Zoológicos Humanos

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Julia Pastrana, un destino latinoamericano Ana Luisa Valdés 1 Julia Pastrana fue una indígena mejicana que vivió entre 1834 y 1860. Nació cubierta de pelo en todo el cuerpo, padecía de hirsutismo, y fue exhibida como un fenómeno de circo por el empresario que se casó con ella para poderla exhibir también en privado, Theodore Lent. Estando en gira en Moscú Julia Pastrana tuvo un hijo, que nació con sus mismas características físicas, cubierto de pelo, y que sólo vivió tres días. Ella lo sobrevivió nada más que una semana. Su marido Theodore Lent la vistió de bailarina rusa y la hizo embalsamar junto a su hijo. Los puso en una vitrina y los mostró muertos durante muchos años. Las momias hicieron un increíble periplo y fueron a parar a depósitos de museos en Escandinavia, en Suecia y en Noruega. La práctica de la exhibición de restos humanos en museos es común en el Occidente. España y Francia han exhibido africanos e indígenas latinoamericanos. En Suecia el Museo Histórico de Estocolmo tiene los restos óseos de más de tres mil lapones, los habitantes originales de Escandinavia, que llegaron de la Polinesia hace miles de años. Los descendientes de los lapones exigen hoy que los restos sean devueltos y enterrados. Un viaje sin retorno: Los indígenas kawésqar en Europa (1881-1882) Christian Báez 2 Hasta muy avanzado el siglo XIX, Patagonia y Tierra del Fuego eran zonas muy poco conocidas y exploradas. Lugar de las fantasías, temores y ambiciones del mundo “civilizado", sus habitantes tempranamente estuvieron marcados por los prejuicios de los viajeros y sus encuentros esporádicos. Los habitantes de la zona fuego-patagónica se han dividido tradicionalmente en cuatro grupos: los tehuelches o aonikenk, los sel’knam u onas, los yaganes o yamanas y los kawésqar o alacalufes. Los aonikenk habitaban en la Patagonia hasta el Estrecho de Magallanes. Los selk’nam eran los cazadores y recolectores pedestres que habitaron casi toda la isla grande de Tierra del Fuego. Junto a los aonikenk, fueron considerados verdaderos “gigantes” dada su aparente altitud. Los yaganes fueron cazadores y recolectores del mar que habitaron el sur de la isla grande de Tierra del Fuego en la zona que corresponde al archipiélago de Cabo de Hornos. Los kawésqar habitaron el desmembrado litoral de los archipiélagos situados entre la Península de Taitao, por el norte, y la Península de Brunswick, por el sur, extendiéndose su navegación por el Estrecho de Magallanes y sus alrededores. Dada la precaria condición material de estos pueblos originarios, desde muy temprano comenzaron a circular los más diversos calificativos negativos respecto a ellos, que culminaron con la más famosa de las sentencias realizadas por algún viajero: se trataba de Charles Darwin, que en la década de 1830 calificaba a los yaganes como los seres más miserables que había visto. La antropofagia, el salvajismo, el gigantismo, etc. vinieron a complementar la imagen que de estos pueblos se había estado construyendo desde 1520, con el paso de Hernando de Magallanes por el estrecho que lleva su nombre. Después de casi cuatro siglos de expediciones esporádicas, hacia 1880 esta zona comenzó a despertar el apetito de aventureros y empresarios con el descubrimiento de oro en algunos riachuelos de la gran isla y posteriormente por el gran potencial ganadero de su territorio. Paralelo a este proceso comercial, sobrevendría el interés de los estados chileno y argentino por marcar soberanía en la región, convirtiéndola así en un polo de expansión nacional y empresarial hacia fines del siglo XIX. Junto con la ocupación del territorio por el hombre blanco, comienzan a producirse los contactos más directos con los habitantes originarios de la zona fuego-patagónica. Científicos, misioneros, viajeros y aventureros comenzaron a interactuar de una manera más constante con aquellos grupos de indígenas, ya sea a través del comercio, el establecimiento de misiones o los encuentros violentos. Es en este marco de relaciones donde se produce el traslado de algunos grupos nativos fuera de su territorio de origen con el fin de ser exhibidos en diferentes lugares y contextos. Los eventos iniciales y más traumáticos de este aberrante e ignorado capítulo de la historia de Chile, podrían resumirse en tres: - 1878: Tres indígenas aonikenk fueron trasladados a Hamburgo donde fueron exhibidos en el incipiente zoológico del empresario alemán Carl Hagenbeck. También fueron llevados a Dresden con el mismo fin. - 1881: 11 kawésqar fueron llevados a la ciudad de París, donde fueron exhibidos en el Jardín d’Aclimatation, y de allí viajaron a diferentes ciudades europeas. Más de la mitad de los nativos murieron en Europa. El mismo empresario Hagenbeck estuvo detrás de esta empresa. - 1889: 11 selk’nam son trasladados a Europa por el ballenero belga Maurice Maitre. Fueron exhibidos en París, Londres y Bruselas. Sólo seis regresaron con vida. Este trabajo no remite al triste periplo del segundo grupo antes mencionado, los indígenas kawésqar de las tierras y aguas del fin del mundo (o el principio). Los zoos humanos y el racismo imperialista. Charrúas en París Daniel Vidart 3 Si bien es cierto que los zoos humanos propiamente dichos responden al orgullo “racial” y al desprecio etnocéntrico que las potencias europeas sentían por los pobladores nativos de sus colonias, aquellos muestrarios de la soberbia imperialista no fueron un macabro invento del siglo XIX. Ya los antiguos egipcios exhibían pigmeos. Los tuvo el faraón Isesi y luego el faraón Pepi II se regocijó (2500 a.J.C) con las piruetas y muecas de un extraño enano de achatada nariz, más semejante a los simios que a los humanos. A este lo había apresado el explorador Herkhuf en la Tierra del Horizonte. Semejaba al dios Bes y era muy buen bailarín. Lo exponían como a un bicho raro. Los árabes también cazaban en el África occidental a los negros kafires, o sea infieles (y de ahí cafre) para esclavizarlos y llevarlos a la India, donde se les exhibía, antes de su venta, como seres extraños. Cuando Colón regresa del primer viaje, parte hacia Barcelona, donde estaban por entonces Los Reyes Católicos. Lleva consigo 14 mulas cargadas con “tesoros” de las Indias. Al frente de la caravana, a pie, iban los marineros. Detrás de ellos, desafiando viento y lluvia, emplumados, semidesnudos, iban seis indios arawacos y, cerrando la marcha, cabalgaban el Almirante y sus dos hijos. Los indios fueron exhibidos en Barcelona ante los sorprendidos ojos de los catalanes y la corte real. El joven cardenal Hipólito de Medicis (1511-1535) tenía todo un zoo humano, integrado por 20 “ejemplares” cazados como animales en el Asia y el África. Hasta 1537 los habitantes del Nuevo Mundo no eran considerados como seres humanos. Una bula pontificia tuvo que declararlos “verdaderos hombres”. En el XVIII, el siglo de la Ilustración, Buffon, un sabio naturalista, los clasificó como “animales de primera categoría”. Montesquieu escribió en El espíritu de la Leyes que seres de nariz tan chata como los negros “no podían tener alma”, y Cuvier, al hablar del Homo afer niger lo caracterizó así: “negro, indolente, de costumbres disolutas: pelo negro, crespo, piel aceitosa, labios gruesos: vagabundo, perezoso, negligente, se rige por lo arbitrario.” A lo largo del siglo XIX se va forjando la idea de progreso: tanto la concepción hegeliana de la historia como los tres estadios del desarrollo humano propuestos por Comte –el teológico (magia y religión); el metafísico (abstracción, especulación) y el positivo (ciencia, técnica, maquinismo, intelectualidad desarrollada)–, a los que se suman la sucesión socioeconómica de Morgan-Engels -salvajismo, barbarie, civilización- y la darwiniana evolución de las especies que culmina con el Homo sapiens sapiens, se impone la idea de que Europa y la Civilización de Occidente representaban la culminación de los tiempos. Los pueblos oceánicos, asiáticos, africanos y americanos aborígenes son arrierès, arcaizantes, decadentes, degenerados o alógicos, con un ritmo de cambio ausente, imperceptible o “frío” como dijera Lévi-Strauss en el siglo XX. Este sentimiento de soberbia “racial”, de apoteosis cultural, de potencialidad económica, de desarrollo mental, de altas creaciones en el orden de la materia y el espíritu, convirtió al bougeois conquerante y a su descendencia en los señores del planeta, en los acaparadores mundiales de la belleza física y del intelecto fecundo. El zoo humano será una de las manifestaciones aberrantes del orgullo europocéntrico, del tríptico: poder, tener, saber, que no estaba respaldado por la realidad de los hechos sino por las armas más mortíferas. En mi intervención me voy a referir a los empresarios de esos zoos humanos y a los desdichados, denigrados y humillados seres humanos allí expuestos. Ese abuso constituía una clara manifestación del desprecio al Otro: el vencido, el colonizado, el silvícola, el aborigen, el pagano, el infiel, el premaquinista, el ágrafo. Tales prácticas corroboraban las “teorías” acerca de la superioridad “racial” –en realidad racista- que glorificaron Gobineau y Chamberlain en Europa y Grant en los EE.UU. Tras la consulta de fehacientes documentos, voy a referirme y de paso a considerar, desde el punto de vista antropológico, las exhibiciones de los charrúas, los negros, los pigmeos, los canoeros yaganes kawesqar, los onas, los mapuches, los siameses, los nubas, los inuit, los pigmeos africanos, los khoi-khoi representados por la famosa “Venus” cuyo cuerpo momificado reclamó Mandela al Museo del Hombre de París y otras infelices criaturas humanas, rebajadas a la condición animal, enjauladas, rodeadas por antropoides y expuestas a la burla de un público curioso y despiadado. Luego de una rápida alusión a los anteriores antecedentes me ocuparé de los charrúas en Paris, un tema que nos concierne dramáticamente, desafía nuestra identidad y pesa sobre nuestra memoria. Zoologizaciones: de animales, máquinas, humanos y las extrañas categorías de naturaleza y cultura. Prof. Agr. Dr. L. Nicolás Guigou 4 RESUMEN La construcción social de la humanidad – configuración universalista, aunque afincada en tradiciones en extremo específicas- ha debido de ser acompañada por la propia universalización de esa peculiar invención llamada naturaleza humana. La expansión de la humanización del mundo – esto es, la captura del Otro a través de la conformación de una naturaleza que absorbe las diferencias para devolver a cambio un conjunto de rasgos diacríticos de lo singularmente humano- fue acompañada por sendas clasificaciones. Lo verdaderamente humano? Acaso lo más humano? Aquellos tan humano como nosotros? O los más alejado entonces, con apenas trazas de nuestro rostro, poseedores con todo de inconvenientes y perturbadoras similitudes. Es que podrían ser nosotros, ser parte de nosotros, si pudiéramos enviar al olvido, si hiciéramos abstracción de sus peculiaridades abyectas, de las inferioridades que los habitan, de sus innegables taras y de la ausencia plena de alma, inteligencia o espíritu.

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zoo, humano, máquina, clasificación, Guigou,

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Page 1: Zoológicos Humanos

Julia Pastrana, un destino latinoamericanoAna Luisa Valdés1

Julia Pastrana fue una indígena mejicana que vivió entre 1834 y 1860. Nació cubierta de pelo en todo el cuerpo, padecía de hirsutismo, y

fue exhibida como un fenómeno de circo por el empresario que se casó con ella para poderla exhibir también en privado, Theodore Lent.

Estando en gira en Moscú Julia Pastrana tuvo un hijo, que nació con sus mismas características físicas, cubierto de pelo, y que sólo vivió

tres días. Ella lo sobrevivió nada más que una semana. Su marido Theodore Lent la vistió de bailarina rusa y la hizo embalsamar junto a su

hijo. Los puso en una vitrina y los mostró muertos durante muchos años.

Las momias hicieron un increíble periplo y fueron a parar a depósitos de museos en Escandinavia, en Suecia y en Noruega.

La práctica de la exhibición de restos humanos en museos es común en el Occidente. España y Francia han exhibido africanos e

indígenas latinoamericanos.

En Suecia el Museo Histórico de Estocolmo tiene los restos óseos de más de tres mil lapones, los habitantes originales de Escandinavia,

que llegaron de la Polinesia hace miles de años.

Los descendientes de los lapones exigen hoy que los restos sean devueltos y enterrados.

Un viaje sin retorno: Los indígenas kawésqar en Europa (1881-1882)Christian Báez2

Hasta muy avanzado el siglo XIX, Patagonia y Tierra del Fuego eran zonas muy poco conocidas y exploradas. Lugar de las fantasías,

temores y ambiciones del mundo “civilizado", sus habitantes tempranamente estuvieron marcados por los prejuicios de los viajeros y sus

encuentros esporádicos. Los habitantes de la zona fuego-patagónica se han dividido tradicionalmente en cuatro grupos: los tehuelches o

aonikenk, los sel’knam u onas, los yaganes o yamanas y los kawésqar o alacalufes.

Los aonikenk habitaban en la Patagonia hasta el Estrecho de Magallanes. Los selk’nam eran los cazadores y recolectores pedestres que

habitaron casi toda la isla grande de Tierra del Fuego. Junto a los aonikenk, fueron considerados verdaderos “gigantes” dada su

aparente altitud. Los yaganes fueron cazadores y recolectores del mar que habitaron el sur de la isla grande de Tierra del Fuego en la

zona que corresponde al archipiélago de Cabo de Hornos. Los kawésqar habitaron el desmembrado litoral de los archipiélagos

situados entre la Península de Taitao, por el norte, y la Península de Brunswick, por el sur, extendiéndose su navegación por el

Estrecho de Magallanes y sus alrededores.

Dada la precaria condición material de estos pueblos originarios, desde muy temprano comenzaron a circular los más diversos

calificativos negativos respecto a ellos, que culminaron con la más famosa de las sentencias realizadas por algún viajero: se trataba de

Charles Darwin, que en la década de 1830 calificaba a los yaganes como los seres más miserables que había visto. La antropofagia, el

salvajismo, el gigantismo, etc. vinieron a complementar la imagen que de estos pueblos se había estado construyendo desde 1520, con el

paso de Hernando de Magallanes por el estrecho que lleva su nombre.

Después de casi cuatro siglos de expediciones esporádicas, hacia 1880 esta zona comenzó a despertar el apetito de aventureros y

empresarios con el descubrimiento de oro en algunos riachuelos de la gran isla y posteriormente por el gran potencial ganadero de su

territorio. Paralelo a este proceso comercial, sobrevendría el interés de los estados chileno y argentino por marcar soberanía en la

región, convirtiéndola así en un polo de expansión nacional y empresarial hacia fines del siglo XIX.

Junto con la ocupación del territorio por el hombre blanco, comienzan a producirse los contactos más directos con los habitantes

originarios de la zona fuego-patagónica. Científicos, misioneros, viajeros y aventureros comenzaron a interactuar de una manera más

constante con aquellos grupos de indígenas, ya sea a través del comercio, el establecimiento de misiones o los encuentros violentos.

Es en este marco de relaciones donde se produce el traslado de algunos grupos nativos fuera de su territorio de origen con el fin de ser

exhibidos en diferentes lugares y contextos. Los eventos iniciales y más traumáticos de este aberrante e ignorado capítulo de la historia

de Chile, podrían resumirse en tres:

- 1878: Tres indígenas aonikenk fueron trasladados a Hamburgo donde fueron exhibidos en el incipiente zoológico del empresario

alemán Carl Hagenbeck. También fueron llevados a Dresden con el mismo fin.

- 1881: 11 kawésqar fueron llevados a la ciudad de París, donde fueron exhibidos en el Jardín d’Aclimatation, y de allí viajaron a diferentes

ciudades europeas. Más de la mitad de los nativos murieron en Europa. El mismo empresario Hagenbeck estuvo detrás de esta empresa.

- 1889: 11 selk’nam son trasladados a Europa por el ballenero belga Maurice Maitre. Fueron exhibidos en París, Londres y Bruselas. Sólo

seis regresaron con vida.

Este trabajo no remite al triste periplo del segundo grupo antes mencionado, los indígenas kawésqar de las tierras y aguas del fin del

mundo (o el principio).

Los zoos humanos y el racismo imperialista. Charrúas en ParísDaniel Vidart3

Si bien es cierto que los zoos humanos propiamente dichos responden al orgullo “racial” y al desprecio etnocéntrico que las potencias

europeas sentían por los pobladores nativos de sus colonias, aquellos muestrarios de la soberbia imperialista no fueron un macabro

invento del siglo XIX.

Ya los antiguos egipcios exhibían pigmeos. Los tuvo el faraón Isesi y luego el faraón Pepi II se regocijó (2500 a.J.C) con las piruetas y

muecas de un extraño enano de achatada nariz, más semejante a los simios que a los humanos. A este lo había apresado el explorador

Herkhuf en la Tierra del Horizonte. Semejaba al dios Bes y era muy buen bailarín. Lo exponían como a un bicho raro.

Los árabes también cazaban en el África occidental a los negros kafires, o sea infieles (y de ahí cafre) para esclavizarlos y llevarlos a la

India, donde se les exhibía, antes de su venta, como seres extraños. Cuando Colón regresa del primer viaje, parte hacia Barcelona,

donde estaban por entonces Los Reyes Católicos. Lleva consigo 14 mulas cargadas con “tesoros” de las Indias. Al frente de la caravana,

a pie, iban los marineros. Detrás de ellos, desafiando viento y lluvia, emplumados, semidesnudos, iban seis indios arawacos y,

cerrando la marcha, cabalgaban el Almirante y sus dos hijos. Los indios fueron exhibidos en Barcelona ante los sorprendidos ojos de

los catalanes y la corte real.

El joven cardenal Hipólito de Medicis (1511-1535) tenía todo un zoo humano, integrado por 20 “ejemplares” cazados como animales en el

Asia y el África. Hasta 1537 los habitantes del Nuevo Mundo no eran considerados como seres humanos. Una bula pontificia tuvo que

declararlos “verdaderos hombres”. En el XVIII, el siglo de la Ilustración, Buffon, un sabio naturalista, los clasificó como “animales de

primera categoría”. Montesquieu escribió en El espíritu de la Leyes que seres de nariz tan chata como los negros “no podían tener alma”, y

Cuvier, al hablar del Homo afer niger lo caracterizó así: “negro, indolente, de costumbres disolutas: pelo negro, crespo, piel aceitosa, labios

gruesos: vagabundo, perezoso, negligente, se rige por lo arbitrario.”

A lo largo del siglo XIX se va forjando la idea de progreso: tanto la concepción hegeliana de la historia como los tres estadios del

desarrollo humano propuestos por Comte –el teológico (magia y religión); el metafísico (abstracción, especulación) y el positivo

(ciencia, técnica, maquinismo, intelectualidad desarrollada)–, a los que se suman la sucesión socioeconómica de Morgan-Engels

-salvajismo, barbarie, civilización- y la darwiniana evolución de las especies que culmina con el Homo sapiens sapiens, se impone la idea

de que Europa y la Civilización de Occidente representaban la culminación de los tiempos. Los pueblos oceánicos, asiáticos, africanos y

americanos aborígenes son arrierès, arcaizantes, decadentes, degenerados o alógicos, con un ritmo de cambio ausente, imperceptible o

“frío” como dijera Lévi-Strauss en el siglo XX.

Este sentimiento de soberbia “racial”, de apoteosis cultural, de potencialidad económica, de desarrollo mental, de altas creaciones en el

orden de la materia y el espíritu, convirtió al bougeois conquerante y a su descendencia en los señores del planeta, en los acaparadores

mundiales de la belleza física y del intelecto fecundo.

El zoo humano será una de las manifestaciones aberrantes del orgullo europocéntrico, del tríptico: poder, tener, saber, que no estaba

respaldado por la realidad de los hechos sino por las armas más mortíferas.

En mi intervención me voy a referir a los empresarios de esos zoos humanos y a los desdichados, denigrados y humillados seres humanos

allí expuestos. Ese abuso constituía una clara manifestación del desprecio al Otro: el vencido, el colonizado, el silvícola, el aborigen, el

pagano, el infiel, el premaquinista, el ágrafo. Tales prácticas corroboraban las “teorías” acerca de la superioridad “racial” –en realidad

racista- que glorificaron Gobineau y Chamberlain en Europa y Grant en los EE.UU. Tras la consulta de fehacientes documentos, voy a

referirme y de paso a considerar, desde el punto de vista antropológico, las exhibiciones de los charrúas, los negros, los pigmeos, los

canoeros yaganes kawesqar, los onas, los mapuches, los siameses, los nubas, los inuit, los pigmeos africanos, los khoi-khoi representados

por la famosa “Venus” cuyo cuerpo momificado reclamó Mandela al Museo del Hombre de París y otras infelices criaturas humanas,

rebajadas a la condición animal, enjauladas, rodeadas por antropoides y expuestas a la burla de un público curioso y despiadado.

Luego de una rápida alusión a los anteriores antecedentes me ocuparé de los charrúas en Paris, un tema que nos concierne

dramáticamente, desafía nuestra identidad y pesa sobre nuestra memoria.

Zoologizaciones: de animales, máquinas, humanos y las extrañas categorías de naturaleza y cultura.

Prof. Agr. Dr. L. Nicolás Guigou4

RESUMEN

La construcción social de la humanidad – configuración universalista, aunque afincada en tradiciones en extremo específicas- ha debido

de ser acompañada por la propia universalización de esa peculiar invención llamada naturaleza humana.

La expansión de la humanización del mundo – esto es, la captura del Otro a través de la conformación de una naturaleza que absorbe las

diferencias para devolver a cambio un conjunto de rasgos diacríticos de lo singularmente humano- fue acompañada por sendas

clasificaciones. Lo verdaderamente humano? Acaso lo más humano? Aquellos tan humano como nosotros? O los más alejado entonces,

con apenas trazas de nuestro rostro, poseedores con todo de inconvenientes y perturbadoras similitudes. Es que podrían ser nosotros, ser

parte de nosotros, si pudiéramos enviar al olvido, si hiciéramos abstracción de sus peculiaridades abyectas, de las inferioridades que los

habitan, de sus innegables taras y de la ausencia plena de alma, inteligencia o espíritu.

Page 2: Zoológicos Humanos

(1) Ana Luisa Valdés | Ana Luisa Valdés es nacida en Montevideo. Vivió en Suecia por muchos años y allí estudió antropología e

historia. Es escritora y traductora. Trabajó muchos años en la Dirección de Asuntos Culturales de Suecia y se especializó en museos,

cultura digital y ética.

(2) Christian Baez Allende | Licenciado en Historia y Licenciado en Estética (1995) por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Magíster en Historia de América de la Universidad de Santiago de Chile y Doctor en Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Docente e investigador, entre sus trabajos destaca el documental Calafate. Zoológicos Humanos (en co-autoría con Hans Mülchi); el

libro Imágenes de la Identidad: la historia de Chile en su patrimonio fotográfico, Santiago, Editorial Tajamar, 2009 (co- autor junto a

Juanita Crouchet y Javier Piñeiro); Zoológicos Humanos. Fotografías de fueguinos y mapuche el Jardín d’Acclimatation de París, s. XIX,

Santiago, Pehuén, 2006 (co- autor, junto a Peter Mason). Actualmente es el jefe de la Sección Patrimonio Cultural del Consejo

Nacional de la Cultura y las Artes de Chile y académico del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

(3) Daniel Vidart | Nacido en Paysandú, Daniel Vidart es antropólogo, investigador y docente de intensa trayectoria. Autor de

numerosos libros y publicaciones, ha ocupado cargos académicos en Uruguay y otros países de la región: Director del Centro de

Estudios Antropológicos Paul Rivet, del Depto. de Antropología de la Facultad de Humanidades y Cs. de la Educación; Consejero

Regional y Miembro de la Cátedra UNESCO de Derechos Humanos, Prof. de la Universidad Nacional de Colombia, y de las

Universidades Católica y Nacional de Chile, entre otros).

Ha recibido varias distinciones ( Premios Bartolomé Hidalgo y Morosoli de Oro; Placa de reconocimiento del Ministerio de Ed. y

Cultura. Ciudadano Ilustre por la Junta Departamental de Montevideo, entro otros.

(4) Prof. Agr. Dr. L. Nicolás Guigou | Dpto. de Antropología Social, FHCE, UDELAR. Prof. Agr. Dpto. de Ciencias Sociales y Humanas,

LICCOM, UDELAR. Sistema Nacional de Investigadores, ANII, Uruguay.

(5) Marta Penhos | Doctora en Historia y Teoría de las Artes de la Universidad de Buenos Aires. Profesora Adjunta de Historia del

Arte Americano I (colonial) en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), y Profesora de la New York University en Buenos Aires. Docente

de cursos de grado y posgrado en instituciones de Argentina y el exterior.

Entre sus publicaciones se destacan el ensayo “Frente y perfil. Fotografía y prácticas antropológicas y criminológicas en Argentina a

fines del siglo XIX y principios del XX”, primer Premio Fundación Telefónica en la Historia de las Artes Plásticas 2004, publicado en

2005; el libro Ver, conocer, dominar. Imágenes de Sudamérica a fines del siglo XVIII (2005); y el volumen Arte indígena: categorías, prácticas, objetos,

coordinado con M. A. Bovisio (2010). Ha dado a conocer sus investigaciones en actas de congresos, artículos en revistas

especializadas y capítulos de libros. En 2007 curó la muestra “Mirar, saber, dominar. Imágenes de viajeros en la Argentina” en el

Museo Nacional de Bellas Artes.

MAPI | Museo de Arte Precolombino e Indígena

25 de Mayo 279 esq. Colón | 2916 [email protected] | www.mapi.org.uy

Auspician: Embajada de Chile - Embajada de Francia

He aquí ese nosotros parloteando, exudando, su identidad fascista plena. Ferias de exhibiciones varias, la trata, los campos de

concentración, pero también los circos, las Cátedras de Medicina y afines, harán desfilar su torva producción de diferentes zoológicos,

intento sin duda a gran escala aunque poblado de fracasos. Porque los zoologizados devuelven sus miradas a esos eventuales amos, ya no

únicamente rebelándose sino mediante una gestualidad tal vez inicialmente inofensiva aunque definitivamente terminal en sus efectos. El

nosotros se desdobla y muestra su inanidad (una singularidad monstruosa entre tantas). Porque la mirada de los zoologizados es

especular, y devuelve no únicamente sus mutilaciones, heridas y torturas, las ausencias de los multitudinarios exterminios. También en

su carne están los fragmentos iridiscentes de un espejo roto. De esa corporeidad de ese nosotros tan nosotros, que en el bacanal de la

zoologización, se ha ido carcomiendo gradualmente hasta parecer una silla desvencijada exigiendo alguna clase de respeto.

De este conjunto de experiencias ruinosas – una fuente inagotable en que las nuevas zoologizaciones contemporáneas no dejan de

abrevar (bastaría pensar en las zoologización de la pobreza y de la criminalidad)- aterrizamos en un tecno-mundo, en la reversibilidad de

las series humano-máquina-animal, o bien en la interpenetración liberal de dos categorías relevantes para la metafísica antropológica

llamadas respectivamente de naturaleza y de cultura.

De esta manera, antiguas y nuevas zoologizaciones se solapan, atrayendo sin duda la necesidad de postular una antropología que pase

entre medio de aquellos y nosotros, sin pretensiones ontológicas: una antropología definitivamente no-humana.

Entre el experimento educativo y el objeto de estudio. Los indígenas patagónicos bajo la mirada blanca a lo largo del siglo XIX.

Marta Penhos5

Esta presentación recoge algunas líneas de investigación desarrolladas en los últimos años, en las que se analizan testimonios escritos e

icónicos sobre indígenas de Tierra del Fuego y Patagonia, que fueron descriptos y representados por europeos y miembros de la elite

intelectual y política de la Argentina durante el siglo XIX. El recorrido comienza con el informe oficial del llamado Viaje del Beagle y los

grabados que lo ilustran, realizados a partir de los dibujos de Conrad Martens y Robert Fitz Roy (1826-1836), y concluye con las fotografías

tomadas a los miembros de los grupos indígenas vencidos después de las campañas militares que se iniciaron en 1879.

Uno de los aspectos que se aborda se vincula con la utilización de la iconografía de los cuerpos o los rostros de frente y perfil, que proviene

de la tradición artística pero que en el siglo XIX es apropiada por diferentes disciplinas como la antropología y la criminología, que

buscaban la identificación eficaz de los “ejemplares” a estudiar.

Otro aspecto es la consideración del medio técnico, dibujo, grabado o fotografía según el caso, que impone determinadas características a

la imagen y aporta diferentes relaciones entre la representación y aquello que es representado.

La idea que articula el trabajo es que en los testimonios considerados se verificaría el pasaje entre una concepción propia del

romanticismo, atravesada por la ideología religiosa de Fitz Roy, en la que se contempla la transformación de los indios por medio de la

educación civilizatoria, al predominio de una visión positivista que supone la objetivación de los cuerpos indígenas que se someten a la

indagación científica.

Seminario Internacional

Zoológicos Humanos

15 de mayo de 2012