CIENCIA, TECNOLOGIA Y SOCIEDAD
AUTOR
Miquel Barceló Cátedra UNESCO de Sostenibilidad. Universidad Politécnica de Catalunya blo lsi.upc.edu
Desde la llamada revolución de la ciencia moderna en el siglo XVII y la posterior revolución
industrial a finales del siglo XVIII, la ciencia y la tecnología, juegan ya un papel fundamental en la
sociedad contemporánea. La tecnociencia desarrollada por el capitalismo se hace cada vez más
omnipresente y la interacción con el mundo cultural y la sociedad en general resulta ya del todo
evidente.
En las últimas décadas ha surgido como proyecto de investigación y estudio el análisis detallado de
las relaciones e interacciones entre el conjunto ciencia y tecnología (denominado también
"tecnociencia") y la sociedad que las promueve y utiliza. Este proyecto responde hoy al nombre
genérico y ya bien establecido de "Ciencia, Tecnología y Sociedad" (CTS o, también, STS por sus
siglas en inglés).
Sus preocupaciones principales giran en torno al análisis de cómo se han desarrollado la ciencia y
tecnología en el modo de producción capitalista, sus características principales y, sobre todo, sus
interrelaciones con los aspectos culturales y de civilización que constituyen la vida en sociedad.
Cuando se habla de una revolución tecnológica, a menudo se hace referencia a los cambios, más o
menos radicales, en la forma de vivir que comporta la utilización de nuevos artefactos
tecnológicos. En nuestros días, dos grandes ámbitos parecen dominar este campo de la actividad
humana con toda clase de promesas de innovaciones por venir: las biotecnologías y las
infotecnologías o, si se quiere, las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC).
Hace pocos años, dos noticias que, con toda lógica, ocuparon bastantes días las páginas de los
diarios, nos hicieron pensar que las cosas son bien diferentes de lo que muchos, hace sólo unos
cuantos años, podían incluso haber imaginado: en febrero de 1997 supimos de la clonación de un
mamífero: la oveja Dolly; y, en mayo del mismo año, un ordenador, Deep Blue, ganó por primera
vez un campeonato mundial de ajedrez.
Se trata de dos noticias tipo que, en cierta forma, caracterizan la actualidad de finales del siglo XX
con una presencia inevitable de los resultados logrados por la ciencia y la tecnología, biotecnología
e infotecnología en estos dos casos, y que pueden servir de ejemplo del creciente papel que la
tecnociencia tiene en el mundo de hoy.
Ciencia o tecnología: tecnociencia
A primera vista, parece que las dos noticias mencionadas hacen referencia, respectivamente, a la
ciencia (la oveja Dolly) y a la tecnología (el ordenador Deep Blue). Pero no es así. A la vuelta del
siglo, las diferencias entre ciencia y tecnología son más endebles de lo que se podía haber
pensado, aun cuando hay una preconcepción, desgraciadamente lo suficientemente arraigada,
que a menudo no quiere ver en la tecnología nada más que ciencia aplicada.
No se trata de discernir quién es primero, si el huevo o la gallina, la ciencia o la tecnología, sino de
percibir cuál ha sido, es y puede ser la situación real. No es fácil luchar contra un prejuicio tan
arraigado como el de los idealistas que quieren ver siempre la tecnología sólo como ciencia
aplicada, pero un par de ejemplos nos pueden llevar a ver el tema bajo otra perspectiva.
Debería ser claro que la rueda fue un invento tecnológico anterior al descubrimiento de la teoría
del rozamiento que justifica teóricamente su funcionamiento. Éste es un ejemplo evidente de
cómo la tecnología puede preceder a la ciencia. Para acercarnos más a nuestros días, es también
conocido que la máquina de vapor fue inventada y utilizada mucho antes que la ciencia
termodinámica, que explica su funcionamiento.
En realidad, el ser humano siempre ha creado artefactos, a veces como aplicación de
conocimientos científicos previos pero, mucho más a menudo, simplemente en su actividad de
homo faber que utiliza su ingenio para fabricar herramientas. Afortunadamente, una vez
inventada la herramienta, el éxito de un artefacto (rueda o máquina de vapor) ha llevado a
estudiar el por qué de su funcionamiento y a ampliar el campo del conocimiento teórico que es
propio de la ciencia.
Pese a esta realidad poco cuestionable que domina la mayor parte de la historia de la humanidad,
un predominio del idealismo más exagerado hace que hoy se quiera preferir, como norma general,
la visión de un conocimiento teórico que vendría en primer lugar en el tiempo y del cual se
obtendría, después, la posible aplicación tecnológica. De hecho, no hay nada en el conjunto de la
historia de la humanidad que fundamente de forma absoluta esta interpretación que, a pesar de
todo, continúa siendo la dominante incluso en un mundo supuestamente materialista y poco
idealista como el de nuestra sociedad actual.
Un ejemplo evidente es el ya mencionado de la clonación de la famosa oveja Dolly, fruto de una
técnica que fue presentada por la prensa como un adelanto precisamente de la «ciencia», cuando
el conocimiento científico (teórico) subyacente se conocía hace años. Antes bien, Dolly existe
precisamente como resultado de un nuevo éxito en el campo de la manipulación tecnológica de la
bioingeniería. La oveja Dolly, la clonación de mamíferos (y la posible clonación de humanos que de
ello se desprende) es realmente un resultado que pertenece más al ámbito de la tecnología que al
de la ciencia.
Con el otro ejemplo utilizado, parece lo bastante evidente que nadie discutiría que el ordenador
Deep Blue es un producto de la tecnología, un aparato creado por el homo faber de finales del
siglo XX.
A pesar de todo, es necesario pensar que, en las postrimerías del siglo XX, también se da, y
suficientemente a menudo, el caso contrario: muchas veces la tecnología de punta ya no procede
de artefactos sencillos como la rueda, sino de la aplicación de conceptos complejos y sofisticados
de la ciencia (como pasa por ejemplo con la energía nuclear o el aprovechamiento del efecto túnel
de la mecánica cuántica). Sin embargo, de forma paralela, prácticamente hoy no hay ciencia básica
que no recurra a la utilización de un complejo aparato tecnológico (superaceleradores de
partículas, telescopios como el Hubble, etc.) y, a menudo, tampoco existe nueva tecnología sin
una reflexión teórica previa.
Por esto algunos especialistas hablan ya de unificar los dos campos, ciencia y tecnología, y
denominarlos tecnociencia. Siguen así el ejemplo que diera el filósofo belga Bernard Hottois, quien
formuló el término por primera vez allá por 1984.
Impacto social de la tecnociencia
Además de aceptar la síntesis conceptual de la tecnociencia, es necesario pensar en los diferentes
efectos o impactos sociales de la ciencia y la tecnología o, más sintéticamente, de la tecnociencia.
De forma esquemática, se puede decir que la ciencia (la parte más teórica de la tecnociencia)
cambia nuestra manera de ver el mundo, mientras que la tecnología (la parte de la tecnociencia
que fabrica artefactos) cambia más directamente nuestra manera de vivir el mundo. Sea como
sea, los impactos sociales son más evidentes en el caso de la tecnología que cuando hablamos de
la ciencia pura.
Por ejemplo, Galileo, cuando utilizó el telescopio, acabado de inventar, para observar el cielo,
descubrió, entre otras cosas, las lunas de Júpiter y los cráteres de nuestra Luna. Esto acabó
confirmando la visión cosmológica copernicana con los planetas que se mueven alrededor del Sol y
no, según quería Tolomeo, todos los astros girando alrededor de una Tierra que mantenía con
falso orgullo el supuesto papel de centro del universo.
Aun cuando este descubrimiento fue un gran cambio y produjo una grave sacudida en la visión
que el ser humano tenía de su posición en el universo, la realidad es que la vida cotidiana de la
gente no cambió en absoluto. De hecho, después de Galileo la gente trabajaba igual, utilizaba las
mismas herramientas y comía y dormía igual que antes. La vida de cada día no resultó alterada,
tan solo cambió la viva imagen que de sí mismo y del universo tenía el ser humano. Un
descubrimiento tan importante como éste, mientras queda restringido al ámbito del conocimiento
científico teórico, afecta básicamente a la forma de ver el mundo, pero no a la forma de vivirla.
No ocurre así con la tecnología. Por lo general, cualquier nuevo artefacto que tenga éxito altera de
alguna manera la forma como hacemos las cosas. Por ejemplo, en nuestra sociedad occidental
industrializada, el automóvil y el avión han cambiado en menos de cien años nuestra percepción
de las distancias y nuestra movilidad real; las telecomunicaciones nos permiten saber ahora
mismo lo que ocurre en el otro extremo del mundo; la televisión nos trae a casa, en el mismo
momento en que ocurren, espectáculos e información de todas partes; o, más simplemente, el
microondas nos permite levantarnos cada día diez minutos más tarde porque calienta el vaso de
leche del desayuno más deprisa.
La tecnología altera realmente nuestra manera de hacer las cosas de cada día y la forma de vivir en
el mundo.
Evaluación de tecnologías
Sí es el aspecto más práctico de la tecnociencia (la tecnología y sus artefactos) aquello que cambia
nuestra vida cotidiana, es fácil comprender que resultará sumamente conveniente hacer estudios
previos para anticipar el impacto que la utilización de un nuevo resultado tecnológico pueda
aportar. El nombre habitual para este tipo de estudios es el de «evaluación de tecnologías» y, de
hecho, por lo que se ha dicho hasta ahora, no tendría ningún sentido hablar de estudios de
«evaluación de ciencias». En realidad no suelen hacerse.
También es necesario recordar que el hecho mismo de evaluar tecnologías es bastante reciente,
empezó durante los años setenta, y presenta no pocos problemas y dificultades. Pensadores como
Neil Postman han puesto de relieve el hecho de que, por ejemplo, nunca nadie analizó el impacto
social y los efectos de una tecnología como la del automóvil, nacida a comienzos del siglo XX y hoy
del todo omnipresente. Como nos dice Postman, a menudo actuamos de forma un poco
inconsciente y demasiado optimista ante las nuevas posibilidades que nos ofrece la tecnociencia.
Por ejemplo, el hecho de no haber evaluado seriamente las posibles consecuencias de la
tecnología del automóvil en las primeras décadas de su existencia ha hecho que se acaben
aceptando, incluso como un hecho completamente «normal», unas terribles cifras de mortalidad
por causa de los desplazamientos en automóvil de fin de semana o del período de vacaciones.
Postman, ejemplo vivo de quienes creen en un determinismo tecnológico que se impone al
determinismo social, elabora también una crítica mordaz y angustiosa contra la tiranía de las
máquinas al final del siglo XX en su libro "Tecnópoli" (1994), dónde se hace referencia explícita
tanto a la informática como a la tecnología médica.
Han pasado ya los tiempos en que la actividad tecnocientífica se consideraba una actividad
individual y casi romántica de un esforzado investigador o practicante del saber y/o de la
tecnología. La realidad de hoy es que no es posible la actividad de investigación tecnocientífica sin
una compleja estructura social y de apoyo. De hecho, la investigación, la construcción y/o la
utilización de la ciencia y de la tecnología es hoy una tarea de equipo. El científico o el ingeniero ya
no trabajan solos y, en la actividad profesional, dependen de las estructuras en las que trabajan y,
muy concretamente, de las fuentes de financiación, en el caso del científico investigador de
aspectos básicos, y de los intereses empresariales que les dan trabajo, en el caso de los técnicos e
ingenieros. Desgraciadamente, estos equipos no siempre son conscientes ni parecen demasiado
interesados en los posibles efectos futuros que los artefactos tecnológicos que están
desarrollando puedan llegar a tener.
De manera parecida, el gran peso que la ciencia y la tecnología (la tecnociencia en suma) tienen en
la sociedad moderna ha desencadenado recientemente un alto interés por la responsabilidad en
que incurren científicos e ingenieros con sus desarrollos tecnocientíficos. La ética de la ciencia
(bioética, por ejemplo) y la de la actividad ingenieril forman ya un amplio campo de estudio y
análisis que forma también parte del amplio marco de CTS (ciencia, tecnología y sociedad).
Tomado de: http://portalsostenibilidad.upc.edu/detall_01.php?numapartat=0&id=74