobas de sebo, a cuatro pesos y medio, diez y ocho; el menudo, compuesto de las entrañas, la cabeza y las patas, había sido adjudicado en cinco pesos a doña CarmeIa del Puente, la que con sólo una tienda a orillas del camino real ha juntado un capital en números de cuarenta mil pesos en veinticinco años que hace que empezó su labor:osa ocupación.
Por Jo que hace a la piel de cada novillo, es sabido que su valor nunca se pone en cuenta, porque es siempre el valor de la sal que se le pone a la carne fresca.
De manera que ese excelente hombre de F etecua se ganaba treinta y tres pesos en
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cada novillo; ganancia exorbitante, si no se supiera que en la última partida de ganado que compró chupó clavo o lo clavaron, pues perdió de cuatro a seis pesos en res, y eran diez y ocho por todas.
Aquella carne iba para el mercado de La Mesa, con cuya plaza trafica Fetecua; iba acompañada de siete cargas de papas muy gordas, papas de año y criollas , semillas pastusa, caiceda y blanca; igualmente estaban listas para marchar al mercado diez cargas de blanca harina sabanera.
El martes, a las cinco de la mañana, ya estaban en la corraleja de cepos veinticinco mulas gordas y juguetonas que bufaban asustadas y parando las orejas cuando sentían sobre su cuello la chipa de rejo con que las iba enlazando Raimundo, el arriero en jefe. Algunas de ellas tenían sobre los lomos cicatrices de heridas honrosas recibidas bajo la carga de miel ; pero la espuma de jabón, la bíjuacá y otros medicamentos, y un descanso prudentemente concedido por el dueño, las había sanado, y no les quedaban sino parches de pelo blanco que señalaban el lugar donde las oprimió la enjalma.
Fetecua, con su calzón de manta rayada. su ruana listada, forrada en bayeta colorada, su sombrero enfundado y sus alpargatas atadas al pie por ataderas de seda con borlas en la punta, presenciaba la operación de cargar, haciendo las convenientes indicaciones.
- Ala, Raimundo, ponéle la carga de car-
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ne a la Cucaracha. que es la más descansada. -Esa mula es indina. Deje sumercé y ve
rá como nos la pega por ahí la carga. En Monteverde hay un mal paso, y más acá de ña Cruz hay un porción de hoyos.
-Ponésela, no más, y aprelale la sobrecarga cuando empiecen el monte, que si ella bota la carga es cuando la siente floja. -y tiene razón, gritó desde la ahumada
cocina la niña Eduvigis, que lo mismo le sucede a un cristiano. Uno aguanta la carga porque no puede más, pero si la siente floj ita, ganas le dan de tirarla.
-Vos calla te, Eduvigis, ¿quién te mete en 10 que no te importa?
Eduvigis refunfuñando, o no, volvió a entrar por entre la espesa columna de humo que salía por la puerta de la cocina, a falta de chimenea; y una hora después salió limpiándose con el revés de la mano los ojos llorosos por el humo, a anunciar que el almuerzo de los peones estaba listo.
Apenas almorzaron los peones y tomaron su trago de chicha, se fueron a sacar de cabestro las mulas cargadas. La comitiva se puso en marcha en el orden siguiente: Lucas, el madrinero, llevaba de tiro el caballo madrino que era un rucio viejo, de poco pelo y de índole tanto más pacienzuda y ejercitada, cuanto tenía, en su calidad de madrino, que aguantar, a pesar de su repugnancia manifiesta, el excesivo amor de las mulas, que lo buscaban, lo seguían, lo rodea-
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La Barqueta era una mula vieja, veterana o corsaria (como se dice en terminología arriera), que caminaba siempre pujando, que nunca trotaba, pero, en cambio, jamás se atrasaba. Y con este prudente sistema la sabia mula siempre rendía jornada, aunque llevara doce arrobas de peso y el viaje durara veinte días. Siete años llevaba de vivir con el rucio madrino, y había llegado a concebir una pasión profunda pero seria y clásica por su viejo amigo. Nada de demostraciones, nada de alharacas ni de romanticismo; ¡pero cuánto afecto! Nunca se separaba de él, pero también nunca trataba de adelantarlo en el camino, cosa que el madrino corsario no perdona, ni se acercaba demasiado. Por su parte, el rucio, si alguna vez interrumpió con un relincho su apática y filosófica indiferencia, fue cuando notó al entrar en una manga, que la Barqueta no lo acompañaba.
En pos de la Barqueta y de la Ponzoña seguían la Capitana, el Café, la Panela, el Matachín, la Avispa, la Garza, la Linterna,
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el Tumbaflores, el Lucerito, la Aceituna. la Parda y doce mulas más cuyos nombres ocuparían renglones sin provecho del lector Tras de las mulas cargadas iba Raimundo montado en una retinta enjalmada, y cuatro arrieros de a pie con sus largos arreadores que manejaban discretamente.
Desde que salieron de la casa comenzó a silbar Lucas llamando a las mulas: fi, fi, fi, fi; y los arrieros, haciendo sonar su látigo en el aire o en las ancas de alguna mula atrasada, las animaba con el conocido grito de ¡ah mulas! ¡ah mulas! ¡ah mulas!
Curioso es por lo demás el golpe de vista desde la Boca del monte, viendo bajar diferentes recuas por aquel camino tortuoso y pintoresco, que bien merece una descripción.
La Boca del monte se llama un pasadizo angosto, practicado entre un peñón. Allí termina nuestra hennosa sabana, allí empieza el monte y la bajada. Parado uno en aquel punto, alcanza a divisar a los viajeros durante dos horas de camino, perdidos de vista en cada recodo, v hallados otra vez dos pasos más adelante. ~Tan rápido es el descenso, tan extraordinario el desnivel de la línea del camino, que en este instante estamos en el suelo que produce el frailejón, el chite, la plegadera, el raque que no viven sino en climas sumamente fríos; y dentro de dos horas, menos tal vez, podremos almorzar en T enasucá, en cuya huerta hay platanal y limoneros. Si uno se arrojara de ca-
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beza, tendría tiempo de sentir lo que servía de amenaza a cierto andaluz, que decía a otro con quien peleaba: <Si te doy un puntapié, te he de arrojar tan alto, que cuando llegues al suelo ya haSrás muerto de hambre por no haber comido en doce días. ;;
El camino, empedrado y cercado por monte alto a uno y otro lado, lleno de escalones para quebrar la rapidez de la bajada, con hilos de agua extraviada de su cauce de hojas, y aclarado en uno que otro punto, es entretenido hasta el extremo.
En la víspera de un mercado en La Mesa, los ojos se cansan de mirar, los labios se cansan de contar, los oídos se fatigan de oír. Centenares de recuas bajan unas en pos de otras, al paso largo, aguijadas por el chasquido o el azotazo del arreador sabanero. Los gritos de los peones resuenan en los montes solitarios, y el andar de tantas caballerías sobre el suelo empedrado forma un conjunto de ruido sordo que no se puede expresar.
Es un camino de hormigas : partidas de mulas que llevan la famosa sal de Zipaquirá; otras, cargadas de arracacha, papa, trigo, harina y toda clase de frutos de tierra fría. Van también tropas de indios a pie, hombres y mujeres que caminan pausadamente pero sin cesar, con su larguísimo bastón en la mano, y la frente agobiada por su tercio. Lo mismo carga el varón que la mujer, el anciano, que va trémulo y acezan-
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do, que el indio joven, el cual baja fijando con fuerza sus gruesas piernas sobre el suelo desigual. Estos indios vienen de Ráquira, Turmequé, Chía, Cota, Tenjo, Engativá y de cien pueblos más : para la paciencia tenaz y la astucia y cautela de nuestros indios no hay distancia, propiamente hablando. La distancia es una palabra inventada, o un axioma hallado por la imaginación viva e impaciente de la raza blanca. Los tercios de estos indios consisten en loza del país, manzanas, duraznos, cebollas, repollos, yerbas medicinales de tierra fría, pieles de oveja o de cabra, ruanas de lana y multitud de efectos cuya lista sería demasiado larga para este artículo.
La extracción de cada individuo es cosa que se adivina fácilmente en su fisonomía o en su vestido, aunque es insignificante muchas veces la diferencia de una fisonomía a la otra, de un vestido a otro.
Sin embargo, ved un arriero funzano o serrezueluno: su cara redonda y colorada bajo la carrasca indiana lo indican. Aquellos otros son de Tenjo : ahí tiene usted la ruana negra, que baja hasta las rodillas, y por lo que hace a los que vienen detrás, el sombrero de ramo nos está diciendo a gritos que viene de Turmequé.
No estará por demás que, dejando por medio día toda esa gente que luégo vol veremos a encontrar en la plaza de La Mesa, sigamos acompañando la partida de mulas
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de Fetecua. Tendremos cuidado de ellas; observaremos que los arrieros sabaneros azotan demasiado las mulas, que las hacen bajar al trote y que no componen la carga sino cuando ha perdido completamente la ley del equilibrio.
En seguida contaremos todo eso (a nuestro regreso) con mil cosillas más al amigo Fetecua, en cuya casa dormiremos. El nos agradecerá tanto estas noticias, que nos obsequiará como a compadres; y yo entonces, enternecido hasta la evidencia, escribiré un artículo que se llamará La casa del sabanero.
En la falda de una cañada está edificada la casa de *** El extraño y costoso pensamiento del que la edificó proporcionó una ventaja, y es que tiene una vista admirable el frágil edificio.
Hecha en forma de número siete, en el extremo del primer tramo queda la venta con la puerta al camino, y cerca de la ancha acequia enlosada, que trae una agua cristalina atravesando el camellón. Tras de la venta queda la sala. entablada, con corredor a la inmensa cañada, cuyo fondo lejano está compues~o de varias haciendas. Sigue la alcoba; y volviendo al tramo segundo, se encuentra la cocina, la pieza de amasar, con su grande, mugroso, viejo y sonoro cernidor de a cargá. Las gallinas y los marranos carecen de departamento especial; y en uso del inciso 14 go:an a su sabor de la cocina y
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del patio. Si no suben al angosto corredor es porque lo desdeñan por incómodo; si no viven en la sala, es porque la desprecian por estéril. A esta venta han llegado a las once de la mañana nuestros arrieros. Raimundo penetra en la venta, que está sola.
-¡Que me vengan a despachar!-dice golpeando en el mostrador. Y viendo que no sale aún la ventera, agrega: «Usted, patrona!, Mientras ésta sale, Raimundo se recuesta en el mostrador, que tiene, además de los dos triques imprescindibles, el cajoncito cuenco en que se asienta la totuma de chicha.
Al tercer grito de ¡usted, patrona!" sale al escenario la niña Rufina.
-Buenos días, niña Rufina, que nos espache.
-Buenos días, ñor Raimundo, ¿qué quería?
Raimundo pide de almorzar para él y sus compañeros, que almuerzan alternándose para no dejar solas las mulas. Estas muerden algunas yerbas olvidadas a la orilla del camino; y cuando R.aimundo saJe limpiándose la boca con la mano, Lucas vuelve a encabezar la expedición, y sigue; esta vez el trote no parará hasta el Guayabal, adonde irán a dormir. Al día siguiente estarán a la madrugada en La Mesa, y tendrán tiempo de desear gar en la plaza cuando apenas comienza el mercado.
Pero el mercado está compuesto de reinosos y vallunos. Hemos visto ya llegar a los
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primeros, y ahora tenemos que dar un gran salto para venirnos con los segundos y empezar el mercado. Así, pues, suspenderemos esta verídica narración, dejando terminada la mitad de este primer capítulo, al cual no habría ningún inconveniente en llamarlo PRE
PARATORIO.
No sabemos cuantos días habrá gastado ese laborioso valluno en reunir grano por grano las quince cargas de cacao y las diez y ocho de arroz que vienen en esa partida que encontramos caminando más acá de la quebrada de los Angeles.
Treinta y cinco cargas por una parte, tres de comestibles para los arrieros y dos compuestas de un gran toldo y los atej itos de ropa de los peones, son el cargamento de don Cupertino F arfán, que viene caballero en una mula baya de valor de doscientos pesos. Cuarenta mulas viene sirviendo; y a pesar de que todas son de notoria y proverbial bondad y que por lo tanto gozan de larga fama, traen dieciséis remudas. ¿Para qué tantas? Porque algunas de las que vienen cargando pudieran cansarse un poquito o lastimarse una nada con la arretranca; y entonces don Cupertino la remuda inmediatamente, la cura, la lleva a una sombra, y hasta derrama lágrimas sobre ella. El mulero neiyano es el mejor arriero del mundo, así como el sabanero es el más desconsiderado y cruel con las pobres mulas. Estas tienen a mucho honor y descanso car-
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gar diez días en Neiva en vez acompañar una hora al peón funzano.
Son las tres de la tarde apenas, y ya don Cupertino ha hecho alto en un llanito árido y triste, cercado de monte, y lejos una hora de la habitación más cercana. Pero reparad el motivo de esta detención; si camina las tres horas del día que faltan al uno, llegarán a las seis de la noche con las mulas fatigadas, y éstas dormirán sueltas en un llano abierto por donde pasa el camino. Quedándose aquí, dos arrieros se van a llevarlas a un potrero pastado y seguro que don Cupertino conoce; hay una hora de distancia, pero a las cuatro ya estarán las bestias en él y pasarán una noche envidiable.
Hasta después que han partido no permite don Cupertino que se haga nada más; cuando ya se han ido comienza a preparar alguna que otra cosa; pero cuando vuelven los conductores de las mulas con el «parte sin novedad:., pregunta a Pedro:
-¿Hay pasos? -Noo, patrón. -¿Las contaste al entrar? -Si, patrón. -¿Faltaba alguna? -Noo, patrón. Entonces descansa don Cupertino y da la
orden de toldar. El neivano sigue esta orden en el acampamento: primero acomoda las mulas, luégo las enjalmas escrupulosamente dobladas y puestas una sobre otra , en se-
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guida las cargas y por último las personas. Desplegando el gran toldo se acomodan
dentro de él con preferencia las cargas y las enjalmas; si queda un hueco, dormirán en él los arrieros, y si no, irán a tender su cuero de cabra sobre el llano.
Por lo que hace a don Cupertino, cuelga su hamaca de dos árboles vecinos y pasa la noche a la belle étoile.
Es delicioso llegar a las seis de la noche a una ranchería de éstas. Si uno pide posada, se la conceden con una cordialidad patriarcal, dándole una sombrita del toldo, y pasa una noche entretenida. Desde temprano está ardiendo la hoguera junto al toldo; los arrieros sacan plátanos y tasajo que van a asar y os ofrecen vuestra parte junto con una totuma que hace tres jícaras, llena de exquisito chocolate neivano. Un pedazo de panela blanda y muy blanca termina la suculenta cena. Tomad agua, encended vuestros cigarros y acostáos oyendo los cuentos que se refieren entre sí los arrieros: son crónicas curiosas de su pueblo.
A las tres de la mañana don Cupertino salta de su hamaca y envía los dos peones que deben traer las mulas. Llegadas éstas a las cuatro y media, ya están listos todos para empezar a cargar. Pero podéis apostar ciento contra uno que cada una de las cincuenta mulas tendrá la misma enjalma todos los días, sin que sea dado equivocarse. A las siete ya están caminando; en vano las
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robustas y lozanas mulas quieren calentar los pies caminando más aprisa; don Cupertino no las dejará salir de un paso moderado, de miedo de que se fatiguen. A las once descarga para sesteár; lava las mulas, les busca pasto, y se están hasta las tres viéndolas comer. Vuelven a cargar. y caminan hasta las cuatro o las cinco, según el potrero adonde vayan a dormir.
A las diez de una calurosa mañana había llegado don Cupertino con sus mulas al Paso de Fusagasugá. El río venía por las cumbres; el anchísimo y hondo raudal había enturbiado con su cólera sus aguas tan puras; grumos de espuma que bajaban precipitados indicaban al paciente calentano que la creciente apuraría. Don Cupertino se afanó muy poco; hizo toldar, y acomodó en seguida las mulas. Por la tarde ya podían pasar los viajeros que no amaban mucho sus bestias; don Cupertino las adoraba, y hubiera querido tener la omnipotencia que delegó Dios a Moisés, para hacer detener el río y que sus bestias pasaran a casco enj uto.
Sin embargo, esto era mucho pedir, en mi humilde concepto.
Al río no se le dio un ardite que las mulas de Villavieja se ahogaran o no, y siguió creciendo.
A don Cupertino le importaba un comino que la creciente se emborrachara o no, y siguió aguardando.
Mientras tanto, se entretuvo viendo sem-
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brar una media hanega de maíz en la roza que don Ciriaco, el dueño de la casa, había hecho a poca distancia de ésta.
Al día siguiente estaba el río bravo todavía pero ya daba paso; don Cupertino dio la orden de embarque.
Treinta pasajeros que habían llegado en en la noche anterior y en esa mañana, esperaban en la orilla. Unos venían a caballo, como gente acomodada, y otros a pie; entre estos últimos venía un pobre reinoso, ave descarriada de la sabana, que resoondía al nombre de Pancracio.
La barqueta se lanzó cargada de pasajeros, y volvió segunda y tercera vez; a las doce ya estaban en la otra orilla los hombres y las cargas; iban a pasar las mulas y antes de embarcarse don Cupertino pudo ver ya empezando a nacer el maíz que vio sembrar.También quedaba de este lado el pobre reinoso que no teniendo cómo pagar un puesto en la barqueta, esperaba que lo pasaran de limosna, o que el río bajara tanto que pudiera atravesarlo a nado. Pero al ver embarcar la última partida de mulas, que pasaba nadando, resguardadas por el caporal que nadaba también llevando de cabestro la retinta ~ el desvalido Pancracio no pudo resistir y se echó después de haberse puesto la ropa en la cabe::a. A la mitad del río lo abandonaron las fuerzas y se asió de la cola del Ciervo, que. era un muleto bayo de don Cupertino. Este que veía el apéndice que se
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le agregaba a su mejor y más caro muleto, gritó airado: c:Suél talo, suéltalo!:.
Pancracio lleno de miedo soltó, y fue arrastrado por el río hasta que se consumió entre las coléricas ondas. Cuando las últimas mulas salían a la orilla, don Cupertino viendo al Ciervo decía, refiriéndose al reinoso: c: j Zoquete, pues por poco no me hace ahogar mi macho!:.
A los dos días había atravesado ya la población de T ocaima e iba subiendo la cuesta de Sócota; allí alcanzó la copiosa inmigración de los pueblos vecinos de Melgar, T ocaima y Peñalisa que llevaban frutos al mercado de La Mesa; la misma abundancia, la misma variedad que hemos visto en el monte de Tenasucá. Un calentano alto, delgado y descolorido iba adelante. Don Cupertino le preguntó a dónde iba.
-A La Mesa, le contestó, a llevar los puercos de los hijos de mi amo Amador.
Efectivamente, una piara de puercos iba adelante.
El lunes a medio día entró triunfante don Cupertino a La Mesa. La hermosísima arria de mulas marchaba a la vanguardia sin una sola lesión. En seguida iban los arrieros, y detrás, cerrando la marcha, caminaba majestuosamente el patrón montado en el CierVO, que caracoleaba hasta cierto punto.
Apenas tomaron hospedaje en la casa de doña Paula, que es el más cómodo parador del lugar. se informó de los precios corrien-
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tes. El cacao estaba a cien pesos carga, y el arroz a dos pesos cuatrO reales arroba.
Tenía, pues, en ciernes una suma redonda de mil ochocientos sesenta pesos el dignÍsimo hijo de la encantadora Villavieja.
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EL MERCADO
La plaza de La Mesa es pequeña: por un lado pasa el gran camellón macadamizado del camino real; fuera de este Broadway, las demás callejuelas son cortas, angostas, solitarias y feas.
El mercado se hace en la plaza en primer lugar, en el Broadway, y en los paradores el segundo. La escena de la plaza es, desde luego, la mejor, la más vistosa, y donde la unidad de accion está tan bien observada como en una comedia clásica.
Había en el mercado gentes y frutos de treinta pueblos de la sabana y de otros tantos pueblos de los dos valles y de los alrededores de La Mesa. Los precios de los principales objetos de tráfico eran los siguientes:
Azúcar, la arroba a ........ . .... . Arroz > > > ..•...••.•.•..
Cacao, carga de a diez arrobas en Carne, la arroba a . . . . . . . . . Harina sabanera, la carga de 10
arrobas y diez libras, encostalada. en
3.10 2.04
100.00 2.02
12.00
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Ha r i n a calentana encostalada, arroba. . . . . . . . . . . . . . . . .. 13.00
Miel, la botija de ocho arrobas. .. 4.00 Maíz, la carga de 8 arrobas. 6.00 Papas, 1> > 1> 1> 3.04 Sal, la arroba a . . . . . . . . 1.00 Los lienzos del Socorro, los sombreros de
Suaza, las frutas, loza, tabaco, etc., tenían precios según su calidad y consumo.
Hemos salido de este pedacito serio, pasemos a la parte mímica . En primer lugar, tenemos ese grupo de carniceros; su ruana pintada, su cara colorada y su vest ido altamente mugroso, pregonan su origen sabanero. Según los petaquilleros, mercaderes ambulantes, que venden desde novenas a San Juan de Sahagun hasta pepas de cedrón y tiseras finas. Luego están los indios loceros; después, los calentanos de aseada vestimenta y de pocas carnes.
La conversación general vale un tesoro; hablan todos los dialectos como en la torre de Babel hablaron todos los idiomas.
Un indio sabanero.--¿No merca la loza, mi señora?
Un matador.-Pus si no quere a diez y ocho, no la merque.
Una señora mesuna (con sombrilla) .-A ver esas coliflores.
Un plateño.-Esos blancos no hacen sino rego/ver y no compran.
Un anapoíma.-Mi señora, aquí tiene plátanos.
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Un neivano.-Anda y trae la otra carga de cacao a ver si se la encajamos a esos moscas que andan buscando.
-¿ Onde está? Contesta el altozanero mesuno a quien se le hace la oferta.
-Aquisita, no más. (El aquisito vale por veinte cuadras en dialecto neivano.)
-Un mercachifle.-Hilo colorado, mis señoras, tiseras finas, catones, ataderos ....
Un sot'~ rrano de camisa listada, sombrero nuevo de ~ ipijapa y gran coto, encuadrando una cara risueña y bien nutrida; ¿ de cual manta quiere? ¿fina o más fina?
Una india a un calentanito que pasa de un salto sobre sus tercios de frutas. jTes queto, ñor masita, ora si! No venga a jugar con yo. (Esta frase es arrancada por una caricia brutal que le hace, echándole el sombrero al suelo.)
Por este estilo se va oyendo aquel diálogo general, en que cada uno toma parte sin cuidarse de las respuestas y preguntas de la gente que lo rodea, ni de las discordancias que van resu ltando.
Entretanto, vaga por el camellón y se entromete con impertinencia a cada instante en el mercado, don Mauricio el chalán, el vendedor de caballos. Siete veces se le ha visto desbaratando grupos y recibiendo maldiciones de los pedestres: la primera vez montaba un roSIllo que vendió en diez onzas, y un instante después, ya andaba haciendo caracolear un bayo en presencia de don Se-
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gismundo el socorrano; vendido el bayo, salió tercera vez en un castaño. el que vendió en ciento cincuenta pesos, a pesar de que no valdría sino setenta, y recibió en cambio una mula plateña de doble valor.
Agustincito, el pisaverde del pueblo, se cruzó varias veces con don Mauricio; pero no trataron de caballos; ¡ay, se conocían demasiado! Curioso es el estudio de este último personaje, curioso, pero nada más. Es como examinar un puñado de hojas, como contar granos de maíz o hacer cualquiera cuenta inútil. Pero como Agustincito anda revolando por el mercado y las calles, y como nosotros en calidad de retratistas tenemos que dejar estampado en el cuadro hasta la última mariposa que se atraviece, fuerza es que hagamos un curso de anatomía en este pájaro.
Veinte años cumplirá para el San Juan: su fisonomía tiene un aire de bobera inapreciable. La naturaleza le dio hermosos dientes para una boca siempre risueña, una alma pequeñita como debía tener los dientes, una cara gordiflona, una cabellera rubia algo rizada, y un cuerpo atlético. En cambio de estos dones le negó la facultad de aprender todo. particularmente la ortografía; le negó también la barba, como una compensación por los dientes.
En sus primeros años se llamó Agustín; pero al hacerse joven, aprendió a bailar valse, lisonjeaba a las damiselas y era el que pri-
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mero servía bizcochos a las parejas en los bailes. Estas agravantes circunstancias, unidas a la de haber estado un año entero en Bogotá y ser hijo de un acomodado comerciante, hilaron para él días de oro y le hicieron recibir de los frescos labios de Guadalupe, Salomé, Columna y EstefanÍa el nombre de Agustincito. Su vida era una cadena de saludos: como las comodidades de su padre le aseguraban la subsistencia, no trabajaba; conversaba. Montado en un zaino caucano andón, recorría el mercado y las calles pretendiendo que alguno se enamorase de su zaino. Un galápago pequeño con estribos de baúl le servía de montura: su vestido era una toilette encantadora: ruana de hilo listada, sombrero de fieltro con borlas, corbata con anillo de oro, pantalón de dril y chinelas amarillas. La chaqueta se había quedado en el ropero; pero tenía un chalequito de seda, sin abotonar, en donde guardaba un reloj illo dorado, que estaba suspendido al cuello por un cordón de pelo femenino que él dejaba ver a cada instante. Agreguemos que tenía cinco sortijas en la mano derecha, y tendremos completo el retrato de Agustincito; no falta sino un fascÍmile de su firma puesto al pie de una carta de amores.
Al pasar por la ventana de Guadalupe, paró su caballo, dándole una furibunda sentada que destrozó el paladar del pobre bruto al tirar de las riendas trenzadas. Guada-
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lupe ilumin6 sus ojos y su boca con su mejor sonrisa.
-Guadalupita, buenos días, ¿ qué tal? -Muy bien, Agustincito. -Mil gracias, ¿ y usted qué tal? -Aquí cosiendo: acabo de llegar del mer-
cado, tan cansada! ¿Y usted qué hace? -Bien, Guadalupita: y muy dichoso por
verla. ¿Y usted qué tal? -Aquí estamos buenas. Y a usted, ¿ c6-
mo le ha ido todos estos días? -Así, así, casi muy regularmente. Y us
ted, ¿ qué tal? -¿Estuvo anoche donde Marcelina? Se
divertiría mucho; ya me lo supongo bien trasnochado. y hoy, ¿qué anda haciendo, c6mo le ha ido?
-Nada, Guadalupita, nada de particular. ¿ y ustedes qué tal? Se ha puesto enteramente buena mi señora María de la Consolaci6n?
La madre j uzg6 conveniente hacer su entrada en la conversaci6n al oír su nombre; y se repitieron entonces todos los saludos de preguntas sin respuestas y respuestas sin preguntas.
De esa ventana pas6 Agustincito a otra; y de esa a otra: el mercado se concluy6 y él no había acabado de saludar, ni había encontrado un comprador para su :aino caucano.
Pasemos a otra escena. En la fonda de don Norberto estaban comiendo en mesa re-
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donda treinta y un forasteros. El comandante Zamora que venía de temperar, tres sabaneros acomodados, cuatro comerciantes del pueblo, diez vendedores de cacao y de sal, el dueño de la fonda, Agustincito, un doctor que estaba defendiendo pleitos en La Mesa. un boticario, un chalán, y nueve personas más, pasajeros de :--Jeiva e Ibagué para Bogotá. La conversación versaba sobre la política, el mercado, los caballos, la estación y asuntos particulares. El doctor Nicasio, médico consagrado a la política, y el doctor Anacleto, abogado consagrado al comercio, disputaban con don Jorge, comerciante consagrado a la medicina, sobre el último acuer do del cabildo.
-Vamos a ver qué dice en este asunto el señor, dijo el doctor Nicasio, volviendo la cabeza y dirigiéndose a Ramón, que era un joven bogotano a quien su mudez durante la comida, y la fama de que hacía versos, colocaban en la categoría de un sabio. El señor y yo hablábamos sobre nombramientos de jueces. Hay una disposición de la asamblea que dice que el juez del circuito nombra los jueces parroquiales. Bien. El cabildo ha acordado poner sueldo a los jueces parroquiales: muy bien; y para esto ha determinado que los ciudadanos que renuncien la juricatura parroquial paguen una contribución que servirá para el sueldo de los que acepten. ~v1uy bien. Ahora falta saber cómo se hace. Porque si el cabildo de-
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cretara la admisi6n de renuncias, podría decir: escoja, paga, o admite. Pero nombrando él a los jueces, ¿cómo sabe a quién debe repartir la contribución? En todo caso, soy de opinión .... desde luego .... soy de opinión: yo he estudiado mucho este punto y .... soy de opinión ....
-La opini6n de usted me parece muy acertada. contestó don Ramón, sirviendo mostaza en su plato.
-No señor, yo creo que se equivoca, dijo don Anacleto, poniendo la mano por delante para advertir que se le permitiera pasar el grueso bocado que redondeaba sus mejillas, y que luégo iluminaría la cuestión.
-De ninguna manera, replicó don Nicasio, y apelo ...
-Pero oigan ustedes, altern6 don Jorge, o el cabildo nombra y entonces ... -, Cómo se sabe los que van renuncian
do? porque han de estar ustedes ... -Mi opinión es que . .. ustedes saben que
los cabildos ... -¿ Ya levanto el plato? dijo el mozo de
la fonda, y mientras tanto, don Ram6n pudo seguir comiendo, acabar y levantarse. Los de la disputa sigueron gritando.
Eran las cuatro de la tarde, y ya se había concluído el mercado.
Las sales que trajeron los sabaneros ya estaban en poder de los vallunos que trajeron los cacaos; y los cacaos que trajeron los neivanos ya estaban vendidos a los sabaneros
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que trajeron las sales. Don Cupertino había hecho magníficas transacciones y se disponía para regresar a su pueblo.
La noche cobijó últimamente el pueblo; la plaza llena de hojas movidas por el viento, añadía un sonido más a aquella reuni6n confusa de sonidos producidos por los tratantes, los cantos de los desocupados y las conversaciones que se tenían en las tiendas y en las esquinas. Los tiples sabaneros rasgueaban alegres torbellinos y mantas; el aguardiente entusiasmaba por grados a los cantores, que estaban roncos cuando la madrugada empez6 a esclarecer el cielo de La Mesa.
Pero, ¿qué espectáculo alumbró el nuevo día? Gentes que se cruzaban afligidas y se preguntaban, no dándose tiempo a la respuesta; caras donde se leía la desesperaci6n en lugar de la alegría que animaba las del día anterior. ¿Qué gran desolación había tenido lugar en el pueblo menos triste del mundo?
Sigamos tras de ellos a esa pieza a que van entrando: es la alcaldía. Una palabra que se repite muchas veces nos indica la gran desolación que oprime al pueblo: e robo de bestias:..
Efectivamente, la noche anterior habían desaparecido sobre cien bestias, más de cien bestias en los potreros que rodean la población. Los míseros dueños de las bestias robadas acudían deso ados a depositar el peso de sus penas en el seno paternal del alcal-
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de. El neivano t.razaba en la pared con la punta de su arreador un facsímile de su fierro; el sabanero hacía lo mismo con la punta de su uña larga y encorvada; y el indio lichiguero daba las señas de su yegüita castaña, no olvidándose de advertir ni el resabio que tenía de arriscar las orej as cuando le apretaban la sobrecarga.
En otra ocasión diremos cómo parecieron algunas de estas bestias robadas por un trapichero. Por ahora pondremos fin a esta última escena del <Mercado de La Mesa:..
(De El Mosaico, trimestre I. número 5. Bogotá, 22 de enen de 1859)
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TAITA GUERRERO
Al leñor Pedro Fern6ndez Madrid
Alejándose el viajero del pueblo de Nemocón y tomando el camino de la Isla, encuentra a poca distancia del pueblo una senda que sube a los cerros cultivados que dominan la población y los risueños campos aledaños. Desde la cumbre de la primera caUna, cuya cuesta se vence sin trabajo, se ve al frente un precioso valle cuyo horizonte termina a la izquierda en el pueblo de Cogua y a la derecha en la subida de T ausa. Atrás del espectador se ve, entre otras pobres estancias, una no menos pobre pero no menos risueña. ¡Qué dulce fisonomía la de aquella comarca! ¡qué aire de paz! ¡qué augusta soledad, interrumpida de vez en cuando por esos queridos rumores del campo, formados por el viento que silba o las reses que braman, o por los perros que ladran, defendiendo con su clásica invariable fidelidad la propiedad de sus amos!
Lleguemos a la estancia mencionada. Está compuesta de un mediano lote de tierra, y tiene en el centro una humilde casa pajiza,
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rodeada de sementeras y de una huerta en que hay repollos, perej il y claveles, viviendo en la misma incomodidad aparente en que viven en la pequeña casa sus habitantes. Confundidas así las yerbas de alimento con las de remedio, y unas y otras con las flores, como lo usan los pobres. dan a la tierra una fisonomía doméstica yendomingada que siempre atrae mis miradas. J amás veo esos grotescos pero pintorescos planteles sin recordar que quien así los cultiva, es porque considera a la madre tierra como parte de la familia, y no como vil objeto de lucro.
La casita consta de tres piezas: una sala y dos alcobas. En las paredes de la sala se ve, en medio de otras estampas devotas, una imagen de la Virgen, cubierta con tosca y aseada cortina de zaraza. En las alcobas están los pobrísimos lechos de taita Guerrero, su esposa y sus dos hijas.
Este nombre indígena de taita, equivale al de tío conque se llama en español y en francés a los buenos viejos · pero no significa tío sino padre. Se llamaba así no solo a los padres sino a los ancianos venerables.
Santiago Guerrero era indio del Temo-eón, y había alcanzado edad avanzada. como los antiguos patriarcas: rayaba en los noventa años. Su cutis moreno y quemado estaba cargado de arrugas, y sus cabellos blanqueaban. Tenía la barba avanzada, la boca hundida y los ojos medio cerrados. Ves-
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tía pantalón rodillero de gamuza, encima de blanquísimos calzoncillos de lienzo gordo; camisa de la misma tela y limpieza; chaleco de marsella, ruana larga y sombrero de ramo de anchas alas. Esto en cuanto a la parte física de su ser; por lo que hace a la parte moral, era despejado y respetuoso para hablar galante a lo caballero con las mujeres jóvenes, amable con los niños y jovial con los hombres. Su lenguaje estaba sembrado profusamente de frases originales por su corte y por el pensamiento siempre religioso, algunas veces conceptuoso, nunca vacío ni vano. Era un simple hijo de los campos; pero no le imponían las personas desconocidas, aunque fueran de la ciudad. No hablaba nunca ni con timidez ni con altanería; su expresión habitual era la paz, la serenidad; y su conversación jamás caía en cosas tristes.
El domingo bajaba temprano al pueblo a oír misa y comulgar, y mientras tanto su casera. o sea su esposa, un poco menos an~ ciana que él, cuidaba la casa y la estancia, y rezaba para santificar el día y la soledad, ya que no podía asistir a la iglesia. Al volver taita Guerrero a la casa, ella salía a encontrarlo. le alababa a Dios por respeto a la comunión que había recibido y le servía el almuerzo. En estos días no hablaba el anciano, o hablaba muy poco.
Tengo huésped, decía para disculparse de su silencio.
El domingo siguiente variaban los actores
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sin mudarse el escenario. Quien iba a la iglesia a oír misa y comulgar, no era él sino la anciana casera. A taita Guerrero le tocaba quedarse cuidando la casa y rezando; al regresar su compañera le tocaba salir a encontrarla, alabarle a Dios y luégo servirle el almuerzo.
Este ingenioso régimen daba por resul tado que todos los domingos iba Dios a visitar la casa de taita Guerrero, ya llevado por él, ya por ella.
Durante los seis días de la semana trabajaba el anciano en su campo auxiliado por su esposa y sus hijos.
Una vez fue a visitarlo nuestro amigo Carrasquilla; esta vez no encontró a la anciana casera, y preguntó por ella.
« y a alzó de obra>, contestó serenamente taita Guerrero.
Este Kempis campesino consideraba la vida desde su verdadero punto de vista: como un día de jornal.
Sus dos hij as murieron poco después, una en pos de otra. El anciano quedó solo en su casa ... ¿Solo? En conciencia no puedo asegurar que sea esta la palabra. ¿Y el huésped de los domingos? ..
Taita Guerrero,-le decía una señorita que vive en Nemocón, un día que fue a verla ;taita Guerrero, se me figura que esto de que se le hayan ido las hijas adelante, es cosa que ha concertado usted con Dios, para no tener que dejar atrás el corazón cuando se muera.
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290 JOSE MARIA VERGARA y VERGARA
El anciano contestó con una sonrisa mansa y un sí es no es taimado. No negó el cargo ni la maula.
El viernes de Dolores (2 de abril) bajó a la parroquia, oyó misa y comulgó. Al volver a su casa se detuvo en la cumbre de la colina, desde donde se ve el pueblo, y se arrodilló para rezar, vuelta la mirada a la iglesia, como lo tenía de costumbre siempre que llegaba a aquel sitio.
Permaneció arrodillado mucho tiempo; tanto, que algunas personas que lo veían de lejos vinieron a buscarlo, extrañando tanta inmovilidad.
Estaba arrodillado, las manos juntas sobre el pecho, la cabeza inclinada y los ojos cerrados.
¡Había muerto en su oración! No fue enterrado como los demás jorna
leros. Sus muchos amigos le costearon una bóveda en el cementerio de Nemocón.
Carrasquílla estuvo en la última semana santa en aquel pueblo, y encontró un amigo de menos. f'ue a visitarlo en el cementerio, y todavía halló algo que admirar. Ninguna de las bóvedas en que yacen los pudientes del pueblo tenía señal exterior; empero, sobre la del anciano, que no dejaba familia, había un tiesto en que se abrían al sol de la mañana hermosas flores.
He escrito para usted, estimado y pensado amigo, esta humilde necrología campesina; no solamente para usted sino para mí.
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Esos dulces paisaj es del cielo, alboradas suaves, indefinibles, traen no sé qué cosa de alivio al que ha recibido de manos del huésped de Santiago Guerrero un gran dolor. ¡Bendita sea, hecha, y para siempre ensalzada la voluntad del dueño de la granja en que trabajo a jornal! ¡Ojalá cuando éste acabe, pueda recibir yo mi paga, aunque no he sido madrugador como Santiago Guerrero, aunque no he llegado al trabajo sino a la hora de nona!
Por lo que hace al que ayer era un pobre indio de Nemocón, como hoyes seguramente príncipe de Israel, le pido respetuosamente que nos consiga salud para usted, resignación para mí y la bendición de su Huésped para todos!
Bogotá, 14 de abrIl de 1868.
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INDICE P6(11.
Honores oficiales ..................... , . . . . . 3
Introducci6n. (Breves noticias sobre la presen-
te edici6n). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
José María Vergara y Vergara, por Daniel Sam-
per Ortega ................... , . . . . . . . . . . . 37
Caballos nacionales ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Consejos a mi potro ...... ' . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 3
El último Abencerraje...... ..... .. ......... 12<4
Las tres tazas ...................... , . . . . . . . 140
El lenguaje de las casas ................. , . . . 184
Un par de viejos.................... ... .... 207
La casa curai. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 223
El correista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 230
El chino de Bogotá.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 24J
El mercado de La Mesa... . . . . . . . . . . . . . . . .. 260
Taita Guerrero... .. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . .. . .. 186
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