Zen en El Arte de Escribir - Ray Bradbury

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Once exuberantes ensayos sobre elplacer de escribir por uno de los másimaginativos y prolíficos autores delsiglo XX, un escritor que disfruta enverdad de su oficio y nos explica porqué y cómo.

Bradbury examina con sabiduría yentusiasmo toda una vida dedicada a lacreación y la composición de docenasde cuentos, novelas, guiones depelículas, obras de teatro, programas detelevisión y musicales.

RAY BRADBURY

Zen en el arte de escribir

Traducción de Marcelo Cohen LevisChokler

Minotauro

Sinopsis

Once exuberantesensayos sobre el placer deescribir por uno de los másimaginativos y prolíficosautores del siglo XX, unescritor que disfruta enverdad de su oficio y nosexplica por qué y cómo.

Bradbury examina consabiduría y entusiasmo todauna vida dedicada a lacreación y la composición dedocenas de cuentos, novelas,guiones de películas, obras de

teatro, programas detelevisión y musicales.

Título Original: Zen in the art ofwriting

Traductor: Cohen Levis Chokler,Marcelo

©2002, Bradbury, Ray©2005, MinotauroColección: Biblioteca Ray

BradburyISBN: 9788445075708Generado con: QualityEbook v0.62

ZEN EN EL ARTEDE ESCRIBIR Ray Bradbury Ray Bradbury nació en Waukegan(lIIinois) en 1920 y reside en LosAngeles desde 1934. Ha publicado másde treinta libros entre novelas,colecciones de cuentos, poemas y obrasde teatro. En el año 1964 fundó elteatro Pandemonium -en el que se hanrepresentado algunas de sus piezas- yha desarrollado una amplia actividaden el mundo del cine y de la televisión;

destacó como guionista de la películade John Huston Moby Dick (1956).

Algunas de sus obras han sidoadaptadas en los programas detelevisión The Twilight Zone y el RayBradbury Theatre. También fue elcreador del escenario del pabellónnorteamericano en la Feria Mundial deNueva York de 1964, y en 1980colaboró con la firma de arquitectosque proyectó el Westside Pavilion enLos Angeles y la Hartan Plaza en SanDiego. En 1989 fue nombrado GranMaestro de la SFWA (Asociación deautores de ciencia-ficciónnorteamericanos) y en 1999 recibió elpremio SF Hall of Fame por toda su

carrera.

Once exuberantes ensayos sobreel placer de escribir por uno de los másimaginativos y prolíficos autores delsiglo veinte, un escritor que disfruta enverdad de su oficio y nos explica porqué y cómo. Bradbury examina consabiduría y entusiasmo toda una vidadedicada a la creación y a lacomposición de docenas de cuentos,novelas, guiones de películas, obras deteatro, programas de televisión ymusicales.

Refrescantes y directos. los onceensayos tienen un tema único y común:escribir es una celebración, no unapesada tarea. No se detiene, como

otros libros sobre el arte de escribir,en minucias técnicas ni en lapresentación de una página, sino queBradbury nos habla de la fiebre, elardor, la felicidad que él haencontrado en el acto de escribir y nosdice que estos hallazgos tambiénpueden ser nuestros.

La necesidad de plasmar en elpapel aquello que permanecesumergido en el inconsciente durantemucho tiempo no puede ser una arduatarea dirigida a lectores o críticos,sino a uno mismo.

Detalles autobiográficos, juntocon la búsqueda de las Musas, el

impulso de plasmar deseos ymotivaciones en equilibrio con unospersonajes vivos, fiel a lo que él llamasus impulsos inconscientes y recuerdos,todo ello tiene cabida en el procesocreativo de Ray Bradbury.

Los lectores de Bradbury sedeleitarán cuando descubran cómosurgieron algunas de sus novelas y suscolecciones de relatos cortos.

A mi maestro más excelente.JENNET JONSON,

con amor

Cómo trepar al árbol de lavida, tirar piedras contrauno mismo y bajar sinromperse los huesos ni elespíritu. Prefacio con untítulo no mucho más largoque el libro

A veces me anonada la capacidad quetuve a los nueve años para comprenderque estaba en una trampa y escaparme.

¿Cómo fue que el niño que era yoen octubre de 1929 pudo, por las

críticas de unos compañeros del cuartocurso, romper sus historietas de BuckRogers y un mes más tarde pensar queesos compañeros eran todos un montónde idiotas y volver a coleccionar?

¿De dónde me venían la fuerza y eldiscernimiento? ¿Qué clase de procesome ayudó a decir: Más me valdría estarmuerto? ¿Qué me está matando? ¿De quéestoy enfermo? ¿Cuál es la medicina?

Obviamente, yo era capaz deresponder. Designé la enfermedad:haber roto las historietas. Encontré lamedicina volver a coleccionar, noimportaba qué.

Lo hice. Y bien hecho que estuvo.

Pero de todos modos: ¿a esa edad?

¿Acostumbrado como está uno aresponder a la presión de sus iguales?

¿De dónde saqué el valor pararebelarme, cambiar de vida, vivir solo?

No quiero sobrevalorar el asunto,pero maldita sea, me encanta ese niño denueve años, quien demonios fuese. Sinsu ayuda yo no habría sobrevivido parapresentar estos ensayos.

Parte de la respuesta, desde luego,radica en que, perdidamente enamoradocomo estaba de Buck Rogers, no podíaver destruido mi amor, mi héroe, mivida. Casi así de simple. Era como si a

uno le ahogaran o le mataran a balazosal amigo del alma, al compinche que esel centro de la vida. A un amigo muertoasí no se le puede ahorrar el funeral.Quizá Buck Rogers, comprendí,conociera una segunda vida si yo se ladaba. Así que le respiré en la boca y,¡vaya!, héte aquí que se sentó y empezóa hablar y dijo... ¿qué cosa?

Grita. Salta. Juega.Deja atrás a esos hijos deputa. Ellos nunca viviráncomo tú. Anda, hazlo.

Salvo que yo nunca usé las

palabras HDP. No estaban permitidas.

Mis protestas no superaban el tamaño yla fuerza de un caray. ¡Sigue viviendo!

De modo que coleccioné comics,me enamoré de las ferias ambulantes ylas ferias universales y empecé aescribir. ¿Y qué se aprendeescribiendo?, preguntarán ustedes.Primero y principal, uno recuerda queestá vivo y que eso es un privilegio, noun derecho. Una vez que nos han dado lavida, tenemos que ganárnosla. La vidanos favorece animándonos y piderecompensas.

Así que si el arte no nos salva,como desearíamos, de las guerras, lasprivaciones, la envidia, la codicia, lavejez ni la muerte, puede en cambio

revitalizamos en medio de todo.

Segundo, escribir es una forma desupervivencia. Cualquier arte, cualquiertrabajo bien hecho lo es, por supuesto.

No escribir, para muchos denosotros, es morir.

Debemos alzar las armas cada día,sin excepción, sabiendo quizá que labatalla no se puede ganar del todo, y quedebemos librar, aunque más no sea, unflojo combate. Al final de cada jornadael menor esfuerzo significa una especiede victoria. Acuérdense del pianista quedijo que si no practicaba un día, loadvertiría él; si no practicaba durantedos, lo advertirían los críticos, y que al

cabo de tres días se percataría laaudiencia.

Hay de esto una variante válidapara los escritores. No es que en esospocos días se vaya a fundir el estilo, sealo que fuere.

Pero el mundo le daría alcance auno, e intentaría asquearlo. Si noescribiese todos los días, unoacumularía veneno y empezaría a morir,o desquiciarse, o las dos cosas. Unotiene que mantenerse borracho deescritura para que la realidad no lodestruya. Porque escribir facilita lasrecetas adecuadas de verdad, vida yrealidad, que permiten comer, beber ydigerir sin hiperventilarse y caer en la

cama como un pez muerto. En mis viajeshe aprendido que si dejo de escribir unsolo día me pongo inquieto. Dos días yempiezo a temblar. Tres y hay sospechasde locura. Cuatro y bien podría ser uncerdo varado en un lodazal. Una hora deescritura es un tónico. De nuevo en pie,corro en círculos clamando por un parde polainas limpias.

Pues bien: de un modo u otro, deeso trata este libro.

De tomar una pizca de arsénicocada mañana para sobrevivir hasta elatardecer. Y otra pizca al atardecer parasobrevivir y algo más hasta el alba.

La microdosis de arsénico así

ingerida lo prepara a uno para no serenvenenado y destruido por entero

.Trabajar en medio de la vida es

administrarse esa dosis.

Manipular la vida, lanzar brillantesorbes coloridos a que se fundan con lososcuros, mezclar una diversidad deverdades. Recurrimos a la grandeza yhermosura de la existencia para soportarlos horrores que nos dañan directamenteen nuestros familiares y amigos, o através de los periódicos y la tele.

No hay que negar los horrores.¿Quién de nosotros no ha visto morir decáncer a un amigo? ¿Qué familia notiene un pariente muerto o lisiado por un

automóvil? Yo no la conozco. En mipropio círculo el coche ha destruido auna tía, un tío, un primo y seis amigos.La lista es interminable y aplastante siuno no la enfrenta creativamente.

Lo que significa escribir comocura. No completa, claro. Nadie superadel todo el hecho de tener a los padresen el hospital o a la persona amada en latumba.

No quiero usar la palabra «terapia»; es demasiado limpia, demasiadoestéril. Sólo digo que cuando la muertereduce la marcha de otros, uno tiene quepreparar deprisa un trampolín y saltar decabeza a la máquina de escribir.

Los poetas y artistas de tiempos

lejanos sabían muy bien lo que acabo dedecir o puse en los ensayos que siguen.Aristóteles lo dijo para los siglos. ¿Lohan escuchado últimamente?

Estos ensayos fueron escritos endistintos momentos, a lo largo de treintaaños, para expresar descubrimientosespeciales, para servir a especialesnecesidades. Pero en todos resuenan lasmismas verdades de autorrevelaciónexplosiva y asombro continuo ante loque el hondo pozo contiene cuando unose arma de valor y da un grito.

Acabo de escribir esto cuando mellega una carta de un escritor joven,

desconocido, diciendo que va a adoptarun lema que encontró en mi ConvectorToynbee.

" ... mentir dulcemente yprobar que la mentira esverdad... Todo, al fin y alcabo, es una promesa. Loque parece una mentira esuna ruinosa necesidad quedesea nacer..."

Y ahora: últimamente he dado con

un nuevo símil para describirme. Puedeser de ustedes.

Todas las mañanas salto de la cama

y piso una mina. La mina soy yo.Después de la explosión, me paso elresto del día juntando los pedazos.Ahora les toca a ustedes. ¡Salten!

La dicha de escribir

GARRA. Entusiasmo. Cuán raramentese oyen estas palabras. Qué poca gentevemos que viva o, para el caso, creeguiándose por ellas. Sin embargo, si mepidiesen que nombrara los elementosmás importantes del carácter de unautor, aquello que da forma a su materialy lo impele hacia donde quiere ir, sólopodría advertirle que pusiera atención asu garra, que se fijara en su entusiasmo.

Ustedes tienen su lista de autores

favoritos. Yo tengo la mía. Dickens,Twain, Wolfe, Peacock, Shaw, Moliere,Jonson, Wycherly, Sam Johnson. Poetas:Gerard Manley Hopkins, Dylan Thomas,Pope. Pintores: El Greco, Tintoretto.Músicos: Mozart, Haydn, Ravel, JohannStrauss (!). Pensar en estos nombres espensar en garras, apetitos, entusiasmosgrandes o pequeños pero siempreimportantes. Pensar en Shakespeare yMelville es pensar en truenos,relámpagos, viento. Todos conocían elgozo de crear en formas amplias oreducidas, en telas ilimitadas oestrechas. Son los hijos de los dioses.Sabían divertirse trabajando. Noimportaba si de vez en cuando crear eradifícil, qué tragedias o enfermedades les

afectaban la vida más íntima. Las cosasimportantes son las que nos llegaron desus manos y sus mentes, y están llenas areventar de vigor animal y vitalidadintelectual. Nos transmitieron sus odiosy desesperaciones con una especie deamor.

Miren ustedes las elongaciones deEl Greco y díganme, si pueden, que sutrabajo no lo hacía feliz. ¿De veraspretenderán que el Dios creando a losanimales del universo de Tintoretto sebasa en algo menos que «diversión» enel sentido más amplio y más enteramentecomprometido? El mejor jazz dice:«Voy a vivir siempre; no creo en lamuerte». La mejor escultura, como la

cabeza de Nefertiti, no cesa de repetir:«El Hermoso estuvo, está y estará aquípara siempre». Cada uno de los hombresque mencioné atrapó un fragmento delmercurio de la vida, lo congeló parasiempre y, en el ardor de su creatividad,se volvió a señalarlo y exclamar: «¿Noes cierto que es bueno?». Y era bueno.

¿Qué tiene que ver todo esto conescribir el cuento de nuestra época?Sólo lo siguiente: si uno escribe singarra, sin entusiasmo, sin amor, sindivertirse, únicamente es escritor amedias. Significa que tiene un ojo tanocupado en el mercado comercial, o unaoreja tan puesta en los círculos devanguardia, que no está siendo uno

mismo. Ni siquiera se conoce. Pues elprimer deber de un escritor es laefusión: ser una criatura de fiebres yarrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daríaque cosechase melocotones o cavarazanjas; Dios sabe que viviría más sano.

¿Cuánto hace que no escribe usteduna historia que vuelque en el papel unamor o un odio verdadero? ¿Cuánto queno se atreve a liberar un bienconservado prejuicio para que sacuda lapágina como un rayo? ¿Cuáles son lasmejores y las peores cosas de su vida ycuándo saldrá a susurrarlas o gritarlas?

¿No sería fabuloso, por ejemplo,tirar al suelo un ejemplar de Harper'sBazaar que ha estado hojeando en la

consulta del dentista, saltar a la máquinade escribir y desbocarse en carcajadasrabiosas contra ese esnobismo tonto y aveces vergonzante? Eso mismo hice yohace unos años. Topé con un númerodonde los fotógrafos de Bazaar, con unperverso sentido de la igualdad, volvíana utilizar nativos de un callejón dePuerto Rico junto a unas modelos deaspecto famélico que posaban abeneficio de unas aún más demacradassemi-mujeres de los mejores salones delpaís. Tal furia me dieron esas fotos que,más que ir, me lancé hacia mi máquina yescribí «Sol y sombra», la historia de unviejo portorriqueño que le arruina latarde a un fotógrafo de Bazaardeslizándose en todas las fotos y

bajándose los pantalones.

Me atrevería a decir que hayalgunos de ustedes que hubieran queridohacerlo. Yo me di el gusto; laslimpiadoras secuelas de la risa, elchillido, la gran carcajada como unrelincho. Es probable que los editoresde Bazaar no oyeran nada. Pero muchoslectores oyeron y exclamaron: ¡Vamos,Bazaar, vamos Bradbury! No reivindicovictoria. Pero cuando fui a colgar losguantes, tenían manchas de sangre.

¿Cuánto hace que no escribe unahistoria así, por pura indignación?

¿Cuándo fue la última vez que lapolicía lo paró en su barrio porque tenía

ganas de pasear y tal vez pensar denoche? A mí me sucedió bastantes vecescomo para que al fin, irritado, escribiera«El peatón», un cuento sobre una época,dentro de cincuenta años, en que a unhombre lo arrestan y someten a estudiosclínicos porque insiste en mirar larealidad no televisada y respirar aire noacondicionado.

Dejando de lado enojos eirritaciones, ¿y los gustos qué? ¿Qué eslo que más quiere en el mundo? Hablode las cosas grandes y las chicas. ¿Untranvía, un par de zapatillas de tenis? Aéstas una vez, cuando éramos niños, noslas invistieron de magia. El año pasadopubliqué un cuento sobre el último viaje

de un niño en un tranvía que huele atodas las tormentas del tiempo, untranvía lleno de asientos de terciopelo,verde musgo y electricidad azul, perodestinado a que lo reemplace unprosaico autobús de olor más práctico.Otro cuento trataba de un muchacho quequería un par de zapatillas de tenisnuevas para poder saltar sobre ríos,casas y calles, y hasta arbustos, aceras yperros. Para él las zapatillas eran unacorriente de gacelas y antílopes en elestío del veld africano. Había allí unaenergía de ríos liberados y tormentasveraniegas; no había nada en el mundoque necesitara tanto como esaszapatillas.

Por consiguiente, sincomplicaciones he aquí mi fórmula.

¿Qué es lo que más quiere usted enel mundo? ¿Qué ama, o qué detesta?Busque un personaje como usted quequiera algo o no quiera algo con toda elalma. Déle instrucciones de carrera.Suelte el disparo. Luego sígalo tanrápido como pueda. Llevado por su granamor o su odio, el personaje loprecipitará hasta el final de la historia.La garra y el entusiasmo de esanecesidad -tanto en el amor como en elodio hay garra-, encenderán el paisaje yelevarán diez grados la temperatura desu máquina de escribir.

Todo esto se dirige sobre todo al

escritor que ya ha aprendido su oficio;es decir, que ha asimilado suficientesútiles gramaticales y conocimientoliterario como para no tropezar cuandoquiere correr. Pero el consejo tambiénconviene al principiante, aunque porrazones puramente técnicas tenga queandar con paso inseguro. Incluso aquí lapasión suele salvar la jornada.

La historia de cada cuento,entonces, debería leerse casi como uninforme meteorológico: Caluroso hoy,refrescando mañana. Hoy por la tardeincendie usted la casa. Mañana viertafría agua crítica sobre las brasasardientes. Para cortar y reescribir yahabrá tiempo mañana. Hoy, ¡estalle,

hágase pedazos, desintégrese! Las otrasseis o siete versiones serán toda unatortura. ¿Por qué no disfrutar pues de laprimera, con la esperanza de que sugozo busque y encuentre en el mundootros que al leer su cuento también seincendien?

No tiene por qué ser un granincendio. Un fuego pequeño, acaso lallama de una vela; el anhelo de unprodigio mecánico como un tranvía o unprodigio animal como un par dezapatillas corriendo a lo conejo por lahierba de la madrugada. Fíjese en lospequeños encantos, encuentre y modelelas pequeñas amarguras. Saboréelos enla boca, pruébelos en la máquina.

¿Cuánto hace que no lee un libro depoesía o se toma una tarde para uno odos ensayos? ¿Ha leído alguna vez unnúmero de Geriatrics, publicaciónoficial de la Sociedad GeriátricaAmericana, una revista dedicada «a lainvestigación y el estudio clínico de lasenfermedades y procesos de la terceraedad»? ¿Ha visto siquiera algúnejemplar de What 's New, una revistapublicada en el norte de Chicago por loslaboratorios Abbot, y que contieneartículos como «El Tubocurarene paracesáreas» o «El Fenurone en laepilepsia», pero que también incluyepoemas de William Carlos Williams yArchibald Macleish, cuentos de CliftonFadiman y Leo Rosten e ilustraciones de

John Groth, Aaron Bohrod, WilliamSharp y Russell Cowles? ¿Absurdo? Talvez. Pero hay ideas en cualquier lugar,como manzanas caídas deshaciéndose enla hierba por falta de caminantes con ojoy lengua para la belleza, sea absurda,horrorosa o refinada.

Gerard Manley Hopkins lo dijo así:

Gloria a Dios por lascosas variopintas...

por los cielos bicolorescomo vacas pías;

por el lunar rosado enla pecosa trucha esquiva;

las ascuas en la hojadel castaño; el ala del

pinzón;el paisaje parcelado y

dividido: redil, barbecho yaradío;

por todos los oficios,aparejos, pertrechos yaccesorios.

Por todo lo adverso,original, sobrio, extraño;

lo voluble, lo moteado(¿quién sabe cómo?);

lo rápido, lo lento; lodulce, lo agrio; lo ténue, lobrillante;

Él engendra y protegeuna belleza inmutable:

alabadlo.

Thomas Wolfe se tragó el mundo y

vomitó lava. Dickens comió cada horade su vida en una mesa diferente.Moliere, para degustar la sociedad,empuñó un escalpelo, como hicieronPope y Shaw. Adonde se mire en elcosmos literario, todos los grandes estánatareados en amar y odiar. ¿Haabandonado usted esta ocupación básicapor obsoleta para su escritura? Entoncesse pierde una buena diversión. Ladiversión de la ira y el desencanto, deamar y ser amado, de conmover y serconmovido por este baile demáscaras enel que giramos desde la cuna hasta elcementerio. La vida es corta, ladesdicha segura, la muerte cierta. Pero

entretanto, en su trabajo, ¿por qué notransportar esas hinchadas vejigas conlas etiquetas de Garra y Entusiasmo?Con ellas, en viaje hacia la tumba, yome propongo azotar a un espantajo,acariciar el peinado de una linda chica ysaludar a un muchacho subido a uncaqui.

Si alguien se me quiere unir, en elEjército de Coxie hay lugar de sobra.

1973

Date prisa, no te muevas, ola cosa al final de laescalera, o nuevosfantasmas de mentes viejas

DATE prisa, no te muevas. Es lalección de la lagartija. Para todos losescritores. Cualquiera sea la criaturasuperviviente que observen, verán lomismo. Saltar, correr,congelarse. En sucapacidad de destellar como unpárpado, chasquear como un látigo,desvanecerse como vapor, aquí en uninstante, ausente en el próximo, la vidase afirma en la tierra. Y cuando esa vida

no se precipita en la huida, con el mismofin está jugando a las estatuas. Vean alcolibrí: está, no está. Igual que elpensamiento se alza y parpadea estevaho de verano; la carraspera de unagarganta cósmica, la caída de una hoja.¿Y dónde fue ese murmullo...?

¿Qué podemos aprender losescritores de las lagartijas, recoger delos pájaros? En la rapidez está laverdad. Cuanto más pronto se suelte uno,cuanto más deprisa escriba, más sinceroserá. En la vacilación hay pensamiento.Con la demora surge el esfuerzo por unestilo; y se posterga el salto sobre laverdad, único estilo por el que vale lapena batirse a muerte o cazar tigres.

Y entre las fintas y huidas, ¿qué?

Ser un camaleón, fundirse en tinta, mutarcon el paisaje. Ser una piedra, yacer enel polvo, descansar en agua de lluvia, enel tonel que hace tanto tiempo, junto a laventana de los abuelos, llenaba elcanalón de desagüe. Ser vino de dientede león en la botella de ketchup cubiertay guardada con una leyenda en tinta:Mañana de junio, primer día de veranode 1923. Verano de 1926, noche defuegos artificiales. 1927: último día deverano. ÚLTIMO DIENTE DE LEÓN, 1de octubre.

Y de todo esto, fraguar el primeréxito como escritor, a veinte dólares elcuento, en Weird Tales.

¿Cómo empezar a escribir algonuevo, que dé miedo y aterrorice?

En general uno tropieza con lacosa. No sabe qué está haciendo y depronto está hecho. No se proponereformar cierta clase de literatura. Es undesarrollo de la vida propia y losmiedos nocturnos. De repente miraalrededor y ve que ha hecho algo casinuevo.

El problema para cualquier escritorde cualquier campo es quedarcircunscrito por lo que se ha hecho anteso lo que se imprime día a día en libros yrevistas.

Yo crecí leyendo y amando lastradicionales historias de fantasmas deDickens, Lovecraft, Poe, y más tardeKuttner, Bloch y Clark Ashton Smith.Intentaba escribir historias fuertemente

influidas por varios de esos escritores ylograba confeccionar pasteles de barrode cuatro capas, todos lenguaje y estilo,que negándose a flotar se hundían sindejar rastro. Era demasiado joven paraidentificar el problema; estabademasiado ocupado imitando.

Entré casi a tumbos en mi identidadcreativa durante el último año de lasecundaria, cuando escribí una especiede larga reminiscencia del hondobarranco de mi pueblo natal, y delmiedo que me daba de noche. Pero notenía ninguna historia que se adecuara albarranco, por lo que el descubrimientode la verdadera fuente de mi futura obrase retrasó un tiempo.

A partir de los doce años escribí al

menos mil palabras por día. Durantemucho tiempo por encima de un hombrola mirada de Poe, mientras por sobre elotro me observaban Wells, Burroughs ycasi todos los escritores de Astoundingy Weird Tales

Yo los amaba y ellos mesofocaban. No había aprendido a mirarhacia otro lado y, en el proceso, no amirarme a mí mismo sino a lo quesucedía detrás de mi cara.

Sólo pude encontrar un caminocierto en el campo minado de laimitación cuando empecé a descubrir losgustos y ardides que acompañan a lasasociaciones de palabras. Al fin resolvíque si uno va a pisar una mina, mejorque lo haga por cuenta propia. Volar,

por así decir, por las propiasdelicias y desesperanzas.

Empecé a tomar breves notasdescribiendo amores y odios. Durantemis veinte y veintiún años vagué pormediodías de verano y medianoches deoctubre, presintiendo que en algún lugarde las estaciones brillantes y oscurasdebía haber algo que era mi verdaderoyo.

Tenía veintidós cuando una tarde alfin lo descubrí. Escribí el título «Ellago» en la primera página de unahistoria que se terminó dos horas mástarde, sentado ante mi máquina en unporche, al sol, con lágrimas cayéndomede la nariz y el pelo de la nuca erizado.

¿Por qué el pelo de punta y la nariz

chorreante?Me daba cuenta de que por fin

había escrito un cuento realmente bueno.El primero en diez años. Y no sólo eraun buen cuento sino una especie dehíbrido, algo al borde de lo nuevo. Noun cuento de fantasmas tradicional sinoun cuento sobre el amor, el tiempo, elrecuerdo y el ahogo. Se lo envié a JulieSchwartz, mi agente para revistaspopulares, y a ella le gustó pero dijo queno era una historia tradicional y quizácostara venderla. Weird Tales dio unasvueltas alrededor, lo tocó con una varade tres metros y al fin decidió, quédemonios, publicarlo aunque no seadecuara a la revista. ¡Pero debíaprometer que la próxima vez escribiría

un buen cuento de fantasmas tradicional!Me dieron veinte dólares y todo elmundo feliz.

Bien, algunos de ustedes conocenlo demás. Desde entonces, en cuarenta ycuatroaños, «El lago» se ha vuelto apublicar decenas de veces. Y fue elcuento que llevó a diversos editores deotras revistas a alzar la cabeza y fijarseen el chico del pelo de punta y narizmojada.

¿Recibí de «El lago» una lecciónrápida, dura o aun fácil? No. Volví aescribir cuentos de fantasmas a laantigua. Porque era demasiado jovenpara comprender mucho sobre laescritura y tardé años en percatarme demis descubrimientos. La mayor parte

deltiempo vagaba por todos lados yescribía mal.

A los veinte y algo mi narrativaextraña era imitativa, con algunasorpresa ocasional de concepto y acasouna sorpresa de ejecución, mi escriturade ciencia-ficción era abismal y miscuentos de detectives rayaban en loridículo. Estaba profundamente influidopor mi querida amiga Leigh Brackett,con quien solía encontrarme todos losdomingos enla Playa del Músculo deSanta Mónica, California, para allí leersus superiores cuentos sobre el MarteAgreste o envidiar y tratar de emular sushistorias del Agente de la Flynn.

Pero durante esos años empecé ahacer listas de títulos, a escribir largas

líneas de sustantivos. Eranprovocaciones, en última instancia, quehicieron aflorar mi mejor material. Yoavanzaba a tientas hacia algo sinceroescondido bajo el escotillón de micráneo.

Las listas decían más o menos así:EL LAGO. LA NOCHE. LOS

GRILLOS. EL BARRANCO. ELDESVÁN. EL SÓTANO. ELESCOTILLÓN. EL BEBÉ. LAMULTITUD. EL TREN NOCTURNO.LA SIRENA. LA GUADAÑA. LAFERIA. EL CARRUSEL. EL ENANO.EL LABERINTO DE ESPEJOS. ELESQUELETO.

En esa lista, en las palabras quesimplemente había arrojado al papel

confiando en que el inconsciente, por asídecir, alimentara a los pájaros, empecéa distinguir una pauta.

Echando a la lista una mirada,descubrí que mis viejos amores ymiedos tenían quever con circos yferias. Recordé, luego olvidé, y luegovolví a recordar, cómo me habíaaterrorizado la primera vez que mimadre me había llevado al tiovivo. Conel organillo gritando y el mundo dandovueltas y los saltos de los terriblescaballos, yo añadí mis chillidos albochinche. No volví a acercarme altiovivo durante años.

Cuando décadas más tarde lo hice,me precipitó directamente en La feria delas tinieblas.

Pero mucho antes de eso seguíhaciendo listas.

EL PRADO. EL ARCÓN DE LOSJUGUETES. EL MONSTRUO.

TlRANOSAURIO REX. EL RELOJDEL PUEBLO. EL VIEJO. LA VIEJA.EL TELÉFONO. LAS ACERAS. ELATAÚD. LA SILLA ELÉCTRICA.ELMAGO.

Sobre el margen de estossustantivos, entré a los tumbos en uncuento de ciencia-ficción que no era uncuento de ciencia-ficción. Mi título era«C de cohete». Se publicó con el de«Rey de los Espacios Grises» y contabala historia de dos chicos, grandesamigos, de los cuales uno era elegidopara la Academia Espacial y el otro se

quedaba en el pueblo. Todas las revistasde ciencia-ficción lo rechazaron porque,al fin y al cabo, no era sino una historiasobre una amistad puesta a prueba porlas circunstancias, aun cuando lascircunstancias fuesen un viaje espacial.A Mary Gnaedinger, de FamousFantastic Mysteries, le bastó mirar elcuento una vez para publicarlo. Pero,una vez más, yo era demasiado jovenpara ver en «C de cohete» el tipo decuento que, como escritor de ciencia-ficción, me ganaría la admiración dealgunos y las críticas de muchos queobservaban que yo no era un escritor deficciones científicas sino un escritor«popular»,¡qué cuerno!

Seguí haciendo listas, relacionadas

no sólo con la noche, las pesadillas, laoscuridad y objetos en desvanes, sinocon los juguetes con que juegan loshombres en el espacio y las ideas queencontraba en las revistas policíacas.Del material policiaco que a losveinticuatro años publiqué en DetectiveTales y Dime Detective, la mayor parteno vale la pena leerla.

De vez en cuando me pisaba elcordón suelto y hacía un buen trabajocon el recuerdo de México, que mehabía dado miedo, o del centro de LosÁngeles durante los disturbios dePachucho. Pero tardaría la mejorporción de cuarenta años en asimilar elgénero de suspense-y-misterio-detectivesco y conseguir que funcionara

en mi novela La muerte es un asuntosolitario.

Pero volvamos a mis listas. ¿Y porqué volver? ¿Adónde los estoyllevando? Bien, si alguno de ustedes esescritor, o espera serIo, listas similares,sacadas de las barrancas del cerebro, loayudarán a descubrirse a sí mismo, delmismo modo que yo anduve dandobandazos hasta que al fin me encontré.

Empecé a recorrer las listas, elegircada vez un nombre, y sentarme aescribir a propósito un largo ensayo-poema en prosa. En algún punto a mitadde la primera página, o quizás en lasegunda, el poema en prosa se convertíaen relato. Lo cual quiere decir que depronto aparecía un personaje diciendo

«Ése soy yo», o quizás «¡Esa idea megusta!». Y luego el personaje acababaelcuento por mí.

Empezó a hacerse obvio que estabaaprendiendo de mis listas de nombres, yque además aprendía que, si los dejabasolos, si los dejaba salirse con la suya,es decir consus propias fantasías ymiedos, mis personajes harían por mí eltrabajo.

Miré la lista, vi ESQUELETO yrecordé las primeras obras de arte de miinfancia. Dibujaba esqueletos paraasustar a mis primitas. Me fascinabanlas desnudas muestras médicas decráneos y costillas y esculturas pélvicas.Mi canción favorita era «No es ser infiel/ quitarse la piel / y bailar en huesos».

Recordando mi temprana obraplástica y mi canción favorita, un día medejé caer en el consultorio de mi médicocon dolor de garganta. Me toqué la nuez,y los tendones de los lados del cuello yle pedí consejo experto.

-¿Sabes qué tienes? -preguntó el doctor.

-¿Qué?

-¡Descubrimiento de la laringe! -

graznó-. Tómate una aspirina. ¡Dosdólares, porfavor!

¡Descubrimiento de la laringe!¡Dios mío, qué hermoso! Volví a casatrotando, palpándome la garganta, y

después las rodillas, y la medullaoblongata, y las rótulas. ¡Moisés santo!¿Por qué no escribir el cuento de unhombre aterrorizado que descubredebajo de la piel, en la carne,escondido, un símbolo de todos loshorrores góticos de lahistoria: unesqueleto?

El cuento se escribió solo en unashoras.

Aunque el concepto eraperfectamente obvio, nadie en la historiade la escritura decuentos de misterio sehabía sentado a garabatearlo. Yo caí conél en la máquina y salí con un relatoflamante, absolutamente original. Habíaestado acechando bajo mi piel desdeque a los seis años dibujara una

calavera con dos huesos cruzados.Empecé a juntar presión. Ahora las

ideas venían más rápido, y todas de mislistas. Subía a rondar por los desvanesde mis abuelos y bajaba a sus sótanos.Escuchaba las locomotoras demedianoche que aullaban por el paisajedel norte de Illinois, y era la muerte, uncortejo funeral que se llevaba a misseres queridos a un cementerio lejano.Me acordé de las cinco de la mañana, delas llegadas del Ringling Brothers o elBarnum and Bailey en la madrugada ylos animales desfilando antes delamanecer, rumbo a los prados vacíosdonde las grandes tiendas se alzaríancomo setas increíbles. Me acordé delSeñor Eléctrico y su silla eléctrica

viajera. Me acordé de El MagoPiedranegra que jugaba con pañuelos yhacía desaparecer elefantes en elescenario de mi pueblo. Me acordé demi abuelo, mi hermana y de varias tías yprimas, para siempre en sus ataúdes, encampo santos donde las mariposas seposaban en las tumbas como flores y lasflores volaban sobre las lápidas comomariposas. Me acordé de mi perro,perdido durante días, volviendo a casauna noche de invierno, muy tarde, con lapelambre llena de nieve, barro y hojas.Y de esos recuerdos ocultos en losnombres, perdidos en las listas,empezaron a estallar, a explotar lashistorias.

El recuerdo del perro y su

pelambre invernal se convirtió en «Elemisario», un cuento sobre un niño, encama, enfermo, que envía a su perro aque junte las estaciones en el cuerpo yvuelva a informarle. Y entonces, unanoche, el perro regresa de un viaje alcementerio y trae «compañía».

Un título de la lista, LA VIEJA, seconvirtió en dos historias. Una fue«Había una anciana», sobre una damaque se niega a morir, y que desafiando ala Muerte, exige a los enterradores quele devuelvan el cuerpo; y la segunda,«Temporada de incredulidad», sobreunos niños que se niegan a creer que unavieja haya sido alguna vez joven,muchacha, niña. La primera apareció enmi primera colección, Dark Carnival. La

segunda pasó a formar parte de unulterior examen de asociaciones depalabras y que se llamó El vino delestío.

Sin duda ya podemos ver, pienso,que son la observación personal, lafantasía rara, la extraña presunción loque da resultado. A mí me fascinabanlos viejos. Intentaba desentrañar sumisterio con los ojos y una mente joven,pero me dejaba continuamenteestupefacto darme cuenta de que en untiempo ellos habían sido yo, y que en undía lejano yo sería ellos.¡Absolutamente imposible! No obstante,situación espantosa, trampa terrible, allíestaban, ante mis propios ojos, esosniños y niñas encerrados en cuerpos

viejos.Volviendo a hurgar en mi lista, me

detuve en el título EL FRASCO,producto de mi azorado encuentro conuna serie de embriones exhibidos en unaferia cuando tenía doce años y una vezcuando tenía catorce. En los lejanos díasde 1932 y 1934 los chicos, por supuesto,no sabíamos nada, absolutamente nadadel sexo y la procreación. Puedenimaginar pues mi estupefacción cuando,errando por una exposición de feria, viun montón de fetos de humanos y gatos yperros exhibidos en frascos conmarbetes. Me horrorizaron la mirada deesos muertos nonatos y los nuevosmisterios de la vida que ellos metieronen mi cabeza esa noche y a lo largo de

los años. Nunca les hablé a mis padresde los frascos y los fetos en formol.Había tropezado, sabía, con ciertasverdades que era mejor no discutir.

Desde luego, todo esto aflorócuando escribí «La jarra», y la feria y laexposición de fetos y todos los viejosterrores se me vertieron de las puntas delos dedos a la máquina. Al fin el viejomisterio había encontrado reposo en unrelato.

En mi lista encontré otro título: LAMULTITUD. Y, mecanografiando confuria, recordé una conmoción terriblecuando, a los quince años, salícorriendo de la casa de un amigo paraenfrentarme con un coche que se habíallevado por delante una valla callejera y

había salido disparado contra un postede teléfono. El coche estaba partido porla mitad.

Había dos muertos en el asfalto yuna mujer murió justo cuando yollegaba, el rostro hecho una ruina. Unminuto después murió otro hombre. Yuno más murió al día siguiente.

Yo nunca había visto algo así.Volví a casa aturdido, chocando con losárboles. Tardé meses en superar elhorror de la escena.

Años más tarde, con la lista antemí, recordé unas cuantas cosaspeculiares de aquella noche. Elaccidente había ocurrido en unaintersección flanqueada a un ladoporfábricas vacías y un patio de escuela

abandonado, y al otro por un cementerio.Yo había ido corriendo desde la casamás cercana, que estaba a unos cienmetros. Sin embargo en un instante, alparecer, se había reunido una multitud.¿De dónde había salido? Con el tiemposólo conseguí imaginar que algunos, deextraño modo, habían salido de lasfábricas vacías o, más extrañamente aún,del cementerio. Después de escribirapenas unos minutos se me ocurrió quesí, esa multitud era siempre la mismamultitud, que se reunía en todos losaccidentes. Eran víctimas de accidentesde hacía años, destinadas fatalmente avolver y rondar los escenarios deaccidentes nuevos.

Una vez que di con esta idea, el

cuento se terminó solo en una tarde.Mientras, los artefactos de feria se

iban juntando cada vez más, y susgrandes huesos ya se abrían paso através de mi piel. Más y más largas, yoseguía haciendo excursiones poéticas enprosa sobre circos que llegaban muchodespués de medianoche. Un día de esosaños, cuando tenía poco más de veinte,iba rondando un Laberinto de Espejosdel viejo muelle de Venice con misamigos Leigh Brackett y EdmondHamilton,cuando de pronto Ed exclamó:«Larguémonos de aquí antes de que Rayescriba un cuento sobre un enano queviene todas las noches a mirarse en unespejo que lo alarga». «¡Eso es!», gritéyo, y corrí a casa a escribir «El enano».

«Así aprenderé a morderme la lengua»,dijo Ed a la semana siguiente, cuandoleyó el cuento.

EL BEBÉ de la lista era yo, claro.Recordé una vieja pesadilla. Era

sobre nacer. Me recordé en la cuna, contres díasde edad, aullando por laexperiencia de haber sido empujado almundo: la presión, el frío, el chillidovital. Recordé el seno de mi madre.Recordé al médico, a mi cuarto día devida, inclinándose hacia mí con unescalpelo para llevar a cabo lacircuncisión. Recordé, recordé.

Cambié el título de EL BEBÉ porel de «El pequeño asesino». Ese cuentoha sido antologado docenas de veces. Yyo había vivido la historia, al menos en

parte, desde mi primera hora de vida ysólo la había recordado de veras a losveintipico.

¿Escribí relatos basados en todoslos sustantivos de mis páginas y páginasde listas?

En absoluto. Pero sí sobre lamayoría. El ESCOTILLÓN, apuntado en1942 o 1943, no afloró hasta hace tresaños, en un cuento que publicó Omni.

Otra historia sobre mi perro y yotardó más de cincuenta años en aflorar.En«Bendígame, padre, pues he pecado»fui hacia atrás en el tiempo para reviviruna paliza que le había dado a mi perroa los doce y por la cual no me habíaperdonado nunca. Escribí el cuento paraexaminar por fin a aquel muchacho

cruel, triste, y dar descanso eterno a sufantasma y el del perro amado. Dichosea de paso, era el mismo perro queen«El emisario» volvía del cementeriocon «compañía».

En esos años, junto con Leigh, mimaestro era Henry Kuttner. Él mesugería queleyera autores -KatherineAnne Porter, John Collier, EudoraWelty- y libros -El fin de semanaperdido, La carne de un hombre, Lluviaen el umbral- que iban a enseñarmecosas. En algún momento me dio unejemplar de Winesburg, Ohio , deSherwood Anderson. Al terminar ellibro me dije: «Un día quisiera escribiruna novela con gente parecida pero quepase en Marte». De inmediato apunté

una lista de la clase de tipos que megustaría plantar en Marte, a ver quésucedía:

Me olvidé de Winesburg, Ohio y dela lista. Con los años, escribí una seriedecuentos sobre el Planeta Rojo. Un díalevanté la vista y el libro estabaterminado, la lista completa y Crónicasmarcianas en vías de publicarse.

Ahí tienen, pues. En suma, unaserie de nombres, algunos con adjetivosinsólitos, que describían un territoriodesconocido, un país no descubierto,parte de él Muerte, el resto Vida. Si nohubiera urdido esas recetas para elDescubrimiento, nunca me habríatransformado en el picoteantearqueólogo o antropólogo que soy ahora.

Ese grajo que busca objetos brillantes,extrañas carcasas y fémures deformes enlos túmulos de basura que tengo en elcráneo, donde, junto con los restos delas colisiones con la vida, se esparcenBuck Rogers, Tarzán, John Carter,Quasimodo y todas las criaturas que medieron ganas de vivir para siempre.

Como dice la vieja canción delMikado, yo tenía una listita, salvo quelarga, que me llevó al país del Vino delEstío y me ayudó a trasladar el país delVino del Estío a Marte, y de rebote medevolvió a un territorio de vino oscurocuando una noche, mucho antes delamanecer, llegaba el tren del señorTinieblas. Pero la primera y másimportante fila denombres fue esa llena

de hojas que susurraban en las aceras alas tres de la mañana y de funerales querodaban por vías férreas vacías, uno trasotro, y de grillos que de pronto, sinninguna razón, se callaban, de modo queuno se oía el corazón y hubiera deseadono oírlo.

Lo cual nos lleva a una revelaciónfinal...

Uno de los nombres de mi lista dela secundaria era La Cosa o, mejor aún,La Cosa del final de la escalera.

Donde yo crecí, en Waukegan,Illinois, había un solo cuarto de baño:arriba. Hasta encontrar una luz yencenderla había que subir un tramo deescalera a oscuras. Yo intentabaconvencer a mi padre de que dejase la

luz encendida toda la noche. Pero esoera caro. La luz quedaba apagada.

A eso de las dos o tres de lamañana me entraban ganas de orinar. Medemoraba en la cama una media hora,dividido entre la torturante necesidad dealivio y lo que, sabía, me aguardaba enel oscuro corredor que llevaba al altillo.Al fin, impulsado por el dolor, measomaba del comedor a la escalerapensando: date prisa, salta, enciende laluz, pero hagas lo que hagas no miresarriba. Si miras antes de encender la luz,allí estará Eso. La Cosa. La terriblecosa que aguarda al fin de la escalera.De modo que corre, ciego; no mires.

Corría, saltaba. Pero siempre,inevitablemente, a último momento, en

un parpadeo, miraba la espantosaoscuridad. Y aquello siempre estaba. Yyo gritaba y caía por la escalera,despertando a mis padres. Mi padregruñía y se volvía en la cama,preguntándose de dónde había salido suhijo. Mi madre se levantaba, meencontraba en el vestíbulo hecho unrevoltijo y subía a encender la luz.Esperaba a que subiera al cuarto debaño y volviera para besarme la carasucia de lágrimas y arroparme en lacama el cuerpo aterrorizado.

A la noche siguiente y la otra y laotra pasaba lo mismo. Enloquecido pormi histeria, papá sacó el viejo orinal yme lo puso bajo la cama.

Pero nunca me curé. La Cosa no se

movía de allí. Sólo me alejé de eseterror cuando a mis trece años nosmudamos al Oeste.

¿Qué he hecho en los Últimostiempos con esa pesadilla?

Bien... Ahora, muy tardíamente, LaCosa está en lo alto de la escalera,aguardando aún. Desde 1926 hasta hoy,primavera de 1986, la espera ha sidolarga. Pero al fin, cosechando en misiempre fiable lista, he mecanografiadoel nombre en papel, añadiendo «Laescalera», y al fin me he enfrentado conel tramo oscuro y la frialdad ártica quese mantuvo quieta sesenta años,esperando que, a través de mis dedoshelados, la pidieran bajar hasta lacorriente sanguínea de ustedes. Surgido

de las asociaciones del recuerdo, elcuento quedó acabado esta semana, almismo tiempo que yo escribía esteensayo.

Ahora los dejo al pie de laescalera, treinta minutos después demedianoche, con un bloc, una pluma yuna posible lista. Conjuren sus palabras,alerten a su personalidad secreta,saboreen la oscuridad. Peldaños arriba,en las sombras del altillo, espera suCosa. Si le hablan con suavidad yescriben toda vieja palabra que quierasaltar de sus nervios a la página...Talvez, en su noche privada, la Cosa delfinal de la escalera... empiece a bajar.

1986

Cómo alimentar a unamusa y conservarla

NO es fácil. Nadie lo ha hecho nuncade un modo sistemático. Los que más seesfuerzan acaban ahuyentándola albosque. Los que le vuelven la espalda yse pasean despreocupados, silbandobajito entre dientes, la oyen andar trasellos con cautela, atraída por un desdéncuidadosamente adquirido.

.Por supuesto, hablamos de LaMusa.

El término ha desaparecido dellenguaje de nuestro tiempo. Las más delas veces sonreímos al oído y evocamos

imágenes de una frágil diosa griegacubierta de helechos, arpa en mano,acariciando la frente de nuestrosudoroso escriba.

La Musa, entonces, es la másasustadiza de las vírgenes. Se sobresaltaal menor ruido, palidece si uno le hacepreguntas, gira y se desvanece si uno leperturba el vestido.¿Qué la aflige?, sepreguntarán ustedes. ¿Por qué laestremece una mirada? ¿Dedónde vieney adónde va? ¿Cómo lograr que nosvisite por períodos más largos? ¿Quétemperatura la complace? ¿Le gustan lasvoces fuertes o suaves? ¿Dónde se lecompra el alimento, de qué calidad ycuánto, y a qué horas come?

Podemos empezar parafraseando un

poema de Oscar Wilde, sustituyendo lapalabra «Arte» por «Amor»:

El Arte escapará si tumano es floja,

y morirá si aprietasdemasiado.

Mano leve, mano fuerte,¿cómo saber

si retengo el Arte o lohe soltado?

Que cada cual reemplace, si quiere,

«Arte» por «Creatividad», o«Inconsciente» o«Ardor», o cualquierpalabra que describa lo que ocurrecuando uno gira como una rueda de

fuego y un relato «sucede».Quizás otraforma de describir a La Musa seríareexaminar esas pequeñas motas de luz,esas etéreas burbujas que cruzanflotando la visión de todos, diminutaspecas en la lente externa y transparentedel ojo. Inadvertidas años enteros,pueden volverse de prontoinsoportablemente molestas,interrumpirnos a cualquier hora del día.Se entrometen y arruinan lo que se estámirando. El problema de las«manchitas» ha llevado a más de uno almédico. El inevitable consejo es: no leshaga caso y se irán. Lo cierto es que nose van; se quedan, pero, más allá deellas, uno se concentra en el mundo y suscambiantes objetos, como es debido.

Lo mismo con nuestra Musa. Siponemos la atención más allá de ella,recupera el aplomo y se aparta.

Es mi opinión que para Conservara una Musa, primero hay que ofrecerlecomida.Cómo se alimenta algo quetodavía no está ahí es un poco difícil deexplicar. Pero vivimos en un clima deparadojas. Una más no debería hacernosdaño.

El hecho es harto simple. A lolargo de la vida, ingiriendo comida yagua, construimos células, crecemos ynos volvemos más grandes ysustanciosos. Lo que no era, ahora es. Elproceso no se puede detectar. Sólo sepercibe a intervalos. Sabemos que estásucediendo, pero no muy bien cómo ni

por qué.De modo parecido, a lo largo de la

vida nos llenamos de sonidos, visiones,olores, sabores y texturas de personas,animales, paisajes y acontecimientosgrandes y pequeños. Nos llenamos deimpresiones y experiencias y de lasreacciones que nos provocan. Alinconsciente entran no sólo datosempíricos sino también datos reactivos,nuestro acercamiento o rechazo a loshechos del mundo.

De esta materia, de este alimento senutre La Musa. Ése es el almacén, elarchivo, al que hemos de volver en lashoras de vigilia para cotejar la realidadcon el recuerdo, y en el sueño paracotejar un recuerdo con otro, lo que

significa un fantasma con otro, yexorcizarlos si hace falta.

Lo que para todos los demás es ElInconsciente, para el escritor seconvierte en LaMusa. Son dos nombresde lo mismo. Pero independientementede cómo lo llamemos, allí está el centrodel individuo que fingimos encomiar, alque alzamos altares y de la boca paraafuera lisonjeamos en nuestra sociedaddemocrática. Porque sólo en la totalidadde su propia experiencia, que archiva yolvida, es cada hombre realmentedistinto de todos los demás. Pues nadieasiste en su vida a los mismosacontecimientos en el mismo orden. Unove la muerte antes que otro, o conoce elamor más temprano. Cuando dos

hombres ven el mismo accidente, cadauno lo archiva con diferentesreferencias, en otro lugar de su alfabetoúnico. En el mundo no hay cienelementos; hay dos billones. Cada unodejará una marca diferente enespectroscopios y balanzas.

Sabemos qué nuevo y original escada hombre, incluso el más lerdo einsípido. Mi padre y yo no fuimosrealmente grandes amigos hasta muytarde. El lenguaje, el pensamientocotidiano de él no era muy excepcional,pero bastaba que yo dijera «Papácuéntame cómo era Tombstone cuandotenías diecisiete años», o «¿Y lostrigales de Minnesota cuando teníasveinte?», para que papá se largara a

hablar de cómo había huido de su casa alos dieciséis, rumbo al oeste acomienzos de este siglo, antes de que sefijaran las fronteras, cuando en vez deautopistas sólo había sendas de caballoy vías de tren y en Nevada arreciaba laFiebre del Oro.

El cambio en la voz de papá, laaparición de la cadencia o las palabrasjustas, no sucedía en el primer minuto, nien el segundo ni en el tercero. Sólocuando había hablado cinco o seisminutos, y encendido la pipa, volvía depronto la antigua pasión, los díaspasados, las viejas melodías, el tiempo,la apariencia del sol, el sonido de lasvoces, los furgores surcando la nocheprofunda, los barrotes, los raíles

estrechándose detrás en polvo dorado amedida que adelante se abría el Oeste:todo, todo, y allí la cadencia, elmomento, los muchos momentos deverdad y por lo tanto de poesía.

De pronto La Musa se habíapresentado a papá.

La Verdad se le acomodaba en lamente.

El Inconsciente se ponía a decir losuyo, intacto, y le fluía por la lengua.

Como debemos hacer nosotroscuando escribimos.

Como podemos aprender de todohombre, mujer o niño de alrededor,cuando, conmovidos y emocionados,cuentan algo que hoy, ayer o algún otrodía los despertó al amor o al odio. En

algún momento, después dechisporrotear húmedamente, la mechadestella y empiezan los fuegosartificiales.

Ah, para muchos es un trabajo duroy difícil meterse con el lenguaje. Peroyo he oído a granjeros hablar de suprimera cosecha de trigo en la primeragranja de un estado,recién llegados deotro, y aunque no eran Robert Frostparecían su primo tercero. He oído aconductores de locomotora hablar deAmérica en el tono de Thomas Wolfe,que recorrió nuestro país con estilocomo lo recorrían ellos con acero. Heoído a madres contar la larga noche desu primer parto y el miedo de que elbebé muriese. Y he oído a mi abuela

hablar de la primera pelota que tuvo, alos siete años. Y, cuando se lesentibiaban las almas, todos eran poetas.

Si parece que he tomado el caminomás largo, quizá sea así.

Pero quería mostrar qué llevamostodos dentro, eso que siempre ha estadoallí y tanpocos nos molestamos en teneren cuenta. Cuando la gente me preguntade dónde saco las ideas me da risa. Quéextraño... Tanto nos ocupa mirar fuera,para encontrar formas y medios, queolvidamos mirar dentro.

Para recalcar la cuestión, pues, LaMusa está ahí, almacén fantástico, todonuestro ser. Todo lo más original sóloespera que nosotros lo convoquemos. Ysin embargo sabemos que no es tan fácil.

Sabemos cuán frágil es la trama tejidapor nuestros padres o tíos o amigos, aquienes una palabra equivocada, unportazo o una sirena de bomberospueden destruir el momento. Asítambién, el embarazo, la timidez o elrecuerdo de las críticas puedenendurecer a la persona media de modoque cada vez sea menos capaz deabrirse.

Digamos que todos nos hemosalimentado de la vida, primero, y mástarde de libros y revistas. La diferenciaes que una de esas series deacontecimientos nos sucedió, y la otrafue alimentación deliberada.

Si vamos a poner nuestroinconsciente a dieta, ¿cómo preparar el

menú? Bien, la lista podría empezar así:Lea usted poesía todos los días. La

poesía es buena porque ejercitamúsculos que se usan poco. Expande lossentidos y los mantiene en condicionesóptimas. Conserva la conciencia de lanariz, el ojo, la oreja, la lengua y lamano. Y, sobre todo, la poesía esmetáfora o símil condensado. Como lasflores de papel japonesas, a veces lasmetáforas se abren a formas gigantescas.En los libros de poesía hay ideas portodas partes; no obstante, qué pocosmaestros del cuento recomiendancuriosearlos.

Mi cuento «La costa en elcrepúsculo» es resultado directo dehaber leído el encantador poema de

Robert Hillyer sobre el encuentro de unasirena cerca de Plymouth Rock.

Mi cuento "Vendrán lluviassuaves» se basa en el poema así tituladode Sara Teasdale, y el cuerpo del cuentoengloba el tema del poema. De «Aunquesiga brillando la luna» de Byron surgióun capítulo de mi novela Crónicasmarcianas, que habla de una raza muertade marcianos que por las noches ya norondarán los mares vacíos. Enestoscasos, y docenas más, hice que unametáfora saltara hacia mí, me dieraimpulso y me lanzara a escribir unahistoria.

¿Qué poesía? Cualquiera que pongade punta el pelo de los brazos. No seesfuerce usted demasiado. Tómeselo con

calma. Con los años puede alcanzar a T.S. Eliot, caminar junto con él e inclusoadelantársele en su camino a otrospastos. ¿Dice que no entiende a DylanThomas? Bueno, pero su ganglio sí loentiende, y todos sus hijos no nacidos.

Léalo con los ojos, como podríaleer a un caballo libre que galopa por unprado verde e interminable en un día deviento.

¿Qué más conviene a nuestra dieta?Libros de ensayo. También aquí escoja yseleccione, paséese por los siglos. Enlostiempos previos a que el ensayo sevolviera menos popular encontrarámucho que escoger.

Nunca se sabe cuándo uno querráconocer pormenores sobre la actividad

del peatón, la crianza de abejas, elgrabado de lápidas o el juego con arosrodantes. Aquí es donde hará el papel dediletante y obtendrá algo a cambio.Porque, en efecto, estará tirando piedrasa un pozo. Cada vez que oiga un eco desu inconsciente se conocerá un pocomejor. De un eco leve puede nacer unaidea. De un eco grande puede resultar uncuento.

Busque libros que mejoren susentido del color, de la forma y lasmedidas delmundo. ¿Y por qué noaprender sobre los sentidos del olfato yel oído? A veces sus personajesnecesitarán usar nariz y orejas para noperderse la mitad de los olores ysonidos de la ciudad, y todos los

sonidos del páramo libres aún en losárboles y la hierba de los parques.

¿Por qué esta insistencia en lossentidos? Porque para convencer allector de que está ahí hay que atacarleoportunamente cada sentido con colores,sonidos, sabores y texturas. Si el lectorsiente el sol en la carne y el vientoagitándole las mangas de la

camisa, usted tiene media batallaganada. Al lector se le puede hacercreer el cuento más improbable si, através de los sentidos, tiene la certezade estar en medio de loshechos.Entonces no se rehusará aparticipar. La lógica de los hechossiempre da paso a la lógicade lossentidos. A menos, claro, que cometa

usted algo realmente imperdonable quesaque al lector del contexto, como hacerque la Revolución Norteamericanatriunfe con ametralladoras o presentardinosaurios y cavernícolas en la mismaescena (vivieron en épocas separadaspor millones de años). Y aun en esteúltimo caso, una Máquina del Tiempobien descrita y técnicamente perfectapuede volver a suspender laincredulidad.

Poesía, ensayos. ¿Y qué de loscuentos y las novelas? Por supuesto. Leaa los autores que escriben como esperaescribir usted, que piensan como legustaría pensar.Pero lea también a losque no piensan como usted ni escribencomo le gustaría, y déjese estimular así

hacia rumbos que quizá no tome enmuchos años. Una vez más, no permitaque el esnobismo ajeno le impida leer aKipling, por ejemplo, porque no lo leenadie más.

Vivimos en una cultura y una épocatan inmensamente ricas en basura comoen tesoros. En ocasiones es un pocodifícil diferenciar la basura del tesoro,así que nos contenemos, temerosos depronunciarnos. Pero como queremosdarnos consistencia, recoger verdades amuchos niveles y de muchas maneras,probamos en la vida y probar lasverdades de otros que se nos ofrecen entiras cómicas, shows televisivos, libros,revistas, periódicos, obras de teatro ypelículas, no debemos temer que nos

vean en mala compañía. Siempre me hesentido en buenos términos con el«Pequeño Abner» de Al Capp. Creo queCharlie Brown puede enseñarnos muchode psicología infantil. En los hermososdibujos del «Príncipe Valiente» de HalFoster hay todo un mundo de aventuraromántica. De niño yo coleccionaba esamaravillosa tira de J. C. Williams sobrela clase media norteamericana, «Anuestro modo», que quizá más tarde hayainfluido en mis libros. Tanto soy elCharlie Chaplin de Tiempos modernosen 1935 como el amigo-lector de AldousHux1ey en 1961.

No soy una sola cosa. Soy muchascosas que Norteamérica ha sido en mitiempo. Fui lo suficientemente sensato

como para no dejar de moverme,aprender, crecer. Y nunca he abjuradode las cosas que me alimentaron ni leshe vuelto la espalda. Aprendí de TomSwift y aprendí de George Orwell.

Me deleité con el Tarzán de EdgarRice Burroughs (y sigo respetando esaviejadelicia y no me lavarán el cerebro)como me deleito hoy con las ScrewtapeLetters de C.S. Lewis.

He conocido a Bertrand Russell yhe conocido a Tom Mix, y mi Musa hacrecido en el abono de lo bueno, lo maloy lo indiferente. Soy una criatura capazde recordar con amor no sólo losfrescos de Miguel Ángel en el Vaticanosino también los sonidos hace tantotiempo muertos del programa de radio

«Vic y Sade».¿Cuál es la pauta que mantiene todo

esto unido? Si he alimentado a mi Musacon partes iguales de basura y tesoros,¿cómo he llegado al cabo de la vida conhistorias que algunos consideranaceptables?

Pienso que hay un nexo. Todo loque hice fue hecho con entusiasmo,porque quería, porque hacerlo meencantaba. El hombre más grande delmundo, un día, fue para mí Lon Chaney,fue Orson Welles en Ciudadano Kane,fue Laurence Olivier en Ricardo III.Cambian los hombres, pero hay algo quesigue siempre igual: la fiebre, el ardor,la delicia. Porque quería hacerlo, lohice. Donde quería alimentar, alimenté.

Me recuerdo vagando tras el escenariode mi pueblo natal, azorado, ¡con unconejo que me había dado el MagoPiedranegra en la mayor actuación de lahistoria! Me recuerdo en 1933, vagandoazorado por las calles de papier machéde la Exposición de Chicago sobre elSiglo del Progreso; y en 1954 por lassalas del dux de Venecia. La calidad decada evento fue inmensamente diferente,pero mi capacidad de beber la misma.

Esto no significa que en distintosmomentos uno tenga que reaccionar atodo de

igual forma. Por empezar esimposible. A los diez uno acepta aVerne y rechaza a Huxley. A losdieciocho acepta a Thomas Wolfe y deja

atrás a Buck Rogers. A los treintadescubre a Melville y pierde a ThomasWolfe.

Permanece la constante: labúsqueda, el encuentro, la admiración,el amor, la respuesta sincera a losmateriales accesibles, por muy raídosque parezcan, cuando un día se vuelve amirarlos. Cuando tenía diez años pedíuna estatua de un gorila africano, de lacerámica más barata, que regalabancontra envío de la faja de un paquete demacarrones Fould. El gorila, que llegópor correo, tuvo una recepción tangrande como la ofrecida al Niño Daviden su primera ceremonia.

Así pues, la Alimentación de laMusa, a la cual hemos dedicado aquí la

mayor parte del tiempo, me parece unacontínua persecución de amores, unacomparación de esos amores con lasnecesidades presentes y futuras, un pasode texturas simples a complejas, deingenuas a informadas, de nointelectuales a intelectuales. Nada sepierde nunca. Si uno ha transitado vastosterritorios y se ha atrevido a amartonterías, habrá aprendido hasta de losartículos más primitivos que alguna vezrecogió y descartó. Una curiosidaderrante por todas las artes, de la malaradio al buen teatro, de las canciones decuna a la sinfonía, de la choza en laselva al Castillo de Kafka, siempreencontrará una excelencia básica quediscernir, una verdad que guardar,

saborear y utilizar más tarde, algún día.Hacer todo eso es ser una criatura de sutiempo.

No dé la espalda, por dinero, almaterial que ha acumulado en una vida.

No dé la espalda, por la vanidad delas publicaciones intelectuales, a lo queusted es; al material que lo hacesingular, y por tanto indispensable a losotros.

Para alimentar a su Musa, pues, espreciso que usted siempre haya tenidohambre de vida, desde niño. De locontrario es un poco tarde para empezar.Claro que mejor tarde que nunca. ¿Aúnse siente dispuesto?

De ser así, tendrá que dar largospaseos nocturnos por su ciudad o su

pueblo, o paseos de día por el campo. Ylargos paseos, a cualquier hora, porlibrerías y bibliotecas.Y, mientras laalimentamos, el último problema escómo conservar a la Musa.

La Musa debe tener forma.Escribirá usted mil palabras al díadurante diez o veinte años a fin demodelarla, aprendiendo gramática y elarte de la composición hasta que seincorporen al Inconsciente sin frenar nidistorsionar a la Musa.

Viviendo bien, observando amedida que vive, leyendo bien yobservando a medida que lee, usted hanutrido su Identidad Más Original.Mediante el entrenamiento, el ejerciciorepetido, la imitación y el buen ejemplo

ha creado un lugar limpio y bieniluminado para conservar a la Musa.

Le ha dado, a él, ella o lo que sea,espacio para que se vuelva y revuelva.Y a través del entrenamiento ha llegadoa aflojarse y ya no tiene una mirada fijay descortés cuando la inspiración entraen el cuarto.

Ha aprendido a ir de inmediato a lamáquina y conservar para siempre lainspiración poniéndola en papel y haaprendido a responder a la pregunta quehicimos al comienzo: ¿La creatividadprefiere las voces fuertes o suaves?

La que más le gusta, parece, es lavoz fuerte, apasionada.

La voz que se alza del conflicto, lacomparación de contrarios. Siéntese

frente a su máquina, elija personajes devarios tipos, échelos a volar juntos congran estrépito. En un abrir y cerrar deojos surgirá su personalidad secreta. Atodos nos gusta la decisión, laconvicción; cualquiera que alce la voz afavor, que la alce en contra.

Lo cual no significa excluir lahistoria tranquila. Una historia tranquilapuede entusiasmar y apasionar tantocomo cualquier otra. En la calma yquieta belleza de una Venus de Milo hayentusiasmo. Aquí el espectador es tanimportante como la cosa vista.

Tenga esto por seguro: cuandohabla el amor sincero, cuando empiezala admiración franca, cuando surge elentusiasmo, cuando el odio se riza como

humo, nohay duda de que la creatividad se

quedará con usted toda la vida. El centrode su creatividad ha de ser el mismo queel centro de la historia y del personajeprincipal de la historia. ¿Qué quiere supersonaje, cuál es su sueño y qué formatiene, cómo se expresa? Una vez dada,esa expresión será el motor de la vidadel personaje, y de la suya comoCreador. En el momento exacto en queirrumpe la verdad, el inconscientecambia de archivo de desperdicios aángel que escribe en un libro de oro.

Mírese, entonces. Pondere aquelloque lo ha alimentado durante años. ¿Fueun banquete o una dieta de inanición?

¿Quiénes son sus amigos? ¿Creen

en usted? ¿O le atrofian el crecimiento afuerza de ridículo e incredulidad?

Si éste es el caso, usted no tieneamigos. Vaya a encontrar alguno.

Y por último, ¿se ha entrenado losuficiente como para poder decir lo quequiere sin sentirse maniatado? ¿Haescrito lo bastante como para estarrelajado y permitir que la verdad salgasin que la arruinen poses afectadas ni lacambien el deseo de hacerse rico?

Alimentarse bien es crecer.Trabajar bien y constantemente esmantener en condición óptima lo que seha aprendido y se sabe. Experiencia.Labor. Son las dos carasde la monedaque cuando gira de canto no es niexperiencia ni trabajo sino el momento

de la revelación. Por ilusión óptica, lamoneda se vuelve redonda, brillante, unarremolinado globo de vida. Es elmomento en que la hamaca del porchecruje levemente y una voz habla. Todoscontienen el aliento. La voz se eleva ycae. Papá habla de otros años. De suslabios surge un fantasma. Agitándose, elinconsciente se restriega los ojos. LaMusa se aventura a los helechos que haybajo el porche, desde donde, dispersosen la hierba, escuchan los muchachosdel verano. Las palabras se vuelvenpoesía que a nadie importa, porquenadie ha pensado llamarla así. He aquíel tiempo. He aquí el amor. He aquí elcuento. Un hombre bien alimentadoguarda y serenamente da cauce a su

infinitesimal porción de eternidad. En lanoche estival parece grande. Y lo es,como lo fue siempre en todas lasedades, cuando hubo un hombre con algoque contar y otros, tranquilos y sabios,que escuchaban.

NOTA FINALLa primera estrella de cine que

recuerdo es Lon Chaney.Lo primero que dibujé fue un

esqueleto.Lo primero que recuerdo haber

temido fueron las estrellas en una nochede verano en Illinois.

Las primeras historias que leífueron cuentos de ciencia ficción enAmazing.

La primera vez que me alejé de

casa fue para ir a Nueva York y ver elMundo del Futuro encerrado en laPeriesfera a la sombra del Trilón.

La primera vez que decidí unacarrera fue a los once años: sería magoy recorrería el mundo con mis hechizos.

La segunda vez fue a los doce,cuando para Navidad me regalaron unamáquina deescribir.

Y decidí hacerme escritor. Y entrela decisión y la realidad hubo ocho añosde escuela y colegio, y de venderperiódicos en una esquina de LosÁngeles, mientras escribía tres millonesde palabras.

La primera vez que me aceptaronfue en la revista Script , de Rob Wagner,y tenía veinte años.El segundo cuento se

lo vendí a Thrilling Wonder StoriesEl tercero a Weird TalesDesde entonces he vendido 250

cuentos a casi todas las revistas deEstadosUnidos, además de haber escritoel guión de Moby Dick para JohnHuston.

He escrito para Weird Tales sobreLon Chaney-y-los-del-esqueleto.

He escrito sobre Illinois y sustierras vírgenes en mi novela El vino delestío.

.

He escrito sobre las estrellas delcielo de Illinois, a las que hoy viaja unanueva generación.

He hecho en papel mundos del

futuro muy parecidos a los que vi en laFeria de Nueva York cuando era chico.

Y, muy tarde en el día, he decididoque nunca abandonaría mi primer sueño.

Me guste o no, al fin y al cabo soyuna especie de mago, medio hermano deHoudini, conejo, me gustaría pensar,hijo de Piedranegra, nacido bajo la luzde cine de un viejo teatro (mi segundonombre es Douglas; cuando en 1920llegué, Fairbanks estaba en su apogeo),y maduré en una época perfecta, cuandoel hombre da el último y mayor pasofuera del mundo que lo alumbró, lacueva que le dio abrigo, la tierra que losostuvo y el aire que lo convocó paraque nunca pudiera descansar.

En suma, soy un retoño pío de

nuestra era de emoción-en-masa,diversión-en-masa y soledad-en-la-multitud-neoyorquina.

Es una gran era en la cual vivir, ymorir, si hace falta, por ella. Cualquiermago quese precie les diría lo mismo.

1961

Borracho y a cargo de unabicicleta

EN 1953 escribí un artículo para TheNation defendiendo mi trabajo comoescritor de ciencia-ficción, aun cuandola etiqueta sólo pudiera aplicarse quizása la tercera parte de mi producciónanual.

Pocas semanas más tarde, a finesde mayo, llegó una carta de Italia. Aldorso del sobre, en una letra como depatas de mosca, leí estas palabras:

B. BERENSONI Tatti, Settignano

Fireme, Italia

Me volví hacia mi mujer y dije:-Dios mío, ¿será posible que sea

ese Berenson, elgran historiador delarte?

-Ábrela -dijo mi mujer.Lo hice, y leí:

Querido señorBradbury: En ochenta ynueve años de vida, ésta esla primera carta deadmirador que escribo. Espara decirle que acabo deleer su artículo en TheNation, «Day AfterTomorrow». Es la primeravez que leo en un artista decualquier campo la

declaración de que paratrabajar creativamente hayque poner la carne ydisfrutarlo como unadiversión, o como unafascinante aventura.

¡Qué diferencia conesos obreros de la industriapesada en que se hanconvertido los escritoresprofesionales!

Si alguna vez pasa porFlorencia, venga a verme.

Suyo sinceramente, B.BERENSON.

Así, a los treinta y tres años, veía

mi forma de ver, escribir y viviraprobada por un hombre que llegaría aser un segundo padre.

Yo necesitaba esa aprobación.Todos necesitamos que alguien más alto,más sabio, más viejo nos diga que a finde cuentas no estamos locos, y que loque hacemos es correcto.

Correcto, diablos, ¡excelente!Pero es fácil dudar, porque si uno

mira alrededor ve una comunidad denociones sostenidas por otros escritores,otros intelectuales, que hacen que uno sesonroje avergonzado. Se supone queescribir es algo difícil, agónico, unespantoso ejercicio, una terribleocupación.

Pero a mí, fíjense ustedes, las

historias me han guiado por la vida.Ellas gritan, yo voy detrás. Ellas echan acorrer y me muerden los tobillos, yorespondo escribiendo todo lo que pasadurante la mordida. Cuando termino, laidea me suelta y se va.

Así es la vida que he tenido.Borracho y a cargo de una bicicleta,como una vez dijo un informe policialirlandés.

Borracho de vida, y sin conocer elrumbo siguiente. Pero antes delamanecer uno ya está en marcha. ¿Y elviaje? Exactamente la mitad terror, lamitad júbilo.

Cuando yo tenía tres años mi madreme metía a hurtadillas en un cine dos o

tres veces por semana. Mi primerapelícula fue El jorobado de NotreDame, de Lon Chaney. Aquel lejano díade 1923 se me curvó para siempre lacolumna y la imaginación. A partir deentonces supe reconocer a unmaravillosamente grotesco compatriotade la oscuridad no bien lo veía. Corríauna y otra vez a ver las películas deChaney para deleitarme de miedo.Llevaba a horcajadas sobre mi vida alFantasma de la Ópera, de capaescarlata. Y

cuando no era el Fantasma era laterrible mano que gesticulaba detrás dela biblioteca en El gato y el canario,invitándome a buscar más oscuridadescondida en los libros.

Yo estaba enamorado, porentonces, de los monstruos y losesqueletos y los circos y las ferias y losdinosaurios y, por último, de Marte, elPlaneta Rojo.

Con esos primitivos ladrillos heconstruido una vida y una carrera. Todolo bueno de mi existencia me ha venidode mi duradero amor por esas cosassorprendentes.

En otras palabras, a mí los circosno me incomodaban. Les ocurre aalgunos. Los circos son estridentes,vulgares, y al sol huelen mal. Hacia loscatorce o quince años, mucha gente yaha sido apartada de sus amores, de susgustos antiguos e intuitivos, uno a uno,hasta que al llegar a la madurez no les

queda nada de alegría, de garra, deentusiasmo, de sabor. Las críticasajenas, y las propias, los han puestoincómodos. Cuando a las cinco de unaoscura y fría mañana de verano llega elcirco, y suena el organillo, en vez delevantarse y salir corriendo se remuevenen sueños, y la vida pasa de largo.

Yo sí que me levantaba y salía. Alos nueve años aprendí que hacía bien ytodo el mundo se equivocaba. Aquel añoentró en escena Buck Rogers y fue unamor instantáneo. Coleccionaba las tirasdiarias, y las tiras me enloquecían lalocura. Los amigos me criticaban. Losamigos se burlaban. Rompí las tiras deBuck Rogers. Me pasé un mes vagandopor mis clases de cuarto curso aturdido

y vacío. Un día me eché a llorarpreguntándome qué desastre había caídosobre mí. La respuesta era: BuckRogers. Él ya no estaba, y la vidasimplemente no valía la pena. Acontinuación pensé: éstos no son amigos;estos que me hicieron romper las tiras yasí me rompieron la vida por el medio,son enemigos.

Volví a coleccionar Buck Rogers.Desde entonces he sido feliz. Porque asíempecéa escribir ciencia-ficción. Desdeaquella vez nunca le he prestadoatención a nadie que criticara mi gustopor los viajes espaciales, las barracasde feria o los gorilas. Cuando estoocurre, meto mis dinosaurios en el bolsoy me voy de la habitación.

Porque todo es abono,¿comprenden? Si durante una vida no mehubiera llenado los ojos y la cabeza contodas esas cosas, a la hora de asociarpalabras y convertirlas en ideas derelatos, sólo hubiera alumbrado unatonelada de cifras y media tonelada deceros.

«La pradera» es un buen ejemplode lo que ocurre en una cabeza llena deimágenes, mitos y juguetes. Hace unostreinta años me senté un día a la máquinay escribí estas palabras: «El cuarto dejuegos». ¿Un cuarto de juegos decuándo? ¿Del Pasado? No. ¿DelPresente? Difícil. ¿Del Futuro? ¡Sí!Bien, pues, ¿cómo sería un cuarto dejuegos de algún año futuro? Me puse a

escribir, asociando palabras alrededordel cuarto. Debía tener monitores detelevisión en todas las paredes y en eltecho.Paseándose en un medio así, unniño podría gritar «¡El Nilo! ¡Esfinges!¡Pirámides!», y las cosas aparecerían,rodeándolo, a todo color, todo sonido y,¿por qué no?, con gloriosas,tibiasfragancias y olores y perfumes -elige elque quieras- para la nariz.

Todo esto se me ocurrió en pocossegundos de teclear rápidamente. Ahoraque conocía la habitación, tenía queponerle personajes. Tecleé un personajellamado Georgey lo llevé a una cocinadel futuro, donde su mujer se volvió y ledijo:

-George, quiero que le eches una

mirada al cuarto de juegos. Creo que seha estropeado...

George y su mujer salen alcorredor. Yo los sigo, tecleando comoun loco, sin saber qué va a pasar. Abrenla puerta del cuarto de juegos y entran.

África. Sol candente. Buitres.Carne muerta. Leones.

Dos horas más tarde los leonessaltaban de las paredes del cuarto dejuegos y devoraban a George y su mujer,mientras los hijos tele-dominadosbebían té sentados cerca.

Fin de la asociación de palabras.Fin del cuento. Todo completo y casilisto para

enviarse, una idea en explosión, enalrededor de 120 minutos.

¿De dónde venían los leones de esecuarto?

De los leones que yo habíaencontrado a los diez años en los librosde la biblioteca del pueblo. De losleones que había visto a los cinco en loscircos de verdad. ¡Del león que en 1924merodeaba en El que recibe lasbofetadas, la película de Lon Chaney!

¡En 1924!, dirán ustedes coninmensas dudas. Sí, en 1924. No volví aver la película de Chaney hasta hace unaño. No bien destelló en la pantalla supeque de ahí habían salido mis leones de«La pradera». Habían estadoescondidos, esperando, protegidos pormi yo intuitivo, todo ese tiempo.

Porque soy esa rareza de feria, el

hombre con un niño dentro que lorecuerda todo. Recuerdo el día y la horaen que nací. Recuerdo que al cuarto díade nacer me circuncidaron. Recuerdocómo chupaba el pecho de mi madre.Años más tarde le pregunté a mi madrepor la circuncisión. Yo teníainformación que nadie me había dado,que no había razón para dar a un niño,sobre todo en una época aún victoriana.¿Me circuncidaron en otro lugar que elhospital del parto? Sí. Mi padre mellevó al consultorio del médico. Meacuerdo muy bien del hombre. Meacuerdo del escalpelo.

Veintiséis años después escribí elcuento «El pequeño asesino». Trata deun bebé que nace con todos los sentidos

en funcionamiento, lleno de terrorporque lo han empujado a un mundo frío,que se venga de sus padres gateando ensecreto por la noche y al findestruyéndolos.

¿Cuándo empezó en realidad? Lode escribir, digo. Sucedió todo de golpeentre el verano, el otoño y comienzosdel invierno de 1932. Por entonces yoestaba repleto de Buck Rogers, lasnovelas de Edgar Rice Burroughs y laserie radiofónica nocturna «El magoChandu». Chandu hablaba de mensajespsíquicos y el Lejano Oriente y extrañoslugares que por las noches me llevabana escribir de memoria el guión delprograma.

Pero el conglomerado de magia y

mitos y de rodar por la escalera conbrontosaurios sólo para levantarme conLa de Opar, cuajó de una sacudida porobra de un hombre, Señor Eléctrico.

Llegó con una sórdida feria demala muerte, los Espectáculos de losHermanos Dill, durante el fin de semanadel Día del Trabajo en 1932. Yo teníadoce años. En cada una de las tresnoches, el Señor Eléctrico se sentó en susilla eléctrica a que le dispararan diezbillones de voltios de pura energía azuly restallante. Moviéndose hacia elpúblico, con los ojos en llamas, el peloblanco de punta y arcos de chispas entrelos dientes, sonreía y rozaba las cabezasde los niños esgrimiendo una espadaExcalibur, armándolos caballeros con un

toque de fuego. Cuando la primera nochese acercó a mí, me golpeteó los doshombros y la punta de la nariz. El rayosaltó a mi cuerpo. El Señor Eléctricogritó:«¡Vive para siempre!»

Decidí que era la mejor idea quehabía oído nunca. Al día siguiente fui aver al Señor Eléctrico con la excusa deque el truco mágico de dos céntimos quele había comprado no funcionaba. Él loreparó y me llevó a pasear por lastiendas, gritando en cada una «Cuidad ellenguaje» antes de que entráramos aconocer a los enanos, los acróbatas, lasmujeres gordas y los HombresIlustrados.

Bajamos a sentamos a orillas dellago Michigan, donde el Señor Eléctrico

habló de su pequeña filosofía y yo de lamía, que era grande. Nunca entenderépor qué me soportó.

Pero escuchó, o eso me pareció amí, tal vez porque estaba lejos de sucasa, tal vez porque en algún lugar delmundo tenía un hijo, o no tenía ningúnhijo y quería tenerlo. El caso es que eraun ex pastor presbiteriano, dijo, y vivíaen El Cairo, Illinois, y allí podíaescribirle yo cuando tuviera ganas.

Finalmente me dio algunas noticiasespeciales.

-Nosotros ya nos conocemos -dijo-.En 1918, en Francia, tú fuiste mi mejoramigo, y ese año moriste en mis brazosen la batalla del bosque de Las Ardenas.Y hete aquí renacido, con nuevo nombre

y cuerpo nuevo. ¡Bienvenido!Volví de ese encuentro con el

Señor Eléctrico tambaleándome,maravillosamente soliviantado por dosdones: el don de haber vivido antes (yde que me lo hubieran contado)... y el deintentar como fuera vivir para siempre.

Unas semanas después empecé aescribir mis primeros cuentos sobre elplaneta Marte. Desde esa época hastahoy no he parado nunca. Dios bendiga alSeñor Eléctrico, el catalizador,dondequiera que esté.

Si considero todos los aspectos delo que vengo diciendo, era casiinevitable que yo empezara a escribir enel altillo. Entre los doce años y losveintidós o veintitrés escribí historias

hasta mucho después de medianoche,excéntricas historias de fantasmas yembrujos y cosas guardadas en frascosque había visto en ferias sudorosas,historias de amigos perdidos en eloleaje de un lago, y de consortes a lastres de la mañana, esas almas obligadasa volar en la oscuridad para que no lasmaten a la luz del sol.

Me costó muchos años dejar deescribir en el altillo, donde tenía quevérmelas con mi propia y eventualmortalidad (preocupación deadolescente), pasar a la sala y luegosalir al jardín y el sol donde habíanflorecido los dientes de león, listos parahacer vino.

La salida al jardín con mis

parientes, el Cuatro de Julio, no sólo medio las historias de Green Town,Illinois; también me propulsó haciaMarte, siguiendo el consejo de EdgarRice Burroughs y John Carter, cargadocon mi equipaje infantil de tíos, tías,mamá, papá y hermano. Cuando llegué aMarte los encontré esperándome, o almenos encontré unos marcianosparecidos a ellos que pretendíanmeterme en una tumba. Las historias deGreen Town que desembocaron en unanovela accidental titulada

El vino del estío y las historias delPlaneta Rojo que se transformaron a lostumbos en otra novela accidentall l amada Crónicas marcianas , lasescribí, alternativamente, en los mismos

años en que corría al barril donde misabuelos juntaban agua de lluvia arescatar los recuerdos, los mitos, lasasociaciones de palabras de otros años.

Por el camino también recreé a misparientes como vampiros que habitabanun pueblo parecido al de El vino delestío, oscuro primo hermano del pueblode Marte donde expira la TerceraExpedición. Así pues, vivía mi vida detres maneras: como explorador delpueblo, como viajero espacial, y comovagabundo con los primos americanosdel conde Drácula.

Advierto que apenas he habladohasta ahora de una variedad de criaturasque encontrarán ustedes rastreando estaspáginas, alzándose aquí en pesadillas

para hundirse allá en la soledad y ladesesperación: los dinosaurios.

Desde los diecisiete años hasta lostreinta y dos escribí una media docenade cuentos de dinosaurios. Una noche,paseando con mi mujer por la playa deVenice, California, donde por treintadólares al mes vivíamos en unapartamento de recién casados, dimoscon los huesos del muelle de Venice ylos puntales, raíles y traviesas de laantigua montaña rusaderrumbada en laarena y roída por el mar.

-¿Qué hace ese dinosaurio tirado enla playa? -dije.

Muy sabiamente, mi mujer norespondió.

La respuesta apareció a la noche

siguiente cuando, sacado del sueño poruna voz que llamaba, me incorporé,presté atención, y oí la solitaria voz dela sirena de niebla de la bahía de SantaMónica sonando una y otra y otra vez.

¡Claro!, pensé. El dinosaurio oía lasirena de niebla del faro, aunque eraotro dinosaurio, surgido del pasadoprofundo, que acudía nadando a unencuentro amoroso, descubría que sóloera una sirena y moría en la orilla con elcorazón destrozado.

Salté de la cama, escribí el cuentoy esa semana se lo envié al SaturdayEvening Post , donde poco despuésapareció con el título de «La bestia delas veinte mil brazas». Con el título de«La sirena», dos años más tarde el

mismo cuento se convirtió en película.En 1953 lo leyó John Huston, que

enseguida me llamó para preguntarme siquería

escribir el guión de su film MobyDick . Acepté, y pasé de una bestia a lasiguiente.

A raíz de Moby Dick volví aexaminar las vidas de Melville y JulioVerne y comparé a sus respectivoscapitanes locos en un ensayo quepresentaba una nueva traducción deVeinte mil leguas de viaje submarino .La gente de la Feria Mundial de NuevaYork de1964 leyó el ensayo, y meencargó que conceptualizara todo el pisosuperior del pabellón de EstadosUnidos.

A raíz del pabellón, laorganización Disney me contrató paraque ayudara aproyectar los sueños quetendrían lugar en la Nave Tierra, partedel Epcot Center, una feria mundialpermanente que hoy está en construccióny se inaugurará en 1982. En ese soloedificio he metido toda una historia dela humanidad, avanzando yretrocediendo en el tiempo parazambullirme luego en nuestro salvajefuturo espacial.

Incluidos los dinosaurios.Todas mis actividades, todo el

crecimiento, los nuevos trabajos ynuevos amores, causados y creados porel primitivo amor a esas bestias que yoveía a los cinco años y que protegí

amorosamente a los veinte y losveintinueve y los treinta.

Repasen mis historias y quizá noencuentren más de una o dos querealmente me sucedieron. La mayorparte de mi vida me he resistido a latarea de ir a alguna parte y«embeberme» del color local, losnativos, el aspecto y la atmósfera dellugar. Hace mucho que aprendí que yono veo de manera directa, que el quesobre todo se «embebe» es miinconsciente y pasarán años antes de queaflore cualquier impresión.

De joven viví en un edificio de lazona chicana de Los Ángeles. Lamayoría de mis cuentos sobre latinos losescribí años después de irme de allí,

con una sola y terrorífica excepciónhecha sobre el terreno. A fines de 1945,con la segunda guerra mundial reciénterminada, un amigo me pidió que loacompañase a la ciudad de México enun viejo y baqueteado Ford V-8. Yo lerecordé el voto de pobreza a que mehabían obligado las circunstancias. Élreplicó tildándome de cobarde,preguntándose por qué no me decidía yenviaba esos tres o cuatro cuentos quetenía escondidos. Razón para esconderlos cuentos: diversas revistas me loshabían rechazado un par de veces.Aporreado por mi amigo, desempolvélos cuentos y los despaché bajo elseudónimo de William Elliott. ¿Porquéel seudónimo? Porque temía que ciertos

editores de Manhattan hubieran visto elapellido Bradbury en las cubiertas deWeird Tales y me tildaran de escritor«barato».

En la segunda semana de agosto de1945 envié tres cuentos a variasrevistas. El 20 de agosto vendí uno aCharm, el 21 de agosto otro aMademoiselle y el 22 de agosto, día demi vigésimo quinto cumpleaños, vendíotro a Collier's. El dinero total ascendíaa 1000 dólares, que sería como si hoyllegasen por correo 10000 dólares.

Me había hecho rico. O algo tanparecido que estaba estupefacto. Era unmomento crucial de mi vida, claro, y meapresuré a escribir a los editores de lastres revistas confesándoles mi

verdadero nombre.Martha Foley incluyó las tres

piezas en Los mejores cuentosnorteamericanos de 1946, y al añosiguiente una de ellas fue publicada conlos Cuentos premiados del O'HenryMemorial Award de Herschel Brickell.

Aquel dinero me llevó a México, aGuanajuato y las momias de lascatacumbas. La experiencia mehorrorizó tanto y me dejó tan marcadoque no veía la hora de escapar del país.Soñaba que me moría y tenía quequedarme en los pasillos de los muertoscon esos cadáveres apuntalados yalambrados. Para purgar ese terror,escribí de inmediato «El siguiente en lafila». Una de las pocas veces que una

experiencia dio resultados casi sobre elterreno.

Basta de México.¿Qué tal Irlanda?En mi obra hay toda clase de

historias irlandesas porque después devivir seis meses en Dublín vi que lamayoría de los irlandeses teníandiferentes modos de enfrentarse a esabestia espantosa llamada Realidad. Esposible atacarla de frente, lo que es cosaseria, o distraerla con fintas, o atizarlade vez en cuando, bailar para ella,

componer una canción, escribir uncuento, prolongar la conversación,volver a llenar la petaca. Todas formanparte del cliché irlandés pero, en el malclima y la política tambaleante, todas

son sinceras.Llegué a conocer a todos los

mendigos de las calles de Dublín, losque cerca del puente O'Connell, conpianolas maniáticas, muelen más caféque melodías, y las tribus enteras demendigos en gabardina que compartenun solo bebé, de modo que en unmomento uno ve al crío al final deGrafton Street, al siguiente junto al hotelRoyal Hibernian y a medianoche ríoabajo, pero nunca pensé que escribiríasobre ellos. Después, la necesidad deaullar y soltar un sollozo de furia mehizo dar marcha atrás, y llevado porterribles sospechas y el ruego de unfantasma que erraba en la lluviabuscando paz, una noche escribí

«McGillahee's Brat». Visité las fincasquemadas de algunos grandesterratenientes y oí cuentos sobre un«incendio» que no se había apagado deltodo, y así escribí «Terribleconflagración en la casa».

«La carrera del himno», otroencuentro irlandés, se escribió sólodoce años más tarde, una noche delluvia, cuando recordé las innumerablesveces en que mi mujer y yo habíamosechado a correr en los cines de Dublín,como flechas hacia la salida, tumbandoniños y viejos a izquierda y derecha,para llegar a la calle antes de quetocaran el Himno Nacional.

Pero ¿cómo empecé? A partir delaño del Señor Eléctrico, escribí mil

palabras al día. Durante diez añosescribí por lo menos un cuento a lasemana, en cierto modo imaginando queun día, al fin, me quitaría de en medio ydejaría que ocurriese.

El día llegó en 1942 cuando escribí«El lago». Diez años de falsoscomienzos se convirtieron de pronto enla idea adecuada, el escenarioadecuado, los personajes adecuados, eldía y el momento adecuados. Escribí elcuento sentado al aire libre, con mimáquina, en el jardín. Al cabo de unahora había concluido. Se me habíanerizado los pelos de la nuca y estaballorando. Sabía que había escrito elprimer buen cuento de mi vida.

Con poco más de veinte, durante

unos años cumplí el siguiente programa.La mañana del lunes escribía el primerborrador de un cuento nuevo. El marteshacía una segunda versión. El miércolesuna tercera. El jueves una cuarta. Elviernes una quinta. Y el sábado almediodía despachaba por correo aNueva York la versión sexta y última.¿Y el domingo? Pensaba en todas lasideas locas que se disputaban miatención, esperando bajo la tapa deldesván confiadas en definitiva porquegracias a «El lago» pronto las dejaríasalir.

Si todo esto parece mecánico, no loera. Me guiaban las ideas. Cuanto máshacía, más quería hacer. Uno se vuelvevoraz. Le entran fiebres. Conoce júbilos.

De noche no puede dormir porque lacriatura bestial quiere asomar y haceque uno se revuelva en la cama. Es unmagnífico modo de vivir.

Había otra razón para escribirtanto: las revistas populares me pagabanentre veinte y cuarenta dólares porcuento. Yo no vivía precisamente a todotren. Tenía que vender al menos uncuento por mes, mejor dos, parapagarme los hot dogs, las hamburguesasy el tranvía.

En 1944 vendí unos cuarentacuentos, pero mis ingresos totales delaño fueron de sólo ochocientos dólares.

De pronto se me ocurre que en miscuentos completos hay mucho quecomentar. Hace veintitrés años, a

comienzos de otoño, «La noria negra»,que era un cuento muy breve, setransformó de pronto en guión de cine yluego en una novela: La feria de lastinieblas.

«El día en que llovió parasiempre» fue otra asociación depalabras que me permití una mañanapensando en soles candentes, desiertos yarpas que cambiaban el clima.

«La partida» es la verdaderahistoria de mi bisabuela que clavó tejasen techos hasta bien avanzados sussetenta años y un día, cuando yo teníatres, se fue a la cama,

les dijo adiós a todos, y se durmió.«Llamando a México», surgió a la

vida porque una tarde, en el verano de

1946, fui avisitar a un amigo, y cuandoyo entraba en la habitación, él me pasóel teléfono diciendo: «Escucha».Escuché y oí los ruidos de la ciudad deMéxico que llegaban desde unadistancia de dos mil millas. Al volver ami casa le escribí a un amigo de Paríscontándole la experiencia. Iba por lamitad de la carta cuando se me convirtióen un relato, que al día siguiente partiópor correo.

«En una estación de buen tiempo»fue resultado de un paseo por la costa,una tarde, con unos amigos y mi mujer.

Recogí un palito de caramelo, mepuse a dibujar en la arena y dije: «¿Noseríaterrible haberse pasado la vidaqueriendo tener un Picasso propio, y de

repente topárselo aquí, dibujandobestias mitológicas en la arena...?Vuestro propio Picasso "grabando" justofrente a vosotros...» A las dos de lamañana terminé el cuento sobre Picassoen la playa.

Hemingway. «El loro que conocióa Papá». Una noche de 1952 unosamigos y yocruzamos Los Ángeles encoche para invadir la planta donde larevista Life estaba imprimiendo El viejoy el mar . Tomamos unos cuantosejemplares, nos sentamos en el bar máscercano y hablamos de Papá, de FincaVigía, en Cuba, y, no sé cómo, de unloro que había vivido en ese bar y todaslas noches le hablaba a Hemingway. Yovolví a casa, anoté algo sobre el loro y

durante dieciséis años no le hice caso.En1968, recorriendo las carpetas de miarchivo, di con la nota para un merotítulo: «El loro que conoció a Papá».

Dios mío, pensé, si hace ocho añosque Papá murió. Si ese loro aún andapor ahí, recuerda a Hemingway y puedehablar con su voz, vale millones dedólares. ¿Y qué si alguien lo secuestraray pidiera rescate?

«Fantasmas de lo nuevo» sucedióporque John Godley, Lord Kilbracken,me escribió desde Irlandadescribiéndome su visita a una casa quedespués de un incendio había sidoreconstruida, piedra por piedra, ladrillopor ladrillo, imitando el original. Mediodía después de leer la postal de

Kilbracken, yo tenía el primer borradordel cuento.

De momento basta. Ahí lo tenéis.En mis cuentos completos hay uncentenar de historias de casi cuarentaaños de vida. Contienen la mitad de lasverdades condenatorias que sospechabaa medianoche, y la mitad de lasverdades salvadoras que volvía adescubrir al mediodía siguiente. Si aquíse enseña algo, es simplemente eldiagrama de la vida de alguien que sepuso en marcha hacia algún lugar... yfue. Más que pensar mucho mi camino,he hecho cosas y he descubierto qué eray quién era después de hacerlas. Cadarelato era una manera de descubrirpersonalidades. Cada día, la

personalidad descubierta era levementedistinta de la descubierta veinticuatrohoras antes.

Todo empezó aquel día de otoño de1932 en que el Señor Eléctrico me diolos dos dones. No sé si creo en las vidasprevias; no estoy seguro de poder vivirpara siempre. Pero ese muchacho secreía las dos cosas y yo lo he dejadocon esa idea. Él me ha escrito loscuentos y los libros. Él recorre eltablero de Guija y dice Sí o No a lasverdades sumergidas o a las mediasverdades. Él es la piel a través de lacual; por ósmosis, todos los materialespasan a vertirse en papel. Yo heconfiado en sus pasiones, sus miedos ysus alegrías. Como consecuencia, él rara

vez me ha fallado. Cuando tengo en elalma un largo noviembre húmedo, ypienso demasiado y percibo demasiadopoco, sé que es buena hora de volver aaquel muchacho de las zapatillas detenis, las altas fiebres, las alegríasmultitudinarias y las pesadillas terribles.No sé bien dónde acaba él y empiezo yo.Pero estoy orgulloso del tándem. ¿Quéotra cosa puedo hacer que desearle lomejor, y al mismo tiempo reconocer ydesear lo mejor a otras dos personas? Elmismo mes en que me casé con mimujer, Marguerite, me asocié con mirepresentante literario y mejor amigo,Don Congdon. Maggie me pasaba amáquina y criticaba los cuentos; Donloscriticaba y vendía los resultados.

Con dos compañeros de equipo

como ellos durante más de tres décadas,¿cómo habría podido fracasar? Somoslos Piesligeros del Connemara, losEvadidos del Queen's. Y aún seguimoscorriendo hacia aquella salida.

1980

Invirtiendo centavos:«Fahrenheit 451»

YO no lo sabía, pero estabaescribiendo una novela literalmentebarata. En la primavera de 1950,escribir y terminar el primer borradorde El bombero, que más tarde seríaFahrenheit 451, me costó nueve dólaresy ochenta centavos, en monedas de diez.

Desde 1941 hasta entonces, lamayor parte de mis relatos los habíaescrito en los garajes de la casa, bien enVenice, California (donde vivíamosporque éramos pobres, no porqueestuviera de moda), o detrás de la casa

con terreno donde mi mujer Marguerite yyo criamos nuestra familia. Las que mellevaron al garaje fueron mis amorosashijas, que insistían en acercarse a laventana del fondo y cantar y golpetear elvidrio. Papá tenía que elegir entreterminar un cuento o jugar con las niñas.Como yo elegía jugar, por supuesto, losingresos familiares quedaban en peligro.Había que encontrar un despacho. Nonos alcanzaba el dinero.

Por fin localicé el lugar ideal, lasala de mecanografía del sótano de labiblioteca de la Universidad deCalifornia, en Los Ángeles. Allí, enordenadas hileras, había una docena omás de viejas Remington o Underwoodque se alquilaban a diez centavos la

media hora. Uno insertaba la moneda, elreloj soltaba su tictac loco y uno seponía a escribir como un salvaje paraterminar antes de que se agotara eltiempo. De modo que fui empujado dosveces: por las niñas a abandonar la casay por un reloj de máquina de escribir avolverme un maníaco de las teclas. Sinduda el tiempo era dinero. Terminé laprimera versión en apenas nueve días.

Con 25.000 palabras, era la mitadde la novela en que llegaría aconvertirse.

Entre la inversión de centavos y lademencia cuando se atascaba la máquina(¡porque allí se me iba mi preciosotiempo!) y el vértigo de folios en elartefacto, yo andaba por los pasillos,

entre los estantes, perdido de amor,tocando libros, sacando volúmenes,volviendo páginas, devolviendovolúmenes a su sitio, ahogado en lasbuenas materias que son la esencia de labiblioteca. ¡Qué lugar, ¿no creen?, paraescribir una novela sobre la quema delibros en el Futuro!

Hasta aquí el pasado. ¿Qué hay deFahrenheit 451en este día y esta época?¿Hecambiado de idea sobre mucho de loque me decía cuando era un escritor másjoven? Sólo si cambiar significa que miamor por las bibliotecas se ha vueltomás amplio y profundo, en cuyo caso larespuesta es un sí que rebota en las pilasde libros y sacude el talco de lasmejillas de la bibliotecaria. Desde que

escribí ese libro, he tejido más cuentos,novelas, ensayos y poemas sobreescritores que cualquier otro escritorque se me ocurra en la historia de laliteratura. He escrito poemas sobreMelville, Melville y Emily Dickinson,Emily Dickinson y Charles Dickens,Hawthorne, Poe, Edgar Rice Burroughs,y por el camino he comparado a JulioVerne y su Capitán Loco con Melville ysu marino igualmente obsesionado. Hegarabateado poemas sobrebibliotecarios, atravesado en trenesnocturnos los páramos continentales conmis autores favoritos, toda la noche envela parloteando y bebiendo, bebiendo ycharlando.

A Melville le previne, en un

poema, que se mantuviera lejos de tierra(¡nunca fue material suyo!), y transforméa Bernard Shaw en robot, y lo estibécómodamente en un cohete y lo despertéen el largo viaje a Alfa Centauro paraque su lengua, como una flauta,derramara sus Prefacios en mi deleitadooído. He escrito una historia de Máquinadel Tiempo retrocediendo con ella en unzumbido para sentarme junto a loslechos de muerte de Wilde, Melville yPoe y contarles mi amor y entibiarles loshuesos en las últimas horas... Pero bastaya. Como podéis ver, tratándose delibros, escritores y los grandes silosdonde se almacenan los ingenios, soy lalocura enloquecida.

Hace poco, con la sala del Studio

Theatre de Los Ángeles a mano, saquéde las sombras a los personajes de F.451. ¿Qué hay de nuevo, les dije aMontag, Clarisse, Faber, Beatty, desdeque nos conocimos en 1953?

Yo pregunté.Ellos contestaron. Escribieron

escenas nuevas, revelaron partes rarasde sus almas y sueños aún nodescubiertos. El producto fue una obraen dos actos, bien escenificada, y engeneral bien recibida.

El que de más lejos vino entrebastidores fue Beatty, cuando oyó que lepreguntaba:¿Cómo empezó todo? ¿Porqué decidiste hacerte jefe de bomberos,quemador de libros? La sorprendente

respuesta surgió en una escena en queBeatty lleva al protagonista Guy Montaga su casa, un apartamento. Al entrar,Montag descubre atónito que en lasparedes hay alineados miles y miles delibros, ¡toda una biblioteca oculta! Sevuelve hacia el superior y exclama:

-¡Pero tú eres el incinerador jefe!¡En tu casa no puede haber libros!

A lo cual el jefe, con una sonrisitaseca, replica: -El delito no es tenerlibros, Montag, ¡es leerlos! Sí, deacuerdo. Yo tengo libros. ¡Pero no losleo!

Aturdido, Montag aguarda laexplicación de Beatty.

-¿No ves la belleza, Montag? Yono leo nunca. Ni un libro, ni un capítulo,

ni una página, ni un párrafo. Pero séjugar con la ironía, ¿no es cierto? Tenermiles de libros y no abrirlos nunca,darle al montón la espalda y decir: No.Es como tener una casa llena dehermosas mujeres y sonreír y no tocar...ni una sola. De modo que ya ves, no soyningún delincuente. Si alguna vez mepillas leyendo, sí, ¡entrégame! Pero estelugar es tan puro como el dormitorio deuna muchacha virgen en una lechosanoche de verano. Estos libros mueren enlos estantes. ¿Por qué? Porque lo digoyo. Ni mi mano ni mis ojos ni mi lenguales dan alimento o esperanza. No valenmás que el polvo.

Montag protesta: -No entiendocómo no te sientes...

-¿Tentado? -exclama el jefe debomberos-. Oh, eso fue hace mucho. Lamanzana fue comida y ya no existe. Laserpiente ha vuelto al árbol. El jardín eshierbajos y moho.

-En un tiempo... -Montag titubea yluego sigue: -En un tiempo tú debeshaber querido mucho los libros.

-¡Touché! -responde el jefe-. Pordebajo del cinturón. En la mandíbula.Con elcorazón partido. Las tripasabiertas. Oh, Montag, mírame. Elhombre que amaba los libros; no, elmuchacho disparatado, demente porellos, que se trepaba a las pilas como unenloquecido chimpancé.

»Me los comía como si fueranensalada; los libros eran para mí el

sandwich del almuerzo, la merienda, lacena y el bocado de medianoche.¡Arrancaba las páginas, melas comíacon sal, las ensopaba con deleite,mordisqueaba las costuras, pasabacapítulos con la lengua! Docenas,cientos, billones de libros. Llevé tantosa casa que anduve años jorobado.Filosofía, historia del arte, política,ciencias sociales; nombra el poema,elensayo, la obra de teatro que quieras:me los comí todos. Y después...después... -la voz del jefe de bomberosse apaga. Montag lo apremia:

-¿Y después?-Bueno, me sucedió la vida -El jefe

cierra los ojos para recordar-. La vida.Lo decostumbre. Lo mismo. El amor que

no marcha del todo, el sueño que sevuelve agrio, el sexo que se hacepedazos, las muertes demasiado rápidasde amigos que no lo merecen, elasesinato de uno, la locura de otro, lalenta muerte de una madre, el suicidiobrusco de un padre... una estampida deelefantes enfurecidos, un ataque total dela enfermedad. Y por ninguna parte,ninguna, el libro justo en el momentojusto para rellenar la grieta de la presaque se viene abajo y contener lainundación, o recibir una metáfora,perder o encontrar un símil. Hacia elfinal de los treinta años, al borde ya delos treinta y uno, recogí mis pedazos,cada hueso roto, cada centímetro decarne escoriada, magullada o herida. Me

miré en el espejo y perdido bajo elasustado rostro de un joven vi un viejo,vi odio por todo, por cualquier cosa,nombra la que sea y la maldeciré, y abrílas páginas de los magníficos libros demi biblioteca y ¿qué encontré? ¿Qué,qué?

Montag se aventura: -¿Páginasvacías?

-¡Premio! ¡Sí, en blanco! Bah,estaban las palabras, de acuerdo, perome resbalaban por los ojos como aceitecaliente, sin ningún significado. Sinofrecer ayuda, ni consuelo, ni paz, niabrigo, ni amor verdadero, ni cama niluz.

Montag recuerda: -Hace treinta

años... Las quemas finales debibliotecas...

-Acertado -Beatty asiente-. Y comono tenía trabajo, y era un románticofracasado, o lo que fuese, me presentépara la primera clase de bomberos.Primero en subir los escalones, primeroen entrar en la biblioteca, primero enese horno, el corazón ardiente de suscompatriotas siempre en llamas,¡rocíenme con kerosene, pásenme laantorcha!

»Fin de la conferencia. Por esapuerta, Montag. ¡Largo!

Montag se va, con más curiosidadque nunca por los libros, ya en caminode ser un proscrito, cerca ya de que lopersiga y casi destruya el Sabueso

Mecánico, mi clon robótico de la granbestia de los Baskerville creada porConan Doyle.

En mi obra, el jefe de bomberosultima al viejo Faber, ese profesor nodel todo residente que le habla a Montaga través de la larga noche (por el radio-caracol). ¿Cómo? Beatty sospecha quemediante ese artefacto estánadoctrinando a Montag, se lo arranca deloído y le grita al remoto maestro:

-¡Ya vamos por ti! ¡Estamos a lapuerta! ¡Subimos la escalera! ¡Tetenemos!

Lo que aterroriza tanto a Faber queel corazón lo destruye.

Buen material, todo esto.Últimamente me ha tentado.

Ha sido una lucha no meterlo en lanovela.

Por último, me han escrito muchoslectores protestando por la desapariciónde Clarisse, preguntándose qué le pasó.

La misma curiosidad tenía FrançoisTruffaut, y en su versión cinematográficarescató a Clarisse del olvido y la unió alPueblo de los Libros, que vagan por elbosque recitando sus memorizadasletanías. Yo también tenía necesidad desalvarla, pues al fin y al cabo esamuchacha, aunque bordeara un parloteoembobado, era responsable en muchossentidos de que Montag empezara apreguntarse por los libros y lo que habíaen ellos. Por eso en la obra Clarisse seadelanta a darle la bienvenida, poniendo

un final algo más feliz a un asunto enesencia más bien lúgubre. La novela, sinembargo, conserva su primera identidad.No soy partidario de alterar el materialde un escritor joven, sobre todo cuandoese escritor joven fui yo. Montag,Beatty, Faber, Clarisse, todos semuestran, se mueven, entran y salenigual que cuando los escribí hace treintay dos años, a diez centavos la mediahora, en el sótano de la biblioteca de laUCLA. No he cambiado un solopensamiento, ni una palabra.Undescubrimiento final. Escribo todas misnovelas y cuentos, como han visto, en unchorro de pasión deliciosa. Sólo hacepoco, echando una mirada a la novela,me di cuenta de que Montag tiene el

nombre de una fábrica de papel. ¡YFaber, claro, es el fabricante de lápices!Qué taimado mi inconsciente, llamarlosasí.¡Y no habérmelo dicho!

1982

A este lado de Bizancio: «Elvino del estío»

COMO la mayoría de mis libros ycuentos, El vino del estío fue unasorpresa. Gracias a Dios, era bastantejoven como escritor cuando empecé aentender la índole de semejantessorpresas. Hasta entonces, como todoaprendiz, pensaba que se podía dar vidaa una idea a fuerza de golpes, bofetadasy latigazos. Bajo un tratamiento así, porsupuesto, toda idea decente dobla laspatas, se echa boca arriba, fija los ojosen la eternidad, y muere.

Fue entonces con gran alivio que,

con algo más de veinte años, di depronto con un simple proceso deasociación de palabras. Todas lasmañanas me levantaba, iba hasta elescritorio y escribía cualquier palabra oserie de palabras que me pasaran por lacabeza.

Luego me alzaba en armas contra elmundo, o a su favor, y ponía unavariedad de personajes a sopesar lapalabra y enseñarme qué significaba enmi vida. Una o dos horas más tarde, parami asombro, había concluido un nuevocuento. Era una sorpresa total yencantadora. Pronto descubrí que tendríaque trabajar así el resto de mi vida.

Primero me hurgaba la mente enbusca de palabras que describieran mis

pesadillas personales, mis miedosnocturnos y mi infancia, y a partir deellas modelaba una historia. Luegoechaba una larga mirada a los verdesmanzanos y la vieja casa donde habíanacido, y a la casa de al lado dondevivían mis abuelos, y a todos los pradosde mis primeros veranos, y me ponía aprobar palabras para eso.

Lo que hay en El vino del estío, elvino que se hace con diente de león, esun ramo de dientes de león de aquellosaños. La metáfora del vino, que apareceen esas páginas una y otra vez, esmaravillosamente apropiada. Yo mepasaba la vida acumulando imágenes,almacenándolas, y olvidándolas luego.De alguna manera tenía que retroceder

en el tiempo, usando como catalizadorlas palabras, para abrir los recuerdos yver qué tenían para ofrecer.

Así que de los veinticuatro a lostreinta y seis años apenas pasó un día enque no me echara a caminar por unareminiscencia de la hierba de misabuelos en el norte de Illinois,esperando tropezar con algún petardomedio quemado, un juguete herrumbrosoo un fragmento de carta escrita por un yomás joven con la esperanza de contactarcon lapersona mayor que sería yrecordarle su pasado, su vida, su gente,sus alegrías y sus torrenciales penas.

Se volvió un juego que adopté coninmenso entusiasmo: ver cuánto podíarecordarde aquellos dientes de león, o

de la recogida de uvas silvestres con mipadre y mi hermano, el redescubrimientodel pozo de lluvia que criaba mosquitosal pie de una ventana, o el olor de lasvelludas, doradas abejas que sedemoraban en la parra del porchetrasero. Porque las abejas tienen olor,claro está, y si no, deberían tenerlo,pues llevan en los pies el polvoperfumado de un millón de flores.

Y luego quise recordar cómo era elbarranco, especialmente en las nochesen que volviendo tarde a casa por elpueblo, después de sufrir el deliciosoterror de Lon Chaneyen El fantasma dela Ópera, mi hermano Skip seadelantaba para esconderse bajo elpuente del arroyo como el Solitario, y

luego con un aullido surgía y se meechaba encima de modo que yo echaba acorrer, me caía y seguía corriendo, sinparar de tartamudear hasta que llegaba acasa. Ese material era soberbio.

Por el camino, asociando palabras,choqué con viejas y sinceras amistades.En mi infancia en Arizona tomé prestadoa mi amigo John Huff y lo despaché aCreen Town, en el este, para poderdespedirme de él como era debido.

Por el camino me senté adesayunar, almorzar y cenar con loshacía tiempo muertos y los muyqueridos. Pues yo fui un chico quequería de veras a sus padres, susabuelos y su hermano, por más que esehermano «le escurriera el bulto».

Por el camino me encontré en elsótano, triturando uvas en la prensa demi padre, o

en el porche, la noche del día de laIndependencia, ayudando a mi tío Bion acargar y disparar un doméstico cañón dehojalata.

Descubrí entonces que estabasorprendido. Nadie me había dicho queme sorprendiera, debo añadir. Di conlas viejas y mejores formas de escribir através de la ignorancia y laexperimentación, y me sobresaltécuando de los arbustos saltaronverdades, como perdices antes deldisparo. Entré en la creatividad atientas, ciego como cualquier niño queaprende a ver y andar. Aprendí a dejar

que mis sentidos y mi pasado me dijerantodo aquello que de algún modo eraverdad.

Así pues, me convertí en un chicoque corría a sacar un cubo de clara aguade lluvia del barril que había junto a lacasa. Y, por supuesto, cuanta más aguase saca más entra. El flujo no cesabanunca. Una vez que hube aprendido avolver y volver a aquellos tiempos, tuverecuerdos e impresiones en abundanciacon los que podía jugar; no trabajar:jugar. Si no es ese niño-oculto-en-el-hombre que en los campos del Señorjuega en la hierba verde de otros agostoscuando ya ha empezado a crecer, ajuntar años, a percibir la oscuridadesperando bajo los árboles para sembrar

la sangre, El vino del estío no es nada.Hace unos años me divirtió y me

dejó un tanto perplejo un artículo dondeun crítico, analizando El vino del estío ylas más realistas obras de SinclairLewis, se preguntaba cómo yo habíapodido nacer y criarme en Waukegan,que en mi novela había rebautizadoCreen Town, y no me había fijado enqué feo era el puerto, y qué deprimenteslos depósitos de carbón y los talleresferroviarios de más abajo.

Pero por supuesto que yo me habíafijado; y, genéticamente mago como era,me fascinaba esa belleza. Ni los trenesni los furgones ni el olor del carbón sonfeos para los niños. Fealdad es unconcepto con el cual nos cruzamos más

tarde y que luego tenemos siempre encuenta. Una de las actividades básicasde los niños es contar vagones decarga.Cuando pasa un tren que viene de lejoslos mayores se inquietan, resoplan y seburlan, pero los niños cuentanalegremente los vagones y gritan losnombres.

Y, además, esos talleresferroviarios supuestamente feos eran ellugar adonde llegaban ferias y circoscon elefantes que a las cinco de lamañana lavaban las aceras de ladrilloscon potentes, vaporosas aguas ácidas.

En cuanto al carbón de los muelles,todos los otoños yo bajaba a mi sótano aesperar que llegaran el camión y sutolva metálica. Bajando con estrépito, la

tolva soltaba una tonelada de preciososmeteoros que caían del espacio remoto ami bodega y amenazaban enterrarmeentre tesoros oscuros.

En otras palabras, si su muchachoes poeta, en el estiércol de caballo noencontrará sino flores; que son, porsupuesto, lo único que ha habidosiempre en el estiércol de caballo.

Acaso un nuevo poema míoexplique mejor que esta introduccióncómo germinaron en un libro todos losveranos de mi vida.

He aquí el comienzo:Yo no vengo de Bizanciosino de un tiempo y un

lugar distintos

cuya sencilla raza erafranca y probada;

de niño me dejé caer enIllinois.

Nombre sin amor nigracia

era Waukegan; de allívengo y no, buenos amigos,de Bizancio.

El poema continúa, y describe mi

relación de por vida con el lugar natal:

Y mirando atrás, contodo, veo,

desde lo alto del árbolmás lejano,

una tierra que brilla,tan azul y tan amadacomo la más cierta que

Yeats pudo haber soñado.

Waukegan, que desde entonces

siempre he visitado a menudo, no es nimás acogedor ni más hermoso quecualquier otro pueblo del Medio Oeste.Hay mucho verde.Los árboles realmentese tocan por encima de las calzadas. Lacalle de mi antigua casa aún estápavimentada con ladrillos rojos.¿Entonces en qué sentido era un puebloespecial?

Bien, yo había nacido allí. Era mivida. Tuve que describirlo como lo veía

entonces:

Así crecimos con lamuerte mítica

acercando la cuchara anuestro pan

para derramarmermelada de dioses

sobre la umbríamanteca pretendiendo,

así era el cielo aquel,que tocábamos los

muslos de Venus...Mientras en el porche,

sereno,sabia la voz, oro puro la

mirada,

mi abuelo, verdaderomito,

superaba lasconcepciones de Platón,

mientras la abuela en suhamaca

remendaba la enredadamanga del cuidado

y tejía raras,relucientes nieves de crochet

que refrescaban lanoche de verano.

Y los tíos, juntos todosen humo,

disfrazaban de chistessu sabiduría,

y las tías, sabias comovírgenes de Delfos,

dispensaban limonadasproféticas

a niños que se hincabancomo acólitos

en un porche griego ennoches de verano;

luego se iban a la cama,donde se arrepentían

de las maldades de losinocentes;

como zumbido demosquitos, los pecados

les hablaban, noche anoche y año a año,

no de Waukegan o delllinois

sino de un sol y un cielomás risueños.

Cierto que nuestrodestino era mediocre

y la Mayor no tanbrillante como la de Yeats;

pero nos conocíamosmuy bien. ¿El resultado?

Bizancio. Bizancio.

Waukegan/Creen Town/Bizancio.¿Entonces Creen Town existió?Sí; y una vez más: sí.¿Hubo un niño de verdad llamado

John Huff?Sí. Y así se llamaba realmente.

Pero no se alejó de mí; fui yo quien lodejó. Pero, final feliz, cuarenta y dosaños después todavía está vivo yrecuerda nuestro amor de entonces.

¿Hubo un Solitario?Sí, y así se llamaba. Y cuando yo

tenía seis años rondaba por mi pueblo yasustaba a todo el mundo y nunca locapturaron.

Y lo más importante, ¿existe la grancasa, con el Abuelo y la Abuela y losinquilinos y los tíos y tías? Esto ya lo hecontestado.

¿Es real el barranco, y es hondo yoscuro de noche? Lo era, lo es. Haceunos años llevé a mis hijas a verlo,temiendo que con el tiempo se hubierallenado. Tengo el alivio y la felicidadde informar que el barranco es másprofundo, oscuro y misterioso quenunca. Ni siquiera hoy volvería a casa

pasando por allí después de haber vistoEl fantasma de la Ópera.

O sea que ahí tienen. Waukegan eraGreen Town era Bizancio, con toda laalegría que entraña, con toda la tristezaque conllevan esos nombres. Laspersonas eran dioses y enanos y sesabían mortales y por eso los enanoscaminaban empinados para noincomodar a los dioses y los dioses seencorvaban para que los pequeños sesintieran a gusto. Y al fin y al cabo, ¿noconsiste en eso la vida, en la capacidadde dar un rodeo y meterse en las cabezasde los otros para mirar el condenadomilagro y decir: ¡Vaya!, osea quevosotros lo veis así? Bien, pues lotendré en cuenta.

He aquí entonces mi celebración dela muerte y la vida, la tiniebla y la luz,lo viejo y lo joven, de la tontería y laviveza mezcladas, de la dicha pura y elterror completo, escrita por un niño queen un tiempo colgaba de los árbolescabeza abajo, disfrazado de murciélagoy con colmillos de caramelo, y a losdoce años por fin cayó de los árboles yencontró una máquina de escribir dejuguete y escribió su primera «novela».

Un recuerdo final.Globos de fuego.Hoy en día rara vez se ven, aunque

he oído que en ciertos países todavía loshacen y los llenan con el aliento tibio deun fuego de paja que cuelga debajo.

Pero en 1925 en Illinois aún había

esos globos, y uno de los últimosrecuerdos que tengo de mi abuelo es laúltima hora de una noche de Cuatro deJulio, hace cuarenta y ocho años, en queel Abuelo y yo salimos al jardín ehicimos una fogata y llenamos de airecaliente un globo de papel con forma depera, a rayas rojas, blancas y azules, ypor un momento final retuvimos en lasmanos la parpadeante presencia conbrillo de ángel frente al porche repletode tíos y tías y primos y madres ypadres, y luego, con gran suavidad,dejamos que eso que era vida y luz ymisterio se nos fuera de los dedos haciael aire estival y se alejara sobre lascasas ya adormiladas, entre las estrellas,frágil,deslumbrante, vulnerable y

hermoso como la vida misma.Veo a mi abuelo alzando la vista

hacia esa extraña luz a la deriva,pensando sus propios y serenospensamientos. Me veo a mí mismo, losojos llenos de lágrimas porque era elfinal, la noche se había acabado, y sabíaque nunca volvería a haber una nocheasí.

Nadie dijo nada. Mirábamos elcielo y respirábamos, y pensábamostodos las mismas cosas, pero nadiehabló. Sin embargo alguien tenía quedecir algo al fin, ¿no? Yese alguien soyyo.

El vino sigue esperando abajo, enla bodega.

Mi querida familia sigue sentada en

la oscuridad del porche.El globo de fuego flota y arde aún

en el cielo nocturno de un verano nuncaenterrado.

¿Por qué y cómo?Porque lo digo yo.

1974

El largo camino a Marte

¿CÓMO llegué yo de Waukegan,Illinois, a Marte, el Planeta Rojo?

Hay dos personas que acasopuedan contárselo.

Sus nombres aparecen en ladedicatoria de la edición cuarentaaniversario de Crónicas marcianas.

Porque fue mi amigo NormanCorwin el primero que me escuchócontar las historiasde Marte, y fue mifuturo editor Walter I. Bradbury (ningúnparentesco) quien comprendió lo quehabía emprendido, aunque de un modoconsciente, y me persuadió de terminar

una novela que yo ignoraba haberescrito.

La historia que lleva hasta esanoche de primavera de 1949 en queWalter Bradbury me sorprendióconmigo mismo es un viaje sin señalespor la senda del Qué-habría-pasado.

¿Qué habría pasado si yo no lehubiese enviado mi primer libro decuentos a Corwin, que después se hizoamigo mío de por vida?

¿Y qué si en junio de 1949 nohubiera seguido su consejo de ir aNueva York?

Muy sencillamente, que tal vez misCrónicas marcianas no hubieranexistido nunca.

Pero Norman insistió una y otra vez

en que debía patearme las editoriales deManhattan y en que él y su mujer Katieirían a guiarme y protegerme en elrecorrido por la Gran Ciudad.

Atravesé el país, cuatro largos díascon sus noches en el autobús Greyhound,fermentando en una gran bola de hongos,mientras atrás, en Los Ángeles, quedabauna esposa embarazada con 40 dólaresen el banco y delante, en la calle 42, meesperaba la YMCA (5 dólares a lasemana).

Fieles a su promesa, los Corwinme llevaron de un lado a otro y mepresentaron un puñado de editores quepreguntaban: «¿Ha traído una novela?"Yo confesaba que era velocista y nohabía llevado más que cincuenta cuentos

y una antigua y baqueteada máquinaportátil. ¿Necesitaban cincuenta cuentossuperimaginativos, brillantes casi todos?No.

Lo cual me lleva al Qué-habría-pasado final y más importante.

¿Qué habría pasado si no hubieracenado nunca con el último editor queconocí, Walter I. Bradbury, deDoubleday, que me hizo la preguntaconsabida y deprimente

-¿Lleva usted alguna noveladentro? -sólo para oírme describir cómotodas las mañanas corría la milla encuatro minutos, al desayuno pisaba lamina de una idea, recogía los pedazos,los fundía y cuando se acercaba elalmuerzo los ponía a enfriar.

Walter Bradbury meneó la cabeza,terminó el postre, meditó y luego dijo:

-Creo que ya ha escrito una novela.-¿Qué? -dije yo-. ¿Cuándo?-¿Qué piensa de esa cantidad de

cuentos marcianos que ha publicado enestoscuatro años? -replicó Brad-. ¿Nohay un hilo común escondido? ¿Nopodría coserlas, hacer una especie detapiz, medio primo de una novela?

-¡Dios mío! -dije yo.-¿Sí?-Dios mío. En 1944 leí Winesburg,

Ohio, de Sherwood Anderson, y meimpresionó tanto que me dije que debíaintentar algo la mitad de bueno y situadoen Marte. ¡Esbocé un plan de personajesy sucesos del Planeta Rojo pero al poco

tiempo lo perdí en mi archivo!-Parecería que lo hemos

encontrado -dijo Brad.-¿Usted cree?-Creo -dijo Brad-. Vuelva a la

YMCA y escríbame un esquema de doso tres docenas de historias marcianas.Mañana me los trae. Si me gusta lo queveo, firmaremos un contrato y le daré unanticipo.

Sentado al otro lado de la mesa,Don Congdon, mi agente literario ymejor amigo, asintió.

-¡Estaré en su oficina al mediodía!Para celebrarlo pedí un segundo

postre. Brad y Don bebieron cada unouna cerveza.

Era una noche de junioneoyorquina, típicamente calurosa. Elaire acondicionado seguía siendo un lujodel futuro. Escribí hasta las tres de lamañana, sudando en ropa interiormientras pesaba y equilibraba a mismarcianos, que en sus extrañas ciudadespasaban las últimas horas antes de quearribaran y partieran mis astronautas.

Al mediodía, exhausto peroeufórico, le entregué a Walter I.Bradbury el esquema.

- ¡Lo ha conseguido! -dijo él-.Mañana tendrá un contrato y un cheque.Debo haber hecho un montón de ruido.Cuando pude calmarme, le pregunté pormis otros cuentos.

-Ahora que vamos a publicar su

primera novela -dijo Brad- podemosarriesgarnos con sus cuentos, aunqueesas colecciones rara vez se venden. ¿Seleocurre algún título que les ponga unaespecie de piel a dos docenas decuentos diferentes...?

-¿Piel? -dije yo-. ¿Por qué no Elhombre ilustrado, , mi cuento sobre unvoceador de feria cuyos tatuajes cobranvida con el sudor, uno a uno, yrepresentan futuros en elpecho, laspiernas y los brazos?

-Da la impresión de que tendré quehacer dos cheques de anticipo -dijoWalter I. Bradbury.

Dos días más tarde me fui deNueva York con dos contratos y doscheques por un total de 1.500 dólares.

Dinero suficiente para pagar un alquilerde 30 dólares al año, financiar al bebé yentregar el primer pago por una casitacon terreno en Venice, California.Cuando nació nuestra primera hija, en elotoño de 1949, yo había ensambladoyfundido todos mis perdidos yreencontrados objetos marcianos.Resultó ser un libro, no de personajesexcéntricos como Winesburg, Ohio, sinouna serie de ideas extrañas, nociones,fantasías y sueños que había tenido y mehabían despertado a los doce años.

Crónicas marcianas se publicó alaño siguiente, a fines de la primavera de1950. Esa primavera, en viaje hacia eleste, yo no sabía qué había hecho.

En Chicago, entre un tren y otro, fui

al Instituto de Arte a comer con unamigo. En la escalinata del edificio viuna multitud y pensé que eran turistas.Pero cuando empecé a subir, la multitudse acercó a rodearme. No eranenamorados del arte sino lectoresquehabían comprado los primerosejemplares de Crónicas marcianas yhabían ido a decirme exactamente quéhabía hecho yo en mi exageradainconsciencia. Ese encuentro demediodía me cambió la vida parasiempre. Después nada fue igual.

La lista de los Qué-habría-pasadopodría seguir eternamente. ¿Qué habríapasado si no hubiera conocido aMaggie, que para casarse conmigo hizovoto de pobreza? ¿Qué si Don Congdon

no me hubiera escrito para ser agentemío y seguir siéndolo por cuarenta y tresaños, empezando la misma semana enque me casé con Marguerite?

Y qué si, poco después de que sepublicaran las Crónicas, no hubieraestado en una pequeña librería de SantaMónica justo cuando entró ChristopherIsherwood.

Rápidamente firmé un ejemplar demi novela y se lo di. Con expresión depena y alarma, Isherwood lo aceptó y sefue corriendo.

Tres días después llamó porteléfono.

-¿Usted sabe qué ha hecho? -dijo.-¿Qué? -dije yo.-Ha escrito un libro excelente -

dijo-. Me acaban de nombrar reseñadorprincipal de la revista Tomorrow y elprimer libro que comentaré es el suyo.

Unos meses más tarde Isherwoodllamó para decir que el celebradofilósofo inglés Gerald Heard deseabaconocerme.

-¡No puede! -grité yo.

-¿Por qué no?-¡Porque -protesté- en la casa

nueva no tenemos muebles!-Gerald se sentará en el suelo -dijo

Isherwood.Heard llegó y se acomodó en

nuestra única silla. Isherwood, Maggie yyo nos sentamos en el suelo.

Semanas más tarde, Heard y

Aldous Huxley me invitaron a tomar elté. En un momento, ambos se inclinaronhacia delante y preguntaron, cada unocomo un eco del otro:

-¿Sabe qué es usted?-¿Qué?-Un poeta -dijeron.-Dios mío -dije Yo-. ¿De veras?Así que terminamos como

empezamos, con un amigodespidiéndome y otro yendo a recibirmeal final de un viaje.

¿Qué habría pasado si NormanCorwin no me hubiera enviado o WalterI. Bradbury no me hubiera recibido?Quizá Marte nunca hubiera conseguidouna atmósfera, y su gente nunca hubieranacido a vivir con máscaras doradas, y

las ciudades, sin construir, hubieranquedado perdidas en las colinas quenadie socavó. Muchas gracias pues aellos por esa incursión a Manhattan, queresultó ser un viaje de cuarenta y tresaños a otro mundo.

6 de julio de 1990

A hombros de gigantes

ANOCHECER EN EL MUSEO DELROBOT:

EL RENACIMIENTO DE LAIMAGINACIÓN

Hace ya unos diez años que vengoescribiendo un largo poema narrativosobre un niño del futuro próximo queentra en un museo de animación audioelectrónica, se desvía del pórticocorrecto con la señal Roma, pasa poruna puerta marcada Alejandría y cruzaun umbral sobre el que un letrero con lainscripción Grecia señala hacia un

prado.

Corriendo sobre la hierbaartificial, el niño se encuentra conPlatón, Sócrates y acaso Eurípides bajoun olivo en pleno mediodía, bebiendovino, comiendo pan con miel ydiciendoverdades.El niño vacila y al fin se dirigea Platón:

-¿Cómo es eso de la República?-Siéntate, muchacho -dice Platón- ,

que te contaré.El niño se sienta. Platónle cuenta. De vez en cuando intervieneSócrates. Eurípides recita una escena deuna de sus obras.

En cierto momento, el niño bienpodría hacer una pregunta que en lasúltimasdécadas hemos tenido en mente

todos:-¿Cómo es posible que Estados

Unidos, el país de las Ideas en Marcha,haya abandonado tanto tiempo lafantasía y la ciencia-ficción? ¿Por quésólo se les ha prestado atención en losúltimos treinta años?

Otras preguntas del niño podríanser:

-¿Quién es responsable delcambio?

-¿Quién les ha enseñado a maestrosy bibliotecarios a subirse los calcetines,sentarse derechitos y estar muy atentos?

-Simultáneamente, ¿qué grupo denuestro país se ha retirado de laabstracción y ha llevado de nuevo elarte a la ilustración pura?

Dado que no estoy muerto ni soy unrobot, y Platón, conferencianteelectroautomático, quizá no estéprogramado para responder, permítameque yo conteste lo mejor posible.

La respuesta es: los estudiantes.Los jóvenes. Los niños.

Ellos han hecho la revolución en lalectura y la pintura.

Por primera vez en la historia delarte y la enseñanza, los niños se hanvuelto maestros. Antes de nuestra época,el conocimiento bajaba de la cumbre dela pirámide a la ancha base donde losestudiantes sobrevivían como podían.

Los dioses hablaban y los niñosescuchaban.

Pero ¡atención!, la gravedad se

invierte. La enorme pirámide se davuelta como un iceberg en fusión hastaque chicos y chicas quedan arriba; ahoraenseña la base.

¿Cómo ocurrió? Al fin y al cabo,allá por los veinte y los treinta ningúnprograma escolar incluía libros deciencia-ficción. En las bibliotecas habíapocos. Apenas una o dosveces al año uneditor responsable se atrevía a publicaralgún libro que pudiera designarse comoficción especulativa.

Si en 1932, 1945 o 1953 unohubiera recorrido el país en coche, en labiblioteca media habría encontrado:

Nada de Edgar RiceBurroughs.Nada de L. Frank Baum y niun rastro de Oz.

En 1958 o 1962 no habríaencontrado ningún Asimov, ningúnHeinlein, ningún VanVogt y... ejem...ningún Bradbury.

Aquí y allá, tal vez, uno o doslibros de los nombrados.

Por lo demás: un desierto.¿A qué se debía esto?

Entre bibliotecarios y maestros

existía entonces, y en cierto modopersiste hoy débilmente, la idea, lanoción, el concepto de que con loscereales del desayuno sólo hay quecomer Hechos. ¿Y la fantasía? Cosa deoropéndolas. La fantasía, aun cuandotome formas de ficción científica, lo queocurre a menudo, es peligrosa.

Escapista. Es soñar despierto. No tienenada que ver con el mundo y susproblemas.

Así decían los esnobs que no sesabían esnobs.

De modo que los estantes seguíanvacíos, los libros intactos en los cestosde los editores, el tema sin enseñarse.Entra en juego la Evolución. Lasupervivencia de esa especie llamadaNiño. Moribundos de inanición,hambrientos de las ideas que abundan enesta tierra fabulosa, encerrados enmáquinas y arquitecturas, se pusieron atrabajar por su cuenta. ¿Y qué hicieron?

Entraron en aulas de Waukesha yPeoria y Neepawa y Cheyenne y MooseJaw yRedwood City y colocaron una

amable bomba bajo el escritorio de cadamaestro. En vez de una manzana, unAsimov.

-¿Eso qué es? -preguntaba elmaestro, suspicaz.

-Pruébelo. Le hará bien -decían losalumnos.

-No, gracias.-Pruébelo -decían los alumnos-.

Lea la primera página. Si no le gusta,déjelo. -Y los astutos alumnos dabanmedia vuelta y se iban.

Los maestros (y más tarde losbibliotecarios) retrasaban la lectura,guardaban el libro en la casa unassemanas y luego, bien entrada una noche,probaban el primer párrafo.

Y explotaba la bomba.No sólo

leían el primer párrafo sino también elsegundo, la segunda página y la tercera,el tercer capítulo y el cuarto.

-¡Dios mío! -gritaban, casi alunísono-. ¡Estos malditos libros cuentanalgo!

-¡Santo cielo! -gritaban, leyendo unsegundo libro-. ¡Aquí hay ideas!

-¡Sagrado incienso! -tartajeaban,por la mitad de Clarke, rumbo aHeinlein, emergiendo de Sturgeon-.¡Estos libros son -fea palabra-relevantes!

-¡Sí! -clamaba el coro de niñosfamélicos en el patio-. ¡Sí, caray!

Y los maestros empezaron aenseñar, y descubrieron algoasombroso:

De pronto, alumnos que nunca anteshabían querido leer se galvanizaban, sesubían los calcetines y empezaban a leery citar a Ursula K. Le Guin. De pronto,chicos que en su vida habían leído másque el obituario de un pirata volvíanpáginas con la lengua, delirando devoracidad.

Azorados, los bibliotecariosdescubrieron que los libros de ciencia-ficción no sólo eran pedidos en decenasde miles, ¡sino también robados y nodevueltos!

-¿Dónde hemos estado? -sepreguntaban entre sí bibliotecarios ymaestros, recién despabilados por elbeso del Príncipe-. ¿Qué hay en estoslibros que los hacemás irresistibles que

un fuera de serie?La Historia de las Ideas.Los niños no habrían usado tantas

palabras. Ellos lo sentían, simplemente,y lo leían y les encantaba. Los chicossentían, aunque no pudieran decirlo, quelos primeros escritores de ciencia-ficción eran hombres de las cavernasempeñados en el intento de pergeñar lasprimeras ciencias... ¿que eran cuáles?Cómo capturar el fuego. Qué hacer conese patán de mamut parado frente a lacueva. Cómo volverse dentista del tigredientes de sable para convertido en gatocasero.

Mientras meditaban sobre esosproblemas y ciencias posibles, loshombres y mujeres de las cavernas

dibujaban sueños de ciencia-ficción enlas paredes de las cuevas. Garabatos encarbón como cianotipos de estrategiasposibles.

Ilustraciones de mamuts, tigres,fuegos: ¿cómo resolverlo?

Cómo convertir la ciencia-ficción(resolución de problemas) en hechoscientíficos

(problemas resueltos).Algunos bravos salieron de la

caverna para ser pisados por el mamut,mordidos por el tigre, chamuscados porel fuego bestial que vivía en los árbolesy devoraba madera.

Unos pocos volvieron finalmentepara dibujar en los muros el triunfosobre el mamut derribado como una

catedral peluda, el tigre ya sin dientes yel fuego domado y transportado a lacueva para que alumbrase las pesadillasy calentara las almas.

Los niños sentían, aunque nopudieran decirlo, que la historia enterade la humanidad consiste en solucionarproblemas; la ciencia-ficción devoraideas, las digiere y nos dice cómosobrevivir. Una cosa acompaña a laotra. Sin fantasía no hay realidad. Sinestudios sobre pérdidas no hayganancias. Sin imaginación no hayvoluntad. Sin sueños imposibles no hayposibles soluciones. Los niños sentían,aunque no pudieran decirlo, que lafantasía, y su hijo robot, la ciencia-ficción, no es en absoluto una huida. Es

un movimiento que esquiva la realidadpara encantarla y obligarla acomportarse. ¿Qué es un avión, al fin yal cabo, sino un rodeo a la realidad, unaaproximación a la gravedad que dice:Mira, con mi máquina mágica te desafío.Desaparece, gravedad. Apártate,distancia. Detente, tiempo, o retrocede,mientras yo le gano al sol y miavión/reactor/cohete da la vuelta almundo en, ¡Dios mío!, ¡fíjate!... ¡80minutos!

Los niños adivinaban, aunque no losusurraran, que toda la ciencia-ficciónes un intento de resolver problemasmientras se finge mirar para otro lado.

En otro lugar he descrito esteproceso literario como el enfrentamiento

de Perseo con la Medusa. Con los ojosen la imagen de Medusa reflejada en suescudo de bronce, mientras finge desviarla mirada, Perseo lanza el brazo porsobre el hombro y decapita al monstruo.Así la ciencia-ficción simula futuros afin de curar perros enfermos en loscaminos de hoy. El tropo lo es todo. Lametáfora es remedio.

A los niños les encantan loscatafractos, aunque no los llaman de estemodo. Un catafracto no es más que unpersa especial en un caballo especial; lacombinación rechazó hace mucho tiempoa las legiones romanas. Problema:infantería romana multitudinaria. Sueñode ciencia-ficción: catafracto/hombre-montado-a-caballo. Los romanos huyen.

Problema resuelto. La ciencia-ficción sevuelve hecho científico.

Problema: el botulismo. Sueño deciencia-ficción: un recipiente queconserve la comida e impida la muerte.Soñadores de la ciencia-ficción:Napoleón y sus técnicos. Sueño hechorealidad: la invención de la Lata deConservas. Resultado: hoy vivenmillones que de otro modo se habríanenvenenado y habrían muerto.

Al parecer, pues, somos todosniños de ciencia-ficción que soñamosnuevas formas de supervivencia. Somoslos relicarios de todo el tiempo. En vezde guardar huesos de santos en frascosde oro y cristal, para que los toquen losfieles de los siglos próximos, guardamos

voces y caras, sueños posibles eimposibles en cintas, discos, libros,vídeos y películas. El hombre sólo es elEsclarecedor porque es el Conservadorde Ideas. Sólo encontrando formastecnológicas de ahorrar tiempo, guardarel tiempo, aprender del tiempo ydesarrollar soluciones, hemossobrevivido hasta esta época paraatravesarla hacia otras todavía mejores.¿Estamos contaminados? Podemosdescontaminarnos. ¿Estamos apretados?Podemos aflojamos. ¿Estamos solos?¿Estamos enfermos? Los hospitales delmundo son lugares mejores desde que laTV lo visita a uno, le toma las manos, selleva la mitad de la maldición de laenfermedad y el aislamiento.

¿Queremos las estrellas? Podemostenerlas. ¿Podemos tomar tazas de fuegosolar? Podemos y debemos parailuminar el mundo.

A dondequiera que miremos hayproblemas. Cuanto más profunda es lamirada, en todas partes hay soluciones.

¿Cómo pueden estos desafíos nofascinar a las criaturas humanas, loshijos del tiempo? De modo que: laciencia-ficción y su historia reciente.

Subidos a la cual, como se hamencionado antes, los jóvenes hantirado bombas a

la galería de arte de la esquina decasa, al museo de arte de la ciudad.

Han recorrido las salas y handormitado ante la escena moderna tal

como la representan sesenta y pico deaños de abstracción, superabstrayéndosea sí misma hasta desaparecer por supropio reverso. Telas vacías. Mentesvacías. Ni un concepto. A veces nisiquiera color. Ni una idea que interesea una pulga empleada en un circocanino.

-¡Basta! -gritaron los niños-. Quehaya fantasía. Que haya luz especulativa.

Que renazca la ilustración.¡Que se reclonen y proliferen los

prerrafaelitas!Y así fue.Y como los niños de la Edad

Espacial y los hijos e hijas de Tolkienquerían ver sus sueños dibujados ypintados en términos ilustrativos, el

antiguo arte de contar historias, tal comofuera interpretado por nuestros hombresde las cavernas o nuestro Fra Angélico onuestro Dante Gabriel Rossetti, fuereinventado mientras una segundapirámide era puesta cabeza abajo, y laeducación pasaba de la base al ápice,invirtiendo el antiguo orden.

De allí la Doble Revolución en lalectura y en la enseñanza de la Literaturay el Arte.

De allí que, por ósmosis, laRevolución Industrial y las ErasElectrónica y Espacial hayan calado enla sangre, el hueso, la médula, elcorazón, la carne y la mente de losjóvenes, quienes en su papel demaestros nos enseñan lo que ya

habríamos debido saber.De nuevo esa Verdad: la Historia

de las Ideas; no otra cosa ha sidosiempre la ciencia-ficción. Ideasalumbrándose a sí mismas en hechos,muriendo sólo para reinventar nuevossueños e ideas y renacer en formas yfiguras aún más fascinantes, algunaspermanentes, todas con una promesa deSupervivencia.

Espero que no nos pongamosdemasiado serios, porque, si la dejamosmoverse entre nosotros a sus anchas, laseriedad es la Muerte Roja. Su libertades para nosotros cárcel, derrota ymuerte. Una buena idea deberíapreocuparnos como nos preocupa unperro. No es lo mejor llevarla a la

tumba a fuerza de preocupación,asfixiarla con intelecto, dormirla conpontificaciones, matarla con un millar derebanadas analíticas.

Sigamos siendo niños, y noinfantiles en nuestra visión 20-20, ytomemos prestados los telescopios,cohetes o alfombras mágicas quenecesitemos para lanzarnos hacia losmilagros de la física y del sueño.

La Revolución Doble continúa. Yhay más revoluciones invisibles porvenir. Problemas habrá siempre.Gracias a Dios. Y soluciones. Ymañanas siguientes en lascualesbuscarlas. Demos gracias a Alá yllenemos todas las bibliotecas y galeríasde marcianos, elfos, duendes y

astronautas, y enviemos a Alfa Centaurolos bibliotecarios y maestros que se lopasan diciendo a los chicos que no leanni ciencia-ficción ni literatura fantástica.«¡Os ablandará el cerebro!» y que luego,hacia el largo anochecer, desde las salasde mi Museo de los Robots, Platón tengala última palabra en su Repúblicaelectro-computarizada:

-Adelante, niños. A correr y leer. Aleer y correr. A mostrar y contar. Ponedla pirámide a girar sobre la nariz.

Poned otro mundo cabeza abajo.Sacudidme el hollín del cerebro.Repintad la Capilla Sixtina dentro delcráneo. Reíd y pensad. Soñad, aprended,construid.

«¡A correr, niños! ¡A correr, niñas!

¡A correr!» Y así, bien aconsejados, loschicos echarán a correr.

Y la República se salvará.1980

La mente secreta

YO nunca en mi vida había querido ir aIrlanda. Pero allí estaba John Huston, alteléfono, pidiéndome que fuera a tomaruna copa a su hotel. Esa tarde, copas enmano,Huston me oteó cuidadosamente ydijo:

-¿Qué le parecería vivir en Irlanday escribir mi Moby Dick para lapantalla?

Y de repente partimos tras laBallena Blanca; yo, mi mujer y mis doshijas.

Seguir el rastro de la Ballena,cazarla y quitarle las aletas me llevó

nueve meses.De octubre a abril viví en un país

donde no quería estar.Me pareció que no veía, oía ni

sentía nada de Irlanda. La Iglesia eradeplorable. El tiempo espantoso. Lapobreza inadmisible. No queríaenterarme. Además, estaba ese GranPez...

No contaba con que miinconsciente me hiciera una zancadilla.En medio de tanta humedad raída,mientras armado de mi máquinaintentaba llevar el Leviatán a la playa,mis antenas captaban a las gentes. No esque mi yo despierto, consciente y enmarcha no se fijara en ellos, losquisiera, los admirara y tuviese algunos

amigos. No. Pero lo general yomnipresente eran la pobreza y la lluviay la pena por mí mismo en un paísapenado.

Con la Bestia fundida en aceite yentregada a las cámaras huí de Irlanda,convencido de que no había aprendidonada salvo a temer las tormentas, lasnieblas y los mendigos de las calles deDublín y de Kilcock.

Pero el ojo subliminal es taimado.Mientras yo lamentaba la dureza deltrabajo y mi incapacidad, día por medio,para sentirme tan parecido a HermanMelville como yo deseaba, miinterioridad se mantenía alerta,husmeaba en las honduras, escuchabacon paciencia, observaba con rigor y

archivaba a Irlanda y su gente hasta eldía en que al fin me aflojé y mesorprendieron surgiendo a torrentes.

Volví a casa vía Sicilia e Italia,donde me horneé para desprenderme delinvierno irlandés, asegurando a todos ycada uno que nunca escribiría «nadasobre los Veloces de Connemara ni lasGacelas de Donnybrook».

Debería haber recordado miexperiencia de años antes en México,donde había encontrado, no lluvia ypobreza, sino pobreza y sol, y habíahuido espantado por el clima demortandad y el terrible olor dulzón quetienen los mexicanos cuando se mueren.Con eso había escrito al menos ciertasbuenas pesadillas.

Aún así, insistí: Eire estaba muerta,no había dejado rastros, su gente no ibaa perseguirme.

Pasaron varios años.Hasta que una tarde de lluvia Mike

el taxista (que en realidad se llamaNick) vino, inadvertido, a sentárseme enla mente. Me codeó con suavidad y seatrevió a recordarme nuestros viajesjuntos por las ciénagas, a lo largo delLiffey, con él hablando, noche tras nochea través de la niebla, al volante de suviejo coche de hierro, y llevándomelentamente al hotel, el Royal Hibernian.Mike, el hombre que tras docenas deViajes Oscuros yo había conocido mejoren todo ese país verde y salvaje.

-Cuenta la verdad sobre mí -dijo

Mike-. Vuélcalo como fue, nada más.Y de pronto tuve un cuento y una

obra de teatro. Y el cuento es verdad yla obra es verdad. Sucedió así. Nohabría podido suceder de otro modo.Bien, el cuento se comprende; pero ¿porqué después de tantos años me volvíhacia el escenario? No era un giro sinoun regreso.

De niño actué en teatros deaficionados y en la radio. De jovenescribí obras de teatro. Nuncaproducidas, esas obras eran tan malasque me prometí no volver a escribirpara el teatro hasta bien avanzada mivida, después de haber aprendido adominar todaslas otras formas. Almismo tiempo dejé de actuar porque me

daba miedo la política de competenciaque acompaña al trabajo de los actores.Además: el cuento y la novelacontinuaban reclamándome. Respondí.Me sumergí en la escritura. Pasaronaños. Fui a

ver cientos de obras. Meencantaban. Sin embargo seguía sinescribir otra vez un Acto I, Escena I.Luego vino Moby Dick, un lapso demeditación, y de pronto apareció Mike,mi taxista, a hurgarme el alma y sacar ala luz bocados de aventura de pocosaños antes, junto a la colina de Tara otierra adentro, entre cambiantes hojas deotoño en Killeshandra.

Pero, también pugnando, aempellones con dones gratuitos e

inesperados, apareció una banda deextraños escribiendo cartas. Hace unosocho o nueve años empecé a recibirnotas que decían así:

Señor Bradbury: Anoche, en lacama, le conté su cuento «La sirena» ami mujer.

O:Señor Bradbury: Tengo quince

años y gané el Premio Anual deRecitado en Gurnee Illinois High porhaber memorizado y declamado sucuento: «El ruido de un trueno».

O:Estimado señor B.: Nos complace

informarIe que la lectura dramatizada desu novela Fahrenheit 451, representadaen la noche de ayer fue calurosamente

acogida por los 2.000 maestros de laconferencia aquí llevada a cabo.

En un lapso de siete años,aficionados de primaria, secundaria yuniversidad de todo el país leyeron,declamaron, recitaron y dramatizarondocenas de mis historias. Se apilabanlas cartas. Al final la pila se inclinó yme cayó encima.

Me volví hacia mi mujer y le dije:-¡Todos se divierten adaptándome

menos yo! ¿¡Cómo es posible!?De modo que era el viejo cuento al

revés. En vez de gritar que el emperadorestaba desnudo, esa gente decía,inconfundiblemente, que un reprobadoen literatura en el Instituto deBachillerato de Los Ángeles estaba del

todo vestido, ¡Y demasiado borrachopara darse cuenta!

Así pues, empecé a escribir teatro.Una última cosa me devolvió al

escenario con una sacudida. En estoscinco años he llegado a leer una buenacantidad de obras teatralesnorteamericanas. Teatro de Ideas; teatrodel Absurdo y del Más-Que-Absurdo.En conjunto no he podido evitar queesas obras me parecieran frágilesejercicios, las más de las veces escasasde ingenio, pero enlas que faltaba sobretodo imaginación y capacidad.

Dada esta chata opinión, es justoque ahora ponga yo la cabeza en el tajo.Sean ustedes mis verdugos, si quieren.

No es tan inusual. La historia de la

literatura está repleta de escritores que,acertados o no, sintieron que podíanponer en limpio, mejorar o revolucionarun cierto dominio. Así que muchos noslanzamos hacia donde los ángeles nodejan huellas.

Habiéndome atrevido una vez,exuberante, me atreví de nuevo. Cuandode mi máquina saltó Mike,espontáneamente lo siguieron otros.

Y cuantos más se arremolinaban,más pugnaban por llenar las líneas.

De pronto vi que sabía de lasmezcolanzas y conmociones de losirlandeses más delo que hubiera podidodesenredar en un mes o un año deescritura. Sin advertirlo me encontrébendiciendo mi mente secreta. En una

vasta estafeta interior, convocados porsus nombres, se afanaban noches,pueblos, climas, animales, bicicletas,iglesias, cines, y marchas rituales ybandadas.

Mike me había empujado a pasotranquilo; yo eché a trotar y prontoestaba en pleno galope.

Recién nacidas, las historias, lasobras, eran una camada aullante. A míno me cabía sino apartarme del camino.

Hecho ya lo cual, y ocupado conotras obras sobre maquinaria de ciencia-ficción, ¿tengo una teoría posterior aptapara escribir teatro?

Sí.Porque sólo después se puede fijar,

examinar, explicar.Intentar saber de antemano es

congelar y matar.La deliberación es enemiga de todo

arte, sea la actuación, la escritura, lapintura o la propia vida, que es el artemás grande.

He aquí, pues, mi teoría. Losescritores andamos en lo siguiente:

Construimos tensiones que apuntana la risa, luego damos permiso y la risasurge. Construimos tensiones queapuntan a la pena y al fin decimos lloradcon la esperanza de que el públicorompa en lágrimas.

Construimos tensiones que apuntana la violencia, encendemos la mecha ysalimos corriendo.

Construimos las extrañas tensionesdel amor, donde tantas de las otrastensiones se combinan para sermodificadas y trascendidas, ypermitimos que fructifiquen en la mentedel público.

Construimos tensiones, en especialhoy en día, que apuntan a la repulsión yluego, si somos buenos, talentosos,observadores, permitimos que elpúblico sienta náuseas.

Cada tensión busca su fin, descargay relajación propios y adecuados. Seconcluye que, estética y prácticamente,toda tensión ha de ser liberada algunavez. Sin esto cualquier arte quedaincompleto, a medio camino de suobjetivo. Y en la vida real, como

sabemos, el fracaso en aflojar unatensión particular puede llevar a locura.

Hay excepciones evidentes,novelas u obras que terminan en elapogeo de la tensión; pero la descargaestá implícita. Se pide al público quesalga al mundo y haga estallar una idea.El acto final pasa del creador al lector-espectador, cuya tarea es agotar la risa,las lágrimas, la violencia, la sexualidado la repulsión.

Desconocer esto es desconocer laesencia de la creatividad, que es, en elfondo, la esencia del hombre.

Si yo tuviera que dar algún consejoa escritores bisoños, si tuviera queaconsejar al escritor bisoño que hay enmí, y que va a ver teatro del Absurdo o

el casi-Absurdo, teatro de Ideas o decualquier otra clase, le diría losiguiente:

No me cuentes chistes sin objeto.Me reiré de tu rechazo a

permitirme reír.No me acumules tensión que apunta

a las lágrimas y me niegues después queme queje.

Iré a buscar mejores muros delamentos.

No me cierres los puños y meescondas después el blanco.

Podría pegarte yo a ti.Sobre todo, no me provoques

náuseas a menos que me muestres elcamino a la cubierta del barco.

Porque, haz el favor de entender, si

me envenenas tengo que sentir náuseas.Mucha gente, me parece a mí, queescribe la película del asco, la noveladel asco, la obra del asco, ha olvidadoque el veneno destruye la mente tantocomo destruye la carne. La mayoría delos frascos de veneno llevan recetas deeméticos impresas en la etiqueta. Porindolencia, ignorancia o incapacidad,los nuevos Borgias intelectuales nosmeten bolas de pelo en la garganta y nosniegan la convulsión que podríahacemos bien. Han olvidado, si algunavez lo tuvieron, el antiguo saber de quesólo pasando por un verdadero malestares posible recuperar la salud.

Hasta las bestias saben cuándo esel momento del vómito. Enseñadme pues

a sentir náuseas, en el momento y ellugar justos, para que pueda volver a loscampos, y con los perros sabios ysonrientes, estar instruido y podermasticar dulce hierba.

La estética del arte lo abarca todo;en ella caben todo horror, toda delicia,siempre y

cuando las tensiones que losrepresentan sean llevadas a susperímetros extremos y allí liberadas enacción. No pido finales felices. Sólopido finales adecuados que tenganencuenta la energía contenida y lamuestren con determinadasdetonaciones.

Si México me sorprendió por suabundancia de oscuridad en el corazón

del pleno sol, Irlanda me sorprendió porla tibieza de un sol abundante en elcorazón de la niebla que se lo habíatragado. El tambor lejano que oía enMéxico me guiaba los pasos a unaprocesión funeraria. El tambor deDublín me señalaba un leve camino porlos pubs. Las obras querían ser obrasfelices. Dejé que se escribieran así,llevadas por sus propios apetitos ynecesidades, sus alegrías insólitas y susmagníficas delicias.

Así que escribí media docena deobras sobre Irlanda y escribiré más.¿Sabían ustedes que en toda Eire haygrandes colisiones frontales debicicletas, y la gente sufre durante añosconmociones espantosas? Pues así es.

Yo las he captado y encerrado en unacto. ¿Sabían que en los cines, apenas uninstante antes de que cada noche estallenlos debidos compases del HimnoNacional Irlandés, un terrible chorro degente lucha por fluir hacia las puertaspara no oír una vez más la temidamelodía? Pues sí. Yo lo he visto.Y hecorrido con ellos. Ahora lo heconvertido en obra de teatro, «Lacarrera del himno».¿Sabían que la mejormanera de conducir en noches de nieblapor el cenagoso campo irlandés es conlas luces apagadas? ¡Y lo mejor esconducir terriblemente rápido! Eso lo heescrito. ¿Es la sangre del irlandés lo queimpulsa la lengua a la belleza, o es lasangre agitada por el whisky lo que le

mueve la lengua que recita poemas ydeclama con arpas? No lo sé. Se lopregunto a mi personalidad secreta, queme responde. Hombre sabio, yoescucho.

De modo que, creyéndome enquiebra, ignorante, desatento, terminécon varias piezas en un acto, una en tresactos, ensayos, poemas y una novelasobre Irlanda. Era rico y no lo sabía.Todos somos ricos e ignoramos laenterrada evidencia de la sabiduríaacumulada.

Así que, una y otra vez, mis cuentosy mis obras me enseñan, me recuerdan,que nunca debo volver a dudar de mímismo, de mis entrañas, de mis gangliosy del tablero Ouija de mi inconsciente.

De ahora en adelante espero estarsiempre atento, educarme lo mejor quepueda. Pero, si me falta esto, en el futurome volveré a mi mente secreta para verqué ha observado cuando me parezcaque he pasado algo por alto.

Nunca pasamos nada por alto.Somos copas que se llenan

constante, silenciosamente.El truco consiste en saber volcarse

para que la belleza se derrame.

MI TEATRO DE IDEASSin duda mi tiempo es teatral. Está

lleno de chifladura, desenfreno,brillantez, inventiva; exalta tanto comodeprime. Dice demasiado o demasiadopoco.

Y a través de todas las instanciasarriba citadas hay algo constante.

Las ideas.Las ideas se mueven siempre.Por primera vez en la larga y algo

pestífera historia del hombre, las ideasno sóloexisten en papel, como sóloexisten las filosofías en los libros.

Hoy las ideas se imprimen encianotipo, se simulan, se maquinan,electrifican, manipulan y sueltan paraacelerar al hombre o para frenarlo.

Siendo todo esto cierto, qué rarosla película, la novela, el cuento, elcuadro o la obra que trata el mayorproblema de nuestra época, el hombre ysus herramientas fabulosas, el hombre ysus hijos mecánicos, el hombre y sus

robots amorales que, extraña einexplicablemente, lo llevan a lainmortalidad.

Pretendo antes que nada que misobras sean espectáculo, gran diversiónque estimule, provoque, aterrorice y,espero, entretenga. Creo que esimportante contar bien la historia,describir bien las pasiones hasta elfinal. Que el residuo aparezca cuando laobra ha terminado y la multitud se va acasa. Que el público se despierte denoche y diga:¡Ah, eso es lo que quieredecir! O al día siguiente exclame:

¡Habla de nosotros! ¡Habla deahora! ¡De nuestro mundo, nuestrosproblemas, nuestras alegrías, nuestras

desesperaciones!Yo no quiero ser conferenciante

esnob, benefactor grandilocuente, nireformador aburrido.

Quiero correr, gozar de la épocamás grande de la historia de la vida delhombre, llenarme de ella los sentidos,mirarla, tocarla, escucharla, olerla,saborearla, y espero que conmigo corranotros, persiguiendo ideas y máquinashechas de idea y perseguidos por ellas.

Demasiadas veces, por la noche,me han parado policías que mepreguntan qué hago andando por laacera.

He escrito una obra llamada «Elpeatón», situada en el futuro, sobre losapuros de esa clase de caminantes en las

ciudades.He presenciado innumerables

sesiones de espiritismo televisivo y hevisto niños detodas las edades en trance,transportados, ausentes, y he escrito «Lapradera», una obra sobre un televisorque ocupa todos los muros de un cuarto,en el futuro muy próximo, y terminasiendo el centro de la existencia de todauna familia atrapada.

Y he escrito una obra sobre unpoeta de lo ordinario, un maestro de lomediocre, unviejo cuya mayor proezamemorística es recordar cómo eranexactamente un Moon o un Kissel-Kar oun Buick 1925, hasta las llantas, losparabrisas, los tableros de mando y laschapas de la matrícula. Un hombre capaz

de describir el color del envoltorio decualquier caramelo que haya compradoen su vida y el paquete de cualquiercigarrillo que haya fumado.

Puestas ahora a moverse en elescenario, espero que estas obras, estasideas,sean consideradas verdaderosproductos de nuestro tiempo.

1965

Metiendo haiku en un rollo

EMPEZÓ como «The Black Ferris»[La noria negra], un cuento de 3.000palabras, publicado en Weird Tales(1948), sobre dos muchachos quesospechan que en la feria que hallegado al pueblo hay algo peculiar. Elcuento se convirtió en una historia desetenta páginas para la pantalla, «DarkCamival» (1958), cuya dirección seproyectó encomendar a Gene Kelly.Nunca producida, la historia setransformó en una novela, SomethingWicked this Way Comes [La feria de lastinieblas, 1962]; la novela en un guión

(1971), luego en otro (1976) Y ahora,por fin, en una película. El autor delcuento, la historia, la novela y losguiones es, desde luego, Ray Bradbury.Afortunado como se siente, Bradburyaclara: «Siempre he sabido corregirbien mi propia obra».

«A los amigos que escribensiempre he intentado enseñarles quehay dos artes: primero, terminar unacosa; y luego el segundo gran arte, quees aprender a cortarla sin matarla nidejarle ninguna herida. Cuandoempieza la vida de escritor ese trabajole repugna, pero ahora que soy másviejo se me ha vuelto un juegomaravilloso, un reto que me gusta tantocomo escribir el original, porque es un

reto. Tomar un escalpelo y cortar alpaciente sin matarlo es un retointelectual.» Si corregir es un juegomaravilloso, La feria de las tinieblas esun auténtico circo fantástico deposibilidades, tanto tiempo se hapasado Bradbury adaptando yreadaptando la breve historia de WillHolloway y Jim Nightshade y eldemoníaco carrusel cuyos jinetesrejuvenecen un año en cada vuelta. Lesatisface que la versión de JackClayton, que Disney distribuirá enfebrero, sea «lo más cercano a algomío que se ha hecho hasta ahora en lapantalla». Al parecer la colaboraciónle ha gustado: «Me pasé seis meseshaciéndole a Jack un guión totalmente

nuevo, lo cual fue una experienciaespléndida porque Jack es un hombrecon quien da gusto sentarse todas lastardes».

MITCH TUCHMAN

Yo tenía un guión de 260 páginas.Son seis horas. Jack dijo: «Bien, ahoratienes que cortarle cuarenta páginas».«Dios, no puedo», dije yo. Él dijo:«Vamos, sé que puedes. Yo te apoyaré».Así que corté cuarenta páginas. «Bueno-dijo él-, ahora tienes que quitarlecuarenta páginas más.» Cuando loterminé de rebajar a 180 páginas, Jackdijo:

«Treinta más». «¡Imposible! -dijeyo- . ¡Imposible!» Pero en fin, lo rebajé

a 150páginas. Y Jack dijo: «Treintamás», e insistió en que podía hacerlo y,por Dios, me puse a trabajar y lo dejé en120 páginas. Era mejor.

Cuando le dio a Clayton 260páginas de guión, ¿pensaba que iba afilmarlo así? Como guionistaexperimentado usted tendrá que saber...

Sí, claro, yo sabía que erademasiado largo. Me veía capaz dehacer el primer recorte... Pero a partirde ahí se vuelve más duro. Primero queuno se cansa y la mente se ofusca. Poreso el director y el productor, que estánmás despejados, tienen que poderayudarlo a encontrar atajos.

¿Qué clase de ideas se leocurrieron a Clayton?

Se sentaba todos los días conmigo,simplemente, y decía:

«Estas seis líneas de diálogo, ¿noves alguna forma de reemplazarlas pordos?».Me desafiaba a encontrar manerasmás cortas de decir las cosas; y yo lasencontraba; o sea que lo importante erala sugerencia indirecta y la certeza deque él me apoyaba psicológicamente.

¿Cortaban diálogo o acción?De todo. Lo principal es

comprimir. En realidad no se trata tantode cortar como de aprender ametaforizar; y es en esto que me hanayudado tanto mis conocimientos depoesía.

Hay una relación entre los grandespoemas del mundo y los grandes

guiones: ambos manejan imágenescompactas. Si uno encuentra la metáforaadecuada, la imagen justa, y la pone enuna escena, servirá por cuatro páginasde diálogo.

Fíjese por ejemplo en Lawrence deArabia: algunas de las mejores escenasde la película no tienen diálogo. En todala secuencia en que Lawrence vuelve aldesierto para rescatar al guía decamellos no hay una sola línea. Duracinco minutos, todos de pura imagen.Cuando Lawrence surge del desierto,después de que todo el mundo lo hayaesperado esos cinco minutos de solabrasador y temperatura violenta, subela música y con ella le sube a usted elcorazón. Algo de eso es lo que uno

busca.Yo soy un guionista automático;

desde siempre. Toda la vida hepertenecido a las películas. Soy hijo delcine. Empecé a los dos años y he vistotodas las películas que se han hecho.Estoy atiborrado. A los diecisiete añosveía hasta doce o catorce películas porsemana. Diablos, es un montón depelículas. Lo cual significa que lo hevisto todo, entre otras cosas toda labasura. Pero está bien. Es una forma deaprender. Uno tiene que aprender cómono se hacen las cosas. Ver sólo películasexcelentes no sirve para educarse,porque son misteriosas. Las grandespelículas son misteriosas. No haymanera de resolverlas. ¿Por qué

func i o na Ciudadano Kane? Puesfunciona y nada más. Es brillante a todoslos niveles y no hay forma de poner eldedo en algo que esté mal. Está todobien. Pero una película mala se haceevidente enseguida, y por eso puedeenseñar más: "Yo no haré nunca eso, nieso, ni eso».

Hay un sinfín de historias sobrenovelistas insatisfechos con lasadaptaciones de sus obras al cine. Elorigen de la insatisfacción suele estar enfalsas expectativas. ¿Se le ocurre algúnconsejo que el guionista Ray Bradburypodría haberle dado al Ray Bradburynovelista mientras adaptaba La feria delas tinieblas?

Con Jack discutimos mucho sobre

la Bruja del Polvo. Es una criatura muyextraña. En la novela yo la hago entraren la biblioteca, y tiene los ojoscerrados, cosidos. Pero los dostemíamos que, si no estaba bien hecha,la situación se volviera cómica. Así quela invertimos; ahora es la mujer másbella del mundo (Pam Grier). De vez encuando se volverá de repente y loschicos verán cómo es por debajo: unacriatura fea, muy fea. Me parece que asífunciona mejor.

En el libro, Charles Holloway viveapenado por el inevitable fin de lajuventud. ¿Había alguna manera deexpresar esto en el film que no fueranmiradas compungidas? ¿Alguna manerade conservar ese monólogo interior no

conectado con ninguna acción?Hay una manera. No está todo, pero

creo que le hemos dado más fuerza. Endeterminado momento de su vida,cuando su hijo era chico, CharlesHolloway (Jason Robards) perdió laoportunidad de evitar que se ahogara, yen vez de él lo salvó el señorNightshade, el vecino del otro lado de lacalle. Esto sirve ya como acorderecurrente. Justo al final, será aHolloway a quien le toque salvar al niño(Vidall Paterson), esta vez en ellaberinto de espejos; así reforzamos elmotivo.

Luego, en todo el guión seencuentran pequeños atisbos: el padrehablando con la madre (Ellen Geer) a

medianoche o con el hijo en el porche.No hay que recargarlo demasiado. Esoes lo grande del trabajocinematográfico: en vez de meter todo eldiscurso, basta con hacer que alguienmire o sienta el viento de cierto modo.

Hay una escena maravillosa en laque el padre y Will están sentados en elporche, tarde una noche, y el pequeñodice: «A veces, a medianoche, te oigosollozar. Ojalá pudiera hacerte feliz». Elpadre responde: «Dime que vivirésiempre». A uno se le parte el corazón.

¿Y qué me dice de las hipérboles?Supongo que es imposible conservaralgo como «El billón de voces calló, depronto, como si el tren se hubieraprecipitado a una tormenta de fuego,

fuera de la tierra».Mi querido joven, hay una escena

en que los muchachos (Peterson y ShawnCarson) corren por el cementeriomirando pasar el tren. Se agazapancontra el terraplén, y en cierto momentosuena el silbato de la locomotora y todaslas losas del cementerio se estremecen ylos ángeles lloran polvo. ¡Ja, ja!

Usted tiene un ojo privilegiadopara los sustantivos y los verbos. Acierta altura describe a CharlesHolloway como un padre que cigüeñabalas piernas y pavoneaba los brazos. ¿Esposible plasmar en la pantalla unlenguaje así?

Para un buen director es posible.¿Y usted seguirá viendo al ave?

Un buen director encontrará lamanera, porque lo que uno está haciendoes filmar un haiku. Está metiendo haikuen un rollo. Permítame darle un ejemplode lo que estamos diciendo. Haceveintidós años que doy clases en eldepartamento de cine de la Universidaddel Sur de California -bajo un par deveces al año- , y siempre hay estudiantesque se me acercan y me preguntan sipueden hacer películas con mis cuentos.Yo les contesto: Claro. Tómenlos.Hagan las películas. Sólo les pongo unarestricción. Filmen la historia entera.Lean lo que he hecho y marquen lastomas junto a los párrafos. Todos lospárrafos son tomas. Según se lea elpárrafo, sabrán si es un primer plano o

un plano-secuencia». Y el caso, Diossanto, es que esos alumnos, con suscamaritas de 500 dólares, han filmadomejores películas que todas mis grandesproducciones. Porque han seguido lahistoria.

Todas mis historias soncinematográficas. El hombre ilustrado,que los de la Warner Brothersprodujeron hace dos años (1969), nosalió bien porque no leyeron loscuentos.

Es posible que hoy en día yo sea elnovelista más cinematográfico del país.Todos mis cuentos se pueden filmar alpie de la letra. Cada párrafo es unatoma.

Hace años, la primera vez que

hablé con Sam Peckinpah sobre laposibilidad de filmar La feria de lastinieblas, le pregunté: «Si hacemos lapelícula, ¿cómo va a filmarla?». Él dijo:«Arrancando las páginas del libro ymetiéndolas en la cámara». «Bien»,dijeyo.

En definitiva el trabajo consiste enescoger algunas de las metáforas dellibro y ponerlas en un guión, en laproporción justa para que la gente no sería de uno.

Hace poco, por ejemplo, vi por latele El único juego de la ciudad, lapelícula de George Stevens sobre losjugadores de Las Vegas. Con WarrenBeatty y Elizabeth Taylor, que se pareceun poco a Porky. Más o menos a la hora

de acción, Taylor se vuelve hacia Beattyy le dice: «Llévame a la habitación enbrazos». Bueno, no hay manera de noreírse. Yo al menos pensé que el pobrehombre se iba a quebrar la espalda.Quiero decir que así se arruina unapelícula.

De modo que cuando haga fantasíaen la pantalla, asegúrese que la gente nova a caerse del asiento.

¿Cómo empieza el proceso deadaptación para el cine?

Lo tiro todo y parto de cero.¿No mira el material original?Nunca miro el original cuando

escribo un guión o una obra de teatrobasados en un trabajo mío. Primerotermino la obra; luego retrocedo y miro

qué he dejado fuera. Si algo faltasiempre puede insertarse. Es másdivertido oír hablar a los personajestreinta años después.

Hace dos años, en Los Ángeles,hice Fahrenheit 451 para el teatro. Melimité a acercarme a los personajes ydecirles: «Eh, hace treinta años que noles hablo. ¿Han crecido? Espero que sí.Yo he crecido». Por supuesto que ellostambién.

El jefe de bomberos vino y medijo: «Oiga, cuando me escribió hacetreinta años olvidó preguntarme por quéquemaba libros». «¡Caray! -dije yo-.Buena pregunta. ¿Y por qué quemalibros?» Entonces me lo contó; es unagran escena que en la novela no estaba.

Está en la obra. Ahora, que dentro de untiempo, en algún momento, pienso ir a lanovela, abrirla y meter el materialnuevo, porque es muy bueno.

¿Podría hacer otra película con«Fahrenheit»?

No es necesario porque la deTruffaut me encanta, pero me gustaríahacer un especial de la obra en TV,incluyendo el material nuevo; darle aljefe de bomberos la oportunidad decontar que es un romántico fracasado,que en un tiempo pensaba que los librospodían curar cualquier cosa. A ciertaaltura de la vida, cuando descubrimoslos libros, todos pensamos lo mismo,¿no? Creemos que en una emergenciabasta con abrir la Biblia o Shakespeare

o Emily Dickinson. «Uau -pensamos- ,esta gente conoce el secreto de todo.»

Con todo lo que sabe sobre elguión, sobre lo que se puede y no sepuede hacer en la pantalla, ¿no leinteresa la dirección?

No, no quiero manejar tanta gente.Un director se pasa el tiempoprocurando que cuarenta o cincuentapersonas lo quieran o le tengan miedo, olas dos cosas a la vez. ¿Y es posiblemanejar tanta gente sin perder la corduray la educación? Me temo que yo mepondría impaciente, idea que no megusta.

Yo, fíjese, estoy acostumbrado alevantarme y correr a la máquina deescribir, y en una hora he creado un

mundo. No tengo que esperar a nadie.No tengo que criticar a nadie. Estáhecho. Con una hora me basta paraadelantarme a todos. El resto del díapuedo haraganear. Esta mañana ya heescrito doce mil palabras; así que siquiero tener una comida de dos o treshoras puedo, porque ya les he ganado atodos.

Pero un director dice: «Vaya, québuen ánimo tengo hoy. A ver si logrolevantárselo a los demás». ¿Qué hago sihoy mi protagonista no se siente bien?¿Y si mi galán está malhumorado?¿Cómo me las arreglo?

¿Sus personajes nunca le traen esosproblemas?

Nunca. Nunca permito caprichos a

lo que nace de mis ideas.¿Una palmadita para ponerlos en

situación y nada más?En cuanto surgen dificultades me

retiro. Ahí está el gran secreto de lacreatividad. A las ideas hay quetratarlas como a los gatos: hacer queellas nos sigan. Si usted intentaacercarse a un gato y levantarlo elanimal no lo dejará. Tiene que decirle:«Bueno, vete al diablo». Entonces elgato se dirá: «Un momento, éste no separece a la mayoría de los humanos». Yluego, por curiosidad, se pondrá aseguirlo: «Vaya, ¿a ti qué te pasa que nome quieres?».

Pues bien, con las ideas ocurre lomismo. ¿Se da cuenta? Uno dice: «Al

diablo, no hace falta que me deprima.No hace falta que me preocupe. No hacefalta que empuje. Las ideas me seguirán.Cuando bajan la guardia y están listaspara nacer, me doy vuelta y las atrapo».

1982

Zen en el arte de escribir

ELEGÍ el título que figura arriba, muydeliberadamente, por supuesto. Lavariedad de las posibles reaccionesdebería garantizarme alguna multitud,aunque sólo sea de mirones curiosos: deesos que vienen a apiadarse y se quedana gritar.

Para asegurarse una atenciónboquiabierta, el viejo curandero de feriaque solía ambular por nuestro paísutilizaba calíope, tambor y un indiopiesnegros. Espero que a mí se meperdone usar el ZEN de modo muysemejante, al menos al principio.

Pues al final quizá descubran queen el fondo no es un chiste.

Pero pongámonos serios poretapas.

Ahora que ya los tengo aquí, antemi plataforma, ¿qué palabras pondré a lavista pintadas en letras rojas de tresmetros de alto?

TRABAJO.Ésta es la primera palabra.RELAJACIÓN.Ésta es la segunda. Seguida de dos

finales:¡NO PENSAR!Ahora bien, ¿qué tienen que ver

estas palabras con el budismo zen? ¿Quétienen que ver con la escritura? ¿Yconmigo? Pero muy especialmente, ¿qué

tienen que ver con ustedes?Antes que nada, echemos una larga

mirada a TRABAJO, esa palabralevemente repulsiva. Sobre todo, es lapalabra alrededor de la cual girará lacarrera de ustedes durante toda la vida.Empezando ahora, cada uno de ustedesdebería volverse no un esclavo, términodemasiado mezquino, sino un socio.Cuando consigan que la existencia y eltrabajo sean experiencias copartícipes,la palabra perderá su aspecto repulsivo.

Dejen que me detenga aquí unmomento a hacer unas preguntas. ¿Porqué en una sociedad de herenciapuritana tenemos hacia el trabajosentimientos tan ambivalentes? No estarocupados nos da culpa, ¿verdad? Pero

por otro lado, si sudamos en exceso nossentimos manchados.

Sólo puedo sugerir que a veces nosinventamos un trabajo, una actividadfalsa, para no aburrimos. O, peor aún, senos ocurre trabajar por dinero. El dinerose vuelve el objetivo, la meta, el fin y eltodo. Y el trabajo, importante sólo comomedio para ese fin, degenera enaburrimiento.

¿Cómo puede sorprendemos que loodiemos tanto?

Al mismo tiempo, otros, los máspresuntuosos, han alentado la noción deque basta una pluma, un trozo depergamino, una hora ociosa al mediodía,un soupçon de tinta primorosamenteestampado en papel..., si hay un vaho de

inspiración. Siendo dicha inspiración,con demasiada frecuencia, el últimonúmero de The Kenyon Review ocualquier otro trimestral literario. Unaspocas palabras por hora, unos párrafosgrabados por día y... ¡voila! ¡Somos elCreador! ¡O, mejor todavía, Joyce,Kafka, Sartre!

No hay nada que supere a lacreatividad verdadera.

No hay nada más destructivo quelas dos actitudes descritas arriba.

¿Por qué?Porque las dos son formas de

mentir. Es mentiroso escribir para que elmercado comercial nos recompense condinero.

Es mentiroso escribir para que un

grupo esnob y cuasiliterario de lasgacetas intelectuales nos recompensecon fama.

¿Hace falta que les cuente cómorebosan las revistas literarias dejóvenes que se convencen de que estáncreando cuando lo único que hacen esimitar los arabescos y floreos deVirginia Woolf, William Faulkner oJack Kerouac?

¿Hace falta que les cuente cómorebosan las revistas femeninas y otraspublicaciones comerciales de jóvenesque se convencen de que están creandocuando lo único que hacen es imitar aClarence Buddington Kelland, AnyaSeton o Sax Rohmer?

El mentiroso de vanguardia piensa

que será recordado por una mentirapedante.

A la vez el mentiroso comercial, ensu nivel, piensa que si él se tuerce, esporque el mundo está inclinado; ¡todo elmundo camina así!

Bien, me gustaría creer que a nadieque lea el presente artículo le interesanestas formas de la mentira. Cada uno deustedes, interesado en la creatividad,quiere entrar en contacto con aquello desí mismo que es auténticamente propio.Quieren fama y fortuna, sí, pero sólocomo premio por un trabajo sincero ybien hecho. La notoriedad y la cuentaabultada deben llegar cuando todo lodemás ya ha concluido. Es decir quemientras uno está ante la máquina no ha

de tenerlas en cuenta. Quien las tiene encuenta miente de una de las dos formas:bien para complacer a un públicominúsculo, capaz de apalear una Ideahasta la insensibilidad, y al cabomatarla, o a un público amplio que noreconocería una Idea aunque ésta lediese un mordisco.

Se habla mucho de los que sesometen al mercado, pero no losuficiente de los que se someten a lascamarillas. En último análisis, ambasactitudes son desgraciadas para elescritor que vive en este mundo. Nadierecuerda, nadie menciona, nadie discutela historia de un sometido, sea unHemingway diminuto o un Elinor Glynde tercera.

¿Cuál es la mayor recompensa paraun escritor? ¿No es que un día alguien sele abalance, con la cara estallando defranqueza Y los ojos ardientes deadmiración, y exclame: «¡Su últimocuento era buenísimo, realmentemaravilloso!»?

Entonces sí vale la pena escribir.Sólo entonces.

De golpe las pomposidades de losintelectuales desvaídos se desvanecenen polvo. De pronto los agradablesbilletes obtenidos de revistas gordas depublicidad pierden toda importancia.

El más artificioso de los escritoresvive para ese momento.

Y Dios, en su sabiduría, a menudoproporciona ese momento al más rácano

de los escribidores y al másexhibicionista de los literateurs.

Porque en la labor cotidiana llegaun momento en que el consabidoEscritor Comercial se enamora tanto deuna idea que empieza a galopar, echarvapor, jadear, exaltarse y, a pesar de símismo, escribir desde el corazón.

Y así también al hombre de lapluma de ganso le entra fiebre, y afuerza de sudar caliente termina soltandotinta roja. Luego estropea docenas deplumas y horas más tarde emerge dellecho de la creación, ruinoso comoquien ha desviado un alud que iba aaplastarle la casa.

Ahora bien, ¿qué es ese sudor?,preguntarán ustedes. ¿Debido a qué esos

dos mentirosos casi compulsivos selanzaron a decir la verdad?

Permítanme alzar de nuevo miscarteles.

TRABAJO.Es del todo evidente que los dos

estaban trabajando.Y, pasado un rato, el trabajo mismo

adquiere un ritmo. Empieza a perderselo mecánico. Prevalece el cuerpo. Caela guardia. ¿Entonces qué pasa?

RELAJACIÓN.Hasta que los hombres se dan a

seguir alegremente mi último consejo:NO PENSAR.Lo que resulta en más relajación,

más espontaneidad y una mayorcreatividad.

Ahora que los he confundido porcompleto, permítanme una pausa paraoír su grito consternado.

¡Imposible!, dicen, ¿cómo esposible trabajar y relajarse? ¿Cómo sepuede crear sin ser un despojo denervios?

Se puede. Todos los días de todaslas semanas de todos los años hayalguien que lo hace. Atletas. Pintores.Escaladores de montañas. Budistas zencon pequeños arcos y flechas.

Hasta yo puedo.Y si hasta yo puedo, como

probablemente están mascullando ahoracon los dientes apretados, ¡tambiénpueden ustedes!

De acuerdo, ordenemos de nuevo

los carteles. En realidad cabría ponerlosen cualquier orden. RELAJACIÓN y NOPENSAR podrían ir primero y segundo,o los dos al mismo tiempo seguidos deTRABAJO.

Pero por conveniencia hagámosloasí, con la adición de un cuarto cartel dedesarrollo:

TRABAJO, RELAJACIÓN, NOPENSAR. AHONDAR LARELAJACIÓN.

¿Analizamos el primero?TRABAJO.Usted, por ejemplo, ya viene

trabajando, ¿no?¿O planea algún tipo de programa

personal para empezar no bien deje esteartículo?

¿Qué clase de programa?Algo así. Mil o dos mil palabras

por día durante los próximos veinteaños. Al principio podría apuntar a uncuento por semana, cincuenta y doscuentos al año, durante cinco años.Antes de sentirse cómodo en este mediotendrá que escribir y dejar de lado oquemar mucho material. Bien podríaempezar ahora mismo y hacer el trabajonecesario.

Porque yo creo que finalmente lacantidad redunda en calidad.

¿Cómo? Los billones de bocetos deMiguel Ángel, de Da Vinci, deTintoretto -lo cuantitativo- losprepararon para lo cualitativo, bocetosúnicos de línea más honda, retratos

únicos, paisajes únicos de dominio ybelleza increíbles.

El gran cirujano disecciona yvuelve a diseccionar mil, diez milcuerpos, tejidos, órganos, preparandoasí por la cantidad el momento en que loimportante sea la calidad: aquel en quetenga bajo el cuchillo una criatura viva.

El atleta llega a correr diez milkilómetros para prepararse para los cienmetros. La cantidad da experiencia. Sólode la experiencia puede surgir lacalidad.

Todas las artes, grandes ypequeñas, son la eliminación del excesode movimiento en favor de ladeclaración concisa.

El artista aprende a omitir.

El cirujano sabe ir directamente ala fuente del problema, evitar pérdidasde tiempo y complicaciones.

El atleta aprende a conservar laenergía y aplicarla en cada momento enun lugar distinto, a utilizar un músculo yno otro.

¿Es diferente el escritor? Creo queno.

A menudo su arte estará en lo queno dice, lo que omite, en la habilidadpara exponer simplemente con emociónclara, y llevarla a donde quiere llegar.

El trabajo del artista es tan largo,tan arduo, que un cerebro que vive porsu cuenta acaba desarrollándose en losdedos.

Lo mismo para el cirujano, cuya

mano esbozará salvadores dibujos,como la mano de Da Vinci, pero al finen la carne del hombre.

Lo mismo para el atleta, cuyocuerpo acaba por educarse y seconvierte él mismo en mente.

Por el trabajo, por la experienciacuantitativa, el hombre se libera de todaobligación ajena a su tarea inmediata.

El artista no tiene que pensar en lospremios de la crítica ni en el dinero queobtendrá pintando. Tiene que pensar enla belleza de este pincel preparado afluir si él lo suelta.

El cirujano no ha de pensar en loshonorarios, sino en la vida que palpitabajo sus dedos.

El atleta debe ignorar a la multitud

y dejar que su cuerpo corra por él.El escritor debe dejar que sus

dedos desplieguen las historias de lospersonajes, que, siendo humanos yllenos como están de sueños yobsesiones extrañas, no sienten más quealegría cuando echan a correr.

De modo que el trabajo, el trabajoesforzado, allana el camino a lasprimeras fases de la relajación, esas enque uno empieza a acercarse a lo queOrwell llamaría el No pensar . Comocuando se aprende a escribir a máquina,llega un día en que las meras letras a-s-d-f y j-k-l dan paso a una corriente depalabras.

Por eso no deberíamos desdeñar eltrabajo ni desdeñar los cuarenta y cinco

o cincuenta y dos cuentos escritos ennuestro primer año de fracasos. Fracasares rendirse. Pero uno está en medio deun proceso móvil. Entonces no hay nadaque fracase. Todo continúa. Se ha hechoel trabajo. Si está bien, uno aprende. Siestá mal, aprende todavía más. El únicofracaso es detenerse. No trabajar esapagarse, endurecerse, ponersenervioso; no trabajar daña el procesocreativo.

Ya ven entonces que no trabajamospor trabajar, no producimos porproducir. Si fuera así, sería lógico queustedes alzaran las manos, horrorizados,y me dejaran. Lo que estamos intentandoes encontrar una forma de liberar laverdad que todos llevamos dentro.

¿No es obvio ahora que cuanto máshablamos de trabajo más nos acercamosa la Relajación? La tensión nace deignorar o de haber rendido la voluntadde saber. El trabajo, porque daexperiencia, se convierte en nuevaconfianza y finalmente en relajación.

Una relajación, una vez más, detipo dinámico; como en la escultura,cuando el artista no necesita decir a susdedos lo que tienen que hacer. Tampocoel cirujano aconseja al bisturí. Ni elatleta aconseja al cuerpo. De repente sealcanza un ritmo natural. El cuerpopiensa solo.

Volvamos pues a los tres carteles.júntenlos en el orden que quieran.TRABAJO, RELAJACIÓN, NO

PENSAR. Antes separados, ahora sejuntan en un proceso. Porque si unotrabaja, termina relajándose y al final nopiensa. Entonces y sólo entonces operala verdadera creación.

Pero sin un pensamiento correcto eltrabajo es casi inútil. Me repito, pero elescritor que quiera pulsar la verdad másamplia que hay en él debe rechazar lastentaciones de Joyce o Camus oTennessee Williams tal como lasexhiben las revistas literarias. Debeolvidarse del dinero que lo espera en lasrevistas populares. Debe preguntarsequé piensa realmente del mundo, quéama, teme u odia y empezar a vertirlo enpapel.

Luego, a través de las emociones,

con el trabajo sostenido durante un largoperíodo, la escritura se hará más clara;el escritor empezará a relajarse porqueestará pensando bien y el pensamientose hará más correcto aún porque élestará relajado. Se volverán los dosintercambiables. Por fin el escritorempezará a verse. De noche, de lejos, lafosforescencia de sus adentros arrojarásombras en la pared. Por fin el chorro,la agradable mezcla de trabajo,espontaneidad y relajación será como lasangre en un cuerpo, fluyendo delcorazón porque ha de fluir, enmovimiento porque ha de moverse.

¿Qué intentamos develar en esteflujo? Lo único irreemplazable en elmundo, la única persona de la cual no

hay duplicado. Usted. Así como hubo unsolo Shakespeare, un Moliere, un doctorJohnson, usted es ese bien precioso, elhombre individual, el hombre que todosproclamamos democráticamente pero tana menudo se pierde en el tráfago, inclusopara sí mismo.

¿Cómo se pierde uno?Poniéndose metas incorrectas,

como he dicho. Ambicionando la famaliteraria demasiado rápido.Ambicionando dinero demasiado pronto.Pero deberíamos recordar que la fama yel dinero son dones que se nos otorgansólo después de que hayamos brindadoal mundo nuestros dones mejores,nuestras verdades solitarias eindividuales. Por el momento tenemos

que construir nuestra mejor trampa pararatones, sin atender al agujero que nosestán abriendo en la puerta.

¿Qué piensa usted del mundo?Usted, prisma, mide la luz del mundo;ardiente, la luz le pasa por la mente paraarrojar en papel blanco una lecturaespectroscópica diferente de todas lasdemás.

Que el mundo arda a través deusted. Proyecte en el papel la luz rojovivo del prisma. Haga su propia lecturaespectroscópica.

¡Descubrirá entonces un nuevoelemento, usted, y lo registrarágráficamente y le pondrá nombre!

Entonces, prodigio de prodigios,tal vez hasta se haga conocido en las

revistas literarias y un día, ciudadanosolvente, se quede deslumbrado y felizcuando alguien exclame sinceramente:«¡Bien hecho!».

La sensación de inferioridad, pues,muy a menudo revela inferioridadverdadera en un oficio por simple faltade experiencia. De modo que trabaje,adquiera experiencia y así, lo mismoque el nadador se solaza en el agua,podrá estar a gusto en su escritura.

En el mundo hay un solo tipo dehistoria. La suya. Si usted escribe suhistoria posiblemente se la venda a unarevista u otra.

A mí, Weird Tales me harechazado cuentos que después envié yvendí a Harper's. Planet Stories me ha

rechazado cuentos que vendí aMademoiselle

.¿Por qué? Porque siempre heintentado escribir mi propia historia.Pónganles la etiqueta que quieran,llámenlas ciencia-ficción, fantasía,policial o western . En el fondo, todaslas buenas historias son de una solaclase: la de la historia escrita por unindividuo con una verdad propia. Esahistoria siempre cabrá en alguna revista,sea el Post o McCall's, sea AstoundingScience-Fiction, Harper's Bazaar o TheAtlantic.

Me apresuro a añadir que para elescritor principiante, imitar es natural ynecesario. En los años de preparación elescritor debe elegir un campo donde

crea que podrá desarrollarcómodamente sus ideas. Si su naturalezase parece en algo a la filosofía deHemingway, es correcto que imite aHemingway. Si su héroe es Lawrence,seguirá un período de imitación deLawrence. Si le gustan los westerns deEugene Manlove Rhodes, en el trabajose traslucirá esa influencia. En elproceso de aprendizaje, el trabajo y laimitación van juntos. Uno sólo se impidevolverse auténticamente creativo cuandola imitación sobrepasa su funciónnatural. Hay escritores que tardan añosen dar con la historia original que llevandentro; otros apenas unos meses.Después de millones de palabras deimitación, a los veintidós años yo me

relajé de repente y abrí la brecha a laoriginalidad con una historia de«ciencia-ficción» que era enteramente«mía».

Recuerden que una cosa es escogerun campo de escritura y otra muydiferente someterse dentro de esecampo. Si su gran amor es el mundo delfuturo, parece adecuado que gaste suenergía en la ciencia-ficción. La pasiónlo protegerá contra todo sometimiento, ouna imitación excesiva. No hay campomalo para un escritor. Lo único quepuede causar daño grave son losdiversos tipos de presunción.

¿Por qué en nuestra época, encualquier época, no se escriben yvenden más historias «creativas»?

Principalmente, creo, porque muchosescritores ni siquiera conocen el modode trabajar que he discutido aquí.Estamos tan acostumbrados a ladicotomía entre lo «literario» y lo«comercial» que no hemos etiquetado niconsiderado la Senda Media, la vía quemejor conduce a la producción dehistorias igualmente agradables para losesnobs y los escribas. Como decostumbre, hemos resuelto el problema,o hemos creído que lo resolvíamos,apretujando todo en dos cajasetiquetadas. Cualquier cosa que no entreen alguna de las dos cajas no entra enninguna parte. Mientras sigamosactuando y pensando así, nuestrosescritores seguirán sujetos y maniatados

por sí mismos. Entre una y otra opciónestá el Gran Camino, la Vía Feliz.

Y ahora, seriamente -¿lessorprende?- he de sugerirles que leanustedes un libro de Eugene Herrigelllamado El zen y el arte del tiro conarco. Allí las palabras TRABAJO,RELAJACIÓN y NO PENSAR, u otrasparecidas, aparecen bajo diferentesaspectos y en marcos diversos.

Yo no sabía nada del zen hastahace unas semanas. Lo poco que séahora, ya que quizá los intriguen lasrazones de mi título, es que también eneste rubro, el arte de la arquería, tienenque pasar largos años para que unoaprenda la simple acción de tensar elarco y colocar la flecha. Luego otros de

preparación para el proceso, a vecestedioso y enervante, de permitir que lacuerda se suelte y la flecha se dispare.La flecha debe volar hacia un objetivoque nunca hay que tener en cuenta.

No creo, después de un artículo tanlargo, que deba mostrarles aquí larelación entre el tiro con arco y el artedel escritor. Ya les he advertido que nopiensen en objetivos.

Hace años, instintivamente,descubrí el papel que debía desempeñarel Trabajo en mi vida. Hace más dedoce, en tinta roja, a la derecha, escribíen mi escritorio las palabras ¡NOPENSAR! ¿Me reprocharán ustedes que,en fecha tan tardía, me haya encantadotopar con la verificación de mi instinto

en el libro de Herrigel sobre el zen?Llegará un día en que sus

personajes les escribirán los cuentos; undía en que, libres de inclinacionesliterarias y sesgos comerciales, susemociones golpearán la página contaránla verdad.

Recuerden: la Trama no es sino lashuellas que quedan en la nieve cuandolos personajes ya han partido rumbo adestinos increíbles. La Trama sedescubre después delos hechos, noantes. No puede preceder a la acción. Esel diagrama que queda cuando la acciónse ha agotado. La Trama no debería sernada más. El deseo humano suelto, a lacarrera, que alcanza una meta. No puedeser mecánica. Sólo puede ser dinámica.

De modo que apártense, olvidenlos objetivos y dejen hacer a lospersonajes, a sus dedos, su cuerpo.

No se contemplen el ombligo,entonces, sino el inconsciente, y con esoque Wordsworth llamó «sabiapasividad». Para solucionar susproblemas no les hace falta recurrir alzen. Como todas las filosofías, el zen nohizo sino seguir las huellas de hombresque aprendieron por instinto lo que erabueno para ellos. Todo tallista, todoescultor que esté a la altura de sumármol, toda bailarina ponen enpráctica lo que predica el zen sin haberoído nunca esa palabra.

La sentencia «Sabio es el padreque conoce a su hijo» debería

parafrasearse en «Sabio es el escritorque conoce su inconsciente». Y que nosólo lo conoce sino que lo deja hablardel mundo como sólo ese inconscientelo ha sentido y modelado, como verdadpropia.

Schiller aconsejó a los que fueran acomponer que retirasen «a losguardianes de las puertas de lainteligencia». Coleridge lo expresó así:«La naturaleza torrencial de laasociación, a la cual el pensamientopone timón y freno».

Para acabar, como lecturasuplementaria a lo que he dicho, «Laeducación de un anfibio», de AldousHuxley, en su libro Mañana y mañana ymañana. Y, libro realmente bueno,

Haciéndose escritor, de DorotheaBrande; se publicó hace muchos añospero explica muchas de las maneras enque el escritor puede descubrir quién esy cómo volcar en el papel la materiainterior, a menudo mediante laasociación de palabras.

Y ahora díganme, ¿he sonado comouna especie de cultista? ¿Como un yoguique se alimenta de naranjitas chinas,pasas de uva y almendras a la sombradel baniano? Permítanme asegurarlesque si les hablo de todo esto es porquedurante años ha funcionado para mí. Ycreo que quizá les funcione a ustedes. Laverdadera prueba está en la práctica.Por eso sean pragmáticos. Si no estáncontentos con su escritura, bien podrían

darle una oportunidad a mi método.Creo que encontrarían fácilmente

un nuevo sinónimo de trabajo. Es lapalabra AMOR. 1973

...Sobre la creatividad

VE CON PATA DE PANTERA

ADONDE DUERMEN LASVERDADES MINADAS

No aplastes ni arrebates;descubre y conserva;

con paso de pantera veadonde duermen las

verdades minadasa detonar con sigilo las

semillas ocultaspara que en tu estela,

invisible, ignorada,brote una riqueza

exuberante y quede atrásmientras te escabulles

fingiendo que eres ciego.Al volver al sendero que

abriste en la jungladescubre los desechos

que hiciste a un lado;las mínimas verdades y

las grandes han aflorado allídonde antes diste tumbos

con loca inconscienciao algo parecido. Y así

esas minas fueron detonadasen fácil juego de paso y

pisada y hallazgo;pero sobre todo paso

suelto; pisada, muy poca.Presta atención, pero una

pizca.Desdeña el cuidado,

muéstrate distante, haz casoomisode las millas, y detrás de

tu sonrisa, como gatos,vendrán a ronronear las

metáforas, cada una unorgullo,una espléndida bestia de

oro que llevabas oculta,convocada ahora en

cosechas de sabanavuelta elefante

agamuzado que estremecey atrona y desencaja

para que la mente pasmada,contemple la belleza

pero perciba el defecto.Luego, visto el defecto,

como lunar en la más bella,apresúrate a reconocer,

entero, el Todo.Hecho lo cual, finge no

guardar ningúnconocimiento;con paso de pantera ve

adonde duermen lasverdades minadas.

SOY LO QUE HAGO-PORESO ESTOY AQUÍ

a Gerard Manley Hopkins

Soy lo que hago; por esoestoy aquí.

¡Soy lo que hago! ¡Paraeso vine al mundo!

Así decía Gerard;el amable Manley

Hopkins.En prosa y en poesía vio

el Destinoseñalado en los genes,

para soltarlo luego, libreentre los caracteres

eléctricos impresos en lasangre.

¡Llevas la huella delpulgar de Dios!, decía.

¡En la hora en que tealumbran:

Él te toca la frente y teestampa en el ceño,

los símbolos y riscos desu Alma!

Pero en la misma hora,nacido ya y gritando

los atónitospronunciamientos del queviene al mundo,

reflejado en los ojos dela partera, la madre y el

médicoves que el Pulgar se

desvanece y se rasga encarne,

para que, perdido,borrado, apliques una vida a

buscary cavar, buscando las

instrucciones allí puestascuando Dios hizo el

circuito, e imprimiéndoloexclamó:

«¡Adelante! ¡Haz eso! ¡Yalgo más!

¡He aquí tu identidad!¡Sé esto!

¡¿Pero qué ocurre?!,gritas tú a voz en cuello,

¿acaso no hay descanso?No, sólo un viaje hacia timismo.

Y aun después,

desaparecida la Huella, conun

rumor de caracolque se extingue en

suspiro, unas últimas palabraste

envían al mundo:«No eres la madre, ni el

padre ni el abuelo.No seas otro. Sé lo que

Yo te rubriqué en la sangre.Puse en tu carne un

enjambre de ti. Búscalo.Y al encontrado, sé lo

que no puede ser ningún otro.Te dejo dones del

Destino más oculto; nobusques

uno ajeno,pues entonces no habrá

tumba en donde quepa tuaflicciónni distancia suficiente

para ocultar tu pérdida.Yo circunnavego cada

una de tus células,tu menor molécula es

verdadera y justa.Busca allí destinos

indelebles, excelentes yraros.Diez mil futuros se

reparten tu sangre a cadainstante;cada gota es para ti un

gemelo eléctrico, un clon.

En la más leve línea deuna mano pueden leerse

réplicasde lo que yo he

planeado,y he sabidoantes de que nacieras, y

te oculté en el corazón.No hay parte tuya que no

cobije, mantenga y escondalo que serás si la fe dura.Eres lo que haces. Para

eso te di a luz.Acata. Sé sólo aquello

que es francamente tú mismoen esta Tierra.»Querido Hopkins.

Amable Manley. Raro

Gerard.Hermoso nombre.Somos lo que hacemos.

Debido a ti. Para eso hemosvenido.

EL OTRO YO

No escribo yo...el otro que hay en mípide aflorar

constantemente.Mas si me apresuro a

volverme y mirarloél vuelve a escabullirseal momento y al lugaren donde estaba antes

pues sin saberlo entornéla puerta

y lo dejé salir.A veces un grito

encendido lo llama;comprende que lo

necesito,y yo también. Su tareaserá decirme quién soy

bajo la máscara.Él es Fantasma, yo

fachadaque oculta la ópera que

él escribe con Dios,en tanto yo, ciego del

todo,espero impávido a que

su mentese me deslice brazo

abajo,por la muñeca, hasta la

manoy las puntas de los dedosy furtiva encuentreesas verdades que caen

de las lenguascon sonido quemante,todo surgido de una

sangre secretay alma secreta de secreto

suelo.Con alegríaél se asoma a escribir, y

luego correa esconderse una semana

hasta que reanuda eljuego

en el cual yo finjo,diligente,

que no es mi propósitotentarlo.

Pero lo tiento, mientrassimulo mirar hacia otro lado,

para que no se escondatodo el día.

Echo a correr e inicio unjuego simple

un salto distraído.¿Cuál convoca del sueñola bestia que brilla y

acecha?¿De quién las reservas y

el coto de caza?

De mi aliento, mi sangre,mis nervios.Pero ¿qué lugar de esa

materiahabita él?¿Dónde está su

madriguera?¿Tras esta oreja de

goma?¿Tras esa oreja de

grasa?¿Donde cuelga el

sombreroel joven descarriado?No hay caso. Ermitaño

nacióy vive recluido.Nada que hacer sino

seguir sus triquiñuelasdejar que corra y

cosechar la fama.En la cual yo pongo el

nombrea una materia que le he

birlado,y todo porque le atrajecon dulces aromas

creativos.¿Escribió R.B. ese

poema,ese diálogo, esa línea?No: el simio interior,

invisible,fue quien lo instruyó.Vestido con mi carne,su alcance es misterioso.

No digan mi nombre.Elogien a ese otro.

TROYA

Mi Troya, claro, estabaallí,

aunque los demásdecían: No.

Hornero el ciego hamuerto. Sus mitos

no tienen donde ir. Nocaves. Deja ya.

Pero entonces urdí unmodo

de reparar mi alma debarro

o morir.Yo conocía mi Troya.La gente me advertía: es

puro cuento,nada más.Yo soportaba la

advertencia, sonriendo,mientras mi pala no

dejaba de hurgaren los claroscuros del

jardín de Homero.¡Dioses! ¡Qué importa!,

gritaban los amigos:¡Si el tonto Hornero era

ciego!¿Cómo va a enseñarteruinas que no fueron

nunca?

Es cierto, decía yo. Élhabla. Yo oigo. Es cierto.

Desdeñado el consejo,cavaba cuando me daban

la espalda,pues desde los ocho

años lo sabía:Mi destino era fatídico,

decían.¡El mundo se iba a

acabar!Aquel día tuve pánico,

creíque ni ellos ni tú ni yoveríamos el siguiente

amanecer-pero ese amanecer

llegó.

Avergonzado lo vi, merecordé vacilar

y me pregunté quépretendían

los mentores de laFatalidad.

Desde entonces guardouna dicha íntima

y no los dejo vermi Troya que está

enterrada;pues si la vieran, qué

burlas,qué escarnio, qué

bromas;para todos esos tiposmi Ciudad quedó

sellada;

y a medida que fuicreciendo,

he cavado cada día.¿Qué encontrépara dar como regalo al

viejo Homero,el ciego?No una Troya, ¡sino

diez!¿Diez Troyas? ¡Dos

veces diez! ¡Tres docenas!¡Prima cada una más

rica,esplendorosa, excelente!Todas de mi carne y

sangrey cada una verdadera.¿Qué significa esto,

pues?¡Desentierra la Troya

que hayen ti!

NO LLEVES RUINAS EN LA MENTE

No lleves ruinas en lamente

o la belleza se frustra;¡ciego se vuelve el sol deRoma

y catacumba el fríohotel!

El supuesto paraíso sehará infierno.

Guárdate de los

temblores y el torrenteque el tiempo esconde en

la sangre del turistae irrumpe a mansalva

desde el hogar escondidoal ver la Roma

arruinada.Piensa en tu triste

sangre, pon cuidado,lo que ves allí disperso

son los ladrillos y huesos deRoma,

en cada cromosoma, encada gen

está todo cuanto fue, ohabría podido ser.

Tumbas, tronosarquitectónicos,

todos son ruinas en tushuesos.

Allí el tiempo arrasatodo cuanto crece

y todo cuanto tussombras futuras saben:

no lleves esa ruinainterior a Roma,

si es sabio, el tristepermanece en casa;

pues si la melancolía vaadonde todo se ha

perdido, crece la pérdiday despunta la sombra que

el ser ha utilizado.Viaja pues con alegría.De otro modo

consumarás en ruinas

una muerte que ya haesperado mucho

y las ardientes ciudadesde la sangre

caerán estremecidas delbien y la cordura

y con la vista en ruinasverás

una Roma perdida yarruinada. ¿Y tú?

Agrietada estatua que elmediodía restaura

pero habitada por unalma en continua medianoche.

Por eso no salgas deviaje con pena

o ausencia de sol en lasangre;

semejantes viajescuestan el doble:

porque en ellos sepierden el imperio y tú.

Cuando hay un aire en tumente a catacumba

y todo en Roma teparece cementerio,

no vayas, turista.Quédate en casa.¡Quédate en casa!

CUANDO YO MUERO, MUERE EL

MUNDO

Pobre mundo que ignorasu destino, el día de mi

muerte.Dos mil millones mueren

cuando mi muerte llega.Me llevo a la tumba un

continente entero.Son valerosos, inocentes

e ignoranque si me hundo ellos me

siguen al instante.Así, en la hora de la

muerte hay un clamor deBuenos

Tiemposmientras, loco egoísta,

yo agito la campana del MalAño.

Allende mi tierra haytierras vastas y brillantes,

pero mi mano firme lesapaga la luz de un solo gesto.

Anulo a Alaska,degüello a Gran Bretaña,

pongo en duda almonarca Sol de Francia,

con un guiño promuevola locura de la vieja Madre

Rusia,arrojo a China de un

acantilado de mármol,derribo a Australia y le

planto una lápida,aparto a Japón de un

puntapié. ¿Y Grecia?Eliminada.

La haré volar ydesplomarse, como a la verde

Irlanda,convertida en sudoroso

sueño mío. Desesperaré aEspaña,fusilaré a los hijos de

Goya y daré tormento a los deSuecia,abatiré flores y granjas y

ciudades con rifles decrepúsculo.Cuando mi corazón se

para, el gran Ra se hunde enel

sueño;sepulto las estrellas en

el Abismo Cósmico.Por eso escucha, mundo,

ya te he avisado. Y teme.

El día que me asquee, tusangre estará muerta.

Si te comportas, yo,magnánimo, te dejaré vivir.

Pero desvíate y mecobraré.

Es la última palabra. Searrían las banderas.

¿Y si me bajan de undisparo? Mundo: te acabas tú

también.

HACER ES SER

Hacer es ser.Haber hecho no basta.Abarrotarse de hacer:

ése es el juego.Nombrarse a cada hora

por lo actuado,medir el tiempo en la

hora del crepúsculoy descubrirse en actosimposibles de conocer

antes que ocurralo que has sonsacado a

ese yo ocultoque por su parte exige

cortejeos,de modo que hacer es lo

que alumbra;mata la duda por el

simple salto,el arrebato, la carreraen pos

del yo re-descubierto.No hacer es morir,o haraganear entre las

cosasque acaso se hagan algún

día.¡Fuera con eso!El mañana estará vacíosi nadie lo azuza hacia la

vidacon una movediza

mirada.Que el cuerpo guíe a la

mentey la sangre sea lazarillo.y tú entrénate y ensayapara encontrar el

universo

del centro de tu almasabiendo que ver y estar

en movimiento-¡Hacer es ser!-da siempre resultado.

TENEMOS EL ARTE PARA QUE LA

VERDAD NO NOS MATE

¿Sólo conoces lo Real?Cae muerto.

Eso dijo Nietzsche.Tenemos el arte para que

la verdad no nos mate.Para nosotros el mundo

es demasiado.Después de cuarenta

días el Diluvio sigue.Las ovejas que pastan

allá lejos son chacales.Ese tictac en tu cabeza

es de verdad el Tiempoy vendrá por la noche a

sepultarte.El tibio niño que ahora

duerme partirá en el alba,y con tu corazón irá

hacia mundos que ignoras.Y por esonecesitamos que el Arte

enseñe a respirary haga latir la sangre;

tener que aceptar la cercaníadel Diabloy la edad y la sombra y

el coche que atropella,y al payaso con máscara

de Muerteo la calavera que con

corona de Bufóna medianoche agita

cascabelesde óxido sangriento y

matracas gruñonasque estremecen los

huesos del desván.Tanto, tanto, tanto...

¡Demasiado!¡Destroza el corazón!¿Y entonces? Encuentra

el Arte.Toma el pincel. Aviva el

paso. Mueve las piernas.

Baila. Prueba el poema.Escribe teatro.

Más hace Milton queDios, aun borracho,

para justificar los modosdel Hombre con el Hombre.

Y el divagante Melvillese toma en serio la tarea

de encontrar la máscarabajo la máscara.

Y la homilía de Emily D.señala el basurero

de nuestras anomalías.Y Shakespeare envenena

el dardo de la Muertey la herramienta de un

arte de enterrador.Y Poe construye un Arca

de huesosporque ha presentido un

diluvio de sangre.La muerte es una

dolorosa muela del juicio;extrae esa Verdad con

las tenazas del Artey emploma el abismo en

donde estabaoculta en las sombras

con el Tiempo y las Causas.Aunque el Gusano Rey

nos devore el corazóncon la boca de Yorick

demos gracias al Arte.

AGRADECIMIENTOS

Los ensayos de esta colección

aparecieron por primera vez en lassiguientes publicaciones, a cuyoseditores y directores doy las debidasgracias.

«The Joy of Writing» [La dicha deescribir], en Zen & the Art of Writing,Capra Chapbook Thirteen, Capra Press,1973.

«Run Fast, Stand Still, or TheThing at the top of the Stairs, or NewGhost, From Old Minds» [Date prisa, note muevas, o la cosa al final de laescalera, o nuevos fantasmas de mentesviejas], en How to Write Tales ofHorror, Fantasy & Science-Fiction,editado por J. A. Williamson,

WritersDigest Books, 1986.«How to Keep and Feed a Muse»

[Cómo alimentar a una musa yconservarla], en The Writer, julio de1961.

«Drunk, and in Charge of aBicycIe» [Borracho y a cargo de unabicicleta], Introducción a he CollectedStories of Ray Bradbury, Alfred A.Knopf, Inc., 1980.

«Investing Dimes: Fahrenheit 451»[Invirtiendo centavos: Fahrenheit 451],Introducción a Fahrenheit 451, LimitedEditions Club, 1982.

«Just This Side of Byzantium:Dandelion Wine» [A este lado deBizancio: El vino del estío],Introducción a Dandelion Wine , Alfred

A. Knopf, Inc, 1974.«The Long Road to Mars» [El largo

camino a Marte], Introducción a TheMartian Chronicles: The FortiethAnniversary Edition, Doubleday, 1990.

«On the Shoulders of Giants...» [Ahombros de gigantes] se publicóoriginalmente como prefacio a OtherWorlds: Fantasy and Science FictionSince 1939, editado por John J.Teunissen, University of ManitobaPress, 1980. Reimpreso en númeroespecial por MOSAIC, XIII/3-4(primavera-verano, 1980).

«The Secret Mind» [La mentesecreta], en The Writer, noviembre,1965.

«Shooting Haiku in a Barre!»

[Metiendo haiku en un rollo], en FilmComment (noviembre-diciembre, 1982).

«Zen in the Art of Writing» [Zen enel arte de escribir], en Zen & the Art ofWriting, Capra Chapbook Thirteen,Capra Press, 1973.