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¡Hola a todos! A falta de libro de lectura os voy a proponer la lectura de los siguientes cuentos que ha ido publicado durante el confinamiento y sigue haciendo Jordi Sierra i Fabra. Tenéis que elegir 5 de los publicados el mes de marzo y hacer el resumen de cada uno de ellos. ¡Próximamente más! ESPECIAL: EL CUENTO DE HOY CUENTOS Y RELATOS PARA LOS NIÑOS Y NIÑAS QUE ESTÁN EN CASA http://sierraifabra.com/?page_id=5280&lang=es EL CUENTO DE HOY, LUNES 16 DE MARZO LOS 17 CAMELLOS DE HABIB © Jordi Sierra i Fabra 1999, 2001 (basado en un cuento popular árabe) Cuando el viejo Habib sintió que la muerte se agazapaba junto a su cama, la buscó, le tendió la mano y la miró a los ojos. Sin miedo. El viejo Habib había tenido una buena vida. Alá lo había colmado de salud y dones, humildes pero importantes. Jamás pasó hambre, tuvo una compañera perfecta, tres hijos trabajadores, y llegaba al final de sus días con la satisfacción del deber cumplido. Aquello que Alá depositó en su alma, le sería devuelto con creces. Así pues, el viejo Habib se dispuso a morir. En paz. La última noche, con las escasas fuerzas que le quedaban para aquel acto, el viejo Habib hizo llamar a sus tres hijos y cuando estos se reunieron al pie de su jergón, los contempló orgulloso. Su mejor obra. Su legado en la tierra. Aziz era el mayor, noble y templado, con fuste de líder.

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¡Hola a todos!

A falta de libro de lectura os voy a proponer la lectura de los siguientes cuentos que ha ido publicado durante el confinamiento y sigue haciendo Jordi Sierra i Fabra. Tenéis que elegir 5 de los publicados el mes de marzo y hacer el resumen de cada uno de ellos. ¡Próximamente más!

ESPECIAL: EL CUENTO DE HOYCUENTOS Y RELATOS PARA LOS NIÑOS Y

NIÑAS QUE ESTÁN EN CASAhttp://sierraifabra.com/?page_id=5280&lang=es

EL CUENTO DE HOY, LUNES 16 DE MARZO

LOS 17 CAMELLOS DE HABIB© Jordi Sierra i Fabra 1999, 2001

(basado en un cuento popular árabe)

Cuando el viejo Habib sintió que la muerte se agazapaba junto a su cama, la buscó, le tendió la mano y la miró a los ojos.Sin miedo.El viejo Habib había tenido una buena vida. Alá lo había colmado de salud y dones, humildes pero importantes. Jamás pasó hambre, tuvo una compañera perfecta, tres hijos trabajadores, y llegaba al final de sus días con la satisfacción del deber cumplido. Aquello que Alá depositó en su alma, le sería devuelto con creces.Así pues, el viejo Habib se dispuso a morir.En paz.La última noche, con las escasas fuerzas que le quedaban para aquel acto, el viejo Habib hizo llamar a sus tres hijos y cuando estos se reunieron al pie de su jergón, los contempló orgulloso. Su mejor obra. Su legado en la tierra. Aziz era el mayor, noble y templado, con fuste de líder. Yaruk era el segundo, inteligente y mesurado, con cabeza para el comercio. Mesei era el tercero, audaz y valiente, idóneo para la aventura. Los tres se complementaban muy bien, y se querían aun teniendo en cuenta las diferencias de sus caracteres.Sí, el viejo Habib supo que no tenía más que respetar la ley.Su mayor fortuna eran sus diecisiete camellos.Y ese debía ser su legado para Aziz, Yaruk y Mesei.Según la ley.—Hijos míos —les dijo cubriéndoles con una mirada plácida—, es llegada mi hora, y os pido tan sólo tres cosas en este momento singular: que no lloréis mi muerte, pues voy a reunirme con Alá después de este mi tránsito en la Tierra; que respetéis lo que ahora voy a deciros, pues es mi testamento; y que

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busquéis en todo momento la flor de la felicidad siendo lo que sois y siempre seréis: hermanos.—Te lo prometemos, padre —convino Aziz solemne.—Sabéis que no tengo demasiado, aunque muchos hombres en el pueblo aún tienen mucho menos que yo. Mi fortuna se limita a los diecisiete camellos que tenemos en el cercado. Esos camellos son vuestros ahora, hijos míos, y deberéis repartíroslos de la manera siguiente…Tosió, se atragantó, sus ojos se desvanecieron. Llegaron a temer que no pudiera hacerles participe de sus últimas palabras. Sin embargo, Habib se recuperó y continuó hablando:—La mitad de mis camellos, será para ti, Aziz, puesto que eres el mayor y has estado siempre a mi lado sin marcharte de nuestro hogar. Eres mi heredero natural y tienes ese derecho. Un tercio de los mismos, ha de ser para ti, Yaruk, para que con ellos aspires a mejorar tu posición y emprendas una vida nueva contando ya con algo. Por último, la novena parte de esos camellos, será para ti, Mesei, puesto que, al ser joven e impetuoso, tienes más tiempo que tus hermanos para labrarte un porvenir. Confío en haber acertado, y que sepáis hacer buen uso de mi legado. Es cuanto tenía que deciros, ahora… ¡Alá me guarde!Y el viejo Habib exhaló el último suspiro.Aziz, Yaruk y Mesei lloraron consternados la muerte de su padre. Tres días y tres noches duraron las exequias fúnebres y los ritos de rigor, tras los cuales Habib descansó en compañía de su esposa, Azuma, la mujer que le había hecho feliz en vida. En estos tres días no se habló de la herencia. Nadie pensó en los diecisiete camellos que esperaban en el cercado. Había cosas más importantes y menos egoístas que hacer.Pero cuando regresaron del último acto, y los tres quedaron solos en la casa de su padre, tuvieron que enfrentarse a la voluntad expresada por su progenitor.Repartir los diecisiete camellos.—Veamos —dijo Aziz—. La mitad de diecisiete camellos, que es lo que me toca a mí, son… —frunció el ceño al reparar en el detalle—: ¡Son ocho camellos y medio!—Entonces, en mi caso, un tercio de diecisiete camellos… —Yaruk también se quedó estupefacto—. ¡Son cinco camellos y medio!—Y para mi… —Mesei hizo el correspondiente cálculo—. ¡Mi herencia es aún más extraña, pues la novena parte de diecisiete camellos es un poco menos de dos camellos!Los tres hermanos se miraron incrédulos.—Nuestro padre debía delirar —dijo Aziz.—La muerte ya estaba en él cuando habló, y propuso una distribución imposible —afirmó Yaruk.—Es evidente que se equivocó —convino Mesei.—Sí, cierto, pero tiene sentido que el hijo mayor reciba más que el segundo, y este más que el tercero —manifestó Aziz.—Sin embargo, deberíamos ajustar las proporciones del reparto —calculó Yaruk.—Cierto, un camello de más o un camello de menos, arreglará el problema y todos contentos —dijo Mesei.Miraron los cálculos que habían hecho. Las cifras resultaban curiosas.—Yo creo que es fácil —habló el primero Yaruk—. Tú, Aziz, me das el medio camello que te sobra a ti, te quedas con ocho, y yo con ese medio tendré seis.

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—¿Por qué no me das tú el medio camello que te sobra, te quedas con cinco, y yo tengo nueve? —protestó Aziz.—Porque tú tienes más que yo.—Soy el mayor, cierto, y por tanto…—Esperad, esperad —los detuvo Mesei—. Si vosotros os repartís ese camello, la suma es total es catorce, así que yo, en lugar de casi dos, tendré tres camellos. ¡Me parece muy bien!—Pero no es justo que tú, que eres el más joven, tengas tres camellos, mientras que yo sólo poseeré seis —intervino Yaruk—. Además, esto no sería respetar la voluntad de nuestro padre, puesto que yo te doblaría a ti y Aziz sólo tendría un poco más que yo.—Sin olvidar que no pienso darte mi medio camello —apuntó Aziz.—El mejor reparto es que tú te quedes con dos camellos —Yaruk apuntó a su hermano menor—, tú con ocho —apuntó a su hermano mayor—, y yo con siete.—No, mejor di tú con seis y yo con nueve —lo corrigió Aziz.—¿Y porque vosotros, que tenías ocho y medio y cinco y medio respectivamente, ahora tenéis más, mientras que yo me quedo con mis dos? —se enfadó Mesei.Volvieron a mirarse entre sí.Irritados.—¡Está bien, está bien! —gritó Aziz—. Vamos a partir de cero otra vez.—Sí, seguro que lo hemos hecho mal. Nuestro padre era listo y no nos habría puesto en semejante brete —suspiró Yaruk.—Será lo mejor, sí —se tranquilizó Mesei.Volvieron a dividir los diecisiete camellos según la voluntad de Habib: la mitad para el mayor, un tercio para el segundo, y una novena parte para el pequeño.El resultado continuó siendo el mismo.Aquel día, y aquella noche, y al siguiente día, y a la siguiente noche.Los tres hermanos no se ponían de acuerdo sobre el reparto de los diecisiete camellos.—¡Yo te compro uno tuyo!—¿Con que dinero?—¡Te lo pagaré cuando lo gane!—¡No es justo que vosotros…!—¡Es injusto que tú…!—¡Ha de haber una fórmula!Pero no la había. Ningún reparto satisfacía a los tres por igual, y cualquier cambio, además, alteraba los designios del viejo Habib en cuanto a las proporciones.—¡Compartiremos un camello!—¿Cómo se comparte un camello!—¿Y mis casi dos camellos, qué?Los gritos de los tres hermanos acabaron quebrando la paz del pueblo, y en especial, la de otro anciano que vivía solitario y sin hijos en una casita cercana a la del viejo Habib. Este hombre se llamaba Sufir y tenía un camello.Un solitario camello.Sufir, a la mañana del tercer día, fue a ver a sus vecinos. Por un lado, necesitaba paz. Pero por el otro lado, sufría viendo como los tres hijos de su amigo Habib se peleaban por la herencia. Sabía que Habib estaba orgulloso de ellos. Y sabía, además, que les había pedido que, por encima de todo,

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siguieran siendo hermanos.Fue lo primero que les dijo al aparecer por su puerta.—Basta ya, insensatos. ¿Es esta la forma que tenéis de honrar la memoria de vuestro padre, peleando y discutiendo de manera abyecta? ¿Acaso no os pidió que buscarais la flor de la felicidad siendo lo que siempre habéis sido: hermanos?—Aziz, Yaruk y Mesei bajaron los ojos al suelo, avergonzados.—Nuestro padre también nos pidió que respetáramos su reparto, y es imposible hacerlo —murmuró Aziz.—¿Estáis seguros?—De todo punto —aseguró Yaruk.—Nadie en la tierra podría hacer esta división correctamente —lamentó Mesei.—Entonces escuchadme bien —Sufir hizo que le miraran—. Yo tengo un camello. Un sólo camello. Soy viejo, lo necesito, pero prefiero vuestra paz a mi vida. Os he visto crecer y os quiero como hijos. Vuestro es mi camello, y con él tendréis dieciocho para repartir. No entiendo de números, pero oídme bien: si con este camello cesa vuestra disputa, seré feliz.Y tras decir estas palabras, el viejo Sufir dio media vuelta y salió de la casa de sus vecinos.Aziz, Yaruk y Mesei se sintieron muy mal. Estaban sudorosos, jadeantes, despeinados, muertos de sueño, enfadados. Se miraron entre sí comprendiendo hasta que punto habían comprometido su amor fraterno.—¿De qué nos servirá tener un camello de más? —murmuró Mesei.—Seguro que será más complicado que antes —rezongó Yaruk.—Pero el viejo Sufir nos ha dado todo lo que tiene para que lo arreglemos —suspiró Aziz.Una persona les daba cuanto poseía para que ellos no se pelearan.Eso les hizo reflexionar.Comprender su materialismo.—Veamos como saldría el reparto con dieciocho camellos —propuso Aziz. Y dividió dieciocho por la mitad—. En mi caso… salen nueve camellos.—Un tercio de dieciocho camellos —Yaruk calculó su parte—, son… seis camellos.Miraron a Mesei.—Una novena parte de dieciocho camellos son… ¡dos camellos! —abrió los ojos Mesei.No podían creerlo. Ahora la división era perfecta, no había medio camello ni casi camello ni un poco más de camello.Nueve, seis y dos.Perfecto.Los tres hermanos suspiraron felices, tranquilos. La pesadilla había terminado. Volvía a reinar la paz. Se abrazaron en medio de la casa, riendo. La voluntad de su padre se había cumplido en todos los puntos.Nueve camellos para Aziz, seis para Yaruk y dos para Mesei.Entonces, los tres dejaron de reír al unísono.Y se quedaron mirando perplejos.—Esperad…—Nueve, más seis, más dos…—¡Suman diecisiete!Así era. Justo los diecisiete camellos que tenían en el corral.

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Ahora les sobraba uno.¡Les sobraba el camello que Sufir les había dado generosamente!Salieron fuera. El sol les dio de lleno. La tierra ocre del desierto que se extendía más allá del pequeño pueblo rezumaba paz y calor. Una tierra dura, pero hermosa. Su mundo.El viejo Sufir estaba sentado a la puerta de su casa.Aziz, Yaruk y Mesei caminaron hacia él, despacio. Sus cabezas eran un cuenco de contradicciones. Creían entender… Pero estaban demasiado impresionados para reaccionar. Se detuvieron delante de su vecino.—¿Habéis hecho ya el reparto? —les preguntó.—Sí —dijo Aziz—. Ya lo hemos hecho, y venimos a decirte que ahora nos sobra un camello.—Tú camello —corroboró Yaruk.—Puesto que ya no precisamos de él, es justo que te sea devuelto —esbozó una tímida sonrisa Mesei.Sufir también le acompañó sonriendo. En sus ojillos de anciano brilló una luz de inteligencia.—Sea —movió la cabeza una sola vez de arriba abajo.Aziz, Yaruk y Mesei regresaron a su casa y aquel mismo día procedieron a repartir su herencia. No dejaron de pensar en ningún momento en lo a punto que habían estado de pelearse, y en lo curiosa que había resultado aquella experiencia numérica.Tanto que…—¿No creeréis que el viejo Sufir sabía…?—No, es imposible.—¿Casualidad?—Tal vez.—Todos contentos, con lo suyo. Nadie ha ganado ni ha perdido.—¡Vaya con los diecisiete camellos!—¡Alguien tiene que poner siempre un camello de más para que todos seamos felices, esa es la cuestión!—Pero, ¿quién pone el camello?—¿Quién es tan generoso?—¿Quien?Durante años, Aziz, Yaruk y Mesei fueron buenos hermanos, buenas personas, buenos vecinos, buenos hombres del desierto.Nunca negaron ayuda a nadie.Sabían lo importante que es, siempre, ofrecer algo para evitar una guerra o hacer felices a los demás.

EL CUENTO DE HOY, MARTES 17 DE MARZO

LOS TRES DESEOS© Jordi Sierra i Fabra 2004

Érase una vez un gusano que vivía su existencia como tal, es decir, como un gusano, y lejos de aceptarla como un don, pues la vida es siempre un regalo de la naturaleza, se sentía el más desgraciado de los animales que poblaban la faz de la tierra.

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—¿Por qué he de ser un gusano? —se repetía incansable.Triste y deprimido, se arrastraba por el desierto buscando alimento, sombra, agua. Los días le parecían monótonos e iguales. Arena y más arena poblaba su horizonte. Además, tenía que ser listo y no confiarse, pues cualquier pájaro podía devorarle en un abrir y cerrar de ojos.Y al pobre gusano ya sólo le hubiera faltado eso.—Ah, si fuera un león de poderosas garras, que influyera miedo con sólo mostrar mi presencia y agitar la melena. O un águila de vuelo majestuoso con el infinito como techo. Incluso un camello, viajero y fuerte, capaz de recorrer este desierto sin cansarme.Pero era lo que era, un gusano. Así que en ocasiones lo que más deseaba se resumía en un simple paso de la evolución.Ser una mariposa.—¿Por qué no puedo hacer un capullo, convertirme en crisálida, renacer como la más hermosa de las mariposas, con unas bellas alas de colores que serían la envidia de todos?El gusano sabía que todo aquello no eran más que sueños.Imposibles.Aburrido y resignado, vivía y sobrevivía, se arrastraba por la arena, se alimentaba, dormía, esperaba.Un día, sorprendido probablemente por un espejismo dado el ingente calor que golpeaba la tierra, se apartó más de lo necesario de su oasis predilecto y en torno al cual solía moverse. Al poco se encontró en un lugar abrupto, difícil incluso para él, lleno de aristadas rocas capaz de cortarle en dos pedazos. Había tantos agujeros que metió la cabeza por uno, por otro…Hasta que se encontró en una pequeña cueva arenosa, al resguardo del sol, en la que, al menos, estaba fresquito.Y allí la vio.Un ánfora.Una extraña y hermosa ánfora del color del fuego.A ras de suelo sólo sobresalía la parte superior de la misma, el agujero de apenas dos centímetros de diámetro y sin tapar. Luego un trozo de asa y el resto desaparecía en la arena. Dada la aburrida existencia del gusano, aquello rompía un poco la monotonía de sus días y sus noches, así que, animado y curioso, se encaramó hasta la boca de su hallazgo y… se metió dentro.La primera sorpresa fue ver luz a lo lejos.La segunda descubrir que aquel era un lugar espacioso y confortable.La tercer ver, con asombro, que allí dentro había alguien.Un pequeño ser de cabeza pelada, desnudo de cintura para arriba, que vestía unos calzones tan rojos como el ánfora y calzaba unas babuchas doradas. Se encontraba reclinado sobre un fondo de cojines de todos los colores y parecía meditar profundamente con la vista perdida en alguna parte.Hasta que volvió la cabeza y le vio.El gusano se quedó inmóvil.—¡Hola! —lo saludó afable el pequeño ser.—Hola —vaciló el gusano.—No recibo muchas visitas por aquí.—No me extraña —el gusano miró a su alrededor—. ¿Quién eres?—¿Yo? —la pregunta pareció sorprenderle—. ¿Quién quieres que sea? ¡Pues el genio de esta ánfora!—¿Un genio?

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—¿No has oído hablar de mí?—No.—¿De dónde sales tú? —se extrañó el desconocido.—Pues… —optó por no decírselo. A una pregunta tonta siempre seguía una respuesta aún más tonta—. ¿Qué haces aquí?—Vivo aquí.—¿Por qué?—Pues porque hace miles de años, y a causa de un encantamiento, un genio más poderoso que yo me condenó a… —el ser hizo un gesto de fastidio—. ¡Bah, es una historia de lo más aburrida! Lo único que debe interesarte es lo que puedo hacer por ti.—¿Y qué puedes hacer por mí?—Concederte tres deseos, como manda la tradición.—¿Es una broma? —parpadeó el gusano.—¿Una broma? —el genio se cruzó de brazos—. Me ofendes amigo. Si no vas a formular tus tres deseos, es mejor que te vayas y no me hagas perder el tiempo. Estoy muy ocupado.—¿De veras puedes…?—¿Por qué no pruebas?Al gusano se le encogió todo el cuerpo además del corazón.Tres deseos.Con uno le bastaba.Su sueño.¿León? ¿Águila? ¿Camello?—Quiero ser una mariposa grande y bella.—Sea pues —concedió el genio moviendo una mano.Y en ese mismo instante, el gusano quedó convertido en una mariposa extraordinaria, grande, bellísima, con unas alas de colores fascinantes. Era tan hermosa que hasta el responsable de su cambio la contempló con orgullo.—¡Soy una mariposa! —exclamó el gusano.Abrió las alas, echó a volar, se sintió feliz y radiante hasta que…Al llegar a la boca del ánfora descubrió que ahora era tan grande que no podía salir por ella.Imposible.Volvió hasta donde se encontraba el genio y le dijo:—No puedo salir.—¿Y qué quieres que haga yo? Tú querías ser una mariposa grande y hermosa.

—Tendría que haber sido más pequeña, ¿no crees?—Sea tu segundo deseo —concedió el genio antes de que el gusano, ahora mariposa, pudiera impedirlo.Con el nuevo cambio quedó convertido en una polilla.Pequeña, capaz de salir por la boca del ánfora, pero ridícula y gris, insignificante y apenas visible.—¿Qué es esto? —gimió el gusano, ahora polilla.—Tu segundo deseo.—¿Quieres que muera quemado por cualquier luz? ¡Me siento horrible!—Pues deberías aclararte —manifestó el genio—. Yo no hago más que cumplir tus deseos.—¡Prefiero volver a ser un gusano antes que…!

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—¡Ningún problema! ¡Adelante!Un nuevo gesto.Y el gusano volvió a ser él mismo.Miró al genio.—Tus tres deseos han sido satisfechos —sonrió malicioso—. ¿Qué tal?—Estoy como antes —musitó triste el gusano.—¿Sabes algo? —el genio frunció el ceño—. Me has caído bien. Si sales y vuelves a entrar, es posible que te permita solicitar tres nuevos deseos. ¡Hace tantos años que no practico!—¿Lo harías?—Prueba.Tres nuevos deseos.Si los pedía con más inteligencia, sin precipitarse, calculando…El gusano reptó hasta la boca del ánfora.Era un ingenuo.El genio, el ánfora, los deseos…Salió al exterior.Y cuando estuvo fuera, siguió reptando, decidido, sin volver la vista atrás.Cuanto antes llegase a su oasis, más tranquilo estaría.—Mejor ser un gusano que un tonto —se dijo a sí mismo tan feliz como orgulloso.

EL CUENTO DE HOY, MIÉRCOLES 18 DE MARZO

VISITANTES GALÁCTICOS© Jordi Sierra i Fabra 2000

         1         Cuando Andrés entró en la salita de su casa, papá y mamá estaban leyendo. Ella, un libro; él, el periódico.Se los quedó mirando un momento, en silencio.Hasta que uno y otra dejaron de leer y le miraron.—¿Qué pasa, Andrés? —preguntó mamá.—¿Has roto algo? —preguntó papá, mucho más directo.—No he roto nada —se sintió ofendido el niño.Se produjo un breve silencio.—Pero quieres decirnos una cosa, ¿verdad?—Sí.—¿Y qué es?—¿Os recuerda algo el nombre de Trigulia?Papá y mamá se miraron entre sí. Luego hicieron memoria.—No —dijo él.—No —dijo ella.—¿Nada, nada?Los dos movieron la cabeza horizontalmente.—Vaya, creía que como leíais tanto lo sabíais todo —se quedó perplejo Andrés.—Pues ya ves que no es así —lamentó papá.—¿Qué es eso de Triligu… Triguilu…? —frunció el ceño mamá.

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—Trigulia —aclaró él.—Como se llame —fue al grano el cabeza de familia—. ¿Es un futbolista nigeriano?—Es un planeta que está muy lejos —le aclaró Andrés—. Desde luego, papá…—Hijo, con ese nombre…—Está a unos cuantos años luz, en Alpha Centaury.—¿Lo has aprendido en el colegio, cielo? —sonrió mamá.—¿Años luz? ¿Alpha Centaury? —papá puso una cara la mar de rara—. Caramba, hijo. Me dejas boquiabierto.Andrés suspiró, como si las muestras de desatino paternas le abrumaran.—Me lo han dicho ellos —aclaró el niño.—¿Ellos? —dijo papá.—¿Quién? —dijo mamá.—Los trigulios.—¿Los… trigulios? —repitieron los dos, como loros.—Ya veo que no tenéis ni idea —Andrés se dispuso a dar media vuelta para irse de la salita.—Espera, espera —lo detuvo papá mientras hacía una señal con los ojos a mamá—. Es que nos has pillado… de improviso.—Sí, hijo —mamá siguió el guiño de papá—. Es que todo eso de los tri… trili… bueno, como se llamen.—Yo les he dicho que pueden quedarse —afirmó Andrés.—Ah —papá se puso tieso—. ¿Están… aquí?—Sí, en el desván.—¿Los trigulios esos que vienen del espacio?—Sí —repitió Andrés.Papá empezó a sonreír.—¿Y cómo te comunicas con ellos? —preguntó.—Tienen una cosa llamada “traductor universal”. Es una pasada. Pillan cualquier lengua del universo y aprenden en seguida.—Vaya, vaya. Interesante —dijo papá.—Así cualquiera aprende inglés rápido —dijo mamá.—Bueno, me voy con ellos. Tienen hambre —dijo Andrés.No se lo impidieron. Así que dio media vuelta y salió de la salita a buen paso.Papá y mamá se quedaron de nuevo solos.—Nos sale escritor, seguro. ¡Que imaginación! —se ufanó ella.—O guionista de la tele —asintió él—. ¡O de cine!—Hoy en día con siete años lo que saben.—Desde luego.Intercambiaron una última sonrisa de felicidad. Luego mamá volvió a su novela y papá a su periódico, despreocupándose del tema de los tri… triligu… triguli… Bueno, eso.

   2         Mamá entró en la habitación con la bata en el cuerpo y los rulos en la cabeza. Papá se estaba desnudando con aspecto despistado.—Sigue hablando de los extraterrestres esos —le informó—. Dice que les gusta el jamón.—¿Les gusta el jamón? ¡Míralos ellos, como tontos! —manifestó él.—Es que en su planeta no hay jamón.

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—¡Pues vaya asco de planeta debe de ser! —sonrió.—Mira que cuando le da fuerte algo…—Estará dos o tres días con esa historia.—Pero hay que ver, ¿eh?—Sí, sí, desde luego. Y no será porque vea demasiada tele.—No, pero lee mucho, y eso se nota.—¿Oye, ¿has visto mis zapatillas de felpa? —preguntó papá.—Están donde siempre, ¿no?—No, si estuvieran donde siempre no te lo preguntaría.—Pues no sé…—Que extraño.—¿Y para qué quieres tus zapatillas de felpa si vas a meterte en la cama?—Es que como has hablado de jamón, me han entrado ganas de…—¡Pero si vas  meterte en cama! —protestó mamá.—Bueno, mujer, sólo una pizca. ¿Qué pasa?—¡Eres peor que Andrés! —ella se quitó la bata y se metió en la cama.Papá no. Papá salió de la habitación, descalzo a pesar del frío que hacía y lo helado que estaba el suelo, y tras bajar a la planta baja se fue a la cocina. Abrió la nevera y tomó la cajita de plástico en la que siempre estaba el jamón.Vacía.Habría jurado que…Regresó a la habitación con cara de extrañeza.—No hay jamón —dijo.—¿Cómo que no hay jamón? —puso cara de no creérselo mamá—. Si había un montón.—Pues ya no está.Se quedaron mirando el uno al otro unos segundos.—Andrés no… —vaciló ella.—Aquí no vive nadie más. Si no has sido tú…Mamá salió de la cama. Ella sí tenía las zapatillas, porque las llevaba puestas todo el día, desde que llegaba a casa. Volvió a ponerse la bata y, esta vez, papá hizo lo mismo. Los dos se dirigieron a la habitación de Andrés, que estaba al final del pasillo. Tras la ventana vieron que empezaba a nevar.—Espero que los caminos no se pongan impracticables como el año pasado —suspiró papá.—Habrá que quitar nieve —se resignó mamá.Se detuvieron en la puerta de la habitación de Andrés. Solía quedarsedormido de inmediato, así que mamá la abrió para echar un vistazo dentro.Se quedó tan boquiabierta como papá.La habitación estaba vacía.—¡Pero si acabo de dejarle! —abrió unos ojos como platos.—Habrá ido al lavabo —comentó él.Les bastaron tres pasos. La puerta del lavabo de Andrés estaba al lado de la habitación.Andrés tampoco estaba allí.—¿A dónde habrá ido? —se preocupó mamá.—¡Es capaz de estar fuera, nevando, construyendo el primer muñecode nieve! —se alarmó papá.Los dos bajaron a toda prisa las escaleras y llegaron a la entrada de la casa. El frío exterior cortaba el aliento. Pero no había el menor rastro de Andrés. Ni siquiera sus huellas en la primera capa de nieve.

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A lo lejos, el pueblo, quedaba casi borrado por la caída de los copos blancos.Volvieron dentro.Nada en la salita. Nada en la cocina. Nada en la leñera.—¡Ay, ay, ay! —se puso aún más nerviosa mamá.—Tiene que estar en alguna parte —aseguró decidido papá.De pronto los dos se detuvieron, se miraron a los ojos y alzaron las cejas.—Dijo algo de…—…el desván.Subieron la escalera y llegaron al primer piso. Rodearon el pasadizo y alcanzaron la habitación de los trastos viejos, que conducía directamente al desván de la casa. La escalera estaba puesta, y la trampilla superior abierta.Primero subió ella. Después él.El resplandor les alcanzó aún antes de sacar la cabeza por la abertura. Iban a empezar con la bronca, los gritos, las preguntas…Pero nada de eso llegó a producirse.Papá y mamá se quedaron absolutamente blancos. Como la nieve.Andrés estaba en el desván, desde luego, embutido en su bata y con zapatillas. Pero lo asombroso era que allí había algo más.Una pequeña y luminosa nave, como de un metro de diámetro, en forma de plato; dos extrañísimos seres que no medían más de quince centímetros de alto, cómodamente instalados y dormidos en las zapatillas perdidas de papá; y por supuesto el jamón, o mejor dicho, lo que quedaba de él.

         3         Papá y mamá estaban alucinados.—¿Que es… eso de arriba? —se estremeció él.—Los trigulios —dijo Andrés con toda naturalidad.—¿Esas cosas son… los trigulios? —insistió.—Sí.—¡¿Por qué no nos dijiste que había invasores de otro mundo en la casa?!—Pero si ya os lo dije —Andrés miró su madre—. ¿Verdad, mamá?—No… exactamente, hijo —consiguió articular palabra ella.Estaba alucinada.—Además, no son invasores de otro mundo —el niño miró a su padre como si el padre fuese él y su hijo el hombre que tenía delante—. Desde luego, papá, ves demasiadas películas.—¿Que YO veo películas? —papá puso mucho énfasis en el YO—. ¡Esos bichos son… son… son…!—Son mis amigos —dijo Andrés al ver que papá no encontraba las palabras adecuadas para expresarse.—¿Cómo sabes que son amigos? —preguntó asustada mamá.—Porque lo sé.—Ya, pero, ¿cómo lo sabes?—Pues porque me lo han dicho.—¿Con eso del traductor universal, claro?—Sí.—¿Y si luego empiezan con sus rayos desintegradores y quieren conquistar el mundo y aniquilar a la raza humana y…? —la lista de fatalidades de mamá se quedó desbordada.

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—Mamá, no seas pesada.—¿Pesada yo?—No llames pesada a mamá, Andrés.—Vale —puso cara de resignación—. ¡Pero que conste que Treliz y Triloy son inofensivos!—¿Quiénes son Treliz y Triloy? —gritó papá.—Los trigulios, ¿quiénes quieres que sean? Hablamos de ellos, ¿no?—¡Oh, Dios! —miró a su esposa—. ¡Se llaman Treliz y Triloy!—¿Tienen… nombres y todo? —tembló mamá.

—Su cultura es milenaria, son muy inteligentes, pueden viajar a velocidades asombrosas, son pacifistas y se les ha roto la nave —lo soltó de corrido Andrés.

Mamá se quedó con una cosa:—¿Pacifistas, seguro?Papá con otra:—¿Que se les ha roto… la nave?—Sí, y van a quedarse aquí —Andrés expandió ahora una enorme sonrisa en su cara—. ¡Será genial!Mamá tuvo que apoyarse en una silla. Iba a darle un ataque, o un desmayo, o las dos cosas a la vez. Aún no lo tenía claro.Papá se puso más tieso que un palo.—¡Ah, no! —dijo.—¡Papá!—¡Aquí no se quedan esas… cosas!—¡Si les echas fuera se morirán! ¡Su planeta es cálido!

—¿Cómo vamos a tener extraterrestres en casa? ¿Te has vuelto loco? —volvió a la carga mamá.—¡Pero si apenas abultan, son la mar de simpáticos, y comen poco!—Comer, comen jamón —dejó bien claro papá.—¿Quieres que vengan esos que salen en las películas, científicos con trajes antiradiaciones, aparatos, tubos, y lo pongan todo patas arriba? —se estremeció mamá con sólo imaginarlo.—¡Eso es en las películas! ¡Los trigulios son de verdad, inofensivos, muy buenas personas… o lo que sean allí! ¡Nadie sabrá que están aquí!—¡Además, son feos, feísimos! —volvió a gritar ella.En ese momento se escuchó una voz.—Ustedes también nos parecen feos, feísimos, a nosotros, mamá. Pero seguro que son entes maravillosos.Volvieron las tres cabezas. Ellos estaban allí, flotando ingrávidos ante sus caras, probablemente despertados por el clamor de la discusión.—¡Oooh…! —gimió mamá sin tener claro todavía si desmayarse o esperar.         4         Treliz era el ente femenino. Triloy el masculino. Lo único que les diferenciaba además del tamaño —un poco mayor ella que él—, era una especie de protuberancia, a modo de antena, que llevaba Triloy en la cabeza. Vestían diminutos equipos de exploradores espaciales. Sus caras eran planas, sin nariz, tenían los ojos muy grandes y la boca muy pequeña. El cinturón que anudaba sus cuerpos era la clave para lo de su ingravidez.

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Ya se habían acostumbrado a ellos, pero aún así…Mamá los miraba con desconfianza. Papá con recelo.Andrés seguía siendo el más feliz.—¿A que son geniales? —insistió.—Bueno… —no supo que decir papá.—Esa cosa de arriba, la… nave, no irá a explotar, ¿verdad? —quiso saber mamá.—Sentimos las molestias —la voz de Treliz era suave, delicada, y tenía un leve tono de miedo.—Sí, no queremos causar problemas —dijo Triloy—. Nuestra presencia aquí ha sido del todo fortuita.—¿Nos estabais espiando o algo así? —preguntó papá.—¿Espiando? —murmuró Treliz.—No —explicó Triloy—. Nuestra nave ha sufrido una avería y no hemos tenido más remedio que descender sobre este planeta. ¿Para qué íbamos a espiaros si ya lo sabemos todo de vosotros?—¿Que lo sabéis… todo? —se puso en guardia papá.—En Trigulia estamos al tanto de lo que sucede en el Universo —dijo Triloy.—Se cuidan de la paz galáctica y todas esas cosas —informó Andrés.—¿Paz… galáctica? —seguía sin salir de su asombro papá.—Sí, algunas razas son peligrosas —asintió ahora Treliz—. Están los jaibos de Argalin, los kauakos de Kurataya, los zibeyis de Zeraytan…—¡Huy, caramba, pues sí que está lleno el Universo, hay que ver! —bromeó sin la menor gana mamá, con una sonrisa de cartón en sus labios.—Me va a estallar la cabeza —se dejó caer hacia atrás papá.—Oh, no se preocupe.Triloy se elevó por encima de la mesa, ingrávido, y se acercó a él. Papá puso la misma cara que si se le acercara una avispa. El extraterrestre no hizo más que dar un par de vueltas a su alrededor.—¿Que tal?—Pues… genial —reconoció papá.Se sentía de fábula.—A mi me duelen las cervicales —se apresuró a decir mamá.Triloy voló hacia ella y repitió la operación, ahora alrededor del cuello y por la espalda de la madre de Andrés.—¡Caramba, sí, mira! —reconoció ella—. ¡Que alivio!—¿A que son chulis? —se animó el niño—. Tienen la mar de trucos.Mamá pensaba ya en la abuela, que estaba muy achacosa. Y papá en su hermano mayor, que no acababa de recuperarse de una operación. ¡A lo mejor podían abrir una consulta médico-galáctica!Pero no, la presencia de los trigulios debía mantenerse en secreto, o aquello se convertiría en un circo, y se los llevarían lejos, y les harían pruebas y…Papá y mamá se miraron una vez más. Como llevaban muchos años casados, no necesitaban hablar para entenderse.—Tendrán que quedarse en el desván —reconoció ella.—Sí, no vamos a echarles —dijo él.—No creo que molesten demasiado.—No, no parece.—Oh, estén tranquilos —dijo Triloy—. Ya hemos cambiado la piel hacepoco y no nos toca hasta dentro de mucho.

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—Sí, y el jamón está muy bueno —reconoció Treliz—. Podría vivir sólo comiendo eso.—¡Son la pera! —se animó aún más Andrés.Todo estaba dicho.O casi.         5         Tener a los trigulios en casa no fue ningún problema, ni aún comiendo todo el jamón que comían, que no era poco. Y pata negra.Aquellas dos semanas fueron las mejores de toda la vida de la familia.Como la casa estaba apartada del pueblo, nadie les veía ni les molestaba. Y todos guardaron el secreto, sabiendo que un desliz terminaría con Treliz y Triloy en un laboratorio.Cada noche, un par de vueltas de cualquiera de ellos en torno a papá y a mamá, y se quedaban como nuevos. Cada mañana, bastaba con dirigir un haz de energía sobre la nieve de la entrada para fundirla. Además, eran ingeniosos: construyeron el mejor muñeco de nieve de toda la comarca. Fue la admiración de todos los niños y las niñas del pueblo.—¿Lo has hecho tú sólo? —le preguntaron a Andrés.—Me han ayudado unos extraterrestres —decía el niño.Y como todos sabían que tenía una imaginación portentosa, se reía.Casi siempre, la verdad es lo que menos cree la gente.Papá examinó la nave, pero no entendió su funcionamiento a pesar de ser muy mañoso con el bricolaje. Mamá en cambio lo que estaba era encantada con las historias que le contaban sus invitados. Ya no tenía miedo, se reía a mandíbula batiente.Les habían preparado el desván como Dios manda, con unas camitas muy confortables, un servicio y hasta una buena estufa para que estuvieran calentitos.Todo era perfecto.Salvo la tristeza de los trigulios.—Pobrecillos —suspiraba mamá.—¿Te imaginas a nosotros perdidos en su mundo? —suspiraba papá.Ni siquiera sabían si eran marido y mujer. El día menos pensado les llenaban la casa de pequeños trigulios.—Somos hermanos —le dijo Treliz.Cuando hablaban de Trigulia contaban cosas que no entendían. Papá, mamá y Andrés se extasiaban oyéndoles. Dos soles, cinco lunas, mundos aéreos, mundos subterráneos, mundos submarinos, máquinas perfectas, una felicidad casi completa…Y a pesar de ello, Treliz y Triloy les dijeron una noche que les gustaba mucho la Tierra.Que era un planeta muy hermoso.Tal vez uno de los más hermosos del Universo.—No quiero que se vayan nunca —decía Andrés.—Tarde o temprano lo harán —razonaba papá—. Encontrarán la forma de arreglar su nave. No pueden quedarse aquí para siempre.Andrés estaba seguro de que sí podían.—La chica de la charcutería me preguntó ayer qué nos ha dado con el jamón —Mamá llegaba con dos hermosas patas, hueso incluido—. Dice que nos hemos vuelto adictos.

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Cada noche se reunían en la salita y jugaban y hablaban y reían.Una mañana Andrés los llevó a pasear por el pueblo. Los metió en su cartera del colegio y ellos, asomados a las dos ranuras superiores, pudieron verlo todo de cerca. Coches, perros, gatos, casas, personas, voces… Fue una gozada.Todo parecía ya normal.Papá, mamá, Andrés, Treliz y Triloy.Hasta que una noche…Acababan de acostarse todos, los trigulios en el desván, Andrés en su cama y papá y mamá en la suya. No llevaban ni cinco minutos las luces apagadas cuando…¡Brrrrmmm…!Toda la casa se puso a temblar, cayeron objetos de las estanterías y las camas se movieron de lugar. Parecía un terremoto, pero por la ventana pudieron ver como una serie de luces bajaban del cielo, muy despacio, hasta posarse justo en el jardín, delante de la puerta de entrada. Papá y mamá fueron a la habitación de Andrés. El niño ya estaba en la puerta. No tuvieron que ir a por Treliz y Triloy porque ellos también volaban en ese instante hacia abajo.Salieron todos al exterior.Y se quedaron boquiabiertos.Al menos los tres humanos.Porque allí, ante ellos, además de una nave galáctica que debía medir diez metros de diámetro por tres de alto, había dos trigulios más, como de cuarenta centímetros de altura, pero con un aspecto nada simpático.Más bien feroz.         6         Uno de los trigulios, el varón, porque llevaba una protuberancia en la cabeza como Triloy, vestía un equipo galáctico lleno de hebillas y chapas de colores. La hembra por contra era muy femenina. Bueno, dentro de lo fea que les resultaba a ellos. Llevaba lacitos por todas partes.Andrés y sus padres aún no sabían el idioma trigulio, que era muy complicado, con gruñidos y cosas así, pero no hacía falta ser muy listo para entender lo que a partir de ese instante dijeron los dos recién llegados y sus dos invitados.—¿Se puede saber que estáis haciendo aquí? —gritó el trigulio varón—. ¡Llevamos un montón de tiempo buscándoos!—¡Y molestando a estos pobres humanos! —mencionó toda preocupada la trigulia hembra.—Papá… —dijo Triloy.—Mamá… —dijo Treliz.—¡Ni papá ni mamá que valga! ¡Por suerte hemos detectado el radio faro de vuestra nave de juguete, que si no…! —volvió a gritar papá trigulio.—Se nos estropeó y… —quiso explicarlo Treliz.—¿Cómo he de deciros que no vayáis más lejos de un millón de años luz de casa, eh?Estaban furiosos.—Ya hablaremos luego —amenazó papá trigulio.—Venga, despedíos de estos entes tan raros que nos vamos —se impacientó mamá trigulia.Treliz y Triloy se volvieron hacia Andrés y sus padres.—Son… —comenzó a decir Triloy con la cabeza gacha.—No hace falta que sigas —le detuvo Andrés—. Son tus padres.Los trigulios adaptaron su traductor universal al idioma humano.

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—Espero que no les hayan causado problemas —se excusó muy amable mamá trigulia.—Oh, no, no se han portado muy bien —dijo rápida mamá.—Si han roto algo… Porque en casa lo rompen todo —continuó papá trigulio.—No, no, aquí no han roto nada, al contrario, han sido de gran ayuda —afirmó papá.—Si es que no se les puede dejar solos —dijo mamá trigulia.—Desde luego, ¡que me va a decir a mí! —suspiró mamá—. Este es nuestro hijo Andrés. Tiene siete años y también organiza cada lío…—Yo no organizo ningún lío —protestó Andrés con amargura.Miró a Treliz y Triloy en busca de soporte. En sus ojos encontró toda la camaradería que cabe esperar de unos buenos colegas. Aunque sean de otro mundo.Que fueran niños como él, de pronto, le parecía fascinante.Los cuatro adultos hablaban. Los trigulios estaban más calmados. Papá y mamá más encantados de la visita.—Este planeta parece muy tranquilo, ¿verdad? —dijo mamá trigulia.—Oh, sí, lo es —afirmó mamá.—Deberíamos incluirlo en nuestras rutas vacacionales —continuó mamá trigulia.—¡Uy, cuando quieran! Nosotros es que aún no salimos al espacio, ¿saben? Todavía no hemos estado más que en nuestra luna —la informó mamá.—Andamos un poco retrasados —aclaró papá.—Nos encantaría que nos visitaran. Si nuestros hijos se han hecho amigos… —manifestó papá trigulio.—Sería un placer —agradeció papá.—Entonces estaremos en contacto —dijo solícito papá trigulio.—Ahora hemos de irnos —suspiró mamá trigulia. Y dirigiéndose a sus hijos agregó—: La abuela estaba muy nerviosa. ¡Si es que sois…!Era la hora de las despedidas.—¿Como dicen adiós ustedes? —preguntó papá trigulio.—Nos damos la mano. Así, ¿ve?Le estrechó la mano.—Nosotras nos damos dos besos —mamá se acercó a mamá trigulia, pasando de lo mal que olía y la besó en las mejillas.—Nosotros gruñimos. Así —y papá trigulio soltó un feroz rugido que lespuso los pelos de punta.Eso era todo.Los cuatro trigulios se dirigieron a su nave. Les saludaron desde la escotilla, la cerraron y…—¡Eh, os dejáis vuestra nave! —gritó Andrés.Comprendió que, si estaba rota, no les servía de nada. En cambio, él, tal vez con el tiempo, hasta podría repararla y…La nave trigulia se elevó.—Bueno, ya me había acostumbrado a ellos —soltó una lagrimita mamá.—Esos críos… son iguales en todas partes —dijo papá.Cogieron a Andrés de la mano. Uno por cada lado.Y entraron de nuevo en la casa.—Podían haberse llevado el jamón —dijo mamá recordando que tenía la nevera llena.

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EL CUENTO DE HOY, JUEVES 19 DE MARZO

LA ESCAPADA© Jordi Sierra i Fabra 1989

         —¡Cuidado!El grito de Meg le obligó a reaccionar. Dio un gran salto, pero no hacia atrás, como esperaba la guillotina, sino hacia adelante. La hoja pasó a escasos centímetros de su cuerpo.—¡Hacia el pasadizo, Meg! —ordenó Buggs.Ella le obedeció. Buggs tenía el camino cortado por la guillotina, pero en el momento en que la hoja volvió a subir, él aprovechó el preciso instante de su rápida elevación para volver a pasar bajo su arco. La cuchilla reaccionó demasiado tarde. Cayó de nuevo con un seco chasquido, pero ya Buggs le había dado la espalda iniciando la huida.—¡No te detengas! —dijo al ver que ella reducía su velocidad para esperarle.—¡Buggs!—¡No nos queda mucho, ya lo sabes! ¡Apenas cinco minutos!El pasadizo se estrechaba. Más adelante vieron un recodo, casi un ángulo recto hacia la izquierda. Meg fue la primera en doblarlo. Desapareció de su vista y, de inmediato, Buggs escuchó el alarido.De puro terror.Se precipitó ciegamente por el lugar, y no se detuvo ni siquiera cuando vio a Meg en las garras del troll. Sus fauces de dientes largos como machetes estaban abiertas, a punto de dar la primera dentellada y destrozarla. Una vez más, la reacción dependía de un segundo.Se abalanzó hacia la derecha, hundió sus manos en la tierra y arrancó una roca de grandes dimensiones. Luego la arrojó con todas sus fuerzas contra el troll. De haber creído que eso era suficiente, habría gritado por su puntería: la roca entró directamente en la boca del monstruo, y al cerrarla, sus dientes se rompieron como cristales.Soltó a Meg.—¡Bajo sus patas!Meg rodó sobre sí misma hasta levantarse a espaldas del troll. El animal se enfrentó a Buggs, rabioso. Dirigió sus garras hacia su víctima y lo hizo retroceder.—¡Resiste! —dijo Meg.Buggs la vio arrancar otra roca, levantarla por encima de su cabeza y echársela desde una distancia muy corta. Fue un golpe de suerte. El troll, alzado sobre sus patas traseras, no pudo resistir el peso y perdió el equilibrio. Cayó pesadamente al suelo.Buggs eludió la roca, saltó en dirección a la cabeza de la bestia y la pisó. El animal lanzó una dentellada al aire, pero por entonces Buggs ya corría sobre su cuerpo, hasta saltar al otro lado, donde Meg le esperaba.—¡Ya!Corrían más que el troll, por lo que lo dejaron atrás en unos segundos. El pasadizo se ensanchó y pronto pudieron ver el bosque a lo lejos. El rugido de la fiera les hizo comprender que la pesadilla aún no había terminado.Faltaban apenas diez metros para entrar en el bosque cuando…

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—¡Esperad! ¡No podéis pasar por aquí sin antes luchar conmigo!—¿Y tú quién eres?—¡El Espadachín Loco!Era cierto, el aparecido vestía de forma estrafalaria, como un mosquetero, con capa, jubón, sombrero… y agitaba una espada delante de sus ojos.—Yo no tengo espada —dijo Buggs.—¡Aquí tenéis una! —señaló una panoplia colgada de la pared.—¡Buggs, el troll! —gimió Meg.No tardaría en aparecer por allí, así que se movió rápido. Cogió la espada y le bastaron unos pocos intercambios para saber que su oponente era bueno, muy bueno, mejor que él. No tenía tiempo de ser un caballero. Y además estaba Meg. Necesitaban seguir. Seguir no sólo por el Espadachín o por el troll. Se trataba del tiempo. Cuando se agotase el que tenían… todo terminaría igualmente.Le arrojó la espada como si fuera un cuchillo. No esperaba darle, sólo distraerle. Y lo logró. El Espadachín Loco se apartó y perdió su posición, bajo la guardia. Buggs se echó sobre él sin darle tiempo a reaccionar y lo abatió de un puñetazo.El troll apareció en escena.Se internaron por el bosque. Claro que no era un bosque normal. Le llamaban el Bosque del Revés. Los árboles tenían la copa en el suelo y las raíces en el aire, del cual se alimentaban. Por esta razón avanzar era extremadamente lento. Su superficie parecía una selva de ramas y hojas, a veces impenetrable. Y lo peor eran las piñas explosivas.—¡Cuidado!Meg había rozado una con su pierna. Buggs la derribó y la cubrió con su cuerpo. La explosión fue seca y estruendosa, pero no les alcanzó. Se incorporaron sin descanso.—¿Cuánto falta? —pregunto ella.—Menos de cuatro minutos.—No lo conseguiremos. todavía…—¡Sigue! —no quiso ceder a su desaliento.Se arrastraron, saltaron de tronco en tronco, esquivaron otras dos explosiones y, finalmente, se encontraron frente al Muro Insalvable. Era una pared que se perdía a derecha e izquierda, y también por encima de sus cabezas. Meg le dio un golpe con su puño.—Apártate —dijo él.Cogió una de las piñas explosivas y la lanzó contra el muro antes de que le estallara en la mano. No hizo falta una segunda. Se abrió un boquete lo bastante grande como para que pudiera pasar. A su espalda, los rugidos del troll y los gritos del Espadachín Loco se mezclaban en su persecución.Y a ellos no les afectaban las piñas explosivas.Apenas unos pasos al otro lado del muro, se detuvieron de nuevo.Un centenar de miembros de la tribu de los reductores de cabezas les cortaron el paso.—¡Volvamos a por más piñas explosivas!—¡No hay tiempo! —la detuvo Buggs.—¡Pero no podemos enfrentarnos a tantos! —protestó ella—. ¡Nos reducirán de tamaño y entonces estaremos perdidos, nunca llegaremos a Paraíso!Esa era la clave: la tribu no mataba a sus víctimas, sólo las reducía de tamaño.

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Pero para ellos sería tanto como si les hundieran sus lanzas. A su espalda, el Muro Insalvable impedía la huida.Y en ese momento la zarpa del troll surgió por el boquete.—¡Ven! —Buggs tiró de su compañera, guiándola hacia la derecha en paralelo al muro.Consiguieron dejar atrás a la tribu, al troll y al Espadachín Loco, pero pocos segundos después…—¡Buggs!, ¿qué es eso?Parecían pájaros grandes, pero hacían un ruido muy peculiar, como el que produce una espada o una hoja de metal al ser agitada a mucha velocidad en el aire.Demasiado tarde comprendieron que no eran pájaros.—¡Son mariposas de acero! —alerto él.—¡Un golpe de sus alas nos dejará inconsciente!—¡Agáchate!Estaban bajo ellas. Eran tan grandes como un águila. Sus alas de metal blandían el aire emitiendo constantes zumbidos. Por lo menos no eran más peligrosas: ni les atacaron ni les hicieron retroceder. Meg tuvo entonces una idea.—¡Colócate debajo de una y agárrate a sus patas!Buggs saltó hacia arriba y se sujetó a las patas de una de las mariposas de acero. Meg le imitó. La idea funcionó porque las dos mariposas alzaron el vuelo, asustadas, buscando la libertad.—¡Vamos, vamos! —gritó Meg—. ¡Llevadnos lejos!Desde la breve pero respetable altura vieron a sus perseguidores burlados, aunque no vencidos. También vieron a lo lejos su destino.Paraíso.—¡Tres minutos!—¡Seguiremos con estos bichos mientras vayan en línea recta!A ambos lados los peligros se sucedían, y por detrás sus perseguidores insistían en seguirles. Por desgracia, las mariposas perdieron fuerzas y altura no mucho después.—¡Están agotadas! —lamentó Meg.—¡Mira, vamos hacia el río de las serpientes!Era un río sin agua, formado sólo por serpientes de todos los tipos y tamaños, casi todas venenosas. Si caían en él no saldrían jamás.—¡Sujétate!Las mariposas planeaban por encima del río, tratando de que sus dos pesadas cargas cayeran en él. Buggs tensó los músculos, hizo una ágil pirueta y y se encaramó sobre su mariposa. Meg le imitó. Ahora ellas no podían condenarle al río sin condenarse a sí mismas.Los dos animales sacaron fuerzas de flaqueza, ganaron un poco más de altura y alcanzaron la otra orilla, donde se dejaron caer exhaustas. Buggs y Meg bajaron al saberse a salvo, sin dejar de correr rumbo a su objetivo: la salvación.No llegaron muy lejos tampoco esta vez.—¡Oh, no! —lamentó Meg—. ¡Las antimúsicas!Se movían a tal velocidad que era imposible verlas. Lo único que se apreciaba era una estela negra, zigzagueante, difusa e inconcreta. Eran pirañas del aire, aturdían a sus enemigos y los devoraban.—¡Nos han visto!Meg buscó algo a su alrededor.

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Algo capaz de…Se agachó y cortó un tallo, fuerte y duro. Le quitó las hojas y lo pulió por ambos extremos. Luego aspiró su contenido y lo escupió al suelo. Cuando el tallo estuvo hueco por dentro se lo llevó a los labios.Las antimúsicas se disponían a rodearlos.—¡Espero que funcione!Sopló por un extremo y produjo un silbido que pronto armonizó convirtiéndolo en música.Las antimúsicas se detuvieron aterradas.Mientras Meg tocaba, Buggs hizo otra flauta. Le añadió unos agujeros y la música sonó todavía mejor. La suave melodía fue definitiva.Las antimúsicas se alejaron, zumbando a la desbandada.No dejaron de tocar mientras corrían, hasta estar seguros de que ellas no les perseguían. Entonces tiraron las flautas e incrementaron la velocidad, sabiendo que podían perderlo todo por un segundo.—¡Allí, a la Autopista Infernal!—¡No, es peligroso!—¡No hay otra solución si queremos llegar a tiempo! ¡Apenas nos quedan dos minutos!La Autopista Infernal era una vía de sentido único tanto para ellos, si querían llegar a Paraíso por la vía directa, como para los coches que, a toda velocidad, circulaban en sentido contrario. A ambos lados aparcaban los coches disponibles para quienes quisieran arriesgarse a introducirse en ella y evitar la colisión circulando de cara.—¡Podemos alcanzar la la costa en menos de medio minuto y atravesar el Océano Transparente hasta Paraíso!La otra alternativa era seguir a pie por el Desierto de las Rocas, donde la sed azotaba nada más pisar sus ardientes arenas. Precisamente las rocas eran las estatuas de todos los que no lo habían conseguido.—¡Confía en mí!  —dijo Buggs.Subieron a un coche de color rojo con el número 7 grabado en el morro. Buggs lo puso en marcha y lo introdujo en la carretera. Los primeros coches que volaban en sentido contrario pasaron a gran velocidad. Entonces apretó los dientes, los puños sobre el volante y pisó el acelerador a fondo.Bastaba no ya un choque, sino un roce, para que su vehículo saliera despedido por los aires.Y si la llamaban la Autopista Infernal era por algo.Meg contuvo la respiración. Buggs eludía coches, motos, camiones, en un alarde de seguridad.—¡Allí!Eran dos y avanzaban pegados el uno al otro, sin dejar un resquicio por el que pasar. No había salvación. Sin embargo, Buggs no se arredró, giró el volante y tiró del freno de mano, cambió el sentido de su marcha 180º y obligó a que los dos vehículos se apartaran para tratar de adelantarle. Justo al hacerlo pisó el freno, volvió a cambiar el sentido de la marcha y cuando los dos coches pasaron por su lado él recuperó toda su velocidad volviendo a sortear los que le venían de cara.—¡Allí está el Océano Transparente!Dejaron la autopista por la salida que daba a su destino y corrieron hacia la orilla. Paraíso se alzaba en mitad del mar, como una isla majestuosa y plácida. Sólo necesitaban una barca a motor. La única del embarcadero la custodiaba

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una araña gigante, pero a estas alturas Buggs ya no estaba para perder más tiempo. Agarró un palo, se introdujo entre sus patas tras engañarla y una vez debajo de ella se lo hundió. Meg ya ponía en marcha el motor cuando él saltó a la barca.Lo malo del Océano Transparente era eso: su transparencia.En su fondo se veían los restos de todas las barcas que lo habían intentado antes… y fracasaron.—¡No mires! —previno Buggs.—¿Que no mire? ¡Pues si no miro cómo nos libraremos de ella!La hidra de siete cabezas subía ya a su encuentro.—¡Renace a medida que se le cortan las cabezas! ¡La única solución escortárselas todas de golpe!—¿Cómo lo haremos? —se alarmó ella—. ¡No tenemos nada!—¡Cambia el rumbo cada vez que te lo diga!En el instante en que la hidra salía del agua, Meg dio más presión al motor, atacándola. El monstruo no lo esperaba, así que, sorprendido, vio como la barca pasaba por debajo de su cuerpo. Dos de sus cabezas siguieron su rumbo.—¡Izquierda, noventa grados! —dijo Buggs.Meg le obedeció. Otras dos cabezas de la hidra siguieron a la barca y se mezclaron con los largos cuellos de las dos primeras.—¡Media vuelta, ciento ochenta grados!De nuevo Meg hizo lo que él le decía. Las primeras y las segundas cabezas comenzaron a entrelazarse con las otras tres.—¡Sigue!La barca enderezó el rumbo, pero ya la hidra no pudo hacer nada para seguirla o tratar de detenerla. El nudo con sus siete cabezas era un hecho. Sus catorce ojos se abrieron llenos de estupor. De sus siete bocas surgieron rugidos ensordecedores e impotentes. Dando coletazos de rabia se hundió en las aguas hasta llegar al fondo.—¡Libres! —cantó Meg.—¡A Paraíso! —gritó Buggs.Apenas si quedaban quince segundos.Ya no podían fallar. La isla estaba allí mismo.La barca se quedó sin gasolina a unos metros de la orilla. Se lanzaron al agua y alcanzaron tierra firme a nado.El último obstáculo.—¡La puerta!Tras ella la libertad, la paz, el éxito.Meg cogió las siete llaves que colgaban del picaporte. En otras circunstancias con probarlas todas habría sido suficiente, tanto hubiera dado que la abrieran con la primera o con la última.Ahora no era así.—¡Tres segundos! —se asustó Buggs.Un sólo intento. No disponían de tiempo para más. Uno sólo.Meg escogió una llave al azar, guiada por su instinto.—¡Dos segundos!La introdujo en la cerradura, contuvo la respiración y la hizo girar.—¡Un segundo!La cerradura saltó, libre.

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Y la puerta de Paraíso se abrió.—¡Sí! —dio un salto Meg.Lo habían logrado. A través de la puerta vieron la exuberancia de Paraíso, su paz infinita y su belleza.Los dos se abrazaron, felices.—¡Lo hemos logrado, lo hemos logrado, oh, Buggs!—Todo ha terminado, cariño. Sabía que lo lograríamos.Cruzaron la puerta, pero no tuvieron tiempo ni de cerrarla. En aquel momento todo desapareció a su alrededor. Paraíso se evaporó en el aire. En su lugar ellos flotaron en una especie de vacío lleno de luces de colores. Fue una sensación increíble, como si estuvieran saltando y viajando por el espacio.Se dieron la mano para no separarse.Sabían muy bien lo que significaba aquello.Los hermosos ojos de Meg buscaron los de Buggs con cansancio y abatimiento.—¡Oh, no! —exclamó—. ¡Va a volver a jugar!—Pero… ¿es que no se cansa nunca? ¿Cuántas veces van hoy?—¡Catorce!—¿No tiene nada más que hacer?—¿Quién nos metería en este videojuego? —protestó Meg.—¡El problema es el niño! ¡Es insaciable!Los colores seguían envolviéndoles, pero ellos ya estaban preparados.—¡Por lo menos ahora ya es bueno y ha aprendido! —suspiró Meg—. ¿Recuerdas al comienzo, cuando moríamos cada vez en todas las aventuras a las primeras de cambio?—O casi al final, que daba una rabia…—Prepárate.—¡Allá vamos!A su alrededor se formó de nuevo la imagen. Se encontraron en el comienzo, frente al primer pasadizo, nivel nueve de dificultad, y como el juego contenía miles de rutas, no siempre pasaban por caminos o historias conocidas. En cuanto el niño que jugaba con ellos pulsara el botón de inicio de la partida…De entrada dispondrían de una fracción de segundo para evitar morir en el acto.—¡Ya!Y nada más asomar el primer peligro frente a ambos, Meg gritó:—¡Cuidado!

EL CUENTO DE HOY, VIERNES 20 DE MARZO

LA HISTORIA DEL PÁJARO QUE HABLA,EL ÁRBOL QUE CANTA Y EL AGUA DE ORO,

O EL CUENTO DE LOS TRES HIJOS DEL SULTÁN© Jordi Sierra i Fabra 2005

(versión libre de un cuento de “Las Mil y Una Noches”)

En cierta ocasión, un príncipe persa llamado Koruscha deambulaba de incógnito por las calles de su capital en compañía de su gran visir, cuando escuchó a tres hermanas hablando de su futuro.

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—Me gustaría casarme con el panadero del sultán —decía la mayor—, para comer siempre esa delicia de pan que él elabora.—Pues a mí me gustaría ser la esposa del cocinero mayor —aseguró la mediana—, para degustar siempre sus fantásticos guisos.—Yo en cambio desearía casarme con el propio sultán —suspiró la menor—, porque no veo la razón de ser modesta en dicha empresa.Al día siguiente el soberano las hizo llamar y, para su sorpresa, les concedió sus tres sueños: casó a la mayor con su panadero, a la mediana con su cocinero y se reservó a la más pequeña para sí mismo, prendado de todas formas de su belleza. Como las bodas de las dos hermanas fueron sencillas, y la de la esposa del sultán propia de los fastos que requería el enlace, los celos y la envidia se adueñaron de los corazones de las mayores.Y se hicieron más intensos con el paso de los meses.El día que nació el primer hijo de la sultana, las dos hermanas se apoderaron del pequeño y lo arrojaron a las aguas del canal que pasaba por los jardines de palacio. Luego le dijeron al sultán Koruscha que su hermana había alumbrado a un monstruo. Eso lo sumió en la tristeza, más se resignó a la evidencia por devoción a su amada. Mientras tanto, la cesta que mantenía a flote al príncipe fue recogida por el intendente real, que llevó al niño a su esposa, mujer estéril, que lo recibió como un regalo del cielo.Al año siguiente, la sultana alumbró un segundo príncipe, y de nuevo sus hermanas se lo arrebataron y lo dejaron en una cesta sobre las aguas del canal, diciéndole al sultán que en esta oportunidad la criatura nacida era un gato. El dolor de Koruscha fue tremendo, pero siguió amando a su joven esposa y confiando en una mejor suerte futura. Aquel niño, como su hermano, fue recogido también por el intendente, que lo adoptó como suyo.Meses más tarde, la sultana dio a luz a una preciosa princesa, que no corrió mejor suerte que la de sus hermanos. Las hermanas mayores de la esposa del sultán la colocaron en otra cesta que fue a parar también a la ribera de la casa del intendente real, mientras que al sultán le informaban de que el alumbramiento había sido el de otra monstruosa criatura.Ya no pudo resistirlo Koruscha. No tuvo más remedio que repudiar a su mujer y disponerse a vivir sin su amor y condenado a la más espantosa de las soledades.Todo lo contrario que su intendente, feliz con su numerosa familia, ya que los dos niños y la niña recogidos del canal pronto destacaron tanto por su belleza como por su inteligencia, siendo acreedores de las mejores atenciones por parte de sus maestros y educadores. A la sazón, sus nombres eran Baman, Perviz y Parizada.La esposa del intendente fue la primera en morir, años después, a causa de una enfermedad que le arrebató la vida rápidamente, y a los pocos meses lo hizo él, dejando a los tres jóvenes huérfanos, pero perfectamente acomodados y sin privaciones económicas.Una tarde en que Parizada estaba sola en casa, pues sus hermanos Baman y Perviz se hallaban de caza, llamó a su puerta una peregrina en demanda de agua y descanso para sus pies. Parizada la recibió con bondad, cediéndole el mejor asiento y regalándola con la mejor comida, movida por la ternura e inocencia que la caracterizaban. La peregrina alabó sus dotes y sus dones, y también la maravillosa casa en la que se encontraba, hablando de esta forma:—Os juro, mi señora, que hacía años que no me sentía tan bien atendida y en

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un lugar más confortable. Tenéis una casa preciosa que roza la perfección y a la que sólo faltarían tres cosas para alcanzarla.—¿Y cuáles son esas tres cosas? —se asombró la muchacha.—El pájaro que habla, el árbol que canta y el agua de oro —le respondió la mujer.—¿Acaso existen tales maravillas?—Muy ciertamente —asintió la peregrina—. Aunque están en losconfines del reino, no tendríais más que seguir el camino que pasa por delante de vuestra puerta durante veinte días, al término de los cuales la primera persona con la que os encontraseis os diría el exacto lugar en el que se hallan las tres perfecciones de que os he hablado.Por la noche, cuando sus hermanos llegaron a casa, Parizada les refirió la conversación con la peregrina. Tal fue el entusiasmo de sus descripciones que, al instante, Baman se aprestó a ir en busca del pájaro, el árbol y el agua. Nada le disuadió y al amanecer se dispuso a emprender el camino. Antes de hacerlo entregó a Perviz y a Parizada un cuchillo y su empuñadura.—Extraed cada día este cuchillo de su vaina —les dijo—. Si la hoja permanece brillante, es que sigo vivo. Si por el contrario se empaña y gotea sangre… rezad por mí, pues será que he fracasado en mi empeño.Partió el príncipe Baman por el camino, y a los veinte días de haberlo iniciado se encontró a un hombre sentado sobre una piedra. Era el primero que veía en muchos días, así que dedujo que las palabras de la peregrina eran tan ciertas como que él iba a decirle donde se encontraban el pájaro hablador, el árbol cantante y el agua de oro. Nada más preguntarle, el semblante del hombre se demudó.—Señor —dijo temblando—, conozco el camino que me solicitáis, y temo en verdad daros respuesta, pues otros muchos valerosos caballeros han intentado llegar hasta esas tres maravillas y ninguno ha regresado para contarlo. Por favor, regresad a casa y olvidaos de ello.Insistió Baman, asegurando que no tenía miedo, y fue tal su terquedad que acabó convenciendo a su informante, el cual, resignado, le entregó una bola que extrajo de uno de sus bolsillos.—Tomad esta bola, seguid por este sendero y arrojadla al suelo. Ella os conducirá hasta la falda de un monte. Bajad entonces del caballo y subid por él. Veréis piedras negras a ambos lados. Son los caballeros que lo intentaron antes que vos. Las piedras os insultarán, os infundirán terror, tratarán de llevar el pánico a vuestro corazón. No os asustéis ni miréis atrás, pues si lo hacéis… quedaréis también convertido en una piedra negra. Si llegáis a lo alto del monte hallaréis la jaula del pájaro que habla y él os dirá también donde están el árbol que canta y el agua de oro.Hizo Baman lo que le decía el hombre. Subió a caballo, se internó por el sendero, arrojó la bola, que se puso a rodar de inmediato, y cuando ésta se detuvo lo hizo él. Nada más poner pie en tierra inició la ascensión del monte, y al poco llegó hasta las primeras piedras negras.Entonces, las más cavernosas y horripilantes voces lo asaltaron.—¿Dónde vas, insensato?—¡Vas a morir, imprudente!—¡Detente o saltaremos sobre ti!Le llamaron asesino, ladrón, se burlaron de él, le hicieron temblar de tal forma que en un punto de la ascensión Baman sintió que las fuerzas lo abandonaban.

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Se arrodilló, quiso mirar hacia atrás para no caer… y entonces se convirtió en una piedra negra, lo mismo que su caballo.Aquella noche, cuando Perviz y Parizada sacaron el cuchillo de su vaina y lo vieron sangrar, supieron que su hermano había sucumbido a su aventura.Por la mañana, Perviz le dijo a su hermana:—Voy en busca de Baman. No puedo soportar quedarme aquí sin hacer nada pensando que tal vez esté en peligro.Nada que pudiera decir Parizada iba a cambiar su voluntad. El príncipe Perviz le entregó entonces un collar con cien perlas y le dijo:—Repasa cada noche las cuentas de este collar. Si un día no puedes moverlas, como si en el hilo hubiera un nudo o estuvieran pegadas unas a otras, es que he corrido la misma suerte que Baman.Marchó Perviz a caballo dejando sola a su hermana, y durante veinte días mantuvo la marcha hasta encontrar al mismo hombre sentado sobre una piedra que había hallado en su momento Baman. Se repitió la escena ya sabida, la súplica de Perviz, el miedo del hombre y poco más. Perviz arrojó la bola, subió al monte, resistió cuánto pudo las amenazas de las voces… y sucumbió asustado al mirar atrás una simple fracción de segundo.Aquella noche, las perlas del collar no pudieron moverse y supo Parizada que Perviz había corrido la misma suerte que Baman.Al amanecer fue ella la que se puso en camino, dispuesta a rescatarlos, pues sin ellos se sentía perdida en el mundo.Veinte días después, se encontró al hombre que trató de disuadirla y acabó haciéndole las mismas recomendaciones que a Baman y Perviz. Para su sorpresa, Parizada no demostró tener miedo alguno, al contrario, acabó sonriendo ante el desconcierto de su informante.—Loca, la pobrecilla, ¡loca! —suspiró al verla marchar.Parizada siguió el rodar de la bola, descendió de su caballo e inició la subida al monte. Las piedras negras pronto se cebaron en su persona:—¡Una mujer! ¿Qué te has creído, estúpida?—¡Te cortaremos la cabeza y jugaremos con ella!—¡Un paso más y morirás de dolor!Entonces la muchacha se detuvo y se colocó en ambos oídos sendos tapones hechos con algodón.Ya no escuchó nada hasta coronar la cima del monte y ver allí la jaula del pájaro hablador, momento en que se quitó los tapones.—Señora, os juro fidelidad —dijo el pájaro rendido a su conquista.—Dime dónde están el árbol que canta y el agua de oro.—En este bosque —indicó el pájaro a su espalda—. Os bastará con tomar un poco de líquido del estanque con un frasco y cortar una rama de cualquier árbol que deberéis plantar en vuestro jardín.Hizo lo que le decía el pájaro y tras sostener la jaula con una mano le hizo la última pregunta:—No me iré de aquí sin liberar a mis hermanos.—No tenéis más que verter un poco de agua sobre cada piedra negra y los encantados volverán a la vida, mi señora.De nuevo hizo Parizada lo que le decía el pájaro, y uno a uno los caballeros volvieron a ser humanos a medida que ella iba vertiendo unas gotas de agua sobre cada piedra. Al recobrar la existencia Baman y Perviz, y ver el éxito de su hermana, lo celebraron con grandes muestras de alborozo, lo mismo que el resto de hombres de todas las edades vencidos antes por aquel mágico influjo.

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Se puso en marcha la comitiva, descubriendo junto a la piedra en la que había estado sentado el cuerpo sin vida del hombre que a todos había guiado en la acometida final de su empeño. Luego, cada cual se encaminó rumbo a su casa y los tres hermanos regresaron a la suya. Una vez en ella Parizada colocó la jaula en el jardín y apenas comenzó el pájaro a cantar cuando miles de ruiseñores, alondras, mirlos, pinzones y otras especies llegaron para hacerle coro. Sucedió lo mismo con la rama del árbol, que creció en pocos días y diseminó una melodiosa armonía a su alrededor, igual que si allí hubiese un coro celestial. Por último, una vez construida la fuente que emplazaron también en el jardín, Parizada vertió el frasco con el agua de oro, que la llenó al instante hasta coronar un hermoso surtidor de varios metros de altura que arrancaba brillos dorados del propio sol.Esto habría sido todo, de no ser porque el destino tenía reservado a los tres hermanos una última sorpresa.Un día que Baman y Perviz estaban cazando, fueron sorprendidos por el mismísimo sultán. Koruscha quedó impresionado por los dos muchachos, y también por su valor. Los invitó a acompañarlo y días después, falto de hijos a los que amar, les propuso que se fueran a vivir con él a palacio. Baman y Perviz le respondieron que lo harían, siempre y cuando Parizada los acompañara. El sultán les dijo que iría a cenar a su casa por la noche, y que entonces hablaría con la muchacha.Cuando Baman y Perviz informaron de la visita del sultán a Parizada, esta fue a ver al pájaro hablador para preguntarle qué podía ser más grato al buen gusto y mejor paladar de Koruscha.—Preparadle una fuente de pepinos rellenos con perlas —dijo el pájaro.No era más extravagante el plato que el relleno, sobre todo porque los tres hermanos no eran tan ricos como para tener tantas perlas.—Cavad en el extremo del jardín y las encontraréis.Obedecieron al pájaro y, en efecto, hallaron un cofre lleno de perlas en aquel lugar. Pero sin apenas tiempo para celebrarlo, pues se acercaba la hora de la cena, se apresuraron en condimentar aquel extraordinario plato. Cuando llegó Koruscha de lo primero que se maravilló fue de la fuente con el agua de oro, y a continuación de la mágica melodía que susurraban las ramas del árbol. Se sintió en el paraíso. Finalmente, al sentarse a la mesa y ver los pepinos rellenos de perlas…—¿Pero, qué es esto? —se asombró el sultán.Y entonces todos escucharon la voz del pájaro diciendo:—¿Os asombráis de este plato, mi buen soberano, y no lo hicisteis cuando dos perversas hermanas os confundieron mintiendo sobre los alumbramientos de vuestra esposa? ¡Sabed que estos son vuestros hijos y que es hora de que se haga justicia!Se abrazaron el padre y sus tres hijos al descubrir la verdad de sus vidas, y aquella misma noche fue devuelta a palacio la sultana, para completar la felicidad con su presencia y reunirse todos ante su nuevo futuro, mientras sus dos envidiosas hermanas eran sentenciadas por las malas artes de su perversidad.

EL CUENTO DE HOY, SÁBADO 21 DE MARZO

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EL PARTIDO DE FÚTBOL ENTRE LOS ETERNOS RIVALES© Jordi Sierra i Fabra 1984

Atención, ¡mucha atención!… porque va a comenzar el mayor espectáculo del mundo. Bueno, al menos del mundo del bosque.Hoy es el día.Hoy volverán a medir sus fuerzas.¡Qué emoción! ¡Qué pasión!Una vez al año, los moradores del Bosque Alto, en la montaña, se reúnen con los del Bosque Bajo, en el valle. Este día, todo se paraliza, nadie caza a nadie, nadie molesta a nadie, hay paz, porque nada es más importante que el máximo evento anual, la cita a la que no se puede faltar, y a la que no faltan, desde hace muchísimos años, los enfervorizados habitantes del lugar.Nieve o haga sol. Llueva o caigan piedras.Es el gran día.El día del partido de fútbol que cierra las Fiestas de la Naturaleza y que enfrenta al Bosque Alto Club de Fútbol y al Deportivo Bosque Bajo.Desde primeras horas de la mañana, las hormigas han dejado de trabajar y los pájaros de revolotear por entre los árboles, los lagartos se olvidan del sol y las abejas de libar las flores, las cigarras de cantar y las arañas de tejer sus telas. Ya no se habla de otra cosa. Todos, sin faltar uno, hacen cola con su entrada dispuestos a conseguir un lugar de primera en el gigantesco estadio del Claro del Arroyo. ¡Ah…! El partido de fútbol es todo un espectáculo, un acontecimiento, un hito.Y eso que, todavía, ningún equipo ha logrado ganar al otro.Todos los partidos han terminado con un empate a cero.Pueden argüirse mil motivos para justificar tanta igualdad, mil teorías. Unos dicen que los porteros son tan formidables que difícilmente se les colará nunca un gol. Otros piensan que el juego defensivo es superior al de ataque, por desgracia, ya que cada equipo coloca a sus jugadores más voluminosos en la defensa. Los más piensan que, dada la rivalidad, el caso es no perder y así todos contentos con el cero a cero, aunque la victoria representaría mucho para el que se la apuntase.Da lo mismo. Cada año los habitantes del bosque acuden a su cita, esperando que éste sea el año decisivo.Gritos, banderas, animación sin límite, pasión…¡Qué formidable fiesta!Y pacífica, porque la rivalidad no admite malos modos. A fin de cuentas, todos son animales, viven en el Bosque Alto o en el Bosque Bajo. Hay un respeto.¡Sólo faltan cinco minutos para que dé comienzo el partido! ¡El estadio es un clamor! El día es magnífico, la tarde apacible, no hace nada de viento y el sol contribuye a la fiesta sin apretar demasiado. Además, el campo de fútbol es comodísimo y tiene grandes hojas verdes cubriendo su perímetro para mayor comodidad del público. Las apuestas entran en tramo final. Los partidarios de uno u otro equipo tratan de dominar el ambiente con sus cantos y gritos. ¡Todos a una! ¡Vamos!Hay que verlo, hay que estar ahí, ¡es demasiado grande para contarlo!Este año, el Bosque Alto ha fichado a un fenómeno, un jugador fuera de serie procedente de la llanura: un ciempiés. ¡Su juego de patas es maravilloso!

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¡Cómo se pasa la pelota de una a otra, mareando al contrario! Es el máximo goleador de la llanura.Pero los del Bosque Bajo no se han quedado atrás. Ellos también han conseguido los servicios de otro astro rutilante, el número uno de los jugadores de los lagos: un saltamontes. ¡Cómo regatea! Agarra la pelota y de un salto, ¡zup!, pasa por encima del contrario. ¡Algo único! Los dos fichajes han costado una barbaridad. Luego hablo de ello.¡Estos divos…!El caso es que este año el partido promete ser emocionante al máximo.También los entrenadores son expertos.El del Bosque Alto es un mirlo que vuela cada domingo sobre los estadios de la ciudad, donde juegan los humanos, y allí aprende técnicas y tácticas profesionales. El entrenador del Bosque Bajo, por su parte, es una rata que tiene un túnel directo al vestuario del equipo de la vecina ciudad, y allí también oye todo lo que dice el entrenador.Uno y otro han declarado a los medios informativos que este año van a ganar. ¡Un duelo temible!¡Ya! ¡Ya está! Apenas si puedo relatarlo por encima del griterío. Los dos equipos saltan al terreno de juego. Se disparan cohetes. Las palmas, las antenas, las patas echan humo. Sí, sí, son las alineaciones previstas.Por el Bosque Alto Club de Fútbol destaca en la portería su fenomenal guardameta, la araña, que cubre todo el marco sin dejar un resquicio. Por el Deportivo Bosque Bajo tenemos de portero al fabuloso erizo. ¡Cada vez que toca la pelota la pincha! Pero es fantástico. Le chutan, eleva sus pinzas y… ¡chas!Al frente de ambos equipos sus capitanes: la sinuosa serpiente, muy sibilina ella, por parte de los Altos, y la hormiga veloz, rápida e incisiva, por parte de los Bajos.¡Oooohhh…..! ¡Hace el saque de honor la muy bella reina de las fiestas,la Miss del año, la hermosa musaraña!El público, imparcial en eso, aplaude extasiado.Suena el himno del bosque. ¡Tachín-tachín!, todos de pie y con cara solemne, con las autoridades en primera fila.El árbitro es el muy severo moscardón, que zumba a los dos capitanes mientras se sortea el campo y el saque. La primera parte la jugarán los Bajos a la derecha y los Altos a la izquierda.Un, dos, tres, el partido va a empezar…¡Piiii!¡Que gane el mejor! ¡Atención…!Ha cogido la pelota el astro del Bosque Alto, el formidable ciempiés. Avanza protegiendo el esférico con sus patas. La pelota parece perderse entre ellas. Que donaire, que elegancia, que gambeteo de cinturas, porque tiene tantas… Le sale al paso el seguro central luciérnaga y… ¡Eh, penalti, penalti! ¡El ciempiés ha sido zancadilleado en al menos siete de sus patas, y ha caído con todas ellas por el aire! ¡Pero… vaya, el árbitro dice que se levante, que no haga cuento o le enseñará una tarjeta amarilla, porque se ha caído el solito haciéndose un lío con tanta pata! ¡Que mala pata! Y si el árbitro dice que no pasa nada, no pasa nada. Él estaba más cerca de la jugada y sabe más. ¡Ya se verá por la noche y a cámara lenta en el boletín de noticias del bosque!Mientras tanto, tiene el esférico en su poder el saltamontes, la estrella del Bosque Bajo. ¡Oh, que tres regates consecutivos! ¡Y todos en un tris tras! Se

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planta delante del portero araña y… ¡atención, atención! El público se pone de pie… ¡Ay! ¡La araña se ha estirado muy bien y con tres de sus ocho patas se ha hecho con el balón!El público ruge. Unos aplauden y otros gritan a favor o en contra. La pasión se desborda. ¡Eh, eh, eso sí que no: un conejo y un topo están discutiendo acaloradamente y el servicio de orden los expulsa del estadio! ¡Orden, orden, caramba! ¡Es sólo un juego!¡Uuuuuuuuuuhhhhhh...!¡Allí, allí, pásala!¡Ay!Pero transcurre el tiempo y sigue el cero a cero. ¿Será como cada año? De momento los dos equipos atacan más que otras veces, buscan la victoria con denuedo, pero de momento está visto que no hay forma.Los porteros y sus defensas evitan siempre en última instancia el peligro. El ciempiés de los Altos y el saltamontes de los Bajos están defraudando un poco. ¡Con lo que han costado! He prometido hablar de ello antes y voy a hacerlo. Ahí va: se dice que el ciempiés tiene un sótano lleno de humedad, muy confortable, un carricoche de orugas para que no se canse y comida gratis además de libélula para cuando quiera volver a casa a ver a la familia; y el saltamontes un refugio de lujo en la planta más verde de la zona más noble, junto a las rocas del lago, espacio para sus saltos y un cine privado para ver las aventuras de sus personajes favoritos. Demasiado, ¿a que sí?Media parte. Un cambio. Por el Bosque Alto sale el peligroso, aunque débil gusano. Nunca aguanta un partido entero, de ahí que sea acertado sacarlo en la segunda parte. Por el Bosque Bajo tenemos ya al muy lento pero seguro caracol. Los dos equipos tratan de conseguir el gol que pueda darles la victoria.Comienza la segunda parte y…¡Paradón del erizo! ¡El lagarto le ha dado un golpe de cola a la pelota, a bote pronto, y casi lo sorprende! ¡El esférico ha quedado hecho cisco!Eso no vale: la araña está tejiendo una invisible y sutil tela para impedir que la pelota, en un descuido, entre en su portería.El árbitro moscardón sigue zumbando, aunque mal ayudado en las bandas por sus jueces de línea, que no señalan ni un fuera de juego. Veamos, veamos… ¡La serpiente se ha enroscado en la cucaracha! ¡El saltamontes ha caído sobre una de las patas del ciempiés lesionándolo, aunque este sigue jugando con gran pundonor, no quiere ser cambiado después de las esperanzas puestas en él! ¡Hay que ver lo que aguantan, que atletas! ¡Eh, eh, el escarabajo pelotero se está haciendo una pelota para él, eso no vale!Faltan cinco minutos y parece que, un año más, el marcador no va a moverse. ¡Otro cero a cero! Pero… atención, atención… ¡atención! ¡La libélula tiene la pelota y ha pillado adelantados a los defensas del equipo rival! ¡Se la pasa de ala a ala, los Altos no pueden atraparla, avanza, regatea, se escapa! ¡Y ahora se la ha dado en profundidad al mosquito que la pica —y nunca mejor dicho— sobre el área contraria donde está solo….!¡¡¡Goooooooooooooool!!!… ¡Gol!… ¡GOL!¡El caracol ha sacado fulgurante una de sus antenas, y a pesar de que la pelota le venía un poco alta, ha rematado de primera, a boca de jarro, introduciéndola por el único hueco posible! ¡La araña se ha visto desbordada! ¡Goooooooooooool! ¡Golazo!Deportivo Bosque Bajo, 1; Bosque Alto Club de Fútbol, 0.

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Los partidarios del equipo que va ganando enloquecen. Los del que pierde están sobrecogidos. ¡Y sólo faltan unos minutos!El entrenador del Bosque Alto se juega su última baza. Tiene en el banquillo al tranquilo sapo. Se produce el cambio, pero apenas si queda un minuto de juego. El sapo avanza directamente hacia el portero, recibe la pelota en muy buenas condiciones y… le saca la lengua al erizo. ¡Que susto! Al portero erizo se le ponen los pinchos de punta y el árbitro saca tarjeta amarilla al sapo.¡Uy, uy, uy! Quedan quince segundos.Vuelve a la carga el Bosque Alto, volcado sobre el área rival, que defiende su ventaja. Puede ser el definitivo cartucho, atención. El Bosque bajo despeja como puede. Tiene la pelota la mariquita que corre sobre ella en lugar de correr con ella. La pasa muy bien a la serpiente. ¡Ziz-zaz! Perfecto. Recibe el ciempiés que, con una pata coja, regatea a uno, dos, tres contrarios en un palmo de tierra. ¡Que jugada! Pasa a la lagartija que culebrea por la banda. ¡Ay, el árbitro está mirando el reloj! La lagartija se da cuenta y pega un tremendo golpe de cola enviando la pelota al área…¡Saltan el sapo y el erizo…!¡El erizo, para no pinchar al sapo y hacer penalty recoge sus pinchos…!¡El sapo, asustado, no le da!¡La pelota cae al suelo, en tierra de nadie, suelta…!¡Ahí va el grillo que tiene toda la portería para él solito!¡Chuta!¡Cuidado!¡Ha ido al poste…!¡Qué suerte para unos y que mala suerte para otros!¡Pero de pronto aparece milagrosamente una de las patas del ciempiés, estirándose todo lo que puede y…!¡¡¡¡¡Gooooooooooooooooool!!!!!… ¡¡¡Goooooooool!!!… ¡GOL!Y mientras todos aplastan al ciempiés por su tanto y los contrarios se miran desconcertados, ¡el árbitro pita el final del partido!Caramba, caramba, qué emoción, ¿verdad? Partidazo. Los jugadores de los dos equipos se saludan y abrazan en el terreno de juego, agotados, sucios, pero también felices. Se intercambian las camisetas y el público los ovaciona a todos, indistintamente, mientras ellos corresponden a los aplausos, Todo el estadio está en pie.Ha sido el partido más brillante de los últimos tiempos.Aunque, un año más, haya terminado en empate.Pero a uno.¡Por fin se han visto goles en el estadio!Ya no se hablará de nada más en el bosque durante los días siguientes, aunque la vida vuelva a la rutina, aunque todos sean, una vez más, lo que eran antes.Dentro de mucho tiempo, los abuelos podrán contar a sus nietos que ellos estuvieron allí aquel día, el día en que el partido cumbre entre los eternos rivales acabó en empate a uno.Ahora… queda todo un año para preparar el siguiente encuentro. Todo un año de especulaciones y apuestas, de rumores y comentarios. Que si el Bosque Alto va a lograr los servicios de un animal africano muy ágil y escurridizo… ¡un mono!

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ue si el Bosque Bajo anda detrás del fichaje de una figura mortífera… ¡un escorpión!Bien, el próximo año se verá.Ya volveremos para contarlo.Queda un largo tiempo para soñar.

EL CUENTO DE HOY, DOMINGO 22 DE MARZO

LA FIESTA DE DISFRACES© Jordi Sierra i Fabra 2013

En el 27 de la calle Pulgar,no hace falta que toque la lotería.Hoy en este lugar,es día de mucha alegría.

Todos los años, el nueve de enero,hay una fiesta en el terrado.Se come con esmeroy cada vecino sube encantado

No es ninguna tontería.Nada de buenos modos.A la que acaba el día,bien locos se vuelven todos.

¡A disfrazarse dicta la ley!Y tiene un premio mayor:Lleva corona de rey,todo un año el ganador.

Muy dura es la competencia.Cada vecino quiere triunfar.Se hacen disfraces con paciencia,para así poder ganar.

¡Es hora de ir al terrado!¡Comienzan la magia y las risas!¡Vamos, que el sol se ha enterrado!¡Que todos suban sin prisas!

Ahora veremos los disfraces.El ingenio de los vecinos.

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A ver de qué son capaces,Padres, hijos y sobrinos.

La señora Pepa Albornoz,es un pirata con parche en el ojo.Va de Capitán Feroz.¡Con pata de palo para ir cojo!

Fijaos en don Bergamín¡Es Picasso reencarnado!A pesar de ser tan tontín,su disfraz ha triunfado.

Y la señora Perelada,haciendo de bruja con escoba.Está muy bien maquillada,y desde luego no es coba.

De sol va el joven Gaspary Ana de luna lunera.Estos dos van a terminar,enamorados sin más espera.

¡Que buen disfraz Julia Mato!¡Va de televisión!Se ha hecho el aparatocon una caja de cartón.

Las mellizas parecen diosas.A su paso todos se agitan.Tal y como están las cosas,Muchos corazones palpitan.

¿Y el serio de Vicente?Con su andar breve y lento.Va de árbol imponente,moviendo las hojas al viento.

La abuela del piso segundo,va de criada respondona.Se mete con todo el mundo,y está la mar de mona.

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Los del ático son muy estirados.¡Pero van de payasos felices!No parecen tan malcarados,con sus grandes y rojas narices

A la portera el corsé aprieta.Ella, que es tan querida.Presume de María Antonieta,con corona a su medida.

Ahora llega el del primero,festivo y dominical.Junto con el del tercero,hacen un dúo musical.

Los novios Pablo y María,visten de Eva y Adán.No es ninguna tontería.¡Con hojas de parra van!

¡Los chicos Melquiades, geniales!En un huevo bien metidos.Se han puesto los pañalesy son tres recién nacidos.

La chiquita Marcía Ce,luce como una modelo,y el muchacho del quinto B,la mira como un caramelo.

¡Oh, la señora Sinforosa!Va de esbelta sirena.Dicen que está preciosa,tan peinada y tan morena.

¿Y los señores Pedrosa?Él, de policía implacable.Ella, es su presa cariñosa,caminando a punta de sable.

El año pasado ganó Mariana.Iba de Mona Lisa.Ahora va de princesa rana,provocando una buena risa.

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¡Eh, que aparece un león!Calma, es el señor Maya.Él es todo un campeón,jugando a los tres en raya.

De Rapunzel va Palmira.Y Laia de hermoso pez.Griselda es una vampira,y Pablo un peón de ajedrez.

De princesas disfrazadas,las Colina están muy bellas.Sus sobrinas hacen de hadas,media docena son ellas.

Felipe es Peter Pan.Gabriella su Campanilla.Ricardo de Superman,y Nati de luz que brilla.

La fiesta es un éxito total.Astronautas, locos y tenistas,un Napoleón sensacional,y un equipo de futbolistas.

Es la hora señalada,para proclamar al ganador.La gente entusiasmada,espera con un clamor.

Con calma se lo toma el jurado.Muy bien ha de escoger.El que resulte premiado,bien que lo ha de merecer.

¡Vaya silencio se hecho!Nervios tiene el más pintado.Ahora, a lo hecho, pecho.¡El momento ha llegado!

El mejor disfraz es…¡El del señor Amado!Del derecho y del revés,el vecino más adorado.

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Pero, ¿dónde está el vencedor,si no se le ve por ningún lado?¿Dónde para este señor?¿Estará emocionado?

¡Va disfrazado de Hombre Invisible!¿No digáis que no es genial?Pero, ¿es eso posible?¡Sí, sí! ¿A que es total?

Convencidos aplaudenlos vecinos derrotados.A la evidencia se rinden,por el mejor superados.

Pero en su casa el señor Amado,de su victoria no sabe nada.Ni siquiera se ha enterado,una gripe lo tiene en cama.

¡Vaya con el Hombre Invisible!¡Con fiebre y bien enfermo!¿A que es una historia increíble,para escribirla en un cuaderno?

¡Hasta el año que viene!¡Al terrado subiremos!¡Y si a los hados conviene,al ganador veremos!

EL CUENTO DE HOY, LUNES 23 DE MARZO

LA PERLA© Jordi Sierra i Fabra 2006

En una noche de luna llena, flotando sobre la oscura inmensidad de las aguas del mar con su barca, un pobre pescador aguardaba impaciente la posible fortuna con la que los dioses quisieran recompensarle. Día a día, su familia comía lo que él conseguía extraer de las profundidades líquidas, casi siempre escaso. Noche a noche, él empujaba su barca desde la playa y se hacía a la mar, lloviera o titilaran las estrellas, hiciera frío o calor. Con su caña, su red y sus escasos aperos, observaba aquel mundo impenetrable inundado de melancólica tristeza, sabiendo que allí abajo los peces se movían ajenos a su desesperación. A veces la fortuna le sonreía regalándole un pez grande con el

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que sobrevivir más de dos o tres días. A veces. Pero por regla general eso sucedía muy de tarde en tarde. Muchas noches se contentaba con lo justo. Y otras…Aquella noche, agotado después de una semana frustrada y desesperante, tras haber discutido de día con su esposa, el pescador se quedó dormido en su barca. No se dio cuenta de que un gran pez había mordido su anzuelo hasta que el animal, herido, nadó para librarse de él. Entonces, sorprendido por su fuerza, incapaz de reaccionar a tiempo, la barca volcó y su dueño acabó en el agua.Por un momento, sintiéndose más y más desgraciado de lo que jamás se hubiera sentido, no hizo nada por ganar la superficie, se abandonó, dejó que su cuerpo se hundiera en las aguas, arropado por el silencio que lo envolvía igual que una mortaja.Hasta que pensó en su esposa y en su hija, su más preciado tesoro.Justo en el instante en que iba a bracear hacia arriba, para recuperar la vida y el oxígeno para sus pulmones, el pescador vio un destello bajo él, apenas a un par de metros de su posición, pues casi había llegado hasta el fondo. Era como si la luna llena arrancara aquel fuego plateado de las profundidades del abismo. Una luz brillante, celestial, inmaculada.La luz de una perla.Y no una cualquiera, sino la más hermosa y gigantesca perla que jamás hubiera llegado a imaginar.Sin apenas aire en sus pulmones, pero sabiendo que si subía a la superficie, lo tomaba y volvía a bajar, lo más seguro era que no encontrase de nuevo el origen de aquel resplandor, braceó al límite de sus fuerzas hacia su objetivo y no menguó en su ímpetu hasta que su mano se cerró en torno a ella.Después tomó impulso.Creyó que no llegaba, que sus pulmones reventarían, que sus fuerzas le abandonarían mucho antes, pero lo consiguió. Cuando su cabeza afloró a ras de agua exhaló un grito de alegría y miró hacia la luna y las estrellas.Por primera vez en su vida estaba seguro de que su suerte había cambiado.Se puso la perla en la boca, recuperó los dos remos, los empujó hacia la barca, se subió a ella y, como pudo, consiguió encauzarla rumbo a la playa y el pueblo. Cuando llegó a su casa, al amanecer, exhausto, y les mostró la perla a su mujer y a su hija, les dijo:—Estamos salvados. Con lo que me den por este tesoro podremos vivir unos buenos años, quizás muchos, e iniciar así una etapa de mayor prosperidad.—Padre, por Dios, no la vendas —le imploró su hija, absorta, alucinada ante la magnificencia de aquella maravilla—. ¿Por qué no me la regalas a mí?—Pero, Idaia, ¿para qué quieres tú algo tan valioso? ¿No es más importante poder comer y merecer una vida mucho más digna de la que hemos tenido hasta hoy?—Dásela —asintió la madre de la muchacha—. Luciendo un tesoro de tal belleza, nuestra hija sin duda hará una muy buena boda, hechizará al pretendiente que se le antoje, y entonces será nuestro yerno el que nos mantenga el resto de nuestra vida, pues no se atreverá a desairar a los padres de su amada. Mucho mejor que venderla es invertirla en un futuro tan halagüeño para todos, ¿no te parece?No pudo el pescador luchar contra la voluntad de su esposa y su hija, así que le entregó la perla a la muchacha. Esta la engarzó en una argolla y se la colgó

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de su oreja izquierda. Al instante, nada más verse en el espejo, quedó fascinada por su propia imagen.Y no fue la única.Aquel mismo día, cuando Idaia salió a la calle, a todos se les antojó distinta, más hermosa, más perfecta de lo que jamás hubieran imaginado. La perla ejercía una absoluta fascinación sobre cualquiera que la viera. Y la voz corrió rápidamente. Tanto fue así que a los pocos días los jóvenes del pueblo hicieron lo imposible por aproximarse a ella, rondando su casa o tratando de entablar la menor conversación. Siempre había sido hermosa, aunque discreta. La perla anuló la discreción y sublimó la belleza. Un efecto demoledor.Idaia, por su parte, ya no era la misma. Llevar la perla la hacía sentirse superior, más firme y segura. Incluso se olvidó de su habitual bondad y alegría para convertirse en una persona diferente, más distante, más orgullosa. Dejó de gustarle Boj, y de amar secretamente a Pancah, y de fijarse en Meiko, todos tan pobres como ella. Al verse rodeada por los pretendientes más nobles e influyentes de los alrededores, tal y como había previsto su madre, supo que el mundo podía ser suyo con sólo alargar una mano y atraparlo.Cerró su corazón.Y escogió al más rico de sus pretendientes.Cuando la boda se celebró, su madre se sintió compensada, su padre dejó de pescar, se mudaron de casa, dejaron atrás su vida anterior. Y ella, la más bella entre las bellas, se convirtió en la mujer más admirada.Idaia no se quitaba jamás la perla de su oreja izquierda. Ni para dormir. Temía que si su esposo la veía sin ella, la devoción que sentía se desvaneciera. La perla le daba confianza, seguridad, fuerza. La llevaba a todas horas y asistía, feliz, al asombro de cuántos se le acercaban. En realidad, y eso tardó años en saberlo, ya no era una mujer con una perla como pendiente, sino una perla maravillosa con una mujer detrás.Para cuando descubrió esto, Idaia era mayor, tenía una hija adolescente y se sentía la persona más infeliz y desgraciada del mundo.Incapaz de ser dichosa.Su esposo la adoraba a través de la perla, pero ella comprendió demasiado tarde que no le amaba a él, que seguía pensando en Boj, en Pancah, en Meiko. Sus criados, vecinos y amigos, la respetaban, pero no por sí misma, sino por ser la dueña de la perla. Lo peor eran las amigas, cuya envidia la hacía sentirse sola y perdida. Asistía a fiestas y recepciones, la invitaban siempre, pero era para admirar la perla. En cierta ocasión hizo la prueba: asistió a un acto sin ella. Las consecuencias fueron terribles. Jamás se había sentido más sola. Nadie le habló. Nadie quería estar a su lado. Sin la perla veían la realidad. La veían a sí misma. Volvió a ser la muchacha discreta y vulgar, la hija del humilde pescador que fue durante años hasta que su padre encontró aquel tesoro. Y no es que eso fuera malo, al contrario, pero en el mundo falso en el que se había introducido no cabía.Asustada, volvió a ponérsela al llegar a casa.Pero desde aquella noche la odio.Con toda su alma.Era esclava de su tesoro. No poseía la perla. La perla la poseía a ella.Los meses siguientes fueron terribles. No quería salir de casa. No quería ver a nadie. Se encerró en sus habitaciones y se pasaba el día leyendo, viviendo a través de las historias de los demás sus sueños no cumplidos. La última de sus fatalidades fue la muerte de su esposo. Había sido su marido y era el padre de

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su hija. Eso jamás iba a ser cambiado por mucho que reconociera su error al casarse con él.Tanto tiempo ciega…Cuando su hija Maika iba a cumplir dieciséis años y le preguntó que deseaba como regalo de su mayoría de edad, la muchacha le respondió:—Madre, yo quisiera que me regalaras la perla. Tú ya eres mayor, guardas luto por la muerte de mi padre, en paz descanse. Ya no la necesitas. Yo en cambio, con ella, seré feliz, me admirarán como te admiran a ti, sin duda me casaré con el joven más apuesto y rico de la comarca, del reino, y tendré el mundo a mis pies.Los ojos de Maika brillaban de tal forma que su madre se asustó.No había en ellos amor, sólo codicia, ansiedad…—¿Y si te dijera que esta perla sólo te traerá infelicidad? —suspiróentristecida.Su hija lanzó una carcajada.—¿Estás de broma? —el brillo de la mirada se acentuó—. Esta perla cambió tu vida, ¿no es así? Justo es ahora que cambie la mía.Las palabras de Maika aplastaron los pensamientos de Idaia durante horas, de tal forma que aquella noche no pudo dormir. Por la mañana, al salir el sol y asomarse a las ventanas de sus habitaciones, tuvo un ramalazo de miedo.Había cometido un error.¿Dejaría que ese mismo error alcanzase a quien más quería?Y comprendió la verdad.Aquel mismo día, en secreto, salió de su mansión sin avisar a nadie y condujo su carruaje hasta la costa, hasta la misma playa en la que todo empezó. No había estado en su vieja casa, todavía mantenida en pie, desde que la abandonó para casarse con su esposo. Los recuerdos se agolparon en su mente, sacudiéndola, pero los apartó negándose a mostrarse débil ante su fuerza. Caminó por la arena con determinación, pagó generosamente a un pescador para que empujara su barca hasta el agua con ella dentro, y empuñó los remos como tantas veces hizo en su juventud, negándose a que el pescador la acompañara.A los pocos minutos se alejaba de la costa.Una hora después estaba sola en mitad del mar.Idaia aseguró los remos, permaneció unos segundos flotando en el silencio, mecida por las suaves olas que besaban la madera de su barca, y entonces, despacio, se quitó el pendiente.La perla brilló bañada por el sol.Tan hermosa.Tan increíble.—Tú no tienes la culpa —le dijo.Luego la besó y la echó al agua.La devolvió a su hogar.Cuando una hora después llegó de nuevo a tierra y el pescador la ayudó a bajar de la barca, Idaia sonreía como no lo hacía desde muchos años antes.Libre.Justo desde el día en que su padre llegó a casa con la perla.

EL CUENTO DE HOY, MARTES 24 DE MARZO

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LOS ENVIADOS DEL REY© Jordi Sierra i Fabra 2003

Una vez hubo un pequeño reino formado por 12 provincias. Cada provincia la presidía un gobernador, y todos rendían cuentas al rey, que vivía en un gran palacio de cristal. Una vez al año, el rey, el Gran Brujo y los 12 gobernadores, asistían al ceremonial de la Ofrenda Sagrada a los dioses. Este ceremonial consistía en subir a la cumbre del Volcán Rojo y allí ofrecer en sacrificio a una joven adolescente para que los dioses fueran magnánimos los 12 meses siguientes.Cada año, en las semanas previas a la designación de la joven, los 12 gobernadores y el Gran Brujo comenzaban a recibir regalos y dádivas de las familias más ricas del reino. El objeto de tales prebendas era que ellos no escogieran a sus hijas, a pesar de que se suponía que ser la elegida representaba un gran honor. Así pues, cada año la elegida solía ser una campesina, una muchacha humilde, que era arrancada de su casa para el sacrificio.Los 12 gobernadores y el Gran Brujo eran cada vez más ricos.Un día el rey murió y tomó el poder su hijo mayor, un joven culto e inteligente, formado en la sabiduría de los libros. Su primer acto público consistió, precisamente, en el ceremonial de la Ofrenda Sagrada. Aquella mañana ascendieron a Volcán Rojo él, los 12 gobernadores, el Gran Brujo y la corte en pleno para asistir el sacrificio ritual. La elegida para el mismo era la hija de unos pastores, que lloraba y se debatía espantada ante la inminencia de su muerte.Todo estaba preparado, en la cumbre del volcán, con el cráter abierto a sus pies, cuando el rey alzó la mano de la joven y dijo:—Esperad. Cada año arrojamos a una doncella al volcán, pero en verdad no sabemos si los dioses están contentos, si quieren más sacrificios o algo distinto. Así que este año saldremos de dudas. Antes de echar a nuestra elegida, enviaremos al Gran Brujo para que pregunte a nuestros dioses su parecer.Y ante el estupor de los presentes, el rey empujó al Gran Brujo al volcán.Todos se quedaron muy quietos y callados.Al rato, rompiendo el silencio, y dado que el Gran Brujo no regresaba para manifestarles lo dicho por los dioses, el rey dijo:—Habrá que estar seguros y ayudar al Gran Brujo, que a lo peor no puede o no sabe cómo regresar, perdido en el paraíso de nuestros dioses. Esta vez enviáremos a más mensajeros para la tarea.Y ordenó que los 12 gobernadores fueran enviados al cráter.Los sorprendidos personajes trataron de resistirse, pero la palabra del rey era la ley. Los mismos aldeanos, gozosos ante lo que estaba sucediendo, ayudaron a los soldados a empujarlos al fondo del volcán, sin hacer caso de sus lágrimas y súplicas. Por raro que fuese, no parecían nada contentos con la muy noble misión encomendada por su monarca.—No sé por qué lloráis —proclamó el rey—. Vais a ver a los dioses que tan generosamente habéis adorado y servido tantos años, y a preguntarles si están felices de nuestro proceder.Los 12 hombres acabaron en el fondo del Volcán Rojo.De nuevo se hizo el silencio.

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Tras mucho rato de espera, el rey anunció:—No vuelven, así que para estar seguros, vamos a aguardar un año sus noticias.Volvieron al reino, y desde entonces no hubo más sacrificios, hubo paz y concordia, e incluso el rey halló la felicidad en la nueva y justa armonía de aquellos años, pues se casó con la doncella a la que había salvado de la muerte, harto de la crueldad, la avaricia y el egoísmo de sus 12 gobernadores y el Gran Brujo.

EL CUENTO DE HOY, MIÉRCOLES 25 DE MARZO

LOS DEDOS DE LA MANO© Jordi Sierra i Fabra 2013

Un día los dedos de una mano se fueron de excursión.Los cinco eran muy amigos. Mucho. Se pasaban el día juntos.Así había sido desde que nacieron.Los dedos de la mano jugaban a todas horas, menos cuando dormían y no se movían. Cogían cosas, rascaban a su dueño, gesticulaban y, sobre todo, eran muy felices. En verano disfrutaban del sol y de la playa y en invierno se protegían con guantes.Aquel día, en la excursión, empezaron a discutir inesperadamente.¿Y sobre qué?Pues para ver cuál de los cinco era el más importante.—Yo soy sin duda el más importante de todos nosotros —dijo el dedo índice.—¿Y por qué habrías de ser tú? —le preguntaron los otros.—Pues porque soy el índice, el dedo principal, el que sirve para señalar, ordenar, apuntar y reafirmar la voz de nuestro dueño —proclamó muy seguro de sí mismo.—Entonces el más importante soy yo —dijo el dedo medio con orgullo.—¿Por qué deberías serlo? —inquirieron los otros.—Pues porque, si os fijáis bien, soy el mayor, el más alto, el que está en el centro de la mano y el único que tiene dos dedos a su derecha y dos a su izquierda —se estiró incluso un poquito más.—¡Qué tonterías decís! —se enfadó el dedo anular—. ¡Es evidente que el dedo más importante soy yo!—¿Tú? —reaccionaron inmediatamente los otros cuatro—. ¿Cómo justificas tu aseveración?—Pues porque me llaman también “dedo del corazón”. Y por algo será, ¿no? —se ufanó él—. Cuando alguien se casa, ¿en que dedo le ponen el anillo? ¡En el anular!—No sois más que unos presumidos —se echó a reír el dedo meñique—. El que ordena, el más alto, el del corazón… ¡Bah! El dedo más importante soy yo.—¿Tú? ¡Pero si eres un enano! —exclamaron los demás.—¡Precisamente! —se jactó él—. Soy el dedo más pequeño, y, por lo tanto, el que mejor cae, el más gracioso, el más singular, el más simpático. ¡Sin mí, no seríais más que unos estirados! ¡Deberíais darme las gracias!

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—Bueno, basta ya de tonterías —rugió la voz ronca y grave del dedo pulgar, al que todos llamaban “dedo gordo” por su tamaño—. ¿Cómo se os ocurre decir que sois más importantes que yo? ¡Ja, ja, ja!—¿Y tú qué méritos te atribuyes para decir que eres el más importante, vamos a ver? —se enfadaron los otros cuatro.—¡Pues claro que soy el más importante! ¿Qué haríais sin mí? ¡Soy el que cierra la mano, el que agarra las cosas, el único que es diferente!—¡Y tanto que eres diferente! —rugió el dedo índice—. ¡Como que sólo tienes dos partes, mientras que nosotros tenemos tres!—¡Y además siempre estás separado de nosotros —protestó el meñique!—¡Eres tan gordo que no sirves para nada! —le atacó el índice!—¡Nosotros nos abrimos y cerramos a la vez, somos armónicos y trabajamos en equipo! —insistió el dedo anular.La discusión se generalizó entre los cinco.Cada vez más enfadados.—¡Yo soy…!—¡No, yo!—¡Tú te callas!—¡A que te araño!En ese preciso momento, la mano se cerró y se convirtió en un puño, impidiendo que siguieran discutiendo tan acaloradamente.—No seáis tontos —dijo la mano—. Os necesitáis uno a uno, y yo a todos. Es la diferencia y el equilibrio entre los cinco lo que os hace fuertes y me da seguridad a mí. ¡Somos una mano, y la mano es lo importante!Bien, parecía que la discusión estaba terminada.Pero no era así, porque de pronto, la otra mano dijo:—Está claro que entre tú y yo, la más importante soy yo.Y justo antes de que las manos se pusieran a discutir. Les llegaron las protestas de los dedos de los pies… y también de los mismos pies.—¡Yo…!—¡Nosotros…!Pero, claro, esa es otra historia, porque yo seguí caminando, tan tranquilo, disfrutando de mi excursión, ajeno a lo que decían.A fin de cuentas, ¿qué harían mis manos y mis pies sin mí?

EL CUENTO DE HOY, JUEVES 26 DE MARZO

3001 (aproximadamente) UNA ODISEA LITERARIA© Jordi Sierra i Fabra 1999, 2004, 2015

El suave zumbido le indicó que él ya estaba allí.Envió la orden mental al inductor holográfico para que se detuviera y se puso en pie. Apenas si tuvo tiempo de dar un par de pasos. Pok apareció ante ella nada más abrirse la cámara de intercomunicación exterior. Su aspecto era brillante.—¡Cariño!—¡Querida! ¿Que tal todo en mi ausencia?—Bueno, ya sabes —le hizo un gesto indiferente—. He tenido bastante trabajo en el Centro Neuronal Intergaláctico. ¿Y tú?

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—Un procesamiento agotador, pero ya estoy en casa.Se abrazaron tres segundos. Los conectores sinérgicos establecieron la comunicación automática. Se estremecieron al percibir la síntesis y se separaron. Nia se pasó una mano por el resplandeciente cráneo tintado en verde.—Que bien —suspiró—. ¿Quieres una cápsula?—Bueno, dame una azul.—Oh, lo siento. Necesitaba una proyección astral y me tomé la última junto con una roja antes de que llegaras. Pediré un envío al Suministro Global.—No importa —él la miró con amor—. Te he echado de menos a pesar de tu réplica mental.—Y yo a ti —Nia le inundó con una mirada de arrobo—. ¿Quieres conectarte?—Después —sonrió misterioso. Y agregó de inmediato—: Te he traído un regalo.—¿En serio?—Ajá.—¿Qué es?—Una sorpresa.Nia miró el equipaje de Pok. Lo había dejado en el suelo.—Vamos, vamos. ¡Me muero de impaciencia! ¿De qué se trata?—Es un libro.—¿Un qué?—Un libro —sonrió aún más él.—¿Y que es un libro? —preguntó Nia.—Una antigüedad.—Cariño, las antigüedades son caras.—Lo sé, amor. Pero estoy seguro de que te encantará. Te aseguro que es algo muy curioso. Y si me apuras, hasta una inversión revalorizable.—Eres un niño —ella hizo un mohín—. Claro que me encantará.Volvieron a abrazarse. Esta vez duró cinco segundos. La descarga les envolvió de destellos púrpuras por la sobrecarga emocional.—¿Puedo verlo ahora? —quiso saber Nia curiosa al separarse.—Por supuesto.Pok llevó su reducido equipaje a la mesa de cristal líquido. Lo colocó encima y lo abrió. El paquete, protegido por una cámara de aire aislante, estaba encima de todo. Lo sacó y dejó que ella lo abriese. La cámara liberó el contenido al presionar la abertura.—Tiene casi mil años —reveló él.Fuese lo que fuese un libro, apareció ante los ojos de Nia. Estaba muy viejo, y se veía gastado. Lo contempló fascinada, sin atreverse a tocarlo.—¿No es increíble? —dijo Pok.—Parece tan… antiguo —Nia tenía los ojos tan brillantes como el cráneo.Era un objeto rectangular, confeccionado con una extraña materia en apariencia muy delicada, y con unos signos indescifrables en su superficie. Tendría unas tres yemas de grosor.—Pok, te habrá costado una fortuna, seguro.—¿Te gusta?—Es muy bello, sí.Iba a cogerlo. Pok la detuvo.—Cuidado.—¿Se rompe?

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—Bueno, es muy primitivo.—¿Tiene algún mecanismo?—No.—¿Entonces cómo funciona?—Es manual.—¡Manual! —los ojos de Nia se dilataron.—Esas cosas, los libros, se leían. Un proceso visual. Me lo dijo el anticuario.—¿Cómo que se leían?—Ya te lo he dicho: un proceso visual. Utilizaban los ojos y la mente racionalizaba lo que ellos percibían.—¿Nada perceptivo, extrasensorial, inductivo, hectoplástico…?—No.—Vaya. Sabemos tan poco de los antiguos.—Mira, ¿ves?Pok puso sus dedos en uno de los lados del libro. Levantó lo que parecía ser una tapa endurecida. La llevó hacia el otro lado y repitió la operación con otras partes más delgadas. El libro parecía tener decenas de ellas. Eran flexibles. En todas había cientos, miles de signos.—Esto es papel —la informó.—¿Puedo…?—Adelante, tócalo, claro.Nia acarició una de aquellas delgadas hojas.—Que suave.—Y frágil.—Desde luego.Pasó algunas hojas, acariciándolas. Unas estaban arrugadas, otras un poco rotas, deterioradas, otras tenían manchas ancestrales.—¿No estará contaminado? —se alarmó.—Lo han esterilizado, tranquila. Además, el Viejo Núcleo Europeo está en la Zona Libre.Nia se sintió fascinada. Cogió el libro con las dos manos, igual que si sostuviera un bebé. Mil años. En la antigüedad, aquello había pertenecido a otra persona, y tal vez lo hubiese amado, o tal vez formase parte de su vida. Como si viera sus pensamientos sin estar unidos por el modulador cerebral, Pok le dijo:—Según el anticuario, los antiguos hallaban en esas cosas fuentes inagotables de placer. Servían para que se evadieran.—¿Placer? —Nia deslizó una mirada al copulador energético—. No entiendo.—Los libros contaban historias, y ellos las leían y gozaban con sus conocimientos.—Pero eso requería un esfuerzo.—Claro, pero en la antigüedad el esfuerzo formaba parte de su existencia. Nada de enlaces virtuales, nada de conexiones oníricas, nada de sueños programados, nada de desdoblamientos mentales o fusiones holográficas.—¿Ni siquiera cápsulas de colores?—No.—¿Ni neuronium de vida animada, música implantada, interacción sinérgica…?—Nada de nada.—¡Que vida más dura!—Bueno, dentro de mil años más, los del futuro se reirán de nosotros y de lo que para ellos entonces será nuestra pobre tecnología.

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—Sí, claro.Nia hizo un gesto ambiguo. Ni sus perpetuos veinticinco años reciclados ni sus nuevos implantes escondían que ya había rebasado los cien. Estaba a media vida. No le gustaba nada pensar en el futuro. Vivir era tan hermoso. Y decían que en ese futuro la humanidad viviría incluso mucho más de doscientos años.En un mundo aséptico.—Ven —la animó Pok—. Vamos a saber más de los libros.—Bueno —se dejó llevar ella.Entraron en el Cerebro de su cubículo y ocuparon sus módulos anatómicos. ada más adaptarse a ambos, Pok ordenó el sistema operativo.—Libros —dijo—. Desde su desarrollo e implantación generalizada hasta su declive.El Cerebro inició su exposición presentando imágenes en tres dimensiones delante de sus ojos. Una voz fluyó desde todas partes, envolviéndoles.—El libro fue el elemento cultural, expansor de ideas y método de evasión más popular e importante desde el hallazgo de la imprenta, mediante la cual se podían hacer indefinidas copias de un mismo original, hasta el albor de los siglos…Era una historia extraña, pero se sumergieron en ella. Había muchas clases de libros. Los más famosos eran las «novelas», reales o inventadas, historias que hacían pensar, reír, llorar… Emociones que los libros proporcionaban sin ningún control, sin peligro aparente alguno, aunque por lo visto también había libros «subversivos» e historias que hacían mella o cambiaban la existencia de muchos humanos. Otra clase de libros eran las enciclopedias, ensayos, biografías, poemarios…Un poema era un juego de palabras que se parecían entre sí. Amor y Dolor, por ejemplo.—Me gustaría saber como es nuestro libro —dijo Nia.—Está escrito en una lengua antigua.—Puede que sea un libro famoso.—Oh, desde luego —convino Pok.—Cerebro —dijo ella—. Selección de libros famosos. Novelas.—¿Época?Nia miró a Pok.—Probemos el segundo milenio —tanteó él. Y ordenó—: Segundo milenio y comienzos del tercero. Aleatorio. Y sintetiza.El Cerebro inició su repaso a diversas obras al parecer muy famosas de aquel tiempo.—«20.000 leguas de viaje submarino»: unos hombres descubren la forma de viajar por debajo de las aguas. «Don Quijote de la Mancha»: un viejo demente parte en busca de aventuras junto con un lacayo. «Romeo y Julieta»: dos adolescentes de familias rivales se enamoran y mueren a causa de su pasión.—He oído hablar de esa historia —se sorprendió gratamente Nia.—«Alicia en el país de las maravillas»: una niña cae del otro lado de un espejo y vive asombrosas experiencias en un lugar fantástico —continuaba el Cerebro—. «Moby Dick»: un marino persigue enconadamente a una gran ballena blanca.—¿Ballena? ¿Que era una ballena? —vaciló Nia.—Un animal primitivo —le aclaró Pok haciendo gala de una sorprendente cultura—. Hace años había diplodocus, elefantes y ballenas de esas, amén de otros bichos.

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—Curioso, ¿verdad?El Cerebro desgranaba más y más obras de distintas épocas. «Madame Bovary», «Los hermanos Karamazov», «La Gran Epopeya del 2027», «El pequeño principe», «La conquista de Marte»…—Ya vale —lo detuvo Nia.—¿No quieres saber más?—Es aburrido —manifestó ella—. Sólo una lista de cosas desconocidas.—¿Quieres que el Cerebro te amplíe alguna de esas historias?—No, da igual. Pero ahora siento mucha curiosidad por nuestro libro.—Es cierto.—Si por lo menos supiéramos algo más.—Claro. Cuando se lo enseñemos a nuestras amistades podríamos sorprenderlos contándoles su contenido. Había pensado hacer una fiesta el próximo triberio.Se levantaron de los módulos, salieron del Cerebro y volvieron junto al libro. Nia lo acarició. Sus uñas, que cambiaban de color según sus emociones, eran ahora muy blancas.—Alguien tiene que saber que pone ahí —afirmó.—Hay expertos en lenguas antiguas, antes del Modelo Único —meditó Pok.—¿Que tal si probamos en el Centro de Recursos Cósmicos?—No, no creo. Ha de ser alguien más asequible. Uno de esos chiflados por la historia, o un experto en comunicación, o un sacerdote tecnológico.—¿Los traductores cosmogónicos?—Antes de la Gran Hecatombe del 2352 no hay nada.—¿No te dio ninguna pista el anticuario?—No.—Vaya —Nia mostró su irritación—. Es como tener una caja cerrada herméticamente y no poder abrirla.Sus ojos despedían tonalidades amarillas.—Espera… —mencionó Pok—. Tal vez mi viejo maestro, Noblues.—¿Ese viejo chiflado?—Ese viejo chiflado es una autoridad en muchas materias, y en su laboratorio operativo tiene máquinas y aparatos asombrosos. Estuve en él una vez.—Por probar…Pok se acercó al panel de comunicaciones comunitarias. Ordenó la conexión en voz alta y el sistema estableció el inmediato enlace. No tuvieron que esperar demasiado. La imagen de su viejo profesor, ya en torno a los ciento setenta y cinco años, aunque aparentaba no más de cuarenta, apareció en el visor. Frunció el ceño al ver a quien le llamaba.—¿No recuerdo…?—Pok, señor —desgranó con una cierta emoción—. Pok Paolos. Fui alumno suyo.—¿Pok…? —los ojos se le iluminaron—. ¡Pok, claro! ¡Flexiones del Espacio Intermodular!—El mismo.Vaya, vaya.—Esta es mi compañera, señor —Pok atrajo a Nia hacia él para introducirla en el campo visual—. Llevamos unidos cuatro períodos, y acabamos de renovar por dos más.—¡Bien! —se alegró Noblues—. ¿Tenéis descendencia?—Aún somos jóvenes.

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—Oh, sí, jóvenes —se rio el hombre.—No quiero molestarle demasiado a estas horas, señor, pero he pensado que tal vez usted podría ayudarnos.—¿Qué puedo hacer por ti, Pok Paolos? —ennarcó las cejas Noblues.—He comprado una antigüedad, un libro.—¿Un libro?—Si, en el Viejo Núcleo Europeo.—Un libro —ponderó el profesor demostrando conocer la materia—. Hace mucho que no veo uno.Pok le mostró el suyo. Los ojos del maestro brillaron al verlo.—Nos gustaría saber que clase de libro es —le reveló Pok.—¿No te lo ha dicho el vendedor?—No. Desconocía el dato.—Interesante… —Noblues se acercó más al visor.—Podría enviárselo por el tuborreo —se aventuró Pok—. Lo recibiría en un momento y así podría examinarlo con comodidad.Nia se movió inquieta. Algo tan valioso enviado por los tubos de aire…—Me gustaría, sí —se apresuró a manifestar el profesor—. Tengo aquí sistemas que seguramente identificarán la lengua original. No será difícil. Por lo menos…—Gracias, señor.—No hay de qué, Pok Paolos.—¿Me llamará cuando…?—Inmediatamente, descuida. Y te lo devolveré cuanto antes. Sé cuan valiosa debe ser esa pieza.Se despidieron, como si los dos tuvieran una inesperada urgencia. Nada más cerrarse la comunicación, Nia expresó sus dudas.—¿Ese hombre… es de confianza?—Tranquila, mi amor. El libro está en buenas manos.Pok ya estaba de nuevo en la mesa. Introdujo el libro en la misma cámara de aire aislante con la que lo había traído y la selló. Regresó con ella al panel y abrió el receptáculo de envíos por tuborreo. Una vez depositada la caja en la cámara la cerró y marcó las coordenadas de recepción. En una pantalla se iluminaron dos cifras: el tiempo del viaje y el costo. Pulsó el dígito de aceptación y después el de operatividad. Finalizado todo miró a Nia.—¿Cuánto crees que tardará?—No lo sé —dijo él. Y para calmarla le sugirió—: ¿Quieres conectarte ahora?—No, no podría concentrarme —se encogió de hombros.—Por lo menos un abrazo.—Sí, por supuesto, cariño.Era su tercer abrazo. Alcanzaron los siete segundos de duración. Los conectores sinérgicos llegaron al punto de síntesis más puro. La comunicación automática los relajó, los llevó al umbral del placer. Tres segundos más y habrían necesitado ya conectarse para el establecimiento de un estímulo máximo. Se separaron dulcemente. Pok le acarició la mejilla, suave como una réplica de aire sólido a pesar de que ya habían transcurrido tres años desde la última revisión. No habían hecho falta nuevos implantes nerviosos ni reciclajes. Nia era hermosa de por sí. Las mejoras no hacían sino acentuar esa belleza. La adoraba. Sus otras dos compañeras no habían sido tan satisfactorias.Y según ella, los anteriores tres compañeros suyos tampoco.

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Dejaron pasar un rato. Se les hizo muy largo, como si el tiempo no se moviera. Pok deshizo su equipaje. Nia atemperó su excitación con una transfusión de sangre vitaminada. Faltaba demasiado para la cena y no tenían ganas de conectar los visores, pasar una fracción de tiempo con una visualización fílmica o llevar a cabo cualquier otra práctica de evasión programada. Acabaron encontrándose sin saber qué más hacer en mitad de la estancia principal. Pok pensó en un cuarto abrazo sin que se le antojara excesivo ni perturbador. El amor introducía esa clase de vértigos en una vida emotivamente serena. Por eso los expertos pedían precaución, y la implantación de relaciones cortas, aunque renovables tantas veces como se quisiera.Quizás pasara el resto de su existencia con ella.—Deberíamos pensar ya en tener descendencia —se aventuró a decir impulsado por sus pensamientos.—¿Estás seguro? —se emocionó Nia.—Sí.—Mis genes están dispuestos.—Y los míos.—¿Niño o niña?—Quiero una niña que sea como tú, ojos grises, labios grandes, cráneo liso, metro noventa, pecho natural de momento, con no demasiados implantes cerebrales, para que tenga un desarrollo propio, pero programada para ser Neurociberendomista.—Dan pocas licencias para esto último.—¿Y de qué sirve tener ciertas influencias? —se jactó Pok.—Te quiero.—Y yo a ti.—Que felices somos, ¿verdad?—Mucho, mi amor.—Creo que esa conexión, ahora…—¿De veras?Dieron el primer paso en dirección a la cámara de fusión. Y el segundo. Ella ya había liberado el núcleo de transmisión emocional, situado en la base de su nuca. Él iba a hacerlo. Sin embargo, no alcanzaron a dar el tercer paso. El panel reclamó su atención emitiendo una señal de apertura.—Llamada en curso —dijo una voz—. Procedencia AO-792.Regresaron al panel. El nerviosismo había vuelto, y ya no sólo en Nia. Era el profesor Noblues.—Profesor… —vaciló Pok—. ¿Ha ocurrido algo?—No, tranquilo. Te devolveré el libro en cuanto terminemos de hablar si estás preocupado por él, aunque me gustaría investigarlo un poco más. En realidad, ha sido muy sencillo.—¿Sabe ya su contenido?—Sí —anunció con orgullo.—¿Y cuál es?—El título de tu libro es «Tratado de jardinería».—¿Qué?—Habla de una vieja práctica, de cuando en la Tierra existían vegetales. Algunas personas los cultivaban en el exterior de sus casas, o en pequeños receptáculos que guardaban en el interior de sus viviendas.—¿Eso era aséptico? —se inquietó Nia.—Las leyes eran muy permisivas, por supuesto.

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—«Tratado de jardinería» —repitió Pok en voz alta.—Habla de cómo plantar semillas, de cuándo, de que forma cuidar las plantas y las flores… Bueno, de momento no es mucho, pero es lo que me ha indicado el transportador de signos.—¿No cuenta ninguna historia?—No. Sólo habla de eso. Pero es muy interesante.Plantas y flores, semillas, formas de vida antiguas. Sí, era interesante.Una buena compra.El libro sería la gran novedad en su próxima fiesta.—Profesor, no sabe…—Tranquilo, Pok. Ha sido un placer.—Puede devolverme el libro mañana, ¿le parece?—Sí, muy bien. Me gustaría hacer una réplica sintética para estudiarlo mejor. Gracias.Volvieron a despedirse. La comunicación quedó cortada. Nia miró a su compañero, sin saber muy bien que emoción reflejar. Pok parecía orgulloso. Y feliz.—Vaya —suspiró él.—«Tratado de jardinería» —enunció ella.—¿Habrías preferido otra cosa, una de esas… novelas con una historia?—Bueno, no es más que un libro. ¿Que más da su contenido?En efecto. ¿Que más daba? No iban a «leerlo».Sólo era eso: un libro.Una reliquia antigua.Muy antigua.—Quedará muy bien encima del módulo principal.—Nuestros amigos se quedarán muy impresionados.—Ya sabes lo que digo siempre: si quieres algo bueno, novedoso, has de pagarlo. Y si puedes y te apetece, sería una tontería privarte de ello.—Tienes razón, cariño. Ha sido un regalo maravilloso.—Sabemos tan poco del pasado.—No es más que eso, ¿no? Pasado.—Ven.Se acercaron al gran ventanal que presidía su cubículo. Más allá de él y desde la altura de su bloque privilegiado, ubicado en el mismo centro, se veía la ciudad, tecnológicamente perfecta, radiante y hermosa. La gran capital del Nuevo Mundo. Por encima de ella se extendía la cúpula de protección, transparente, separándoles del vacío y del universo tachonado de estrellas. Al otro lado de la cúpula, el suelo lunar, eternamente áspero y gris.La Tierra, flotando en aquella inmensidad como un globo blanco y azul, estaba ahora a la izquierda.La vieja casa.Aún renaciendo.Como casi siempre.Los dos la observaron sin emoción alguna.No servía de nada mirar hacia atrás si el futuro seguía estando hacia adelante, en el Universo sin fin.Como siempre.—¿Y para que querrían plantar cosas y tenerlas en sus casas? —se preguntó Nia en voz alta.

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EL CUENTO DE HOY, VIERNES 27 DE MARZO

EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR DEL ROCK© Jordi Sierra i Fabra 2010

(versión moderna del cuento clásicode Hans Christian Andersen)

El Emperador era el artista más famoso de la historia de la música. El único, el mejor, el más grande. Desde su aparición, y en sólo cinco años, había logrado 20 números uno consecutivos. Uno cada tres meses. Sus cinco álbumes habían sido igualmente número uno las 52 semanas de cada año, desbancándose a sí mismo con la aparición del siguiente. Todo el mundo se rendía a sus pies. Joven, guapo, irresistible, sus fans se contaban por millones en los cinco continentes.Así era él.¿Su nombre? Poco importaba. Nadie lo llamaba Vicente Manuel Soteras Pardo. Para el mundo entero era… el Emperador.—Hubo un Rey del rock llamado Elvis Presley, y un Rey del pop llamado Michael Jackson, y estaban esos chicos del siglo XX… los Beatles, y esos otros ancianos, los Rolling Stones, y ese tío tan feo con voz de regadera… ¿Cómo era? ¡Ah, sí, Bob Dylan! Pero sólo ha habido y habrá un Emperador —solía decir—: ¡Yo!No era mal tipo, pero el éxito le había vuelto algo loco.Nadie discutía sus ocurrencias.Su equipo, formado por más de cien personas entre ayudantes, managers, asistentes, cocineros, masajistas, amigos, secretarios, peluqueros, chóferes, guardaespaldas y un largo etcétera de acólitos que vivían a sus expensas y le reían todas las gracias vitoreándole siempre, lo acompañaba a todas partes, en bloque. Nunca le dejaban solo. Por supuesto se hacía siempre la voluntad del Emperador. Él tenía la primera y última palabra.Lo que decía iba a misa y lo que hacía era ley.Por eso cuando se anunció El Gran Concierto del Milenio…—Quiero actuar ante medio millón de personas, dar el concierto más grande y multitudinario de la historia de la música. Y quiero que se retransmita a todo el mundo por televisión e Internet. Que nadie deje de verme en la Tierra. Y quiero hacerlo el 31 de diciembre, para que la humanidad salte al nuevo año con una canción que estrenaré puntualmente a las doce de la noche y será mi nuevo gran número uno. Además, haremos una película con todo y lo grabaremos para editar un disco en directo. Será lo más gigantesco que jamás se haya hecho.Ya no hubo vuelta atrás. El equipo se puso en marcha. En unas pocas horas la noticia había dado la vuelta al mundo y expandido por el universo: el Emperador iba a cambiar la historia de la música con el mayor concierto jamás realizado. El rock, el pop, todos los ritmos conocerían un antes y un después de este momento.Se pusieron en marcha decenas, centenares de personas para ultimar todos los detalles, tanto del concierto en vivo como de la retransmisión en directo. Había que construir un escenario gigantesco, poblarlo con el mejor equipo de luces jamás diseñado, crear la escenografía más increíble. Nada era suficiente.

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Todo era poco. Arquitectos, diseñadores, técnicos, especialistas de todas las ramas, genios informáticos, inventores… El Emperador supervisaba cualquier detalle. El repertorio, los bailes, la coreografía, los músicos, el vestuario…¡El vestuario!Una mañana, el Emperador llamó a todo su equipo.—¡Quiero el traje más llamativo, impecable, brillante, hermoso y fascinante de cuantos se hayan creado, para hacer mi aparición estelar en el concierto! —gritó—. ¡Será el traje con el que seré visto y recordado a lo largo de la posteridad! ¡Un icono! ¡Que todos los grandes modistos del mundo me presenten sus ideas y diseños!Durante los días siguientes, no se habló de otra cosa. De París a Milán, de Nueva York a Barcelona, de Tokio a Medellín, los mejores diseñadores de ropa de la Tierra se pusieron a trabajar para dar con el traje que quería el Emperador. Telas exóticas, diseños atrevidos, futurismo, locura, imaginación, atrevimiento… Pero cuando los primeros modelos llegaron a su residencia, en la cima del rascacielos más alto de la ciudad…El Emperador los rechazó uno tras otro, con comentarios de lo más mordaces.—¿Esto? ¿Cómo se atreven? ¡Horrible! ¿Y este? ¡Espantoso!  ¡Menuda vulgaridad! ¿De verdad piensan que puedo ponerme esta ropa… o esta… o esta otra! ¡Ag, Santo Cielo!, ¿no hay nadie que sea capaz de crear la ropa del futuro? ¿Ningún genio está a mi altura visionaria y genial? ¿Cómo es posible? ¡Van a vestirme A MI!Se acercaba el día del concierto, y el traje que el Emperador debía de lucir en su aparición estelar no llegaba. Los más avanzados los encontraba ridículos, y los más clásicos anticuados. Nada era de su gusto. Pronto su mal humor fue paralelo a la depresión de su cohorte de subordinados, pues temían tanto su ira como su malestar. El traje nuevo del Emperador se convirtió en lo más importante del concierto. Sería su imagen, quizás, de por vida. Se le recordaría eternamente con él, en su día más glorioso y gigantesco.Entonces, una mañana, dos días antes de la gran efeméride y cuando ya nadie creía posible el milagro, llegó a la torre un hombrecillo cubierto de arrugas, con los ojos rasgados, que pidió ver al Emperador para decirle que él y sólo él, podía hacerle el traje que tanto ansiaba.El hombrecillo fue llevado a su presencia.—¿Dices que tú puedes hacerme esa ropa? —le escrutó de hito en hito el gran compositor y cantante.—Sí, oh supremo hacedor de la música de este siglo —le reveló su visitante—. Y os aseguro que será el más increíble traje que jamás haya sido visto.—Te cubriré de oro si es así. No me importa el precio. ¿Cuánto tardarás en entregármelo?—Os tomaré medidas y trabajaré toda la noche. Tanto es así que mañana lo tendréis a vuestra disposición. Pongo mi cabeza en juego, de tan seguro que estoy que os encantará.Los ojos del anciano chisporrotearon de tal forma, que todos, todos, supieron que hablaba en serio, y que su ropa sería la mejor, sublime y digna del Emperador.-Entonces, sea –dijo él-. En tus manos encomiendo mi gloria visual, porque la escénica y la musical ya me han sido dadas.Aquella noche nadie durmió. Todos esperaron con ansiedad la mañana, el momento en que el sastre oriental apareciera con la rutilante vestimenta. Los nervios estaban a flor de piel. Ya no había uñas que morder.

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Y al amanecer, el astro de la música ya se hallaba en pie aguardando el prodigio. Algo le decía que aquel hombre era capaz de hacer el milagro. Su instinto nunca le había fallado.Cuando apareció el anciano…—Emperador —dijo sosteniendo una caja de vivo color rojo—, os he hecho el mejor traje que haya sido confeccionado jamás. Nunca rey o prohombre ha llevado sobre su piel algo más fino y delicado. Tanto es así, que os parecerá que no llevéis nada encima, lo cual os permitirá moveros con soltura por el escenario, lleno de libertad. Pero aún hay más —sus ojillos perspicaces miraron a todos los ayudantes del músico—. Está hecho con una tela única, especial, que procede de las montañas de mi país. Una tela… ¡que sólo pueden ver las personas inteligentes, ya que a las necias les es imposible apreciarla!Todos los que estaban allí se creían muy inteligentes, así que asintieron con la cabeza.—¿Estáis preparado? —preguntó el sastre.—Sí, ¡sí! —se agitó el Emperador.Entonces el sastre abrió la caja, fingió coger con delicadeza una ropa a todas luces invisible, y con las manos en alto mostró aquel vacío a los que le rodeaban.—¿Acaso no es maravilloso? —se jactó con falsa emoción.Primero todos se quedaron boquiabiertos.No veían nada.Pero luego… nadie quiso pasar por necio.—¡Prodigioso! —exclamó el managerdel Emperador.—¡Fantástico! —dijo el cocinero del Emperador.—¡Qué colores! —suspiró el peluquero del Emperador.—¡Alucinante! —manifestó la masajista del Emperador.El Emperador tampoco veía nada, pero si sus servidores sí eran capaces de apreciar aquella maravilla… ¿Acaso él y sólo él era un necio?Todos estaban pendientes de su reacción.—¡Es lo que deseaba! —afirmó rendido tras unos segundos de vacilación.Hubo un aplauso general, y también un suspiro de alivio.—Oh, tenéis que probároslo —dijo el sastre—. Dejadme que os ayude, gran estrella de la música contemporánea.El hombrecillo desnudó al Emperador. Lo dejó sin nada. Luego, con gran solemnidad, fingió ponerle la exquisita prenda cuidando hasta el más mínimo detalle para que todo encajara y nada quedara al azar. Tardó casi diez minutos en colocar debidamente la maravillosa vestimenta con la que el Emperador debía asombrar al mundo entero. Cuando terminó, dio un paso atrás, y su rostro se demudó de emoción.Dos lágrimas cayeron por sus mejillas.—Es mi mejor trabajo —alardeó con seguridad.El Emperador se veía tal cual su madre le había traído al mundo frente al espejo. Todos sus ayudantes le veían igualmente desnudo y ridículo. Pero como ninguno quería pasar por necio, mantuvieron su admiración más y más acusada, rayana en el asombro.—¡Oh!—¡Ah!—¡Sublime!

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—¡Mayestático!—¿A que parece que no llevéis nada? —preguntó el sastre.—En efecto, apenas noto un roce —dijo el Emperador.—Podréis moveros, cantar, saltar, sin que ni un pliegue muestre una arruga —insistió el hombrecillo.—¡Es increíble! ¡La mejor tela, y desde luego el mejor diseño, sí, sí, sí!Todos aplaudieron más.Una auténtica fiesta.Y el sastre se fue de la mansión con un suntuoso cheque por su trabajo, sin dejar de reír y reír y reír.Todos pensaron que era de felicidad por haber servido al Emperador.El día del gran concierto, el supremo cantante y músico del siglo, el más famoso y célebre, se dispuso a pasar a la historia. Cuando “se puso” el traje se miró al espejo una y otra vez. Seguía viéndose desnudo, pero ¿acaso él, precisamente él, era un necio? ¡No y mil veces no! ¡Era el Emperador! Si todos veían el traje, él lo luciría con orgullo. Así que al llegar la hora…Medio millón de personas gritando enfervorizadas en directo, doscientos países conectados en vivo, el mayor escenario, el mayor despliegue de luces, el mayor despliegue técnico, los mejores músicos, los mejores bailarines, todo a punto, a punto, a punto… y al sonar la primera fanfarria…El Emperador salió a escena con su nuevo traje.Al comienzo, se hizo el silencio.Medio millón de gargantas paralizadas por el asombro.Todas las televisiones enmudecidas.¡Pero era el Emperador!¡Un reto, una provocación, el fin de la ropa, el advenimiento de una Nueva Era! ¡La libertad!Algunos empezaron ya a desnudarse, dispuestos a seguir a su amo.Otros…Estalló la tormenta, los aplausos, las risas, el juego de las emociones, el amo de la música mundial comenzó a cantar, la locura se apoderó del escenario, un furioso tema lanzó miles de decibelios al aire.Y cuando el Emperador, según su costumbre, llevó su micrófono a una niña preciosa, de apenas unos siete años, sin duda una de sus fans más jóvenes, para que cantara con él el estribillo de la primera canción, el mundo entero escuchó la pregunta que ella le hizo.Una pregunta reveladora, sincera, inocente.—Emperador, ¿por qué vas desnudo?—¿Qué ha dicho esa niña? —gruñó el manager del artista entre bastidores.—¿Desnudo? ¿El Emperador… va desnudo?—Pero será posible…El Emperador también la había escuchado.Miró al público.Más y más risas, más y más caras de sorpresa, más y más certeza de…¿De qué iba desnudo?¿Tenía medio millón de necios delante?Quizás sí.Aunque siempre había creído que sus fans eran inteligentísimas.Cerró los ojos y siguió cantando, feliz.Después de todo era su gran momento de gloria.

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EL CUENTO DE HOY, SÁBADO 28 DE MARZO

EL CABALLO QUE CONOCIÓ LA GUERRA© Jordi Sierra i Fabra 2006(A Federico García Lorca)

Ay de ti, caballo, caballito        Ay de ti, perdido en la ribera               Relinchando al viento               Herido               Ay de ti, que lloras miedo               Y la sangre de esta tierraEl caballo corría, asustado, desbocado. Corría y corría sin comprender por qué el mundo hervía y la tierra se desgajaba con cada explosión. Corría y corría ciego, atropellado, sin entender por qué la muerte asomaba en cada esquina. Corría y corría bajo un cielo rojo que daba zarpazos de cólera en su alma.El caballo recordaba a duras penas que apenas unos días antes era feliz, en su casa, en su caballeriza, con sus amos, con los niños, con las mujeres. Trabajaba en el campo, pero le daban de comer, le acariciaban, le montaban y le susurraban al oído palabras de afecto. Las palabras que todos los caballos sueñan de noche y viven de día cuando saben que son felices.Pero eso había sido unos días antes.Muy lejos.Antes de que amaneciera la guerra.De pronto llegaron ellos, otros hombres, con uniformes y una lengua extraña, no con aperos de labranza sino cargados con sus armas. De pronto llegaron los monstruos de hierro rodando sobre sus cadenas, aplastándolo todo a su paso, y el cielo se llenó de pájaros desconocidos cargados de silbidos. De pronto llegaron las explosiones, la destrucción y la muerte.¿Cuánto tiempo llevaba galopando sin destino?¿Cuánto tiempo resistiría haciéndolo?De vez en cuando caminaba junto a un muerto. De vez en cuando veía otras casas en ruinas. De vez en cuando una bala le pasaba rozando las crines.Y alguien gritaba: “¡Comida!”Ay de ti, caballo, caballito               Ay de ti, en la noche de la guerra               Gritándole a la Luna               Llameante               Ay de ti, que buscas la paz               En pos de una quimeraEl caballo se perdió en el bosque, subió a la montaña, dejó el valle. El caballo ya no escuchó las explosiones, sólo el silencio, aunque sus ojos continuaran invadidos por los fantasmas. El caballo lamió sus heridas.Comió y bebió.—Caballo —asomaron los primeros habitantes del bosque sus hocicos, plumas y patas—. ¿Qué ha sucedido allá lejos? ¿Por qué llegaste al galope, convulso y herido, mientras detrás de ti mil fuegos azotaban el mundo?Y el caballo les habló de la guerra.

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No le entendieron, pero se estremecieron de miedo.—No vuelvas a ese mundo si es tan peligroso —le dijeron—. Quédate con nosotros. Sé bienvenido.El caballo se quedó en el bosque, libre, salvaje. A veces llegaba hasta la linde y miraba el mundo que había abandonado. A veces subía a lo más alto del risco y se asomaba a la tierra que ya no temblaba por las explosiones. A veces relinchaba llamando a su amo, su ama, los niños de la casa.A veces.Pero pasó el tiempo y ya nada cambió.La vida en el bosque era amable, fácil. Tenía amigos, lugares secretos a los que ir, fuentes de aguas cristalinas, la comida que necesitaba. Y era uno de los animales más grandes del lugar, así que muchos lo respetaban, otros lo envidiaban, y todos le querían.Mucho después hizo algo más que llegar a la linde del bosque o subir a un risco: se atrevió a volver al valle, para ver y saber, buscar y…¿Qué?Ay de ti, caballo, caballito               Ay de ti, tan perdido, solito               Caminando en el silencio               Asustado               Ay de ti, que nunca olvidarás               A que saben los truenosUna mañana el caballo encontró a un hombre. O tal vez el hombre le encontrara a él. Los dos se dieron de bruces y se miraron. Los dos aguardaron sin apenas respirar. Luego se acercaron. El caballo relinchó. El hombre le acarició. El caballo sabía que aquel hombre era nuevo, desconocido, y aún así supo que lo amaba. El hombre se echó a llorar, se encaramó a su lomo y le condujo hasta un claro del bosque en el que aguardaban una mujer y dos niños. Todos le abrazaron y el caballo ya no quiso volver a la montaña.El hombre construyó una casa de madera. Luego cultivó la tierra con su ayuda. Después le trajo una yegua joven y bonita que agitó el corazón del caballo como hacía mucho tiempo que nadie se lo agitaba.La primera noche la yegua le preguntó:—¿Qué tal se vive aquí?Y el caballo le dijo:—Bien, muy bien. El amo nunca te exige más de lo que puedas darle, no te agota, comparte los dones de la vida contigo. El ama te da de comer muy bien, te habla y te mira a los ojos al hacerlo. Los niños te lavan y te cantan canciones, juegan contigo. Todo es perfecto y maravilloso, un regalo, sobre todo después de la guerra.—¿La guerra? —exclamó la yegua—. ¿Qué es la guerra?El caballo reflexionó.Se dio cuenta de que no sabía ni cómo explicarlo.—La guerra es todo lo contrario a esto —dijo.—¿Tan horrible? —se estremeció su compañera.—Y más.—¿Entonces por qué hubo una guerra?El caballo ya no pudo responderle.—El sol sale cada día, y no preguntamos por qué —se encogió de patas.La yegua le sonrió.Luego echó a trotar.

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Y el caballo que había conocido la guerra la siguió, dócil, dispuesto para la vida aunque no para el olvido.Porque eso, nunca, nunca lo haría.Ay de ti, caballo, caballito               Ay de ti, que cargas recuerdos               Pasaron ya los gritos               Y los muertos               Ay de ti, que viviste la noche               Que te hizo amar al día.

EL CUENTO DE HOY, DOMINGO 29 DE MARZOUN MUNDO BAJO EL CIELO© Jordi Sierra i Fabra 2015

A los maestros y maestras (y también a los burros) que siguen llevando libros a través de las montañas en toda

América Latina.Gabito estaba habituado a que le hablara.Pero, a veces, incluso parecía responderle.Soltaba un rebuzno.—¿Verdad que sí, amigo mío? —sonreía entonces él palmeándole el flanco.Así llegaban a la cresta. Y así descendían al valle. Y así volvían a trepar por el serpenteante camino que se retorcía escalando la montaña.Algún amanecer alumbraba blanco.La neblina lo cubría todo.Luego, un poco más arriba, veía las nubes formando un manto entre las cumbres.—¿Sabes, Gabito? Hace cientos, quizá miles de años, por esta misma senda caminaban nuestros antepasados. Y seguro que lo hacían a pie. Entonces no había burros. Ya ves como cambian las cosas.Así que Gabito era un lujo, aunque él no lo supiera.De noche, instalaba la pequeña tienda de campaña que se abría sola lanzándola al aire —un toque de modernidad— y encendía una fogata.Al amparo de las llamas, que danzaban en el aire tan bellas cómo efímeras, diseminando sombras móviles por los árboles que le envolvían, sacaba un libro de uno de los dos zurrones.¿Cuántas veces había leído “Moby Dick”?¿Cuántas “Las mil y una noches” o “Robinson Crusoe”?¿Y qué importaba?Siempre era diferente, como si otra voz lo narrase en su mente.—Me gustaría ver una ballena —suspiraba.Bueno, una ballena, y un tigre, y un elefante.Gran mundo, pequeño ser humano.Leía y leía, hasta que el fuego se extinguía y apenas si quedaban algunas brasas. Entonces le dolían los ojos y guardaba el libro.Después se cobijaba en la pequeña tiendecita de campaña, no fuera a llover y le empapara. Aunque lo más importante fuesen los libros.Sí, los protegía con plásticos, pero aun así…—Buenas noches, Gabito.Otra noche, otro amanecer.Otra jornada.

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Ningún valle era igual a otro. Ningún río se parecía al anterior o al siguiente. Ningún cielo mostraba siempre las mismas nubes. El mismo paisaje, sí, pero con nuevas sensaciones. O sería que él, de año en año, más viejo, más cargado de recuerdos, lo veía o interpretaba todo con otros ojos.¿Cuántas miradas puede trenzar un ser humano a lo largo de su vida?¿Cuántas miradas de las de ver, no de las de simplemente pasar?—Sí, me hago viejo, Gabito. Me estoy poniendo sentimental.Tal vez fuera la soledad, el silencio roto únicamente por su voz o algún rebuzno de Gabito.La última montaña.Desde ella, a lo lejos, muy a lo lejos todavía, se veía el pueblito.—Allá vamos.Gabito también lo veía.Sólo era burro por naturaleza.Agitó la cabeza y la movió de arriba abajo.La última noche, en el risco, en la Cueva de la Soledad, llamada así porque en ella sólo se refugiaban los solitarios que se movían por las montañas, leyó poesía.Poesía romántica.Grítale mi nombre al viento,       y lo hará su prisionero.            Yo gritaré el tuyo hacia adentro,            para que me abrase entero.Ah, los poetas…Tan locos, tan sublimes, tan especiales…Se durmió con el libro en las manos, bañado por los rescoldos finales de la fogata. La cueva entera pareció arder, cárdena y luminosa con las ascuas enrojecidas.El último amanecer.—Vamos allá, Gabito.Sentía el mejor de los ánimos. La espera tocaba a su fin. La fiesta sería cuando llegase, a primera hora de la tarde como mucho. Así que le dio por cantar.Total, nadie le oía.Luego siguió hablándole a Gabito, para que compartiera con él la alegría.—Si pudieras entenderme, sabrías lo chistoso que es esto: un burro llevando libros, cultura, para que otros no sean eso mismo, burros.Soltó una carcajada.Ya ni se paró a comer. Siguió. Siguió. Cuando los campos labrados surgieron en la lejanía, también lo hicieron las voces.—¡Ya está aquí!—¡Ha llegado!—¡Avisen a los niños!Los primeros vecinos le rodearon. Las primeras sonrisas le dieron la bienvenida. Las primeras manos tocaron las alforjas. Luego, al enfilar la senda que desembocaba en las casas de adobe y madera, vio la placita a lo lejos.La plaza, con la iglesia, el ayuntamiento y la escuela.Por la calle polvorienta aparecieron los niños y las niñas.Aquel maravilloso enjambre…—¡Ya está aquí el maestro!—¡Por fin!—¿Qué libros trae este curso?

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—¡Maestro, maestro!—¿Empezaremos mañana?Pasaban los años, pero el momento era siempre irrepetible, mágico. El momento en que el soplo de la vida reaparecía y se hacía palabra.El maestro llegó a la plaza.Bajó de su montura.Y se abrazó a las tres docenas de manos que querían saludarlo y tocarlo.Su gente.Después de todo no había ningún camino mejor, aunque fuera a través de las montañas y lejos del otro mundo.

EL CUENTO DE HOY, LUNES 30 DE MARZO

LULA LA TORTUGA© Jordi Sierra i Fabra 2015

El día que nació Lula fue muy especial.Y no por el hecho de nacer, que también, sino porque sobrevivió de milagro.Las tortugas desovan en las playas que más les gustan, y lo hacen lejos de la orilla, cerca de los árboles. Siempre ha sido así. Pero, claro, cuando los huevos se rompen y salen las tortuguitas, han de correr desesperadas rumbo al agua antes de que los pájaros por el aire o los cangrejos en tierra se las coman.Lula y sus hermanas bien que lo sabían, aunque fuera por instinto, ya que nada más sacar la cabeza por la arena emprendieron una veloz carrera rumbo a la salvación.Por desgracia, allí estaban los cangrejos y los pájaros.Antes de llegar a la mitad del camino, ya sólo quedaban la mitad de ellas. Era terrible. No sabían si mirar arriba y vigilar a los pájaros, o estar atentas al suelo, donde se escondían los cangrejos. Las tortuguitas eran minúsculas, pero estaban muy sabrosas. ¡Y el mar parecía tan lejano, tanto!Cerca de la orilla donde rompían las olas liberadoras, Lula se vio sola.¡Era la única que había sobrevivido al ataque de los depredadores!De pronto sucedieron tres cosas. La primera, que un pájaro se lanzó en picado sobre ella. La segunda, que un cangrejo la cortó el paso con sus pinzas en alto. La tercera, que un ser enorme, gigantesco, la cogió con sus manos y la protegió.Lula nunca había visto a un humano, claro. No sabía lo que era un niño.—No temas, amiga, que yo te protegeré —le dijo el niño con voz dulce.Y la protegió y llevó hasta el agua con las manos, salvándole la vida.Una vez libre, Lula nadó y nadó, internándose en el mar, muy asustada, pero sabiendo que estaba a salvo. Un par de veces sacó la cabeza a ras de agua y en la orilla vio al niño despidiéndole con una sonrisa y la mano levantada.En los años siguientes, Lula jamás olvidó ese momento.Ni al niño.Cuando le llegó a ella el momento de desovar y regresó a la misma playa en la que había nacido, lo que hizo fue poner los huevos más cerca de la orilla, para que sus crías no tuvieran que hacer tan largo viaje hasta el agua. Pero tampoco podía ponerlos en mitad de la arena, porque entonces ni llegarían a

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nacer. Así que buscaba siempre el lugar arbolado más cercano al mar. Y trataba de convencer a sus amigas de que hicieran lo mismo.Setenta años después de su nacimiento, sucedió algo.Lula nadó hasta la playa, una vez más, para poner sus huevos en la arena. Ya era una tortuga adulta, grande, pesada. En el mar se movía como un pez, pero fuera del agua cada paso que daba representaba un enorme esfuerzo. Hundió sus patas en la arena y, despacio, llegó hasta el lugar elegido para el desove. na vez en él, hizo el hueco en la arena, profundo, con las patas traseras, y hundió la parte inferior en él para soltar sus huevos. Una tras otra, las redondas bolas blancas se amontonaron en el espacio que sería su casa hasta el momento de nacer las tortuguitas que contenían. Acabada la puesta, enterró el hueco y se dispuso a regresar al mar.Nunca olvidaba aquella primera vez, corriendo desesperada para salvar la vida.Tampoco olvidó jamás aquel niño.Y de pronto…¿Era posible?¿El mismo niño, tantos años después, estaba allí, esperándola?Lula se detuvo. El niño se arrodilló frente a ella. Los dos se miraron curiosos. na con su arrugada cabeza y sus ojos melancólicos, el otro fascinado por su enorme presencia.El niño la acarició, y así supo Lula que era bueno.—¿Sabes? —habló de pronto el aparecido—. Mi abuelo me ha contado muchas veces la historia del día en que salvó a una tortuguita de morir.A Lula casi se le paró el corazón.—Mira que si fueras tú —siguió sonriendo el niño mientras le pasaba la mano por la cabeza.Sí, aquel niño se parecía tanto, tanto, pero tanto al que setenta años atrás la llevó hasta el agua con sus manos.Siguieron mirándose unos segundos.Luego el pequeño se apartó.—Que tengas un buen viaje —le dijo a Lula.La tortuga reemprendió el camino rumbo al agua, despacio. Al llegar a ella y sentirse libre, se sumergió y nadó tan feliz como siempre.Un par de veces sacó la cabeza a ras de agua.El niño seguía allí, sonriendo y agitando su mano en alto.En memoria de la tortuguita que salvé en el Parque Nacional de Tortuguero, Costa Rica, esté donde esté.