Wassermann Jacob - El Hombrecillo de Los Gansos

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Transcript of Wassermann Jacob - El Hombrecillo de Los Gansos

PROPIEDAD LITERARIA RESERVADA

Traduccin del alemn por

ENRIQUE GIMNEZ MAURO

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Ttulo de la obra original:DAS GNSEMNNCHENCuarta edicin

Primera en "Manantial que no cesa"Enero 1947PRIMERA PARTE

LA MADRE BUSCA A SU HIJO

1El verde del paisaje tiene tonalidades mltiples; desde el valle del Rednitz hasta ms all del valle del Tauber se extienden espesos bosques, en su mayora de conferas. Sin embargo, alrededor de los pueblos hay un ancho espacio cultivado, pues desde muy antiguo aquella es tierra de labranto. En los numerosos estanques, la hierba crece ms alta: tanto, a menudo, que slo se perciben los picos de las manadas de gansos, y a no ser por sus gritos, llegarais a tomar esos picos por flores prodigiosas, dotadas de movimiento.

La villa de Eschenbach est tendida en la llanura. Es un residuo de la Edad Media, pero el forastero lo ignora. Dista algunas horas del ferrocarril. Ansbach es la ciudad ms prxima, enclavada en la gran red de comunicaciones; para llegar a aqulla hay que servirse del coche de posta. Eso hoy, lo mismo que en los tiempos en que all viva Gottfried Nothafft, el tejedor.

Las murallas de la villa estn cubiertas de musgo y de hiedra; por encima de los fosos, los viejos puentes levadizos, como en tiempos pretritos, dan paso a las calles, a travs de redondas puertas ruinosas.

Del poeta que en otro tiempo naci en ella y que compuso el cntico de Parsifal, las gentes no guardan recuerdo alguno. Tal vez, durante la noche, las fuentes murmuran en su honor; acaso su sombra ronda a la luz de la Luna, en torno de la iglesia y de la Casa del Consejo; pero los hombres ya le han olvidado.

La pequea casa del tejedor se levantaba, un tanto retirada de la calle, no lejos del mesn del Buey. Tres peldaos desgastados conducan a la puerta, y seis ventanas miraban a la silenciosa plaza. Quin hubiera podido sospechar que el genio de la gran industria se abrira un camino demoledor hasta este rincn olvidado!

Cuando se cas, en 1849, Gottfried Nothafft su mujer Mariana era una de las dos hermanas Hllriegel, de Nuremberg contaba con algo ms de lo suficiente para poder vivir. Ambos deseaban tener un hijo, pero los aos transcurran sin que se cumpliera su deseo. A menudo, despus del trabajo, Gottfried, sentado en el banco delantero de la casa, fumando su pipa, exclamaba:Qu hermoso sera tener un hijo!

Y al orle, Mariana callaba y bajaba la vista.

Ms tarde, Gottfried acab por no decir nada, pues no quera avergonzar a su mujer. Mas la expresin de su rostro traicionaba an con mayor viveza sus anhelos.

2Cierto da, el oficio sufri un paro. Los tejedores de toda la regin empezaron a quejarse; no podan seguir trabajando. Una enfermedad paralizante les haba atacado. Los precios del mercado bajaron repentinamente, la calidad del producto se haba transformado. Ocurri eso a fines del ao cincuenta, al ser importados de Amrica los nuevos telares mecnicos. La actividad ya no tena valor alguno; la baratura de la produccin que era capaz de proporcionar la mquina, ganaba la partida al trabajo manual.

Momentneamente, Gottfried Nothafft no se amilan. Pero sus esperanzas fueron cediendo sin cesar. En un solo invierno encaneci su cabello, y, a pesar de sus cuarenta aos, era ya un hombre decrpito.

Y he aqu que cuando el espectro de la miseria se present amenazador ante la puerta y el alma de Mariana qued empaada por el odio, se vieron cumplidos los anhelos del matrimonio: la mujer, a los diez aos de casada, qued encinta.

El odio alimentado por ella iba dirigido contra la mquina. En sus sueos, la mquina se converta en un monstruo con msculos de acero que, prfida y ruidosamente, devoraba corazones humanos. Mariana se senta indignada ante un acontecimiento en virtud del cual se desarrollaba con desvergonzada facilidad lo que en otro tiempo surga de manera natural e ingeniosa de los dedos meticulosos del tejedor.

Uno tras otro tuvieron que ser despedidos los oficiales, y uno tras otro pasaron al desvn los telares. Todos los das suba Mariana y se pasaba horas y horas contemplando aquellos artefactos que hasta entonces se haban visto animados por una determinada energa bienhechora y que ahora parecan cadveres.

Gottfried se fu a recorrer la comarca, vendiendo de puerta en puerta sus existencias, y cierto da, al regresar, trajo un retal de tela hecha a mquina que le haba regalado un comerciante de Nrdlingen.Mira, mira, Mariana, qu clase de tela dijo, y le ofreci el retal.

Pero Mariana apart rpidamente la mano como si hubiera visto el instrumento del delito de un asesino.

Despus del nacimiento del nio se disiparon en ella las sensaciones morbosas; en cambio Gottfried fu envejeciendo rpidamente, al comps de los meses. A medida que avanzaba en aos iba perdiendo la alegra, sin que le causara placer alguno el pequeo, que iba creciendo y desarrollndose. Cuando hubo liquidado su propia produccin, adquiri la de otros y sigui andando trabajosamente de pueblo en pueblo, tanto en verano como en invierno.

A pesar de la estrechez que reinaba en la casa, Mariana estaba convencida de que Gottfried haba ahorrado dinero, y ciertas insinuaciones del marido haban reforzado sus suposiciones. El marido tena sus ideas particulares acerca de la vida, de acuerdo con las cuales mantena a la mujer en la incertidumbre sobre el verdadero estado de su peculio, y por ms que las circunstancias fueran de mal en peor, sigui guardando silencio respecto a ese particular.

3En el Kornmarkt de Nuremberg, Jason Philipp Schimmelweis, cuado de Mariana, tena un taller de encuadernacin.

Schimmelweis era de Westfalia. Impelido por su odio a la burguesa y a la clerigalla, se haba trasladado a la ciudad protestante del Sur, donde, desde el primer momento y merced a su locuacidad, haba logrado un gran predicamento entre toda la gente. En la casa donde tena establecido su negocio viva tambin la que fu ms tarde su esposa, Teresa Hllriegel, que trabajaba como modista. Aqul crey que Teresa posea algn dinerillo, hasta que cay en la cuenta de que era demasiado poco para sus ambiciones, y entonces la emprendi contra su esposa, como si sta le hubiese engaado.

Su trabajo manual le inspiraba desprecio, pues senta ansias de ser algo ms. Aspiraba a ser librero. Pero para dar cima a sus proyectos le faltaba capital. Por esto permaneca a regaadientes en aquel stano, encolando y raspando las pieles, renegando de su suerte y leyendo en sus horas de ocio publicaciones socialistas y librepensadoras.

Aconteca eso en el otoo en que la guerra contra Francia haba llegado a su punto lgido. Cierto da, por la tarde, cundi la noticia de la batalla de Sedn. En todas las iglesias las campanas fueron echadas al vuelo.

Y he aqu que, con gran sorpresa de Jason Philipp, penetr en el taller Gottfried Nothafft. Su larga barba patriarcal y su gran estatura le daban un aire respetable, si bien su rostro acusaba la fatiga y sus ojos estaban apagados.Buenas tardes, cuado dijo tendiendo la mano; los negocios de la patria marchan mejor que los de sus ciudadanos.

Schimmelweis, que no vea con buenos ojos las visitas de los parientes, devolvi el saludo con recelosa frialdad. Slo cuando supo que Gottfried se hospedaba en El Gallo Rojo, se iluminaron sus facciones. Preguntle qu le traa a la ciudad.He de hablar contigo contest Gottfried Nothafft.

Pasaron a una habitacin situada detrs del taller y tomaron asiento. Los ojos de Jason Philipp reflejaban ya una negativa ante cualquier peticin que le pudiera costar dinero o trabajo. Mas se encontr agradablemente sorprendido.Has de saber, cuado empez Gottfried Nothafft, que durante los diecinueve aos que he vivido con mi mujer he podido ahorrar tres mil tleros. Y como tengo el presentimiento de que a no tardar habr de rendir tributo a la muerte, vengo a rogarte que tomes en custodia el dinero de Mariana y mi chiquillo. He tenido, en estos ltimos tiempos tan difciles, gran cuidado de no tocarlo. Mariana nada sabe de todo esto y es preciso que contine ignorndolo. Es una mujer dbil; las mujeres no entienden de cuestiones de dinero y no aprecian el valor que ste tiene. En un momento de apuro echan mano de l y, antes de que se den cuenta, ya ha desaparecido. Con todo, yo quiero facilitar la entrada de mi Daniel en la vida, para cuando haya pasado los aos de escuela y de aprendizaje. Ahora tiene doce aos y, Dios mediante, dentro de otros doce, ser un hombre. Con los intereses de ese dinero, podrs ayudar a Mariana y no te pido ms que una cosa: que no digas ni una palabra de todo esto y que, cuando yo deje de existir, trates a mi hijo como lo hara un padre.

Jason Philipp se levant, estrechando conmovido la mano de Gottfried.Puedes confiar en m como si fuera el Banco de Inglaterra dijo.Ya lo haba supuesto, cuado, y por eso he venido.

Cont encima de la mesa tres mil tleros en billetes de Banco, y Jason Philipp le extendi un recibo. Jason rog a su cuado que pasara la noche con ellos, pero ste excusse diciendo que tena que regresar a casa para reunirse con su mujer y el nio, y que ya tena bastante con haber pasado la noche anterior en la bulliciosa ciudad.

Al volver al taller encontraron sentada a Teresa, que tena en sus brazos a su primognita de tres aos, Felipina. La criatura tena una cabeza disforme y unas facciones horribles. Gottfried apenas cambi cuatro palabras con su cuada. Ms tarde, Teresa pregunt a su marido qu le quera Nothafft.

Jason Philipp contest sin vacilar:Negocios de hombres.

Tres das despus, Gottfried devolvi el recibo; en el respaldo haba escrito: Para lo nico que puede servirme este papel es para comprometerme. Me has dado tu palabra y tu mano; esto basta. Agradecido por tu servicio de amigo y con todo mi afecto. Gottfried Nothafft.

4La paz no haba sido an firmada cuando muri Gottfried. Fu sepultado en el pequeo cementerio adosado a la muralla, y levantse en l una nueva cruz.

Jason Philipp y Teresa, que haban acudido al sepelio, permanecieron tres das al lado de Mariana. El inventario de los bienes evidenci, con espanto de Mariana, que en la casa no haba ni veinte tleros; la mujer vi ante s una vida llena de miseria y de privaciones. As, le fueron de gran consuelo los consejos y disposiciones de Jason Philipp, y la afirmacin de ste de que les ayudara con todas sus fuerzas acab de tranquilizar a la desdichada.

Tomse el acuerdo de que Mariana pondra una tienda de comestibles, para lo cual Jason Philipp adelant cien tleros. Segn todas las apariencias, Jason Philipp haba hecho fortuna. Llevaba erguida la cabeza, y sus carnosas mejillas atestiguaban una buena nutricin. Tena aficin a tamborilear sobre los vidrios de la ventana silbando al mismo tiempo. Silbaba La Marsellesa, pero en Eschenbach nadie lo saba.

El pequeo Daniel observaba atentamente sus labios e imitaba la meloda. Entonces Jason Philipp rea de tal suerte que le temblaba el abdomen; luego, recordando el luto, exclamaba:Qu majadero!

Con todo, el muchacho no le era simptico.El difunto Gottfried parece no haberse preocupado demasiado del pequeo dijo una vez que presenci una terquedad de Daniel; ste necesita una mano dura.

Daniel, al or estas palabras, quedse mirando con desfachatez a su to.

El domingo, despus de los funerales, cuando iba a despedirse el matrimonio Schimmelweis, Daniel no se hallaba en casa. La mujer del mesonero djoles que lo haban visto ir a la iglesia en compaa del organista. Mariana corri all en su busca y volvi momentos despus diciendo a Jason Philipp:Est sentado junto al rgano y no hay manera de arrancarle de all.Que no hay manera de arrancarle? exclam Jason Philipp, y sus redondas mejillas ardan de clera. Qu quiere decir esto? Y vas a consentirlo?

Y l mismo, en persona, se fu a la iglesia dispuesto a matar al rprobo.

Mientras suba la escalera del coro tropezse con el organista, que se ech a rer.Busca usted sin duda a Daniel? pregunt ste. El pequeo no aparta la vista del rgano ni un momento, como si la msica le hubiera embrujado.Voy a ver si le quito el embrujamiento gru Jason Philipp.

Daniel, sentado en el suelo, permaneca ensimismado detrs del rgano, sin or que su to le llamaba. Estaba tan abstrado, que sus ojos tenan una expresin que hizo pensar a Jason Philipp si el chico haba perdido el juicio. Sacudi a Daniel por los hombros y le orden:Vente en seguida a casa conmigo.

Al or, ya vuelto en s y abriendo los ojos, el resoplido irritado de aquella voz extraa, Daniel se desasi, manifestando resueltamente que quera quedarse donde estaba. Jason Philipp no pudo contener su rabia e intent coger de nuevo al muchacho para arrastrarle a viva fuerza. Daniel di entonces un salto atrs y grit con los labios trmulos:No me toques!

Sea porque el silencio de la iglesia infundiera a Jason Philipp temor y espanto, sea porque le hubiese contenido la extraordinaria expresin de terquedad y clera del arrapiezo, di media vuelta y se march sin decir palabra.El tiempo apremia y el coche ya est esperando dijo a su mujer.Buena pieza ests criando! dijo con rostro sombro, dirigindose a Mariana. Te va a dar mucho quehacer.

Mariana se qued mirando al suelo. Aquellas palabras no la cogan de sorpresa. El carcter hurao y obstinado del chico, su egosta tenacidad, su rudeza, su intemperancia y su desprecio a todo convencionalismo, la angustiaban de veras. Parecale como si el destino hubiese dejado caer en el alma del muchacho algo de aquel odio loco y tormentoso que ella haba alimentado durante su embarazo.

5Jason Philipp Schimmelweis dej el lbrego stano del Kornmarkt, alquil una tienda en el Museumbrcke y abri un comercio de librera. El sueo de toda su vida habase convertido en una realidad.

Tomaron una sirvienta, y Teresa, que se pasaba todo el da sentada en la caja de la tienda, aprendi a llevar los libros de contabilidad.

Al preguntar a su marido de dnde haba sacado el capital para el negocio, ste le contest que un amigo, que haba depositado en l su confianza, se lo haba prestado con un inters razonable. Le haba sido impuesto como condicin el callar el nombre del amigo.

Teresa no le di crdito. Su espritu estaba lleno de temores sombros. Cavilaba sin cesar, y su recelo y desconfianza fueron en aumento. Hizo secretamente toda clase de indagaciones acerca del protector annimo, pero no encontr rastro alguno de l. Cada vez que se empeaba en hacer hablar a Jason Philipp, ste le contestaba, malhumorado, con una grosera. Jams se habl del reembolso del dinero ni del pago de los intereses, y en los libros de contabilidad no figuraba siquiera ninguna cuenta por ese concepto. A Teresa le hubiera sido preciso creer en duendes para poder ahuyentar de s aquellos aos de sospechas inacabables. Pero ella no crea en duendes.

La Naturaleza no la haba dotado ni de jovialidad ni de mansedumbre. As, bajo la obsesin de aquel enigma insoluble, se convirti en una esposa indolente y en una madre caprichosa.

Cuando no haba qu hacer en la tienda, se dedicaba a leer. De una novela trgica saltaba a un libro en que se hablaba de vicios inconfesables. Esas eran las obras de fondo. Cmo haba que atraer a un pblico para el cual el comprar libros equivala a una dilapidacin pecaminosa? Ella lea sin especial aficin y llevada slo de una impaciente avidez por conocer el ambiente de las cortes principescas o gustar las traiciones imaginarias de todos los espas, aventureros y bribones posibles. Inconscientemente se fu acostumbrando a juzgar el mundo, al que no poda llegar su vista, a travs de los libros, en los que cobraban visos de realidad las creaciones de cerebros intoxicados.

Pero cuando, con los aos, logr alcanzar una situacin prspera, Jason Philipp Schimmelweis fu abandonando la obscura esfera de su profesin. El era un hombre que viva atento a su poca y largaba la vela en cuanto estaba seguro de que haba de hincharla un viento favorable. Confiaba su embarcacin a la corriente cada vez ms poderosa de los partidos proletarios, contando con sacar provecho all donde tena puesto casi su corazn. Mostraba al burgus la frente del rebelde, y enseaba al proletario la integridad de sus derechos. Era preciso encontrar tan slo un camino favorable. Ms de un tendero insignificante haba podido cambiar su pocilga por una villa adornada con muebles lujosos en las afueras de la ciudad y poda mandar sus hijos al extranjero.

Era el tiempo en que la vieja ciudad imperial despertaba tambin de sus sueos romnticos.

Si las soberbias iglesias, los puentes de arcos magnficos y las mansiones seoriales haban constituido hasta entonces algo vivo e impresionante, ahora no eran ms que viejas reliquias; y el burgo y los baluartes y las poderosas torres redondas, miserables ruinas de una poca de ensueo felizmente superada. Se tendan rieles por las calles, y de la entrada de las angostas callejuelas desaparecan aquellas cadenas enmohecidas de las que pendan faroles informes. Las fbricas y chimeneas iban cercando aquel paraje respetable y pintoresco, al modo de un marco de hierro alrededor de un templo de la antigedad.El hombre moderno necesita tener aire y luz deca Jason Philipp Schimmelweis, haciendo sonar el dinero en el bolsillo de sus pantalones.

6Daniel completaba su enseanza en el Instituto de Ansbach. Pronto, luego de servir un ao en el ejrcito, entrara como empleado en un comercio. As lo haban acordado Jason Philipp y Mariana.

Su aplicacin era muy escasa. Los profesores movan con aire dubitativo la cabeza al hablar de l. En su larga experiencia escolar, nunca haban conocido un muchacho tan indolente. Los mugidos de un rebao de vacas o el alboroto de las bandadas de gorriones le cautivaban ms que las reglas fundamentales de la gramtica. Unos lo tenan por tonto, otros por socarrn. No sala del paso sino a duras penas, gracias a una prodigiosa intuicin, y en momentos particularmente crticos, gracias a los buenos oficios del chantre Spindler.

Las familias en casa de las cuales encontraba comida gratuita, se lamentaban de sus modales groseros. A raz de una respuesta desvergonzada, la esposa del magistrado Hahn le prohibi que volviera por su casa. Los pobres han de ser humildes, le dijo la seora.

El chantre Spindler era un hombre que deca, con gran aplomo, haber nacido para cosas ms importantes que la de enmohecer en una capital de distrito; sus canas ensortijadas encuadraban un rostro ennoblecido por la melancola de sus ideales e ilusiones maltrechos.

Una maana de verano, habindose levantado con el alba, sali a pasear por la campia. Apenas llegado al primer pajar del pueblo de Dautenwinden, vi a una compaa de msicos ambulantes que se haban pasado la tarde y la noche de la vspera tocando en un saln de baile, y que, levantndose del heno, sacudan las briznas del pajar; vi tambin a Daniel Nothafft echado sobre la paja, e intentando arrancar, con aire absorto y obstinado, una meloda a la flauta que haba pedido a uno de los msicos.

El chantre se detuvo y mir hacia arriba. Los msicos se echaron a rer, pero l no particip de sus bromas. Pas algn rato hasta que el torpe flautista se diera cuenta de l; Daniel baj por la escalera e hizo ademn de escabullirse con un saludo tmido, pero el chantre le sali al paso. Partieron juntos, y Daniel cont que desde la tarde anterior no haba podido separarse de los msicos. El muchacho no saba cmo expresarlo, pero lo cierto era que sinti como si una fuerza superior le hubiera obligado a respirar el mismo ambiente que aquellos hombres que hacan msica.

Desde aquel da, y por espacio de tres aos, Daniel fu dos veces por semana a casa del chantre, quien le daba lecciones del arte del contrapunto y la armona. Estas lecciones transcurran rpidas y llenas de uncin. El chantre encontr un placer especial en alentar una aficin cuyo desarrollo le pareca la recompensa de muchos aos de soledad exenta de resonancia. El apasionamiento desesperado y los sbitos estallidos de clera de su joven discpulo, as como sus primeros ensayos de composicin, le inspiraron en seguida algn cuidado, por lo que procur calmarlos constantemente con alusiones a los sublimes y dulces ideales del arte.

Y de esta suerte lleg el tiempo en que Daniel hubo de ganarse el sustento.

7Entonces el chantre hizo un viaje a Eschenbach, a fin de hablar con Mariana Nothafft.

Mariana no acert a comprenderle. Casi estuvo a punto de echarse a rer.

Hasta entonces haba credo que la msica se reduca a la musiquilla de los organillos, a las canciones de la Sociedad Gimnstica o a las marchas de las bandas militares. Se propona tal vez que su hijo viviese como un vagabundo tocando el violn de puerta en puerta? Le tom por loco. Mariana apretaba las manos una contra otra y escuchaba al chantre, cuyas palabras le parecan de una necedad absoluta. El chantre se di cuenta de que su poder era tan mezquino como el mundo en que se mova, y tuvo que marcharse sin haber logrado su propsito.

Mariana escribi a Jason Philipp Schimmelweis.

Era de ver cmo Jason Philipp se mesaba nerviosamente la barba rojiza, y sus guios burlones y an la acrimonia de su lengua septentrional, al escribir a Daniel: Es lo nico que esperaba de ti, que tu ms ntima aspiracin se cifrara en convertirte en un holgazn. Apreciado joven! O te decides a ser un miembro honrado de la comunidad humana, o te negar mi ayuda. Puedes formarte una idea perfecta de la suerte que va a correr tu madre si el seorito quiere vivir como un parsito, pues no va a serle posible vivir vendiendo arenques y pimienta.

Daniel rasg la carta en mil pedazos, los cuales ech por la ventana al azar del viento, en tanto que su madre lloraba.

Luego se encamin al bosque, donde estuvo vagando hasta la noche, y al fin se acurruc, para dormir, en el hueco de un rbol.

8Habra que contar la oposicin obstinada, las palabras duras, los ruegos y lamentos, las infructuosas amonestaciones, los dilogos exacerbados y los irritados silencios.

Y referir tambin cmo Daniel huye de su casa, para regresar de nuevo, dejando pasar indolentemente el tiempo. Y cmo corre impetuoso por la campia, echndose junto a los estanques donde la hierba es alta. Y cmo, por la noche, salta del lecho y abre la ventana y maldice de aquella quietud y envidia el movimiento a las nubes.

Y cmo, al penetrar furtivamente en su habitacin, su madre le sigue, y pega el odo a la puerta, y entra a su vez en aqulla, al ver la vela encendida, y se acerca al lecho de su hijo, y se estremece delante de sus ojos relucientes que se ensombrecen al acercarse a l. Y cmo ella, vivo en su alma el recuerdo de los cuidados que ha tenido para con l, nio an, y con la esperanza de que se muestre ms complaciente, no se cansa de rogar e implorar. Y cmo entonces Daniel, viendo la angustia de su madre, sufre, por decirlo as, un derrumbamiento interior y promete hacer lo que ella le pide.

Y cmo despus en Ansbach, en casa de Hamecher, el negociante en pieles, se pasa el tiempo sentado sobre los fardos de mercancas, en el portal ancho y desierto, o en el barrote de una escalera de mano, o bien en el almacn, y suea, suea, suea. Y cmo la indulgente sorpresa del seor Hamecher se trueca en extraeza y sta en indignacin, hasta que, al medio ao, el amo da el pasaporte a aquel intil.

Y cmo, despus, Jason Philipp Schimmelweis juzga saludable, desde el punto de vista pedaggico, trasladar al muchacho a un nuevo escenario con nuevos personajes, a fin de minorar por lo menos la nefasta influencia del chantre Spindler. Cmo se habla de Bayreuth y cmo nadie nota el fogoso estremecimiento de Daniel, pues les es desconocido el nombre de Ricardo Wagner y slo les es familiar el de Maier, comerciante de vinos, que vive en aquella ciudad. Y cmo se marcha Daniel a Bayreuth, la Jerusaln de sus anhelos, y se somete a una aparente disciplina, nicamente con el fin de poder permanecer en aquel lugar en que el sol, el aire y la tierra, los animales, las boigas y las piedras exhalan aquella msica de la cual haba dicho el chantre Spindler que sin duda la presenta, pero que era demasiado viejo para comprenderla o amarla.

Y cmo, a pesar de sus esfuerzos para simular ser un hombre til, escribe msica en las facturas y entona para s extraas canciones en las bodegas abandonadas y deja vaciar toda una pipa de vino con ocasin de tener abiertas sobre las rodillas las Suites inglesas.

Y cmo se cuela en el teatro para asistir a un ensayo, y al ser echado a la calle por un empleado celoso traba amistad con Andrs Dderlein, profesor de la Escuela de Msica de Nuremberg y apstol infatigable del nuevo Redentor. Y cmo Dderlein parece dispuesto a ayudar a Daniel, cuyo juvenil entusiasmo le causa gran placer. Y cmo el muchacho, embriagado por la promesa, vaga e imprecisa, de una plaza gratuita en la escuela del profesor, sale de noche de la ciudad y se pone en camino para hacer a pie el viaje hasta Eschenbach; y cmo se postra a los pies de su madre, se subleva formalmente contra ella, implora, jura y perjura, delira casi, trata de inducirla a que cambie el sentir de Jason Philipp, y hace los posibles por explicarle que su vida, su salvacin, su salud y su suerte dependen nicamente de aquello. Y cmo ella, bondadosa hasta entonces, toma ahora una actitud severa, inflexible y glacial, y no comprende nada, ni siente nada, ni cree nada de lo que su hijo le dice, convencida tan slo de lo terrible de aquello que calificaba de incurable perturbacin.

De todas estas cosas habra que hablar, pero hay hechos tan evidentes como que el humo y las chispas son productos del fuego; hechos desde luego determinables, y que se producen siempre en idntica forma.

Llevada de sus prejuicios contra los vagabundos y los bohemios, pues todos sus antepasados y los de su marido se han ganado honradamente su pan con el trabajo manual, Mariana no concibe lo que su hijo pudiera ganar ocupando la plaza gratuita en el Instituto de Dderlein, ya que en realidad nada posee Daniel para subvenir a sus necesidades. El muchacho arguye que ha aprendido a tocar el piano y que eso le permitir salir del paso. Su madre mueve escpticamente la cabeza. Daniel habla de la sublimidad del arce, de la felicidad que experimenta un artista, de la gloria que le es dable alcanzar. Todo intil. Entonces, el muchacho se siente tan sumamente distanciado de su madre, que sta cesa de representar algo para l.

No bien Jason Philipp Schimmelweis tuvo noticia de lo que ocurra, se dispuso a comparecer como un ngel vengador en la tienda de Mariana. Daniel ya no le tema, porque nada esperaba de l. Interiormente no pudo menos de rerse cuando vi tan enfurecido a aquel hombre menudo y de cuello corto. Sobre el rubicundo rostro de Jason Philipp brillaba siempre una chispa de irona y de picarda, pues tena de s un concepto demasiado elevado para oponerse con todo el peso de su personalidad a las despreciables extravagancias de un mozalbete de diecinueve aos.

En tanto que hablaba con mirada centelleante y con su roja lengua apartaba de los elocuentes labios algunos pelos rebeldes del bigote, Daniel permaneca apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, y consideraba, ora a su madre, que, muda y envejecida, yaca sentada en un ngulo del sof, ora el retrato al leo de su padre, que colgaba ante l en la pared. Un amigo de la juventud de Gottfried Nothafft, un pintor olvidado, como todas sus obras, lo haba ejecutado; representaba un hombre de aspecto grave y mesurado que recordaba uno de aquellos maestros jurados de gremio, de aspecto principesco, de la Edad Media.

Y al mirar entonces el rostro de Jason Philipp, crey descubrir en l la expresin vitanda del espritu del mal. Aquel hombre no atenda a razonamientos; as por lo menos se lo pareci. Aquel hombre estaba decidido de antemano a decir que no. Y crey Daniel que no slo aquel hombre y su ira eventualmente justificada, sino todo un mundo se levantaba en armas contra l y se haba conjurado para perseguirle. Perdida la paciencia y sin aguardar el final de la peroracin de Jason Philipp, abandon la habitacin.

Jason Philipp perdi el color.No nos engaemos, Mariana; has alimentado una serpiente en tu seno exclam.

Daniel estaba en pie en la plaza, frente a la fuente de Wolfram, dejando que la prpura del sol poniente le inundara con sus rayos. A su alrededor, las piedras y las vigas entrecruzadas de los muros de las casas brillaban como ascuas, y las mozas, que avanzaban con sus cntaros, contemplaban maravilladas aquella plenitud de luz del cielo. En aquella hora, Daniel sinti renacer en su pecho el amor por su ciudad natal. Al salir Jason Philipp a la plaza, en cuya esquina aguardaba el coche de posta, procur no ser visto de Daniel, dando un rodeo por detrs de l. Pero Daniel di media vuelta y clav su mirada en aquel hombre que hua apresuradamente y que por el rabillo del ojo le miraba enfurecido.

9Daniel se di cuenta de que le era imposible permanecer al lado de su madre. Era intil cuanto hiciese por convencerla. Como careca de recursos, estaba a merced de un pariente tirnico. Reprimiendo sus violentos impulsos, Daniel, tras madura y fra reflexin, traz un plan. Era necesario trabajar y ganar el dinero suficiente para poder trasladarse cuanto antes a casa de Andrs Dderlein y recordarle su generoso ofrecimiento. Luego de leer los anuncios del peridico, escribi unas cartas. Una imprenta de Mannheim buscaba un auxiliar para la correspondencia. Como Daniel se aviniese a aceptar el mezquino sueldo, le indicaron que se presentara. Mariana le di el dinero para el viaje.

Tres meses estuvo ocupando aquel empleo, al cabo de los cuales se le hizo insoportable. Despus, por espacio de siete meses, trabaj en casa de un contratista de obras de Stuttgart; luego, cuatro meses en la Administracin del balneario de Baden-Baden; a continuacin, seis semanas en una fbrica de cigarrillos cerca de Kaiserslauten.

Viva como un perro, en una soledad absoluta. De miedo a gastar dinero, evitaba las amistades. Las privaciones y ayunos le adelgazaron extraordinariamente. Tena hundidas las mejillas, y le temblaban las extremidades. Cosa y remendaba por s mismo sus vestidos, y, a fin de no gastar sus botas, fijaba trocitos de hierro en los tacones y clavos de ancha cabeza en las suelas. El objeto de sus preocupaciones le comunicaba energas: Andrs Dderlein le llamaba de lejos.

Todas las noches contaba el dinero ahorrado. Finalmente, cuando, transcurridos diecisis meses de penalidades, hubo reunido doscientos marcos, crey poder intentar el gran paso. Segn sus clculos, llevando la norma de vida que hasta entonces, pensaba poder subsistir cinco meses con aquel dinero, tiempo ms que sobrado deca para hacerse con nuevos recursos. Haba tratado a mucha gente y adquirido numerosas relaciones, pero en realidad no conoca a nadie ni posea ninguna experiencia, pues haba pasado por el mundo como una linterna apagada, y como, para mejor soportar la ocupacin a que se dedicaba, ahogara enrgicamente dentro de s sus ms hondas aspiraciones, fija la vista en el futuro, su alma estaba entonces al rojo vivo.

Durante su viaje se aliment de pan seco y de queso, cosa a la cual se haba acostumbrado. Sus libros y cuadernos de msica haban sido facturados, reunidos en un paquete, a la consigna del ferrocarril de Nuremberg. Ocurra eso a principios de primavera. Hizo la marcha a pie, durmiendo al raso, si el tiempo era bueno, y colndose en algn cobertizo los das de lluvia. Su equipaje servale de almohada y su capa estropeada le resguardaba del relente de la noche. No era raro que los campesinos le dispensasen una afectuosa acogida y le dieran de comer; alguna que otra vez se le uni tambin algn trabajador ambulante que iba a la ventura, pero el taciturno carcter de Daniel ahuyentaba pronto a los compaeros de ruta.

Un da, cerca de Kitzingen, pas por delante de la verja de un jardn. A la sombra de un arce estaba sentada, leyendo un libro, una jovencita vestida de blanco. Una voz llam: Silvia!, y entonces la muchacha se levant y con gracia inolvidable se dirigi hacia el fondo del parque.

Silvia! murmur para s Daniel; este nombre parece sugerir un mundo mejor. Y se estremeci de espanto ante la perspectiva de tener que permanecer delante de una verja que lo ofrece todo a los ojos y lo niega todo a las manos.

10Su primera idea fu ir a casa de Andrs Dderlein. All le dijeron que el profesor estaba de viaje. Dos semanas ms tarde se present de nuevo en la vetusta casa del Fll. Esta vez le contestaron que el profesor no reciba. Con gran desaliento, pero decidido a saber en qu terminaba aquello, acudi por tercera vez, y entonces fu recibido.

Hicironle entrar en un saln muy confortable, en donde, recostado en un silln de brazos, el profesor tena sobre sus rodillas a su hijita, nia de unos ocho aos, mientras aguantaba con la mano derecha una mueca magnfica. Los blancos azulejos de la estufa ostentaban motivos inspirados en la leyenda de los Nibelungos. Tanto en la mesa como en las sillas haba cuadernos de msica. Las ventanas tenan vidrios de colores. Y en un rincn de la estancia figuraban diversas macetas decorativas a las que servan de fondo unos pauelos de colores y unos abanicos chinos, todo artsticamente dispuesto.

Dderlein dej la nia en el suelo, y, luego de soltar la mueca, se irgui en toda su gigantesca estatura, lo cual le causaba evidente placer. Su cuello era tan grueso que el mentn reposaba en l como en una gelatinosa masa blanca.

Aparent no recordar a Daniel. Le fu preciso hacer memoria; al fin hizo chasquear dos dedos para dar a entender que haba dado con el detalle deseado.S, s! Desde luego; cierto, cierto, querido joven. Pero, imagina usted lo que esto representa? Ahora precisamente las clases estn llenas de bote en bote, como lo estara de gorriones una calle cubierta de migas de pan. Posiblemente podremos hablar de ello en otoo. S, s, en otoo; entonces se presentar sin duda la oportunidad.

Luego una pausa que, gracias a media docena de ejem!, adquiri la mxima gravedad. Y estaba seguro el muchacho de sus verdaderas aptitudes? Haba tenido en cuenta que el arte se converta cada vez ms en el predilecto campo de lucha de los ineptos y fracasados? Eran demasiado difciles de distinguir las ovejas de los carneros. Y en ltimo trmino, presuponiendo las aptitudes, cul era su energa moral? Era incontestable que aqu radicaba el nudo del problema. No opinaba as?

Como envuelto en densa niebla, Daniel se di cuenta de que la pequea se le haba acercado y le observaba con extraa mirada, fija y escrutadora. Casi estuvo tentado de alargar la mano para cubrirle los ojos a la nia, cuya actitud le produca, sin saber por qu, una impresin desagradable.Lamento de todo corazn no poder brindar a usted una perspectiva ms agradable dej caer en sus odos la voz de Andrs Dderlein, untuosa y satisfecha de su propio timbre; pero, como le he dicho, no es posible hacer nada antes del otoo. Dme, por si acaso, sus seas. Hgame el favor de anotarlas en este papel. No? Como usted quiera. Adis, joven; adis.

Dderlein le acompa hasta la puerta; luego, volvi a reunirse con su hijita, sentndola de nuevo en sus rodillas, volvi a coger la mueca y exclam:La Humanidad, mi querida Dorotea, es una especie miserable. Cuando comparo a los hombres con los gorriones me parece que les hago a stos muy poco honor. Ay, Dios mo! No ha querido escribir su nombre en este papel. Ofendido! Ja, ja, ja! Qu cmicos son los hombres! No ha querido escribir su nombre; ja, ja, ja!

Se puso a canturrear el motivo del Walhalla, mientras Dorotea, inclinndose hacia la mueca y riendo coquetonamente, bes el rostro de cera.

Daniel, de pie delante de la casa, apret con fuerza los labios como el calenturiento que trata de impedir que sus dientes castaeteen. Por qu se pregunt, loco de pesadumbre, por qu, pues, permaneciste en aquellos despachos y malgastaste el tiempo? Por qu te torturaste el cuerpo y te ataste las alas? Por qu te mantuviste sordo a mi llamada, empendote en cosechar frutos donde no haba ms que piedras? Por qu te encerraste como un cobarde en aquellos escritorios, en aquellos almacenes? Slo para llegar a eso? Pobre loco!

Nunca ms, alma ma exclam para s, nunca ms.

11Durante ese tiempo, Mariana no recibi noticias de Daniel sino muy de tarde en tarde. Al segundo ao, slo un par de lneas por Navidad.

Al abandonar su ltimo empleo, el muchacho se limit a comunicarle que iba a cambiar nuevamente de residencia, aunque sin decirle que la ciudad escogida fuese Nuremberg. Haban transcurrido la primavera y el verano cuando el corazn de la pobre mujer, fluctuando entre el temor y la esperanza, fu sacado despiadadamente de la incertidumbre por una carta de Jason Philipp.

Este le contaba que Daniel rondaba por Nuremberg; le haba visto por casualidad, unos das antes, entre las barracas de la feria de la isla de Schutt, en un estado tal, que la pluma se resista a describirlo. Al intentar ir a su encuentro, el muchacho desapareci. De lo que hubiese podido traerle a la ciudad, Jason Philipp nada saba. Sin embargo, caba apostar diez contra uno que su presencia all se debera a algn proyecto ruin, ya que el muchacho no tena trazas de vivir decentemente. Aconsejaba, pues, a Mariana que partiera para Nuremberg a fin de poder dar con el paradero del muchacho; era preciso evitar, antes que fuera demasiado tarde, que el nombre sin tacha que el mozo llevaba fuese mancillado para siempre. Para los gastos de viaje le enviaba cinco marcos en sellos de correo.

Mariana recibi la carta a medioda. Inmediatamente cerr la casa y la tienda; a las dos de la tarde se encontraba en la estacin de Ansbach, y a las cuatro llegaba a Nuremberg. Con su maletn en la mano, fu preguntando de esquina en esquina hasta dar con la Plobenhofgasse.

Teresa, con el pelo castao de su cuadrada cabeza de campesina alisado, se hallaba sentada detrs de la caja de la tienda. Zwanziger, el dependiente de cara pecosa, estaba ocupado deshaciendo unos paquetes de libros. Teresa salud con aparente afabilidad a su hermana, pero sin abandonar su sitio, se limit a alargarle simplemente la mano por encima del tintero y a repasar el pobre aspecto de Mariana, con la ajada mantilla y el sombrerito de pao pasado de moda.Si quieres esperar puedes ir arriba dijo; podrs entretenerte con los pequeos. Rieke subir tu maleta.Dnde est tu marido? pregunt Mariana.En una reunin electoral contest Teresa de mal humor; sin l, no podran reunirse.

En este momento entr en la tienda un hombre vestido de obrero, que empez a hablar con Teresa, en voz baja pero excitada.Yo he comprado la obra, la obra es ma deca el hombre, y porque uno deje de pagar un plazo no es razn para que uno pierda su propiedad. Esto son manganillas, seora Schimmelweis; esto son manganillas.Cul es el libro de que habla el seor Wachsmuth? pregunt Teresa dirigindose al dependiente Zwanziger.La Historia del Mundo, de Schlosser respondi ste.Entonces tendr usted que leer con detenimiento su contrato dijo Teresa al obrero; en el contrato est todo estipulado.Esto son manganillas, seora Schimmelweis; esto son manganillas repiti el hombre, como si en esta frase estuviese resumido cuanto l conoca en materia de conceptos denigrantes; uno quiere instruirse, uno quiere aprender algo; bueno, piensa uno, cmprate un libro, aumenta tus conocimientos para lograr un empleo mejor. Bueno, uno va a casa de un correligionario, se dirige a la librera de Schimmelweis; aqu puede estar tranquilo, piensa uno. Por sesenta marcos fuertes adquiere uno una Historia del Mundo, saca uno los plazos del salario, y de pronto, cuando ya se tiene pagada la mitad, tiene uno que quedarse sin su libro, slo porque se ha retrasado en el pago de dos plazos. Esto son manganillas, seora Schimmelweis; esto son manganillas.Lea usted su contrato repiti Teresa; en l est bien especificado todo.No es de extraar que uno se haga rico prosigui el obrero con voz cada vez ms recia, dirigiendo una mirada iracunda a Jason Philipp que, con el sombrero encasquetado y los pantalones salpicados de barro, acababa de aparecer a la puerta de la tienda, no es de extraar que uno pueda comprarse casas y pueda especular en terrenos. S, s, Schimmelweis, eso son manganillas y se me da tres pitos de su contrato. En todas partes se oye hablar de sus manejos de usted, de las trampas que significa el pago a plazos y de cmo explota usted al obrero. Primero se le ensalza la instruccin y luego se le exprime a base de esto. Al diablo!Clmese usted, Wachsmuth! grit Jason Philipp con energa.

Wachsmuth cogi su gorra y se fu dando un portazo.

Los ojos de Mariana Nothafft recorrieron maquinalmente los ttulos de una serie de folletos con cubierta color de fuego que estaban esparcidos sobre el mostrador. Ley: Hacia la batalla decisiva, La moderna esclavitud, Al pobre, sus derechos, Cristianismo y Capitalismo, Los crmenes de la burguesa. Aunque estos ttulos de tono belicoso nada o muy poco le dijeron, hicieron renacer en su pecho aquel antiguo odio, ya olvidado, contra la mquina.

12Hazme traer un poco de pan con mantequilla, Teresa orden Jason Philipp; mi estmago ya no puede ms.Pero, no has comido ya en la taberna? pregunt Teresa con recelo.No he estado en la taberna exclam Jason Philipp con mirada furibunda y agitando la cabeza como un len.

Teresa sali a buscar el pan con mantequilla, y era de ver la rabia y contrariedad que se complaca en mostrar con la lentitud de su paso. Pero ya su hija Felipina bajaba por la escalera con el pan.

En aquel momento Jason Philipp advirti la presencia de su cuada.Ah!, ya ests aqu? Como eres tan menuda! dijo con aire de sorpresa, y le ofreci su mano regordeta. Teresa te arreglar el cuarto del desvn; all gozars de una bonita vista sobre el Pegnitz.

Teresa le alarg el pedazo de pan con mantequilla. Jason Philipp observ, ceudo, que la mantequilla brillaba casi por su ausencia, pero no tuvo valor para exteriorizar su despecho. Con la boca llena, se dirigi nuevamente a Mariana que permaneca callada.Bueno; tu hijo vuelve a estar ya sin un ochavo. Una historia muy bonita, ciertamente. El seorito acabar por ir a presidio. Lo mejor sera expedirlo a Amrica. Ahora bien, no s cmo vamos a dar con l. En realidad, no s por qu habrs venido. Verdaderamente, me precipit al aconsejarte que vinieras.Si supiera por lo menos de qu vive murmur conmovida Mariana.ltimamente, no s dnde, le repuso Jason Philipp en el tono de quien va a hacer un relato que una jirafa se escap de un jardn zoolgico, verdad que no sabes lo que es una jirafa? Es un cuadrpedo de cuello muy largo, muy tonto y muy testarudo. El torpe animal se meti en un bosque y no haba medio de cogerlo. Entonces un guardin colg de su pecho el farol del establo, carg a la espalda una gavilla de heno y al caer la tarde se encamin al bosque. Apenas descubri la jirafa la luz del farol, acercse llena de curiosidad. El guardin di media vuelta, el animal oli el heno, tir de l y empez a comer; el hombre ech a andar y la jirafa sigui avanzando y comiendo heno, y de esta suerte el guardin logr devolver la bestia a su encierro. No crees que se podra domesticar tambin con un poco de heno a tu Daniel, ahora que el hambre empieza a acosarle?

Dicho esto, Jason Philipp se ech a rer satisfecho, mientras Zwanziger sonri irnicamente, celebrando la ocurrencia. Este tena a su principal por un hombre chistoso y ocurrente, y cuando por la noche tomaba su cerveza en El guardin del osezno o en El cielo cristalino, haca las delicias de sus compadres con los frutos del espritu de Schimmelweis, logrando un gran xito.

En este instante penetr en la tienda un anciano delgado, con guantes de glac y sombrero de copa. Empezaba a obscurecer; el recin llegado haba lanzado una mirada recelosa antes de entrar. Dirigindose precipitadamente hacia Jason Philipp dijo con entrecortada voz de falsete:Hola! Qu novedades tiene? Qu hay de bueno? Y, frotndose las manos, se qued mirando como un miope a travs de sus prpados rojos y delgados. Era el conde de Schlemm-Nottheim, primo del lder del partido liberal, el barn von Auffenberg.A sus rdenes, seor conde dijo Jason Philipp, cuadrado como un suboficial que hablara con el capitn.

Luego de conducir al conde a un rincn de la tienda, abri un macizo armario de roble, en el que guardaba las obras pornogrficas perseguidas por el fiscal y que slo podan venderse clandestinamente a personas de confianza.

Jason Philipp cuchiche alguna cosa y el anciano conde comenz a revolver con dedos temblorosos un montn de libros.

13No bien hubo subido Mariana los empinados peldaos de la escalera que conduce a los aposentos, le fu preciso decir quin era a la criada y tambin le fu preciso decir su nombre a los pequeos. Sus cumplidos pueblerinos provocaron la risa de los nios. Felipina, una muchachita de doce aos, afectaba un aire altanero y mova las caderas al andar. Los tres tenan la cabeza cuadrada de su madre y el cutis color de queso.

La criada trajo el maletn con el exiguo equipaje; luego acudi Teresa, que ayud a su hermana a deshacerlo. Con voz chillona e ingrata, hzole muchas preguntas, de las que, sin embargo, no aguardaba la respuesta, pues interesbale contar los casamientos, divorcios y defunciones recientemente ocurridos en la ciudad. Teresa rehua la mirada de su hermana, pues preocupbale el tiempo que poda durar su estancia en la casa y lo que eso iba a costar.

A Daniel no lo ment siquiera. Su silencio constitua para Mariana una condenacin mayor que todas las palabras sarcsticas del marido. Se limit a recordar la obligacin sagrada, por parte de los hijos, de obedecer a sus padres, no sin aadir que desconfiaba de que Mariana tuviese energa bastante para castigar al rprobo de su hijo.

Cuando se hubo quedado sola en la habitacin, Mariana se sent junto a la ventana, y se puso a mirar tristemente hacia el ro. El agua amarilla resbalaba suavemente, lamiendo las paredes de las casas de enfrente. Mariana poda contemplar el Puente del Museo y el de la Carne; la multitud que transcurra por ellos la inquietaba.

Al salir a la calle se detuvo a la entrada del Puente del Museo. Imaginbase que todos los habitantes de la ciudad tenan que pagar su derecho de pasaje. Con atentos ojos escrutaba todos los semblantes, y si alguno escapaba a su inspeccin, segua con la mirada la silueta hasta que se desvaneca en la obscuridad. A medida que avanzaba la noche iban siendo ms escasos los transentes.

Se pas la noche desvelada y escuchando los pasos apagados de los noctmbulos. Al da siguiente estuvo rondando por las calles desde primera hora hasta el amanecer. Todo lo que vea le causaba pena; los hombres se le antojaban animales mudos, atormentados y enojosos; los angostos callejones le quitaban el aliento, y el ruido la aturda.

Sin embargo, no se cansaba nunca de corretear.

Al quinto da no regres a casa hasta eso de las diez de la noche, y Teresa, que ya se haba acostado, le hizo servir un plato de sopa de lentejas. Mientras lo coma con buen apetito, escuch pasos en el vestbulo, una llamada en la puerta, y entr Jason Philipp.Vente inmediatamente conmigo fu todo lo que dijo; pero ella comprendi. Con manos trmulas abrigse con un paoln, pues las noches de octubre empezaban ya a refrescar, y sigui en silencio a su cuado.

Subieron hacia la Adlergasse, penetraron en ella y, a los pocos pasos, se hundieron en un callejn angosto y obscuro. De uno de los portales colgaba un farol en cuyos cristales verdes se lean estas palabras: Al Valle de Lgrimas. Tambin era verde la luz que iluminaba la escalera de piedra que conduca a la bodega, y verdes tambin los toneles de abajo y el desolado comedor provisto de bancos y mesas. Por la escalera suba un aire sofocante y cargado de vapores de vino.

Al lado de la entrada haba una ventana con reja. Jason Philipp se detuvo junto a ella e hizo sea a Mariana para que se acercara.

Las largas mesas estaban ocupadas por una concurrencia extravagante, en su mayora gente joven que no es posible encontrar en ningn otro sitio y slo muy raramente en las calles. La miseria pareca haberlos reunido, y la noche haberlos echado de sus guaridas; nufragos que en una costa desconocida se haban refugiado en una caverna. Lucan unas corbatas abigarradas y ridculas, y sus rostros tenan una lividez trgica que bajo la luz verde adquira un aspecto ms cadavrico. Haca mucho tiempo que ningn peluquero haba tocado aquellas cabezas; mucho ms tiempo an que ningn sastre les haba puesto la mano encima. Por ms de un concepto se les hubiera tomado por un hato de vagabundos.

Dos individuos ancianos, en estado de embriaguez, se hallaban sentados aparte, algo extraados de aquellos compaeros de Aqueronte. Pues, despus de todo, al llegar el sbado, perciban ellos su salario, mientras que los dems vivan manifiestamente en la vagancia.

Sin embargo, en un rincn sumido en la penumbra apareca un joven sentado frente al piano, cuyas teclas golpeaba enrgicamente. Tocaba de memoria, pues ante l no haba ninguna partitura.

El instrumento vibraba roncamente; las cuerdas emitan unos sonidos lgubres; los pedales geman. Sin embargo, el pianista se mostraba tan encantado de su actuacin que le importaba un ardite los defectos del instrumento. A pesar de aquel estrpito absurdo y ensordecedor, y de las notas salvajes de los acordes, el artista se senta enajenado y como transportado al sptimo cielo.

En el pianista, Mariana reconoci en seguida a Daniel. Para no caerse tuvo que agarrarse a la reja de la ventana. Jason Philipp tena justa fama de ironista; la imagen de Daniel entre los leones era demasiado seductora, para que dejara de deslizar al odo de Mariana los conocidos versculos. Mas, como la ventana estaba abierta y el pianista hizo una pausa en su tocata, la voz de Jason Philipp lleg al odo de la concurrencia, obligando a que las miradas se dirigieran a l. Mariana estaba aturdida; creyendo que el recital haba terminado, exclam, con voz desfallecida y espantada: Daniel!

Daniel di un salto, fijo la mirada en la que pronunciara su nombre, vi la faz socarrona de Jason Philipp, y, precipitndose hacia la puerta, subi en tres saltos la escalera.

Se qued debajo del arco de la puerta sin que sus labios acertaran a pronunciar ninguna palabra. Desventurado!, pens Mariana, y parecile como si pudiera aprisionar en el seno que le haba engendrado aquella palabra que tema pronunciar. Pero, desgraciadamente, la palabra fu pronunciada.

l no quera ver ms a su madre; deseaba vivir solo y para s; quera ser libre y no necesitaba de nadie.

Jason Philipp lanz una mirada de desprecio al protervo y sac a Mariana de all. Desde la esquina del callejn percibieron todava las voces exaltadas de la gente del Valle de Lgrimas.

A la maana siguiente Mariana regres a Eschenbach.

VARIOS ENEMIGOS, UNA MASCARILLA Y UN AMIGO

1Daniel haba alquilado una habitacin en casa del matrimonio Hadebusch, los fabricantes de cepillos, en la Jakobsplatz, detrs de la iglesia.

Por aquel entonces, en el mes de marzo, el fro se dejaba sentir mucho todava, y la seora Hadebusch tena un miedo supersticioso al carbn, al cual llamaba excrementos del diablo. En la parte trasera de la casa, en el patio, estaba el almacn de la lea, de donde se sacaban las astillas para la estufa. Pero las astillas eran caras y si Daniel hubiese alimentado con un manjar tan costoso la pequea estufa de su desvn, la factura mensual habra ascendido de un modo exorbitante. Por la habitacin pagaba siete marcos.

Con la estufa apagada, por miedo a gastar ms de la cuenta, Daniel permaneca sentado, tiritando de fro delante de sus libros y de sus cuadernos, hasta que penetr por las ventanas abiertas el aura tibia de la primavera. Los libros se los prestaba una biblioteca circulante de la Knigstor mediante el pago de seis pfnnigs por tomo. Achim von Arnim y Jean Paul eran por aquel tiempo sus poetas predilectos; en el uno encontraba el mundo maravillosamente adornado por fuera; en el otro, por dentro.

Con el boletn de ingreso de la pensin, en el que Daniel hizo constar su condicin de msico, baj la seora Hadebusch al comedor, que, como todas las habitaciones de la casa, pareca construido para enanos y que, al igual que los dems aposentos, ola a colas y a leja. Se haban reunido all pues era vigilia de fiesta el seor Francke y el seor Benjamn Dorn, huspedes del entresuelo, y adems, el hijo de la seora Hadebusch, que era idiota y que gimoteaba agazapado en el banco, junto a la estufa.

El seor Francke era viajante de una fbrica de cigarrillos y pasaba, entre las domsticas de la vecindad, por un peligroso ladrn de corazones; Benjamn Dorn, que trabajaba de escribiente en la Sociedad de Seguros Prudentia, era miembro de una congregacin de metodistas y gozaba de la consideracin de todas las personas respetables, a causa de su conducta piadosa.

El boletn fu examinado detenidamente. Con el entrecejo fruncido, el seor Francke manifest que un msico que nada dejaba or en casa no poda ser considerado en modo alguno como a tal.Habr llevado al Monte de Piedad el violn o la trompa dijo con menosprecio. Quiz slo sabe tocar el tambor, y eso tambin lo s hacer yo si ponen uno en mis manos.Claro, es preciso tener un tambor para poderlo tocar hizo notar Benjamn Dorn. Existe, sin embargo, el problema de si una profesin como esa est de acuerdo con los principios fundamentales de la humanidad cristiana. Dise con el dedo en la nariz y prosigui: Es una cosa que yo, con toda humildad, se entiende, con toda humildad, me atrevera a negar.Dice que no tiene ni parientes ni conocidos suspir la seora Hadebusch con voz cascada, ni colocacin ni perspectivas de tenerla; y en cuanto a calzado y trajes, no tiene ms que lo que lleva puesto. En mi vida he tenido un husped semejante.

El boletn cay al suelo, de donde lo recogi el imbcil de Hadebusch junior, para hacer con l un cucurucho y llevrselo a la boca a modo de trompeta, de manera que el importante documento fu estropendose y alejndose de su destino. Pero la seora Hadebusch pasaba demasiado por alto las disposiciones de la polica para preocuparse de sus deberes como patrona.

El seor Francke sac del bolsillo un paquete de naipes mugrientos y empez a barajar. La seora Hadebusch sonri como una bruja cuando el viento murmura en la chimenea; el metodista venci sus escrpulos de beato y cont unos pfnnigs encima de la mesa, y el viajante se arremang la americana como si se dispusiera a degollar una gallina.

La paz no dur mucho. A poco de empezado el juego, estall una furiosa disputa, como resultado de la escasa simpata de que gozaba el seor Francke cerca de la diosa Fortuna.

El viejo cepillero asom la cabeza por la puerta y se puso a salvo; el idiota segua soplando, ensimismado, en la trompeta de papel, y aquella reunin, hasta entonces tan pacfica, se dispers entre la ms frentica irritacin de cada uno de los circunstantes.

2Todas las noches Daniel suba hasta el castillo y vagaba a lo largo de las murallas, los puentes y las pasarelas.

Era su juventud la que le haca amar de tal manera las horas nocturnas, olvidando a los dems seres humanos y figurndose estar solo en la Tierra; su juventud la que le llevaba a amar fervorosamente las cosas y le haca capaz de trenzar melodas como flores del espritu alrededor de todo lo visible; melodas que jams pluma alguna haba llevado al papel tan delicadamente, tan elocuentemente, tan majestuosamente, y que expiraban en cuanto la mano intentaba apoderarse de ellas.

Pero era tambin la juventud la que pona una llama de odio en su mirada, ante el espectculo de las ventanas dulcemente iluminadas, y la que llenaba su pecho de amargura, pensando en los satisfechos, los indiferentes, los extraos, enteramente extraos, que nada saban de l.

Daniel era pequeo y grande a la vez: pequeo, ante el mundo; grande, ante s mismo. Se senta un dios cada vez que los acordes retozaban bajo sus dedos, en el teclado del piano, como las chispas de un yunque, y un miserable, cuando, en el obscuro patio del Teatro Municipal, aguardaba que el coro final de la pera Fidelio llegara hasta l a travs de los muros.

De todas partes manaban las fuentes: de los ojos de los nios y de las estrellas.

Se alimentaba de pan y de fruta; slo cada tres das se permita una cena caliente en la Posada de la Torre Blanca. All escuchaba alguna vez, furtivamente, las conversaciones de algunos jvenes. Esas conversaciones, que tenan para l un sonido inslito, despertbanle un deseo ardiente de trabar amistad con personas simpticas. Sin embargo, cuando los hermanos del Valle de Lgrimas le acogieron en su seno, produjo el efecto de un Robinson, de un Selkirk recin rescatado de su isla.

3Benjamn Dorn tena un corazn compasivo, y el anhelo de guiar a un alma extraviada le condujo a visitar a Daniel Nothafft. Luego de subir cojeando, con su pie de pia, la ruinosa escalera, llam suavemente a la puerta.Me permitir tal vez ofrecerle mis servicios en Cristo, caballero? dijo despus de haberse sonado las narices.

Daniel fij en l una mirada de extraeza.Podra procurarle, seor mo, desde luego desinteresadamente y en nombre de Cristo, una colocacin. En la Prudentia siempre hay trabajo. Seguramente el seor Zittel me atendera. El seor Zittel es el jefe de la oficina, seor mo. Tambin estoy en buenas relaciones con el agente general, el seor Diruf. Al inspector, seor Jordn, le veo casi todos los das. El seor Jordn es un hombre sumamente educado. Yo mostr a su hija Gertrudis la senda de Jesucristo; ahora participa de la gracia. Si usted quisiera confirseme, entrara usted en el camino de la salvacin. Yo siempre estoy dispuesto. Modestia aparte, puedo decir que la solicitud es innata en m.

Era como una mezcla de desabrimiento y de mansedumbre, de miseria y de complacencia divina. Y el cuello de su levita estaba deshilachado.No se preocupe usted replic Daniel; ya se habr dado cuenta de que lo paso bastante bien.

El devoto escribiente de la Sociedad de Seguros lanz un suspiro, al tiempo que aplastaba con el dorso de la mano una gotita que penda de su nariz.Medite usted, amigo mo, las palabras de Salomn. La soberbia degrada al hombre; mas aquel que es humilde en su espritu, es ensalzado.Lo meditar dijo Daniel secamente, y volvi a inclinarse sobre el papel pautado en que escriba.

Benjamn Dorn suspir nuevamente y sali cojeando. Sealando hacia arriba con el pulgar, dijo a la seora Hadebusch:Ta Hadebusch, no puedo ms, he de descargar mi corazn, en nombre de Cristo... Imagnese usted...Jess Mara! Qu hace, pues? En qu se ocupa? exclam jadeando la vieja, al tiempo que deslizaba la escoba bajo su sobaco.La mesa est repleta de papeles cubiertos de signos notoriamente cabalsticos; eso es tan cierto como que estoy aqu.

Entonces, la seora Hadebusch, llena de pavor a causa de las supuestas artes cabalsticas del husped de la buhardilla, mand a su marido a entrevistarse con el comisario de polica. Este ilustrado funcionario trat de viejo charlatn al fabricante de cepillos. Disgustado por lo cual, ste se meti en la Taberna del Corcel, se emborrach y tuvo que ser llevado a casa por Benjamn Dorn. Esto suceda en una hermosa noche de luna.

4En el Plrrer haba un cafetn denominado El Pequeo Paraso. En l todo era diminuto: el dueo, la camarera, las mesas, las sillas y los servicios. All se reunan los contertulios de El Valle de Lgrimas para reducir a polvo a los dioses y destruir el edificio del mundo...

Y hacia all encamin sus pasos Daniel.

Conoci el local liliputiense, y conoci los rostros famlicos de sus parroquianos. Conoci el pintor que no pintaba nunca, al escritor que no escriba jams, al estudiante que no estudiaba, al inventor que no inventaba nada, al escultor que dilapidaba su arte en un taller de figuras de yeso, al actor que no declamaba desde haca muchos aos, y a la media docena de filisteos que concurran a la reunin para divertirse a sus anchas. Conoci al joven barn de Auffenberg, quien, por razones desconocidas, estaba enemistado con su familia, y conoci tambin al seor Carovius, que pareca actuar de espectador, siempre sentado misteriosamente, y siempre sonriendo con una expresin de irona lnguida y disimulada, mientras que con la mano se mesaba la melena, cortada uniformemente a lo artista, y que terminaba en la nuca.

Pudo or aquel vocero, y escuchar aquellas palabras que se repetan todos los das, las fanfarronadas anarquistas del pintor, a quien los dems llamaban Kropotkin, y los cnicos alardes filosficos del estudiante, el cual se tena por el Scrates del siglo XIX.

La figura ms interesante era el seor Carovius. Hombre muy instruido, posea profundos conocimientos musicales, como lo denotaban muchas de sus observaciones. Era cuado de Andrs Dderlein, pero de este parentesco no pareca estar muy encantado, ya que en cuanto alguien sacaba a relucir el nombre de Andrs Dderlein se le demudaba el semblante y se revolva inquieto en su asiento. Por lo dems era un individuo impenetrable, siendo de notar la fina irona con que consideraba a los hombres. Las gentes daban en decir que posea mucho dinero, cosa que le exasperaba de lo lindo. Mas como no tena profesin conocida y viva en la ociosidad, nadie prestaba fe a sus vehementes protestas, por muy sinceras que fuesen.Quin es aquel tipo delgado como un palillo? pregunt el seor Carovius, sealando a Daniel, al escultor Schwalbe. Haca tiempo que conoca a Daniel, pero gustbale a menudo hacerse el olvidadizo.

El escultor le mir indignado.Uno que todava tiene fe en s mismo replic bruscamente. Uno que se ha baado en la sangre del dragn de las ilusiones y que es invulnerable como el joven Sigfrido. Est convencido de que todos los que duermen en cama propia suean en su futura grandeza y han encargado ya a la florista la corona de laurel que tendrn que dedicarle. Ignora que para stos slo es sagrado su almuerzo; e ignora que beben cerveza mientras canta la dulce zampoa y que bostezan cuando el Sina est en llamas. Sea como fuere, el muchacho est satisfecho de s mismo, esto le basta, y anda libando la miel que la vida le ofrece. La abeja no quiere ms que miel, y, cuando no encuentra flores, revolotea en torno al estircol. Salud, Nothafft! concluy, dirigindose a Daniel. Y levant su copa.

El seor Carovius sonri lnguidamente.Nothafft! observ. Nothafft! Bonito nombre, pero no para el Walhalla, sino ms bien para letrero de una sastrera. Dios mo, en mis buenos tiempos el hueso que ahora roe la juventud estaba todava lleno de carne!

Despus, asegurando los quevedos en su nariz, clav la mirada llena de respeto en la puerta, por la cual, elegante, esbelto y displicente, entraba el joven Eberhard Auffenberg, que buscaba la vida all donde otros la malgastaban.

A altas horas de la noche los contertulios dedicbanse a recorrer las calles y a sobresaltar al vecindario.

Mientras las risotadas y las discusiones sin sentido penetraban en sus odos, percibi Daniel una suave voz en mi menor, de la que se destacaban inexorablemente y con su poderoso peso las corcheas; luego la voz se resolvi en un majestuoso acuerdo en mi bemol y despus todo pareci hundirse en lo profundo del mar.

5Hacia fines de verano aconteci que Filipina, la hija de Jason Philipp, que jugaba en el patio con sus hermanos, dispar con una especie de honda contra un ojo del pequeo Marcos, de siete aos de edad. Un alarido hizo precipitarse a la madre, que presinti una desgracia, desde la casa al patio. El pequeo se retorca en el suelo. Inmediatamente fueron en busca de un mdico, pero toda intervencin fu intil: el ojo estaba perdido.

A Filipina le peg tan despiadadamente su padre, que los vecinos tuvieron que quitrsela de las manos.

Teresa, que senta por Marcos un cario entraable, no pudo reponerse de la desgracia. Lo que haca tanto tiempo dormitaba en su espritu sali a la superficie: asaltle la obsesionante monomana de la culpa.

A veces, por la noche, se levantaba de la cama, encenda una vela y andaba de puntillas de un lado a otro de la habitacin. Escudriaba detrs de las estufas y debajo de los armarios, y pegaba el odo a la puerta del dormitorio de la criada.

Cierto da, se le ocurri a Teresa vender un viejo escritorio arrinconado en el desvn de la casa. Pero, antes de desprenderse de l, quiso repasar los cajones por si hubiera quedado olvidado en ellos algn documento.

En efecto, entre otros muchos papeles cubiertos de polvo, descubri el recibo que diez aos antes devolviera Gottfried Nothafft a Jason Philipp. Y a la luz incierta ley las confiadas palabras del difunto, y pudo ver que Jason Philipp haba recibido tres mil tleros.

Luego de ledo el documento, se lo escondi en el bolsillo del delantal, exclamando: Mrchate, Gottfried, mrchate!

6El mismo da su esposo preguntle:Has sacado algo del viejo escritorio?S, unos dinerillos y... algo ms.Y algo ms?S, algo para m.Qu quieres decir?Quiero decir lo que digo. Siempre estuve convencida de que aquel dinero no lleg muy legalmente a tus manos.Qu dinero, mujer? No me vengas con misterios. Conmigo has de hablar sin ambages, me entiendes?El dinero de Gottfried Nothafft, Jason Philipp murmur Teresa.

Jason Philipp adelant su cuerpo encima de la mesa.Ah! Has acabado por encontrar el viejo recibo? inquiri dilatando los ojos. El viejo recibo que anduve buscando aos y aos...?

Teresa asinti con la cabeza.

Tras un corto silencio, plantse Jason Philipp delante de su esposa, y ponindose en jarras, exclam:Te imaginas que me dejar amedrentar por ti? Te equivocas, querida. Vas quiz a echarme en cara que os haya proporcionado a ti y a tus hijos una existencia digna de personas y que haya librado a tu hermana de ir a un asilo? Hablas como si yo hubiese dilapidado ese dinero. Gottfried Nothafft me confi, es cierto, tres mil tleros. Fu su voluntad que el asunto no llegara a odos femeninos. Fu tambin su voluntad que el capital duramente ganado diera sus frutos y no que yo lo entregara a aquel pcaro para que lo gastase en francachelas.Los bienes mal adquiridos no han aprovechado a nadie respondi Teresa sin levantar la vista. A la corta o a la larga estalla la clera del Cielo. Ya lo has visto con nuestro Marcos.Hablas como una loca, mujer grit Jason Philipp, apoderndose de una silla y golpeando violentamente con ella el suelo.

La obstinada frente de campesina de Teresa se volvi impasible hacia l, que se sinti un poco intimidado.T sers el responsable de todas las nuevas desgracias que sobrevengan dijo con voz lgubre.Pero, es que me crees un bandido, mujer? replic Jason Philipp. Has supuesto que pretendo meterme ese dinero en el bolsillo? No puedes creerme capaz de perseguir fines ms elevados. Esto est por encima de tu inteligencia.Qu fines son esos? Vamos a ver replic Teresa speramente y guiando los ojos.Escchame prosigui Jason Philipp, sentndose en actitud doctoral. Aquel pcaro de Daniel tendr que arriar velas. Vendr a postrarse de rodillas ante m. Y eso a no tardar mucho. He procurado enterarme; s que est a la ltima pregunta. Vendr, descuida, vendr y gimotear. Entonces, fjate, le dar ocupacin en casa. Luego, veremos si cabe hacer de l un hombre de provecho. Supongamos que sea as y que no se echa a perder; bien, entonces le cuento todo lo ocurrido y le ofrezco que ingrese como socio en la empresa. Es de suponer que espontneamente reconozca lo que he hecho en su beneficio y que, agradecido, me bese las manos. Luego, ms adelante, a fin de estrechar ms an las relaciones, le casar con nuestra Felipina.

Una leve sonrisa recorri el rostro de Teresa.Con Felipina? ya! ya! dijo con una cierta cantilena. Con Felipina! Quien logre hacrsela suya, ya tendr bastante con ella. Esa s que es una buena idea.De esta suerte las cuentas entre l y yo sern muy sencillas dijo Jason Philipp para terminar su razonamiento, sin advertir el acento irnico de las palabras de Teresa; ese pilluelo se convertir en un hombre de provecho, el dinero quedar en la familia, y Felipina estar colocada.Y si no viene, y no se postra de rodillas, y resultan fallidos tus clculos?Entonces, poco costar cambiar de plan respondi Jason Philipp irritado. Djalo de mi cuenta. Lo tengo todo previsto y calculado; conozco a los hombres y nunca me engao.

Y dicho esto, parti.

Teresa continu sentada, con los brazos cruzados sobre el pecho. Al levantarse y dirigirse hacia el patio de la casa, se detuvo de sbito, extraada de ver a Felipina sentada junto a la ventana y que, con cara de fingida naturalidad, zurca una media rota.Qu te pasa? interrog Teresa, sorprendida Por qu no has ido al colegio?No he podido, tengo dolor de cabeza contest la pequea, tirando de la aguja tan bruscamente que rompi la hebra de lana. El pelo lacio, cayndole por la frente, le cubra el rostro inclinado hacia adelante.

Teresa se call, fijando su recelosa mirada en los dedos diligentes de Felipina. Era de suponer que la pequea haba odo todo lo que su padre dijera; sin duda haba estado acechando junto a la puerta. De muy buena gana Teresa habra azotado a aquella criatura, pero se domin y sali sin decir palabra.

Sin interrumpir su trabajo, Felipina le dirigi una penetrante mirada, mientras en voz baja y en tono de reto tarareaba una cancin.

7Daniel estaba sin recursos. Los nuevos ingresos con que haba contado no se presentaron. Obstinadamente alejaba de s toda preocupacin, buscando el olvido cerca de sus camaradas de bohemia.

En las Reichshallen actuaba una artista conocida con el apodo de la Zingarella, que cantaba tonadillas picarescas y con la cual haba entablado amistad el escultor Schwalbe. Este invit a la cofrada a que le acompaara.

Las Reichshallen era un caf-concierto de ntima categora donde se permita fumar. Cuando llegaron, haba terminado ya la representacin. Aun haba gente sentada en muchas mesas. El local, lleno de olor enrarecido a cerveza y tabaco, semejaba el sombro pozo de una mina.

Con una absoluta indiferencia, como si a sus ojos los hombres no fuesen en lo ms mnimo mejores que unas sillas, tom asiento la Zingarella entre el escultor y el escritor. Rea, y su risa no era tal; hablaba, y sus palabras eran vacas; alargaba la mano, y su gesto era como muerto. No miraba a nadie, su mirada rozaba ligeramente por encima de las cosas. Tena una manera de hacer sonar su brazalete que daba grima, y una manera de volver la cabeza, tan llena de grosera, que dejaba atnitos an a los ms groseros. Su rostro estaba echado a perder por los afeites, pero debajo de la piel centelleaba algo como el agua debajo de una delgada capa de hielo.

Una gracia pretrita mantena todava una curva de dolor en la boca desolada.

De vez en cuando sus ojos inquietos se dirigan con curiosidad perversa hacia Daniel, el cual estaba sentado solo al estrecho extremo de la mesa. Para no tener que experimentar lo siniestro de aquella altiva soledad, para que alguien lo hubiese echado a sus pies, habra dado cualquier cosa. Pronto advirti ella que Daniel no conoca a las mujeres. Esto la puso de un humor de todos los diablos.

Daniel no notaba el mal humor de la Zingarella y mientras contemplaba tmidamente el rostro de sta, marcado por el vicio y el destino, edificaba en su interior una imagen de inefable castidad, compaera de un dios. El teln con la caricatura pintada de Arlequn; el acrbata y el domesticador de perros de la mesa de al lado, que discutan acerca de los sueldos; los cuatro imberbes jugadores de cartas detrs de l; aquella mujer gruesa que estaba echada encima de un banco y que dormitaba con un pauelo rojo sobre los ojos; el escritor, que despotricaba contra los dems escritores; el inventor, que daba explicaciones referentes al movimiento continuo, todo se haba hundido repentinamente para l como en las profundidades del mar. Se levant y sali.

Pero cuando se vi en la calle nevada, y vacilaba no sabiendo si dirigirse hacia su casa, la Zingarella surgi a su lado.Aprisa susurr ella; antes de que adviertan que estamos juntos.

Y de esta suerte huyeron a travs de la noche, blanca de nieve, como dos fugitivos que nicamente saben el uno del otro que son pobres y miserables.Cmo se llama usted? pregunt Daniel.Me llamo Ana Siebert.

En el campanario de la iglesia de San Lorenzo dieron las tres. El campanario de San Sebaldo confirm la hora con vibracin ms profunda.

Llegaron a un viejo casern y, pasando por un corredor obscuro y maloliente, se metieron en un cuarto bajo que tena aspecto de bodega. Ana Siebert encendi un farol de vidrios rojos. De algunos clavos pendan abigarrados trajes de criada; encima del tapete de la mesa estaba echado un gato gris, que se desperez. La muchacha lo acarici. El gato se llamaba Zephir. Segua a Ana Siebert por todas partes.

Daniel se dej caer en una silla y mir al farol. Acariciando al gato, la Zingarella se detuvo ante el espejo que haba en la pared y, sin darse cuenta, mirando nicamente en el vaco que haba dejado la luna de un espejo inexistente, explic que el empresario la haba despedido porque el pblico estaba descontento de su actuacin.A eso llaman pblico? pregunt Daniel, con los ojos fijos en el farol, as como los de ella estaban en el vaco de la luna del espejo. A esos padres de familia que huyen de sus deberes; a los horteras cuyas miradas os arrancan el vestido del cuerpo; a esos hombres asquerosos ante los cuales Dios se cubre la faz? A eso llaman pblico?El empresario ha venido a mi camarn prosigui Ana Siebert, me ha devuelto el contrato y ha dicho vociferando que yo le haba engaado. Cmo es posible que yo le haya engaado? Es verdad que no soy una primera estrella; el agente as se lo advirti. Por veinte marcos a la semana no es posible cantar como la Patti. En Elberfeld ganaba veinticinco; un ao ha, en Zrich, sesenta todava. Ahora afirma que no tiene necesidad de pagarme nada absolutamente. Entonces, de qu he de vivir? No obstante, es preciso vivir, verdad, Zephir? murmur acariciando al gato, y oprimi su mejilla contra la piel del animal. Es preciso vivir, a pesar de todo.

Dej caer los brazos y el animal salt al suelo y arque el cuerpo. La muchacha se acerc a Daniel, cay de rodillas y apoy la frente sobre los muslos de l.Ya no puedo ms murmur con voz apenas perceptible; todo se acaba para m.

La nieve daba contra los vidrios de la ventana. Con una expresin dura, como si sus pensamientos asesinaran a alguien, Daniel mir al rincn desde el cual el gato Zephir despeda la fosforescencia amarilla de sus ojos. Los msculos de su cara se contrajeron como se contraen los peces cuando les arrancan del anzuelo.

Y mientras mascullaba de esta suerte, con los brazos pegados al cuerpo, con los hombros encogidos, pareca como si surgiera de nuevo del fondo del mar. Primero un impetuoso arpegio en la mayor, y a continuacin, imponiendo quietud, un majestuoso tema en grupitos de semicorcheas, que se resolvan en un acorde de sptima en forte. Una lucha, una separacin, la prosecucin del camino, y desde el suave piansimo se remontaba la dulce voz en mi menor. Oh, voz! Oh, Humanidad! Las octavas, presas de un furor inexorable, ms profundas, ms desgarradoras, recorran los bajos; la voz, suelta y con mayor sublimidad, se detuvo en el acorde en mi mayor, y entonces, todo era real! Todo lo que haba sido sombra y ensueo, anhelo y deseo, adquira calidad.

De regreso a su hogar se cubra la cara con la mano, pues las ventanas de las casas le miraban con ojos inexpresivos de prostituta.

8La Zingarella no saba por qu se haba marchado el desconocido. Le era igual. Los latidos de su corazn carecan de energa. La nica criatura gracias a la cual se senta unida al mundo era el gato Zephir.

Una noche y otra noche; un da y otro da. Hablar, si los hombres se daban la pena de preguntar; rer, si tenan el deseo incomprensible de or risas; ponerse un vestido encima del cuerpo tiritante, y despus otro; aguardar las horas en que tena que hacer algo determinado; acostarse y tener miedo a la obscuridad; guardar el recuerdo de las iniquidades, de las infamias y de la indigencia; aquello era demasiado.

Vino a verla un hombre y olvidse de salir con los albores del da para confundirse con los dems, pero cuando ella se despert ya no pudo saber qu aspecto tena. La patrona le trajo sopa y carne; ms tarde alguien llam a la puerta, pero ella no abri. No tena curiosidad por saber quin era; acaso el de la noche anterior, tal vez otro.

No tena ya ni curiosidad ni esperanza. Su alma se haba disgregado como un terrn de sal en el agua. Tres das despus, al llegar a casa, encontr al gato Zephir muerto junto al cubo del carbn. Se arrodill, palp la piel del animal, hizo sonar el brazalete y sali de nuevo.

Era al anochecer, un anochecer tibio lleno de niebla. Pas por calles iluminadas y despus por calles obscuras. Pas por avenidas de rboles desnudos y por plazas tranquilas. La nieve apagaba sus pasos y cuando el viento levantaba la blanca alfombra convertida en polvo, Zingarella se detena para recobrar el aliento.

De esta manera lleg al ro, a un recodo de orilla baja. Sin reflexionar, sin titubear, como si fuese ciega, como si viera un puente donde no haba ninguno, se meti en el agua.

Not cmo el agua penetraba en sus zapatos, cmo le mojaba las piernas, cmo los vestidos, blandos y helados, se le pegaban al cuerpo; sigui andando. Su pecho se sumergi, su cuello tambin se sumergi; toda ella se hundi, resbal, di un profundo suspiro, sonri y, sonriendo, perdi el conocimiento.

A la maana siguiente el cadver fu escupido a la orilla, un poco lejos de la ciudad, y llevado al depsito del cementerio de San Roque.

9El escultor Schwalbe iba a un entierro. El hijo de su hermano haba muerto, y fu enterrado en aquel cementerio.

Cuando, con los dems, pas por delante del depsito, columbr a travs de la ventana el cadver de una muchacha. Despus que el pequeo fu enterrado, se meti en el depsito. Junto al cadver haba un par de personas, y una de ellas deca: Es una cupletista de las Reichshallen.

El escultor qued sorprendido de la deliciosa y pura expresin del rostro de la suicida. Lleno de emocin permaneci largo rato al lado de la muerta, luego se encamin a la Administracin y pidi permiso para poder sacar la mascarilla en yeso. Su demanda fu atendida y un par de horas ms tarde volvi con los instrumentos de trabajo.

Pero as que hubo retirado la mascarilla, se encontr con algo maravilloso en la mano. Eran las facciones de una muchacha de diecisis aos, un rostro lleno de dulzura y de agridulce melancola, y lo ms fascinador de l era la sonrisa angelical y beatfica que se dibujaba alrededor del arco dolorido de la boca. Pareca la obra de un gran artista, y, de pronto, invadi al escultor la pasin por su arte olvidado.

Sin embargo, una semana despus, la necesidad le oblig a vender la mascarilla al yesero de la Pfannenschmiedsgasse en casa del cual trabajaba, quien la colg junto a la puerta de la tienda.

10En diciembre Daniel se qued sin dinero y le fu preciso vender la partitura de la Misa en si menor de Bach, la nica cosa de valor que posea. El cantor Spindler se la haba regalado al despedirse de l, y ahora tena que llevarla a la librera de lance y cederla por una limosna.

Cuando no quera permanecer todo el da en cama, se vea obligado a correr por las calles a fin de entrar en calor. Su pobreza le impeda ir a una taberna, y por esta causa hasta haba dejado de entrevistarse con los hermanos de El Valle de Lgrimas. Por esta causa, y tambin porque la gente le fastidiaba.

Cierta noche se hallaba delante de la iglesia de Santa Egidia escuchando el rgano que tocaba en el interior. El viento helado soplaba en las mangas de su chaqueta. Cuando el rgano ces de orse, Daniel atraves la plaza y se qued apoyado contra el muro de una casa. Se senta muy solo.

En eso llegaron dos hombres junto a l, los cuales queran entrar en la casa en cuya puerta estaba el pobre muchacho tiritando de fro. Uno de los dos era Benjamn Dorn, el otro era el inspector Jordn.

Benjamn se dirigi a l; mientras Daniel contestaba desabrido, el inspector Jordn se qued un poco aparte, sin decir nada, y pareci interesarse vivamente por la situacin del mozo. Invit a Daniel a subir con ellos y Daniel accedi, helado hasta la mdula y pensando nicamente en una estufa caliente.

As entr en relacin con la familia del inspector. El inspector Jordn tena tres hijos: Gertrudis, de diecinueve aos; Leonora, de diecisiete, y Benno, de quince, el cual asista todava al Instituto. Su mujer haba muerto.

De Gertrudis se deca que era una beata. Iba todos los das a la iglesia y tena una secreta inclinacin por la religin catlica, de lo cual estaba el inspector muy preocupado, como protestante convencido. Durante el da tena el cuidado de la casa, y cuando quedaba libre de sus quehaceres se sentaba frente a su bastidor y bordaba, para una misin de Ultramar, coronas de espinas, corazones atravesados por dardos, y ngeles demacrados. Sin pronunciar una palabra, sin levantar los ojos, permaneca sentada y bordaba.

Cuando Daniel la vi por vez primera llevaba un traje verde cromo, que quedaba sujeto a las caderas por un cinturn, y su cabello castao y muy ondulado caa libremente sobre sus hombros. As la vi constantemente luego, cuando pensaba en ella, an al cabo de muchos aos; as: con el traje verde cromo, con la vista baja, trabajando en el bastidor de bordar y haciendo caso omiso, con cierta prevencin, de su presencia. Causaba el efecto de algo tenebroso en un espacio iluminado.

Leonor, en cambio, era como una lmpara que fuese llevada a travs de habitaciones obscuras.

Desde el verano pasado estaba empleada en la agencia general de la Prudentia, ya que quera ganarse el sustento. Segn ella aseguraba, el trabajo le serva de distraccin. Se diverta escribiendo los recibos de los premios, pegando sellos de correos, copiando cartas y viendo entrar y salir mucha gente. Diruf, el grueso agente general, y Zittel, el delgado jefe de oficina, le daban materia para admirarse, y cuando el mal humor quera insinuarse, daba unas vueltas en la rosca de la silla giratoria, y todo volva a estar bien.

Pareca una chiquilla y, sin embargo, era una mujer. Encima de la rubia cabeza llevaba una redonda gorrita de piel ladeada graciosamente, y cuando entraba en la habitacin se transformaba algo la atmsfera, de tal suerte que sta resultaba ms fresca y ms agradable de respirar. La gente criticaba que sus ojos fueran de un azul tan radiante y que la hilera de dientes admirablemente bien colocados, brillaran constantemente detrs de los labios de blandura de melocotn. Decan de ella qu era ligera de cascos, rara y alocada como una mariposa, y Benjamn Dorn afirmaba que era una criatura poseda por el demonio de la sensualidad, que nicamente encontraba placer en componerse, flirtear y emperifollarse. Entre ella y el joven barn von Auffenberg reinaban desde haca poco tiempo unas relaciones de carcter ntimo; nadie saba nada de cierto acerca de ellas; pero cuando el husmear de Benjamn Dorn, que no poda ver juntas a dos personas de diferente sexo sin sentirse cmplice del pecado original, la vi cierto da en compaa del barn, tom el aire de una extraviada.

La posicin de Leonor era sta: la vida jams tena conflictos para ella. A otros les preocupa en gran manera la existencia, les ahoga y les arrastra; ella, Leonor, se mantena al margen, pues se encontraba en el centro de una esfera de cristal. Si se senta disgustada; si la consuma algn sentimiento dolorosamente vago; si la vulgaridad de un mundo bajo y revuelto llegaba hasta su posicin, entonces le bastaba con ensanchar un poco la esfera de cristal y las cosas que revoloteaban en su periferia se hacan ms impalpables todava.

Es posible sonrer constantemente cuando uno se halla dentro de una esfera de cristal. Hasta los sueos perversos quedan fuera; an los anhelos no son ms que soplos de color de rosa que empaan exteriormente el cristal del estuche.

La gente tena realmente razn cuando deca: El inspector Jordn educa a sus hijas como princesas. Ambas estaban alejadas de la vulgaridad de la vida; la una, en la obscuridad; la otra, en la claridad.

Y Daniel vi a las dos que, hasta entonces, le eran desconocidas como l a ellas. Vi tambin al hermano, un adolescente despierto, de carcter llano y de estatura alta. Vi el viejo casern con sus carcomidas escaleras y las habitaciones con sus pesados muebles burgueses, y el contraste entre la quietud y el bullicio, su reducida vida incierta y fluctuando de ac para all. Y cuando despus, en das sucesivos, se presentaba, conversaba tan slo con el inspector, pues saba la hora en que ste se hallaba en casa. Hablaban de asuntos triviales y con despreocupacin. Daniel era taciturno y el inspector posea mucho tacto. Entre tanto Gertrudis permaneca sentada junto a la mesa y bordaba.

As que llegaba, Daniel se pona al lado de la estufa, para entrar en calor. Si le ofrecan pan con manteca o una taza de caf, lo rehusaba. Si a pesar de todo insistan para que aceptara, mova la cabeza y pona una cara como un mono enfadado. De eso tena la culpa su terquedad de campesino, el temor exento de generosidad a tener que agradecer algo a alguien; y cuando la necesidad se haca irresistible, dejaba de ir sin ms ni ms, desapareca.

11La indigencia creca como un resplandor purpreo. Para l, el hecho no dejaba de ser algo ridculo: estaba en el ao de 1882, y no tena de qu comer; contaba veintitrs aos y no tena de qu vivir.

En la escalera la seora Hadebusch chillaba como una furia. El alquiler de la buhardilla haba vencido y en el saln tenan efecto consultas sospechosas en las que tomaban parte un invlido del Wespennest y un jabonero de la Kamerariusstrasse.

En su desesperacin, pens en el servicio militar. Se person en el cuartel para inscribirse y fu sometido a reconocimiento, pero se le rechaz a causa del poco desarrollo de su pecho.

De momento, fu el resplandor purpreo. Ms todava cuando estaba en el Henkersteg y contemplaba el agua que arrastraba pequeos tmpanos de hielo. Pero al levantar la vista vi un rostro gigantesco. Todo el cielo, que formaba una bveda encima de l, era un rostro horriblemente contrado por la venganza y la malquerencia. Era imposible evadirse; dentro de su pecho todo era obscuro, las imgenes y los sonidos se derretan de modo terrible, como si fueran frotados con un estropajo mojado.

Ms adelante le pareci como si disminuyese lo horrible de aquel rostro, que se haca ms pequeo y ms suave; no era mayor que la fachada de una iglesia y nicamente en la frente quedaba la seal de la clera. Entonces pas una mujer llevando manzanas en su delantal; el aroma de la fruta le hizo temblar, pero no se sinti capaz de robarle una manzana, una sola tena an dominio sobre s mismo, y entonces el rostro qued reducido al tamao de la copa de un rbol y adquiri una expresin compasiva.

El sol luca en el firmamento, la nieve se derreta, unos gorriones piaban en el aire. Vagando por la Pfannenschmiedsgasse, se detuvo de pronto como clavado en el suelo. El rostro estaba all; lo vea en forma corprea en el montante de la puerta de una tienda. No le era posible reconocer que era la mascarilla de la Zingarella. Era, a decir verdad, un rostro transformado y, cmo habra podido comprender entonces una realidad? El miraba desde lo interior hacia lo interior; la objetividad externa era una visin y una el firmamento con las profundidades de la tierra; era una promesa. Habra deseado tirarse al suelo y sollozar, pues tena la sensacin de estar salvado.

El dolor, lleno de incomparable resignacin y bondad, que expresaba la mascarilla; la beatitud que haba debajo de aquellos prpados de largas pestaas; la sonrisa semiextinguida alrededor del arco dolorido de la boca, y algo de sobrenatural adems, una existencia alejada de la vida y de la muerte, todo aquello levantaba su espritu hacia una piedad supersticiosa. Todo su porvenir le pareca depender de la posesin de la mascarilla. Y, sin ms reflexin, se meti en la tienda.

En ella haba un hombre joven, con quien hablaba el yesero llamndole doctor Benda y que deba tener unos treinta aos. El yesero le mostraba los vaciados terminados de algunas figuras de la Fuente de las Virtudes, y pas un cierto tiempo hasta que se volvi hacia Daniel y le pregunt qu deseaba. Con voz ronca y con gesto vacilante le indic Daniel que quera comprar la mascarilla. El yesero la descolg y la trajo, la puso encima del mostrador y dijo el precio. Se qued observando el traje deteriorado del comprador, pens que la suma pedida, de diez marcos, le podra parecer excesiva y, a fin de darle tiempo para reflexionar, se volvi hacia aquel hombre joven.

Haban hablado un rato entre s cuando el yesero ech una mirada en torno suyo y vi que Daniel continuaba todava delante del mostrador. Con los ojos entornados y la frente fruncida, estaba inmvil, y su mano izquierda, completamente abierta, la tena puesta encima del rostro de la mascarilla. El yesero cambi una mirada de sorpresa con el doctor Benda, quien, en un impulso de compasin lleno de presentimientos, comprendi la situacin de aquel individuo desconocido para l, su pobreza, su desamparo; hasta su deseo ardiente. Venciendo visiblemente el sentimiento natural de la discrecin, se acerc a Daniel y le dijo sin la ms leve traza de paternalismo, serio, tranquilo y atento:Si usted quisiera permitirme que le anticipara el dinero para adquirir la mascarilla me causara un placer.

Daniel rechin un poco los dientes, y su mirada despidi un fulgor verdoso. Pero el rostro del otro, experimentado e intel