micros
Antología del taller de microrrelato del Cuartel
de Artillería (Murcia). Otoño de 2014.
Alumnos:
Cari Blázquez
Cristian Capella
Emilio San
Carmela Morales
Yolanda Pedreño
Tamara Valero
Fernando Noguera
Paco Frutos
ECO (Pseudónimo)
Héctor Tarancón
Paola Vegara
Francisco Gómez
Ana López Santacruz
Profesor:
Basilio Pujante
Homenaje a los Monty Python
Hoy me he levantado con ganas de mejorar. La ducha no
lo sabía y se ha estropeado, además, me ha dado la corriente al
tocar el interruptor. De pronto ha sonado el timbre y una voz al
otro lado me dice:
- ¿Es usted donante de hígado?
Y pienso, ¿Para ser donante no hay que estar muerto
primero?
Y ellos: No se preocupe, ¡el orden de los factores no altera
el producto! Y han empezado a matarme.
Así que me he acordado de esa peli de los Monty Python
que dice: “Cuando la vida se ponga difícil, no olvides sonreír y
busca siempre el lado positivo de la vida”.
Y eso hago, sonrío mientras me cortan el esternón con la
cizalla y en mi cabeza resuena el “Always look on the bright
side of life….”
Cari Blázquez
El regalo de su vida
El mismo día que nació le compraron un ataúd. Era
grande. Tan grande, que cuando era un bebé, dormía en una
inmensa cuna. Tan espacioso, que durante su infancia,
guardaba allí todos sus juguetes. Hizo de aquel espacio un lugar
donde esconderse, para desaparecer, en su etapa adolescente.
No fue nada casual que, con la locura de la juventud, fuese allí
mismo donde perdiese la virginidad. Cuando se independizó, era
una parte más del ajuar en el centro de su salón. Ya con la
madurez, daba vueltas sobre su alrededor, para observar desde
todos los ángulos cómo pasaban por allí las horas muertas. En
los años restantes, envejeciendo los dos a una quietud forzada,
fue convirtiéndose en un baúl en el que se depositaban los
recuerdos de toda una vida. Con la experiencia adquirida de
alguien que ha vivido tanto, supo el instante justo en el que iba
a morir, y sin más, se introdujo en él.
Ahora, el ataúd, deducía bajo tierra, que él era un cofre. Y
que su función consistía en velar por un valioso tesoro; el regalo
de su vida.
Cristian Capella
Siluetas
La noche era lluviosa. De esas noches en las que la lluvia,
lejos de ser evocadora, infunde cierto temor.
Desde el ojo de buey en su camarote del barco, el Capitán
observaba melancólico, los rayos sumergiéndose en el oscuro
océano.
A cada rayo, seguía un trueno, y a este, un grito ahogado,
mezclándose con el golpe de las olas contra el casco del barco.
Y a cada golpe de mar, una silueta... cayendo por la borda.
Para eso sirven los pobres marineros; para matar el
tiempo, las noches de tormenta.
Emilio San
Hotel con encanto
Llegué al hotel de madrugada y cogí una habitación para
pasar el fin de semana. Solos yo y Hachi. Una señora mayor nos
acompañó a la habitación con una vela para alumbrarnos.
Cuando leí en la página web que era un hotel muy antiguo no
imaginé que ni siquiera tuviera luz eléctrica. Al llegar a la
puerta, algo captó mi atención, una puertecita al fondo del
pasillo que me atraía, como si algo me llamase, y pese a las
advertencias de la anciana, decidí cambiar de habitación. Por
miedo a la tormenta, Hachi se escondió debajo de la cama
mientras yo caía en un profundo sueño, aunque poco después,
desperté al escuchar un ruido al otro lado de la puerta, me
levanté, fui a la puerta pero no pude abrirla. Habían cerrado con
llave. Avancé unos pasos hacia la cama y sentí como si las
paredes avanzasen hacia mí. Me metí debajo de la cama para
sacar a Hachi, mi pequeño perro asustadizo, y las paredes se
aproximaron hasta encajar la cama. Ya nunca más pude salir de
allí.
Carmela Morales
Caperucita feroz.
Cabizbajo escuchaba la sentencia del jurado que, a su
pesar, le declaraba culpable. Tres meses atrás, la alumna
Caperucita llegó a casa de su abuelita sangrando bajo la falda.
De poco sirvieron las negaciones y coartadas del profesor, nadie
le creyó antes las lágrimas de su alumna preferida.
No llegó a cumplir la condena, un furioso cazador le
disparó a quemarropa a la salida del juzgado.
Lo que nadie sabe, sólo ella, es que aquel día descubrió a
su amado profesor declarándose por skype a su prometida, y
Caperucita feroz decidió ponerle fin a este cuento.
Yolanda Pedreño López
Esta noche
Esta noche sí.
Esta noche no voy a volver a dejar que te escapes.
Esta noche vas a caer en todas mis trampas, te voy a
poseer y te voy a devorar entero.
Empezaré despacio dándote pequeños besos juguetones
para acabar lamiendo todo tu cuerpo, y cuando digo todo,
digo todo.
Cuando estés preparado voy a clavarte mis uñas, quizás
un poco más fuerte de lo necesario hasta que no puedas
aguantar más, entonces te voy a obligar a que te introduzcas
dentro de mí... todo eso va a pasar aquí esta noche.
Esa noche, por fin Silvestre devoró a Piolín.
Tamara Valero
Payaso interesado
Tengo muchos años, otros como yo están cansados, no es
mi caso.
Una noche me visitó la muerte, me reí con ella, siempre
me gustó el cachondeo. Y gracias a eso me salvé, se despidió
diciendo que volvería al día siguiente, que se lo había pasado
bien.
Mi familia no entiende por qué todas las noches, desde
hace ya más de seis meses, antes de ir a la cama doy besos y
abrazos, piensan que son cosas de la edad. Después me afeito,
me ducho, unas gotas de una buena colonia y me pinto cara de
payaso. A nadie se lo he contado, solamente yo sé que es para
pedir un día más.
Fernando Noguera Méndez
Marco
Después de un largo y aventurado viaje, desde los
Apeninos a los Andes, por fin iba a encontrarse de nuevo con su
madre, abrazarse a ella y llorar juntos de alegría.
Era una casa grande a las afueras de la ciudad, en la
entrada había una mujer mayor, horriblemente maquillada. Le
pregunto por ella, la describo. Sí, es la “devoragallegos”, tiene
muchos clientes, tendrás que esperar.
Paco Frutos
Desmitificar el amor
Él la había dejado sola con un hijo pequeño, inerme ante
las amenazas de un mundo hostil. Ella, joven y delicada como
una flor oriental, acabó por endurecerse a fuerza de
supervivencia. Dos años después de la partida de su esposo
empezó a dudar de su regreso. Cinco años después, tuvo la
certeza de que no volvería. Transcurridos seis años tomó la
decisión: dejaría la casa que tanto le recordaba a él, empezaría
una existencia nueva en otro lugar, daría a su hijo una vida
exenta de amarguras. Lo recogió todo y se fue.
Cuando finalmente él regresó tras diez años de ausencia,
halló la casa vacía. Ni ella, ni su hijo, ni su perro lo esperaban.
Murió solo, renegando de las guerras, arrepentido de
haber entregado su existencia a un fin tan absurdo.
Ella, sin embargo, volvió a estudiar y creó una empresa
textil que lleva su nombre: “Telas Penélope, S.L.” La vida la ha
tratado bien, y tiene muchos pretendientes.
ECO
Iluminaciones
Como aquello no era precisamente habitual, ante tal
revoltijo de folios en blanco y notas a medio escribir, cuya letra
era tan enrevesada que no pertenecía a un idioma conocido sino
a una escritura jeroglífica, apenas señalaban una dirección única
junto con una inmensa cantidad de recortes e imágenes
reproducidas de revistas y otros libros ilustrados, cuyo aspecto
mate igualmente recordaba el del collage que intenta contar una
pequeña historia fotográfica, hacía pensar que todo aquello
debía ser una especie de pasaje para su autor, aunque el
profesor, de presencia barroca y gesto adornado, cuando le
preguntó con cierta sorna sobre quién se creía que era al
disponer aquel excéntrico montón, acompañado de la ausencia
aplastante de los deberes mandados el día anterior, le contestó:
«benjaminiano».
Héctor Tarancón Royo
Abel
¿Sabes lo que hizo Abel? Tendrías que haberlo conocido
porque nada de lo que oigas... o hayas oído sobre él es cierto,
así que atiende:
Mi hermano estaba enfermo. Necesitaba despertar la
admiración del jefe a toda costa. Sus esfuerzos, claro, producían
sus frutos y consiguió ser su favorito porque a Él le gusta ser
adulado. Abel conocía bien su sed de sacrificios, de veneración;
esa crueldad desmedida camuflada en actos de fe que vuelven
loco a cualquiera.
Cada vez le ofrecía más, más de lo que podía soportar su
propia cordura. Le entregó los mejores cultivos, las reses más
mansas, incluso al perro. Pero cuando quiso entregarme a mí, el
ser que, decía, más amaba, tuve que pararle los pies.
Paola Vegara
Intermitencias
Te regalé una manta térmica el lunes y me la arrojaste a la
cara. El martes tus caricias me transportaron a un mar de
felicidad. Tus burlas la tarde del miércoles taladraron mis
sentimientos. Cuatro horas de lujuria el jueves despejaron mis
dudas. El viernes, mis ojos lloraron tus celos. Los “te quiero” del
sábado noche alumbraron grandes esperanzas. Hoy domingo, te
siento triste mientras aguanto el diccionario que despeja mis
dudas: bipolar no es mujer friolera.
Francisco Gómez
Ana López Santacruz