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La configuración de colectivos: del yo al nosotros, del nosotros al espacio público. Por Mariano Fernández Presentación El objetivo de este texto es reflexionar sobre la configuración de colectivos en el proceso de emergencia de problemas públicos. No es un texto de discusión teórica ni un análisis empírico; es una reflexión analítica y metodológica preparada para su lectura en la cursada de prácticos de la cátedra de Comunicación y Cultura. Reflexión analítica, pues apunta a distinguir aspectos de la realidad que usualmente se nos presentan entremezclados, superpuestos e indiferenciados; reflexión metodológica, también, pues el texto ofrece algunas indicaciones para proceder en el estudio de procesos de configuración de colectivos, con especial atención a las situaciones que se activan cuando esa configuración se desarrolla en el espacio público urbano y en el espacio público mediatizado 1 1- Hablar de “colectivos”: de la sociología a la semiótica, ida y vuelta. Estudiar la configuración de colectivos no debe resultar una experiencia exótica. Vivimos entre colectivos: hablamos de colectivos, participamos en colectivos, somos incluidos en colectivos, queremos formar parte de colectivos. A veces, los colectivos se nos presentan bajo la forma de grupos constituidos –una ONG, una organización política, una empresa, un club de fans, un sindicato, una iglesia; muchas otras, bajo la forma de categorizaciones impuestas con fines comerciales –millenials- o administrativos –los 1 Documento pedagógico para uso en la cursada de prácticos de la Cátedra 1 de Comunicación y Cultura. Facultad de Periodismo y Comunicación Social. UNLP

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La configuración de colectivos: del yo al nosotros, del nosotros al espacio

público.

Por Mariano Fernández

Presentación

El objetivo de este texto es reflexionar sobre la configuración de colectivos en el proceso de emergencia de problemas públicos. No es un texto de discusión teórica ni un análisis empírico; es una reflexión analítica y metodológica preparada para su lectura en la cursada de prácticos de la cátedra de Comunicación y Cultura. Reflexión analítica, pues apunta a distinguir aspectos de la realidad que usualmente se nos presentan entremezclados, superpuestos e indiferenciados; reflexión metodológica, también, pues el texto ofrece algunas indicaciones para proceder en el estudio de procesos de configuración de colectivos, con especial atención a las situaciones que se activan cuando esa configuración se desarrolla en el espacio público urbano y en el espacio público mediatizado1

1- Hablar de “colectivos”: de la sociología a la semiótica, ida y vuelta.

Estudiar la configuración de colectivos no debe resultar una experiencia exótica. Vivimos entre colectivos: hablamos de colectivos, participamos en colectivos, somos incluidos en colectivos, queremos formar parte de colectivos. A veces, los colectivos se nos presentan bajo la forma de grupos constituidos –una ONG, una organización política, una empresa, un club de fans, un sindicato, una iglesia; muchas otras, bajo la forma de categorizaciones impuestas con fines comerciales –millenials- o administrativos –los monotributistas; otras tantas, bajo la forma de abstracciones personificadas o comunidades imaginadas –la Patria, el Pueblo, la Gente. Si nos preguntaran qué es la “sociedad” podríamos decir que es el incesante armarse y desarmarse de los colectivos.

Al plantear esto, nos colocamos en la fila de una cierta concepción de la sociología que en lugar de pensar lo social en términos de totalidades (estructuras, instituciones, clases) orienta sus indagaciones al estudio de las interacciones interindividuales. Esta 1 Documento pedagógico para uso en la cursada de prácticos de la Cátedra 1 de Comunicación y Cultura. Facultad de Periodismo y Comunicación Social. UNLP

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concepción, ha derivado en una indagación explícita sobre la entidad de eso que llamamos “colectivos”. De la relectura de las obras de George Simmel (2002a; 2002b)2, de Gabriel Tarde ([1884] 2011; [1901] 2013)3, de Walter Lippmann ([1927] 1993)4 han surgido una serie trabajos de indagación académica (de corte empírico, especulativo, teorético, analítico) que pueden ser sometidos a lecturas cruzadas y superpuestas y que coinciden, también, en asumir la centralidad que la discursividad tiene en la conformación de ensamblados sociales. En términos generales, este interés y esfuerzo reflexivo sobre la noción de “colectivo” puede remitirse al intento de reorientar la indagación sociológica desde la investigación clásica de las ciencias sociales, que se dirige esencialmente sobre las instituciones y las estructuras sociales, hacia los múltiples modos de ensamblamiento interindividual. Bruno Latour ha recurrido al término en su intento por proponer lo que denominó “una sociología de las asociaciones” como alternativa a lo que llama “sociologías de lo social”. En su caso, el concepto tiene un valor sustitutivo: “Los factores reunidos en el pasado bajo la etiqueta de ‘dominio social’ son simplemente algunos de los elementos a ser reunidos en el futuro en lo que llamaré no una sociedad sino un colectivo” (Latour, 2008: 30). La socióloga suiza Laurence Kaufmann, por su parte, ha ubicado a los “colectivos” en el centro de una reflexión sobre la ontología de las ciencias sociales (2008) y sistematizado una completa lectura teórica y política sobre “las diferentes formas de ‘hacer’ colectivo”, que al mismo tiempo rescata y discute las aproximaciones de las teorías de la intencionalidad colectiva y el holismo estructural (2010). En la introducción al número colectivo dedicado por la revista Raisons Pratiques a indagar sobre los colectivos, Trom y Kaufmann (2010) explican que hablar de “colectivos” permite vincular, en la reflexión sociológica, los estudios sobre configuraciones (lo social, el público, lo común) y formas de reagrupamiento (la comunidad, la sociedad, la nación, la asociación), muy comúnmente disociadas. El de los “colectivos” ha sido, en paralelo, un tema recurrente en la obra de Eliseo Verón, que lo ha tratado tanto en el análisis del discurso político (1987), en el estudio de los discursos mediáticos (1988; 2001) y en sus indagaciones sobre mediatización y el devenir de las democracias “audiovisuales” (1998). En un caso, los colectivos 2 “La sociedad es meramente un nombre para un conjunto de individuos conectados por medio de la ‘interacciòn’ Si ha de haber una ciencia cuyo objeto sea la sociedad y solo ella, únicamente podrá proponerse como fin de su investigación estas acciones recíprocas, estas maneras y formas de socialización” Simmel (1908:96).3 “A decir verdad, lo que antes definimos es más bien la socialidad más que la sociedad como se la entiende habitualmente. Una sociedad es siempre, en distintos grados, una asociación, y una asociación es a la socialidad, a la imitatividad, por decirlo así, lo que la organización es a la vitalidad o, incluso, lo que la constitución molecular es a la elasticidad del éter” (Tarde, [1984] 2011, p. 208).4 “Esta maleza lógica se elimina si pensamos en la sociedad no como el nombre de una cosa sino como el nombre de todos los ajustes entre el individuo y sus cosas". Lippmann (1993, p. 101).

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son una de las “entidades del imaginario” que todo enunciador político debe gestionar; en el otro, se asume que “todo acto de discurso mediatizado propone una modelización de las identidades sociales” (1989), de modo que los colectivos son un modo de ordenar la articulación entre producción y reconocimiento, ya que el horizontes de destinación de cualquier discurso mediático es, siempre, colectivo (2001); en las primeras formulaciones sistemáticas de la mediatización, finalmente, los colectivos son definidos por Verón como “construcciones que se producen en el seno de la comunicación (…) y generan marcos identitarios que agrupan a los actores individuales” (1989, p. 12). En Verón, entonces, el de los “colectivos” es una cuestión que no remite a la interacción cooperativa de los individuos sino a la modelización discursiva que permite identificar y categorizar a conjuntos de actores, sea a través de procedimientos formales (ciudadanos), comunicacionales (consumidores), culturales (fans). Desde nuestro punto de vista, y según intentaremos mostrar a lo largo del trabajo, no hay aquí dos perspectivas excluyentes sino el tratamiento diferenciado de fenómenos del orden colectivo que, en su ocurrencia empírica, suelen estar superpuestos. En uno u otro caso, la noción de “colectivo” permite balancearse entre la constitución de grupos sociológicamente diferenciados (con sus siglas, estatutos, formas de organización, su inserción en una trama de relaciones) y su inscripción en un imaginario (allí donde se los puede definir como entidades semióticas que implican la identificación y la categorización de una pluralidad de actores). Los colectivos –en esta doble inscripción- no son entidades estables, sino el producto provisorio de actividades de composición, coordinación, exclusión. Esto supone, entonces, la necesidad de pasar, una y otra vez, de los procesos de colectivización interna a las instancias de categorización externa que producen o bien otros colectivos o bien los medios o el propio estado.

2- Una primera distinción¿Y qué es un colectivo? Usualmente, usamos este término de dos maneras: como un adjetivo o como un sustantivo. En el primer caso, se designa la cualidad de un fenómeno que involucra a una pluralidad de actores (sin presumir, de antemano, la naturaleza del vínculo que los une): una tragedia colectiva, una acción colectiva de protesta, un proceso colectivo de lucha. Cuando lo usamos como sustantivo, un colectivo se nos aparece como una entidad personificada, como un sujeto no individual: como sujeto, se le pueden adjudicar preferencias (“la juventud no se interesa en la política”), voliciones (“la gente define su voto por el bolsillo”), opiniones (“el verdadero hincha está en contra de la violencia en las canchas”); como no-individual, esa entidad necesita hablar, o que alguien hable por ella (un portavoz, un adversario, un observador externo…o los tres al mismo tiempo).

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Esta aproximación, sin embargo, mantiene irresuelto un problema: ¿cuál es la diferencia entre, por ejemplo, colectivos como “la clase media”, “los argentinos”, “la Patria financiera”, y estos otros: la organización “La Cámpora”, el colectivo editorial “Malisia”, la ONG Mamá Cultiva, o la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar)? Tenemos, como se ve, un mismo concepto para designar formas bien diferentes de configuraciones sociales. En el último caso, nos referimos a entidades que se constituyen luego de un proceso de socialización, de reunión, de intercambios interindividuales, y que pueden auto-presentarse públicamente como un nosotros; en el primero, a entidades “mudas”, ya que sólo existen como tales cuando son habladas por alguien (Sigal y Verón, 2008). Apelar a un rótulo para designar un agrupamiento de personas como, por ejemplo, una agrupación política –con sus banderas, sus remeras, sus cantos, sus afiches, sus volantes, sus lugares de reunión, sus estrategias de presentación pública- no es, por cierto, lo mismo que identificar a alguien a partir de cualidades que no necesariamente conforman un grupo delimitado –la clase media, los argentinos, los ciudadanos. A lo largo de este texto vamos a centrarnos en las diferentes formas que asumen los colectivos considerados como sustantivos: como entidades que pueden ser designadas, indicadas, percibidas. Podemos, entonces, trazar una primera distinción entre dos tipos de colectivos: las entidades del imaginario (político-social-cultural) y los colectivos sociológicos. Consideradas desde una perspectiva empirista, las entidades del imaginario son ontológicamente dudosas. No pueden ser incluidas, siquiera, en la querella entre individualismo y colectivismo metodológico (Archer, 1995). Y sin embargo, son entidades y son inevitables: se insertan en los usos, informales o institucionalizados, de la vida en sociedad. Eliseo Verón (1987, 2001) definió a los “colectivos” de la siguiente manera: como entidades semióticas (esto es, no meramente lingüísticas) que implican la identificación y categorización de una pluralidad de actores. Identificación y categorización son operaciones asociadas a estrategias de argumentación, sometidas, por tanto, a reglas de producción de discursos que pueden ser reconstruidas por el análisis. Esta definición le cabe tanto a colectivos formales (es decir, aquellos que son el producto de una ley: ciudadanos) como a colectivos de identidad (aquellos que son asumidos como grupos de pertenencia: trabajador, peronistas, feminista, negro cumbiero), a colectivos comunicacionales (aquellos que, usualmente, funcionan como recurso de los medios: la gente, el público, millenials, motochorros), o a otros tantos de colectivos de enunciación que diariamente se despliegan en el escenario de la política (la derecha, la izquierda, el progresismo, etc.).

Las entidades del imaginario no por imaginarias eso irreales, ficticias, meras etiquetas. Más bien, habría que concebir al imaginario en términos materialistas. Coincidimos con Querè (2003) en que si los

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“colectivos” no existen como individuos colectivos concretos o hechos positivos no significa que no sean reales. En cambio, se los debe concebir, en términos de la teoría de las categorías de Peirce (1987)5, como perteneciendo a la categoría de la terceridad, a la que corresponden las formas genéricas como leyes, hábitos, ideas, que son “reales en tanto que se incorporan en las prácticas y los usos para darles forma y orientarlos”. La propia recurrencia a estas formas de generalización convierte a las entidades del imaginario en verdaderas herramientas cognitivas que sirven como operaciones de intelección del mundo que nos rodea. Veamos, por ejemplo, esta frase:

“La gente común, esta vez, se ha tomado más en serio y con gran lucidez esta tarea de defensa de la democracia que el periodismo, analistas políticos, dirigencias en general y hasta el propio Gobierno” (Pablo Sirvén, La Nación, 3/04/2017)

¿Cómo distinguir a “la gente común” de otro tipo de gente? ¿Qué es lo que define ese ser común? ¿Una simple regla estadística? ¿Tener habilidades extraordinarias? Cualquiera de estas preguntas es válida. Sin embargo, por nuestra propia experiencia como ciudadanos –es decir, como actores interesados en los acontecimientos que conciernen a la vida en comunidad- sabemos que desde hace décadas se ha establecido una distinción, en la política argentina, entre la gente (un colectivo del imaginario, que se define por sustracción: no participa activamente en organizaciones políticas) y quienes, de un modo u otro (“periodistas, analistas políticos, dirigencia, militancia”) “hacen política”. En ese sentido, los colectivos le dan forma a nuestros razonamientos cotidianos; son, como ha escrito Verón (2001), pivotes del funcionamiento discursivo y son marcas de posiciones de observación y enunciación social. Hasta el uso semántico más simple activa lógicas de identificación que tanto señalan al objeto referido (un gran colectivo, la gente común), que se define por ser un colectivo sin atributos claros, y aparentemente por eso mismo un colectivo impoluto, inocente, y señala también, subrepticiamente, a aquel que enuncia esa frase: ¿por qué alguien utiliza la expresión “la gente común”? ¿Quién dice eso, desde qué posición de observación del

5 La “Terceridad” es una de las tres categorías de la fenomenología del filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce. Peirce concibe que la faneroscopía es “la descripción del phaneron; por phaneron entiendo la totalidad colectiva de todo lo que, cualesquiera sea la manera y el sentido, está presente al espíritu, sin considerar en modo alguno si ello corresponde a alguna cosa real o no” (citado en Verón, [1987] 2004, p. 106). La noción de “interpretante” corresponde a la Terceridad y remite al funcionamiento de la semiosis en todos los niveles de la interacción social. El concepto supone, entonces, una “capacidad reguladora” (que puede ser consuetudinaria o formalmente codificada) que trasciende los intercambios situados y específicos

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Los colectivos como entidades del imaginario y como entidades sociológicas

mundo social lo dice?6 Lo importante, de todos modos, es que los colectivos, como sucede con otras categorías sociales, y sobre todo aquellas que no son el producto de una invención episódica, son históricamente relativas (contingentes) y funcionalmente absolutas (Schaeffer, 2004).

¿Y qué hay de los colectivos sociológicos? ¿Cómo caracterizarlos? Para avanzar vamos a servirnos de una definición que propone Pierre Sorlín (1992) para definir lo que llama “públicos”. Nos interesa su propuesta porque el tipo de colectivos que interesan a la indagación 6En Argentina, la figura del “ciudadano común” se ha expandido como criterio de identificación, y es el efecto de ciertos procesos que han modelado, como sucede en otros lares, la política nacional en los últimos años (fragmentación de los partidos políticos, centralidad mediática, multiplicación de las formas de expresión ciudadana). Siguiendo el análisis propuesto por Rosanvallon, Annunziata (2013) ha estudiado la emergencia de esta figura como un “anti-sujeto político” en el marco de lo que el sociólogo político francés ha denominado la “legitimidad por proximidad”.

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que proponemos es el de aquellos que se constituyen en procesos de emergencia de problemas públicos (Gusfield, [1981], 2013; Cefaï, 2013 y 2014). Para que se conforme un colectivo deben poder identificarse las siguientes fases:

a- Un cierto tipo de sociabilidad sostenida a la largo del tiempo.b- Esa sociabilidad se acompaña de capacidad de deliberación

interna.c- Un colectivo debe poder manifestar disposición para defender

ciertos valores referidos a un bien común o, en términos generales, a un universo simbólico compartido.

d- Llegado el caso, un colectivo debe poder traducir sus preferencias en demandas.

e- Por lo tanto, ese colectivo debe tener capacidad de performance, es decir, de hacer una presentación de sí mismo frente a otros colectivos en un espacio público

Nuestra apuesta teórico-analítica parte de una hipótesis de trabajo que concibe la dinámica sociológica que subtiende la configuración de colectivos conformados en torno a la emergencia de “problemas públicos” como una estructura triádica, que habilita tres posiciones de análisis:

a- La problemática de la constitución de grupos lo que llamaremos proceso de colectivización interna, proceso incesante que se define, en principio, por la conformación de un nosotros. Ese nosotros, que es el resultado de la definición de intereses comunes, debe traducirse en un discurso de presentación. Sin discurso, no hay colectivo. Para Kaufmann (2010), la ontología de colectivos se basa en procesos reflexivos intersubjetivos ("yo" / "usted"), objetivados por su relación mutua cuando se enfrentan a un tercero (Landowski, 1984; Widmer , 2005), que se vuelve esencial cuando el colectivo adquiere un discurso de auto-presentación ("Nosotros") y sus propios portavoces (Bourdieu, 1999). El colectivo se compone del proceso de ensamblaje a partir de historias individuales (con sus biografías, sus razones, sus dramas, sus deseos, sus intereses) que terminan transfigurados en un "nosotros" irreductibles a la suma de esos individuos7.

7 En este punto, nuestro enfoque se aleja de una postura como la de Searle, para quien un requerimiento básico de la ontología de lo social es que: “Los fenómenos mentales colectivos del tipo que encontramos en sociedades organizadas son, en sí mismos, dependientes y derivados de fenómenos mentales de los individuos” (2014). Frente a esto, Kaufmann (2002) considera que si bien la reconstrucción de los ensamblajes interindividuales es necesaria, la composición final de un colectivo es irreductible a ella.

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b- en segundo lugar, ese colectivo, en el proceso de su constitución, se ve confrontado con otros colectivos e instituciones (con los que entabla relaciones de alteridad, de oposición y de cooperación) y con los que conforma un campo de experiencia inter-colectivo (Cefaï, 2013; Amossy, 2015)8. Aquí es dónde podemos ubicar el momento de producción o configuración de una identidad colectiva (sea que se la conciba como “recurso”, como “integración” o como “compromiso”, Dubet, 1989). Pero si bien la demarcación de una frontera con otro es necesaria para objetivar la identidad (Restrepo, 2007) no está claro que todos los colectivos la configuren sólo como diferencia adversativa (bajo la lógica exterioridad-exclusión), razón por la cual es necesario explorar el campo de relaciones que establece con otros colectivos y actores siguiendo lógicas de articulación, cooperación y coordinación. Es necesario, entonces, estudiar procesualmente tres niveles analíticos que hay que distinguir: el de la identidad asumida, el de la identidad atribuida, y las relaciones entre esas dos modalidades

c- En tercer lugar, esos colectivos, una vez que realizan su pasaje el espacio público, quedan “disponibles” para ser hablados por instancias externas que, como los medios de comunicación o la academia, adoptan una posición de intermediación y representación (Servais, 2013), ya que tienen capacidad de administrar la relación de amplias franjas de la ciudadanía con problemáticas sociales, capacidad de construir “audiencia” (Dayan, 2000). Kaufmann (2010) considera que esta “certificación pública de existencia” es incluso una necesidad ontológica para los colectivos. Es en esta instancia donde los colectivos se confrontan con la mirada de los “observadores” (con los que mantienen, usualmente, una relación asimétrica), y por lo tanto, con operaciones de individuación externa, de heteroatribución, de taxonomización, que por su parte, pasan a formar parte del entorno discursivo del se nutrirán para definirse, redefinirse y orientar o reorientar sus propias estrategias de presentación pública. Este punto es importante porque nos lleva a la problemática del espacio público, a su mediatización y, por lo tanto, al funcionamiento de las diferentes superficies mediáticas (diarios, televisión, radios, redes sociales, etc.).

Usualmente, las perspectivas teóricas y analíticas sobre la identidad colectiva tienden a superponer los procesos que aquí distinguimos en los puntos “b” y “c”. En tanto se concibe que las identidades “remiten 8 Ernesto Laclau (2000: 126) explica que: “La referencia al otro está claramente presente como constitutiva de la propia identidad. No hay modo de que un grupo particular que habita en el seno de una comunidad que lo rebasa pueda vivir una existencia monádica -al contrario, parte de la definición de su propia identidad es la construcción de un sistema complejo y elaborado de relaciones con otros grupos”.

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a una serie de prácticas de diferenciación y marcación de un ‘nosotros’ con respecto a unos ‘otros’” (Restrepo, 2007), se tiende a circunscribir la problemática en relación a dos polos: identidad-pertenencia y exterioridad-exclusión. Sin embargo, la relación de un colectivo determinado con su exterior (donde habitan otros colectivos) si bien es del orden de la diferencia, no necesariamente es una relación de antagonismo. Un colectivo se constituye también en relaciones de cooperación con otros. Por otra parte, esos “otros” no tienen un mismo estatus: hay colectivos que, en las sociedades contemporáneas, se especializan y se institucionalizan como lugares de observación externa a los conflictos sociales. Por eso es importante distinguir entre las relaciones inter-colectivas (es decir, aquellas que se producen entre colectivos que comparten un determinado campo de experiencia social, aunque sus vínculos sean desiguales y asimétricos) y lo que aquí llamamos posición de observación externa, que tiende a ser ocupado por actores colectivos que hablan como desde afuera. Lo importante, en la línea de reflexión que estamos planteando, es considerar que un colectivo es el resultado de diversos procesos “que le otorgan una “forma” –una historia, un nombre, cualidades. Y, por otra parte, debe tenerse en cuenta que más allá de la distinción planteada entre entidades del imaginario y colectivos sociológicos hay una dimensión en la conformación de ambos tipos de colectivos que es siempre discursiva: finalmente, si nadie hablara en nombre de un colectivo, si no tuviera un nombre, una insignia, una presentación, su propia existencia sería enteramente diferente. Como lo escribió Bruno Latour (2008), los grupos “no son cosas silenciosas, sino más bien el producto provisorio de un clamor constante hecho de los millones de voces contradictorias que hablan acerca de lo que es un grupo y de quién corresponde a cuál”.

3- Los colectivos en el juego de discursos sociales: posiciones de observación

En la tarea de estudiar la configuración de colectivos en el espacio público, es importante prestar atención a los discursos que hablan de esos colectivos y en nombre de esos colectivos, ya que una de las propiedades constitutivas es precisamente el postulado de su existencia (Kaufmann, 2010; Malbois y Kaufmann, 2015). Los colectivos son, en un primer nivel, autorreferenciales: es necesario que produzcan un discurso sobre ellos mismos, un discurso tal que pueda responder a esta pregunta: ¿quiénes somos? Pero también es necesario que sean reconocidos por otros. En ese juego de discursos, los colectivos adquieren su “realidad”: no son entidades supra-experimentales (postuladas pero imposibles de observar); en cambio, se vuelven perceptibles en la experiencia.

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Veamos un breve ejemplo, tomado de una crónica firmada por Beatriz Sarlo9 luego de una movilización organizada por la Confederación General del Trabajo (CGT) en la Capital Federal, en noviembre de 2016. Sarlo camina entre los manifestantes, los describe, cuenta qué hacen, cómo están vestidos, y luego se pregunta:

¿Qué sabemos de esta gente? Que para un elevado porcentaje de ellos la vida es precaria, sujeta a la imprevisibilidad del despido, la suspensión o la reducción de las horas de trabajo. Viven sometidos al cálculo cotidiano de la estrechez. Sin duda, hay sindicatos excepcionales (como camioneros o bancarios), pero incluso ellos saben que, si les va mal a todos, inexorablemente, algo de esa maldita precariedad va a tocarlos. Los que estaban en el acto se diferenciaban precisamente por esto de algunos políticos y de los pocos intelectuales que allí también estaban. Nosotros, los que mirábamos, no conocemos esa sensación de precariedad que asalta cuando la idea de futuro es afectada por la insoportable inestabilidad del presente.

Este párrafo se estructura sobre un quiebre enunciativo: la autora, cuando se pregunta qué sabemos de esta gente está explicitando una distancia y por lo tanto exhibiendo su propia posición de observación. Hay un nosotros (en el que la cronista se incluye) y un ellos (el colectivo que la cronista describe). Esa distancia y esa relación son un punto esencial en el estudio de la configuración de colectivos: ¿quién identifica y clasifica? Los colectivos se configuran como resultado de un proceso de intercambios discursivos (disputas, controversias, acuerdos) superpuestos: hablan por sí mismos (bajo la forma de auto-atribuciones10) y son hablados por otros actores (bajo la forma de hetero-atribuciones11). La cuestión es, por tanto, desde dónde son hablados los colectivos. El problema es indisociablemente epistemológico, metodológico y político porque refiere al tipo de entidad, consistencia e intencionalidad que conviene conferir a los colectivos. Al respecto, Laurence Kaufmann (2010) se pregunta:

¿Los colectivos se caracterizan por las propiedades de alto-nivel suficientemente autónomas e independientes de los individuos que los constituyen como para merecer el estatus de “personas colectivas”? ¿Los colectivos se reducen a los pactos circunstanciales y efímeros de las asociaciones voluntarias o engloban otra modalidad de ensamblaje –una modalidad pre-reflexiva que el individualismo propio de la antropología liberal tiende a negar?

9 “La movilización de la vida precaria”, bisemanario Perfil, 19/11/2016. Disponible en : http://www.perfil.com/columnistas/la-movilizacion-de-la-vida-precaria.phtml 10 Aquellas que los grupos generan sobre sí mismos, usualmente a través del nosotros inclusivo.11 Aquellas producidas por actores –individuales o colectivos- sobre otros actores –individuales o colectivos-

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Para existir verdaderamente en tanto que colectivo, un agrupamiento o una asociación no pueden depender solo del cómputo exógeno y cuantitativo de las similitudes objetivas que vinculan a los individuos por así decir, sin que ellos mismos lo sepan (por ejemplo, por pertenecer a un estrato socio-demográfico, por compartir ciertos capitales culturales, etc.) El colectivo debe revestir necesariamente la forma endógena y cualitativa de un “nosotros” que se apoya sobre el trabajo de auto-afiliación y de puesta en común que los miembros efectúan por su cuenta, sea de manera reflexiva o irreflexiva, implícita o explícita. Señala Kaufmann que una manera de constituir los colectivos, muy común en el mundo social y en las ciencias sociales, consiste en identificarlos por atributos y criterios extrínsecos. Los colectivos así definidos:

Reposan sobre la homologación, generalmente estadística, de propiedades objetivas y de similitudes empíricas que supuestamente caracterizan a los miembros de una población dada. Estas caracterizaciones (identidades numéricas, colectivos taxonómicos) se apoyan sobre hétero-categorizaciones, establecidas por los observadores externos, que definen los contornos en sí de un colectivo.

Dicho esto, para cumplir el trabajo fundamentalmente político de producción de colectivos12 no es suficiente que los individuos sean religados desde el interior por la interdependencia de sus opiniones y de sus prácticas. Es necesario, igualmente, que el grupo que ellos forman o creen formar sea reconocido como tal por los observadores, espectadores o intérpretes que les atribuyen desde el exterior el estatus de individuos colectivos.Por eso, al mismo tiempo, para consolidar un “ser colectivo”, la operación interna de colectivización, que constituye un proceso de ascenso en generalidad debe ser completada por una operación externa de individualización que constituye, a la inversa, un descenso en singularidad. Desde este punto de vista, la existencia de un colectivo, y los indicadores discursivos públicos de esa existencia, depende fundamentalmente de su reconocimiento, un reconocimiento que es menos una cuestión moral que una cuestión

12 Político, en este caso, no refiere a político-partidario, sino al trabajo incesante de producción de identidades grupales. En este sentido amplio, Latour (2003, p. 155) sostiene que “la constitución y el mantenimiento de un Nosotros, sea del tipo que sea, es ya un acto político pues la actividad política por excelencia es la crear y administrar un colectivo. Desde este ángulo, la política no se trata de contenidos, finalidades o de dominios de acción específicos; es un procedimiento de transformación de lo “múltiple en lo uno”, que puede encontrarse en todas las tentativas de puesta en común”.

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lógica u ontológica: para existir en tanto que colectivo, un nosotros debe ser reconocido por las instancias externas que le proveen de una identidad, lo dotan de un pasado y de un futuro, o sea, lo aprehenden como un individuo colectivo (Kaufmann, 2010).

En este juego público de discursos, de las visibilidades y las atribuciones recíprocas los colectivos conquistan el reconocimiento necesario para su existencia. La unidad de un colectivo depende, en este sentido, de sus “cara-a-cara” exteriores, que le otorgan una certificación pública de su existencia y que, al hacerlo, le permiten constituir un colectivo en primera persona, es decir, un nosotros (Dayan, 2000).

3.1. Propuesta de esquema analítico a partir de un estudio de casoLa propuesta de estudiar la conformación de colectivos como un proceso triádico, además de constituir una concepción teorética, funciona como un esquema para ordenar la investigación empírica, en tanto las tres dimensiones diferenciadas pueden distinguirse como niveles específicos. Para exhibir esta propuesta vamos a tomar como caso de referencia a una organización no gubernamental que participa y ha participado en las controversias públicas movilizadas por diferentes actores a propósito de la despenalización del consumo de marihuana en Argentina. Este activismo, pese a orientarse a un tema cuyo tratamiento público/estatal se remonta en nuestro país a la década de 1970 con la emergencia del “problema de las drogas” (Manzano, 2014), sólo recientemente ha adquirido fuerza y visibilidad. Desde el año 2003, en torno del autocultivo de cannabis se fue conformando el Movimiento Cannábico Argentino (Sclani Horrac, 2014). Pero la configuración de un “problema público” probablemente pueda remontarse al año 2009 con la sanción del fallo “Arriola” (Palazzolo, 2017), y, luego, al proceso iniciado en torno a la reforma de la Ley de Estupefacientes (Nº 23.737) en el año 2011, que abrieron un espacio institucional para que diferentes actores de la sociedad civil intervinieran en los debates de comisiones en el Congreso Nacional (Corbelle, 2012). Con ese antecedente, en los últimos tres años se ha reavivado el debate público por la despenalización del uso/cultivo de marihuana, con el resultado de la promulgación, en 2017, de la Ley 27.350 que regula la investigación científica para el uso terapéutico o medicinal de la planta de cannabis. La composición de ese activismo es heterogénea. Hay organizaciones que agrupan a pacientes, padres y madres, canabicultosres, profesionales médicos y legales (tal el caso de Cannabis Medicinal Argentina, CAMEDA); otras que plantean un cambio en la política de drogas en el país y también la defensa del derecho al consumo recreativo (como el Frente de Organizaciones Cannábicas, FOCA), y

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otras que, como Mamá Cultiva Argentina ( una ONG con perspectiva de género conformada por madres, cultivadores y profesionales) impulsa el cultivo de cannabis, para uso terapéutico y medicinal y ha sido, probablemente, la que mayor visibilidad mediática ha logrado obtener. Estas organizaciones coinciden en su oposición al paradigma represivo en el abordaje estatal del consumo de drogas, pero intervienen en el debate público portando argumentos, recursos cognitivos y morales no siempre concordantes y cuya capacidad de incidencia, tanto sobre los hacedores de políticas públicas como sobre las agendas mediáticas no han sido equivalentes (Cunial, 2015). Las discusiones posteriores en torno a la reglamentación parcial y cuestionada de la Ley 27.350 (Soriano, 2018) le han dado continuidad a los debates y controversias con las instituciones estatales, pero también entre los propios colectivos. A continuación proponemos una distinción esquemática de posiciones de configuración y gestión de los colectivos. Para ilustrar las tres posiciones de observación usamos como ejemplo el caso de la ONG Mamá Cultiva13.

13 http://www.mamacultivaargentina.org/

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PERSPECTIVAS

OPERACIONES DINÁMICA RELACIONAL EJEMPLO

  

ColectivizaciónInterna

Conformación, creación y recreación de colectivos. Proceso de ascenso en generalidad: paso del “yo” (individual) al “nosotros”. Construcción de un nosotros como entidad diferente a la suma de las intenciones singulares.

  “Somos un grupo de cultivadores, madres y familias de niños con epilepsia refractaria y otras patologías a los cuales la medicina tradicional no les pudo brindar un tratamiento para disminuir su sufrimiento y el de toda la familia. A partir de nuestra experiencia y la de muchas familias en el mundo, descubrimos que el extracto de cannabis es una alternativa terapéutica eficaz para controlar las convulsiones, aliviar los dolores y complementar otros tratamientos de nuestros hijos, y así garantizarles una mejor calidad de vida. Es por eso que nos agrupamos para formar Mamá Cultiva Argentina.” (Extracto de la presentación publicada en la web)

  

ConfiguraciónInter-grupal

Producción de identidad colectiva en el interjuego (de confrontación, cooperación, distinción) con otros colectivos que intervienen en un mismo campo de experiencia. Entre-nosotros/frente a un “ellos”. Alteridad.

“Con el apoyo de la ONG Mamá Cultiva de Chile, la Fundación Daya de Chile y el Centro de Estudios de la Cultura Cannábica (CECCa) de Argentina, convocamos a las familias que sufren por esta patología, a los políticos, médicos, científicos, medios de comunicación y a la sociedad en general a que nos acompañen para que todos juntos podamos generar la posibilidad de que muchos niños argentinos dejen de sufrir”. (Extracto de la presentación publicada en la web)

Externa

Individuación externa, heteroatribuciones, taxonomizaciones. Certificación pública de existencia. La figura del observador (O) es equivalente al espacio público.

          

"Madres de la marihuana": cultivan para curar a sus hijos y por amor desafían la ley (Diario Clarín)

Mamá cultiva: una experiencia nacida de la desesperación (Diario La Voz del Interior)

¡Qué madre copada! Cultiva marihuana para ella y para sus hijos (Diario San Remo de Santa Fe)

CC

C

I (n) c

C

C

CO

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En el cuadro se distinguen tres posiciones desde donde se produce la gestión de colectivos y se intentan visualizar los procesos, muchas veces simultáneos, de su configuración, procesos que implican intercambios del orden de la transacción, la cooperación, la confrontación, entre esas posiciones. El valor de esa tripartición es que incorpora una instancia a menudo desatendida cuando se reflexiona sobre la constitución de identidades colectivas en el espacio público, la que hemos denominado de “certificación pública de existencia”, es decir, el seguimiento de la “mirada” que le ofrece a los colectivos, bajo ciertas circunstancias, una suerte de confirmación o contraste de sus propias estrategias de visibilización. Esta certificación, claro, supone también una modalización de esos colectivos pues es directamente dependiente de un lugar de enunciación: desde esta perspectiva, a los colectivos –que, por su parte, hablan- también se los habla y se los hace hablar. Es importante señalar, finalmente, que esas posiciones de observación son relativas. Esto quiere decir que quien/es ocupe/n, circunstancialmente, la posición de observador/es externos, pueden, en otra ocasión ser observados como constituyéndose en tanto que colectivos, y que los propios colectivos autoreflexionan sobre su estatus (flechas curvadas). 14

Tomando como referencia este esquema veamos cómo funcionan las tres posiciones de observación.

1- Colectivización interna. En cierto sentido, este proceso es “invisible” hasta tanto el propio colectivo no genere un relato sobre sí mismo. Por eso puede confundirse con la posición de observación inter-grupal. La diferencia radica en que cuando estudiamos la colectivización interna lo que nos interesa es ver cómo los relatos individuales (con sus biografías, sus razones personales, sus intereses, sus deseos, sus temores) se van hilvanando en un nosotros, de qué manera un ensamble de individuos se pueden realizar en un objetivo común. Eso es lo que en el cuadro, en la columna sobre la dinámica relacional está señalado como la diferencia entre la suma de los Individuos y la conformación de un colectivo. En el ejemplo que estamos usando, antes de llegar a una definición del colectivo (“Somos un grupo de cultivadores, madres y familias de niños con epilepsia refractaria y otras patologías…”) hay una serie de historias individuales que es importante tener en cuenta.15

14 Esto sucede, usualmente, cuando se identifica a “los medios” como actores que intervienen en los problemas públicos tomando posición por una parte, es decir, hablando desde un lugar (singular, no neutro, ni externo) de enunciación.15 Mamá Cultiva, por ejemplo, ha apelado a los testimonios individuales, centrados no tanto en el peso de argumentos científicos o jurídicos, como en las condiciones

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2- Configuración inter-grupal. En rigor, este suele ser el punto de partida, en tanto la “unidad mínima” es el colectivo existente, dotado de un nombre, de discurso de presentación pública y de argumentos, y ya puesto en vinculación con otros actores. Y es, también, el momento político de la conformación de un colectivo: agrupar las diferentes opiniones relativas a la razón de ser, a las orientaciones prácticas y a los criterios de pertenencia que lo caracterizan. Un segundo paso en el análisis, entonces, es estudiar al colectivo en tanto que colectivo. Para eso, es necesario comparar. ¿Cómo definir el lugar inter en la gestión de colectivos? Ese lugar no es un afuera desinteresado, sino que presupone un campo de experiencia, es decir, de relaciones. Por ejemplo, en el caso de la ONG Mamá Cultiva, su vínculo con otras organizaciones similares, con los partidos políticos ante quienes presentan su reclamo por una ley para el uso, importación y cultivo con fines terapéuticos, su vínculo con el estado, con la policía, etc. Es necesario, por lo tanto, variar el punto de vista: no sólo indagar en el modo en que un colectivo de referencia se planta frente a ese exterior, sino cómo los demás actores con los que interactúa lo observan.

3- Posición de observación externa. Un colectivo se configura en un proceso que supone, también, lidiar con los discursos de asignación de identidad que otras instancias (otros colectivos, las instituciones estatales) producen. Este punto es central porque nos lleva a la problemática del espacio público, a su mediatización y, por lo tanto, al funcionamiento de las diferentes superficies mediáticas (diarios, televisión, radios, plataformas, etc.). La mediatización es una dimensión de análisis insoslayable pues también está presente en el nivel de la configuración inter-colectiva, en tanto los propios colectivos desarrollan estrategias y herramientas de comunicación (publicaciones impresas, páginas web, perfiles en Facebook o Twitter) para presentarse en el espacio público sin recurrir a la intermediación del periodismo. En este punto, nuevamente, la variación de la posición de observación analítica es esencial. Es necesario indagar no sólo en las estrategias de mediatización de los colectivos de referencia sino también contrastarlas con el

de ejercicio de la maternidad con hijos que sufren, por caso, epilepsia refractaria. Por ejemplo, en su web, se pueden leer testimonios cómo este: “Ver a Lara convulsivar una y otra vez, tantas veces que había días en que perdía la cuenta, así durante 2 años, probando drogas legales que JAMAS le controlaron un día de crisis, sino que además la iban desconectando lentamente. Los médicos me quisieron hacer creer que esa era nuestra suerte: 40 crisis diarias, 720 pastillas mensuales, cada vez más dopada, cada vez más lejos… Pero la suerte estaba echada una vez más para nosotras, y me animé a probar Cannabis. Hoy ya pasaron 5 meses y no solo las crisis se redujeron de 40 a 1 o 2 diarias, esta con menos de la mitad de la medicación que tomaba, está conectada y lo más importante es que su sonrisa no se apaga, perdura todo el día… Esta planta le dio sentido a la palabra Esperanza”.

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tratamiento mediático. Cuando hablamos de estrategias de mediatización nos referimos tanto al trabajo de elaboración de argumentos (muchas veces, en busca de una simplificación que los haga aprehensibles), como a decisiones sobre qué dispositivos utilizar y cómo hacerlo, el tipo de campañas de publicitación que despliegan, qué asociaciones establecer con referentes sociales, cómo ocupar el espacio público, etc.

4- Reflexiones finales. Pasaje al espacio público: instituciones de medios y mediatización

La mediatización no es el gobierno de las lógicas mediáticas, sino un proceso en el que se asientan principios organizativos, a partir del desarrollo e institucionalización de tecnologías y dispositivos mediáticos que transforman las esferas de la vida social (Livingstone y Lundt, 2014). A medida que los dispositivos de comunicación que conforman la infraestructura del espacio público se expanden de manera ubicua en el tejido social y la conectividad programada de las plataformas digitales (Van Dijk, 2016) se consolida como la arquitectura de nuestras relaciones cotidianas (más acá y más allá de las formas instituidas de la actualidad mediática) la mediatización se convierte en una dimensión constitutiva de producción de lo social –como experiencia colectiva y de constitución de colectivos y en la configuración de los problemas públicos. La pregunta por la mediatización, entonces, no puede reducirse al estudio de “los medios” y sus lógicas, sino que debe, también, interesarse por la conformación y visibilidad de las múltiples formas de la vida colectiva, y en particular, por aquellas interesadas por poner en agenda pública –visibilizar, tematizar, confrontar- problemáticas que atraviesan experiencias cotidianas y comunitarias (Querè, 2003). Las redes sociales digitales transformaron la dimensión sociológica del espacio público, tanto en lo que respecta a las posibilidades de asociación colectiva y formas de performance política pública cuanto en las formas (cantidad de información transmitida y compartida en menor tiempo; mayor exposición a ideas, opiniones, argumentos, de pares, sean lazos directos o lazos débiles) en que los actores sociales se vinculan con las instituciones políticas y las organizaciones de medios. Esto lógicamente plantea nuevos problemas, pues el uso de redes sociales sigue la tendencia a la concentración que ya había operado sobre las demás capas de Internet, por lo cual las posibilidades abiertas a prácticas horizontales, no mediadas institucionalmente, tiende a revertirse o a reacomodarse.Pese a la pérdida de centralidad en su rol de producción de atención pública, las instituciones de medios, y el periodismo como práctica y discurso, mantienen el privilegio en la administración del

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funcionamiento del espacio público mediatizado: siguen siendo un condensador de audiencia y de producción de actualidad. Ahora bien, si en lugar de pensarlos sólo desde la lógica de la imposición de agenda los concebimos como lugares de observación de lo social, se abre una perspectiva diferente para entender cómo los propios medios se auto-presentan, cómo se implican o se des-implican del mundo que observan, analizan, del cual opinan y al cual, también, buscan transformar. ¿Cómo se posicionan, esto es, desde dónde miran los medios los acontecimientos de los que hablan? Si nos guiamos por el imaginario profesional que durante el siglo XX los propios medios han construido sobre el rol del periodismo, podríamos decir que, idealmente, intervienen en los procesos sociales desde una posición de observación externa. La pregunta aquí sería: ¿posición de observación externa a qué/quiénes? ¿Qué significa mirar como desde fuera en términos discursivos? Bien vale señalar que cuando hablamos de posición de observación externa nos referimos a una construcción enunciativa; no estamos postulando una tesis cognitiva. La aclaración es importante porque pretende corregir una confusión corriente: la imposibilidad –epistemológica- de un discurso “objetivo” fue compensada, en la práctica del periodismo, por técnicas retóricas para deslindar al enunciador de aquello que está enunciando. Fue la ilusión positivista transplantada en una estrategia retórica (Schudson [1978] 2012)16.Por eso, el análisis discursivo es importante: la presencia o ausencia de indicadores discursivos (en especial los pronombres yo, nosotros, ellos, por citar algunos ejemplos) que son marcas de posiciones de enunciación, son centrales para estudiar el rol de los medios y su posicionamiento frente a los conflictos sociales. Si no hay yo no habla un sujeto individual; si no hay nosotros, no habla un colectivo implicado. ¿Quién habla entonces? Habla la institución como si fuera un tercero. Cuando no lo hace, cuando en el discurso del periodismo aparece el nosotros, es decir, cuando el enunciador periodístico se incorpora en un colectivo de identidad (los argentinos, los ciudadanos comunes, la gente, los cultivadores de marihuana17) los medios se agregan el juego de colectivos, diluyen su externalidad y adoptan las características del discurso político. Veamos estas dos citas, extractos de dos notas sobre la ONG Mamá Cultiva publicadas por la revista THC y por el diario Clarín.

16 Ese lugar de enunciación los define como instituciones, pero no debe confundirse con las relaciones de empatía, preferencia, o de estigmatización y cuestionamiento que las diferentes organizaciones de medios puedan tener, y tienen, con o contra distintos sectores, sino por una relación de exterioridad17 Un caso muy corriente puede verificarse en la cobertura televisiva de los paros docentes o en los casos de inseguridad. Muchas veces, los propios conductores hablan como afectados: “queremos una sociedad en paz”; “queremos que nuestro hijos estén en las aulas”.

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“El cannabis puede no solo hacernos reír y pensar desde una perspectiva nueva, sino que por eso mismo y sus incontables propiedades también es una medicina. El primer caso que nos enseñó esto fue el de una luchadora: Edith Moreno, La Negra, fundadora de la asociación Cogollos Córdoba. Ella encontró en el cannabis una herramienta para sobrellevar con una sonrisa el cáncer que finalmente se la llevaría de este mundo. Años después, un conjunto de mujeres volvió a mostrarnos una enorme valentía: bajo el nombre de Mamá Cultiva, un grupo de madres que encontraron en el cannabis la solución para las enfermedades que sufren sus hijos…” (“Un gran remedio”, revista THC nº 94, diciembre de 2016)

Son muchas las familias destrozadas cuyas vidas dan un giro desde que empiezan a cultivar. "No es sólo que mejora la salud de ellos. Todo el entorno se recompone", reflexiona Valeria Salech, fundadora de la organización Mamá Cultiva, que nuclea a 50 familias con diversos dramas. (…) El objetivo de la organización es enseñar a cultivar de manera solidaria y fabricar la medicina de sus hijos. En muchos casos porque no tienen dinero para importar el aceite (actualmente permitido sólo para casos de epilepsia) y en otros porque no cualquier aceite les da resultado. Ellas, acompañadas por cultivadores expertos, saben qué tipo de semilla ayuda a cada enfermedad. (Madres de la marihuana": cultivan para curar a sus hijos y por amor desafían la ley, 19/11/2016)

La diferencia más importante entre las dos citas es el nosotros inclusivo que utiliza la revista THC, que con ese pronombre se identifica a sí misma como un colectivo más en el mundo del activismo en favor de la legalización de la marihuana. Si nos guiamos por el modelo de tres posiciones que sintetizamos en el cuadro, ese párrafo correspondería a la segunda posición. En cambio, el párrafo citado de la nota de Clarín no da ningún indicio de la implicación del enunciador: ¿quién habla en ese párrafo? El que habla parece ser un testigo, que exhibe una situación en la cual no está involucrado. Si nos posicionamos desde la perspectiva de los integrantes de un determinado colectivo, los “medios” son (entre otras cosas, pero centralmente) un recurso para ganar atención pública (Marcinkowski, 2014). Ganar atención pública es, lógicamente, un modo de presionar a otros actores (usualmente, al Estado) para lograr algo: la sanción de una ley, la resolución de un problema. Pero intervenir sobre el espacio público y hacerlo para ganar atención mediática necesariamente conlleva la presentación frente a un público, que es un tercero: no es el propio colectivo y no es el Estado. Como lo explica Silvia Sigal (2006) toda demostración colectiva en el espacio

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público (en principio, urbano: una plaza, una calle) tiene siempre como destinatario a otros colectivos (amigos y adversarios), a los participantes mismos, pero también al ojo público, “que es simultáneamente la garantía de su existencia”. La mediatización de la sociedad hace evidente, la relación directa entre la presencia de los medios y presencia de una audiencia ausente que también, en principio, mira como desde fuera. Pero que se entienda: un medio -el que sea- puede operar a favor del gobierno, puede presionar a un juez, puede ofrecerse como plataforma para la visibilidad de un partido opositor, puede cuestionar acciones de los sindicatos, o puede, como empresa, formar parte de una cámara empresaria, desde la cual accionar en función de sus intereses particulares. Puede y de hecho así sucede. Pero al menos los medios que conocemos (o conocimos) como medios de masas funcionan como entidades diferenciadas no porque sus intereses y simpatías no se superpongan o se enlacen estratégicamente con las de otros actores –dominantes o subalternos- sino porque los medios hablan como si fueran Otros. Esa otredad es la que ha definido, por mucho tiempo, su ubicación diferencial en la trama de relaciones institucionales del espacio público. Y es la que aparece matizada, o dislocada, por la presencia cada vez más sensible de las voces ciudadanas no orgánicas en el espacio público, voces que son una presencia mediatizada pero que no necesariamente deben someterse a una representación externa.

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