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Eduardo Williams El Antiguo Occidente de México: Un Área Cultural Mesoamericana Los Primeros Habitantes del Occidente Tenemos muy poca información sobre las primeras etapas de la ocupación humana en el Occidente. Por analogía con otras regiones de Mesoamérica, podemos suponer que hace unos 20,000 años nuestra área de interés estuvo ocupada por cazadores recolectores, que explotaban una gran gama de entornos naturales. Los pocos hallazgos relacionados con este periodo consisten en algunas lascas y puntas de proyectil hechos de piedra, así como algunos artefactos de hueso (Solórzano 1980; Hardy 1994). En el área costera del Occidente se han encontrado algunos restos de ocupación humana durante periodos bastante tempranos. Según Mountjoy, la evidencia más temprana de utilización humana de la costa del Occidente es un campamento establecido en la base de un cerro de origen volcánico en la bahía de Matanchén, Nayarit, que tiene una fecha probable de ca. 2200-1730 a.C. (Mountjoy 2000: 83). Periodo Formativo Temprano (ca. 1500-500 a.C.) Hasta hace aproximadamente un par de décadas nuestros conocimientos sobre el Formativo en el Occidente eran muy escasos. Aunque todavía existen grandes lagunas en nuestra información y hay muchos problemas por resolver, nuestro entendimiento de este periodo ahora es un poco más completo, gracias a las recientes investigaciones. Los trabajos de Joseph Mountjoy en la llanura costera del Occidente ofrecen datos importantes, que probablemente pueden hacerse extensivos al resto de nuestra área cultural durante este periodo: El patrón Preclásico de adaptación probablemente tuvo éxito en parte porque incluía la práctica de la agricultura en combinación con la amplia explotación de recursos naturales [...] gran variedad de animales y[...] de plantas silvestres[...] el Preclásico no llegó más allá de un nivel socio-económico-político caracterizado por un patrón de asentamiento de un pueblo principal con unas aldeas asociadas, y una religión enfocada en el culto de los muertos (Mountjoy 1989: 22). En otras áreas del Occidente, los desarrollos culturales del Formativo temprano están representados por El Opeño, un sitio aldeano localizado en el noroeste de Michoacán, del cual hasta la fecha solamente se conocen sus tumbas y los objetos colocados en ellas como ofrenda. Estas tumbas podrían ser el antecedente más temprano de las "tumbas de tiro" tan caracterizadas por el Occidente. Pudieron haber funcionado como criptas familiares, con entierros múltiples, pues hay

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Eduardo WilliamsEl Antiguo Occidente de México: Un Área Cultural Mesoamericana Los Primeros Habitantes del Occidente

Tenemos muy poca información sobre las primeras etapas de la ocupación humana en el Occidente. Por analogía con otras regiones de Mesoamérica, podemos suponer que hace unos 20,000 años nuestra área de interés estuvo ocupada por cazadores recolectores, que explotaban una gran gama de entornos naturales. Los pocos hallazgos relacionados con este periodo consisten en algunas lascas y puntas de proyectil hechos de piedra, así como algunos artefactos de hueso (Solórzano 1980; Hardy 1994).

En el área costera del Occidente se han encontrado algunos restos de ocupación humana durante periodos bastante tempranos. Según Mountjoy, la evidencia más temprana de utilización humana de la costa del Occidente es un campamento establecido en la base de un cerro de origen volcánico en la bahía de Matanchén, Nayarit, que tiene una fecha probable de ca. 2200-1730 a.C. (Mountjoy 2000: 83).

Periodo Formativo Temprano (ca. 1500-500 a.C.)Hasta hace aproximadamente un par de décadas nuestros conocimientos sobre el Formativo en el Occidente eran muy escasos. Aunque todavía existen grandes lagunas en nuestra información y hay muchos problemas por resolver, nuestro entendimiento de este periodo ahora es un poco más completo, gracias a las recientes investigaciones. Los trabajos de Joseph Mountjoy en la llanura costera del Occidente ofrecen datos importantes, que probablemente pueden hacerse extensivos al resto de nuestra área cultural durante este periodo:

El patrón Preclásico de adaptación probablemente tuvo éxito en parte porque incluía la práctica de la agricultura en combinación con la amplia explotación de recursos naturales [...] gran variedad de animales y[...] de plantas silvestres[...] el Preclásico no llegó más allá de un nivel socio-económico-político caracterizado por un patrón de asentamiento de un pueblo principal con unas aldeas asociadas, y una religión enfocada en el culto de los muertos (Mountjoy 1989: 22).En otras áreas del Occidente, los desarrollos culturales del Formativo temprano están

representados por El Opeño, un sitio aldeano localizado en el noroeste de Michoacán, del cual hasta la fecha solamente se conocen sus tumbas y los objetos colocados en ellas como ofrenda. Estas tumbas podrían ser el antecedente más temprano de las "tumbas de tiro" tan caracterizadas por el Occidente. Pudieron haber funcionado como criptas familiares, con entierros múltiples, pues hay evidencia de reutilización en la antigüedad (Oliveros 1974: 195). La cerámica de este sitio consiste en cuencos sencillos y ollas chicas, decoradas con líneas incisas, con punzonado y con aplicaciones del mismo barro, muy similar a la encontrada en Tlatilco, estado de México, sitio más o menos contemporáneo con El Opeño. Las ollas tienen decoración pintada al negativo (rojo o negro), que puede ser el antecedente más antiguo de la cerámica tarasca decorada con esta misma técnica (Oliveros 1989: 126-127). Las fechas obtenidas por C14 dieron un rango de tiempo en torno a los 1500 años a.C., lo que parece coincidir con periodos de considerable actividad volcánica que cubrieron de ceniza los sitios de ubicación de las tumbas, y tal vez los lugares de habitación contemporáneos, haciendo hasta ahora muy difícil la tarea de localización de estos últimos (Oliveros 1992: 241-244, 2004).

Otro complejo arqueológico de gran importancia es el de Capacha, Colima, contemporáneo al de El Opeño, y con el cual parece haber tenido fuertes lazos culturales. La fecha de C14 que se tiene para el material Capacha es de ca. 1450 a.C., que se confirma indirectamente por el fechamiento obtenido para El Opeño, y por semejanzas entre la cerámica de ambos sitios (Kelly 1970: 28). Según Greengo y Meighan (1976: 15) Capacha tiene doble importancia, pues es el horizonte cerámico más antiguo de la región Colima-Jalisco-Nayarit, y cuenta entre sus formas características de cerámica las vasijas con boca de estribo, que sugieren afinidad con las piezas similares encontradas en contextos del Formativo, tanto en México como en la zona andina. La distribución de cerámica Capacha hasta ahora se ha documentado en una zona relativamente amplia, que abarca, aparte de Colima, a los estados de Jalisco, Nayarit, Sinaloa, Michoacán y Guerrero (Kelly 1980: 22).

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Según Kelly (1980: 29), la semejanza de la cerámica de Capacha con otros estilos es ligera, y aparentemente no fundamental, aunque, como ya se dijo, existen lazos evidentes con la fase Opeño del sitio del mismo nombre, y con el mal definido estilo Tlatilco 1. Fuera de estos dos casos, contamos con pocas bases para comparar a Capacha con los conjuntos cerámicos estrictamente mesoamericanos que corresponden más o menos a la misma fecha. El estilo de la cerámica Capacha, entonces, no es mesoamericano, pero tampoco se podría definir como sudamericano, aunque tiene ingredientes que lo vinculan a la parte noroeste de Sudamérica. Sus peculiares ollas con vertedera en forma de "estribo" usualmente triple son únicas. Por otra parte, ciertas ausencias deben ser significativas, pero son difíciles de explicar, por ejemplo la escasez de botellas con un solo cuello delgado, así como del esgrafiado con conchas y del rocker stamping. Finalmente, las figurillas Capacha son totalmente distintas a los productos sudamericanos presumiblemente contemporáneos (Kelly 1980: 37). También se han encontrado materiales de los complejos Capacha y Opeño en las siguientes regiones: costa de Michoacán (Cabrera 1989: 138); cuenca del río Tomatlán, Jalisco (Mountjoy 1982: 325); San Juanito, Teuchitlán, El Refugio y Citala, Jalisco (Weigand 1992: 221 y comunicación personal).

Según Joseph Mountjoy (1994), existen muchos problemas o enigmas que quedan por resolver en relación con la interpretación de los restos arqueológicos que han recibido el nombre de Capacha. Las principales dudas son la siguientes: si Capacha fue un desarrollo preolmeca o si fue contemporáneo con esta cultura, que existió entre 1200 y 300 a.C. (las únicas fechas que se tienen para Capacha, según el citado autor, parecen ser demasiado tempranas); si los indígenas que dejaron los restos Capacha enterraban a sus difuntos en tumbas de tipo "tiro y bóveda", pues de ser así, constituirían un importante eslabón con la cultura de El Opeño, Michoacán; saber si Capacha tuvo su origen en México o en América del sur. Como ya mencionamos, Kelly subrayó la posibilidad de un origen sudamericano de la cultura Capacha, probablemente derivado de la cultura Machalilla del Ecuador. Sin embargo, hay algunas dificultades con esta hipótesis, pues en la cerámica de Capacha hay formas que no están presentes en Machalilla, incluyendo el bule, el cántaro de cuello largo, el trífido, el tecomate y el cuenco doble o triple. Existen más semejanzas entre Capacha y Tlatilco que entre la primera y Machalilla, pero también hay que subrayar ciertas semejanzas entre la iconografía Capacha y la olmeca, que Kelly no reconoció o no aceptó. Una de ellas es el diseño de "sol con rayos", probablemente una variación de la "cruz de San Andrés" de los olmecas. En conclusión, Capacha aparentemente se derivó de varias raíces culturales, y a su vez sirvió de raíz para varios desarrollos prehispánicos locales en la región del Occidente (Mountjoy 1994: 40).

El periodo Formativo temprano no está muy bien documentado en Jalisco, pero las investigaciones de Phil Weigand (1989) han producido información que llena parcialmente algunas de las lagunas que todavía existen en nuestro conocimiento. La zona lacustre de las tierras altas de Jalisco ha producido cuatro sitios indisputablemente del Formativo temprano, aunque hasta la fecha solamente se cuenta con información de tipo funeral. Dos tumbas de tipo El Opeño se han encontrado en el pie de montaña cerca del pueblo de Teuchitlán, mientras que otras, cerca de El Refugio y de Tala, pueden ser del mismo periodo, aunque se encontraron muy derrumbadas. Las figurillas procedentes de esta área localizadas en colecciones privadas reafirman esta conexión con El Opeño. En la misma región lacustre se han localizado dos sitios pertenecientes al complejo Capacha, con tumbas saqueadas: San Juanito y San Pedro. El primero produjo cuentas de crisacola, cristales de cuarzo y de pirita, así como dos navajas de obsidiana de forma lanceolada. En la segunda localidad se encontró un montículo funerario del Formativo medio, con una estructura en forma de altar, de planta circular u ovalada, de 6 m de diámetro y 1 m de altura. Ésta es la más temprana evidencia de arquitectura reportada hasta ahora para el distrito lacustre de Jalisco, aunque desgraciadamente no se ha conservado. Huesos largos y cráneos fueron depositados en la base del altar, incluyendo por lo menos a cuatro individuos. El relleno del altar contuvo cerámica Capacha, y un pozo parcialmente saqueado debajo del altar tuvo el mismo material (Weigand 1989: 41).

Periodo Formativo Tardío (ca. 500 a.C. - 0 d.C.)Durante el siguiente periodo, llamado Formativo tardío, contamos ya con una base de datos más amplia que permite la comparación sistemática con otras áreas de Mesoamérica, tanto de estilos cerámicos como de otros elementos culturales, incluyendo patrones de asentamiento, formas de subsistencia, estratificación

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social, etcétera. El sitio mejor conocido del Occidente en este periodo es Chupícuaro, Guanajuato, situado en la cuenca sur-oriental del Río Lerma (Figuras 11, 12, 13, y 14). La gente de Chupícuaro construyó pocas estructuras más elaboradas que simples casas de bajareque con suelos de arcilla, y algunos drenajes cubiertos de piedra. Según Beatriz Braniff (1989: 108), los ejemplos de arquitectura de carácter cívico o religioso pertenecientes a este complejo arqueológico, que son pocos, se concentran en el sur del estado de Guanajuato, y constan de una plataforma rectangular con construcciones superpuestas que recuerda la de Tlapacoya, y una versión de la geometría tetraespacial, aunque falta un lado. Estas estructuras pueden considerarse monumentales, pues alcanzan entre 80 y 120 m por lado. Además exsiste una pirámide circular en Chupícuaro, y una construcción circular en la región de Salvatierra, Guanajuato.

Chupícuaro fue un sitio habitacional en el cual los metates y manos indican el método común de procesar el maíz. La caza probablemente seguía siendo importante, aunque los artefactos o armas de piedra no fueron numerosos. Sin embargo, ésta no fue una existencia libre de conflictos para los habitantes de la región, a juzgar por los "cráneos trofeo", los esqueletos decapitados y los entierros de cráneos aislados encontrados en Chupícuaro (Porter Weaver 1969: 8).

La tradición cerámica de Chupícuaro es una de las más conocidas del Occidente; incluye figurillas de cerámica decoradas con motivos geométricos, así como una gran variedad de formas de vasijas, incluyendo la "boca de estribo".

Este sitio jugó un papel muy importante durante la fase Tezoyuca o Cuicuilco IV del centro de México (ca. 200-100 a.C.), enviando al valle de México grandes cantidades de figurillas antropomorfas del tipo "H4" y de "ojos rasgados", así como las características vasijas policromadas. La tradición Chupícuaro ejerció una gran presión sobre la cuenca de México, contribuyendo al colapso de Cuicuilco (Porter Weaver 1969: 9). La ocupación humana en el área probablemente llegó a su fin hacia el inicio de la era cristiana, aunque la tradición Rojo sobre Bayo que persiste en el "horizonte tolteca" conserva algunos motivos, estilo y técnicas notablemente parecidos a los de Chupícuaro, aplicados sobre formas distintas (Porter Weaver 1969: 14; cf. Braniff 1972, 2000).

El Río Lerma forma un corredor natural hacia áreas del Occidente accesibles desde el centro del país. Puesto que este río ofrece una línea de comunicación bien definida y de fácil tránsito, es razonable suponer que el asentamiento inicial hubiera tenido lugar sobre los márgenes del río. Además de la fácil comunicación, los arroyos tributarios del Lerma ofrecieron nichos ambientales únicos, adaptables a la tecnología agrícola traída por los pioneros (Florance 1985: 43). Según Boehm de Lameiras,

Las características de la cuenca del Lerma hasta Chapala permiten suponer que el atractivo para su utilización agrícola pudo haber sido su potencial chinampero. Cabe recordar que el río avanzó muy lentamente llenando con sus depósitos aluviales lo que hoy son extensas llanuras y, en aquel entonces, una serie de lagos escalonados que vertían sus excedentes de uno al otro con grandes fluctuaciones estacionales de inundación y desecación (Boehm de Lameiras 1988: 20-21).

La cronología de ocupación dentro del Formativo tardío y terminal en la cuenca del Río Lerma sugiere una subsistencia basada en la agricultura sedentaria. La consideración de factores ambientales en relación con la distribución de asentamientos no deja duda de que los lugares para asentarse se escogieron principalmente por la proximidad a micronichos donde la productividad agrícola podía ser maximizada y los riesgos agronómicos minimizados (Florance 1989: 565).

La comparación de asentamientos del Formativo tardío y terminal en el sudoeste de Guanajuato con los de la cuenca de México reveló que los tipos más pequeños de sitio identificados en la cuenca –caseríos, caseríos pequeños y loci de una sola familia—predominan en esta porción del Occidente. Los asentamientos del Formativo en el sudoeste de Guanajuato, lejos de representar un sistema cultural dominante en la región, reflejan a simples aldeas agrícolas con escasa complejidad sociopolítica. Pueden entenderse como componentes de un sistema cultural autóctono, centrado en una de las cuencas lacustres asociadas con el Bajío (el área del río Lerma y sus alrededores) (Florance 1989: 683-685; cf. Braniff 1989, 2000).

Se han encontrado restos cerámicos de estilo Chupícuaro en una muy extensa región de Mesoamérica, desde La Quemada, Zacatecas, en el norte, hasta Gualupita, Morelos, en el sur (McBride 1969: 33). Después del fin del apogeo de Chupícuaro, este estilo cerámico no desaparece por completo,

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sino que perdura –aunque modificado—hasta el Postclásico, por ejemplo en el tipo Rojo sobre Bayo, entre otros (Braniff 1972: 295). No ha sido fácil establecer una cronología segura para Chupícuaro, por la falta de excavaciones estratigráficas en el área y de fechas confiables de radiocarbono. Sin embargo, las recientes investigaciones en el sitio de La Tronera, Guanajuato, sugieren una ubicación para Chupícuaro entre 400 y 100 a.C. (Darras y Faugere 2004).

En Jalisco se han encontrado materiales del Formativo medio (fase San Felipe, 1000-300 a.C.) en varias localidades dentro del norte de la zona lacustre. Es frecuente la arquitectura compuesta de montículos funerarios circulares u ovalados y plataformas, estas últimas frecuentemente construidas sobre las laderas de los cerros. Los montículos usualmente se localizan en la parte superior de la playa, o en las primeras terrazas sobre ella. Se encuentran colocados a intervalos regulares alrededor de los lagos; su esquema de organización parece reflejar centros ceremoniales basados en aldeas, con escasa evidencia de integración política a mayor escala (Weigand 1989: 42).

Los restos de habitación asociados con estos centros incluyen fragmentos de metates, tiestos de ollas y lascas de obsidiana. La densidad de estos elementos es ligera, pero la evidencia sugiere que los centros sirvieron como lugares de residencia a por lo menos una parte de la población de cada sistema sociopolítico.

Por otra parte, la fase El Arenal (ca. 350/300 a.C.- 150/200 d.C.) parece representar la culminación del "culto funerario" asociado con el periodo Formativo en la región, así como la consolidación de los patrones básicos y asociaciones de la arquitectura que vemos en las subsecuentes fases arqueológicas pertenecientes al periodo Clásico (Weigand 1989: 42).

La ocupación del Formativo en la región del bajo Balsas, otra de las grandes cuencas fluviales del Occidente, se representa por la fase Infiernilo (ca. 1200 a.C.- 500 d.C.). Este periodo se caracteriza por la presencia de grupos humanos con asentamientos permanentes formando pequeñas aldeas a lo largo del río. Asimismo, por la ocurrencia de artefactos de molienda y los restos de otros materiales, se piensa que practicaban la agricultura y complementaban su dieta con la caza y recolección. En sus costumbres funerarias estos grupos se caracterizan por tener un modo de enterramiento primario, sobre todo la posición extendida en sus distintas variantes (Cabrera 1986: 126).

Por la cerámica, se infiere que los habitantes del bajo Balsas –Michoacán y Guerrero—tuvieron fuertes relaciones culturales con grupos de la costa, no solamente de Guerrero, sino de todo el litoral del Pacífico hasta Guatemala. Por otra parte, la región del bajo Balsas durante este periodo no sólo tenía contactos con grupos del sur, sino que por la presencia de trompetas de caracol y otros materiales de concha provenientes del Caribe, se infiere que se mantenía comunicación con esa región (Cabrera 1986: 127).

Periodo Clásico (ca. 300-900 d.C.)Hasta Hace algunos años era muy poco lo que se conocía sobre el desarrollo cultural en el Occidente durante este periodo. Gracias a recientes investigaciones, sin embargo, esta laguna en nuestro conocimiento empieza a desaparecer.

Los sitios conocidos como "las Lomas" en la gran ciénega de Zacapu, Michoacán (Figuras 15, 16, y 17), fueron ocupados durante aproximadamente los ocho primeros siglos de nuestra era (periodos Protoclásico-Clásico), siendo después prácticamente abandonados. La abundancia de vestigios funerarios en esta zona hace pensar en una ocupación especializada para estas actividades y para otras igualmente de tipo ritual, aunque es muy probable que la gente que iba a honrar a los muertos a las Lomas también supiera explotar los recursos palustres y lacustres de éstas (Arnauld et al. 1993: 208; Carot 1994).

Por otra parte, existen pruebas de que la gran masa de Loma Alta (la mayor de las Lomas) está construida en su mayor parte de rellenos antrópicos contenidos por decenas de metros de muros de sostén. Loma Alta es un sitio único en su tipo, un centro ceremonial de una importancia excepcional en el plano sociopolítico y religioso. Los sistemas de construcción dan prueba de la movilización de una mano de obra importante y competente (Arnauld et al. 1993: 209-210). El material cerámico de este sitio refleja una gran calidad y un alto control técnico, particularmente en los tipos negativos, además de una muy

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compleja iconografía que nunca fue superada en las fases posteriores (Carot 1994: Figs. 5-7, 1992: Figs. 7-13).

Carot y Susini (1989) reportan para Loma Alta una práctica funeraria hasta ahora desconocida en Occidente y, al parecer, en el resto de Mesoamérica: la pulverización de osamentas previamente calcinadas a alta temperatura y su disposición en urnas depositadas en fosas. En total fue descubierto un conjunto de 31 recipientes (28 urnas y tres vasijas semiesféricas), de los cuales fueron extraídos y tamizados más de 100 Kg. de cenizas provenientes de la cremación y pulverización de huesos; pero es difícil determinar si se trata de restos humanos o de animales. Puede suponerse que los hornos de cremación se encontraban al aire libre, como los descubiertos en Snaketown, Arizona (Carot y Susini 1989: 112-115).

El periodo Clásico está representado en la cuenca de Cuitzeo por la cerámica proveniente de Queréndaro, misma que muestra una técnica decorativa poco conocida en Mesoamérica, que consiste en aplicar la pintura después del cocimiento y luego marcar y raspar los diseños, predominantemente geométricos. Las figurillas son muy similares a las de Chupícuaro, por lo que se les considera como pertenecientes a una cultura desarrollada desde el Formativo. Esta clase de cerámica se ha identificado como diagnóstica del Bajío y de parte del Occidente (Macías Goytia 1989: 174).

El sitio de Loma Santa María, localizado en las afueras de la actual ciudad de Morelia, ha proporcionado información muy valiosa sobre el desarrollo local durante el periodo Clásico. La ocupación de este sitio probablemente se inició con una cultura preclásica local, cuyas técnicas decorativas de la cerámica la ligan con el Rojo sobre Crema y con la alfarería policroma de Chupícuaro. En este sitio se encontraron indicios de una fuerte interacción cultural con el centro de México, excavándose en los niveles estratigráficos medios y superiores cerámica de tradición teotihuacana, pertenecientes a las fases II, IIA y III. Posiblemente a través de esta relación con la cuenca de México se obtuvieron otros materiales procedentes de varias áreas de Mesoamérica, como la alfarería Rojo sobre Rosa/Blanco de Morelos, la Anaranjado Delgado que al parecer se fabricaba en Puebla, y algunos vasos y "juguetes" con ruedas procedentes del Golfo (Manzanilla 1988: 153-155). Por otra parte, el sistema constructivo, aunque sencillo, es muy similar al talud-tablero de Teotihuacán (Cárdenas 1999a, Fig. 4).

Otro sitio de Michoacán donde se han encontrado materiales teotihuacanos es Tres Cerritos, en la cuenca de Cuitzeo (Macías Goytia 1994). Al excavar el montículo 3 de este sitio se encontró una tumba, cuyos materiales culturales tienen características del Altiplano de México, concretamente de Teotihuacán. Se rescataron de esta tumba, además de 9 m3 de ceniza, 19 entierros primarios completos, dos cráneos con huellas de decapitación y 11 entierros secundarios. Entre los objetos que se encontraron hay 120 de arcilla, más de 4,000 cuentas de concha, jade, turquesa y cristal de roca, numerosos caracoles marinos y gran cantidad de ornamentos y herramientas de obsidiana. También se encontró una máscara de alabastro de claro estilo teotihuacano, así como abundante cerámica idéntica a la que se conoce del gran sitio del centro de México. Por todo lo anterior, se infiere que Tres Cerritos tuvo una ocupación relacionada de alguna manera a las culturas del Altiplano, en especial la teotihuacana (Macías Goytia 1994: 34-35). Aparte de los ya mencionados, se han encontrado elementos teotihuacanos en varias partes de Michoacán (Figuras 18 y 19).

El sitio de Tinganio, en el municipio de Tingambato, Michoacán, parece haber tenido dos etapas de ocupación, la primera entre 450 y 600 d.C., y la segunda entre 600 y 900 d.C. En la última se introdujo un estilo arquitectónico que se ha interpretado como parecido al teotihuacano. La ubicación del asentamiento se escogió no solamente por ser un lugar privilegiado con abundante vegetación y agua, sino también porque era un punto estratégico entre las regiones fría y caliente, capaz de servir de lazo de unión a los pueblos de ambas regiones, como sucedió en tiempos coloniales. Entre los materiales intercambiados pueden mencionarse los siguientes: caracoles y conchas marinos del Pacífico, turquesa, pirita, jade y otras materias primas (Piña Chan y Oi 1982: 93-99).

Por los datos con que contamos hasta la fecha, parece que el Occidente (particularmente el área Jalisco-Colima-Nayarit) no fue tan fuertemente influenciado por las culturas del centro de México durante el Clásico como otras regiones de Mesoamérica, notablemente el valle de Oaxaca, la costa del Golfo o las tierras altas de Guatemala; esto es evidente al ver el cuadro de distribución de rasgos teotihuacanos en

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Mesoamérica presentado por Santley (1983: cuadro 2). Los hallazgos de cerámica teotihuacana en Occidente aparte de los ya mencionados han sido escasos, limitándose a diversas partes de Colima (McBride 1975; Meighan 1972; Matos y Kelly 1974; Jarquín y Martínez 2002) (Figura 20). En Jalisco y Nayarit la situación ha sido resumida por Weigand (1992: 227-228) con las siguientes palabras: "de la misma manera que el Formativo en el Occidente de Mesoamérica estuvo bastante libre de influencias olmecas, los periodos Clásicos de la misma área muestran notablemente pocas influencias del centro de México".

Finalmente, las palabras de Michelet (1990: 288) sirven para resumir lo poco que sabemos sobre Michoacán durante el periodo Clásico:

Mucho se ha dicho que Michoacán antes del horizonte tarasco se caracterizaba por una fuerte fragmentación geo-cultural. Hoy empezamos a creer que esa visión del Clásico michoacano era tal vez sencillamente consecuencia de la escasez de trabajos arqueológicos[...] Si bien no existió una fuerza centrípeta potente antes del surgimiento del imperio tarasco, ciertas tendencias unificadoras se manifiestan a lo largo del primer milenio de nuestra era[...] La región de Zacapu[...] alcanzó incluso una pizca del prestigio de Teotihuacán.

Es importante señalar que las relaciones entre las culturas de Michoacán y del centro de México durante el Clásico se dieron en ambas direcciones. Recientemente se ha reportado la presencia de residentes michoacanos en Teotihuacán; esta evidencia consiste en figurillas y vasijas de cerámica de claro estilo michoacano (Gómez Chávez 1998), así como en restos óseos de posibles residentes teotihuacanos originarios del actual estado de Michoacán (White et al. 2004).

La época que nos ocupa es todavía poco conocida en la región del Bajío, por lo cual no de puede hablar se un "periodo Clásico" en un sentido estricto como el dado en el centro de México, prefiriéndose hacer referencia al marco cronológico (ca. 250-900 d.C.), puesto que esta región además de presentar rasgos afines con el centro de México y otras áreas, tiene modalidades propias. Las raíces culturales de Chupícuaro se ven enriquecidas por otras tradiciones llegadas a través del corredor del Río Lerma (Sánchez y Marmolejo 1990: 269; cf. Cárdenas 1996, 1999b).

Durante este periodo en el Bajío con el desarrollo regional se consolidan y fortalecen algunos centros cívico-ceremoniales ubicados en cimas y laderas con posibilidades estratégico-defensivas, que evidencian una posible inestabilidad sociopolítica, debida a la presencia de grupos belicosos en la región. Estos sitios mayores que fueron posible refugio para la población asentada en el valle, muestran una arquitectura elaborada, además de ubicarse en lugares desde los que se podían explotar y controlar los recursos. Los sitios hasta ahora conocidos presentan estructuras arquitectónicas de tipo piramidal asociadas a patios o plazas, plataformas, plazas o patios cerrados o "hundidos" y en algunos casos elementos circulares, así como calzadas y columnas. Estos elementos varían en su distribución en función de la topografía del terreno, pero regularmente conservan una orientación definida en su conjunto principal, donde la estructura piramidal mayor se ubica al oriente de la plaza o patio principal (Sánchez y Marmolejo 1990: 269).

Para la segunda mitad del periodo Clásico se había consolidado una tradición propia en esta región, pero a la vez se denota una cierta inestabilidad en el área, posiblemente por comenzar las incursiones de grupos "nómadas" con los que colindaba (Sánchez y Marmolejo 1990: 276; cf. Faugere 1988).

Los asentamientos prehispánicos del Bajío se caracterizan por tener concentraciones de grandes estructuras cívicas y religiosas, que se diferencian claramente de las unidades habitacionales menores. Estos agrupamientos de edificios pudieron haber sido cabeceras de diferentes unidades político-territoriales. Estos conjuntos arquitectónicos se arreglaron de una forma ordenada y orientada con los puntos cardinales, y se construyeron sobre grandes plataformas que sirvieron de sostén a basamentos piramidales, juegos de pelota, habitaciones de la elite, lugares de almacenamiento, etcétera. Además presentan plazas, espacios abiertos y calzadas. Un elemento que se encuentra exclusivamente en estas cabeceras es el de estructuras con espacios hundidos que se conocen en la literatura como "patios hundidos" (Brambila y Castañeda 1993: 73; Cárdenas 1999b).

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En la zona lacustre de Jalisco el periodo Clásico está evidenciado por la tradición Teuchitlán (Figura 21) (Weigand 1985, 1990a, 1994, 1996). La fase Ahualulco (ca. 200-400 d.C.) representa una intensificación de procesos que ya existían durante el Formativo tardío. Se construyeron juegos de pelota monumentales, usualmente adosados a plataformas o pirámides, mientras que los círculos arquitectónicos son mayores y los montículos más altos. El centro de gravedad dentro de la zona lacustre comienza a desplazarse hacia el valle de Ahualulco-Teuchiltán-Tala, con una consecuente baja en el número de sitios en los valles vecinos, lo que sugiere que la implosión de población de la fase Teuchitlán I (400-700 d.C.) inició en el Clásico temprano (Weigand 1990a: 29).

Durante esta época existió en la zona bajo discusión una jerarquía de centros ceremoniales de dos niveles, el más complejo de los cuales (v.gr. Teuchitlán) tiene juegos de pelota y conjuntos de plazas y patios rectangulares bien construidos, que pudieron haber funcionado como residencias de la elite. Se han identificado tres tipos de sitios no ceremoniales: pequeñas aldeas de múltiples plazas y patios con cementerios; otras iguales a las anteriores pero sin cementerios, y pequeñas aldeas con por lo menos dos complejos de plazas y patios sin áreas de enterramiento. Es evidente un sistema de asentamiento de por lo menos cuatro niveles de complejidad; todos los asentamientos comparten un factor crítico: localización estratégica para un acceso fácil a las buenas tierras agrícolas (Weigand 1990a: 31). En la Laguna de Magdalena, Jalisco, se han encontrado restos de obras hidráulicas a gran escala, similares a las "chinampas" del centro de México o a los "campos levantados" de la zona maya; esta infraestructura sofisticada agrícola debió proveer de alimentos a una abundante población en la época prehispánica, principalmente durante el periodo Clásico (Weigand 1994). Recientemente se han obtenido fechas de C14 para las "chinampas" de Teuchitlán, gracias a lo cual sabemos con seguridad que pertenecieron al periodo Clásico (Stuart 2004).

Una de las manifestaciones culturales más notables del Occidente es la llamada "tradición de las tumbas de tiro" (Figuras 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, y 31) (Galván 1991; Townsend 1998) que se desarrolló en los actuales estados de Jalisco, Colima y Nayarit durante el Formativo tardío y Clásico temprano (ca. 300 a.C.-300 d.C.). Hasta el descubrimiento en 1993 de una tumba monumental intacta en el sitio de Huitzilapa, Jalisco (Figuras 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, y 39), prácticamente todo nuestro conocimiento sobre esta tradición cultural se había derivado de sitios saqueados y colecciones de objetos carentes de contexto (principalmente figurillas de cerámica), con la consecuente pérdida de información, por lo que la excavación de la tumba de Huitzilapa ha arrojado nueva luz sobre este periodo en el Occidente. Este sitio ceremonial en el centro de Jalisco estuvo ocupado durante el Clásico temprano (ca. 1-300 d.C.); presenta una serie de unidades arquitectónicas, como plazas, montículos, juegos de pelota, terrazas, unidades residenciales cruciformes y complejos circulares; estos últimos pertenecen a la tradición Teuchitlán (López y Ramos 1998; Ramos y López 1996).

La tumba de tiro de dos cámaras mide 7.6 m de profundidad, y contuvo seis individuos –tres en cada cámara—enterrados con ricas ofrendas. El análisis osteológico de los individuos ha revelado que pudieron haber estado emparentados entre sí, por lo que se puede tratar de una cripta familiar que aloja miembros de un linaje específico. Un individuo masculino de aproximadamente 45 años de edad es el personaje más importante de los enterrados en la tumba, a juzgar por la cantidad y calidad de ofrendas asociadas con el esqueleto. Estaba adornado con elaborados artefactos de jade, concha, y textiles cosidos con miles de conchas marinas. Dos esqueletos femeninos se encontraron asociados con artefactos que pertenecen a la esfera femenina de la vida: malacates de arcilla y metates hechos de piedra volcánica. Otras ofrendas en la tumba incluyeron figuras de barro que representan jugadores de pelota, así como vasijas de barro decoradas con diseños geométricos y zoomorfos, algunas de las cuales todavía conservaban restos de alimentos.

Huitzilapa fue uno de muchos sitios que florecieron en el área de Jalisco-Colima-Nayarit durante el periodo Clásico. La mayoría se caracterizan por tumbas de tiro y arquitectura circular, rasgos que se han utilizado para definir a la tradición Teuchitlán del Occidente (Ramos y López 1996).

Una de las innovaciones más importantes dentro del Occidente en el Clásico tardío fue sin lugar a dudas la metalurgia (Figuras 40a y 40b). Según Hosler (1994a), la tecnología metalurgista que se desarrolló en nuestra zona floreció por espacio de unos 900 años. Los orfebres del Occidente incorporaron

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a su acervo tecnológico elementos introducidos de Centro y Sudamérica, desarrollando a partir de ellos nuevas formas de manejar los materiales. Durante este periodo (la primera de dos etapas de desarrollo metalurgista, que se extienden respectivamente de ca. 600 d.C. a ca. 1200/1300 d.C. y de esta última fecha hasta la conquista española) se usó principalmente el cobre, para elaborar una gama de objetos con las técnicas de vaciado a la cera perdida y de forjado en frío con recocido. Estos artesanos estaban interesados principalmente en hacer artefactos que expresaban sus símbolos sagrados y de estado, más que en las aplicaciones utilitarias de esta tecnología (Hosler 1994b: 45).

Periodo Epiclásico (ca. 700-900) y Postclásico (ca. 900-1521 d.C.)Según Diehl y Berlo (1989), cambios importantes ocurrieron en Mesoamérica durante los mil años anteriores a la conquista española, y muchos de éstos se originaron durante el periodo Epiclásico (ca. 700-900 d.C.). Algunos de ellos simplemente fueron elaboraciones menores de formas ya existentes, mientras que otros tuvieron consecuencias profundas. Algunas de las transformaciones más importantes incluyen: (1) el surgimiento de nuevos centros políticos; (2) movimientos de población; (3) nuevas relaciones comerciales; (4) innovaciones en religión y arquitectura. En Mesoamérica virtualmente todos los centros de poder del Clásico temprano fueron abandonados para fines del siglo VIII de nuestra era. Nuevas comunidades los reemplazaron prontamente, pero los procesos que generaron estos cambios todavía no son bien comprendidos. Lo que sí es claro es que el colapso de Teotihuacán no fue un evento único; ninguno de los centros regionales como Monte Albán, Matacapan, Kaminaljuyú, Cobá, Tikal y otros, sobrevivió la caída de Teotihuacán (Diehl y Berlo 1989: 3).

Una característica de este periodo es la inestabilidad. Los relatos históricos fragmentarios que algunos investigadores piensan se originaron en estos tiempos confirman la evidencia arqueológica de frecuentes migraciones de un tipo u otro. Los movimientos poblacionales a pequeña escala debieron de haber sido frecuentes en todos los tiempos en Mesoamérica, pero en estos dos siglos hubo cambios dramáticos del tamaño de la población, localización de las comunidades y distribución de asentamientos. El comercio a larga distancia en Mesoamérica sufrió importantes modificaciones después de 700 d.C. Ciertas rutas de comercio aumentaron su popularidad a expensas de otras; las redes de Teotihuacán hacia Occidente y Norte de México sufrieron un eclipse, y la restauración del comercio con estas tierras bajo los toltecas en los siglos X y XI aparentemente siguió rutas y direcciones diferentes (Diehl y Berlo 1989: 3-4).

Durante el siglo X de nuestra era la tradición Teuchitlán tuvo un colapso total y definitivo. Este colapso fue precedido por varios siglos de declive aparente (fase Teuchitlán II; ca. 700/900-1000 d.C.). La caída de la tradición Teuchitlán se refleja en la totalidad del inventario cultural; lo más importante es que la configuración arquitectónica de cinco elementos circulares, que sirvió como rasgo distintivo de la tradición, fue abandonada por completo. En vista de que los cambios evidentes en el sistema cultural son tan dramáticos y absolutos, y aparentemente se suscitaron de manera tan rápida, parece razonable suponer que estuvieron en parte auspiciados desde fuera de la región, tal vez relacionados con el surgimiento del imperio tarasco. Ya fuera directa o indirectamente, la presencia de un nuevo actor tan poderoso en el ámbito político del Occidente debió de haber alterado por completo las estructuras socioeconómicas y políticas del área (Weigand 1990b: 215, 220). El colapso de la tradición Teuchitlán ha sido caracterizado por Phil Weigand en los siguientes términos:

[...] el núcleo de la civilización mesoamericana en el Occidente se mudó definitivamente fuera de los distritos lacustres, para no regresar hasta el florecimiento de la ciudad de Guadalajara en los periodos colonial y moderno. Las actividades que caracterizaron a un área nuclear (como la construcción de un área económica clave, implosión demográfica, "monopolios" de recursos escasos, etc.) se colapsaron de manera conclusiva en la región de Ahualulco-Teuchitlán-Tala, para eventualmente resurgir en los distritos lacustres orientales del Occidente de México durante el Postclásico tardío. El surgimiento del imperio tarasco[...] ofrece una crónica de esta transformación (Weigand 1996: 210).Durante el Postclásico temprano (ca. 900-1200 d.C.) el Occidente experimentó un considerable

aumento en la influencia cultural del centro de México. Las tumbas de tiro ya habían dejado de utilizarse desde varios siglos atrás y una nueva tradición puede observarse en el área de Jalisco-Colima-Nayarit. De

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hecho, estas fuertes influencias del centro de México aparecen en Occidente durante el siglo VII, si no es que antes (Meighan 1976: 161), y se caracterizan principalmente por la introducción de conjuntos de montículos y plazas planificados y orientados hacia las direcciones cardinales (Figuras 41, 42, 43, 44, y 45).

Durante el periodo Postclásico en el Occidente es común, en muchas zonas, la cerámica con los elementos estilísticos de la tradición Mixteca-Puebla. Este hecho es señal de una influencia (a partir del 900 d.C.) que pudo haber sido en parte religiosa, en parte militar y en parte mercantil, emanando desde el centro de México. Aunque no se puede hablar de un "imperio", la cerámica, la iconografía, los patrones comunitarios y la mayoría de los objetos manufacturados revelan la influencia del Altiplano central (Meighan 1974: 1259). Para Nicholson (1982: 229) la tradición Mixteca-Puebla es un "horizonte-estilo", pues tiene una distribución temporal limitada, una distribución espacial amplia así como una complejidad estilística y atributos generales únicos. La tradición Mixteca-Puebla es un fenómeno panmesoamericano, apareciendo desde el norte de México hasta Nicaragua (Nicholson 1981: 253; cf. Nicholson y Quiñones Keber 1994).

Uno de los ejemplos mejor conocidos de presencia Mixteca-Puebla en el Occidente es el complejo Aztatlán de Guasave, Sinaloa. De acuerdo con Gordon Ekholm, "considerando simplemente el número de rasgos compartidos entre la cultura del complejo Aztatlán de Guasave y las varias culturas del centro de México, no puede haber duda de la filiación cultural entre ambas áreas" (Ekholm 1942: 126). Otros ejemplos de estilos cerámicos con parecidos al Mixteca-Puebla fueron encontrados en Chametla (Kelly 1938: Figs. 1 y 8) y Culiacán (Kelly 1945: Figs. 19-37 y Lams. 1, 2, 4), ambos en el estado de Sinaloa. Durante el Postclásico temprano, los rasgos Mixteca-Puebla "estaban siendo transmitidos hacia el Occidente de México a lo largo de una ruta bien organizada, vía las cuencas de los ríos Lerma y Santiago. La antigüedad de esta ruta se pudo haber remontado hacia 600 d.C., y su inicio pudo haber estado relacionado con la aparición de la metalurgia en la costa occidental" (Publ 1986: 26).

Según Joseph Mountjoy, Aztatlán fue la cultura arqueológica más difundida en el Occidente, y estuvo asociada con el desarrollo y distribución de tecnologías avanzadas, como la metalurgia y la fabricación de navajas prismáticas de obsidiana, así como en algunos sitios pipas y malacates, tal vez relacionados con el cultivo de tabaco y la industria textil, respectivamente. La decoración de vasijas con diseños "estilo códice", la presencia de cerámica plumbate y el uso de figurillas estilo Mazapa, indican eslabones con las culturas postclásicas del Altiplano central (Mountjoy 1990: 543). La cultura Aztatlán ha sido fechada hacia 800-1400 d.C., y se han encontrado materiales diagnósticos de ella en Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Michoacán y aún en regiones tan lejanas como Durango, Chihuahua y Nuevo México (Mountjoy 1990: 542; cf. Mountjoy 1994b).

Para J. Charles Kelley (2000) los distintos segmentos de la ruta mercantil de Aztatlán participaron en sistemas de comercio regionales desde el Clásico, y en algunos casos desde el Formativo. Durante el Epiclásico y Postclásico temprano hay evidencias de una ruta de comercio que se extendía desde el Valle de México siguiendo el Río Lerma, atravesando el Bajío hasta llegar a Nayarit, con una rama que se extendía hacia el valle de Tomatlán (Jalisco) y seguía por la costa de Jalisco hasta Nayarit. Esta rama se incorporó desde muy temprano en el sistema comercial de Aztatlán (Kelley 2000: 142). Finalmente, el sistema mercantil Aztatlán se vio interrumpido alrededor de 1450-1500 en el área del lago de Chapala, a causa del expansionismo tarasco que cortó sus rutas de comercio (Kelley 2000: 153; ver también Foster 1999).

A partir de esta misma época se desarrolló el periodo II de la metalurgia en Occidente (1200/1300 hasta la invasión española). Tanto el conocimiento técnico como el repertorio de los metalurgistas se expandieron grandemente; empezaron a experimentar con una variedad de aleaciones de cobre, incluyendo bronce de cobre-estaño y de cobre-arsénico, aleaciones de cobre con plata y con oro, y aleaciones ternarias de cobre-arsénico-estaño, cobre-plata-oro, y otras. Las mejoradas propiedades físicas y mecánicas de estos nuevos materiales permitieron a los artesanos refinar y rediseñar los artefactos que antes se habían hecho en cobre. También se explotaron y procesaron nuevos minerales, y se inventaron nuevas técnicas para extraerlos de las menas. Este complejo tecnológico subsecuentemente fue exportado a varias regiones de Mesoamérica (Hosler 1994b: 127).

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En una reciente investigación arqueológica de la cuenca de Sayula (Valdez et al. 1996; Ramírez et al. 2004), se localizaron más de 60 sitios con acumulaciones de restos significativas, además de otro tanto de sitios con vestigios dispersos. Estos probablemente reflejan el patrón de asentamientos generalizado, así como áreas específicas de activad y tránsito (Valdez 1994: 28-29). En la cuenca de Sayula se encuentra uno de los mayores yacimientos de sal dentro de las tierras altas de Mesoamérica. En la época colonial, como probablemente en tiempos prehispánicos, el recurso más importante fue la sal, aunque en la cuenca existen igualmente depósitos de cobre, oro y plata, que pudieron haberse explotado antes de la Conquista (Valdez y Liot 1994: 289). La abundante producción salinera probablemente no fue totalmente para el consumo local, sino que fue exportada a otras regiones del Occidente, como la cuenca de Pátzcuaro.

El Postclásico temprano está asociado en la región del Balsas principalmente con figurillas tipo Mazapa, que podrían definir un "horizonte tolteca". La presencia de objetos de cobre en abundancia indica una importante industria desarrollada en la región, tal vez desde el Clásico final (Cabrera 1986: 133; cf. Hosler 2004). Para el Postclásico había una numerosa población asentada a lo largo del río Balsas. Los asentamientos más grandes se establecieron en el delta, mientras que en los lugares limitados por el encajonamiento del río y por la sierra, no se desarrollaron grandes centros de población, siendo los sitios irregulares o lineales a lo largo del río. Políticamente, algunos núcleos de población dependían de otro mayor, y por su ubicación se piensa que había sitios que regían a otros menores, los que podrían ser sus tributarios. Finalmente, los edificios de carácter ceremonial son basamentos rectangulares formados por piedras y rellenos de tierra; entre estos edificios abundan los de carácter funerario, probablemente para el uso de la comunidad (Cabrera 1986: 134-137).

Según Helen Pollard (1995), durante el periodo Postclásico ocurrió una importante transformación entre las poblaciones de las tierras altas del centro de Michoacán. Por primera vez comunidades previamente autónomas se unificaron políticamente, y la cuenca del lago de Pátzcuaro se transformó en el núcleo geográfico de un Estado expansionista. Las excavaciones realizadas por Pollard (1995, 1996) en el sitio de Urichu, en la cuenca de Pátzcuaro, proporcionan nueva información acerca de este periodo, concretamente sobre la formación del Estado en esa zona. Según Pollard (1995), durante el periodo 1000-1200 d.C. en la cuenca de Pátzcuaro existían 10 comunidades autónomas, cada una organizada internamente de manera estratificada y gobernada por una pequeña elite. Estas sociedades variaban en el tamaño de su población y territorio, así como en el grado de acceso a tierras irrigables, y en el nivel de especialización económica y de complejidad política. En algún momento dentro de este periodo, cambios climáticos menores ocasionaron la subida de nivel del lago, probablemente debido a una mayor precipitación pluvial, aunada a menor evaporación. Como consecuencia de lo anterior, la tierra irrigable se vio reducida (Pollard 1995: cuadro I).

Pátzcuaro y Tzintzuntzan eran los asentamientos de la cuenca que más dependían de la tierra irrigable, por lo cual las elites de guerreros de estos sitios dirigieron a sus poblaciones en la conquista de las poblaciones vecinas, asegurándose de esta manera recursos adicionales, pero también incrementando el grado de desigualdad sociopolítica entre y dentro de las comunidades. Para el año 1350 d.C. todo el tributo y botín de las campañas militares estaba fluyendo hacia Tzintzuntzan, y la cuenca se encontraba unificada tanto en su estructura interna como en su territorio, bajo el control político de la elite residente en esta ciudad (Pollard 1995).

El Imperio Tarasco en el Periodo Protohistórico (ca. 1450-1521 d.C.)A principios del siglo XVI una gran parte del Occidente, casi 75,000 Km.2 en los actuales estados de Michoacán, Guanajuato, Jalisco y Guerrero, estuvo bajo el dominio del Estado tarasco (Pollard 1993), que fue el segundo imperio más poderoso de Mesoamérica después de los aztecas (Figura 46). El Estado tarasco fue el sistema político más complejo que floreció en el Occidente en la época prehispánica, a la vez que uno de los Estados más altamente centralizados de Mesoamérica. La población bajo el dominio del rey tarasco (conocido como irecha, o cazonci) se ha calculado en más de un millón de individuos (Pollard 2003: 78). A continuación se presenta una discusión de dos aspectos de este Estado antiguo que ayudarán al lector a entender su importancia dentro de la historia cultural mesoamericana: la urbanización

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prehispánica en Tzintzuntzan, la capital de tarasca, y el Estado tarasco dentro del sistema mundial mesoamericano.

La Urbanización Prehispánica en TzintzuntzanPocos estudios se han llevado a cabo para explorar el carácter y la naturaleza de la vida urbana prehispánica en la capital de los tarascos, lo cual contrasta marcadamente con otros centros urbanos de Mesoamérica, que han recibido mucha más atención de los investigadores, principalmente sitios del centro de México como Teotihuacán (Millon 1981) y Tula (Mastache et al. 2002). El hecho de que las ciudades prehispánicas del centro de México sean mejor conocidas que sus contrapartes en otras áreas de Mesoamérica ha contribuido a la creación de un prejuicio en la mente de algunas personas, que ven a centros urbanos como Teotihuacán, Tula o Tenochtitlan –con sus peculiares tradiciones regionales y su naturaleza fundamentalmente comercial — como el modelo de lo que debe ser una ciudad mesoamericana. Esto es desafortunado, ya que estos sitios no son en realidad representativos de otras ciudades prehispánicas mesoamericanas (Marcus 1983: 196).

Sanders y Webster (1988) han definido a las ciudades como asentamientos que tienen tres características principales: (1) una gran población; (2) población densa y nucleada; (3) marcada heterogeneidad interna. Aparte hay atributos secundarios que incluyen secularismo, anonimato y movilidad, tanto vertical como espacial. La heterogeneidad se refiere a una gran variedad de formas de vida producida por acceso diferencial al poder y a la riqueza, así como a la afiliación grupal y a los distintos estatus y papeles económicos encontrados entre la población (Sanders y Webster 1988: 521). La información obtenida por investigaciones arqueológicas y etnohistóricas recientes parece indicar que Tzintzuntzan reúne ampliamente los requisitos para ser considerada como centro urbano de gran magnitud y complejidad (Gorenstein y Pollard 1983; Pollard 1993, 2003; Castro Leal 1986).

Las ciudades preindustriales como Tzintzuntzan han sido definidas como "lugares centrales" donde se concentraban varias actividades, que podían ser de naturaleza política, administrativa, económica, o meramente ceremonial o ritual. Tres tipos funcionales de centros urbanos se encuentran en las sociedades preindustriales: ciudad real-ritual, ciudad administrativa y ciudad mercantil (Sanders y Webster 1988: 523). En términos generales, Tzintzuntzan funcionaba como ciudad administrativa y probablemente también como ciudad real-ritual, como se discute posteriormente. Sanders y Webster (1988) definen a la ciudad administrativa como una ciudad cuya principal función es de naturaleza política. Las ciudades administrativas son capitales de Estados, o bien centros administrativos dentro de sistemas políticos que constan de varios centros urbanos. Estas ciudades son extensas y complejas, y los sistemas políticos a los que sirven son grandes, estructurados de forma burocrática, y altamente centralizados. Las ciudades administrativas sirven como lugar de residencia no sólo para la dinastía gobernante y la aristocracia, sino también para una multitud de funcionarios y sus familias, junto con una clase militar profesional. Todos ellos son financiados a partir de los impuestos que se extraen de las comunidades rurales en el territorio bajo el control político de la ciudad. La organización interna de la ciudad está altamente estratificada.

La ciudad prehispánica de Tzintzuntzan floreció en el margen sur del brazo norte del lago de Pátzcuaro. Las tierras ocupadas por este asentamiento en el periodo Protohistórico se localizan en dos zonas ambientales: el margen lacustre y las laderas bajas. Según Pollard (1993), el área cubierta por la ciudad prehispánica fue de por lo menos 6.74 Km2, y su población pudo haber sido entre 25,000 y 35,000 habitantes, con una densidad de 4,452 personas por kilómetro cuadrado en las áreas residenciales (Pollard 1993: 31-33). Pollard (1993) ha identificado tres categorías urbanas distintas dentro de Tzintzuntzan: (1) áreas residenciales; (2) áreas de manufactura; y (3) áreas públicas. A continuación se dicute brevemente cada una de estas zonas.

1. Áreas residenciales. Éstas se identificaron arqueológicamente por la presencia de materiales líticos y cerámicos, que sugieren actividades ligadas a la preparación, servir o almacenamiento de alimentos. Las áreas residenciales del tipo I se interpretaron como barrios de la clase plebeya, habitados por la gente de más bajo estatus de la ciudad.

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Investigaciones en otras áreas de Mesoamérica ha producido datos comparativos que ayudan a comprender el urbanismo de los tarascos. Ejemplo de ello son los sitios de Copilco y Cuexcomate, dos asentamientos aztecas provincianos en el actual estado de Morelos. En estos sitios las casas eran relativamente pequeñas (con un área promedio de 15 m2), y estaban construidas con muros de adobe apoyados sobre cimientos de piedra. Cada casa tenía una variedad de incensarios y de pequeñas figurillas de cerámica relacionadas con rituales domésticos (Smith 1997: 60-61). Estas casas aztecas pudieron haber sido similares a las de sus contrapartes tarascos.

En Tzintzuntzan las áreas del tipo II parecen haberse relacionado con el grupo social de más alto nivel, incluyendo al rey o cazonci y a su familia. Los palacios reales de los tarascos seguramente se parecían a los palacios de los aztecas. En las cortes reales aztecas diariamente convergían cientos de personas, incluyendo visitantes y residentes, miembros de la familia real, cortesanos y sirvientes. El palacio azteca, llamado tecpan, combinaba funciones administrativas, residenciales y de corte, así como actividades relacionadas con el gobierno, la hospitalidad, el ritual y el trabajo cotidiano (Evans 2001).

Las áreas de tipo III en Tzintzuntzan se interpretaron como espacios de estatus intermedio, aunque esto no significa que existía una "clase media" en el sentido moderno. Estas áreas representan el nivel inferior del grupo de mayor estatus dentro de la estructura social de la ciudad.

Los estudios realizados en la ciudad de Tula nos presentan datos que son muy útiles para complementar la escasa información existente sobre el urbanismo tarasco prehispánico. Todas las casas excavadas hasta ahora en Tula son de forma rectangular, tienen una sola planta y varias habitaciones hechas de piedra y adobe, con piso de tierra o de aplanado. Las áreas de actividad identificadas dentro de las casas incluyen cocinas, áreas de preparación de alimentos, áreas para actividades rituales y cuartos subterráneos para el almacenamiento (Healan 1993).

Finalmente, otra área urbana de Tzintzuntzan, la tipo IV, pudo haber estado habitada por un grupo étnico extranjero (probablemente otomí o matlatzinca) (Pollard 1993: 34-42). De hecho, no debe sorprendernos que Tzintzuntzan haya tenido una gran cantidad de residentes permanentes que procedían de otras partes de Mesoamérica, ya que esto era lo acostumbrado en muchas ciudades durante el Postclásico y periodos anteriores. En Tenochtitlan, por ejemplo, había un gran número de residentes de otras partes de la cuenca de México y de otras regiones de Mesoamérica. Entre ellos se encontraban grupos organizados de artesanos, como los lapidarios de Xochimilco, y los pochteca (comerciantes a larga distancia) que estaban ligados étnicamente con poblaciones de la costa del Golfo (Calnek 1976: 288-289). Durante el periodo Clásico, Teotihuacán también tuvo grandes comunidades de "extranjeros" que procedían de Oaxaca (y vivían en el "barrio oaxaqueño" de la ciudad), de la Costa del Golfo y del área maya (Millon 1981: 210; Rattray 1979: 62-66).

Los restos arqueológicos de áreas habitacionales hasta ahora encontrados en Tzintzuntzan han sido bastante pobres, exceptuando las construcciones conocidas como "palacios", que corresponden a las casas de la elite gobernante (Acosta 1939). Dada la escasez de restos arqueológicos, debemos basarnos en las fuentes documentales como la Relación de Michoacán de mediados del siglo XVI (Alcalá 1988) para conocer los distintos tipos de viviendas que usaban los tarascos. Entre estas podemos mencionar las siguientes: (a) palacios: casas relativamente grandes, con varios cuartos y un pórtico; (b) casas de un solo cuarto, agrupadas en varios subtipos según el material de construcción; (c) ranchos, o sea pequeñas chozas circulares construidas a de tules o de otras plantas, donde se pasaba la noche durante las expediciones de cacería en el monte; (d) trojes, construcciones circulares de un solo cuarto usadas para almacenamiento; y finalmente (e) las casas de los sacerdotes, que tenían solamente un gran cuarto y una puerta dividida por postes de madera pintados y esculpidos (Castro Leal 1986: 64-66).

2. Áreas de manufactura. En Tzintzuntzan se han descrito tres tipos de áreas de trabajo de lítica (Pollard 1993). El tipo 1 estaba dedicado a la producción de herramientas, principalmente navajas. En estos lugares los artesanos hacían artefactos básicos, de uso generalizado, que se producían y se utilizaban dentro de las áreas residenciales. En los talleres líticos del tipo 2 se elaboraban navajas burdas de obsidiana, así como lascas y artefactos de uso desconocido que tenían muescas y puntas. También se hacían aquí orejeras, "bezotes", cilindros y discos (Figuras 47 y 48). Finalmente, en los talleres de tipo 3 se encontraron grandes raspadores de obsidiana, aunque la falta de evidencia del procesamiento de este

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material sugiere que estas herramientas se hicieron en algún otro lugar. Entre las tareas que probablemente se llevaban a cabo en estos lugares podemos señalar la preparación de pieles, el trabajo de la madera y el raspado del maguey para hacer pulque (una bebida alcohólica hecha por los indígenas mesoamericanos), entre otras (Pollard y Vogel 1994). Aparte de las zonas de manufactura mencionadas aquí, debieron haber existido muchas áreas asociadas con artesanías como la cestería, la carpintería, el procesamiento de pieles, la elaboración de textiles y muchas otras, cuyos restos arqueológicos hasta el momento no se han identificado.

3. Zonas públicas. La principal zona pública de Tzintzuntzan era la plataforma principal o plaza mayor. En el centro de esta gran plataforma se encuentran seis construcciones de piedra, conocidas como yácatas, que estaban dedicadas al culto religioso. Aparte de esta enorme plaza, hay cuatro sitios identificados como áreas públicas secundarias, que funcionaban como centros religiosos a nivel local (Pollard 1993) (Figuras 49 y 50).

Ningún área de la antigua ciudad parece haber funcionado exclusivamente en un contexto político o administrativo. Por ejemplo, los edificios conocidos como las "casas del rey" tenían una función política, pero también sirvieron como residencia del rey y de su corte, aparte de incorporar funciones políticas y religiosas y otras actividades. Otras áreas públicas mencionadas en la Relación de Michoacán (Alcalá 1988) incluyen las siguientes: la casa de águilas (probablemente reservada para los guerreros); la cárcel, el zoológico, construcciones para almacenar granos, mantas de algodón (usadas como unidad de intercambio en Mesoamérica) y otros bienes de tributo; el juego de pelota, los baños, el mercado y el cementerio (Figuras 51 y 52).

Entre los aztecas había "parques reales" que se reservaban para el uso de la elite. Incluían jardines y zoológicos con todos tipos de plantas y animales, así como construcciones especiales para el juego de pelota y juegos de azar. Otros lugares especiales incluían construcciones para la observación de eclipses y otros fenómenos astronómicos, para disfrutar de la poesía, la música y la danza (Evans 2000). En este sentido, tanto los aztecas como los tarascos estaban compartiendo una tradición urbana mesoamericana.

Los únicos sectores de Tzintzuntzan que parecen haber sido planificados deliberadamente son las áreas de función política y religiosa. Con base en la información arqueológica y etnohistórica (la Relación de Michoacán y los mapas del período colonial), Tzintzuntzan muestra planificación para estructuras individuales y para algunas áreas de actividad, pero no para la ciudad en su conjunto (Pollard 1993: 45-54). Según Marcus (1983), la más simple forma de dicotomía en el estudio de las ciudades preindustriales es entre las planificadas y las no planificadas. Las primeras usualmente tienen componentes rectangulares, calles rectas que forman patrones reticulares y unidades que se repiten siguiendo dimensiones estandarizadas. El mejor ejemplo de una urbe planificada en Mesoamérica es el de Teotihuacán, con sus rectas avenidas, proporciones geométricas y bien organizados conjuntos habitacionales (Millon 1981).

Las ciudades como Tzintzuntzan, que no fueron planificadas, usualmente se caracterizan por un patrón de crecimiento de tipo radial, a diferencia del patrón axial de los centros urbanos planificados. Muchas ciudades mesoamericanas combinaron ambos rasgos, al tener una "ciudad interior" o centro planificado donde se encuentran las estructuras públicas religiosas o seculares, y una periferia o "ciudad exterior" que refleja crecimiento al azar en las zonas residenciales (Marcus 1983: 196). Ejemplos de este tipo de ciudad abundan en el área maya, donde sitios como Copán se dividen en dos componentes básicos: un núcleo urbano densamente habitado (dentro de un radio aproximado de 1 Km. a partir del centro del principal grupo de edificios) que tiene la mayor parte de los conjuntos residenciales de elite, y un sector rural o no-urbano, en el que la densidad poblacional disminuye de manera progresiva conforme uno se aleja del centro. Definitivamente no hay nada que sugiera un patrón reticular para la ciudad de Copán, donde todos los sitios y barrios muestran distribución al azar (Fash 1991: 155-156).

Hay abundante evidencia para la existencia de barrios en Tzintzuntzan durante el periodo Protohistórico. Estas unidades probablemente jugaron un papel para la regulación del matrimonio, a la vez que funcionaron como localidades para realizar actividades religiosas y ceremoniales. Tzintzuntzan tenía 15 barrios en 1593, cada uno con su propia capilla. En 1945 los informantes locales podían recordar 13 y señalar la ubicación de 11 de ellos. Sin embargo, no ha sido posible localizar los barrios del asentamiento

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prehispánico porque ha existido algo de confusión durante los últimos siglos sobre los nombres originales y su localización (Pollard 1993: 59) (Figura 53).

Tzintzuntzan tenía por lo menos 15 unidades endogámicas con funciones ceremoniales, donde los artesanos y otros especialistas se localizaban en sus barrios independientes. De acuerdo con la Relación de Michoacán, había un nivel secundario de división territorial dentro de la ciudad prehispánica, una subdivisión del barrio que constaba de 25 casas y que se usaba para la recolección de impuestos, para la participación colectiva en obras públicas y para la realización de censos (Pollard 1993: 59-60).

Muchas ciudades mesoamericanas estuvieron divididas en sectores o barrios. Tenochtitlan, por ejemplo, estaba dividida en cuatro sectores, que a la vez se subdividían en tlaxillacallis, o barrios, que tenían los mismos nombres que las unidades conocidas como calpullis. Este último término se refiere a grupos sociales corporativos, cuyos miembros compartían la misma ocupación y observaban un ciclo ritual común. En la capital azteca cada barrio estaba subdividido para fines administrativos en grupos de casas (Calnek 1976: 296-297). No hay evidencias de calpullis o de grupos similares en Tzintzuntzan.

Varios siglos antes del periodo que nos ocupa, la ciudad de Teotihuacán aparentemente tuvo barrios similares a los aztecas, y también pudieron haber constituido entidades corporativas que funcionaban como una importante unidad del control estatal y para la organización de actividades locales (Millon 1981: 210). Alrededor de la misma época que Teotihuacán (periodo Clásico temprano, antes de ca. 750 d.C.), la ciudad de Monte Albán, Oaxaca, tenía 15 subdivisiones territoriales, incluyendo la plaza central y sus áreas vecinas. En la mayoría de estas áreas existe evidencia de producción artesanal, como sitios de manufactura donde se producían los siguientes bienes: piedras de molienda (manos y metates), objetos de barro y hachas de piedra, así como artefactos de concha, obsidiana, cuarzo y pedernal. También se han identificado áreas de mercado en Monte Albán, así como espacios rituales y otras áreas donde grandes grupos de gente pudieron haberse congregado (Blanton et al. 1981: 95).

Las funciones políticas y religiosas fueron importantes para el crecimiento de Tzintzuntzan, pero las actividades económicas estuvieron insertadas en otros sistemas o fueron periféricas para la estructura básica del poder. Los centros religiosos y políticos estaban localizados centralmente dentro de la ciudad, además estaban bien demarcados y eran de tamaño relativamente grande en sus estructuras, elementos y áreas. Las áreas comerciales y de manufactura, por otra parte, eran periféricas y espacialmente dispersas, sin planificación aparente. En resumen, el crecimiento inicial de Tzintzuntzan parece haberse generado por factores políticos más que económicos, lo que contrasta marcadamente con otros centros urbanos mesoamericanos como Tenochtitlan o Teotihuacán (Pollard 1993: 62).

Se ha dicho que el Estado tarasco no formó parte integral de la tradición urbana mesoamericana (Pollard 1980: 677), ya que Tzintzuntzan fue su único centro realmente urbano. Este Estado se caracterizó por una red compleja de "lugares centrales" especializados, una situación que deberá tomarse en cuenta cuando se trate de comparar a los sitios tarascos con otras expresiones de la tradición urbana mesoamericana (Figuras 54, 55, y 56).

En un nivel, cada ciudad es única y muestra características que deben explicarse según variables particulares, de acuerdo con sus propios contextos culturales y ambientales. En otro nivel, sin embargo, debemos comparar y generalizar, y esto lo podemos hacer de manera productiva siempre y cuando tomemos en cuenta los procesos fundamentales que afectan el desarrollo urbano en distintos contextos socioculturales (Sanders y Webster 1988: 544-545). Finalmente, las palabras del sociólogo Louis Wright deberán ayudarnos a entender el enorme grado de variabilidad dentro de la tradición urbana presente en las distintas regiones de Mesoamérica, incluyendo al antiguo Michoacán: "... cada ciudad, como cualquier otro objeto de la Naturaleza, es, en un sentido, única..." (Wright 1983: 195, citado por sanders y Webster 1988).

El Imperio Tarasco Dentro del Sistema Mundial MesoamericanoEl concepto del "sistema mundial" aplicado a Mesoamérica (Blanton et al. 1981; Blanton y Feinman 1984; Peregrine 1996; Smith y Berdan 2003; Kepecs et al. 1994) se refiere a entidades políticas y socioeconómicas que por definición abarcan no solamente grandes territorios, sino también una serie de sistemas sociales interrelacionados que muchas veces constituyen civilizaciones por derecho propio.

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Desde el Occidente en un extremo de Mesoamérica hasta el área maya en el otro, hubo congruencia y un cierto grado de continuidad, aunque también pueden observarse importantes contrastes sociales y culturales. Las interacciones dentro del sistema mundial fueron tan intensas que se volvieron de naturaleza simbiótica. La estructura más importante – aunque ciertamente no la única – que mantuvo unificada a la antigua Mesoamérica fue el intercambio (a través del comercio, el tributo y la entrega de regalos) de recursos básicos o escasos. El carácter y la intensidad de estas relaciones son lo que define a un sistema mundial, no los aspectos específicos de la organización cultural (Williams y Weigand 2004) (Figuras 57, 58, y 59).

El Estado tarasco formó parte del sistema mundial mesoamericano, interactuando con otros pueblos de la superárea cultural principalmente a través del comercio. En vista de la gran diversidad ecológica y geográfica de Mesoamérica, el intercambio de productos entre varias regiones fue algo indispensable desde los tiempos más tempranos, ya que ninguna región tenía todos los recursos necesarios para la supervivencia. Las diferencias más notables eran entre las húmedas tierras bajas y las áridas tierras altas (Blanton et al. 1981; Sanders y Price 1968). La extracción de impuestos a través de la conquista de pueblos, así como el comercio, funcionaron desde tiempos tempranos como mecanismos para el intercambio de gente, de información y de bienes entre regiones, en condiciones de fronteras dinámicas y mal definidas entre distintos sistemas sociales (Blanton et al. 1981: 60).

Los mercados regionales también jugaron un papel importante en la economía mesoamericana. En estos mercados podían encontrarse todo tipo de bienes de comercio, desde los mundanos hasta los exóticos. Algunos mercados regionales llegaron a volverse famosos por vender ciertos productos en particular (Hassig 1985: 110). De hecho, el intercambio a larga distancia era una de las actividades económicas más importantes para los Estados mesoamericanos. Esta actividad estaba íntimamente relacionada con el imperialismo, pues los bienes suntuarios tuvieron un papel sociopolítico importante entre las sociedades prehispánicas. El intercambio de bienes de lujo entre las elites del Postclásico tuvo un efecto integrador al alentar la comunicación entre regiones y la estratificación social (Smith 1990: 153-163) (Figuras 60, 61, y 62).

La "economía mundial" mesoamericana estaba basada principalmente en el intercambio de bienes que se consideraban preciosos, y el flujo de estos productos estaba cargado de implicaciones políticas y económicas. Sin embargo, este flujo no puede explicarse enteramente en términos de los deseos de la elite de consumir tales bienes exóticos. Los elementos de lujo con frecuencia tuvieron un papel importante para la acumulación de poder por las elites, a través del control de la redistribución de símbolos de estatus (Blanton y Feinman 1984: 676).

Entre los tarascos el comercio a larga distancia fue un mecanismo institucional por el cual los bienes fluyeron hacia la capital imperial. Los comerciantes a larga distancia estaban auspiciados por el Estado, y su función era obtener bienes escasos o recursos estratégicos que podían encontrarse en los rincones remotos del imperio, o incluso más allá de sus fronteras (Pollard 1993: 119). Entre estos bienes suntuarios estaban los siguientes: cacao, pieles de animales, conchas marinas, plumas finas, turquesa, peyote, cristal de roca, serpentina, ámbar, pirita, jadeita, oro, plata, copal, obsidiana verde, roja y esclavos (Pollard 2003, 1993: 119) (Figuras 63, 64, y 65).

Los mercaderes a larga distancia viajaban regularmente hasta los límites del territorio tarasco, incluyendo Zacatula en la costa del Pacífico y Taximaroa en la frontera con los aztecas (Pollard 2000: 171). Las rutas de comercio durante el Postclásico eran bastante extensas, atravesando todo el territorio mesoamericano. Los pochteca (comerciantes aztecas a larga distancia), por ejemplo, viajaban regularmente desde la cuenca de México hasta Guatemala en el sur y hasta la actual frontera entre México y los Estados Unidos en el norte (Hassig 1985: 116).

De acuerdo con Smith y Berdan (2003: 24), los circuitos de intercambio eran grandes sistemas dentro de los cuales el movimiento de bienes y de ideas era particularmente frecuente e intenso. Este intercambio se veía facilitado por la existencia de "centros de comercio internacional", ciudades o pueblos involucrados en el comercio a larga distancia, o sea entrepots que vinculaban a varios circuitos de intercambio con otras partes del sistema mundial.

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Sin embargo, no todo el comercio estaba sancionado por el Estado. Entre los tarascos había un alto nivel de intercambio entre aldeas en el área del lago de Pátzcuaro y sus contrapartes en las tierras altas, en especial la tierra caliente (la cuenca del río Tepalcatepec). No es claro exactamente cómo tuvo lugar este intercambio, pero las fuentes etnohistóricas no mencionan ningún tipo de intervención por parte del Estado (Beltrán 1982: 165). La red tributaria del Estado tarasco era la más importante institución para obtener todo tipo de recursos naturales. A través de esta red fluían los tributos desde todos los rincones del imperio hasta las arcas reales en Tzintzuntzan. Esta red tributaria estaba centralizada, organizada de manera jerárquica, y era una institución fundamentalmente política con varios niveles, desde las pequeñas aldeas hasta los centros de recolección en los pueblos medianos y finalmente la capital estatal (Pollard 1993: 16: Beltrán 1982: 161-162). Ciertos bienes tributados – por ejemplo artefactos de obsidiana, cerámica fina y objetos de metal (cobre, bronce, plata y oro) – eventualmente se comerciaban en los mercados. Con la posible excepción de los textiles y la comida, que se distribuían ampliamente en ocasiones rituales, la mayoría de los bienes de tributo eran consumidos por la elite gobernante (Beltrán 1982) (Figuras 66, 67, y 68).

Existían otros canales aparte del tributo por los cuales bienes y servicios fluían a través del reino tarasco: el comercio a larga distancia, las tierras agrícolas propiedad del Estado, las minas y el intercambio de regalos. Pero los impuestos – pagados ya fuera en bienes o servicios – eran los más importantes para la economía, ya que contribuían al sostenimiento del aparato estatal. El sistema tributario estaba completamente bajo el control de la dinastía gobernante, que usaba una extensa burocracia para asegurar el oportuno pago de las obligaciones. Los bienes que aparecen con mayor frecuencia en las listas de tributos del siglo XVI son los siguientes: maíz, telas y ropa de algodón, esclavos, víctimas para el sacrificio, servicios domésticos, objetos de metal, armas, frutas tropicales, cacao, algodón sin procesar, guajes, pieles de animales, plumas tropicales, oro, plata, cobre, sal, frijol, chile, conejos, pavos, miel, pulque, plumas y vasijas de cerámica (Pollard 2003).

El principal objetivo de las campañas militares era obtener tributo de los pueblos conquistados. El sistema tributario estaba organizado como una pirámide, con Tzintzuntzan en la cúspide y varias "cabeceras" (pueblos o localidades establecidas para la recolección de impuestos) ubicadas debajo de la capital. Los caciques o jefes locales tenían la obligación de recolectar los impuestos de sus pueblos y aldeas sujetos para enviarlos periódicamente a la capital, bajo la directa supervisión del ocambecha o recolector de tributos (Beltrán 1982: 154-156).

El Estado tarasco interactuaba activamente con sus vecinos, constantemente comerciando materias primas y bienes manufacturados a través de sus fronteras. Los artefactos de metal (principalmente cobre y sus aleaciones) estaban entre los bienes más complejos desde el punto de vista tecnológico, y entre los más altamente valorados por las culturas mesoamericanas. Los objetos de metal eran producidos en Michoacán bajo el control de la elite tarasca, y su distribución por todo Mesoamérica es prueba de la participación de los tarascos dentro del sistema mundial mesoamericano (Pollard 1987).

Las estrategias imperiales de los aztecas tuvieron consecuencias económicas, militares y políticas más allá de los confines de su territorio. En el Occidente, por ejemplo, estas consecuencias fueron principalmente de tipo militar. Los tarascos tuvieron que fortificar sus fronteras con los territorios aztecas, y estar constantemente alertas ante las posibles incursiones enemigas. Sin embargo, esto no evitó la existencia del intercambio entre estos dos sistemas políticos; de hecho, varios bienes de comercio valiosos, como la turquesa, el cobre y la obsidiana, entre muchos otros, se movían a través de los límites territoriales de ambos Estados. Aparentemente, se permitió que el comercio y otros tipos de interacción siguieran operando a pesar de las hostilidades y la guerra. La frontera entre aztecas y tarascos fue permeable al comercio, y el intercambio coexistió con la guerra y los conflictos políticos (Smith 2003).

La estrategia de frontera entre ambos sistemas políticos consistió en establecer fortalezas militares (Hernández Rivero 1994; Armillas 1991), guarniciones de guerreros y asentamientos coloniales en las regiones fronterizas (Silverstein 2001). Los aztecas se limitaron a mantener la frontera con los tarascos en equilibrio, estableciendo una serie de Estados clientes, o provincias estratégicas, a lo largo de la frontera (Berdan y Smith 2003).

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La tecnología de transporte en la antigua Mesoamérica fue bastante rudimentaria. Los costos relacionados con el transporte terrestre eran bastante altos, ya que la falta de bestias de carga significaba que todo tenía que moverse sobre la espalda de cargadores humanos, conocidos como tlamemes. No sabemos con exactitud la cantidad máxima de carga que uno de estos cargadores podía llevar a cuestas, pero la información etnohistórica sugiere que en el siglo XVI un tlameme típico podría cargar unas dos arrobas (aproximadamente 23 Kg.) a una distancia de cinco leguas (alrededor de 21-28 Km.) antes de ser reemplazado (Hassig 1985: 28-32). En Michoacán cada tlameme llevaba entre 20 y 30 lingotes de cobre, con un peso total de entre 32 y 37 Kg., a una distancia de 21-43 Km. (Pollard 1987: 748-750). Estas cifras, sin embargo, deben usarse con cuidado, ya que hay mucha variación en las cargas registradas en los documentos coloniales y las distancias también variaban mucho, dependiendo de factores como el tipo de terreno (montañas, barrancas, selva, bosque, desierto, etc.), las condiciones climáticas y otros factores que podrían limitar la circulación de los porteadores (Hassig 1985: 33).

El intercambio en los mercados mesoamericanos se facilitaba por el uso de varios tipos de "moneda", como semillas de cacao, mantas de algodón y "hachas- moneda" hechas de cobre o de bronce, que servían como unidades de intercambio y como unidades estandarizadas para almacenar la riqueza. La existencia de estas formas de "dinero" en el sistema mundial mesoamericano indica un alto nivel de comercialización de la economía durante el periodo Postclásico, así como un cierto grado de estandarización de los procesos de intercambio a través de todo Mesoamérica (Smith y Berdan 2003).

De acuerdo con Pollard (1993: 113), la cuenca de Pátzcuaro carece de fuentes naturales de sal, de obsidiana, de pedernal y de cal, productos que se usaban en la mayoría de los hogares durante el periodo Protohistórico. El área nuclear del Estado tarasco en el siglo XVI no era una unidad económica viable, sino que subsistía gracias al intercambio de bienes y servicios en contextos regionales y supraregionales (Pollard 1993: 113). La sal, por ejemplo, era un recurso estratégico usado en la dieta y en la preservación de alimentos, aparte de muchas aplicaciones industriales como el teñido de textiles. Como ya se mencionó, este vital recurso tenía que traerse de los más remotos rincones del imperio; de hecho había principalmente tres áreas productoras de sal, que estaban ya fuera bajo el control directo del Estado o bien conectadas a la capital por medio de las redes de comercio y tributación: el lago de Cuitzeo (Williams 1999a, 1999b), la cuenca de Sayula, Jalisco (Valdez y Liot 1994; Weigand 1993) y la costa de Michoacán (Williams 2002, 2003, 2004).

Un reciente estudio de la producción salinera en la cuenca de Cuitzeo reveló la existencia de no menos de 11 comunidades productoras de sal o que la pagaban como impuesto (Williams 1999b, Figura 2), que entregaban a la corona española distintas cantidades de sal cada 20 ó 30 días (Williams 1999b, Cuadro 1). La cuenca de Cuitzeo, que tenía aparte de sal abundantes depósitos de obsidiana de la mejor calidad (Healan 2004), estaba firmemente bajo el control político de los tarascos. La situación en el lago de Sayula hacia el oeste fue bastante diferente, ya que el Estado tarasco tuvo que librar guerras de conquista en varias ocasiones para incorporar esta área a su territorio (Brand 1971: 637). Entre los hallazgos arqueológicos realizados en San Juan de Atoyac, un sitio dentro de la cuenca de Sayula, podemos mencionar muchos entierros con ofrendas de estilo tarasco: vasijas de cerámica, artefactos de metal (hachas, cinceles, cascabeles) y símbolos de status como pinzas de bronce y orejeras y bezotes de obsidiana. Los investigadores que estudiaron estas evidencias concluyeron que son prueba de la presencia de miembros de la elite tarasca en el área. Las excavaciones en esta parte de la cuenca de Sayula descubrieron muchos objetos representativos de contextos domésticos de cultura tarasca. Las fuentes históricas mencionan que los depósitos salinos del lago de Sayula fueron la razón que trajo a los michoacanos a la región. El Estado tarasco estaba tratando de ampliar su base de recursos al dominar áreas que contaban con recursos estratégicos, como la sal, que hacían falta en la zona nuclear tarasca (Valdez y Liot 1994: 302-305). Otros bienes escasos o estratégicos encontrados en la cuenca de Sayula incluyen cobre, estaño y varios tipos de arcillas y rocas (Valdez et al. 1996: 330, ver también Weigand 1993), al igual que muchas plantas silvestres con aplicaciones industriales o medicinales; un total de 124 de estas se han documentado en la región (Valdez et al. 1996: 333).

Finalmente, la costa noroccidental de Michoacán y las regiones vecinas de Colima deben mencionarse como regiones donde se producían grandes cantidades de sal, al igual que muchos otros

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recursos básicos y de lujo, como pescado, conchas marinas, etcétera. Con base en las cifras de producción reportadas por informantes locales para el periodo anterior a 1950, la totalidad de la zona costera debió haber producido cientos de toneladas de sal, misma que se intercambiaba o se pagaba como tributo al Estado tarasco (Williams 2003).

Como hemos visto, el Estado tarasco fue parte del sistema mundial mesoamericano, e interactuó con otras regiones de Mesoamérica principalmente a través del comercio a larga distancia. Si bien las relaciones con los aztecas frecuentemente fueron hostiles, esto no impidió la existencia de importantes redes de comercio entre ambos Estados. Este comercio incluyó varios de los más codiciados bienes de elite, que se producían ya fuera dentro del territorio tarasco, como los objetos de metal (Pollard 1987), o que eran transportados bajo la protección del rey de los tarascos, como la turquesa, que venía de más allá de las fronteras norteñas de Mesoamérica (Weigand 1995).

El legado prehispánico de los tarascos está conformado por un rico registro arqueológico y etnohistórico, que ilustra el importante papel jugado por los pueblos del Occidente en el desarrollo de la civilización mesoamericana.

Comentarios FinalesAl igual que el resto de los pueblos mesoamericanos, las culturas del Occidente experimentaron enormes cambios culturales y sociales durante el periodo Postclásico. Sin embargo, fue con la llegada de los españoles en el siglo XVI que se dio el colapso final de la mayoría de las culturas nativas del sistema mundial mesoamericano. La primer noticia en Michoacán de la llegada de los españoles a México se tuvo con la aparición de una embajada azteca en la corte tarasca (a finales de 1519) que buscaba la ayuda del rey o cazonci para repeler a los españoles (Martínez 1989: 7). Posteriormente el rey tuvo noticias sobre el poderío militar de los invasores, con sus caballos y armas de fuego, por lo que consideró inútil oponer resistencia, negándose a proporcionar ayuda a los aztecas (Warren 1989: 25-26). Eventualmente el dirigente tarasco se sometió dócilmente al dominio español; esta acción tuvo varias razones: el cazonci no estaba muy firme en su trono, pues había una lucha interna entre él y sus jefes principales; por otra parte, sabía de la superioridad táctica de los invasores, habiendo escuchado sobre las terribles matanzas que se habían escenificado en la capital azteca (Warren 1989: 365).

Para principios de 1530 la conquista de Michoacán prácticamente se había consumado; el 14 de febrero de ese año el cazonci fue condenado a muerte y ejecutado (Warren 1989: 332). En los siguientes años las demás gentes nativas del Occidente fueron cayendo una a una ante el poderío de los invasores; de esa manera se cerró un capítulo de la historia de Mesoamérica.