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YVES MOUREAU Razones para creer Traducido por María Isabel Miralles Obra original del Abbé Yves MOREAU, Chrétien, quelles sont tes raisons de croire? Éditions Résiac - F 53150 Montsûrs 1993 Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2001

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2 Razones para creer

YVES MOUREAU

Razones para creer

Traducido por María Isabel Miralles

Obra original del Abbé Yves MOREAU,Chrétien, quelles sont tes raisons de croire?Éditions Résiac - F 53150 Montsûrs 1993

Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2001

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3Yves Moreau

Presentación

Cristianos, ¿qué razones tenéis paracreer?

«He preguntado a algunos cristia-nos por qué tienen fe y no han podi-do responderme. Y he pensado quesi no tienen respuestas para mí, tam-poco las tendrán para sí mismos» (Unalumno de 8º EGB)

«Estad siempre prestos a dar razónde vuestra esperanza ante los que ospreguntan» (1P 3,15)

«Dichosa tú que has creído» (Lc1,45).

«Yo te alabo, Padre, Señor del cie-lo y de la tierra, porque ocultaste es-tas cosas a los sabios y entendidos ylas revelaste a los humildes» (Mt11,25).

Estas páginas, amigo lector, se hanescrito para que tengas la certeza deque tu actitud de cristiano es verdade-ramente razonable. Ellas pueden ayu-darte a responder a los críticos y, almismo tiempo, a progresar en tu fe.

Sin embargo, no esperes demasiadode la dialéctica. Harás mucho más porCristo y por los demás con tu oracióny tu forma de vida, siguiendo las hue-llas del Maestro.

De esta forma toda tu vida y toda tupersona serán una respuesta a la inte-rrogación de los que no creen, y quizáalgún día tendrás la sorpresa y la dichade que un amigo te pregunte: «¿Dime,tú que eres un verdadero cristiano, enqué razones fundamentas tu fe?»

Entonces, le abrirás tu alma y , almismo tiempo, entrarás en las suyas...Y como un soplo sobre las brasas, ilu-minarás su corazón y lo calentarás conel fuego que arde en el tuyo.

María Isabel Miralles

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I. LOS FUNDAMENTOS 1. ¿Por qué este folleto?

No es necesario para mantenerse enpie conocer las leyes del equilibrio, nilas de la dinámica para montar en bici.Instintivamente, buscamos nuestro cen-tro de gravedad y damos a los pedales,un poco como Monsieur Jourdain, elpersonaje de Molière, que escribía enprosa sin saber el significado de estapalabra.

Del mismo modo, no es necesarioque un creyente sepa explicar las ra-zones de su fe para que ésta sea au-téntica.

Pero en el clima actual de descon-fianzas e incertidumbres, de liberalis-mo doctrinal, de materialismo teóricoy práctico, el cristiano debe hacer in-ventario de los puntos de apoyo y losmotivos esenciales de su fe. Así podráresponder con justeza a las preguntasque le formulen los no creyentes; y, almismo tiempo, podrá también interro-garles sobre el sentido de su existenciay sus razones para vivir.

Este diálogo debe abordar una re-flexión sobre el mundo que vaya másallá de las simples apariencias; debetambién aludir a la historia anunciandoel acontecimiento capital que es el ori-gen de nuestra fe: la vida, la muerte y laresurrección de Jesucristo. Si eludimos

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uno de estos elementos, corremos elriesgo de encontrarnos ante una pre-gunta sin respuesta o una respuesta sinpregunta.

Las consideraciones que siguen notienen la pretensión de agotar el tema,ni mucho menos de forzar al no cre-yente a aceptar el Evangelio. La fe esalgo más complejo; no se construyedesde la inteligencia solamente, sinoque exige nuestra libre voluntad y undon del cielo. Jesús ha dicho : «Nadieviene a mí si mi Padre no le atrae» (Jn6,44).

¿A quién van destinadasestas reflexiones?

Estas páginas pretenden ayudar alcreyente que necesita coherencia y cla-ridad para verificar que su fe reposasobre serias bases. Eso le permitirá undiálogo más fácil con sus hermanos nocreyentes, y le hará capaz de entendermejor las dificultades que tienen.

Aunque este pequeño estudio no estádestinado a los no creyentes, puededescubrirles que, para un creyente, sufe, lejos de oponerse a la inteligencia,ilumina a ésta con una nueva luz.

Por otra parte, este texto dará másfruto cuando en el corazón del no cre-yente se vea complementado con el tes-timonio de los cristianos auténticos,signos vivos de Dios vivo.

¿Cómo utilizarlo?Para sacar el mejor partido a este in-

tento no es necesario estudiar todas lascuestiones, pero sí es conveniente su-brayar que se exponen con cierto or-den lógico.

Dentro de cada asunto, en el caso deun debate, la experiencia aconseja quese avance párrafo a párrafo, verifican-do lo que se comprende y aquello enlo que se está de acuerdo. También seráútil ilustrar el texto con algunos ejem-plos.

•«Buscad y encontraréis;llamad y se os abrirá» (Lc 11,9).

2. ¿Hay diferencias entreel hombre y el animal?

No lo parece. Nace como el animaly, como el animal, muere. Necesita ali-mentarse como el animal y, como el ani-mal , se reproduce.

Sin embargo, los sabios han subra-yado, desde la más alta antigüedad, losrasgos distintivos que separan al hom-bre del resto de los animales. La capa-cidad de su cráneo, su postura ergui-da, la articulación del índice con el restode la mano, son características al ser-vicio de cierto poder que le permiteconfeccionar útiles: de burda facturaal principio, que se afinan y pulen conel tiempo. Más aún, inventa utensiliospara fabricar otras herramientas que lefaciliten su trabajo.

El fuego, terror de la naturaleza, sóloha sido dominado por el hombre ypuesto a su servicio. Pero no le ha sidosuficiente la utilidad, también ha bus-cado la belleza. Es admirable la sobrie-dad y el vigor de las pinturas rupestresde Altamira o las curiosas alineacionesde menhires de Bretaña.

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Sólo él entierra a sus muertos, afir-mando así de algún modo, en el culto alos que le precedieron, que no todo aca-ba con la muerte y que existe otra vida.

«Una interesante experiencia permiteponer al día la diferencia entre el instin-to del animal y la inteligencia. Cuandola abeja elabora el tapón de cera delalveolo, sabe con precisión resolver losproblemas que van surgiendo en su la-bor; pero si perforamos el fondo delalveolo, la abeja continua incansable de-positando miel en él. Una hora antes,en pleno proceso de construcción, suinstinto le hubiera permitido resolver elproblema pero ahora no.

«Toda la diferencia entre instinto e in-teligencia esá ahí. El hombre sabe loque hace y porque lo hace» ( J. Loew).

• «¿Qué es el hombre, para darlepoder?...Le diste el mando sobre

las obras de tus manos, todo losometiste bajo sus pies» (Sal 8,5.7).

3. ¿El espíritu del hombre puede alcanzar la verdad?

No lo parece: «no sabemos el todode nada» (Pascal). Y la experiencia nosinduce a dudar de todo.

Sin embargo, la duda es tan ajena a lanaturaleza de nuestro espíritu que laduda total nos es radicalmente impo-sible, porque ella afirma al menos unacerteza: “dudo”, sin contar las múlti-ples certezas que tenemos en la vidapráctica.

Ciertamente, no todos los conoci-mientos aparecen a nuestros ojos conla misma claridad. Así pues, nos cues-ta saber quiénes somos. Nuestra inte-ligencia es limitada: los seres guardanen parte su secreto y no se entregan anosotros sino a través de las relacionesque tienen entre ellos y con nosotros.

Pero tal conocimiento está lejos deser desdeñable. Aunque no llega al fon-do de las cosas y de las personas, nospone en comunicación real con su in-timidad: el misterio del conocimientonos remite al del amor. En hebreo unmismo término significa conocer y es-posar.

Es interesante observar que así nosaproximamos a las conclusiones másrecientes de la ciencia. En la actuali-dad, los sabios confiesan que escapa asu conocimiento la totalidad de la es-tructura íntima de la materia, pero, almismo tiempo, reconocen –gracias aljuego de las estadísticas– las leyes quenos descubren parcialmente su miste-rio.

El hombre debe reconocer humilde-mente los límites de la ciencia, pero seequivocaría, y mucho, si en uno u otrocampo de realidades pusiera límites ala capacidad de su espíritu. Éste poseeuna complicidad y misteriosa relacióncon los demás seres. Gracias a su inte-ligencia, el hombre puede saborear unade las mayores dichas de la vida: el gus-to de la verdad en la percepción delmundo real.

• «Yo he venido a dar testimoniode la verdad... La verdad os

hará libres» (Jn 18, 37; 8,32).

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4. ¿Es la muerte laaniquilación del hombre?

Así pudiera creerse al contemplar ladescomposición de un cadáver. ¿Quéqueda de él? «La rosa ha vivido el tiem-po de las rosas, apenas una mañana».

Si la muerte es tan lógica para el hom-bre como la caída de los pétalos deuna rosa, ¿de dónde ese horror instinti-vo que nos inspira, y cómo explicar eseextraño deseo de inmortalidad, que espara nosotros como una segunda natu-raleza?

Existen las realidades invisiblesEl hombre no se reduce a lo que de

él vemos. Sabemos que posee una po-tencia de la que carecen los animales:una inteligencia bien real y original, ca-paz no sólo de construir, sino de re-flexionar e inventar. Esta inteligenciacreadora escapa al mundo de los senti-dos, no tiene olor ni gusto ni color. Escapaz de ideas, como la justicia, el bieny el honor, que están más allá del mun-do material.

Sería precipitado que, por no ver elespíritu en acción tras la muerte, afir-máramos que ha dejado de existir.

Si durante un concierto de piano, acausa de un accidente, el instrumentoquedara destruido, el concierto queda-ría interrumpido, pero no podríamosdeducir de eso la aniquilación del pia-nista.

El espíritu no se descomponeLa desaparición del cuerpo es con-

secuencia de su descomposición. Lasangre se derrama, la piel se deshace.Pero la inteligencia es simple, conscientee intangible. No es fácil entender cómopueda descomponerse y desaparecer.

Además, nuestro espíritu domina eltiempo: la tabla de multiplicar es tan ver-dad hoy como hace veinte siglos ycomo lo será el año que viene. Si esta-mos habitados por una realidad quetransciende y domina el tiempo ¿cómopodremos ser completamente domina-dos y aniquilados por él el día de nues-tra muerte? Esto es lo que ya presen-tían los primeros hombres cuando en-terraban a sus muertos con ritos fune-rarios.

Un hecho único en la historia:¡Cristo ha resucitado!

El cristiano tiene la certeza de la su-pervivencia como consecuencia de unhecho histórico sin precedentes: la re-surrección de Cristo. Ya no se pone enduda la existencia y la muerte de Cris-to. Contra lo que esperaban sus discí-pulos, Jesús se les apareció despuésde su muerte en varias ocasiones y encircunstancias muy diferentes.

Se aparece a las mujeres que acudie-ron a su tumba en el amanecer de laPascua. Los apóstoles calificaron dedesatinos sus testimonios, pero tambiénellos vendrán a ser testigos de sus apa-riciones entre los discípulos, en el ce-náculo. Allí Jesús, para probarles queno se trata de un fantasma, les pide algode comer. Tomás, ausente, se muestra

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incrédulo; pero finalmente habrá de ren-dirse a la evidencia.

Pablo de Tarso va a combatir la im-postura de la resurrección, tratando derecuperar a los judíos recientementeconvertidos. Pero en el camino de Da-masco se verá sacudido por una reve-lación extraordinaria. Se convierte, yanuncia la resurrección de Cristo, dela que va a hacer el centro de su predi-cación. «Si los muertos no resucitan,ni Cristo resucitó... comamos y beba-mos, que mañana moriremos» (1Co15,16.32).

Los apóstoles y Pablo aceptaron serdecapitados no solo por afirmar unadoctrina, sino por mantener la verdadde un hecho: que Cristo vive. «Yo creoen el testimonio de los que, por afir-marlo, se dejan cortar la cabeza»(Pascal).

• «Las almas de los justosestán en manos de Dios....

¿Muerte, donde está tu victoria?»(Sab 3,1; 1Co 15,55).

5. ¿Cómo explicarel mundo y el universo?

La historia del universo es un enigmaapasionante, que los investigadores seesfuerzan en descifrar. Según una re-ciente teoría, el universo debió comen-zar hace unos 12.000 millones de añoscon una gran explosión... cuyos efec-tos duran todavía: se trata de la teoríadel universo en expansión.

La tierra, con el sistema solar, dataríade 4.600 millones de años. La vida iríaapareciendo en sucesivos impulsos conseres cada vez más complejos. Tras lasprimeras algas azules, de hace 3.700 mi-llones de años, se llega hasta losprimates, de hace 2 millones de años,que serían los antepasados inmediatosdel hombre. Es la teoría de la evolu-ción.

Más allá de la cienciaLa ciencia trata así de describir la his-

toria del mundo y de la vida. Se esfuer-za en explicar el cómo de su aparición.Podríamos conformarnos con este lo-gro; pero el espíritu es audaz y trata deir más lejos en su investigación, y seadentra en el campo de la filosofía, pa-labra que no debe asustar. Filosofía sig-nifica simplemente el sentido común,el recto criterio que investiga el porquéde las cosas.

Los progresos de la ciencia en el si-glo XIX han llevado a creer que el hom-bre llegaría por sí solo a obtener unacompleta explicación de la existencia.Sin embargo, cuanto más progresa laciencia, más crecen los interrogantessin respuesta, y nuestra inteligencia des-cubre en la contemplación del mundoy del universo las huellas de otra inteli-gencia misteriosa y superior actuante.Basta abrir los ojos para llenarse de ad-miración ante la habilidad de las abejaso ante esa pequeña araña que habita enel agua con una campana de buzo quese ha fabricado ella misma. Cuando unomira a través del microscopio o del te-lescopio, el mundo aparece como re-pleto de inteligencia, como un árbol

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lleno de savia en primavera.La teoría de la evolución, lejos de

oponerse a la existencia de una inteli-gencia superior, la exige claramente.Cada etapa de esta evolución se nosmuestra como el desarrollo de un pro-grama preestablecido. Y así como elfuncionamiento de una lavadora nosremite a la existencia de una inteligen-cia que la ha programado, la evolucióndel mundo nos remite también sin dudaa una inteligencia que ordena el tiempoy la forma de su desarrollo.

Esta misteriosa inteligencia tiene laparticularidad de que solo se muestra anosotros a través de sus huellas, comoun perfume que nos envuelve sin quelleguemos a saber de dónde procede,o como unas pisadas sobre la nieve,que están dando testimonio del pasode aquel cuya identidad no somos ca-paces de precisar.

En el fondo de nosotros mismosEsta misteriosa fuerza actuante la cap-

tamos también en nuestro mismo inte-rior, en nuestra inteligencia y en nues-tra voluntad, bajo la forma de una atrac-ción hacia la verdad y hacia el bien. Estafuerza se nos impone aun en el caso deque intentemos resistirla: no podemospensar que 2 y 2 son 5 o que el mal y elbien son lo mismo.

La atracción de la Verdad y el gustopor el Bien va acompañada en noso-tros de sentimientos de libertad y dedignidad, experimentados y percibidoscon gran fuerza por nuestros contem-poráneos. Y estas realidades interioresnos remiten a su vez a un absoluto

capaz de justificarlos.La misteriosa inteligencia que cons-

truye el mundo y que nos construyedesde dentro, esa fuerza del bien queinvocamos para reclamar nuestros de-rechos y que fundamenta a la vez nues-tros deberes, tiene una consistencia real.A esta realidad hay que darle un nom-bre, se le llama DIOS.

• «En el principio estaba elVerbo y el Verbo era Dios...Todo fue hecho por Él y sin

Él nada se hizo» (Jn 1,1-2).

6. ¿Qué puede pensarse deuna explicación del mundopor el azar y la necesidad?

A primera vista parece que el asuntoestá bien planteado. Necesidad y azarparecer estar presentes en el mundo quenos rodea, de una parte en las leyes na-turales que rigen a los seres, de otra enla manera fortuita en que se sucedenlos acontecimientos a lo largo de la his-toria. Pero veamos las cosas más decerca.

¿Podemos explicarlo todopor la intervención del azar?

Azar es una palabra procedente delárabe que designa el juego de los da-dos. El ciego azar se opone a la inteli-gencia lúcida. Para afirmar el azar esnecesaria una inteligencia. ¿Pero dedónde procede nuestra inteligencia lú-cida capaz de definir y precisar el cie-go azar? Del azar, sin duda, no proce-

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de, puesto que éste es ciego. No pue-de proceder más que de otra inteligen-cia superior, como la chispa que saltade una gran hoguera.

Ciertamente el azar puede responderexcepcionalmente a un orden pasajero–por ejemplo, «he ganado en la lote-ría»–, pero no puede explicar una ar-monía general y permanente, como laque nos encontramos en el mundo, ennuestro propio cuerpo o en nuestro es-píritu.

Si desmontamos un reloj despertadory lo metemos en una cazuela, por mu-cho que removamos largamente, jamáslograremos reconstruirlo de nuevo.

¿Basta la necesidad para explicarel origen del mundo?

La necesidad, por su parte, –la deuna ley física, por ejemplo– hace pen-sar en un comportamiento ineludible,que se deriva de la propia naturaleza delas cosas. Por ejemplo, dos masas,puestas una frente a otra, se atraen re-cíprocamente: es la ley de atracciónuniversal. Es cierto; pero dejamos sinexplicar por qué los cuerpos experi-mentan esta mutua atracción. La nece-sidad explica ese comportamiento delas cosas entre sí, pero el asunto noqueda en absoluto explicado para elespíritu. La necesidad comprueba unorden, pero no lo fundamenta. Expli-ca los hechos con otros hechos, perono alcanza a descifrar el porqué de estasecuencia.

La necesidad no explica el porqué delos seres. ¿Por qué estos conjuntos deátomos que están ante mí existen y seatraen al mismo tiempo? ¿Cuál es el

porqué de mí mismo, que los observo,siendo yo claramente consciente de queno soy necesario, pues hace algunosaños ni existía?

Existe además una realidad moral enla que la necesidad no halla absoluta-mente lugar alguno: se trata de nuestralibertad que, por mínima que sea, esjusto lo contrario de toda necesidad fí-sica. Aquí tropezamos una vez máscon la originalidad del espíritu, del quenos vemos obligados a buscar el ori-gen y la explicación (Rm 1,20).

• «No temáis... Hasta vuestros cabe-llos están contados»

(Mt 1,28-30).

7. ¿De dónde viene la idea de Dios?

No es suficiente negar a Dios sin más.Hay que explicar por qué y cómo estaidea puede nacer en el corazón de unhombre.

Habitualmente el ateo considera laidea de Dios como la proyección de símismo o de la imagen del Padre en elinfinito: una invención del hombre in-seguro, que recurre a la ficción del guar-dián del orden establecido; una ilusión,una alienación, un rechazo a aceptar elestado adulto, el opio del pueblo...

Y, de hecho, no falta alguna concep-ción perezosa y alienante de Dios y dela religión, que tiende a descargarnospura y simplemente de nuestras respon-sabilidades a beneficio de Dios. Losavances de la ciencia ponen en eviden-

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cia con toda razón esta visión de Dioscomo un motor auxiliar del hombre:«el riego moderno ha reemplazado lasrogativas».

Pero el Dios verdadero, lejos de unaortopedia para el hombre, es por locontrario el fundamento de su realidad:«Dios no es Dios de muertos, sino devivos», dice Jesús (Mt 22,32). Y desdeeste punto de vista no se puede mante-ner la objeción de Sartre: «Si el hom-bre es libre, Dios no existe».

Para un cristiano, Dios no es un com-petidor. Por el contrario, Dios es el ma-nantial misterioso y el garante de todo,y en particular, de nuestra misma liber-tad.

Ya es sabida la ocurrencia de Voltaire:«Dios ha hecho al hombre a su imageny le ha salido respondón». Pero, si te-nemos en cuenta las observaciones an-teriores, ¿cómo podría ser de otromodo?

Para hablar de Dios el hombre solodispone de palabras humanas. ¿Estosignifica que la idea de Dios es puracreación de la mente humana y que, portanto, no tiene existencia fuera de ella?¿Cómo explicar entonces no solamen-te el instinto de búsqueda ilimitada, sinotambién la necesidad de infinito de unser finito, en un mundo determinado,que, según algunos, se basta a sí mis-mo?

¿De dónde puede surgir la idea deDios si no es de una realidad de otroorden, de una realidad infinita, que essu fuente, es decir, si no es de Diosmismo?

El hombre sobrepasa su propiacondición: «Nos has hecho para

Ti, Señor, y nuestro corazón nodescansará hasta que repose en Ti”

(San Agustín)

• «Tu luz nos hace ver la luz»(Sal 35,10).

8. ¿Ante los males del mundo,cómo afirmar que Dios existe?

La pérdida de un ser querido, el hun-dimiento de un amor, las agresiones anuestra persona física o moral, pare-cen cuestionar las certezas más elemen-tales. Ante tales heridas y sufrimientosnos sentimos desamparados e impoten-tes. ¿Podemos seguir creyendo queDios existe?

El mal es un desorden que trastornael orden debido: por ejemplo, un acci-dente de coche provocado por el alco-holismo de un conductor ebrio.

Comprobamos aquí cómo muchosmales provienen de un uso malo denuestra libertad. Pero la libertad es ensí misma un bien, ya que nos permiteelegir el bien no en forma automática,sino con conocimiento de causa.

Pero vengamos ahora al caso de unniño que nace enfermo. A primera vistase puede pensar que tal realidad de-

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muestra la inexistencia de un ser per-fecto que obra en el mundo. Sin em-bargo, ¿cómo explicar entonces las in-numerables y variadas huellas de unainteligencia superior en el universo?

Por el contrario, si esta inteligenciaexiste, como es innegable, es de unanaturaleza muy superior a nuestro pe-queño cerebro.

Hay cosas que nos hunden en el des-concierto. Vemos el mundo como el en-vés de un tapiz. Solo vemos un barulloincoherente de líneas y colores. Habríaque estar en el lugar de quien realiza latarea para, viéndola al derecho, poderapreciar la armonía de la labor.

La perspectiva de una vida futura yla resurrección de los cuerpos, vieneaquí a esclarecer el ejemplo anterior,desdramatizando las circunstancias delniño enfermo. Se trata, en efecto, de suprimer nacimiento. Su segundonacimiento, el definitivo, será cuandoresucite después de la muerte.

«Pienso –dice San Pablo– que los su-frimientos del tiempo presente no guar-dan proporción con la gloria que ha demanifestarse en nosotros» (Rm 8,18).Y San Juan, recordando conversacio-nes con Jesús nos dice: «La mujer,cuando da a luz, está triste porque leha llegado su hora; pero cuando el niñole ha nacido, ya no se acuerda del su-frimiento por el gozo de que ha nacidoun hombre en el mundo» (Jn 16,21).

Si el sufrimiento pasajero del inocentenos resulta un misterio, sabemos, sinembargo, que Dios mismo cargó coneste sufrimiento a Jesucristo. A travésdel sufrimiento el cristiano se une ya

ahora a su Señor, antes del encuentrodefinitivo en la gloria.

Podemos ilustrar estas reflexiones se-ñalando recientes conversiones, comolas de Frossard o de Clavel e, y de otrasmucho más numerosas al otro lado deltelón de acero, donde parece que hoylas personas están descubriendo a Diosalgo así como se coge un virus.

Así pues, en la presencia del mal, elno creyente tiene en cuenta solamenteuna parte de la realidad: la negativa;mientras que el creyente toma en cuen-ta el todo: lo positivo y lo negativo, or-den y desorden, bien y mal.

• «No te dejes vencer por elmal... Yo he vencido al mundo»

(Rm 12,21; Jn 16,33)

9. ¿Quién es Dios?

Solo Dios puede hablar bien de Dios.En relación a Él, nosotros somos un

poco como esas pelotitas que se venen las ferias, sostenidas por un chorroque las mantiene en equilibrio. «Diosda a todos la vida, el aliento y todo...En Él vivimos, nos movemos y existi-mos» (Hch 17,25.28).

La única certeza que podemos mani-festar acerca de Dios es que Él existecomo una presencia inefable, una ener-gía a la vez misteriosa, prodigiosa e in-teligente, continuamente actuante sobreel mundo, que nos piensa y nos produ-ce a cada instante, porque nosotros nosomos el origen de nosotros mismos,como tampoco nuestros antepasados

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eran origen de sí mismos...No es lo mismo hacer un pastel o

construir una casa que dar la vida a unhijo. Esta tarea requiere una fuerza quenos sobrepasa y que nos es transferi-da.

Todo lo que podemos añadir es quesomos atraidos por una sed de verdady bien que se nos impone íntimamentey ante la que toda resistencia es vana.Esta corriente de inteligencia, de amora la verdad y al bien, tiene su origennecesariamente fuera de nosotros.

Es preciso hallar en esta fuente enestado concentrado, en un grado su-perior, aquello que hallamos en este flu-jo que somos, es decir: una inteligen-cia, un amor a la verdad y al bien, enuna palabra, una persona. Pero estafuente, por su misma naturaleza, per-manece misteriosa para nosotros, puesella es el continente y nosotros solo unapartecita del contenido.

Dios desborda necesariamente nues-tra inteligencia, como el mar desbordael pozalito del niño que en la playa quiererecogerlo (San Agustín).

Dios es infinitamente Otro. Solo po-demos captarlo dejándonos captar porÉl, o sea adorándolo. No se manifiestay revela en nuestra conciencia sinocuando nos sujetamos a su voluntad yhacemos a Él la entrega de nosotrosmismos.

«Oh tú, el más allá de todo,¿cómo darte otro Nombre?»(San Gregorio Nazianceno).

• «Yo soy El que soy»(Ex 3,14; Rom 11,34).

10. ¿Nos dan los Evangeliosla verdadera imagen de Jesús?

Se dice a veces que los escritos evan-gélicos son simplemente el reflejo de lafe de las comunidades cristianas primi-tivas, y así se viene a contraponer el«Cristo de la fe» y el «Cristo de la his-toria».

Es verdad que los evangelios no sonlibros de historia en el sentido actualdel término. Cada uno de los autoresha escogido entre los hechos y las pa-labras de Jesús aquello que más con-venía a los destinatarios previstos, y hadispuesto de esos elementos en funcióndel mensaje que quería transmitir. Eneste sentido, si la historia moderna pue-de compararse a una fotografía, podríadecirse que los evangelios son cuadrosde maestros de la pintura, y que llevacada uno la marca propia de su autor.

También sería excesivo rechazar suvalor histórico. Lucas declara al princi-pio de su relato que se ha «informadocon toda exactitud con la ayuda delos testigos oculares» de los hechos querelata. Y no olvidemos que en aquellaépoca, escasa en testimonios escritos,las tradiciones orales eran de una pre-cisión que somos incapaces de imagi-nar hoy en día.

En el caso de las palabras de unrabbí, era normal que los discípuloslas memorizasen con meticulosa preci-sión, incluso cuando ellos mismos noentendían su sentido. Por otra parte,

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así es como Jesús dio su enseñanza:«Os he dicho estas cosas mientras per-manezco entre vosotros; pero el Abo-gado, el Espíritu Santo, que el Padreenviará en mi nombre, ése os hará en-tender todo y os traerá a la memoriatodo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26).

En la transfiguración, por ejemplo, ve-mos vemos cómo Pedro, Santiago yJuan se preguntan confusos «qué quie-re decir eso de resucitar de entre losmuertos», un poco como en el caso deBernardette, cuando va a ver al párro-co repitiendo por el camino los térmi-nos «Inmaculada Concepción», cuyosignificado no entendía.

Por otra parte, es de señalar que lasdivergencias en los detalles propios decada evangelista no hacen sino subra-yar su acuerdo en lo esencial. De ahíresulta que la persona de Jesús esté re-tratada con una nitidez que en modoalguno podría explicarse por una mix-tificación, consciente o no, de los evan-gelistas.

¿Podemos, pues, decir que los evan-gelios nos ofrecen el verdadero rostrode Jesús? La única respuesta aceptablea esta pregunta es lo que espontánea-mente piensa aquel que lee los Evange-lios: a través de los temperamentos pro-pios y de los rasgos peculiares de sucomunidades respectivas, los evange-listas nos ponen en la presencia de unapersonalidad histórica de primeramagnitud.

• «Lo que hemos visto connuestros ojos, lo que nuestras manos

han tocado del Verbo de vida... eso oslo anunciamos»

(1Juan 1,1-3).

11. ¿Quién es Diospara Jesucristo?

Observando orar a Jesús –por la ma-ñana, muy temprano, al final de la tar-de–, se le escucha hablar con autori-dad de su intimidad con Dios: «mi Pa-dre y Yo somos uno». Viéndole hacermilagros, grandiosos a veces, como laresurrección de Lázaro, los apóstolessentían que Jesús tenía una visión deDios de la que ellos carecían.

Jesucristo es como un periscopio,que se asoma al misterio de Dios y ha-bla de Él con competencia. ¿Quién esDios para Jesús? Dios es el Todopo-deroso: «ni un cabello cae sin su per-miso». Es un Artista: «viste maravillo-samente los lirios del campo». Pero esasperspectivas no acaban de mostrar laverdadera fisonomía de Dios. Antetodo Dios es un Padre: recuérdese laparábola del hijo pródigo.

Juan resume el pensamiento del Maes-tro: «Dios es Amor» (1Jn 4,8). Esta afir-mación está lejos de ser evidente, por-que si en la creación está presente labelleza y la excelencia de muchas co-sas, también forman parte de ella la en-fermedad, la muerte, la guerra, el peca-do. Pese a ello, Jesús mantiene su afir-mación: Dios es un Padre, fuente deamor y vida. Y persiste en esa afirma-ción en el mismo momento de la cruz,cuando todo parece decir lo contrario:«Padre, en tus manos encomiendo mi

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espíritu», «Padre, perdónalos porqueno saben lo que hacen». Y aún más:«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me hasabandonado?», las palabras iniciales deun salmo de confianza.

Pero esta conmovedora afirmaciónno fue suficiente para los apóstoles. Loque realmente les ha confirmado en lafe es la resurrección de Cristo, que hanentendido como la firma de Dios alfin de su mensaje.

Nuestra fe se apoya ahora en la delos apóstoles, y la de éstos en la resu-rrección de Cristo, que nos permite ase-gurar con absoluta firmeza: «Dios esamor», aunque no siempre podamoscomprender nosotros cómo nos ama.

«Jesús no ha venido a explicarnos elsufrimiento, sino a llenarlo de su pre-sencia» (Claudel). Jesús ha hecho desu cruz una fuente de amor, que nospermite obrar como Él obró.

• «Nadie conoce al Padresino el Hijo, y aquel a quienel Hijo se lo quiera revelar»

(Mt 11,27).

12. ¿Quién es Jesús?

«¿Quién decís que soy yo?», pregun-ta Jesús a sus discípulos (Mt 16,15).

Jesús aparece como un testigo privi-legiado de Dios. Pero todavía más queeso: Él se dice igual a Dios. Algunasde sus afirmaciones no ofrecen dudas:«Se os ha dicho [Moisés]...Yo os digo»(Mt 5,27-28). Jesús se considera, al me-nos, en plano de igualdad con Moisés.

«Antes que Abraham naciese, ya exis-tía yo»... (Jn 8,58). Está claro que Je-sús se hace igual a Dios.

Sus adversarios lo entienden perfec-tamente: «No te vamos a apedrear portus buenas obras, sino porque blasfe-mas, porque tú, siendo un hombre, tehaces Dios» (Jn 10,33).

Para Jesús hubiera sido muy fácil des-hacer el malentendido. Pero, por el con-trario, lo que hace es afirmar lo mismo:«Yo soy la luz del mundo, el Hijo deDios vivo» (Jn 9,5; Mt 26,63). Son es-tas afirmaciones lo que le llevan a sercondenado a muerte.

Esa autoafirmación de Jesús comoDios admite tres explicaciones posibles.O bien se equivoca («está loco»), o biennos engaña, o si no, es que nos dicela verdad. Sólo la tercera hipótesis semuestra conforme a la realidad . En opi-nión de las más altas personalidadesmorales, como es el caso de Gandhi,Jesús es una de las cumbres del génerohumano; lo es por su sabiduría: «Na-die ha hablado jamás como este hom-bre» (Jn 7,46); lo es por su santidad:«¿Quién de vosotros puede probar quesoy pecador?» (Jn 8,46).

De pronto descubrimos un nuevo ros-tro de Dios. Dios es único, pero no so-litario. Él por amor nos da a su Hijo, yéste por amor nos da su vida en su Es-píritu.

Y de esta manera penetramos en laintimidad de Dios: es lo que llamamosel misterio de la Santísima Trinidad.

• «Tú eres Cristo, elHijo de Dios vivo»

(Mt 16,16).

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16 Razones para creer

13. Si hay ateos mejores ymás caritativos que los cris-tianos, ¿de qué nos sirve ser

creyentes y cristianos?

Aparentemente de nada. Y de hecho,la fe es un asunto de verdad y no deutilidad. Pero al acercarnos más al con-cepto de la fe, observamos que desdeella se enfrentan con un profundo sen-tido preguntas como: «¿por qué la vida?¿por qué la muerte?» Son preguntas quela mayoría de los ateos confiesa no sa-ber responder. La fe da un sentido anuestra vida y nos ayuda a darle forma.

Llegados a este punto, conviene ha-cer algunas consideraciones:

1.– Ser cristiano es una condición nofácil de vivir con coherencia; se esperamucho de nosotros, y eso es un elo-gio.

2.– Algunos ateos son buenos consus amigos; pero Jesucristo nos impul-sa a llevar esta bondad hasta el heroís-mo. La caridad, en el mandato de Je-sús, no tiene fronteras –recordemos laparábola del buen Samaritano–. Por esodice a sus discípulos: «si solo amáis alos que os aman... ¿qué hacéis de más?¿No hacen eso también los paganos?»(Mt 5,46-47). Católico quiere decirabierto a todos.

3.– Es cierto que hay no creyentesque anteponen el amor a los demás,

cualesquiera que sean, por encima detodo, por lo menos en algunos momen-tos de sus vidas. Ahora bien,

–en ese caso, hay que decir que soncreyentes, puesto que creen en algo in-visible, el amor, algo que tiene más va-lor que todo lo que se puede ver y to-car.

–este hecho prueba al creyente queel Espíritu actúa más allá de los lími-tes visibles de la Iglesia. El sentido su-perior del amor pervive más allá de loslímites de la Iglesia y del conocimientode la misma. El empeño de misionerosy apóstoles, justamente, parte de estafe en la acción secreta de Dios en elcorazón de los hombres. Éstos, por laacción evangelizadora, han de llegar aconocer y a vivir plenamente lo que yaestán viviendo en alguna medida.

4.– Pero es una lástima que estos «in-crédulos» no sean cristianos.

–porque así tendrían más coraje paraluchar, al saber que están construyen-do un reino que no pasará; se llevaránuna sorpresa cuando un día lleguen adescubrirlo.

–además, cuando sufrieran agota-mientos, desánimos, podrían reafirmar-se en un amor pleno apoyándose en lafuerza del amor de Cristo por la ora-ción y los sacramentos, a ejemplo delos santos.

«En un principio descubrí que elhombre está hecho para amar; pero mequedaba por saber que el hombre noes el Amor y que ha de sacar el Amorde su fuente» (Jacques Lebreton).

Queda por observar que hay, y en mil

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versiones, gigantes de la santidad –Francisco de Asís y Vicente de Paul,un Padre de Foucauld o un MaximilianoKolbe, Teresa de Jesús o Teresa delNiño Jesús–, cuya talla moral es un de-safío histórico ante el que ha de incli-narse el ateo.

• «Si conocieras el don de Dios»(Jn 4,10).

14. ¿Qué es la fe?

El Evangelio nos señala los tres ras-gos esenciales de la fe:

1º La fe es un don de Dios que seconsigue por la oración. Esta es nece-saria. Las cuestiones científicas hayque abordarlas científicamente, y lasrealidades religiosas de modoreligioso.Si Dios es una persona, no esposible forzar su voluntad. No hay aquícontradicción alguna. Basta decirle aDios: «Si existes, Señor, haz que teconozca». Ésta fue la oración del Pa-dre Foucauld antes de su conversión.

«Nadie viene a mí si mi Padre no loatrae», dice Jesús (Jn 6,44.65).

2º La fe es un acto razonable. Antesde seguirle, Jesús propone que se re-flexione con seriedad, como el que sedispone a construir una torre. El cre-yente debe tener serias razones y sufi-cientes para creer. De ellas hemos he-cho más arriba un inventario rápido ysumario.

3º La fe es un acto libre. Dios no violalas conciencias, porque la libertad esla ley del Amor. Jesús nos dice «si tu

quieres». La purificación del corazónnos pone en camino: «me dices que de-jarías los placeres si encontraras la fe;pero yo te aseguro que encontrarás lafe si dejas los placeres» (Pascal).

“El que obra la verdad, viene a la luz”(Jn 3,21).

En materia religiosa, como en el amor,llega un momento en el que tendremosque decidir, y nadie puede hacerlo ennuestro lugar

La alegría de la feSucede en nuestra relación con Dios

como ocurre con una persona que via-ja en el tren a nuestro lado. Podemostratarle como un mueble, o bien po-demos darle en nosotros existenciacomo persona, y como persona próxi-ma. Resulta paradójico que Aquel quenos da la vida y la existencia en cadainstante quiere que nosotros tengamostambién la alegría de hacerle existir ennuestras vidas por la fe.

La reciprocidad es la clave íntima delamor. Humildad de Dios.

Por eso Dios no es el gran ausente.Él es, precisamente, «el corazón denuestras vidas, el que nos hace vivir».

A su luz el mundo se hace transpa-rente y fraternal, como lo expresa elcántico al Hermano Sol de San Fran-cisco de Asís. El universo entonces setransforma en vínculo de comunión:«Una renuncia dulce y total », dicePascal. Y en nuestras cruces, tambiénen aquella de la duda –porque la fe noes una evidencia, es siempre una lucha,el combate del amor–, otro, a partir deentonces, reza en nosotros: el Espíritu

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18 Razones para creer

de Jesús.«Padre mío, me abandono a ti, dis-

pón de mí. Te daré gracias por cual-quier cosas que de mí dispongas. Es-toy pronto a todo, lo acepto todo. Nodeseo nada, sino que tu voluntad sehaga en mí y en todas tus criaturas,Dios mío.

«Pongo mi alma entre tus manos, tela entrego, Dios mío, con todo el amorde mi corazón, porque te amo y esteamor poner en mí la necesidad de en-tregarme a ti, sin medida, con una infi-nita confianza. Porque eres mi Padre»(Ch.de Foucauld).

• «Señor, ven en ayudade mi incredulidad»

(Mc 9,24)

15. ¿Todas las religionesson iguales?

Puede uno caer en la tentación depensar así. ¿No es la sinceridad lo quecuenta en definitiva ante los ojos deDios?

Y de hecho, si la religión es esencial-mente el esfuerzo del hombre por en-contrar a Dios, en la medida en queeste esfuerzo se lleve a cabo con sin-ceridad, debe ser grato a los ojos deDios y, por extensión, también le serángratas aquellas religiones surgidas enotros tiempos y culturas, pero llevadas

por un mismo deseo de búsqueda.Sin embargo, el valor de una religión

no debe medirse solamente por la sin-ceridad de su fundador o de sus adep-tos. Se puede ser sincero en el error,basta con tener una información malao insuficiente. Hace falta, pues, sabersi Dios mismo, por su parte, no ha re-velado un medio privilegiado para en-contrarle. Esto pertenece ya al ámbitode la libre iniciativa de Dios que, cuan-do se manifiesta, tiene como contrapartida, del lado del hombre, la fe.

No se puede negar la posibilidad deque Dios tome una iniciativa de esta na-turaleza. La revelación es posible. Y siDios se revela, no puede contradecirsu propio mensaje. Su revelación, si seha producido, ha de ser coherente con-sigo misma. En otras palabras, no esposible que existan varias religionesauténticamente reveladas por Dios.

Por tanto, admitiendo que, en princi-pio, toda religión conlleva elementos deverdad en su credo, no puede ser éste,sin embargo, plenamente convincentemás que en la medida en que se adhieraexactamente a la voluntad de Dios, cla-ramente expresada por el mismo Dios.

Para el cristiano estos signos de larevelación existen, y se hallan en la mi-lagrosa persona de Jesús, tal como nosla transmiten los evangelistas en el rela-to que hacen de su paso por la tierra yde su resurrección (cf. nº 4 y nº 12).

• «En esto está la vida eterna, en que te conozcan a Ti, elúnico Dios verdadero, y al

que has enviado, Jesucristo”(Jn 17,3)

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16. Una notasobre los milagros

El milagro es un hecho prodigioso queatrae nuestra atención e invita a ver enél una intervención extraordinaria deDios, una señal que da autenticidad aun mensaje espiritual.

Los milagros que se relatan en losevangelios son para nosotros motivosde fe, lo mismo que lo fueron para loscontemporáneos de Cristo. Felizmen-te, podemos contar en nuestros díascon tales prodigios que confortan nues-tra esperanza. Véanse los milagros deLourdes.

Citaremos un caso, el de PierreRudder, leñador belga. En 1867, en unaccidente laboral, se fractura la piernaizquierda, tibia y peroné hasta la rodi-lla. Durante 8 años, la herida, siempreabierta, supura y desprende un hedorinsoportable. Los extremos del huesoasomaban por ella su fuerte necrosis.El 7 de abríl de 1875 se le da a beberun poco de agua del manantial deLourdes... Invoca a Nuestra Señora deLourdes, se incorpora, camina y sanainstantáneamente. No solo las llagasquedan cicatrizadas, sino que los hue-sos aparecen soldados. Ha habido,pues, creación instantánea de materia,constatada por los médicos y recono-cida por la Oficina Médica de Lourdes.

El milagro no puede tomarse –y me-nos hoy que en tiempo de Jesús– comouna coacción a la libertad personal.

Emilio Zola y el Profesor Alexis Carrelfueron ambos testigos de sendos mila-gros en Lourdes. El primero no vio enaquello la intervención sobrenatural, yen cambio el otro se convirtió. «Lossencillos sienten a Dios con la naturali-dad que perciben el calor del sol o elperfume de una flor. Pero ese Dios,abierto a aquel que sabe amar, perma-nece en silencio para el que no sabemás que comprender» (A. Carrel, pre-mio Nobel de medicina).

«Si no me creéis,creed en mis obras»

(Jn 10,38)

16 bis. ¿De dónde provieneel mal? ¿Por qué a mí?

Si Dios es amor, el mal no puede pro-ceder de Él. Hemos visto más arribaque algunos males tienen su origen enel mal uso de nuestra libertad. La fe nosinvita a profundizar en el asunto. La pre-sencia del mal en el mundo es imputablea la primera pareja; se trata del pecadooriginal, pecado personal de nues-trosprimeros padres y tara de la humani-dad. «Si el hombre es inconcebible sineste misterio, más inconcebible es estemisterio para el hombre» (Pascal).

La hipótesis evolucionista de la crea-ción, de la que ya hablamos, no es, aun-que pueda parecerlo, incompatible coneste hecho. Basta distinguir entre inteli-gencia y cultura. El primer hombre po-dría ser inculto pero no falto de inteli-gencia.

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20 Razones para creer

La primera pareja humana, sea unou otro el modo de su aparición, proce-de de Dios y, por tanto, es necesaria-mente inmaculada. Enraizada desde lomás íntimo en Dios, es plenamenteconsciente de sus deberes. Pero hacefalta que lo reconozca, porque el amorexige reciprocidad. Es preciso, por tan-to, que renuncie a una autonomía ab-soluta. Por el contrario, consciente desu superioridad sobre todo lo creado,se niega a hacerlo. Éste es el sentido delos textos sagrados que nos hablan delprimer pecado, desde el Génesis hastaSan Pablo en la carta a los Romanos (Gén3; Rom 5).

Como un árbol arrancado de susraíces, la primera pareja se autoexcluyede lo mejor de la energía divina. Noamando a Dios como Él lo merece, nopodrá amar a los otros y a sí mismocon la pureza y la plenitud del amor di-vino: es la concupiscencia. Intelectual-mente su espíritu se ha oscurecido: esla ignorancia. Físicamente, su cuerpotambién sufre las consecuencias: es elsufrimiento y la muerte. «Por el peca-do entra la muerteen el mundo» (Rm5,12). Esta muerte no era inherente a lafinitud humana: la experiencia de losmísticos nos enseña que una vida deunión con Dios permite al hombre fran-quear las leyes biológicas. Marta Robin,por ejemplo, en el siglo XX, ha vividomás de 50 años sin comer ni beber. Ca-bría preguntarse si el primer hombreprofundamente unido a Dios no hubie-ra sido capaz de prever y controlar lasmismas catástrofes naturales (cf. Mc4,39-41; Mt 21,21).

Pero hay más. Puesto que la primera

pareja lleva consigo el capital genéticode toda la humanidad, sólo puedetransmitir lo que posee, es decir, un pa-trimonio en parte estropeado. El prin-cipio de la solidaridad preside la crea-ción bajo la fórmula de las leyes de laherencia.

De ahí que el mal no sea necesaria-mente la consecuencia de una falta co-metida por la persona que lo sufre:«¿qué le he hecho yo a Dios?», sino elresultado global del pecado de nues-tros primeros padres y del pecado delmundo. Esa misma cuestión se le pro-puso a Jesús, y se puede leer su con-testación con provecho en Lucas 13,4-5.

A esto, en fin, hay que añadir que aeste primer pecado la humanidad hasido inducida por un espíritu supe-rior. Es lo que dice Jesús refiriéndoseal demonio, «que es homicida desde elprincipio» (Jn 8,44).

Felizmente un nuevo Adán y unanueva Eva, Jesús y María, nos hansido dados para una restauración per-fecta del plan de Dios. Jesús aceptatomar sobre sí el pecado del mundo, ypor su obediencia perfecta lo reduce acenizas en el fuego de su amor sobrela cruz. Él nos hace capaces de reco-nocernos pecadores y de confiarle to-das nuestras miserias. De nuevoenraizados en Dios por Cristo, partici-pamos ahora en su Potencia, en su San-tidad, en la redención del mundo y enla gloria de su resurrección.

• «Allí donde abundó el peca-do sobreabundó la gracia»

(Rm 5,20)

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II. ALGUNOS

PUNTOS ESENCIALES

17. ¿Qué hay que pensarde la Biblia ?

La Biblia no es solamente un libro, esuna verdadera biblioteca constituidapor 73 obras de distinto género: cróni-cas, discursos, fábulas, poesías... quese fueron componiendo a lo largo devarios siglos, desde el siglo XII antesde Cristo hasta un siglo después de suascensión al cielo.

Para entender bien el contenido de laBiblia, hay que tomarla como el acervocomún de todo un pueblo, que la acep-tó y conservó como patrimonio pro-pio, y no solamente como textos indi-viduales de ciertos escritores.

¿Por qué consideramos a la Biblia como palabra de Dios?

Para los creyentes la Biblia sobrepa-sa con mucho su valor documental. Ellaes un mensaje de Dios a la humani-dad de todos los tiempos, un reflejo desu presencia e intervención en la histo-ria del hombre.

Esto supone una presencia de Diosen tres niveles: el de los hechos reales(creación, providencia, milagros), el dela interpretación de esa presencia (ins-piración, es decir, asistencia especial)y el de aquéllos que reciben el mensaje

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22 Razones para creer

y reconocen en él su origen divino (fe-Magisterio).

De ahí que la Biblia se nos presentecomo una realización colectiva, vividay hablada antes de ser escrita, inscritaen la tradición de un pueblo de creyen-tes, que avanza por la historia ilumina-do por el Espíritu de Dios.

Esto explica la originalidad de suestructura, tanto en el Antiguo Testa-mento –antes de Cristo– como en elNuevo –después de Cristo–.

¿Cómo se manifiestael origen divino de la Biblia?

Sorprende la libertad con que se hanelaborado los libros del Antiguo Testa-mento y cómo, pese a la convivenciacon pueblos de su entorno, entre mitosy costumbres diversos, el pueblo he-breo ha sabido preservar con fuerza suverdad, sin arredrarse ante corrientesde opinión contraria y presiones de todogénero. Nos llega así nítida la pura ori-ginalidad de su mensaje; a saber, laexistencia de un Dios único y su alian-za gratuita con la humanidad.

Del mismo modo, resulta sorprenden-te la forma en que se ha configurado elNuevo Testamento. La selección de loslibros que lo constituyen deja de ladootros testimonios, que hoy llamamosevangelios apócrifos, relatos maravillo-sos de la vida de Jesús.

¿Porqué consideramos a la BibliaPalabra de Vida?

1.– El misterio de la Biblia esindisociable del misterio del pueblo deDios y de la Iglesia. Ésta es la que ga-

rantiza su autenticidad. De ahí que laBiblia necesite de la Iglesia el cauce na-tural de su mensaje, y que en ella en-cuentre siempre su intérprete legítima.

«El que os escucha me escucha»,dice Jesús a sus discípulos (Lc 10,16).

2.– Al mismo tiempo, la fe cristianano puede quedar en una personal ad-hesión a Dios ilustrada por la lecturade la Biblia. La fe cristiana implica en-trar en una comunidad de creyentes:la Iglesia. Creer es integrarse en la fa-milia eclesial.

3.– La Biblia, al tener como objeto laformación moral y religiosa de la hu-manidad, no intenta dar una enseñan-za científica. «La Biblia no enseñacómo va el cielo, sino cómo se va alcielo», decía San Agustín. En cuestio-nes históricas, por otro lado, la Escri-tura relata los acontecimientos segúngéneros literarios diversos. Se equivo-caría, pues, quien exigiese de ella otrasenseñanzas.

Comprendida y meditada a la luz dela fe, la Biblia es palabra de Dios paralos hombres de todos los tiempos, des-de las tribus primitivas hasta el mundotecnificado de este siglo XXI que co-mienza.

• «No sólo de pan vive elhombre, sino de toda palabraque sale de la boca de Dios»

(Mt 4,4)

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18. ¿Por qué la Iglesia?

«Cuando dos o tres se reúnen en minombre, allí estoy yo presente en me-dio de ellos» (Mt 28,30), ha dicho Je-sús. Bossuet concluye: «la Iglesia esJesús extendido y comunicado».

¿Cuántos de nuestros contemporá-neos suscribírian este aserto? ¿No es-tamos viendo en estos días, por partede algunos, un intento de enfrentar aJesús con la Iglesia?

Sobre el episodio del camino de Da-masco, San Pablo dirá más tarde: «yoperseguía a la Iglesia», pues Jesús leha dicho: «¿por qué me persigues?»(Hch 9,4).

¿Cuál es el origen de la Iglesia?La misión de Jesús no se agota en el

anuncio del reino de Dios a sus con-temporáneos. Él ha querido edificar unaIglesia que prosiga su misión a travésde los siglos. No se trata de una socie-dad anónima de ascensores individua-les, que lleva a los hombres hacia Dios;se trata de un pueblo, de una comuni-dad, verdadera réplica –dentro de la his-toria humana– de la invisible comuniónde las tres personas de la Santísima Tri-nidad; ésta es la comunión que es cau-ce, modelo y fin de la Iglesia. «Comotú, Padre, estás en mí y yo en ti, queellos también sean uno en nosotros, afin de que el mundo crea que tú me hasenviado» (Jn17,21). Así la Iglesia uni-

versal se nos presenta como un «pue-blo que consigue su unidad de la uni-dad del Padre, el Hijo y el Espíritu San-to» (San Cipriano).

¿Para que sirve la Iglesia?La Iglesia, esposa de Cristo, tiene la

misión de servir al mundo, invitando ala humanidad a estos esponsales, parafelicidad de los hombres y la gloriadel Padre, dos realidades inseparables.

San Ireneo dice de manera breve ydensa: «La gloria de Dios es el hombreviviente en Dios».

¿Es la Iglesia una democracia?Comunidad espiritual, y cuerpo mís-

tico de Cristo, la Iglesia es regida en lacorresponsabilidad y colegialidad desus miembros. Pero ello no es óbicepara que al mismo tiempo se trate deuna institución jerárquica fundada porsu Señor.

Desde el principio, Jesús escoge susdoce apóstoles para que le ayuden arealizar su obra, y de entre ellos da unlugar especial a Simón, al que cambia-rá el nombre por el de Pedro, para sig-nificar claramente que él es la roca so-bre la que edificará su Iglesia.

Dando a esta institución una misiónde alcance universal, Jesús le otorgauna estructura de dimensiones histó-ricas: «Id y enseñad a todas las nacio-nes... Yo estoy con vosotros hasta elfín de los tiempos» (Mt 28,19-20).

De esta manera los ministerios o ser-vicios que ejercen los sacerdotes, losobispos y el Papa están dentro de lasenseñanzas del Evangelio. Su tarea es

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anunciar la buena nueva, dispensar lossacramentos y conducir al pueblo deDios en su tránsito por la tierra.

¿Quién forma parte de la Iglesia?La Iglesia puede ser comparada con

un iceberg, signo visible de una reali-dad parcialmente invisible. La parte vi-sible es la institución, la parte sumer-gida es el reino invisible, que necesa-riamente sobrepasa las fronteras socio-lógicas e históricas de la Iglesia; perotodo es una sola cosa. Y hay más,como dirá San Agustín: «No basta for-mar parte del cuerpo de la Iglesia parapertenecer a su corazón».

Cristo sí, pero la Iglesia noSe objetarán, sin duda, las imperfec-

ciones de que ha adolecido la Iglesia alo largo de la historia, imperfeccionesque la desfiguran y le impiden ser lapura transparencia del Dios Vivo.

Pero ya algunas parábolas de Jesúsadvertían de este drama, como la deltrigo y la cizaña. Con todo, la historianos enseña que la Iglesia encuentraen las situaciones de crisis los antído-tos que le permiten recuperar la fideli-dad a su vocación.

Tal es el milagro de la Iglesia que, des-pués de veinte siglos, a pesar de susdebilidades, cumple y verifica experi-mentalmente la profecía de su funda-dor: «las potencias del infierno no pre-valecerán contra ella» (Mt 16,18).

En nuestros días, una Madre Teresao el mismo Juan Pablo II son testimo-nios de la vitalidad de la Iglesia y desu fidelidad indefectible. Y con elloslas religiosas, sacerdotes, laicos, niños,

jóvenes o adultos, que son entre no-sotros signos vivientes de la Iglesia.

«Alabada sea la Madre sobrecuyas rodillas yo todo lo aprendí»

(Claudel)

• «Tú eres Pedro y sobre estapiedra edificaré mi Iglesia»

(Mt 16,18)

19. ¿Por qué la figura dela Virgen María?

Si tan poco espacio tiene María en elEvangelio ¿por qué la importancia quese le da en nuestra fe?

¿Qué dice de María la Escritura?La Escritura, en efecto, es discreta al

hablar de María; pero ciertos textos delEvangelio nos obligan a superar esa po-sible impresión. He ahí las palabras deJesús a San Juan: «Muchas cosas mequedan por deciros, pero ahora no se-ríais capaces de comprenderlas. Cuan-do venga el Espíritu de la verdad, él oshará entender todo» (Jn 16,12-13).

Los primeros cristianos conocen pordos diferentes tradiciones, sorpren-dentemente convergentes –la de Lucasy la de Mateo– el hecho de la virgini-dad de María. E intentan comprenderel sentido de la salutación a la «favoritade Dios», la «llena de gracia», y el sig-nificado misterioso de su canto de re-

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conocimiento: «El Señor hizo en mí ma-ravillas». Maravillas en «la esclava» delSeñor...

«Aquel que me sirva será honrado pormi Padre» (Jn 12,26). ¿Hasta qué pun-to ha honrado Dios a María? Lentamen-te la Iglesia, inspirada por el EspírituSanto, ha examinado este hecho abso-lutamente único: una maternidad res-ponsable de dimensión divina.

¿No fue Maríauna mujer sencilla y humilde?

María es el único en que un hijo –¡yqué hijo! Dios mismo– ha podido nosolo escoger a su madre, sino colmarlade todas las cualidades necesarias parallevar a cabo su misión.

Otros signos han confirmado estarealidad primera:

En Caná, es María la que provoca elprimer milagro.

Al pie de la cruz, tal como nos lapresenta San Juan, se manifiesta comouna realidad histórica y a la vez sim-bólica.

María es la nueva Eva que permane-ce en pie frente al nuevo Adán, al ser-vicio de una nueva creación. Aquí, me-jor aún que en el Génesis, la nueva mu-jer procede del costado abierto delhombre nuevo. Gracias a él, a travésde la persona de Juan, viene a hacerse«madre de todos los vivientes» (Gén3,20).

Los pasajes del Evangelio que pare-cen mostrarla como una simple servi-dora dejan entrever al mismo tiempoque ella es la imagen viva de su Hijo,

«el Servidor»: «el Hijo del hombre havenido no para ser servido, sino paraservir» (Mt 20,28).

Así la Iglesia, meditando la Escritu-ra, y avanzando de intuición en intui-ción, descubre y afirma la maternidaddivina de María, su inmaculada con-cepción, su asunción, y su papel ma-ternal con la Iglesia.

¿Todo esto no parece poco verosímil?Cierto, estas palabras son duras para

quien quiere reducir el misterio de laIglesia y el proyecto de Dios a los sim-ples límites de la sabiduría humana.¿Puede Dios conceder tal poder a loshombres y, concretamente, a una joven-cita?

Pablo lo ha dicho: «Dios ha elegidolo que a los ojos del mundo es locurapara confundir a los sabios» (1Cor1,27).

Al asomarnos al misterio de María,se nos abren perspectivas insospecha-das sobre la humildad de Dios. Parapenetraren ese misterio, es preciso acep-tar las costumbres divinas. EntoncesMaría ilumina el Evangelio y el Evange-lio ilumina a María: «Yo te alabo Pa-dre, Señor del cielo y de la tierra, por-que has ocultado esto a los sabios yeruditos de la tierra y lo has revelado alos humildes» (Mt 11,25).

¿Por qué rezar a María?Si observamos que en la Sagrada Es-

critura es frecuente recurrir a un her-mano para que interceda ante el Señor(Hch 8,24), resulta eminentemente bí-blica esta oración que la Iglesia Católi-

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ca dirige a María.«Alégrate, María, llena de gracia, el

Señor está contigo. Tú eres bendita en-tre todas las mujeres y es bendito elfruto de tu vientre, Jesús. Santa María,Madre de Dios, ruega por nosotros, pe-cadores, ahora y en la hora de nuestramuerte. Amén».

Como un tema musical repetido porcristianos de toda condición y de to-dos los tiempos, esta oración expresael culto del Hijo a la madre: «honrarása tu padre y a tu madre» (Éx 20,12; Mt15,4).

«El Amor no es más que una pala-bra, repetida sin cesar y siempre nue-va», nos dice Lacordaire. Y en la leta-nía, de generación en generación, puray sencillamente, se cumple la profecíade la Virgen: «todas las generacionesme proclamarán bienaventurada» (Lc1,48).

• «He ahí a tu madre»(Jn 19,27)

20. ¿Por qué orar?

«La oración es vergonzante», ha es-crito Nietzsche. Más bien habría quedecir que se trata de un acto tan naturalcomo beber o respirar. «El hombre sien-te la necesidad de Dios del mismomodo que le resulta imprescindible elagua y el oxígeno» (Alexis Carrel).

Se puede añadir que no es merma dela dignidad del hombre la oración, comono lo es la necesidad de compartir feli-

cidad y penas entre los que se aman.La autosuficiencia de Prometeo es unmito contra natura. El hombre está he-cho para amar, y alcanza su plenituden el amor.

¿Para qué sirve la oración?–La mejor imagen para entender nues-

tra vida en Dios es la de la alianza y elmatrimonio. La oración es a la fe lo queel diálogo es para el amor en el matri-monio. Sin diálogo el amor se debilita yacaba por desvanecerse. Así ocurrecon la fe sin la oración.

«Soy creyente pero no practicante»,oimos decir. Podríamos responder in-virtiendo los términos: «Quizás soismás practicantes de lo que decís –yaque la práctica religiosa no se limita alculto–, y menos creyentes de lo quepensáis –en la medida en que aban-donais la oración–».

–La oración es además una exigen-cia de nuestra vida moral. «Sin mí,dice Jesús, nada podéis» (Jn 15,5).

«Dios –dice San Agustín– nos pro-pone dos categorías de cosas: las po-sibles para que las hagamos, y las im-posibles para que le pidamos la fuerzanecesaria para llevarlas a cabo».

–La oración es, al mismo tiempo, underecho: privarnos de él sería una equi-vocación: «Venid a mí todos los queestáis fatigados y agobiados, que yoos aliviaré» (Mt 11,28).

–Siendo la oración una necesidad parael hombre, es también un deber paracon Dios. Oramos entregando nuestrotiempo a Dios, porque es Dios. Oran-do expresamos lo absoluto de Dios,

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permanecemos ante Él, «como un per-fume que vertido en su honor, perdién-dose a sí mismo», según dice Bossuet.

Y entonces nuestra vida se hace todaella oración. Sin ella la acción derivaen una búsqueda inconsciente de no-sotros mismos.

–La oración es un servicio a la Igle-sia. «Toda alma que se eleva, eleva almundo», dirá Elizabeth Lesœur.

–La oración es siempre atendida, almenos si no pedimos a Dios que sehaga cómplice de nuestras cobardías yperezas, sino que le suplicamos asistir-nos para hacer su voluntad, en la queestá nuestra felicidad. Así no enseña aorar Cristo en el Padrenuestro.

¿Cómo rezar?Aquí lo que más vale es la experien-

cia. Se aprende a orar, orando.–La oración es un combate. Y un

combate que ha de reiniciarse cada día.Nos despertamos paganos cada maña-na, y cada mañana debemos despertar-nos de nuevo a las realidades de la fe:adorar, pedir perdón y dar gracias.

–La oración auténtica es, al mismotiempo, espontánea y metódica. Estápresta a surgir en cualquier instante, peronecesita de momentos y lugares apro-piados, si queremos que no esté a mer-ced del capricho y la pereza.

–Su fuente es la Escritura, los sal-mos y la vida de Jesús concretamente,pero acude también a fórmulas ya he-chas, como el Padrenuestro y elAvemaría, que vienen a ser como lospiolets para el alpinista en la escalada.

–Los sentimientos y las ideas son se-cundarios. Lo importante es el amor,la voluntad de amar. Ya estamos oran-do cuando, ante Dios, reconocemosnuestra torpeza para orar y hacemosnuestras las palabras de los apóstolesa Jesús: «Señor, enséñanos a rezar»(Lc 11,1).

–También oramos cuando, en la pre-sencia de Dios, meditamos en nuestrocorazón los sucesos de la vida diaria.

Muchos creyentes se descorazonanpor su incapacidad de concentración,por sus «distracciones». En realidad,estas fugaces ideas, que estorban nues-tra atención, pueden incluso constituirla trama de una auténtica oración per-sonal, si dejamos que Dios nosevangelice a través de ellas.

–La cima de la oración se alcanza enla pura comunión con Dios en el si-lencio. No es tan dificil, se necesita unpoco de tiempo, confianza y tesón paraalcanzarla. El rosario, a pesar de su apa-rente monotonía, conduce progresiva-mente a esta presencia ante Dios a losque confían.

«Velad y orar» (Mt 26,4), decía Je-sús. Y Él mismo daba ejemplo de loque aconsejaba, orando largamente enla noche, como en Getsemaní.

• «Hay que rezar siem-pre para no desfallecer»

(Lc 18,1)

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21. ¿Hay que bautizar alos niños recién nacidos?

–A primera vista,parece inconvenien-te comprometer la libertad de una per-sona para toda la vida sin su consenti-miento.

En realidad, se da en el niño el casoparticular de una libertad que para de-sarrollarse necesita provisionalmenteque otras libertades se comprometanen su lugar. Y esto se presenta en to-dos los aspectos de su vida infantil: lomismo en la elección del alimento, odel lenguaje o de las normas de su com-portamiento moral. No se trata, pues,de suprimir la libertad del niño, sino desuplirla para que tenga acceso a unosdones de los que irá disfrutando en unalibertad progresiva. No escoger por elniño ya es escoger, porque la vida noespera.

A esto se puede añadir, contra unaopinión hoy corriente, que la libertadno constituye en sí el Bien Supremo,sino que alcanza todo su valor de Biencuando se ejerce no automáticamente,sino con conocimiento de causa.

En estas condiciones, parece ser quela regla de oro sería escoger por el niñoaquello que uno desearía para sí, porser lo mejor.

–¿Porqué bautizar al niño?A la luz de las consideraciones pre-

cedentes, el cristiano quiere el bautis-mo de su hijo recién nacido. Es un actode plena coherencia. Si para él Cristoes el sol de su vida, su mejor deseo esconseguir que su hijo participe de Él.

Para los padres cristianos es una feli-cidad salir al encuentro del deseo deCristo vivo y resucitado, y ofrecerle asu hijo. ¿No es Cristo el primer res-ponsable de este hijo, el garante de sulibertad, el complemento indispensa-ble de su ser?

«Yo soy la Vid, dice Jesús, vosotroslos sarmientos. Sin mí nada podéis»(Jn 15,5).

En estas condiciones, nada tiene desorprendente que desde los orígenes dela Iglesia, los cristianos hayan bautiza-dos a su hijos. Tenemos inumerablestestimonios. La crónica de los Hechoshabla en varias ocasiones del bautismode toda una familia (Hch 16,33). SanPablo habla del bautismo como de«una nueva circuncisión» (Col 2,11-12),y los judíos realizaban esa ceremoniaocho días después del nacimiento. Te-nemos pruebas igualmente en los es-critos de los Padres de la Iglesia, comoen San Ireneo, obispo de Lyon hacia elaño 178.

–¿Simple posibilidad u obligaciónde conciencia?

Para los padres cristianos, el bautis-mo de los hijos más que una opción esun deber de conciencia, tanto por elbien del niño como por el bien del mis-mo Cristo. Eso sí, es preciso que lospadres se comprometan a dar a su hijouna educación cristiana, que le permi-ta al hijo apropiarse progresivamentedel bautismo con todo conocimientode causa.

• «Dejad que los niñosse acerquen a mí»

(Mc 10,14)

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22. ¿Por qué la Misa?

–¿Qué es la misa?Para comprenderla hay que ir más

allá de las apariencias. Un proverbiochino dice que si señalamos a un tontola luna con el dedo, el infeliz mira eldedo en vez de a la luna. En este casola punta del dedo es el pan y el vinosobre el altar; es el sacerdote pronun-ciado las mismas palabras de Jesús:«éste es mi cuerpo, entregado por vo-sotros, y esta es la copa de mi sangre,vertida por todos los hombres» (1Co11,24-25). Estos son los signos que in-vitan al creyentea un acto de fe en elamor infinito del Padre, que nos en-trega a su Hijo, y del Hijo, que ofre-ciendo su vida por nosotros nos ofre-ce su Espíritu.

Aquel que ha dicho «yo soy la ver-dad» no miente. Por la Eucaristía no-sotros estamos realmente en presen-cia del cuerpo entregado y de la san-gre derramada, es decir, de la personade Jesús en el momento mismo en queentrega su vida por nosotros.

La Eucaristia es un desafío al tiempoy al espacio. Por ella participamos enel sacrificio de Jesús en la Cruz. «Ennuestras iglesias, dice Bossuet, graciasa la Misa, todos los días es ViernesSanto». Dan ganas de decir: «y todo lodemás es literatura». Ya decía San Pa-blo: «yo, cuando estuve entre vosotros,no me precié de saber de nada, sino de

Jesucristo, y éste crucificado» (1Cor2,2).

Por la Eucaristía venimos nosotros aser contemporáneos de la pasión y dela muerte de Cristo. La misa es real-mente un sacrificio, es la participaciónen el único Sacrificio de Cristo.

Imaginemos una iglesia circular, queen su centro tiene un altar. Todas suspuertas dan acceso directo a ese altar.Toda misa da un acceso inmediato ypermanente a la cima del Amor.

–¿La Misa es simplemente una ce-remonia?

No solo es eso, sino que es una lla-mada del Amor que a amor llama;una Acción que llama a la acción.

Cristo es el camino pero, como diceSan Agustín, es «un camino que anda»,conduciéndonos al Padre. En el GranNorte los troncos bajan flotando por elrío hasta llegar a su destino. Y así no-sotros somos los troncos de los árbo-les, que por el gran río del Amor deCristo, somos llevados por su Espíritual Padre.

–La Misa nos abre al mundoPor la Eucaristía entramos en el cen-

tro de Dios Amor y, a la vez, en el cen-tro del Universo y de la Historia.

Escapamos así fuera del tiempo, omejor dicho, nos unimos a él en su to-talidad. Es decir, en la inmensidad deese Cristo que todo lo cifra en sí mis-mo, nos vinculamos inmediatamente ala victoria de la Pascua, al triunfo de laAscención y a la efusión del Espírituen Pentecostés. Toda la vida de Cris-to, toda escena del Evangelio, se nos

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hace presente. Nos unimos al mismotiempo con el pueblo de Dios, el delAntiguo Testamento y el de la Iglesia,desde sus orígenes hasta nuestros días.La Virgen María, todos los santos, nues-tros difuntos, se unen a nosotros, conaquellos que nos acompañan en la misay con los que no están presentes enella.

Por la Eucaristía y en Cristo, nos per-sonamos en todos los suburbios delmundo y nos reunimos con todos losque sufren. Entramos así en comuni-cación directa con la humanidad en suhistoria, en su prehistoria y... en su por-venir. Porque Cristo, el Verbo creadores de ayer, de hoy y de mañana. ConÉl penetramos el porvenir, el futuro senos hace presente, atravesamos la se-mana próxima, asistimos a nuestramuerte y resurrección, y las hacemosnuestras uniéndonos a la voluntad deDios.

–¿Por qué la comunión?El Amor tiende a la unidad. La co-

munión sacramental del cuerpo y la san-gre de Cristo opera esta fusión (Jn 6,55-57). El cristiano que comulga salede sí mismo y se sumerge en el Amor,y con él en el mujndo. Y así se hacecon Cristo de alguna manera sacerdotedel mundo, sacerdote en el sentido exac-to del término, haciendo real por las pa-labras y gestos de la Eucaristía esta in-mensa e inefable presencia de Dios antelos hombres, de los hombres ante Dios,y de los hombres entre sí.

–¿Porqué se lee la Biblia en la Misa?Una acción de tal transcendencia,

para que no caiga en la magia, ha de

ser esclarecida por la Sagrada Escritu-ra. Ésta es lo que llamamos liturgia dela Palabra, que precede siempre al sig-no del pan y del vino, desvelando susentido y su actualidad.

El misal ofrece a sus lectores más de500 pasajes de la Escritura, sin contarlos salmos, es decir, una magnífica an-tología de la Biblia.

–¿Cómo participar actívamente enla misa?

La comunión requiere una prepara-ción del espíritu, gestos, oraciones dia-logadas, cantos en común, ofrendas,participación de bienes, gestos de paz.Todo está orientado a centrarnos enella, para retornar al mundo desde elcorazón de Dios.

–¿Es la misa necesaria?La Eucaristía es indispensable al cris-

tiano, como lo es el alimento a la vida,como la presencia es necesaria al amor.La obligación de la misa del dominogoes una exigencia vital.

«No hay nada más grande que laEucaristía» (Cura de Ars).

• «Yo soy el pan de vida...Haced esto en memoria mía»

(Jn 6,35; Lc 22,19).

23. ¿Por qué elmatrimonio cristiano?

Se reprocha con frecuencia a la Igle-sia por su intransigencia en materia de

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moral sexual y conyugal. En realidad laIglesia pretende simplemente en estetema, como en tantos otros, ser eco fielde la enseñanza de Cristo.

Basta abrir el Evangelio para encon-trar la afirmación de Cristo sobre la in-disolubilidad del matrimonio, el elogiodel celibato voluntario y la denuncia delos pensamientos impuros que ensucianel corazón del hombre.

Los contemporáneos de Jesús lo en-tendían así cuando le decían: «si tal esla condición del hombre, más vale nocasarse» (Mt 19,10).

Y por su parte Cristo, en vez de ne-gociar sus exigencias en materia de cas-tidad, concluía: «El que pueda enten-der que entienda» (Mt 19,12).

Remito sobre este asunto a los pasa-jes siguientes del Nuevo Testamento:Mc 10,1-12; Mt 19,1-12; 1Co 7, 3-7.10-11; Ef 5,25-32.

–¿Qué significa que el matrimoniosea un Sacramento?

La concepción cristiana del amorhumano resulta un enigma si no lo re-lacionamos con su orígen, el amor deCristo por su Iglesia, que a su vez re-vela el del misterio de amor del Diosviviente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En Dios uno y trino, cada una de laspersonas tiene su identidad en su rela-ción de amor con las otras dos. Delmismo modo, la creación y aún más laredención son la exteriorización gratui-ta de la misma existencia divina; algoasí como el fulgor del sol que permitehacernos una idea de su íntima ener-gía. Así es como el amor entre hombre

y mujer, en el marco del matrimoniocristiano, constituye en el medio huma-no una epifanía del Amor que define aDios mismo.

Eso sí, esta entrega de amor entre losesposos ha de ser libre, exclusiva, de-finitiva y fecunda si quiere ser reflejode la perfección del mismo Amor divi-no.

Entonces, ese amar y ser amado sonlos dos componentes necesarios y su-ficientes de la verdadera felicidad queDios se compromete a garantizar por eldon de sí mismo a los esposos. Éstees el sacramento del matrimonio.

–Justificación de la moral cristianasobre el amor humano.

Así las cosas, parece fuera de lugarhablar de matrimonio a prueba, comotampoco hablamos de creación o re-dención a prueba.

La unión de los cuerpos corona launión de los corazones, y no puede serdisociada del sacramento por el queCristo confía los esposos el uno al otroy en Él mismo se da amorosamente a lapareja.

Esta unión, por otra parte, no puededisociarse de su finalidad de traer hijosal mundo, respetando las leyes y rit-mos de la naturaleza. En este marco seinscribe el placer unido a ese acto me-ritorio, por el que se hace legítimo.

Decía Aristóteles que Dios concedióel placer a la virtud, como la lozanía ala juventud.

Y no hay en esto nada excepcional:lo mismo sucede con el placer de co-mer y beber, que acompaña natural-mente el deber de preservar la salud y

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la integridad de nuestro cuerpo.Lo mismo que nuestra conciencia re-

chaza la práctica de aquellas orgías ro-manas, en las que se acudía de vez encuando al vomitorium para poder se-guir comiendo, también se puede obje-tar la legitimidad de un placer que sepretende con un acto que ha sido vo-luntariamente desconectado de su fin.

–¡Estamos pidiendo un esfuerzo so-brehumano!

La fuerza de la pasión, ciertamente,es a veces tan intensa que resulta heroi-co resistirla.

Claudel, que conoció esta lucha, dejóescrito: «la juventud no está hecha parael placer, sino para el heroísmo».

La moral de Cristo nos llama cons-tantemente a ir más allá de nuestra de-bilidad, invocando la ayuda de Dios.«Sed perfectos, decía Jesús, comovuestro Padre celestial es perfecto» (Mt5,48).

El hombre es un aprendiz. Nadienace enseñado. No habrá, pues, que re-procharle por su inexperiencia y suserrores, pero esto siempre que reco-nozca sus flaquezas y que entre humil-demente en la escuela de su Maestro.

Es en la oración y en el sacramentode la penitencia donde el hombre en-cuentra la ayuda necesaria para realizarel plan de Dios sobre él.

Y es entonces cuando las realidadescarnales se transforman en un trampo-lín hacia la santidad:

«Entrégenme un joven, decía SanJuan Bosco, y yo haré de él un santo».

• «Que el hombre no separelo que Dios ha unido»

(Mt 19,6)

24. ¿Por qué la confesión?

El sacramento de la reconciliación no«está de moda» hoy en día. Veamospor qué.

–¿Afectan a Dios nuestras faltas mo-rales?

Sí, por eso las llamamos pecados.El pecado rechaza el amor a Dios y a

nuestros hermanos. «El Amor no esamado».

El pecado constituye un mal para elhombre mismo. Es un acto deautodestrucción, que desfigura en no-sotros la imagen de Dios. ¿Un padredebe mantenerse indiferente ante la de-gradación de su hijo?

El pecador hace a Dios materialmen-te cómplice de su pecado, pues utilizala energía creatural que Él le comunicapara contrariar la voluntad divina.

–¡El pecado es un asunto entre Dios yyo!

«Mientras tú no ardas en la llamadel amor, muchos morirán de frío»(Mauriac)

–Yo me confieso a Dios directamen-te, como los protestantes.

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Los católicos también lo hacen al fi-nal del día cuando hacen el examen deconciencia y piden perdón a Dios porsus culpas, pero esto no basta.

–¿Por qué?Porque Jesús ha dicho a sus apósto-

les: «A quienes perdonéis los pecados,les serán perdonados» (Jn 20,23). Conestas palabras autoriza y confía Jesúsla práctica de la confesión sacramentala los sacerdotes. Y la historia del sa-cramento de la penitencia es la expre-sión progresiva de esta toma de con-ciencia en la Iglesia.

–¿Por qué Cristo ha elegido esta for-ma de perdón?

Dios se complace en actuar a travésde intermediarios: así actúa en el naci-miento, la cultura, el bautismo, la edu-cación religiosa... Haciéndose nuestroconfidente, el otro –el sacerdote– nosrepresenta sensiblemente al Otro –Dios–Y ese diálogo con él aviva nuestra fe.

–¡Es dificil confiarse a una tercerapersona!

«Hay en el hombre un deseo innatode confiarse a alguien. A a falta de con-fesarse a un sacerdote, uno se confíaal primero que llega. El éxito de los psi-quiatras, psicólogos y consejeros detodo tipo se explica por esta necesi-dad» (Mons. Gouyon)

–¿Pero no es el sacerdote tambiénun pecador?

Su absolución sigue siendo válida.«Cuando Pedro bautiza es Jesús quienbautiza. Cuando Judas bautiza es Je-sús quien bautiza» (San Agustín).

¡El que absuelve siempre es Cristo!En Él es el Padre quien acoge a su hijoy lo estrecha contra su corazón (Lc15,11-32).

–¿A quien confesarse?En caso de urgencia se acude al pri-

mer médico que se encuentra; pero ha-bitualmente es mejor acudir a alguienque conozca al enfermo.

–Hay personas que se confiesan y novalen mas que los demás.

¿Qué sería de ellas sin la confesión?El Padre Foucauld, pese a sus dudas,aceptó en una ocasión confesar sus pe-cados. A partir de entonces su fe sefortaleció y su vida sufrió un profundatransformación.

– Pero siempre caemos en las mismasfaltas

Para estar aseado ¿no debemos aten-der todos los días a nuestro cuidadopersonal? Practicar este sacramento nosólo nos da la certeza del perdón, sinotambién la sanación de nuestra con-ciencia. Este «nuevo bautismo» no sólosuprime los efectos del mal, sino quese remonta a la causa del mismo. Y eldiálogo con el confesor forma parte in-tegrante de su misterio.

–Cada vez se comulga más... y se con-fiesa menos. Las faltas graves parecenno ser un obstáculo para la comunión.

No olvidemos la solemne adverten-cia de San Pablo: «El que come el pany bebe del cáliz del Señor indignamente,come y bebe su propia condenación»(1Co 11,27-29).

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En el Amor humano es inconcebiblela comunión de los cuerpos sin la ar-monía de los corazones. La violaciónnunca ha sido causa de reconciliación...En la Eucaristía Cristo se ofrece a no-sotros en forma inefable e indefensa.No debemos hacer violencia a Cristoen este sacramento, sería un sacrilegio,sino reconciliarnos con Él antes, en esediálogo de amor que es la confesión.

Confesar es también un acto de co-munión, es un acto de amor que paraser hecho no requiere una previa faltagrave. La limpieza del alma nos condu-ce el encuentro pleno de la Eucaristía.

–¿Qué pensar de las celebraciones co-munitarias del sacramento de la Recon-ciliación?

La preparación comunitaria nos ayu-da a conseguir la mejor disposición pararecibir el sacramento. «Hay una comu-nión entre todos aquellos que se con-fiesan. En el corazón de la Iglesia Es-posa se presentan ante el esposo en laverdad total» (Von Speyr).

–¿Qué valor tiene la absolución co-lectiva sin confesión personal?

Es legítima en caso de peligro demuerte o de necesidad grave a juiciodel obispo; pero no dispensa de la con-trición ni de la obligación de reparar.Perdona todos los pecados, incluso losmás graves, pero la Iglesia exige que elcristiano, en espíritu de penitencia, secomprometa a confesar a un sacerdoteestos últimos pecados en la primeraocasión que encuentre.

• «A quienes perdonéis lospecados, les serán perdonados»

(Jn 20,23)

25. ¿Por qué el infierno?¿Por qué Satanás?

Muchos hoy no creen en el demonioy en el infierno; al menos los dejan enun silencio permanente. Sin embargo,hundirlos en el silencio es olvidar queCristo nos habla del demonio con bas-tante frecuencia y avisa acerca del in-fierno sin ninguna ambigüedad (Mt 25,31-46; Mt 10,28; Ap 21,8). Nuestroscontemporáneos tienen derecho a reci-bir todo el Evangelio.

–¿Qué es el infierno?Para observar un precipicio desde lo

alto de una montaña es conveniente dis-poner de una sólida barandilla, quenos preserve del vértigo. Ese parapeto,en el peligroso tema que nos ocupa, esel infinito amor que Dios tiene por no-sotros.

El Amor se desarrolla en libertad, yy en la libertad se da el riesgo del re-chazo. La vida es para un cristiano uncontinuo aprendizaje de Amor, y ellaimplica la posibilidad de rechazar eseAmor.

Dios nos ama. Si al fin de la pruebahemos aceptado su Amor, consegui-mos así nuestra felicidad. Si lo recha-zamos, encerrándonos en nosotrosmismos, eso es el infierno. El infiernoes el aislamiento voluntario, el rechazodel Amor.

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–¿Habrá muchas personas en el in-fierno?

Lo que podemos decir sobre este de-licado asunto es lo siguiente:

1) La Iglesia, que se ha pronunciadoinfaliblemente sobre la gloria eterna dela que gozan muchos de sus fieles –canonizaciones de santos–, jamás se hapronunciado sobre la condenación deningún hombre.

2) Nunca la Iglesia ha prohibido ro-gar a Dios por la salvación de todoslos hombres. Por el contrario, es éstauna costumbre piadosa, como la teníael Padre Ch. de Foucauld, que repetíaaquella frase de San Pablo: «Dios quie-re que todos los hombres se salven»(1Tm 2, 4).

3) No se puede negar, sin embargo,que la condenación eterna es una posi-bilidad real, de la que Cristo quiere sal-varnos a toda costa. Los sufrimientosvoluntarios de su Cruz nos prohibendudarlo.

–¿De verdad existe el Demonio?Si bien la Iglesia no se ha pronuncia-

do sobre la condenación eterna de nin-gún hombre, por el contrario sí lo hahecho sobre ciertos ángeles a los quellamamos demonios.

No se trata aquí de recaer en el errormaniqueo, doctrina antigua rechazadapor la Iglesia, según la cual el bien y elmal habrían dado origen al mundo,como un doble principio contrapues-to. Satanás es una simple criatura, quese cierra al Amor. Pero se equivocagravemente aquel que subestima la po-tencia del demonio, cuya astucia le lle-

va a confundirse tan sutilmente con elcorazón del hombre y las realidades delmundo, que hay peligro de no creer nien su acción ni en su presencia (Jn 8,44).

–¡La Iglesia es muy pesimista!Denunciando la existencia de Sata-

nás, el Evangelio no deja de ser unaBuena Noticia. Con esa verdad ilumi-na singularmente a la condición huma-na. El hombre no es fundamentalmentemalo; por el contrario, lleva en sí mis-mo la huella de su bondad original, queprocede de Dios. Pero su naturaleza hasido herida por el mal ,y ha quedadodébil: es el pecado original.

Proponiéndonos entrar en el ámbitode Cristo por el camino de la fe, elEvangelio nos permite escapar de laesfera del influjo demoníaco. Nos con-vierte así en los grandes vencedores,como dice San Pablo, gracias a «Aquélque nos ha amado» (2Tes 2,16; Ef 1,6).

Es de lamentar que nuestra genera-ción, con su política del avestruz, estéhaciéndole el juego al Adversario. Re-chazando la existencia del espíritu delmal y su acción sobre nosotros, se veobligada a oscilar entre dos extremos:

–o bien sobrevalora la debilidad delhombre, exonerándole de toda respon-sabilidad: todo se justifica por meca-nismos psicológicos y presiones socia-les; y el hombre así, despojado de res-ponsabilidad, pierde toda su dignidad;

–o bien, sensible a la gravedad delmal que pesa sobre el mundo, no sola-mente se acusa el hombre, sino que sele ahoga en el odio y la desesperanza, yse le hunde en la náusea de un mundo

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absurdo, que no tiene remedio.En ambos casos, el mal triunfa sin

apelación. El mensaje del Evangelioes mucho más verdadero y humano.Jesús no viene ni a exculparnos, hacién-donos irresponsables, ni a abrumarnosy condenarnos. Viene realmente a sal-varnos. Volviéndonos a Él por la fe,nos permite participar de su victoria:

«Ya no soy yo, es Cristo quien viveen mí», dice San Pablo (Gál 2,20).

• «Temed a quien puedeprecipitar vuestra alma

y cuerpo en la gehenna»(Mt 10,28).

26. La Resurrección.

No podemos acabar este estudio conla reflexión sobre Satanás y el infierno.«Si el demonio os dice que el cielo exis-te, pero que no es para vosotros, no lecreáis» (Maximiliano Kolbe).

–Cristo ha resucitado, pero ¿qué seráde nosotros?

La Resurrección de Cristo ha abier-to a la humanidad perspectivas inau-ditas. Es como un anuncio de lo queestá por llegar. «Si Cristo no ha resuci-tado, comamos y bebamos, que maña-na moriremos... Pero no, El sí que haresucitado de entre los muertos, y comoprimicia de los que duermen... Y Dios,que lo ha resucitado, con su mismopoder nos resucitará también a noso-tros» (1Co 15,12-33).

–¿Cómo resucitaremos?La Resurrección de Cristo no sola-

mente nos da la certeza de una vidadespués de la muerte, sino que nos dejaentrever capacidades insospechadaspara nuestro propio cuerpo.

Jesús resucitado atraviesa los muros,franquea las distancias instantáneamen-te, su cuerpo es luminoso... pero aquíse detiene nuestro conocimiento.

Es radicalmente imposible que po-damos imaginar nuestra vida en el otromundo. Quizá una comparación nosayudaría a comprender.

Supongamos que, estando en el senode nuestra madre en posesión de ple-na consciencia, pudiéramos respondera alguien que nos preguntara acerca denuestra situación. Responderíamos sinduda: «me encuentro bien, me rodeauna temperatura agradable, y me alimen-to en la medida de mis necesidades».

Y supongamos que se nos replicara:«infeliz, triste es tu existencia, tienes ma-nos y no te puedes servir de ellas y tuspies no te permiten trasladarte en el espa-cio. Nada puedes ver con tus ojos. Saly conocerás lo que es la vida». A esodiríamos nosotros: «¡pero salir será lamuerte!», incapaces de imaginar unmundo fuera del claustro materno.

Algo así puede ser nuestra situaciónen la actualidad. Nosotros tenemos fuer-tes aspiraciones a la verdad, al bien, a lajusticia, a la fraternidad y a la integri-dad corporal; son éstas profundas as-piraciones, que se identifican con nues-tra propia naturaleza. Pero somos in-capaces de satisfacerlas plenamente enel estado actual de nuestra existencia.

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Para alcanzar esa plenitud, debemosrenacer, es decir, ascender a un mundonuevo, el de la resurrección, que única-mente por la experiencia podremosconocer, un mundo que «ni ojo huma-no ha visto, ni oído ha escuchado»(1Co 2, 9), un mundo que hoy por hoynos resulta imposible imaginar y cuyarealidad permanece velada a nuestro en-tendimiento.

–¿Qué es el cielo?Escuchemos a aquellos afortunados

que han recibido cierta revelación de loinefable.

Teresa de Jesús decía: «en el cielonos sorprenderá las bondades que Diosha preparado para nosotros».

Esta iluminación celestial no nos de-jará inactivos, por otra parte. «Pasarémi cielo haciendo el bien sobre la tie-rra» (Teresa del Niño Jesús).

La revelación suprema, para cada unode nosotros, será la visión y posesiónde Dios. «Seremos semejantes a Él, por-que le veremos tal cual es» (1Jn 3,2-3).

Como el hierro sometido al fuego vie-ne a hacerse incandescente, así noso-tros, sumergidos en Dios, seremoscomo Él es. «Entonces le conocerécomo ahora soy conocido» (1Cor13,12). Y le amaremos como por Élsomos amados.

Como una gota de agua se mezcla enla inmensidad del mar sin dejar de serella misma, así participaremos de la in-mensidad de la ciencia y del amor deDios. Por Él, con Él, en Él, todos no-sotros seremos consumados en la uni-dad.

–El Purgatorio.« No podremos entrar en la vida con

Dios sin habernos liberados totalmentedel pecado» (Mns. Etchegaray). Tam-bién aquellos que mueren en la amistadcon Dios han de pasar normalmente porun proceso de purificación que llama-mos purgatorio (2Mac 12,46).

–¡Entonces el cielo está cerca!Desde ahora, escondidos en Cristo

(Col 3,3), nuestra vida eterna ha comen-zado y, como mujer a punto de dar aluz, la creación gime con los doloresdel parto, esperando la redención denuestro cuerpo y la revelación de loshijos de Dios (Rm 8,22).

–A la espera.Mientras esperamos este maravilloso

reencuentro, «el momento más bello dela vida es el momento presente»(Engel). El pasado queda a la espalda,el porvenir no ha llegado todavía, peropodemos vivir el instante presente conla gracia de Dios en el Amor.

• «Ven, Señor Jesús»(Ap 22,20)

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38 Razones para creer

El amor de Dios fundamentanuestra fe y nuestra vida.

Amar, es dar...Ésa es la causa de la creación.Amar es hablar al ser amado...

Ésa es la causa de la revelación.Amar, es compartir la vida, el destino...

Ésa es la causa de la encarnación.Amar es salvar al que se ama...Ésa es la causa de la redención.

Amar es hacerse nada ante el ser amado...Ésa es la causa de la Virgen María.

Amar es permanecer cerca del ser amado...Ésa es la causa de la Eucaristía.

Amar es asociar al ser amado a la propia felicidad...Ésa es la causa del cielo.

Así debe ser vivida nuestra vida en el amor de Dios y de los otros,para compartir la vida de Dios.

En el silencio y a través de los otros nuestro espíritu conoce a Diosy nuestro corazón se adhiere a Él para siempre.

Madre del Amor Hermoso ¡Ruega por nosotros!

25 de marzo, fiesta de la Anunciación

Abbé Yves MoreauNuestra Señora de Arcachon

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Índice

Presentación, 3.

I. Los fundamentos. 1. ¿Por qué este folleto?, 4. 2. ¿Hay diferencias entre el hombrey el animal?, 5. 3. ¿El espíritu del hombre puede al-canzar la verdad?, 6. 4. ¿Es la muerte la aniquilación delhombre?, 7 5. ¿Cómo explicar el mundo y el uni-verso?, 8. 6. ¿Qué puede pensarse de una ex-plicación del mundo por el azar y lanecesidad?, 9. 7. ¿De donde viene la idea deDios?, 10. 8. ¿Ante los males del mundo, cómopuede decirse que Dios existe?, 11. 9. ¿Quién es Dios?, 12.10. ¿Nos dan los Evangelios la ver-dadera imagen de Jesús?, 13.11. ¿Quién es Dios para Jesucris-to?, 14.12. ¿Quién es Jesús?, 15.13. Si hay ateos mejores y más cari-tativos que los cristianos ¿de qué nos

sirve ser creyentes y cristianos?, 16.14. ¿Qué es la fe?, 17.15. ¿Todas las religiones son igua-les?, 18.16. Una nota sobre los milagros, 19.16 bis. ¿De donde proviene el mal?¿Por qué a mí?, 19.

II. Algunos puntos esenciales.17. ¿Qué hay que pensar de la Bi-blia?, 21.18. ¿Por qué la Iglesia?, 23.19. ¿Por qué la figura de la VirgenMaría?, 24.20. ¿Porqué orar?, 26.21. ¿Hay que bautizar a los niños re-cién nacidos?, 28.22. ¿Por qué la misa?, 29.23. ¿Por qué el matrimonio cristia-no?, 30.24. ¿Por qué la confesion?, 32.25. ¿Por qué el infierno? ¿Por quéSatanás?, 34.26. La Resurección, 36.

Índice, 39.