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  • Ancianidadpor Alicia Ana Gerci de Faure

    Tan slo leer o escuchar esta palabra, ancianidad, despierta en cada persona sensaciones diferentes. En mi caso, la sola presencia de una persona de mucha edad me genera sentimientos de aprecio, afecto, admiracin y deseos de hacer algo a su favor.

    Las circunstancias de la vida hicieron que, desde mi niez, estuviera rodeada de personas grandes, y quiz esta sea la raz de mi apego a los ancianos. Tambin fueron grandes ejemplos para mi vida, que dejaron marcas imborrables por ser personas ntegras y gigantes espirituales. Si ser anciano implica ser como ellos, no me lo quiero perder!

    El paso de los aos es inevitable, pero la manera de enfrentar esta realidad depende de cada persona.

    En el ocaso de su vida, el sabio Salomn escribi: Acurdate de tu Creador en los das de tu juventud, antes que vengan los das malos, y lleguen los aos de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento (Ecl. 12:1). Sin embargo, el apstol Pablo enfoca el tema desde un aspecto espiritual: Por tanto, no desmayemos, antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de da en da (2 Cor. 4:16).

    Lamentablemente, la sociedad en que vivimos ha ido relegando a los ancianos,

    incluso hasta el punto de descartarlos por completo. Como dijo Lin Yutang: Amamos las catedrales antiguas, los muebles antiguos, las monedas antiguas, las pinturas antiguas y los libros antiguos, pero nos hemos olvidado por completo del enorme valor moral y espiritual de los ancianos.

    Una vez que una persona llega a cierta edad, parece que ya no tiene lugar en ningn lado. En cierto sentido, la actual visin secular de la ancianidad refleja el concepto expresado por el rey Salomn: Cuando uno llega a viejo, ya no se disfruta de nada; no hay razn para seguir viviendo.

    Sin embargo, desde la perspectiva divina, hay otra cara de la moneda: Dios no tiene museos! Y para comprobar esta verdad, la Biblia registra varios ejemplos de personas que, aunque tenan mucha edad, fueron instrumentos del Seor para la consumacin de los propsitos divinos para la humanidad.

    La edad de Abraham y de Sara no fue obstculo para Dios. Aunque l tena 100 aos y ella 90 (Gn. 17:17), tuvieron un hijo de cuyo linaje eventualmente llegara el Salvador del mundo, el Seor Jesucristo.

    El apstol Juan durante su exilio en la isla de Patmos, y con aproximadamente 90 aos de edad, recibi la revelacin de Jesucristo relatada

  • en Apocalipsis, que nos llena de esperanza al hablarnos de Aquel que es, que era y que ha de venir.

    Pero el ejemplo que ms me impacta es el de Caleb (Jos. 14:6-14), que cuarenta aos despus de reconocer Canan dijo: Ahora, he aqu, hoy soy de edad de ochenta y cinco aos. Todava estoy tan fuerte como el da que Moiss me envi; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. Dame, pues, ahora este monte (vv. 10-11).

    Dame, pues, ahora este monte 85 aos ancianidad? No hay edad para servir al Seor!

    Recuerdo con claridad a mi abuelo, el Dr. F. Jorge Hotton, quien con ms de 80 aos haca mermeladas de frutas y cultivaba cretonas para vender y ayudar econmicamente a los misioneros, adems de orar por ellos y la obra de llevar el mensaje de Cristo. Qu ejemplo tan prctico de que no hay edad para servir al Seor y que podemos atravesar fronteras y mares sin movernos del lugar donde estamos! Quiz el paso de los aos haya hecho que nuestro mundo fsico est limitado a cuatro paredes, pero para los planes y las dimensiones divinas, nada puede impedir que tengamos parte en la obra de Dios en el mundo entero.

    El Salmo 2:8 es uno de mis favoritos: Pdeme, y te dar por herencia las naciones, y como posesin tuya los confines de la tierra. Si los aos han pasado y sientes que no puedes alcanzar multitudes con el evangelio, recuerda que el ser interior se renueva da tras da.

    l es el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el guila (Sal. 103:1-5).

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