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P. J. MELLOR
SOÑ NDO DESPIERT S
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FALSAS IDENTIDADES
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Derek Summers partió su lápiz por la mitad y después se lo tiró a
su asesor legal.
—Hank, me dijiste que era una causa noble y legítima, una buena
deducción fiscal. ¡Odio la publicidad! ¡Lo sabes perfectamente! ¡Ese
estúpido abogado me ha citado! ¡A mí! —agitaba las manos mientras le
hablaba—. Ni siquiera doy entrevistas. ¡No pienso aparecer en todos los
periódicos locales por ir a un juzgado!
—Derek, no te preocupes —le dijo Hank Connors—. Veré lo que
puedo hacer para sacarte de todo esto.
Derek observó al hombre que había sido abogado del grupo
Summers durante tres generaciones. Parecía más viejo que Matusalén,
pero si se proponía hacer algo, siempre acababa consiguiéndolo.
—¿Por qué no se marcha a casa ya, señor Summers? —le preguntó
desde el otro lado de la sala Hazel, su casi igual de vieja secretaria.
Hazel había sido la secretaria del padre de Derek y sabía más sobre el
negocio familiar de lo que él se había preocupado en conocer—. ¿Ha
tomado hoy su medicación para la tensión?
—¡Maldita sea, Hazel! ¡No intente mimarme! Para su información,hace casi un año que dejé las pastillas. Así que deje de preguntarme,
estoy perfectamente.
Los dos empleados intercambiaron las miradas, lo que le sacó de
sus casillas otra vez.
—¡Ya veo! Los dos creéis que estoy exagerando.
—Señor Summers, cálmese —Hazel hojeaba la agenda que siempre
llevaba—. Tenía previsto marcharse a su casa de la playa esta mañana —sus ojos castaños lo miraban fijamente a través de los grandes cristales
de sus gafas de piedrecitas incrustadas—. Dese prisa, váyase antes de
que empeore el tráfico.
Dejó caer los hombros, abatido.
—¿Qué más da? —se puso de pie de un salto y tiró de la cazadora
militar que había en el respaldo de su silla—. Hank, espero que lo tengas
todo listo cuando vuelva la semana que viene.
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—Ya estoy en ello, jefe —le afirmó Hank—. Estoy comprobando los
antecedentes de la principal sospechosa —le echó un vistazo al papel que
tenía en la mano—. Una tal Lindsey McCall.
La luz del motor del coche de McCall estaba parpadeando cuando
su coche resolló hasta detenerse, al lado de la casa de alquiler de la
playa en South Padre Island. Intentando no pensar en las posibles
consecuencias de aquella luz, se concentró en la casa que aparecía sobre
ella.
La fachada, de madera de pino y cristal, estaba rodeada por
terrazas en cada piso. Podía ser fácilmente tres veces más grande que la
pequeña casa que alquiló en la montaña en Houston.
Cuando bajó del coche, el anillo se le enganchó en un lado de su
mejor falda, estropeándola. Ras. ¿Por qué no se había cambiado antes de
salir?
Bajó la mirada hacia su mano y se le llenaron los ojos de lágrimas.
El pequeño diamante del anillo de compromiso que Joel le había ofrecido
hacía ya tres años se desgastaba poco a poco.
No era tan valioso y Joel ya hacía tiempo que se había ido, incluso
puede que se hubiera casado con otra. Sin embargo, aquel diminuto anillo
de oro había significado algo para ella. Significaba que alguien, alguna
vez, había pensado lo suficiente en ella como para barajar la posibilidad
de proponerle matrimonio. Aquello no cambiaba mucho las cosas, pero
era todo a lo que podía aferrarse.
Y ahora, se había ido. Siguió adelante, llevándose con él toda su
vida. Con un gesto apático, se quitó el anillo del dedo y lo guardó en elbolsillo de su cartera. Cuando encontrara un nuevo trabajo, se plantearía
reemplazar la piedra por otra. Al fin y al cabo, además de los pendientes
de diamantes que Hatti Brubaker le regaló, era la única pieza de joyería
que tenía de valor.
El asa de la maleta se rompió cuando intentaba sacarla del diminuto
maletero.
—Genial —se quejó—. No tengo trabajo, no tengo ni marido ni
pareja, no tengo joyas buenas y ahora esto. Soy un cero a la izquierda.
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Abrió la cremallera de la maleta lo suficiente para dejar una
pequeña abertura por la que deslizar la punta de sus dedos y la arrastró
por la arena hacia las escaleras que conducían del aparcamiento a la
terraza trasera. Cuando ya no avanzaba más, tiró de ella hasta alcanzar
los escalones.
Arrastraba y soltaba. Arrastraba y soltaba. La maldita maleta no
podría con ella. Avanzaba poco a poco, pero finalmente consiguió llegar a
la terraza.
—Uf—suspiró.
Las olas rodaban hasta la orilla de la playa, tranquilizándola con su
sonido. A lo lejos, en el mar, las gaviotas le llamaban. En el horizonte, se
vislumbraba un matiz rosa, apenas perceptible.
Echó un vistazo a la amplia terraza. En el rincón opuesto, al lado de
las puertas correderas, descansaba un jacuzzi , lo suficientemente grande
como para que entraran seis personas adultas. Se asomó a ver cómo
burbujeaba el agua, impresionada por la meticulosidad con la que su
abogado lo había preparado todo.
—Muerta, ahogada en un jacuzzi ... no —sacudió la cabeza—. Tanta
agua con burbujas acabaría hinchando mi cuerpo. Me gustaría, por lo
menos, dejar un bonito cadáver.
Tras hurgar con la llave en la cerradura, consiguió abrir la pesada
puerta de cristal, que se deslizó sobre un suelo bien encerado.
Le gustó la fría oscuridad que encontró en el interior. Una vez que
sus ojos se adaptaron al ambiente, pudo apreciar la decoración... bueno,
lo que quedaba de ella.
El salón estaba recargado con demasiados muebles, algo de cuero
pero todo mullido. Tenía una fantástica chimenea, pero ¿quién querríahacer un fuego estando en la playa? Se encogió de hombros y se fue a la
cocina.
—Bien —apreció al ver cómo la puesta de sol se reflejaba en el
acero inoxidable de los electrodomésticos—. Me vendrá bien cuando me
dé por cocinar.
Arrastrando su maleta por la escalera semicircular, subió hasta
llegar a lo que parecía la habitación principal.
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—¡Dios mío! —exclamó.
Sus dedos soltaron el asa rota de la maleta, que cayó haciendo un
sonido seco y suave, esparciendo todo lo que contenía por la moqueta
aterciopelada de color azul marino.
La pared abovedada del exterior era de cristal. Cogió el mando y
apretó el botón, haciendo que el cristal se abriera con un sonido suave,
dejando que el murmullo del oleaje se colara en la habitación, resonando,
dándole la impresión de que se encontraba dentro de una caracola de mar
gigante.
La enorme y redonda cama de latón parecía hacerle señas. Dando
un salto hacia atrás poco propio de ella se echó en la cama, frotando sus
manos y sus pies desnudos con la colcha de seda natural de colormelocotón oscuro que resplandecía en la inminente puesta de sol.
Con aire hedonista, se levantó para deshacerse del traje formal.
Después se quitó el sujetador de algodón y las braguitas. Claro que sólo
tenía que recogerlas y guardarlas, pero por el momento, quería dejarse
llevar.
Ser una buena chica no le había llevado nunca a ningún sitio, así
que ya era hora de descubrir la mujer salvaje que llevaba dentro.
Abrió el bote de somníferos que Hattie había insistido en que
llevara y se metió dos en la boca. ¿Qué importaba que las pastillas le
hicieran dormir como los muertos? De todas maneras no tenía razón por
la que despertarse. No tenía un trabajo al que ir, ni nadie a quien ver.
Desnuda, se acercó despacio a la ventana abierta y observó la
extensión de playa que llevaba al golfo. Debajo de la ventana, se podía
ver el borde de la terraza, algunas rocas y arena, un montón de arena.
—Muerta, enterrada en la arena... —se frotó las manos y dio unpaso atrás—. No, demasiado abrasivo —dijo mirando hacia la puesta de
sol.
Se le escapó un gran bostezo. Se dirigió a la cama, se estiró y trepó
por la tentadora y decadente colcha preguntándose si las sábanas serían
de satén.
Bostezó otra vez. Estaba cansada, había sido un largo viaje, le
dolían los músculos y los párpados se le cerraban. El sonido del oleaje
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volvía a llamarla. Sería genial tomar un baño al caer el sol, antes de que
las pastillas hicieran su efecto.
Puede que descansara sólo un rato antes de ponerse el traje de
baño.
Exploró su desnudez con la mano, desde el pecho hasta la cadera.
Nadie creería que la santa de Lindsey McCall estaba experimentando su
lado más salvaje.
—Sí —Derek hablaba por el audífono de su teléfono móvil mientras
giraba con el coche—. Estoy girando a la derecha.
Su Porsche Boxster se detuvo en un stop situado en el garaje de su
casa de la playa. Apagó el motor y se restregó la cara con la mano
mientras decía:
—Jack, agradezco el gesto, pero estoy hecho polvo. El viaje ha sido
largo y el tráfico horrible —Se bajó del coche y se acercó al maletero—.
Mi cumpleaños no es hasta la semana que viene, pero gracias —se sentó
encima de la maleta y suspiró—. ¿Por qué tienes tantas ganas de querecoja ahora el regalo de cumpleaños que has dejado en tu casa?
Con sólo apretar un botón, encendió el alumbrado interior y
exterior de la casa. Un pequeño bip le indicaba que las puertas estaban
también abiertas.
Arrastró la maleta hacia la entrada trasera de la casa y presionó el
botón de cerrar.
—Bueno, si es tan importante, iré para allá ahora y lo cogeré antesde que el inquilino llegue. La habitación principal. Entendido —retrocedió
hacia el coche—. ¿Aún está la llave en el mismo sitio? Gracias, tío. Te
daré un toque cuando me despierte.
Otro bip abría la puerta del coche. Cogió su teléfono móvil antes de
dirigirse a la playa, hacia la casa de su amigo para coger su regalo.
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—Oh, Jack, colega —susurró Derek desde delante de la puerta de la
habitación de su amigo—. Esta vez te has superado.
Cuando su prometida rompió el compromiso, Derek se sintió
aliviado. Por desgracia, sus amigos creyeron que estaba destrozado, así
que le pagaron un crucero para propiciar un nuevo ligue.
Pero el plan falló.
Jack era el único amigo que no había intentado animarle durante el
último año, por lo cual le estaba profundamente agradecido.
Derek descansó el hombro en el marco de la puerta sonriendo.
Y ahora Jack le daba... esto... por su cumpleaños.
No había tenido relaciones desde hacía bastante tiempo y Jack
debía saber que ya se encontraba preparado para experimentar algo
nuevo.
Caminar por el lado salvaje.
Mientras se deshacía de la ropa, con más impaciencia que nunca,
sus ojos acariciaban la perfecta desnudez de la mujer que se extendía
frente a él, en la cama de las orgías de Jack. Agarro un puñado de
condones que encontró en el desorden del suelo mientras se acercaba acoger su regalo de cumpleaños.
Mi viejo amigo Jack, pensó mientras trepaba por la cama hasta
alcanzar su ninfa personal.
Me ha regalado una puta.
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CAPÍTULO
2
cCall se retorcía en la agonía del más delicioso y erótico de sus
sueños. Tendida en una cama, dentro de una caracola de mar
gigante, su amante besaba y lamía cada rincón de su cuerpo desnudo.
Sentía una presión húmeda que le causaba ráfagas de placer en
puntos en los que ningún hombre había tocado en mucho tiempo. Su
amante esclavo tenía una lengua con mucho talento.
Gemía, tirando de él hacia arriba y restregando sus pezones duros
contra su torso, mientras le devolvía un beso apasionado.
Su pene erecto latía y chocaba dulcemente contra su estómago y
más arriba.
Impaciente y dolorida, tiraba de él hacia sí, indicando la posición
que debía adoptar para que la tomara.
Y él lo hizo.
Un fugaz descanso le permitió maravillarse de la calidad real de su
sueño, sintiendo su caliente firmeza entrando y saliendo de su sexo
húmedo.
En su fantasía, su amante le mordía dulcemente la punta de los
pezones mientras introducía sus manos entre las piernas para acariciar
su punto más íntimo. Las embestidas se volvían cada vez más intensas y
rítmicas.
Respiraba cada vez más rápido. Sentía fuegos artificiales de colores
estallando detrás de sus párpados y una ola de placer tras otra,
bañándola e inundándola de sensaciones.
Sobre ella, él alardeaba de su complexión, endureciendo su
magnífico cuerpo.
Suspiró, sabiendo que no tardaría en desvelarse y se dejó llevar
hacia la resaca del sueño profundo.
M
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Volvió a suspirar.
—Muerta por el placer de un orgasmo... —sonrió soñolienta—. Qué
forma más dulce de morir.
Después de cerrar la puerta de Jack, Derek se metió las manos en
los bolsillos delanteros de sus pantalones cortos y se marchó a su casa
de la playa.
Una sonrisa bobalicona se dibujaba en su cara, lo sabía, pero no
podía dejar de sonreír. Jack sabía perfectamente lo que necesitaba. Era
el regalo idóneo para quitarse de la cabeza el miedo que le producía el
inminente juicio con la maldita recaudadora de fondos.
Su sonrisa desaparecía a medida que subía los escalones de la
terraza. Sabía que era una puta, pero cuando se la estaba tirando, parecía
más bien una amante.
Sacudió la cabeza y avanzó por la oscuridad de la casa hasta su
habitación. Llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer, esa era la
razón por la que ella le hacía sentirse de esa manera.
Entonces, ¿por qué se preguntaba cuál era el color de sus ojos?
—Hola, Hattie, soy Mac —dijo McCall. A la mañana siguiente, bien
temprano, terminaba de vaciar la maleta intentando que no se le cayera
el móvil mientras hablaba con Hattie—. Sólo quería que supieseis queestoy en la casa de la playa. Habéis sido muy amables, Tucker y tú —le
confesó.
Tucker era su abogado y también el nieto de Hattie—. Y gracias
otra vez por haberte encargado del coste judicial.
Colgó uno de los alegres vestidos estampados que la anciana había
insistido en comprarle la semana pasada.
—Sé que no soy culpable, pero se agradece que los demás piensenlo mismo... Sí, duermo muy bien, como los muertos —se encogió de
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hombros y lanzó un puñado de ropa interior en el cajón del armario,
después contempló su desnudez en el espejo.
Y se quedó mirando boquiabierta.
Guau, estaba resplandeciente. ¡Increíblemente resplandeciente! La
brisa marina estaba realmente haciendo maravillas con ella. O eso, o el
increíble sueño que había tenido.
—No te preocupes, Hattie, estoy bien, de verdad. Sí, tendré
cuidado. Yo...
Los condones luminosos que en su última visita Hattie había
insistido que llevara estaban esparcidos por el suelo, cerca de su maleta.
Algo no encajaba. Se acercó y comenzó a contar: uno, dos, tres... ¡Oh,
Dios mío! ¡Faltaba uno!
Puede que no hubiera sido un sueño.
—Eh, ¿Hattie? —los latidos del corazón le resonaban en los oídos—
. ¿Puedo llamarte más tarde? —le preguntó.
Al meter el resto de los condones en el interior de la maleta, su
vista recayó en el envoltorio del condón que faltaba y que estaba en la
mesita de noche.
—No, no pasa nada —soltó una carcajada para convencer a su
amiga—. No, estoy intentando deshacer la maleta y es difícil hacerlo
mientras sujeto el teléfono... ¡Ah! Tuck dijo que debería apagar mi
teléfono y activar el buzón de voz, así que si no puedes localizarme, deja
un mensaje y te volveré a llamar. Genial. Gracias otra vez. Adiós, Hattie.
Presionó el botón de apagado con el pulgar temblándole.
Cogió el envoltorio y echó un vistazo fuera, recorriendo la playa.La brisa se arremolinaba en su piel acalorada.
Muerta, haciendo penitencia.
Derek se despertó dulcemente y se extendió sobre la cama. Sus
manos sólo conectaban con las frías sábanas y entonces lo recordó.
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Ella no se había sentido como una puta, al menos a él no le había
aparecido. Puede que la capacidad de hacer sentir a un cliente como el
único fuera lo que le hacía ser una profesional.
Aquel recuerdo le llevó a la neblina eufórica y sensual en la que
había disfrutado durante toda la noche.
Se incorporó y se sentó en el borde de su enorme cama,
balanceando sus pies sobre el suelo. Quizá debería acercarse a casa de
Jack. Sólo para asegurarse de que no se había llevado nada al marcharse.
Puede que aún estuviera ahí.
La idea le excitó. Decidido e impaciente, fue a darse una ducha
fría y a ponerse unos pantalones de diario. Después de echarse una capa
de crema solar, se lavó los dientes y salió corriendo hacia la playa.
Se detuvo a unos pocos metros de la casa de Jack.
El resplandor de la luz del sol se reflejó en la superficie de mármol.
Contempló detenidamente su perfecto cuerpo desnudo dentro del jacuzzi
y su verga empezó a agitarse e impacientarse, pese a que en un principio
sólo quería comprobar el estado de la casa de Jack.
Antes de que se diera cuenta, estaba de pie en el borde de laterraza.
Lindsey giró la cabeza hacia el sol con los ojos cerrados. Su largo
y brillante pelo moreno resplandecía de salud, con sus vetas rubias,
haciendo que Derek deseara acariciar con sus dedos aquellos bonitos
cabellos.
El sol ya había actuado sobre la blanca piel de la punta de la nariz y
las mejillas, dándoles un toque rosado.
—Deberías ponerte un poco de protector solar si piensas quedarte
ahí mucho tiempo —le dijo, casi susurrando.
Ella dio un salto y gritó. El movimiento de su cuerpo le ofreció a
Derek una buena vista de sus descarados pezones de color frambuesa
que descubrían unos pechos de primera clase. Bajo sus pantalones, la
erección empujaba contra el forro.
Se sumergió en el agua burbujeante, desplazándose a la pared más
alejada del jacuzzi .
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—Esto es propiedad privada —le dijo ella apretando los labios,
mientras él se los imaginaba alrededor de la parte de su anatomía que,
literalmente, saltaba a la vista.
—Lo sé —acertó a decir, apretando los puños para no arrastrarla
fuera del jacuzzi y sumergirse en el húmedo calor que sabía que
encontraría justo debajo del nivel del agua. Se movió a un lado—. Estoy
en una casa bajando hacia la playa.
—Vale —le respondió. Todavía se mantenía lo más alejada posible
con los brazos cruzados, protegiéndose el pecho.
A él le hubiera gustado que dejara caer sus brazos. Se le hacía la
boca agua cuando pensaba en probar otra vez el delicioso sabor de su
pecho. Pero de momento se conformaba con mirar.
—¿Eres amiga de Jack? —especificó él, dada la mirada
desconcertada de ella—. ¿El dueño de la casa?
—Oh, no, no. Soy amiga de su cuñado.
—¿Tucker? —se sorprendió.
El miserable hijo de puta que llevó el caso de aquella basura de
Lindsey McCall, la recaudadora de fondos. Cuando la puta asintió, cambióla expresión de su cara, ofreciéndole lo que él consideraba una sonrisa
amable. Ella no tenía nada que ver con las pobres decisiones que había
tomado su amigo Tucker.
—Así que, ¿Tucker es tu abogado? —Lindsey asintió, mientras él se
preguntaba por qué necesitaría un abogado, pero después se acordó de
su profesión—. Bien, es uno de los mejores —enseñó los dientes,
simulando una sonrisa.
La mujer echó un nervioso vistazo a la puerta, luego lo miró yvolvió la vista a la puerta; quizá estuviera calculando la distancia que le
separaba para encontrarse a salvo.
Intentaba buscar algo que decir para romper el hielo, pero tenía
que encontrar un alias. Hubiera sido un suicido legal revelar su nombre,
y más teniendo en cuenta a lo que ella se dedicaba.
—Me llamo Alex —dijo utilizando la versión abreviada de su
segundo nombre, por lo que realmente no estaba mintiendo. Se acercó al
jacuzzi , extendiendo su mano.
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A ella le temblaba la mano cuando le respondió; tenía los ojos
abiertos de par en par. Él se dio cuenta de que eran azules, un azul tan
claro que parecían desaparecer entre la palidez de su piel. Las pestañas
rubias no le aportaban nada de color a su blanca tez.
—Mac —la voz de ella era suave pero fuerte. Las ráfagas de deseo
que recorrían su cuerpo iban a acabar con él.
—Perdona, ¿qué has dicho? —se acercó más.
—Ah... mis amigos me llaman Mac —Tucker ya le había aconsejado
que desapareciera una temporada y que no revelara a nadie su identidad.
Claro que dudaba que él la ubicara en ese tipo de situación.
—Y Mac, ¿de qué es diminutivo? ¿De tu segundo nombre o del
primero?
—Del segundo —le respondió ella. ¿Por qué no se había preparado
para algo así?
—¿Es diminutivo de tu segundo nombre?
Asintió y él le sonrió, descubriendo una perfecta hilera de dientes
blancos deslumbrantes y unos hoyuelos seductores.
—Bueno, supongo que después de lo de la otra noche, puedo
considerarme como uno de tus amigos, ¿verdad, Mac?
Asintió de nuevo, paralizada, mientras flashes de memoria invadían
su cabeza. ¿Habían estado juntos la noche anterior?
La realidad le golpeó en la cara.
No había sido un sueño.
Su mirada recorrió todo su cuerpo, desde la punta de sus cabellos
rubios despeinados hasta el final de sus pantalones, hasta donde le
permitía ver el borde del jacuzzi . Los rayos de sol se reflejaban en la
suave piel bronceada de su impresionante torso.
Oh, guau. Si iba a interpretar otro personaje, como obviamente hizo
la noche anterior, no podía imaginar a nadie mejor con el que hacerlo que
con aquel espécimen que estaba delante de ella.
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Las palabras de Hattie acerca de vivir una vida de fantasía le
venían ahora a la cabeza. ¿Por qué no empezar aquella fantasía, ahí y en
ese mismo momento?
—¿Cuánto cobras por la cena?
Parpadeó.
—¿Cómo?... Lo siento, pero creo que no te he entendido. ¿Cómo
has dicho?
Alex la miró, algo avergonzado. Bajó la vista hacia sus pies y luego
se cruzó con su mirada.
—No estoy acostumbrado a... bueno, este tipo de cosas. Me
gustaría llevarte a cenar pero creo que antes debería preguntar qué va a
costarme.
Ella volvió a parpadear. ¿Se estaba perdiendo algo? ¿Cómo era
posible saber con antelación cuánto costaría que la llevara a cenar?
—Supongo que depende del sitio al que vayamos.
—Ah, ¿sí? Bueno, no había caído en eso.
¿Cómo que no había caído en eso? Se preguntó. Esperaba que no
fuera tonto, con lo mono que era.
Daba igual. Había decidido explorar su lado más salvaje, sus
fantasías más íntimas, durante aquellas vacaciones impuestas. Y no se
imaginaba a nadie mejor para hacerlo que con aquel hombre que tenía
enfrente, en la terraza.
Pero el hombre parecía marcharse.
—¡Espera! —primero saltó, pero luego volvió inmediatamente a
sumergirse en el agua burbujeante. ¿Por qué se había bañado desnuda?
Había dos trajes de baño preciosos en su habitación.
Él se detuvo en los escalones que conducían a la playa y miró hacia
atrás.
—Mmm... —apretó los labios e intentó adoptar una de aquellas
posturas provocativas que Hattie le había aconsejado utilizar—. ¿Tienes
prisa? ¿Por qué no te metes aquí conmigo? —Se movió hacia el otro lado
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CAPÍTULO
3
na vez que Derek estuvo sumergido en el agua, la alcanzó, era su
juguete de baño personal.
Ella se le echó a los brazos ansiosa, inclinando levemente la cara
en busca de un beso.
Su imagen, sexy y tocada por el sol, le dejaba fuera de combate.No deseaba otra cosa que sumergirse en su humedad y explorar lo que
habían empezado la noche anterior.
Pero no podía, al menos no de momento. Derek quería aprovechar
al máximo el día, rezando para que ella le deseara tanto como lo hacía él.
Le recordó a su cuerpo impaciente que ella era prostituta. ¿Acaso
tenía lo que tenía que tener para excitar a una puta? Si la casi dolorosa
erección era una señal, probablemente no. Pero estaba deseando dar su
mejor golpe, o al menos morir en el intento.
Trazó con su lengua la línea de los labios de Lindsey. Ella gemía y
avanzaba poco a poco, buscando obviamente que el beso fuera más
intenso. Él se contuvo, soplando dulcemente su humedad, antes de
mordisquear cada rincón de su suculenta boca.
Bajo el agua, su erección latía al son de los latidos de su corazón,
diciéndose a sí mismo que era una locura querer dar placer a alguien
como ella, antes de que él recibiera algo a cambio.
Pero de repente, hacerlo se convirtió en el desafío más importante
de su vida.
Los huesos de Mac adoptaban la elasticidad de la masilla y sus
músculos parecían fundirse. Su amante de fantasía, ahora de carne y
hueso, continuaba aún con su sensual tortura.
U
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Sus manos, grandes y calientes, abarcaban su pecho, levantándolo
por encima del agua, de tal manera que sus pezones quedaran a la altura
de su boca. Antes de que tuviera tiempo de decidir si debería
avergonzarse de la exposición, él cerró la boca, atrapando la punta de su
pezón.
Cada intenso movimiento de su pecho provocaba un
estremecimiento entre sus piernas, una especie de respuesta dolorida en
sus entrañas.
Ella quería corresponderle pero su cuerpo se negaba a seguir sus
órdenes. En lugar de hacerlo, se quedó quieta, suspendida encima de
posiblemente el hombre más guapo que hubiera visto jamás, mientras él
le chupaba el pecho que parecía volverse más duro y sensible por
momentos.
Quizá, hubiera sufrido un pequeño shock, lo que explicaría su
incapacidad para moverse o para construir una frase coherente. El
placer parecía atravesarla. ¡Vaya!, era una sensación genial.
Cuando la levantó para sentarla en el borde del jacuzzi , perdiendo
instantáneamente el calor del agua y su boca insaciable, se quejó.
Pero no por mucho tiempo.
Posó una mano en cada rodilla y separó sus piernas suavemente,sujetándolas cuando ella intentaba proteger el poco pudor que le
quedaba.
Sopló ligeramente sobre los pliegues de su sexo, totalmente
despejado tras su reciente aventura de depilarse las ingles. El efecto de
su respiración le provocaba deliciosos escalofríos.
Intentaba cerrar las piernas pero él no se lo permitía.
—Es tan delicioso... —susurró—, rosado y regordete —se inclinóhacia delante para besar su piel rosada y entonces, bebió ocioso de sus
pliegues.
Todo pensamiento y sensación se concentró en aquel área, sobre
todo, en el efecto que causaba el tacto de su lengua, que caliente y
húmeda como el terciopelo, acariciaba cada pétalo, antes de detenerse
para girar y girar alrededor de su ultrasensible centro de placer,
volviéndola loca.
Sintió un pequeño impulso.
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Gimiendo, McCall descansó el peso de la espalda sobre sus brazos,
abriendo aún más sus piernas.
El sol brilló, tocándola, besando sus pezones y calentando su cara,
vuelta hacia arriba.
La continua brisa del golfo la envolvía suavemente, sosteniéndola
en su sensual abrazo.
Detrás de ella, el sonido de las olas y las gaviotas se fundían,
reemplazándose por el sonido de sus propios latidos. Cuando la atrapó en
su boca, chupando su clítoris, su respiración se agitó y su corazón dio un
vuelco, como si olas de placer estuvieran bañando su cuerpo.
En la agonía de su clímax, cerró las piernas, aprisionándole la
cabeza. Cuando sus dedos ocuparon el lugar de su talentosa boca, ella
pudo relajarse y abrirlas. Alex le sonrió, acariciando con su ardiente
mirada todo su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies y tocándola
íntimamente, una y otra vez.
—Eres tan sensible, suave y bonita —elogió.
Primero uno y después dos de sus dedos se deslizaron dentro y
fuera de su interior, llevándola suavemente y una vez más, a la locura.
Cuando su lengua sustituyó sus dedos, ella sintió llegar el segundo
orgasmo.
Antes de poder coger aire, él la arrastró dentro del agua caliente y
burbujeante. Con una fuerte embestida que le hizo abrir los ojos de par
en par, la penetró.
La boca de Alex atrapó la suya en su jadeo, imitando con su lengua
el movimiento que hacía con otra parte de su anatomía. Mac sintió que
sus huesos se deshacían.
Dejando el cuerpo muerto, se movía con el ascenso y descenso del
agua, que se agitaba según él la provocaba, entrando y saliendo de ella.
Cada golpe de su sexo, cuyo eco le tocaba la fibra del corazón, la llevaba
más cerca de un nuevo clímax.
Hizo todo lo que pudo para mantener los ojos abiertos, pero cada
violento golpe la hacía estremecer.
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Aún no había cerrado los ojos cuando la salpicó el tercer orgasmo.
Escuchó el grito de Alex al alcanzar igualmente el clímax y entonces,
descansó su cabeza contra su pecho firme.
La mantuvo más tiempo, acariciándola y tocándola con su mano
mientras sus labios arrastraban suaves besos a través del nacimiento de
su pelo y de sus sienes. El agua caliente burbujeaba a su alrededor,
frotando sus pechos contra el torso de él.
Derek lanzó un suspiro, mirando por encima del agua. Había
alcanzado un pedazo de cielo con sus manos, pero recordó que todo era
una ilusión. La mujer a la que había tomado tan posesivamente habría
compartido varios, quizá cientos, de momentos como ese. Sólo porque le
había parecido único y especial, no significaba que debiera
entusiasmarse.
Pero, ¡joder! se había sentido bien entre sus brazos. Justo como si
ella tuviera que estar ahí.
Era una idea peligrosa.
—Mac, ¿qué haces cuando no... mmm, sales con alguien?
Se echó hacia atrás y se le quedó mirando con aquellos ojos
pálidos. Era buena, ya se había dado cuenta. Si no lo supiera, juraría que
ella no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo.
Se encogió de hombros.
—No quedo mucho con nadie —le dijo. Él intentaba no pensar en el
efecto que tenían sus pezones—. Tuve una relación seria hace tiempo,pero se acabó.
—¿Un tal John?
Frunció el ceño, pareciendo verdaderamente perpleja.
—No —dijo después de un momento—. Se llamaba Joel, yo...
Él la besó, era lo único que deseaba. Saber más sobre ella era
demasiado personal y no le apetecía oír acerca de la vida que habíatenido con ese hombre.
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McCall no se creía la suerte que tenía.
Aquel tío bueno parecía estar loco por ella. Quizá su suerte
estuviera a punto de cambiar. Después de todo, ¿cómo podía ser malo
algo que le hacía sentirse tan bien?
Ella intensificó el beso, se subió en sus rodillas y le besó. Él ya
estaba preparado para aceptar el reto. Su dilatado sexo empujaba contra
la agitada abertura de ella. Ésta se le acercó.
Él gimió dentro de su boca, haciendo vibrar sus dientes.
—Quiero follarte —refunfuñó— ahora.
—Hazlo.
Echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada, mirando hacia el
sol. Él la penetró una y otra vez, causándole insoportables pero
deliciosas sensaciones, bailando dentro de ella, estremeciendo sus
músculos.
Su fantasía era real y genial. Hacer el amor en un jacuzzi , al aire
libre.
Lindsey McCall, una mujer salvaje.
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CAPÍTULO
4
e flaqueaban las piernas pero Derek salió del jacuzzi y llevó a Mac
dentro de la casa. Se quejó soñolienta cuando abandonaron el agua.
Pero a él no le importó.
Salvaje y lujurioso, lo único que deseaba era apagar aquella lujuria
con ella en la provocativa cama de Jack.
A cada agonizante paso, su verga, dura como una roca, chocaba
dolorosamente contra su muslo, mientras pensaba ¡Mierda!, no voy a
llegar a la habitación.
Giró bruscamente a la derecha y entró en la cocina, que se situaba
en el lateral derecho de la casa, dejando su regalo de cumpleaños en la
encimera de granito.
Sus ojos se abrieron de golpe pero antes de que pudiera quejarse,
él cubrió sus labios con su boca hambrienta. Se deshizo, al instante, en
sus brazos. ¿Cómo demonios hacía eso?
Le volvió loco.
Por supuesto, ella era una prostituta, por lo que si alguien sabía
cómo enloquecer a un hombre, esa era ella.
—Quiero comerte —le dijo. Sabía que estaba siendo grosero y
directo pero seguro que había escuchado cosas peores en su trabajo.
Él apartó sus piernas cansadas y admiró la dulzura de su vulva
rosada. El jacuzzi le había dado ese tono, dejándola hinchada y hecha un
mohín.
Se agachó para darle un rápido mordisco. Ella gritó de asombro y
se resbaló de la barra. Hubiera caído al suelo si él no la hubiera sujetado.
L
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—Tranquila —susurró contra su humedad, besando delicadamente
sus pétalos, increíblemente suaves—. No puedo esperar más, cariño —
contuvo su lengua para ir más despacio a medida que la acercaba hacia
ella para recorrer con sus labios la línea hinchada de su botón de placer.
Ella se quejó, abriendo sus rodillas. Sus manos calentaron el suave
terciopelo del interior de sus muslos antes de sostenerlos suavemente,
dejándolos abiertos para acariciarlos con los pulgares mientras su lengua
entraba y salía de su dulce humedad.
Los músculos del interior de sus muslos empezaron a vibrar contra
la palma de sus manos. Sus movimientos se volvieron espasmódicos, casi
frenéticos. Ella le sujetó la cabeza con las manos, tirando dolorosamente
de su pelo. No era difícil leer su lenguaje corporal. Le quería dentro. Él
también, pero antes quería terminar con lo que estaba haciendo.
Sopló suavemente sobre su temblorosa carne.
—Tranquila, nena, tranquila. Déjame amarte antes con la boca —
bebió de ella, mordiéndola—. Ven aquí, cariño. Déjalo —le dijo mientras
su lengua la hizo doblarse una vez mas—. Eso es, relájate. Déjame
saborear tu placer.
Bajó su boca una vez más para chupar su clítoris, mientras sus
dedos entraban y salían de su humedad. Su verga, dura como el acero,golpeaba contra el lateral del armario de roble, causándole dolorosos
pinchazos que le atravesaban la ingle. No le importaba. Nada le
importaba excepto poder apartarse para mirar su cara mientras ella se
corría en su boca.
Y lo hizo.
McCall intentó cerrar sus piernas para contener el chorro deplacer, pero Alex no quería que lo hiciera. Sus suaves manos las
separaron, manteniéndolas firmemente extendidas mientras le lamía y
mordía cada rincón de su humedad.
Pese a tener la fría piedra del mostrador tras ella, tenía gotas de
sudor bajo su pecho y en su labio.
No había duda, tenía todo el cuerpo resplandeciente, había sido
genial. Intentó calmar su corazón acelerado y aliviar el calor de sus
mejillas. Era Lindsey McCall, una mujer salvaje, y no debía olvidarlo.
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Por lo menos, en aquel momento que no se correspondía con su
ordinaria y aburrida vida cuando se atrevió a olvidar toda inhibición y
simplemente disfrutar el presente.
Para su sorprendido deleite, encontró cómo se excitaba otra vez.
—Alex —le dijo por encima de su cabeza mientras él le daba dulces
besos entre sus extendidas piernas—. Ahora me toca a mí.
La mujer salvaje que llevaba dentro le dio las fuerzas suficientes
para empujarlo hacia atrás y para balancear sus piernas en el borde e
impulsarse para bajarse de la encimera.
Le acarició desde los hombros hasta las rodillas, sólo con la punta
de sus dedos. Incluso si viviera hasta los cien años no olvidaría la
sensación de su suave y caliente piel en contacto con sus músculos
fuertes y sensibles.
Con un codazo, lo echó hacia atrás hasta sentarlo en una de las
sillas de roble de la cocina. Después, se arrodilló entre sus piernas
extendidas. Decidió ir más despacio después de ver su erección
sobresaliendo de la silla.
Definitivamente, el chico estaba bien dotado. ¿Cómo es que nunca
había explorado aquel rincón de su cuerpo? Se acordaba de lo bien quehabían encajado, de lo profundamente que él había entrado en ella,
haciéndole retorcerse a medida que ella alcanzaba el clímax.
La cabeza de su pene estaba tan dilatada, que se había vuelto de
color púrpura. Su lengua recorrió la punta, saboreando el gusto salado de
su piel. Él resurgió mientras ella le tocaba. Los músculos de su estómago
se tensaron bajo su antebrazo izquierdo.
Ella se detuvo para acariciar sus músculos contraídos mientras que
con la otra mano rodeaba y palpaba suavemente sus testículos.
—Déjame amarte ahora —le susurró mientras descendía para tomar
su dureza en la boca.
Él le atrapó las costillas con los muslos, sujetándole con sus
calientes manos los hombros e indicándole el lugar a ocupar.
Ella sonrió frente a su hábil firmeza y él gimió. Deslizaba su boca
arriba y abajo, rodeando con la lengua su verga, que no dejaba de
moverse.
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Su respiración se agitaba confusa, resonando contra las paredes en
el silencio de la cocina. Sus caderas empezaron a sacudirse.
Ella se detuvo. Y ahora ¿qué?
Él hundió las manos en sus brazos, levantándola hacia su cuerpo y
penetrándola en cuanto ambos se encontraban a la misma altura.
Deliciosas ráfagas de placer la inundaron. Sujetó con las piernas
sus caderas para recibirle mejor, embestida tras embestida. No podía
dejar de sonreír.
Punto para la mujer salvaje.
Derek se puso de pie aún dentro de Mac y ordenó a sus piernas
aguantar el peso de ambos hasta que consiguiera subir las escaleras y
llegar a la habitación.
Joder, estaba muy cachondo. Sinceramente, no lograba recordar
una necesidad tan bien consumada, ni siquiera cuando era un
adolescente. Definitivamente, Mac sabía cómo excitarle.
Sus pasos se debilitaban a medida que atravesaba el cuarto. Por
supuesto que sabía cómo excitarle, era una prostituta.
—¿Alex? ¿Va todo bien? —se deslizó de sus brazos, con sus ojos
azules bien abiertos. Sus labios, hinchados por los besos, hacían una
mueca triste que hacían que Derek volviera a excitarse y recuperara el
interés. Sus ojos se abrieron aún más—. ¿Otra vez? ¿Ya? —dejó escapar
una risa tonta mientras pegaba su pecho contra el torso de él—. Eres
increíble.
Su torso, junto con otras partes de su anatomía, se hinchó de
orgullo mientras le decía:
—Sólo deseo complacerla, señora.
Ella volvió a reír y él pudo jurar que la sonrisa le llegaba directo al
corazón.
Qué ridículo.
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La dejó caer sobre el amplio colchón disfrutando de la vista que le
ofrecía su postura, abriendo los brazos y las piernas para recuperar el
equilibrio.
Dios, era tan sexy. Perfecta, de los pies a la cabeza.
Su brillante pelo, despeinado, le hacía parecer una mujer satisfecha
tras haber hecho el amor lujuriosamente. Lo cual era cierto.
Sus ojos azules brillaban y su sonrisa formaba unas pequeñas y
graciosas líneas en el borde de los ojos. La piel amoratada de su boca
hinchada y brillante descubría sus preciosos dientes. Unos dientes que le
habían mordisqueado, en una exposición tan ávida de sexo salvaje, que
hizo que sus hormonas rabiosas desearan gritar.
Sus delicados hombros flaqueaban sobre un pecho que dejaría en
ridículo a cualquier modelo de revista. Mientras la miraba, la piel de sus
pezones rosados se volvía tan rígida que parecían las cimas de una
montaña. Se le hacía la boca agua.
Su mirada continuó su camino descendiente, más allá de su
estrecha cintura. La curva de sus caderas se endurecía, haciéndole
recordar cómo había agarrado su trasero redondo y respingón. La palma
de sus manos rabiaba por tocarlo una y otra vez. No cabía duda, tenía un
culo perfecto.
Él observó fascinado su feminidad casi desnuda, hinchada
igualmente por las recientes actividades. Su humedad se reflejaba en los
labios dilatados. Apretó la mandíbula para no caer encima de ella y
sorber cada gota de aquella humedad. ¿Pero qué le pasaba?
Sus muslos eran firmes y generosos, lo que le venía bien para
poder abrazarla mientras se la tiraba.
Las piernas de ella se estrechaban perfectamente hasta lospequeños tobillos y hasta, sin duda, los pies más sexys que nunca había
visto.
Incapaz de aguantar ni un segundo más, se subió a la cama y le
agarró uno de sus suaves pies.
McCall sintió sus labios besándole la planta, seguidos de la suave
punta de su lengua, mientras se resistía al impulso de retirar el pie. Sus
besos, ligeros como plumas, rozaban la punta de cada dedo. Tuvo que
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cerrar la cordialidad de sus piernas para poder centrarse solamente en
sus pies.
Él agarró el otro pie y repitió el proceso haciendo que su
respiración se agitara e intensificara.
Su caliente boca se acomodó en sus rodillas, lamiéndolas y
besándolas. Los besos en las corvas le causaban una risa que
rápidamente se transformaba en gemido, cuando lamía suavemente su
sensible piel, haciendo que sus tobillos se retorcieran por el placer.
Sus calientes manos palparon los muslos haciendo que ella deseara
haber perdido los nueve kilos que había ganado desde su último
encuentro sexual. Kilos que siempre se instalaban en muslos y trasero.
Tienes un cuerpo precioso —le dijo con voz ronca, como si hubiera
adivinado sus pensamientos—. Perfecto —le dio un delicado beso en el
interior de cada uno de sus muslos rechonchos, lo que hizo que ella
deseara poder adelgazarlos con tan sólo un movimiento, como hacía
cuando metía su estómago para disimular la barriga.
Sus talentosos dedos rozaron la humedad de entre sus piernas.
¿Cómo sabía dónde tenía que tocarle para volverla loca de lujuria?
Antes de poder preguntárselo, le dio la vuelta y la puso de espaldasa él. ¿Qué iba a hacer ahora?
Todo lo que podía ver era la colcha y el contorno del extremo de la
almohada. ¡Vaya! Le hubiera gustado tener más tiempo para deleitarse
en la belleza de su cara. Además, no le gustaba nada la idea de que él
mirara su gordo trasero.
McCall se giró, en un intento de darse la vuelta, pero él la sujetó
firmemente contra su estómago.
—No —le susurró cuando él deslizó la lengua a través de su nalga
izquierda. Su cara le ardía de vergüenza.
Él sonrió contra su piel repitiendo el proceso con la otra nalga,
después la besó suavemente desde la curva de su trasero hasta la
cintura.
Le dio unos pequeños mordiscos al tórax, haciéndose camino hasta
su pecho, para lo que tuvo que volver a girarla. Cogió su pezón en su
boca y succionó. Ella recibía cada profundo tirón con el vientre,
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arqueando la espalda para que la boca de Alex pudiera llenarse
completamente.
Su fuerte torso se alineó con su pecho cuando él se incorporó para
encontrar su boca.
—No intentes esconder tu cuerpo de mí—le dijo sobre los labios—
nunca.
Sus manos dejaron una fiera huella cuando la rozaron desde el
pecho hasta las caderas, sujetándola para tomarla posesivamente.
—Es perfecto. Estos... —bajó la cabeza para besar sus pezones—
son perfectos. Somos perfectos, juntos.
Cuando lo dijo, movió sus caderas y empujó profundamente dentro
de ella. Suspiraron. Él paseo los labios sobre la punta de su nariz, con un
fugaz beso.
Sus miradas se encontraron, él comenzó con profundas y vagas
embestidas, bajando su cabeza de vez en cuando para lamerle los
pezones. Cada lametazo le causaba chorros de placer, tensando sus
músculos internos y causando los gemidos de Alex.
Los gritos le provocaban espasmos internos a McCall lo quedesencadenaba que se sucediera una serie completa otra vez.
Él liberó sus pechos para cubrirle la cara con las manos. Nariz
contra nariz, parecía que él pudiera verse reflejado en su alma.
¿Sospecharía él que no era la mujer salvaje que fingía ser?
—Te deseo —le dijo con la voz cansada.
Ella retiró una de las manos de su perfecto trasero para alcanzar y
tirar de un mechón de pelo dorado que caía sobre su frente bronceada.
Con la luz atenuada de la habitación, sus ojos parecían más dorados
que verdes.
—Ya me tienes —le susurró mientras contraía los músculos una vez
más para arrancarle otro gemido.
—No me refiero sólo al sexo —dijo a medida que sus embestidas
iban ganando en velocidad—. Te deseo, oh, mmm, tanto como pueda —
gimió, empujando más fuerte—. Toda la semana. Te deseo cuando y
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donde sea. Cuanto quiera... —su cuello se arqueó, descubriendo los
tendones que sobresalían de entre la suave piel.
Profundamente, dentro de ella, su pene se dilató. A ella se le
agitaba la respiración a medida que contraía los músculos, dándole un
vuelco el corazón. Él derramó su alivio sobre su abdomen, calentándolo y
provocando una respuesta profunda e inmediata.
Alex se desplomó sobre ella y ésta recibió su peso, apretándole
fuertemente contra su cuerpo y dentro de él.
Las lágrimas le quemaban los ojos. Orgasmos como los que había
sentido no eran muy habituales ni tan agotadores. Quizá fuera esa la
razón por la que se sentía tan llena, tan exprimida, tan... despejada.
No, no era exactamente eso. Se sentía... completa.
Una sensación peligrosa para una mujer salvaje.
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CAPÍTULO
5
l salió a disgusto del calor húmedo que le encerraba. Sentándose a
un lado de la cama, bajó la vista hacia el condón de color vivo que
cubría su pene y que le molestaba horrores. No soportaba ninguna cosa
que le mantuviera remotamente alejado de la mujer que había tras él, en
la cama.
¿Qué le había hecho? Era absurdo abrigar pensamientos como losque había tenido desde que la vio en la terraza.
Negarse a utilizar un preservativo era un suicidio total.
Volvió la vista atrás para mirarla. Yacía, desnuda y jadeante, con
los ojos cerrados y sus endiabladas piernas abiertas como si le
estuvieran invitando o provocando a sumergirse una vez más en su
dulzura.
Parecía tan inocente. Casi pura. Contuvo una risa. No era pura, esolo daba por hecho.
Otra cosa que debía recordar era que ella era una prostituta.
Se acercó a ella para rastrear con su dedo la suave y erótica piel
de sus pezones y sonrió cuando se arrugaron al instante. Sonrió más
ampliamente cuando ella hizo un ronroneo suave, curvándose hacia su
mano y volviéndolo loco.
Su sexo despertaba entre las piernas, con un interés renovado.¡Mierda! Aquella mujer le hacía insaciable.
Se le borró la sonrisa de los labios. Lo que él quería no era entrar
dentro de ella una y otra vez, sino abrazarla y sentir su piel cerca de la
suya, su corazón latiendo al ritmo del suyo. Quería conocerla por dentro
y por fuera.
Quería abrazarla, tenerla para él y no dejarla marchar nunca.
Mierda.
É
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McCall se despertó lentamente de su débil letargo y se desperezó.
Bajo ella, la seda se desplegaba, rozando suavemente su piel. La brisa
marina que entraba por la ventana acariciaba sus sensibles pezones.
Definitivamente, ser una mujer salvaje tenía su recompensa.
Exploró su desnudez con la punta de los dedos, recordando el tacto
de Alex. Le sorprendió apreciar la humedad surgiendo de nuevo. ¿Cómo
podía haberse excitado tan pronto otra vez?
El sonido del agua de la ducha se coló en la habitación. McCall llenó
su pecho con las manos, pellizcando sus pezones, tan irritados que Alex
los había abandonado.
Espera. Era una mujer salvaje, al menos, esta semana. ¿Por qué no
podía ser ella la agresora?
Antes de que pudiera pensar en un millón de razones por las que no
hacerlo, saltó de la cama y corrió hacia el cuarto de baño adyacente.
La vista la detuvo sobre sus pasos.
La luz del sol se colaba por el tragaluz, iluminando el dios que se
levantaba tras el cristal transparente de la ducha de hidromasaje. El vaho
que salía de las alcachofas que rodeaban la ducha se levantaba sobre su
magnífico cuerpo mientras el grifo principal cerca del techo formaba una
mini cascada que intensificaba el efecto deslumbrante de la escena.
Con los ojos cerrados, levantó su cabeza hacia el sol, revelando su
perfil perfecto, la fuerte columna que parecía su garganta. El agua,
cayendo en cascada sobre sus firmes pectorales y abdominales planoscomo una tabla, regaba sus perfectos y amplios hombros acariciando su
impresionante paquete antes de delinear sus impecables piernas de
atleta.
Con la boca seca, cuando definitivamente tenía mojadas otras
partes de su cuerpo, agarró el picaporte de la puerta, abriéndola y
metiéndose dentro del calor del vapor.
Si él se había sorprendido al verla allí, lo disimulaba muy bien. Sus
pies apenas tocaron el calor húmedo de la baldosa cuando la atrajo haciaél con los brazos.
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—Hola, dormilona —le dijo acertadamente antes de cubrirle la boca
con la suya.
Sintiendo una sobrecarga sensorial por todo el cuerpo, juró
convertirse en la agresora, aun cuando empezó a derretirse por la
potencia de su beso.
Mientras que su lengua rozaba la suya, sus manos exploraron su
cuerpo con una minuciosidad tan devastadora que causó en ella una
respuesta inmediata.
Sus manos recogieron y estrujaron sus tiernos pechos. Ella le
mordió suavemente el pezón.
Las manos de él se deslizaron hasta su cintura y más abajo hasta
cubrirla por detrás con claras intenciones.
Ella le cogió los testículos, que se endurecían mientras su pene
sobresalía contra sus costillas.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, McCall se
encontró trepando por su sensual compañero de juegos como si él fuera
una torre sexual humana a escalar.
Sus manos le agarraron la cintura cuando ella se aferró a sushombros y con un empujón hacia abajo, ella se sintió atravesada por su
dureza.
Sintiéndose deliciosamente malvada, meneó su trasero. Él gimió y
tensó su pene, dentro de ella. Ella rodeó su cintura con las piernas
haciéndole sentir casi totalmente fuera, bajando después su trasero,
adorando la sensación de empujarlo contra su útero. La cascada de agua
caliente añadía erotismo a la escena. Ella frotó sus pezones contra él,
gritando al mismo tiempo que su amante.
—¡Todavía no! —su voz sobresalía por encima del sonido de las
numerosas alcachofas.
Ella se quejó, tratando de recuperar su erótico asiento cuando él se
retiró con sus duras manos apretándole el pecho.
—Confía en mí—le dijo al oído—, espera.
La levantó hasta sentarla en sus hombros, con sus muslos a cada
lado de su cabeza. Ella sentía su respiración caliente en el abdomen,después algo más abajo, contra sus pliegues doloridos.
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Se aferró a su pelo con los ojos cerrados para absorber mejor la
sensación de su caliente lengua lamiendo y chupando sus partes más
íntimas mientras el agua del grifo principal que tenían encima los regaba
con su erótica cascada.
Si hubiera estado más delgada y fuera más joven, sin mencionar
estar menos flácida, hubiera intentado descolgar el cuerpo para
corresponder mientras él le daba placer con la boca. Suponiendo que
pudiera alcanzarle.
Echó un vistazo hacia abajo con el rabillo de un ojo.
Definitivamente, no era posible hacerlo. Por lo menos, para ella.
El pensamiento le causó un dolor inmenso en el corazón.
Parpadeó un repentino ataque de lágrimas y se sujetó a su pelo con
fuerza, abrazándole. No podía soportar la idea de vivir ese momento
íntimo con algún otro ni que él lo hiciera con otra mujer.
Vaya una mujer salvaje en la que se había convertido.
Derek sabía el momento en el que la había perdido. Al principio
había sido una participante salvaje y dispuesta pero inmediatamente
después su cuerpo se endureció, apretando los músculos de los muslos
contra sus orejas. ¿Se había dejado llevar, siendo demasiado bruto?
Él lamió su clítoris y la sintió endurecerse otra vez como si sólo
tolerara lo que le estaba haciendo. ¡Eh! Quizá fuera eso. Después de
todo, era lo que ella hacía para ganarse la vida. Si tuviera que hacer
cosas como esas con cualquiera que cruzara la puerta, la emoción
hubiera desaparecido en un abrir y cerrar de ojos.
El último pensamiento le despejó. Se acercó a ella una última vez,
dándole un beso en su abertura. Sus muslos se relajaron inmediatamente.
Aceptando la invitación, su lengua comenzó a girar, entrando y saliendocon fuertes golpes.
Por la manera en la que se desplomaba contra él, debía de gustarle,
abriendo más sus puertas para permitirle un acceso mejor.
La colocó en su lugar con una mano mientras que con la otra
palpaba y pellizcaba su pecho.
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Él gimió con aquel pastel húmedo en su lengua. Más emocionado y
excitado de lo que había estado antes, ocupó su cerebro con cualquier
cosa mundana para prolongar el placer acorralado mientras la complacía.
De repente, su objetivo en la vida consistía en dar a la mujer que
sostenía en los brazos el orgasmo más placentero de su vida.
McCall no sabría decir cuándo se torcieron las cosas pero de
repente, tenía problemas para tomar y expulsar el aire de sus pulmones.
Cada músculo de su cuerpo vibraba con una pasión reprimida. Entre el
agua fluyendo sobre ellos y la humedad de entre sus piernas, se
sorprendió. Alex parecía ahogarse.
Cada terminación nerviosa de su cuerpo se centraba en el lugar
donde su boca trabajaba mágicamente. Su talentosa lengua dibujaba
contornos eróticos alrededor de su sexo, una y otra vez, entrando de vez
en cuando en su interior. Cuando sus manos se unieron a la sensual
escena, acariciando y estrujando su pecho, se sucedió casi una explosión
de sentidos.
Su clímax ascendía una y otra vez, bañándola finalmente con olas yolas de relajación. Si las manos de Alex no la hubieran sujetado
firmemente, se hubiera caído al suelo de la ducha, en un saciado y
deshecho montón.
—Me toca —le susurró mientras la bajaba.
Ella asintió e intentó arrodillarse ante él pero no le dejaba.
—Aunque deseo tener tu boca en mi pene, no puedo esperar a eso
ahora.
Tiró de ella hacia arriba, sus pies no tocaban el suelo. La baldosa
de granito azul oscuro parecía demasiado fría contra la piel caliente de su
espalda. Apenas rozó la pared cuando la punta caliente de su pene la
exploró, buscando después el camino hacia su cuerpo receptivo.
—Envuélveme con tus piernas, nena —le dijo contra el pelo, cerca
del oído—, y agárrate.
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Así, colocó sus flexibles piernas alrededor del torso y él la penetró.
Si no hubiese sido por la sólida pared que tenía detrás y por el peso de
él, presionándole desde delante, nunca hubiera aguantado erguida.
Ella se dejó llevar, disfrutando de la experiencia, de la erótica
sensación que le producía sentir su piel contra la suya y el agua caliente
inundándolo todo, sin tener que hacer ningún trabajo.
—¡Vaya! —él tropezó contra lo que parecía una especie de
interruptor interior. De repente, ella regresó al juego, recibiendo cada
embestida, intentando tirar de él hacia adentro, emitiendo pequeños y
agitados jadeos.
Él le agarró las ingles y tiró de sus piernas hacia los hombros,
intensificando la acción, facilitando una penetración más profunda.
Tras unas pocas embestidas, ella se oyó a sí misma gritar, al
tiempo que su orgasmo derramaba un maremoto de placer.
Los músculos se le endurecieron como una roca, embistiéndola una
vez más. Después se debilitó, retirando la cabeza hacia atrás y dejando
escapar un grito primario de su garganta.
Guau.
Suavemente, le retiró unos mechones que le caían sobre la cara
mientras la bajaba hasta que sus pies tocaron la baldosa. Él la besó tan
intensamente que le hizo abrir los ojos. De hecho, si ella no hubiera
cerrado las rodillas, estaría hecha pedazos en el suelo de la ducha.
El fino tacto del jabón se deslizaba por su piel. Observó la
sensación. Cualquiera podría pensar que todavía tenía una sobrecarga
sensual, aun con el tacto de sus manos enjabonando su cuerpo,
provocando una sensación profunda y renovada en su interior.
Con los ojos aún cerrados, frotó sus pechos enjabonados contra él.
—Comparto el jabón —le explicó.
El sonido de su risa, junto con el de la presión, resonaba contra la
baldosa añadiendo otro toque de intimidad.
Se le abrieron los ojos cuando sintió la exploración de su dedo
enjabonado.
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Alex le sonrió con sus brillantes dientes blancos y sus ojos
soñolientos. Debemos asegurarnos de que estés bien limpia, por dentro y
por fuera. Le introdujo otro dedo, que enjabonado le provocaba una
sensación interesante a medida que se estiraba, entrando y saliendo.
Cuando ya estaba enjabonada a conciencia y bien estimulada, él se
dio la vuelta para alcanzar una de las alcachofas a fin de asegurarse de
que no quedaran restos de jabón en su cuerpo.
Con las rodillas debilitadas tras el último orgasmo, se alivió al ver
cómo la envolvía en una suave toalla, cogiéndola y llevándosela del
cuarto de baño. ¿Se echaban la siesta las mujeres salvajes?
Mientras Derek la bajaba por las escaleras, pensaba en lo adictiva
que era aquella mujer. Lo cierto es que él estaba loco por ella. Otra vez.
Cogió el montón de condones que había en el suelo, al lado del
sofá. Nota mental: comprar más. Quizá una caja. Observó cómo dormía
profundamente donde la había dejado en el sofá. Su verga reaccionó ante
la escena. Que sean dos cajas de condones.
¿Cuánto tiempo habría pagado Jack en un principio? Ya tendría que
haberse agotado. Bueno, merecería pagar lo que fuera por retenerla aquí
más tiempo. ¿De qué servía estar podridamente rico si no podía comprar
los placeres más simples? El buen sexo era definitivamente uno de esos
placeres.
Le sorprendió un bostezo. Quizá se echara un rato. Abrazar a Mac
mientras dormía también estaría bien.
Había sitio suficiente para los dos en aquel enorme sofá, sobretodo, teniendo en cuenta la estatura de su compañera de juegos. Tiró de
ella hacia sí, y se acurrucó para echarse la siesta.
Le invadió una sensación de satisfacción. Se sentía feliz...
completo.
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La sensación que provocaba el hielo deslizándose por sus pezones
les hacía erigirse casi dolorosamente. Desde ahí, dibujó la línea de cada
pecho bajando a continuación hasta su estómago y ombligo.
Descendió para sorber la humedad de su tripa y entonces continuó
su camino.
Se incorporó, deslizando el hielo hacia abajo por el interior de sus
muslos, haciéndola vibrar.
—Sssh —le susurró, acariciando más detenidamente sus muslos—.
Tranquila, sólo es agua. ¿No te acuerdas de lo que hicimos con el agua
de la ducha?
Sólo pudo asentir, las llamas de la excitación lamiéndole como
seguramente haría su amante con la humedad del hielo en su cuerpo.
Él gimió, haciéndole parecer terriblemente sexy, centrando la
atención entre sus piernas.
Presionó la punta del cubito sobre su clítoris que estaba tan
caliente que derritió algo de hielo. Pequeños chorros descendían sobre
sus pliegues, mojándola por detrás.
Estamos mojando el sofá —se sintió obligada a decir.
Él meneó su cabellera dorada y despeinada con una suave sonrisa
dibujando sus apetecibles labios.
—No. Aún estás tumbada sobre la toalla.
Lentamente el hielo descendió, alisando arriba y abajo sus pliegues,
volviéndola loca de lujuria. Justo cuando pensaba que no tendría un
segundo más de deliciosa tortura, la frialdad invadió su portal.
Se le agitó la respiración. Sus pezones se convirtieron en dolorosas
cimas. Sus ojos se abrieron cuando pudo levantar la cabeza lo suficiente
para verle deslizar la ahora astilla de hielo dentro y fuera de ella,
mientras que con el pulgar de su otra mano paseaba de acá para allá,
sobre su dilatado clítoris.
Huy —dijo mirándola— parece que el maldito resbaladizo ha caído
dentro. No te preocupes, voy a cogerlo.
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CAPÍTULO
6
erek se acercó a aquella mujer sin fuerzas y la arrastró a su
regazo, mordisqueándole el lóbulo de la oreja. Su fragancia única
le hacía flotar. La inhaló con voracidad, asombrándose del efecto que
producía en él.
Si viviera cien años, nunca podría olvidar, entre un millón de otras
cosas de ella, cómo olía, ni cómo sentía, la manera en la que respondía.
La emoción que se negaba a reconocer le apretaba la garganta, le
daba un vuelco a su corazón.
No podría retenerla indefinidamente. Cada uno tenía su vida.
Cuando pensó en la vida que ella llevaba, se sintió enrojecer de celos.
Su corazón daba un brinco con cada pensamiento. ¿Por qué no
podía quedarse con ella? Maldita sea, tenía dinero suficiente como para
ser su cliente exclusivo durante el resto de sus vidas.
¿En qué estaba pensando? Si la derrota con la recaudadora de
fondos de las narices no lo arruinaba, contratar a tiempo completo a una
puta sí lo haría. ¿Y qué efecto tendría eso en sus padres?
Jugó con su rollizo pecho, sonriendo cuando el pezón reaccionaba
al tacto. Era mejor disfrutar de su compañía mientras estuviera allí,
después se olvidaría de ella y volvería al mundo real.
¿Por qué la idea le hacía querer sujetarla y no dejarla ir nunca?
McCall se estiró entre los brazos de su amante y tiró de su fruncida
boca para besarle.
—¿Qué pasa, Alex?
La miró durante un segundo, luego le sonrió.
—¿Quieres bailar?
—Me encantaría pero, ¿por qué estás tan serio?
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—¿Te gusta el marisco?
Se preguntaba si él se daría cuenta de cómo la excitaba, de lo que
sentía cuando sus manos le acariciaban distraídamente el pecho.
—Sí —le dijo con voz ahogada.
—¡Genial! Conozco un sitio que no está lejos de aquí, donde sirven
el mejor cangrejo de la costa del golfo. Y tienen una orquesta fantástica.
Obviamente, él no recayó en su mirada provocativa de interés, lo
que no era nada sorprendente ahora que lo pensaba. Le pasaba a
menudo. No era muy buena coqueteando.
—No te preocupes por la ropa que vas a ponerte. Es informal.
—No estoy preocupada por eso —le aseguró alcanzando el último
condón e impactándole con su comportamiento sexual abierto. Rasgó con
los dientes el envoltorio de papel de plata del preservativo, manteniendo
cuidadosamente el contacto visual, escupiendo discretamente el trozo de
papel de los dientes—. Es la ropa que no llevas lo que me tiene un poco
preocupada.
Excitada al ver que ya estaba "listo", hizo un rápido movimiento
para cubrirle, primero con el condón, después con su cuerpo.
La mujer salvaje estaba otra vez de vuelta.
Derek volvió a casa de Jack y subió las escaleras hasta la
habitación, con su mochila de nailon echada al hombro.
Había sido una estupidez regresar a su casa a por ropa limpia. Si
iba a quedarse toda la semana con Mac, tendría que mudarse allí.
Dejó su equipo en la alacena ropera.
—¿Mac? Ya estoy aquí. ¿Estás lista?
Ella salió del baño, provocando que sus pulmones se quedaran sin
aire.
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El estampado brillante y multicolor de su vestido encajaría a la
perfección con el atuendo de los otros clientes del restaurante. Bueno, lo
que quedaba de él.
Sospechaba que realmente era un top, ya que Mac era pequeña y el
vestido le llegaba por encima de medio muslo. El escote era tan bajo que
juraría haber detectado la línea de sus pezones. Antes de que pudiera
decírselo, ella se giró y se agachó para ponerse los zapatos.
Su corazón dio un brinco, agitándose ante la cantidad de piel
desnuda que tenía justo enfrente. El maldito vestido apenas le cubría la
espalda, eran sólo unos cuantos hilos, unidos y entrecruzados, desde el
vuelo de su cadera hasta el filo de los hombros.
—Quítatelo —le dijo finalmente.
Se giró, mirándole boquiabierta.
—¿Qué? ¿De qué hablas? Creía que querías salir.
—Pediré la comida para llevar.
Entrecerró los ojos.
—¿Qué te pasa, Alex? —se le acercó.
Él retrocedió un paso y se metió las manos en los bolsillos de sus
pantalones caquis.
—Tu vestido —dejó escapar. Respondiendo a su mirada atónita, él
continuó—. Es prácticamente inexistente. Voy a pasar toda la tarde
peleándome con otros hombres —sacudió la cabeza—. Además, estaré
aterrado porque sé exactamente lo que hay bajo ese vestido, que además
es demasiado provocativo. Estaré tan duro que no podré probar bocado.
—Quizá podamos arreglar ese pequeño problema... antes de irnos.
Se acerco furtivamente a él y le desabrochó el cinturón, después
tiró del botón de su cuello. El ruido de la cremallera resonó en el silencio
del cuarto.
Cerraba los puños en el interior de sus bolsillos para evitar tocarla.
—No podemos —le dijo con voz ahogada.
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—Claro que podemos —le sacó las manos de los bolsillos y le
sonrió mientras se deshacía de sus calcetines y calzoncillos. Su verga se
sintió liberada, preparada para la acción, que parecía ser su estado
constante desde que conoció a Mac.
—Cuando estaba duchándome sola, se me ha ocurrido que
necesitamos hacer realidad alguna de nuestras fantasías —se levantó y
alcanzó la corbata tras su cuello—. Ésta es una de las mías —ella dudó
Un momento, pero él asintió con la cabeza, dando su aprobación.
El vestido le cayó sobre el pecho.
Empezó a salivar, como el perro de Paulov. Tenía dificultades para
respirar.
Se arrodilló frente a él, frotando la dilatada punta de su polla, dura
como una roca, contra la suave piel de sus pezones, volviéndole loco de
placer. La lujuria era la única razón que explicaba sus reacciones con
aquella mujer.
—Creo que hay un nombre para esto, pero no lo recuerdo.
Juntó sus abundantes pechos, deslizando su verga dentro y fuera
del escote.
—Es una cubana —añadió con voz firme.
—¿Te gusta? —le preguntó. Antes de que pudiera responder,
estaba arrodillada rodeando con su lengua la punta púrpura hasta que él
pensó que gritaría antes de que llegara a metérsela en su caliente boca.
Gimió; obviamente, no era el momento de articular un discurso
coherente.
Ella estableció el ritmo. Besar, lamer, chupar, agarrar. Él pudomantener el control hasta la sexta o séptima ronda.
Entonces lo perdió.
Quería quitarle el resto del vestido e introducirse en la humedad
que él sabía se escondía más abajo, o al menos quitarle la falda y bajarle
las medias antes de hacer su depósito.
Pero en vez de eso, para su horror, derramó su semilla por todo su
precioso pecho. Antes de que pudiera disculparse, ella se echó a reír y
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guió su todavía palpitante polla hasta el resbaladizo lío para encontrarse
con sus pezones.
Con el rostro enrojecido se deshizo de su vestido para revelar su
total falta de ropa interior. Hablando de fantasías.
Él se levantó como un maniquí mientras ella ronroneaba y frotaba
su cuerpo contra el suyo, quedando ambos manchados.
Ella era su fantasía de adolescente haciéndose realidad.
Aún sonriendo, le cogió de la mano y lo llevó hasta la cama.
—No me importa si nos metemos en un lío. Te necesito ahora.
Lo empujó encima de la cama, subiéndose a horcajadas encima de
su erección renovada para montarle con fuerza.
Acabando al mismo tiempo, ella se desplomó sobre su torso,
haciéndole cosquillas en el brazo con su suave jadeo, envolviéndolo con
su aroma.
En una sensual neblina, le vino una idea a la cabeza, que surgió
para golpearle como un martillo.
La quería.
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CAPÍTULO 7
ac se incorporó aún dentro de él, se estiró, y le sonrió. Él sintió la
piel de la cara tirante cuando intentó devolverle la sonrisa.
—¿Quieres compartir una ducha? —se le borró la sonrisa—. Alex,
¿por qué me miras así? ¿Estás bien?
Puede que nunca volviera a estar bien.
—Claro, vamos a ducharnos. Pero tiene que ser rápido, ¿vale?Estoy hambriento —se apartó de ella y se dirigió al cuarto de baño para
abrir la ducha.
Se pueden hacer un montón de cosas estúpidas. Sin embargo, ¿qué
tipo de imbécil se enamoraría de una puta? Echó un vistazo a su reflejo
en el espejo sobre los lavabos dobles.
McCall se ajustó los tirantes de su segundo vestido y observó el
reflejo de Alex en el espejo.
—¿Estás seguro de que quieres salir? —le preguntó otra vez—.
Puede ser caro y el congelador y el frigorífico están llenos. Seguro que
encontramos algo para comer aquí.
Sus miradas se cruzaron en el espejo.
—¿Qué? ¿Crees que no puedo permitírmelo?
Sacudió con la cabeza, negándose a reflejar cómo le herían sus
cortantes palabras.
—Claro que no. Sólo proponía una solución alternativa.
Él se paseó detrás de ella y deslizó sus manos hacia arriba,
acariciándole las piernas hasta alcanzar la cinturilla de la correa, por
debajo de su falda.
—Déjalos aquí —le ordenó bajando los pantis de sus piernas.
—Alex —hizo un tímido intento de retirarle las manos peroentonces él le quitó la ropa interior. Le acechaba un estremecimiento de
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excitación cuando estaba con aquel hombre, que le provocaba oleadas de
humedad entre las piernas.
Se metió las piezas de lencería en el bolsillo con una sonrisa
satisfecha.
—Es hora de cambiar los zapatos, cariño.
—¿De qué estás hablando?
Derek se sentía asqueroso por forzarla a salir sin ropa interior pero
también le excitaba de una forma inexplicable.
—¿No sabes cómo llaman a ese tipo de zapatos?
Meneó la cabeza mientras empezaba a descender las escaleras. Él
la siguió, manteniendo una distancia prudente de su potentes encantos,
pero lo suficientemente cerca para admirar el dulce contoneo de su
trasero desnudo.
Se detuvo en el sofá y se giró hacia él, con las manos en las
caderas.
—Bueno, ¿vas a decirme cómo le llaman a estos zapatos?
Él echó un rápido vistazo para asegurarse que su vestido cubriera
más que el anterior y gimió:
—Zapatos de putón.
Incapaz de resistirse, metió su mano bajo la falda para acariciar su
humedad y después la bajó a su sitio.
—Recuerda esto, Mac, porque es exactamente lo que voy a hacer,
una y otra vez —bajó para plantarle un beso en la sorprendida O queformaba su boca—. Después.
La giró hacia la puerta y le dio una palmada en el culo.
—Ahora vamos a comer algo. Estoy hambriento.
Ella se detuvo al pie de las escaleras de la playa.
—¿Tienes coche? —le preguntó.
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Pensó detenidamente en su Porsche, aparcado en su garaje. Tenía
que protegerse a sí mismo si pretendía vivir después del fin de semana.
Negó con la cabeza.
—La luz del motor se encendió cuando lo arranqué —le informó—.
No estoy segura de que mi coche pueda hacer un largo recorrido —
parecía tan adorable, girando sobre el perfil de su trasero, que casi se
rinde y se lanza a sus pies rogándole ser suyo y acabar con esta farsa.
Casi.
—No pasa nada, Mac. "El Cangrejo Púrpura" está justo bajando a la
playa, a un ratito. Podemos dar un paseo —sus pies se hundieron en la
arena—. Dame tus zapatos —los puso en su bolsillo y la cogió de la
mano, dirigiéndose a su restaurante favorito de South Padre.
Se negó a obsesionarse con lo bien que le hacía sentir su pequeña
mano o lo feliz que se sentía al caminar a su lado.
Entablaron una conversación neutral sobre los enormes platos de
cangrejo al vapor, riéndose de chistes tontos, haciendo observaciones
clandestinas sobre otros clientes. Las luces parpadearon demasiado
pronto, anunciando el último aviso antes de cerrar.
—¿Quieres otra jarra de margaritas? —le preguntó señalando a sucamarero.
McCall negó con la cabeza, sintiendo un mareo definitivo de las
últimas dos jarras que habían compartido.
—No, gracias, estoy preparada para irnos —estaba preparada para
llevar a cabo su promesa-amenaza. Aquella idea le produjo otro sofoco
por todo el cuerpo.
Se abanicó con la servilleta.
—Uf, ¿no tienes calor aquí? —dio un traspié en la silla, agarrándose
de su brazo para sujetarse—. Creo que necesito algo de aire fresco.
Mientras su cita pagaba la cuenta, caminó hasta la arena y se quitó
los zapatos. Le hubiera gustado quedarse desnuda y correr por la playa
con su amante de fantasía pero incluso las mujeres salvajes tenían sus
límites. Al menos esta mujer salvaje.
—¿Estás pensando en tus zapatos? —le dijo con voz baja e íntima,cerca de la oreja.
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Ella frunció el ceño, tenía los labios entumecidos.
—¿Mis zapatos?
Se acordó al instante cuando observó la caliente intensidad que se
desprendía de sus ojos. Se echó a reír y corrió hacia la playa, alejándosede él. Tenía que haber hecho algo muy bueno en su vida para merecer
un descanso de la realidad como ese.
La alcanzó en cuestión de segundos, apretando la mano contra la
suya y caminando a su paso, al lado de ella.
—¿Qué quieres hacer ahora? —le preguntó, deteniéndose y
arrastrándola hacia sus brazos. Sus manos frotaron la delicada tela de su
vestido a través de su trasero desnudo.
—Quiero hacerte el amor —le respondió ella sinceramente—, ahora
mismo, aquí en la playa.
Sus cejas se arquearon hasta casi tocar el nacimiento del pelo.
Miró a su alrededor.
—¿ Por qué no esperamos hasta que estemos cerca de la casa? Es
una playa privada, así que lo que hagamos enfrente de tu casa de la
playa, no será visto por ningún testigo.
—No pareces muy entusiasmado para ser alguien que, no hace ni
tres horas, fanfarroneaba de las veces que íbamos a hacerlo —era
consciente de que no conseguía pronunciar bien.
Él se deshizo de su mano y colocó ambos puños contra las caderas.
—Estás borracha.
—No lo estoy —aplastó un mechón de pelo que parecía habersepegado contra el brillo de labios que acababa de ponerse.
—Vale —se encogió de hombros—. Dímelo y lo haré.
—¿Aquí y ahora?
Él asintió.
—Aquí y ahora. Lo que quieras, como quieras —hizo una pequeña
reverencia—. Tus deseos son órdenes para mí.
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Ojala me amaras para siempre, y no me refiero sólo a mi cuerpo .
Pero por supuesto, no podía decirle aquello. Y si amar su cuerpo era todo
lo que él podía hacer toda la semana, que así fuera.
Ella caminó hacia una silleta de playa abandonada y se sentó,
subiéndose la falda hasta las caderas.
Él siguió sus pasos hasta quedar de pie enfrente de ella.
—¿Y bien?
Sintiéndose más descarada y sexy que nunca, McCall colocó las
rodillas sobre cada uno de los brazos de la silla. Incluso en la oscuridad,
podía diferenciar su mirada, observando la desnudez de entre sus piernas
abiertas. La boca del pobre hombre babeaba.
Peinó con la mano su propia humedad. Incorporándose lentamente
para deshacerse de los cuatro botones que sujetaban su vestido, permitió
que la húmeda brisa marina acariciara sus pechos desnudos. Deseó con
fervor que no fuera lo único que besara la brisa antes de que la noche
acabara.
—¿Y bien? —le preguntó con la voz más sexy de la que pudo
armarse, deseando tener el poder para hacer que la playa dejara de
moverse. Quizá, si cerraba los ojos un momento, el mundo dejara de darvueltas y ella pudiera disfrutar de la fantasía erótica que acababa de
crear.
Entre sus piernas extendidas, podía sentir la suave brisa del agua
acariciando su humedad.
Sus músculos se relajaron. No era tan estimulante como Alex,
pero...
Derek vio cómo los ojos de Mac se cerraban. Sus piernas
extendidas se abrían un poco más a medida que su cuerpo se relajaba.
Estaba dormida.
Su erección palpitaba, bajo la apretada bragueta de sus pantalones.
—Y ahora, ¿qué?
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No podía dejarla ahí ni dormir con ella, quedando expuestos. Pero
¿confiaba lo suficiente en sí mismo para tocarla mientras su testosterona
crecía como un maremoto, sin aprovecharse de lo que ella le ofrecía?
Pese a todo, era un caballero. Se agachó para juntar sus piernas y
bajarle el vestido tanto como pudo.
Tan corto como era aquel vestido, su trasero quedaría expuesto
mientras la llevaba a la casa de la playa. Además de avergonzarla, no
podía soportar la idea de cualquier otro viendo esa parte de ella.
En un suspiro, desabrochó su camiseta Oxford y se la quitó. La fría
brisa marina refrescaba su caliente piel, aliviando un poco el calentón.
—Vamos, Mac —le dijo agarrándole los brazos—, es hora de volver
a casa.
Levantarla parecía más difícil de lo que se había imaginado. Algo
así como intentar levantar un montón de gelatina. Para colmo un fino
brillo de transpiración relucía en su piel, lo que combinado con la lo