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II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política “Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017 II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política “Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017 MESA 4 Propuestas de construcción teórica en torno a los Imaginarios Sociales “Hacia una antropología de lo imaginario: Una (re)construcción teórico-epistemológica” Juan Erick Carrera Arenas. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Católica de Temuco (Temuco, Chile) Resumen Esta ponencia se propone una discusión teórico-epistemológica respecto de los cimientos que sustentan lo imaginario como una dimensión fundamental de lo social. Más allá, trata, en primera instancia, sobre una definición socioantropológica de lo imaginario, fundamentada por la experiencia simbólica y la conducta cultural. En segundo lugar, esta conducta cultural responde a modelos morfo-semánticos transmutables entendidos como “imaginarios”, donde los sistemas sociosemióticos, arquetípicos y estructurales aparecen como fundamento de toda praxis social, y por tanto exigen la necesidad de una re/configuración e interpretación de un histórico objeto II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017

II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global”

Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017

MESA 4 Propuestas de construcción teórica en torno a los Imaginarios Sociales

“Hacia una antropología de lo imaginario: Una (re)construcción teórico-epistemológica”

Juan Erick Carrera Arenas. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Católica de Temuco (Temuco, Chile)

Resumen

Esta ponencia se propone una discusión teórico-epistemológica respecto de los

cimientos que sustentan lo imaginario como una dimensión fundamental de lo social.

Más allá, trata, en primera instancia, sobre una definición socioantropológica de lo

imaginario, fundamentada por la experiencia simbólica y la conducta cultural. En

segundo lugar, esta conducta cultural responde a modelos morfo-semánticos

transmutables entendidos como “imaginarios”, donde los sistemas sociosemióticos,

arquetípicos y estructurales aparecen como fundamento de toda praxis social, y por

tanto exigen la necesidad de una re/configuración e interpretación de un histórico

objeto antropológico y su “observación”. Finalmente, reflexionaremos sobre el homo

simbolicus como una trayectoria perpetua entre lo objetivo y lo subjetivo, visualizando

las cualidades hermenéuticas del individuo en una relación intrínseca con la

experiencia social. Es mediante estos elementos que vislumbramos las posibilidades

de una antropología social de lo imaginario, donde el anhelo no es otro que dar un

sentido complejo a la trama social, una que se constituye por todas las dimensiones de

sus actores, y con ello aportar a la necesidad de una variación mórfica en la

epistemología de las ciencias sociales, cuya matriz debe ser constituida en

concordancia con una episteme sociocultural y sus procesos socio-históricos.

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Introducción

Cuando tenemos la vocación de intentar ampliar los marcos conceptuales de una

antropología social, no es otra la intención que intentar contribuir a una teoría social

cada vez más intensa y próxima a abordar las dimensiones humanas que han estado

supeditadas bajo la autoridad hierofánica del cientificismo pretérito. Es—hoy—una

necesidad de comprender lo socioimaginario como una dimensión particular, tanto

teoría, pero transversal en la práctica sociocultural. Así, este trocito de teoría social no

pretende una desarticulación de los fenómenos empíricos como fundamento de lo

social, sino, al contrario, es la búsqueda incansable de una “ontología de los hechos”,

donde los significados, el discurso, las interpretaciones sociales, los procesos político-

ideológicos, la trashumancia, la interculturalidad, los conflictos, entre otros, constituyen

ese empirismo que nos subsume como investigadores en ese mar de posibilidades,

pero determinado, en direccionalidad, por una corriente de intenciones que nos

posicionan desde una determinada angulación respecto a las formas de abordar lo

social, desde una hipótesis hasta una metodología y una verificación, y donde las

complejidades del sustrato simbólico de lo social han estado subordinadas por lo

“observable”, o, por qué no, lo “limitadamente distinguible”. No obstante, no es la

intención de esta propuesta abordar la simbolización y las mitologías como

fundamento de lo imaginario, tal como visualizamos en algunos clásicos, que en el

caso de Gilbert Durand han llegado incluso a plantear una “mitodología”. Sino,

comprender lo imaginario y lo hechos como dos dimensiones interrelacionadas de lo

social, y por tanto constituyen su fundamento. Pues, lo imaginario es una tablatura

compuesta por las notas más diversas de la experiencia humana.

Es por esto que en la antropología de hoy se torna necesaria la reconfiguración de la

episteme que subyace todo pretendido conocimiento científico social, no se trata de

establecer modelos de investigación sustentado por tratados universales vetustos, sino

de reestablecer, o mejor, reconfigurar las bases epistemológicas que sustentan toda

construcción de conocimiento, entre ellas, las ciencias sociales, pues la morfo-

epistemología debe ser pertinente para sus alcances contextuales (fuertemente lo

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hemos visto en las ciencias sociales latinoamericanas). Donde, por ejemplo, no está

demás mencionar las funciones, a priori, epifenoménicas de las “redes sociales”

(social network) en la actualidad, visualizándolo desde un amplio espectro conceptual,

donde las formas (re)constructivas de identidad, de auto referencias y de alteridad,

digamos, las representaciones de la realidad, tienen cualidades morfogenéticas de un

índole jamás pensado hace algunas décadas, y que funcionan en una “red” de

relaciones alterna, mediante sus propias condiciones socio-comunicacionales, y por

tanto, sus propias re-simbolizaciones y su propio “socio”-imaginario. ¿Será esto,

posiblemente, indicio de la metamorfosis de lo que hemos comprendido

tradicionalmente como sociocultural? Esto es sólo un aspecto de las múltiples

posibilidades de los estudios de lo imaginario, pues toda construcción cultural tiene por

fundamento la experiencia extra-mundana; las mitologías, los valores, la moral, la ética

o el discurso. Entenderemos entonces que las estructuras de lo imaginario, tal como

plantearía Gilbert Durand ([1960]2005) se manifiestan a través de las dimensiones

redundantes de la cultura, es decir, en todo el conjunto lingüístico y práctico-ritual de lo

social, y por tanto, lo imaginario no cae sólo en una categoría filosófica y/o psicológica,

sino, esencialmente, en una sociológica, pero con la variante de centrar su atención

(además) en la cultura meta-empírica, pues, para Durand, los símbolos constituirían

una epifanía del misterio, dotando de pragmatismo al significado, donde el tejido social

también es tejido simbólico.

De esta forma, lo imaginario va más allá de una categoría analítica, pues, se presenta

como germinal sustancial de la realidad, aquella que se manifiesta tanto pensamiento

y acción, aquella que tiene una naturaleza perpetum mobile y, por consiguiente,

requiere redefinir constantemente sus elementos genéticos; una sociedad de

naturaleza transmutable, y que transita en una constante socio-génesis que se

establece mediante la experiencia sociohistórica. Es imperativo, por ello, que las

ciencias sociales, aquí especialmente la antropología, cuestionen constantemente en

sus sólidos corpus teóricos los fundamentos que dan cuenta de la condición humana,

donde lo imaginario—hoy—se establece fuertemente como centralidad en el

reconocimiento de una sociedad que edifica sus primeros pasos mediante la

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experiencia simbólica y actúa en su cotidianidad bajo arquetipos morfosemánticos

instituidos.

Así, lo imaginario se presenta aquí como una teoría para la práctica, pues la caducidad

de las representaciones universales, propias de los soliloquios paradigmáticos

perteneciente a las voces dominantes de la historia1, hacen posible la reinterpretación

del mundo social y de sus manifestaciones, y con ello, la emergencia de modelos

semánticos diversificados en el colosal engranaje que compone el campo inter-

humano en su expresión amplia, donde la vocación de elaborar esta perspectiva

teórica obedece a la histórica dicotomía naturaleza/cultura, sujeto/objeto y

símbolo/hecho, y por qué no, imaginario/realidad, que han terminado por mantener a

un sujeto hermenéutico en los rincones más profundos de las ciencias sociales de

corte positivista. No obstante, no se desdeña aquí el valor científico de esta corriente

del pensamiento (positivismo) y su acción (metodológica), sino la necesidad de

establecer un diálogo propositivo-tentativo sobre las triangulaciones necesarias en una

real comprensión y explicación de los fenómenos de la realidad humana, pues no se

pretende desmentir ni enfatizar la dicotomía, pero se intenta comprender una dualidad,

una reciprocidad, cuya trascendencia se manifiesta en lo social, en tanto la

subjetividad y objetividad son dos dimensiones de lo real y, por lo tanto, de la

construcción sociohistórica en un constante juego social con características dinámicas,

recíprocas y dialécticas; un proceso.

Es desde esta perspectiva que lo socioimaginario nos convoca en esta ponencia,

asumiendo que la trama social requiere una profundidad analítica desde la

complejidad, tanto las representaciones sociales, las acciones, el discurso o la

experiencia simbólica, no sólo se presentan como “imágenes” de un mundo que el

antropólogo debe describir, sino como constructos culturales que infieren

coactivamente en la construcción y transformación de ese mundo interpretado, cuyas

condiciones epistémicas y psicogenéticas influyen o, más bien, constituyen su cualidad

sustancial, lo que el antropólogo debe comprender. Es por esto que una antropología

social de lo imaginario es, en sí misma, una antropología para la diversidad y sus

1Refiere a la crisis de la modernidad y, con ello, el pensamiento positivista de las ciencias sociales.II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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interrelaciones, enfocada en la significación y acción sociales en este mundo líquido,

transitivo y fugaz, desde una perspectiva fenomenológica de la supermodernity

Los fenómenos sociales, al ser el corazón palpitante de las ciencias sociológicas,

deben ser atendidos en su complejidad, requieren aventurarse a deambular (con o sin

éxito) por los nebulosos senderos del conocimiento y la experiencia sociocultural, del

ethos, de lo sacro-ritual, de lo hermenéutico y la intersubjetividad y no sólo considerar

el “acontecimiento” como unidimensional. Una linealidad determinista que comienza en

el “hecho” y se agota en sí mismo. Es necesario ir más allá, donde como antropólogos

nos desmarcamos de ese realismo ingenuo, como lo plantea Geertz (1992), para

establecer los fecundos simbolismos como sustrato de toda realización humana.

Ahora bien, el estudio de lo “imaginario” en filosofía y ciencias socio-humanas no es

algo nuevo stricto sensu, pues en lo extenso del siglo XX, y lo breve del XXI, se

manifiestan en los horizontes cognoscitivos una serie de producciones intelectuales

que provocarán nuevas formas de conceptualizar la realidad, tanto universo “socio-

imaginado”, “socio-representado” o “socio-mentalizado”, o bien, las estructuras no

empíricas desde diferentes dimensiones; L. Strauss (1955) J.P. Sartre (1978); G.

Durand (1960); C. Castoriadis (1975); G. Bachelard (1965), C. Jung (1916); P.

Bourdieu (1977); N. Elias (1987); C. Geertz (1973); J. Piaget (1959), E. Cassirer

(1944), M. Maffesoli (1993), B. Anderson (1983), Sh. Ortner (2006); J.J. Wunenburger

(2008); Ch. Taylor (2004); M. Baeza (2008), A. Carretero (2002), entre otros muchos

más, donde lo imaginario puede ser visualizado desde complejos niveles; entre lo

cognitivo y lo sociocultural, o entre lo estructuralista, lo fenomenológico y lo

hermenéutico, siendo, no directamente, agencias que en su determinada dimensión—

y contexto—nos conducen a un mismo embrollo; que hay más allá, de lo

empíricamente distinguible, de lo cuantitativamente verificable o de lo simplemente

“incuestionable”.

De esta forma, (re)elaborar una antropología social de lo imaginario es inmiscuirse en

los conflictos y el temor de muchos(as) científicos(as) sociales; el de otorgarle

cualidades empíricas a lo tradicionalmente comprendido como una parte trascendental

pero (generalmente) desechable en los estudios sociales que sustentan la autoridad

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de la verificación; lo imaginario, la mentalidad, la ensoñación, el pensamiento mítico y

sus estructuras o, en último caso, trabajado de manera superficial como una

decorativa fenomenológica de lo “irrefutable”. Sin embargo, no es posible sólo

esconder bajo la alfombra la necesidad de reconfigurar las justificaciones

investigativas con un pequeño valor egocéntrico, donde nuestra inquietud se bosqueja

como una función manifiesta en el proceso (praxis) que suscita el buscar respuestas a

las problemáticas socioculturales mediante el análisis teórico y metodológico y la

experiencia en su amplio espectro conceptual; una fenomenología compleja. Es decir,

percibir el mundo como un conjunto sistémico y engranado donde la relación

trascendental está en el vínculo hombre-mundo (López 1998).

De este modo, espero poder entregar, en esta instancia dialéctica y reflexiva, una

particular perspectiva para la construcción teórica de lo imaginario en antropología

social. Pues, será una amalgama entre conocimiento y pasión en que se figure una

necesaria transmutación conceptual para comprender lo imaginario desde la histórica

apreciación de lo “social” en antropología.

Primera parte

Hacia una definición socioantropológica de lo imaginario

Entonces, como hemos mencionado, lo imaginario va más allá de una categoría

analítica del psicoanálisis o las ciencias sociales, es pues germinal sustancial de la

realidad, una realidad perpetum mobile y, por consiguiente, requiere redefinir

constantemente sus elementos morfo-genéticos. Una sociedad de naturaleza

transmutable. Por ello, esta aventura teorética (aún infante) requiere, como finalidad

última, dar cuenta de una comprensión profunda de la conducta, de los sentidos que

promueven las acciones sociales, es comprender, por decirlo de alguna forma, una

polifonía entre el spectrum, concebido como un conjunto sígnico-estructural que actúa

en la rebotica la “realidad” (Carrera 2016) y la agencia, como un modelo estructurado y

reestructurable de acción individual (Ortner 2006), que se entraman entre el tejido

simbólico y las prácticas sociales como un trayecto humano-social, donde lo

imaginario se erige como transversalidad y multidimensionalidad en tanto, lo social es

un racimo de múltiples formas de concebir y practicar el mundo. Formas que denotan II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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la necesidad de construir una perspectiva de estudio holística que aborde todas las

partes del entramado social, siendo este tejido simbólico una dimensión que se cobija

en las complejidades de la mentalidad y la conciencia, y se manifiesta en lo

incuestionable, el verum ipsum factum, resumidos en un objeto trascendental y

perpetuo; el proceso social.

Entonces, ¿qué es lo socioimaginario?, no es una pregunta ingenua ni superflua, pues

aquí se suscita el origen reflexivo que precede toda teorización. Sin embargo este

tramado no pretende situarse desde una dimensión unilateral o unidimensional

respecto a las posibilidades de conceptualizar lo que pareciese, muy erradamente, un

significado del tan (erradamente) detestado sentido común.

Entender una antropología social de lo imaginario es embarcarse en una agencia que

comprende lo imaginario como un conjunto de elementos (o partes) que en su

totalidad conforman una arquitectura de la realidad desde una mirada particular, pues,

no hay desperdicio ninguno en establecer esa urdimbre que la complejidad de lo

sociocultural manifiesta desde sus múltiples dimensiones, y que se expresan en una

histórica desavenencia teorética que se fundamenta entre el racionalismo y la

hermenéutica, pero es bueno recordar que para G. Durand el racionalismo constituye

una estructura más del imaginario. Entendiendo la superación, para nuestros fines, de

esta yuxtaposición científica.

Por otro lado, indiscutible es la variedad semántica del concepto imaginario, por lo que

es necesario situarse desde el espectro de las ciencias sociales para establecer que

no estamos hablando sólo desde psicologismos, pues se entiende la importancia

individual en la acción humana capaz de construir e interpretar símbolos inherentes a

cualquier contexto cultural, configurando las facultades individuales más próximas al

concepto de imaginación, inclusive la fantasía imaginaria lacaniana y el arquetipo

imaginario, o mejor, imaginativo de Carl Jung, que por lo demás es fundacional, pero

aquí no se comprende el arquetipo como una cúpula vacía del inconsciente, sino como

un metabolismo semántico, es por ello, que estas perspectivas se distancian un poco

del argumento central de esta exposición, por cuanto para la antropología la capacidad

de simbolizar elementos abstractos de la realidad constituyen formas fenoménicas

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pertinentes en el estudio de la experiencia humana en sociedad, es socialización, y

pues, la antropología no deja de ser una ciencia descriptiva de lo real en tanto un

colectivismo le dé forma. Así, cuando nos referimos a lo imaginario desde una

perspectiva socioantropológica, aludimos a una serie de puntos esenciales en la

comprensión de los fenómenos sociales, donde, como nos dice Colombres en su

prólogo a la Antropología del Imaginario de Wunenburger (2008), la producción de

imágenes, sus propiedades y el impacto que alcanzan en el contexto social de forma

conjunta y asistemática colisiona en la mente del individuo y en la vida social, son:

“concepciones precientíficas, la ciencia ficción, las creencias religiosas, las

producciones artísticas que inventan otras realidades (pintura no realista, novela, etc.),

las ficciones políticas, los estereotipos y prejuicios sociales, etc.” (Colombres, en

Wunenburger 2008, p. 13), que desde una dimensión sociológica de la imaginación

constituyen elementos que configuran respuestas a las condiciones materiales

humanas. Es decir, lo imaginario no se constituye desde un origen ex nihilo (desde la

nada) en el aparato psicogenético, sino que se establece como consecuencia de

diversos elementos; la materialidad, la socialización y la red simbólica que confluyen

en una realidad sujeta a la temporalidad y la historicidad.

El concepto de “imaginario” reviste un orden polisémico por excelencia, es la

incertidumbre analítica de comprender un componente esencial de la cultura; la

memoria, las creencias, los mitos, o las tradiciones y costumbres de los grupos en

relación a un contexto determinado, vale decir, las formas de ser y hacer de los

individuos que se enmarcan en un orden social establecido. Sin embargo, la dificultad

de conceptualizar este término es debido a la indiferencia epistémica que subyace al

desarrollo de lo imaginario con un significado determinado, pues, se tiende a

relacionar a mentalidad, mitología, ideología, ficción, imaginería, entre otros. No

obstante, según Wunemburger (2008), podemos definir lo imaginario como aquel:

“conjunto de producciones mentales o materializadas en obras a partir de imágenes

visuales (…) y lingüísticas (…) que forman conjuntos coherentes y dinámicos que

conciernen a una función simbólica en el sentido de una articulación de sentidos

propios y figurados” (Ibíd: 15). Lo imaginario, entonces, se constituye en tanto las

referencias simbólicas ejercen su acción práctica manifestada a través de las llamadas

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redundancias perfeccionantes, esto en términos de la antropología de Gilbert Durand,

las cuales implican tres dimensiones; los símbolos rituales, se manifiestan a través de

la redundancia gestual, b) los mitos y sus derivados, se revelan a través de la

redundancia lingüística, c) el símbolo iconográfico, es símbolo en tanto haya una

redundancia respecto de su imagen, donde estas tres dimensiones: “(…) hablan de un

contenido invisible, de un Más Allá, de un valor que establece un “sentido”,

contrariamente a lo que sucedió con el pensamiento occidental que redujo la

imaginación y la imagen a simples vehiculadores de falsedades y produjo una

extinción simbólica” (Franzone 2005, párr. 9). Entonces, estas redundancias se

constituyen en formas de acción sociales, la imaginación, significación, la ritualidad, o

en la misma cotidianidad social. De modo que lo imaginario en antropología, debe

siempre concebirse como un sistema que se complementa entre la imagen, el relato,

la interpretación y los hechos, y no debe vérsele atomísticamente: “Lo imaginario es

(…) una categoría fundamental que permite entender el conjunto de la cultura, desde

las obras de arte a las representaciones racionales (Vicente 2015, p. 192). Y yo

anexaría los hechos en su más explícita manifestación.

Para Cornelius Castoriadis ([1975]2007), el imaginario social comprende las prácticas

y representaciones que hacen referencia a las construcciones identitarias de un grupo

sociopolítico, en sentido de pertenencia, normativa, significaciones, aspiraciones y

narrativas, donde las formas simbólicas del imaginario hacen posible las relaciones

entre las personas, las imágenes y los objetos, pues para el filósofo las instituciones

no son independientes del individuo en tanto estas modelan la conducta, pero estos en

su cotidianidad las sostienen. Entonces, para Castoriadis lo imaginario sería algo así

como: “(…) un magma que todo lo impregna” (Girola 2007, p. 4). O bien, un magma de

significaciones. También, entiende el filósofo, que la indeterminación de la especie

humana no radica en elementos metafísicos, biológicos u otra naturaleza, dotando al

ser humano-social de responsabilidades en la configuración de formas de convivencia

mediante las instituciones imaginarias de la sociedad, como formas

intersubjetivamente aceptadas: “pues los conglomerados humanos incorporan códigos

compartidos en el pensar, el decir y el actuar. Esto es válido para cualquier tipo de

sociedades, constituyendo lo que conocemos como cultura, en un claro sentido

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histórico‐social” (Aravena y Baeza 2015, p. 152). A decir, el imaginario social es

instituido, pero a su vez instituyente. De igual manera, a través de la interacción social

siempre surge una respuesta a una relación entre un signo y su intérprete (desde un

espectro sociosemiótico), podríamos verlo desde el modo en que el significante se

transforma en significado y se materializa a través de la interpretación de su imagen.

Es decir, no podemos perder de vista esta tríada semiósica que subyace todo evento

cultural, donde las respuestas imaginarias se transmiten a través de la interpretación,

lo cual constituye un esquema para interpretar la realidad social, legitimada

socialmente y determinada históricamente.

Por otro lado, desde un espectro durkheimniano, lo imaginario es desde su origen algo

“social”, considerando que la materialización simbólica, o el sustrato imaginario sólo

puede constituirse desde y para lo social, dice el sociólogo: “las representaciones, las

emociones, las tendencias colectivas, no tienen por causas generatrices ciertos

estados de las conciencias particulares, sino las condiciones en que se encuentra el

cuerpo social en su conjunto” (Durkheim [1895]2011, p. 134) es decir: “La función de

un hecho social debe buscarse siempre en la relación que tiene con algún fin social”

(op. cit., 139). Sin embargo, hemos de comprender que lo social de las instituciones

imaginarias no puede reducirse a explicaciones casuísticas, por lo que para la

antropología el estudio de lo imaginario debe radicar en las condiciones simbólicas,

pero también materiales de la existencia concreta y subjetiva, vale decir, el

entendimiento, las emociones y los deseos de las personas que conducen a la acción

social, donde una dimensión es concatenante de la otra, por lo que nos es pertinente

hablar de imaginarios y dimensiones sociales, donde la relatividad radica en la

diversidad y los sentidos compartidos que los grupos sociales experimentan. Lo

imaginario nos: “sugiere una forma más interesante de conocimiento que el

conocimiento de hechos perceptibles” (Strauss 2006, p. 339). Es un ir más allá en la

comprensión humana.

Una interesante propuesta es la que nos ha aportado Gilbert Durand con el trayecto

antropológico, donde: “lo imaginario consiste en ese trayecto en el que la

representación del objeto se modela por los imperativos pulsionales del sujeto. Por

medio de dichas representaciones el sujeto se acomoda al medio objetivo” (Castro II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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2012, p. 56). Fundamentalmente, estos procesos interactivos nos sirven como reflejo

de la existencia, ya que la sustancia simbólica como “metavariable” de las expresiones

humanas, sustenta las categorías ontológicas en la significación de la realidad.

Desde una perspectiva socioantropológica, como dice el profesor Manuel Baeza, el

concepto de imaginarios sociales establece la figuración de formas interpretativas de

nuestro entorno que otorgan posibilidades a determinadas interpretaciones de la

realidad social: “en la medida en que dicha interpretación—en sus grandes rasgos—es

socialmente compartida” (Baeza 2008, p. 105). También, Charles Taylor nos dice que

el imaginario va más allá de la reflexión intelectual de la realidad, es decir, sale de los

parámetros noéticos para insertarse en el mundo como una imaginación de la

existencia social misma, de las formas de interacción social, los fenómenos y la

ideología en el mundo cotidiano, distanciándose de una relación estricta con la teoría

social, siendo una clase de entendimiento común que propicia la información de las

prácticas de la vida social, y dice: “tenemos una idea de cómo funcionan las cosas

normalmente, que resulta inseparable de la idea que tenemos de cómo debe funcionar

y el tipo de desviaciones que invalidarían la práctica” (Taylor 2006, p. 38). Es decir, el

imaginario funciona en una temporalidad fáctica y normativa.

De este modo, llegamos a un punto donde podemos conceptualizar lo imaginario

desde una apreciación socioantropológica, determinando que: “(…) se constituye

como el spectrum (tanto referente) que en significación determina las formas de la

conducta social a través del consenso social y la socialización. Una dinámica que se

configura por las mitologías, la moral, la experiencia noética y las instituciones que

gobiernan toda cultura, comprendidas como fundamento del orden y el caos, y que

mantienen el equilibrio social y se visualizan a través de la praxis y de la experiencia

simbólica de la realidad mediante de las dimensiones redundantes de la cultura”

(Carrera 2017, p. 147).

Esta definición nos posiciona en un punto de partida para desarrollar, a posteriori, un

corpus teórico-metodológico en el estudio socioantropológico de lo imaginario.

Segunda parte

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“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017

Visualizando lo imaginario como objeto en antropología social

Cuando nos enfrentarnos a la disyuntiva de definir el objeto de la antropología

naturalmente la corriente de la ambigüedad nos arrastra cual madero rio abajo. Pues,

la intención de separar lo que en esencia está estrechamente relacionado y le da

forma a una sociedad, se debe a una dicotomía histórica, donde en el marco

objetivista del positivismo que fundamenta las ciencias sociales modernas, no existe

mucho espacio para una hermenéutica socioantropológica, para una fenomenología

de lo imaginario, o por qué no, una poética de la cultura, entendiendo esta última,

como una estructura sociolingüística en su praxis social. Desde este punto de vista, en

necesario comprender ciertos elementos que constituyen en interioridad el objeto

antropológico, a decir, aquellos mecanismos que propician el nacimiento y

funcionamiento discursivo, lo institucional-imaginario, las estructuras que lo sustentan

y las transmutaciones estructurales que hacen de las sociedades un complejo sistema

inundado de empirismo, pero también de experiencia simbólica. Esto se ha reducido

históricamente en el exilio de las estructuras imaginarias de la sociedad, confinando su

expresión a una dimensión “social” alterna, en tanto no se asocia, imperativamente, a

un contexto sociocultural y sus formas de interacción humana. Es decir, para las

ciencias antropológicas de orden positivista, las estructuras imaginarias de la sociedad

tienden a caer en una categoría de inferioridad al darle, estas, un sentido

unidimensional a las manifestaciones humanas y la conducta cultural; lo empírico y lo

comparable.

Cuando comenzamos a estudiar lo imaginario, indubitablemente es un campo reflexivo

que se puede (y debe) comprender en la intensa trayectoria de las construcciones

humanas, pues, para el antropólogo: “el único modo de alcanzar un conocimiento

profundo de la humanidad consiste en estudiar tanto las tierras lejanas como las

próximas, tanto las épocas remotas como las actuales” (Harris 2011, p. 25). No

obstante, el imaginario sociocultural permite poner atención a la dimensión meta-

empírica, aquella que explica los cambios complejos de la variación y la constante

metamorfosis cultural, pues, en socioantropología podemos comprender que la vida

social es un continuo dinámico que mediante la estructura imaginaria regula la fluidez

del contenido social, a decir, los aspectos dinámicos de la cultura mediante arquetipos II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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semánticos. Arquetipos que se constituyen como un conjunto de elementos o

“imágenes culturales” que se manifiestan en constante transmutación y existen sólo en

tanto exista su contenido rebalsado de imágenes del pasado y del presente. Por ello la

analogía metabólica.

No obstante, y en virtud de esta construcción objetual de lo imaginario, debemos

comprender que estos se nos presentan en dos dimensiones analíticas consideradas

para el abordaje empírico o teórico de lo imaginario; por un lado, una dimensión

estructural, la cual funciona en virtud de arquetipos modélicos morfo-semánticos, lo

que podemos comprender, usando la terminología de Norbert Elias (2010), como

resultado del aparato psicogenético. No obstante, este no refiere a un sistema

neurobiológico, sino que los elementos que construyen lo imaginario en los individuos

se sustentan por lo que podemos comprender como una exoestructura cerebral,

similar a lo que Roger Bartra (2014) llama exocerebro, donde se manifiestan las

cualidades simbólicas de los individuos como un sistema de acoplamiento a un mundo

necesariamente interpretado, significado y constantemente re-semantizado, pues, la

realidad es realidad en tanto la signifiquemos, donde entendemos la cultura como una

trama de significaciones sociales, o bien, una cultura semiótica (Geertz, 1992). En

consecuencia, lo social se constituye como un continuum que todo lo absorbe y que se

expande en un proceso de reciprocidad entre lo empíricamente dado y lo

humanamente significado. Esta primera dimensión se plantea acá como una estructura

invisible, pero que no obstante, es fundamental considerar como sustrato de lo

imaginario, pues funciona como base del arquetipo que regula los tránsitos y

transmutaciones simbólico-semánticas propias del continuum socio-histórico y, en

consecuencia, morfo-genéticas en las configuraciones de la mentalidad y prácticas

sociales.

No obstante, para no perder de vista y comprender qué es y cómo funciona la

dimensión exoestructural, es necesario establecer, brevemente, como funciona lo

social. Entenderemos en este punto lo social como proceso, sujeto a cambios y

temporalidades, donde su unidad mínima (el acontecimiento) regula la imagen que

hemos de obtener respecto a las estructuras imaginarias por medio de la dimensión

observable; las acciones socioculturales, los testimonios o la experiencia social. II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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Asimismo, lo social no sólo refiere al conjunto de prácticas, creencias y normas, (en

general, instituciones) que se manifiestan, siguiendo la conceptualización de Piotr

Sztompka (1995) en el campo inter-humano, sino que nos infiere toda una estructura

de consecuencias surgidas a partir de manifestaciones invisibles que actúan como

primun mobile en los hechos empíricos, a decir; las funciones psicogenéticas y

fenoménicas que están intensamente relacionadas en un efecto recíproco que resulta

en encadenamientos manifestados por medio de las relaciones sociales. Será esta

dualidad el sustrato fundamental de lo socioimaginario. Diremos, pues, que esta

exoestructura psicogenética es el aparato morfogenético de lo imaginario.

Por otro lado, una segunda dimensión refiere a lo observable, que se visualiza en

todos los niveles empíricos de la realidad, a decir; los hechos tanto acciones físicas,

verbalizaciones, impresiones, opiniones, conflictos, en general, todas las dinámicas

distinguibles mediante la observación antropológica. Debemos comprender que lo

observable no denota lo que tradicionalmente se puede comprender como verificable

taxativamente, sino que requiere de un proceso reflexivo en tanto lo que observamos

son observaciones, es decir que es preferible romper con el falso distanciamiento que

sólo conlleva a una explicación construida por los marcos teóricos del investigador

(etic) y sumirnos–-hoy—en la necesidad de comprender una observación en segundo

orden. De esta forma, lo que observamos es una determinación estructurada por todos

los elementos participantes en el campo inter-humano, todas las funciones semántico-

simbólicas propias de una edificación imaginaria que se va instituyendo

arquetípicamente hasta constituir una mentalidad social. Si se quiere, un sistema

modélico estructurante, que funciona en virtud de todos los elementos de la trama

social.

Para llevar a cabo nuestros propósitos es necesario alejarse un poco de las

abstracciones teoréticas propias de, por ejemplo, una imaginación sartriana, para

comprender que lo imaginario es social en tanto que es compartido y practicado,

teniendo siempre presente que la imaginación no es sino el objeto llevado a un nivel

diferenciado de abstracción, pero teniendo siempre una raíz real, pues no podemos

imaginar algo sino es a partir de proyecciones de lo interiorizado por los sentidos en

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ese marco de referencia que instituye el campo inter-individual. Marco de referencia

que ya hemos explicado de algún modo.

Ahora bien, cuando buscamos desentrañar lo social a través de lo imaginario, es decir,

como se constituye colectivamente, debemos erradicar las concepciones ficticias de la

realidad, donde nuestro punto cero nace desde una estructura que se conforma a

través de la relación recíproca entre lo cognitivo y lo social, es decir que las

estructuras arquetípicas de lo imaginario no son determinadas como una entidad

independiente ni vacía, pero si determinante, o, si se quiere, estructurante, donde en

un espiral reabsorben nuevos elementos simbólicos para reconstituir perspectivas

“normativas” de lo real a partir de temporalidades y espacialidades diversas. Es decir

que lo imaginario y su estructura es un constante proceso que coexiste a la estructura

social, y, más bien, se manifiesta por medio de sus instituciones. Instituciones que,

como las entiende Castoriadis, no son independiente de los individuos.

Las instituciones, entonces, por medio de los individuos, son las que traducen

“observacionalmente” a las estructuras imaginarias de las sociedades, representan,

groso modo, la preservación y renovación de lo imaginario, pues, tanto las

instituciones se mantengan solidificadas entre sí en menor grado se manifestará la

alteración de lo imaginario en el campo social. Por otro lado, no se destierra una

episteme filosófica, donde la cualidad imaginativa, llámese ficticia, ideal o utópica, nos

da a entender J. P. Sartre, no deja de tener su correlativo noemático, pues esa

irrealidad que se manifiesta en la imaginación pretende ser una negación del mundo,

vale decir, se configura como una imaginación constituyente de la realidad, en donde

el poder no-empírico del imaginario es fecundante de su libertad, y comprendiendo

que toda situación de experiencia concreta está inundada de imaginario, es siempre

una superación de lo real: “La negación es el principio de toda imaginación y no puede

cumplirse totalmente si no es precisamente por un acto de imaginación” (Sabugo

2016, p. 34). Es, en esencia, la posibilidad de la emergencia de nuevas formas

culturales, de narrativas, es la configuración estructural de los procesos cognoscitivos

que confluyen en las nuevas formas de comprensión cultural, la aprehensión del

mundo. Michel Maffesoli lo ha planteado muy bien, exponiendo al imaginario como

aquella posibilidad de vigorizar esta utopía movilizando la potencia social, lo que II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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arremete en el cuestionamiento del orden establecido: “Esto se produce porque, en

realidad, el ensueño, lo imaginario, el mito, canalizan las aspiraciones sociales a

través de la dimensión simbólica” (Carretero 2003a, p. 202-203). O, bien, son

proyecciones que se generan producto de los conflictos entre lo imaginario y lo real

que se manifiestan por medio de una radicalidad (Tello 2003).

Así, es menester una aproximación a la construcción de lo socioimaginario como un

sistema arquitectónico de la realidad, con ello, lograr penetrar lo empíricamente

distinguible que ha sido el fundamento histórico de las ciencias antropológicas, e

inmiscuirse en las construcciones ideológicas, epistemológicas e imaginarias, que han

transformado un objeto en sujeto, dotando de nuevos fundamentos epistémicos a una

búsqueda trascendental; una ontología de los hechos.

La tradición cientificista de la disciplina tiende a concebir la realidad como

materialidad, la experiencia objetiva, lo sensible, y los procesos imaginarios como

subjetivos (por todo lo dicho anteriormente). Este fenómeno no ha sido “para sus fines”

desacertado, pues los resultados han posicionado un lugar relativamente cómodo a la

antropología social dentro de las ciencias sociales y se ha solidificado como un

conjunto de teorías y métodos científicos destinados al estudio descriptivo de los

hechos sociales observables en busca de certezas, objetividad y generalizaciones. No

obstante, no nos podemos deshacer de un espectro tan complejo como fascinante,

donde se enmarca un esquema estructural que da cuenta de las posibilidades de

relación de los individuos con su entorno, la semántica en su contexto, donde nos

daremos cuenta de las posibilidades investigativas en las representaciones sociales,

en la memoria y la significación, lo cual no tiene otra raíz que las formas simbólicas.

Siguiendo a Clifford Geertz, no podemos simplemente dividir tajantemente las

dimensiones culturales en busca de una certeza. Y dice: “a la vez que la conducta

humana es vista como acción simbólica —acción que, lo mismo que la fonación en el

habla, el color en la pintura, las líneas en la escritura o el sonido en la música, significa

algo— pierde sentido la cuestión de saber si la cultura es conducta estructurada, o una

estructura de la mente, o hasta las dos cosas juntas mezcladas” (Geertz 1992, p. 24).

No obstante, sigue siendo trascendental, desde mi opinión, comprender las

complejidades de las estructuras imaginarias, pues, constituyen un desafío teórico y II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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epistemológico cuyo telos, no es otro que aportar en la construcción de un esquema

complejo, comprensivo y explicativo de la realidad humana, mediante una

reconfiguración de un objeto socioantropológico ad hoc a la realidad socio-imaginaria.

Tercera parte

El homo simbolicus y el sustrato de lo social

En antropología la construcción del individuo nace desde las más naturales

incertidumbres científicas y filosófico-ontológicas respecto al Ser en el mundo social,

esto nos conduce a intentar indagar más allá de lo empíricamente distinguible, es

intentar estudiar las formas de conocimiento que subyacen la conducta cultural, es

filosofía, es el gnothi seauton (conócete a ti mismo) platónico o hegeliano, es la

diferencia entre el ego y la otredad, donde más allá de explicar un hecho social-

empírico intentamos acceder al conocimiento que subyace a toda representación, y

cómo los actores sociales constituyen sus “verdades sociales” mediante estas

representaciones. Entenderemos entonces, que todas las producciones humanas no

llegan a ser consumidas sin ser mediadas por el intelecto: “no existe praxis alguna de

la que no se apodere” (Barthes 2009, p. 229). Así, las ciencias sociales han tendido a

reconfigurar el sentido de las significaciones sociales a: “(…) una categoría ontológica

equivalente a la de los hechos de la naturaleza” (Jáuregui 2001, p. 3), donde la

antropología social suele objetivar y normativizar la subjetividad de la realidad. De

modo que no es otra la intención de una antropología social de lo imaginario que

vislumbrar la vivencia sociocultural, la aprehensión del mundo de los actores sociales,

sus interpretaciones, en relación inherente a los hechos y sus significaciones, dadas

por una interioridad generada bajo las condiciones de lo arquetípico y expulsada a un

mundo socializado e interpretado. Es una constante dialéctica entre subjetividad y

objetividad.

Para Gilbert Durand en Las Estructuras antropológicas de lo imaginario, el absolutismo

positivista sobre la realidad contribuye a omitir el componente imaginativo de los

sujetos en tanto estos buscan una explicación del mundo que se les impone

incomprensiblemente, donde los sujetos configuran un sistema creativo, imaginario y

simbólico para otorgarle sentido a su existencia, que fundamentalmente incide, a II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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posteriori, en la materialización de dicha existencia visualizando un mundo

comprensible: “A juicio de Durand, existiría una condición propiamente trascendental

de lo imaginario, una función eufémica, nacida de la necesidad por parte del hombre

de conjurar su indigente existencia, de hacer frente a la condición trágica de su

destino” (Carretero 2003b, p. 104). Esta relatividad sobre los acontecimientos

sociales, nos otorga un piso teórico sobre el carácter social de la interpretación, es

decir, entramos en una disyuntiva sobre la naturaleza auténtica del imaginario social,

por cuanto la experiencia por más individual y subjetiva que se manifieste, no deja de

ser social respecto a las representaciones del mundo, donde las estructuras del

pensamiento no sólo se enmarcan en la interpretación del sí mismo, del Otro o de los

entes, sino que va más allá, radica en la percepción de valores, moral, política, ética;

instituciones, por lo que la estructura socio-imaginaria está en estrecha relación con

los hechos que reconfiguran continuamente nuestra realidad. Más aún, podemos

recordar la figura de las estructuras estructurantes desde un punto de vista reflexivo

respecto de las formas simbólicas como base modélica de las acciones de los agentes

sociales. Es decir, los conflictos sociales, entiéndanse como lucha de clases, roles,

status, religión o política, confieren su razón de ser a estructuras mentales y de

clasificación que se ajustan a las estructuras sociales, donde las fuerzas específicas

del poder simbólico se manifiestan bajo las formas irreconciliables (misrecognizable)

de sentido, tal como lo ha hecho la tradición estructuralista, pues, esta: “privilegia el

opus operatum, las estructuras estructuradas” (Bourdieu, 1979: 79). Así también, los

imaginarios funcionan como legitimador colectivo de las construcciones sociales de la

realidad: “en los términos de plausibilidad socialmente compartida, reconociéndola

como “la realidad” (Baeza 2011, p. 84), donde todo se reduce a la interpretación de

una estructura compartida de significaciones (la cultura semiótica de Geertz) respecto

a esquemas apriorísticos a la conducta social. Es decir, las instituciones y la función

simbólica inter-individual como vertebras de la realidad.

De este modo, el potencial campo de la antropología social de lo imaginario no

pretende mantener la bifurcación entre el positivismo y la hermenéutica, ya lo hemos

comprendido así desde el verstehen de la sociología interpretativa weberiana, o la

búsqueda de la verdad como fundamento de la posibilidad de las múltiples formas de

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la experiencia social en H. G. Gadamer, ampliando el espectro de las ciencias socio-

humanas

De comienzo, nos cobijamos en la complejidad y virtud de la inherencia simbólica del

individuo en sociedad, dado que: “el símbolo evoca el sentido trascendente y

absolutamente irrepresentable; configura y transforma, sin embargo, esas imágenes

de sentido (Sinnbilder) en las que cuajan los conocimientos, las conductas, los valores,

las fantasías, la sabiduría (…) conforman la perpetua transformación de nuestra

identidad” (Solares y Lora 2001, p. 13). Siendo esencial como parte de las

perspectivas científicas del estudio de lo social.

De este modo, y ahondando un poco en la ontología del sujeto, se visualiza aquí la

posibilidad antropológica de estudiar al sujeto hermenéutico (entendido como aquel en

relación subjetiva con el mundo) en relación con uno epistémico (en relación objetiva

con el mundo), donde el sujeto hermenéutico, o interpretativo, no debe comprenderse

sólo como una existencia pre-epistémica, o a-epistémica, sino como un sujeto capaz

de modelar esta estructura imaginaria, estructura que hace caer al sujeto en una red

sistemática de significados, pues para Ernst Cassirer el hombre no crea la realidad,

sino que la interpreta, siendo su conocimiento último una realidad interpretada a través

del ordenamiento del caos de impresiones recibidas: “Cuando conoce, el sujeto no es

un mero receptor pasivo que se limita a reproducir o copiar una realidad configurada

ya en sí misma, sino que es él quien conforma y da estructura a las impresiones que

recibe del exterior” (García 2013, p. 6). Esta organización de una estructura caótica de

impresiones de realidad, por parte de los sujetos, configuran el cambio social, es decir,

no crea realidad ni la reproduce, la moldea de acuerdo a re-significaciones

arquetípicas de la mentalidad social, pero también, con elementos propios de las

metamorfosis simbólicas contextuales, su subjetividad.

Más allá, me parece pertinente plantear una reinterpretación de las perspectivas

evolucionistas que caracterizan a los individuos, y por consecuencia, su aparato

simbólico, en una constante “adaptación” al medio, recordando a Roger Bartra (2014)

y su prótesis exocerebral, pues, lo plantearemos de otra forma. Una de las

características de la subjetividad en los individuos no sólo radica en las sentimientos,

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sensaciones, o en las relatividades fenomenológicas mediante las diversidad

experiencial, sino que es cualidad fundamental en romper la objetivación de la

realidad. Es por ello, que este no se adapta, sino que se acopla a un mundo re-

interpretable, pero sin embargo, mediante el acoplamiento simbólico el individuo puede

desacoplarse mediante una ruptura subjetiva, en consecuencia, desestabiliza el

engrane de la realidad, provocando conflictos o, en términos prácticos, lo que los

antropólogos clásicos han llamado desequilibrio o caos. De modo que el

funcionamiento simbólico no tiene un fundamento biológico (por mucho que nos sirvan

sus analogías), sino que sociológico, y es por ello que la posibilidad de una

antropología social de lo imaginario se vislumbra en una hoja de ruta que navega en lo

que podríamos llamar una interrelación cuádruple. Esto nos lleva a la conclusión de

que lo imaginario tiene diversas dimensiones, desde la exoestructura (el aparato

psicogenético) el arquetipo (y su metabolismo semántico), su spectrum (y su función

estructurante), lo cual da paso a la mentalidad social y las formas de percibir el mundo,

y la agencia, la cual constituye los sistemas de acción y reacción inter-individual.

De este modo, es imprescindible—hoy—para la antropología considerar las formas

simbólicas, en donde la característica esencial del hombre no es su naturaleza

metafísica o física, sino su obra, y es esta obra el sistema de actividades humanas que

define a la humanidad, es la variabilidad en las formas de expresión humana, pues,

como dice Ernst Cassirer, el hombre: “no puede vivir su vida sin expresarla” (Cassirer

2013, p. 328).

Entonces, lo que aquí se manifiesta es una necesaria comprensión holística de la

cultura para comprender e interpretar las funciones básicas y/u ontológicas que dan

forma a estas construcciones sociales, es la manifestación de la relación entre lo

imaginario y los hechos sociales, relación que no debe reducirse a una dicotomía por

conveniencia, pues, son los individuos en relación a las formas simbólicas quienes

dan sentido a una organización de la cultura, tanto sistema re-estructurable o

trasmutable, y no se debe limitar su abordaje a las posibilidades unívocas de los

enfoques científicos, donde debemos dejar de ver a la sociedad como que: “por

naturaleza solo encuentra su unidad bajo el dominio de un rey o una ley antigua (…)”

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(Taylor 2006, p. 191), en este caso, manifestando la unidimensionalidad científica que

ha privilegiado un pensamiento racionalista omniabarcante.

A modo de conclusión

Los procesos críticos en la teorética antropológica de hoy no son otra cosa que la

posibilidad de expandir las formas de conocimiento científico-social, es dejar atrás los

debates sobre explicación y comprensión, la crítica al imperativo en la vedad de Vico

(Verum ipsum factum), lo objetivo y subjetivo, el cogito cartesiano, lo cualitativo y

cuantitativo, entre toda la retórica. Es distanciarse de las bifurcaciones que han hecho

de esta disciplina un conjunto de herramientas orientadas por ciertas escuelas

paradigmáticas al servicio de fines ajustados a cierto tiempo y espacio, es parte de un

giro radical en las perspectivas de los nuevos modelos de antropología, una

fundamentada por las estructuras socio-imaginarias aplicadas al mundo de hoy,

comprendiendo las posibilidades entre la diversidad teórica y metodológica que, en

relación, pudiesen otorgar una perspectiva reflexiva y multidimensional de los

fenómenos culturales que hacen de las sociedades hoy un complejo enmarañado de

relaciones simbólicas y prácticas.

Así, la teorética de lo socioimaginario nos transmite la necesidad de retomar estos

elementos como fundamentales en la condición humana, por cuanto la conducta social

no se restringe sólo a su empirismo, sino a su matriz, su función y sus efectos en un

mundo de relaciones y divergencias. Así, puede resultar interesante considerar los

principios teóricos planteados acá como aporte a un emergente corpus que se acopla

a las necesidades de una antropología social de lo imaginario, camino que comienza

con la redefinición de su base teórica y su “objeto”, uno que dé cuenta de los

problemas conceptuales y morfológicos que una sociedad simbólica experimenta. Es

aventurarse al mundo de las reflexiones, las interpretaciones, descripciones, trabajo de

campo, el, como dice Rosana Guber (2011), el estar allí, siendo lo más importante

traducir los fenómenos simbólicos que se esconden tras las conductas y prácticas

sociales a través de una comprensión profunda de la realidad y sus imaginarios

sociales.

Referencias bibliográficasII Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política - Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires - Buenos Aires, Argentina

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II Congreso Latinoamericano de Teoría Social y Teoría Política

“Horizontes y dilemas del pensamiento contemporáneo en el sur global” Buenos Aires, 2 al 4 de Agosto de 2017

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