C a r l o s G e r m á n B e l l i
¡OH HADA CIBERNÉTICA!
Lima, 1962
I
¿Por qué me han mudado
del claustro materno
al claustro terreno,
en vez de desovarme
en agua o aire o fuego?
Bien que para muchos es tanto cielo
cuanto para mí infierno,
quedo allí y a cada paso dejando,
por quitarme esas pajas,
mi piel sí y aun mis huesos y aun más
tuétanos.
CUANDO EL SESO TIENE LA ALTURA DE UN GRANO DE ARENA
De los libros el luminoso plectro
diríase que pasa
a ser lía del recto,
pues después de tanto leer sin tasa
nada ha quedado en casa.
Algún día el amor
yo al fin alcanzaré,
tal como es entre mis mayores muertos:
no dentro de los ojos, sino fuera,
invisible, mas perenne,
si de fuego no, de aire.
En este valle de heces no finible
véome que soy zaguero
de canillas, de cuero, de garguero;
mas hartóme de contento
al tener menos lazos, menos peso,
menos días por delante.
(a modo de Pedro de Quirós)
Ni por una sola vez son codiciados
mi morada, tu robre,
mi amor, el tuyo,
mi rabel, tu canto,
¡ay tórtola!, ¿entonces también contigo,
cuanto breve, codiciado,
cuanto grande, desdeñado?
El frío miedo porque yo al miraros
os vea esquiva más que ayer airada,
hace que cada poro de mi cuerpo
sea un ojo al acecho;
mas ¿así será siempre
este cuero erizado,
en un millar de ojos transfigurado?
En vez de humanos dulces,
por qué mis mayores no existieron
cual piedra, cual olmo, cual ciervo,
que aparentemente no disciernen
y jamás a uno dicen:
“no dejes este soto,
en donde ya conoces
de dó viene el cierzo, adó va el noto”.
Una desconocida voz me dijo:
“no folgarás con Filis, no, en el prado,
sí con hierros te sacan
del luminoso claustro, feto mío;”
y ahora que en este albergue arisco
encuéntrome ya desde varios lustros,
pregunto por qué no fui despeñado,
desde el más alto risco,
por tartamudo o cojo o manco o bizco.
Si aire sólo hay en mi bolsa y en mi seso,
yo entonces flébil colijo
que las ventas de mis barras ferrosas
durante tantos años,
y aun mi voraz lectura,
han sido no más para mi vientre laico,
en cuyo seno ignoto
quedaron convertidas
primero en heces, luego en feble polvo,
y al final todo en nada.
¡Oh alma mía empedrada
de millares de carlos resentidos
por no haber conocido el albedrío
de disponer sus días
durante todo el tiempo de la vida;
y ni una sola vez siquiera
poder decirse a sí mismo:
“abre la puerta del orbe
y camina como tú quieras,
por el sur o por el norte,
tras tu austro o tras tu cierzo…!”
¡ABAJO LAS LONJAS!
¡Oh Hada Cibernética!,
cuándo de un soplo asolarás las lonjas,
que cautivo me tienen,
y me libres al fin
para que yo entonces pueda
dedicarme a buscar una mujer
dulce como el azúcar,
suave como la seda,
y comérmela en pedacitos,
y gritar después:
“¡abajo la lonja del azúcar,
abajo la lonja de la seda!”
Si acaso a este orbe
al fin alguna vez
el Hada Cibernética llegare,
nosotros no vamos
por el valle gritando:
“¡qué viva el vino!, ¡qué viva la cópula!”,
quizás no breve nuestro paso fuera,
si de ocio y de amor desbaratado,
pues el mágico estambre de la vida,
tan copioso sería
como aquel en que el pájaro
su vuelo estriba firme,
o sus copas el árbol,
o las piedras su peso.
¡Oh alimenticio bolo, mas de polvo!,
¿quién os ha formado?
Y todo se remonta
a la tenue relación
entre la muerte y el huracán,
que estriba en que la muerte alisa
el contenido de los cuerpos,
y el huracán de los lugares
donde residen los cuerpos,
y que después convierten juntamente
y ensalivan
tanto los cuerpos como los lugares,
en cuál inmenso y raro
alimenticio bolo, mas de polvo.
Papá, mamá,
para que yo, Pocho y Mario
sigamos todo el tiempo en el linaje humano,
cuánto luchasteis vosotros
a pesar de los bajos salarios del Perú,
y tras de tanto tan sólo me digo:
“venid, muerte, para que yo abandone
este linaje humano,
y nunca vuelva a él,
y de entre otros linajes escoja al fin
una faz de risco,
una faz de olmo,
una faz de búho.”
Si el bolo alimenticio
entra al espacio interno,
dejando en mi revés
las huellas de su paso,
y las bolas de fuego
en el espacio cósmico
súbitamente cruzan
de un polo a otro polo,
entonces me pregunto:
¿qué bolo alimenticio
horadará mi vientre,
o cuál bola letal
desprenderá sus brasas
y asolará mi nave?
¡Oh padres, sabedlo bien:
el insecto es intransmutable en hombre,
mas el hombre es transmutable en insecto!,
¿acaso no pensabais, padres míos,
cuando acá en el orbe sin querer matabais
un insecto cualquiera,
que hallábase posado oscuramente
del bosque en el rincón más manso y lejos,
para no ser visto por los humanos
ni en el día ni en la noche,
no pensabais, pues, que pasando el tiempo
algunos de vuestros hijos
volveríanse en inermes insectos,
aun a pesar de vuestros mil esfuerzos
para que todo el tiempo
pesen y midan como los humanos?
En saliendo del vientre tu canilla
no tuvo ni una astilla
de pie ni tu garguero
una astilla de lengua,
mas ¿por qué otros pie y lengua de lucero
desde el vientre tuvieron sin más mengua
para andar, para hablar?
Cuántas deslizaduras has mirado
otras firmes canillas al pasar,
cuando entre pitos gamo raudo cruza,
aun más que el fuerte viento que le azuza;
y cuánta lengua parlera
se menea aunque el dueño no lo quiera,
día y noche, por quitarme esa paja;
y tú te enciendes, te asas bajo el cuero
al ver que ante zagala no desgaja
ni una sola palabra el gargüero.
Sea así; yo os confieso:
he decidido alisar los repliegues
de mi culpable alma, tan similares
a aquellos de la bolsa en que se guardan
cien mil barras ferrosas;
y, cual la holanda, será pura y lisa,
aunque para alcanzar tal lienzo blanco,
desde ahora me vaya en demasía
purificando con el crecimiento
de una giba, cuanto invisible, grande,
que llevo como carga en las espaldas,
a más del pavor y la vergüenza
de verme con mi víctima o soñarla;
y aunque ya sufra ahora mi condena
a aquello superior por mí dañado,
no lo lamento, muerte, porque quiero
llegar hasta vos cuán embebecido
en mi dolor y no tener sentidos;
y el cuero adentro sea lienzo liso.
Qué hago con este aposento,
este cuero,
este seso,
si nadie los codicia
un poco,
papá
mamá;
y me pregunto si ha sido en vano
que me hayáis prestado
este aposento,
este cuero,
este seso,
papá,
mamá.
II
Los graves desperfectos
del cojo, o manco o tuerto,
que son como del ave cruda liga,
pregúntome si existen
¿por mí, crudo yo, o por ti, hado crudo?;
mas si yo solo fuera
¿dónde ocultaré entonces
avergonzado mi dañina culpa,
que es también cruda liga
a mi pie y a mi mano y a mi ojo?
¡Ay muerte!, no te acerques,
pues ando todavía,
a estas alturas de mi vida,
hidrópico de todo,
cual si fuera un flamante ser fetal;
e inerme, mal mi grado, con mi seso,
que es un grano de arena,
con este cuero, cuanto oscuro, pobre.
En esta playa sin arena, sin mar, sin peces,
do me hallo mal mi grado,
a mis miles de añicos añudado,
pienso yo muchas veces,
que entre sí hayan pactado
desde su edad primera,
para prevaler sobre mí no más,
el extraño, el amigo o el hermano.
En tanto que en su hórrido mortero
el tiempo me va trociscando a diario,
en un horno yo yazgo no de cal,
sino de burla humana,
como cuando el gigante
a los pigmeos dice: “¡bah, hi de pulga!”;
porque a estas alturas de mi vida,
aunque cebado me hayan mis mayores
con la perdiz moral,
no sobrepujo nada,
ni aun de la arena un corto grano oscuro.
EL CRÁNEO, EL ÁRBOL, LOS PLAGIOS
Un cráneo arbolado
o un árbol craneal,
tal es lo que yo quiero,
para poder leer
mil libros a la vez;
un árbol con cráneos
sobre cada rama,
y en el seno hambriento
de cada cráneo romo,
un bolo alimenticio
armado de plagios,
mas de plagios ricos.
¡Oh hado!, ¿harás que no sea vomitado
por tu agua, tu aire, tu fuego
o la dulzura de tu reino ignoto,
cuando a tu seno llegue
por tantos molimientos,
con mi cuerpo y mi alma
ya parte del mortero
do se muelen las desabridas sales?;
pues quien jamás el ocio ha conocido,
es cuán agrio aun más allá de la muerte.
De los crudos negocios el mortero
o el mortero de la salud perdida,
allí es donde he molido sólo el tiempo,
sin más alternativa
que ver moler mis días
como trociscos blancos;
pero ¿por qué molido yo por siempre,
hasta en el mismo seno de mi tiempo?,
en tanto que en los otros,
¡qué de negocios blandos,
qué de vientres y pies y manos fuertes!
Yo pese al paso largo de los años
aún hállome en cuclillas,
cual si fuera un flamante ser fetal,
en tanto que en vosotros
¡qué de alturas, qué de pesos, qué de ocios!;
mas os digo que cuando al fin no existan
en los valles del orbe
estos chiles, perúes o ecuadores,
que miro y aborrezco,
nadie habrá entonces en fetal postura
sobre el ya liso suelo.
¡Cuánta existencia menos cada vez,
tanto en la alondra, en el risco o en la ova,
cual en mi ojo, en mi vientre o en mis pies!,
pues en cada linaje
el deterioro ejerce su dominio
por culpa de la propiedad privada,
que miro y aborrezco;
mas ¿por qué decidido yo no busco
de la alondra la dulce compañía,
y juntamente con las verdes ovas
y el solitario risco,
unirnos todos contra quien nos daña,
al fin en un linaje solamente?
¡Oh hado mío!, después de mil mudanzas
de moral y de duelos y de escamas,
¿por qué no haces que vea ante mí un valle,
con lo dulce y lo propio solamente
de la rosa amarilla esmaltado?;
pues tras muchas mudanzas,
en mis contornos sólo de repente
veo un arrabal, restos de los amos,
y en medio de una de sus crueles calles,
un atril y un libro y un claro plectro
a los sedientos plagios destinado.
Yo pregunto:
“¿dó mi lucro,
dó mi lucro?
¿por qué siempre
¡ay!, sin lucro?”
si mi cuero
cada día
lo adentella
el alano
de faenas
combustibles,
entre tanto
que los amos
van dejando
sobre el orbe
sólo daños.
A Felipe y Perla
No el desperfecto, no, de las máquinas
de aqueste valle, nunca cegajosas;
donde siempre se olvida la tristeza
de la rosa amarilla solitaria,
que mustia yergue, cuanto alegre el aire,
sus pétalos en medio de otras rosas;
mas si hondísima herida,
que lento desmorona
los hidrópicos tuétanos,
tornando en polvo el hueso
de aquel que nunca tuvo ni un momento
en sus miembros el raudo movimiento,
tal lo que está prescrito
en hombres y animales sobre el orbe.
Esquívanme ¿por qué? su secreto seno
las áureas aras del azar florido,
donde seguro estoy que me hallaría,
cual un ufano pez sobre las ondas;
mas ¿quizás será porque siempre yo,
del yermo gerifalte, sed poseo
de ocasiones fortuitas no finible,
que muy contadas veces cede el hado?;
¿o el rocío que súbito destila
el azar sobre el labio asaz hidrópico,
hórridos gorgoteos causar puédeme
en el ignoto garguero del alma,
rompiendo de las aras el silencio?
Nunca seguro yo jamás, ¿por qué?
y diciéndome solo,
contrastando mi corazón desierto
al del felice bético pastor,
¿qué dulce mano al fin deslazará
mi cautiva cerviz,
o a qué cardinal punto dirigir
el desconcierto de mi paso mísero?
Y dígome cuán infalible yo
en el seno sería de las aras
del Amor dulces o del Azar lúcidas,
porque por el jamás finible fuego
de mis entrañas hondas,
pintiparado, de cuidado exento,
discurrido allí hubiera,
como pez en el agua;
mas cuánta veda de los hados cruda
hubo contra mí, aborrecido y mustio,
tal oscuro gusano,
que nunca en los mercados
discurrir puede de la seda acerbos.
No del seso, no, por los ornamentos,
mas sí por la común necesidad
debería el salario ser siquiera,
en tanto que a aqueste valle arisco,
del vario pan llevar así desnudo,
la diosa Cibernética al fin llegue;
pues yo, aunque vivo, amortiguado yazgo,
como aquel, como el otro, como muchos,
porque el no solar seso veda siempre
mi incierto paso al feudo del oficio
por el linaje humano codiciado.
¡Oh Hada Cibernética, ya líbranos
con tu eléctrico seso y casto antídoto,
de los oficios hórridos humanos,
que son como tizones infernales
encendidos de tiempo inmemorial
por el crudo secuaz de las hogueras;
amortigua, ¡oh señora!, la presteza
con el que el cierzo sañudo y tan frío
bate las nuevas aras, en el humo enhiestas,
de nuestro cuerpo ayer, cenizas hoy,
que ni siquiera pizca gozó alguna,
de los amos no ingas privativo
el ocio del amor y la sapiencia.
¡Oh dulce viento austrino,
cuanto invisible, portador prolijo
de las más varias cosas!,
os venero y pregunto,
inclinándome a vuestro ondoso paso,
¿a qué cardinal punto
mi olvidado despojo, vuelto polvo,
tras la injuria del tiempo,
impelido será en el claustro azul?
Que el cierzo sólo deseo lo espire
hacia el lejano sur,
de donde, ¡oh austro!, me trajisteis ya
una ninfa en volandas y ventura,
que asiento en el linaje humano ajeno
ha hecho que yo tome, aunque así tarde,
tal como los pastores por el hado
las albas sienes béticas
con el amoroso lauro coronadas.
¡Oh apacible padre mío!,
recién a estas alturas de mi vida,
u hórridas honduras mejor digo,
he columbrado al fin
los lingotes de mala fe ferrosa,
que en cuántos subcutáneos continentes
sin tasa alguna atesorados yacen;
mas antes de mi muerte,
en el oscuro fuero aborrecido,
cual un hecho de azar,
en tiempo y orbe sin memoria alguna,
no cual crudo alboroto,
mas sí en silencio habrá y en nieve y aire
la rebelión primera
del varón con la buena fe cebado.
Yo en nada ya me fío,
ni en un grano estribar medroso puedo
de arena mi pie flaco,
pues a más fiera usura
del no inga varón cruel,
con menos ansias cuento
y menos ocio y menos dulce amor;
¡oh enriscado orbe!, abridme
vuestra farmacia entonces,
para que entre la niebla pueda alzar
algún trocisco yo,
que me libere, bien que breve sea,
desta escafandra de mil miedos fija
al ras del cráneo mío mal mi grado,
que no sólo del agua me distancia,
sino del aire y del fuego y de todo.
¡Oh dulcísima, si bien aún ignota
cibernética diosa!,
preguntarte oso otra vez
casi ya sin aliento,
si mi oscura cerviz cuán enlazada
al sauce endemoniado, de ocio ausente,
y la del mauritano pastor mustio,
desde inmemorial año
a crudos cepos añudada siempre,
algún día liberarás al fin
para que juntamente
con el felice bético pastor,
buscar podamos todos,
no en ensueños ya, sino del azar
en el florido fuero,
el perenne amoroso encendimiento.
¿El lucro, el lucro al fin
del reparador alimento habré,
no del combustible orbe, mas del aire,
¡ay!, en seguida de que yo perezca,
luego luego de aquestos fieros duelos?,
¿o a merced como ahora seguiré
deste que a frágil barca mía anega
sañudo pronto, de agua no, de fuego,
y que a la popa y proa deja siempre,
cual escalfados huevos,
y sin piedad destroza?
El inmemorial hi de aire, el hi de aire
desovado fue al alba aun entre notos,
sobre un colchón al aire libre puesto,
de tenues plumas blancas fabricado,
mas cuál cruda ironía y cuál rareza,
que el no hi de perra, no, mas sí hi d aire,
nunca marchó jamás andando el tiempo
ni en breve tramo del ondoso claustro,
aun a pesar de ser del aquilón
no secuaz sólo, mas encendido hijo.
La lanza de los códigos terrestres,
tanto filuda, cuanto encancerada,
cualquier día romper las paredes
de papel puede de mi vaso endebles,
que a la sangre y al ánimo contiene;
mas cual corzo ante el dardo que lo acosa
con saña mayor cuando menos breñas,
a priesa huir las lanzas osaré,
bien que desde mi vaso los escombros
no de fino papel, mas sí de lija.
El Austro, que me trajo, y el Aura
al orbe, a otro polo, por mi yerro
se anduvieron hace tiempo raudamente;
y Aquilón, tierno hermano, que feliz
tras de mí llegó, súmenlo al presente,
por mi yerro, del orbe los fogajes;
y ¡ay!, en fin, filicida yo también,
cual parricida soy, cual fratricida,
pues mi progenie, grácil e inocente,
los eructos humanos, por mi yerro,
sañosos la disuelven raudo en nada.
Ya calo, crudos zagales desta Bética
no bella, mi materia, y me doy cuenta
que de abolladuras ornado estoy
por faenas que me habéis señalado
tan sólo a mí y a nadie más ¿por qué?;
mas del corzo la priesa privativa
ante el venablo, yo no podré haber,
o que el seso se me huya de sus arcas
por el cerúleo claustro, pues entonces
ni un olmo habría donde granjear
la sombra para Filis, o a mis vástagos,
o a Anfriso tullido, hermano mío;
pero no cejaré, no, aunque no escriba
ni copule ni baile en esta Bética
no bella, en donde tantos años vivo.
LIMA LA HORRIBLE
César Moro