Credo Niceno – Constantinopolitano. Formación Consejo Local de HH y CC. (22/10/12).
Apuntes para la charla.
1.- Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso,
2.- Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
*No vamos a tratar propiamente de la historia del credo.
*Este, conocido como Niceno Constantinopolitano, que recibe su nombre de los dos
concilios en que se fijó y el Apostólico son profesados por católicos, protestantes y
ortodoxos. §194. El Símbolo de los apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia como el resumen fiel
de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le
viene de este hecho: "Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero
de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común" (S. Ambrosio, symb. 7).
§195. El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de
los dos primeros concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas
las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.
*El credo no impone el resultado de una especulación de teólogos sino que compendia
la fe del pueblo creyente y la propone en las llamadas fórmulas, que dan unidad a
quienes profesamos la fe católica en toda la tierra.
1.- Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso,
La palabra Creo, en primera persona del singular, hace referencia al yo. La fe es
siempre una aceptación personal y libre. Es un don de Dios, que el yo acepta
como un ejercicio de su autonomía. No es sumisión, sino afirmación, grandeza,
ejercicio de la libertad.
Tanto la enseñanza –catequesis- como los testigos de la fe: los padres, los creyentes
que nos rodean, etc., pueden ayudar mucho, pero no son definitivos. Nadie debería
afirmar que tiene fe si nunca la ha asumido personalmente. La pertenencia al grupo de
los creyentes no proviene del ámbito social donde nos movemos: familia, colegio,
amigos, hermandades, etc.
Pero una vez afirmada personalmente mi creencia, sí que formo parte de la comunidad
que llamamos la Iglesia y en ella reafirmo, comparto y celebro mi fe con los hermanos.
La opción de fe, siendo en su origen personal, no permanece oculta en lo más
recóndito del individuo, sino que debe exteriorizarse en todos los ámbitos de la vida y
encontrarse con otros creyentes en la Iglesia, especialmente celebrando juntos la
Eucaristía del domingo, donde hacemos manifestación pública de ella en el credo.
Creer es un acto plenamente humano, mediante el cual el hombre, usando su
inteligencia y su voluntad, sopesando todas las circunstancias, se decide libremente
por la fe. El ser humano se realiza optando, decidiendo continuamente, aún con el
riesgo de equivocarse. La fe no es el resultado de una demostración empírica, no es
una evidencia; lo evidente se impone y una inteligencia normal debe aceptarlo;
propiamente hablando no es un acto libre. La libertad se ejerce cuando se cree, no al
constatar una evidencia.
Un solo Dios. El cristianismo es esencialmente monoteísta. La primera
revelación a su pueblo por medio de los patriarcas es: “Yo soy Dios, no hay otro
Dios fuera de mí”. Con ese pueblo hace una alianza, un pacto: “Tú serás mi
pueblo y yo seré tu Dios”. El Antiguo Testamento es la historia de las alegrías y
los logros cuando Israel es fiel a su Dios; y de las penurias y tristezas si rompe el
pacto adorando a otros dioses.
Creer es la afirmación de mi fe en un Dios único, al cual debe supeditarse todo lo
demás. Adorar a otros dioses del tipo que sean – en el Evangelio se habla del Dios
dinero- es caer en la idolatría. Creer en un solo Dios supone que todo lo demás es
secundario.
Padre. Es la revelación más luminosa que Jesús nos hace en los evangelios. Se
dirige a Dios como su Padre, pero nos enseña que también es Padre para
nosotros, nuestro Padre amoroso, que nos quiere por encima de nuestras
miserias y que nos guía por el camino del bien. (Parábola del Hijo Pródigo,
Padrenuestro).
Profesamos, pues, que no es un Dios impersonal, terrible e inmisericorde; profesamos
nuestra fe en su bondad y en su insistencia para que nosotros la imitemos. No es un
Dios que se desentienda de sus hijos, sino que sufre con nuestras infidelidades y se
alegra con nuestro regreso al hogar.
Todopoderoso. Como adjetivación de Padre, tiene una connotación filial, de
entrega a un Dios que está empeñado en orientarlo todo para mi bien, incluso
las cosas que no comprendo, que no me gustan o que, al menos
aparentemente, me perjudican.
Pero significa también que tiene todo el poder, que nada ni nadie puede
ensombrecerle. Si no es todopoderoso no es Dios, porque habría alguien superior o
igual a El.
No supone creer en un Dios que puede actuar arbitraria o absurdamente; mucho
menos que se mueva por impulsos de humor o acepción de personas. Cosa distinta es
que yo no alcance a comprender por qué actúa así o suceden ciertas cosas. La fe
también tiene un componente de “a pesar de”. (Job).
2.- Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creador. Así comienza el primer libro de la Biblia: “En el principio creó Dios los
cielos y la tierra” (Génesis 1,1). Nuestra fe proclama que Dios es anterior a todo
y el origen de todo. El término supone también la creación de la nada. No es,
pues, un Dios que pueda confundirse con la energía cósmica o cualquiera de los
demás elementos esenciales y originarios propuestos por la ciencia.
En el credo afirmamos nuestra fe en un Dios personal, distinto de la creación y anterior
a ella, porque es obra suya. Confundir al creador con lo creado es una forma de
panteísmo –todo es dios-, doctrina bastante secundada consciente o
inconscientemente en nuestro mundo y que da pie a una religiosidad débil y difusa,
descomprometida generalmente. Por el contrario, el cristiano sí cree que Dios está en
todo y en todas partes, porque sigue creando, enriqueciendo y animando con su
presencia la obra de sus manos.
Del cielo y de la tierra. La tierra, es decir, el lugar donde habitamos, y que
vamos conociendo en toda su riqueza y diversidad, gracias a los avances de la
ciencia y de la técnica. Ciertamente, el autor de Génesis 1,1 tenía una visión
muy local y limitada del significado de la palabra tierra. Podríamos afirmar que
nos separa de él un abismo, dada nuestra percepción más global en todos los
aspectos. Pero la fe en que Dios creó esta tierra donde habito no está
mediatizada ni por el tiempo transcurrido ni por el mayor o menor
conocimiento que yo tenga de ella.
El cielo. Como distinto, pero íntimamente ligado a la tierra. Son los dos
elementos que hacen posible y sostienen la vida, porque en el cielo Dios colocó
el sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el viento.
El cielo representa la inmensidad de lo desconocido y misterioso, por esta razón
ejerció siempre una fascinación sobre los hombres de todos los tiempos. Hemos
avanzado mucho en el conocimiento de sus leyes internas y desentrañado algunos de
los enigmas, pero ello nos ha llevado a plantear nuevos interrogantes, aumentando, si
cabe, el éxtasis inicial; basta ojear las noticias o leer algo sobre astrología y astrofísica.
Es curioso observar cómo van cambiando las teorías sobre el origen del universo,
probablemente porque la gran pregunta permanece abierta. Tan abierta como para el
primer hombre que miró al cielo.
Pues en el credo proclamamos que Dios creó el firmamento, el cosmos, tal como es, no
sólo tal como lo conocemos en la actualidad. Por tanto, cada nuevo descubrimiento
no debilita la fe. En la hipótesis de que algún día la ciencia terminara de explicar todos
los misterios del universo, no haría más que mostrarnos el cielo que Dios creó.
De todo lo visible. En clara referencia a lo que podemos definir como
maravillas, o sea, aquellos fenómenos o situaciones que se producen por la
conjunción de las distintas criaturas. La creación está dotada por Dios de vida
propia, que hace que el hombre se sienta extasiado ante ella. Imaginemos una
puesta de sol, una aurora boreal, la cima nevada de una montaña a la caída de
la tarde, el sonido de una cascada, el murmullo de las hojas, el sonido de una
flauta. Todo ello es también creación de Dios.
Creemos que la creación no es estática, sino dinámica; en Dios no hay momentos,
comienza su actuación, que se prolonga ya eternamente: crea y sigue creando,
ama y sigue amando, salva y sigue salvando.
Lo invisible. Es decir, de todas aquellas realidades que no pueden ser
directamente percibidas por nuestros sentidos. Imaginemos todo lo contenido
en la angelología, tanto los que sirven a Dios y ayudan a sus criaturas, como
quienes se revelaron contra él y ahora hacen el mal. Dios no creó el mal; éste
proviene de las decisiones tomadas por sus criaturas - hombres y ángeles-,
creados libres.
Respecto al hombre, lo invisible se refiere también al mundo espiritual, el alma, y a
sus manifestaciones: el amor, la amistad, la compasión, la ternura, que están
insertas en el hombre como un todo y que reflejan que fue creado a imagen de
Dios.
SALMO 148
Alabanza de la creación.
¡Aleluya!
Alabad al Señor desde el cielo,
alabadle en las alturas;
alabadle, todos sus ángeles,
alabadle, todos sus ejércitos.
Alabadle, sol y luna,
alabadle, astros luminosos;
alabadle, espacios celestiales
y aguas que están sobre el cielo.
Alabad el nombre del Señor,
porque él lo ordenó, y fueron creados;
él los afianzó para siempre,
estableciendo una ley que no pasará.
Alabad al Señor desde la tierra,
los cetáceos y los abismos del mar;
el rayo, el granizo, la nieve, la bruma,
y el viento huracanado
que obedece a sus órdenes.
Las montañas y todas las colinas,
los árboles frutales y todos los cedros; las
fieras y los animales domésticos,
los reptiles y los pájaros alados.
Los reyes de la tierra y todas las naciones, los
príncipes y los gobernantes de la tierra;
los ancianos, los jóvenes y los niños,
alabad el nombre del Señor.
Porque sólo su Nombre es sublime;
su majestad está sobre el cielo y la tierra,
y él exalta la fuerza de su pueblo.
¡A él, la alabanza de todos sus fieles,
y de Israel, el pueblo de sus amigos!
¡Aleluya!