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MISIONEROS DE LA COMPAÑÍA DE MARÍA MONFORTIANOS HOY Santafé de Bogotá - 1995 Decreto Presentación REGLA FUNDAMENTAL I. Súplica ardiente II. Regla de los Sacerdotes Misioneros de la Compañía de María III. A los Asociados de la Compañía de María CONSTITUCIONES Y ESTATUTOS I. Inspiración monfortiana II. Misión de la Compañía

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MISIONEROS DE LA COMPAÑÍA DE MARÍA

MONFORTIANOS HOY

Santafé de Bogotá - 1995

Decreto

Presentación

REGLA FUNDAMENTAL

I. Súplica ardienteII. Regla de los Sacerdotes Misioneros de la Compañía de María

III. A los Asociados de la Compañía de María

 CONSTITUCIONES Y ESTATUTOS

I. Inspiración monfortianaII. Misión de la Compañía

III. Vida religiosa apostólicaIV. La formación para la vida monfortiana

V. GobiernoVI. Finanzas

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  SACRA CONGREGATIO

PRO RELIGIOSIS

 ET INSTITUTIS SAECULARIBUS

Prot. n. L. 15 - 1/83

 DECRETO

Compañía de María (Misioneros Monfortianos), cuya casa generalicia está en Roma, tiene como finalidad contribuir a la instauración del Reino de Jesús por María, gracias a su apostolado misionero entre creyentes y no creyentes.

En obediencia a los decretos del Concilio Vaticano II y a las normas de la Iglesia, la Compañía ha elaborado un nuevo texto de Constituciones, que el Superior General, de acuerdo con el voto del capítulo, presentó a la Santa Sede para alcanzar su aprobación,

La Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos seculares, tras someter el texto al estudio de los Consultores, habida cuenta del voto favorable del Congreso, aprueba y confirma mediante el presente decreto el texto modificado por el susodicho Congreso, conforme al ejemplar en lengua francesa conservado en sus Archivos, a condición de que se observe lo que ha de observarse según el derecho.

La mencionada Congregación aprueba igualmente, como texto legislativo la «Regla Fundamental» que precede a las Constituciones y consta de tres escritos del Fundador, de tal forma que en cuanto a las normas, las Constituciones tengan la prioridad; pero, en cuanto a los principios, la tenga la Regia.

Esta Sagrada Congregación augura que, gracias a la fiel observancia de estos textos, se realice el más vivo anhelo del Fundador: «Que el Señor se sirva de sus Misioneros Monfortianos para formar una Compañía de guardias personales..., a fin de que todos le rindan gloria en su templo» (SA 30).

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Dado en Roma, el 24 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor, del año de 1984.

E. Card. Pironio, Pref.

+ Agustín Mayer, O.S.B., Secr.

 PRESENTACION

El vino nuevo del Reino de Dios requiere odres nuevos. La audacia y celo apostólicos de Montfort invitan sin cesar a la Compañía de María a buscarse un estilo de vida, una misión y estructuras que consoliden su compromiso y ardor misioneros.

La Compañía anhelada por Montfort es una comunidad apostólica, una comunidad cuyas estructuras vitales se hallan en relación estrecha con el apostolado (ver C 71), «una comunidad en la que todos llevamos las cargas unos de otros, en la que todos vivimos de la comunión en el mismo carisma» (C 72). Precisamente para permanecer fiel a la intuición misionera de Montfort su Compañía de María debe mantenerse constantemente a la escucha de los signos de los tiempos y de la voz del Espíritu. Como Congregación debemos comprometernos a hacer crecer sin cesar la unidad y la eficacia apostólicas con nuestra proclamación del Reino de Jesús por María.

Esta nueva redacción de Monfortianos Hoy comprende las adaptaciones a las Constituciones y a los Estatutos generales que pidieron los Capítulos generales de 1987 y 1993. Dichas modificaciones han recibido la aprobación de la Congregación para los Institutos de Vida consagrada y Sociedades de Vida apostólica, el 13 de junio de 1994.

Más en profundidad, esta nueva edición de Monfortianos Hoy nos vincula estrechamente a la visión fundadora de san Luis de Montfort, expresada en la Regla Fundamental, al igual que a la tradición viviente de la Compañía en el curso de los siglos y a los esfuerzos hechos durante cerca de treinta años con el fin de renovar la Congregación según las orientaciones del Concilio Vaticano II.

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Es deber nuestro, vivir acordes con nuestra Regla fundamental, nuestras Constituciones y Estatutos en actitud auténticamente monfortiana de conversión permanente, y traducirlas en lo concreto de nuestras comunidades y diferentes ministerios. Como comunidad de hermanos debemos aprender a vivir y trabajar juntos, a vivir y trabajar por Dios Solo.

¡Que la oración de san Luis María y de la beata María Luisa de Jesús, y la intercesión de María, Reina de los Apóstoles, nos conserven fieles a nuestra vocación misionera!

                                                                                                                                                              Roma, agosto 15 de 1994,

fiesta de la Asunción de la Virgen María.

                                                                                                                                                                 William Considine, s.m.m.                                                                                                                                                                         Superior general

ADVERTENCIA PRELIMINAR SOBRE EL TEXTO

1. Regla fundamental y citas de Montfort

El texto del Tríptico, comparado atentamente con el original, es absolutamente fiel al manuscrito trazado por la mano de nuestro santo Fundador.

Las siglas de los escritos del P. de Montfort corresponden a las de las «Obras» en español (BAC 451, Madrid, 1984).

ACM A los Asociados de la Compañía de María

C Cartas

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CM Carta a los habitantes de Montbernage

RM Regla de los Sacerdotes Misioneros, de la Compañía de María

SA Súplica Ardiente

SM Secreto de María

VD Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen

Citas bíblicas

En el Tríptico, Montfort utiliza la versión de la Vulgata, cuando era imprescindible para la argumentación o cuando no existe texto correspondiente al original. Para el resto del volumen, hemos tomada las citas bíblicas de la «Nueva Biblia Española» o también «Biblia del Peregrino», versión del p. Luis Alonso Schöckel, s.j., y su equipo de colaboradores. Las siglas para las referencias bíblicas son las utilizadas en dicha versión.

PRIMERA PARTE

REGLA FUNDAMENTAL

                                                                                     I - SÚPLICA ARDIENTE... MEMENTO

A. Introducción

1. Acuérdate, Señor, de tu Congregación,

acuérdate de esta familia de evangelizadores

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que poseíste desde el comienzo (Sal 74,2).

Tú la llevabas en la mente

y pensabas en ella desde la eternidad.

Tú la tenías en las manos,

cuando con tu palabra creaste el universo.

Tú la poseías en tu corazón cuando tu Hijo amado,

al morir en la cruz, la rociaba con su sangre,

la consagraba con su muerte

y la confiaba al cuidado de su Madre santísima.

2. Escucha, Señor,

los designios de tu misericordia.

Suscita a los hombres de tu diestra.

Aquellos que mostraste en visión profética

a algunos de tus mayores servidores,

como san Francisco de Paula,

san Vicente Ferrer, santa Catalina de Siena

y tantas otras grandes almas del último siglo

y aun del presente.

B. Súplica al Padre

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3. Dios omnipotente, acuérdate de esta familia tuya.

Pon en juego la omnipotencia de tu brazo

–no menguado– para sacarla a la luz

y llevarla a su perfección.

Renueva los prodigios, repite los portentos (Eclo 36,6).

Haz que sintamos la ayuda de tu brazo.

¡Oh Dios soberano, que de piedras toscas

puedes formar otros tantos hijos de Abraham!,

pronuncia como Dios una sola palabra

para enviar buenos obreros a tu mies

y excelentes misioneros a tu Iglesia.

4. Dios de bondad,

acuérdate de tus antiguas misericordias

y, gracias a ellas, acuérdate de esta familia tuya.

Acuérdate de las reiteradas promesas

que nos has hecho, a través de tus profetas

y de tu propio Hijo,

de escuchar nuestras justas peticiones.

Acuérdate de las plegarías

que te han hecho tus siervos y siervas

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desde hace tantos siglos.

Que sus votos, sus sollozos,

sus lágrimas y su sangre derramada

lleguen hasta ti

para implorar poderosamente tu misericordia.

Pero, sobre todo, acuérdate de tu Hijo:

mira el rostro de tu Ungido (Sal 84,10).

Su agonía, su confusión y su queja amorosa

en el Huerto de los Olivos cuando dijo:

¿qué ganas con mi sangre? (Sal 30,10).

Su muerte cruel y la sangre que vertió

te imploran a gritos misericordia,

a fin de que por medio de esta Congregación

se establezca su imperio

sobre las ruinas del de sus enemigos.

5. Acuérdate, Señor, de tu familia santa,

en los efectos de tu justicia:

Es hora de que actúes, Señor:

han quebrantado tu voluntad (Sal 119,126).

¡Es hora de realizar tus promesas!

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¡Tu ley divina es quebrantada!

¡Tu Evangelio, abandonado!

¡Torrentes de iniquidad inundan toda la tierra

y arrastran hasta a tus mismos servidores!

¡La tierra entera se halla desolada! (Jr 12,1l).

¡La impiedad se asienta en el trono!

¡Tu santuario es profanado

y la abominación impera hasta en el lugar santo! (Dn 9,27; cf. Mt 24,15; Mc 13,14).

¿Lo dejarás todo así abandonado,

Señor de la justicia, Dios de las venganzas?

¿Vendrá a ser todo, en definitiva,

como Sodoma y Gomorra?

¿Permanecerás siempre callado?

¿Seguirás soportándolo todo?

¿No es necesario, acaso, que se haga tu voluntad

en la tierra como en el cielo

y que venga tu reino?

¿No has mostrado de antemano

a algunos de tus amigos

una renovación futura de tu Iglesia?

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¿No han de convertirse los judíos a la verdad?

¿No espera esto la Iglesia?

¿No te piden a gritos los santos del cielo:

“¡justicia!, ¡venganza!”? (Ap 6,10).

¿No te dicen todos los justos de la tierra:

“¡Amén! ¡Ven, Señor!”? (Ap 22,20).

Todas las criaturas, aun las más insensibles,

gimen bajo el peso

de los innumerables pecados de Babilonia

y piden tu venida para restaurarlo todo:

la creación entera gime... (Rm 8,22).

C. Súplica al Hijo

6. Señor Jesús: acuérdate de darle a tu Madre

esta nueva familia, para renovarlo todo por Ella

y llevar por Ella a plenitud los años de la gracia

como los has comenzado por Ella.

Da hijos y servidores a tu Madre,

que si no, me muero (Gn 30,1).

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Para tu Madre imploro.

Acuérdate de sus entrañas y de sus pechos

y no me rechaces.

Recuerda de quién eres Hijo

y escucha mi plegaria.

Acuérdate de lo que Ella es para ti

y de lo que tú eres para Ella,

y colma mis anhelos.

¿Qué te estoy pidiendo?

Nada en mi favor, todo para tu gloria.

¿Qué te estoy pidiendo? 

Lo que tú puedes, incluso –me atrevo a decirlo–

lo que tú debes concederme

como Dios verdadero que eres, a quien

se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra,

y como el mejor de todos los hijos,

que amas infinitamente a tu Madre.

7. ¿Qué te estoy pidiendo?

misioneros libres con tu libertad,

desapegados de todo: sin padre, sin madre,

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sin hermanos, sin hermanas,

sin parientes según la carne,

sin amigos según el mundo,

sin bienes, sin estorbos ni preocupaciones,

y hasta sin voluntad propia.

8. Evangelizadores:

esclavos de tu amor y de tu voluntad;

hombres según tu corazón,

que, sin voluntad propia

que los manche o los detenga,

cumplan tus designios

y arrollen a todos tus enemigos,

como otros tantos Davides,

con el báculo de la cruz

y la honda del santo Rosario en las manos.

9. Nubes levantadas de la tierra

y llenas de celestial rocío,

que vuelen sin obstáculos por todas partes

al soplo del Espíritu Santo.

A ellos, en parte, veían los profetas

cuando preguntaban:

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¿Quiénes son éstos que vuelan como nubes? (Is 60,8).

Iban a donde el Espíritu los empujaba (Ez 1,12).

10. Hombres siempre disponibles,

siempre prontos a obedecerte

a la voz de sus superiores, como Samuel:

¡Aquí estoy! (1Sam 3,16).

Siempre prontos a correr

y sufrirlo todo contigo y por tu causa,

como los apóstoles:

Vamos también nosotros a morir con Él (Jn 11,16).

11. ¿Qué te estoy pidiendo?

Verdaderos hijos de María,

tu Madre santísima,

engendrados y concebidos por su amor,

llevados en su seno,

pegados a sus pechos, alimentados con su leche,

educados por su maternal solicitud,

sostenidos por su brazo

y enriquecidos con sus gracias.

12. Verdaderos servidores de la santísima Virgen

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que, como otros tantos Domingos,

vayan por todas partes,

con la antorcha brillante y encendida

del santo Evangelio en la boca

y el santo Rosario en la mano,

que ladren como perros, quemen como brasas

e iluminen las tinieblas del mundo como soles;

y que, gracias a una auténtica devoción a María,

es decir, interior sin hipocresía,

exterior sin crítica,

prudente sin ignorancia,

tierna sin indiferencia,

constante sin altibajos y santa sin presunción...,

aplasten dondequiera que vayan

la cabeza de la antigua serpiente,

a fin de que la maldición que tú le lanzaste

se cumpla en totalidad:

Pongo hostilidad entre ti y la mujer,

entre tu linaje y el suyo;

él herirá tu cabeza (Gn 3,15).

13. Cierto es, Dios soberano,

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que el demonio pondrá, como lo predijiste,

tremendas asechanzas

al calcañar de esta mujer misteriosa,

es decir, de esta humilde familia de hijos suyos

que aparecerán hacia el fin del mundo;

y que habrá terribles enemistades

entre esta bendita posteridad de María

y la raza maldita de Satanás.

Pero es una enemistad totalmente divina,

la única de que tú eres autor: 

Pongo enemistad: Combates y persecuciones

que los hijos de la raza de Belial

desencadenarán contra la raza de tu santa Madre

y que sólo servirán para hacer brillar más

el poder de tu gracia, la fuerza de su virtud

y la autoridad de tu Madre,

a quien encomendaste desde el principio

la misión de aplastar a aquel orgulloso

por la humildad de su corazón y su talón:

Ella te aplastará la cabeza.

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14. Que si no, ¡me muero!

¿No es, acaso, preferible morir que verte,

Dios mío, tan cruel e impunemente ofendido

y hallarme día a día en mayor peligro

de ser arrastrado por los torrentes de iniquidad

que siguen creciendo?

¡Mil muertes me serían más tolerables!

¡Envíame socorro desde el cielo o recoge mi vida!

Si no tuviera la esperanza de que tarde o temprano

escucharás a este pecador –en interés de tu gloria–

como has escuchado a tantos otros:

Si el afligido grita, el Señor lo escucha (Sal 34,7),

te pediría con un profeta en forma absoluta:

¡Quítame la vida! (1Re 19,4).

Pero la confianza que tengo en tu misericordia

me hace decir con otro profeta:

No he de morir; viviré

para contar las hazañas del Señor (Sal 118,17).

Hasta que pueda exclamar con Simeón:

Ahora, Señor, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz,

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porque mis ojos han visto... (Lc 2,2930).

D. Súplica al Espíritu Santo

15. Espíritu Santo, acuérdate

de producir y formar hijos de Dios con María,

tu divina y fiel Esposa.

Tú formaste con Ella y en Ella

la Cabeza de los predestinados.

Con Ella y en Ella debes formar también

a todos sus miembros.

Tú no engendras a ninguna Persona divina

dentro de la divinidad.

Pero sólo tú formas a todas las personas divinas

fuera de la divinidad.

Y todos los santos que ha habido,

y habrá hasta el fin del mundo,

son otras tantas obras de tu amor unido a María.

16. El reino especial de Dios Padre

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duró hasta el diluvio,

y terminó en un diluvio de agua.

El reino de Jesucristo

culminó en un diluvio de sangre.

Pero tu reino, Espíritu del Padre y del Hijo,

continúa actualmente y culminará

en un diluvio de fuego, de amor y de justicia.

17. ¿Cuándo vendrá ese diluvio de fuego,

de amor puro,

que tú debes encender en toda la tierra,

de manera tan suave y vehemente,

que todas las naciones

–los turcos, los idólatras, los mismos judíos–

se inflamarán en él y se convertirán?

Nada se libra de su calor (Sal 19,7).

Que se inflame ese fuego divino,

que Jesucristo vino a traer a la tierra (cf. Lc 12,49),

antes de que tú enciendas el de tu cólera,

que reducirá toda la tierra a cenizas:

Envía tu Espíritu y serán creadas las cosas

y repoblada la faz de la tierra (Sal 104,30).

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Sí, envía a la tierra tu Espíritu, que es todo fuego,

para crear en ella sacerdotes

y evangelizadores totalmente de fuego,

por cuyo ministerio quede renovada

la faz de la tierra y tu Iglesia sea reformada.

18. Acuérdate de tu familia:

es un equipo, una asamblea, una selección,

un grupo escogido de predestinados

que debes formar en el mundo y de en medio de él:

Yo los elegí de en medio del mundo (Jn 15,19).

Es un rebaño de pacíficos corderos

que debes reunir en medio de tantos lobos;

una compañía de castas palomas y águilas reales

en medio de tantos cuervos;

un enjambre de abejas en medio de tantos zánganos;

una manada de ágiles ciervos

en medio de tantas tortugas;

un escuadrón de leones valerosos

en medio de tantas liebres tímidas.

¡Oh Señor, reúnenos de entre las gentes! (Sal 106,47).

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Congréganos, reúnenos

para que se dé toda la gloria

a tu nombre santo y poderoso.

E. La Compañía de María

19. Tú anunciaste esta humilde familia de María

a tu profeta que habla de ella

en términos muy oscuros y misteriosos,

pero totalmente divinos:

Derramaste en tu heredad, oh Dios,

una lluvia copiosa,

aliviaste la tierra extenuada;

y tu rebaño habitó en la tierra

que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

El Señor pronuncia un oráculo,

millares pregonan la alegre noticia:

“Los reyes, los ejércitos van huyendo;

las mujeres reparten el botín.

Mientras reposabais en los apriscos,

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las alas de paloma se cubrieron de plata,

el oro destellaba en su plumaje.

Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes, 

la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío.”

Las montañas de Basán son altísimas,

las montañas de Basán son escarpadas;

¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,

del monte escogido por Dios para habitar,

morada perpetua del Señor? (Sal 68,1017).

20. ¿Cuál es, Señor, esa lluvia copiosa

que has preparado y escogido

para tu heredad debilitada?

– Son esos santos misioneros,

hijos de María, tu Esposa,

que debes reunir

y separar del común de las gentes

para bien de tu Iglesia

tan debilitada y manchada

por los crímenes de sus hijos.

21. ¿Quiénes son esos animales

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y esos pobres que morarán en tu heredad

y serán alimentados en ella

con la dulzura divina que tú les has preparado?

– Son esos pobres misioneros

abandonados a la Providencia,

que rebosarán de tus delicias divinas:

son aquellos animales misteriosos de Ezequiel (cf. Ez 1,5-14),

que tendrán la humanidad del hombre

por su caridad desinteresada

y bienhechora para con el prójimo;

la valentía del león por su santa cólera

y su celo ardoroso y prudente

contra los demonios, hijos de Babilonia;

la fuerza del buey por sus trabajos apostólicos

y su mortificación corporal;

y, en fin, la agilidad del águila,

por su contemplación en Dios.

Sí, tales serán los misioneros

que tú quieres enviar a tu Iglesia:

tendrán ojos de hombre para con el prójimo,

ojos de león contra tus enemigos,

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ojos de buey contra sí mismos y

ojos de águila para ti.

22. Siendo imitadores de los apóstoles,

predicarán con fuerza y poder

tan grandes y ostensibles,

mediante su testimonio y el vigor de su palabra,

que convertirán las almas y los corazones

en los lugares en donde prediquen.

A ellos y ellas les darás tu palabra,

tu misma boca y sabiduría,

a las que ninguno de sus enemigos

podrá resistir (Lc 21,15).

23. Entre esos predilectos,

tú como Rey de las virtudes

de Jesucristo, el Predilecto,

hallarás tus complacencias,

pues ellos no tendrán en sus misiones

otra finalidad que la de darte la gloria

de los despojos que arrebatarán a sus enemigos.

24. Por su abandono a la Providencia

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y su devoción a María,

tendrán las alas plateadas de la paloma;

es decir, la pureza de la doctrina

y de las costumbres;

y su espalda dorada:

es decir, una perfecta caridad con el prójimo

y un inmenso amor a Jesucristo

para cargar con su cruz.

25. Tú solo, como Rey de los cielos y de los reyes,

separarás del común de las gentes

a esos misioneros como a otros tantos reyes

para volverlos más blancos que la nieve

sobre el Monte Umbrío, monte de Dios,

monte abundante y fértil, monte fuerte y macizo,

monte en el que Dios se complace

y en el que habita y habitará hasta el fin.

¿Quién es, Señor, Dios de verdad,

ese monte misterioso del que nos dices

tantas maravillas?

– Es María, tu querida Esposa,

cuyos cimientos has colocado

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sobre las cumbres de las más altas montañas.

¡Dichosos una y mil veces los sacerdotes

que de manera especial

has escogido y predestinado para morar contigo

en este monte abundante y divino! (Sal 87,1),

a fin de que se conviertan en reyes de la eternidad

por su desprecio de la tierra

y su elevación en Dios;

a fin de que se hagan más blancos que la nieve

por su unión con María, tu Esposa,

toda hermosa, toda pura e inmaculada;

a fin de que se enriquezcan allí

del rocío del cielo y la fertilidad de la tierra,

de todas las bendiciones temporales y eternas

de que María está colmada (cf. Gn 27,28).

Desde lo alto de este monte, al igual que Moisés,

por sus súplicas ardientes,

lanzarán dardos contra sus enemigos

para derrotarlos o convertirlos (cf. Ex 17,8-13).

En este monte aprenderán

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de la boca misma de Jesucristo,

que siempre mora allí,

la inteligencia de sus ocho bienaventuranzas.

En este monte divino

serán transfigurados con Él como en el Tabor,

morirán con Él como en el Calvario,

resucitarán con Él cada día

en la vivencia del Evangelio

y la celebración del misterio pascual,

y con Él subirán al cielo en la ascensión diaria,

como desde el monte de los Olivos.

F. Conclusión

26. Acuérdate de tu familia.

Es tuya: a ti solo toca formar, por tu gracia,

esta familia de evangelizadores.

Si el hombre es el primero

en meter en ello la mano, nada se hará;

y si mezcla de lo suyo contigo,

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todo lo echará a perder y lo arruinará todo.

Es tu nueva familia;

sí, es tu obra, Dios soberano.

Realiza tus designios totalmente divinos:

junta, reúne de todos los lugares de tu imperio

a tus elegidos y elegidas para formar con ellos

un verdadero ejército contra tus enemigos.

27. Mira, Señor, Dios de los ejércitos:

los capitanes que forman compañías completas,

los potentados que organizan ejércitos numerosos,

los navegantes que equipan flotas enteras,

los mercaderes que se congregan en gran número

en ferias y mercados.

¡Cuántos ladrones, impíos, borrachos y libertinos

se reúnen en tropel contra ti todos los días,

con tanta facilidad y presteza!

Un silbido, un redoble de tambor,

una espada embotada que muestren,

una rama seca de laurel que prometan,

un trozo de tierra roja o blanca que ofrezcan...,

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en tres frases: un humo de honra,

un interés de nada,

un miserable placer de bestias

que salte a la vista,

al instante aglomera ladrones,

agrupa soldados, junta batallones,

congrega mercaderes, colma casas y mercados

y cubre tierras y mares

de muchedumbres innumerables de réprobos;

quienes, aunque divididos entre sí

por las distancias geográficas,

las diferencias de temperamento

o el propio interés,

se unen, no obstante, hasta la muerte

para hacerte la guerra

bajo el estandarte y dirección de demonio.

28. Y por ti, Dios soberano,

aunque en servirte hay tanta gloria,

dulzura y provecho,

¿casi nadie se alistará a tu favor?

¿Casi ningún soldado se alineará bajo tus banderas?

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¿Casi ningún san Miguel

gritará de en medio de sus hermanos,

con el celo de tu gloria:

Quién como Dios?

¡Ah! Permíteme salir gritando por todas partes:

¡Fuego, fuego, fuego! ¡Socorro, socorro, socorro!

¡Fuego en la casa de Dios!

¡Fuego en las almas!

¡Fuego en el santuario!

¡Socorro que asesinan a nuestros hermanos!

¡Socorro que degüellan a nuestros hijos!

¡Socorro que apuñalan a nuestro padre!

29. ¡A mí los del Señor! (Ex 32,26).

Que todos los buenos sacerdotes,

todos los hombres de buena voluntad,

esparcidos por el mundo cristiano,

estén actualmente combatiendo

o se hayan retirado ya de la pelea

a los desiertos y soledades... ;

que todos esos buenos misioneros vengan

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y se reúnan con nosotros,

¡la unión hace la fuerza!,

para que formemos, bajo el estandarte de la cruz,

un ejército a banderas desplegadas

y bien ordenado para atacar de concierto

a los enemigos de Dios,

que ya han tocado alarma:

Rechinaron los dientes (Sal 35,16),

bramaron, se multiplicaron (Sal 25,19).

Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo;

el que habita en el cielo sonríe;

el Señor se burla de ellos (Sal 2,34).

30. ¡Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos!

¡Despierta! ¿Por qué estás dormido, Señor?

¡Desperézate! (Sal 68,2; 44,24).

Levántate, Señor, en tu omnipotencia,

tu misericordia y tu justicia,

para formar una Compañía escogida

de guardias personales que custodien tu casa,

defiendan tu gloria y salven tus almas,

a fin de que no haya sino

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un solo rebaño y un solo pastor (cf. Jn 10,16)

y que todos te rindan gloria en tu templo (Sal 29,9).

Amén.

¡Dios solo!

II - REGLA DE LOS SACERDOTES MISIONEROS

DE LA COMPAÑÍA DE MARÍA

A. Fin propio de la Compañía de María

1. - 1. En esta Compañía sólo se recibe a sacerdotes ya formados en los seminarios. Por tanto, quedan excluidos de ella los eclesiásticos de órdenes inferiores hasta que hayan recibido el sacerdocio. En París hay, sin embargo, un seminario donde los jóvenes eclesiásticos que tienen vocación para las misiones en la Compañía se preparan por la ciencia y la virtud para ingresar en ella.

2. - 2. Es necesario que dichos sacerdotes hayan sido llamados por Dios a la vida misionera, en pos de los apóstoles pobres. Y no a trabajar como vicarios, dirigir parroquias, enseñar a la juventud o formar sacerdotes en los seminarios, cosa que hacen muchos otros buenos sacerdotes, llamados por Dios a estos santos oficios. Por consiguiente, huyen de tales cargos por considerarlos contrarios a su vocación apostólica. Así podrán decir siempre con Jesucristo: Me envió a dar la Buena Noticia a los pobres (ver Lc 4,18), o con los apóstoles: Cristo no me mandó a bautizar, sino a dar la Buena Noticia (ver 1Co 1,17). Y consideran como una sutil tentación las ocasiones, que se presentan constantemente, de ayudar a las gentes por tales medios. Ese es el cambio o desviación que han sufrido, desgraciadamente, muchas santas comunidades, establecidas en estos últimos

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siglos por el santo espíritu de sus fundadores para predicar misiones, y ello so pretexto de un bien mayor. Algunas se han dedicado a instruir a la juventud, otras a formar sacerdotes y eclesiásticos. Y si dan misiones todavía, lo hacen sólo accidentalmente y como de paso. La mayor parte de los miembros de estas comunidades permanecen años enteros sedentarios, por no decir solitarios, en sus casas de la ciudad o del campo. Su lema es Buscadores del reposo (Is 38,11). Mientras que el de los verdaderos misioneros –como San Pablo– es poder decir con toda verdad: No tenemos domicilio fijo (1Cor 4,11).

3. - 3. No se recibe a sacerdotes enfermos ni de mucha edad –es decir, de más de sesenta años–, por no ser ya capaces de soportar los combates que los misioneros, como valientes campeones de Jesucristo, deben trabar sin cesar con los enemigos de la salvación. Pero, si algún sacerdote de la Compañía viene a quedar –a causa de la edad o la enfermedad– imposibilitado de trabajar en las misiones, va a descansar a una casa que la Compañía tiene para ello.

4. - 4. Se recibe, sin embargo, a hermanos legos, para que cuiden de lo temporal. Con tal que sean desapegados de las cosas terrenas, vigorosos y obedientes, prontos a hacer cuanto se les ordene.

5. - 5. Unos y otros han de estar desprovistos de beneficios, aun simples, y de bienes temporales, aun de patrimonio: Si los tienen antes de entrar en la Compañía, dejan los beneficios en manos de los patronos, y los bienes patrimoniales a sus parientes o a los pobres, según el dictamen de un hombre prudente, cambiando así sus bienes patrimoniales por el de Dios mismo, que es el de su inagotable providencia.

6. - 6. Desligados así de todo empleo y del cuidado de todo bien temporal capaz de detenerlos o atarlos a algún lugar, se hallan disponibles para correr, como San Pablo, San Francisco Javier y los demás apóstoles, adondequiera que Dios los llame: ciudades, campos, pueblos, aldeas, cerca o lejos; siempre disponibles al llamamiento de la obediencia: Me siento animado (Sal 108 [107],2; Aquí estoy... para realizar tu voluntad (Hb 10,7). Y sin decir jamás lo que tantos sacerdotes terrenos, tantos beneficiados de negocios, tantos eclesiásticos del placer, tantos huéspedes del reposo dicen todos los días a su manera: Compré, compré... acabo de casarme, etc., y por esta razón no puedo ir. Te ruego me disculpes (ver Lc 14,18ss).

7. - 7. Aunque no limitan la gracia de Dios ni su celo exclusivamente a los campos –como los misioneros de San Vicente de Paúl–, sino que van, indiferentemente, a dar misiones tanto en las ciudades como en los campos –

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conforme a la voluntad de Dios señalada por sus superiores–, hacen suyas, sin embargo, las más tiernas preferencias del corazón de Jesús, su modelo, que decía: Me envió a dar la Buena Noticia a los pobres (Lc 4,18). Así que prefieren, ordinariamente, el campo a la ciudad, y los pobres a los ricos.

8. - 8. Para ser admitidos definitivamente en la Compañía hacen en manos del superior los votos simples de pobreza y obediencia. Y los renuevan cada año. Al cabo de cinco años no interrumpidos en la Compañía, si se sienten de veras llamados por Dios a ella v se los juzga tales, emiten los votos de pobreza y obediencia para siempre. Siendo simples estos votos, quienes los emiten podrían, por razones legítimas, obtener del obispo dispensa de ellos para salir de la Compañía. Esta, por su parte, según el derecho que se reserva a sí misma, podría despedir, aun después de los segundos votos, a uno de sus miembros si éste, a pesar de los remedios empleados con él, llega a malearse de tal modo que constituya más bien ocasión de escándalo que de edificación.

9. - 9. La Compañía no se encarga jamás de escolares ni pensionistas, eclesiásticos o laicos, aun cuando quisieran entregarle todos sus bienes.

B. Desprendimiento o pobreza evangélica

10. - 1. No poseyendo –como se ha dicho– ni bienes, ni patrimonio, ni rentas de beneficio –cosa contraria al desprendimiento apostólico–, su único apoyo es la divina Providencia, la cual los mantiene por quien y como le plazca.

11. - 2. No poseen en la Compañía dineros ni muebles en propiedad secreta o públicamente. La comunidad les proporciona todo lo necesario para el vestido y la manutención en la medida en que la divina Providencia se lo da a ésta por Sí misma.

12. - 3. La Compañía no tiene ni puede tener en propiedad más que dos casas en el reino: una en París, para formar eclesiásticos en el espíritu apostólico; la otra, fuera de la capital, en una provincia del reino, para que los miembros de la Compañía puedan descansar cuando no tienen trabajo apostólico entre manos y terminar sus días en el retiro y la soledad después de haber dedicado los más hermosos a la conquista de las almas.

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La Compañía puede recibir de manos de la divina Providencia otras casas en las diferentes diócesis adonde Dios la llame. Pero aceptará solamente el usufructo de ellas, como el inquilino en una casa, o únicamente la habitación, como el forastero en una fonda. Si nadie quiere ofrecerle una casa, no la pedirá; se contentará con alquilar alguna, en el campo con preferencia a la ciudad. Pero, si alguna persona caritativa le hace donación de una casa, la Compañía consigna por escrito la propiedad de la misma al obispo del lugar y a sus sucesores, conservando para sí solamente el usufructo. El obispo y sus sucesores tienen, por tanto, plenos poderes y derechos para quitar dicha casa a los misioneros si éstos, con el tiempo, viven allí sedentarios y no cumplen sus deberes. Y pueden dedicar dicha casa a otros servicios caritativos más útiles a las gentes, aunque sin disponer de los frutos para sí mismos. En esta forma, los misioneros no quedan fijos en ningún lugar, como lo están, de ordinario, las comunidades más regulares. En cambio, quedan más sólidamente fundados en Dios solo abandonados siempre y sin reserva a los cuidados de su Providencia.

De esta manera, las contribuciones, censos y litigios que acompañan casi necesariamente la posesión de tierras y casas no los distraer n nunca de las tareas apostólicas.

Así, quedan, además, mejor dispuestos –como peregrinos y extranjeros que son– para no mirar las casas donde los reciben sino como albergues, de los cuales salen –una vez cumplida su misión– para seguir corriendo sin descanso: Los destiné a que se pongan en camino (Jn 15,16).

13. - 4. Durante la misión no pueden recibir como limosna ningún dinero de aquellos a quienes predican la misión. Pero terminada ésta pueden recibir, a través del superior, las limosnas que por pura caridad o gratitud les ofrezcan.

14. - 5. Les está absolutamente prohibido, durante la misión o después de ella, pedirá nada directa o indirectamente –ni dinero, ni pan, ni ninguna otra cosa–. Confían enteramente y para todo en los cuidados de la divina Providencia, que hará milagros antes que abandonar en la necesidad a quienes confían en ella. No les está prohibido, sin embargo, manifestar, en público o en privado, su precaria situación económica y sus reglas sobre el particular.

15. - 6. Como los religiosos de la Compañía de Jesús, celebran gratuitamente todas sus misas por aquellos y aquellas que se las pidan. Pueden encargarse hasta de una treintena, pero no más. Si les quieren dar alguna gratificación o retribución, harán que el director o el ecónomo la reciban después de la misión.

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El director de la misión, por su parte, no debe, ordinariamente, celebrar la santa misa sino por los bienhechores de los misioneros y de los pobres. Y no omitirá el hacerlo saber públicamente.

16. - 7. Cuando van a misionar, el director o el ecónomo lleva consigo algún dinero de limosnas, si lo hay, para ayudar a la reparación de las iglesias y alimentar a los pobres de los lugares donde misionan. En caso de que las gentes, por dureza o pobreza, no quieran darles lo necesario, pueden servirse de aquel dinero para su mantenimiento y alimentación. Industriosa economía, que, lejos de ser contraria al abandono a la Providencia, es más bien instrumento de ella para ayudar a los misioneros y estimular a las gentes para que contribuyan a la reparación de las iglesias y a la manutención de los pobres. Además, el Señor nos dio ejemplo, teniendo bolsa común para sus necesidades y las de los pobres.

17. - 8. Si algún sacerdote trae dinero consigo al entrar en la Compañía, lo deja todo, sin reserva, en la bolsa de la Providencia. Si, después de haber entrado en la Compañía, los parientes o amigos le dan alguna limosna o estipendios de misas sin haberlos él pedido, lo incorpora todo igualmente en la bolsa común para que se aplique a las necesidades de toda la comunidad, sin reclamar fruto alguno particular ni privilegio especial, portándose exactamente como quien no ha traído nada y a quien nada se le ha dado.

18. - 9. Si el misionero, antes o después de los votos, sale de la Compañía por su voluntad, sin permiso o por desobediencia formal, no puede exigir parte alguna ni indemnización por lo que ha dado como limosna 18 2a la Compañía de los pobres voluntarios. Pero, si sale contra su voluntad, por alguna falta considerable que no sea desobediencia formal, se tendrá en cuenta –al menos en parte– lo que ha dado, deducidos sus gastos.

C. Obediencia

19. - 1. Obedecen a sus superiores y a las Reglas enteramente, sin excepción; prontamente, sin dilaciones; gozosamente, sin amargura; ciegamente, sin razonamiento, y santamente, por Dios sólo. Lo que se dice pronto, pero es difícil de practicar, si se tiene en cuenta la fuerza de arrastre del ambiente –aun eclesiástico–, que sigue sus propios caprichos, y la corrupción de la propia

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voluntad, que sólo gusta de hacer lo que le agrada y porque le agrada. Y, sin embargo, esta obediencia es en esta Compañía –lo mismo que en la de Jesús– el fundamento y apoyo inquebrantable de toda santidad y de todos los frutos que Dios produce y producir por su ministerio.

20. - 2. Obedecen a su director espiritual –que es siempre de la Compañía– en el gobierno de sus conciencias, explayando ante él su corazón como el agua, con entera confianza, no haciendo ni omitiendo nada considerable sin habérselo hecho saber y sin haber recibido su aprobación o permiso.

21. - 3. Obedecen al superior de la Compañía en todo, grande o pequeño, prescrito o no por las Reglas, tanto si se refiere a la aplicación a sus cargos como si mira al buen orden de la Compañía.

22. - 4. Obedecen al obispo de la diócesis donde trabajan, a los vicarios y demás superiores eclesiásticos que hacen las veces del obispo, al cura de la parroquia en que dan la misión. Obedecen a todos los superiores en cuanto a lo exterior, al lugar, tiempo y demás circunstancias de la misión en sí mismas indiferentes, pero que vienen a ser muy saludables e importantes cuando están reguladas por la obediencia. Si un superior eclesiástico les ordena algo contrario a las Reglas más importantes o a los votos, no están obligados a obedecer. Pero, si les prohibe, manda o simplemente aconseja con insistencia cosas en sí mismas no muy importantes, pero que no tienen costumbre de hacer u omitir, obedecen sin vacilar a ese superior, quien en tales casos hace que todo aquello sea más importante y santificador.

23. - 5. Cada uno cumple con fidelidad los deberes del cargo que le han confiado, sin entrometerse a conocer y supervisar los de los demás, a menos que la santa obediencia le obligue a ello.

24. - 6. Observan con perfecta exactitud las reglas más pequeñas de la Compañía, considerándolas a todas como la pupila de los ojos de Jesucristo. Manifestando con esta fidelidad que les guía el Espíritu Santo y no el espíritu del mundo, ya que éste no aprecia, ni siquiera en la virtud, sino lo brillante y espectacular.

25. - 7. Consideran la desobediencia formal u obstinada a un superior –incluso en cosas pequeñas– como la mayor falta que se pueda cometer en la Compañía y como la única, tal vez, que merece la expulsión de la comunidad, por más años o santidad que tengan.

26. - 8. Tienen tal estima y amor a esta divina virtud, que le sacrifican el cuerpo,

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la salud, la vida y todo lo demás cuando manda cosas buenas y posibles, aunque sean difíciles y amargas a la naturaleza. Por ello, cuando se dan cuenta de las faltas públicas u ocultas que han cometido por fragilidad o tentación contra esta divina virtud, se imponen inmediatamente algún castigo y piden penitencia al superior.

27. - 9. Pueden, sin embargo, declarar ingenua y sencillamente los motivos que tienen para no omitir o no emprender lo que se les manda. Pero si, después de haberlos manifestado, no se toman en cuenta sus razones, deben obedecer ciega y prontamente, sin preguntar por qué ni cómo. Y no solamente con obediencia de voluntad, sino, aún m s, con la mente y el entendimiento, creyendo que –a pesar de sus opiniones personales– lo prohibido u ordenado por el superior es absolutamente lo mejor delante de Dios.

D. Oraciones y ejercicios de piedad

28. - 1. En todo tiempo y todos los días hacen, al menos, media hora de oración mental por la mañana.

29. - 2. Rezan los quince misterios del santo rosario y la coronilla de la Santísima Virgen todos los días, a horas diferentes, según les parezca más cómodo, a fin de atraer, por esta práctica venida del cielo, la bendición divina sobre sí mismos y sobre su apostolado, como lo experimentan todos los días.

30. - 3. Ordinariamente celebran cada día la santa misa, con la preparación conveniente antes de ella y al menos media hora de acción de gracias después de celebrarla, considerando como sutil y ordinaria tentación cuanto pueda estorbarles esta media hora de acción de gracias, porque, el que es malo consigo mismo, ¿con quién podrá ser bueno? (Eclo 14,5).

31. - 4. Rezan en común el breviario que es el romano en cuanto los trabajos misionales se lo permitan. Si se ven obligados a recitarlo en particular, lo rezan siempre con modestia, atención y devoción ejemplares.

32. - 5. Dedican todos los días, antes del almuerzo, unos quince minutos al examen particular en comunidad.

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33. - 6. Cada mes, al volver de las misiones, hacen, al menos, un día de retiro, dedicándose en él a la oración y a la penitencia.

34. - 7. Durante las comidas guardan silencio, caridad, modestia v sobriedad. Si se ven obligados a hablar durante la comida, lo hacen en voz baja y con pocas palabras.

35. - 8. Al volver de las misiones, durante el descanso que la divina Providencia les concede y aconseja, Vengan a un lugar apartado para descansar un poco (Mc 6,31), se dedican al estudio para perfeccionarse más y más en la ciencia de la predicación del confesionario.

36. - 9. La Regla no les prescribe penitencias corporales. El fervor personal, orientado por la obediencia, les dicta lo que es mejor. Guardan abstinencia solamente el miércoles y ayunan el viernes o el sábado. En estos días, la cena se reduce a una merienda.

E. Desprecio del mundo

37. - 1. No comparten las ideas del mundo, ni aman sus máximas, ni se comportan según sus modas.

38. - 2. Tienen como lema: No se amolden al mundo este (Rm 12,2). Por ello evitan, en la medida de lo posible, sin herir la caridad ni la obediencia, cuanto sepa a espíritu mundano, como la peluca y el solideo, los manguitos y los guantes, las fajas volantes, los zapatos elegantes, las telas lujosas, los sombreros lustrosos, el tabaco en polvo o en cualquier otra forma, etc.

39. - 3. No condenan en forma absoluta a quienes, por bien parecer o necesidad, se sirven en el mundo de tales cosas. Pero responden a quienes les quieran inducir a ellas: Nosotros no tenemos tal costumbre (1Co 11,16). Y, dado que por su ministerio hacen abiertamente profesión de combatir al mundo, anticristo y enemigo de la virtud, se alejan cuanto más pueden aun de las cosas indiferentes que poco a poco les acercarían a él: Quien desprecia lo pequeño, se irá arruinando ((Eclo 19,1).

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40. - 4. No hacen, sin embargo, ostentación de singularidad alguna en su exterior. Según las posibilidades que la divina Providencia, su madre y nodriza, les proporcione, cuidan de vestir como los buenos eclesiásticos, y en concreto, como los del seminario de San Sulpicio de París, sin usar alzacuello, ni sombrero, ni manteo, ni otro vestido distinto del de los demás.

41. - 5. Durante la misión no van nunca a comer a casas de particulares, excepto una o dos veces a la del párroco del lugar. Fuera del tiempo de misiones, van raras veces y con permiso expreso del superior.

42. - 6. No escriben ni reciben cartas sin ponerlas en manos del superior, quien las lee, si le parece bien.

43. - 7. En la medida de lo posible, van a pie a las misiones, siguiendo el ejemplo de Jesucristo y de los varones apostólicos. Pero en caso de enfermedad o de grandes dificultades en los caminos utilizan sin problema los medios que les ofrezca la divina Providencia.

F. Caridad para con el prójimo

44. - 1. Tienen unos con otros una caridad previsiva y llena de buena voluntad, buscando las oportunidades de darse gusto unos a otros; llena de respeto, adelantándose a honrarse los unos a los otros; llena de paciencia, soportándose mutuamente los defectos.

45. - 2. La caridad, reina de las virtudes, es la soberana y superiora de la Compañía, a la que regir con su cetro de oro. La caridad será la vida, vínculo y guardiana de la Compañía. El orgullo, la suficiencia y el interés personal están desterrados: Entra, que el amor reina dentro.

46. - 3. Tienen una caridad alegre y cordial para con todos, especialmente para con sus enemigos, devolviéndoles bien por mal y rogando a Dios durante ocho días para quienes les hayan inferido alguna injuria notable, muy lejos de quejarse de ello, murmurar o vengarse.

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47. - 4. Cuidan con especial solicitud de los pobres, tanto durante las misiones como fuera de ellas. No les rehusan jamás la caridad corporal, si les es posible, o espiritual, aunque sólo sea el recitar por ellos un Avemaría.

48. - 5. Después de cada catequesis, dan de comer a todos los pobres de la parroquia que hayan asistido a ella. Y todos los días, mañana y tarde, sentarán a uno a su mesa.

49. - 6. Procuran cumplir fielmente aquellas palabras tan caritativas del gran Apóstol: Me hice todo para todos (1Co 9,22), haciéndose, por caridad, todos para todos en lo indiferente, sin caer en los modales mundanos ni relajarse en el cumplimiento de sus deberes.

G. Prácticas en las misiones

50. - 1. Dan todas sus misiones abandonados a la Providencia. No aceptan fundaciones para ninguna misión, como lo hacen algunas comunidades misioneras fundadas por el rey o por particulares. Y esto por cuatro razones principales: 1ª tal es el ejemplo dado por Jesucristo, los apóstoles y los varones apostólicos; 2ª Dios devuelve el ciento por uno desde este mundo y concede frecuentemente –como lo comprueba la experiencia– la gracia de la conversión a quienes tienen caridad con los misioneros, recompensándoles así sus limosnas: Den, y les darán (Lc 6,38); 3ª la caridad mutua gana y une admirablemente los corazones de los oyentes con el predicador y los misioneros: la caridad engendra caridad; 4ª la gracia de una misión, realizada así, a cargo de la Providencia y en gran dependencia de la gente –cosa que la naturaleza orgullosa rehuye infinitamente–, es, sin comparación, más abundante y poderosa para convertir las almas que las misiones fundadas. En éstas, los misioneros se encuentran en cierta situación de superioridad e independencia que halaga el orgullo y les atrae honores, pero no les ofrece mayor gracia de Dios ni mayor amor al prójimo. Hay que haber experimentado estas dos maneras de misionar para darse cuenta de ello.

51. - 2. Cuando hallan a alguien tan caritativo que quiera costear él solo toda la misión, se lo agradecen, pero no aceptan la propuesta. Le ruegan solamente que les dé lo que a bien tenga durante la misión, cuando se hallen a merced de la

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gente. Porque no está bien que por su caridad universal destruya el abandono a la Providencia que profesan los misioneros para el bien mismo de las gentes.

52. - 3. Uno o dos misioneros van –cuando les sea posible– quince días antes de la misión para anunciarla, a fin de que mediante este pregón fervoroso: 1º hagan cesar el pecado; 2º preparen el camino a Jesucristo, como lo hacían los discípulos que el Señor enviaba de dos en dos a los lugares adonde se dirigía (ver Lc 10,1); 3º organicen la oración, para merecer la gracia de la misión, inspirando para ello a las gentes que recen todos los días el rosario de quince o cinco misterios. Así, cuando lleguen, lo hallar n todo bien dispuesto.

53. - 4. Procuran que el número de personas a quienes dan la misión sea proporcionado al número de misioneros que la predican, porque quien mucho abarca, poco aprieta. Por consiguiente, no predican la misión más que a una parroquia, si es grande, o a determinado número de pequeñas parroquias, vecinas unas de otras. Y no admiten, sino por privilegio especial del superior, a ningún feligrés perteneciente a parroquias que no estén señaladas para la misión. No quiero decir que les prohíban oír la predicación, puesto que la iglesia y la palabra de Dios son para todos. Pero no les atienden en confesión, para que así los feligreses de la parroquia donde trabajan se vean más santamente impelidos a confesarse, sin que puedan pretextar fundadamente que confiesan a los forasteros antes que a los que reciben la misión.

54. - 5. En los días de trabajo predican regularmente mañana y tarde, según la comodidad de las gentes a quienes tratan de ganar para Cristo. Su predicación no debe durar, de ordinario, más de tres cuartos de hora y no pasar de una hora. En los días de fiesta, además de estas dos ocasiones, predican también en la misa mayor. Y hacia la una de la tarde dan una conferencia para instruir a los fieles.

55. - 6. Esta conferencia es una instrucción familiar, mediante preguntas y respuestas, sobre las verdades de la religión. Pueden exponer sucintamente un punto particular de la conferencia y dejar a otro misionero que en pocas palabras formule preguntas prácticas y serias sobre la materia escogida. Pueden también permitir que todo el pueblo presente sus dificultades sobre esta u otra materia, con tal que el misionero que da la conferencia esté preparado para responder a todo. Esta última forma es la más arriesgada, pero también la más útil a las gentes.

56. - 7. La finalidad de sus misiones es renovar el espíritu del cristianismo en los creyentes. Así, pues, hacen renovar las promesas del bautismo –conforme a la orden del Papa– de la manera más solemne y no dan la absolución ni la

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comunión a ningún penitente que no haya renovado antes con los demás estas promesas. Hay que haber experimentado los frutos de esta práctica para apreciar su valor.

57. - 8. Durante la misión establecen con todas sus fuerzas, y a través de las lecturas de la mañana, lo mismo que en conferencias y predicaciones, la gran devoción del rosario diario. Inscriben en esta Cofradía –conforme a la autorización que tienen para ello– a cuantas personas puedan. Les explican las oraciones y misterios que lo componen, tanto de palabra como mediante cuadros e imágenes que llevan para ello. Dan ejemplo rezando, en francés y en voz alta, el rosario de quince decenas todos los días de la misión, con el ofrecimiento de los misterios, en tres horas diferentes, a saber: cinco misterios por la mañana, durante la celebración de la santa misa, antes de la predicación; otros cinco al mediodía, antes del catecismo, mientras los niños se reúnen, y los otros cinco por la tarde, antes del último sermón. Este es uno de los mejores secretos venidos del cielo para irrigar los corazones con celestial rocío y hacer que produzcan los frutos de la palabra de Dios, como lo demuestra la experiencia cotidiana.

58. - 9. Procuran que casi todos hagan una confesión general. Si no la necesitan, dado que sus confesiones precedentes han sido válidas, les ser siempre muy provechosa por la humildad que en ella se practica; a menos que se trate de personas escrupulosas, que son raras.

59. - 10. No son demasiado rígidos ni demasiado indulgentes en las penitencias ni en dar la absolución. Su criterio ser el de la prudencia y la verdad, que les ofrecen en detalle el Método uniforme que los misioneros deben observar en la administración del sacramento de la penitencia para renovar el espíritu del cristianismo y un manuscrito más extenso que tienen entre manos, intitulado el Veni-mecum del buen misionero.

60. - 11. Siendo el ministerio de la predicación de la palabra de Dios el más amplio, saludable y difícil de todos, los misioneros se aplican asiduamente al estudio y la oración a fin de alcanzar de Dios el don de sabiduría, tan necesario a un verdadero predicador para conocer, gustar y hacer gustar a las almas la verdad. Nada más fácil que predicar a la moda. Pero ¡qué cosa tan difícil y sublime es predicar como los apóstoles! Hablar como el sabio, por experiencia (Sap 7,15), o como dice Jesucristo: de la abundancia del corazón (ver Eclo 51,30); haber recibido de Dios, en recompensa de los trabajos y oraciones, una lengua, labios y sabiduría a las que no pueden resistir los enemigos de la verdad: Yo les daré palabras tan acertadas que ningún adversario les podrá hacer frente o contradecirlos (Lc 12,15). Entre mil predicadores –entre diez mil podría decir sin

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faltar a la verdad–, apenas si hay uno que posea este gran don del Espíritu Santo. La mayor parte no tienen sino lengua, boca y sabiduría humanas. Por ello iluminan, impactan y convierten a tan pocas almas con sus palabras, aunque las tomen de la Sagrada Escritura y de los Padres, aunque las verdades que predican estén muy bien confirmadas, probadas, ordenadas, pronunciadas y sean muy escuchadas y aplaudidas. Sermones muy bien escritos, lenguaje elegante y escogido, pensamientos ingeniosos, frecuentes citas de la Sagrada Escritura y de los Padres, gestos bien estudiados, elocuencia viva; pero ¡qué lástima! Todo esto es solamente humano y natural, v por ello no produce sino fruto natural y humano. La secreta complacencia que brota de una pieza tan bien compuesta y estudiada sirve de flecha a Lucifer, el sabio orgulloso, para enceguecer al predicador. La admiración popular, que sirve a los mundanos de pasatiempo durante el sermón y de entretenimiento en las tertulias después de él, es el único fruto de sus trabajos v sudores. Como sólo azotan el aire y no hieren más que los oídos, no hay que extrañarse de que nadie los ataque y de que el espíritu de mentira ni se mueva: Todos sus bienes están seguros (Lc 11,21). Dado que el predicador a la moda no ataca el corazón, que es la ciudadela donde el tirano se ha hecho fuerte, éste no se inquieta mucho por el barullo de fuera. 

61. - Pero que un predicador lleno de la palabra y del espíritu de Dios abra apenas la boca, y todo el infierno tocar alarma y remover cielo y tierra para defenderse. Es entonces cuando se traba una sangrienta batalla entre la verdad, que brota de la boca del predicador, y la mentira, que sale del infierno; entre los oyentes que, por su fe, se hacen amigos de esta verdad y aquellos que, por su incredulidad, se tornan seguidores del padre de la mentira. Un predicador con este temple divino removerá, con las solas palabras de la verdad aunque dichas con mucha sencillez, toda una ciudad y toda una provincia, por la guerra que en ellas se levante. Lo cual no es sino prolongación del terrible combate que se libró en el cielo entre la verdad de San Miguel y la mentira de Lucifer (ver Ap 12,7) y fruto de las enemistades que Dios mismo ha puesto entre la raza predestinada de la Santísima Virgen y la raza maldita de la serpiente. No hay, pues, que extrañarse de la falsa paz que cosechan los predicadores a la moda y de las tremendas persecuciones y calumnias que se alzan y promueven contra los predicadores que han recibido el don de la palabra eterna, como deben ser un día todos los hijos de la Compañía de María: Los que evangelizan con todo empeño (Sal 67,12 [Vulgata]).

62. - 12. El misionero apostólico predica, pues, con sencillez, sin artificios; con verdad, sin fábulas, ni mentiras, ni disfraces; con intrepidez y autoridad, sin miedo ni respeto humano; con caridad, sin herir a nadie, y con santidad, no mirando sino a Dios, sin otro interés que el de la gloria divina y practicando

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primero él lo que enseña a los demás: Empezó Jesús a hacer y enseñar (Hch 1,1 [Vulgata]).

63. - 13. Evitan en la predicación muchos escollos en los que el demonio hace caer con frecuencia a los predicadores noveles y a algunos otros bajo pretexto de celo, como: 1º, complacerse en lo que dicen y en el fruto que alcanzan; 2º, mendigar aplausos directa o indirectamente después de la predicación; 3º, envidiar a otros al ver que son más seguidos, más patéticos, etc.; 4º, escuchar o promover murmuraciones contra otros predicadores; 5º, encolerizarse –algo que es muy fácil y natural– cuando los oyentes dan ocasión para ello mientras el predicador habla; 6º, apostrofar directa o indirectamente a un oyente nombrándolo veladamente, señalándolo con la mirada o con la mano o diciendo cosas que sólo pueden aplicarse a él; 7º, condenar continua, afectada o exageradamente a los ricos y grandes del mundo, a los magistrados u oficiales de la justicia; 8º, censurar, criticar o detallar los pecados de los sacerdotes. Todos estos excesos son reprensibles, capaces de sublevar los espíritus y hacer perder al misionero, por santo y bien intencionado que sea, todo el fruto de la palabra de Dios o, al menos, gran parte de él.

64. - 14. El buen predicador debe considerarse, al proclamar la palabra divina, como un criminal inocente en el banquillo, donde ha de soportar, sin vengarse, los falsos juicios de todo un auditorio, frecuentemente indispuesto contra él, las censuras y malas interpretaciones que los sabios orgullosos hacen de sus palabras; las burlas, chanzas y desprecios de los impíos hacia su persona y, en fin, las calumnias de todo un pueblo. El buen predicador hará consistir la fuerza de su celo no sólo en predicar con energía, sino también en resistir todas las tormentas como una roca, sin conmoverse ni ceder, dejando a la verdad que él proclama, y que naturalmente engendra odio, el encargo de libarle de la mentira: La verdad me hará libre (Jn 8,32), y que intervendrá a su favor tarde o temprano, con tal que se le permita obrar.

65. - 15. En fin recuerdan que Jesucristo les envía, igual que a los apóstoles, como corderos en medio de lobos. Es, pues, necesario que imiten la dulzura, humildad, paciencia y caridad del cordero, a fin de transformar, por este medio tan divino, los lobos mismos en corderos.

H. Distribución del tiempo en las misiones

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66. - 1. Se levantan en todo tiempo a las cuatro, como los misioneros de la Compañía de Jesús y los Vicentinos, a no ser que la santa obediencia les ordene otra cosa a causa de alguna indisposición.

67. - 2. A las cuatro y media –si el director no les prescribe otra ocupación, como celebrar la santa misa, entonar cánticos para los fieles, hacer alguna lectura, etc.– se dedican durante media hora a la oración mental, rezan las horas menores y se preparan, en la forma acostumbrada, para la santa misa.

68. - 3. A las seis, poco más o menos –según la época de la misión– celebran, uno tras otro, la santa misa, siguiendo el orden señalado por el director.

69. - 4. Se sientan lo más pronto posible al confesionario, antes o después de la predicación, hasta las once en punto.

70. - 5. Predican, ordinariamente, entre las siete y las ocho de la mañana durante el invierno. En verano, entre las seis y las siete, a la hora más apropiada para las gentes.

71. - 6. A las once en punto, cuando el director da la señal, se levantan prontamente del confesionario, aunque la confesión que escuchan no esté terminada, para hacer juntos el examen antes del almuerzo.

72. - 7. Toman en silencio y en común todas las comidas, oyendo la lectura de la Sagrada Escritura o de algún buen casuista. Sin embargo, el director puede en ciertas ocasiones, por caridad y conveniencia, hacer cesar la lectura hacia el final de la comida para hablar juntos de cosas provechosas.

73. - 8. Después de la oración de acción de gracias toman el recreo juntos, no retirándose sin permiso. Durante este tiempo resuelven algunos casos de conciencia, según las necesidades de los lugares donde dan la misión, sin dar a conocer a aquellos cuyos casos se resuelven.

74. - 9. A la una en punto terminan el recreo, rezan vísperas y completas en común y van al confesionario, si el superior no señala otra ocupación. Permanecen en él hasta las cinco de la tarde, poco más o menos–, según la época del año. En seguida vuelven a casa para rezar maitines en común.

75. - 10. Después de maitines cenan y toman la recreación, como al mediodía.

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76. - 11. Después de una hora de recreo recitan la oración comunitaria, escuchan la lectura del tema de meditación y van a acostarse.

77. - 12. A las nueve, poco más o menos, han de estar acostados en silencio y modestamente.

78. - 13. Fuera del tiempo de misiones, tienen casi los mismos ejercicios. Pero se levantan a las cinco y dedican el tiempo de la predicación y de las confesiones al estudio, la oración y el retiro.

I. Reglas del catecismo

79. - 1. Siendo el oficio de catequista el más importante de la misión, quien lo ha recibido por obediencia pone el mayor empeño en cumplirlo bien. De hecho, es más difícil hallar un catequista acabado que un predicador perfecto.

80. - 2. El catequista procura hacerse amar y temer al mismo tiempo. Pero de modo que el aceite del amor supere el vinagre del temor. Por ello, si intimida a los niños con amenazas y castigos humillantes, como un buen maestro, los anima como un buen padre con las alabanzas que les prodiga, las recompensas que les promete y distribuye y el cariño que les manifiesta. Jamás les pega ni con la mano ni con la vara. Pero si algún niño se muestra incorregible, lo envía a sus padres para que le den diez o doce azotes.

81. - 3. Procura con toda energía que los niños no hablen ni armen desorden durante el catecismo. Si les perdona la primera vez, la segunda les amenaza, la tercera les impone un castigo y la cuarta les envía a que les propinen los azotes que merecen.

82. - 4. Siendo los niños, por naturaleza, muy inclinados a reír, procura mostrarse siempre serio y no decir nada que les excite a reír a carcajadas. Puede, sin embargo, – incluso debe– amenizar el catecismo –de suyo bastante árido– con modales atractivos, con salidas chistosas, con historias cortas y agradables, a fin de tener contentos con todo ello a los niños y renovar su atención.

83. - 5. Su gran principio ser preguntar mucho a los niños, hablar muy poco

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mientras les pregunta y hacerles, por sí mismo o por otro misionero, una exhortación fervorosa de un cuarto de hora sobre alguna verdad fundamental al final del catecismo. En esta forma, una vez ilustrado el entendimiento por las preguntas del catecismo, el corazón de los niños quedar encendido y conmovido por esta exhortación. La experiencia enseña que de todos los métodos, éste es el más adecuado para enseñar en poco tiempo el catecismo a los niños y orientarlos hacia Dios.

84. - 6. Respecto al tiempo y circunstancias del catecismo, éstas son las reglas que debe observar: almuerza a las once en punto; después del toque del ángelus de mediodía, se dirige a la iglesia; reza el rosario en voz alta con los niños mientras se van reuniendo; canta en seguida dos o tres estrofas de algún cántico.

85. - 7. En la primera y segunda clase de catecismo de la misión, hace sentar a los niños unos junto a otros, según la edad, ordenadamente, siguiendo la disposición de los nueve coros angélicos. Los niños deben guardar este orden durante toda la misión, ocupando siempre el mismo puesto, junto a los mismos compañeros. Pone a cada banco el nombre de uno de los coros de los ángeles: querubines, serafines, tronos, etcétera. Esta estrategia es maravillosa: 1º, para mantener a los niños en orden y al Dios del orden entre los niños; 2º, para que los niños estén atentos y sean asiduos en asistir al catecismo, porque el compañero tiene la obligación de avisar al catequista la ausencia del otro; 3º, para acortar el tiempo del catecismo, pues el catequista no se ve obligado a perderlo escribiendo los nombres ni pasando lista, y puede darse cuenta, de un vistazo, de quiénes faltan al catecismo y quiénes van por primera vez.

86. - 8. Terminado el rezo del rosario, cuando los niños se hallan en sus puestos, comienza el catecismo, haciendo con ellos en voz alta actos de fe en la presencia de Dios, de esperanza, de caridad, de contrición, de ofrecimiento del catecismo a Jesucristo, de invocación del Espíritu Santo, de la Santísima Virgen y del ángel de la guarda.

87. - 9. En seguida hace que uno de ellos repita lo que les enseñó en el último catecismo. Formula algunas preguntas, las hace repetir a muchos, uno después de otro, según el orden en que están colocados; frecuentemente, sin decir palabra, mostrándolos sencillamente con la mano o la varita. Este método, que no fatiga mucho, permite al catequista preguntar a cuatrocientos o quinientos niños en hora y media.

88. - 10. El catecismo no debe durar, de ordinario más de hora y media. Terminada la exhortación, si los niños son muchos, los hace salir banco por

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banco, con calma y moderación, sin consentirles los gritos y movimientos precipitados, tan ordinarios al final de las clases de catecismo.

89. - 11. Concluido el catecismo, conduce en filas de a dos hasta la casa de la Providencia a los pobres que han asistido a él, para darles de comer en silencio y compostura. Mientras comen les hace alguna lectura o les pregunta todavía acerca del catecismo, puesto que está más obligado con los pobres que con los ricos.

90. - 12. El catequista es responsable de la preparación intelectual de los niños escogidos para la primera comunión. Para ello debe observar las reglas que le están prescritas, a saber: 1º, instruirlos bien; 2º, hablar con los padres de familia; 3º, examinarlos cuidadosamente acerca de lo aprendido; 4º, asegurarse de que los confesores les hayan dado la absolución mediante una contraseña que éstos deben dar a los que han absuelto y no a los otros, para que con estas precauciones y muchas otras se evite que los niños comulguen indignamente, arrastrados instintivamente por el ejemplo de sus compañeros y las sugerencias del maligno.

91. - 13. Ordinariamente no utiliza sino el Catecismo abreviado de los misioneros, mediante el cual los niños, en siete breves lecciones, pueden aprender cuanto es necesario para la salvación. Digo ordinariamente porque, si el cura de la parroquia donde se hace la misión tiene bien instruidos a los niños y les ha enseñado un catecismo concebido en otros términos, el misionero debe igualmente servirse de él para no embrollar las ideas de los niños, que aprenden más de memoria que al sentido.

III - A LOS ASOCIADOS DE LA COMPAÑÍA DE MARÍA

1. No temas, pequeño rebaño, porque tu Padre se ha complacido en darte el Reino [1]. No teman, aunque, naturalmente tengan todos los motivos para temer. No son más que un débil rebaño, tan pequeño que hasta un niño lo puede contar [2].

En cambio, las naciones, los mundanos, los avaros, los voluptuosos, los libertinos

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se juntan a millares para hacerles la guerra con sus burlas, sus calumnias, sus desprecios y violencias: Se levantan los reyes de la tierra y sus jefes conspiran [3].

2. Ustedes son pequeños; ellos grandes.

Ustedes, pobres; ellos, ricos.

Ustedes, débiles; ellos tienen el poder en su mano.

Pero, una vez más, no teman: sí, no teman voluntariamente.

Escuchen a Jesucristo que les dice:

Soy yo; no teman [4]. Soy yo quien los ha escogido [5]. Soy yo, su buen pastor. Yo los reconozco como ovejas mías [6], etc. No se extrañen de que los odie el mundo [7]. Recuerden que primero me odió a mí [8]. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como a cosa suya; pero siendo así que no son del mundo [9], tienen que padecer su odio, sus calumnias, sus injusticias, sus desprecios, sus ultrajes.

3. Yo soy su protector [10] y su defensa, pequeña Compañía, les dice el Padre Eterno; los tengo grabados en mi corazón y escritos en mis manos [11], para amarlos y defenderlos porque han colocado su confianza en mí y no en los hombres, en mi Providencia y no en el dinero.

Yo los libraré de los lazos que les tienden, de las calumnias que les levantan, de los terrores de la noche y de las tinieblas que les aterran, de los asaltos del demonio del mediodía, que busca seducirlos; yo los esconderé bajo mis alas; yo los llevaré sobre mis hombros; yo los alimentaré en mis pechos; yo los armaré con mi verdad, y en forma tan poderosa, que verán con sus propios ojos caer a sus enemigos a millares en torno suyo: mil malvados pobres a su izquierda y diez mil ricos malvados a su derecha, sin que a ustedes se acerque siquiera mi venganza.

Ustedes caminarán valerosos sobre el áspid y el basilisco envidioso y calumniador; pisotearán al león y al dragón impío, soberbio y orgulloso; yo los acompañaré en sus sufrimientos; yo los libraré de todos sus males; yo los glorificaré con la plenitud de mi gloria, que les manifestaré abiertamente, después de haberlos colmado de días y de bendiciones sobre la tierra [12].

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4. Éstas son, querida y pequeña Compañía de María, las promesas admirables que Dios les hace por boca del profeta, si por María ponen toda su confianza en Él.

Abandonados como están todos a su Providencia, a Dios toca sostenerlos, multiplicarlos y decir: Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra [13]; no teman, pues, su pequeño número.

A Dios toca defenderlos; no teman, pues, a sus enemigos.

A Dios toca vestirlos, alimentarlos y mantenerlos; no teman, pues, que les falte lo necesario en estos críticos tiempos que lo son solamente por falta de confianza en Dios [14].

A Dios toca glorificarlos: lo enalteceré [15]; no teman, pues, que les arrebaten su gloria.

5. Pero, poco es no tener nada. Dios quiere que esperen de Él grandes cosas y que esta esperanza les colme de alegría.

Este riquísimo y bondadosísimo Padre quiere darles el reino de su gracia [16]. Ustedes son reyes y sacerdotes de Dios: Los hiciste reino y sacerdotes para nuestro Dios [17], por su carácter de cristianos y de sacerdotes. Pero, son reyes, además, por su pobreza voluntaria: felices los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el reino de los cielos [18].

El Señor no les dice solamente que obtendrán el reino de los cielos, sino que teniendo espíritu de pobre, ya lo poseen. ¿Cómo?

6. 1o. Porque, así como en el cielo no hay necesidad de nada de lo que existe sobre la tierra, sino que se rebosa de bienes espirituales y eternos y se posee plenamente a Dios, del mismo modo los pobres voluntarios como ustedes, no necesitan nada sobre la tierra, porque ni quieren ni desean nada –de lo contrario, no tendrían espíritu de pobre–; porque, como dice el sabio: Como son el espíritu y el corazón del pobre, así son sus riquezas [19]. Si su corazón está contento, es rico y no le falta nada.

7. 2o. Los que tienen espíritu de pobre son ricos en la fe y en las demás virtudes; es sobradamente rico el que tiene espíritu de pobre con Jesucristo, dice San Jerónimo [20].

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Es rico en consuelos divinos: y tus familiares hallaron reposo, en el lugar que tu bondad les preparó [21]. Al no ser herido por las espinas de los ricos ni el deseo de las riquezas y privarse como un rey del cielo de las dulzuras terrestres y carnales, rebosa de consuelos divinos: prepara comidas de rey [22].

Hasta es ya rico con la gloria del cielo, aunque su cuerpo no esté allí todavía. Oro es lo que vale oro [23]. Del mismo modo: lo que vale el cielo, podemos decir que es el cielo. ¿Qué vale tener espíritu de pobre? El reino de los cielos, la gloria de los cielos.

8. 3o. El que tiene verdadero espíritu de pobre posee al mismo Dios en su corazón. «¿Habrá algo más glorioso para el hombre que vender sus bienes y comprar a Cristo?» [24], pregunta San Agustín. ¡Oh dichosa venta! ¡Oh dichosa compra! El hombre desconoce su valor [25]. Sepan, queridos hermanos, que ningún hombre conoce el precio de su pobreza evangélica: «Rica es realmente la pobreza cristiana, pues, más es lo que tiene que lo que no posee; ni teme sufrir la miseria en este mundo, aquél a quien fue dado poseerlo todo, al poseer al Dueño de todo cuanto existe» [26].

9. Para acrecentar el tesoro de su pobreza y el gran reino que han conquistado, observen estas tres prácticas:

1ª. Aprecien y amen tiernamente la pobreza real y afectiva que han abrazado: nadie se hace rico con más facilidad ni sabe emplear mejor las riquezas, dice un sabio obispo, que el que tiene verdadero espíritu de pobre, pues, sabe que las riquezas no sirven sino para hacer pobres y miserables a quienes poseyéndolas las aman, y que hacen verdaderamente ricos y felices a quienes se deshacen de ellas con santo y glorioso menosprecio: las riquezas convierten en pobre y miserable al que las ama, en dichoso y rico al que por Cristo las desprecia [27].

No se vuelvan, pues, a mirar el patrimonio o beneficios que han dejado: Todo el que pone la mano al arado y mira para atrás, no sirve para el reino de Dios [28]. Ni miren hacia los lados, con envidia, tantos bienes, eclesiásticos o no, que pudieran ciertamente poseer como tantos otros cuya vista despierta las pasiones en los insensatos [29].

10. 2ª. Experimenten voluntariamente las consecuencias de la pobreza. A saber:

a) el trabajo, no comiendo el pan sino con el sudor de la frente, en la predicación y en el confesionario;

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b) las humillaciones y desprecios de que son objeto ordinariamente los eclesiásticos pobres;

c) las demás incomodidades que acompañan a la pobreza, en los vestidos, la comida, la habitación, las fatigas y los viajes.

11. 3ª. Anhelen, sin cesar, los bienes eternos, y golpeen a la puerta de la misericordia de Jesucristo, que reconoce y oye ciertamente a todos los que van vestidos con la librea de su pobreza. El que tiene verdadero espíritu de pobre y mira al mundo como un desierto horrible y aparta de él su corazón, no se enreda en los negocios: ningún soldado en activo se enreda en los asuntos civiles [30]. No rinde a sus parientes y amigos del mundo...

12. Así, pues, como un viajero que tiene prisa de llegar a una ciudad importante a la cual dirige rápidamente sus pasos, concentrado sólo en este pensamiento, cruza indiferente, sin detenerse a contemplar la belleza de los paisajes que atraviesa, de la misma manera, el misionero, desprendido como un San Francisco, camina a toda prisa hacia la celestial Jerusalén. Enamorado únicamente de los encantos de esta inmortal ciudad de paz y gloria, sólo tiene ojos para contemplarla; no llamará pena a lo que le cuesta para llegar a ella, ni placer a lo que de ella le puede apartar. Como otro San Pablo, no considera las cosas visibles, sino las invisibles, porque –se dice a sí mismo– las cosas visibles son pasajeras y perecederas; la muerte las arrebata cuando uno cree poder gozar de ellas, frecuentemente se pierden con amargura aún antes de la muerte... mientras que los bienes invisibles –esos bienes inefables que sólo pueden saborearse en la posesión de Dios– son eternos.

Así, finalmente, el misionero, sostenido y animado por esta noble esperanza que reposa en el fondo de su corazón, y perseverando en su santa y sublime vocación, tendrá la dicha de poder repetir confiadamente, en la hora de la muerte, las hermosas y consoladoras palabras del más celoso de todos los misioneros de Jesucristo: He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Por lo demás, ya me está preparada la corona de justicia, que me otorgará aquel día el Señor, justo juez...[31]

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SEGUNDA PARTE

CONSTITUCIONES - ESTATUTOS GENERALES

EN LA IGLESIA DE HOY

PROLOGO

A continuación encuentra Ud. el texto de las Constituciones y los Estatutos generales. La numeración, sigla y tipo de sangría utilizados permiten distinguir con facilidad lo que pertenece a las Constituciones y lo que pertenece a los Estatutos.

Para introducir cambios en las Constituciones, se requiere la aprobación del Capítulo general, expresada al menos por dos tercios de los votos, y el consentimiento de la Santa Sede.

Para introducir cambios en los Estatutos generales, se requiere la aprobación del Capítulo general expresada, al menos, por dos tercios de los votos.

I. INSPIRACION MONFORTIANA

1. San Luis María Grignion de Montfort es el Fundador y Padre espiritual de la Congregación de los Misioneros de la Compañía de María (Societas Mariæ Montfortana). De acuerdo al proyecto del Fundador, ésta responde al querer de Dios y a una necesidad en la Iglesia.

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2. Montfort, en virtud de su carisma personal, captó e iluminó el designio salvífico: Jesucristo, Sabiduría de Dios, vino al mundo por medio de la Virgen María, con el fin de instaurar el Reinado de Dios y, para continuar sumisión, envió apóstoles. En fidelidad a esta visión del plan de Dios, Montfort instituyó a los Misioneros de la Compañía de María.

3. En efecto, “por medio de la santísima Virgen vino Jesucristo al mundo y también por ella debe reinar en el mundo” (VD 1).

4. El Fundador proyectó su Compañía a imagen de la comunidad de los apóstoles: el Señor fue llamando a los que él quiso y se fueron con él. Nombró a doce para que fueran sus compañeros y para enviarlos a predicar (Mc 3,13-14). De igual modo, nuestra comunidad apostólica nace del encuentro con el Señor y de su llamada, que pasan de ordinario por los signos de los tiempos. Luego de elegirnos, nos reúne para ser sus compañeros y los pregoneros de su Evangelio.

5. Dejándolo todo, lo siguieron... (Lc 5,11). Montfort comprendió en plenitud la absoluta disponibilidad que Cristo pedía a sus apóstoles para seguirlo y partir, por orden suya, a proclamar el evangelio.

Para asegurar esa disponibilidad perfecta al servicio del Reino, Montfort quiso que sus misioneros, sacerdotes y hermanos, se vincularán a Cristo de manera permanente por medio de votos en la Compañía.

6. La Compañía de María es una congregación religiosa clerical consagrada al apostolado: en cuanto tal la ha reconocido y aprobado la Iglesia, declarándola de derecho pontificio. La regla, en expresión del Fundador, fue escrita para “los sacerdotes misioneros de la Compañía de María”; pero en ella indica que en la Compañía se recibe también a “hermanos legos” (RM 4). Estos son religiosos con igual título que los sacerdotes y miembros plenos de la Compañía de María (RM 5ss).

7. En función de la naturaleza esencialmente misionera de su Compañía, Montfort quiso que la comunidad, las estructuras, las costumbres y el gobierno estuvieran al servicio de la misión. En fidelidad al carisma del Fundador, nuestra consagración religiosa y mariana se expresa por medio de una vida profética y promotora de renovación en la Iglesia y en el mundo.

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A. LAS LINEAS FUNDAMENTALES

Y DINAMICAS DE NUESTRA INSPIRACION SON:

MISIONEROS DE LA COMPAÑIA DE MARIA

1 - Misioneros

8. Montfort quiso que fuéramos misioneros para continuar la misión de Cristo que él confía a su Iglesia: “Que sean excelentes misioneros de tu Iglesia (SA 3)... Son llamados por Dios a dar misiones... “ (ver RM 2).

9. Nuestra misión en la Iglesia consiste en revelar el misterio de la salvación a quienes no lo conocen y ayudar a descubrirlo de nuevo y profundizar en él a quienes ya han escuchado la Buena Noticia, mediante una toma de conciencia renovada del sentido de su compromiso bautismal.

10. Los misioneros de la Compañía de María anuncian a Jesucristo, Sabiduría Encarnada, tanto por el testimonio de su vida como por la palabra, en un mundo exigente que sólo cree cuando el ejemplo confirma las palabras: “El misionero apostólico predica... practicando primero él lo que enseña a los demás: Empezó Jesús a hacer y enseñar” (Hch 1,1 [Vulgata] y RM 62).

11. Su testimonio se expresa de modo especial mediante su consagración a Jesucristo, “Sabiduría eterna y encarnada”, por medio de María.

12. A fin de comunicar a los hombres los dones del Padre, siguiendo el ejemplo de Montfort, se hacen prójimos de aquellos a quienes evangelizan, compartiendo su vida, sus sufrimientos, sus esperanzas, y, aceptando, como Cristo y en Cristo, la comunidad de destino con sus hermanos, hasta la cruz.

13. Tienden a vivir la verdadera libertad de las Bienaventuranzas, siguiendo las huellas los apóstoles pobres, en disponibilidad absoluta al Espíritu santo, libres y desprendidos de todo y confiados plenamente en la Providencia (ver SA 7-8; ACM 4).

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14. Disponibles al llamado de la Iglesia, que les indica las urgentes necesidades apostólicas de los tiempos y los lugares, y abiertos a las necesidades del mundo, se esfuerzan por responder en la línea de la propia vocación y sin olvidar la predilección que por los pobres tuvo su Fundador (ver RM 7).

15. Para realizar la proclamación siempre urgente del misterio de la salvación, no dudan insertarse en alguna iglesia particular o en una comunidad humana determinada para trabajar allí con eficacia. Pero rehuyen instalarse en ellas, pues deben, en virtud de su peculiar vocación, seguir siendo una fuerza constante de promoción renovadora de la vida cristiana.

16. Como verdaderos pobres, al estilo de los apóstoles, ponen su confianza en Dios solo y en él fundamentan su vida y trabajo apostólico (ver ACM 1-4; RM 50-51).

17. Expresan esta confianza mediante una oración personal y comunitaria que, como la de Montfort, está impregnada de contemplación y de acción de gracias, en espíritu de solidaridad y pobreza.

Su oración los compromete:

– a una contemplación cotidiana, con María, del misterio de Jesús, Sabiduría encarnada, muerto y resucitado: misterio que hoy se prolonga en la vida de los hombres;

– a la acción de gracias por las maravillas que Dios no cesa de realizar por nosotros, hoy como ayer;

– a una imploración humilde y constante para alcanzar la gracia de ser fieles en toda circunstancia al llamado de Dios.

18. En la Compañía de María, todos son misioneros, todos llamados por Dios a proclamar la Buena Noticia de la salvación. Mediante su trabajo, su oración y sus sufrimientos, cada uno debe esforzarse por manifestar la realidad del Reino ya presente, pero aún por venir, y por colaborar eficazmente en la misión de la Compañía de María, allí donde el Señor le pida estar presente.

2 - Compañía

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19. Para realizar el trabajo misionero, Montfort quiso una comunidad, es decir, un grupo, una congregación, una asamblea, una selección, un grupo escogido, una tropa, un escuadrón... (ver SA 18), y no individuos dispersos o yuxtapuestos.

20. Una comunidad unida: “Oh Señor [...] congréganos, reúnenos...” (Ib).

21. Una comunidad que vive en la caridad, la cual “es la vida, el vínculo y la guardiana” de la Compañía (RM 45) y en la que todos se sostienen mutuamente y se sienten responsables unos de otros.

22. Una comunidad ordenada: “un ejército a banderas desplegadas y bien ordenado...” (SA 29).

23. Una comunidad calificada, que vale más por la calidad que por el número: pequeña, pobre, sin crédito, “débil ante el poder del mundo; pero rica en Dios y separada del común por el bien de la Iglesia” (ver ACM 2.7).

24. Una comunidad pobre, en la cual los misioneros lo ponen todo en común, y en la que ellos viven desprovistos de beneficios..., de bienes temporales..., desapegados... de todo bien temporal, capaz de detenerlos y atarlos... (ver RM 5-6).

25. Y totalmente abandonados a la Providencia del Padre, a quien incumbe vestirlos, alimentarlos y sostenerlos (ver ACM 4).

26. Una comunidad libre con la libertad de Dios, donde los miembros viven “desapegados de todo [...], sin parientes según la carne [...], sin estorbos ni preocupaciones...” (SA 7).

27. Disponibles ... “sin voluntad propia que los manche o los detenga [...], vuelen por todas partes al soplo del Espíritu Santo...” (SA 8-9). “Gente siempre en tu mano, siempre pronta a obedecerte, a la voz de sus superiores...” (SA 10).

28. Una comunidad, pues, cimentada en la obediencia, fundamento y “apoyo inquebrantable de toda santidad y de todos los frutos que Dios produce y producir por su ministerio” (RM 19),cuyos miembros se someten, en la fe, a los superiores, y cooperan en los cargos e iniciativas de la comunidad con una obediencia activa y responsable.

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29. Su obediencia apostólica se ejerce también para con los responsables de la pastoral, allí donde les llaman a trabajar(ver RM 22).

30. Una comunidad en la que “los misioneros se aplican asiduamente al estudio y a la oración a fin de alcanzar de Dios el don de sabiduría, tan necesario a un verdadero predicador para conocer, gustar y hacer gustar a las almas la verdad”. Y les permitirá “predicar a lo apostólico” (RM 60).

31. La oración de los misioneros está profundamente marcada por el afán apostólico que les hace tomar a su cargo las necesidades de aquellos a quienes les envían y las de la Iglesia (Ver SA 12; RM 29; LM 6).

32. Dado que Montfort quiso una comunidad apostólica, cuyos miembros se consagran para siempre al Señor, los misioneros se comprometen a seguir los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad por el Reino, mediante votos que los atan a la Compañía de María para el servicio de Dios y del prójimo (RM 8).

33. Todos los miembros de la Compañía están unidos en un mismo espíritu y viven del mismo carisma inspirador, no obstante la diversidad de sus oficios.

3 - De María

34. El P. de Montfort comprendió e iluminó en forma excepcional la asociación única, permanente y universal de María a la obra del Salvador hasta su plena realización (ver SA 6). De manera que, para ponerla más profundamente al servicio de Cristo, el Fundador puso su Compañía al servicio de María.

35. Pide con insistencia a Dios Padre que forme, cree, suscite esa Compañía (ver SA 2-3...); implora a Jesús que se la dé a su Madre (SA 6) con el fin de que ella misma se forme en esa Compañía “verdaderos hijos [...] engendrados y concebidos por su caridad [...], educados por sus cuidados, sostenidos por su brazo y enriquecidos con sus gracias” (SA 11).

36. Montfort suplica al Espíritu Santo “producir y formar hijos de Dios pero con María, su divina y fiel Esposa” (SA 15). De la acción del Espíritu Santo y la fiel

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cooperación de María deben surgir “sacerdotes totalmente de fuego, por cuyo ministerio quede renovada la faz de la tierra y tu Iglesia sea reformada” (SA 17).

37. La Compañía es, por tanto, obra de Dios, pero también de María: “Esos son los grandes hombres que vendrán, pero que María formar por orden del Altísimo...” (VD 59). “El Señor suscitará grandes hombres, llenos del Espíritu santo y del espíritu de María, por quienes esta divina Soberana hará grandes maravillas en el mundo...” (SM 59).

38. Porque los miembros de la Compañía deben entrar al servicio de María, con el fin de ser por ella “verdaderos servidores” por su plena y filial disponibilidad (ver SA 12).

39. Así, el carácter mariano de la Compañía es un valor esencial de nuestra Congregación, y María no está presente en la vida de los misioneros, de manera accidental: la devoción a María es parte integrante de su vida espiritual y de su apostolado.

40. La “perfecta consagración” a Jesús por María es el acto más significativo del carácter mariano de nuestra inspiración. De ahí la necesidad de estar abiertos a una reflexión teológica profunda y constante sobre las palabras y fórmulas que expresan su contenido, con el fin de esclarecer el sentido total de este acto, teniendo en cuenta la mentalidad de aquellos a quienes lo proponemos.

41. La iluminación del misterio de María en la obra de la salvación es reconocida como una de la tareas específicas de la comunidad monfortiana. Los misioneros, al dedicarse a presentar la misión de Nuestra Señora de tal manera que aquellos a quienes son enviados, la perciban adecuadamente, favorecen una comprensión más profunda del misterio de la salvación en el mundo.

42. Para su vida espiritual y su apostolado, tratan de descubrirlas oraciones más características de nuestra devoción mariana, de darles nueva vida y suscitar otras nuevas según la sensibilidad espiritual de los tiempos y lugares.

43. La contemplación diaria de los gozos, de los dolores y glorias de Cristo y de su Madre en sus misterios, es apoyo eficaz y alimento de la inspiración monfortiana. Esta contemplación se realiza por excelencia en el Rosario.

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II. MISION DE LA COMPAÑIA DE MARIA

44. El apostolado de la Compañía de María se ubica dentro de la misión de la Iglesia, enviada para que todo hombre llegue a su plena estatura en Jesucristo. El anuncio del Evangelio en todas partes del mundo es una tarea urgente de la cual es responsable cada uno de los creyentes.

45. Dicha participación en la misión de la Iglesia, común a todos los cristianos y, de manera especial, a todos los institutos misioneros, debe especificarse y actualizarse a partir del carisma del Fundador prolongado en la tradición misionera de sus sucesores.

46. La misión de la Iglesia encuentra su origen en el envío que el Padre hace de Cristo “a llevar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4,18).

47. En efecto, así como él mismo había sido enviado por el Padre, Cristo envió a los apóstoles, en seguimiento suyo, a extender el anuncio de la Buena Noticia a todas las naciones.

48. La Iglesia, fundada por Cristo sobre los apóstoles y sus sucesores, ha enviado a su vez al P. de Montfort, como “misionero apostólico”, y a su Compañía, en vista del apostolado misionero entre fieles e infieles, con el fin de establecer el Reino de Jesús por María.

49. El pueblo de Dios necesitará siempre de esa actividad apostólica en lo que tiene de esencial. Por ello, la tradición misionera de Montfort sigue siendo actual en la Iglesia.

50. Esta tradición apostólica monfortiana tiene su fuente ante todo, en el apostolado de Montfort, que se ubicó, de hecho, a nivel de la misión en país cristiano y, en deseo, a nivel de la misión en países paganos; se funda, además, en el apostolado de sus sucesores, que prosiguieron la misión en país cristiano y realizaron el proyecto de la misión “ad gentes”.

51. En armonía con la inspiración apostólica de Montfort, el anuncio del Evangelio que hacen los misioneros:

a) debe hallar su dinamismo profético en la acción del Espíritu Santo;

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b) debe ser un llamado a la renovación (ver RM 56), apoyado en una forma de vivir “a lo apostólico” (ver RM 60);

c) debe traducirse:

– en una predicación en favor de los más indigentes, oprimidos y explotados (ver RM 7);

– en la atención a “las necesidades de la Iglesia” (C 5) que señala las urgencias apostólicas;

d) debe apoyarse:

– en un abandono total a la Providencia, que se expresa en particular por una vida misionera en dependencia de la gente (ver RM 50),

– en la imitación ferviente de María y la disponibilidad para con ella;

e) debe comprometerlos a la predicación de la salvación por la cruz, cumbre de la sabiduría y del poder de Dios (ver 1Co 2,1-3), señal por excelencia del amor y del don total;

f) debe manifestar un amor apasionado por la gloria de Dios, fin supremo de todo apostolado.

52. Este anuncio exige de los misioneros en particular:

a) que analicen las necesidades del mundo actual, y en especial de su ambiente inmediato, y sepan inventar métodos de acción apostólica adaptados a las condiciones sociales y culturales de los pueblos que evangelizan;

b) que disciernan las necesidades de la Iglesia y colaboren con el conjunto de sus hermanos;

c) que extraigan su dinamismo de la esperanza del Reino;

d) que sean solidarios con todos sus hermanos, los hombres, en su búsqueda de liberación y de fraternidad. Todo esto es parte integrante de la actividad misionera.

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53. Por ello, el misionero monfortiano, a ejemplo de Montfort, se abre a los signos de los tiempos, que se esfuerza por escrutar e interpretar a la luz del Evangelio. Tales signos se manifiestan de maneras diferentes: en los acontecimientos de la Iglesia y del mundo; a través de las decisiones de los Concilios y de los Sínodos, los llamados y directivas del Papa y de los obispos; y para nosotros se expresan de manera particular en las aspiraciones y orientaciones de los capítulos provinciales y generales.

54. El apostolado misionero monfortiano es la obra de toda la Compañía de María. Sea cual fuera la tarea personal, todos los miembros de la Congregación, Padres y Hermanos, deben considerarse parte integrante de una gran comunidad, en donde cada uno tiene su función que desempeñar para la realización de la obra total. Esta convicción debe animar el apostolado de los miembros de cada provincia y de cada comunidad.

55. El trabajo en equipo, expresión de nuestra vida comunitaria, es también un método eficaz de apostolado. Que los responsables asuman como tarea formar y estimular verdaderos equipos de trabajo.

56. Los misioneros de la Compañía de María recuerdan que la auténtica fecundidad de su apostolado está íntimamente vinculada al mandato dado por la Iglesia a través de los superiores competentes.

57. Los llamados de los obispos a la Congregación para una participación más amplia en el ministerio de la salvación de los hombres deben responder al carácter propio de ella y estar enarmonía con sus Constituciones. En consecuencia, la Congregación debe pedir a las instancias autorizadas, directivas pormenorizadas en materia de pastoral, pero que respeten su propia inspiración monfortiana.

58. Para toda fundación deben efectuarse contratos, adaptados alas circunstancias y lugares, entre los Ordinarios y los superiores competentes de la Congregación, en armonía con los cánones 678-682.

Estatutos 1. Conviene indicar en tales contratos, de manera clara y adecuada, entre otras cosas, el cargo que asume el instituto y la forma de colaboración con los Ordinarios del lugar. Igualmente, en cuanto concierne a los misioneros, hay que definir, además del número, el derecho a presentarlos y nombrarlos para las diferentes funciones y lo que concierne a su traslado, desplazamiento y reemplazo.

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59. Conscientes de que el apostolado es la misión de toda la Iglesia, los miembros de la Compañía se esfuerzan por trabajar en colaboración con el laicado y, donde sea necesario, por suscitarlo y formarlo.

60. Entre los laicos, muchos expresan la necesidad de alimento espiritual. Algunos lo buscan y lo encuentra ya en diversas fuentes. Los misioneros monfortianos, por su parte, se esfuerzan por presentar la espiritualidad de su Fundador, por medios adecuados, a quienes pueda interesar.

61. Para que unos y otros respondan lo mejor posible a las exigencias apostólicas de su vocación, pueden, dado el caso, ser asociados a la Compañía de María, gracias a diferentes estructuras de acogida y apoyo, en armonía con la inspiración de Montfort y las múltiples vías que él mismo abrió. Las asociaciones “María Reina de los Corazones” para los laicos y para los sacerdotes están aprobadas por la Iglesia y son reconocidas como propias de la Compañía de María.

E2. Incluso si los miembros de nuestras dos Asociaciones de María Reina de los Corazones son los únicos Asociados en el sentido estricto del término, los monfortianos brindar n especial atención con discernimiento las demás asociaciones o movimientos que se inspiran en la espiritualidad de san Luis María de Montfort.

62. En su actividad misionera, la Compañía se muestra más atenta al espíritu que anima los oficios que a los oficios como tales. Se mantiene, pues, abierta a las diferentes formas de apostolado que responden a las urgencias de la Iglesia y a la inspiración monfortiana, quedando a salvo el n. 57.

63. Todos los miembros de la Compañía tienen que anunciar el Evangelio, conforme a su oficios y capacidades. Las formas de hacerlo son múltiples. Y quienes están encargados de ciertas tareas menos directamente apostólicas, pero que se reconocen necesarias para la vida de la Compañía, contribuyen realmente a la obra evangelizadora de la comunidad: hacen posible esa obra y le aportan un apoyo espiritual muy importante.

E3. En relación con las tareas propiamente misioneras de la Compañía, cierto número de sus miembros son llamados a consagrarse a diferentes actividades, por ejemplo:

E4. a) la obra de las vocaciones para los futuros monfortianos. Los que a ellas se dedican, incluso en las casas de formación, prestan un servicio indispensable a la Iglesia y a la congregación.

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E5. b) La difusión de la herencia espiritual legada por san Luis María de Montfort. Para nosotros es un deber hacerla conocer, no sólo mediante la predicación, sino también por todos los medios de comunicación social, tales como: revistas, prensa, radio, etc. Para facilitar la expansión de la vida evangélica y su enraíce en el medio humano en que debe vivirse, debemos buscar las formas de expresión adecuadas de esta espiritualidad, esforzándonos por adaptarlas a todos los ambientes y culturas.

E6. c) Las parroquias: la Compañía de María se ha mostrado siempre renuente a reconocer las parroquias como obra que corresponda a nuestra actividad misionera, en razón del peligro de instalación que conllevan. No obstante, desde hace cerca de un siglo, las parroquias constituyen un sector relativamente importante en el apostolado de los monfortianos. Establecidas inicialmente sobre todo en las misiones “ad gentes” para responder a las necesidades de países donde la Iglesia no se hallaba todavía suficientemente implantada, son hoy día, en numerosos casos, una realidad en muchas provincias tanto por sus necesidades como por las de la Iglesia. Y parece que pueden constituir efectivamente en este momento una actividad misionera, en la medida en que son un medio, a veces el único, de realizar nuestra vocación monfortiana en ciertas situaciones concretas. Su aceptación, que debe ser regulada por contrato, queda al juicio del superior provincial con el consentimiento de su consejo.

E7. Hay que saber apreciar en forma positiva el valor de esas tareas, manteniéndose sin embargo atentos a las razones que permiten asumirlas en fidelidad a la inspiración monfortiana. El sentido y contenido de la inspiración monfortiana pueden expresarse de dos maneras diferentes y complementarias:

a) en sus principios: se trata de la Regla fundamental (ver Decreto de la SCRIS del 24 de marzo de 1984);

b) en la práctica del apostolado, los cuatro elementos cumulativos y no disociables de la misión monfortiana son:

– la evangelización;

– María;

– la desinstalación;

– el actuar juntos.

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64. Es necesario hacer periódicamente un examen de nuestras diferentes actividades, para realizar un discernimiento entre las que se inscriben en la línea de la auténtica tradición monfortiana y las que se apartan de ella.

E8. Estos son los principales criterios que hay que utilizar para dicho discernimiento. Nuestras actividades deben:

– ser urgentes para la Iglesia;

– estar en la línea de la inspiración monfortiana;

– ser sometidas al discernimiento de la comunidad;

– caer dentro de las posibilidades de la persona, de la comunidad o de la Provincia que se encarga de ellas.

E9. Los superiores mayores deben preguntarse sinceramente delante de Dios si la Congregación puede extender su actividad en vista de la expansión del Reino de Dios entre los pueblos; si puede dejar a otros ciertos ministerios, de manera que pueda gastar sus fuerzas en lugares donde las necesidades son más lacerantes. Compete al capítulo general proponer las prioridades apostólicas de la S.M.M. según las necesidades de la Iglesia y según la misión de la Compañía.

E10. Se desea vivamente que, en la medida de lo posible, los superiores mayores animen a quienes lo deseen a ir y realizar sus aspiraciones misioneras en las iglesias jóvenes y que se lo permitan, aunque sólo sea por un compromiso temporalmente limitado.

E11. Dondequiera que trabajen, los misioneros se esfuerzan por adaptar su vida apostólica a las condiciones del ambiente y por promover los valores de la cultura local.

65. Por voluntad del Fundador, debe existir una sola comunidad apostólica, un proyecto común único, que se realiza en la diversidad y complementariedad de las funciones.

66. El aporte de los Hermanos en la obra misionera es irremplazable. Mediante su testimonio de vida evangélica, sus trabajos profesionales y su participación en las tareas más directamente pastorales, contribuyen de manera eficacísima a la edificación material y espiritual de las iglesias locales.

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E12. Los misioneros deben preocuparse por suscitar y sostener las vocaciones religiosas y sacerdotales.

E13. Para llevar a feliz término su tarea de evangelización y desarrollo, los misioneros deben cooperar, dentro del respeto a la jerarquía local y la obediencia a sus directivas, no sólo con otros institutos religiosos, con los sacerdotes y los laicos, sino también con los organismos sociales que se dedican a la promoción del hombre, tanto a nivel nacional como internacional.

E14. Las provincias se esfuerzan por brindar una valiosa ayuda a sus misioneros facilitándoles la asistencia de expertos, tanto religiosos como laicos, no sólo para profundizar en su formación espiritual y pastoral, sino incluso para ayudarlos a poner en marcha las estructuras pastorales necesarias.

67. Los misioneros monfortianos deben recibir una preparación adecuada a la naturaleza de la obra que van a realizar y a las exigencias de la época. Deben igualmente tener la posibilidad de renovar periódicamente su formación espiritual y apostólica.

III. VIDA RELIGIOSA APOSTÓLICA

68. El hecho de saber que somos amados da sentido a nuestra vida. Dios nos ha amado y nos ha creado para amarlo. “El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos” (Ef 1,4-5). Esta vocación es común a todos los hombres sin excepción.

69. A nosotros, que hemos escuchado el llamado del Señor a dejarlo todo y seguirlo, nos ha pedido y concedido dar testimonio de que el amor de Dios es suficiente para llenar nuestro corazón de gozo y esperanza. Nos esforzamos por dar testimonio a la verdad y a la plenitud del amor de Dios, con toda nuestra vida: “Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tuvo” (1Jn 4,16).

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70. “Y el mandato que nos dio es que quien ama a Dios ame también a su hermano” (1Jn 4,21). Nuestra vida religiosa, expresión del amor que tenemos a Dios, hace patente su autenticidad por medio del servicio al prójimo.

A - Comunidad fraterna apostólica

71. La Compañía anhelada por Montfort no es una comunidad monástica, sino una comunidad apostólica. Por consiguiente todas las estructuras de su vida deben hallarse en relación estrecha con el apostolado.

72. Conformamos, en la Iglesia, una comunidad en la que todos somos hermanos, en la que todos llevamos las cargas unos de otros y todos vivimos la comunión en el mismo carisma. Reunidos en Cristo, no obstante nuestras diferencias de origen, de ambiente, de cultura y de carácter, realizamos mediante la vida fraterna lo que el Reino de Cristo instaura en la tierra: la unión de todos por la fe en Jesucristo. De esta forma, nuestra vida en comunidad se halla al servicio de la misión apostólica: anuncia y proclama la presencia de Aquel que crea su unidad, Cristo nuestro Señor. “En eso conocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros” (Jn 13,35).

73. Nuestra comunidad es nuestro ambiente familiar: en prosecución del mismo ideal compartimos gozos y penas, en la sencillez de la relaciones, en actitud de respeto y deferencia especiales para con el superior, centro de unidad dela comunidad en el nombre del Señor. Si, a causa del trabajo apostólico o de alguna necesidad, a veces nos encontramos solos, no obstante, no debemos vivir como aislados: por nuestra parte, nos aferramos a algún vínculo comunitario, y nuestra comunidad se preocupa igualmente por ello.

74. a) Nuestras comunidades deben residir en una casa debidamente erigida, bajo la autoridad de un superior designado según las reglas del derecho (can 608). Una parte de la casa estará reservada exclusivamente a los cohermanos (ver can. 667, 1).

b) Nuestras casas son necesarias, no sólo para darnos abrigo, sino también para que cada uno pueda, en cualquier circunstancia, sentirse en su propia casa. Cada uno debe también poder contar con un entorno a dónde regresar para recuperarse de las fatigas del trabajo, en la oración, el recogimiento, el estudio y el convivir

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fraterno. Los ancianos encuentran siempre allí su sitio, y los enfermos son rodeados de particulares cuidados.

c) El superior mayor, con el consentimiento de su consejo, puede autorizar a un cohermano para que viva fuera de la comunidad, durante un año, si hay razones válidas; más de un año, en razón de enfermedad, de estudio, o de apostolado ejercido en nombre del instituto (can. 665, 1).

75. En el uso de los medios de comunicación social, como lo exige el canon 666, se observar la necesaria discreción.

76. De acuerdo con la recomendación del Fundador, vestimos “como los buenos eclesiásticos de la región”. Cuando llevamos sotana, el cordón y el rosario constituyen nuestras insignias características.

E15. Nuestras casas están abiertas a todos los cohermanos: ninguno de ellos debe ser considerado como extraño. Los reglamentos deben facilitar los encuentros fraternos y favorecer cuanto pueda contribuir para que la casa sea más acogedora para los cohermanos. Durante su permanencia, quienes se benefician de la hospitalidad se esfuerzan por participar en la vida de la casa que los acoge. Nuestras casas se abren también a las personas y a los problemas del entorno humano donde se hallan ubicadas.

E16. La comunidad apostólica se edifica, se vuelve activa y eficiente gracias a la cooperación de todos. Dado que, junto con el superior, somos todos responsables del bien común en vista de la misión, cada uno se considera realmente parte activa en los encuentros fraternos para la elaboración y ejecución de las orientaciones y decisiones que regulan nuestra vida y actividades. Esos encuentros fraternos, esenciales para la vida monfortiana en comunidad, deben reunir periódicamente a cuantos pertenecen a la comunidad.

E17. Un clima de serena libertad permite a cada uno expresar sus opiniones y puntos de vista, y encontrar en los cohermanos acogida, comprensión y respeto. El superior, en especial, cuida de ayudar y apoyar a cada uno de sus hermanos, de promover y coordinar los diferentes esfuerzos, y decidir, en último análisis, lo que se requiera para el bien de los cohermanos y de la comunidad en la línea misionera que nos caracteriza.

E18. La caridad es difusiva. Es fuente de expansión recíproca. En todo, por ejemplo en la organización de los reglamentos ordinarios de la casa, comunica el sentido de la mesura. Es la norma principal que regula nuestra relaciones.

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B - Consagración en una comunidad apostólica

77. Con el fin de vivir “libres”, “a lo apostólico”,nos consagramos al Señor para el servicio del Reino por medio de los votos –pobreza, obediencia y castidad– los cuales nos ayudan a vivir e irradiar el amor de Cristo, especialmente en tres campos, en los que todos los hombres –y no somos la excepción– buscan alcanzar su madurez y desarrollo:

* el manejo de los bienes materiales,

* la realización de un proyecto de vida,

* la vida afectiva.

78. Los bienes materiales son dones de Dios que nos son necesarios. Pero entre nosotros, nadie llama suyo lo que posee: entre nosotros, todo se pone en común y debe servir a la utilidad del prójimo.

79. Al seguir a Cristo, nos comprometemos libre y radicalmente a caminar por la senda por donde él nos conduzca. Así podemos alcanzar la plenitud de nuestra libertad de hombres y de hijos de Dios.

80. Al consagrarnos a Dios solo, aceptamos recibir de él a los hermanos y hermanas que él nos exija amar con amor auténtico y personal.

81. Para responder al llamado del Señor, no basta tomar una decisión una vez por todas: debemos vivir el don de Dios en un compromiso de cada día.

1. Pobreza

82. Llamados a seguir a Cristo y “a dar misiones tras las huellas de los apóstoles pobres” (RM 2), nos comprometemos a vivir una pobreza apostólica.

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83. Montfort quiso que fuéramos pobres, y, en primer lugar, ante Dios: debemos esperarlo todo de él, como los pobres del Señor, cuyo modelo acabado es María, y comprometernos totalmente en su obra salvadora. En cuanto a los bienes materiales, esta actitud espiritual fundamental se concreta en un comportamiento, a la vez:

– personal: debemos vivir sin propiedad alguna que nos separe a unos de otros, sin apego alguno que nos distraiga de la misión;

– y comunitario: no debemos instalarnos, a fin de permanecer siempre como misioneros disponibles a cualquier llamado.

84. La pobreza “a lo apostólico” es exigente, porque es vida ala Providencia, en dependencia de la gente. Rechaza confiar en el dinero y el poder que éste genera. Exige un desapego que compromete a imitar a Cristo hasta su renuncia radical.

85. Al apoyarnos en Dios solo, testificamos ante el mundo que el Señor es la fuente de todo bien y quien da sentido definitivo a toda nuestra vida. En nuestra comunidad, donde todo se pone en común, la pobreza es signo de la llegada del Reino.

86. Nuestra consagración a Cristo por María es una escuela de disponibilidad donde aprendemos a insertarnos entre los más pobres. Entramos así en el movimiento mismo que condujo a la Sabiduría a vincularse a la condición humana mediante la Encarnación.

E19. Dado que nuestro sitio está del lado de los pobres, el compartir efectivo reviste hoy para nosotros una exigencia particular, dadas las condiciones económicas insuficientes que padece la mayor parte de la humanidad. Ese compartir real debe llegar hasta la solidaridad y comunidad de destino con los pobres, porque la acción por la justicia y la participación en la transformación del mundo aparecen claramente como dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio.

E20. Enviados a evangelizar a los pobres, se nos lleva a países y ambientes que sufren injusticia y hambre. Nuestra acción misionera debe conducirnos a cooperar con las instituciones que, a nivel local, nacional, internacional tienen como tarea aliviar la miseria y liberar al hombre.

87. Por el voto de pobreza nos comprometemos a no disponer ni usar de ningún

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bien material sin permiso de los superiores. Somos llamados a compartir y hacer uso moderado, personal y comunitariamente, de los bienes a nuestra disposición.

88. Conservamos el dominio radical de nuestros bienes patrimoniales.

a) Antes de emitir votos temporales, el futuro monfortiano debe ceder a quien le plazca la administración, el uso y usufructo de lo que posee.

b) El religioso no puede disponer de los bienes que posee, pero puede adquirir otros; en este caso, debe ceder la administración, el uso y usufructo de los mismos a quien le plazca.

c) Si el religioso monfortiano posee bienes, hará testamento válido ante la ley civil con ocasión de su compromiso definitivo; si no los posee, está obligado a hacerlo en el momento en que adquiera bienes patrimoniales.

d) Cualquier modificación al testamento o a la administración de los bienes patrimoniales puede hacerse con el permiso del superior general, quien puede delegar a los superiores mayores para conceder dicha autorización.

89. Las únicas formas para que el monfortiano pueda constituir o aumentar su patrimonio son:

– un acto entre vivos con los miembros de su familia hasta el cuarto grado;

– o un acto por causa de muerte, y entonces puede tratarse de cualquier persona.

E21. Ante la continua inflación, el superior general puede permitir a quien lo pida añadir al capital los intereses de su patrimonio con el fin de que éste no pierda su valor.

90. Para que un profeso de votos perpetuos pueda renunciar, en todo o en parte, a sus bienes patrimoniales, se requiere la autorización del superior general (can 668, 4).

E22. El superior general puede delegar a los superiores provinciales el poder conceder a sus respectivos religiosos, por razones válidas y con el voto deliberativo de su consejo, el permiso de modificar el testamento o las disposiciones relativas a la administración de sus bienes. Para los actos de propiedad que pueda exigir la ley civil o en circunstancias especiales, basta la autorización del provincial, e incluso, en caso de urgencia o si se trata de asuntos

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de poca importancia, la autorización del superior local.

91. Cuanto adquiere el religioso, fuera de su patrimonio, sea por el título que sea, lo adquiere para la Congregación. El fruto de nuestro trabajo, las pensiones, las subvenciones, los seguros, las donaciones que recibimos, en una palabra, todo cuanto podemos adquirir, corresponde, pues, a la comunidad.

E23. Esto nos compromete a desprendernos de todos los bienes que pasan por nuestras manos para ponerlos al servicio, no sólo de quienes están con nosotros en el seno de la misma comunidad, sino también de quienes, en torno nuestro o lejos de nosotros, padecen necesidad.

E24. La dependencia en el uso de los bienes y del dinero podrá expresarse de maneras diferentes según las circunstancias. En todos los casos, el religioso dará cuenta según las modalidades acordadas al superior competente.

E25. La vida de pobreza no consiste ni en la indigencia ni en el bienestar cómodo. La solidaridad con los pobres nos lleva a adoptar condiciones de vida modesta, sin lujo, sin ganancias inmoderadas ni bienes acumulados. Viviremos, como ellos, de nuestro trabajo, trátese del ministerio, de estudios o de diferentes actividades. Utilizaremos los bienes materiales con la moderación que se impone a pobres voluntarios, y en acción de gracias al Señor.

E26. Nuestras provincias y casas comparten sus bienes materiales, socorriendo las más acomodadas a las más desprovistas. Compete a los responsables planificar este compartir y facilitar su ejecución en espíritu de ayuda recíproca.

E27. En el espíritu de la regla del Fundador, los pobres ocupan un lugar privilegiado: nuestra Compañía debe, en forma colectiva y patente, ubicarse del lado de los pobres.

E28. Nuestras comunidades están particularmente atentas a respetar la justicia social por el trabajo de sus empleados. Y matizarán siempre el ejercicio de sus derechos con la caridad.

2. Obediencia

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92. Con Cristo, colocamos nuestra vida a total disposición del Padre que quiere salvar a todos los hombres: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Con Cristo, hacemos de la voluntad del Padre la única razón de nuestra existencia: “Mi sustento es cumplir la voluntad del queme envió y dar remate a su obra” (Jn 4,34).

Por la obediencia, queremos llegar hasta el absoluto en la comunión con el querer del Padre, hasta el sacrificio de la cruz, a ejemplo de María, “Esclava del Señor” (Lc 1,38; ver Jn 19,25-27).

93. El designio del Padre se realiza por la Iglesia reunida en Cristo por el Espíritu. De la Iglesia recibe su misión nuestra comunidad apostólica.

94. El voto de obediencia nos ubica en la Compañía de María. Más en profundidad, expresa nuestra disponibilidad a todos los llamados del Señor que lealmente podemos discernir a través dela vida, el acontecimiento y necesidades de la Iglesia, pueblo de Dios. En la reflexión con la comunidad monfortiana podemos descubrir el pensamiento del Señor.

95. Por la obediencia, ofrecemos las fuerzas de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad, todos los dones que hemos recibido de la gracia y de la naturaleza, seguros de trabajar en la edificación del Cuerpo de Cristo conforme al designio de Dios.

96. La obediencia vivida hasta el extremo, locura para el mundo, es signo de amor y fuente de eficacia apostólica. Por las renuncias que exige, y que crucifican, nos reduce a lo esencial y nos aferra, con toda la fuerza de nuestra voluntad, a lo que hemos escogido como meta de nuestra vida: el Reino de Dios.

97. Entre nosotros, nadie es más que su hermano. Todos son servidores del Señor y servidores los unos de los otros; a todos se comunica el Espíritu santo, pero creemos, en la fe, que el Señor ha dado a algunos la responsabilidad de animar y dirigir en su nombre a la comunidad.

98. La autoridad de los superiores proviene de la misión recibida de Cristo. Los superiores ejercen, pues, su autoridad en espíritu de servicio a sus hermanos, de tal manera que expresen el amor que el Señor les tiene. Tienen, por consiguiente, el deber de suscitar la fidelidad de la comunidad a su misión en la Iglesia.

99. Recordando, en la fe, que son colocados por Dios al servicio de sus hermanos en la comunidad, los superiores saben entablar el diálogo, escuchar, acoger las

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iniciativas, suscitar la colaboración, en una palabra, animar y dirigir la comunidad.

100. En nuestras comunidades, los miembros esperan de sus superiores ser reconocidos en su personalidad, su competencia y responsabilidades. A su vez, los superiores tienen derecho a esperar que cada uno asuma su responsabilidad y sea fiel a sus compromisos. Unos y otros deben mirar al bien común y la fidelidad a la misión del instituto, que buscan y disciernen juntos.

101. Para imitar mejor a Jesucristo y realizar con mayor eficacia nuestro ideal apostólico, consagramos a Dios nuestra voluntad por el voto de obediencia, que nos compromete a someternos a las órdenes de los superiores legítimos según las constituciones.

Los superiores que tienen el derecho de dar órdenes formales en virtud del voto de obediencia son: el Sumo Pontífice, el superior general, los superiores provinciales, los superiores locales, y cuantos han sido delegados expresamente, cada uno en el terreno de su autoridad. Tales órdenes serán entregadas por escrito o en presencia de dos testigos.

102. Siempre está permitido a los miembros de la Compañía, ante la decisión de un superior, apelar a un superior más alto; salvo en los casos previstos por el derecho, la apelación no es suspensiva sino devolutiva. De manera que quienes apelan deben conformarse a la decisión, mientras no haya sido reformada por el superior más alto (ver RM 27).

103. El Espíritu Santo, que no está atado a ninguna mediación particular, nos da indicaciones a través de la regla, de la comunidad, de los superiores, del deber de estado, y de los acontecimientos que nos impulsan a tomar las iniciativas necesarias.

104. En la búsqueda de la voluntad de Dios, todos expresan sus aspiraciones y puntos de vista. Esta búsqueda proseguida en común debe, dado el caso, concluir en las decisiones y órdenes de los superiores.

105. Conscientes de contribuir a la realización del designio de Dios, adoptamos en la fe y el amor, las decisiones tomadas; mantenemos nuestro lugar, ejerciendo nuestras actividades con toda responsabilidad; nos dejamos animar por la sabiduría de la cruz que nos enseña a ser fieles hasta en el sacrificio.

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3. Castidad

106. El voto de castidad nos consagra sin reservas a Cristo y a la misión. Nos hace disponibles para el servicio apostólico en la medida en que nos vincula al Señor. La castidad libera porque une.

107. En el reino futuro, no tomarán esposa, ni marido, sino que todos serán hijos de la resurrección (ver Lc 20,35-36). Entre los hijos de Dios no habrá entonces otros vínculos que los de la caridad fraterna. En la era presente, nuestra comunidad tiende a manifestar por anticipado lo que seremos todos juntos y por la eternidad en el Reino de Dios.

108. El motivo decisivo de nuestra castidad, el único que le da verdadero sentido, es el Reino: “El tiempo apremia,” (1Co 7,29), el anuncio del Reino en palabras y obras se hace más urgente. Aquellos, a quienes les es dado comprenderlo, renuncian, en vista de otra fecundidad, al deseo de fundar un hogar. Consagran toda su capacidad de amar exclusivamente a Cristo, el Señor, y todas sus energías, al anuncio del Evangelio.

109. Unidos a Jesucristo, libres y disponibles para nuestros hermanos, compartimos la preferencia de Cristo por los más pobres y más desheredados. La castidad, es el amor de Cristo y de los demás hasta el don de sí mismo.

110. Consagramos, pues, toda nuestra persona a Dios solo y nos comprometemos por voto a la castidad perfecta en el celibato, libre y definitivamente, por amor, para comprometernos mejor al servicio de Dios y de los hombres.

111. Para que se desarrolle el don de nosotros mismos a Dios y a nuestros hermanos, se requieren comunidades acogedoras, en las que se experimente lo grato que es vivir como hermanos en una atmósfera de cordial y dichosa sencillez. El hombre de hoy podrá entender nuestro testimonio, si éste expresa el gozo y la amistad vividas en nuestras comunidades.

112. Nuestra castidad se rodea de prudencia, pero se consolida sobre todo por la relación con el Señor que nos brinda su amistad: “A ustedes los he llamado amigos porque les comuniqué cuanto escuché a mi Padre” (Jn 15,15).

113. Nos mantenemos fieles a nuestro compromiso comulgando con las

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disposiciones de María, la sierva del Señor, que nunca desdijo sus palabras: “que se cumpla en mí tu palabra” (Lc 1,38).

114. La perfección de la castidad requerida por el celibato consagrado no se realiza de una vez por todas. Es fruto de una conquista larga y difícil, de una ascesis adecuada, de mortificación, de decisiones exigentes y renovadas. Sin presumir de nuestras fuerzas, nos mantenemos prudentes y vigilantes, utilizando gustosamente los medios naturales que favorecen el dominio de sí mismo.

115. Para mantenernos fieles al compromiso de nuestro celibato, están a nuestra disposición dos medios privilegiados: la unión con Cristo y con María en la oración y los sacramentos, que nos aseguran la ayuda y la gracia del Señor.

C - La oración apostólica de los misioneros monfortianos

116. Siendo la Compañía de María esencialmente misionera, la vida de oración de los misioneros monfortianos debe ser necesariamente apostólica. Pero parece importante señalar dos puntos:

a) Los misioneros monfortianos deben estar convencidos de que necesitan una vida espiritual intensa y profunda.

b) La oración de los monfortianos debe estar en estrecha unión con su apostolado.

117. A ejemplo del Señor, maestro de oración, y de su Fundador, los miembros de la Compañía se reservan cada día un tiempo conveniente de contacto gratuito y desinteresado con Dios. Hacen, cada día, en cualquier tiempo y estación, por lo menos, media hora de oración (Ver RM 28.78).

118. En la oración, retomamos toda nuestra vida para ofrecerla al Padre, damos gracias por todos los dones recibidos, y especialmente por el amor que el Padre ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu.

119. Nuestra oración se une a la de Jesús, que oró por cuantos se reúnen en su nombre: “Padre santo, guárdalos con tu nombre, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,11). “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti;

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que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).

120. En comunión con María, que nos ha precedido en el servicio, ofrecemos al Señor nuestra inteligencia y nuestra voluntad, lo que somos, lo que tenemos.

Con ella, damos gracias a Dios, y nuestra mirada se extiende sobre el mundo que hay que salvar. Por ella, con ella y en ella, a ejemplo de Montfort, seremos los misioneros que el mundo de hoy necesita.

121. Cada uno de nosotros da gracias por el amor con que ha sido amado. Y cada uno de nosotros suplica al Señor por todos sus seres queridos. Pero nos esforzamos también por orar juntos para construir nuestra comunidad.

En la oración común, nos damos testimonio unos a otros de la fe que nos anima, asumimos el compromiso de amarnos fraternalmente, nos perdonamos mutuamente las faltas, anunciamos a los hombres que el Señor está vivo y que lo hemos encontrado en la fe.

122. Nuestra oración va unida a nuestra acción apostólica: en todo momento damos gracias a Dios por cuantos se hallan presentes en nuestra memoria, acordándonos ante el Señor de los ejemplos de fe, de caridad y de bondad humana que nuestros ojos tuvieron la dicha de contemplar.

123. Nuestra oración es continua al ritmo de nuestra vida apostólica: es intensa, perseverante hasta la importunidad, como combate con Dios, por la salvación de nuestros hermanos y hermanas. Así se convierte para nosotros en instrumento efectivo de nuestro apostolado; y más aún: elemento esencial de nuestro mismo apostolado.

124. Bautizados en la muerte de Cristo, estamos vivos para Dios y muertos para el pecado. Al recurrir con frecuencia al sacramento de la reconciliación, renovamos en nosotros la vida de Cristo resucitado que debemos llevar a los demás.

125. La celebración, en cuanto posible cotidiana, de la Eucaristía, es el centro de nuestra vida común y apostólica. Gustamos de celebrarla entre nosotros y con el pueblo de Dios (ver RM 30). Cada vez que nos congrega, nos unimos a Cristo y a su Iglesia en la esperanza gozosa y firme de su regreso.

Cada comunidad halla también otras formas de expresión de su fe ante Cristo

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presente en la Eucaristía. Nuestras propias pruebas nos permiten unirnos a los sufrimiento se injusticias que aquejan a nuestros hermanos y a los que sólo el sufrimiento de Cristo puede dar sentido, en la fe. Suplicamos al Espíritu que cree en nosotros la actitud profundamente filial que nos lleva a decir: “Padre nuestro... hágase tu voluntad...”.

126. En la Iglesia universal, la familia monfortiana tiene su forma especial de encontrarse con el Señor en razón de su espiritualidad.

E29. Cada comunidad se reúne para orar, encontrando su propio ritmo, conforme a las circunstancias de tiempo, de personas y actividades.

127. En fidelidad a la Iglesia, nos aferramos a las oraciones a los ejercicios espirituales que ella nos recomienda: la oración y el examen de conciencia cotidianos, la lectura espiritual y, donde sea posible, la recitación comunitaria de los Laudes y las Vísperas, como oraciones de la mañana y de la noche; para los clérigos queda en firme la obligación de la liturgia de las Horas (ver can. 276, 2 y 3). Cada año haremos también un retiro durante el tiempo conveniente.

E30. Nos mantenemos atentos a las nuevas formas de oración y compartir espiritual que nacen, según las necesidades y aspiraciones del Pueblo de Dios, en las diversas culturas y mentalidades.

128. Seremos fieles en el cumplimiento de los sufragios prescritos por los cohermanos difuntos.

E31. Cada provincia, y también la curia general, celebra tres misas por cada monfortiano difunto. Compete al capítulo provincial determinar el número de misas suplementarias que quiere hacer celebrar por cada uno de los miembros difuntos de la provincia. Con ocasión de la muerte del padre o de la madre de un monfortiano, se celebrarán nueve (9) misas y cinco (5) en el deceso de un hermano o cuñado, de una hermana o cuñada. El capítulo provincial determina las modalidades de aplicación. Se prestará atención a la presencia de los Hermanos en las comunidades. Y se pensará de tiempo en tiempo en brindarles una participación especial en el santo sacrificio de la misa.

129. En fidelidad a nuestro carisma, nos mantenemos fieles aciertas oraciones portadoras de la inspiración monfortiana como, por ejemplo, la coronilla, el rosario, cuyos misterios contemplamos cada día, según la petición que el Fundador dirige a sus misioneros: “Todos los días recitan el rosario completo” (RM 29).

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E32. Sabemos, de ser necesario, “traducirlas”, en cuanto a su lenguaje y contenidos, en función de las aspiraciones espirituales de nuestro tiempo, utilizando las riquezas de la Biblia y de la liturgia, los acontecimientos cotidianos de la vida personal y comunitaria.

130. Nuestra entrega a Cristo y a la misión encuentra su plena expresión en la consagración monfortiana. La renovamos personalmente cada día y, comunitariamente, en las fiestas de la Inmaculada Concepción y de la Anunciación, siendo ésta última, la fiesta principal de la congregación.

E33. El primer lunes de cada mes es día de encuentro espiritual intermonfortiano. En dicho día, los miembros y asociados de los institutos monfortianos oran por las vocaciones y por los vivos y difuntos de toda la familia monfortiana. Todos ofrecen la misa con estas intenciones.

E34. Fieles a las exigencias fraternas, apreciamos de corazón orar a nuestro Padre por quienes han trabajado a nuestro lado y abandonado la familia monfortiana.

IV. LA FORMACION PARA LA VIDA MONFORTIANA

A. Pastoral vocacional

131. La pastoral vocacional es una acción concertada de todo el pueblo de Dios para cultivar todas las vocaciones que suscita el Espíritu Santo. La comunidad monfortiana debe participar en ella en el seno de las Iglesias locales; para mejor coordinación y eficacia, las provincias pueden delegar a algunos de sus miembros para esta obra.

132. Nuestra inspiración monfortiana es un bien eclesial y una riqueza de la comunidad cristiana. En razón de su pertenencia a la Compañía de María, cada monfortiano y cada comunidad debe pues preocuparse por despertar y sostener las vocaciones monfortianas.

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133. Cada monfortiano y cada comunidad asumen esta responsabilidad mediante una oración incesante y audaz, a lo Montfort, por su testimonio de vida y sus actividades misioneras.

B. Formación monfortiana

134. A los candidatos que han tomado conciencia del llamado de Dios, la formación debe permitirles alcanzar una madurez humana y espiritual tal que puedan hacer una opción libre y responsable.

A todo lo largo de su formación, los candidatos a la vida monfortiana deben impregnarse del Espíritu de la Compañía de María, conforme a los principios de la inspiración monfortiana. Así deben desarrollar su personalidad gracias a un estilo de vida a lo apostólico, tras las huellas de los apóstoles pobres (RM 60. 2).

135. Los candidatos deben prepararse para ser monfortianos, es decir, hombres libres, prontos a emprender, testigos del Evangelio, hombres de equipo y capaces de colaboración (ver SA 7.10.12).

136. La formación en el espíritu misionero se inspira en la actitud de María, consagrada totalmente a la persona y a la obra de su Hijo para servir al misterio de la Redención, y modelo de vida apostólica. La consagración monfortiana que el aspirante pronuncia solemnemente con ocasión de la primera profesión y de la profesión perpetua debe vivirse como compromiso de toda la vida al servicio de Cristo por María.

137. El carisma de Montfort, en su dimensión apostólica y mariana, es fuente de inspiración concreta para los jóvenes que, a su llamado, se comprometen en el seguimiento de Cristo. Hay, pues, que prever durante todo el período de formación una iniciación a la vida y a los escritos del Fundador.

Dicha iniciación conlleva una profundización intelectual y espiritual de todos los aspectos del mensaje de nuestro Padre, con una insistencia particular sobre el lugar de María y un educación en la oración misionera a lo Montfort.

E35. En razón del lugar específico de María en la espiritualidad de la Compañía de María, se procede de manera que todo aspirante monfortiano se beneficie de cursos bien organizados de mariología.

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E36. El contacto personal con la realidad monfortiana viviente es un elemento importante de la formación. Se favorecen, pues, las relaciones de los jóvenes con los equipos misioneros de la provincia y, en la medida de las posibilidades, se las amplía a las experiencias vividas por las demás provincias.

E37. El misionero monfortiano es enviado al mundo. Por ello, la formación de los jóvenes debe abrirse a las diferentes experiencias humanas en donde ellos crecen, a fin de que sean de su tiempo y su país.

E38. Se favorecen contactos con el mundo de los jóvenes y de los adultos para mejor hacer captar sus problemas y estimular el espíritu apostólico. Conferencias, sesiones de estudio, trabajo, actividades apostólicas diferentes, permiten esa apertura.

Tales contactos serán tanto más provechosos cuanto más reflexionen luego juntos en revisión de vida y actividades.

Para facilitar el intercambio de información y una ayuda mutua efectiva en todo lo que mira a las vocaciones y a la formación, el consejo general delega a uno de sus miembros o a alguien fuera del mismo. La función de este consejero de formación consiste en recoger y encaminar hacia las provincias y las delegaciones toda documentación útil. Según las necesidades, aporta su ayuda fraterna y su competencia a quienes acuden a él.

E39. En la misma perspectiva de apertura, hay que asegurar el concurso de personas competentes, laicos y sacerdotes, para la formación. Es indispensable asegurar a todo hermano monfortiano una formación profesional y social serias. 

E40. Con el fin de asegurar la promoción de las vocaciones, hay que ubicar en cada provincia las instituciones necesarias a las diferentes etapas de la formación.

C. Etapas de la formación

138. Teniendo en cuenta las directivas dela Iglesia, los capítulos provinciales organizan las etapas esenciales de la formación al compromiso monfortiano. Dicha formación debe conllevar:

a) un período de prueba para quienes no han vivido en una comunidad monfortiana;

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b) cierto tiempo fuerte de iniciación (noviciado), que conlleva una reflexión del candidato sobre su propia vocación y una experiencia de vida en la congregación;

c) cierto tiempo de profesión temporal como caminar progresivo hacia la profesión perpetua.

139. Los programas de formación del noviciado conllevan de modo especial una seria iniciación: 

- a la lectura de la sagrada Escritura, como fuente de vida espiritual;

- a la liturgia, a la oración, a la meditación;

- a la espiritualidad monfortiana;

- a la vida religiosa apostólica;

- a la historia de la Compañía de María;

- al estudio de sus constituciones y de sus estatutos.

140. Para la admisión al noviciado, hay que tener en cuenta las condiciones y los impedimentos formulados por el derecho común.

E41. Antes de admitir a los candidatos al noviciado, los superiores cuidan de recoger la información oportuna sobre sus cualidades humanas y cristianas, sobre las motivaciones que los animan y su “curriculum vitae”.

141. El superior general para las delegaciones que pertenecen ala congregación como tal, el superior provincial para su provincia, el superior de una delegación para su territorio, cada uno después de consultar a su consejo, admiten al candidato al período de prueba y al noviciado; y, teniendo en cuenta la relación del responsable de la formación, también lo admiten a los votos temporales.

142. Para su validez, el noviciado debe realizarse en la casa dela congregación designada para ello y constituida como tal por decreto del superior general, luego del voto deliberativo de su consejo.

143. Compete al superior general, con el consentimiento de su consejo:

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a) transferir, para siempre o por algún tiempo, la sede del noviciado, a una casa de la congregación, luego de informar al ordinario del lugar;

b) autorizar el establecimiento de varios noviciados en una misma provincia, luego de petición del gobierno provincial;

c) autorizar a un novicio, en casos particulares y a modo de excepción, para que haga el noviciado, bajo la guía de un religioso que hace las veces de maestro de novicios, en una casa de la congregación, diferente de la designada para ello (ver can. 647, 2).

144. Para responder mejor a ciertas exigencias de la formación de los novicios, el superior general:

a) puede autorizar a la comunidad del noviciado a trasladarse, durante ciertos períodos, a otra residencia de la congregación;

b) dada la importancia del papel que juega la vida común en la formación de los novicios, tendrá –cuando el número de novicios no alcanza para constituir por sí solo una comunidad–, que ubicar, si posible, el noviciado en una comunidad del instituto susceptible de favorecer la formación de ese pequeño número de novicios.

145. Es competencia del superior provincial nombrar al maestro responsable de la formación de los novicios con el voto deliberativo de su consejo y luego de consultar al superior general y su consejo. El maestro de novicios debe tener diez años de profesión religiosa y ser apreciado por sus cualidades espirituales y monfortianas.

146. a) Para ser válido, el noviciado debe constar de doce meses transcurridos en la comunidad del noviciado (ver can. 648, 1).

b) En caso de inserción de experiencias apostólicas (ver can. 648, 2), el tiempo total no debe exceder a dos años.

c) No obstante, si al final de la duración normal del noviciado, subsiste alguna duda sobre la idoneidad de un novicio, el superior competente (ver n. 141) puede prolongar el tiempo de prueba, pero no más allá de seis meses (ver can. 653, 2).

d) Salvo el caso de experiencias apostólicas, la ausencia continuada o interrumpida mayor de tres meses vuelve inválido al noviciado. La ausencia que

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exceda a quince días debe suplirse (ver can. 649, 1).

Pertenece a los superiores mencionados en el n. 141 determinar, con el parecer del maestro de novicios, las modalidades conforme a las cuales se suplir al tiempo inferior a tres meses pasados fuera del noviciado y permitir la anticipación de la primera profesión, pero no más allá de quince días (ver can. 649, 2).

147. El noviciado comienza con una celebración litúrgica, el día determinado por el superior que admite al noviciado. El noviciado termina igualmente por una celebración litúrgica, en el curso de la cual, sirviéndose de la fórmula de profesión, el aspirante contrae un compromiso temporal por medio de votos.

148. En el momento oportuno, cada candidato pide por escrito al superior competente ser admitido a emitir o renovar su profesión temporal. Para la admisión a la profesión definitiva, dirige su petición al superior general. Toda petición del candidato debe ir acompañada de una relación del responsable de formación. La renovación de los votos debe hacerse el mismo día en que expiran.

E42. Los candidatos a la profesión temporal y a los votos perpetuos, deben prepararse con el mes monfortiano, o al menos con un retiro. Antes de su profesión, pronuncian solemnemente su consagración monfortiana.

149. Para la validez de la profesión temporal (ver can. 656), se requiere:

a) que quien la hace haya cumplido dieciocho años;

b) que quien la emite sea admitido por el superior competente, luego del voto consultivo de su consejo, conforme a las constituciones;

c) que la profesión haya sido precedida por un noviciado válido;

d) que se emitida sin violencia, ni temor grave, ni dolo, y en plena libertad;

e) que la exprese en términos formales;

f) que la reciba el superior general, por sí mismo o por su representante (ver n150).

150. El superior general recibe las profesiones religiosas, temporales o perpetuas. De no mediar decisión en contra de parte del superior general, están delegados de

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derecho –y en este orden– para recibir la profesión entre quienes se hallen presentes a la ceremonia: un asistente general, el superior mayor, el superior de la delegación, el superior local, el maestro de novicios, y el que esté de primero en orden de precedencia.

151. La fórmula de profesión adoptada para toda la Compañía de María es la siguiente:

En presencia de la Virgen María y de san Luis María de Montfort,

Yo, N. N.,

ante ustedes, hermanos,

y en sus manos, reverendo Padre Superior General,

(o Padre X..., representante del Superior General),

hago a Dios Todopoderoso,

sólo para su gloria y para el servicio de la Iglesia,

por un año (por tres años, para siempre)

los votos de pobreza,

de obediencia

y de castidad,

conforme a las constituciones

de los misioneros de la Compañía de María.

Esta fórmula puede ir precedida o seguida de expresiones personales, de acuerdo con las circunstancias de las personas y de las comunidades. Las mencionadas expresiones añadidas a la fórmula de profesión deben haber sido aprobadas por el superior mayor.

152. La profesión queda certificada por un acta inscrita en el registro de profesiones, firmada, al menos, por el profeso y aquel ante quien emitió la

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profesión. Inmediatamente después de la primera profesión el superior provincial debe enviar al superior general las notas individuales (dossier personal) concerniente a los nuevos profesos.

153. El superior competente según los términos del n. 141, o el maestro de novicios pueden admitir a un novicio en peligro de muerte a emitir los votos. Esta profesión sólo tiene valor jurídico en caso de deceso.

154. Normalmente, el período de votos temporales ser de tres años. Sin embargo, las provincias pueden determinar una duración mayor, que no exceder a los seis años (ver can. 655).

No obstante, el superior competente tiene la posibilidad de prolongar, si lo juzga oportuno, el período de votos temporales hasta nueve años (ver can. 657, 2).

Los votos temporales se hacen siempre por un período determinado, evaluado en año(s) o meses, después del cual, el religioso que lo pida espontáneamente y que sea juzgado apto, será admitido a una renovación o a la profesión perpetua (ver can. 657, 1).

Habitualmente se emiten los votos temporales por un año. El superior competente, luego de consultar a su consejo, puede autorizar una duración mayor.

155. Compete al superior provincial, con el voto deliberativo de su consejo, aprobar el programa de estudios y de formación (ratio studiorum et ratio institutionis), preparado por una comisión de expertos, para todos aquellos que se preparan a la profesión perpetua. Dicho programa ser confirmado por el superior general.

E43. Dado que la formación está vinculada con las mentalidades y situaciones de cada país, en cada provincia se determinan los medios más adecuados y las aplicaciones prácticas que permitan asegurarla.

E44. Los candidatos se esfuerzan por lograr una auténtica apertura a la universalidad de la Iglesia y a sus necesidades más urgentes, al igual que el sentido de adaptación a las diversas mentalidades y culturas de la gente.

E45. Durante el período de formación temporal, la formación tiene que ser sistemática, espiritual y apostólica, doctrinal y práctica, confirmada, dado el caso, por diplomas. Se evita dar cargos y actividades que puedan impedir los estudios.

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E46. Para los Hermanos, se completa la preparación, en cuanto sea necesario, con una formación profesional y, para quienes se preparan al apostolado, con sesiones de pastoral.

E47. El superior provincial, con el consentimiento de su consejo, cuida de escoger cohermanos calificados para acompañar y dirigir la formación. Al responsable de la casa se lo nombra después de consultar al equipo de formación.

156. Para la admisión a la profesión perpetua, el superior provincial procede a una consulta, conforme a las modalidades determinadas con su consejo, y se asegura de que todas las condiciones requeridas por el derecho se hayan cumplido. Compete al superior general, con el voto deliberativo de su consejo, admitir a la profesión perpetua, luego de la presentación del candidato hecha por el provincial o por el superior responsable de un territorio que depende del consejo general, quienes habrán pedido antes el consentimiento de su consejo.

157. Es incumbencia del superior competente (ver n. 141), con el voto consultivo de su consejo, aceptar a los candidatos a los ministerios de lector y acólito; el superior mayor tiene el poder de conferir esos ministerios. Compete al superior mayor conceder las letras dimisorias a los profesos perpetuos para la recepción del diaconado y del presbiterado, según las normas del derecho canónico (ver can. 1019).

D. Formación permanente

158. Procúrese en cada provincia asegurar periódicamente una formación complementaria para todos. Búsquense los medios adecuados para ello, tanto en lo profesional y pastoral como en lo que atañe a la renovación espiritual.

E48. Si el capítulo provincial no lo ha hecho, compete al superior provincial, con el consentimiento de su consejo, establecer un programa de formación permanente y velar atentamente por su realización.

E49. El superior provincial comunica regularmente al superior general –al menos cada dos años– lo realizado en materia de formación permanente. Esta comunicación puede unirse al informe de que trata el n. 27 de los Estatutos.

E50. Para seguir cursos en universidades civiles, hay que pedir el permiso al

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provincial quien, para darlo, toma el parecer de su consejo.

V. GOBIERNO

159. La congregación monfortiana se presenta como una comunidad de misioneros que participa, por su propia inspiración y apostolado, en la vida y actividades de la comunidad eclesial.

160. La congregación en su conjunto, lo mismo que en cada uno de los grupos que la constituyen, tiende a vivir como familia de Dios vivificada y animada por el Espíritu de Dios.

161. En referencia

– al mensaje de Cristo, que nos enseña que el Padre nos ama a todos, tal cual somos, y nos llama a progresar continuamente en el amor;

– a la forma como Cristo mismo se comportó con sus apóstoles;

– a la tradición neotestamentaria relativa a la vida de las primeras comunidades cristianas; éstos son algunos principios fundamentales a los que la vida y las estructuras de la Compañía y de las diversas comunidades deben esforzarse por responder:

a) la aceptación mutua de todos y cada uno, en su diversidad personal, con sus riquezas y debilidades;

b) un esfuerzo constante para asegurar al máximo la participación de todos en la buena marcha del instituto, de las provincias y de las comunidades, en un espíritu de cooperación y de solidaridad;

c) el cuidado por ejercer la autoridad, a cualquier nivel que sea, sin autoritarismo; más bien como un servicio a las personas y a las comunidades, como Jesús mismo dio el ejemplo haciendo del grupo apostólico una familia en la que todos se reconocían ante todo como hermanos e hijos del mismo Padre (ver Mc 9,33-37; Mt 18,1-5; 20, 27ss.; 23, 8...).

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E51. Para tener en cuenta, al mismo tiempo, la misión monfortiana en la Iglesia y la persona del misionero, la inspiración se halla en las reglas siguientes:

1. Persona y comunidad apostólica

E52. Persona y comunidad son complementarias. En efecto, si deben reconocerse y respetarse los derechos de la persona, ésta no puede realizarse y desarrollarse sino comprometiéndose activamente en la prosecución del bien común. Esto supone un esfuerzo de equilibrio entre las aspiraciones personales del misionero y los objetivos de la comunidad.

2. Subsidiariedad

E53. También hay que tener en cuenta el principio de subsidiariedad, en virtud del cual cada persona o grupo deben tener la posibilidad de ejercer libremente las responsabilidades que les son propias, contando con la comprensión y ayuda efectivas de las instancias superiores y de todos para el buen desempeño de la misión confiada.

E54. El respeto y la responsabilidad de los cuerpos intermedios y de las personas sitúa la autoridad en su verdadero lugar en un servicio de animación y de dirección. Esta misión de servicio fundamenta y determina los deberes y derechos de la autoridad.

3. Corresponsabilidad

E55. La comunidad se halla fundada en la comunión de todos los miembros y el compartir efectivo de las responsabilidades. Se trata de la corresponsabilidad, que supone: la información recíproca, a participación de todos para el logro del bien común misionero de la congregación.

4. Unidad en la diversidad

E56. Para encarnarse, nuestra vida monfortiana, al igual que cualquier otra,

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necesita estructuras. En fidelidad al espíritu de Montfort, “teniendo siempre algo nuevo que emprender” (ver Blain, «Abrégé de la vie de Louis-Marie de Montfort», Documents et Recherches II, Roma, 1973, p 188), se necesitan estructuras flexibles y diversas, que respeten al mismo tiempo:

a) la unidad de intención e inspiración,

b) la pluralidad en la ejecución.

5. Estilo de gobierno

E57. Los superiores se hallan al servicio de la congregación para ayudar a todos y cada uno de sus miembros a ser fieles a su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Gobernar a la Compañía de María, es decir, llevarla a ser cada vez mejor lo que debe ser, se funda inseparablemente en la animación y en la gestión, obrando en fidelidad tanto a las realidades de hoy como a las intenciones del fundador.

E58. La buena gestión religiosa, tomando en cuenta los principios de la subsidiariedad y de la corresponsabilidad, suscita un movimiento de la base hacia la cima y de la cima hacia la base que permite analizar la situación, precisar los objetivos, planificar y organizar los medios de acción hasta las decisiones concretas.

La buena gestión religiosa deriva ante todo de una actitud interior. Hay que tomar conciencia de ello para comprender su papel y las aplicaciones en la vida religiosa.

A. ESTRUCTURAS

162. La congregación comprende las estructuras siguientes:

a) La congregación en cuanto tal;

b) Provincias;

c) Viceprovincias;

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d) Delegaciones;

e) Comunidades locales.

163. a) La congregación en cuanto tal es el conjunto de la Compañía de María, abstracción hecha de todas las divisiones en entidades provinciales; el superior general, ayudado por su consejo, es la única autoridad ordinaria inmediata de la congregación en cuanto tal. Cuanto no depende de las provincias o viceprovincias depende en consecuencia de la competencia de la congregación en cuanto tal y depende directamente del superior general y de su consejo.

164. b) La provincia es el agrupamiento de varias casas bajo un superior mayor dotado de poderes ordinarios y asistido por un consejo.

165. c) La viceprovincia es igualmente la agrupación de varias casas bajo un superior mayor dotado de poderes ordinarios y asistido por un consejo.

Las condiciones de personal y recursos son menos estrictas que para la provincia, porque la viceprovincia es una provincia en formación.

Salvo indicaciones contrarias, todas las normas concernientes a las provincias se aplican a la viceprovincia.

166. d) La delegación es la agrupación de varias casas bajo un responsable dotado de poderes delegados.

La delegación puede constituirse en base a territorios o a personas. En cualquier hipótesis, depende de una entidad a la cual se halla vinculada: provincia o congregación en cuanto tal. En el acta de erección habrá que precisar los derechos y deberes recíprocos.

167. e) La comunidad local es la célula de base de la congregación, en la que se reúnen los cohermanos en el nombre del Señor. Esta comunidad se construye progresivamente, organizando su vida propia en corresponsabilidad y conforme a las directivas de los capítulos. Todo monfortiano pertenece o está adscrito a una comunidad.

168. De acuerdo a las definiciones precedentes, la provincia y la viceprovincia son autónomas, mientras que la delegación queda adscrita a una provincia o a la congregación en cuanto tal.

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169. Compete al superior general, después de consultar al consejo general extraordinario, y con el voto deliberativo de su consejo, erigir, modificar o suprimir una provincia, una viceprovincia o una estructura adscrita a la congregación en cuanto tal, a partir de situaciones concretas de personal, de organización, de esperanzas para el futuro. Compete al superior general, tras consulta al consejo general extraordinario, atribuir los bienes de una provincia en caso de supresión o división.

E59. Como criterios que regulan la supresión de entidades y la modificación de su estatuto en la congregación, se tendrán en cuenta los que siguen:

a) En cuanto a la viabilidad de la entidad:

– el número de religiosos pertenecientes a la entidad o que trabajan en ella;

– la presencia de candidatos o religiosos en período de formación primera;

– la viabilidad de una estructura en relación con los vínculos con la congregación, una tradición monfortiana, madurez y capacidad para gobernarse, cierta solidez financiera.

b) en cuanto al número de cohermanos:

– 40 religiosos para convertirse en viceprovincia; 20 para pasar del estatuto de viceprovincia al de delegación;

– 70 religiosos para convertirse en provincia; 40 para pasar del estatuto de provincia al de viceprovincia.

c) En cuanto al momento de hacer el cambio: La situación que motive la regresión debe prolongarse durante tres años antes de decidir sobre el cambio de estatuto.

170. Si se trata de erigir, modificar o suprimir delegaciones dependientes de una provincia, el provincial, ante petición del capítulo provincial, hace presentación de la misma al superior general y a su consejo. En este caso, el superior general pide la opinión del C.G.E.

171. Cuando se trate de erigir o suprimir una casa religiosa, el superior provincial, de acuerdo con su consejo, presenta al respecto la petición al superior general quien toma el voto deliberativo de su consejo. Para la erección de una

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casa, se necesita el consentimiento escrito del ordinario del lugar; para la supresión, basta el haberlo consultado. Para trasladar la sede de la casa general, basta el voto deliberativo del consejo general extraordinario. En dicho caso, se informar a la Santa Sede.

172. Cuando se trata de que una provincia realice nuevas fundaciones fuera de su territorio o de los lugares en los que ya trabaja, se necesita la autorización del superior general, con el acuerdo de su consejo, luego de consulta al consejo general extraordinario.

1. Pertenencia jurídica y derecho de voto

173. Al emitir votos según las constituciones monfortianas, el candidato se convierte en miembro de la congregación y asume los votos y obligaciones de la misma:

a) Cada monfortiano pertenece jurídicamente a la provincia (viceprovincia) para la cual hizo profesión; sin embargo, el monfortiano que hizo profesión para otra estructura adscrita a la congregación pertenece a la congregación en cuanto tal y depende del superior general. Su pertenencia jurídica puede cambiar por opción o por traslado. La opción se realiza especialmente en el caso de división de provincias. El traslado de un miembro de una provincia a otra lo hace el superior general. En este caso, el superior general escucha a los superiores provinciales respectivos y al interesado mismo. Si el traslado es definitivo, es necesario el voto deliberativo del consejo general.

b) Una provincia puede enviar a uno de sus miembros a trabajar en otra provincia, luego de un acuerdo con dicha provincia y con el religioso interesado.

c) Dicho envío puede tener una duración limitada o ilimitada. Si hay condiciones, deben precisarse en el acta de envío.

d) Durante toda la duración del envío, los enviados dependen del superior de la provincia a la cual fueron enviados, quedando siempre en pie las condiciones estipuladas en el acta de envío.

174. a) Fuera de indicación en contra, cada monfortiano tiene voz activa y pasiva en la provincia a la cual pertenece jurídicamente. En cuanto a los que pertenecen a la congregación como tal, las cuestiones de voz activa y pasiva serán reguladas

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por el superior general, con el consentimiento de su consejo, luego de consulta del consejo general extraordinario. Los misioneros expatriados que trabajan en entidades de las cuales trata el n. 238 c, ejercen su voz activa y pasiva exclusivamente en esa entidad.

b) Tienen voz activa y pasiva en vista de los capítulos, especialmente en lo que concierne a la elección de delegados, los monfortianos de votos perpetuos. Los capítulos pueden dar voz activa a los profesos temporales, según las modalidades que determinen.

E60. a) Quienes sean enviados a otra provincia tienen voz activa y pasiva en dicha provincia todo el tiempo que dure el envío; pero no la tienen en la provincia a la cual pertenecen jurídicamente, salva convención contraria de las provincias interesadas.

b) Los asistentes generales, en razón de su cargo y de una tradición existente en la Compañía, no tienen durante su mandato, ni voz activa ni pasiva para las funciones provinciales.

c) Los Ordinarios monfortianos (obispos, vicarios y prefectos apostólicos) tienen voz activa para los capítulos provinciales y generales.

175. Quienes hayan pedido dispensa de secularización, de laicización o de exclaustración, pierden la voz activa y pasiva, y, por tanto, no participan ya en las elecciones.

176. El superior general, luego de consultar a su consejo, puede, por justas razones, resolver las dificultades prácticas y los problemas concernientes a la aplicación de los estatutos. Si surge alguna duda sobre el sentido práctico que debe darse aun texto de las constituciones, el superior general, con el voto deliberativo de su consejo, puede ofrecer una solución inmediata en espera de la interpretación oficial de la Santa Sede.

2. Separación de un miembro del instituto

177. El novicio monfortiano queda libre de abandonar la congregación. Para despedirlo, es necesaria la autorización del superior que lo admitió, con el voto consultivo de su consejo. El profeso temporal monfortiano puede dejar libremente el instituto cuando expira el período de sus votos. Del mismo modo,

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por justos motivos, el superior competente, según las normas del derecho universal de la Iglesia, puede no admitir a alguien a la renovación de su profesión temporal o a hacer sus votos perpetuos.

178. Por razones graves, el superior general, con el consentimiento de su consejo, puede autorizar, por indulto, a un religioso de votos temporales a dejar el instituto. Autorización ésta que implica, de derecho, la dispensa de los votos (ver can. 692).

E61. Cuando un miembro sale de la congregación, al expirar sus votos temporales, se comunica el hecho al superior general con las explicaciones necesarias. En caso de una petición de salida, se comunica igualmente el dossier más completo posible del caso en cuestión.

179. Quien haya abandonado legítimamente la congregación al terminar su noviciado o al expirar sus votos temporales puede ser admitido nuevamente por el superior general con el consentimiento de su consejo sin hallarse obligado a reiniciar el noviciado. Compete al superior general determinar el tiempo de prueba necesario antes de la emisión de los votos temporales y el tiempo de votos antes de la profesión perpetua, de acuerdo con los cánones 655 y 657 (ver can. 690).

180. La dispensa de los votos perpetuos está reservada a la Santa Sede.

181. Luego del compromiso definitivo, un miembro puede separarse de la Compañía:

- por el paso a otro instituto (ver can. 684-685).

- por la exclaustración, que es una separación temporal (ver can. 686-687);

- por indulto de secularización o laicización (ver can. 688, 2 y can. 691);

- por todos los casos de despido previstos por el derecho común (ver can. 694ss). Cualquier petición de permisos o dispensas se presenta a la autoridad competente, siguiendo las normas exigidas por el derecho común. Para despedir a alguien, se siguen las normas del derecho común.

182. Los religiosos que salen del instituto no pueden exigir nada, en razón de estricto derecho, por los servicios prestados; sin embargo, se debe prestar atención a las exigencias de la caridad, con la preocupación por el bien espiritual,

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moral, social y económico de quienes dejan la congregación (ver RM 18; ver can. 702).

E62. Se tendrán en cuenta las orientaciones particulares de las conferencias nacionales de religiosos, de las disposiciones de la Santa Sede y de las circunstancias particulares. Se devolverán al religioso los bienes cuya administración hubiera podido confiar él a la congregación.

B. GOBIERNO A NIVELES DIFERENTES

183. Para la designación de los superiores –fuera de la elección del superior general, regulada por los números 222-224–, se proceder según el derecho propio general o provincial. En caso de elección, el candidato elegido debe ser confirmado por el superior mayor competente. En caso de nominación, el superior mayor de quien ésta depende, proceder antes a una consulta apropiada (ver can. 625,3).

184. En todos los niveles, el superior responsable permanece en el cargo hasta la fecha fijada para entrada en funciones del sucesor.

185. Cuando las constituciones o los estatutos requieren el consentimiento o el acuerdo de un consejo, el superior sólo puede actuar de conformidad con el voto deliberativo de ese consejo. Pero si lo juzga a propósito, podría no actuar. Cuando las constituciones o los estatutos exigen el voto consultivo, el superior sólo puede actuar después de haber consultado al consejo; pero no queda obligado a seguir el parecer expresado.

186. Cuando un superior debe acudir a su consejo, lo convoca sise trata de voto deliberativo; en los demás casos, puede, dado el caso, consultarlo por escrito o por otros medios de comunicación.

187. Para la validez de un consejo, salvo indicación en contra, se necesita la participación de la mayoría absoluta de los miembros del mismo.

1 - Gobierno local

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a. Superior local

188. Existen comunidades de tipo diferente. Su vínculo con la congregación se expresa siempre por la relación con un superior. El superior sirve a la unidad de la comunidad en las perspectivas de su dimensión misionera y permaneciendo atento al bien de las personas. Vela, además, por asegurar el vínculo entre la comunidad y la provincia.

E63. En la elaboración de las decisiones comunitarias, el superior suscita y anima el diálogo en vista de la opción que ha que tomar. Le compete orientar sin descanso hacia los fines esenciales y, si es el caso, tomar la decisión final para la acción que hay que emprender.

189. El capítulo provincial determina para cada provincia la forma de designación del superior local, salvas las prescripciones del n. 183.

190. El superior local se escoge entre los monfortianos sacerdotes que tengan, por lo menos, tres años de votos perpetuos.

191. El superior provincial recibe la profesión de fe del superior local.

192. La duración del mandato del superior local no supera los tres años. Su mandato puede renovarse siguiendo las normas del capítulo provincial.

E64. El superior local puede conceder a los sacerdotes la facultad de escuchar las confesiones de sus religiosos (ver can 969, 2).

b. Consejo local

193. El consejo local es designado conforme a las normas del capítulo provincial.

194. En cuanto sea posible, se designar un ecónomo distinto del superior local (ver can. 636, 1), según las normas del capítulo provincial, para la administración de los bienes temporales (ver n. 252).

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2 - Gobierno provincial

a. Superior provincial 

195. El superior provincial posee en su provincia los poderes ordinarios de un superior mayor.

196. Su misión es:

a) animar y dirigir la provincia para que ésta pueda realizar su misión. Con esta finalidad, convoca su consejo ordinario y extraordinario y utiliza sus servicios, según el derecho universal y las constituciones (ver can. 627, 1 y 2).

b) permitir que las personas se desarrollen religiosamente;

c) ser vínculo de unidad entre las comunidades de la provincia y velar por la coordinación de las diferentes actividades. Vela también para asegurar la vinculación entre la provincia y la congregación.

197. Le incumbe por derecho:

a) convocar el consejo ordinario y extraordinario según las normas del derecho universal y de las constituciones;

b) establecer las instituciones útiles al buen gobierno de la provincia;

c) organizar y presidir los capítulos provinciales;

d) visitar [las casas de la provincia] por sí mismo o por un delgado suyo, cada tres años;

e) hacerse presente en todos los acontecimientos de la provincia.

198. Además de lo dicho en otros lugares, compete al superior provincial:

a) realizar actos de jurisdicción para el gobierno y disciplina internos;

b) conceder a los sacerdotes la facultad de oír las confesiones de sus religiosos (ver can. 969, 2);

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c) aprobar los programas y reglamentos particulares de la provincia;

d) dispensar de ciertos puntos disciplinarios de las constituciones, durante cierto tiempo y por justas razones;

e) dispensar, en casos individuales y por justas razones, de la obligación del oficio divino, total o parcialmente o conmutarlo;

f) conceder el permiso para la publicación de una obra;

g) fijar o cambiar la sede de la casa provincial, luego de consultar al consejo provincial extraordinario o, en defecto suyo, a los cohermanos de la provincia.

199. A cada capítulo provincial le compete escoger la forma de designación del superior provincial, quedando a salvo las prescripciones del n. 183.

E65. Para el buen funcionamiento de los dos niveles de instancias mayores de la congregación, es necesaria cierta concertación en la renovación de los mandatos de los superiores provinciales. Para que la consulta preparatoria a una elección provincial se haga en vinculación significativa con la congregación, se considera necesario:

a) que el proceso de consulta conlleve, fuera de los criterios de provincia, criterios de congregación:

b) que, en este proceso, el capítulo provincial precise el papel adecuado del generalato.

200. Hay que atenerse a las normas del derecho común para las condiciones de acceso a dicha función y las cualidades requeridas en el provincial; pero éste debe ser sacerdote y tener al menos diez años de profesión perpetua en la Compañía de María (ver can. 623ss).

201. El superior general o su delegado recibe la profesión de fe del superior provincial.

202. El capítulo provincial fija la duración del mandato del superior provincial y las posibilidades de reelección y prevé igualmente el caso de cesación del cargo por muerte o dimisión.

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E66. Para asegurar la mejor colaboración con las instancias extraordinarias de la congregación (C.G.E., capítulo general), el mandato de los superiores provinciales llega de ordinario a su término, al comienzo, o a mediados del mandato de la administración general. Para asegurar una mejor coordinación entre los mandatos de los provincialatos y del generalato, la duración normal del primer mandato de los superiores provinciales se fija en seis (6) años. Los capítulos provinciales limitarán las posibilidades estatutarias de renovación de los mandatos de los superiores provinciales de manera que el ejercicio continuo de un mandato no supere doce (12) años. Puede preverse un lapso conveniente entre el momento de la designación y el de la entrada en funciones del nuevo provincial. El cohermano designado determinará él mismo, de acuerdo con su predecesor y el superior general, la duración de dicho lapso. El capítulo general recomienda que dicho lapso conlleve un encuentro de “formación e información” con la administración general.

E67. La dimisión de un superior provincial, presentada junto con las razones que la justifican, sólo se hace efectiva si la aprueba el superior general con el voto deliberativo de su consejo.

b. Consejo provincial

203. El consejo provincial es un equipo corresponsable, pero no colegial, que ayuda al superior provincial en el gobierno de la provincia. La misión del consejo es la de promover la vida religiosa apostólica, actualizar en la provincia las orientaciones generales de la congregación, estudiar y resolver los problemas particulares.

204. El consejo provincial se organiza según las normas del derecho universal (ver can. 627) y del derecho propio (nn. 185-187) y por las normas que fija el capítulo provincial.

E68. El superior provincial con el consentimiento de su consejo, designa al vicario provincial y fija el rango conforme al cual reemplazan los consejeros al superior en caso de ausencia o impedimento.

205. además de lo dicho en otros lugares, compete al superior provincial, luego de consultar a su consejo y normalmente después de dialogar con los interesados:

- darles la obediencia para trasladarlos de una casa a otra;

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- confiarles una tarea apostólica;

- permitirles viajes lejanos.

206. Con el consentimiento de su consejo, el provincial puede:

- aceptar un nuevo compromiso pastoral que conlleva un contrato;

- dar prescripciones y ordenanzas para la provincia, conforme a las constituciones y a los estatutos.

207. El superior provincial, de acuerdo con su consejo, puede, por justas razones, resolver las dificultades prácticas y los problemas concernientes a la aplicación de los estatutos provinciales.

208. En todos los casos en los que las constituciones y los estatutos dicen que el capítulo provincial debe precisar un procedimiento, el superior provincial, con el consentimiento de su consejo, tiene el deber y el derecho de hacerlo, si el capítulo provincial no lo ha hecho.

E69. Se invita a cada gobierno provincial a constituir comisiones y organismos técnicos para servir mejor a las personas y al bien común. Esas comisiones u organismos son siempre consultivos.

c. Ecónomo provincial

209. El ecónomo provincial, que debe ser diferente del superior mayor de la provincia, es designado por el superior provincial, luego de consultar a su consejo, para la administración de los bienes materiales (ver n. 252).

d. Consejo provincial extraordinario

E70. El consejo provincial extraordinario es un organismo consultivo cuya finalidad es ayudar al superior provincial y a su consejo en las decisiones de mayor importancia.

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e. Capítulo provincial

210. El capítulo provincial es una asamblea colegial que, conforme al espíritu de la Compañía, se esfuerza por promover la vida religiosa apostólica en las situaciones concretas y que brinda las orientaciones y las normas necesarias a la vida de la provincia según el espíritu de la Compañía.

211. El superior provincial y los miembros de su consejo participan por derecho en el capítulo provincial. Los demás miembros de derecho y los delegados son designados según las normas del capítulo provincial precedente. Si el capítulo no lo hizo o no encargó de ello al superior provincial, éste, con el consentimiento de su consejo, determina la forma de designación de los miembros delegados (ver n. 208).

El capítulo mismo puede invitar observadores y expertos.

E71. El superior provincial con el consentimiento de su consejo, puede invitar al capítulo provincial, a cuatro consultores, sin derecho a voto.

212. El capítulo provincial se reúne de ordinario, según las normas establecidas por el capítulo provincial, y por lo menos cada seis años para la preparación del capítulo general.

E72. En vista de la decisiones tomadas por el capítulo general, salvo el artículo 212 de nuestras constituciones, es normal que las instancias competentes prevean una sesión capitular para su aplicación.

213. El superior general, con el voto deliberativo de su consejo, puede convocar de oficio un capítulo provincial extraordinario. Igualmente, el superior provincial, con el consentimiento de su consejo, puede pedirlo al superior general, quien deberá obtener el consentimiento de su consejo.

E73. Corresponde al superior provincial, con el consentimiento de su consejo, fijar la fecha de los capítulos provinciales. En preparación del capítulo general, los capítulos provinciales se reúnen normalmente dentro de los doce meses que lo preceden. En los demás casos, el superior provincial, con el consentimiento de su consejo, puede fijar la fecha del capítulo dentro de los seis meses que preceden o siguen el término de la fecha prevista.

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E74. Compete al capítulo provincial elegir los delegados que, junto con el superior provincial, representarán a la provincia en el capítulo general. El capítulo debe también designar los sustitutos para el caso en que los delegados se hallen legítimamente impedidos de asistir al capítulo general. Si el provincial se halla legítimamente impedido, el vicario provincial lo reemplaza de derecho. Y en caso de que el vicario provincial esté ya elegido como delegado, el primer sustituto, pasa a ser delegado en lugar suyo al capítulo general.

214. Las Actas del capítulo provincial deben ser aprobadas por el superior general, con el consentimiento de su consejo.

Pertenece al superior general, con el consentimiento de su consejo, interpretar las decisiones capitulares provinciales y derogarlas, si es necesario.

E75. El hecho de someter las Actas y Estatutos provinciales a la aprobación del superior general y de su consejo –al igual que dicha aprobación– son una afirmación concreta del vínculo que une a cada entidad con el conjunto de la congregación.

3 - Gobierno viceprovincial

215. Salvo indicación contraria, todas las normas que conciernen a la provincia se aplican a la viceprovincia.

4 - Gobierno de la delegación

a. Superior de la delegación

216. Se designa al superior de la delegación de entre los sacerdotes que tengan por lo menos cuatro años de profesión perpetua, según la modalidad definida por el capítulo provincial o según un convenio con la curia general, quedando a salvo las prescripciones del n. 183. El superior mayor competente recibe la profesión de fe de este superior.

217. El capitulo provincial determina la duración del mandato del superior y las

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posibilidades de reelección, si la delegación depende de una provincia; si la delegación se halla vinculada a la congregación como tal, las determina el superior general, con el consentimiento de su consejo.

218. Los poderes del superior de la delegación son delegados por el superior general –o provincial, según el caso– con el consentimiento de su consejo. El superior de una delegación vinculada a la curia general es miembro de derecho del capítulo general. Para las demás delegaciones, las modalidades de representación a los capítulos provinciales son reguladas por los capítulos provinciales.

E76. La delegación de poderes ser lo más amplia posible y se buscará la homogeneidad en toda la congregación.

b. Consejo de la delegación

219. El consejo de la delegación se compone por lo menos de dos miembros designados de acuerdo con las normas dadas por el capítulo provincial, si la delegación está vinculada con una provincia, o nombrados por el superior general, con el consentimiento de su consejo tras consulta a los miembros de la delegación, si está se halla vinculada a la congregación en cuanto tal.

5 - Gobierno general

a. Superior general

220. El superior general, como sucesor del fundador, es la más alta autoridad ordinaria en la congregación. Tiene autoridad sobre las provincias, las comunidades y las personas, según las constituciones. Le pertenece, junto con el consejo general, gobernar, según el derecho común y particular, la congregación a él confiada.

221. Compete al superior general, además de lo dicho en otros lugares:

a) realizar actos de jurisdicción para el gobierno y disciplina interior, conservando siempre la dependencia ante los ordinarios del lugar, en

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conformidad con el derecho común;

b) conceder, no sólo a sus sacerdotes, sino también a los sacerdotes del clero secular o de otro instituto, la facultad de escuchar las confesiones de sus propios religiosos (ver can. 969, 2);

c) visitar, por sí mismo o por un delegado, las provincias y comunidades de la Compañía;

d) dispensar, por algún tiempo y por justas razones, de algún punto de las constituciones y de los estatutos, a las personas, casas o provincias;

e) conceder, por motivo de enfermedad, celebrar cada día la misa votiva de la santísima Virgen o la misa de difuntos.

222. Compete al capítulo general elegir al superior general de entre los monfortianos sacerdotes que tengan voz pasiva y, al menos, diez años de votos perpetuos en la Compañía de María. Compete al consejo de presidencia proponer, dada la oportunidad, el intervalo conveniente entre los escrutinios.

- En las cinco primeras vueltas, se requieren los dos tercios.

- En la sexta vuelta, se requiere la mayoría absoluta; en la séptima vuelta, sólo son elegibles los dos candidatos que han alcanzado el mayor número de votos; en caso de igualdad, resulta elegido el más antiguo por profesión o el de mayor edad, si la fecha de profesión es la misma.

223. La duración del mandato es de seis años. Si el cargo queda vacante, el vicario general asume “ad interim” el gobierno dela congregación y, de acuerdo con los demás miembros del gobierno general, convoca el capítulo general en vista de la elección de un nuevo superior general y de un nuevo consejo. La elección tendrá que realizarse dentro de los doce meses que sigan a la vacante del cargo.

224. El superior general es siempre reelegible.

- Para una primera reelección, se requieren los dos tercios de los votos en la primera o en la segunda vuelta;

- Para una segunda reelección y las siguientes, se requieren los dos tercios de los votos desde la primera vuelta.

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- Si no obtiene los dos tercios de los votos en la segunda vuelta cuando se trata de una primera reelección, o desde la primera vuelta en los demás casos, el candidato pierde la voz pasiva;

- Cuando el candidato a la reelección haya obtenido votos en las vueltas de escrutinios para las cuales tenía voz pasiva, se vuelve a comenzar la elección.

E77. Desde los comienzos de la fundación, el superior general de la Compañía de María ha sido expresamente reconocido por los dos institutos (Hijas de la Sabiduría y Compañía de María) como sucesor legítimo del fundador, san Luis María Grignion de Montfort. Por este título, tiene la obligación de velar para que ambas congregaciones se mantengan fieles al carisma, a la herencia espiritual dejada por el Fundador. Esta función, fielmente conservada por al tradición y oficialmente reconocida por la Iglesia, la realiza en conformidad con las constituciones respectivas de cada una de las dos congregaciones.

b. Consejo general

225. El consejo general es un equipo corresponsable pero no colegial que ayuda al superior general en el gobierno de la Compañía mediante su voto deliberativo o consultivo. Este consejo tiene como misión:

a) estimular a la congregación en la fidelidad al espíritu del fundador;

b) promover y, si fuere necesario, defender la misión apostólica de las personas, de las comunidades, de las provincias, etc., incluso ante los poderes civiles y eclesiásticos;

c) velar por la unidad de la congregación;

d) ser, al interior de la congregación, el recurso para cada monfortiano, comunidad, provincia, etc.

E78. El superior general y su consejo llevan en común, según las normas del derecho universal y del derecho propio, la responsabilidad, no colegial, de las funciones de interés general. El superior general, con el consentimiento de su consejo, distribuye las tareas. Si fuere necesario, el superior general con el consentimiento de su consejo, puede apelar a otras personas.

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E79. El superior general con su consejo tiene el derecho de hacerse presente, como mejor le parezca, a los capítulos, a las reuniones del consejo extraordinario, y a los acontecimientos importantes de la vida de la congregación. Se le debe informar, a la mayor brevedad, de todas las empresas importantes de las provincias y, cada año, mediante un informe global, de las actividades apostólicas, de las experiencias y el estado del personal. El superior general tiene el derecho y el deber de seguir atentamente la vida religiosa en toda la congregación. En los casos considerados en desacuerdo con el espíritu de la congregación, brinda a los responsables la posibilidad de explicarse. En caso de divergencia, decide, con el consentimiento de su consejo.

E80. El consejo general actúa colegialmente en los casos de despido, según los términos del canon 699, 1.

226. Compete al superior general, con el consentimiento de su consejo, además de los poderes señalados en otros apartes:

a) convocar reuniones, luego de escuchar a los superiores provinciales;

b) dar nombramientos para las funciones generales y proceder a otros nombramientos exigidos por los capítulos provinciales.

227. Hay cuatro asistentes generales. Son elegidos por el capítulo general.

228. Tras un voto de orientación, el superior general elegido puede proponer candidatos a la función de asistente.

- En las tres primeras vueltas, se requieren los dos tercios de los votos.

- En la cuarta vuelta, la mayoría absoluta es suficiente y,

- En la quinta vuelta, la mayoría relativa.

229. La elección del vicario general se hace conforme a las prescripciones de los estatutos (n. 81).

E81. El superior general, con el consentimiento de su consejo, designa al vicario general y define el rango conforme al cual los asistentes reemplazan al superior o al vicario generales en caso de ausencia o de impedimento. 

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El superior general y los miembros de su consejo residen en Roma.

230. Los asistentes generales son elegidos por seis años. Son indefinidamente reelegibles.

231. Es incumbencia del superior general con el consentimiento de su consejo aceptar la dimisión de un asistente general. Los asistentes generales sólo pueden ser depuestos por voto deliberativo del consejo general extraordinario, al cual compete también, reemplazar a un asistente general hasta el próximo capítulo general, si el puesto queda vacante.

232. El superior general con el consentimiento de su consejo nombra al procurador general, al ecónomo general y al secretario general. Al igual que, si es preciso, al prefecto de misiones, al prefecto de estudios y a otros responsables. El mandato de ellos llega a su fin con el del superior general; es renovable.

E82. Si el consejo general lo juzga oportuno, puede proponer la creación de asistentes regionales a quienes nombrar el superior general, luego de consultar al consejo general extraordinario.

a) Estatutos de estos asistentes regionales:

– son asistentes de pleno derecho;

– deben acudir al menos dos veces por año para reuniones plenarias y participan en las deliberaciones del consejo general y del consejo extraordinario;

– son miembros de derecho del capítulo general.

b) Función de los asistentes regionales:

– constituyen un vínculo entre las provincias o las delegaciones misioneras;

– favorecen la puesta en común de las experiencias;

– favorecen los proyectos u orientaciones dadas por el capítulo general y el consejo general;

– brindan animación a los proyectos y servicios interprovinciales.

E83. Es necesario crear mediante la información vínculos entre las provincias

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entre sí, entre las provincias y la curia general. Esto se hará por comunicaciones concernientes:

a) a los actos oficiales (nuevos miembros, ordenaciones, decesos, nominaciones, fundaciones, etc.) de las casas a la provincia, de la provincia a la curia general, de la curia general a toda la congregación.

b) a las experiencias de vida, de apostolado, etc.

c) a todo lo que parezca tener interés general para el conjunto de la congregación.

E84. Se hace necesario un secretariado permanente.

c. Consejo general extraordinario

233. El consejo general extraordinario tiene como finalidad asegurar y promover la unidad de la congregación y desarrollar la solidaridad entre las provincias. Es un lugar para el ejercicio de la corresponsabilidad. Brinda su ayuda al superior general y al consejo general ordinario.

234. El superior general, asistido por su consejo, preside las sesiones del consejo general extraordinario. Son también miembros de derecho del consejo general extraordinario:

- el procurador general, el ecónomo general y el prefecto de misiones, cuando no han sido tomados de entre los asistentes generales;

- los superiores provinciales y viceprovinciales, o un delegado designado por el consejo provincial o viceprovincial. Pueden ser invitados por el superior general, con el consentimiento de su consejo, los superiores de las delegaciones.

235. La función del consejo general extraordinario tiene que ver con los puntos siguientes:

- información recíproca de sus miembros;

- verificación, en espíritu colaboración, de la puesta en marcha de las directivas del capítulo y, en caso de necesidad, concretización de sus orientaciones;

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- promoción de las realizaciones de base entre provincias;

- coordinación de las iniciativas y de sus trabajos en los terrenos en que ganan, si se tratan a nivel de varias provincias o de la Compañía; 

- esclarecimiento de las eventuales cuestiones litigiosas entre las provincias;

- estudio de las respuestas que deben darse a las situaciones dela Iglesia o de las Iglesias locales.

De ordinario, este consejo procede al examen de las cuestiones concernientes a la congregación en su conjunto y no a los problemas internos de una provincia los cuales pueden resolverse en el marco de ésta.

E85. El superior general, con el consentimiento de su consejo, prepara el orden del día a partir de las cuestiones planteadas por el gobierno general, las provincias, las delegaciones, y a partir de la información recíproca; el consejo general extraordinario es libre de añadir otros asuntos.

E86. Tienen derecho a voto:

– el superior general y sus asistentes;

– los demás miembros de derecho;

– los superiores de las delegaciones cuando han sido invitados por el superior general con el consentimiento de su consejo.

Es necesaria la presencia de la mitad de los miembros que participan de derecho en la composición del consejo extraordinario para alcanzar el quorum requerido. Si se trata de cuestiones en las que el consejo general extraordinario tiene voz deliberativa, la decisión se logra por la mayoría absoluta de los votantes.

E87. El consejo general extraordinario determina su propia periodicidad. Sin embargo, la frecuencia de sus reuniones deberá ser tal que asegure la credibilidad y la eficacia de este organismo. En tales condiciones, parece que una reunión, al menos cada dos años, es la frecuencia que debe respetarse.

E88. Compete al superior general, con el consentimiento de su consejo, convocar las reuniones periódicas del consejo general extraordinario. Puede igualmente, siempre con el consentimiento de su consejo, convocar otras.

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d. Capítulo general

236. El capítulo general, autoridad suprema en la congregación, es una asamblea colegial que, en fidelidad ala inspiración monfortiana y en servicio a la Iglesia,

- suscita la participación de todos en la prosecución del bien común;

- se esfuerza por promover la unidad dinámica de la congregación;

- da las orientaciones y las normas necesarias para la vida apostólica religiosa del grupo, normas a las cuales todos deben someterse (ver can. 631, 1).

237. El capítulo general se compone de la siguiente manera; son miembros de derecho:

- el superior general, quien es el presidente del capítulo,

- los asistentes generales,

- el procurador general,

- el ecónomo general,

- el secretario general,

- el ex-superior general, para el capítulo que sigue al término de su mandato,

- los superiores provinciales,

- los superiores viceprovinciales,

- los superiores de las delegaciones dependientes de la curia general. Son miembros delegados los que resultan elegidos según las indicaciones de los capítulos generales. Son siempre en número, al menos igual a los miembros de derecho.

238. a) Cada provincia elige a uno o varios delgados, conformándose al criterio proporcional fijado por el superior general con el consentimiento de su consejo.

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E89. Antes de la celebración del capítulo, el superior general, teniendo en cuenta el número creciente o decreciente del personal, pregunta el parecer del C.G.E. y fija, con el consentimiento de sus consejeros, el criterio proporcional que va a determinar el número de delegados por provincia. Este número se establece en proporción del número de religiosos de votos perpetuos que pertenecen a cada provincia y no han sido transferidos a otra entidad (ver art. 174). (Por ejemplo, podría atenerse a la siguiente proporción: menos de 50 religiosos = un delegado; entre 50 y 100 = dos delegados; más de 100 = 3 delegados; y nunca más de tres).

b) un delegado por viceprovincia;

c) un delegado por cada entidad donde existe un número creciente de vocaciones locales, y que ofrece garantía moral de desarrollo para el futuro, quedando a salvo el artículo 237 relativo a las delegaciones vinculadas a la curia general.

E90. En preparación a cada capítulo general, dicha garantía moral de futuro ser evaluada y declarada por el superior general después de consultar al CGE y con el consentimiento de su consejo.

239. El superior general, con el consentimiento de su consejo, puede, en forma espontánea o por petición del consejo general extraordinario, nombrar a algunos delegados Hermanos al capítulo general, en el caso en que considere perjudicial para toda la Compañía la insuficiencia de su representación.

E91. El superior general puede invitar al capítulo general a cuatro miembros de la congregación, a título de consultores, sin derecho a voto. El capítulo, a su vez, puede invitar observadores y expertos.

E92. El capítulo elabora su propia agenda. El capítulo designa un consejo de presidencia, cuyo presidente es el superior general o su reemplazo. Moderadores dirigen por turno las asambleas plenarias. El secretario general, elegido por los miembros del capítulo, puede hacerse ayudar por un secretariado. Dos miembros del capítulo elegidos como escrutadores quedan encargados de velar por el desarrollo ordenado de los escrutinios. El capítulo constituye comisiones según las necesidades.

240. Durante las votaciones, si se trata del cambio de las constituciones y de los estatutos generales, se requieren los dos tercios de los votos de los capitulares presentes; en los demás casos, basta la mayoría absoluta de los votos, salvo para los casos específicos en los que la mayoría absoluta de los capitulares presentes

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exige los dos tercios de los votos. Además, para algún cambio en las constituciones, se requiere la aprobación de la Santa Sede.

241. El capítulo general tiene lugar:

- de ordinario, cada seis años;

- extraordinariamente, según las decisiones del consejo general extraordinario;

- en caso de quedar vacante el cargo de superior general, según las normas del n. 223.

242. El superior general, con el consentimiento de su consejo, convoca el capítulo general, y determina el lugar y fecha del mismo.

Para un capítulo general ordinario, dispone de un margen de seis meses antes o después del término de seis años.

E93. El superior general, con su consejo, cuida de preparar, en tiempo oportuno, los trabajos del capítulo general, haciéndose ayudar de ser necesario por comisiones y consultando el parecer de expertos.

E94. En vista del capítulo general, el superior general con su consejo, organizar de preferencia antes de los capítulos provinciales, una reunión de todos los superiores de delegaciones.

243. La clausura del capítulo se decide por escrutinio secreto. Compete al superior general promulgar las actas del capítulo general.

VI. FINANZAS

244. El testimonio personal y colectivo de pobreza lo mismo que el abandono a la Providencia, que Montfort exige a todos sus misioneros, imponen un estilo de vida muy característico en el uso evangélico de los bienes.

245. Nuestra existencia en la sociedad concreta, el origen de los bienes (trabajo, regalos, etc.), el fin eminentemente misionero de nuestra Compañía (mantenimiento de los misioneros, obras, desarrollo, servicio eclesial), requieren

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la corresponsabilidad de todos en la gestión de los bienes. Dicha corresponsabilidad conlleva:

- la colaboración de todos para la adquisición de esos bienes;

- un profundo espíritu de pobreza en el uso de los mismos;

- una administración ejercida con fidelidad y competencia, tanto bajo el aspecto puramente financiero como bajo el de la justicia y la caridad.

A. Gestión de los bienes de la Compañía

246. La congregación y las provincias tienen derecho de adquirir, poseer y administrar los bienes materiales indispensables para las necesidades de sus obras, sin que sea permitido acumular reservas injustificadas. Sin embargo, cada provincia deja a las casas el uso, el usufructo y conservación ordinaria de esos mismos bienes. La congregación y las provincias tienen el derecho de enajenar bienes. Las casas no pueden enajenar los bienes inmuebles.

247. La construcción y la reconstrucción de los inmuebles corren por cuenta de la provincia salvo aquello que está a cargo de la congregación como tal.

248. Con el fin de salvaguardar los bienes de la Iglesia y de la Compañía, hay que tener en cuenta de las leyes civiles vigentes en los diferentes lugares donde se halla y trabaja la Compañía.

249. Siendo los bienes materiales de la Compañía bienes eclesiásticos, su administración queda regulada por el derecho común y por el derecho particular del instituto. De donde se sigue que todo acto administrativo debe hacerse dentro de los límites de un cargo o por mandato de aquel a quien compete por derecho.

250. Para enajenar, piñorar, hipotecar, alquilar, dar en préstamo enfitéutico, los bienes del instituto, se requiere el permiso escrito del superior general con el voto deliberativo de su consejo. Para estos mismo actos concernientes a los bienes de la curia general, el superior general debe obtener el acuerdo del consejo general extraordinario.

251. Los superiores, los ecónomos y cualesquiera otros administradores no pueden ni válida ni lícitamente contraer deudas u obligaciones, o hacer convenios

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a nombre de la congregación, sino dentro de los límites de su cargo y en conformidad con el derecho común y las constituciones y estatutos. Nadie puede, sino en razón de su cargo, contraer deudas y obligaciones, o hacer convenios, en nombre de la congregación, sino tras orden escrita dada por el superior general, luego de obtener, por voto secreto, el consentimiento de su consejo. De lo contrario, obraría no sólo ilícita sino inválidamente.

252. De donde se sigue que la congregación, la provincia, las casas, sólo deben responder de las deudas, obligaciones, convenios realizados en su nombre, a tenor del derecho común y de nuestras constituciones y estatutos, en virtud de un cargo o de un mandato. En cuanto a todas las demás responsabilidades, quienes las hayan contraído inválida o ilícitamente tendrán que responder de ellas, moral, jurídica y económicamente, ante la Iglesia, la congregación y la autoridad civil.

253. No pueden emprenderse acciones judiciarias sin legítima autorización escrita.

254. El ecónomo general gestiona la administración de los bienes materiales de la congregación bajo la responsabilidad y dirección del superior general y de su consejo. El ecónomo provincial gestiona la administración de los bienes materiales de la provincia, bajo la responsabilidad y dirección del superior provincial y de su consejo. El ecónomo local gestiona la administración de los bienes materiales de la comunidad bajo la responsabilidad y dirección del superior local y de su consejo.

255. Los cohermanos que administran bienes, tanto de la Compañía como de una diócesis, de una misión o de cualquiera otra obra, deben hacer un inventario regular y llevar una contabilidad totalmente separada para cada categoría. Los superiores velan para que los responsables sean fieles a esta obligación.

256. Sin autorización del superior provincial con el acuerdo de su consejo, un monfortiano no puede aceptar un cargo de administración de bienes ajenos, por ejemplo los de ejecutor testamentario, de tutor, de gerente de una responsabilidad secular que exige rendición de cuentas.

257. Las normas de las operaciones financieras tales como:

- las enajenaciones, las ventas y otros negocios de naturaleza financiera,

- la ubicación de capitales,

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- los préstamos y deudas,

- el baremo de la participación de las provincias, pertenecen a la competencia del capítulo general.

258. a) La capacidad financiera es la facultad de realizar un acto de administración financiera por encima del presupuesto previsto sin necesidad de recurrir a la autoridad superior. No conlleva la facultad de hacer préstamos.

b) La capacidad de préstamo es la facultad de contraer deudas por préstamo sin necesidad de recurrir a la autoridad superior.

259. La capacidad financiera y la capacidad de préstamo para las diferentes instancias serán establecidas conforme a las normas dadas por cada capítulo general. El superior general, con el consentimiento de su consejo y luego de consulta al consejo general extraordinario, aprueba o modifica la capacidad financiera del superior general y la del superior general con su consejo. El superior general, con el consentimiento de su consejo, aprueba o modifica, según las circunstancias, las capacidades financieras y las capacidades de préstamo propuestas por las provincias. El superior provincial, con el consentimiento de su consejo, aprueba o modifica las capacidades financieras y las capacidades de préstamo de una comunidad local.

260. a) Todos deben actuar dentro de los límites respectivos de su capacidad financiera o de préstamo.

b) Para un acto de administración que supere una de estas capacidades, se debe acudir a la instancia superior, y, a ser necesario, a la Santa Sede.

261. Para lo que supere la capacidad de empréstito, el superior general, con el consentimiento de su consejo, puede autorizarlo dentro de los límites de la suma probada por la Santa Sede.

262. Cada comunidad (local, provincial...) debe presentar periódicamente a la instancia superior competente:

- el presupuesto extraordinario que supera su capacidad financiera, para su autorización,

- las cuentas y presupuestos ordinarios y extraordinarios,

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- el total de los préstamos y de las deudas,

- las cuentas fuera de presupuesto,

- el balance,

- el estado de todas las cajas.

263. Cada capítulo general recibe los informes de la administración del consejo general saliente. El superior general, con el consentimiento de su consejo, aprueba anualmente el informe de la administración financiera presentada por el consejo provincial y por las demás instancias que dependen directamente del superior general y su consejo. El superior provincial, con el consentimiento de su consejo, aprueba anualmente el informe de la administración financiera de todas las instancias que dependen de él.

B. Contribución a las cargas comunes

E95. La administración general tiene derecho a un aporte financiero de cada provincia y delegación, para el mantenimiento y funcionamiento de la curia y del gobierno generales.

E96. El capítulo general decidirá la modalidad de esta contribución.

a) Para subrayar la participación de cada monfortiano en la carga común, se mantiene el principio de una cotización por persona, es decir, por religioso de votos perpetuos, sin excepción.

b) Todos los años, el superior general con el consentimiento de su consejo, establece el presupuesto ordinario de su administración y comunica a los interesados la suma de la cotización, que se obtiene dividiendo la suma total de la carga general por el número de religiosos de votos perpetuos que se hallan vivos el 30 de junio de cada año.

c) Los ecónomos interesados brindarán al ecónomo general, a finales de junio, el número exacto de religiosos de la provincia o delegación.

d) Con el voto deliberativo del consejo general extraordinario, el superior general, puede requerir subsidios a las provincias en caso de necesidad. 

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E97. Para subrayar la unidad y la solidaridad de toda la congregación, se establece un fondo de solidaridad para brindar la posibilidad de una ayuda entre provincias y delegaciones, y cubrir los gastos acarreados por las actividades que tienen que ver con toda la congregación (capítulo general, consejo general extraordinario, y otras diversas reuniones, fundación no provincial...). La modalidad de contribución y funcionamiento del fondo de solidaridad será decidido por cada capítulo general.

E98. El ecónomo general, bajo la dirección del superior general con su consejo, maneja el fondo de solidaridad en favor de toda la congregación.

a) Si se trata de un préstamo a una provincia o a una delegación, el reembolso se hará conforme a las condiciones establecidas.

b) Si se trata de la atribución de una subvención a fondos perdidos, se necesita la aprobación del consejo general extraordinario, cuyos miembros hayan sido informados de antemano por sus comisiones financieras respectivas.

E99. La administración provincial tiene derecho a un aporte financiero de cada residencia y obra de la provincia, aporte determinado según las normas del capítulo provincial. Puede ésta, si la necesidad lo exige, requerir en el curso del ejercicio, subsidios adicionales de las casas de la provincia.

E100. Las contribuciones entre provincias, por ejemplo por personal prestado, se fijarán por acuerdo entre las provincias interesadas.

ALCANCE DE LAS PRESENTES CONSTITUCIONES

264. Las presentes Constituciones, votadas por el capítulo general y aprobadas por la autoridad de la Iglesia, traducen para hoy el pensamiento de san Luis María de Montfort propuesto en la Regla manuscrita. Estas reglas nos obligan en conciencia, en virtud de nuestra profesión religiosa. Constituyen para nosotros la traducción del Evangelio y dan sentido a nuestra vida. Como lo desea san Luis María de Montfort, nos comprometemos a ser fieles a ellas: “Obedecen con perfecta exactitud a las reglas más pequeñas de la Compañía, considerándolas a todas como la pupila de los ojos de Jesucristo. Manifestando con esta fidelidad

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que les guía el Espíritu Santo y no el espíritu del mundo, ya que éste no aprecia, ni siquiera en la virtud, sino lo brillante y espectacular” (RM24).