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1 CUENTOS, POESÍAS Y LEYENDAS DE MORROCOY Mito sobre la creación de Morrocoy Cuentan los abuelos que por allá en la época de los invasores existió un hombre llamado Morroy, primogénito de Mexión Chocué del reino de Sotavento. Este Cacirí, como llamaban a los hijos de los caciques, nació con excepcionales atributos: media casi dos metros de estatura, poseía la fuerza de tres toros juntos, capaz de partir en dos, caballo y conquistador, de un manotazo. Cuando iba de casería no empleaba flechas ni lanzas, pues no las necesitaba, se acercaba cauteloso al jaguar y tomándolo sorpresivamente por el rabo, lo jalaba hacia atrás. De esta manera le arrancaba el alma. Sólo a las grandes personalidades del reino les estaba permitido alimentarse de este animal sagrado para tomar de él el arrojo y la prudencia. La ponzoñosa araña y la mortal serpiente huían temerosas al notar su presencia. Los tábanos y cínifes evitaban arruinar sus pinchos en aquella tapia que constituía su piel. En cierta ocasión salió en compañía de cuatro guerreros de confianza a revisar las tierras que algún día heredaría. En sus andanzas llegó, sin darse cuenta, al reino del cacique Cipoté, descubriendo al Cacique Pijiguayal ayudando para que los españoles se robaran las cadenas de oro con que Cipoté tenía cercadas sus tierras. Morroy se enojó tanto que dio muerte a los españoles arrancándoles las cabezas y castigando a Pijiguayal con las mismas porciones de cadenas robadas, dejándolo por muerto. En su huida se encontró a una linda indígena que se había enamorado perdidamente de él, al que apenas conocía por sus hazañas, las cuales se habían regado por todos los reinos vecinos. Allí estaba aguardándole bajo las sombras de un guácimo, al enterarse que andaba por la región. Al verle, le tendió los brazos diciendo… -¡Oh cervatillo mío! Llevo noches y días en la soledad aguardando tu paso, llévame a posar en tus sabanas de inmaculada primavera. MORROY muy triste le contó lo sucedido. -No importa lo que hayas hecho, es más, ese a quien has dado muerte era mi padre. Morroy se tendió a sus pies implorando perdón. -Párate, que no soy digna de que te postres a los pies de quien, su nobleza, ha sido amancillada por un padre, quien con alevosía, ha traicionado su raza. Lo que has hecho se llama justicia. Y huyó con él, porque el amor que le tenía era superior al de su padre.

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CUENTOS, POESÍAS Y LEYENDAS DE MORROCOY

Mito sobre la creación de Morrocoy

Cuentan los abuelos que por allá en la época de los invasores existió un hombre llamado Morroy, primogénito de Mexión Chocué del reino de Sotavento. Este Cacirí, como llamaban a los hijos de los caciques, nació con excepcionales atributos: media casi dos metros de estatura, poseía la fuerza de tres toros juntos, capaz de partir en dos, caballo y conquistador, de un manotazo. Cuando iba de casería no empleaba flechas ni lanzas, pues no las necesitaba, se acercaba cauteloso al jaguar y tomándolo sorpresivamente por el rabo, lo jalaba hacia atrás. De esta manera le arrancaba el alma. Sólo a las grandes personalidades del reino les estaba permitido alimentarse de este animal sagrado para tomar de él el arrojo y la prudencia.

La ponzoñosa araña y la mortal serpiente huían temerosas al notar su presencia. Los tábanos y cínifes evitaban arruinar sus pinchos en aquella tapia que constituía su piel.

En cierta ocasión salió en compañía de cuatro guerreros de confianza a revisar las tierras que algún día heredaría. En sus andanzas llegó, sin darse cuenta, al reino del cacique Cipoté, descubriendo al Cacique Pijiguayal ayudando para que los españoles se robaran las cadenas de oro con que Cipoté tenía cercadas sus tierras. Morroy se enojó tanto que dio muerte a los españoles arrancándoles las cabezas y castigando a Pijiguayal con las mismas porciones de cadenas robadas, dejándolo por muerto. En su huida se encontró a una linda indígena que se había enamorado perdidamente de él, al que apenas conocía por sus hazañas, las cuales se habían regado por todos los reinos vecinos. Allí estaba aguardándole bajo las sombras de un guácimo, al enterarse que andaba por la región. Al verle, le tendió los brazos diciendo…

-¡Oh cervatillo mío! Llevo noches y días en la soledad aguardando tu paso, llévame a posar en tus sabanas de inmaculada primavera.

MORROY muy triste le contó lo sucedido.

-No importa lo que hayas hecho, es más, ese a quien has dado muerte era mi padre.

Morroy se tendió a sus pies implorando perdón.

-Párate, que no soy digna de que te postres a los pies de quien, su nobleza, ha sido amancillada por un padre, quien con alevosía, ha traicionado su raza. Lo que has hecho se llama justicia. Y huyó con él, porque el amor que le tenía era superior al de su padre.

Morroy se sometió a la justicia de su corte y fue condenado al destierro por haber dado muerte a un superior. Así que muy de mañana partió con su amada y un séquito de fieles servidores, rumbo al naciente. Durante días y noches caminaron siguiendo siempre el rumbo de los patos que volaban todas las mañanas desde las ciénagas de su antiguo reino; estacionándose por temporadas en algunas partes de su recorrido, hasta que por fin encontraron un lugar muy bonito que les llamó la atención, ubicada entre el reino del cacique Chinú y el cacique Yapé, con suficiente agua y buen suelo para cultivar. Tan bueno, que las hojas caídas volvían a nacer. Allí hasta la peña producía. En ese lugar fijaron para siempre su bohital, desconociendo que Pijiguayal no había muerto, pero si había jurado vengarse. Por tal motivo se alió con una arpía que había llegado con las tropas de Antonio de la Torre y Miranda, fijando su residencia en Momil.

-¡Claro, cómo no, con mucho gusto te ayudo a vengarte de él! Le había dicho ella quien también se había enamorado, y al perderlo le desató un odio feroz.

La perversa bruja se transformó en curuja intentando dar con el paradero de la pareja. Fue así como remontó vuelo hacia los oráculos Zenúes: “Corcovado” y “Murrucucú”

-No te puedo decir nada, contestó Corcovado.

-¡Vete! No te diré nada, contestó Murrucucú.

Voló hacia el reino de los Emberá preguntándole a su amiga Porré, serpiente que cuidaba de este reino, la cual tenía cabeza de pájaro y cuatro pequeñas paticas; pero ésta tampoco quiso decirle nada.

-¡No los he visto! Contestó Jegú, hermano de Sinú cuando llegó a éstos solicitando información.

Pasaban los días y no se cansaba de buscar.

__ No te diré nada, ¡absolutamente nada! Respondió su colega Cusuma, hembra mohán del reino de Tacasuán la cual tenía la propiedad de convertirse en serpiente, a la que los indígenas llamaban Torcorá y si alguien se acercaba a robarse los tesoros de Tacasuán o de Yapé, se convertía en un preciso collar de irresistible atracción, y cuando el incauto ladrón adornaba el cuello con él, convertíase nuevamente en serpiente, estrangulándolo.

Frente a los intentos fallidos decide regresar a la Ciénaga Grande para convertirse en barraquete y volar con la parvada a las tierras del cacique Yapé donde existía un santuario inmenso de ciénagas, abundantes en crustáceos y moluscos. Durante el transcurso de idas y venidas terminó por dar con su paradero.

__ ¡Ya sé dónde está! Se encuentra a un mes de trocha de aquí.

__ Bueno, dejo a tu cargo el castigo que se merece.

__ Está bien, no te preocupes que yo sé lo que haré con él

Así fue. Una tarde cuando Morroy venía del trabajo con el sol de los venados, un ánade grande dejó caer un llamativo fruto que previamente había untado con su caca.

__ Que fruto más raro, lo probaré.

Como le pareció agradable se lo comió todo, guardando las semillas en el chocó para sembrarlas en el bohital. Pero una vez que el maleficio cayó al estómago, sintió que el cuerpo le pesaba, que sus ojos, brazos y piernas se reducían.

Me estoy transformando, pensó amargamente, deseando que tan sólo fuera una ilusión causada por la ingesta del fruto. Pero no fue así. Su cuerpo se transformó en un tierno y curioso animal, con cuatro poderosas patas, cubierto su cuerpo, por una quitinosa caparazón y la boca parecida a un rudimentario pico.

Como no aparecía, su pueblo encendió antorchas y salió en su búsqueda, encontrándose con el animalito raro que en su lento reptar arrastraba el guayuco y el chocó del noble Cacique.

Lo llevaron al bohital y al día siguiente vieron cómo del chocó salían varios animalitos idénticos a él.

Desde ese triste día llamaron a los animalitos y al lugar... Morrocoy en honor al gran Cacique al que tanto su mujer y sus vasallos lloraron por largo tiempo.

Por: Jairo Sánchez Hoyos.

ILUSIONES DE INFANCIA

Recuerdo el día que entré a la escuela en mi vieja vereda. Era una casa de bahareque de blanco pintada. Llegué impulsado por la emoción y acobardado por la timidez. En un rincón del salón oloroso a D.D.T, y a parches recién hechos, se veía la figura de la seño. Estaba distraída marcándole la línea del abecedario a una niña. Caminé en sigilo hasta casi tocarla y no me detectó. Su cabellera tenía el color de un arrozal maduro. Una blusa blanca, de corazones púrpuras, cubría su tronco, y una larga pollera de tenues rosas azules, sobre fondo negro, engalanaba su talle. En la proximidad noté el olor de su cuerpo, esencias de flores al amanecer. Cuando se enderezó, descubrí que en sus finos labios se dibujaba la mansedumbre rural. Usando modales tiernos me llevó a sentar.

En la danza de los días pasaron mis clases como simples neblinas, mudas al aprendizaje del arisco abecedario. Per triste y penoso aprendizaje no borraba las ilusiones amorosas emanadas de mi pecho hacia la profesora a quien trataba como un cofrecito amado. Los ásperos golpes que me daba como premio a mi rusticidad, los sentía cual simples caricias venidas de las suaves manos de ella, que ni remotamente imaginaba que constituía el lujo de mi cielo. Todos los días la pensaba y le llevaba frutas silvestres para endulzar su cariño adormecido, el que circulaba errante en mi insípida memoria. Un día vi que salió del salón y se ocultó detrás del árbol de mamón donde nosotros orinábamos, cuando regresó, le pedí permiso simulando urgencia en desocupar mi vejiga. Corrí hacia el mismo lugar y le escribí un mensaje de amor, que sólo fueron rayones en la corteza del grueso tallo y le pedí que se lo mostrara, si algún día volviera por ahí otra vez.

Miré el húmedo verso de su vagina recitado en el suelo. Aquel verso me hablaba con quimérica avidez, fue para mí cómo una cópula extática en la cual yo le abría el surco para que ella guardara la gravidez del grano. Después de aquel día mi padre nos mudó a la ciudad y nunca más la volví a ver.

Los años cruzaron sobre los rieles del tiempo y crecí. Anduve por ríos montañas y mares, preocupado por trepármele a la vida, siempre con su güipil de corazones dibujado en mi mente. El día en que pude regresé. No me reconoció, yo sí. Estaba casada y con hijos. No le dije nada, limitándome a contemplarla con discreción. Parecía un sauce marchito. Traté de imaginar en dónde había quedado la letra de la melodía de su cara, y los embelesos de su imperioso talle. ¿Qué rústicas manos habían desbrozado el espléndido bosque de ensoñación?

Me retiré del lugar dejándola tranquila porque vislumbré que en su mundo no cabíamos tres. Caminé hacia la escuela. Ya no estaba. Extasiado contemplé el milenario árbol, dulce y fiel amigo, en medio del solar abandonado, luchando contra la fuerza del tiempo. Parecía un escuálido poeta, ya sin estrofa alguna. Llegué hasta él y busqué aquella declaración de amor, contemplando sólo petrificadas mariposas durmiendo sueños de polen en atardeceres de plata.

Con la congoja en mi pecho encendí mi auto y me alejé del caserío dejando atrás aquellas ilusiones de infancia.

Jairo S.

PRESAGIO

-Mamá, voy al arroyo a coger unos moncholos para la cena, ya vuelvo.

-Está bien, hijo, contestó, apoyada en la troja del patio viéndolo alejarse en compañía de su perro.

-¿En qué piensas Josefa? Le gritó el conductor del automotor que apareció en el momento, disminuyendo la velocidad al pasar por la pequeña quebrada, en el carreteable que de Morrocoy conducía a Rodania.

-Aquí pensando en la vida, viejo Mora, respondió ella sin cambiar de posición, con la mejilla apoyada en la mano izquierda.

-Deja la vida correr, déjala correr, como corren las aguas después de llover, no le busques explicación porque loca te puedes volver, replicó el Mora luchando con el vehículo que se balanceaba repleto de pasajeros, bultos y canastas, procedente de Sahagún.

Su vivienda era la última del caserío, en la orilla de la quebrada que atravesaba el patio de su casa cercado con astillas de guarumo y matarratón. Ella era muy popular entre los chóferes, porque, junto con los hijos, ayudaba a desembarazar los carros que se quedaban atollados en el lodo de la corriente. Por eso, cada que pasaban le saludaban o le decían cualquier chanza.

Alzó la vista y ya no vio al campero, tampoco a su hijo quien había desaparecido en las pajas de la hacienda de Domingo Bula que arropaba a medio caserío empezando en los bordes de su humilde rancho. A lo lejos escuchó los latidos de “Brasil”, el perro de su hijo, que de seguro se había topado con un conejo. Una súbita angustia se apoderó de ella.

“Qué tristeza tengo en mi alma, qué dolor en mi corazón, no sé de dónde me sale. Oigo clarines con voces de lágrimas” – exclamó – quitándose de la troja para auxiliar a Daniel, su otro hijo, que había llegado del “Destierro” con una carga de maíz.

__ ¿Y Rafael?

__Está para el arroyo, contestó ella, al tiempo de colocar la última tranca del pañol donde habían vaciado el maíz.

Entre tanto, camino al arroyo, el perro se echó sobre las raíces de unos algarrobos negándose a continuar. __“Vamos, vamos, te estás poniendo flojo, anda, párate que los pescados son para la cena”.

Más, el animal continuó sentado sobre las patas traseras escrutando el horizonte de rojizas tolvas, sujeto tal vez a vagas visiones y a oscuros presagios. Gimió con su voz carente de palabras. Gimió con deseos vehementes de que su amo se devolviera, pero él continuaba su camino inmune a sus clamores. Vencido por la incomprensión de su señor, decidió proseguir tras sus pasos, esta tarde agónica vestida de encajes dorados. Llegaron al arroyo. La primera poza les proporcionó un par de lustrosos moncholos. -Arrimemos a ésta, pescamos uno más y nos vamos, te lo prometo, dijo a su perro- seguro de que le entendía. Se sentó con las piernas colgando de la barranca donde se veían algunas cavidades. El perro se ubicó a su lado mirando para todas partes como si estuviera pendiente de las voces de todas las cosas.

__Vamos a tener que comernos el arroz con “mojamijo,” dijo el marido, que ya había llegado del monte, porque el de los pescados no llega.

Aquella expresión le sonó a ella como lúgubres tañidos. Por sus mejillas se deslizaron dos lágrimas que humedecieron la negrura inmediata de la noche que ya venía. Después de la cena, todo quedó arropado con la solemne oscuridad. Con desespero agónico y un nudo en la garganta, no puedo más y exclamó:

__ ¿Qué le habrá pasado a mi hijo, por qué no llega?

-Tranquilízate mujer, tal vez se dio la vuelta y viene por el otro lado del caserío, argumentó su marido.

Pasaron unos minutos, interminables para ella, y volvió a decir:

-Vamos a buscarle.

-Si ¡vamos! Aprobó el marido, que ya sentía preocupación también.

Prendieron antorchas y salieron los tres. El viento estaba mudo. Su alma montarás y vana se retorcía en los pinchos de la zozobra.

Después del primer potrero escucharon los penosos aullidos.

-¡Oye! Ese es “Brasil” – dijo Daniel.

Emprendieron veloz carrera hacia donde se escuchaban los aullidos.

Ahí estaba, ¡yerto! Con la mirada fija hacia el firmamento oscuro. A un lado, su perro. Al otro, un par de moncholos y un conejo. Una enorme serpiente lo había mordido arrebatándole el gozo vital de su adolescente alma.

Después del entierro, un grupo de voluntarios, se fue al arroyo a escarbar los laberintos de la barranca; pero no encontraron a la asesina.

La gente vivía sorprendida al ver que todas las mañanas, sobre la tumba, amanecían hermosas flores silvestres. Nadie sabía quién las ponía, hasta que descubrieron que era el perro que en cada amanecer las arrancaba con su boca para depositarlas en la sepultura de su extinto amo. Todas las tardes desaparecía del caserío sin que nadie supiera para dónde.

Cierta tarde, el capataz de la hacienda divisó en las alturas, junto al arroyo, una corona de goleros en ritual alimentario. Ensilló el caballo y fue a ver, lo que encontró fue un par de cuerpos en fiero entrelazo. El uno había pagado su mortal traición, y el otro ofrendó su vida en fraternal venganza.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

MALEFICIO

Corrían los años 50s, yo me encontraba en las postrimerías de mis vacaciones en Morrocoy. Mi madre me mandó en compañía de mi hermano menor hasta Trementino en donde tomaría el carro que me llevaría de regreso a la escuela en Sahagún. En el ramal que de Morrocoy conduce a la vereda La Pita, divisé una chica que venía con las chancletas en la mano. Le ofrecí mi caballo y me subí al anca del burro que montaba mi hermano.

¿Cómo te llamas?

Juana Ozuna, de los Ozuna del Olivo.

¿Para dónde vas?

Voy para Bijao.

Caramba, tan lejos

Si voy a probar suerte por allá.

Noté que estaba de luto cerrado por lo que quise saber el motivo.

De una amiga que murió hace dos años.

¿Dos años y aún estás de luto?

Lo que pasa es que ella fue mi amiga especial. Aún hoy la recuerdo con mucho dolor.

Aja, y ¿Por qué?

Es una larga historia.

Si te dignaras a contármela, entretendríamos el trayecto.

Se llamaba Teresa, era bella, amorosa y divertida. Las dos teníamos muchas amistades por todos estos lugares. Un día conoció a un muchacho de Rodania, se enamoraron de inmediato. Duraron un año en amores al final del cual se casaron. A los tres años de matrimonio las cosas cambiaron porque su marido la abandonó por otra. No contento con esto, se valió de un maleficio que le hizo llegar en un jugo para deshacerse de ella y poder casarse con su amante. Desde el día en que probó aquel jugo empezaron los sufrimientos. Se tornó retraída y melancólica. Pasaba con fiebres, sudoraciones, mareos, vómitos y anorexia. Se puso pipona cual si tuviera nueve meses de embarazo. Su tía al verla tan postrada le llevó los orines a Don Atanasio Peralta, un curandero que vivía en La Padilla, cerca de Morrocoy. Era un señor corpulento, vientre abultado. Sobre él se tejían curiosas historias.

¿Sobre el vientre?

No embromes, sobre su persona. Se decía que era brujo. Que se comía un cerdo completo en un desayuno corriente. Que tenía secretos para trabajar, pelear y enamorar. Que se escondía detrás de un palo de escoba y nadie lo veía. Por eso se salvó de pagar el servicio militar Cuentan que una noche venía de Trementino, al pesar por el arroyo El Tigre, se le apareció un ataúd con cuatro velas encendidas que no eran otra cosa que canillas humanas. Abrió la caja y contempló una mujer sumamente hermosa. La muerta más bella del mundo, se dijo para sus adentros. Tranquilamente amarró el caballo y se sentó a contemplarla y a fumar tabaco. A las tres de la mañana se paró la bella mujer suplicando que la dejara ir dado que era una prestante dama de Sampués y estaba corriendo el riesgo de que su marido notara su ausencia. Le pidió excusas por tratar de asustarlo sin saber que él era “Zángano”. Le quitó el secreto, le hizo el amor y la dejó marchar en compañía de la aurora que ya venía. A Don Atanasio se le encontraba a todas horas por los caminos, ya fuera vendiendo panela, carne, jabón de bola o atendiendo un parto, un picado de culebra o un enfermo de lombriz. A los niños los asustaban con él porque decían que se los llevaba en la mochila y los ponía a sancochar. Así que si un chicuelo no quería comer, tomar el remedio o hacer el oficio, no era sino que le nombraran a Don Atanasio para que se produjera el “milagro” inmediatamente.

Una tarde que yo regresaba de soltar los burros en la finca El Guamo descubrí que venía en sentido contrario. Rápidamente me oculté frente a un paso malo del camino que le decíamos “El Atascoso”. Era todo un proceso pasar por aquella tembladera. Sorpresa grande la que me llevé al ver cómo alzó en vilo el burro cargado de panelas y lo cruzó al otro lado sin mayor esfuerzo. Desde esa vez, no dudé jamás de lo que de él se decía. Cuando Don Atanasio miró los orines que le llevó la tía de Teresa, exclamó:

__Sepa, que a su sobrina le han echado un maleficio muy peligroso. Si ustedes quieren me traen un pocillo donde ella haya tomado café y yo les muestro el rostro del responsable. Eso sí, les cuesta un poco más de dinero.

__Está bien, respondió la tía de Teresa, hablaré con los padres de mi sobrina y le contesto. Por lo pronto recéteme algo para llevarle.

Los padres de Teresa no aceptaron lo propuesto por el “Cancamano,” ni consintieron darle los brebajes, una vez que eran evangélicos y tenían la certeza de que las oraciones la sacarían de aquel trance. Pero a pesar de las oraciones, cánticos y alabanzas Teresa no mejoró. Una tarde se puso tan mal que vomitó una bola de pelo y varios sapitos de colores. Después de esto le atacaron unos fuertes dolores como si estuviera de parto. De tanto pujar se le salió la matriz.

El último día que paso mal, me encontraba en casa de Domingo Castro, un viejo pipón que se la pasaba casando venados en Morrocoy, cuando de repente se me dio por mirar para la calle. La vi venir. Venía por frente a la capilla. Traía un traje blanco, suave y transparente que le llegaba a los tobillos. Viajaba lentamente en el aire.

Asombrada me pasé la mano por la cara y volví a mirar, ya no vi nada. Con desespero me alisté y pedí que me dejaran ir unos días a ver a mi amiga. A esa hora, 4:30 pm armé viaje a pesar de los ruegos de la esposa del viejo para que me fuera por la mañana.

Cuando llegué, ya el ocaso arropaba por completo el espacio veredal. Miré para la casa de mi amiga. Noté que la gente entraba y salía con desespero. Sentí ganas de llorar, pero me contuve. La prima de Teresa me vio y corrió a mi encuentro. Lloramos un rato. Luego me introduje por el portillo del patio para no importunar a los que oraban en la sala. Me senté en el comedor a esperar a que se me arreglara el ánimo a fin de no regalarle más sufrimientos a mi amiga moribunda.

Cuando entré a la alcoba un grupo de jóvenes y ancianos oraban con energía reprendiendo al maligno, porque según ellos, era la causa del problema. Ella dormía en el momento. Volví a salir en espera de que terminaran de orar.

Mi alma lloraba sin necesidad de lágrimas. Estaba vacía. Deseaba que fuera yo la que estuviera en esa cama y no ella. Deseaba que fuera una pesadilla a la que pronto debía despertar en un grato sueño de salud y alegría, más el afán de la señora colocando mechones en puntos estratégicos, me hizo caer en cuenta que el árbol de la existencia de mi amiga estaba llegando a su final. La señora colocó un mechón a la entrada del portillo, otro en la piedra de amolar, otro en el chiquero, otro en el tinajero y otro en el pañol donde unas señoras pilaban afanadas varios “puños” de arroz. Dos señores ensillaron un burro y se fueron a traer agua para llenar los moyos de la cocina, el comedor y la sala. Otros aparecieron con taburetes y banquillos porque el número de personas había crecido.

Todos querían ayudar en algo porque la opinión general era, de que oscurecía, pero no amanecía. De la finca vecina llegó un señor cargado de suero, queso, yuca ñame, plátano y carne salada a fe de contribuir con el peso de la mortuoria.

Las tinieblas se habían apoderado completamente del espacio sideral. Por los lados del chopal y por encima de la casa se dejó escuchar un concierto de silbidos agudos. Los presentes se miraron atemorizados.

__Son las brujas. Tere como que sigue mal. Dijo alguien.

Esto me hizo incorporar inmediatamente. Abriéndome paso entre los presentes, pude llegar hasta la cama de viento donde reposaba la escuálida. Estaba sudorosa y con los ojos cerrados.

__ ¿Eres tú María? Me preguntó sin siquiera abrirlos.

__Si mi bien, soy yo.

__Ya se me hacía raro que no estuvieras aquí ¿Por dónde andabas?

__Estaba en Morrocoy atendiendo el ventorro del viejo Domingo.

__ ¡Ah! ¿Y cómo te fue?

__Bien, muy bien.

__Eso me alegra. Yo por mi parte ya tengo el tiquete del no retorno. Te estaba esperando porque no quería irme sin despedirme de ti. Me voy, te pido que seas feliz y que no sufras por mí. Sigue adelante y no te detengas. Tú sabes que es un camino que todos debemos coger tarde o temprano. Yo más temprano que los demás.

Le sobaba la frente con alhucema, calla, no digas esas cosas. Piensa que te vas a poner muy bien.

__Sí, mejoraré mucho, pero allá en el reverso de la vida. En donde no se sufre ni traiciona; donde no hay venganza, prisa ni tardanza. Allá donde la sonrisa es franca.

Los silbidos no cesaban. El viento tuvo miedo y se escabulló tímidamente. Las gallinas gorjeaban y los perros aullaban con voz lastimera.

Calló por un momento cansada por el esfuerzo hecho al hablar, me pidió agua. Cuando se la traía, se agitó bruscamente sobándose la barriga con ambas manos. Lanzó un grito sobrecogedor y se quedó inmóvil. Todos vimos que de su vientre salió un basilisco verde y baboso que atravesó el cuarto y escapó por la ventana que daba al solar de la Acción Comunal.

Eran las 8:00 pm. Tere había muerto bajo espantoso sufrimiento. La noticia se colocó por el comedor, la sala, el patio y se regó por los campos circunvecinos.

Al día siguiente a la hora del entierro, toda la comarca estaba presente. En la mitad del trayecto, rumbo al panteón, ubicado en las afueras del caserío, los cargadores comentaban que el cajón había perdido peso.

Acordamos hacer un alto. Destapamos el ataúd. El espanto fue grande. La piel de Tere estaba arrugada, pegada a los huesos, estaba flaca, con el pelo totalmente canoso, lo que si no se desdibujó fue la sonrisa de inocente víctima, que desde anoche se había dibujado en ella.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

UN MORROCOYERO EXCEPCIONAL

Morrocoy era un caserío común y corriente como cualquier otro de Córdoba, sólo que se fue haciendo famoso porque en él vivía Adalberto Solano, el trabajador más eficiente del contorno. De estatura mediana, complexión atlética, y taciturno; prototipo del Zenú. Por esa época, nosotros los que estábamos estrenando adolescencia, nos reuníamos en la tienda de Don Julio Beltrán. Una casa grande, de pisos relucientes, paredes de tabla y techo de cinc. Allí conversábamos sobre el acontecer diario y conseguíamos la mano de obra intercambiada para el otro día, pues el dinero, casi no hacía falta. Me gustaba ir para apreciar el fulgor de la “gasolina” desparramado por todo el frente y degustar los olores, olía a cola, otras a vainilla, a jabón “oro”, a gas, a creolina, a mentol, a cholagol indio. Era grato cuando abrían la nevera a gas. Su interior se iluminaba desprendiendo vapores. Las chichas bien ordenadas se veían azulitas. El radio de pilas era para mí un total misterio. Las escasas veces en que lo encendían, se me secaba el cerebro de tanto imaginar cómo era que “eso” hablaba. Adalberto siempre se sentaba en una gran piedra al pie de uno de los abetos que sombreaban el lugar donde los viajeros amarraban las bestias. Desde allí nos contemplaba sin intervenir en la conversación. Cuando se tomaba los traguitos compraba cuatro botellas de ron, se guardaba dos y seguía con dos en las manos hacia la capilla. Se sentaba en el atrio que miraba hacia el arroyo, y en compañía de los grillos y del supersticioso canto del puerquero, se consumía las cuatro fuentes etílicas bajo, el embrujo ensoñador de la luna, sin convidar ni brindar un sorbo a nadie. Al día siguiente madrugaba tranquilamente para el trabajo. Los “blancos” se lo peleaban por su talento laboral. Pedía paga y comida para ocho hombres, pero lo veían salir solo. Lo buscaban para sembrar, cosechar, macanear, abrir trocha, y tumbar monte, que era su especialidad.

El día 19 de agosto de 1948 nos fuimos para Colomboy a un baile con la “Voz del Tigre,” el picó de Emiliano, la sensación del momento.

La noche transcurría alegre, los amores nacían, la sangre fluía, y las pasiones se complacían. De un momento a otro empezaron las sátiras hacia nosotros.

Previniendo el desastre que se veía venir cabalgando en cada gota incolora, nos venimos.

Marchábamos repitiendo las terminaciones de los versos musicales que nos llegaban cansados a través del viento húmedo de la avanzada noche. Al llegar al puente fueron surgiendo de entre el monte veinte figuras. Tras una ráfaga de insultos y recordatorios maternos empezó la puñera. Los Guzmán y los Verbel, los mejores jaladores de puño de Colomboy, contra los Mercado y los Vega, los mejores de Morrocoy; a excepción de Adalberto y yo, que teníamos apellidos diferentes. Sumábamos en total ocho. Recuerdo que cuando quise lanzar mi primer guanabanazo, uno de los Verbel me dio tremendo mojonazo en todo el pie del sentido que me hizo caer de cuajo. Enseguida otro de los enemigos se arqueó con un garrote para dejármelo caer sobre la espalda, en ese momento vi cuando Adalberto le propinó una patada talonera que lo envió a tres metros, en donde quedó colgando de la alambrada. Seguido de esto, se arregazó la camisa y silbando tranquilamente: “Plánchame la ropa, que me voy mañana” se fue abriendo paso entre los felinos.

Las coces de los mulos y los zarpazos del tigre, tan sólo eran caricias frente a su fiereza. Así, con agilidad y fuerza, aquel mulo cerrero, iba dejando atrás un reguero de cuerpos exánimes. Apenas se oía era el “¡Ay mamita mía!” “Vuelve y párate verija seca”, contestaba él.

Cesó el combate. Dicho espectáculo me quedaría grabado por siempre, veinte gladiadores regados por el suelo como si fueran inmensos caracolíes derribados por el vendaval del año treinta. Parecía que hubiese reñido un ciento de toros. ÈL solo, silbando y sonriendo, había noqueado a quince.

Cuando llegamos a Morrocoy compramos ron y continuamos la fiesta. Esa noche, ablandado por el licor me confió el secreto que usó para pelear, el cual me fue regalado a cambio de una botella de ron. Además me obsequió un escapulario de plata, el que, según él, lo libraba de todo percance.

Un día cualquiera se presentó a Morrocoy un señor preguntando por él. Venía de la montaña con la orden estricta de contratarlo. Pasaron los años y nunca más volvimos a saber de él. Interesado por averiguar qué había sido de aquel singular amigo, me armé de valor y partí en Abril de 1.952. Marché hacia esas lejanas tierras de las que oía decir que sus caminos estaban sembrados de cruces; en la que muchos entraban y pocos salían.

Preguntando y preguntando di con Vera Cruz, la hacienda en donde había ido a trabajar. Su dueño vivía en Medellín. El capataz me llevó a una solitaria cruz cubierta de heliotropos. Allí me contó que un día, luego de haber cortado lianas, matorrales, matojos, y arbustos, y de haber herido a los grandes árboles, hasta más allá de la mitad de su tallo, había dejado así las cuatro hectáreas de montaña virgen para que la brisa y el peso las descuajara, como sucedía siempre. Ya venía por la mitad cuando sintió que se formó un remolino. Corrió veloz, ya casi lograba ponerse a salvo cuando resbaló. Todo el peso le cayó encima, aplastándolo inmisericordemente.

Me quité el escapulario de plata y lo colgué en el crucifijo de palo, a manera de un adiós eterno y fraterno. Esa misma tarde tomé la ruta de regreso a mi reducto morrocoyero.

Por: Jairo Sánchez Hoyos.

EL MALIGNO.

Todo marchaba bien en aquella finca. Su dueño estaba contento por el incremento de la cría de carneros la cual le reportaba buenos dividendos; pero de pronto comenzaron a cambiar las cosas debido a que todas las mañanas amanecían uno o dos, vacíos por dentro. Esto hizo cundir la alarma en las fincas vecinas. Como a Don Sebastián Niguito le iba bien en los negocios surgieron los comentarios de que tenía “empauto” con el diablo; pero no daba importancia a esos coloquios. Entre tanto ya no amanecían ni uno, ni dos sino cinco y seis carneros despojados. Don Sebastián ensilló su mulo y fue a consultar al brujo de Morrocoy. Éste le dijo que sospechara de los animes de Astolfo. Pero éste le aseguró que sus animes se alimentaban mensualmente con vacas del Doctor Castillo. Don Sebastián compró municiones y una escopeta de dos cañones y se la entregó al celador que contrató con la orden de matar a quien le estaba diezmando el rebaño. Esa noche el buen hombre que no se detenía en su ronda, miró la luna y calculó la hora, ¡dos en punto! Se alegró de que no hubiera ocurrido nada, pensó que ya no ocurriría. Mas, cuando miró para el fondo de la paja descubrió a un inmenso perro negro atacando a los animales. Apuntó bien y disparó.

No encontraron al animal; ya se sabía que era un perro el de los daños, así que se impartió la orden de acabar con cuanto perro merodeara por los alrededores.

Ya no volvieron a aparecer más carneros muertos, despidió al celador y las personas tuvieron que tragarse los comentarios sobre lo del empauto con el diablo.

Una mañana que recorría la entrada en su campero verde, descubrió con enojo a ocho carneros despojados. Inmediatamente contrató a seis celadores bien armados.

Las noches transcurrían apacibles, pero al día siguiente amanecían cinco y seis carneros muertos. Los cometarios volvieron a aparecer, ahora más sombríos. Llovían los insultos; se duplicaba la paga; se reforzaba la alambrada y los carneros acabándose. Los celadores renunciaron en masa. Tuvo que ir a Tuchín por nuevos trabajadores.

Una noche oscura, los celadores escucharon un pataleo por los lados de la represa, fueron a ver. Seis escopetas vomitaron plomo marcado en cruz. Lo llevaron a rastra al patio de la finca, lo colgaron de una rama de totumo donde dormían las gallinas. Cuando hacían esto, los tres perros de la finca salieron despavoridos para no volver jamás. Las gallinas volaron alarmadas perdiéndose entre el monte. Como estaba amaneciendo prepararon café. Mientras saboreaban el tinto contemplaron al animal. Su sangre parecía de fuego. Con sus dientes y garras podía despedazar fácilmente a un león. Llegó el patrón, el entusiasmo fue grande. Mandó a comprar ron y sacrificó seis gallinas. En compensación a esta buena acción, le pago por triplicado a los tuchineros. Armaron una gran troja para incinerarlo. Apenas lo subieron quedaron estupefactos, se levantó del fuego, se sacudió los quemantes brasas y emprendió veloz carrera hacia el monte, dejando una estela de espanto y horror.

Por: Jairo Sánchez Hoyos.

VATICINIO

Eran las 5:00pm cuando la vieron, la pobre meneaba la cola y la cabeza desesperadamente. Se acostaba y se volvía a levantar. El primero en hablar fue Heliodoro.

__Caramba don Antonio, va para adelante el hato.

__La veo muy mal Heliodoro, vamos a esperar para ayudarla. Parado uno al lado del otro se quedaron mirándola. Ahí mismo llegaron los demás trabajadores quienes se quedaron a contemplar el esfuerzo de la doliente madre.

Don Antonio amaba el trabajo, se medía la tarea al igual que lo hacía con los otros trabajadores. Esa tarde venía de alistar la tierrita que iba a sembrar con las primeras lluvias de abril. La pobre los enfocó con una mirada de imploro amoroso. Comenzaron a maniobrar sobre el abultado vientre y sobre las paticas que asomaron por entre los labios de la roja y abultada vulva. La pobre lo soportaba todo con madura calma, pero flaqueó y tuvo que acomodarse en el suelo. Tomó aire, y se volvió a parar. Ahí mismo el nuevo fruto. Aquella vida breve que temblaba sobre sus paticas caminó haciendo todo el esfuerzo del mundo. Se paró frente a ella. Se miraron fijamente, la olisqueó y le sonrió en medio de su estado febril.

Pelambre amarilla, con una estrella blanca en la frente, patas fuertes, bonitas ancas, extraordinarias orejas y prometedora ubre. La madre lamió a su criatura, descansó otra vez, tomó aire y continuó lamiendo, no por mucho. Se acostó. La incómoda postura le impedía la labor de acicalamiento. Se quedó quieta. Intentó ponerse de pie, no pudo. La cabeza le dio vueltas, la mirada se perdió en las vaguedades, mientras que un fuerte dolor le invadía todo su ser. El cuello se hizo pesado, lo dejó caer. De las amplias fosas nasales salió un grueso chorro de aire que levantó polvo y virutas. Absortos y silentes, los trabajadores vieron cuando el alma abandonaba el cuerpo, en medio de la escuálida tarde.

__Don Antonio, perdóneme lo que le voy a decir, debe usted tener mucho cuidado con esta ternerita porque ella va a ser su muerte, vea que se lo digo.

__Hombre Heliodoro, cómo se te ocurre desearme tan desaforada condena, ¿no ves que la tarde está triste y oprimida, la cual me causa un siniestro vaticinio de maldición, como si por hacer un bien, tengo yo, por ello, el infortunio de semejante desgracia?

__No sé, pero así ha de acontecer.

__Oye, Helio, le gritó Pedro Emiro, ¿de cuándo acá, eres profeta de maldición?

Unos rieron, los otros guardaron prudencia frente a lo dicho, preguntándose, por qué había dicho esto, siendo que él era muy serio y correcto en su proceder.

El tiempo pasó en jadeantes faenas. Los vientos de aventura y de mejor paga conquistaron las ilusiones de los trabajadores de la comarca, entre ellos a Heliodoro quien, junto con un grupo de entretenidos coterráneos, viajó a Venezuela, la meta señalada. Nunca más se nombró el suceso. “Estrella Solitaria”, así fue bautizada. Ya es toda una vaca, mansa, tierna, dócil y mimosa, parece que por habérsele criado a mano. El amor tocó a su puerta. Le dejaron un potrero para ella y Plutarco, su consorte. Pronto pasaron nueve meses y dio a luz un encantador ternero de aspecto amarillo rojizo, al que don Antonio llamó el Bayo. Alegre, entretenido, vistoso y juguetón; lo hacía hasta con su propia sombra.

Como de costumbre don Antonio se metió al corral para ayudar a los muchachos. Su ganado era manso, por eso no sentía temor alguno. Pero esta mañana sucedió algo inaudito, jamás había ocurrido, Estrella Solitaria lo embistió a traición, lanzándolo contra el vallado. Le fracturó una pierna y dos costillas. Don Antonio se acordó de Heliodoro. Antes de que se cumpliera aquella premonición, decidió ponerle fin y sepultarla de una vez para siempre. De eta manera estrella Solitaria le sirvió de alimento a la cuadrilla por cuatro largas semanas. La cornamenta era amplia esbelta, muy bella. Después de pulida y barnizada, la fijó en uno de los parales del comedor, en donde quedó cómo una corona, ya sin reina alguna, en la cual reposaban sogas, cáñamos y sombreros.

Cogidos de la mano, en polvo de luz y sombras, volvieron a desfilar flores, cosechas, veranos e inviernos. El agua pudrió la palma y el comején devoró el corazón del horcón. Se cambió toda la palma y se remplazó el paral, el cual fue botado, con corona y todo, para los lados del platanal.

A los pocos días salió don Antonio con Jaimito, el hijo de la cocinera, de unos tres años de edad, a buscar una puerca parida en el arroyo. Era una mañana alegre, bañada en ámbar y oro. Para abreviar camino, se tiró por el platanal. La algarabía de los toches y oropéndolas distrajo su atención, caminaba con los ojos puestos en los gajos de maduros frutos que servían de alimento a las encantadas aves. Quiso sostenerse, no pudo. Una palma le había hecho perder el equilibrio. Cayó de espaldas. El grito que pegó espantó a las aves y terminó de madurar los frutos. Sentía un dolor agudo que le arrancaba el alma traspasada de ocaso. Como no pudo moverse de donde había quedado clavado, cual viejo recibo, ya cancelado, en agónico lamento preguntó ¿qué me ha pasado Jaimito?

__Señor, que acaba usted de caer sobre una vaca.

Por: Jairo Sánchez Hoyos

MORROCOY-Poesía-

Pueblito chiquito

Anclado en la loma

Derruido por el tiempo

Y la espera

De los que se han ido.

Cuando hacia ti voy, morrocoy

Tus casas blanquecinas

Desde lejos se asoman.

Mucha riqueza

Intelectual y física

En tu suelo pariste;

Hombres de carácter y temple

Que en el corazón te llevamos siempre.

Solo y triste

En el letargo te has mantenido,

Los que te vieron nacer,

Llevados por el destino,

Uno a uno,

Todos se han ido.

Ubicado en el centro de la región

Todos los caminos

Hacia ti conducen,

Quisiera que el mundo viera

Tu suelo de migajón.

Revuelo en el corazón,

El mundo lo deduce…

Exuberante tierra,

Aquí hasta la peña produce.

Rodeado de terratenientes

Que aceleran tu muerte,

Abandonándote a tu suerte,

¡Indiferencia jamás vi!

Desapareces lentamente

En medio de un gran potosí.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

NOCHE DE PIEDRAS CALVAS

Una bella noche

Una noche bella

Me senté en la puerta

De mi bohío morrocoyero

Miré al cielo

Y estaba tachonado de luceros

Observé la luna,

Parecía sonreír,

Estaba bella y radiante

Como acabada de bruñir.

Mi alma se puso liviana,

De mi corazón brotó una alegría

Alegría o más bien melancolía,

El caso era que iba y venía

En alas de la brisa coqueta.

Qué ocasión tan sublime,

Por un momento me sentí poeta!

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

BOHÍO DE ANTAÑO

Mi cuna no está en la orilla del mar

Está en la orilla de la quebradita

Corriente delgada y clarita

Que se ha mantenido

Con el discurrir de los años;

Salida del caserío

Espacio

En lo que ya casi no queda nada.

En este bohío hubo alegría,

Sueños y propósitos.

Hubo árboles, aves, guirnaldas y algarabías.

Hubo hambre y comida

Hubo una familia

Que hoy se refocila

En el indómito trasegar de la vida.

Jairo Sánchez Hoyos.

CAMINITO

Quien no se conmueve

En la soledad y el silencio

Bajo las sombras de un camino

Con techumbre de ramas de matarratón

Entrelazas, amándose,

Dejando caer el semen en flor,

Tapizando el suelo

Cual inmensa alfombra

Que despide fragancias

Y se extiende en derredor.

Sombras del mes de marzo

De rayos caniculares

Deleitados por el canto del yonofuí

La torcaz y el ruiseñor

Alternando con el de la cigarra

Que anuncia

Que estamos en Semana Mayor.

Por: Jairo Sánchez Hoyos.

QUÉ GRAN FAROL

Me acuerdo de las calles de mi caserío

El alumbrado público era gratis

Procedía de un gran farol

Bien alto:

La luna.

Su luz a todos regalaba

Y podíamos tomar cuanto quisiéramos.

A media noche me levantaba

O me acostaba a las diez

Sentado en el patio

Atragantándome de ella

Como si mañana…

Ya no hubiera.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

LA SOCOLITA

Lista está la socolita

Mañana la recogeré

Alisto los burritos

Y al mercado la llevaré.

Compraré zapato y ropa

Para los hijos y la mujer

Mis abarcas y sombrero

Para lucir con esmero

En la fiesta de febrero.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

LA CEIBA

La ceiba que estaba en el patio

Muy cerca del pozo y del potrero,

Todo en ella vida y esmero.

En ella mis padres se sentaban

A mirar las vacas,

Y a contar los terneros.

En ti establecieron la primera cita

Y se estamparon el primer beso.

Pobre ceiba de antaño

Que venciste los huracanes

Y lanzaste al viento

La amargura de los años.

Más un día mis padres

Empezaron a morir,

Se iban muriendo,

Y murieron.

Ahora comprendo,

Demasiado triste,

Por qué tú también

Empezaste a morir,

Te fuiste muriendo,

Y moriste.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

CUCLÍ . CUCLÍ

¡Cuclí! ¡Cuclí!

Mi alma vaga en el horizonte puro,

Brumoso, oscuro, duro.

No cantes más

Ave de gran señorío.

¡Cuclí! ¡Cuclí!

¡Oye!, ven, siente los latidos

En este corazón;

Recuerdo de aquel amor

Que se llevó mi alma

Cómo cualquier vulgar ladrón.

¡Cuclí! ¡Cuclí!

Canto diferente;

Lo que yo di

A cambio de nada;

Me dejó esperando

En los ojos de su mirada.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

ALGARROBO

Del alba al ocaso

De ocaso en ocaso

El algarrobo sobrevive

Al bíblico carpintero.

Árbol seco

De vainas apretadas y duras;

Actor solitario

De las agrestes llanuras.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

A MI TERRUÑO.

Estoy tomando en la tierra que me vio nacer

Ay, tierra mía, vuélveme a tener

Que yo jamás te he dejado de querer.

La luna entre la loma

Su esplendor asoma

Yo aquí con mis amigos

Enamorado, cantando

Cantando estos simples versos

Con el alma escueta

Versos que resaltan

El orgullo del poeta.

Tierra bravía

Labrada en duro suelo

Tierra de mi tierna madre

Y de mi noble abuelo,

El alma se fue elevando

Del polvo, al celeste cielo.

E l tiempo que no estuve en tus calles y callejones

Pusieron en mi pecho un delirio

Que hoy te expreso sin saña

Con el coro que aquí nos acompaña.

De la quebrada al arroyo

Y del arroyo a la virgen de la lomita

Oh, mi lírico pueblecito

Yo soy todo tuyo

Esto nadie me lo quita.

Me voy, ya me voy

Viene el nuevo amanecer

Quiero andar los viejos caminos

Caminos rupestres

Donde plasmé mis huellas

En mis locas ansias de crecer.

Adiós,

Un beso para las mujeres

Un abrazo para los hombres;

Escuchad con certidumbre

Poned nuestro terruño

En lo más alto de la cumbre.

Autor: Jairo Sánchez Hoyos.

LAS PILATUNAS DEL MANCO HUGO

Hugo Alfonso es un personaje especial del terruño morrocoyero por sus acciones desprendidas, arrojo y valentía. Dice don Cesar Mercado, que este personaje es muy amigo de los ricos, le encanta ofrecer su mano de obra a todos ellos sin mirar recompensa. Si le dan una moneda, bien, si le dan un billete, igual. Sobre él se tejen variadas y entretenidas historias, muchas confirmadas personalmente por dicho actor. Le dicen el Manco Hugo, pero en realidad es cojo de la pierna izquierda, pero con todo y eso, pila arroz, ordeña, trabaja al machete, arrea leña, agua, ganado; afila hachas, palas, barretones, teje esterillas, hace sogas y jolones. Es cogedor de pájaro, iguana y conejo. Amansa caballo y es diestro con la caja, la guacharaca y el lazo; capaz de enlazar una res en medio de entretejidos matojos de peinecillos o de rebeldes zarzas. Agrega don César que cuando estaba pequeño, se le malcrió a la mamá y se fue en veloz carrera para la Aguá, atravesó el patio de Josefa Mendoza y se internó en un rastrojal de la finca La Florida, huyéndole a los pencazos de Blanca Rosa. Allí se le apareció una curiosa e inquieta ardilla jugueteando entre las ramas. Deseoso de atraparla, la fue siguiendo más y más, hasta que se dio cuenta que estaba en medio del sombrío rastrojal. En fracciones de segundos la ardilla lo agarró de los cabellos y lo remontó hasta las copas de los árboles. Menos mal que la madrina andaba por ahí cerca, buscando leña, y cuando escuchó los gritos salió a ver de quién se trataba. Encontró que su ahijado lo llevaba la ardilla por encima de las copas de los árboles. Enseguida empezó a insultarla con enormes palabras y pasajes de la Biblia. Cuando el maligno lo dejó caer, ¡tras, pus!, se le partió la pierna. Desde entonces le llaman el Manco Hugo y camina con ayuda de una mula de guayacán que a la vez le sirve como defensa personal. Entre las fechorías de este personaje están:

LA VENGANZA

Dice don Cesar que una vez salió Hugo de pelea con el Pío de Berlides, pero este le ganó porque lo azotó fuertemente con una vara de totumo. Por tal motivo Hugo estaba en espera del desquite, de hecho, enemistados no sería posible. Así que lo buscó e hicieron las paces. Para festejar este acontecimiento, por la noche lo convidó Hugo a hurtarse un queso en Las Palmas, en la vía al Guamo, a kilómetro y medio del caserío. Dicha finca era cuidada por Luis Gabriel Cueto y Candita Rosano.

__Hermano Pío, que queso más hermoso, pesa como cuatro libras. ¡Sequesitooo! Te imaginas lo delicioso que puede estar. Tú te metes a la cocina y yo vigilo.

__No, no, mejor tú te metes porque sabes dónde está.

__Pero Pío, ¿no vez que tú no tienes el defecto físico, y yo sí?

__Está bien, está bien, vigila afuera que voy para adentro. Vigila bien, cuidao.

__Un momento, un momento, por aquí no, por el lado de atrás es mejor, no ves que se dan cuenta que violentamos el candado, por allá está un hueco que los perros han hecho para registrar la cocina.

Lo llevó al otro lado de la cocina, justo al frente estaba la troja de las gallinas.

__Te metes por ese hueco, caminas hasta el medio de la cocina, arriba, en una tabla, a mano izquierda está dicho queso. Cuando vengas de regreso, tantea por aquí, mira, por aquí, en este rincón, hallarás un gajo de guineo bien madurito, te traes varios también. Qué rico el queso con manzano, ¿No amigo Pio?

__Claro, esta noche nos hartamos.

Pío hizo exactamente lo que le indicaron. Ya con el queso en la mano raleó el gajo de manzano, pero ahí lo que estaba era un grande, nutrido y rebelde parasco de avispas “agua blanca”, quienes lo “aguijonearon” con todo gusto y placer.

Cuando Pio logró salir al patio, bien jinchado, ya Hugo iba llegando al arroyo de Morrocoy.

EL CONTRABANDO.

El trabajador de don Domingo se enfermó, así que don Domingo debió traérselo para el hospital esa misma tarde, cuando pasaba por Morrocoy arrimó a casa de Hugo.

__Diga don Domingo.

__Para que mañana te vayas temprano a ordeñarme las vaquitas porque llevo a Julián con un dolor en el bajo vientre. Coge estos $1.000 como pago.

__Está bien, váyase tranquilo que allá estaré tempranito.

Madrugó Hugo a ordeñas las vaquitas, claro que primero lavó un galón de plástico que se llevó pa’ por si acaso. Cuando don Domingo llegó de Sahagún, se desgajó un aguacero de todos los santos y demonios juntos. En ese preciso momento terminó Hugo de ordeñar, rellenó las canecas y las puso en el la orilla del camino para que el camión las recogiera. Regresó empapado, cogió un trapo viejo y se acicaló un poco. Seguido agarró un taburete y se sentó al lado del patrón a ver llover. Estaban bien embebidos en el sonido alegre y parejo del aguacero, cuando de improviso cayó el garrafón de leche de entre la canal donde Hugo lo había escondido. Con la cara encendida de la vergüenza, no le quedó otra que exclamar: __ ¡Miércoles don Domingo, como no va a estar usted rico, si hasta del cielo le llueven garrafas de leche!

LA CARNE

Pacho Gómez lo convidó una mañana a su finca para que le valudara unos terneros que pensaba vender. Muy alegre se subió en el Toyota, en la parte de atrás, pero no se acordaba que tenía daño de estómago y sus ventoseas no se los aguanta ni golero fumando Luky. Este hecho le arrugó el ánimo, fue por eso que en seguida se quejó. – ¡Fo, caramba! ¿Qué es lo que hiede aquí? ¿Qué muertecina es ésta don Pacho?

__Qué va a heder, ni que nada, ¿tú estás loco, es, o te volviste marica?

__Si hombre, si hiede. ¿Niña, a usted no le pega allá alante?

La dama que acompañaba a Pacho se turbó y no sabía qué decir, sin embargo agregó: “aún no me ha pegado”.

En ese preciso momento se le escapó uno suavecito. Rogó en el alma que ya estuviera un poco más rebajado de fetidez, pero qué va, la primera en sentirlo fue la dama.

__Ay, si tío. ¡Fo!, ahí viene algo podrido.

__ ¡Qué le estoy diciendo don Pacho, ah, pues, no me crea!

__ ¡Uf, caramba, no friegue, que olor más horrendo! Revisa el costal, mira a ver si es una bolsa de carne que traigo allí.

Sin demora alguna desató el costal y extrajo la bolsa.

__ ¡Uff, Dios mío, don Pacho, qué cosa para heder! ¡Fo! ¿Usted pa’ qué compra carne podrida? Cuidado se le riega la fama de que le da de comer a la gente es carne manía, bueno pues.

__Deja la maricá y dime, ¿es la bolsa la del problema?

__ ¡Cómo no, ombe! ¿Quiere oler niña?

__ ¡Ay, no, no, señor!

__ ¿Y usted don Pacho?

__Ni se te ocurra, bota esa vaina. Tan cara que me costó, son cuatro libras de guartinaja. Ya verá el que me las vendió.

__Pero, ¿por qué no me hace el grandísimo favor de parar porque me estoy reventando de las ganas de hacer pipí?

__Hombre, no seas pretencioso, aguanta que ya vamos a llegar.

__Ay, ombe, blanco, se me está reventando la vejiga, me da mucha vergüenza, pero es la verdad. Y usted señorita, perdóneme la incomodidad.

Don Pacho detuvo el carro. Hugo se bajó y con disimulo amarró la bolsa en la rama de un matojo.

Al tercer día volvió a pasar Pacho por frente a su casa, Hugo lo llamó desesperadamente.

__ ¿Qué fue Hugo?

__No se asuste blanco, qué no es nada malo, es que le ruego infinitamente me acompañe a desayunar.

__ ¿Y eso?

__Estoy de cumpleaños, y con el único que deseo compartir mi mesa es con usted que siempre ha sido tan bueno conmigo.

__Hombre Hugo, gracias por tenerme en tan alta estima.

Don Pacho se bajó y se acomodó en el taburete, pero antes se metió la mano al bolsillo…

__Toma, que sea pipona; pero te soy sincero, apenas desayune, me voy, tengo algo urgente que hacer en la finca.

__Listo, no hay problema “blanco”.

Llegó la pipona, se tomaron el trago y enseguida colocaron el desayuno. Una bangañada de arroz, queso, yuca, suero, papocho y carne bien sazonada.

__Caramba, que comida para oler a bueno.

__Arrímese con confianza que esto es para nosotros dos.

Cuando Pacho probó la carne, supo inmediatamente que era de guartinaja.

__Caramba Hugo, ¿dónde conseguiste guartinaja?

__No, don Pacho, es marrano.

__ ¿Marrano? ¡El único marrano aquí soy yo!

RON Y COMIDA

Hubo una reunión política en casa de Hernán Acosta para acordar la traída de la luz. Se concertaron todos los preparativos y demás, acerca de la materialización de este importante proyecto. Terminada la reunión, el político se quedó un rato más en casa de Hernán departiendo con algunos moradores. A las seis de la tarde se marchó el político y se deshizo el círculo, pero ya había el entusiasmo por los traguitos. Así que los más tercos se quedaron. Hernán les regaló una panchita de ron Medellín y dijo que no tomaba más. Alguien propuso beberla en casa de Hugo, quien se puso contento y se los llevó para su morada. Cuando la botella iba por la mitad, Hugo se dirigió al patio y se metió a la casa de Hernán para ver si le había quedado comida de la que le hizo al político. Hernán le dijo que hablara con María Eugenia, quien le regaló arroz, cucayo, hueso en guiso, yuca y suero.

__Bueno muchachos, arrímense. Mi noble mujercita les ha parapetado algo de cenar, no es una gran cosa, pero es con verdadero amor.

__Claro Hugo, eso es lo que vale, dígamele que se lo agradecemos mucho, dijo Miguel Camaño.

__Está bien se lo diré ahora que termine de cotejar la cocina.

Satisfechos los estómagos, quedaron “nuevecitos otra vez”. Lucho Vega sacó un billete y mandó a comprar una pipona de ron. Bajo un aguacero que se vino en el momento, cogió Hugo el caballo de Camaño, más la mochila yuquera y salió para la tienda de la niña Ana Ramírez.

__ ¡Toc! ¡Toc!

__ ¿Quién es?

__Soy yo, Hugo, el de Blanca Rosa.

__ ¿Qué quieres?

__Que mandó a decir Miguel Camaño que le venda una pipona de aguardiente.

__Ya va.

Cuando la estaba despachando, agregó él. – Y a ver si le manda otra, hasta pasado mañana.

__Está bien, él es un buen cliente.

Se vino Hugo con una pícara sonrisilla. Los bebedores le entraron de lleno a la nueva pipona, hablando, cantando, guapirriando. Cuando vinieron a ver, ya se les estaba acabando. Astolfito sacó un billete y ordenó a Hugo que fuera por otra. Cogió el caballo y salió.

__ ¡Toc! ¡Toc! ¡Niña Ana!

__ ¿Qué fue?

__Usted perdone, pero es que el niño Camaño está entusiasmado y le manda a decir que le venda una pipona y le fie otra.

__Caramba, ¿y por qué no le llevas el garrafón mejor?

__No niña Ana, deje así, vaya a pensar que yo estoy abusando de su confianza.

Llegó la nueva pipona. Los bebedores le cayeron en manada, dispuestos a desterrarla en medio de risas, chistes y cantos. Una hora más tarde sintió Hugo que le tocaba el turno de mandar.

__Bueno muchachos, creo que me llegó el turno, pero necesito que cada uno de ustedes me de cinco mil pesos, que yo pongo el resto para un garrafón.

La propuesta fue acogida. Una vez que tuvo el dinero en la mano caminó hacia el patio. __ Espérenme aquí, ya vuelvo. Salió en el caballo a trote medio porque la lluvia aun persistía.

__ ¡Niña Ana!

__ ¿Qué fue?

__Soy yo, Hugo otra vez.

__ ¿Entonces no me vas a dejar dormir es? Son las tres de la madrugada y tú con eso de ¡Niña Ana! ¡Niña Ana!

__Usted perdone, yo apenas soy un mandadero.

__ ¿Qué se te ofrece?

__No ve que le dije a Camaño lo del garrafón y casi me pega por no habérselo llevado, así que le pide encarecidamente que se lo fie hasta pasado mañana.

__Te lo estaba yo diciendo y tú con las “boqueras amarilla”. Toma, ve si lo dejas caer ahora.

__No se preocupe, aquí traje un saco.

Llegó Hugo con el garrafón y las dos piponas de aguardiente que había escondido previamente.

El ánimo de todos ellos creció grandemente con el gesto heroico de Hugo.

__ ¡Caramba, qué acto tan maravilloso Hugo! Gritó Camaño, si tuviéramos en mi casa nos comeríamos una gallina ahora mismo.

__Por eso no blanco, yo la voy a buscar.

__ ¿De veras Hugo?

__Claro mi patrón.

__Caramba, Hugo, tú perdona tanto perendengue, pero creo que para eso estamos los amigos, ¿no es así?

__Claro amigo Camaño, Camañito, no se preocupe que a mí me gusta volar altico, dígame no más.

__ Pues monta en ese caballo y dile a la mujer que me mande una gallina, llévate el saco para que traigas ñame, yuca y papocho.

__Listo, en media hora estoy aquí.

__No tan de prisa, que me revientas el caballo.

__Está bien, no iré tan deprisa.

Cuando llegó a la parcela los perros salieron a recibirlo en tropelía, esto despertó a la señora. Ella los apaciguó y lo hizo entrar.

__ ¿Qué le pasó a mi marido?

__No se alarme que nada le ha pasado, está de los más contento, creo que se va a meter a político porque está en mí rancho tomando con varios de ellos, así que le agradece que le mande arroz, suero, queso, ñame y yuca. ¡Ah, y un pavo!, para no tener que traérselos para acá y ponerle oficio a usted.

__ ¿Pavo de dónde? Bien sabe que el último lo vendimos anteayer. Le mandaré esa pava que recién se quedó clueca.

__Está bien mi señora, él sabe “que cuando no hay perros, se caza con gatos”.

Preciso, llegó Hugo con la pava y cargado de viandas.

__Caramba y mandó fue pava. Esa pava que la echamos ayer.

__Le manda a decir que no le pare bolas a la vida, que coma y goce, que eso es lo único que se va a llevar. Así que allá no vuelva sin disfrutar.

__ ¿De veras que dijo así?

__Como lo está usted oyendo y yo se lo estoy diciendo.

__ “¡Entonces compañeros, que corra la vida, que para eso tenemos ron y comida!”

LA VARITA DE CAÑA

Al frente vive Lito Coronado, Hugo se dio cuenta de las bonitas cañas de azúcar que éste tenía sembradas en la quebrada. Una hija de Hugo se iba para Barranquilla, quiso él halagarla con una de estas, las que para ella sería verdadera golosina. Sin demora alguna le pidió a Lito que se le regalara una vara de caña para su querida hija.

__Hombre Hugo, no te da pena. Siembra como yo sembré.

__ ¿De verdad que no me vas a regalar la vara de caña para la niña? Oye, es una sola, ahí te quedan muchas más.

__Entonces las vas a comer. Figúrate que esta semilla la vino cargando el hijo mío de Cecilia, arriba.

__Bueno, en lo tuyo mandas tú, está bien, no me la regales. Véndemela, yo te la compro, ¿cuánto vale?

__Ni te la vendo, ni te la presto, ni mucho menos te la regalo. De mí no consigues ni la salvación. ¡Gonorrea inmunda!

Se fue Hugo cabizbajo. Al otro día, después de almuerzo lo ve Lito sentado en la puerta de la calle pelando una vara de caña, pero lo que se dice una señora vara.

__Caramba Hugo, ¿y dónde conseguiste?

__Tú también estás fregado Lito, me hiciste ir por allá por La Guneta, coge, chúpate un pedazo, esto sí es dulzura, no como la porquería esa que tú sembraste, que ni el ganado la voltea a ver, ¡prueba, saborea; chupa, disfruta!

Lito se sentó a chupar la dulce caña. Miró para debajo del tinajero, vio otra robusta vara.

__Ah, que son dos.

__Eran cuatro, con las dos que se llevó la hija. ¿De verdad que está deliciosa; parece de miel, cierto? Pero no tengas pena, come, come, que yo no soy como tú que le niegas al vecino, ahí tienes para que te “jartes”.

Lito comió hasta la saciedad y se despidió del caritativo amigo. Cuando fueron las tres de la tarde, hora de encerrar, salió a buscar los terneros. No se explica por qué se le dio por ir a ver sus matas de caña antes de empezar a recoger los becerros. Al llegar quedó estupefacto. Con la más grande ira maldijo, re maldijo y contra maldijo a Hugo, el autor de semejante acto delincuencial. Exactamente le hacían falta cuatro varas de caña, las más gordas y largas.

EL CACHORRO

Estaba Hugo en el transporte de Sahagún a las 6:00am cuando inesperadamente se apareció un lindo cachorro, macizo, lomo negro, vientre amarillo, rabito mocho. En verdad estaba muy curioso el animalito, por eso no dudó un segundo en asegurarlo. Ahí mismo llegó el bus, enseguida subió con su perrito al pecho. Los minutos le parecieron semanas. Desesperado le gritó al chofer. __ ¿Qué pasa, por qué no arranca buen hombre?

__Si tienes mucha prisa vete a pie, ¿no ves que estoy un poco vacío?

__Vamos que en la vía te llenas, te lo aseguro. ¡Dale!

El conductor cerró los oídos y continuó sorbiendo tranquilamente su taza de café.

Los pasajeros fueron llegando de todos lados. En eso apareció una señora con su hija preguntando si no habían visto un cachorrito. Hugo no supo a donde fue a tener, rogó por todos los santos que no se antojaran de subir al bus. Pero lo que viene derecho no tiene arrugas, la niña subió.

__ ¡Mami, ven, aquí está!

__ ¿Aquí está qué? Este perrito es muy mío, para que vengan ustedes ahora a quitar lo ajeno.

__Que tuyo, ni que tuyo, gritó la señora, ¿es que te lo piensas coger de frente?

La discusión de hizo en grande, el señor del bus necesitaba partir, por eso mandó a que se bajaran y arreglaran el asunto en tierra. Para acelerar la mala racha, un policía se apareció de la nada.

__ ¿Qué es lo que pasa?

__Que estas personas aquí me quieren robar el cachorro que con tanto esmero que lo he criado.

__Mentira señor agente, este cachorro es muy nuestro, lo que pasa es que hace un rato se nos escapó y este “patuleco” degenerado se lo quiere robar de frente.

__No señora, este no es su perro, este animalito es muy mío, usted está equivocada, busque el suyo por otro lado.

__Un momento, un momento, dijo el policía. Entrégueme el animalito un segundo.

El animalito fue a parar a los brazos del policía. El policía se abrió unos pasos. __Llame a su perro señor.

__Limber, ven, mira, coge, ven, Limber, Limbersito, yiujuu, perrito, ven.

“Ni mosca mi cabo”, como dice el Flaco Agámez, el animalito ni se mosqueaba.

Ahora llámelo usted señora.

__Tarzán, ven.

Y así que oye ese perrito, enseguida se tiró de los brazos del policía.

EL LAPICERO.

Se fue Hugo para la fiesta de Rodania, último día. Allá conquistó el corazón de una chica complaciente y ardiente. Pasó la noche con ella. A las cinco de la mañana se levantó con cuidado, pero ella lo sintió y de una vez le exigió el pago. ¿Y plata dónde?, lo único que tenía era un bonito lapicero que se había encontrado en Colomboy. __Mira mija, que lindo lapicero, toma, te lo doy en pago, mira que sales gananciosa porque es bien caro.

__Gran pendejo de mierda ¿yo qué diablos voy hacer con un lapicero, me has visto cara de estudiante? No señor, yo me acuesto es por plata, a mí me busca mi plata o no sales de aquí.

En diciendo esto salió hacer el tinto, llevándose la “mula”, sabía que sin este artilugio no era nadie.

__ ¡Ya lo sabes, para cuando regrese de hacer el café quiero mi dinero!

Pero cuando regresó, ni el polvo de Hugo, se había volado con la tranca de la puerta.

EL CULTIVO DE ÑAME

Necesitaba unas semillas de ñame y vio al vecino que se disponía a despresar varios bultos, enseguida pensó que tenía su problema resuelto.

__Hombre Lito, parece que tú eres mi salvador.

__ ¿Ajá, qué te pasa?

__Que se me está ensuciando la tierrita, la que alisté para sembrarla de ñame y no he conseguido la semilla, ¿por qué no me vendes o regalas una caja de ñame, que es lo que necesito?

__Entonces la vas a sembrar. Espérala sentado, porque en tres patas te cansas.

__ ¿De verdad que no me vas hacer ese favor, Lito? Mira que no “había” conseguido por ninguna parte.

__No habías, ni has, ni habrás conseguido, porque aquí no está tu solución, ves desfilando por donde llegaste, ¡anda, anda, que tengo oficio!

Hugo salió con la pajarilla fría. Al siguiente día, sábado por más señas, se fue Lito con tres mozos a sembrar su dos hectárea de ñame. El domingo fue a ver cómo había quedado la obra. ¡Ni una sola presa! Todo aquel vasto terreno figuraba con los hoyos vacíos. ¡Qué desastre! Rascándose la cabeza se preguntaba qué diablos había pasado aquí. Lo que sucedió fue que don Hugo llegó por la noche con dos burros y no dejó “títere con cabeza”. Por ahora posee comida de sobra para los tres marranos que tiene donde su cuñado Heliodoro, allá en las parcelas.

QUÉ GANAS DE BEBER

Eran las 9:00 de la mañana cuando escuchó el equipo de Pedro Emiro. Sin pensarlo dos veces se dirigió hacia allá. Era don Cesar Mercado, quien lo vio venir. Éste se hizo cómo que no lo vio, con tal de que no arrimara, pero Hugo tiene sus mañas de terco o mejor de tesonero y con la frescura del bijao, arrimó y lo saludó amigablemente, lo mismo que a Pedro Emiro. Don Cesar continuó gozando a los Zuleta sin acordarse de que Hugo existía. Cuando se acabó la pieza Hugo aprovechó para entablar el diálogo, sin quitar los ojos de la botella de Whisky apenas a medio empezar.

__ ¿Cuándo llegó, don Cesar?

__Ayer.

__Hombre don Cesar, sabe que tengo ganas de vender el burro.

El abogado sabía que Hugo tenía un burro muy bueno para la monta de yeguas, el cual le habían ‘regalado’ por los lados de El Arca, por eso fue que enseguida le ofreció un trago, pensando en sacar provecho de la situación.

__ ¿De veras Hugo, lo vas a vender?

__Si docto; ¿lo sirvo?

__Que caray, sírvelo, luego no digas que abuso de tu buena voluntad.

__Cuando, yo nunca hablo mal de mis amigos.

Después del trago…

__ ¿Cuánto vas a pedir por él?

__A usted se lo dejo en cuatrocientos mil.

Don Cesar se hizo el desentendido. __Repítelo Pedro Emiro.

__Sí, Pedro, atiende bien al docto o nos vamos para otra parte, agregó Hugo, quien de una vez aprovechó para servir el trago.

__ ¿Otra vez? Va, pues. Pero oye lo que te digo, estás pidiendo para no vender.

__Bueno don Cesar, usted que es tan bueno conmigo, se lo voy a dejar en trescientos mil.

Volvió el silencio y vino el otro trago, esta vez lo sirvió don Cesar.

__Don Cesar, ¿por qué no le dice a Pedro que repita ese disco?

__Claro don Hugo, usted es el que manda. ¡Repítelo Pedro!

Ahí mismo vino el nuevo trago. ¿Sabes qué Hugo?, te pago el animal de una vez, pero ponte en buen precio a ver si nos arreglamos.

__En ese caso se lo dejo en doscientos mil, de aquí no le rebajo más.

Hubo un silencio, ¿qué tramaban aquellas mentes? Trago iba, trago venía.

Don Cesar fue al baño, regresó, lo sirvió de nuevo, y atacó, viendo que la botella ya había llegado al final.

__De veras Hugo, ¿en cuánto es que me vas a dejar el animalito?

__Vea don Cesar, usted conoce bien a Blanca Rosa, ¿no es así?

__Claro, ¿quién no sabe que ella es tu querida mamá?

__Bueno, ella me tiene bien advertido que no haga negocios cuando esté borracho, así que muy poco me gusta desobedecerle. Me voy don Cesar, chao, otro día hablamos, porque ahora estoy ajumao.

EL CHICHERO.

Era sábado por la mañana, en la casa-finca del papá de José Luís Acosta tomaban los alimentos los profesores Amín, Lucho, y Rivera, quienes esta mañana estuvieron ayudando en el ordeño de las vaquitas. Después de esta labor José Luís los invitó a bañarse a Las Peñitas, una fuente de agua viva, dulce y fresca, que jamás se seca, ubicada al suroccidente de la casa finca.

__Sí, vamos, cuando vengamos desayunamos, dijo el profesor Rivera.

Se fueron silbando y gritando soslayos de amor al ambiente sabatino, tomándole del pelo al profesor Lucho quien se dio un “cuajo” al bajar la loma resbalosa por la llovizna de la madrugada. Al llegar, José Luís pasó la alambrada de la finca vecina y se puso a defecar sobre un palo de chichero, tirado en la paja, el que sin duda alguien había cortado recientemente para convertirlo en leña fina. Pura caca blandita era lo que depositaba José Luis sobre el lomo del chichero, pues la tarde anterior se había hartado cuatro totumadas de mazamorra de maíz tierno. Apenas terminó de evacuar el vientre mazamorrero, se vino a bañar. Al cabo de una hora, cuando ya estaban por emprender el camino de regreso, vieron venir a Hugo Alfonso con el hacha en el hombro, directo al chichero. Se escondieron expectantes, pero las tripas aún les duelen de tanto reírse de la cara que puso Hugo al ver a su chichero cubierto de caca.

__ ¡Caramba, la única vez que lo he visto perder una! Exclamó José Luís al entrar a la casa, riéndose aún por las maldiciones y permisiones que se oían salir hacia el autor o autores de semejante crimen.

¿QUÉ TENDRÁ ESE CABALLO?

Entró Hugo a trabajar en la parcela de Astolfo Mercado. A los pocos días Astolfo notó el caballo cansado y bajo de peso.

__ ¿Tú qué crees que sea, Hugo Alfonso?

__Qué va a ser, ¡pura flojera! Sin embargo vamos a vitaminarlo.

__Sí, vete a la tienda de Rosemberg, que me mande una vitaminas, y hoy mismo lo vacunas.

__Claro, patrón, con el mayor de los gustos.

Pasó la semana y el caballo siguió lo mismo.

__Voy a tener que ir al veterinario, no es normal lo que presenta mí caballo, siendo que no lo cojo sino por ratos.

__Yo digo que no tiene nada, pero usted es el dueño, debe velar por el.

El veterinario le formuló. Inyectaron al caballo con los nuevos medicamentos y nada, el pobre animal seguía estrasijado.

Ocurrió un día que la hija de Astolfo enfermó con fiebre y vómito. Eran las nueve de la noche. Astolfo fue al cuarto de los trabajadores en busca de Hugo para que fuera a Morrocoy por medicinas. Encontró el cuarto vació. Le tocó al mismo patrón hacer la diligencia en burro porque tampoco estaba el caballo. Las medicinas aliviaron a la niña, pero no el ánimo de Astolfo quien se sentó en la puerta del corral en espera de que aparecieran los perdidos. A las tres de la mañana llegó Hugo en el caballo. Venía de El Tablón, Sucre, donde tenía una moza.

__Gran hijo de tu puta madre, dame acá mi caballo. Recoge tus cosas y te me largas inmediatamente, antes que te moche la cabeza, triple H P. Por aquí no vuelvas ni en chanzas, porque te entierran al día siguiente. Degenerado “patuleco”, no morirte reseco dentro de un hueco, hijueputa malandrín.

YO MANDO EL RON QUE SEA

Se pusieron a tomar, Segundo Beltrán, Hernán Acosta, Astolfo Mercado, El Mello Mercado y Hugo Alfonso. Cuando ya los primeros tragos realzaron el ánimo, dijo Hernán que él mandaba todo el ron que fuera necesario, si hubiera un par de gallinitas de por medio.

__Por eso no blanco, yo me las consigo, dijo muy presto Hugo, aquí en mi casa las cocinamos.

__ ¿De verdad, Hugo?

__Ya dije, mi palabra es sagrada.

__Bueno, la mía también.

Salió Hugo de entre el cuarto con un costal tres rayas.

__ ¿Para dónde vas a ir? Le preguntó Hernán.

__Directo a donde Pello Guzmán, allá están gordas y, de bola a bola.

__Bien, no te demores, coge, tómate el del arranque.

Al rato apareció con cuatro grandes y nutridas gallinas que fueron directo a la olla. Toda la noche comiendo y Hernán mandando ron.

Al otro día a eso de las diez de la mañana, después del guayabo, no encontraba Hernán sus cuatro gallinas, se le vino una ligera sospecha y fue a ver el lugar donde habían desplumados a las aves. Cuando Hugo lo vio venir, se dio la vuelta por detrás de la casa montó en su yegua, salió a la calle y salió en ‘bolas de fuego’, directo la parcela de Heliodoro, su cuñado. Cuando Hernán vio aquellas plumas se llevó las manos a la cabeza: “¡Maldiciosea Hugo y su vida, nojoda, haberle hartado las tripas con mis gallinas y para remate lo emborracho con mi propio ron! Hasta cuando Dios bendito vamos a soportar a este ladrón. Mátalo de un cólico miserere o túmbalo de la yegua para que se le parta el corazón en pedacito, escúchanos Padre bendito”.

EL LITRO DE LECHE

Eran las 7:00 am, lo vio venir con la caneca en el hombro, enseguida se fue a la cocina y salió a esperarlo en mitad de la calle, con la olla en la mano.

__ ¿Aja, Hugo, y qué significa esa olla?

__Hombre Lito, que vino mi hija de Barranquilla y mi nieto está llorando porque no ha tomado el café con leche.

__ ¿Y qué tengo yo que ver con eso?

__Mucho, eres el único que nos puede ayudar vendiéndome un litro, mira, aquí está el pago, para que no vayas a creer que es fiao o regalao.

__Lo siento Hugo Alfonso, el único poquito que traigo es el de la casa, tú sabes que yo entrego la leche ahí mismo en el corral.

__Hombre Lito, no seas cruel, hazlo por esa criaturita, óyela como llora.

__Ya te dije, lo siento. ¡Dale agua de azúcar!

Hugo se metió para la casa con una ira de los mil demonios. “Nojoda Lito, te prometo que me las pagas, esa me las pagas, porque me las pagues”; murmuró en la sala.

A la mañana siguiente, a eso de las seis, estaba Hugo dándole el tetero al nieto en la puerta de la calle, Lito lo miró de reojo, no le importó nada, sin embargo la intriga le carcomía, retrocedió unos pasos.

__ ¿Caramba Hugo, y dónde conseguiste leche tan temprano?

__Por allá lejos, tuve que ir a Villa Aleja porque a mi vecino no le da la gana de venderme un litrillo de leche para esta criaturita de Dios.

__Y ahora menos te lo vendo, no ves que los niños terneros se mamaron.

__ ¿Cómo así, tú no encierras bien esos animales, es?

__Como no. Lo que creo es que algún chistoso me les abrió el chiquero.

__Bueno, ponte pilas a ver quién es. ¡Qué no vayan a ser los duendes!

__ ¿Duendes? Eso es obra de un degenerado, pero ya verá cuando lo agarre. Mañana me voy a ir más temprano, como me lo llegue a coger, ¡ay, hombre, eso va a ser la toletera linda que le voy a dar!

Así ocurrió, Lito se fue temprano y temprano lo vio venir Hugo dándole el biberón al nieto en la puerta de la calle.

__ ¿Te lo cogiste Lito?

__Nojoda, de nuevo me dejaron sin leche, ya he perdido dos días. ¡Yo quisiera saber quién es el de la cacorrá para que vea lo que le va a pasar!

__De verdad amigo Lito, eso da rabia; eso es un “de-lito”, porque es plata lo que estás perdiendo.

Antes de responder, Lito miró la cara de burla que tenía Hugo, por eso no le respondió nada y se fue enojado. Lito echó de ver que Hugo no solo le daba biberón al bebé, sino que también desayunaba con “chibitas” de queso y suero. Intrigado se preguntaba de dónde diablos sacaba tanta leche para hacer “chivitas” y suero. Enseguida le montó todo un plan de sospechas. Esa noche se fue a las dos de la mañana. Preciso, esa noche no se mamaron los terneros.

A las siete de la mañana pasó por frente de la casa de Hugo, notó que estaba sentado, solo, con la mula atravesada en las piernas. Con una sonrisa de triunfo le preguntó Lito: __ ¿Ajá, Hugo, y hoy por qué no le das el café con leche al nieto?

__Uff, caramba, el nieto se fue ayer.

EL CARNERO

Faltaban tres días para su cumpleaños, ya tenía los invitados, pero no había podido conseguir el carnero debido a que hacía poco se habían metido los guajiros, fueron cinco días que demoraron sacando carnero del contorno, barrieron hasta con las crías. El único que tenía carneros era su vecino Lito, pero no se atrevía a decirle que le vendiera uno, porque ya se imaginaba la respuesta. En todo caso lo abordó esa misma mañana cuando venía de ordeñar. En efecto Lito se enojó.

__Mira Hugo, tú conmigo no consigues ni la salvación. ¿Quién carajo te dijo que yo estaba para venderte carneros a ti? De manera que no se los vendí a los guajiros que los pagaban al doble, ahora te los voy a vender a ti, ¡mira que pájaro fino me ha salido en mitad del camino!

__Lito, no seas malo conmigo, véndeme uno, uno no más. Te lo pago a buen precio; no me compares con los guajiros porque ellos son mafiosos.

__Ni si me lo pagas al triple. Tú me he has hecho muchas, así que déjame seguir, que tengo hambre.

__Lito, ve que yo soy el hijo preferido del que está allá arriba, a él no le gusta que me nieguen nada.

__Hombre, confiésate, deja a Nuestro Señor a un lado que él jamás va con los malos, ¡ah!, pero es que tú no eres malo, claro, tú eres ¡perverso!

Ambos siguieron su camino. Hugo juró que esas se las pagaba porque se las pagaba. En seguida se metió a la huerta del Lito, se puso a defecar y cogió un poco de caca que le pasó por la nariz al carnero más grande, al padrote. Desde ese momento el carnero se puso triste. No volvió a comer. Por la tarde cuando el Lito los fue a encerrar lo notó melancólico y el vientre hinchado. Le untó totumo soasado con panela molida. Nada, amaneció lo mismo de triste y pipón. El Lito lamentaba el estado deplorable de su padrote. Por aquí no había un carnero tan grande como este, lo había traído del departamento de Caldas. Esta mañana no quiso dejarlo ir con lo demás. Lo dejó en el corral, le dio un purgante de leche con huevo crudo y carbón molido. Nada, siguió igual.

A las 4:00 pm se sentó Hugo en la puerta de la calle. Lo vio el Lito. Lo llamó para ver si le recomendaba un remedio, ya que él había trabajado con Pacho Gómez, que también le gusta tener carneros. Lito se lo llevó para el corral a mostrarle al animal.

__ ¿Dime, qué podrá ser?

__Hombre Lito, esto es peste, no le busques más nada. Procura sacrificarlo antes que te infecte al resto.

__Tú eres facto, que peste ni que peste, eso debió ser algo que comió y le cayó mal.

__ ¿Cuándo has visto tú que al carnero le hace daño lo que come? Eso es peste, ve lo que te digo. ¿Desde cuándo está así?

__Desde ayer.

__Huuuummm, de vaina está vivo.

El Lito se quedó pensativo, en eso se le prendió la lucecita.

__Te lo vendo, te lo voy a dar barato.

__Nojoda, también mandas cáscara. ¡Carajooo, con razón tienes plata! ¿Me vas a vender un animal que ya está para morir? ¡Nojoda y, que el malo soy yo!

__Nombre, marica, ese animal no tiene nada, te digo que algo le cayó mal.

__Si, como no moñito, “méteme el deo en la boca pa’ ve’ si tengo diente”. Eso es una peste nueva que está apareciendo por aquí, se llama “cacugo”, me lo dijo Pacho Gómez, mueren aventao, con las tripas morá, los que más duran, duran tres días, a él se le murieron varios así. Lo que debes hacer es regalármelo ahora que todavía puede caminar, así te evito la cavada del hueco para enterrarlo.

__ ¡Qué carajo, llévatelo a ver si te lo comes y te mueres para que este caserío descanse de una plaga tan infernal como tú!

__Ábreme el portón, que va para afuera.

Se llevó el carnero de unos 74 kilos, nada más fue atravesar la calle para llegar a su casa, lo amarró detrás de la cocina, amoló los cuchillos y esa misma tarde lo sacrificó y lo dejó en salmueras, luego se bañó y salió a recordarles a los amigos que no se fueran a olvidar del cumpleaños mañana temprano.

EL MARRANITO

Amaneció con esas ganas de beber, pero no tenía ni cinco. “Con cincuenta mil se me compone la situación” murmuró, mientras destrancaba la puerta del cuarto. Se asomó a la calle. “Dios mío, preséntame a un marranito”. En eso vio venir una camioneta blanca que transitaba suave. “Dios mío que sea un conocido”, “un conocido Dios mío”. Cuando el vehículo estuvo a cien metros, exclamó en voz baja: ‘Ay, caray, si es don Cesar Mercado, gracias Padre Santo por escuchar mi lamento, oye, para complacerme no tardaste tanto’. Carraspeó y le sacó la mano. El de la camioneta se orilló y bajó los vidrios. “¿Dígame don Hugo, en qué le puedo servir?”

__ ¿Don cesar, cómo está?

__Bien, Hugo. Pero no puedo imaginar que tú lo estés, te noto enojado, ¿qué alimaña te ha picado?

Hugo vio que el vecino se asomó a la puerta, esto no le gustó para nada. “Ya tenía que asomarse el sapo ese, murmuró para sí, parece que le dijeran cuando estoy haciendo un negocio”, enseguida se fue al otro lado de la camioneta para colocarse entre él y el conductor, antes que don Cesar viera al vecino.

__ ¿Usted no se encontró por ahí con su hermano Eliecer?

__No, ¿por qué?

__Hombre porque el chistoso ese quedó de pagarme los $200.000 hoy cuando pasara temprano para Sahagún; pero vea lo que hizo, se pasó calladito, usted sabe que con eso es que yo surto este “chuzo”.

Por estos días Hugo había montado una pequeña cantina y la gente se divertía tomando y jugando arrancón en ella. Esto se le hizo extraño a don Cesar que su hermano le debiera dinero porque él no toma.

__Hugo, pero si Eliecer no toma.

__No toma pero manda, hace tres días se encontró aquí con unos sobrinos quienes lo cucaron con eso de la política y enseguida se desbarató a mandar cerveza. Mire, las 8:15 am, ya debiera yo de estar surtiendo; no demoran en llegar los clientes y ¿qué les voy a vender?

__Hombre Hugo, creo que tienes razón, estuvo muy mal lo que hizo mi hermano, pero no te preocupes, vamos a ver cómo te remedio en algo.

Sin demora alguna metió la mano a la cartera y extrajo cuatro billetes de veinte mil.

__Coge, con esto puedes comprar algunas cajas, no te doy más porque apenas si me alcanza para abonarle la quincena a los trabajadores.

__Hombre don Cesar, que gran corazón el suyo; oiga lo que le digo, es usted el único que vale la pena de todos sus hermanos, téngalo presente, no lo olvide.

__Vamos, vamos, no exageres y manda a comprar las cervezas; ábrete un poco más, cuidado te machuco el pie. Me voy, chao.

Don Cesar partió contento por haber hecho una buena obra y por las palabras aduladoras de Hugo. Cuando llegó a la finca encontró a su hermano Eliecer allí. Se saludaron. La señora del servicio trajo tinto para los dos. Después del tinto le habló:

__ ¿Oye Eliecer, tú por qué haces eso con ese pobre diablo?

__ ¿Con quién?

__Con Hugo, ahorita me paró para decirme que le quedaste debiendo doscientos mil pesos con la obligación de dárselos hoy sábado. Tú sabes que ese pobre diablo se defiende es con ese negocito, ¿por qué no le has pagado?

__Maldiciosea, él y su vida, qué le voy a estar debiendo yo a ese animal de carga. Por qué no le dijiste que viniera a cobrármelos…, para mocharle la cabeza al desgraciado, tramposo y embaucador, mentado ese. Desde cuando no se tomó él mismo la tal cantina esa. Desgraciado, nojoda, tanta peste y no caerle una que se lo lleve para siempre.

Don Cesar no dijo nada, pero se le encendieron las mejillas de la purita rabia. Prendió la camioneta y salió volando para donde Hugo. Cuando llegó se bajó exaltado. ¡¿Hugo?!

El vecino Lito le gritó: ni pregunte, apenas usted arrancó, cogió la moto expresa del Negro Pacho, rumbo al Arca. Así que por aquí lo verá el lunes, si no llueve.

LA CARAMBOLA

Amaneció sin nada que hacer, decide bañarse e irse a pasear a Colomboy. Estuvo en el Barrio Nuevo, luego en la calle de atrás y en la de arriba. Por último se metió al billar a tomarse una cervecita. Eran las once de la noche, el local estaba casi vacío cuando lo vio “Plomito”, un muchacho que decían era paramilitar. Apostaron las cervezas al partido de veinte carambolas. Tiraron la moneda, le tocó atacar a Hugo primero. Tan, tan, tan…, quince carambolas de un solo tiro. Le tocó el turno a “Plomito” quien también hizo una tanda de quince e iba para la dieciséis. ¡Un momento! Gritó Hugo, atravesando el taco en la mitad de la mesa. ¿Qué dieciséis ni qué nada, no viste que esa bola pasó a un kilómetro de la otra? __Quita el taco que van dieciséis. __ ¡Qué no, qué no van dieciséis! Ahí no hubo carambola ni habiéndola. Me toca el turno a mí, así que llevo quince.

Plomito sacó el pistolón y le dijo: ¿hubo o no hubo carambola?

__El pobre Hugo decepcionado y humillado exclamó: “Bueno, viéndolo bien sí, sí, hubo; pero de pelitooo”.

EL DESPERDICIO

Recién se había comprometido con su mujercita. Vivían contentos, entregados al sostenimiento del hogar. No paraba él de multiplicarse, con el ánimo de que a ella no le faltara nada. Por su parte ella se la mantenía lavando, planchando y cocinando. Como a los cinco meses se lo llevaron los amigos a tomar aguardiente a La pita. Regresó a las dos de la mañana en su yegua melá. La bañó y la echó a la zona. Seguido de esto se metió a la cocina, cogió la ollita y se sentó a cenar. Se lo comió todo. Se acostó satisfecho. Para tomarle del pelo le a su mujer le dijo, “mija, por fin aprendiste a cocinar, que deliciosa estaba la comida.” Le responde ella, ¿la comida? Mírala donde está, yo te la traje para el cuarto. Lo que te comiste fue el desperdicio que le dejé al perrito.

EL PALITO

Viendo que en Morrocoy no estaba haciendo nada, decidió empujar su destino hacia Barranquilla. Su primo Julio se le anexó motivado por la misma razón. Viajaron con entusiasmo a desarrollar su fuerza laboral en esa gran ciudad donde muchos arriban con la esperanza de un mejor mañana. Entre los dos llevaron una caja llena de productos rurales, cosa de no llegar con las manos limpias donde la tía Carmen. Después de dos días les sobrevino la vergüenza de estar comiendo de agregados y salieron a buscar trabajo. Regresaron por la tardecita, muertos de hambre y cansancio. Así se la mantuvieron por los siguientes dos días. La mañana del tercer día estaba Hugo en el fondo del patio en espera de que su tía hiciera el tinto. Mientras tanto sacó la navaja y se distrajo labrando un palito que tenía entre manos. Le salió una figura parecida a un remo. Enseguida se le prendió la lucecita. Llamó a Julio, quien llegó expectante. Ajá, ¿qué es?

__Ya tenemos la manera de obtener almuerzo, por lo menos. Escucha bien, con un palito de estos voy a labrar un pene, nos metemos a un restaurante y cuando terminemos de almorzar, saco el aparatico y tú haces lo que yo te diga, esto nos dará resultado, ya verás, confía en mí.

Salieron a buscar trabajo. Pregunta aquí, pregunta allá, nada. A la una de la tarde se arrimaran al primer restaurante que encontraron. Pidieron el plato del día. Luego, cuando les vinieron a cobrar, sacó Hugo el pene artificial y Julio a succionar. Esto causó el enojo tanto del mesero como del dueño del restaurante y de los presentes. Tuvieron que salir volando para evitar el linchamiento.

Así fueron repitiendo la estratagema en diversos puntos