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Patricio Silva. En el nombre de la razón. Tecnócratas y política en Chile. (Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2010), 290.

Joaquín Fernández Abara CIDOC, Escuela de Historia,

Universidad Finis Terrae

Por regla general, los estudios sobre la política chilena del

siglo XX, tanto en los ámbitos historiográfico como politológico, han tendido a resaltar la centralidad de los partidos en el proceso político chileno. En los últimos años, a la luz de preguntas surgidas con la crisis de representatividad de los partidos y los nuevos enfoques adoptados por las ciencias sociales, se ha dado una tendencia a ampliar el campo de estudio, incluyendo la interacción de los partidos con actores de la sociedad civil y movimientos sociales. Sin embargo, salvo contadas excepciones, pocos autores se han detenido a estudiar las corrientes apoliticistas y antiparidistas en la historia de Chile y menos aún a los sectores que han logrado acceder a posiciones de poder e influencia gracias a sus saberes profesionales especializados. Este vacío vino a ser llenado por Patricio Silva, quien en su libro En el nombre de la razón. Tecnócratas y política en Chile nos presenta una historia de la tecnocracia en Chile, centrada fundamentalmente en la relación entre tecnócratas y políticos, abarcando desde pensadores como José Victorino Lastarria y Valentín Letelier, quienes ya en la segunda mitad del siglo XIX reflexionaron en torno a las posibilidades ofrecidas por la “política científica”, hasta las pretensiones tecnocráticas del primer gabinete de corte empresarial del gobierno de Sebastián Piñera en el año 2010.

El libro es una traducción, muy bien lograda por Miriam Rabinovich, del texto original del año 2009, titulado In the Name of Reason: Technocrats and Politics in Chile, publicado por The Pennsylvania State University Press. Se trata de una obra que

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sintetiza los resultados de una línea de investigación abordada por el autor desde fines de la década de 1980 que hasta ahora habían visto la luz a través de artículos monográficos de carácter específico. Sin embargo, la versión en castellano contiene nueva información, expresada principalmente mediante la adición de un nuevo titulado Piñera y el ascenso de la tecnocracia gerencial.

El libro se encuentra estructurado de una manera diacrónica, abarcando desde fines del siglo XIX hasta la actualidad y se nutre de obras provenientes de la historiografía y las ciencias sociales, además de textos producidos por los autores estudiados. Esta información se ve complementada, en los casos de estudio más recientes, por análisis prosopográficos.

Silva sostiene que los primeros planteamientos tecnocráticos en Chile habrían nacido al alero del pensamiento positivista, durante la segunda mitad del siglo XIX. Sus portadores fueron intelectuales liberales de origen mesocrático, quienes alzaron “el estandarte de la razón científica contra el sofocante orden oligárquico que dominaba la sociedad chilena”. Sin embargo, la aplicación de un programa tecnocrático habría tenido lugar por primera vez durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, bajo el alero de su ministro de Hacienda Pablo Ramírez, quien en su política de modernización del Estado, antioligárquica, pero a la vez crítica de los partidos y temerosa de la revolución, habría introducido a un grupo altamente cohesionado y con fuerte sentido misional de ingenieros civiles. Estos ingenieros constituyeron el núcleo central de un estamento tecnocrático que se perpetuaría en el tiempo más allá de la dictadura ibañista, transformándose en la tecnoestructura del sistema político chileno hasta el gobierno de Jorge Alessandri.

Tras estos planteamientos, subyacen dos hipótesis novedosas y sugerentes. La primera apunta entender la relación entre tecnocracia y clase media, mostrando como los sectores mesocráticos más educados pueden ven en la tecnocracia una manera de romper las barreras sociales de entrada al poder propias de entornos oligárquicos. La segunda trata la relación entre tecnocracia y sociedad civil. En efecto, el grueso de los estudios sobre tecnocracia -y podríamos sostener que el sentido común vigente- tiende a sostener que el vínculo entre ambos es negativo y conflictivo. Sin embargo, mediante el análisis de la situación chilena en la década de 1920, Silva nos muestra que los

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regímenes tecnocráticos pueden legitimarse cuando se generalizan las demandas por cambio social, al miento tiempo que el prestigio de partidos, políticos y de las propias fórmulas democráticas se ve cuestionado. En este marco, la llegada al poder de un estamento tecnocrático puede ser visto como un “signo de renovación generacional” y un castigo a la “clase política” vigente.

Silva también nos muestra como la llegada al poder del Frente Popular y la creación de la CORFO, con la instauración del estado-empresario y el proyecto industrializador, permitió que la tecnoestructura nacida en la década de 1920 se consolidara en el poder. Los ingenieros habrían tenido un rol fundamental en la creación del proyecto CORFO y la creciente complejidad del aparato estatal requirió de su presencia. El autor sostiene que las políticas de compromiso del período habrían facilitado la inserción de los tecnócratas en el Estado. En efecto, en el marco del precario equilibrio entre las fuerzas centroizquierdistas gobernantes y un sector empresarial que recelaba del creciente poder que adquiría el Estado, la presencia de tecnócratas en las instituciones estatales las habría transformado en una suerte de “zona desmilitarizada” entre las fuerzas en pugna. Los agricultores, los industriales, el sector financiero y los partidos de derecha habrían estado dispuestos a transar, aceptando una mayor injerencia del Estado en la economía a cambio de que las agencia estatales estuvieran administradas por tecnócratas con quienes compartían algunas características similares y que se encontraban rodeados por un aura de neutralidad e imparcialidad.

Sin embargo, dicha tecnoestructura se habría visto bajo asedio a fines de la década de 1950. Contradiciendo un lugar común muy arraigado sobre la historia política del siglo XX, que tiende a asociar automáticamente a la figura de Jorge Alessandri con la implementación de un proyecto tecnocrático, Silva nos muestra cómo la llegada al poder de Alessandri, con su ideal de gobierno gerencial, habría significado un duro golpe para el estamento tecnocrático que existía desde la década de 1920. Gran parte de sus figuras fueron “purgadas” de las agencias estatales para ser sustituidas por un nuevo núcleo de tecnócratas de orientación económica liberal, provenientes del mundo privado.

Tras la elección de 1964, los cuadros tecnocráticos del Estado pasaron a ser controlados de un grupo joven de ingenieros comerciales, vinculados a la Democracia Cristiana. Dichos

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economistas, principalmente de la escuela estructuralista, pasaron a ser el principal grupo de apoyo con que contó el gobierno de Eduardo Frei Montalva para la implementación de su programa de reformas estructurales. El mismo Frei se preocupó de mantener a parte importante de sus cuadros técnicos aislados de las presiones partidistas y sociales mediante la creación de ODEPLAN, una agencia de planificación directamente ligada a la presidencia.

En el análisis de Silva se echa de menos la inclusión de los economistas formados al alero de la Escuela de Chicago, que participaron en las agencias estatales durante el Gobierno de Frei y que fueron parte del proyecto democratacristiano. ¿Cómo lograron conciliar su formación liberal y monetarista con un programa que apuntaba a la reforma estructural?

Tras el experimento democratacristiano, la llegada al poder de la Unidad Popular habría implicado un importante cambio de orientaciones. Según Silva, la presidencia de Allende habría intentado conservar a su equipo económico aislado de las presiones de los sectores más radicales de su coalición. De hecho, en un comienzo habría mantenido importantes vínculos con las orientaciones estructuralistas-cepalinas. Sin embargo, en medio de la creciente conflictividad política y social, el estatus de los tecnócratas terminó por deteriorarse, mientras que las orientaciones fundamentales del gobierno pasaron a ser controladas por intelectuales, dentro de los que predominaban los sociólogos.

Del estudio de fines de la década de 1950 y de la época de las “planificaciones globales” Silva desprende algunas interesantes reflexiones generales. En primer lugar, deja en evidencia la capacidad de los tecnócratas de transformarse en adalides, e incluso ideólogos, de importantes proyectos de crítica social y reforma estructural. En segundo lugar, nos muestra como los grupos tecnocráticos no necesariamente actúan según orientaciones consensuadas. Por el contrario, dicha etapa histórica evidenciaría como los tecnócratas se encontraban divididos por paradigmas predominantes entre los economistas del período, como eran las escuelas económicas estructuralista y monetarista.

Al momento de tratar la dictadura militar de 1973-1990, Silva se detiene específicamente a analizar la experiencia de los Chicago Boys. Según el autor, dicho grupo de economistas habría

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conseguido adaptar las ideas liberales de la Escuela de Chicago, aplicándolas a Chile, y se habrían transformado en “los principales ideólogos” del Régimen Militar, logrando justificar la coexistencia del autoritarismo político con el liberalismo económico y legitimando dicha situación a través del consumo masivo por parte de la población. Silva sostiene que el colapso de la Unidad Popular y el descrédito que generó sobre los “ideólogos” e “intelectuales” entre importantes sectores de la población, habrían facilitado la receptividad y la legitimación del proyecto tecnocrático, autoritario y libremercadista de los Chicago Boys. Al mismo tiempo, indica que nos encontraríamos ante un caso paradigmático sobre como una visión tecnocrática particular puede volverse hegemónica, al punto de llegar a convencer a importantes sectores que se habían opuesto a la dictadura.

Quizás en este aspecto hubiera sido interesante que el autor ahondara en cómo la intervención de las universidades por parte de los agentes del régimen, junto con el uso discrecional de los fondos estatales, permitió a los Chicago Boys anular la competencia que le presentaban otras corrientes de economistas en las universidades chilenas. De este modo se generó en las escuelas de economía chilenas un nivel de homogeneidad académico-ideológica poco usual en otras latitudes. La permanencia de muchas de las orientaciones impuestas por los Chicago Boys se habría notado durante los gobiernos de la Concertación. Según Silva, la coalición gobernante desde 1990 habría “desmilitarizado” las políticas del gobierno, poniendo a cargo de ellas a grupos tecnocráticos conformados por economistas que no introducirían cambios fundamentales al modelo económico vigente.

De este modo la nueva élite gobernante quería evitar la reproducción de una situación similar a la de la Unidad Popular, que en su análisis se habría producido en gran parte por la ideologización de las agencias estatales. Al mismo tiempo, dicha orientación habría permitido mantener tranquilos a los grupos de poder que salieron fortalecidos de la dictadura, como eran la derecha política, los militares y el empresariado. Sin embargo, esta situación habría generado una creciente demanda de participación ciudadana no satisfecha, la que habría hecho notar fuertemente durante el gobierno de Michelle Bachelet.

Finalmente, Silva esboza las tensiones generadas entre políticos y tecnócratas a inicios del Gobierno de Sebastián Piñera.

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Según el autor, la campaña de Sebastián Piñera y la conformación de sus equipos programáticos, expresada a través de los grupos Tantauco habrían dejado en evidencia las particulares características tecnocráticas que asumiría el nuevo Gobierno. Una vez en el poder, Piñera instaló un gabinete con una fuerte predominancia de los independientes, la gran mayoría de ellos católicos, de clase alta, con estudios de economía o ingeniería en la Universidad Católica y con postgrados en el extranjero. Sin embargo, dicha situación generó fuertes roces con los partidos políticos oficialistas que resistían perder su predominio en el Gobierno. Al mismo tiempo, la traumática experiencia de la derrota tras 20 años en el poder, generó un fuerte proceso de autocrítica en la oposición. En dicho contexto, el rol de los tecnócratas, y especialmente su rol de contención de las demandas sociales habría sido fuertemente cuestionado.

En el nombre de la razón es un libro fundamental, que a través del estudio histórico de una realidad nacional particular, es capaz de generar hipótesis generales sugerentes, y que se aventura a explorar a temas relevantes, pero muchas veces olvidados, en los estudios sobre el sistema político chileno.

Recibido: 28 de noviembre, 2011 Aceptado: 3 de diciembre, 2011

Correo electrónico: [email protected]