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La Segunda Revolución Industrial
En la segunda mitad del siglo XIX –entre los años 1870 y 1914– la industrialización
adquirió de nuevo unos rasgos rupturistas, que fueron:
1. Empleo de nuevas fuentes de energía, que paulatinamente desplazaron al
carbón y al vapor. Dichas fuentes de energía pudieron ser utilizadas gracias a la
intensificación de las relaciones entre la investigación y la empresa, tanto con
la creación de laboratorios de investigación públicos y privados, como con la
protección de los nuevos inventos mediante las patentes.
Las nuevas fuentes de energía fueron:
a. La electricidad. Una serie de inventos e innovaciones, que
resolvieron los problemas de transformación y conducción de la
corriente eléctrica, posibilitaron que la electricidad pasara de ser
una curiosidad científica a una energía con múltiples aplicaciones
prácticas. Aquí podemos citar la dinamo de Gramme, la lámpara de
filamento incandescente perfeccionada por Edison, los motores
eléctricos, las turbinas hidráulicas –para producir electricidad en
centrales hidráulicas– y, por último, el alternador y el
transformador. La electricidad se aplicó en el alumbrado público, los
transportes –tranvías y ferrocarriles–, las comunicaciones –telégrafo
eléctrico, teléfono o radio– y el ocio –fonógrafo y cinematógrafo–.
b. El petróleo. Su aplicación industrial comenzó a mediados del siglo
XIX, cuando comenzaron las primeras perforaciones en Europa y los
Estados Unidos. El petróleo comenzó a usarse como materia prima
en la naciente industria petroquímica para la obtención de
subproductos y materiales plásticos. El auténtico salto, sin embargo,
estuvo ligado al desarrollo del motor de explosión o de combustión
interna, que usaba el petróleo como combustible y que sería usado
para los automóviles.
2. Nuevas industrias. Las innovaciones técnicas repercutieron en diversos
sectores, desde la química aplicada a la producción armamentística, pasando
por transportes, medicinas, fotografía, cine, conservación, almacenamiento y
distribución de alimentos, etc. De todos modos, destacan especialmente dos:
a. La industria siderúrgica. El convertidor de Bessemer, el horno de
Martin y Siemens, y el método de eliminación del fósforo de
Thomas-Gilchrist permitieron la producción de acero de mayor
calidad y a coste más bajo, posibilitando la fabricación de máquinas
y motores más precisos, ligeros y pequeños, así como la obtención
de un material excelente para la construcción de ferrocarriles,
barcos, puentes, etc. El hallazgo de aceros especiales o aleaciones –
acero cromado, acero niquelado y acero inoxidable– y de nuevos
metales como el aluminio permitieron el desarrollo de las industrias
más características del siglo XX: automóvil, aeronáutica y
armamento.
b. La industria química. Su nacimiento estuvo muy vinculado a avances
como el método Solvay, de producción de sosa para blanquear las
telas, o la síntesis de compuestos orgánicos que permitirían obtener
colorantes, explosivos y fibras artificiales. Estas novedades se
aplicaron para la obtención de productos farmacéuticos,
medicamentos y perfumes. Con todo, la mayor parte de la
producción se destinó a productos de base como el ácido sulfúrico,
subproductos de la destilación de la hulla como el benzol y el
alquitrán, abonos minerales elaborados y explosivos.
3. Impulso en las comunicaciones y el transporte. Un desarrollo que explica los
intensos efectos económicos y sociales de la Segunda Revolución Industrial,
que facilitó la integración y especialización de los mercados continentales y
transoceánicos, y fomentó el crecimiento del comercio internacional y las
migraciones generalizadas. Los medios más afectados fueron:
a. El ferrocarril. La sustitución del hierro por el acero, que permitió
aumentar la resistencia de los raíles y la capacidad de los vagones,
convirtió al ferrocarril en el “rey de los transportes”, generalizando
su uso. Las tarifas se abarataron, se incremento en velocidad y
seguridad y hacia 1870 se crearon las grandes redes ferroviarias que
unían los grandes mercados nacionales en Europa y en Estados
Unidos.
b. La navegación a vapor. Las innovaciones técnicas –sustitución de
cascos de madera por otros de acero y de hierro, así como de las
palas por la hélice, aplicaciones técnicas para la refrigeración de los
alimentos– posibilitaron que los buques de vapor sustituyeran a los
viejos barcos de vela o clippers. La apertura de los canales de Suez
(1869) y de Panamá (1914) acortó la distancia entre continentes y
redujo las tarifas.
c. El automóvil. Su nacimiento está ligado al desarrollo del motor de
explosión movido por gasolina y los neumáticos. El primer automóvil
ligero y popular, inventado por el francés Armand Renault,
incorporó el volante de dirección y el motor en la parte frontal del
vehículo. No obstante, el liderazgo en la industria automovilística
pasaría muy pronto a los Estados Unidos, despegando en el siglo XX.
d. La aviación. Los estadounidenses hermanos Wright inventaron el
aeroplano a comienzos del siglo XX. No obstante, su desarrollo se
dio con la Primera Guerra Mundial, debido a razones militares.
e. Los tranvías y los ferrocarriles eléctricos subterráneos, que desde
finales del siglo XIX mejoraron el transporte urbano y modificaron la
fisionomía de las ciudades.
f. La bicicleta, aparecida en el último tercio del siglo XIX, que tendría
una gran trascendencia social y que contribuyó a renovar y mejorar
las carreteras.
g. El teléfono y la telegrafía sin hilos, que permitieron la transmisión
casi instantánea de las noticias, siendo provechosamente utilizados
para operaciones bancarias y bursátiles.
h. La prensa y la radio, que posibilitaron la aparición de unos medios
de comunicación de masas.
4. La primera mundialización de la economía, que se vio fomentada por los
siguientes factores:
a. Una nueva organización de la producción. La aparición de nuevas
potencias industriales internacionalizó la competencia económica.
Las empresas se vieron obligadas, por tanto, a crecer y a ser más
fuertes, por lo que siguieron tres estrategias diferentes: 1ª) las
pequeñas empresas, que carecían de medios para invertir en
innovación técnica y abrir nuevos mercados, se transformaron en
sociedades anónimas; 2ª) en determinados países y sectores se
produjo una concentración empresarial, bien de forma horizontal o
vertical –cártel, trust, zaibatsu, hólding–, alentando prácticas de
monopolio de control de precios y mercados que ponían en
cuestionamiento el libre comercio; y 3º) creación de bancos de
negocio especializados en el préstamo a largo plazo a empresas y
que negociaban con valores industriales.
b. La integración de mercados de capital y desarrollo del comercio
internacional. La unión de capital industrial y capital bancario
supuso el nacimiento del capitalismo financiero, que animó
diferentes movimientos de capital y de inversiones a una mundial.
Las exportaciones de capital procedían de Europa occidental,
principalmente del Reino Unido –Londres era el centro financiero
mundial–, Alemania o Francia. Las inversiones se dirigían en las
zonas donde se obtenían mayores rendimientos: América, Rusia o
los imperios coloniales.
Subsecuentemente, el comercio internacional experimentó un gran
auge debido al descenso de los precios de los productos, que
favoreció el consumo; las transformaciones en los transportes; y la
aparición de un sistema monetario internacional que descansó en la
aceptación de la convertibilidad de las monedas nacionales en oro:
el llamado patrón oro. Pese a todo ello, la mayoría de las potencias
terminaron adoptando políticas proteccionistas para fomentar las
industrias nacionales que supusieron el fin del librecambismo.
5. Aparición de nuevas potencias industriales. Hasta 1870 el Reino Unido era el
principal productor mundial de manufacturas, pero a la altura de 1913 sus
niveles de producción ya habían sido sobrepasados por los de otros países. La
Segunda Revolución Industrial supuso por tanto el despegue industrial de otros
países, que fueron:
a. Estados Unidos. En el último tercio del siglo XIX vivió una rápida
industrialización y se convirtió en la primera potencia industrial.
Entre las razones habría que citar el tremendo mercado interiorque
suponía el país, y que aumentó aún más gracias a las tasas de
crecimiento natural y a la oleada migratoria europea; la abundancia
de materias primas y recursos naturales, así como de tierra fértil; la
construcción de una red ferroviaria que conectaba el país de este a
oeste y que posibilitó la colonización de territorios y la formación de
un mercado nacional integrado; una división geográfica del trabajo
facilitada por la especialización regional de zonas dedicadas a la
agricultura, a la industria y a la producción de algodón y tabaco; y la
configuración de un “sistema productivo americano” en el que a las
innovaciones técnicas se les unían métodos de producción en masa
y fabricación estandarizada.
Las empresas estadounidenses tendieron a configurar grandes
sociedades industriales bajo la forma de trust, con el propósito de
eliminar la competencia y dominar el mercado. Aunque el gobierno
estadounidense aprobó leyes antitrust para proteger el libre
mercado –Ley Sherman de 1890–, las grandes corporaciones fueron
líderes en sectores como el acero, el petróleo, la electricidad, el
telégrafo, el teléfono y el automóvil.
b. Alemania. Se trataba de la segunda potencia industrial y la segunda
también en el comercio mundial. Las razones se encontraban en el
desarrollo alcanzados por su ferrocarril y su flota comercial; la
aplicación de nuevas técnicas y de una organización científica del
trabajo a la producción industrial; la política proteccionista del
gobierno alemán, que favoreció los intereses de los terratenientes y
de los industriales siderúrgicos; y la concentración industrial y
financiera, que favoreció la formación de cárteles y el desarrollo de
grandes empresas en las industrias básicas, destacando Krupp y
Thyssen –dedicadas al acero–; Bayer, Hoechst y Basf –química
inorgánica–; y Siemens y AEG –electricidad–.
c. Japón. La presión extranjera aceleró el fin del sistema feudal en
1868 que impulsó la modernización económica de acuerdo con los
parámetros de la Revolución Meiji impulsada desde arriba por el
emperador Mutsu-Hito. Entre 1868 y 1880 el Estado japonés se
convirtió en el principal dinamizador industrial, creando e empresas
públicas y subvencionando empresas privadas en diversos sectores –
textil, minero, siderúrgico, construcción naval, ferrocarril, telégrafos.
Para asentar la industrialización, atrajo asesores extranjeros,
potenció la importación de nuevas tecnologías, modernizó la red
financiera e impuso la obligatoriedad de la enseñanza. Entre 1880 y
1882 el Estado japonés impulsó la privatización de las empresas
públicas, que posibilitó una concentración industrial y financiera en
manos de muy pocas familias: los zabaitsu. Desde comienzos del
siglo XX, el crecimiento económico japonés descansó en una mano
de obra abundante y barata, unas elevadas tasas de productividad
industrial y un desarrollo comercial beneficiado por la expansión
imperialista en el Pacífico y el continente asiático.
Liberalismo económico y capitalismo
Al mismo tiempo que la industria se transformaba, la economía evolucionaba, pasando
de ser una economía limitada y mercantilista a otra de carácter liberal, asentada en
tres principios fundamentales:
1. Defensa de la propiedad privada, libre y sin limitaciones.
2. Sostenimiento de los principios de libre empresa, libre contratación de mano
de obra y libre regulación del sistema productivo, todo ello sin interferencias
del Estado.
3. Apuesta por un mercado libre y autorregulado, donde las leyes dominantes
son la del beneficio y la de la oferta y la demanda.
El desarrollo teórico de estas ideas fue construido por el liberalismo, que en su
vertiente económica tiene a Adam Smith como padre fundador. En su Ensayo sobre la
naturaleza y la causa de la riqueza de las naciones (1776) expuso unas tesis que dieron
forma a lo que se conoce como liberalismo clásico:
1. La riqueza procede del trabajo, situándose frente a los argumentos
mercantilistas que decían que esta derivaba de la acumulación de metales
preciosos o de tierras.
2. El apoyo a la iniciativa privadaen detrimento del papel estatal. Según
Smith, el interés individual movería a las personas a interesarse por la
economía. Partiendo de esta premisa, un crecimiento económico
continuado se fundamenta en que la iniciativa individual actúe libremente,
dejando que el mercado se guíe por el interés de quienes participan en él –
metáfora de la mano invisible. El Estado debería limitarse al ejercicio de la
justicia, la defensa de las fronteras y realizar aquellas obras de las que no se
preocupa el mercado.
3. La productividad es el resultado de la división técnica del trabajo –que cada
obrero se especializara en una fase del proceso productivo.
Otros autores liberales de la época fueron:
1. David Ricardo. Defendió las ventajas del librecambismo y la división
internacional del trabajo –la especialización de ciertos países o regiones en
la producción de uno o varios productos para su venta mundial.
2. Thomas Robert Malthus. En su Ensayo sobre el principio de la población
(1798) explicaba que la población crecía a un ritmo mayor que los
alimentos, lo que provocaría periódicas crisis de mortandad –las crisis
malthusianas– que equilibraban la población y los recursos. Para paliar esta
debacle cíclica propuso controles de natalidad.
3. John Stuart Mill. Aunque defendía como los anteriores los principios del
liberalismo clásico, advirtió que el sistema se estancaría si el Estado no
intervenía en ciertos aspectos sociales –educación, fiscalidad, regulación
laboral, etc.– sin una lógica mercantilista.
El triunfo de la Revolución Industrial supuso el triunfo del liberalismo económico y la
instauración de un sistema económico capitalista basado en los principios de este
último. Los cambios económicos, ya analizados, implicaron grandes transformaciones
sociales, que podemos resumir en:
1. Evolución de una sociedad agraria a unasociedad industrial, con gran
desarrollo urbano.
2. Pasode una sociedad estamental basada en la desigualdad jurídica a una
sociedad de clases, cimentada en la desigualdad económica.
3. El incremento económico vino acompañado por una profunda desigualdad
social, lo que hizo que el bienestar no se repartiese de manera justa y
equitativa.
La sociedad de clases
La nueva sociedad emergente estaba compuesta por clases abiertas; es decir, que a
diferencia del Antiguo Régimen existía una movilidad social, pero condicionada por la
riqueza y las relaciones sociales y familiares. Las clases que emergieron fueron:
1. Clases altas. La Revolución Industrial implicó el triunfo de la burguesía
como grupo social predominante frente a la nobleza, que no obstante
conservó su prestigio social. La burguesía, que incluía a los grandes
industriales y comerciantes, así como los propietarios de tierras.
Componían una pequeña pero influyente minoría cuyo ascendiente fue
creciendo conforme el capitalismo se imponía como sistema económico.
2. Clases medias. Estaban compuestas por aquellos grupos que se situaban
entre las clases altas y las bajas, entre las que incluimos grupos urbanos –
trabajadores cualificados, pequeños y medianos artesanos y comerciantes,
funcionarios del Estado liberal, etc.–, como rurales –campesinos con
tierras–.
3. Clases bajas. Compuestas principalmente por la naciente clase proletaria,
es decir, por los obreros asalariados en las fábricas, minas y altos hornos.
Provenientes de entornos campesinos y rurales, estos obreros eran
hombres, mujeres y niños que componían una mano de obra poco
cualificada que trabajaban en unas condicionales laborales y sociales duras
y sin derechos. Los proletarios tendieron a organizarse en el siglo XIX en
sindicatos.
Imperialismo y expansión colonial. Los conflictos internacionales antes
de 1914
El imperialismo europeo en el siglo XIX: causas
El imperialismo como fenómeno histórico se basa en la imposición de unas relaciones
de dominación por parte de unos territorios sobre otros. Estas relaciones suponen la
extensión a escala de mundial de una serie de procesos económicos, sociales,
políticos y culturales –como el capitalismo, el liberalismo, la sociedad de clases o la
cultura occidental–, que hasta entonces habían quedado restringidos a unas pocas
zonas del planeta.
El imperialismo ya se había dado anteriormente en su variedad mercantilista, enfocado
preferentemente a los intercambios comerciales –metales preciosos, sedas, especias y
esclavos–. En esta ocasión, el imperialismo asumió además el control territorial y
político de las colonias, por lo decimos que inicia una nueva etapa. Las razones que
explican esta fase imperialista son las siguientes:
1. Económicas. El paso del librecambismo al proteccionismo, a causa de la
aparición de nueva competencia –representada por Estados Unidos, Alemania y
Japón–, impulsó en las potencias industriales la necesidad de buscar nuevos
mercados para dar salida a los excedentes de la producción industrial. Estos
nuevos mercados serían las colonias, las cuales, a su vez, remitirían a las
metrópolis los recursos de los que carecían, principalmente materias primas y
fuentes de energía baratas. Las colonias también era un lugar donde los
capitalistas podían intervenir dinero con un interés más alto que en la
metrópoli. Este intercambio desigual entre colonias y metrópolis estaba
diseñado para que las segundas experimentaran un crecimiento económico
ininterrumpido.
2. Políticas. Los diferentes gobiernos coloniales ambicionaban controlar rutas
estratégicas desde un punto de vista comercial y militar. Aquí, por supuesto, se
añaden consideraciones de prestigio y de poder, incentivando las rivalidades
entre las grandes potencias.
3. Ideológicas. La gran coartada para la expansión imperialista fue la defensa de
los intereses nacionales, lo que llevó a que las potencias difundieran una
mística imperialista en la que los valores que supuestamente representaban
cada nación, la voluntad de poder y los sueños de grandeza eran elevados al
paroxismo. Este patriotismo exaltado se vio acompañado de una revisión de la
historia propia en clave nacional y de un sentimiento racista, pues se entendía
que la raza blanca era superior al resto y que debía llevar a cabo una misión
“civilizadora”. Con lo cual, políticos, escritores, filósofos y científicos apoyaron
el imperialismo.
4. Religiosas. El imperialismo también se vio justificado por católicos y
protestantes como una misión evangelizadora, lo que contribuyó
poderosamente a la aculturación de los pueblos colonizados, que perdieron sus
prácticas religiosas ancestrales.
5. Científicas. Los viajes de exploración y de descubrimiento de tierras
desconocidas facilitaron la penetración imperialista. Las sociedades
geográficas, las asociaciones coloniales y la literatura de viajes fueron grandes
vías de difusión de los valores imperialistas entre la opinión pública.
6. Demográficas. Durante el siglo XIX se produjo la segunda fase de la famosa
revolución demográfica, que produjo un acelerado descenso de la mortalidad
gracias a la mejora de los niveles de vida y a los progresos en la sanidad y la
higiene, mientras que las tasas de natalidad continuaron siendo altas. El paso
de 270 millones de habitantes en el continente europeo en 1850, a unos 400
millones en 1900, provocó un movimiento humano de trasvase hacia las
grandes ciudades –urbanización– o a territorios de ultramar. Se calcula que en
el siglo XIX unos 60 millones de europeos abandonaron el continente,
principalmente con destino a América –Estados Unidos sobre todo, pero
también Argentina, Canadá o Brasil. En menor medida, pero también de forma
significativa, se produjeron emigraciones a las posesiones francesas del norte
de África o a diferentes dominios británicos.
Las razones de estos movimientos migratorios fueron:
a. La fuerte tasa de crecimiento natural, que incrementó el porcentaje
de población joven en edad de trabajar.
b. Las diferencias de salarios entre país de origen y de destino, así
como la prioridad de huir de la pobreza.
c. Que los inmigrantes ya establecidos enviaran dinero e información
para facilitar los viajes.
d. Abaratamiento de los transportes.
e. Voluntad de los gobiernos de colonizar y territorios vírgenes con
poblaciones de origen europeo.
Hubo dos fases en esta migración europea. La primera, que comenzó en los
años 1845-1846 y se extendió hasta 1880, fue causada por la crisis económica,
que animó a emigrantes principalmente de Europa del norte –irlandeses,
escoceses, ingleses o alemanes– a buscar mejores condiciones de vida en otras
latitudes, a un ritmo de unos 300.000 anuales. En una segunda, desde 1880
hasta 1914, se superó el millón de emigrantes anuales, proviniendo
principalmente del sur y del este de Europa –Portugal, España, Italia, Imperio
austro-húngaro, etc.
Por último hay que destacar las migraciones china e india. La primera se dirigió
preferentemente a territorios colonizados del sudeste asiático y a los Estados
Unidos. La segunda marchó a colonias británicas y francesas en África y en Asia.
Las formas de dominación colonial
La presencia de europeos en los territorios colonizados significó la sujeción política,
económica, social y cultural de estas zonas a los intereses de las respectivas
metrópolis coloniales. Por lo general fueron los propios Estados los que asumieron las
funciones de control, adquiriendo los sistemas que aplicaron tipos muy variados:
1. Colonias. Las colonias propiamente dichas eran territorios en los que la
población estaba sometida a la potencia colonial, que implantó sobre sus vidas
un gobierno y una administración de carácter europeo. A la cabeza de estas
instituciones se situaba un gobernador europeo. Este sistema predominó
preferentemente en África y Asia. Una variante peculiar fueron las colonias de
poblamiento, donde se asentaba una numerosa población europea que, aparte
de sus instituciones, imponía también su lengua y sus formas de vida.
2. Dominios. Fueron muy característicos del imperio británico. Consistieron en
colonias de poblamiento a las que se aplicaba un sistema de autogobierno,
viéndose limitados los poderes del gobernador por asambleas de colonos. Estos
dominios gozaban de plena autonomía en política interior, aunque la exterior
dependía de la metrópoli. Ejemplos: Canadá, Australia, Nueva Zelanda o
Sudáfrica.
3. Protectorados. En estos territorios los nativos ya disponían de un Estado con su
estructura política y administrativa. La potencia colonial mantenía las
instituciones indígenas, pero ejercía un control militar, dirigía la política
exterior y se aprovechaba de la explotación económica. Ejemplo: India.
4. Concesiones. Se trataba de territorios cedidos temporalmente a una potencia
colonial para su control económico, aunque esta última se comprometía a no
mandar ni funcionarios ni militares. Ejemplo: China.
El reparto de África
En el último tercio del siglo XIX controlaron todo el continente. Francia y Gran Bretaña
iniciaron este proceso colonizador. La primera ocupó Argelia en 1830, declarándola
dieciocho años más tarde territorio francés, si bien quedó constituida como colonia
francesa en 1870. Por otra parte, los franceses convirtieron al vecino Túnez en
protectorado en 1881.
Gran Bretaña penetró en Egipto a causa de sus intereses comerciales y estratégicos en
la construcción del Canal de Suez, que chocaban con los franceses. En 1882,
aprovechando una revuelta nacionalista, Gran Bretaña ocupó Egipto militarmente y
estableció allí un protectorado.
El resto de África se abrió a las potencias europeas a través de expediciones científicas
y de misiones religiosas, que abrieron el camino a su control. Destacaron las
expediciones de David Livingstone, que remontó el río Zambeze y llegó a las cataratas
Victoria, en el África oriental; de Henry M. Stanley, que al servicio del rey Leopoldo II
de Bélgica descubrió las fuentes del río Congo en el África central; y de Pietro Paolo
Savorgnan di Brazzà, quien al servicio de Francia exploró la margen derecha del río
Congo.
Las rivalidades entre Francia y Bélgica por la posesión del Congo, así como el creciente
interés de los comerciantes alemanes por el África central, impulsaron al canciller
alemán Bismarck a celebrar una Conferencia Internacional en Berlín (1884-1885) en la
que las potencias europeas adoptaron una serie de acuerdos por los que se
repartieron el continente africano. Además, pactaron las siguientes normas comunes:
1. Libertad de comercio y de navegación por los ríos Níger y Congo.
2. Prohibición de la esclavitud.
3. Reconocimiento del Estado libre del Congo, que sin embargo sería una colonia
asociada a título personal a Leopoldo II de Bélgica.
4. Principio de ocupación efectiva. Para considerar como propia una colonia,
había que ocupar el territorio. Este principio aceleró la carrera por el reparto de
África que emprendieron las potencias europeas, lanzándose a conquistar
aquellos territorios que aún no estaban dominados por intereses extranjeros.
Así, a finales del siglo XIX se incorporaron nuevas potencias europeas al
reparto de África. Italia se apoderó de Somalia y Eritrea, en el cuerno de África,
pero fracasó en su empeño de conquistar el reino de Abisinia –la actual
Etiopía– al ser derrotado su ejército colonial en la batalla de Adua (1896).
Alemania, por su parte, estableció colonias a partir de 1884 en las costas
occidental y oriental africanas, así como en un área desértica del sudoeste
africano, la que sería conocida como África del Sudoeste alemana.
1. Mapa político africano hacia 1870
2. Mapa político africano después de 1880
Pero ni la Conferencia de Berlín ni otros acuerdos posteriores pudieron poner fin a los
conflictos que estallaron entre las distintas potencias por el reparto de África. Los más
destacados fueron:
1. Incidente de Fachoda. Varias potencias querían establecer imperios
continuos, que no se vieran interrumpidos por dominios coloniales de otras
potencias. Así, Gran Bretaña quería trazar una línea ferroviaria que uniese
sus posesiones africanas de norte a sur del continente, desde El Cairo hasta
El Cabo. No obstante, tropezó con la hostilidad francesa, cuya ambición era
hacer algo parecido pero de este a oeste, desde la costa de Guinea al Mar
Rojo. Todo esto dio lugar a un peligroso incidente en la localidad sudanesa
de Fachoda (1898), que pudo ser solventado por vía diplomática.
2. Guerra anglo-bóer. En Sudáfrica la rivalidad entre Gran Bretaña y los
colonos holandeses y alemanes –bóers o afrikáners– llegó a provocar un
conflicto armado en cuanto se descubrieron yacimientos de oro y
diamantes en las repúblicas bóers independientes de Orange y Transvaal. La
subsiguiente guerra anglo-bóer (1899-1902) culminó con la anexión de los
territorios bóers, que no obstante gozaron de cierta autonomía en la Unión
Sudafricana, que a partir de 1910 se configuró como dominio.
3. La cuestión marroquí. A comienzos del siglo XX Marruecos se convirtió en
un territorio en disputa entre Francia, Alemania y España, generando un
foco de disputa permanente que llegaría a ser uno de los precipitantes de la
Primera Guerra Mundial.
La expansión imperialista en Asia
En el último tercio del siglo XIX se completó la acción imperialista europea en el
continente asiático de la siguiente manera:
1. Rusia se extendió por el Asia central, dirigiéndose hacia el Turquestán y
construyendo entre 1880-1890 la vía férrea del Transiberiano que comunicaba
a la metrópolis europea con su enclave de Vladivostok situado en el extremo
oriente asiático, tendiendo a su vez otro ramal que se extendía hasta
Manchuria, situada ya en China.
Los intereses rusos chocaron con los británicos en diferentes países fronterizos
con la India –Persia, Afganistán o Tíbet– y con Japón por Manchuria. Con esta
última potencia las diferencias se dirimieron en la guerra ruso-japonesa de
1904-1905, en la que Rusia acabó derrotada.
2. Gran Bretaña se centró en una de sus posesiones coloniales más preciadas, la
India. Esta era en principio administrada por la Compañía Inglesa de las Indias
Orientales, apoyada por el gobierno británico, que ponía a su disposición para
las tareas de control a un cuerpo de soldados indios encuadrados en el ejército
británico: los cipayos. Estos se rebelaron en 1857-1858 ante el desprecio de los
oficiales británicos por sus creencias religiosas. El resultado fue que la
Compañía acabó siendo suprimida y la corona británica asumió el dominio
directo de la corona mediante la figura de un virrey.
Por otra parte, los recelos británicos a la expansión francesa en Indochina
llevaron a la ocupación de Birmania, que se convirtió en protectorado –es
decir, ejerciendo una soberanía parcial sobre ese territorio– en 1886, y de los
sultanatos del centro y del sur de Malasia (1870-1885). En Oceanía, Australia y
Nueva Zelanda se convirtieron en dominios británicos en 1901 y 1907,
respectivamente.
3. Francia, por su parte, inició la conquista de Indochina en 1858-1860 ocupando
el delta del Mekong, base fundamental para penetrar en el mercado chino. En
1887 constituyó la Unión General de Indochina –Annam, Tonkín, Conchinchina
y Camboya–, a la que se incorporaría Laos algunos años más tarde mientras se
acordaba la neutralidad de Siam –actual Tailandia.
4. Otros imperios europeos en Asia fueron:
a. Holanda, que afirmó su administración sobre las Indias Orientales
Holandesas –Indonesia, Islas Célebes y mitad occidental de Nueva
Guinea.
b. Alemania, que ocupó la mitad nororiental de Nueva Guinea, y que
compró a España las islas Marshall, Salomón, Carolinas y Marianas,
todas ellas en Oceanía.
c. Portugal, que mantuvo sus enclaves en la India –Goa–, en el Mar de
China –Macao– y en el sudeste asiático –Timor Oriental.
China fue un caso aparte, dado que era el objeto de las preferencias de las potencias
europeas, de Estados Unidos y de Japón, hasta tal punto que China puso conservar una
independencia más virtual que real. La oposición del gobierno chino a la entrada del
opio indio provocó las llamadas Guerras del opio, que fueron dos –en 1839-1842 y en
1856-1860–, tras las cuales Gran Bretaña y Francia obligaron a China a firmar una serie
de tratados, por los cuales esta última cedió Hong Kong a los británicos y otorgó
ciertos derechos comerciales a los extranjeros, permitiéndoles establecer colonias
propias en ciudades como Shangái o Cantón y posibilitando que controlaran las
aduanas.
La penetración comercial europea devastó el comercio autóctono chino y provocó
diferentes revueltas sociales, que se agravaron después de que a partir de 1880 las
potencias coloniales se repartieran el territorio chino en cinco zonas de influencia para
la explotación de recursos mineros y la construcción de ferrocarriles. Una de estas
revueltas fue la rebelión de los bóxers (1900-1901), protagonizada por una sociedad
china ultranacionalista y xenófoba. En 1911 estalló una revolución acabó con la
dinastía imperial manchú, aunque el nuevo régimen republicano hubo de seguir
haciendo concesiones a las potencias coloniales.
1. Mapa político asiático
El imperialismo no europeo
Las dos grandes potencias imperiales no europeas fueron dos:
1. Japón. El impacto de la revolución Meiji vino acompañado de un agresivo afán
expansionista, motivado por una fuerte presión demográfica, la necesidad de
buscar mercados exteriores para obtener recursos de los que carecía –hierro,
carbón, petróleo, cobre, estaño, etc.– y vender sus mercancías, y una poderosa
corriente nacionalista que defendía la idea un “Gran Japón”.
Una vez anexionados archipiélagos vecinos –Kuriles o Ryuku–, el imperialismo
japonés puso sus miras en la península de Corea, obligando al gobierno
coreano a abrir sus puertos al comercio nipón, lo que provocó un choque
militar con China (1894-1895), tras el cual obtuvo también de China Formosa,
las islas Pescadores y la península de Liaodong junto con el estratégico enclave
de Port Arthur.
Pocos años después, Japón y Rusia chocaron en Manchuria. Japón atacó a Rusia
en 1904 sin previa declaración de guerra, aniquilando su flota naval. De esta
forma obtuvo el sur de la isla Sajalín y el protectorado sobre Corea –que
terminaría anexionándose en 1910. Tras la Primera Guerra Mundial, se
extendió por el Pacífico anexionándose las antiguas posesiones oceánicas de
Alemania.
2. Estados Unidos. Esta potencia irrumpió fuerte en la esfera imperial desde la
década de los años noventa del siglo XIX. En el imperialismo estadounidense
tuvieron mucha importancia factores ideológicos como la doctrina del
presidente Monroe del “destino manifiesto”, según la cual el pueblo
estadounidense, elegido por Dios, podía apropiarse de cualquier territorio
pretendidamente destinado a pertenecer a Estados Unidos; o geopolíticos,
como las teorías que sostenían que el imperialismo estadounidense debía
basarse antes en el dominio de los mares y el desarrollo de una flota de guerra
antes que en la anexión de territorios. Este conglomerado exacerbó el
sentimiento nacionalista estadounidense.
En 1898 el presidente McKinley, estrechamente apoyado por la prensa y otros
sectores económicos, intervino en la guerra que sostenía España en sus
colonias de Cuba y Filipinas, aniquilando la flota naval española. Cuba se
independizó –aunque económicamente quedó ligada a los intereses
estadounidenses–, mientras que Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam en el
Pacífico fueron cedidas a Estados Unidos. Aprovechando la coyuntura, las islas
Hawai pasaron también a ser anexionadas por Estados Unidos.
La posición estadounidense en el Caribe y el Pacífico se afianzó con Theodore
Roosevelt, presidente de Estados Unidos desde 1901, quien con su política del
“gran garrote” (“big stick”) se arrogó el derecho a intervenir en los asuntos
soberanos de las repúblicas latinoamericanas. En 1903 ayudó a Panamá a
independizarse de Colombia, aunque a costa de que el canal que se estaba
construyendo y que uniría el Atlántico y el Pacífico fuera ocupado militarmente
por tropas estadounidenses. Este intervencionismo será una constante en
Estados Unidos y provocará grandes desestabilizaciones internacionales.
1.Mapa imperios japonés y estadounidense
Las consecuencias del imperialismo
Tales consecuencias se pueden resumir sumariamente en dos:
1. Explotación económica de los territorios y de los pueblos colonizados,
mediante una “economía del pillaje” que esquilmaba los recursos naturales y
sometía poblaciones indígenas. Entre las prácticas más utilizadas se encuentran
la confiscación de tierras, el sometimiento a trabajo forzoso, la ruina de las
industrias locales, la escasa dotación en infraestructuras viarias y de servicios,
la imposición de monedas y tarifas aduaneras, etc.
2. Un profundo y persistente impacto social y político en los pueblos colonizados.
Como consecuencia del crecimiento vegetativo y de la urbanización impuestos
por las potencias imperialistas, la población rural de las colonias quedó
sometida a un estado de perpetua miseria. Se crearon fronteras artificiales que
impuso o la unión o la desunión forzadas de grupos étnicos y tribales, que
además fueron aculturizados con el fin de que imitasen patrones y modos de
conducta occidentales. No obstante, entre las élites indígenas colaboracionistas
se forjó un incipiente sentimiento nacionalista que les animaría posteriormente
a apoyar la independencia de sus países.