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II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política
“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017
II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global”
Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017
MESA 4 Propuestas de construcción teórica en torno a los Imaginarios Sociales
“Hacia una antropología de lo imaginario: Una (re)construcción teórico-epistemológica”
Juan Erick Carrera Arenas. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Católica de Temuco (Temuco, Chile)
Resumen
Esta ponencia se propone una discusión teórico-epistemológica respecto de los
cimientos que sustentan lo imaginario como una dimensión fundamental de lo social.
Más allá, trata, en primera instancia, sobre una definición socioantropológica de lo
imaginario, fundamentada por la experiencia simbólica y la conducta cultural. En
segundo lugar, esta conducta cultural responde a modelos morfo-semánticos
transmutables entendidos como “imaginarios”, donde los sistemas sociosemióticos,
arquetípicos y estructurales aparecen como fundamento de toda praxis social, y por
tanto exigen la necesidad de una re/configuración e interpretación de un histórico
objeto antropológico y su “observación”. Finalmente, reflexionaremos sobre el homo
simbolicus como una trayectoria perpetua entre lo objetivo y lo subjetivo, visualizando
las cualidades hermenéuticas del individuo en una relación intrínseca con la
experiencia social. Es mediante estos elementos que vislumbramos las posibilidades
de una antropología social de lo imaginario, donde el anhelo no es otro que dar un
sentido complejo a la trama social, una que se constituye por todas las dimensiones de
sus actores, y con ello aportar a la necesidad de una variación mórfica en la
epistemología de las ciencias sociales, cuya matriz debe ser constituida en
concordancia con una episteme sociocultural y sus procesos socio-históricos.
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Introducción
Cuando tenemos la vocación de intentar ampliar los marcos conceptuales de una
antropología social, no es otra la intención que intentar contribuir a una teoría social
cada vez más intensa y próxima a abordar las dimensiones humanas que han estado
supeditadas bajo la autoridad hierofánica del cientificismo pretérito. Es—hoy—una
necesidad de comprender lo socioimaginario como una dimensión particular, tanto
teoría, pero transversal en la práctica sociocultural. Así, este trocito de teoría social no
pretende una desarticulación de los fenómenos empíricos como fundamento de lo
social, sino, al contrario, es la búsqueda incansable de una “ontología de los hechos”,
donde los significados, el discurso, las interpretaciones sociales, los procesos político-
ideológicos, la trashumancia, la interculturalidad, los conflictos, entre otros, constituyen
ese empirismo que nos subsume como investigadores en ese mar de posibilidades,
pero determinado, en direccionalidad, por una corriente de intenciones que nos
posicionan desde una determinada angulación respecto a las formas de abordar lo
social, desde una hipótesis hasta una metodología y una verificación, y donde las
complejidades del sustrato simbólico de lo social han estado subordinadas por lo
“observable”, o, por qué no, lo “limitadamente distinguible”. No obstante, no es la
intención de esta propuesta abordar la simbolización y las mitologías como
fundamento de lo imaginario, tal como visualizamos en algunos clásicos, que en el
caso de Gilbert Durand han llegado incluso a plantear una “mitodología”. Sino,
comprender lo imaginario y lo hechos como dos dimensiones interrelacionadas de lo
social, y por tanto constituyen su fundamento. Pues, lo imaginario es una tablatura
compuesta por las notas más diversas de la experiencia humana.
Es por esto que en la antropología de hoy se torna necesaria la reconfiguración de la
episteme que subyace todo pretendido conocimiento científico social, no se trata de
establecer modelos de investigación sustentado por tratados universales vetustos, sino
de reestablecer, o mejor, reconfigurar las bases epistemológicas que sustentan toda
construcción de conocimiento, entre ellas, las ciencias sociales, pues la morfo-
epistemología debe ser pertinente para sus alcances contextuales (fuertemente lo
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hemos visto en las ciencias sociales latinoamericanas). Donde, por ejemplo, no está
demás mencionar las funciones, a priori, epifenoménicas de las “redes sociales”
(social network) en la actualidad, visualizándolo desde un amplio espectro conceptual,
donde las formas (re)constructivas de identidad, de auto referencias y de alteridad,
digamos, las representaciones de la realidad, tienen cualidades morfogenéticas de un
índole jamás pensado hace algunas décadas, y que funcionan en una “red” de
relaciones alterna, mediante sus propias condiciones socio-comunicacionales, y por
tanto, sus propias re-simbolizaciones y su propio “socio”-imaginario. ¿Será esto,
posiblemente, indicio de la metamorfosis de lo que hemos comprendido
tradicionalmente como sociocultural? Esto es sólo un aspecto de las múltiples
posibilidades de los estudios de lo imaginario, pues toda construcción cultural tiene por
fundamento la experiencia extra-mundana; las mitologías, los valores, la moral, la ética
o el discurso. Entenderemos entonces que las estructuras de lo imaginario, tal como
plantearía Gilbert Durand ([1960]2005) se manifiestan a través de las dimensiones
redundantes de la cultura, es decir, en todo el conjunto lingüístico y práctico-ritual de lo
social, y por tanto, lo imaginario no cae sólo en una categoría filosófica y/o psicológica,
sino, esencialmente, en una sociológica, pero con la variante de centrar su atención
(además) en la cultura meta-empírica, pues, para Durand, los símbolos constituirían
una epifanía del misterio, dotando de pragmatismo al significado, donde el tejido social
también es tejido simbólico.
De esta forma, lo imaginario va más allá de una categoría analítica, pues, se presenta
como germinal sustancial de la realidad, aquella que se manifiesta tanto pensamiento
y acción, aquella que tiene una naturaleza perpetum mobile y, por consiguiente,
requiere redefinir constantemente sus elementos genéticos; una sociedad de
naturaleza transmutable, y que transita en una constante socio-génesis que se
establece mediante la experiencia sociohistórica. Es imperativo, por ello, que las
ciencias sociales, aquí especialmente la antropología, cuestionen constantemente en
sus sólidos corpus teóricos los fundamentos que dan cuenta de la condición humana,
donde lo imaginario—hoy—se establece fuertemente como centralidad en el
reconocimiento de una sociedad que edifica sus primeros pasos mediante la
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experiencia simbólica y actúa en su cotidianidad bajo arquetipos morfosemánticos
instituidos.
Así, lo imaginario se presenta aquí como una teoría para la práctica, pues la caducidad
de las representaciones universales, propias de los soliloquios paradigmáticos
perteneciente a las voces dominantes de la historia1, hacen posible la reinterpretación
del mundo social y de sus manifestaciones, y con ello, la emergencia de modelos
semánticos diversificados en el colosal engranaje que compone el campo inter-
humano en su expresión amplia, donde la vocación de elaborar esta perspectiva
teórica obedece a la histórica dicotomía naturaleza/cultura, sujeto/objeto y
símbolo/hecho, y por qué no, imaginario/realidad, que han terminado por mantener a
un sujeto hermenéutico en los rincones más profundos de las ciencias sociales de
corte positivista. No obstante, no se desdeña aquí el valor científico de esta corriente
del pensamiento (positivismo) y su acción (metodológica), sino la necesidad de
establecer un diálogo propositivo-tentativo sobre las triangulaciones necesarias en una
real comprensión y explicación de los fenómenos de la realidad humana, pues no se
pretende desmentir ni enfatizar la dicotomía, pero se intenta comprender una dualidad,
una reciprocidad, cuya trascendencia se manifiesta en lo social, en tanto la
subjetividad y objetividad son dos dimensiones de lo real y, por lo tanto, de la
construcción sociohistórica en un constante juego social con características dinámicas,
recíprocas y dialécticas; un proceso.
Es desde esta perspectiva que lo socioimaginario nos convoca en esta ponencia,
asumiendo que la trama social requiere una profundidad analítica desde la
complejidad, tanto las representaciones sociales, las acciones, el discurso o la
experiencia simbólica, no sólo se presentan como “imágenes” de un mundo que el
antropólogo debe describir, sino como constructos culturales que infieren
coactivamente en la construcción y transformación de ese mundo interpretado, cuyas
condiciones epistémicas y psicogenéticas influyen o, más bien, constituyen su cualidad
sustancial, lo que el antropólogo debe comprender. Es por esto que una antropología
social de lo imaginario es, en sí misma, una antropología para la diversidad y sus
1Refiere a la crisis de la modernidad y, con ello, el pensamiento positivista de las ciencias sociales.II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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interrelaciones, enfocada en la significación y acción sociales en este mundo líquido,
transitivo y fugaz, desde una perspectiva fenomenológica de la supermodernity
Los fenómenos sociales, al ser el corazón palpitante de las ciencias sociológicas,
deben ser atendidos en su complejidad, requieren aventurarse a deambular (con o sin
éxito) por los nebulosos senderos del conocimiento y la experiencia sociocultural, del
ethos, de lo sacro-ritual, de lo hermenéutico y la intersubjetividad y no sólo considerar
el “acontecimiento” como unidimensional. Una linealidad determinista que comienza en
el “hecho” y se agota en sí mismo. Es necesario ir más allá, donde como antropólogos
nos desmarcamos de ese realismo ingenuo, como lo plantea Geertz (1992), para
establecer los fecundos simbolismos como sustrato de toda realización humana.
Ahora bien, el estudio de lo “imaginario” en filosofía y ciencias socio-humanas no es
algo nuevo stricto sensu, pues en lo extenso del siglo XX, y lo breve del XXI, se
manifiestan en los horizontes cognoscitivos una serie de producciones intelectuales
que provocarán nuevas formas de conceptualizar la realidad, tanto universo “socio-
imaginado”, “socio-representado” o “socio-mentalizado”, o bien, las estructuras no
empíricas desde diferentes dimensiones; L. Strauss (1955) J.P. Sartre (1978); G.
Durand (1960); C. Castoriadis (1975); G. Bachelard (1965), C. Jung (1916); P.
Bourdieu (1977); N. Elias (1987); C. Geertz (1973); J. Piaget (1959), E. Cassirer
(1944), M. Maffesoli (1993), B. Anderson (1983), Sh. Ortner (2006); J.J. Wunenburger
(2008); Ch. Taylor (2004); M. Baeza (2008), A. Carretero (2002), entre otros muchos
más, donde lo imaginario puede ser visualizado desde complejos niveles; entre lo
cognitivo y lo sociocultural, o entre lo estructuralista, lo fenomenológico y lo
hermenéutico, siendo, no directamente, agencias que en su determinada dimensión—
y contexto—nos conducen a un mismo embrollo; que hay más allá, de lo
empíricamente distinguible, de lo cuantitativamente verificable o de lo simplemente
“incuestionable”.
De esta forma, (re)elaborar una antropología social de lo imaginario es inmiscuirse en
los conflictos y el temor de muchos(as) científicos(as) sociales; el de otorgarle
cualidades empíricas a lo tradicionalmente comprendido como una parte trascendental
pero (generalmente) desechable en los estudios sociales que sustentan la autoridad
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de la verificación; lo imaginario, la mentalidad, la ensoñación, el pensamiento mítico y
sus estructuras o, en último caso, trabajado de manera superficial como una
decorativa fenomenológica de lo “irrefutable”. Sin embargo, no es posible sólo
esconder bajo la alfombra la necesidad de reconfigurar las justificaciones
investigativas con un pequeño valor egocéntrico, donde nuestra inquietud se bosqueja
como una función manifiesta en el proceso (praxis) que suscita el buscar respuestas a
las problemáticas socioculturales mediante el análisis teórico y metodológico y la
experiencia en su amplio espectro conceptual; una fenomenología compleja. Es decir,
percibir el mundo como un conjunto sistémico y engranado donde la relación
trascendental está en el vínculo hombre-mundo (López 1998).
De este modo, espero poder entregar, en esta instancia dialéctica y reflexiva, una
particular perspectiva para la construcción teórica de lo imaginario en antropología
social. Pues, será una amalgama entre conocimiento y pasión en que se figure una
necesaria transmutación conceptual para comprender lo imaginario desde la histórica
apreciación de lo “social” en antropología.
Primera parte
Hacia una definición socioantropológica de lo imaginario
Entonces, como hemos mencionado, lo imaginario va más allá de una categoría
analítica del psicoanálisis o las ciencias sociales, es pues germinal sustancial de la
realidad, una realidad perpetum mobile y, por consiguiente, requiere redefinir
constantemente sus elementos morfo-genéticos. Una sociedad de naturaleza
transmutable. Por ello, esta aventura teorética (aún infante) requiere, como finalidad
última, dar cuenta de una comprensión profunda de la conducta, de los sentidos que
promueven las acciones sociales, es comprender, por decirlo de alguna forma, una
polifonía entre el spectrum, concebido como un conjunto sígnico-estructural que actúa
en la rebotica la “realidad” (Carrera 2016) y la agencia, como un modelo estructurado y
reestructurable de acción individual (Ortner 2006), que se entraman entre el tejido
simbólico y las prácticas sociales como un trayecto humano-social, donde lo
imaginario se erige como transversalidad y multidimensionalidad en tanto, lo social es
un racimo de múltiples formas de concebir y practicar el mundo. Formas que denotan II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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la necesidad de construir una perspectiva de estudio holística que aborde todas las
partes del entramado social, siendo este tejido simbólico una dimensión que se cobija
en las complejidades de la mentalidad y la conciencia, y se manifiesta en lo
incuestionable, el verum ipsum factum, resumidos en un objeto trascendental y
perpetuo; el proceso social.
Entonces, ¿qué es lo socioimaginario?, no es una pregunta ingenua ni superflua, pues
aquí se suscita el origen reflexivo que precede toda teorización. Sin embargo este
tramado no pretende situarse desde una dimensión unilateral o unidimensional
respecto a las posibilidades de conceptualizar lo que pareciese, muy erradamente, un
significado del tan (erradamente) detestado sentido común.
Entender una antropología social de lo imaginario es embarcarse en una agencia que
comprende lo imaginario como un conjunto de elementos (o partes) que en su
totalidad conforman una arquitectura de la realidad desde una mirada particular, pues,
no hay desperdicio ninguno en establecer esa urdimbre que la complejidad de lo
sociocultural manifiesta desde sus múltiples dimensiones, y que se expresan en una
histórica desavenencia teorética que se fundamenta entre el racionalismo y la
hermenéutica, pero es bueno recordar que para G. Durand el racionalismo constituye
una estructura más del imaginario. Entendiendo la superación, para nuestros fines, de
esta yuxtaposición científica.
Por otro lado, indiscutible es la variedad semántica del concepto imaginario, por lo que
es necesario situarse desde el espectro de las ciencias sociales para establecer que
no estamos hablando sólo desde psicologismos, pues se entiende la importancia
individual en la acción humana capaz de construir e interpretar símbolos inherentes a
cualquier contexto cultural, configurando las facultades individuales más próximas al
concepto de imaginación, inclusive la fantasía imaginaria lacaniana y el arquetipo
imaginario, o mejor, imaginativo de Carl Jung, que por lo demás es fundacional, pero
aquí no se comprende el arquetipo como una cúpula vacía del inconsciente, sino como
un metabolismo semántico, es por ello, que estas perspectivas se distancian un poco
del argumento central de esta exposición, por cuanto para la antropología la capacidad
de simbolizar elementos abstractos de la realidad constituyen formas fenoménicas
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pertinentes en el estudio de la experiencia humana en sociedad, es socialización, y
pues, la antropología no deja de ser una ciencia descriptiva de lo real en tanto un
colectivismo le dé forma. Así, cuando nos referimos a lo imaginario desde una
perspectiva socioantropológica, aludimos a una serie de puntos esenciales en la
comprensión de los fenómenos sociales, donde, como nos dice Colombres en su
prólogo a la Antropología del Imaginario de Wunenburger (2008), la producción de
imágenes, sus propiedades y el impacto que alcanzan en el contexto social de forma
conjunta y asistemática colisiona en la mente del individuo y en la vida social, son:
“concepciones precientíficas, la ciencia ficción, las creencias religiosas, las
producciones artísticas que inventan otras realidades (pintura no realista, novela, etc.),
las ficciones políticas, los estereotipos y prejuicios sociales, etc.” (Colombres, en
Wunenburger 2008, p. 13), que desde una dimensión sociológica de la imaginación
constituyen elementos que configuran respuestas a las condiciones materiales
humanas. Es decir, lo imaginario no se constituye desde un origen ex nihilo (desde la
nada) en el aparato psicogenético, sino que se establece como consecuencia de
diversos elementos; la materialidad, la socialización y la red simbólica que confluyen
en una realidad sujeta a la temporalidad y la historicidad.
El concepto de “imaginario” reviste un orden polisémico por excelencia, es la
incertidumbre analítica de comprender un componente esencial de la cultura; la
memoria, las creencias, los mitos, o las tradiciones y costumbres de los grupos en
relación a un contexto determinado, vale decir, las formas de ser y hacer de los
individuos que se enmarcan en un orden social establecido. Sin embargo, la dificultad
de conceptualizar este término es debido a la indiferencia epistémica que subyace al
desarrollo de lo imaginario con un significado determinado, pues, se tiende a
relacionar a mentalidad, mitología, ideología, ficción, imaginería, entre otros. No
obstante, según Wunemburger (2008), podemos definir lo imaginario como aquel:
“conjunto de producciones mentales o materializadas en obras a partir de imágenes
visuales (…) y lingüísticas (…) que forman conjuntos coherentes y dinámicos que
conciernen a una función simbólica en el sentido de una articulación de sentidos
propios y figurados” (Ibíd: 15). Lo imaginario, entonces, se constituye en tanto las
referencias simbólicas ejercen su acción práctica manifestada a través de las llamadas
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redundancias perfeccionantes, esto en términos de la antropología de Gilbert Durand,
las cuales implican tres dimensiones; los símbolos rituales, se manifiestan a través de
la redundancia gestual, b) los mitos y sus derivados, se revelan a través de la
redundancia lingüística, c) el símbolo iconográfico, es símbolo en tanto haya una
redundancia respecto de su imagen, donde estas tres dimensiones: “(…) hablan de un
contenido invisible, de un Más Allá, de un valor que establece un “sentido”,
contrariamente a lo que sucedió con el pensamiento occidental que redujo la
imaginación y la imagen a simples vehiculadores de falsedades y produjo una
extinción simbólica” (Franzone 2005, párr. 9). Entonces, estas redundancias se
constituyen en formas de acción sociales, la imaginación, significación, la ritualidad, o
en la misma cotidianidad social. De modo que lo imaginario en antropología, debe
siempre concebirse como un sistema que se complementa entre la imagen, el relato,
la interpretación y los hechos, y no debe vérsele atomísticamente: “Lo imaginario es
(…) una categoría fundamental que permite entender el conjunto de la cultura, desde
las obras de arte a las representaciones racionales (Vicente 2015, p. 192). Y yo
anexaría los hechos en su más explícita manifestación.
Para Cornelius Castoriadis ([1975]2007), el imaginario social comprende las prácticas
y representaciones que hacen referencia a las construcciones identitarias de un grupo
sociopolítico, en sentido de pertenencia, normativa, significaciones, aspiraciones y
narrativas, donde las formas simbólicas del imaginario hacen posible las relaciones
entre las personas, las imágenes y los objetos, pues para el filósofo las instituciones
no son independientes del individuo en tanto estas modelan la conducta, pero estos en
su cotidianidad las sostienen. Entonces, para Castoriadis lo imaginario sería algo así
como: “(…) un magma que todo lo impregna” (Girola 2007, p. 4). O bien, un magma de
significaciones. También, entiende el filósofo, que la indeterminación de la especie
humana no radica en elementos metafísicos, biológicos u otra naturaleza, dotando al
ser humano-social de responsabilidades en la configuración de formas de convivencia
mediante las instituciones imaginarias de la sociedad, como formas
intersubjetivamente aceptadas: “pues los conglomerados humanos incorporan códigos
compartidos en el pensar, el decir y el actuar. Esto es válido para cualquier tipo de
sociedades, constituyendo lo que conocemos como cultura, en un claro sentido
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histórico‐social” (Aravena y Baeza 2015, p. 152). A decir, el imaginario social es
instituido, pero a su vez instituyente. De igual manera, a través de la interacción social
siempre surge una respuesta a una relación entre un signo y su intérprete (desde un
espectro sociosemiótico), podríamos verlo desde el modo en que el significante se
transforma en significado y se materializa a través de la interpretación de su imagen.
Es decir, no podemos perder de vista esta tríada semiósica que subyace todo evento
cultural, donde las respuestas imaginarias se transmiten a través de la interpretación,
lo cual constituye un esquema para interpretar la realidad social, legitimada
socialmente y determinada históricamente.
Por otro lado, desde un espectro durkheimniano, lo imaginario es desde su origen algo
“social”, considerando que la materialización simbólica, o el sustrato imaginario sólo
puede constituirse desde y para lo social, dice el sociólogo: “las representaciones, las
emociones, las tendencias colectivas, no tienen por causas generatrices ciertos
estados de las conciencias particulares, sino las condiciones en que se encuentra el
cuerpo social en su conjunto” (Durkheim [1895]2011, p. 134) es decir: “La función de
un hecho social debe buscarse siempre en la relación que tiene con algún fin social”
(op. cit., 139). Sin embargo, hemos de comprender que lo social de las instituciones
imaginarias no puede reducirse a explicaciones casuísticas, por lo que para la
antropología el estudio de lo imaginario debe radicar en las condiciones simbólicas,
pero también materiales de la existencia concreta y subjetiva, vale decir, el
entendimiento, las emociones y los deseos de las personas que conducen a la acción
social, donde una dimensión es concatenante de la otra, por lo que nos es pertinente
hablar de imaginarios y dimensiones sociales, donde la relatividad radica en la
diversidad y los sentidos compartidos que los grupos sociales experimentan. Lo
imaginario nos: “sugiere una forma más interesante de conocimiento que el
conocimiento de hechos perceptibles” (Strauss 2006, p. 339). Es un ir más allá en la
comprensión humana.
Una interesante propuesta es la que nos ha aportado Gilbert Durand con el trayecto
antropológico, donde: “lo imaginario consiste en ese trayecto en el que la
representación del objeto se modela por los imperativos pulsionales del sujeto. Por
medio de dichas representaciones el sujeto se acomoda al medio objetivo” (Castro II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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2012, p. 56). Fundamentalmente, estos procesos interactivos nos sirven como reflejo
de la existencia, ya que la sustancia simbólica como “metavariable” de las expresiones
humanas, sustenta las categorías ontológicas en la significación de la realidad.
Desde una perspectiva socioantropológica, como dice el profesor Manuel Baeza, el
concepto de imaginarios sociales establece la figuración de formas interpretativas de
nuestro entorno que otorgan posibilidades a determinadas interpretaciones de la
realidad social: “en la medida en que dicha interpretación—en sus grandes rasgos—es
socialmente compartida” (Baeza 2008, p. 105). También, Charles Taylor nos dice que
el imaginario va más allá de la reflexión intelectual de la realidad, es decir, sale de los
parámetros noéticos para insertarse en el mundo como una imaginación de la
existencia social misma, de las formas de interacción social, los fenómenos y la
ideología en el mundo cotidiano, distanciándose de una relación estricta con la teoría
social, siendo una clase de entendimiento común que propicia la información de las
prácticas de la vida social, y dice: “tenemos una idea de cómo funcionan las cosas
normalmente, que resulta inseparable de la idea que tenemos de cómo debe funcionar
y el tipo de desviaciones que invalidarían la práctica” (Taylor 2006, p. 38). Es decir, el
imaginario funciona en una temporalidad fáctica y normativa.
De este modo, llegamos a un punto donde podemos conceptualizar lo imaginario
desde una apreciación socioantropológica, determinando que: “(…) se constituye
como el spectrum (tanto referente) que en significación determina las formas de la
conducta social a través del consenso social y la socialización. Una dinámica que se
configura por las mitologías, la moral, la experiencia noética y las instituciones que
gobiernan toda cultura, comprendidas como fundamento del orden y el caos, y que
mantienen el equilibrio social y se visualizan a través de la praxis y de la experiencia
simbólica de la realidad mediante de las dimensiones redundantes de la cultura”
(Carrera 2017, p. 147).
Esta definición nos posiciona en un punto de partida para desarrollar, a posteriori, un
corpus teórico-metodológico en el estudio socioantropológico de lo imaginario.
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Visualizando lo imaginario como objeto en antropología social
Cuando nos enfrentarnos a la disyuntiva de definir el objeto de la antropología
naturalmente la corriente de la ambigüedad nos arrastra cual madero rio abajo. Pues,
la intención de separar lo que en esencia está estrechamente relacionado y le da
forma a una sociedad, se debe a una dicotomía histórica, donde en el marco
objetivista del positivismo que fundamenta las ciencias sociales modernas, no existe
mucho espacio para una hermenéutica socioantropológica, para una fenomenología
de lo imaginario, o por qué no, una poética de la cultura, entendiendo esta última,
como una estructura sociolingüística en su praxis social. Desde este punto de vista, en
necesario comprender ciertos elementos que constituyen en interioridad el objeto
antropológico, a decir, aquellos mecanismos que propician el nacimiento y
funcionamiento discursivo, lo institucional-imaginario, las estructuras que lo sustentan
y las transmutaciones estructurales que hacen de las sociedades un complejo sistema
inundado de empirismo, pero también de experiencia simbólica. Esto se ha reducido
históricamente en el exilio de las estructuras imaginarias de la sociedad, confinando su
expresión a una dimensión “social” alterna, en tanto no se asocia, imperativamente, a
un contexto sociocultural y sus formas de interacción humana. Es decir, para las
ciencias antropológicas de orden positivista, las estructuras imaginarias de la sociedad
tienden a caer en una categoría de inferioridad al darle, estas, un sentido
unidimensional a las manifestaciones humanas y la conducta cultural; lo empírico y lo
comparable.
Cuando comenzamos a estudiar lo imaginario, indubitablemente es un campo reflexivo
que se puede (y debe) comprender en la intensa trayectoria de las construcciones
humanas, pues, para el antropólogo: “el único modo de alcanzar un conocimiento
profundo de la humanidad consiste en estudiar tanto las tierras lejanas como las
próximas, tanto las épocas remotas como las actuales” (Harris 2011, p. 25). No
obstante, el imaginario sociocultural permite poner atención a la dimensión meta-
empírica, aquella que explica los cambios complejos de la variación y la constante
metamorfosis cultural, pues, en socioantropología podemos comprender que la vida
social es un continuo dinámico que mediante la estructura imaginaria regula la fluidez
del contenido social, a decir, los aspectos dinámicos de la cultura mediante arquetipos II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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semánticos. Arquetipos que se constituyen como un conjunto de elementos o
“imágenes culturales” que se manifiestan en constante transmutación y existen sólo en
tanto exista su contenido rebalsado de imágenes del pasado y del presente. Por ello la
analogía metabólica.
No obstante, y en virtud de esta construcción objetual de lo imaginario, debemos
comprender que estos se nos presentan en dos dimensiones analíticas consideradas
para el abordaje empírico o teórico de lo imaginario; por un lado, una dimensión
estructural, la cual funciona en virtud de arquetipos modélicos morfo-semánticos, lo
que podemos comprender, usando la terminología de Norbert Elias (2010), como
resultado del aparato psicogenético. No obstante, este no refiere a un sistema
neurobiológico, sino que los elementos que construyen lo imaginario en los individuos
se sustentan por lo que podemos comprender como una exoestructura cerebral,
similar a lo que Roger Bartra (2014) llama exocerebro, donde se manifiestan las
cualidades simbólicas de los individuos como un sistema de acoplamiento a un mundo
necesariamente interpretado, significado y constantemente re-semantizado, pues, la
realidad es realidad en tanto la signifiquemos, donde entendemos la cultura como una
trama de significaciones sociales, o bien, una cultura semiótica (Geertz, 1992). En
consecuencia, lo social se constituye como un continuum que todo lo absorbe y que se
expande en un proceso de reciprocidad entre lo empíricamente dado y lo
humanamente significado. Esta primera dimensión se plantea acá como una estructura
invisible, pero que no obstante, es fundamental considerar como sustrato de lo
imaginario, pues funciona como base del arquetipo que regula los tránsitos y
transmutaciones simbólico-semánticas propias del continuum socio-histórico y, en
consecuencia, morfo-genéticas en las configuraciones de la mentalidad y prácticas
sociales.
No obstante, para no perder de vista y comprender qué es y cómo funciona la
dimensión exoestructural, es necesario establecer, brevemente, como funciona lo
social. Entenderemos en este punto lo social como proceso, sujeto a cambios y
temporalidades, donde su unidad mínima (el acontecimiento) regula la imagen que
hemos de obtener respecto a las estructuras imaginarias por medio de la dimensión
observable; las acciones socioculturales, los testimonios o la experiencia social. II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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Asimismo, lo social no sólo refiere al conjunto de prácticas, creencias y normas, (en
general, instituciones) que se manifiestan, siguiendo la conceptualización de Piotr
Sztompka (1995) en el campo inter-humano, sino que nos infiere toda una estructura
de consecuencias surgidas a partir de manifestaciones invisibles que actúan como
primun mobile en los hechos empíricos, a decir; las funciones psicogenéticas y
fenoménicas que están intensamente relacionadas en un efecto recíproco que resulta
en encadenamientos manifestados por medio de las relaciones sociales. Será esta
dualidad el sustrato fundamental de lo socioimaginario. Diremos, pues, que esta
exoestructura psicogenética es el aparato morfogenético de lo imaginario.
Por otro lado, una segunda dimensión refiere a lo observable, que se visualiza en
todos los niveles empíricos de la realidad, a decir; los hechos tanto acciones físicas,
verbalizaciones, impresiones, opiniones, conflictos, en general, todas las dinámicas
distinguibles mediante la observación antropológica. Debemos comprender que lo
observable no denota lo que tradicionalmente se puede comprender como verificable
taxativamente, sino que requiere de un proceso reflexivo en tanto lo que observamos
son observaciones, es decir que es preferible romper con el falso distanciamiento que
sólo conlleva a una explicación construida por los marcos teóricos del investigador
(etic) y sumirnos–-hoy—en la necesidad de comprender una observación en segundo
orden. De esta forma, lo que observamos es una determinación estructurada por todos
los elementos participantes en el campo inter-humano, todas las funciones semántico-
simbólicas propias de una edificación imaginaria que se va instituyendo
arquetípicamente hasta constituir una mentalidad social. Si se quiere, un sistema
modélico estructurante, que funciona en virtud de todos los elementos de la trama
social.
Para llevar a cabo nuestros propósitos es necesario alejarse un poco de las
abstracciones teoréticas propias de, por ejemplo, una imaginación sartriana, para
comprender que lo imaginario es social en tanto que es compartido y practicado,
teniendo siempre presente que la imaginación no es sino el objeto llevado a un nivel
diferenciado de abstracción, pero teniendo siempre una raíz real, pues no podemos
imaginar algo sino es a partir de proyecciones de lo interiorizado por los sentidos en
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ese marco de referencia que instituye el campo inter-individual. Marco de referencia
que ya hemos explicado de algún modo.
Ahora bien, cuando buscamos desentrañar lo social a través de lo imaginario, es decir,
como se constituye colectivamente, debemos erradicar las concepciones ficticias de la
realidad, donde nuestro punto cero nace desde una estructura que se conforma a
través de la relación recíproca entre lo cognitivo y lo social, es decir que las
estructuras arquetípicas de lo imaginario no son determinadas como una entidad
independiente ni vacía, pero si determinante, o, si se quiere, estructurante, donde en
un espiral reabsorben nuevos elementos simbólicos para reconstituir perspectivas
“normativas” de lo real a partir de temporalidades y espacialidades diversas. Es decir
que lo imaginario y su estructura es un constante proceso que coexiste a la estructura
social, y, más bien, se manifiesta por medio de sus instituciones. Instituciones que,
como las entiende Castoriadis, no son independiente de los individuos.
Las instituciones, entonces, por medio de los individuos, son las que traducen
“observacionalmente” a las estructuras imaginarias de las sociedades, representan,
groso modo, la preservación y renovación de lo imaginario, pues, tanto las
instituciones se mantengan solidificadas entre sí en menor grado se manifestará la
alteración de lo imaginario en el campo social. Por otro lado, no se destierra una
episteme filosófica, donde la cualidad imaginativa, llámese ficticia, ideal o utópica, nos
da a entender J. P. Sartre, no deja de tener su correlativo noemático, pues esa
irrealidad que se manifiesta en la imaginación pretende ser una negación del mundo,
vale decir, se configura como una imaginación constituyente de la realidad, en donde
el poder no-empírico del imaginario es fecundante de su libertad, y comprendiendo
que toda situación de experiencia concreta está inundada de imaginario, es siempre
una superación de lo real: “La negación es el principio de toda imaginación y no puede
cumplirse totalmente si no es precisamente por un acto de imaginación” (Sabugo
2016, p. 34). Es, en esencia, la posibilidad de la emergencia de nuevas formas
culturales, de narrativas, es la configuración estructural de los procesos cognoscitivos
que confluyen en las nuevas formas de comprensión cultural, la aprehensión del
mundo. Michel Maffesoli lo ha planteado muy bien, exponiendo al imaginario como
aquella posibilidad de vigorizar esta utopía movilizando la potencia social, lo que II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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arremete en el cuestionamiento del orden establecido: “Esto se produce porque, en
realidad, el ensueño, lo imaginario, el mito, canalizan las aspiraciones sociales a
través de la dimensión simbólica” (Carretero 2003a, p. 202-203). O, bien, son
proyecciones que se generan producto de los conflictos entre lo imaginario y lo real
que se manifiestan por medio de una radicalidad (Tello 2003).
Así, es menester una aproximación a la construcción de lo socioimaginario como un
sistema arquitectónico de la realidad, con ello, lograr penetrar lo empíricamente
distinguible que ha sido el fundamento histórico de las ciencias antropológicas, e
inmiscuirse en las construcciones ideológicas, epistemológicas e imaginarias, que han
transformado un objeto en sujeto, dotando de nuevos fundamentos epistémicos a una
búsqueda trascendental; una ontología de los hechos.
La tradición cientificista de la disciplina tiende a concebir la realidad como
materialidad, la experiencia objetiva, lo sensible, y los procesos imaginarios como
subjetivos (por todo lo dicho anteriormente). Este fenómeno no ha sido “para sus fines”
desacertado, pues los resultados han posicionado un lugar relativamente cómodo a la
antropología social dentro de las ciencias sociales y se ha solidificado como un
conjunto de teorías y métodos científicos destinados al estudio descriptivo de los
hechos sociales observables en busca de certezas, objetividad y generalizaciones. No
obstante, no nos podemos deshacer de un espectro tan complejo como fascinante,
donde se enmarca un esquema estructural que da cuenta de las posibilidades de
relación de los individuos con su entorno, la semántica en su contexto, donde nos
daremos cuenta de las posibilidades investigativas en las representaciones sociales,
en la memoria y la significación, lo cual no tiene otra raíz que las formas simbólicas.
Siguiendo a Clifford Geertz, no podemos simplemente dividir tajantemente las
dimensiones culturales en busca de una certeza. Y dice: “a la vez que la conducta
humana es vista como acción simbólica —acción que, lo mismo que la fonación en el
habla, el color en la pintura, las líneas en la escritura o el sonido en la música, significa
algo— pierde sentido la cuestión de saber si la cultura es conducta estructurada, o una
estructura de la mente, o hasta las dos cosas juntas mezcladas” (Geertz 1992, p. 24).
No obstante, sigue siendo trascendental, desde mi opinión, comprender las
complejidades de las estructuras imaginarias, pues, constituyen un desafío teórico y II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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epistemológico cuyo telos, no es otro que aportar en la construcción de un esquema
complejo, comprensivo y explicativo de la realidad humana, mediante una
reconfiguración de un objeto socioantropológico ad hoc a la realidad socio-imaginaria.
Tercera parte
El homo simbolicus y el sustrato de lo social
En antropología la construcción del individuo nace desde las más naturales
incertidumbres científicas y filosófico-ontológicas respecto al Ser en el mundo social,
esto nos conduce a intentar indagar más allá de lo empíricamente distinguible, es
intentar estudiar las formas de conocimiento que subyacen la conducta cultural, es
filosofía, es el gnothi seauton (conócete a ti mismo) platónico o hegeliano, es la
diferencia entre el ego y la otredad, donde más allá de explicar un hecho social-
empírico intentamos acceder al conocimiento que subyace a toda representación, y
cómo los actores sociales constituyen sus “verdades sociales” mediante estas
representaciones. Entenderemos entonces, que todas las producciones humanas no
llegan a ser consumidas sin ser mediadas por el intelecto: “no existe praxis alguna de
la que no se apodere” (Barthes 2009, p. 229). Así, las ciencias sociales han tendido a
reconfigurar el sentido de las significaciones sociales a: “(…) una categoría ontológica
equivalente a la de los hechos de la naturaleza” (Jáuregui 2001, p. 3), donde la
antropología social suele objetivar y normativizar la subjetividad de la realidad. De
modo que no es otra la intención de una antropología social de lo imaginario que
vislumbrar la vivencia sociocultural, la aprehensión del mundo de los actores sociales,
sus interpretaciones, en relación inherente a los hechos y sus significaciones, dadas
por una interioridad generada bajo las condiciones de lo arquetípico y expulsada a un
mundo socializado e interpretado. Es una constante dialéctica entre subjetividad y
objetividad.
Para Gilbert Durand en Las Estructuras antropológicas de lo imaginario, el absolutismo
positivista sobre la realidad contribuye a omitir el componente imaginativo de los
sujetos en tanto estos buscan una explicación del mundo que se les impone
incomprensiblemente, donde los sujetos configuran un sistema creativo, imaginario y
simbólico para otorgarle sentido a su existencia, que fundamentalmente incide, a II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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posteriori, en la materialización de dicha existencia visualizando un mundo
comprensible: “A juicio de Durand, existiría una condición propiamente trascendental
de lo imaginario, una función eufémica, nacida de la necesidad por parte del hombre
de conjurar su indigente existencia, de hacer frente a la condición trágica de su
destino” (Carretero 2003b, p. 104). Esta relatividad sobre los acontecimientos
sociales, nos otorga un piso teórico sobre el carácter social de la interpretación, es
decir, entramos en una disyuntiva sobre la naturaleza auténtica del imaginario social,
por cuanto la experiencia por más individual y subjetiva que se manifieste, no deja de
ser social respecto a las representaciones del mundo, donde las estructuras del
pensamiento no sólo se enmarcan en la interpretación del sí mismo, del Otro o de los
entes, sino que va más allá, radica en la percepción de valores, moral, política, ética;
instituciones, por lo que la estructura socio-imaginaria está en estrecha relación con
los hechos que reconfiguran continuamente nuestra realidad. Más aún, podemos
recordar la figura de las estructuras estructurantes desde un punto de vista reflexivo
respecto de las formas simbólicas como base modélica de las acciones de los agentes
sociales. Es decir, los conflictos sociales, entiéndanse como lucha de clases, roles,
status, religión o política, confieren su razón de ser a estructuras mentales y de
clasificación que se ajustan a las estructuras sociales, donde las fuerzas específicas
del poder simbólico se manifiestan bajo las formas irreconciliables (misrecognizable)
de sentido, tal como lo ha hecho la tradición estructuralista, pues, esta: “privilegia el
opus operatum, las estructuras estructuradas” (Bourdieu, 1979: 79). Así también, los
imaginarios funcionan como legitimador colectivo de las construcciones sociales de la
realidad: “en los términos de plausibilidad socialmente compartida, reconociéndola
como “la realidad” (Baeza 2011, p. 84), donde todo se reduce a la interpretación de
una estructura compartida de significaciones (la cultura semiótica de Geertz) respecto
a esquemas apriorísticos a la conducta social. Es decir, las instituciones y la función
simbólica inter-individual como vertebras de la realidad.
De este modo, el potencial campo de la antropología social de lo imaginario no
pretende mantener la bifurcación entre el positivismo y la hermenéutica, ya lo hemos
comprendido así desde el verstehen de la sociología interpretativa weberiana, o la
búsqueda de la verdad como fundamento de la posibilidad de las múltiples formas de
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la experiencia social en H. G. Gadamer, ampliando el espectro de las ciencias socio-
humanas
De comienzo, nos cobijamos en la complejidad y virtud de la inherencia simbólica del
individuo en sociedad, dado que: “el símbolo evoca el sentido trascendente y
absolutamente irrepresentable; configura y transforma, sin embargo, esas imágenes
de sentido (Sinnbilder) en las que cuajan los conocimientos, las conductas, los valores,
las fantasías, la sabiduría (…) conforman la perpetua transformación de nuestra
identidad” (Solares y Lora 2001, p. 13). Siendo esencial como parte de las
perspectivas científicas del estudio de lo social.
De este modo, y ahondando un poco en la ontología del sujeto, se visualiza aquí la
posibilidad antropológica de estudiar al sujeto hermenéutico (entendido como aquel en
relación subjetiva con el mundo) en relación con uno epistémico (en relación objetiva
con el mundo), donde el sujeto hermenéutico, o interpretativo, no debe comprenderse
sólo como una existencia pre-epistémica, o a-epistémica, sino como un sujeto capaz
de modelar esta estructura imaginaria, estructura que hace caer al sujeto en una red
sistemática de significados, pues para Ernst Cassirer el hombre no crea la realidad,
sino que la interpreta, siendo su conocimiento último una realidad interpretada a través
del ordenamiento del caos de impresiones recibidas: “Cuando conoce, el sujeto no es
un mero receptor pasivo que se limita a reproducir o copiar una realidad configurada
ya en sí misma, sino que es él quien conforma y da estructura a las impresiones que
recibe del exterior” (García 2013, p. 6). Esta organización de una estructura caótica de
impresiones de realidad, por parte de los sujetos, configuran el cambio social, es decir,
no crea realidad ni la reproduce, la moldea de acuerdo a re-significaciones
arquetípicas de la mentalidad social, pero también, con elementos propios de las
metamorfosis simbólicas contextuales, su subjetividad.
Más allá, me parece pertinente plantear una reinterpretación de las perspectivas
evolucionistas que caracterizan a los individuos, y por consecuencia, su aparato
simbólico, en una constante “adaptación” al medio, recordando a Roger Bartra (2014)
y su prótesis exocerebral, pues, lo plantearemos de otra forma. Una de las
características de la subjetividad en los individuos no sólo radica en las sentimientos,
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sensaciones, o en las relatividades fenomenológicas mediante las diversidad
experiencial, sino que es cualidad fundamental en romper la objetivación de la
realidad. Es por ello, que este no se adapta, sino que se acopla a un mundo re-
interpretable, pero sin embargo, mediante el acoplamiento simbólico el individuo puede
desacoplarse mediante una ruptura subjetiva, en consecuencia, desestabiliza el
engrane de la realidad, provocando conflictos o, en términos prácticos, lo que los
antropólogos clásicos han llamado desequilibrio o caos. De modo que el
funcionamiento simbólico no tiene un fundamento biológico (por mucho que nos sirvan
sus analogías), sino que sociológico, y es por ello que la posibilidad de una
antropología social de lo imaginario se vislumbra en una hoja de ruta que navega en lo
que podríamos llamar una interrelación cuádruple. Esto nos lleva a la conclusión de
que lo imaginario tiene diversas dimensiones, desde la exoestructura (el aparato
psicogenético) el arquetipo (y su metabolismo semántico), su spectrum (y su función
estructurante), lo cual da paso a la mentalidad social y las formas de percibir el mundo,
y la agencia, la cual constituye los sistemas de acción y reacción inter-individual.
De este modo, es imprescindible—hoy—para la antropología considerar las formas
simbólicas, en donde la característica esencial del hombre no es su naturaleza
metafísica o física, sino su obra, y es esta obra el sistema de actividades humanas que
define a la humanidad, es la variabilidad en las formas de expresión humana, pues,
como dice Ernst Cassirer, el hombre: “no puede vivir su vida sin expresarla” (Cassirer
2013, p. 328).
Entonces, lo que aquí se manifiesta es una necesaria comprensión holística de la
cultura para comprender e interpretar las funciones básicas y/u ontológicas que dan
forma a estas construcciones sociales, es la manifestación de la relación entre lo
imaginario y los hechos sociales, relación que no debe reducirse a una dicotomía por
conveniencia, pues, son los individuos en relación a las formas simbólicas quienes
dan sentido a una organización de la cultura, tanto sistema re-estructurable o
trasmutable, y no se debe limitar su abordaje a las posibilidades unívocas de los
enfoques científicos, donde debemos dejar de ver a la sociedad como que: “por
naturaleza solo encuentra su unidad bajo el dominio de un rey o una ley antigua (…)”
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(Taylor 2006, p. 191), en este caso, manifestando la unidimensionalidad científica que
ha privilegiado un pensamiento racionalista omniabarcante.
A modo de conclusión
Los procesos críticos en la teorética antropológica de hoy no son otra cosa que la
posibilidad de expandir las formas de conocimiento científico-social, es dejar atrás los
debates sobre explicación y comprensión, la crítica al imperativo en la vedad de Vico
(Verum ipsum factum), lo objetivo y subjetivo, el cogito cartesiano, lo cualitativo y
cuantitativo, entre toda la retórica. Es distanciarse de las bifurcaciones que han hecho
de esta disciplina un conjunto de herramientas orientadas por ciertas escuelas
paradigmáticas al servicio de fines ajustados a cierto tiempo y espacio, es parte de un
giro radical en las perspectivas de los nuevos modelos de antropología, una
fundamentada por las estructuras socio-imaginarias aplicadas al mundo de hoy,
comprendiendo las posibilidades entre la diversidad teórica y metodológica que, en
relación, pudiesen otorgar una perspectiva reflexiva y multidimensional de los
fenómenos culturales que hacen de las sociedades hoy un complejo enmarañado de
relaciones simbólicas y prácticas.
Así, la teorética de lo socioimaginario nos transmite la necesidad de retomar estos
elementos como fundamentales en la condición humana, por cuanto la conducta social
no se restringe sólo a su empirismo, sino a su matriz, su función y sus efectos en un
mundo de relaciones y divergencias. Así, puede resultar interesante considerar los
principios teóricos planteados acá como aporte a un emergente corpus que se acopla
a las necesidades de una antropología social de lo imaginario, camino que comienza
con la redefinición de su base teórica y su “objeto”, uno que dé cuenta de los
problemas conceptuales y morfológicos que una sociedad simbólica experimenta. Es
aventurarse al mundo de las reflexiones, las interpretaciones, descripciones, trabajo de
campo, el, como dice Rosana Guber (2011), el estar allí, siendo lo más importante
traducir los fenómenos simbólicos que se esconden tras las conductas y prácticas
sociales a través de una comprensión profunda de la realidad y sus imaginarios
sociales.
Referencias bibliográficasII Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina
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