XII PREGÓN JÓVEN DE LA HERMANDAD … · 2015-03-09 · Con el paso del tiempo, también todas...

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XII PREGÓN JÓVEN DE LA HERMANDAD SACRAMENTAL DE GINES 6 DE MARZO DE 2015 PILAR LANCHARRO MONTIEL

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XII PREGÓN JÓVEN

DE LA

HERMANDAD

SACRAMENTAL

DE GINES

6 DE MARZO DE 2015

PILAR LANCHARRO MONTIEL

La noche cae sobre mí. Voy caminando lento, despacio,absorta en mis pensamientos, en un único pensamiento…¿cómo hablarle de Gines al mismo Gines? De repente, meinvade un primaveral olor…levanto la cabeza y observocon sorpresa cómo, sin apenas darme cuenta, ya hanflorecido los naranjos de azahar de mi barrio. La luna deParasceve también ya ha hecho su aparición en medio deun cielo lleno de estrellas… sigo caminando y en silenciome digo a mi misma…todo ello tan solo puede significaruna cosa…esto ya está aquí.

Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Antigua eIlustre Hermandad Sacramental y Cofradía de Nazarenosde Nuestro Santísimo Cristo de la Vera Cruz y de NuestraSeñora de los Dolores Coronada de la Villa de Gines.

Hermanos todos.

En primer lugar, gracias Antonio por dedicarme tanhermosas palabras en una noche tan mágica como esta.

Cuando desde pequeña, tu madre para dormir te mece alritmo del “tachín-tachín” de la marcha “Campanilleros”,cuando desde tus orígenes aprendes que los viernes deCuaresma se almuerza en casa espinacas con garbanzos obacalao, cuando te haces mayor alrededor de una mesade camilla donde tu abuela cose los más novedosos trajesde terciopelo para cada una de tus primas en casa deRosario la del Moreno, cuando vas cumpliendo años cadaprimavera sin conocer al Cachorro o La O en la calle,

porque sabes que los Viernes Santos sale tu Hermandadde Gines o cuando de pequeña has jugado con el alberode aquel chiringuito de verano que sería el origen de laactual Casa Hermandad … Es entonces inevitable nocrecer con eseveneno en el cuerpo. Mi infancia, tambiénson recuerdos de un patio donde madura un limonero.No fui consciente de que todos esos pequeños detallesterminarían por conducirme esta noche aquí. Heaprendido a ver el mundo a través de la fe, esemicromundo de la fe de Gines, que gracias a mi madre y amis abuelos conocí. Ese mismo mundo y esa misma fe,tenían como epicentro la Semana Santa.

Decía Luis Cernuda que la nostalgia es poderosa.Remueve la tierra elemental y anida en la entrañadejándonos indefensos y vulnerables antes el pasado.Cuando echo la vista atrás y ahondo en mi pasado, elalma aún me tiembla cuando encuentro aquel primerrecuerdo de ti, aquel principio de mi historia, aquelvínculo irrompible, que comenzaría a unirme a ellos parael resto de mi vida.

Aquella mañana del 8 de abril de 1990, en aquella cocinadel número 10 de la antigua calle Calvo Sotelo, dosmujeres lloraban desconsoladas; eran mi madre y miabuela. Con apenas tres años yo no podía comprendernada, tan sólo me quedó aquella imagen que hoy rescatode mi memoria y que a modo de flash-back intentorecomponer. Muchos años más tarde, alguien me contó

la historia. Me contaron que en la mañana del Domingode Ramos todo el pueblo como era costumbre acudió amisa. La mañana era soleada, con un hermoso y clarocielo azul. Nadie vaticinó en aquel momento, que esemismo cielo se volvería gris ceniza un rato más tarde. Trasla misa todos los asistentes se dispusieron a realizar laprocesión de Ramos. Todo ello discurría en una mañanaalegre, propia de la festividad que se celebraba. Yentonces sucedió, alguien bajó corriendo la antigua calleReal y avisó a los asistentes del cortejo de que de laIglesia salía bocanadas de humo. Y todo se derrumbó. Mecontaron que empezaron las carreras calle arriba, yllantos y lamentos, y gritos… era demasiado tarde.Cuando los hombres llegaron a la Iglesia apenas pudieronabrir las puertas y sacar al Cristo de la Vera Cruz con susmismas manos envueltas en llamas, esas manos de loshombres de Gines que no les importóel fuego, ni lasllamas, ni el calor infernal que desprendía la madera de tucruz. Me dijeron también que de aquella Dolorosa quetallara Juan de Astorga tan solo quedaron sus lágrimas yque la Virgen de Belén también sufrió dañosconsiderados. Aquel 8 de abril quedará marcado en Ginescomo el viernes más negro de su historia, un pueblosumido en el luto que lloraba al unísono al saber quehabían quedado huérfanos de padre y madre. Y mecontaron más cosas. Me narraron como mi pueblodepositó toda su esperanza en un joven imaginero que

comenzaba a despuntar por aquellos tiempos, un talMiñarro.

Meses después, yo misma recuerdo como una buenatarde presentí que algo importante iba a suceder. Mevistió mi madre con mi chaquetón largo de domingo y misombrero a juego, negro también con una cinta rojaalrededor a modo de adorno, mis zapatos decharolcombinando a la perfección con aquel modelopropio de grandes acontecimientos. Miré a mi alrededor ytodos estaban con sus mejores galas. Tomé la mano demis padres y nos dirigimos a la Iglesia. Allí, no se cabía.Mujeres peinadas para la ocasión y hombres con trajes dechaqueta planchados a la perfección. Todos ellos mirabanvisiblemente emocionados al altar. Me escabullí de lamano de mi padre y asomé mi cabeza por un hueco.Apenas sin levantar dos palmos del suelo, pude entoncescomprender todo lo que allí sucedía… simplementehabíais vuelto.

Tu rostro se convirtió en ceniza

Y tu pueblo lloró en silencio.

Doblaron las campanas de la Iglesia

de dolor y desconsuelo.

Su madre se había ido y

Los había dejado huérfanos.

Pero poco tardamos en volver a tenerte

eras la misma madre que habíamos tenido siempre.

Aunque la tarde fue lluviosa

todoGines acudió a verte y

empezó ahí la historia de la fe de tu gente

que más tarde te coronarían y

te harían un himno para rezarte

ycantando siempre te recordarían,

para que siempre lo tengas presente

que de las llamas que un día prendieron

hoy se eleva la fe de tu pueblo.

Cada Viernes Santo se repetía la misma historia. En aquelsalón de la casa número 10 de la antigua calle CalvoSotelo, cada año desde que nació mi hermano Ignacio, seproducía la misma escena. Mi madre le colocaba sutúnica, su cinturón de esparto, sus alpargatas, capirote…mientras yo, me situaba junto a ellos con mirada curiosa eintentaba ayudar a ultimar cada detalle del ya tradicionalprotocolo. Siempre me había preguntado por qué yonunca podía vestirme de nazarena al igual que él y ya eraalgo rutinario que año tras año acosara a mis padres condicha pregunta. Ellos sin saber ya qué decirme merespondían: “Pilar, las niñas de flamencas y los niños denazareno”. Pero esas palabras que ellos creían quesolucionarían mi inquietud existencial solo hacía que yocontinuara con la retahíla. Afortunadamente esto hacambiado. Ya las mujeres no han de preguntarse por quélos hombres sí y ellas no, por qué la fe tiene una vara

distinta de medir para cada uno… ya no. Ahora nosotrastenemos la oportunidad de vivir nuestra fe comocualquierhombre, tenemos la oportunidad de sentirtantos sentimientos, tantas veces negados para nosotras.Ahora, lo que tanto tiempo y esfuerzo nos ha costado, lohemos terminado logrando: una iglesia igualitaria, quedeja atrás anticuados y rancios principios medievales quetan solo la estaban llevando a un irrevocable abismo.Nunca debieron olvidarse de nosotras, porque nuncanadie debe olvidar que ella precisamente fue quien dio aluz al hijo de Dios, a nuestro Señor Jesucristo y cuidó de ély de todos nosotros desde que el Arcángel San Gabriel leanunció que llevaba dicho fruto en sus entrañas,limitándose solo a decir: “He aquí la esclava del Señor,hágase en mi según su voluntad”.

Con el paso del tiempo, también todas nosotras, hemoscontribuido a demostrar la importancia de la mujer en laIglesia. Una Iglesia que ha tardado demasiado, que quizáestá tardando demasiado en adaptarse a los nuevostiempos que corren. Es por ello que me siento orgullosa,de haber tenido el honor de ser la primera pregonerajoven de nuestra Hermandad Sacramental, y no podía seren otra ocasión que en la primavera del 2015 cuando secumple el 400 aniversario de la talla del Cristo de Pasiónpor aquel entonces casi desconocido muchacho MartínezMontañés. Gracias a todas, a todas las que nosprecedierony lucharon por ello, hoy sabemos el valor de

un suspiro debajo de un antifaz o la responsabilidad deocupar importantes cargos en Juntas de Gobierno,capitaneando incluso muchas de ellas ese barco, como esel caso de nuestra querida Maruja Vilches, quién luchódurante muchos años contra los sectores másconservadores de la Sevilla profunda para que a la mujerse le otorgara la igualdad que se merece. Por ella y pormuchas otras que quedaron bajo el anonimato, quieropedir un aplauso, ya que sin todas ellas, esta noche seríatan solo un sueño que yo pudiera estaraquí arribapronunciando estas palabras. Gracias de corazón.

Solo entonces, entendí aquellas palabras, solo entoncescomprendí que la vida se acaba… porque debe volver aempezar. Anunció su “Tiempo de la Luz” y me estremeciócuando escuché cómo narrabas aquello de que un sayónde guardia con bata blanca y fonendo te leyó la sentencia.Nadie me dijo entonces que meses más tarde tambiénalguien vendría a mí a leerme la misma sentencia y queaquel pregón tuyo de la Semana Santa de Sevilla en 2010iba a ser para mí la Crónica de una Muerte Anunciada.

Y como siempre he pensado que las casualidades noexisten, ese “Tiempo de la Luz” llegó a mí, como no podíaser de otra forma de las manos de mi abuelo Ignacio, conuna cariñosa dedicatoria de quién había compartido conél, posiblemente los años más felices de su vida. Unvínculo que se forjó a base de aceite del Molino y al ritmopausado de la poda de hermosos jardines de los señoresde la Hacienda “El Santo Ángel”, porque como unartesano que elabora su obra más preciada con la únicaayuda de sus manos, cuidaba mi abuelo aquel jardín desueños de noches de verano y de fríos inviernos de copade cisco.

Aquella calurosa, muy calurosa tarde del 27 de Julio de2010, recibí una llamada, que como ya he dichoanteriormente no iba a hacer otra cosa sino que leerme latemida sentencia. Al entrar en aquella casa nº10 de laantigua calle Calvo Sotelo, pude comprender, soloentonces pude entender, lo que sintió dicho Antonioaquel día que se le adelantó Viernes Santo.

A la mañana siguiente, su pregón se hizo presente denuevo en forma de artículo en ABC para aquel jardinerodel Molino que se nos fue sumido en el sueño de laResurrección y la vida eterna. Sus jardines, sus flores, suMolino… su vida, y egoístamente pienso que 87 años aúnera demasiado pronto para dejarnos.

El día amaneció mientras Gines lloraba en forma de gotasde lluvia que caían como afilados puñales en mi queridoBarrio. Apresuradas carreras y miradas furtivas al cielo,que presagiaban el peor de los desenlaces. En aquellacocina de la casa número 10 de la antigua calle CalvoSotelo, mis abuelos, mi hermano Ignacio, mi prima Leticiay yo desojábamos pétalos para ella al ritmo del viejo cañodel patio que no daba lugar a tragar tanta agua comoestaba cayendo al filo del mediodía. Gines en esemomento… era todo sombra bajo el Ciprés de Silos.Regresé a casa como pude, con los pies encharcados, conmás pena que gloria y habiendo dejado listos aquellasflores para ti, única lluvia con la que tu pueblo deseabaempaparte ese 6 de septiembre. Y entonces… el milagrosucedió. Cohete tras cohete profetizaban el cese de lalluvia, anunciaban que extraña y misteriosamente, latarde había abierto y que esto ya no había quién loparara.

Aún a veces, cuando vengo de la plaza y bajo por la CalleReal…cierro los ojos. Por un segundo, intento recordaraquel momento en el que una vez finalizada la misa, túbajaste. Un río de gente inundaba la calle, no cabía un

alfiler. Nunca antes en mis 21 años, que por aquelentonces tenía, había visto a Gines como aqueldía…nunca. Aquella marea humana nos invadió por ti ypara ti Madre… y es que nadie quería perderse la cara deuna Virgen ya coronada de fe por su pueblo.

Y es en ese momento, cuando abro los ojos y el recuerdoes tan real… que solo ahora, con el paso del tiempo medoy cuenta de que no fue tan solo un sueño de una nochede verano. No sé por qué… pero desde aquel 6 deseptiembre son muchas veces, las que al pasar por eselugar intento cerrar los ojos una y otra vez y retrocederen el tiempo… solo ahora, con el paso de los años, hellegado a comprender, he llegado a darme cuenta… deque aquella noche, por muchos motivos, fue una de lasmás felices de mi vida. El pasado nos hace valorar lo queun día fue presente.

Yo te esperé allí, donde tú sabías que te esperaría, conquién tú sabías que te esperaría…con los míos… que poraquel entonces no faltaba ninguno. Giraste la esquina dela calle Virgen de Belén y enfilaste al ritmo de aquellamarcha que por mucho que he intentado recomponer enmi memoria no logro recordarla… será debido a quéestaba más pendiente de ver tu cara y de rezarte, de olertus nardos y mirarte, de contemplar la noche que caíasobre ti de forma delicada mientras tú, madre, tepaseabas como Reina por su casa.

Tu calle de siempre, tu antiguacalle Calvo Sotelo, ahoraBlas Infante. En esta ocasión no era primavera, tampocoera Viernes Santo… ahora, venías a pasear por ella comoReina de Gines Coronada.

Yo, mientras admiraba cómo te acercabas, echaba la vistaatrás y pensaba en cómo tú, solo tú, eras el medidor defaltas cada primavera. Cada falta se contabilizaba con elnúmero de puertas cerradas cada año entre los vecinos eincluso casas que se iban quedando vacías con el paso deldestructivo tiempo. Has cerrado muchas puertas de lacalle de mi infancia a tu paso, quizás, algunas…demasiadopronto… pues quisiste tenerlos a todos a tu lado en elcielo.

Yo esa noche, tuve la suerte de que la puerta de la casanúmero 10 estuviera abierta de par en par, y que en esepoyete no faltase nadie y estuviese como siempre,repleto de todos nosotros, incluso dos embarazosinminentes, informaban de que la familia crecería pronto.Dos rubicanos más.

Los pétalos, que habían sido deshojados ese mismomediodía al ritmo incesante del agua de lluvia cayendo enel caño del patio, caían ahora desde el más alto balcón atu palio como manto de seda en una noche estrellada.

Entre tanto, la noche se iba haciendo madrugada

y tú, terminaste por quedarte dormida.

Sabes que tú eres mi debilidad, de hecho siempre lo hassido. Tú eres el motivo de que mi lugar en la iglesia sea ellateral derecho, y no el izquierdo o cualquier otro, allíjunto a la puerta donde siempre me apoyo…

Solo tú, me has mantenido en pie en aquellos mejoresaños de mi vida, que pasaron sin pena ni gloria, y quecomo nos pasa a muchos… no fui consciente de queaquellos momentos eran los más felices hasta muchotiempo después de que todo terminase. Tan solo tú,guardas mis sueños custodiando mis secretos másprofundos, porque cuando me observas desde elcabecero de mi cama, siempre solo tú has sido quien mepuso la mano en el hombro y me impulsó hacia arriba. Mife, por ti y para ti, vienede antes, de mucho antes…

Antes, mucho antes siempre que te miraba a ti, habitantemás pretérito de nuestro pueblo, imaginaba cuántos ojosantes de los míos, cuántos ojos de los innumerableshombres de Gines se posaron en ti antes a lo largo de unahistoria que se cuenta por siglos, pero que al igual que yo,que al igual que todos… solo buscaban ayuda y consuelo.

Lleva siglos viviendo entre nosotros, desde final del sigloXVI para ser más exactos. Has visto a un pueblo cansadovenir del campo al atardecer, has conocido una peste

desoladora que casi termina con la población, hascontemplado a un pueblo que llora por guerras y otrascalamidades… y también has tenido la suerte depresenciar a un pueblo que manifiesta su fe en formadefiesta, alegría y felicidad, y solo de imaginar que hasescuchado, que has ayudado durante siglos a mi pueblo, aese otro Gines que yo no conocí pero que existió antesque yo, a ese Gines que existió antes que todosnosotros… solo de pensarlo, se me llena el corazón de fe.

Tú sabes todo de nosotros, pero nosotros bien pocosabemos de ti. Te miro y por mucho que lo intente noalcanzo a imaginar cómo fueron aquellas manos que tetrajeron hastaaquí, de qué forma llegaste hasta nosotros,cómo, por qué… y ese misterio hace a la vez que te veamás majestuoso si cabe. Entonces suspiro… no puede serotro, tú eres el Dios que yo siempre he imaginado.

Un dios que se ha hecho hombre en Gines, para habitardesde siempre y por siempre entre nosotros, como decíaantes, en ese altar colateral de nuestra iglesia.

Un buen día llego a mis manos un documento que meserviría para conocer una valiosa información hastaentonces ignorada por mí. “Cristo de la Salud” y “Cristode la Vera-Cruz”, una misma imagen con dosadvocaciones distintas. Fuera quizás debido a mi juventudel motivo por el cual desconozco yo este nuevo nombre.Aprendí que así te llamaron mis antepasados, mi pueblo,

mi Gines… desde principios del siglo XVIII, época quesegún contaban fue la de mayor esplendor de laHermandad. Por aquel entonces, un terrible broteepidémico asoló nuestra localidad entre los años 1708 y1710. Llegaron a contabilizarse más de 70 muertos en unaño, cifra considerablemente elevadasi tenemos encuenta que en aquel tiempo la población ginense nosuperaba los 500 habitantes. Mientras mayor era elmiedo de tu pueblo, y más grande su desolación… mayorera también la fe que depositaban en ti, Cristo de laSalud.

Afortunadamente, aquella terrible enfermedad de pestepasó, no sin dejar grandes secuelas entre nuestroshabitantes y habiendo elevado la tasa de mortalidad acifras inimaginables. Desde ese momento, la advocaciónde Salud, se hizo inherente en ti.

Daría todo lo que no tengo por poder cerrar mis ojos yverte… ver cómo era Gines cuando tú llegaste, sin nadiesaber cómo, cuando tú lo conociste en ese último terciodel siglo XVI.

Te envidio, tus ojos han contemplado tantos y tantosaños de historia, que para mi ese es el tesoro de másincalculable valor.

Me pregunto, si te gustaría más el Gines de entonces queel de ahora y desgraciadamente creo adivinar turespuesta… el de entonces. Conociste un pueblo unido,

sin estar corrompido socialmente. Un pueblo que apenassabía ni hablar ni escribir, pero que seguro guardaba ensu corazón el más puro de todos los valores: la humildad.Me pregunto si te gustaría más elGines de entonces queel de ahora, cuando apenas dos calles formaban nuestropueblo y todos eran una gran familia. Me pregunto si tegustaría más el Gines de antes que el de ahora, de vidasencilla de verde campo y gente sencilla… Tal vez… a mítambién me guste más el Gines de antes que el deahora… no sé qué pensareis vosotros.

Mientras tu soneto voy escribiendo

Fluyen recuerdos, brota amor

Poesía y letras y sentimiento

Están naciendo a ritmo de temblor

Mientras un Dios por nosotros muriendo

Fuera en su cruz nuestro Salvador

Tu pueblo ahora llora con sentimiento

Aquel crudo, desgarrador dolor.

Rezad al Padre, rogadle perdón

Que desde su cruz inmortal, eterna

En Gines vera-cruz advocación

Consuelo por siglos nos concierna

Paz, amparo, luz, consejo y razón

El Dios que a todos Gobierna

Puedo escribir los versos más tristes esta noche, escribirpor ejemplo, la noche está estrellada y tiritan azules losastros a lo lejos.

¿Quién no ha sentido alguna vez al igual que Neruda lamisma desesperación que transmiten estos versos?

¿Quién alguna vez no ha perdido la esperanza?

No siempre ha sido fácil, no siempre es fácil. A veces hasbuscado respuestas en un Dios que tan sólo te haotorgado silencio, un Dios inmóvil que te da porcontestación…nada.

¡Cuánto tiempo me llevó a mi aprender que esesilencioera la más sabia contestación que mi Dios mepodía dar! Pero… cuánto tiempo necesité para saberlo.

Apostaría, que de todos los que nos encontramos aquíesta noche reunidos, no he sido la única que se ha sentidoasí en algún momento a lo largo de su vida.

La fe es difícil, dudosa e incluso imprecisa en muchasocasiones.

La fe es miedo, confianza a ciegas y tambiénconformidad.

Aunque claro, la fe es tan inmensa que seguro si ospreguntara a alguno de vosotros ¿qué es la fe? Obtendríanumerosas, diversas y por supuesto distintas definicionesa la mía.

Para mí la fe es aquella última esperanza que siemprequeda en el corazón cuando ya no nos queda nada. Aquelúltimo suspiro.

Para mi fe, es confiar en ver una vez más la cara deaquellas personas que ya se marcharon y te esperan en elcielo.

Para mí, fe es conformarse con lo que Dios da y no con loque ansías.

Para mi fe es esperanza. Para mi fe…es estar esta nocheaquí.

Pero, claro la fe es tan abstracta que seguro que muchosno estaréis de acuerdo conmigo.

La vida cambia, el tiempo nos cambia, el paso del tiemponos cambia. Cada mes de marzo o abril, según disponga elcielo, se repite lo mismo. Capirotes a lo lejos, mezcla en elambiente de incienso y perfume de rosas, la tarde, el

cielo azul, el gentío, la bulla, el bochorno, el dolor de pies,las interminables esperas, los ciriales a lo lejos, lasmarchas a ritmo de ensueño, tu cara morena a base delardor de la candelería, tu sonrisa de niña, su cruz demadera, su monte de lirios o claveles, tú, tus rezos, tusganas, tu ilusión… año tras año las mismas emociones, losmismos lugares, los mismos encuentros… parece quenada ha cambiado, pero claro que ha cambiado. Creemosque cada primavera se para el tiempo, soñamos que elreloj se detiene y por un instante, el tiempo se haceeterno. Por un momento ignoramos el transcurrir de lavida, de nuestra vida. Nos invade la sensación de estarinmersos en un Viernes Santo que dura para siempre.

Cuando despertamos del sueño, cuando dejamos atrástodo ello, solo entonces somos conscientes de que eltiempo no se ha detenido y a base de contar ViernesSantos nos hemos ido haciendo mayores y nuestra vidaha cambiado. Ya no vas a la Plaza de manos de tus padres,ya nadie te remanga el antifaz, ni siquiera llevas aquellabola de cera que con tanto cariño engordaste a base deSemanas Santas. Ya no, puede que ahora dieras lo quefuera porque todo volviese a ser como entonces, y puedeque también por eso, te sumerjas y te dejes llevar por esasensación cíclica y atemporal, esa magia de regresardonde siempre y ese privilegio que te permite por unosinstantes… creer que aún sigues allí y que cuando el paliode Ella entre y las puertas se cierren un año más nada

habrá cambiado. Dichoso el momento y dichosa laespera, porque cada primavera, haces que se pare eltiempo.

Ya casi son las 12 y la cruz de guía va llegando a laparroquia. Ha sido una estación de penitencia especial einolvidable, única. La noche templada, la luna llena y laluz de los cirios como destello solitario que alumbra elcamino de regreso. La plaza está abarrotada, nadie quiereperderse tu cara a la luz de la luna ni los últimos reflejosde la sombra de tu cruz de madera en la fachada deltemplo. Qué bonito ha sido hablarle a Gines del propioGines. Qué difícil encontrar las palabras exactas y el tonoadecuado. Cuán imposible no emocionarme al recordartan inolvidables momentos. Hay que llevarte en elcorazón para entenderlo. Hay que tenerte dentro parasentirlo. Ahora solo quedará el recuerdo de una jovenque en 2015 pronunció el primero de los pregones de losmuchos que seguro que vendrán, de las muchas queseguro me seguirán… y que para mí ha sido todoun honorabrirles paso.

El reloj anuncia la hora, la plaza espera callada, los rezosse van en un suspiro, los cirios se consumen lentamente,

los ojos se fijan en tu cara, la fe se hace presente, tu cruzentra en silencio y tu palio a ritmo de marcha…yo cansadacon mi capirote en la mano te espero sentada en unrincón de la Iglesia. Qué hermoso ha sido todo. Ahoramás que nunca puedo decir que, como decía mi queridoGarcía Márquez… la vida no es la que uno vivió, sino laque uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.

He dicho.