Diócesis Villa de la Concepción del Río Cuarto
Carta Pastoral del Obispo - Febrero 2015 1
CARTA PASTORAL DE CUARESMA - 2015
INTRODUCCIÓN
Queridos hermanos:
El próximo 18 de febrero, con la celebración del Miércoles de Ceniza, iniciaremos el
sagrado tiempo de CUARESMA.
La Iglesia, en un largo retiro de 40 días, nos va disponiendo exterior e interiormente a
la celebración de nuestra fiesta mayor: LA PASCUA, es decir la “pasión, muerte y
resurrección de nuestro Señor Jesucristo”.
Deseo vivamente que todos los fieles cristianos de la diócesis de Villa de la
Concepción del Río Cuarto puedan aprovechar realmente este “tiempo fuerte”, este “tiempo
de gracia”. No lo dejemos pasar así nomás. El modo de vivir de nuestra sociedad con
frecuencia nos sumerge en la rutina y en la vorágine de las preocupaciones cotidianas.
Corremos el riesgo de no percibir las cosas importantes, de no percatarnos de las realidades
esenciales.
Necesitamos volver a Dios a través de la práctica del silencio, de la lectura de la
Palabra de Dios, de la oración personal y comunitaria, del ayuno, la limosna1 y, en especial,
de la celebración de la Eucaristía. Todo esto preparará nuestro corazón para tener los
“mismos sentimientos de Cristo Jesús”2, y poder unirnos más íntimamente al Él “quien fue
entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación”3.
Una carta pastoral orientadora
Quisiera, en esta cuaresma, escribirles una sencilla carta que pueda brindarnos
algunas pistas a fin de que nos ayuden a orientar el rumbo pastoral que queremos recorrer a
lo largo del presente año.
Ya en la diócesis se viene trabajando con una PLANIFICACIÓN PASTORAL que
comenzó en el 2011 y culminará en el 2016.
El objetivo general de este plan es la “RENOVACIÓN DE LAS PARROQUIAS”, de
acuerdo a la clara propuesta del Documento de Aparecida:
La renovación de las parroquias, al inicio del tercer milenio, exige reformular sus estructuras,
para que sea una red de comunidades y grupos, capaces de articularse logrando que sus
miembros se sientan y sean realmente discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión… 4
Esta renovación es propuesta a través de una “imaginación y creatividad
misionera” que lleve a superar “las estructuras caducas” que ya no evangelizan.
1.- Cf Mt 6, 1-6; 16-18 2.- Cf Fil 2,5 3.- Rm 4,25 4.- Documento de Aparecida, 172
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La Planificación señala, para cada año, un tema a trabajar. El que corresponde al
2015 lleva por título: “Al servicio de la Vida plena” y está tomado del capítulo III° del
Documento de Aparecida.
En relación al mismo, sencillamente les propongo un lema a fin de que ilumine las
actividades que se desarrollen en la diócesis durante este año. Recordándolo
frecuentemente, en los variados órdenes de nuestro quehacer pastoral, ayudará para hacer
presente el contenido doctrinal-pastoral que estamos reflexionando como Iglesia diocesana,
para dar así unidad a nuestro mensaje. El lema es el siguiente:
“Desde el compromiso personal y comunitario, acompañemos a nuestros hermanos hacia una vida plena”
A) “DESDE EL COMPROMISO PERSONAL Y COMUNITARIO…”
El compromiso, esta actitud tan venida menos a en la cultura actual, ha de surgir
espontáneamente de la conciencia de haber sido, como dice el Papa Francisco en la
Exhortación “La alegría del Evangelio”, “primereados” por el Dios Amor.
... La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en
el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al
encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos.
Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita
misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!...5
Este ser “primereados” es lo que experimentaron en su interior los que escucharon el
discurso de Pedro quien, luego de haber recibido al Espíritu Santo en Pentecostés, comenzó
a anunciar la Buena Noticia a la multitud allí reunida. Estas personas, tocadas por la gracia,
dispusieron su corazón y su vida al Dios que los estaba llamando a través de las palabras
de Pedro:
Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles:
«Hermanos, ¿qué debemos hacer?». Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el
nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu
Santo.6
También nosotros, como aquellos primeros que escucharon el anuncio del kerigma,
queriendo responder a la iniciativa del Amor del Señor que nos llama a través de la Iglesia,
nos preguntamos: ¿qué debemos hacer?...
La respuesta nos la da el Papa: comprometernos auténticamente con nuestros
hermanos saliéndoles al encuentro, buscando particularmente a los más alejados y a los
excluidos, brindándoles la misericordia que nosotros hemos experimentado del Padre.
5.- Cf. Evangelii Gaudium, 24 6.- Hech 2, 37-38
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Ahora bien, este compromiso no proviene de nuestra iniciativa, de nuestra entrega
generosa, de nuestra bondad, sino del haber comprendido vitalmente cuánto me amó
Dios. Ese amor infinito exige una respuesta sincera y concreta de nuestra parte. Así nos lo
expresa el apóstol San Juan en su primera carta:
En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también
nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Si alguien vive en la abundancia, y viendo a
su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?
Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. 7
Esta respuesta ha de ser de cada uno de los bautizados y también de toda la
comunidad. Por lo tanto requiere una disposición a “involucrarse”, tanto desde lo personal
como desde lo comunitario, siguiendo el modelo la primitiva comunidad cristiana, la cual
vivía con gran alegría la experiencia de estar juntos, unidos por el amor fraterno, la sencillez
y la solidaridad compartida, según nos narra el libro de los Hechos de los apóstoles:
Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y
sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente
unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y
sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor
acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.8
En estos tiempos “posmodernos” donde reina una cultura egoísta y avasallante, la
cual nos empuja sólo “a pasarlo bien”, a “hacer la tuya”, a “esquivarle al bulto”, al “no te
metás”, el Papa nos anima a ir contracorriente saliendo de nosotros mismos hacia los
demás, “involucrándonos con obras y gestos”, en su servicio.
… Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El
Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos.
Pero luego dice a los discípulos: «Serán felices si hacen esto» (Jn 13,17).
La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás ,
achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la
carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas
escuchan su voz… 9
Esta clara y exigente propuesta del Santo Padre no hay que entenderla como “algo
que hay que cumplir”, como un “deber” que quiere imponernos desde su misión como
Sucesor de Pedro, haciéndonos tomar conciencia de las obligaciones que genera nuestra
condición de bautizados…
¡No! ¡Es para que superemos la tristeza e insatisfacción propias de este mundo
lleno -y cansado- de sí mismo, experimentando la auténtica alegría que proviene del
darnos generosamente a los demás!... ¡Es para que seamos felices!!!
Así nos lo expresa con suma claridad desde el inicio de su Exhortación:
7.- 1Jn 3, 16-18 8.- Hech 2, 44-47 9.- Doc. de Aparecida, 24
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El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza
individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses,
ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no
se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.
Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se
convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena,
ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de
Cristo resucitado.10
Como dice el Papa Francisco, “los creyentes también corremos ese riesgo cierto y
permanente”... Ya lo había denunciado con agudeza el Card. Ratzinger en 1996, y cuyo
texto es tomado por el documento final de Aparecida:
… Nuestra mayor amenaza es “el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual
aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y
degenerando en mezquindad…”11
Luchemos contra ese “gris pragmatismo” proveniente de nuestro inveterado
egoísmo, que se presenta como una constante tentación, centrándonos en mezquinos
intereses que nos frustran, tornándonos insaciables, quejosos, tristes…
La manera de superar esta tentación es entregándonos con coraje y alegría al
servicio de los otros. Así podremos alcanzar una “vida digna” para nosotros y para los
demás, “Vida” que se nos regala de lo alto.
B) “…ACOMPAÑEMOS A NUESTROS HERMANOS HACIA UNA VIDA
PLENA”
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a
unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había
ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con
ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran...12
Contemplemos e imitemos el ejemplo de Jesús Resucitado, quien discretamente se
acerca a los dos discípulos que regresaban tristes y decepcionados a Emaús, para caminar
a su lado en su penoso peregrinar.
Nosotros también, apoyados en su gracia, hemos de acercarnos a todos nuestros
hermanos que sufren de múltiples maneras, a fin de acompañarlos proponiéndoles el
consuelo que nos regala el Señor. Así nos lo pide el Santo Padre en su Exhortación
Apostólica:
…Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en
todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante
apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites…13
10.- Evangelii Gaudium, 2 11.- Doc. Aparecida, 12 12.- Lc 24, 13-16 13.- Doc. de Aparecida, 24.
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Podemos preguntarnos: ¿qué supone este “acompañar” propuesto por el Papa
Francisco?
1°. Ante todo supone comunicar la “Vida nueva” que nos trajo Cristo
La gran novedad que la Iglesia anuncia al mundo es que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre,
la Palabra y la Vida, vino al mundo a hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1,4), a
participarnos de su propia vida. Es la vida trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la vida
eterna. Su misión es manifestar el inmenso amor del Padre, que quiere que seamos hijos suyos…14
Esto es lo primero que hemos de proclamar a todos los hombres: Cristo nos trajo la
“vida nueva”, la “vida eterna”, la “vida de Dios”, haciéndonos sus hijos. En este
“anuncio” radica el auténtico sentido de la existencia humana y la posibilidad de tener una
esperanza cierta.
“Jesús, el Buen Pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la
vida”… Ahora bien, esa “vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en
plenitud la existencia humana «en su dimensión personal, familiar, social y cultural»”…15
Jesucristo, el “hombre nuevo”, quiere comunicar esta “vida nueva” para el bien y el
desarrollo de “todo” el hombre, es decir, de todas las dimensiones de su existencia.
En la sociedad en que vivimos y actuamos, “… el consumismo hedonista e
individualista, que pone la vida humana en función de un placer inmediato y sin límites,
oscurece el sentido de la vida y la degrada. La vitalidad que Cristo ofrece nos invita a
ampliar nuestros horizontes, y a reconocer que, abrazando la cruz cotidiana, entramos en
las dimensiones más profundas de la existencia… Jesucristo nos ofrece mucho, incluso
mucho más de lo que esperamos…”16
El mensaje cristiano no menoscaba sino que acrecienta la vida del hombre. Cristo
“nos invita a ampliar nuestros horizontes” dándonos, mediante su gracia, la maravillosa
oportunidad de trascender la chatura de la propuesta que nos hace esta sociedad cerrada
en un materialismo que enajena, degrada y deshumaniza.
Esto es lo que los cristianos debemos proclamar en alta voz y con el testimonio,
sencillo y alegre, de nuestra existencia.
Pero podemos seguir preguntándonos: ¿a quién se ofrece esa vida plena?
2°. Esa “Vida plena” Cristo nos la ofrece a todos pero, de manera
especial, a los que más la necesitan
Pero, las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y
su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor
compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer es
14.- Doc. de Aparecida, 348 15.- Cf. Doc. de Aparecida, 353, 356 16.- Cf. Doc. de Aparecida, 357
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incompatible con esas situaciones inhumanas. Si pretendemos cerrar los ojos ante estas
realidades no somos defensores de la vida del Reino y nos situamos en el camino de la muerte:
“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El
que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3, 14). Hay que subrayar “la inseparable relación entre
amor a Dios y amor al prójimo”, que “invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y
las enormes diferencias en el acceso a los bienes”...17
Como tantas veces lo ha denunciado Francisco son demasiados los que sufren esta
“cultura del descarte”, excluidos del sistema, abandonados a sí mismos, sin posibilidades y
sin alguien que les dé una mano. Los cristianos no podemos “cerrar los ojos ante estas
realidades”. El mandamiento del amor nos compromete a todos los bautizados a trabajar por
la vida plena de nuestros hermanos, en especial los excluidos e ignorados.
¿Qué puedo y debo hacer entonces, como bautizado, en orden a acompañar a
nuestros hermanos comunicando esa vida plena que recibimos de ÉL?
3°. Fundamentalmente, aprender a “dar la vida” por los demás en una
entrega total y generosa
Hemos de pedir la inestimable gracia de Dios de entregarnos de lleno a los demás,
desde la situación personal en la que nos encontremos, acompañándolos hacia la vida
plena.
La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los
que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la
misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado
enfermizo de la propia vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive
mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo: “Quien aprecie su vida terrena, la
perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y
madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.18
Esta aseveración de Aparecida, que nos interpela personalmente a cada uno como
bautizado, también tiene su connotación eclesial y comunitaria, dado que también como
Iglesia, como comunidad, podemos caer en una práctica religiosa rutinaria, en un
aburguesamiento cómodo, en una sutil indiferencia alejándonos de un compromiso real y
efectivo con los que más nos necesitan, sea cual fuere su situación de vida.
Es por eso que se hace imprescindible una oración confiada e insistente, junto a la
Virgen Madre, a fin de que se produzca un nuevo Pentecostés.
El fuego del Espíritu Santo ha de sacudirnos fuertemente a fin de liberarnos de las
flojedades y mediocridades que experimentamos, frecuentemente, en las comunidades, en
las parroquias, en la diócesis, en la Iglesia entera.
… La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el
estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente.
17.- Doc. de Aparecida, 358 18.- Doc. de Aparecida, 360
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Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de
la vida en Cristo.
Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al
ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza…
Invocamos al Espíritu Santo para poder dar un testimonio de proximidad que entraña cercanía
afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la
justicia social y capacidad de compartir, como Jesús lo hizo. Él sigue convocando, sigue
invitando, sigue ofreciendo incesantemente una vida digna y plena para todos…” 19
Finalmente nos preguntamos: ¿cuál sería el camino que nos conduzca a una
renovación a fin de acompañar a nuestros hermanos hacia la vida plena?...
4°. Un sincero camino de conversión
Tanto los Obispos en Aparecida como la Exhortación del Papa Francisco nos
proponen “un sincero camino de conversión” a fin de lograr la ansiada y necesaria
renovación. La conversión, realidad esencial y cotidiana en la vida del cristiano, es
presentada como:
“Conversión pastoral”20
La conversión personal despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del
Reino de vida. Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y
laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que
implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29)
a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta. 21
¿En qué consiste la conversión pastoral?
a. Ante todo es una conversión personal a Jesucristo y a su “Buena Noticia”…
Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena
Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse
y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,14-15)
Esta conversión a Jesucristo y a su Evangelio es la raíz y la condición de posibilidad
de toda otra conversión, porque “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una
gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”22.
La conversión personal y comunitaria a Jesucristo constituye la condición absoluta de
posibilidad de toda conversión pastoral de la Iglesia.
Por ello estamos convencidos de que “…Conocer a Jesús es el mejor regalo que
puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha
ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo”.23
19.- Cf. Doc. de Aparecida, 362, 363 20.- Para este punto recomiendo la lectura del trabajo de Mons. Víctor M. Fernández titulado: Conversión pastoral y nuevas estructuras, ¿lo tomamos en serio?, Ágape, Buenos Aires 2010 21.- Doc. de Aparecida, 366 22.- Benedicto XVI, Deus Caritas est, 1 23.- Doc. de Aparecida, 29
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Con sencillez, claridad y mucha energía nos exhorta el Santo Padre:
Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo
su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él,
de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no
es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el
Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya
esperaba su llegada con los brazos abiertos…24
Una Iglesia misionera se concentra en el anuncio del mensaje central de nuestra fe,
el “kerigma”: “Jesús murió y resucitó por mí”. Este anuncio provoca un encuentro
salvífico con Jesucristo vivo, que me busca, me “primerea”, dándole un nuevo y
esperanzador sentido a mi existencia.
b. La consecuencia de esta conversión es el seguimiento de Jesucristo, “ser su
discípulo”…
Si no tengo la convicción real de que Cristo ha de ser el centro de mi vida no habrá
un interés sincero por llevar a otros a ese encuentro de amistad. Si el servicio al prójimo es
amor sincero hay que promover que el que recibe mi mensaje se encuentre de una manera
personal y profunda con Jesucristo.
De la misma manera, si la oración es sincera, la apertura al verdadero Cristo impulsa
al compromiso y a la misión. La lectura espiritual de la Palabra y la vivencia de la Eucaristía
iluminan y fortalecen nuestro corazón a fin de acoger el modelo de un Cristo entregado
totalmente a los demás, acompañando su vida y destino.
c. Luego, la conversión pastoral significa “pasar de una pastoral de mera
conservación a una pastoral decididamente misionera”…
Cuando Jesús invita a su seguimiento, en la misma invitación se advierte un llamado
a la misión: “Síganme y yo los haré pescadores de hombres” (Mt 4,19).
El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado…25
Benedicto XVI nos recuerda que: El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12).26
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica nos dice: “Juan Pablo II nos invitó a
reconocer que «es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio» a los que están
alejados de Cristo, «porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia»… ¿Qué sucedería si
nos tomáramos realmente en serio esas palabras? Simplemente reconoceríamos que la
24.- Evangelii Gaudium, 3 25.- Cf. Doc. de Aparecida, 278e 26.- Cf. Doc. de Aparecida, 146
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salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia…”27
La Iglesia ha de ser como una madre que sale al encuentro. No podemos
contentarnos “con la simple administración” de lo que ya existe, ni “podemos quedarnos en
espera pasiva en nuestros templos”.28
Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes
pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier
institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con
todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las
estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.29
Esta conversión a la que nos invita Aparecida, es un llamado imperioso a ser más
misioneros de lo que somos hasta ahora, con una opción más decidida y contundente por
orientar todo a la misión. Nos dice Francisco en la “Alegría del Evangelio”:
Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está
llamada a la conversión misionera… 30
Por ello la conversión pastoral tiene que tocar los diversos ámbitos de la pastoral
ordinaria, empezando por la parroquia, las capillas, las comunidades, la catequesis, la
celebración de los sacramentos, las estructuras diocesanas… La reforma de las mismas se
entiende en este sentido: procurar que se vuelvan más misioneras y coloque a los agentes
pastorales en constante actitud de salida, en especial hacia las periferias, hacia los más
alejados…
Además, cuando se habla de procesos constantes de renovación misionera queda
claro entonces que la conversión pastoral no se expresa sólo en la decisión de organizar
algunas misiones, sino de entrar “en un estado permanente de misión”.31
d. Estar atentos a la realidad
La conversión de los pastores exige en primer lugar la disposición para una atenta
escucha de lo que el Espíritu dice a través de la realidad y a través del pueblo, de manera
que se pueda adaptar la acción pastoral a esa realidad.
La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su
vida acontece en contextos socioculturales bien concretos…32
… En este campo, se requiere imaginación para encontrar respuesta a los muchos y siempre
cambiantes desafíos que plantea la realidad, exigiendo nuevos servicios y ministerios…33
No es tan obvio ni normal que un pastor esté atento a la realidad. Por eso la
27.- Cf. Evangelii Gaudium, 15 28.- Cf. Doc. de Aparecida, 370, 201, 548 29.- Doc. de Aparecida, 365 30.- Evangelii Gaudium, 30 31.- Cf Doc. de Aparecida, 213, 251 32.- Cf. Doc. de Aparecida, 367 33.- Cf. Doc. de Aparecida, 202
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conversión pastoral exige, a veces, una especie de despertar cuando estamos adormecidos,
cuando nos volvemos incapaces de mirar la realidad y reaccionar. Se trata de ir
transformando las tareas a fin de que se adapten a los cambiantes reclamos de la realidad,
para transmitir adecuadamente el mensaje evangélico.
No podemos repetir siempre lo mismo, de la misma manera. La renovación misionera
supone una ascesis que nos libere de una instalación cómoda y perezosa en nuestras viejas
estructuras incentivándonos a desarrollar nuevas inclinaciones y actitudes.
Por eso el Papa, siguiendo la inspiración profética de Aparecida, expresa en su
Exhortación:
La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha
hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades… 34
CONCLUSIÓN
Así como el Espíritu Santo habló mediante el discurso de Pedro después de
Pentecostés, sigue hablando en estos tiempos a la Iglesia a través del acontecimiento de
Aparecida y del Magisterio del Papa Francisco.
Frente a su interpelación también nosotros, como aquellos primeros que escucharon
el mensaje de Pedro, nos debemos preguntar: ¿qué debemos hacer?...
La respuesta a esta inquietud es un llamado imperioso a que cada bautizado como
toda la comunidad eclesial se involucren, comprometiéndose a acompañar a los
hermanos hacia una Vida plena.
Esta Vida plena comunicada por Jesucristo toca al ser humano por entero y
desarrolla en plenitud su existencia. La misma es ofrecida a todos los hombres pero en
particular a los abandonados, excluidos e ignorados por esta “cultura del descarte”.
El compromiso de acompañar a los hermanos para que encuentren esta Vida que
nos trae Jesús, supone salir de nosotros mismos hacia los demás en una entrega total y
generosa de acuerdo a la enseñanza del Señor: “… el que quiera salvar su vida la
perderá; y el que pierda su vida a causa de mí la encontrará”.35
Esta entrega es una gracia del Espíritu Santo quien, con su fuego de amor, nos
libra de la tristeza propia de esta cultura egoísta y nos contagia los mismos sentimientos de
Jesús, esto es, cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo,
reconciliación, compromiso con la justicia social, capacidad de compartir…
Para ello debemos disponer nuestro corazón mediante la conversión que supone
“un dejarse encontrar” por Jesucristo, adhiriéndonos sinceramente a su persona y siguiendo
34.- Evangelii Gaudium, 33 35.- Mt 16,25
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sus huellas como auténticos discípulos.
Este encuentro, que llena de alegría nuestro corazón, nos impulsa inmediatamente a
anunciarlo, a la misión36; dándonos la valentía de mantenernos perseverantes en ella pese a
las dificultades, tal como les sucedió a los primeros discípulos quienes ante las amenazas
del Sanedrín respondieron: “Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído”.37
También nuestra diócesis, nuestras parroquias, movimientos e instituciones deben
hacer la experiencia de conversión en un proceso constante de renovación misionera,
liberándose de las “estructuras caducas” que ya no evangelizan y entrando en “un estado
permanente de misión” que los impulse a salir, en especial hacia las periferias geográficas y
existenciales, reconociendo que, como nos insiste el Papa Francisco, “la salida misionera
es el paradigma de toda obra de la Iglesia…” 38
Qué la Inmaculada Concepción nos regale a todos, los que buscamos ser fieles a
este llamado del Espíritu Santo a través de la Iglesia, la gracia de ser instrumentos de Dios
en el “acompañar a nuestros hermanos hacia una Vida plena”.
+Adolfo A. Uriona fdp Obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto
36.- Cf.Jn 1,35-42 37.- Hech 4,20 38.- Cf. Evangelii Gaudium, 15
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