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Los contextos históricos de la noción de ciudadanía: inclusión y exclusión enperspectiva* RICARD ZAPATA-BARRERO \ objetivo de este capítulo es familiarizar al lector con la semántica del término «ciudadanía». Para ello, identificaré los elementos distintivos más relevantes que la han acompañado a lo largo de la historia susceptibles de sernos útiles para entender el alcance de los argumentos que aparecerán en este número monográfico. Se admite generalmente que la conceptuación moderna de la ciudadanía es el producto de una combinación de tres tradiciones históricas. Por un lado, la tradición clásica griega, que enfatiza la noción como participación en asuntos políticos; por otro lado, la tradición romano-cristiana, que desarrolla su carácter reivindicativo y de des- confianza de la autoridad; y, por último, la tradición hebraica, que pondera su actitud leal y la aceptación del autosacrificio para un bien comunitario. Mientras que la prime- ra y la tercera vinculan al ciudadano con su comunidad, bajo criterios o bien racionalis- tas (tradición griega) o bien sentimentales (tradición hebraica), la tradición romano- cristiana la separa otorgando más importancia a la individualidad. En este breve reco- rrido histórico destacaré cómo se generan estas tres dimensiones. A lo largo de este recorrido haré dos usos de «ciudadanía»; uno cerrado e institucio- nal y un uso abierto e instrumental. Es decir, puede ser tanto objeto de actuación política para integrar y/o excluir la realidad plural, como sujeto para designar un tipo de identidad y de actividad políticas. Este doble uso precisa un hilo conductor: el binomio inclusión/exclusión. Mi argumento es que «ciudadanía» ha sido históricamente una no- ción excluyente. Su semántica ha connotado constantemente un privilegio y un límite social, ético, político y económico frente a las demás personas no incluidas dentro de su alcance semántico. Finalmente, dos últimas precisiones. Por un lado, la historia de la noción es la de una identidad cuya expresión ha sido políticamente autorizada por las autoridades de cada época. Por otro lado, contrariamente a algunos estudios que lo de- jan por sentado, «ciudadanía» no implica «democracia». Por expresarlo aristotélica- mente, la ciudadanía es una identidad necesaria para que una autoridad pueda relacio- narse con una pluralidad de personas, pero independiente del tipo de organización polí- tica. En este sentido, la consideraré como una noción funcional que ha servido para le- gitimar una gran variedad de organizaciones políticas. La ciudadanía considerada como un enfoque permite conocer cómo en cada período histórico estaba estructurada la so- ciedad, y cuáles eran sus estrategias de legitimación de la autoridad. * Este capítulo es una versión resumida de la introducción de mi obra Ciudadanía, democracia y pluralismo cultural: hacia un nuevo contrato social (Barcelona, Anthropos Editorial, 2001). He omitido las referencias bibliográfi- cas y las notas a pie de página, que el lector podrá encontrar en el libro citado. PERCEPCIÓN INTELECTUAL 23 anthropos 191 e

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Los contextos históricos de la nociónde ciudadanía: inclusión y exclusiónen perspectiva

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Los contextos históricos de la noción

de ciudadanía: inclusión y exclusiónen perspectiva*

RICARD ZAPATA-BARRERO

\ objetivo de este capítulo es familiarizar al lector con la semántica del término«ciudadanía». Para ello, identificaré los elementos distintivos más relevantes que la hanacompañado a lo largo de la historia susceptibles de sernos útiles para entender elalcance de los argumentos que aparecerán en este número monográfico.

Se admite generalmente que la conceptuación moderna de la ciudadanía es elproducto de una combinación de tres tradiciones históricas. Por un lado, la tradiciónclásica griega, que enfatiza la noción como participación en asuntos políticos; por otrolado, la tradición romano-cristiana, que desarrolla su carácter reivindicativo y de des-confianza de la autoridad; y, por último, la tradición hebraica, que pondera su actitudleal y la aceptación del autosacrificio para un bien comunitario. Mientras que la prime-ra y la tercera vinculan al ciudadano con su comunidad, bajo criterios o bien racionalis-tas (tradición griega) o bien sentimentales (tradición hebraica), la tradición romano-cristiana la separa otorgando más importancia a la individualidad. En este breve reco-rrido histórico destacaré cómo se generan estas tres dimensiones.

A lo largo de este recorrido haré dos usos de «ciudadanía»; uno cerrado e institucio-nal y un uso abierto e instrumental. Es decir, puede ser tanto objeto de actuaciónpolítica para integrar y/o excluir la realidad plural, como sujeto para designar un tipo deidentidad y de actividad políticas. Este doble uso precisa un hilo conductor: el binomioinclusión/exclusión. Mi argumento es que «ciudadanía» ha sido históricamente una no-ción excluyente. Su semántica ha connotado constantemente un privilegio y un límitesocial, ético, político y económico frente a las demás personas no incluidas dentro de sualcance semántico. Finalmente, dos últimas precisiones. Por un lado, la historia de lanoción es la de una identidad cuya expresión ha sido políticamente autorizada por lasautoridades de cada época. Por otro lado, contrariamente a algunos estudios que lo de-jan por sentado, «ciudadanía» no implica «democracia». Por expresarlo aristotélica-mente, la ciudadanía es una identidad necesaria para que una autoridad pueda relacio-narse con una pluralidad de personas, pero independiente del tipo de organización polí-tica. En este sentido, la consideraré como una noción funcional que ha servido para le-gitimar una gran variedad de organizaciones políticas. La ciudadanía considerada comoun enfoque permite conocer cómo en cada período histórico estaba estructurada la so-ciedad, y cuáles eran sus estrategias de legitimación de la autoridad.

* Este capítulo es una versión resumida de la introducción de mi obra Ciudadanía, democracia y pluralismocultural: hacia un nuevo contrato social (Barcelona, Anthropos Editorial, 2001). He omitido las referencias bibliográfi-cas y las notas a pie de página, que el lector podrá encontrar en el libro citado.

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Período premoderno

En los siguientes apartados se presenta el contenido semántico distintivo de cada períodopremoderno: el período clásico griego, la época romana, la larga era cristiana y medieval,y el período transitorio renacentista y monárquico.

Período clásico griego: la experiencia democrática liderada por Feríelesy la primera teoría normativa de la ciudadanía en Aristóteles

Al discutir sobre el origen de «ciudadano» inevitablemente nos adentramos en losinicios de una época que es autoconsciente de su poder de modificar estructuralmentela sociedad a través de sus decisiones gubernamentales. Si bien generalmente se admi-te que este proceso comienza en el período denominado posthomérico, concretamenteen el siglo vi a.C., con Solón (640-558 a.C.), cuyas actividades legislativas son conside-radas como el momento más relevante del inicio de la historia de la ciudadanía griega,y con Clístenes, quien en la segunda mitad del siglo VI a.C. emprende la construcciónde una nueva estructuración política, será a comienzos del siglo V a.C. cuando elestratega Feríeles (495-429 a.C.), quien hereda todo el movimiento histórico reforma-dor desde Solón, quien modifica sustancialmente la institución de la ciudadanía. Unade sus primeras medidas es variar su percepción jurídica estableciendo decretos querestrinjan su adquisición a aquellos que tengan un origen ateniense por parte de am-bos padres. Esta medida proporciona una significación instrumental de control. Sesuele tomar la famosa oración fúnebre transmitida por Tucídides en su Historia de laGuerra del Peloponeso como referencia (II parte, párrafos 35-46). Textualmente dichaoración expresa más una dimensión moral (la ciudadanía como un ethos), que legal.Su visión positiva de un ciudadano consciente, dedicado activamente al bienestar de sucomunidad, moralmente protector de la tradición, no debe no obstante obnubilarnuestra percepción histórica real. Feríeles es un hombre político, que como tal utilizala oratoria política para influenciar las mentes de sus seguidores. El contexto donde elestratega pronuncia su oración es una época de crisis social y política, de crisis en lahistoria de la ciudadanía, debido a la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.). Los ciuda-danos, tras la guerra, están cansados y derrotados. Si bien la oración puede ser conce-bida históricamente como una «inyección de moral», defendiendo la superioridad mo-ral ateniense frente a la de Esparta, las medidas prácticas anteriormente citadas co-rresponden de hecho a indicios de crisis de la ciudadanía. Tras la guerra, los casamien-tos mixtos se prohibieron. Las leyes no tenían como objetivo ampliar la ciudadanía porrazones militares, sino limitarla.

En este contexto aparecen los textos políticos de Aristóteles (384-322), el cual debeser interpretado como emprendiendo una restauración política y ética frente a la reali-dad fracturada. A través de sus escritos se tienen testimonios de cómo se reflejaba eldeseo de preservar las mejores cualidades de la persona para formar parte como ciuda-dana de la comunidad. Su obra ejemplifica que en esta época ya no es ni el origen ni laresidencia lo que convierte a una persona en ciudadana, sino su actividad cívica ypolítica. Con él tenemos la primera teoría normativa de la ciudadanía. Su Política (LibroIII) constituye uno de los primeros escritos donde se establece un relación entre tipo deciudadano, y tipo de régimen y gobierno políticos.

Existen dos tipos de regímenes: los «rectos» y los «desviados». Mientras los prime-ros privilegian el bien y el interés general frente al particular, el «régimen desviado»

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aventaja el beneficio particular frente al común. A cada uno le corresponde un tipo degobierno. Usando el clásico argumento griego del número para efectuar su clasificación—o bien gobierna una persona, o bien pocas personas, o, por último, muchas perso-nas— se distinguen tres tipos de gobiernos para cada forma de régimen político. Dentrode los rectos, la monarquía, la aristocracia y la república (politeia), respectivamente; ydentro de los desviados, la tiranía, la oligarquía y la democracia, respectivamente.

Aristóteles es uno de los que establece por primera vez una idea relativa del concep-to de ciudadano, enfatizando la importancia que posee el marco político. Cuando hablade tipo de gobierno está considerando la forma de actuación de la ciudadanía: o bien laciudadanía orienta su acción hacia el interés propio o bien hacia el interés común. Dela misma forma, cuando se refiere a la variable del número, expresa el modo en que es-tas dos orientaciones se llevan a cabo: o bien de forma limitada, o bien de modo colecti-vo pero limitado, o bien de forma plenamente colectiva, respectivamente. Según estalectura, cada tipo de gobierno que surge de la combinación de estas dos variables des-cribiría un tipo de práctica ciudadana.

La literatura histórica destaca generalmente una segunda definición, la más cono-cida: ser ciudadano implica tener la capacidad de «mandar y ser mandado», de «gober-nar y ser gobernado». Esto es, la capacidad de participar en el poder de gobierno, comoya se ha subrayado, pero en un doble sentido: como autoridad en el diseño de lasdeliberaciones políticas, y como obediente de las ya efectuadas por otros. Esta bidirec-cionalidad es, de hecho, el núcleo de la definición aristotélica que la tradición cívico-hu-manista ha retenido literalmente hasta nuestros días: el ciudadano obedece a las restric-ciones que el gobierno le impone puesto que es él mismo quien ha participado activa-mente en su elaboración.

Si se separa analíticamente esta doble capacidad podría denominarse a la primerauna definición fuerte de ciudadano frente a la segunda que podría llamarse definicióndébil. De este modo, el ciudadano es, según una definición fuerte, legislador y ejecutor, ysegún una definición débil, subdito. La originalidad de la noción de ciudadanía de Aristó-teles reside en la no diferenciación analítica de estos dos elementos. Esta separación seproducirá con el advenimiento de la República y el Imperio romanos, y seguirá siendoelemento diferenciador en su largo recorrido histórico hasta nuestros días. Podría suge-rirse una comparación con nuestra época afirmando que la noción de ciudadano griego,tal como es presentado en Política, es semejante a la figura actual del político. Hoy endía sólo los políticos podrían optar a tal privilegio: son los que participan activamente enla elaboración de políticas concretas y, al mismo tiempo, las obedecen.

A modo de conclusión, existe en el discurso aristotélico un implícito importanteque acompañará la semántica de la noción hasta nuestros días: el carácter limitado de«ciudadanía». Su adquisición está limitada por un criterio económico, la posesión de unoikos (residencia, propiedad, fortuna), que se relaciona con el criterio ético y social de«ser libre» y poder llevar una vida autosuficiente, y, con el criterio político, el timoi, o laposibilidad de poder participar en la elaboración (concepción fuerte) y de obedecer(concepción débil) a las leyes de la ciudad. La combinación de estos criterios en Políticacontinúa expresando la realidad de una época clásica que, a pesar de su perseverantepreocupación por sobreponer lo comunitario a lo particular, está al origen de unaconstante semántica del término: ciudadanía era una identidad privilegiada, amparadapor derechos positivos y legales. Utilizar este carácter excluyente de una forma gradualy jurídica, introduciendo la dimensión del derecho, será una de las habilidades técnicasque distinguirán el período romano.

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Período clásico romano: la ciudadanía bajo la República y el Imperio

La historiografía suele considerar el argumento geográfico y demográfico como deter-minante para justificar el cambio semántico que se produce en la noción de ciudadanía.Con la expansión territorial de la República y principalmente del Imperio romano, laconcepción débil y fuerte que en el mundo griego estaban unidas, se separan. La ciuda-danía comienza a operar como instrumento político para conseguir una estabilidad enuna sociedad cada vez más plural. Para entender bien este proceso deben considerarsedos binomios analíticos interrelacionados. Por un lado, se producen modificacionestanto cuantitativas, al extender la posición ciudadana por tratados y decretos a una cadavez más extensa población conquistada, como cualitativas, al modificar internamentesu espacio de acción jurídicamente delimitado. Por ejemplo, la primera variación cuan-titativa se produce poco antes del advenimiento de la República, cuando el sexto rey deRoma, Servio Tulio (578-534) otorgó la ciudadanía a los llamados plebeyos, compuestosprincipalmente de mercaderes y de negociantes domiciliados en Roma pero considera-dos alíenos a los asuntos comunitarios. Estos últimos, una vez adquiridos ciertos dere-chos civiles y económicos, comenzaron a protestar contra la clase dirigente patriciahasta conseguir un cambio cualitativo de su originaria ciudadanía. Aquí está el origende la redacción de las Doce Tablas (450 a.C.), las cuales expresaban explícitamente losderechos y los tipos de relaciones permitidas entre ciudadanos. Leyes que permanece-rán como la base del Derecho civil romano en tiempos imperiales y que serán usadascomo principal referencia para la educación. La adquisición de la ciudadanía se con-cierte así un medio para entrar en una lógica de acción competitiva, abierta a lasposibilidades que ofrecía construir su propia carrera, y de satisfacer la ambición indivi-dual. A pesar de esta «flexibilidad», durante todas las fases de la época romana éstamantiene el carácter limitado y excluyente, aunque formalmente ampliado, que caracte-rizaba la noción en la polis.

En este sentido, la ciudadanía era tanto una identidad diferenciada y privilegiadacomo un instrumento en manos de la oligarquía para integrar y controlar el crecientepluralismo conforme avanzaban las conquistas. Los griegos nunca utilizaron la ciudada-nía como instrumento de dominación otorgando ciertos privilegios a su población con-quistada. La ciudadanía entendida como recurso político es, pues, usada como recom-pensa, aunque limitando bien los beneficios, sin conceder ius suffmgü susceptibles decompetir con sus propios privilegios. En cierto modo fue un instrumento para estructu-rar socialmente una jerarquía timocrática. Existían los ciudadanos de primera clase, laminoría patricia gobernante, y los ciudadanos latinos, que tan sólo tenían, con ciertasgraduaciones, derechos legales y económicos pero sine suf/mgio. Con esta idea regulado-ra se utilizó como instrumento para crear lealtad: otorgando ciertos derechos privados, seconseguía apoyo al sistema y, sobre todo, soldados para ampliar las conquistas (!). Apesar de este complejo sistema de equilibrio, se producían por parte de los plebeyosconstantes rebeliones reivindicando beneficiarse plenamente del orden establecido comolos patricios. Los plebe3'os sabían que la modificación cualitativa de su ciudadanía podíaadquirirse por tratados, no primaba sólo el nacimiento como en tiempos griegos, y que lamejor forma era alistarse en el ejército, cuyas victorias eran recompensadas con recono-cimiento legal de más privilegios. Aunque se amplía cuantitativamente el alcance de lanoción, ni se modifica cualitativamente su carácter excluyente ni la connotación de auto-nomía y de privilegio que tenía su semántica en el período clásico anterior. La ciudadaníacontinúa siendo una identidad diferenciadora que sólo puede expresar plenamente unaminoría social. Continúa siendo concebida a medida que se amplía territorial mente elImperio como una protección legal contra posibles invasiones, tanto desde el interior del

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mundo social como desde el exterior. A través de ella se concede a la persona libertas,mucho más importante que la participación política directa.

Quien mejor retrata el ideal republicano de la época fue Cicerón (106-43 a.C.),intelectualmenle educado por el cosmopolitismo estoico, y políticamente convencido delas virtudes del uso jurídico de la ciudadanía. Sus escritos estaban dirigidos a educar ala clase patricia dirigente, loando las virtudes de la vida pública y la superioridad moralde la vida activa. La adquisición de la ciudadanía romana significaba completa igualdadante la ley (La República, Libro I, XXXII). A pesar de estos ideales políticos, la realidadera diferente. Cicerón, como se sabe, no pudo imponer su ideas reconciliadoras valoran-do por encima de todo particularismo a la comunidad cívica. Casi al mismo tiempo enque efectuaba estas declaraciones, muchos senadores, seducidos por las enormes rique-zas de sus conquistas, comenzaron a privilegiar sus intereses personales. Con sus pala-bras desoídas o temidas, comenzó una época que se suele denominar de Guerra Social(91-88 a.C.) o también guerra de los socii Italici (aliados latinos), la cual expresa elmalestar generalizado en la época en la distribución de poder dentro de la República yun intento de forzar a Roma a ampliar la ciudadanía.

Si bien esta rebelión social consiguió integrar legalmente a casi todos los socii a losbeneficios de la República, supuso también lo que en la época imperial será una dimen-sión determinante de la ciudadanía, a saber, la normalización cultural. Es cierto queeste elemento estuvo presente desde los tiempos monárquicos, pero nunca los que ad-quirían ciudadanía participaron como ahora, al final de la República, manifestando unrechazo explícito contra sus propios valores culturales autóctonos y municipales. Lacivis comienza a ser sinónimo de superioridad cultural y de civilización. Esta funciónhomogeneizadora tuvo también sus consecuencias negativas dentro del sistema de reco-nocimiento social. Paulatinamente los nuevos ciudadanos son percibidos simplementecomo subditos, y, a partir del siglo I a.C., la posición social comenzó a ser de nuevoconsiderada como prioritaria frente a la ciudadanía. Posición social que otorgaba dere-cho a integrarse en los altos mandos del ejército, situación más respetada al final de laRepública que la simple categoría de ciudadano.

El ciudadano en el sentido débil adquiere, pues, una nueva función, que en elperíodo moderno será decisivo. Esto es, la de homogeneizar las diferencias religiosas yculturales del Imperio. Para llevarla a cabo, la introducción del carácter impersonaljurídico y legal, desconocido en el mundo griego, fue clave. Con esta incorporación seestablece una visión dual: una persona podía ser «ciudadano de segunda clase», entanto que subdito, y «ciudadano de primera clase» en tanto que posición decisora privi-legiada. El primero era el ciudadano latino, el segundo estrictamente el ciudadanoromano.

Este proceso de universalización de la ciudadanía tiene su punto culminante con elconocido edicto de Caracalla (188-217), emperador romano que en el año 212 intentóunificar un Imperio cada vez más disgregado otorgando la ciudadanía a todos los suje-tos libres (la llamada Contitutio Antoniniana). Esta globalización preparó de hecho elterreno a un nueva forma de entender la ciudadanía, dependiente de leyes y de «empe-radores sobrenaturales»: con la llegada del cristianismo, y su reconocimiento legal bajoel emperador Constantino en 313 a través del conocido edicto de Milán, y, fundamental-mente su proclamación como religión oficial del Imperio en 391 bajo Teodosio I, unanueva era de cambio semántico de la noción comienza, y con ella una nueva forma derelacionarse con la autoridad. Entramos ya en plena época cristiana, en el período de laEdad Media.

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Período cristiano y medieval

Para examinar el largo período medieval nos enfrentamos a serias dificultades, puestoque no existen tratados políticos con pretensiones universalistas que sirvan de referen-cia, ni edictos del tipo de Caracalla, ni grandes pensadores de la talla de un Aristóteles ode un Cicerón. A pesar de ello es posible efectuar algunas generalizaciones que mostra-rán cómo a través de la ciudadanía se construye una identidad legal, política, económicay social diferenciadora, una posición o estatus que determina la capacidad de la perso-na; una esfera de autonomía para entrar en el proceso creciente de competitividadeconómica dentro de una misma ciudad y entre ciudades entre sí; y, finalmente, unsistema de compromiso militar y de seguridad con la comunidad política en general.

Como punto de partida para entender bien la dirección que toma su semántica,debemos centrarnos en el proceso por el cual la ciudad, la civitos, adquiere un poderautónomo como entidad política y administrativa. En efecto, una de las premisas quedebe retenerse al considerar esta época es que la ciudadanía es eminentemente unconcepto descriptivo que designa a aquella persona habitante de una ciudad determina-da, que como tal se diferencia en privilegios y en identidad jurídica de los habitantes deotras ciudades. Pero esta dimensión estrictamente urbana aparece consolidada sola-mente a partir del siglo XI. Para entender la variedad de formas en que una persona,como ciudadana, podía vincularse a una ciudad determinada debemos remontarnos alperíodo final del Imperio romano, en una época premedieval dominada por un cristia-nismo antiimperialista y antimaterialista.

Si bien la ciudadanía romana y latina designaba un compromiso con la comunidadimperial, las primeras manifestaciones del cristianismo ya tolerado por Roma fue deaversión contra las dimensiones eminentemente materialistas y excluyentes de la ciuda-danía. Tanto para los esclavos como para los extranjeros y, en general, para los quepadecían la ausencia de un reconocimiento jurídico o social mínimo, el cristianismo lesproporcionó un sentido individual y comunitario: el sistema de recompensas materialesfue sustituido por un sistema de recompensas espirituales, menos tangibles quizás, perocon una gran potencialidad unificadora.

El cristianismo crea un nuevo sistema de lealtad. El universalismo político del Im-perio romano encuentra en él un nuevo impulso. Utilizado instrumentalmente, el cris-tianismo, en un principio adverso al materialismo romano, se adapta a «este mundo»prometiendo un paraíso ultraterrenal en función de las acciones emprendidas en la tie-rra, simple estado transitorio necesario para un juicio individualizado del comporta-miento de la persona. En este sentido, el buen cristiano debía actuar como buen ciuda-dano. El cristianismo proporciona, pues, una base para la conducta cívica. Por ejemplo,según el conocido sistema maniqueísta del neoplatónico san Agustín (354-430), losciudadanos son peregrini, que más allá de su connotación dinámica espacial actual,designaba a las personas que pertenecen por bautismo a la Ciudad de Dios, pero quepara alcanzarla plenamente deben antes pasar por la Ciudad del Hombre o CiudadTerrenal. En su paso, estos ciudadanos-^eregrira deben aceptar las convenciones esta-blecidas y deben actuar con bondad dentro de sus estructuras. Según sus actos terrena-les, estos ciudadanos de Dios ocupaban un lugar dentro de la jerarquía edénica prometi-da. Con este fundamento, el viejo sistema de recompensas materiales fue sustituido porrecompensas de vida eterna.

Asimismo, una nueva etapa aparece con la creación de monasterios, que si bienprivilegia la vida comunitaria a la personal, también introdujo una dimensión pasivafrente a la connotación práctica con la que había estado vinculada hasta ahora. La vitacontemplativa predomina sobre la vita activa. Extendiéndose por todo Europa principal-

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mente en ambientes rurales, los monasterios proporcionaron a las personas un centroreferencial para destinar sus lealtades comunitarias. En estos contextos comienza unproceso de fusión entre religión y política. La vida pública, en contraste con la privada,comienza a estar indisolublemente conectada con las pautas religiosas dictadas desdelos monasterios. Se crean poderes políticos locales directamente dependientes del obis-po. Se crean sobre todo santos locales, los cuales constituyen fuerzas centrípetas queproporcionan a los habitantes del lugar una identidad tangible diferenciada.

Esta imagen de un campesinado que miraba al obispo para construir su propiaidentidad no debe no obstante hacernos olvidar su vínculo con las ciudades colindantes,o la aparición creciente de centros administrativos cuyos gobiernos tenían un papeleminentemente discriminatorio respecto al comercio que se efectuaba. De este modo,junto a establecimientos religiosos se construían también edificios seculares funcional-mente comerciales. Desde la época de Carlomagno, en el siglo VIII, hasta el siglo XI, lasciudades adquieren una importancia cada vez mayor. A partir del siglo XI, la sociedadmedieval es una sociedad mercante que necesita redefinir la conexión de la persona conuna autoridad central no sólo religiosa y contemplativa, sino también interesada mate-rialmente por incrementar sus beneficios económicos. El ciudadano ya no se definetanto generacionalmente, por nacimiento, o por su compromiso religioso a través delbautismo. El ciudadano es simplemente el habitante de la ciudad (el ciudadano ensentido urbano) en tanto que tiene unas funciones mercantiles o administrativas delimi-tadas. La ciudad misma se convierte en el centro referencial de su identidad, y no tanto,como al principio, el monasterio o la iglesia parroquial.

El criterio económico para designar al ciudadano pasa de ser la propiedad a ser laindependencia económica, dos conceptos interrelacionados pero que tienen en la prácti-ca una distinción semántica fundamental. Es el período donde se incorpora a la lista de«privilegiados» el estrato de los comerciantes y de los artesanos, no necesariamentepropietarios, pero sí económicamente independientes: los futuros Bürger («burguesía»).Esta embrionaria sociedad competitiva necesitaba una base de discriminación adicio-nal. Comienza a aparecer una sociedad autoconsciente de sí misma, de sus potenciali-dades y de la dependencia de sus propios esfuerzos para mejorarse constantemente.Dentro de ella, los títulos nobiliarios adquieren una significación diferenciadora. Losnobles comienzan a construir sus propias distinciones frente a la creciente sociedadmercante.

En esta época la identidad entre el ciudadano y la ciudad se incrementa. Comoentidad genérica la ciudad necesita un orden para competir con otras ciudades. Paraello otorga privilegios legales, sociales y políticos que permitan la actividad económicade sus ciudadanos a cambio de un sistema de obligaciones, de deberes y de responsabi-lidades administrativas, sociales y militares. En este sentido, aunque durante la épocamedieval el carácter político clásico de la ciudadanía se pierde, sustituido en parte porsu dimensión económica (ciudadanía significaba más beneficio dentro de la competiti-vidad económica que estrictamente participación política), el concepto mismo era poli-tizado en cuanto era el recurso por medio del cual se efectuaba la necesaria restricciónde la conducta del ciudadano para que compitiera sin desestabilizar a la ciudad en subatalla diferenciadora. La lucha por conseguir la ciudadanía expresaba, pues, un deseopor alcanzar las protecciones legales necesarias para entrar dentro del creciente mundocompetitivo mercantil.

Junto con esta percepción de la ciudad como marketplace, se desarrollan a partir delos siglos xn y Xin infraestructuras educativas (como universidades) donde se enseña unalealtad cívica y patriótica (local) recogiendo las fuerzas comunitarias latentes en la socie-dad, como la devoción por los santos en la esfera de las creencias, el interés de pertenecer

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a gremios mercantiles en la esfera económica, y la importancia de la familia. Se desarro-lla así un sistema de compromiso donde la lealtad cívica y patriótica se consigue estable-ciendo una reordenación de prioridades: sólo pueden adquirirse beneficios materiales oespirituales a través del servicio colectivo político y administrativo. El patriotismo (local)como nueva fuerza homogeneizadora aparece como referencia cada vez más creciente deidentidad ciudadana. Éste se crea fuera del control directo de la Iglesia, a través desímbolos políticos. Cada ciudad crea así un pasado glorioso, que en el caso de Florencia,por ejemplo, roza el narcisismo. En este nivel, la educación adquiere un papel clave paragenerar el patriotismo necesario para los futuros ciudadanos, para civilizarlos, términoque paulatinamente se incorpora en esta época a la semántica de la noción.

A partir del siglo xrv comienza también a valorarse la importancia de la voluntad.Para ser un buen ciudadano, ya no basta con pagar impuestos y tener obligacionesadministrativas y militares, o simplemente vivir en la ciudad, sino también ser capaz derechazar sus propios padres por el bien público de la patria (local y urbana). Estecarácter extremo prepara ya una de las dimensiones semánticas de la ciudadanía duran-te el Renacimiento, donde se rompe la determinación de un código moral cristiano. Lavoluntad propia del ciudadano adquiere fuerza con esta nueva entidad espiritual civil,la ciudad como patria, que se convierte en otra voluntad abstracta, la voluntad de laciudadanía en general, o simplemente voluntad general. Con ello, la noción adquiere unnuevo carácter: expresa también una condición mental, un estado emocional, una acti-tud hacia la ciudad. El municeps y el subditus, a pesar de tener connotaciones diferen-tes, designaban dimensiones distintivas dentro de la semántica del civis. Sólo al final dela Edad media el municeps continuará ligado al civis a nivel local y designará genérica-mente un privilegio, y el subditus, concepto más jurídico que descriptivo, pasará areferirse al ciudadano en tanto que sometido a una autoridad política. Pero hasta esemomento civis, municeps y subditus eran prácticamente intercambiables.

Por último, desde el punto de vista del pensamiento político, la Edad Media nodesarrolló grandes tratados sobre la ciudadanía; ni siquiera el teólogo escolástico santoTomás (1228-1274), a pesar de haber introducido a Aristóteles, enfatiza la noción depoliteia. En general, la época medieval, tanto socialmente como a través de sus pensado-res, interpretó al ciudadano en el sentido débil, descendentemente. No obstante, lapenetración del pensamiento aristotélico introdujo el valor de la práctica como requisitonecesario para mantener unido un mundo político secularizado. Por ejemplo, en Flo-rencia, el activismo era tan común que necesitaba ser legitimado. El humanismo cívicotuvo en dicha ciudad su espacio idóneo para poder desarrollarse durante el Renacimien-to. Su significativa influencia no sólo reside en la relectura de los textos clásicos (princi-palmente Aristóteles y Cicerón), sino también, y al igual que en estos últimos, porque sedesarrollan en tiempos de crisis que impulsa la construcción de ideales. La crisis queviven las ciudades medievales no sólo se explica por la competencia militar y económi-ca, sino también por el incremento del poder de los nobles y diferentes príncipes quetoman consciencia de su capacidad material de poder decidir sus vínculos con losciudadanos que mejor satisfagan sus intereses.

Período renacentista y monárquico

Como ocurre hoy en día, el humanismo cívico que se desarrolla durante los siglos xrv yXV, principalmente al Norte de Italia, es una reacción contra la tendencia históricaadversa que comienza a desligar el ciudadano de los asuntos de su comunidad, contra lavida contemplativa defendida por el cristianismo, contra la vida lujuriosa y el éxito

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económico como valores hegemónicos. El príncipe (gobernante) debe prevenir todasestas disfunciones. La idea del humanismo cívico es la obra de muchos pensadores,pero su formulación sistemática y la que tuvo influencia más allá de sus fronteras, fue lade N. Maquiavelo (1469-1527).

El autor florentino enfatiza constantemente la importancia de la participación delos ciudadanos como un requisito para la estabilidad de la república. La vita activa y lavita civile debe primar sobre intereses particulares y privados. Una de las formas prácti-cas que tiene el ciudadano de potenciar la conciencia cívica es a través del serviciomilitar. El argumento es simple: a través de la participación militar se desarrolla unsentimiento eficaz de compromiso para defender la comunidad (patria).

Esta «militancia» ciudadana no está exenta de violencia. La vita activa se desarrollaen un ambiente hostil. Para Maquiavelo, la paz equivale a pasividad y tiene su ejemploen el mensaje cristiano desde hace siglos. Un Estado pacífico debilita la motivaciónnecesaria de la ciudadanía para participar en los asuntos públicos. Para entender bieneste trasfondo «agresivo» en su defensa por una ciudadanía activa, debe repasarse bre-vemente cómo integra los conceptos de fortuna y de virtú para construir las finalidadesde la política.

Los asuntos de la política se definen como aquellos que intentan dominar la reali-dad contingente o fortuna. Un gobierno que pierde su batalla contra la fortuna estádestinado a la inestabilidad. El régimen republicano debe por lo tanto no sólo evitar uncreciente ascenso de lo imprevisible, sino también saber inyectar a su ciudadanía unamoral de conducta pública de autocontrol de su propia fortuna personal. La únicaforma de combatirla es mantenerse unidos dentro de la comunidad. Este vínculo delciudadano con su comunidad recibe el nombre de virtú, que pasa de ser consideradacomo virtud individual a virtud pública y colectiva. Politizando y haciendo pública lavirtú, cada ciudadano velará para que los otros no actúen orientados por la fortuna, ypara que las actividades públicas de los otros no constituyan fortuna para uno mismo.La virtud colectiva se anuncia así como una fuerza motivacional determinante.

A finales de este período, y a pesar de los ideales cívicos y activos del humanismo ydel republicanismo, comienzan a formarse y a consolidarse las monarquías absolutistas

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que, entre otras cosas, rompen con la independencia e ideales de autogobierno de lasciudades.

Con la construcción de las grandes monarquías en Europa, la idea de política esdominada por la voluntad del monarca y sus numerosos administradores. «Ciudadanía»pierde interés como concepto y es sustituida por «subdito». El término es rechazado porla connotación activista y republicana que alcanzó durante el Renacimiento. Aunque lanoción está todavía vinculada a la ciudad, no aparece tan manejable semánticamentepara designar la conexión de la persona con la autoridad monárquica central que tieneen su reino a miles de residentes de diferentes ciudades y culturas. ¿Cómo hacer frente aeste segundo pluralismo cultural, si consideramos que el primero se produjo durante laRepública y el Imperio romanos?: simplemente haciendo desaparecer la noción «moles-ta» de ciudadano para designar el vínculo de la persona con la autoridad. No obstante,el término pervive en las mentes de los pensadores y de las personas en general, puestoque continúa estando ligado a una cierta idea de jerarquía. Continúa funcionando anivel local como criterio de exclusión. La política de privilegios de aquellos que hanservido al reino permanece como institución, aunque ahora estas recompensas cambiande contenido: títulos nobiliarios, monopolios, puestos políticos dentro de la estructuraburocrática de la monarquía y una variada gama de desigualdades. Así pues, aunquepierde institucionalmente su connotación republicana, la ciudadanía pervive como no-ción, puesto que continúa incidiendo en el requisito motivacional del subdito pararealizar servicios a la monarquía.

Durante los tres siglos de monarquía en Europa (del siglo XVI al XVIll) el términocivis tiene un uso ambiguo. «Ciudadano» designa tanto al subdito, sometido a leyes yexpresión de una estricta obediencia a la autoridad, como a la persona con obligacio-nes y deberes políticos, con una moral cívica y pública; tanto a la persona que persigueintereses económicos como simplemente al residente de una ciudad. A pesar de esteconfusionismo, durante este período se produce un desplazamiento del sentido hori-zontal hacia el sentido vertical del término. Si bien la connotación legal local pervivepara regular las relaciones horizontales, la conexión que adquiere cada vez más impor-tancia es la de la persona con una autoridad central. Civis ya no connota una relaciónsocial que determina la relación con la autoridad, sino viceversa, la relación verticalregula la horizontal. La conexión entre el ciudadano y el uso de su voluntad se vesustituida por el sometimiento del ciudadano-subdito a la voluntad del monarca. Parala monarquía, no existían ciudadanos, sino simples residentes de ciudades; todas laspersonas eran subditos, no ciudadanos. En Inglaterra, por ejemplo, el término se inter-cambia congentleman, que designa a una persona privilegiada económica (tiene gran-des propiedades) y políticamente (pertenece a la élite legisladora), más allá del localis-mo de citizenship. Como reacción se construye dentro de su semántica un ideal reivin-dicativo, un pasado particularista e independiente de sujeciones autoritarias, una vidaideal clásica.

En este ambiente se producen revueltas sociales y guerras religiosas contra el auto-ritarismo real, y aparece la figura del jurista J. Bodino (1530-1596) quien busca justifi-car y legitimar el poder monárquico francés, su soberanía frente a la autoridad religiosaque todavía dominaba a los ciudadanos. Su Los seis libros de la República (1576) reflejasu explícito rechazo al sentido fuerte aristotélico de ciudadanía y mantiene una defensade su sentido débil. La soberanía que defiende es nacional y no municipal. El Estadomonárquico es el único legislador aceptable de todos los asuntos locales. Si bien lareligión continúa teniendo un peso decisivo para orientar la conducta de las personas,pierde su función para regular las decisiones políticas de la república monárquica.Respecto a la ciudadanía, la idea de soberanía significa también que todos sin excepción

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son subditos del Estado. De este modo, los principales atributos de la soberanía, a partede su independencia frente a la Iglesia y de cualquier otra autoridad, es el poder formu-lar leyes que el ciudadano (la persona de cada ciudad) debe obedecer como subdito. Eneste sentido, el Estado es la autoridad legal por excelencia. Ningún particularismo localpuede actuar en contra de ella.

Estas ideas implican que para Bodino la noción de ciudadanía como participaciónen los asuntos públicos es simplemente un sinsentido. Si bien no todo el mundo podíaser ciudadano, todos eran subditos. La ciudadanía implicaba sujeción y sometimiento alpoder monárquico, pero no viceversa. El ciudadano era en este sentido aquella personaque podía hacer un libre uso de sus derechos y privilegios. La noción aparece así íntima-mente vinculada con «libertad». No podía existir un ciudadano no libre. Finalmente,frente a la confusión semántica que caracteriza esta época, a partir de Bodino el sentidode «ciudadano» como habitante de la ciudad comienza con fuerza a recibir el nombrefrancés de bourgeoisie, y el subdito del Estado, el nombre de citoyen. La gran aportaciónsemántica de Bodino consiste en haber nacionalizado la idea de lealtad a través deltérmino «ciudadanía». Una lealtad dirigida al soberano nacional y no a cualquier señorfeudal o entidad religiosa.

Una de las mayores divergencias entre los historiadores es localizar temporalmenteel momento en que se introduce el elemento moderno de la igualdad dentro de lasemántica de la noción. Lo que es seguro es que el sentido fue fraguándose durante elsiglo xvii. Entre los factores que contribuyeron a su gestación, destacan: i) aparición dela doctrina del Estado soberano, y como consecuencia, la necesidad de formular unconstructo legal estatal que especifique los tipos de relaciones permitidas; ii) la necesi-dad de definir la lealtad y el derecho para los habitantes de un país frente a los extranje-ros; iii) }a autoridad de los príncipes comenzaba a ponerse en duda por razones religio-sas (el protestantismo en general, el calvinismo en Francia con los hugonotes, entreotros); y iv) como consecuencia de lo anterior, los individuos comenzaban a tener con-fianza en sí mismos, con un derecho moral de decidir, en un principio a nivel individualy luego a nivel general, las leyes y formas de gobierno.

En este contexto cobran sentido las obras de Hobbes y Locke. Hobbes, a través desus Elements of Law (1640), de su De Cive (1642), y principalmente de su Leviathan(1651), refleja la dificultosa separación entre sociedad y política, y la necesidad de crearunos vínculos mediadores. Con la pérdida del poder papal como principal fundamentolegitimador, Hobbes expresa la necesidad de justificar la actividad política basada exclu-sivamente en la razón. Se comienza a pensar en serio la necesidad de buscar nuevasfuentes de legitimación centrados en la congruencia entre lo social y lo político. Con élse introduce una forma metodológica que todavía pervive en la actualidad, de pensareste nuevo orden a través de una reflexión detenida sobre la persona con tal: a saber, elcontractualismo.

Pero Hobbes es un contractualista no democrático, en cuanto que no se preocupani de limitar el poder del legislador, ni de designar al ciudadano la función de configurarestos límites. Su contrato no frena la soberanía del monarca a partir de la voluntad delciudadano, sino que tan solo la justifica basándose en su naturaleza. El ciudadanocontinúa siendo un subdito. Recordemos por ejemplo que el título del capítulo XXI deLeviathan se refiere a «subditos» y no a «ciudadanos»: «On the Liberty of Subjects». Porlo tanto, Hobbes confirma la función pasiva del ciudadano que como subdito debeobediencia y lealtad a la autoridad absoluta del monarca.

Limitar la conducta del soberano sobre la base de unos derechos inherentes delciudadano es una idea moderna que surgirá con Locke en Inglaterra, el pensador de laRevolución liberal de 1688, con Franklin (1706-1790), Hamilton (1757-1804), Madison

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(1751-1836) y los escritores de The Federalist, que preconizaron la Revolución america-na y participaron en su independencia en 1776 y su Constitución en 1787, y evidente-mente con los pensadores y protagonistas de la Revolución Francesa: Montesquieu(1689-1755) y su conocido De l'Espñt des Lois (1748); Voltaire (1694-1778) y los Enciclo-pedistas como Diderot (1713-1784), Condorcet (1743-1794), E.J. Sieyés (1748-1836)Rousseau (1712-1778) y su Du Contrat Social (1762), y B. Constant (1767-1830), entrelos más representativos. Para acabar con el siglo xvii me ocuparé brevemente de Locke.

A través de sus Two treatises of govemment (1690), Locke fundamenta un nuevocontrato, aunque en contraste con el de Hobbes, el suyo no es intencional. La personacomo tal, sin leyes ni Estado, es naturalmente propietaria. De ahí que sea necesario uncontrato con la única finalidad de preservarla y protegerla contra agresiones externas.Sin propiedad, la persona carece del medio por el cual puede satisfacer su moralidad ysubjetividad. Para garantizarla, las personas no efectúan un pacto racional, sino quellegan a él de forma natural. Su existencia se explica no tanto para proteger la libertadde la persona, sino por ser el instrumento por medio del cual puede expresarla, es decir,la propiedad. En este sentido, la principal función del poder político no es manifestar suautoridad absoluta, sino la de legislar y hacer ejecutar las leyes respetando el derecho depropiedad de los ciudadanos. El poder legislativo, aunque supremo, no es absoluto, sinoque está limitado por los derechos naturales fundamentados en la propiedad. Si el poderperjudica estos derechos, los ciudadanos tienen autoridad para rebelarse. Ahora bien, yaquí radica el sentido distintivo del liberalismo de Locke, esta rebelión no da poder paraexigir nuevos derechos, sino que es tan sólo una «rebelión defensiva», en cuanto queaspira a restablecer el orden establecido, a frenar, de alguna manera, las conductasarbitrarias de los legisladores. Pon lo tanto, Locke, aunque es una mente más liberal queHobbes, permitiendo el ejercicio de las libertades y de las voluntades de sus ciudadanospara expresar desacuerdo a los legisladores, continúa siendo un conservador en tantoque la propiedad determina la adquisición de la ciudadanía, permaneciendo el poderpolítico en manos de una oligarquía propietaria.

Período moderno: la Ilustración

Al entrar en el siglo XVIII existen cuatro sentidos de «ciudadano»: como habitante de laciudad, como miembro del estrato burgués en contraposición a la nobleza, al clérigo yal campesinado, como subdito del Estado, y como persona en su específica cualidad decitoyen. La distinción analítica de los dos últimos sentidos será central durante la Ilus-tración.

Suele considerarse que el período de la Revolución francesa introduce explícita-mente el sentido moderno de igualdad de la ciudadanía que se había estado gestandodurante el siglo XVII. Se rompe así la dinámica histórica que acompañó su semántica,con sus connotaciones excluyentes, y, en un proceso de autoconsciencia, se reivindica lacitoyenneté como medio para rechazar los supuestos limitados a determinadas personascon propiedad que le había acompañado. El citoyen es por antonomasia el término quedesigna la parte de un todo genérico llamado le peuple. Durante este período se formanigualmente nuevas oposiciones. En el lenguaje de la Revolución se entrecruzan lostérminos genéricos «hombre» y «citoyen». El «hombre» se refiere a la subjetividad, sinningún vínculo especial con cualquier institución. Para ello existe la noción de citoyen,cuando las personas se relacionan con la comunidad, y el término bourgeois, cuando lasubjetividad no va dirigida hacia los intereses comunes sino privados. En este sentido, laDéclaration des droits de l'homnie et du citoyen de 1789 debe ser interpretada como el

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resultado de un esfuerzo por romper intencionalmente la dicotomía que existía enI'Anden Régime entre «hombre» y «ciudadano».

Esta declaración expresa jurídicamente la necesidad de que exista una congruenciaentre la subjetividad de la persona y la que se requiere para actuar como ciudadano. Serecuerda que los primeros artículos se refieren a l'homme, y no al ciudadano. Hacia élvan destinados el reconocimiento de que tienen unos derechos naturales e imprescripti-bles de libertad, de propiedad, de seguridad y de resistencia a la opresión (art. 2) puestoque l'homme, no el ciudadano, es por nacimiento libre e igual en derechos (art. 1). Sedebe esperar al artículo sexto para encontrar el término citoyen. En él se menciona alciudadano en tanto que posee derechos políticos de participar, directa o indirectamente,en la formación de la voluntad de la comunidad. En términos modernos, se concibe a lapersona como poseyendo unos derechos civiles y al ciudadano unos derechos políticos,los primeros siendo un médium para poder practicar los segundos. Es decir, no seconcibe al citoyen como contrapuesto a l'homme, sino como una forma en que la perso-na se relaciona con la colectividad.

Estas ideas, en el ambiente de finales del XVIII, fueron realmente revolucionarias enel sentido etimológico del término, es decir, marcó el inicio de una nueva evolución. LaDéclaration pretende hacer congruentes dos binomios: por un lado, el binomio hombrepúblico y hombre que privilegia el interés público y común con citoyen; y, por otro, elbinomio hombre privado y hombre interesado en su interés individual con bourgeois. Sibien eran una distinción de uso corriente en este período, su declarada congruenciauniversal fue obra revolucionaria históricamente distintiva. En este sentido, puede afir-marse que la Déclaration es una declaración de los derechos del hombre en tanto queciudadanos, en tanto que hombres con interés público y común, y no una declaraciónde los derechos del hombre en tanto que burgueses, en tanto que hombres con interésprivado. Aunque, como he afirmado, lo supone, de ahí que sea una declaración másliberal que democrática.

Debe pues relativizarse este ímpetu que la mayoría de las veces provoca un comen-tario de la Déclaration. En ella también se refleja una lógica de exclusión basada en elcriterio económico: se ignoraron los que eran incapaces de pagar tasas al Estado, y queconsecuentemente no podían ejercer plenamente los derechos políticos otorgados.

En esta época no se constituye, pues, la noción estrictamente moderna de la ciuda-danía, sino los elementos embrionarios de su constitución. El impacto de la Revoluciónrespecto a la semántica del término reside en que incorpora tres nuevos componentes:i) se relaciona explícitamente por vez primera la ciudadanía con una concepción iguali-taria de la naturaleza humana, y se intenta aplicar esta idea a la práctica política. Estosugiere que toda persona es considerada jurídicamente por vez primera humana, y que,por lo tanto, la distinción entre estratos sociales no tiene fundamento religioso o natu-ral, sino económico, político y social; ii) se comienza a relacionar ciudadanía y naciona-lidad (esta idea será ampliada más adelante); y, por último, iii) se introduce en lasemántica de la noción una idea de emancipación universal (political liberation) inexis-tente en épocas anteriores.

Junto con la dualidad citoyen y bourgeoisie, también en esta época se discute larelación entre sujet y citoyen. En este sentido, el término «ciudadanía» pierde su raízcontextual aristotélica que expresa privilegio, pero conserva idealmente su connota-ción «fuerte», la de participar en el poder deliberativo y judicial. El ciudadano republi-cano rousseauniano actúa en el cuerpo político en nombre de una abstracción llamadamoi comnuin, que posee unas connotaciones morales y colectivas. La connotación debourgeois queda relegada a la persona que no actúa en interés propio. El bourgeoistenía ya en el siglo xvil un significado peyorativo. El término «burgués» surge para

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designar al nuevo estrato social que no era ni noble, ni clero, ni campesino, ni artesa-no. El término citoyen pasará a connotar, por el contrario, un derecho que idealmenteimplica poder actuar soberanamente para el bien común y al mismo tiempo según suspropias leyes, es decir, ser ciudadano fuerte y débil al mismo tiempo, su «propiolegislador». Éste es de hecho el reto ideal que se propone Rousseau: encontrar unaforma de asociación que defienda a la persona, pero que al mismo tiempo no limite suespacio de autonomía.

El término «ciudadano» tiene, pues, la connotación de ser miembro (cívico) delEstado, como participante en su legislación, que ningún otro término afín, como el de«burgués» o «subdito», supone. El citoyen es el miembro de su ideal de Repúblicadiseñada a lo largo de las páginas del Du Contrat Social, resultado de una correlaciónentre el sujet y el souverain. Con Rousseau, por lo tanto, se expresa el vínculo entreciudadanía y autonomía. Esta autonomía sólo podía expresarse en cuanto que el ciuda-dano era una persona libre en la esfera pública, y esa condición no admitía delegacióno representación alguna. Al respecto es de sobra conocida su crítica al modo de gobier-no representativo inglés: «el pueblo inglés cree ser libre, pero se equivoca; sólo lo es du-rante la elección de los miembros del parlamento; una vez elegidos, es esclavo, no esnada». En el lenguaje de la Revolución, «ciudadano» connotaba no sólo parte del idealrousseauniano, sino también al tercer Estado, le peuple. El término designa la conse-cuencia de su emancipación. Ser citoyen es poder ser legislador.

Resumiendo: en esta época ilustrada se expresa la compleja situación del términoen un marco político constantemente en movimiento: cada nuevo elemento semánticotiene el efecto de una dinamita. Refiriéndose a los conceptos afines a ciudadanía, Rous-seau llega a afirmar que los términos se confunden y se toman a menudo uno por otro.No existe un criterio universal para designar a la ciudadanía entre finales del XVIII y elsiglo XDí. No obstante, pueden subrayarse de nuevo unas constantes. Por un lado, eltérmino amplía socialmente su alcance dentro de un mismo territorio. La noción co-mienza a finales de esta época a abarcar a nuevos estratos sociales: la burguesía por unlado y al estrato del pueblo en general. Podría incluso afirmarse que su sentido limitadocomienza a ensancharse hasta llegar a abarcar formalmente a todos los estratos socia-les. Como corolario a este proceso, el término muestra la paulatina reducción de suconnotación de privilegio. Aunque conviene precisar, prácticamente todos estos discur-sos se desarrollan a un nivel interno, dentro de un universo todavía cerrado, en un«nosotros» frente a un «ellos o los otros».

En el próximo apartado se enfatizará también que las condiciones que producen alciudadano moderno implican necesariamente la incorporación de la nacionalidad comocriterio distintivo. Nacionalidad (estatal) que está indisolublemente ligada a la apariciónde nuestro sistema de mercado capitalista y, como forma de frenar sus efectos negati-vos, a la aparición de los Estados de Bienestar. Comencemos a hablar con nuestrospropios esquemas conceptuales.

Período contemporáneo: ciudadanía, nacionalidad e igualdad

Hoy en día puede considerarse que en cuestión de semántica de la ciudadanía todas lascombinaciones son teóricamente posibles, aunque en la práctica existen todavía barre-ras que imposibilitan su aplicación: una política, el nacionalismo; otra económica, elmercado.

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Barrera política: ciudadanía y nacionalidad

En el siglo XDí la ciudadanía comienza a desvincularse de su dimensión particula-rista cultural y a identificarse como pertenencia a una comunidad política amplia nacio-nal jurídicamente delimitada, constitutiva de una multiplicidad de ciudades dependien-tes de un centro de poder. La religión, que durante gran parte de la Edad Media habíafundamentado la ciudadanía, es sustituida por otra creencia, menos trascendental yprometedora de un mundo nuevo metaterrenal, pero que actúa con mecanismos psico-sociales similares: la creencia en la nación. Ésta proporciona una nueva identidad a lapersona en su relación con el Estado.

Ahora bien, con la constitución de los Estados-nación aparece explícitamente lanoción de ciudadano de segunda clase, esto es, la posición que adquirieron las minoríasnacionales en el siglo XDC, principalmente aquellas personas procedentes de una naciónpero residentes en otra, como el caso de franceses que se negaban a ser germanizados,de las minorías religiosas como judíos, católicos o protestantes. En este período aparececon fuerza la distinción entre el proceso legal de naturalización y el sociopsicológico deasimilación. Personas legalmente ciudadanas de una nación, pero social y psicológica-mente formadas en otra, experimentaban un sentimiento de rechazo. La identidad delciudadano y la identidad nacional comenzaban a confundirse, y algunas minorías expe-rimentaban, desde los inicios, una reacción adversa. El ejemplo histórico para ilustrar larelación que se está imponiendo es el problema de la «aculturación». El caso típico es lactiltura judía en Francia, como ha sido popularizada desde elJ'Accuse de E. Zola (1898),pero también la cultura céltica en Gran Bretaña, y otras minorías culturales europeas.La asimilación cultural es concéntricamente un ejemplo de un proceso de integraciónclasista más amplio.

En este contexto, el estatalismo y el nacionalismo comienzan a confundirse, dandolugar a la convicción que la persona sólo puede adquirir una identidad política en tantoque ciudadana de un Estado que es nación, una nación que es Estado. Las ideas univer-salistas defendidas políticamente durante los siglos xvn y xvm acerca del rechazo de laautoridad monárquica y de la consiguiente defensa de la soberanía popular se confun-dieron así con la noción de un subdito legalmente relacionado con el Estado soberano, yde un ciudadano moralmente ligado por vínculos patrióticos y nacionales. El Estado,tras requerir lealtad a sus subditos, concentró sus esfuerzos en asimilarla con naciona-lismo precisamente para conservarla. Se establece así una interesante relación entre laentrada de las clases económicamente dependientes a la posición de ciudadanía con sureconocimiento como miembros nacionales.

El desarrollo de la noción de ciudadanía entendida como perteneciente a una co-munidad política nacional está íntimamente ligado a la defensa de un Estado soberanoque tiene sus antecedentes en el siglo xvn. El espacio de acción de la política soberanase construye a partir del supuesto de homogeneidad cultural. Desde este punto de vista,existe una diferencia entre el proceso de codificación de derechos de la ciudadanía y laadquisición de su consciencia de pertenecer a una nación. La nación puede ser percibi-da como étnicamente originada o como pluriétnica. En el primer caso, ilustrado con-temporáneamente con el ejemplo de Alemania, la persona, al convertirse en ciudadana,no adquiere consciencia de nacionalidad tras el proceso de codificación sino viceversa,porque tiene ya previamente un sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional,actúa con lealtad hacia un Estado que opera ahora en un espacio geográfico más am-plio. Podría decirse que permanece formalmente la idea clásica, étnicamente vinculadaa su comunidad, pero en un ámbito territorial mucho más amplio que la simple polis.En el segundo caso, ilustrado con el ejemplo de Francia, la idea de nación precede a la

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adquisición de una consciencia nacional. Como se sabe, estas dos formas de vinculaciónexplican los modos actuales que tienen los Estados de otorgar a la persona un sentidolegal: la jus solí y la jus sanguinis. Expresiones jurídicas de dos formas de entender lanacionalidad: por un lado, como en el caso francés, una definición expansiva, no étnica-mente determinante, y, por lo tanto, concebida como comunidad de destino; por otrolado, una definición restrictiva, cerrada, étnicamente determinante, y, por lo tanto,concebida descendentemente como comunidad de origen.

Actualmente existen autores que señalan tensiones entre esta relación directa entrenacionalidad y ciudadanía, y la dinámica histórica de globalización que presencianactualmente nuestras democracias. La defensa de una idea estoica de ciudadanía uni-versal vuelve a actualizarse en unos primeros análisis. El ciudadano, que ya poseeobligaciones y derechos a un nivel internacional, pasaría a formar parte de un potencialmacro-Estado. En el umbral de esta tercera «transformación» estamos hoy situados:desde el punto de vista geográfico, el ciudadano ha sido considerado a un nivel local oprovincial, a un nivel nacional, y ahora se discute su paso a un nivel regional o continen-tal en Europa y a un nivel mundial y planetario. Que este proceso irreversible impliquenecesariamente la superación del vínculo entre nacionalidad y ciudadanía es tema dediscusión. Este asunto está dando y dará, no cabe duda, mucha literatura. La mayoríade los trabajos que presentaremos a continuación abordan esta cuestión.

En este proceso de «nacionalización» de la ciudadanía se produce también históri-camente la expansión del principio universalista de la igualdad. Aquí la barrera concep-tual con la que se encuentra su semántica ya no es política sino económica.

Barrera económica: ciudadanía e igualdad

En la descripción histórica que se ha efectuado hasta ahora, se ha insistido en unasconstantes semánticas. A lo largo de su recorrido, «ciudadanía» ha sido un conceptolímite que ha designado un privilegio, una identidad excluyente. La noción ha sidosiempre utilizada instrumentalmente para configurar un tipo de sociedad política de-seada. Su definición en términos de derechos no es, pues, necesariamente moderna nidemocrática. Lo que la convierte así es el principio regulativo universal de la igualdad.Se abandona por lo tanto la fundamentación de la desigualdad que había prevalecido:las diferencias naturales de las personas no determinan las diferencias sociales estable-cidas en una supuesta jerarquía esencialista. Teóricamente, la ciudadanía rompe con laidea de que la edad, el sexo, la inteligencia y la cultura puedan fundamentar cualquiertipo de autoridad.

Ahora bien, este principio teórico se encuentra en la práctica con dificultades dadoel entorno de desigualdad que genera el mercado capitalista. Esta es la tensión denun-ciada en un trabajo pionero por de T.H. Marshall (Citizenship and social class, 1950). Sutesis es que el principio regulativo de igualdad ha alterado el sistema de desigualdadsocial existente. La relación básica que articula su discurso es el vínculo entre ciudada-nía, entendida en sentido jurídico, y clase social. Sus argumentos, pronunciados tras lasegunda Guerra Mundial, en plena institucionalización de los Estados de Bienestar,tratan de entender cómo es posible la convivencia entre dos elementos regulados porprincipios diferentes, y anunciar la puesta en práctica del derecho social que aspira acorregir la desigualdad social provocada por el mercado.

Su premisa es que la evolución de la ciudadanía ha coincidido temporalmente conla evolución del sistema de mercado capitalista. Esta relación está regulada por dosprincipios opuestos, el de la igualdad y el de la desigualdad. La pregunta que se plantea

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ante esta constatación histórica es pertinente: ¿cómo es posible que estos dos principiosopuestos hayan podido ser aliados en lugar de enemigos si el siglo XX ha demostrado enla práctica que la ciudadanía y el sistema capitalista han estado en conflicto? Paraentender el problema es necesario recurrir a la división de la ciudadanía en tres dere-chos distintivos: los derechos civiles, los políticos y los sociales. Los derechos civiles sonnecesarios para la libertad individual en todas sus formas (libertad de expresión, decreencia, etc.); los derechos políticos son los que inciden en el ejercicio del poder políti-co y son imprescindibles para que uno sea miembro activo, como elector por ejemplo;por último, los derechos sociales expresan el requisito de tener un mínimo de bienestar.Pues bien, tanto los derechos civiles como los políticos tienen poco efecto sobre ladesigualdad social creada por el mercado. Serán los derechos sociales, derechos distinti-vos de los Estados de Bienestar, los que tendrán como función la modificación de laestructura de desigualdad social creada por el mercado. En efecto, los derechos civilesno sólo no son compatibles con el mercado, sino que son necesarios para su consolida-ción y funcionamiento.

Teniendo en cuenta esta potencial funcionalidad de los derechos, Marshall adviertedel peligro que ocasionó al principio el reconocimiento implícito de la eventualidad deusar los derechos civiles colectivamente para reivindicaciones políticas. Esta posibilidaddio reconocimiento legal al derecho a la negociación colectiva. Este uso colectivo de losderechos civiles permitido por los derechos políticos pueden de hecho considerarsecomo la base de nuevos derechos: los derechos laborales o económicos del ciudadano.

Resumiendo: al relacionar «ciudadanía» con derechos civiles en un marco capita-lista, el elemento semántico que constantemente se manifiesta como vinculado es el deconflicto. La relación conflictiva entre los principios regulativos puede ser entendidasemánticamente como elemento legitimador de lucha reivindicativa contra el sistemade mercado, o simplemente como un medio necesario de protección contra las desigual-dades creadas por el mercado, atin admitiendo su inevitable existencia.

El propósito real de Marshall es justificar la cualidad distintiva del Estado de Bien-estar, donde aparecen jurídicamente unos derechos sociales, y constatar qtie por mediode éstos el conflicto entre el principio de la ciudadanía, regLilado por la igualdad, y elprincipio del mercado, regulado por la desigualdad, se atenúa. Esta relación tensa seanuncia así como uno de los mayores problemas para la implantación del Estado deBienestar. ¿Cómo combinar, en un mismo sistema, dos principios, el de la justicia socialy el del mercado, opuestos? En su momento, Marshall reconoce que este conflictotodavía no ha sido resuelto.

La participación social es también un elemento semántico implícito en la relaciónentre la ciudadanía y la igualdad. Los movimientos sociales tienen un papel integradorcuantitativo y cualitativo importante. La relación entre movimiento social y ciudadaníaes, pues, bidireccional. El movimiento social contribuye a la ampliación de los derechosde ciudadanía y los derechos de ciudadanía facilitan la aparición de movimientos socia-les. Según el sentido, existen dos formas de entender el movimiento social: como ele-mento de inclusión y como creación de nuevos componentes de la ciudadanía, respecti-vamente. Para la primera dimensión tenemos ejemplos de la inclusión de inmigrantesdentro de una nación. Este proceso aumenta el número de ciudadanos pero no modificacualitativamente los derechos existentes. Mientras que para la segunda dimensión elmovimiento social es concebido como agente creativo de nuevos derechos. En esteúltimo aspecto se incide en la dimensión semántica de la ciudadanía como cambio de lapercepción cualitativa. En este caso, el movimiento social no estaría vinculado directa-mente a la semántica actual de la ciudadanía, sino de una forma mediada por losderechos básicos. No obstante, éstos constituyen la base del cambio cultural en la socie-

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dad. En tanto que el movimiento social genera nuevos derechos, modifica cualitativa-mente la semántica de la noción de ciudadanía y establece nuevas relaciones entre losmiembros de la sociedad.

Por último, es preciso introducir brevemente algunas propuestas sugestivas de cam-bio de semántica ofrecidas a finales de la década de los ochenta. A saber, la que defiendeuna extensión de la semántica de la noción de ciudadanía hacia los nuevos movimientossociales feministas, raciales, ecologistas (tanto animal como natural) o movimientos dedefensa de los derechos de los niños. El argumento apunta a que esta heterogeneidad denuevos movimientos sociales han puesto en duda la semántica legal de la ciudadanía.Plantea por lo tanto seriamente la necesidad de configurar estas nuevas esferas legítimasde acción independiente reivindicadas. Esta concepción cerrada implica, además, que lasemántica de la ciudadanía expresa que la persona sólo puede actuar dentro de loslímites impuestos por la comunidad. Se sugiere así integrar la autonomía de las personascomo parte semántica imprescindible. Esta doble perspectiva del derecho permite consi-derar el grado de dependencia de la ciudadanía respecto a las sociedades donde residen.De este modo, se propone el uso analítico de los derechos anunciados por Marshall comobase para establecer una taxonomía de derechos (spheres ofrights) que refleje la variedadde esferas donde los movimientos sociales han supuesto un esfuerzo por ampliar semán-ticamente su «esfera legítima de acción independiente».

Otro enfoque propuesto a principios de la década de los noventa sugiere una nuevaforma de analizar el contenido semántico del término desde el punto de vista de lateoría de sistemas, centrándose en las tensiones internas que existen entre los derechosreferidos a la ciudadanía, provocada por causas externas. Para este enfoque, la preten-sión de extender la semántica de la noción puede convertirla en un concepto sin signifi-cado distintivo. El argumento mantiene que existen, entre otros, dos problemas princi-pales. El primero se refiere al proceso de diferenciación funcional que el concepto supo-ne. Este proceso procede de unos implícitos individualistas de la teoría clásica liberalque merecen ser revisados. El segundo problema manifiesta que la semántica de la ciu-dadanía está limitada por el marco geopolítico del Estado-nación. Existe un proceso deglobalización que afecta directamente los límites nacionales de su semántica.

La existencia cada vez más creciente de defensa de derechos individuales demuestraque existe un conflicto del sistema referido a la ciudadanía con otros sistemas económi-cos y políticos que le amenazan sin cesar. Como ejemplo de inconsistencia interna pode-mos referirnos a la relación entre la autonomía de la persona y el derecho que supuesta-mente la protege. Existen fuerzas contrarias a la satisfacción normal de la autonomíaindividual procedente principalmente del sistema de los medios de comunicación.

Estas dos últimas perspectivas demuestran que el problema de la ciudadanía es untema vivo en plena efervescencia. Su semántica no es simple sino compleja. Semántica-mente la ciudadanía se ha convertido en el problema convergente que tiene la virtud deaglutinar los problemas políticos más candentes que actualmente, en esta reciente déca-da del 2000, desde las más diversas perspectivas, llenan la mayor parte de los debatescientífico-políticos.

Los trabajos que se ofrecen a continuación se insertan en esta dinámica. Ilustranlos principales campos que el debate actual está abriendo motivado por los interrogan-tes y búsqueda de respuestas frente a los problemas que suscita la realidad pluricultural.Buscar nuevos elementos que nos ayuden a fundamentar la nueva posición e identidaddel ciudadano ante la nueva realidad pluricultural es la labor principal de los capítulosque se ofrecen a continuación.

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