Vuelves loco mi corazón - ForuQ

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Vuelves loco mi

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corazón

Sophie Saint

Rose

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Shandra Tanner no se podíacreer que tuviera tan mala suertecomo para que su padre leencontrara trabajo con su antiguomonitor del campamento. Aquelpsicópata le había amargado lavida cuando era una adolescente ydudaba que ahora tuviera mejorcarácter. Pero no tenía más remedioque trabajar con él, así que seintentó mentalizar para ello. Lo queno se esperaba era seguir sintiendopor Robert Callaghan la mismaatracción que experimentó conquince años.

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Contenido

ContenidoCapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8

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Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Epílogo

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Capítulo 1 —¿Es una broma? —Robert

Callaghan Tercero miraba a susocio con sus ojos grisesrefulgiendo de furia. —¿Desdecuándo soy una niñera?

—No lo veas de esa manera,Rob. Es muy simple. Queremos esecontrato y Cristian Tanner necesitaun favor. ¿Qué hay de malo en ello?

—¿Me estás diciendo quepara que Tanner nos conceda esecontrato, tenemos que dar trabajo a

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su hija en nuestra empresa? ¿Desdecuándo las niñas ricas trabajan desecretarias? —Le miró condesconfianza. —¡Ese quiereendilgármela!

Larry se echó a reír. —Queno. Que por lo visto les enseña asus hijos cómo ser independientes yautosuficientes. Como él empezódesde abajo… Y no quiere hacerloen su empresa, porqueconsiderarían que los favorece.

—¡Es que los favorece,joder! ¡La está enchufando ennuestra empresa!

—No la está enchufando.

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Considéralo parte del contrato.Como una cláusula más.

—¿Y por qué tiene quetrabajar para mí? —Una rubia, queestaba buenísima, pasó a su lado yperdió el hilo de la conversación,girándose para mirarle el trasero,que era digno de ver con aquelvestido negro ajustado.

Su amigo chasqueó los dedosante sus ojos y divertido se giró enel taburete para mirarle. Bebió desu cerveza. —¿Qué? Que tú estésfuera del mercado, no significa queel resto seamos eunucos.

—Céntrate. Hablo en serio.

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Necesitamos a Tanner. Rob levantó el brazo para

llamar al camarero, que recorrió labarra a toda prisa. —Dos cervezas.

—Que sea la última. Clareme espera.

Miró a su amigo, que hacíatres meses que se había casado, ydecidió no meterse con él por tenerque llegar a casa a su hora como sifuera un corderito. —Vamos a ver,no pienso despedir a Terry, porqueuna niña rica quiera jugar a serresponsable. ¡Es una secretariaestupenda y tiene casi sesenta años!

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—No pensaba despedir aTerry. ¡Y tú también eres un niñorico!

—No es cierto. ¡Mi padretiene el dinero, pero nosotroshemos levantado la empresa de lanada y sin su ayuda! —siseófurioso con ese tema.

Larry se echó a reír al verque se pasaba una mano por sucabello rubio, porque le exasperabaese tema. —Eres muy sensiblerespecto a tu padre.

—Será porque me pone delos nervios. El Segundo todavía meha llamado hoy para que fuera a una

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reunión de accionistas. Como sihubiera ido a alguna.

—No le piensas perdonar queno te pagara la carrera.

—¿Me ves a mí de abogado?Cuando le dije que quería estudiaringeniería, puso el grito en el cieloy me echó de casa. Se puede metersus acciones por donde le quepan—dijo antes de beber mediacerveza.

Larry decidió cambiar detema. —Sobre el contrato…

—Trabajará para ti. Yo tengodemasiado que hacer para…

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—Ni hablar. Yo he llevadolas conversaciones con su padre. Tetoca a ti cargar con este marrón.

—¿Durante cuánto tiempo?—Cuando compruebe los

buenos que son nuestros motores,me importará un pepino que laeches a la calle. Pero mientrastanto, tienes una nueva ayudante.

—¿Ayudante?—Como es nueva y no tiene

ni idea de qué va nuestra empresa,creo que el mejor puesto para ella.

Rob le miró con malicia. —Una ayudante. Puedo ordenarle lo

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que me dé la gana, ¿verdad? Larry se echó a reír. —Lo

que quieras. De eso se trata. ¿A queahora no ves tan mal tener unaesclava para ti solo?

—Eres un amigo.—Pero no te distraigas, que

quiero que trabajes en la nuevapropulsión.

—Tranquilo. Eso está casilisto. —Miró de reojo a la delvestido negro. —¿Y está buena?

—Ah, no. Por ahí no vayas,que como acabemos mal conTanner, nos dará mala fama.

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—¡Sólo he preguntado si estábuena!

—¡Como si es la mismísimaElizabeth Taylor! Te lo advierto, nola cagues —dijo fulminándolo consus ojos castaños—. Hablo enserio. Esto son negocios.

Rob asintió. —Tranquilo.Putearé a la princesita, pero no mela tiraré.

—Eso es lo que tienes quehacer. Si se larga ella porque eltrabajo no le guste, ya no seráproblema nuestro.

—Déjamelo a mí —dijo

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malicioso—. Esa no sabe dónde seha metido.

—Perfecto. —Larry sonrió ycogió su botellín. —Brindemos porel nuevo contrato. Tres millones dedólares hay que celebrarlos.

—Al fin estamos realmenteen las ligas mayores, amigo.Felicidades. —Chocó su botellíncon él, sin dejar de mirar a la rubiadel vestido negro, que ya estaba apunto.

—¿Estás nerviosa? —

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preguntó su hermana mirándolapreocupada al ver que estaba máspálida de lo normal.

—¿Yo? —Negó haciéndosela fuerte antes de salir corriendohacia el baño de su habitación yechar el desayuno. Eran las siete dela mañana y no había dormido nadadesde que hacía dos días le habíacomunicado su padre que empezabaa trabajar para dos ingenieros quetenían un brillante futuro. SegúnInternet, Callaghan y PrescottIngenierías se dedicaba a lacreación de motores y piezas depropulsión. Su padre acababa de

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pedirles seis motores para su nuevomodelo de avioneta. Eranprototipos, pero si salía bien, sabíaque esos ingenieros se iban a hacerricos, porque la empresa de supadre vendía aviones a todo elmundo y sería un negocio redondopara todos.

Por eso la habían contratado,porque su padre les habíapresionado. Suspirando se miró alespejo y gimió porque sus rizoscastaños estaban algo sudorosospor la zona de la frente. —¿Llamoal médico? —preguntó Sheila, suhermana de catorce años.

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—No estoy bien. —Se lavóla cara, haciendo desaparecer elpoco maquillaje que llevaba, y sepasó la toalla, tirándola sobre ellavabo al terminar. —Es sólo queestoy algo inquieta.

—Estás cagada.—¡Niña!—Eso te pasa por mirar en

Internet para quién ibas a trabajar.Si hubiera sido sorpresa…

—Sí, sería perfecto. Levomitaría en los zapatos. —Se pasóla mano por su traje de chaquetanegro. Gimió al ver una mancha de

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agua en la blusa. Al menosesperaba que no fuera leche de loscereales, porque eso no se quitaría.

Su hermana de dieciochoaños, pasó por el pasillo metiendola cabeza en la habitación. —Papápregunta si ya has encontradoapartamento.

—¡Qué ganas de echarme! —dijo indignada saliendo al pasillo ygritando a la habitación del fondo—¡Si ni siquiera sé lo que voy acobrar! —Sus hermanas se echarona reír. —Sí, reíros. Para lo que osqueda…

Sara metió la cuchara en el

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bol antes de meterse los cereales enla boca mirándola de arriba abajo.—Esos zapatos te hacen lostobillos gordos.

Gimió entrando en suhabitación y cerrando la puerta degolpe. —¡Sólo me entiende Peter!

—¿Por qué no vives con él?—preguntó su hermana desde elpasillo.

—¡Eso es trampa! —gritó supadre desde su habitación—.¡Shandra, espero que estéspreparada, porque me voy a laciudad en media hora!

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Gimió mirando la maleta ysusurró —No pasa nada. Esetrabajo está chupado. Sólo tienesque hacer lo que te digan, buscarapartamento y empezar a vivir tuvida.

—¡Eso! —dijo Sheila desdeel otro lado.

Furiosa abrió la puerta paraverse a sí misma con diez añosmenos y no pudo evitar sonreírporque su hermana la iba a echarmucho de menos y se lo notaba ensus ojos verdes. Se agachó y laabrazó con fuerza. —Estoy sólo auna hora de camino y vendré los

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fines de semana.—Ni hablar —dijo su padre

—. Al menos los tres primerosmeses. ¡Independencia!

Puso los ojos en blanco y seseparó de su hermana paraacariciarle la mejilla. —Te quiero.—Y dijo más alto —¡Y no puedeimpedir que me llames porteléfono!

—Te llamaré todos los días.¡Diez veces!

Su madre se echó a reír ycaminó por el pasillo hasta llegarhasta ellas atándose la bata de seda

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amarilla que llevaba. —¿Estáslista? —Gimió suplicando a sumadre con la mirada. —Ah, no. Yalo hemos hablado.

—Puedo encontrar otra cosa.—Ya hablaremos de eso en

un par de meses. Tu padre quiereque estés en una empresa segurahasta que te amoldes a la situación.Después podrás hacer lo que te déla gana como tu hermano.

—Dos meses. No sé si podrésoportar a Rob Callaghan dosmeses —dijo con rabia.

—Seguro que ni se acuerda

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de ti —dijo su hermana en suinocencia tensándola de nuevo.

—Cariño, vete a desayunarque vas a perder el autobús. —Empujó a su hija suavemente porlos hombros hacia las escaleras yentró en la habitación cerrando lapuerta tras ella. —Eso pasó haceaños y seguro que no se acuerda deti.

—¡Encima no se acordará,porque es un insensible de primera!

—Cariño, si tenías quinceaños.

—Una edad muy mala para

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decirle a una adolescente susdefectos. —Su madre reprimió unasonrisa. —¡No tiene gracia! Medijo delante de todos que tenía ungrano. Él tenía muchos más añosque yo y sólo quería hacerse elgracioso.

—Tonterías de juventud.—¡Se me infectó y me quedó

cicatriz! —Abrió los ojos comoplatos. —Es el diablo.

Las carcajadas de su madrese escucharon en toda la casa.

—Mamá, no tiene gracia. —Se sentó sobre la cama que acababa

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de hacer y su madre sonriósabiendo perfectamente lo que leocurría a su hija.

Se sentó a su lado. —Estásasustada por salir del nido y hasido una casualidad increíble que tupadre te buscara trabajo con tuantiguo monitor de campamento.Según recuerdo, lo hacía parapagarse la universidad, ¿no escierto?

—Sí. Y me torturó durantedos meses. Me hacía correr todoslos días para que bajara esos kilosque me sobraban.

—Recuerdo que volviste

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morena y preciosa. Y desdeentonces corres todos los días.

—Para huir de las pesadillas.—La miró con esperanza. —¿Creesque me reconocerá?

—¡Claro que no! ¿Cómo te vaa reconocer después de tantosaños? Te has convertido en unamujer preciosa y no eres aquelladesgarbada adolescente con granosen la cara y ortodoncia. —La miróa los ojos. —Además, eres unaprofesional en lo tuyo. No seráproblema ser su secretaria durantedos meses. Esto no es nada para ti.

Asintió apretándose las

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manos. —Tienes razón. —Selevantó cogió su bolso y su maleta,tirando de su trolley hacia la salida.—No podrá conmigo.

—Esa es mi niña.La acompañó hasta abajo y

dejando la maleta en el hall, fuehasta la cocina donde su padreestaba sentado a la mesa leyendo elperiódico mientras bebía su taza decafé.

—Estoy lista.Su padre la miró y sonrió

antes de beber de su café de nuevo.—Hoy es un día grandioso. Una

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menos. Sólo nos quedan dos.Dejó caer los hombros

exasperada mientras miraba a sumadre que se echaba a reír. —Soislos peores padres del mundo. —Sumadre la besó en la mejilla antes deir hacia su marido y darle un besoen los labios.

—Serás malo. —Divertidafue a servirse una taza de café ydijo —Cariño, ¿esta noche tenemosesa cena con el jefe de Shandra?

Su hermana sentada ante supadre se rió por lo bajo casisaliéndosele la leche por la nariz.—Tendremos noticias de su primer

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día.—Cierra la boca, enana.

Papá, ¿y este marcaje?—No es marcaje, cariño. Son

negocios —dijo leyendo algo quedebía ser muy interesante. Cerró elperiódico y se levantó—. Bueno, hallegado la hora.

Triste miró a su madre y a suhermana Sheila antes de gritar —¡Sara, me largo!

—Te veo el fin de semana, sipapá te deja venir.

—Menuda despedida. Su madre se echó a reír

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abriendo los brazos y achuchándolaun rato. —Vamos, vamos —dijo supadre—. Que al final no se va y esono puede ser, Liss.

—Un ratito más —dijo sumadre. Sheila se acercó y lasabrazó a las dos.

Cuando se apartaron, las trestenían los ojos llenos de lágrimas yescucharon bajar a su hermana porla escalera a toda prisa. Sara laabrazó y la besó en la mejilla,apartándose para salir corriendo denuevo. Liss sonrió. —Igualita quesu padre.

—No montamos dramas. Eso

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es todo. —Su padre la cogió porlos hombros. —¿Lista para tu nuevavida?

—¿Tengo otro remedio?—No.—Pues vamos a ello. Con su maleta y su bolso en

la mano, miró el edificio del Soho donde estaban las oficinas en las que trabajaría durante los próximos dos meses. Era de ladrillo rojo y parecía una antigua fábrica, pero por el letrero que había en el

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exterior, no se había equivocado de dirección al decírsela al taxista. Su padre la había dejado en medio de la ciudad y le había dicho —Este estu punto de partida. Buena suerte, cariño.

El chófer le abrió la puerta yparpadeó asombrada. —¿No mellevas hasta allí?

—Llego tarde a una reunión.—La besó en la mejilla. —Buenasuerte. Y conoces las reglas.Cúmplelas.

Gruñendo salió del coche ycogió su maleta sonriendo aCharles, que se la tendía. Se iba a

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dar la vuelta, cuando su padre cerróla puerta del coche como si temieraque se metiera de nuevo. Jadeóindignada por la prisa que tenía endeshacerse de ella.

—Dos meses —siseómirando el edificio. Se había dadoese plazo porque no pensabaquedarse allí ni un día más. Elportero le abrió la puerta y Shandrasonrió—. Buenos días.

—Buenos días, señorita.Creo que se ha equivocado. Aquíno hay apartamentos.

—Oh, no. Es mi primer díade trabajo —dijo viendo pasar a

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dos tipos vestidos en vaqueros—.El apartamento lo tengo queencontrar después.

—Ah. ¿Y a quién quiere ver?—Al señor Callaghan o al

señor Prescott. —Una mujer detraje azul tropezó con su maleta alpasar. —Oh, lo siento.

La fulminó con la miradaantes de ir hacia los ascensores ysonrojada miró al portero. —¿Quépiso?

—El último. Allí están losjefes.

—Gracias.

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—¿Quiere dejar aquí lamaleta?

Sonrió agradecida. —Meharía un favor enorme.

—No se preocupe. Cuandobaje, se la entregaré.

—Gracias.Fue hasta el ascensor y un

hombre con traje y otro vestido desport discutían con mucha pasiónsobre ciertos cables de conexión.Ella intentó enterarse de algo, perocomo si hablaran en chino. Uff,aquel trabajo iba a ser máscomplicado de lo que se pensaba al

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principio. Los tipos se bajaron enel tercero sin mirarla siquiera ysonrojada por los nervios y porqueparecía invisible, se miró el traje.Al ver que se le había arrugado lafalda por el viaje, pasó las manosvarias veces. —Estupendo. ¡Estáshecha una pena!

El click del ascensor lasobresaltó y miró hacia las puertasabiertas. Se notaba que las paredesde ladrillo rojo habían sidorestauradas recientemente. Sacó lacabeza para mirar a su alrededor yse sonrojó al ver una especie dehall donde había una mujer detrás

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de una mesa a la derecha y otramujer en una mesa a la izquierda.Las mujeres la miraron con el ceñofruncido porque no salía delascensor y volvió a entrar gimiendode la vergüenza. Tomó aire ycuando iba a salir la puerta delascensor se cerró enérgica,golpeándola en el brazo y tirándolasobre la moqueta azul. —¡Mierda!

—¿Se encuentra bien? —Lamujer de su derecha se levantó atoda prisa y corrió hacia ella.

—Este ascensor… —dijodisimulando mientras se arrodillabapara levantarse.

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—Si te pilla en medio, tellena de morados —dijo la mujercogiéndola del brazo—. Se lo hedicho al jefe mil veces.

—¿Y él qué responde?—Que para eso están los

sensores. —Chasqueó la lengua y laincorporó. La otra mujer la mirabadesde el escritorio con el ceñofruncido y Shandra la reconociócomo a la que había golpeado conla maleta. No le extrañaba que nose levantara.

Se volvió hacia su salvadoray sonrió extendiendo la mano. —Hola, soy Shandra Tanner.

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La mujer que debía tenercincuenta y tantos, entrecerró susojos azules algo confundidaextendiendo su mano. —Muchogusto, Shandra. Yo soy Terry Smith.¿Tenías cita con alguien de estaplanta? No te tengo en la agenda.

Ella se echó a reír. —¡Oh,no! ¡Empiezo a trabajar hoy!

Terry perdió la sonrisa degolpe y miró a la mujer del trajeazul, que se levantó de inmediato.—¿Cómo que empiezas a trabajarhoy? ¿Quién te ha contratado? ¿Nosvan a echar?

Se sonrojó intensamente por

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lo agresiva que era esa mujer. —Nocreo. —Se preocupó por lasconsecuencias que había tenido lapresión de su padre en esa empresa.Esperaba que no echaran a nadiepor su culpa. No pensaba quedarsemucho tiempo y le pareceríainjusto.

—¿Cómo que no crees?—Rose, se ve a la legua que

ella no sabe nada sobre eso —dijoTerry preocupada—. Cuandolleguen los jefes, nos enteraremos.

Rose apretó los labiosvolviendo a su mesa y poniéndose atrabajar ignorándolas. —No te

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preocupes. —Terry la cogió por loshombros y fue hasta su escritorio.—Enseguida nos enteraremos de loque ocurre. Al jefe a veces se leolvidan ciertas cosas. Es lo quetienen los genios.

—¿Trabaja para el señorPrescott?

—No, trabajo para RobertCallaghan. —Sonrió al ver cómogruñía. —Veo que su fama leprecede.

Palideció mirándola. —Oh,no. ¡Si no le conozco! Su fama,quiero decir…

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—Ya. —La miró de arribaabajo y entonces Shandra se diocuenta que Terry vestía de unamanera mucho más informal, con unvestido verde muy bonito y unoszapatos de medio tacón. ¡Y ella contraje de ejecutiva agresiva!

—El jefe llegará enseguida.Siéntate, por favor. —Le mostróunos sofás de piel azul, que debíanser la zona de espera que lecorrespondía a Callaghan, y sesentó porque la otra secretaria no lahabía invitado a sentarse al otrolado. Algo que ella hubieradeseado más que nada.

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—Esto es enorme. —Miró laespaciosa sala y aquello sólo era elhall de dirección.

—A los jefes les gusta elespacio. Por eso eligieron lafábrica para su sede. —Terrysonrió con cariño. —Dicen que unafábrica es lo apropiado para unosingenieros, en lugar de esasoficinas tan pijas de la zona cero.

—Sí, es perfecto. —Sonriómirando un enorme marco con loque parecían planos. —¿Qué eseso?

—El prototipo del primermotor que vendieron para un

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Fórmula Uno.Abrió los ojos como platos.

—¿En serio? Guau. ¿Se dedican amotores de coches de carreras?

—A todo lo que tenga motor.Shandra pensó que entonces

el negocio era redondo, porquetodos los electrodomésticos teníanmotor. —Posibilidades infinitas…

El click del ascensor la puso de pie de golpe y sujetando el bolsocon ambas manos, miró hacia allí esperando a ver quién era. Un zapato negro de cordones, impecablemente brillante, le cortó

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el aliento. Al que siguió a una pierna cubierta con un pantalón gris de vestir y cuando salió el resto del hombre, su corazón casi explota al ver esa cara que la había perseguido en sueños desde que era una adolescente. No había cambiado mucho. Su pelo rubio estaba más corto y parecía más maduro, pero seguía siendo guapísimo. Más incluso que cuando le conoció hacía años.

Robert hablaba por el móvilsin mirarla siquiera y cuando llegóa su altura, el aroma de su after-shave le subió la temperatura. Se

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detuvo ante el escritorio de susecretaria y al darle la espaldaShandra se centró en su voz. —Sí,monada. Ha sido una nocheincreíble. —Shandra apretó loslabios y clavó las uñas en su bolsode piel sin darse cuenta. Él se echóa reír erizándole la piel. —Repetiremos. No te preocupes poreso. —Vio que hacía un gesto a susecretaria con la mano comopidiéndole algo, pero Terry laseñaló con el bolígrafo. Robert sevolvió y la miró de arriba abajosonrojándola. Pero cuando sus ojosvolvieron a subir hasta llegar a lossuyos, bajó el móvil lentamente

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mirándola con la boca abiertamientras la tía del teléfono seguíahablando.

Sonrió débilmente sindesprender su mirada de sus ojosgrises. —Hola, Robert.

—La hostia —siseó él antesde ponerse el teléfono al oído denuevo—. Te llamo luego. —Colgósin decir más y la señaló con eldedo. —¡A mi despacho!

—Jefe, dice que …—¡A mi despacho! —gritó

furioso entrando en su despachodejando la puerta abierta.

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Terry la miró con los ojoscomo platos. —Pero si ni siquierate has presentado…

Ella gruñó yendo hacia eldespacho. ¿Que no iba areconocerla? ¡No había tardado nidos segundos!

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Capítulo 2 Entró en el despacho con

timidez y él gritó recorriendo elenorme despacho hasta su mesa. —¡Cierra la puerta!

Lo hizo y cuando la cerró, sevolvió intentando aparentarprofesionalidad. Él se sentó en susillón de cuero desabrochándose la

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chaqueta del traje y la fulminó conla mirada. —¡Lo sabía!

—¿El qué?—Que tu padre quería

meterte aquí para ver si yo caía,¿verdad?

—¿Si caías? Confusa se acercó al

escritorio y cuando estaba a cuatrometros él gritó —¡No te acerquesmás! —Se detuvo en seco y sesonrojó por cómo la miraba. —¿Qué pasa? ¿Le has lloriqueado a tupadre para conseguir que te metieraaquí?

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—¡No! ¿Por qué iba a hacereso? —Estaba asombrada de quellegara a esa conclusión.

Con desconfianza respondió—¡Será porque cuando teníascatorce años babeabas por mí!

—¡Tenía quince! ¡Y nobabeaba! —Se puso de un rojointenso porque él pensara eso.

—¡Menuda casualidad! ¿Nocrees, ranita?

Jadeó indignada. ¡Nadie la llamaba así desde aquel asqueroso campamento!

—¡Me llamo Shandra!

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Él sonrió malicioso y supoque estaba perdida los próximosdos meses. —Puesto que yo tebauticé con ese mote, seguiré conél. ¿Has aprendido a nadar?

—¡Sabía nadar! ¡No meesperaba que me tiraran alembarcadero!

—Ya. —Chasqueó la lengua.—Eras una patosa. Te caíste.

Aquello era el colmo. ¿Porqué tenía que pasar por aquellocuando era una licenciadacualificada? Iban a ser los dosmeses más largos de su vida. ¡Denuevo!

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—Me tiraron —siseóapretando los puños—. Ahora si medices cuál es mi trabajo…

Robert entrecerró los ojos. —Tu trabajo. —Tomó aire como si se resignara a tenerla allí. —Serás mi ayudante.

Gimió por su mala suerte. —¿Tu socio no necesita una ayudante?

—La tiene en casa.—Ah. ¿Y eso qué coño quería

decir?Robert reprimió una sonrisa.

—Harás todo lo que yo te diga. —

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La miró malicioso. —Mira, comoen el campamento. ¿Me echaste demenos después?

—Como a un grano en eltrasero.

—Hablando de traseros. Veoque el tuyo está mucho mejor que laúltima vez. ¿Sigues corriendo?

—No —mintiódescaradamente.

—Pues mañana empiezas denuevo. A las siete de la mañana.

—¿Pero no entro a las nueve?—¡Yo salgo a las siete y tú

también! —ordenó levantándose de

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su silla—. A partir de ahora estás ami disposición, ¿me has entendido?

—¿Por qué tengo que correr?—Incrédula vio cómo se acercaba aella quedándose a un paso.

—¿Te vas a comportar comouna niña de papá o vas a hacer tutrabajo? Creo que esta noche tengouna cena con él. Si no quierescontinuar…

—A las siete —dijo conrabia.

Él sonrió. —Perfecto. —Sevolvió diciendo —Tráeme eldesayuno. No he tenido tiempo a

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desayunar en casa.—¿Y mi mesa?—No me molestes con esas

cosas. —Se sentó de nuevo. —Arréglatelas.

Ella se volvió gimiendo pordentro y entonces se dio cuenta detodo lo que tenía a su alrededor.Había unas veinte mesas arrimadasa la pared, llenas de proyectos endistintas fases. Una de ellas teníaencima un motor, que debía ser elde un prototipo. Estaba claro queese hombre debía tener muchísimotrabajo, así que ella podía ser útil.Más tranquila salió sonriendo a

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Terry, que levantó la vista delordenador. —¿Bien? ¿Qué te hadicho?

—Soy su nueva ayudante.—Ya era hora. —Sonrió

encantada. —Bienvenida a laempresa.

—Vale, ahora necesito unamesa y él quiere su desayuno. —Sacó su móvil y Terry entrecerrólos ojos. —Chupado.

—¿A quién llamas?—A una amiga.—Ah… —La observó pedir

un desayuno completo y dar la

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dirección de la empresa. Despuésse acercó a su escritorio. —¿Lamesa se la pido a mantenimiento?¿No tendrás por ahí el número?

Terry sonrió levantando elteléfono. —Me encargo yo. Regalode bienvenida.

—Gracias, eres un amor.Veinte minutos después

subían su mesa, que no estaba precisamente en muy buen estado. —Lo siento, señorita —dijo el de mantenimiento—. Está algo coja, pero lo arreglaremos colocando algo debajo.

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Asombrada vio como mirabaa su alrededor y Terry le tendía unlibro de ingeniería. Lo colocódebajo y se limpió las manossatisfecho. —Ahora le subo unteléfono y todo lo demás.

—Gracias —susurró mirandola pata más corta que las demás.Estaba claro que no estabanpreparados para su llegada.

—¡Shandra! —gritó el jefedesde dentro del despacho—.¿Dónde está mi desayuno?

Ella corrió hacia la puerta yla abrió para meter la cabeza. —Debe estar de camino.

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—¡Apunta!Le miró horrorizada porque

no tenía con qué, pero él mirandounos papeles sobre la mesa dijo —Vete a buscar mis trajes a latintorería, prepara la cena con tupadre de esta noche y reservaentradas para la Ópera paramañana. Para cuatro. Vete a miapartamento y prepárame el traje dela cena. Encárgate de que la camisaesté impecable, no como la tuya, yrevisa la nevera para que haya detodo. Y el mueble bar. Ayer nohabía champán.

Menuda tragedia.

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—Vete a Tiffany y recoge miencargo. Después vete a Hermès ypide un cinturón para mí. Ya sabenlo que me gusta. Cuando termines…—Ella le miró con esperanza quefuera lo último. —Coge el coche yllévalo al mecánico. Que revise losfrenos. Después llévalo a lavar.

—¿Algo más? —Deseó queno dijera que sí, porque temía norecordar la mitad. Abrió los ojoshorrorizada cuando siguió diciendocosas que debía hacer y todo en esedía. Hasta tenía que comprar unassábanas de seda en color blanco.Sólo imaginar ese cuerpo metido

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entre las sábanas, le hizo perder elhilo de la conversación y se pusocomo un tomate.

—¿Dónde está mi desayuno?—gritó levantando la vista de lospapeles.

—Voy a ver. —Salió deldespacho y sacó el móvil a todaprisa. Volvió a llamar al catering desu amiga.

—Dulces y Sonrisas.—¿Dónde está el desayuno

de mi jefe?—¿Shandra?—¡Sí!

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—¿No era para mañana?—¡No!—Sólo realizamos pedidos

de un día para otro. Gimió colgando el teléfono y

miró a Terry que suspiró levantandoel auricular. —Huye antes de que seentere.

—Gracias, eres la mejor. —Cogió su bolso y salió a todapastilla, pero volvió corriendo paracoger las llaves del piso de Robertque su secretaria le tendía. —¿Ladirección?

Se la escribió en un papel

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mientras pedía un desayuno dignode un rey. Menos mal que corría,porque su jefe lo iba a necesitar.Cogió el papel y se volvió parairse, pero recordó que no teníatarjeta de crédito de empresa. Sevolvió y allí estaba. —Te quiero.—Gimió antes de salir corriendo.

Fue una mañana frenética y

cuando salía de una de las tiendascon las sábanas en una bolsa,repasó la lista mentalmenteintentando recordarlo todo. Habíadecidido hacer las compras

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primero para dejarlo todo en elapartamento de Robert, pero notenía manos. Resignada a hacer otroviaje, se subió en el metro para iren dirección de la zona alta de laciudad. El piso en el edificioDakota no le extrañó. —Tenía quevivir en el edificio maldito deNueva York.

Al llegar al décimo piso,entró con los pelos de puntarecordando las imágenes de laSemilla del diablo. Levantó lascejas al ver un apartamentomoderno y muy luminoso,impecablemente decorado. Los

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muebles eran elegantes y modernos.Lo que le encantó fue el increíblesofá en piel marrón, con una chaiselongue que parecía una cama anteun televisor gigantesco. —Aquí velos partidos.

—Perdone, ¿pero quién esusted?

Gritó asustada dejando caerlas bolsas y gimió esperando que loque había comprado en Tiffany nofuera delicado. Vio a una mujer enropa interior negra mirándola comosi fuera un insecto. —Soy laayudante del señor Callaghan.

La rubia la miró de arriba

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abajo y chasqueó la lenguacruzándose de brazos. —Miente.Robert no tiene ayudante, niasistente, ni nada por el estilo. Metiene a mí.

Ay madre… —¿Es usted suasistenta?

—¿Tengo pinta de asistenta? —Se puso una mano a la cintura mostrando su cuerpo, que era de infarto.

—No le voy a decir la pintaque tiene —dijo sin poder evitarlo.

La mujer jadeó. —¡Fuera deesta casa!

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—Si no le importa, voy acontinuar con mi trabajo. ¡Sea ustedquien sea!

—¡Soy su vecina!—¿Con servicio a domicilio?

—Se agachó a recoger las cosas ygritó cuando aquella chiflada se leechó encima, tirándola al suelo yagarrándola de los pelos. —¡Suélteme, loca!

La tía tenía fuerza y se lecolocó encima arañándola en lamejilla. Asustada le arreó untortazo y la chiflada gritó como sila estuvieran matando, antes degolpearla con fuerza. Golpeándose

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la una a la otra, intentó quitárselade encima y rodaron sobre el suelode mármol. Gritó cuando sintiócomo se rasgaba su chaqueta ycuando la mujer desapareció derepente, se sentó con la respiraciónagitada antes de mirar hacia arribay ver al portero observarlas comosi estuvieran locas.

—¡Ha sido ella!—Señora Schubert, es la

asistente del señor Callaghan. ¿Quéocurre aquí?

¡Encima estaba casada!—¡Estaba robando! ¡La

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escuché entrar y la seguí!—¿En ropa interior?Los dos la miraron y la mujer

se sonrojó antes de salir corriendodel apartamento y a propósito tiróuna lámpara de pie en su huida quese hizo añicos. Gimió porque debíacostar una fortuna. El jefe leecharía la culpa a ella seguramente.Como siempre.

El portero extendió la mano.—Déjeme ayudarla.

—¡Esa mujer está loca! —Gimió cuando se vio la chaquetaque tenía una solapa desgarrada.

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—Eso mismo dice su marido.—La miró de arriba abajo. —Se lehan roto las medias.

—¡Espero que el seguromédico sea bueno en este trabajo!

El portero se echó a reír. —Soy Brian.

—Shandra.—Espero verla a menudo. —

Le guiñó un ojo dejándola depiedra y salió del apartamento.

Vaya día más raro que llevaba.

Ignorando su aspecto, cogió las bolsas y buscó la habitación de

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su jefe. ¡Tenía una cama donde cabían seis! —Mierda. Tengo que devolver las sábanas.

¿Dónde iba a encontrarsábanas de seda de ese tamaño?Podía llamar a su madre, queseguro que lo sabía, pero eso transgredía las reglas.

Después de sacar un trajeazul oscuro y una corbata azulcobalto, escogió una camisa blanca.Lo colocó todo sobre la cama ydespués fue hasta la cocina, queparecía sacada de una revista dedecoración, para revisar la neverade puerta doble y después el

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mueble bar.Se quitó la chaqueta y fue

hasta el supermercado, esta vez conuna lista en la mano. Compró todolo que necesitaba. La de la caja lamiró con desconfianza, pero cuandoentregó la Visa platinum, sonrióradiante antes de alejarse parahacer una consulta. Distraída miróel móvil y cuando la cogieron delos brazos se sobresaltó. —¿Qué…?

—Venga con nosotros —dijouno de los de seguridad.

—¿Por qué? —Sin responder,la arrastraron hasta un cuarto donde

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la sentaron a la fuerza. —¿Quéocurre?

—Ha robado la tarjeta,¿verdad?

—¿Qué? ¡No! ¡Es la tarjetade la empresa!

—Se ve a la legua que la harobado —dijo uno—. Llama a lapolicía. Debe haber agredido aalguien. Mírala.

Alucinada vio como el otroguardia de seguridad hablaba por laradio que llevaba en el hombropidiendo refuerzos. Shandra intentóexplicarse, pero les entraba por un

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oído y les salía por el otro. Cuandoentró un hombre con traje, seguidode dos policías de uniforme, ellaestaba tan indignada que no hacíamás que hablar a gritos —¡Ydevuélvame mi bolso!

—Aquí no hay nada.—¿Qué iba haber? —Miró a

los policías. —Les juro que yo nohe hecho nada. Llamen a la empresay pregunten si trabajo allí o no.

El policía sonrió. —Ya lohemos hecho, señorita. No trabajaallí.

—¡He empezado hoy! Seguro

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que es por eso. Han hablado conalguien que aún no me conoce. Sillamaran a mi jefe…

—Dese la vuelta.—¿Por qué? —preguntó con

desconfianza.—¡Dese la vuelta! —La

giraron y casi se echa a llorarcuando le pusieron las esposas. —Queda detenida. Tiene derecho amantenerse en silencio, tienederecho a un abogado y cualquiercosa que diga… —Mientras leleían sus derechos, se le pasó porla cabeza que su vida volvía a serun infierno por culpa de Robert

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Callaghan.

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Capítulo 3 Dos horas después abrieron

su celda y una agente de uniforme lehizo una seña para que saliera. —Ya se ha aclarado todo. Siento elmalentendido.

—¡Lo siente! ¡Me handetenido! ¿Cómo que lo siente?¡Deberían asegurarse antes de haceralgo así!

—La secretaria del señor

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Callaghan ha aclarado el asunto. —Le entregó el bolso y ella se loarrebató furiosa. —Buenos días.

Asombrada vio cómo se ibapor el pasillo como si no hubierapasado nada. Increíble. La siguiócon ganas de matar a alguien y lasubió en un ascensor del que salió atoda prisa en cuanto se abrieron laspuertas. Con una rabia infinita,volvió al mismo supermercado ehizo la compra de nuevo.Fulminando a la chica con lamirada, entregó la maldita tarjeta yla chica sonrió de oreja a oreja. —Como me digas que vienes ahora, te

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meto una demanda que te cagas.La chica perdió la sonrisa y

pasó la tarjeta sin decir ni pío.Llevó la compra hasta elapartamento y lo colocó todo.Estaba bajando en el ascensor denuevo, cuando recordó la cena consu padre. Su estómago gruñó dehambre, pero lo primero era loprimero. Sacó el móvil para llamaral restaurante que a sus padres másles gustaba e hizo la reserva. ¿Paracuántas personas le había dicho? Alfinal hizo la reserva para cuatro,por si acaso iba su socio también.

Al fin encontró las dichosas

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sábanas y salió de la tiendacontenta por haber terminado. Almirar el reloj que su madre le habíaregalado en Navidades, vio queeran las cuatro y media. Habíasobrevivido a su primer día.Decidió coger el metro para volvera la oficina, aunque no estabademasiado lejos, y pasó la tarjetapor el lector. Bajó las escaleras yun chico bajó corriendo a su lado,enganchándose el monopatín quellevaba en la bolsa de las sábanas ytirando de ella los tres escalonesque faltaban. Casi se pega una lechede primera si no llega a ser porqueel chaval la agarró del brazo en el

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último momento, pero retorció eltobillo rompiendo el tacón. Gimiómirando hacia abajo.

—¿Se encuentra bien?Perdone, fue sin querer —dijo elchico preocupado mirando sus pies.

Al mirarle a la cara le hubiera pegado cuatro gritos, pero al darse cuenta que no lo había hecho a propósito, sonrió agotada. —No pasa nada.

—Pero se le ha roto el zapatoy tienen pinta de ser carísimos.

—De verdad. No tepreocupes. Estoy bien. Gracias por

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cogerme.—Lo siento. —Se fue

mirándola sobre su hombro y ellacaminó cojeando hasta el andén.Aquello era estupendo. Ahora síque parecía una loca.

Cuando llegó a la oficina elportero la detuvo en la puerta. —Disculpe, ¿a dónde cree que va?

Asombrada le miró y se diocuenta que no era el mismo que elpor la mañana. —A ver al jefe.

—¿Tiene cita?—¡Soy su asistente! —dijo a

punto de perder los nervios—.

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¡Llama a Terry!El tipo entrecerró los ojos y

se acercó a la recepción cogiendoel teléfono. Después de hablar conTerry sin quitarle el ojo de encima,hizo una mueca y exasperada fuehasta el ascensor arrastrando labolsa de los trajes que acababa derecoger. Cuando llegó arriba, lassecretarias la miraron con la bocaabierta sin moverse del sitio y ellafue hasta la puerta de Roberttomando aire, dándose valor parasoportar esa conversación,cojeando, con las medias rotas ytotalmente despeinada. Eso sin

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mencionar el arañazo que tenía enla mejilla y su camisa desgarradaen el hombro que ni había visto.

Llamó al despacho y abrió lapuerta sin esperar respuesta. Robertlevantó la vista de lo que estabahaciendo y al verla levantó una cejaobservándola arrastrar los pieshasta delante de su escritorio. —¿Un día duro?

—Ya he terminado. Él se levantó divertido

rodeando su escritorio y mirándolade arriba abajo. —¿Esos son mistrajes?

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—Sí. —Levantó los trajes ycasi chilla del susto al ver los bajossucios. —No los necesitas parahoy, ¿verdad?

—¡Vuelve a llevarlos ahoramismo! ¡Y no los arrastres! —Resignada se volvió. —¡Y esperoque no vuelva a pasar!

—No.—¿No qué?—¿No, señor?Él entrecerró los ojos. —

¿Has reservado la mesa?—En el Il Trovatore a las

siete —respondió agotada

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pasándose la mano por la frente.Su jefe gruñó levantándole la

barbilla. —¿Qué coño te hapasado? —Frunció el ceño. —¿Esoes un arañazo?

—Me encontré con tu vecina.—Ah —dijo como si así lo

entendiera todo. Miró hacia abajo yreprimió la risa—. ¿Te has peleadocon la vecina?

—¡Me ha atacado! ¡Ydespués me han detenido por robartu tarjeta de crédito! —dijo furiosa—. ¡Y después casi me rompo lacrisma en el metro!

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—Un día completito.—¡Ya era completito cuando

te vi la cara!Él la miró fríamente. —Eso

te lo voy a perdonar porque te veoun poco de los nervios. Lleva mistrajes al tinte y mañana te quiero alas siete en punto en mi portal parasalir a correr.

¡Aquel tío era un maniaco! —¿Qué? Tengo que buscar piso y…

—No me cuentes tu vida —dijo ignorándola y yendo hacia sumesa—. ¿Al menos me has llenadola nevera?

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—¡Sí, señor!—¿Y todo lo demás?—Todo listo.—Espero que el cinturón de

Hermès sea de mi talla. —Ellagimió dándose por vencida. —¿Tehas olvidado? ¡Lo quería paramañana!

—¡Sí, igual los veinte quetienes en el armario, desaparecenmisteriosamente!

—¡Al menos habrás sacadolas entradas para la Ópera! —Shandra se quedó en blanco a puntode echarse a llorar. —¡Oh,

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desaparece de mi vista! ¡No hasmadurado nada en diez años! —Furioso levantó el auricular y ellasalió del despacho a toda prisa.

Terry preocupada se levantóde su asiento. Hasta la secretaria deLarry se levantó mirándola sin abrirla boca. —¿Estás bien?

Miró a Terry. —Es que hetenido un día algo duro.

—Eso lo ve cualquiera,guapa —dijo Rose mirándole laspiernas.

—Me tengo que ir a…—Siéntate un momento para

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descansar. Pareces a punto dederrumbarte.

—Estoy bien. Todavía tengoque buscar piso y…

—¿No tienes donde vivir?¿En Nueva York? —preguntó Rosecomo si fuera estúpida.

—He llegado hoy —susurródejando caer los trajes en el suelosin importarle un pito que seestropearan más.

—¿Sabes lo difícil que esencontrar piso en Manhattan? —Terry le entregó un vaso de agua,que bebió a toda prisa sedienta.

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—Es difícil si no tienesdinero. Pero ella lo tiene —dijoRose con mala leche.

—Sólo tengo mil dólares. —Las dos la miraron con los ojoscomo platos. —Hasta que cobre,claro.

—¿Tienes mil dólares parapasar todo el mes?

—¿Es poco? Es el dinero quemi padre tuvo al empezar y…

—¡Eso sería hace treintaaños! —protestó Rose—. ¡Mialquiler ya son mil setecientos!

Parpadeó mirándola. —

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Bromeas.—Tendrás que compartir piso

—dijo Terry preocupada—.Déjame pensar…

—¿Y un hostal?—No podrá comer. —Hasta

Rose la miró preocupada. —Estásmuy perdida. Pídeles dinero a tuspadres o te va a ir fatal hasta quecobres.

—No puedo. Es la reglaprincipal. —Se levantó suspirando.—Seguro que encontraré algo.

Las chicas la vieron ir haciael ascensor y Terry miró a Rose,

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que se tensó de inmediato. —Nihablar.

—Tú tienes una habitación desobra.

—Lo que me faltaba.Bastante tengo con mi gato.

—Es hasta que cobre. Se lodejas claro y te llevarás algo dedinero este mes. ¿No queríascomprarte ese vestido carísimo?Ahí lo tienes.

Rose miró a Shandra ysuspiró caminando hacia ella. —Novata.

Shandra se volvió y Rose se

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puso ante ella con las manos en lascaderas. —Sólo un mes. Mepagarás setecientos y no incluye lacomida.

Los ojos de Shandra sellenaron de lágrimas ysorprendiéndola se tiró sobre ellapara abrazarla. —Gracias. Gracias.Ni te enterarás de que estoy allí, telo prometo.

Rose forzó una sonrisa y ledio una palmadita en la espalda. —Ya está. —Se apartó y le susurró —Necesitas una ducha.

—¡Eres estupenda! No sécómo agradecértelo. —Entró en el

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ascensor. —Voy al tinte y vuelvopara que me enseñes dónde es. Nite enterarás de que estoy allí. Soymuy silenciosa.

—No sé por qué, pero lodudo. —Suspiró girándose para irhacia su mesa mientras Terry reíapor lo bajo.

Cuando se cerraron laspuertas Terry le dijo —En el fondotienes un corazón de oro.

—Ya tengo a alguien para queme limpie la casa el próximo mes—dijo encantada dejándola depiedra.

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—¡No seas bruja! ¡Te va apagar!

—Pero no es la mitad delalquiler que tengo que pagar. Así locompensa. Con trabajo.

Terry se sentó tras su sitiomolesta y miró hacia la puerta deldespacho, donde su jefe salía conuna sonrisa en los labios y secruzaba de brazos divertido. —¿Lohas escuchado todo? —Al verle apunto de reír, dijo sin poderevitarlo —Menudas sanguijuelas.Hasta la sangre le vais a quitar a lapobre chica.

—Eso le pasa por lloriquear

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un trabajo a su padre —dijodivertido yendo a por un cafémientras Rose reía por lo bajo—.¿Sabéis que la conocía?

—Me lo imaginaba —dijoTerry levantándose con interés en lahistoria—. ¿De qué la conocías?

—Era una de mis alumnas enel campamento de verano al que ibade monitor en mi época de launiversidad. —Se echó a reír. —Teníais que verla, era patética.Siempre estaba semi escondida yno se relacionaba con nadie. Teníaespinillas y una ortodoncia de esasque te rodean la cara. Además, era

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muy torpe. No se le daba bienningún deporte. Y nadaba como unperrito. Casi se me ahoga en elembarcadero un día que los chicosquisieron gastarle una broma.Desde que tuve que sacarla delagua, la llamaba ranita y seconvirtió en ranita para todos.

Terry perdió la sonrisa. —Pobre chica.

—Cómo le puse las pilas. Cuando volvió a su casa, no la reconocía ni el chofer.

—¿No me digas?—La hacía correr todas las

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mañanas una hora. Casi se me muere el primer día. Le dio una lipotimia y terminó en el hospital, pero al día siguiente allí la tenía de nuevo. Estaba loquita por mí y hubiera hecho cualquier cosa por pasar conmigo una hora a solas. —Le guiñó un ojo. —Tenías que verla llorando cuando se fue del campamento.

Terry miró a Rose, que habíaperdido la sonrisa. —¿Pero ellasabía que iba a trabajar para ti?

—¡Claro que lo sabía!¡Seguro que ha convencido a papápara que nos presione con el

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contrato de las avionetas! Si creeque va a echarme el lazo, lo tieneclaro. —Entró en su despachomirando su reloj. —Joder, tengoque irme. He quedado con el viejoy todavía tengo que pasar por casa.

Terry apagó el ordenador yvio por el rabillo del ojo queShandra estaba en el hueco de laescalera con los trajes en la mano ylágrimas en los ojos. Disimulórecogiendo su bolso sintiendomucha pena por ella, mientrasShandra se volvía para bajar denuevo por donde había subido.

Rose hacía lo mismo

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pensativa y Terry se acercó hasta sumesa. —¿La has visto? —susurrómirando dentro de su bolso.

—Menudo cabrón.—Shusss, como te oiga… —

Asustada miró sobre su hombro. —No me imaginaba que en sujuventud pudiera ser tan cruel.Pobre chica. No quiero ni pensar loque sufrió esos dos meses con lasburlas de su monitor. Seguro queeso animó a sus compañeros ameterse con ella. ¿Cómo no pudodarse cuenta de que le estabahaciendo daño?

—¡Si cree que le hizo un

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favor! —dijo Rose furiosa—.Teníais que verla cuando se fue. Nola reconocía ni el chofer —añadiócon burla—. Seguro que la chicaiba a correr para intentarcongraciarse con él. Menuda malasuerte conseguir un trabajo aquí.

—Yo no querría ni verle yescucharle decir eso… No sé, medio mucha pena.

—¿Sabes lo que sería lavenganza perfecta? Que ese imbécilsin sentimientos se enamorara deella. —Pulsó el botón.

Los ojos de Terry brillaron.—Sí que sería la venganza perfecta.

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Babear por aquello de lo que teburlaste en el pasado.

—Se iba a enterar. Nuestrachica debería ponerle las pilas.

—¿Nuestra chica?—Ahora es nuestra. Necesita

protección. —Entraron en elascensor. —Ese imbécil no sabedónde se ha metido.

Terry asintió. —Quien semete con nuestra chica, se mete connosotras.

—Exacto.Miraron las puertas como si

fueran a la guerra. —¿Dónde crees

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que estará Shandra? —preguntóTerry preocupada—. ¿Y para quehabrá subido?

—Ni idea, pero seguro queestá en el baño llorando a lágrimaviva. La esperaré en el hall.

Allí estaba exactamente

Shandra, llorando de vergüenza en el baño de la planta inferior. ¿Cómopodía hablar así de ella? Patética. La había llamado patética. Eso por no decir que la había llamado patosa, y se había burlado de su

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aspecto. Se pasó el pedazo de papel

higiénico por los ojos sentadasobre la taza del váter y sorbió porla nariz. Al mirar el papel en sumano susurró —Sí que erespatética. Mírate.

Pero no era malo que supierala opinión que tenía de ella. Habíasido una suerte que nada máscerrarse las puertas del ascensor, sediera cuenta de que nadie tenía elnúmero de su móvil. Se habíabajado en la planta inferior y habíasubido por las escaleras sin esperarencontrarse con el discurso de su

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jefe sobre lo patética que era.Estaba clara su posición.

Pensaba putearla todo lo posible,por haber lloriqueado a su padreese maravilloso puesto al lado delhombre maravillas.

Sería creído. Gimióapoyando los codos en las rodillasy pasándose la mano por la cara.No podía negar que había sido suprimer amor… pero ella no iba abuscarlo cuando tenía quince años.¡El muy cabrito la había amenazadocon llamar a sus padres para quefueran a buscarla si no corría todaslas mañanas! Conociendo a su

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padre, aquello no le hubieragustado nada. Y se había levantadotodos los días a las seis y media,cuando estaba de vacaciones, paracorrer a su lado. ¡Si ni siquiera lehablaba! ¡Estaba claro que era unpresumido de primera! Volvió agemir al recordar el día que sehabía ido del campamento. ¡A pesarde que estaba loca por él, llorabade alegría porque se iba de aquelinfierno! Estaba harta de las bromasde sus compañeros y de sus burlas.Recordó cómo se habían reído suspadres al oír su indignación alregresar, porque no podían llegar acreerse el infierno que había

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pasado, cuando habían pagado unafortuna por sus dos meses devacaciones en lo que llamaban elparaíso. Además, como le habíarecordado esa mañana su madre,estaba mucho más guapa alregresar. ¡Cómo no iba a estarguapa si el muy sádico la obligabaa hacer ejercicio a todas horas!

Todavía le recordabarequisándole las chucherías quehabía encontrado en su taquilla ymirarla con sus fríos ojos grises. —Esto vas a compensarlo con cincokilómetros más mañana.

¿Compensarlo? ¡Si no las

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había llegado a comer! Pero con élno se podía hablar. O se hacía loque él decía o la castigabalimpiando los baños. ¡Ni queestuvieran en el ejército!

Cuando se enteró de que en el campamento estaban encantados con él, alucinó y solicitó que se la cambiara de grupo. Error. El monitor jefe se chivó y estuvo dos semanas haciendo turno en la cocina a la hora de la comida. —Para que aprendas que no siempre puedes salirte con la tuya —le había dicho. A partir de ahí decidió pasar su suplicio lo más

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rápidamente posible sin resistirse, pero él no se relajó en absoluto. Le echaba la bronca si no corría lo bastante rápido detrás de una pelota o si su cama estaba mal hecha. Para él no hacía nada bien y estaba claro que en sus próximos dos meses iba a ocurrir lo mismo.

Se limpió las lágrimas y selevantó diciéndose que ya no teníaquince años. Era una mujer hecha yderecha que saldría adelante. Sóloeran dos meses de su vida. Nadamás.

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Capítulo 4 Cuando llegó al hall vio a

Terry hablando con Rose y forzóuna sonrisa acercándose. —Sientollegar tarde.

Rose la miró con sus ojoscastaños y negó con la cabeza. —No pasa nada. No tengo nada quehacer. ¿Nos vamos?

—Oh, voy a por mi maletay… —Sin terminar la frase, se

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acercó al portero que estaba en lapuerta mirándole el culo a unaempleada que pasaba. —Perdona,¿me das mi maleta?

—¿Su qué?—Mi maleta. Se la di a tu

compañero esta mañana para queme la guardara.

—¿Y dónde la ha puesto?—¿No le ha dicho nada?Las chicas se acercaron para

escuchar.—No. A mí nadie me ha

dicho nada de una maleta. —Entrecerró los ojos. —¿No se la

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habrá dado a uno que era nuevo?—¿Yo qué sé si era nuevo o

no? ¡Estaba aquí y vestía comousted! —Se empezó a temer lopeor. —¿Puede mirar si la hadejado en algún sitio, por favor?

—¿Y dónde la iba a dejar?—¡Le digo que no lo sé!

¡Sólo sé que le he dejado mimaleta!

—Espera un momento,Shandra —dijo Terry acercándoseal portero—. Vamos a ver. ¿Quiénestaba esta mañana?

—El que sustituye a Henry.

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—Pues llámale y que te digadónde está la maleta.

—No puedo.—¿Por qué? —preguntó Rose

agresiva.—Porque no tengo su

número. Viene de una agencia. Igualmañana viene otro.

—Hay madre… —Pálida,porque dentro tenía los mil dólares,se pasó una mano por la frente. —¿Te importaría mirar por ahí por simi maleta está en algún sitio?

—¿Tenía algo de valor? —preguntó el portero indiferente.

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—¿Que si tenía algo devalor? —preguntó histérica.

—¿Qué pasa aquí?Se volvieron para ver a un

hombre de cabello castaño yvestido impecablemente, quemiraba al portero con el ceñofruncido. —¿Qué ocurre, Ralf?

—Esta señorita, que le hadejado la maleta a uno de los desustitución y la maleta no está aquí.

El hombre la miró de arribaabajo escrutándola como a un bichoraro. —¿Y usted es?

—Shandra Tanner —

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respondió antes de volverse denuevo al portero—. ¿Puedo buscaryo?

—Señorita, busque lo que quiera, pero aquí no está.

—¿Y no tienen dóndecambiarse o…?

—Ralf, enséñale la sala dedescanso y el vestuario, para quebusque su maleta.

Ella sonrió. —Gracias,señor…

—Prescott, Larry Prescott.—Oh, el socio. —Perdió la

sonrisa, levantó la barbilla y se

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volvió dejándole con la bocaabierta por su mirada de desprecio.Confundido miró a Rose, que lefulminó con la mirada, y a Terry,que chasqueó la lengua molesta.¿Qué diablos pasaba allí? ¡Iba amatar a Rob!

Tardaron sólo diez minutos enrevisarlo todo y la cara dedecepción de la señorita Tannercuando llegó al hall, era evidentepara todos. Larry siseó algo por lobajo viéndola cojear mientras seacercaba con las medias rotas.¿Cómo se había roto la blusa?Parecía que había tenido la juerga

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de su vida y que había salido malparada.

—¿No la encuentran? —preguntó cuando era obvio.

La mirada de todoshaciéndole sentir como un idiota,fue la gota que colmó el vaso. —Pase por contabilidad y que le denun cheque por su contenido. —Miróa Rose. —Encárgate.

—Seguro que su ropa eramuy cara.

Shandra iba a negarse, peroRose la fulminó con la mirada,cerrándole la boca en el acto. —Lo

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que sea. —Larry miró a Shandra alos ojos. —No sé lo que haocurrido, pero le pido disculpas ennombre de la empresa. Le aseguroque me encargaré personalmente enintentar recuperar su maleta lo antesposible.

—Gracias —dijo algoavergonzada por mirarle malcuando era muy amable.

Larry Prescott asintió antes de irse. Las tres suspiraron y el portero puso los ojos en blanco.

—¿A que es todo uncaballero? —preguntó Rose—. Yse ha casado con esa pija de Park

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Avenue.—¡Sí, por eso deberíais

fijaros en los solteros! —dijo elportero molesto antes de volver asu sitio.

Rose chasqueó la lengua antes de girarse hacia ella. —Iremos a contabilidad mañana.

—¡Pero no tengo ropa, nidinero! —dijo con pánico—. Lotenía en la maleta y…

—¡Serás pardilla! ¿Cómo sete ocurre?

—Rose… bastante tiene lapobre.

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—Vamos antes de que se noscaiga el edificio encima. Me da lasensación de que estás gafada.

—¿Tú crees?—Una ducha y una buena

cena. Eso es lo que necesitas —dijo Terry advirtiendo a Rose conla mirada.

—Pediremos comida china.¿Te gusta la comida china?

—Me encanta. Pero mañanatengo que correr. —Las dossecretarias la miraron deteniéndosesin entender la relación. —Tengoque recoger al jefe a las siete de la

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mañana para ir a correr. Es unaorden. Y no tengo ropa de deporte.

—Ni tienes zapatillas —dijoTerry maliciosa—. ¿Cómo vas a irsi te han robado la maleta?

—Cierto, tengo excusa.—Exacto. —La cogieron

cada una de un brazo y la sacaronde la empresa. Rose levantó unbrazo cuando vio un taxi. —Así quemañana dormirás hasta la hora queyo te diga. Y como vea que televantas antes, te pegó una paliza.

—¡Rose!—A esta hay que hablarle con

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contundencia. ¡Se deja pisar!—¡No me dejo pisar! —La

miraron sin creerse una palabra. —¡Es que tengo que pasar aquí dosmalditos meses sí o sí! Si no fueraobligatorio, os aseguro que no meverían por aquí nunca más. —Semetió en el taxi y las demás semetieron después.

Rose miró sorprendida aTerry. —¿A dónde vas?

—¿Y no enterarme de esto?Ni que estuviera loca.

Ambas la miraron esperandouna explicación y suspiró antes de

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empezar. Cuando terminó de relatarsus razones, la miraban con la bocaabierta.

—A ver si lo he entendido —dijo Rose—. Esta es una prueba defuego que tu padre os hace pasar atodos para que consigáis serindependientes, ¿no es eso?

—Sí. Cuando terminamos deestudiar todo lo que queremos,tenemos que irnos de casa con mildólares. Para asegurarse de que alprincipio estamos algorespaldados, nos busca un trabajo,pero no nos busca piso y sólo nosda mil pavos.

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—Y después tenéis quebuscaros la vida.

—Exacto.—Como si no fuerais ricos

—dijo Terry sonrojándola—. ¿Porqué?

—Él empezó sin nada yquiere que nosotros sepamos lo quees trabajar duro.

—¿Por eso te busca untrabajo por debajo de tuscapacidades? ¡Por Dios, si erestraductora de chino y alemán!Cientos de empresas se pelearíanpor ti. ¡La nuestra, por ejemplo!

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—Sí, pero antes de buscarotra cosa, tengo que pasar por estesuplicio.

—Aquí hay algo más —dijoRose mirándola con desconfianza—. Suéltalo, somos tumbas.

—Bueno, a mi hermano le dioun millón cuando pasó el periodode prueba. Mi padre también lohace para que no nos volvamoslocos como otros niños ricos.Primero hacemos la prueba y si lasuperamos, es que ha criado apersonas cabales. Entonces sesupone que recibimos nuestropremio.

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—¿Como un perrito cuandomueve la cola? —Terry le dio uncodazo y Rose la fulminó con lamirada. —¿Qué? ¿Acaso no piensaslo mismo? ¡Venga ya! Es unapersona adulta, que ha estudiadocomo una maniaca para ahora tenerque pasar por todo esto. ¡Esridículo! ¡Mañana mismo tendría untrabajo excelentemente bien pagadoy viviría en la parte alta de laciudad si no fuera porque su padrequiere que empiece trabajandoduro! ¡Se ha ganado no trabajarduro! ¡Para eso ha estudiado!

—Eso no importa. Yo

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entiendo a su padre. A veces lesdas tantas cosas a los hijos, que nolas aprecian. Su padre quiere quese dé cuenta de la suerte que hatenido. Por eso les da el periodo deprueba cuando terminan losestudios. Para comprobar quepueden valerse por sí mismos antesde darles dinero. Hace muy bien.

—¡Pues ha dejado a su hijadesamparada! ¡Menos mal quetengo un corazón de oro, porquesino su princesita esta nochedormía en Central Park!

Se sonrojó de la vergüenzapor ser tan tonta y entendía las dos

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posturas. Pero ya que estaba allí yque su padre le había buscado esetrabajo, seguiría adelante. —Voy acontinuar por mucho que me putee.

—Bien dicho —dijo Terry—.Así que estabas loca por él.

—¡No es cierto! —Las dos lamiraron levantando las cejas. —Bueno, era muy guapo, pero… —Terry carraspeó. —¡Vale, estabapara comérselo! Pero era un cerdo,que me martirizó durante dosmeses.

—Pues prepárate, porque eljefe te tiene entre ceja y ceja —dijoTerry.

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—Pero eso lo vamos acambiar. —Rose pagó al taxistamientras ella la miraba sin saberqué quería decir.

Cuando fueron hasta el portalsubieron cinco escalones mientrasRose sacaba las llaves. —¿Qué hasquerido decir?

—Quiero decir que le vamosa dar de su propia medicina.

A la mañana siguiente con un

vestido negro que le había prestadoRose y sus rizos castaños recogidos

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en una coleta alta, entró en laoficina hablando con su padre porteléfono. —¿No me digas? —Seechó a reír. —Esta Sara… ¿Y quédijo su profesora? —Guiñó un ojoa Terry, que sonrió viéndolasentarse en su sillón levantando lospies y cruzándolos sobre la mesacon chulería mostrando sus muslos.

Rose se echó a reír al otro lado de la sala. —Pues no tiene por qué. Si ha sacado un sobresaliente, ha sacado un sobresaliente. ¡Si ha despejado las ecuaciones sin hacer el planteamiento, es porque es muy lista! Como le baje la nota, voy a ir

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hablar con ella. —Su padre empezó a protestar que Sara tenía que arreglárselas sola y ella protestó —No la estoy protegiendo. Pero todo el mundo necesita apoyo de vez en cuando. Ahora tengo que dejarte que tengo que trabajar con ese maravilloso jefe que me has buscado. —Su padre se echó a reír. —Te quiero. —Colgó el teléfono y lo tiró sobre la mesa poniéndose cómoda.

—¿Has dejado los trajes enla tintorería?

—Espero que se los quemen.Las chicas se echaron a reír

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cuando sonó el click del ascensor.Sin moverse de su sitio, vio comolos jefes entraban juntos y cuandoRobert la miró, por un segundo porpoco baja las piernas. Pero sereprimió y sonrió descarada.

Él caminó a toda prisa haciaallí dejando a su amigo con lapalabra en la boca y le gritó —¿Crees que estás en tu casa? ¡Bajalos pies de ahí!

Chasqueó la lengua y lo hizode mala gana. Colocó los codossobre la mesa y batió las pestañasvarias veces. —¿Qué tal corriendoesta mañana?

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Larry se acercódiscretamente.

—¡Deberías haber estado allía las siete de la mañana!

—Me robaron la maleta. —Se encogió de hombros como si lediera igual haberle dejado plantadoy la miró atónito como si no se loesperara.

—Es cierto, Rob. Ayercuando fue a buscarla, habíadesaparecido. Se la robó el porterosustituto.

—¡Pues haber comprado ropadespués de salir de aquí! ¡Eso sólo

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es una excusa! —Fue hasta sudespacho y se volvió de repente. —¿Dónde están mis trajes?

—En el tinte —respondiócomo si fuera idiota antes desonreír radiante a Larry—. Buenosdías, señor Prescott. ¿Cómo seencuentra su esposa?

—Tiene algunos mareos, ¿sabe?

—Oh, ¿náuseas matutinas?—¡Sí! —Se acercó

sentándose en la esquina delescritorio. —Se encuentra muy malpor las mañanas.

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—¿De cuánto está?—¿Cómo que de cuánto está?Las chicas le miraron como si

fuera idiota y Larry se levantó derepente. —¡No! —Parecía que lehabían dado la sorpresa de su viday las chicas se echaron a reír.

—Felicidades. —Ella selevantó y le dio un beso en lamejilla. —Seguro que será un padreestupendo. —Miró de reojo aRobert, que les observabaentrecerrando los ojos. —Alcontrario de otros.

—¡Voy a ser padre! —Larry

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corrió hacia su despacho y cogió aRose de su silla levantándola paradarle un beso en los morros antesde correr hacia su despacho. Derepente salió y miró a su amigo, quesonreía divertido. —¿Quieres ser elpadrino?

—Si es niño…Todas gruñeron

sorprendiéndole y su atenciónvolvió a centrarse en Shandra, queestaba de pie ante su mesa. —Puescomo no has venido por la mañana,lo harás el sábado.

—El sábado es mi día libre.—Se estiró sobre la mesa cogiendo

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un block y levantó la pierna porqueno llegaba al bolígrafo. Al volversese dio cuenta de que le estabamirando el trasero. Bufó llamandosu atención. —¿Qué tengo quehacer hoy?

—Pasa al despacho —siseómolesto porque le había pillado.

—¿No puedes dictármeloaquí?

—¡No!Entró en el despacho y ella

miró a Rose, que asintió con lacabeza levantando el pulgar.Shandra nunca se había sentido

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mejor. Estaba excitada yemocionada por haberse liberado.Era como si necesitara esa catarsispara empezar su nueva vida. Laconversación de cinco horas quehabía tenido con las chicas sobreRobert, la había liberado y se habíadado cuenta que no tenía quedejarse dominar por nadie. Ni porél, ni por su padre, ni por nadie.Era dueña de su vida y le importabaun pito que la despidiera. Sitodavía estaba allí era para joderlepor cómo la había tratado. Además,Robert la necesitaba más que ella aél, por el contrato con su padre.

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Entró moviendo las caderas ysin cerrar la puerta caminó tras él.—¡Cierra la puerta!

—Te agradecería que no megritaras —dijo sin hacerle caso.

Parecían que le habían dadola sorpresa de su vida y se sentó ensu sillón mirándola con otros ojos.—¿Qué es esto? ¿Un cambio detáctica por si me siento atraído porla chica dura? —Shandra jadeóindignada, pero él levantó la manodeteniendo su réplica. —Mira,guapa. Esto va así. Yo ordeno y túobedeces. Punto. Si no te gusta eltrabajo, puedes largarte cuando

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quieras.—Vale. Su contestación le dejó de

piedra. —¿Cómo que vale? ¡Si nohas venido esta mañana!

—Ya te he dicho lo que hapasado. ¡Me han robado la maleta yel dinero que había en ella! —Entrecerró los ojos. —¿Tienesproblemas de oído?

—¡Pues tu padre no me dijonada ayer en la cena!

—Porque no lo sabía. —Seencogió de hombros y levantó elblock. —¿Qué tengo que hacer?

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—¡Lo que no hiciste ayer!¡Qué fue casi todo! Mi coche, porejemplo.

—Sabía que se me olvidabaalgo —dijo tranquilamente mientraslo apuntaba dejándolo atónito porsu actitud—. ¿Puedes repetirme loque querías que hiciera? Para queno se me olvide de nuevo.

Él bufó apretando las manosen los brazos del sillón y escuchócomo respiraba hondo antes deempezar a enumerar todo lo quequería. Y la lista era enorme.Cuando le dijo que le compraracalzoncillos, tragó saliva

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imaginándoselo con ellos, pero lemiró a los ojos. —¿Del tipo slip?¿Gayumbos? ¿Tanga? ¿Blancos?¿Azules? ¿Rojos?

—Muy graciosa —siseó—.Blancos, bóxer.

—¡Oh, mis favoritos! —Sonrió radiante antes de apuntarlo.

—¿Tus favoritos?Ella hizo un gesto sin darle

importancia. —Oh, es que esos quemarcan paquete… puaj. Y losgayumbos me recuerdan a miabuelo. ¿Algo más?

—Fuera de mi vista.

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En ese momento llamaron a lapuerta y ella sonrió radiante. —¡Eldesayuno!

—¿Cómo que el desayuno?Aparentando emoción, abrió

la puerta y un repartidor entró en el despacho con una enorme cesta de picnic.

—¿Dónde se la pongo?—En el escritorio. Mi jefe

tiene mucho apetito —dijo con segundas guiñándole un ojo al chaval, que la miró de arriba abajo. Caminó ante el chico moviendo las caderas y el repartidor le miró el

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trasero. Robert lo fulminó con los

ojos como si quisiera desintegrarle,pero él seguía ocupado mirándolelas piernas mientras ella despejabala mesa, así que siseó —No hepedido el desayuno.

—Pero me he adelantado —dijo ella antes de volverse y cogerla cesta al chico—. Gracias.¿Robert le das la propina?

—¿La qué?Ella colocó la cesta sobre la

mesa. —¿La propina? Es un chicomuy majo. Se la merece.

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—Sí —susurró el chavalmirándole el escote—. Me lomerezco.

—¡Largo de aquí! —gritóRobert sobresaltándolos.

—Pero… —Aparentando queno sabía qué pasaba, vio salir alchico y le miró enfadada. —¿Quémosca te ha picado?

Sus ojos grises decían queestaba furioso. —¡Ya hedesayunado!

Ella miró el interior de lacesta con pena. —Deberíasdecirme estás cosas. —Sacó un

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croissant y le dio un mordisco. —Uhmm, está buenísimo. ¿Seguro queno quieres? —Robert miraba suboca y ella sonrió sin dejar demasticar. —Se lo llevaré a laschicas. ¿Nos podemos beber elchampán?

—¿Champán? —gritólevantándose y abriendo la cesta.Había caviar, mermelada, tortillade champiñones, huevos, distintostipos de tostadas, una botella dezumo de naranja natural y un termode café. Aparte del champán, claro.—¿Pero qué es esto? ¿Cuántocuesta este desayuno?

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—No sé. —Se encogió dehombros. —Yo no lo pago. Sólo lopido. Como soy una niña rica,nunca me han preocupado esascosas.

Él entrecerró los ojos. —Largo.

—¿Una tostadita?—¡Largo!—Ese carácter es por no

desayunar como debes. Mi padredice que es la comida másimportante del día.

—¡Sal de aquí antes de quepierda la paciencia!

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—Ah, ¿pero tienes de eso?Él dio un paso hacia ella

amenazante y Shandra cogió lacesta corriendo hacia la puerta. —Mira cómo corro.

—¡Falta te hace con loscroissants que te comes!

Ella sonrió maliciosa. —Envidioso.

Cerró la puerta y les dijo alas chicas —¿Queréis desayunar?

Se levantaron a toda prisa yse sentaron sobre la mesa deShandra riendo y comiendo. Larrysalió y se bebió una copa de

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champán para celebrar supaternidad con ellas. Estabanriendo cuando se abrió la puerta yRobert salió mirándolos como siestuvieran cometiendo un sacrilegioo algo así.

—¿Es que aquí no trabajanadie?

Shandra sentada sobre sumesa sin los zapatos, levantó lacopa de champán que se acababa deservir. —Claro, jefe. Enseguidaempezamos.

Él se acercó y le arrebató lacopa. —¡Estoy a punto de llamar atu padre!

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Esa amenaza le recordó otraen el pasado y arrastró el traserosobre el escritorio. —¿De veras?¡Pues puede que yo también lellame y le diga lo déspota y bordeque eres conmigo! —Larrycarraspeó, pero ninguno le hizo nicaso. —¡También puede que lecuente cómo me has tratado y quehace diez años me besaste detrásdel barracón!

Todos miraron a Robert conla boca abierta. —¡Fue tu regalo dedespedida! ¡Y lo estabas deseando!

—¡Serás creído! ¡Piensas quetodas caen rendidas a tus pies y

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resulta que esos pies huelen queapestan!

Las chicas reprimieron unarisita mientras Larry dejaba la copaintentando poner paz mientras semiraban con odio. —Creo que lomejor va a ser que Shandra trabajeconmigo desde ahora.

—¡Cierra la boca! —siseóRobert dando un paso hacia ella—.¡Estás despedida!

Ella llevó una mano al pechofingiendo un disgusto enorme. —¡No, por favor! ¡No puedes dejarmeen la calle! ¿Qué voy a hacer ahorasin comprarte calzoncillos?

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—¡Niñata malcriada!—¡Mira quién fue hablar! ¡Ni

que hubieras nacido en el Bronx!Eso le sacó de sus casillas.

—¡Recoge tu bolso!Se agachó para coger los

zapatos mostrándole todo el traseroy se volvió con una sonrisa en laboca. —Gracias a todos poracogerme. —Miró a su supuestojefe. —¡Y a ti que te den!

Caminó hacia el ascensor conlos zapatos en la mano y Larry seacercó a su amigo. —¿Estás loco?

—No, si no se va a ir. —La

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vio entrar en el ascensor yentrecerró los ojos. —¿Se va?

—¿Eres gilipollas? —gritóLarry alterado—. ¡Vete a buscarla!

—¡Y una mierda! —Entró enel despacho y cerró de un portazo.

Larry atónito miró a laschicas. —¡Ahí se van tres millonesde pavos!

Rose miró preocupada aTerry. —Tranquilo, la convencerépara que vuelva. Es que está algomolesta por cómo la ha tratado enel pasado y ayer no tuvo unabienvenida adecuada.

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Larry la miró como si fuerauna diosa. —Haz lo que haga falta.

—Pues ayudaría …—¿El qué?—¿Un adelanto? La chica no

tiene un dólar.Su jefe se metió la mano en el

interior de la chaqueta y sacó unfajo de billete que ni contó. —Aquítienes. ¿Será suficiente?

—Sí, con esto y el cheque dela maleta…

—Vete a buscarla antes deque llame a su padre —dijoimpaciente.

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—Tranquilo, volverá.En ese momento se abrió el

ascensor y Shandra caminó por lamoqueta como si nada y cogió subolso. —Se me había olvidado.

Larry se lo arrebató. —¿Porqué no hablamos en mi despacho?

La puerta de despacho deRobert se abrió de golpe. —¡Ja!¡Sabía que volverías!

—Es que te echaba de menos—dijo irónica cogiendo el bolso delos brazos de Larry, pero no losoltaba—. ¿Larry? —Volvió a tirar,pero nada. Así que hizo fuerza y

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Larry lo soltó de golpe haciendoque Shandra cayera hacia atrássobre Robert, que la cogió por lasaxilas antes de dejarla caer alsuelo.

—Nena, no hace falta que tetires a mis brazos.

—¡Qué más quisieras, imbécil! ¡Recuerda que ya te he besado y es de risa!

—Sí, de risa era besarte conaquello que llevabas en la boca.Seguro que se pegaban por darte unmorreo.

La rabia la recorrió de arriba

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abajo. —Antes no, pero desde queme lo quitaron, te aseguro que tengocola.

—Será por tu cuentabancaria.

—Pues la tengo a cero —dijodivertida—. Es más bien por esto.

Se abrió el escote del vestidocruzado por delante y le mostróunos pechos firmes sin sujetador.Larry dejó caer la mandíbula y ellasonrió viendo la sorpresa en elrostro de Robert mientras las chicasse reían a carcajadas. Se cerró elescote y cogió su bolso del suelo.—¡Ahora me voy a buscar un

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empleo decente! —le gritó a la caraantes de ir de nuevo hacia elascensor.

—¡Eres la ayudante másdesastrosa de la historia de lahumanidad!

Ella le hizo un dedo antes deque se cerrara la puerta delascensor y asombrado miró a Larryque todavía tenía la boca abierta.—¡Despierta!

—¿Has visto alguna vez…?—¡Cierra la boca! —Entró en

el despacho cerrando de un portazo y salió a los dos segundos yendo

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hacia el ascensor. Larry suspiró de alivio y las chicas se miraron maliciosas.

Cuando Larry más tranquilofue hasta su despacho, Terry cogiósu copa de champán y la golpeócontra la de su amiga. —Se haexcedido un poco, ¿verdad?

—Es que estaba lanzada. Nose ha reprimido. Ha dejado salirtodo lo que llevaba dentro. —Rosebebió de su copa. —Deberíahacerme psicóloga. Lo hago demiedo.

—Mira que como se hayapasado…

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—Tiran más dos tetas quedos carretas. Ese está corriendotras ella a toda pastilla.

Terry se levantó el pechomirándolo. —Y lo tiene bonito,¿eh? ¿Y si me opero?

—La suyas son naturales. Ymuy firmes. —Bebió un sorbo. —Voy a empezar a correr.

—Y yo. ¿Quedamos mañana?

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Capítulo 5 Shandra no se podía creer lo

que había hecho. Caminó por laacera porque no tenía ni para elmetro, pensando que le había dadoun ataque psicótico o algo así. ¡Leshabía enseñado los pechos a todos!¡Y encima ahora no tenía trabajo!¡Ni dinero! Y no podía llamar acasa. Madre mía, ¿en qué lío se

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había metido? ¿Y si no conseguíatrabajo? Su padre la iba a ponerverde cuando se enterara.

Lo había hecho todo mal. Las chicas le habían dejado claro que élla necesitaba por el contrato con su padre, así que no se dejara pisar y que fuera un poco descarada, pero realizando su trabajo para que no tuviera queja. Gimió porque se había pasado de descarada. Si su madre se enteraba, la mataría.

Sumida en sus pensamientos,ni vio que Robert estaba detrás deella. Fue cuando miró un escaparatecuando se sobresaltó y se volvió

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fulminándole con la mirada. —¿Qué?

Un tío pasó a su ladomirándole el pecho y Robertentrecerró los ojos cogiendo aShandra de mala manera de lamuñeca. —Vamos a hablar.

—No tengo nada que hablarcontigo.

Casi la metió a la fuerza enuna cafetería y siseó sentándola —Claro que sí. Vamos a hablar de lacena de anoche con tu padre.

—¿Qué quieres decir? —Sesentó ante ella y sonrió

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maliciosamente poniéndole lospelos de punta. —Suéltalo de unavez y no te hagas el interesante.

—Tu madre es muyagradable… y muy habladora.

Mierda. Apretó lasmandíbulas mientras un camarerose acercaba a ellos y pedía doscafés. —No dejó de hablar de ti enningún momento, ¿te lo puedescreer? Que si Shandra esto, que siShandra lo otro…

—¡Corta el rollo!—Es increíble de todo lo que

puedes enterarte hablando con los

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padres de una persona. Como porejemplo, que si trabajas bien y duropara mí, vas a recibir un regalo quele hace especial ilusión.

Ella se tensó. —¿De quéhablas?

—De cierto coche que tupadre tiene en el garaje. Un clásicoque te vuelve loca.

—¡No! ¿Su Porchedescapotable del sesenta y cuatro?

—¿A que es una sorpresa?¿Qué pensaría papá si no erescapaz de conservar tu trabajo?

—Puedo trabajar en otro

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sitio.Él sonrió de oreja a oreja

mientras les ponían delante el caféy supo que ocultaba algo. —Es quela prueba soy yo, preciosa.

Perdió el aliento al verle tan feliz. Como si le hubiera tocado la lotería.

—Es muy simple. Al parecercreen que tienes algo ahí enquistadodespués de nuestro encuentro dehace años y cuando tu padre meconoció, pensó que era la maneraperfecta de matar dos pájaros de untiro. Con lo independientes yautosuficientes que quiere que

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seáis, no podía dejar que su hija sesintiera intimidada por ningúnhombre. Así que te trajo a mí.

Gimió porque ahora loentendía todo. Ya le parecía raroque tuviera que trabajarprecisamente con él. —¡No mesiento intimidada por ti, gusanoasqueroso!

—¡Sí que lo estás! ¡Por esohas buscado una excusa y has salidopor piernas! —dijo furioso.

Al oír esas palabras sesonrojó. ¿Estaría en lo cierto? Levio beber de su taza y gruñó sumala suerte. Ese coche es el que

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había deseado tener toda su vida,pero trabajar para ese déspotamandón…

—Este es el trato. Yonecesito ese contrato y loscontactos de tu padre. Tú quieresese coche. Así que lo mejor es quevuelvas a trabajar y todosintentaremos olvidar ese ataque delocura que te ha dado. —Le miró elescote. —¡Y ponte sujetador!

—¡Mira, tú quieres algo y yoquiero algo, así que estamos igual!¡Ni se te ocurra ponerte en plandictador conmigo!

—Muy bien. —La miró con

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tus ojos grises como si la estuvieratanteando. —Seremos compañerosde trabajo.

—Perfecto. Y loscalzoncillos te los compras tú.

Él sonrió divertido. —Reconoce que te habría encantadocomprármelos.

—Sí, es uno de mis sueños.Comprarte calzoncillos. Loscalcetines los dejo para cuando mesiento deprimida.

La miró de una manera que lecortó el aliento. —¿Te acuerdas deese beso detrás del barracón?

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—¿Ahora te ponesromántico?

—¿Fue tu primer beso?—Aquello no fue un beso.

Fue una lección como las que medabas a todas horas. —Se levantósin esperarle y volvió a la oficina.

Caminando a toda prisagimió, llevándose la mano alvientre, sintiendo que el corazón leiba a cien por hora. Seguro queestaba pensando que estabahuyendo de nuevo, pero recordaraquel día la ponía muy nerviosa. Sitodavía no sabía cómo habíapasado.

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Estaba haciendo la maletapara irse al día siguiente y recordóque se había dejado una camisetaen el tendal que había detrás delbarracón. Él la vio recoger lacamiseta y se acercó mirando supijama corto y su camiseta detirantes. —¿Has hecho la maleta?

—Estoy en ello.—Recuerda que vienen a

buscarte a las nueve de la mañana.—Sí, Robert. —Se mordió el

labio inferior y él no perdió detalle.Forzó una sonrisa y alargó la mano.—Bueno, adiós.

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Robert chasqueó la lenguaantes de coger su mano y apretarla.Tiró de ella hacia su cuerposorprendiéndola y rodeó su cinturacon sus brazos. —Y dime, ranita.¿Te han besado alguna vez?

—¿Eh? —Atontada por sucercanía le miró a los ojos antes deque sonriera con jactancia y bajarasu cara lentamente para rozar suslabios suavemente. Suspiró sinquerer antes de que él acariciara sulabio inferior con la lengualentamente. Sintió como todo sucuerpo temblaba de arriba abajo.

—Abre la boca, ranita. —Sin

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poder evitarlo siguió susinstrucciones y cuando la besóentrando en su boca, ella gimió alsentir su lengua saboreándola. Fuecomo si la traspasara un rayo y seestiró poniéndose de puntillas sindarse cuenta. La soltó de golpe yShandra se tambaleó hacia atrásapoyándose en los troncos delbarracón. Él sonrió divertido. —Hasta el año que viene, ranita. Loestoy deseando.

Atónita le vio alejarse mientras en su garganta se ponía una bola que no la dejaba ni dormir,ni comer, ni respirar. Eso sí, la

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dejaba llorar y así se la encontró el chofer cuando fue a buscarla a la mañana siguiente. Cuando cerró la puerta del coche después de que Shandra entrara en el asiento trasero, vio a través de la ventanillaa Robert sentado en el porche de los monitores, observándola con una sonrisa en la cara. Esa sonrisa provocó un vuelco al corazón y desvió la mirada apretándose las manos con fuerza. Odiaba que se riera de ella.

Y eso mismo había hecho hacía unos minutos. Reírse de ella de nuevo. ¡Pero ya estaba bien!

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Cuando volvió a la oficina,las chicas se acercaron deinmediato y ella susurró —Ahorano, seguro que está al llegar.

—¡Chica, tú no haces lascosas a medias! —dijo Rosedivertida tendiéndole dinero—.Aquí tienes un adelanto.

Asombrada cogió el dinero.—¿De Robert?

—No, seguro que piensa quetienes dinero. Es de Larry. Le acabode decir que no tienes un dólar.

—Oh, qué mono.—Oye, ¿tus pechos son

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naturales? —preguntó Terryintrigada.

Se puso como un tomate y enese momento llegó el ascensordispersándolas cada una hacia sumesa.

Robert entró y vio laespantada. —Espero que podamostrabajar un poco. Hay una empresaque llevar, señoritas.

Miró de reojo a Shandra. —¿No tenías cosas que hacer?

—Sí, por supuesto. —Sepuso la correa de su bolso alhombro y dijo —Mi número de

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móvil….—Déjaselo a Terry. —Entró

en el despacho dando laconversación por terminada y ellasonrió porque no había dado unportazo.

—Bien hecho —dijo Terry sonriendo—. Mantente firme y no te tomará el pelo.

Se acercó a su mesa y leescribió el número de móvil a todaprisa porque tenía muchísimo quehacer. Ahora que habían llegado aun acuerdo pensaba cumplir con suparte del trato. —Os veo luego.

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—Cómprate ropa —dijoRose maliciosa—. Pero no tecompres sujetadores.

—¡Rose! —Sonrojada fuehasta el ascensor. —¡Sabes por quéno me lo he puesto! Todavía estabahúmedo.

—Es obvio que con esevestido no lo necesitas. Sobre lo desi son naturales…

Shandra sonrió entrando en elascensor. —Todo mío.

—Chica, qué envidia.Ella se echó a reír mientras

las puertas se cerraban y cuando

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empezó a descender pensó que tampoco iba mal su segundo día. Había dejado las cosas claras y tenía amigas. Ya tenía apartamento y había llegado a un entendimiento con Robert. Más o menos. No sabía lo que duraría la tregua, pero puede que al final todo fuera perfecto.

¡Aquello era un desastre!

Pensó con los ojos como platosmirando el monovolumen que teníade frente, empotrado contra elmorro del coche de Robert despuésde que el airbag se desinflara.

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¡Cómo podía haber pasado eso!Gimió abriendo la puerta mientrasun policía llegaba corriendo

—¿Se encuentra bien?—Sí, gracias. —Miró el

monovolumen del que salió unchico de unos dieciocho años y elpolicía chasqueó la lengua.

—¿Qué ha pasado? —Elchaval se tambaleó hacia laderecha. —Mierda, mi madre memata.

—¿Estás borracho? —preguntó asombrada—. ¡Podíashaberme matado!

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El chico levantó la cabezamirando a su derecha, antes decentrar la vista y mirarla a la carasonriendo como un idiota.

—Menos mal que llevaba uncoche seguro, señorita. Si hubierasido otro modelo …

Impresionada vio el morroaplastado del Mercedes últimomodelo de Robert. Gimiópasándose la mano por su frenteque le empezaba a doler. —¡Esperoque tengas seguro! ¡Es el coche demi jefe!

—¿Qué? —El chico miró elcoche y se echó a reír.

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—¿Eres idiota? —gritóperdiendo los nervios.

—Señorita, tranquilícese. Noha sido culpa suya.

—¡Usted no conoce a mi jefe!¡Me va a echar la culpa fijo!

En ese momento llegó uncoche patrulla y se dio cuenta queestaban interrumpiendo el tráfico enmedio de Columbus Circle.

—¡Oiga, quiero que le tomenlos datos! —le dijo al policíaseñalando al chico que setambaleaba peligrosamente a laizquierda mientras se le cerraban

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los ojos—. ¡Y que le hagan todotipo de test! ¡A mi jefe le van apagar el coche!

—¿Se encuentra bien? —Elpolicía la miró preocupado. —Nose preocupe. Están comprobandolos datos del coche y él estarádetenido en cuanto le llevemos alhospital.

—¿Al hospital? ¡A la cárcelhabría que llevarlo! —Furiosa seacercó al chico sabiendo que estabamontando el espectáculo. —¡Eh, tú!¿Tienes seguro?

—¿Seguro? Seguro quemamá… —Cayó sentado al suelo

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ante ella y la miró con una sonrisaen la cara.

Shandra se llevó las manos ala cabeza pensando que igual elseguro se negaba a pagar por elestado del chico. Sabía que habíacláusulas como tomar drogas yalcohol por las que no se hacíanresponsables.

Una ambulancia llegó en esemomento y ella fue hasta el cochecogiendo su bolso para llamar a laoficina, aunque era la hora de lacomida.

—¿Rose?

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—¿No vienes a comer?—He tenido un accidente con

el coche del jefe. —Su amiga sequedó en silencio al otro lado. —¿Está ahí?

—¿Tú qué crees? —Ysusurró —¿Ha sido mucho?

Miró el morro del coche yque parecía un acordeón. —Nocreo que se recupere.

—Vale, ¿qué quieres hacer?Suspiró volviéndose para

encontrarse que subían al chico auna camilla y que la policíaintentaba despejar la zona. —

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¿Debería decírselo?—Creo que se dará cuenta,

¿no crees?—Tienes razón, es inútil. —

Derrotada añadió —¿Puedespasármelo?

—Claro. —Escuchó queRose alejaba el teléfono y decía —Robert, la novata al teléfono.

Puso los ojos en blanco alescucharla y esperó sintiendo quelos nervios se le alojaban en elestómago. La iba a matar.

—¿Ranita? ¿Qué pasa? Si hasterminado, se me había olvidado

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decirte que… —El sonido de unaambulancia llegando a toda prisa yde la otra que se alejaba, le detuvo.—¿Dónde estás?

—No te preocupes, ¿vale? Sino te lo pagan, mi padre contrataráun buen abogado.

—¿Shandra? —Notó cómo suvoz se tensaba. —¿Qué pasa?

—He tenido un accidente con el coche en la rotonda de Columbus.

—¿Qué? —El grito hizo quetuviera que apartar el teléfono deloído.

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—Pero estoy bien. —Sintió que la bilis le subía por la garganta y se apoyó en la puerta del coche para vomitar el croissant que se había comido.

Unos sanitarios se acercarona ella mientras Robert gritaba alotro lado de la línea. Suspirómientras los sanitarios le hacíanpreguntas, pero ignorándolos sepuso el móvil al oído casi sinaliento. —No ha sido culpa mía.Estaba borracho.

—¿Estás bien?—Sí, sólo es el susto.

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—Señorita, deje el móvil.Vamos a reconocerla. ¿Estámareada?

—¡Shandra!—Tengo que dejarte. —

Colgó el teléfono. Pálida y sudandoen frío, forzó una sonrisa. —Estoybien.

—Venga conmigo. Sólo seráun momento y así me quedaré mástranquilo.

—Si se empeña.La sentaron en la parte de

atrás de la ambulancia y le tomaronla tensión, mientras le hacían

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preguntas y los policías sacabanfotos. Estaban pasándole unalamparilla por los ojos cuando viollegar a Robert corriendo, que encuanto vio su coche se llevó lasmanos a la cabeza mirando suestado. Un policía se le acercó paraque saliera de la rotonda cuando lavio y corrió hacia ella.

—¿Qué tiene? ¿Está bien?—Sólo es el shock. Ha sido

un susto —dijo el sanitariosonriendo.

—Nena, ¿estás bien? —Lecogió la mano preocupado y sinsaber por qué a Shandra se le

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llenaron los ojos de lágrimas.—Lo siento. Soy un desastre

de ayudante.—No pasa nada. —Miró al

sanitario. —¿No le pone nada?—Sí, le voy a poner un

calmante. Si se encuentra peor,llévela al hospital. Creo que sumujer no tiene nada aparte delchichón en la frente.

—Es mi jefe. —Apartó lamano y se limpió las lágrimas. —Estaba borracho. Tú no le has visto,pero…

—No te preocupes. Es obvio

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que iba en dirección contraria. Un policía se acercó a él para

hacerle unas preguntas y sinalejarse demasiado vio como elsanitario le inyectaba algo en elbrazo. Asintió volviendo la vista alpolicía y dijo cabreado —¡Esperoque le den una buena lección! ¡Hapodido matarla! ¡Mire cómo me hadejado el coche!

—Sí, ya le he comentado a laseñorita, que si hubiera ido en otrocoche no lo cuenta. —Robert apretólas mandíbulas furioso acercándosea ella y cogiéndola de la cinturapara bajarla. Seguía sujetándola

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por la cintura, aunque ella semantenía de pie. —Tenemos susdatos, nosotros nos encargamos detodo. Nos pondremos en contactocon ustedes.

—Bien. Vamos, nena.Necesitamos un taxi.

El policía se acercó con ellos hasta donde pasaba el tráfico y detuvo un taxi abriendo la puerta para que entraran. Sonrió a Shandra diciendo —Espero que todo se arregle, señorita.

—Claro que se arreglará —dijo Robert enfadado metiéndola enel taxi.

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Sentada a su lado se miró lasmanos mientras él hablaba con eltaxista y vio que le temblabanligeramente. Robert le cogió unamano. —No pasa nada. Los segurosse encargarán y tú estás bien.

—No sé lo que ha pasado.Iba a llevar el coche al garaje y …

—Ha sido mala suerte.Le miró como si no le

conociera. Esperaba que le gritaray que fuera tan comprensivo no lecuadraba. Soltó su mano y miró porla ventanilla cuando el taxi sedetuvo delante de casa de Robert,que estaba al lado del accidente. —

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¿Qué hacemos aquí?—Voy a hablar con mi

abogado. —Ah… —Algo mareada por

lo que le habían puesto, vio comopagaba al taxista dándole una buenapropina. —Podíamos haber venidocaminando.

—Mejor que no.—La cogiópor la cintura y ella le mirósonriendo de repente. —¿Teencuentras mejor?

—Sí —susurró sintiéndoseestupendamente. Incluso parecíaque era más ligera—. Me encuentro

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bien. ¿Puedo ir a comprar lasentradas de la Ópera?

—Ya no me apetece ir a laÓpera. —Brian les abrió la puertay miró a Shandra con el ceñofruncido.

—Shandra, ¿y el coche?—Uhmm. —Chasqueó la

lengua. —Me lo he dejado enColumbus.

Robert se tensó y miró alportero. —Querrás decir señoritaTanner.

El portero se sonrojó. —Meha dado permiso para tutearla,

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señor.—¿No me digas? —La llevó

hasta el ascensor. —Muyinteresante.

—He tenido un accidente —respondió ella sin darse cuenta dela tensión—. ¡Un borracho! ¡Nodeberían dejar que se bebieraalcohol!

—¿Y la copita de champán deesta mañana? —preguntó éldivertido.

Ella abrió los ojos comoplatos. —¿Fue culpa mía?

—No, nena. No fue culpa

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tuya. Ahora te vas a tumbar un ratomientras hablo con mi abogado.

—¡Demándale! —Sí, preciosa. Le

demandaré.Shandra le miró a los ojos

esperanzada. —¿Crees que soypreciosa? —Robert sonriendo laacarició con sus ojos grises. —Oh… lo has dicho por decir —dijodecepcionada al ver que nocontestaba. Se encogió de hombros—. Da igual.

—¿Da igual?—Sí, porque seguramente me

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casaré con Alvin y tendremos unmontón de bebés gritones.

Salieron del ascensor y élapretó la mano de su cinturasacando las llaves. —¿No medigas? ¿Y ese Alvin es tan guapocomo yo?

—Sí. En realidad, esguapísimo.

Robert la fulminó con lamirada, pero ni se dio cuentasonriendo como una tonta. —Esdeportista, ¿sabes?

—No tenía ni idea —siseómetiéndola en casa.

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—Profesional.—¿Si? ¿Un vividor que se

dedica a encandilar a las niñasricas con su raqueta?

Ella negó con la cabezasoltando una risita. —Juega al golf.¿No le conoces? ¡Es Alvin Oxley!—Se volvió caminando hacia elsofá y dejándose caer sobre laotomana mientras Robert se tensabacon fuerza.

—Nena…—¿Si? —Sonrió mirando a

su alrededor como si nunca hubieravisto su casa.

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—¿Estás saliendo con AlvinOxley?

—Sí. —De repente abrió losojos como platos. —¿Cómo losabes?

—¡Me lo acabas de decir tú!—Ah… —Se tumbó más

relajada y estiró los brazos sobresu cabeza. —Es tan guapo… Mihermana Sheila se casaría con él.

—¿De veras?—Sí. Le gusta mucho. Bueno,

le gusta a toda la familia.—¿Y a ti? —preguntó entre

dientes.

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—¿A mí qué?—¡Qué si te gusta!Ella sonrió ilusionada. —Me

ha pedido matrimonio.Si le hubiera dicho que se

casaba con el presidente de losEstados Unidos no le sorprenderíamás y Shandra se dio cuenta. —¿Qué pasa? ¿No me pueden pedirmatrimonio? ¡Soy un chollo departido!

Apretando las mandíbulas,Robert se quitó la chaquetatirándola de mala manera sobre elsofá antes de empezar a quitarse la

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corbata. —Vamos a ver si meentero bien. Creo que tú y yo no noscomprendemos. Debe ser eso que tehan puesto, que te nubla las ideas.

Con los ojos muy abiertosdijo —¿Tú crees?

—¡Sí! Porque me acabas dedecir que Alvin Oxley, uno de losgolfistas más importantes de lahistoria y uno de los más ricos, teha pedido matrimonio.

Ella sonrió asintiendo. —Fuemuy romántico. En su yate antenuestra casa de los Hamptons.Quiso darme una sorpresa en elcumpleaños de papá.

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—¿Y?—¿Cómo que y?—¡Qué le respondiste!—Ah… —Soltó una risita.

—Alvin es muy paciente… paratodo.

—¿No me digas? —siseóyendo hacia el mueble bar.

—Sí, yo le dije que debíaesperar el resultado de mi prueba.

—Tu prueba. —Echó whiskyen un vaso y se volvió para verlacerrar los ojos. —¡Shandra!

Sobresaltada los abrió como

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platos y le miró como si no supieraque estaba allí. —¿Robert?

—Sí, soy Robert. —Seacercó sentándose al lado de suspiernas. —¿Y esa prueba…?

—Oh, papá quiere queseamos independientes. —Entrecerró los ojos. —Se lo tomamuy en serio. Él no tenía nadacuando empezó, ¿sabes? Sólo mildólares de la venta de las cosas desus padres y consiguió un imperio—dijo orgullosa—. Él quiere quenos demos cuenta de lo dura quepuede ser la vida. Así que nos damil pavos y nos consigue un trabajo

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duro.—¿Trabajar para mí es duro?

—Bebió del whisky empezando acabrearse, sobre todo cuando la vioasentir.

—Claro que sí. ¡Yocomprando calzoncillos a un tío!¡Cuando tengo matrículas de honorpara parar un tren! Si me dieron unamención especial en la Unescocuando estuve de traductora enprácticas.

—Tu madre ocultó muchascosas ayer por la noche, ¿verdad?¡Cómo que tenías carrera!

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Se encogió de hombros. —No sé lo que te diría.

—¡Sólo lo del puñeterocoche! ¡E insinuó que la prueba erayo! ¿Qué quería? ¿Cabrearme paraque te hiciera la vida imposible?

Shandra no entendía por quése ponía así y con lo que le habíametido en el cuerpo la verdad esque le daba igual. —Puede ser. —Sonrió divertida. —Mamá puedeser muy intrigante.

—¡Toda tu familia es unaintrigante!

Jadeó abriendo los ojos como

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platos. —¡Retíralo! ¡Mis hermanosson como yo!

—¿Maleables ymanipulables?

—¡No! ¡Estudiantes deprimera! ¡Los mejores de nuestraclase! ¿Y sabes por qué? Porque mipadre me ha enseñado que en estavida lo único que es seguro, es loque podamos conseguir pornosotros mismos. ¡Si tienesconocimientos llegarás lejos y serindependiente y fuerte, te hacellegar a la cima! No nos haenseñado a malgastar el dinerocomo a mis amigas, a las que sus

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padres les daban la tarjeta decrédito. ¡Yo tenía una paga, que metenía que administrar, y si nos hacela prueba, es para comprobar quesabemos valernos por nosotrosmismos, porque nos quiere yporque hoy puedes tener dineropero mañana no!

Robert apretó los labios antesde beberse el resto del whisky. —Tu padre os ha manejado toda lavida y me ha puesto de cebo paraque tu prueba fuera más difícil. —Furioso se volvió dejando el vasoen el mueble bar.

—¿Y a ti qué más te da? ¡La

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prueba es para mí! —Sonriódándole igual todo. —En dos mesesme perderás de vista y yo tendré milibertad y un coche estupendo.

—¿Dos meses?—Ese es el plazo que me ha

dicho mi madre. Que debíaquedarme al menos dos meses eneste trabajo. Tú ya tendrás esosmotores en marcha y yo me iré paraconseguir un trabajo mucho mejor.Me perderás de vista y seguiremoscon nuestras vidas. Todos ganamos.¿No era lo que hablamos por lamañana?

—Sí.

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—Pues eso. —Soltó una risita. —Si hubieras visto la cara que puse cuando me dijeron dónde trabajaría y lo miré en Internet. Al ver tu foto casi me da un infarto y grité como una loca que ni de coña trabajaría para ti.

—Tus padres sabían lo quehabía pasado en el campamento. Tumadre me lo dijo ayer.

—Claro. En cuanto llegué, te puse verde, pero mis padres no le dieron importancia. Dijeron que me había hecho más fuerte y que estaba preciosa.

—Increíble —siseó

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pasándose la mano por su pelorubio con mala leche—. Y si habíasido una experiencia tanproductiva, ¿por qué no volviste elaño siguiente?

Parpadeó sorprendida por sutono. —¿Estás enfadado?

—No, qué va. ¡Contesta a lamaldita pregunta!

—El año siguiente me fui aParís todo el verano.

—¿Y el siguiente?—A Berlín. —Vio cómo iba

hacia la ventana y se metía lasmanos en los bolsillos del pantalón.

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—¿Robert?—Así que si no superas la

prueba, tu padre se sentiría muydecepcionado, ¿verdad? Llevapreparándote toda la vida para tuexamen final.

¿A dónde quería ir a parar?—¿Tú crees? —La fulminó

con la mirada. —Sí, supongo quesí.

—¡Y tú, que le quieres, no ledecepcionarías dejando el trabajo!¡Todo lo de esta mañana fue puroteatro! —A Shandra se le cortó elaliento porque la había pillado y

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Robert sonrió con malicia. —Deboreconocer que lo de tu topless medejó algo descolocado.

—¿Qué quieres decir?—¡Qué nunca dejarías el

trabajo! —Se acercó sonriendocomo si le hubiera tocado la loteríay se sentó a su lado colocando losbrazos a cada lado de su cuerpo. —Nena, eres mía los próximos dosmeses.

—¡No te atreverás!—Lo que ocurrió en ese

campamento no será nadacomparado con los dos próximos

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meses. —A Shandra se le cortó elaliento por su mirada. Parecía quequería comérsela viva y se acercólo suficiente para que sintiera sualiento. —Te va a encantar. —Ledio un vuelco al corazón alescucharle.

—Puedo dejarlo —susurrómuriéndose porque la besaramientras su respiración se agitaba.

—No lo harás. Eres fuerte yno decepcionarás a tus padresdándote por vencida. Lo del cochees lo de menos. Te han programadopara salir adelante y tú soportaráslo que sea con tal de llegar a tu

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objetivo. —Acarició con la nariz lasuya y Shandra separó los labios.—Es el examen final y tú siempresacas matrículas de honor, nena. —Besó suavemente su labio inferiorantes de separarse para ver su caray sonriendo maliciosamente larecorrió con la mirada hasta llegara su escote. —Me imagino que nofingiste en todo esta mañana. Eresuna mezcla de ambas, ¿verdad?Ayer estabas algo nerviosa porverme de nuevo. —Su corazón seaceleró cuando acarició el bordedel escote con la yema de su índice.—Y esta mañana habías recuperadoel valor. —Shandra gimió cuando

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acarició la piel de su seno.Avergonzada miró hacia abajo, paraver que sus pezones estaban erectosa través de la tela del vestido. Élsonrió y se agachó mirándola a losojos. —Así que te vas a casar conese tipo. —Se levantó dejándolahelada y se puso ante ella con losbrazos en jarras. —Pareceinteresante.

—¿Qué?—¿Por qué no te acuestas un

rato mientras hago unas llamadaspara lo del coche? Ven, nena.Debes estar algo mareada con esoque te han puesto. —La cogió en

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brazos sorprendiéndola y la llevópor el pasillo hacia su habitación,mientras ella le miraba sin saberqué pensar. La tumbó en la cama yse acercó a sus pies para quitarlelos zapatos de tacón antes desentarse a su lado. —Ahora duermeun rato.

—¿Dormir? —Su mente norazonaba bien entre el sedante y loque le había hecho Robert.

—Sí, no te preocupes por eltrabajo. Tienes el día libre. —Seacercó y le dio un beso en la frentecomo si fuera su padre, dejándolaaún más confusa. Salió de la

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habitación cerrando la puerta yShandra suspiró mirando al techo.—¿Qué diablos acaba de pasar?

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Capítulo 6 Intentó repasar la

conversación para descubrir quéera lo que había pasado, pero alfinal el sedante hizo que sedurmiera como un tronco. Sintió lababilla cayendo por la comisura desu boca y cerró la bocachasqueando la lengua antes devolverse pasándose la mano por la

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mejilla. Un ruido muy cerca de ellahizo que frunciera el entrecejo,pero cuando alguien suspiró a sulado, ese sonido hizo que abrieralos ojos para encontrarse a Roberttumbado a unos milímetros de sucuerpo, con el brazo tras la cabezamirando el techo. Que estuvieradesnudo de cintura para arribaintentó ignorarlo, aunque eraimposible.

—Ranita, tengo un problema.—¿Si?—En realidad es culpa tuya.Qué raro. —¿No me digas?

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—Se apoyó en su codo para verlela cara y parecía muy serio. —¿Quéhe hecho ahora?

Él reprimió una sonrisa y lamiró a los ojos. —No puedo ir atrabajar así.

—¿Así? No, claro. Tienesque vestirte. —Se puso como untomate mirando su pecho, perocuando siguió bajando vio suexcitación bajo la sábana. —Ah.

—Tienes una costumbre muyfea cuando duermes. —Alargó lamano y acarició su cuelloponiéndola muy nerviosa, mientrasella no dejaba de mirar su

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excitación que seguía aumentandode tamaño. —Empujas tu traserohacia mí. Es imposible dormirseasí.

—¿Pero cuánto he dormido?—farfulló cerrando los ojos paradisfrutar de sus caricias.

—Era un sedante muy fuerte.Son las seis de la mañana. —Labesó en el cuello antes de acariciarsu mandíbula con los labios y llegara su boca.

—Creo que debería irme…—Levantó los párpados para verleante ella. —¿A qué estás jugando?

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—Es que me he dado cuentade que te deseo y tú a mí. —Sucorazón dio un vuelco. —¿Qué hayde malo si tenemos sexo? ¿No tegustaría que te bajara esas braguitasnegras que llevas y te besara lospezones mientras entro en ti hastaque grites de placer?

—Dios mío… —susurró sindarse cuenta mientras su cuerpo seestremecía de ansiedad.

Sin perder la sonrisa, él bajóla vista hacia su pecho y la mano desu cuello descendió lentamentehasta su escote, apartándolo paradejar su seno al descubierto

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rozando su pezón. —Piensa en ello,nena. Serán dos meses en los quepodemos hacer lo que nos dé lagana. —Acarició la curvatura de supecho y rozó su pezón con elpulgar. —Trabajarás conmigo dedía y de noche… —Bajó la cabezay acarició con la lengua la sensiblepiel entre sus pechos haciéndolagemir de placer. La miró desdeabajo y sonrió. —¿Eso es que sí?—La tumbó boca arriba ycolocando las manos a ambos ladosde su cuerpo la miró desde arribamientras apretaba su cadera contraella. Increíblemente excitada, nopodía ni pensar cuando él acarició

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su miembro por sus braguitas deseda. —Te mueres por esto,¿verdad? Abre las piernas. —Atontada le miró a los ojosmientras abría las piernashaciéndole hueco y gimió cuandosintió cómo se movía contra ellatumbándose sobre su cuerpo. Robllevó una mano a su cadera y lelevantó el vestido de un tirón. Sesujetó en sus hombros levantando lacadera para que le quitara lasbraguitas, pero él sin dejar de mirarsus ojos, tiró de ellasarrancándoselas. Nunca en su vidase había sentido más excitada queen ese momento y cuando sintió su

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miembro acariciándolaíntimamente, cerró los ojosarqueando su cuello. —¿Quieresque te folle? —le susurró al oído—. ¡Dímelo! —le exigiócogiéndola por la nuca para que lemirara.

Sus ojos verdes brillaban deexcitación. —Sí.

Entró en ella de un soloempellón, haciéndola gritar deplacer y le elevó la cadera con laotra mano para entrar mejor en ella,sin dejar de sujetar su cabello paraque le siguiera mirando mientrasentraba en ella una y otra vez de

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manera implacable. —¿Te gusta,nena? —preguntó con voz ronca.

—Sí, por favor… —Intentó besarle, pero él apartó su boca aumentando el ritmo de una manera salvaje, que la hizo gritar apretando sus uñas sobre su piel hasta que con un fuerte empellón hizo que se precipitara su explosión de placer. Fue la sensación más indescriptible del universo y para Shandra fue como rozar el cielo.

Sonriendo se abrazó a sucuello mientras él tumbado sobreella respiraba agitadamente, perocuando Robert se dio cuenta

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levantó la cabeza. —Espera, queme quito de encima.

—No —protestó sin que él lehiciera caso. Decepcionada le violevantarse—. ¿A dónde vas?

—A correr —dijo yendo hacia el vestidor mostrando un trasero que era para dar un infarto.

Se sentó sobre la camapreocupada. Le había dicho quesólo era sexo, pero… Dios, aquellono podía ser sólo sexo. Había sidoalgo demasiado increíble para quesólo fuera sexo. Se levantóacercándose al vestidor. —¿Robert?

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Él se estaba poniendo unospantalones cortos negros y la mirósobre su hombro sin interéscogiendo una camiseta deportivaazul de tirantes. —¿Qué pasa, nena?

—¿Todo va bien? —Él sevolvió mirándola como si noentendiera de lo que le hablaba y sesonrojó por ser tan tonta. —Es quepareces molesto.

—Acabo de tener un orgasmode la leche. No me digas que eresde esas que quieren una hora debesitos después, porque eso no vaconmigo.

Perdió algo de color en sus

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mejillas, sintiendo que se leretorcía el corazón. —No, no soyde esas.

—Bien. —Se sentó dándolela espalda en el enorme asientoforrado en terciopelo azul quehabía en el centro del vestidor y sepuso las deportivas. —Creo quedeberías irte. No te dará tiempo acambiarte antes del trabajo.

—Sí, claro.Él se levantó y se giró para

mirarla fríamente. — Hoy tienesmucho que hacer. —Pasó a su ladosin despedirse y salió de lahabitación, dejándola allí de pie

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con la sensación de que habíacometido un error. Escuchó cómocerraba la puerta del piso y sesintió abandonada. Era unasensación tan terrible, que sus ojosse llenaron de lágrimas, mientras sevolvía queriendo salir de allí a todaprisa.

Cuando llegó al apartamentode Rose, ella estaba dormidatodavía y preparó café limpiándoselas mejillas. De espaldas a lapuerta mientras echaba el café, nise dio cuenta que su amiga estabaallí observándola atándose su batarosa. —Uy, uy, uy…

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Se volvió sobre su hombro yal verla se giró hacia la cafeterapara ocultar su rostro. —No pasanada.

—¿Nada? Pues para no pasarnada, parece que te ha pasado porencima el coche del jefe. —Sesentó en la mesa de la cocinamirándola preocupada. —Meenteré del accidente y te llamé almóvil.

—Me dieron un sedante y…—Te quedaste a dormir en

casa del jefe. Me dijo que estabasallí, así que sumando dos másdos…

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—No ha pasado nada.—Te has acostado con él.—Lo sabe todo, ¿sabes? Es

muy listo y se dio cuenta de que lo de ayer era teatro.

—Lo de los pechos fuedemasiado. —Rose sonrió. —Ven,siéntate y cuéntame qué ha pasado.

—No sé, empezamos a hablarde Alvin…

—¿Quién coño es Alvin?Suspiró dándose la vuelta. —

Mi prometido. —Rose la miró conla boca abierta. —Bueno, casi esmi prometido.

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—¡El jefe debe que estar quetrina!

—¡No! —Continúa, por favor.—Después hablamos de mis

padres y de la prueba. Le dije quesólo eran dos meses. Estuvimoshablando un rato y llegó a laconclusión que nunca dejaría eltrabajo. Me dijo que los meses enel campamento no iban a ser nadacomparados con los próximos y...

—¡Os acostasteis!—Eso fue por la mañana.La miró fijamente durante

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varios segundos. —Y ahora estáshecha un lío.

—¡Me he acostado con él yse ha largado a correr a los dosminutos! ¡Me ha dicho que nopasaba nada, pero parecía molesto!

—¡Igual no deberías haberteacostado con él cuando estáscomprometida!

—¡Me dijo que sólo erasexo! —protestó ella—. Quepodíamos acostarnos estos dosmeses y…

—¿Te lo sugirió él? —preguntó alucinada—. ¿Sabiendo

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que tienes novio?Como un tomate asintió y

Rose pensó en ello —Puede quehaya decidido darte unaoportunidad. Le gustas. Tenías quever su cara de susto cuandollamaste ayer por teléfono yescuchó la ambulancia.

—¿Tú crees? —Se sentó anteella demostrando que estaba locapor él y Rose sonrió cogiéndole lamano.

—¿Por qué no te sueltas unpoco y lo pasáis bien dos meses? Otodo lo bien que te lo puedes pasarcon él, dado que va a hacerte la

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vida imposible. Estás alejada de tufamilia y eres libre, o casi, parahacer lo que quieras. Disfruta de lavida, ya que ese Alvin no tepreocupa demasiado.

Se sonrojó intensamente. —Es que ha aparecido Robert y …

—Y has recordado lo quesentías por él con quince años.

Gimió tapándose la cara. —Soy una estúpida. Me voy aenamorar de él y después pasará demí como hace media hora.

—Cariño, ya estásenamorada de él. Llevas enamorada

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de él toda la vida.Se levantó de su sitio para ir

a servirse un café, mientras queShandra miraba la pintura azul de lapared sabiendo que tenía razón. —Lucha por él —dijo su amigacolocándole una taza sobre la mesa—. Diviértete y muéstrale la mujerque eres en la actualidad. Noaquella tímida chiquilla, que erapatosa y que él intentaba fastidiartodo lo que podía. Muéstrate comomujer y veremos qué ocurre. Me dala sensación que podemos llevarnosuna sorpresa.

—Pero si sale mal…

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—Va a sufrir, ¿pero quierespreguntarte dentro de cinco años,cuando estés casada con ese Alvin,qué hubiera pasado si te hubieraslanzado a esta relación? ¿No te arrepentirías de no haberte liado la manta a la cabeza y haber disfrutado del hombre que realmente amas? Somos jóvenes. Esel momento de cometer errores. —Se sentó ante ella bebiendo de su café. Dejó la taza sobre la mesa y sonrió. —¿Pero y si él se enamora de ti? —El corazón de Shandra dio un vuelco. —Si tuviera una oportunidad de estar con el hombre que amo el resto de mi vida, yo no

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lo dudaría por mucho riesgo que conllevara. Piénsalo. En estos dos meses, te juegas el resto de tu futurosentimental. ¿Le quieres? Pues arriésgalo todo por ese hombre. Puede que sólo quiera pasar un rato contigo y eso que te llevas. —Shandra asintió. —Recordarás esos momentos el resto de tu vida.

Asintió levantándose. —Gracias.

—¿Por qué? ¿No me darías amí ese consejo?

Entonces se dio cuenta de quesí le diría esas mismas palabras.Pensándolo fríamente, era la mejor

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solución. Pero pensándolo con elcorazón, que era el que iba a sufrircomo saliera mal…

—Ve a ducharte, que estoysegura que hoy te va a tener comoloca de un lado a otro de la ciudad—dijo divertida.

—No he comprado ropa…—Ponte lo que quieras. —La

vio salir. —Prueba el rojo.Asomó la cabeza. —¿El

rojo?—Le encanta el rojo. —

Maliciosa bebió de su taza. —Escuché cómo se lo decía a Larry

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un día. Dice que es un color muysensual. —Sandra salió corriendohaciéndola reír. —¡Y no te pongassujetador!

Cuando llegó a la oficina, él

ya estaba allí. Miró la rendijaabierta de su despacho y cogió elblock y el lápiz antes de acercarsey empujar la puerta. —¿Robert?

Él estaba sentado ante suescritorio mirando algo en elordenador y sonriendo rodeó lamesa y le besó en la mejilla

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abrazándolo por el cuello. Robertsuspiró acariciando su muñeca. —Nena, ¿no tienes nada que hacer?—Giró el sillón y vio su vestidorojo entallado. —Vaya, estás paracomerte.

Aliviada porque no larechazaba, se sentó en sus rodillas.—¿Tú crees? —Le besósuavemente en los labios. —Puestengo que ir de compras, porqueestoy atracando el armario de Rose.

—Espero que en esascomprar haya algo rojo. —Acariciósu muslo subiendo su vestido.

—Eso está hecho. —Sonrió

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radiante mirando sus ojos. —¿Tienes algo importante para mí?

—Nena, tu trabajo esayudarme. Deberías teneriniciativa.

Ella se echó a reír cuando sumano llegó a su trasero. —En eso teayudaré después. —Se levantó atoda prisa y él gruñó por lo bajohaciéndola reír de nuevo. —Venga,a trabajar. —Cogió el blockesperando.

—Compra las entradas parala Ópera para esta noche ycómprate un vestido de gala. —Sele cortó el aliento mirándole.

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—¿Voy contigo?Él se volvió hacia el

ordenador. —¿No quieres venir?—¡Sí! Me encanta la Ópera.—Pues entonces ya está y

mañana nos vamos a Milán.Ilusionada preguntó —¿Y

eso?—Tengo que revisar el motor

de un coche de Fórmula Uno. Conlo que te gustan los coches, creoque te gustará ver la fábrica de lamarca, que está ubicada en elmismo complejo.

¡No se lo podía creer!

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Después de lo de esa mañana,parecía mucho más relajado eincluso encantado de estar con ella.—¿Cuántos días estaremos fuera?

—Cuatro. Por cierto,encárgate del hotel y del avión.

—Sí, claro. —¿Conoces Milán?—Conozco Roma.—Pues te gustará. Lleva

algún traje de vestir, por la nocheporque iremos a cenar con el dueñode la escudería.

—Sí, claro. —Preocupadapor el dinero, intentó que no se le

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notara.—Usa la tarjeta de crédito de

la empresa para comprar lo quenecesites. Al fin y al cabo, es unviaje de trabajo.

—Pero….—Nena, déjame trabajar, que

tengo que acabar esta propulsiónantes de que a Larry le entre unataque de pánico.

—Sí, claro —susurró al verque se volvía al ordenadorconcentrándose de nuevo.

—Por cierto —dijointerrumpiéndola cuando se iba a ir

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—, deberías mudarte a mi casa. Alfin y al cabo, vas a pasar casi todotu tiempo libre allí. Roserecuperará su espacio y yo te tendréa mano.

—¿Te tendré a mano?Él sonrió malicioso. —Ya

sabes lo que quiero decir. ¿O noquieres repetir lo de esta mañana?—La miró a los ojos. —Porque yome muero por repetir.

Se sonrojó intensamente. —Sí, claro.

—Pues eso. —Se puso a trabajar ignorándola de nuevo.

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Salió del despacho cerrandola puerta suavemente y Terryentrecerró los ojos dejando subolso sobre su mesa. —¿Cómo teencuentras?

—¿Qué?—¿Estás bien? El

accidente…—Oh, sí. —Sonrió

sentándose en su sillón. —No fuenada.

—¿Cómo que no fue nada siel coche es siniestro total?

La miró atónita. —¿No sepuede arreglar?

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—¡Qué va! ¡Y va a costar quepaguen los del seguro, porque elchico iba hasta las cejas de cocaínay alcohol! —Gimió escuchándola.—Y agárrate, su madre esinsolvente.

—¡Mierda! —Miró hacia lapuerta. ¿Por qué Robert no le habíadicho nada? No querríapreocuparla. —¿Y qué va a hacersu abogado?

—¿Su abogado? La fiscalíale dará una lección al chaval, quepor cierto no tiene ni carnet, pero eljefe no va a denunciar a la madreque ya tiene bastante. Al parecer

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tiene dos trabajos y el chico se havuelto un auténtico demonioincontrolable. Le van a meter enuna especie de reformatorio paraintentar enderezarlo.

—¿No la va a denunciar paracobrar?

—Si denuncia a alguien, seráa la aseguradora. Pero no creo,porque no va a ganar.

Estupendo, había perdido el coche por su culpa. Se mordió el labio inferior pensando que tenía buen corazón, porque no se había metido con la madre.

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Levantó el teléfono y encargólos billetes para Milán del díasiguiente. También reservó un hotelen la ciudad. Eligió el mejor paraque fueran unos días especiales.Rose y Terry la mirabandisimulando una sonrisa y cuandocolgó les dijo —¿No tenéis nadaque hacer?

—¿Así que te vas devacaciones? —preguntó Rosemaliciosa.

—Son negocios.—Niña, lleva condones.—¡Terry! —Cogió su bolso y

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pasó ante su escritorio susurrando—¿Sabes lo que es la píldora?

Su amiga se echó a reír y enese momento llegó Larry, que alverla tan bien sonrió. —Al parecerdesde que estás aquí, tienes unosdías algo accidentados.

—Esperemos que todocambie.

—¿A dónde vas?—A comprar cosas para el

jefe.—Pásalo bien —dijo

sonriendo de oreja a oreja.Ella asintió mirándole con

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desconfianza entrando en elascensor. —Gracias, ¿te encuentrasbien?

—Sí, claro. —Fue hasta sudespacho, pero a ella esa manerade recibirla le pareció algo extraña.Seguro que temía que se chivara asu padre de todo lo que habíapasado. ¿O sería que le había vistolos pechos? Se puso como untomate pensando que eso no podíaser. Seguro que había visto muchosen su vida, como para que algo asíle alterara. No, debía ser lo de supadre. Igual debería hablar con élpara que se tranquilizara.

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Capítulo 7 Se pasó todo el día haciendo

compras, intentando controlar los gastos. Para esa noche eligió un vestido rosa de gasa, que tenía un corpiño en forma de corazón que enfatizaba su estrecha cintura y sus cremosos pechos, dejando caer la gasa suavemente hasta sus pies.

El color rosa nunca le habíagustado mucho, pero ese colorapagado favorecía el tono de su

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piel. Las sandalias plateadas lecombinarían con otros vestidospara el viaje a Milán.

No había ido a la peluqueríapara no gastar de más y se recogióel cabello en un moño francés,dejando caer dos rizos sobre sushombros. Se maquilló ligeramente ycuando terminó, colocó sus cosasen el cuarto de baño para queRobert no se diera cuenta ni de queestaba en su casa. Salió del baño yfue hasta el vestidor donde habíacolocado sus cosas en un hueco y semiró al espejo de cuerpo entero.¿Dónde estaría? Impaciente miró su

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reloj y se puso nerviosa al ver quequedaba una hora para el comienzode Otelo.

Fue hasta la cocina para beber algo de agua, cuando se detuvo en el salón al ver a la vecinaen ropa interior leyendo una revista.

Las dos se miraronasombradas. —¿Qué coño hacesaquí? —gritó esa mujerreaccionando más rápido que ella,levantándose del sofá.

Levantó la mano dando unpaso atrás. —¡Te lo advierto, comome toques un pelo, te denuncio!

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—¿Qué haces aquí? —Vio suvestido. —¿Estabas en lahabitación? —Parecía atónita.

—No. ¡La pregunta es quéhaces tú aquí!

—¡Es miércoles!Parpadeó asombrada. —¿Y?—¡Siempre quedamos los

miércoles!—Ay, madre —dijo sintiendo

que empezaba a marearse—. Seguísliados.

En ese momento se abrió lapuerta y Robert las miró a las dosdesde la puerta. —Mierda.

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—¿Qué hace ella aquí? —preguntaron las dos a la vezseñalándose.

—¡Yo vivo aquí! —replicóella.

—¿Pero no eras su ayudante?—Miró a Robert que cerraba lapuerta. —¡Cariño, dile que selargue!

—Meredith… ¿por qué no tevas a casa? Te llamo luego.

Esas palabras alertaron aShandra, que palideció. —¿Piensasseguir con ella?

—Somos amantes. Punto. Y

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como tú te vas en dos meses, meparece que no tienes derecho aexigirme nada.

—Ah, ¿entonces nos tomamosun descanso? —La tía sonrió deoreja a oreja. —Eso lo tolero. Asíaprovecharé el tiempo paralibrarme de mi marido, cariño.

Robert sonrió viéndola pasara su lado. —Hasta dentro de dosmeses.

—Te esperaré ansiosa —dijomaliciosa besándole en la mejilla—. ¿Te gusta mi conjuntito nuevo?

—Resérvalo.

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¡No se lo podía creer!¡Encima le miró el trasero hasta quesalió de la casa! Furiosa le fulminócon la mirada cuando se volvió yRobert suspiró. —Nena, no tecabrees. Se me olvidó llamarla.

—¿Acabas de quedar conella para cuando yo no esté en tucama?

—En dos meses pueden pasarmuchas cosas. —Se la comió conlos ojos y se acercó lentamentecogiéndola por la cintura. —¿Sabesque estás preciosa?

—¿Si? Pero esa…

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—Olvídate de ella. Estos dosmeses son nuestros. —La pegó a ély acercó sus labios a los suyos. —Estoy deseando saber que llevasdebajo.

—No llevo nada —dijo sinaliento antes de atrapar sus labiossin poder evitarlo.

Se saborearon mutuamentedesesperados y él la sentórudamente sobre el respaldo delsofá, subiéndole la falda mientrasella se aferraba a sus hombros.Gritó en su boca cuando entró enella con fuerza y Rob apartó suslabios susurrándole al oído todo lo

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que la deseaba. Fue tan intenso ytan primitivo, que la llenóintensamente provocándole unéxtasis indescriptible. Él sonrióapartándose y la besó suavementeen los labios. —Voy a ducharme ollegaremos tarde.

Todavía atontada vio que ibahacia el pasillo quitándose lachaqueta del traje. —Me gusta queno lleves bragas. Así podemoshacerlo en cualquier parte.

Intentó recuperarse y se llevóla mano al cabello, que se le habíadeprendido. Le siguió hasta lahabitación y se arregló mientras él

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se duchaba. Dios mío, ¿en qué seestaba metiendo? ¡Habíadespachado a su amante durante dosmeses para estar con ella! ¿Es queno sentía nada por esa mujer? ¿Nosentía nada por ella?

Le vio salir del baño desnudoy tragó saliva cuando le guiñó unojo. —¿Qué pasa, nena? Estás algopálida.

—Es que… —Él entró en elvestidor demostrándole que muchono se preocupaba por ella. Lesiguió hasta allí y se quedó en lapuerta. —No he entendido muy bienlo que ha pasado antes.

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—Pues es muy sencillo. —Sepuso la camisa del smoking. —Noshemos dado dos meses paranosotros y le he dicho que nostomamos un descanso.

—¿Y eso no te parece raro?—No es raro. Tú volverás

con tu Alvin cuando esto termine.—Se encogió de hombros como sile diera igual. Estaba claro que nole molestaba en absoluto y ellaasintió saliendo del vestidorintentando recuperarse. Era obvioque ella no podía exigir nada puesno tenía derecho y Robert habíadejado claras sus intenciones.

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Pasarlo bien durante dos meses.Tomó aire sabiendo que debíaplanteárselo así, aunque algo en suinterior le decía que no podría conaquello. Pero lo intentaría. No sedaba por vencida e intentaríadisfrutar de su tiempo con él y de loque tenían, que por otra parte eramil veces más intenso de lo quesentía por Alvin. Eso le recordóque tenía que cortar con él. Aunqueestaba en un Open no sabía dónde,debía decirle que lo suyo se habíaterminado.

—¿Nos vamos? —Robert labesó en el hombro. —Nena, qué

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bien hueles. Llevas el mismoperfume que cuando tenías quinceaños.

Sonrió dándose la vueltaencantada y algo impresionada deque se hubiera dado cuenta de esedetalle. —Es el que me gusta.

—Te va muy bien. Vamos,que no quiero perderme el primeracto.

Y así empezó su vida con él.

El viaje a Milán fue tanmaravilloso que no se podía

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describir. Lo pasaronestupendamente. Ella se pudomontar en un coche de carreras eincluso dio una vuelta a la pista.También le enseñaron la fábrica einteresada estuvo muy atenta a lasexplicaciones del dueño de laescudería que hizo de anfitrión.Cuando se enteró de que hablaba unpoco de italiano, el hombre seexplayó en su idioma encantado conella. Salieron todas las noches,pues Milán era centro de negociosen Italia y Robert teníacompromisos, pero tambiénhicieron turismo. Visitaron elCenáculo que contiene el fresco de

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“La última cena” de Leonardo daVinci en la Iglesia de Santa Maríadella Grazie y también se dieronuna vuelta por el centro de laciudad. Aprovecharon el último díapara ir a la Pinacoteca de Brera queestaba ubicada dentro de unmaravilloso castillo del siglo XVIIy para sorprenderla la llevo a laÓpera de la Scala. Se sintió tanespecial a su lado, que si habíaalguna duda de que estabaenamorada, esa duda habíadesparecido totalmente.

Al llegar a Nueva York surelación mejoró, si eso era posible.

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Se sentía cómoda a su lado yparecía que él también. Salían acorrer juntos por las mañanas yhacían el amor en la ducha antes deir al trabajo. Eso también cambió,porque aunque seguía haciéndolerecados, él decidió aprovechar susconocimientos y se dedicó atraducir varios documentosimportantes y a comunicarse conabogados de compañías extranjeraspara el tema de las patentes y loscontratos, haciendo de mediadoracon sus propios abogados.

Se dio cuenta que el negociosubía como la espuma y cuando la

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llamó su madre diciendo que teníaque asistir a una cena de gala, lepareció perfecto para presentarle apersonas que le ayudarían a subiraún más.

—¿Por qué no quieres ir? —preguntó asombrada mientras élmiraba por la ventana del despachodándole la espalda—. Te presentaréa gente y…

—¿No tienes nada que hacer?—Haces seis semanas que no

veo a mis padres. —Se acercó a ély le acarició la espalda por encimade la camisa. —Cariño, quieroverles.

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—Pues vete.Ella apretó los labios

dándose por vencida. —Nos quedasemana y media… ¿no tienes nadaque decirme? —Esas palabras letensaron con fuerza y Shandra sintióque se le rompía el corazón.

Se volvió lentamente y la miró a los ojos fríamente como hacía en el pasado. Dio un paso atrás, porque después de todo lo que había ocurrido entre ellos, no se lo esperaba.

—¿Algo que decirte? ¿Quéquieres que te diga, nena?Habíamos hecho un trato. ¿Quieres

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romperlo? ¿Ya no quieres acostarteconmigo?

—¿Acostarme contigo? —Nopudo evitar que el dolor sereflejara en sus ojos y él parecióarrepentido de sus palabras eintentó cogerla por la cintura.

—Nena…—No me toques —susurró

dándose la vuelta—. Está claro lo que tú quieres y creo que deberíamos volver al plan original.

—¿De veras quieres irteahora? —preguntó divertidodeteniéndola en seco. Asombrada

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porque se lo tomara a risa, sevolvió con la mano en el pomo dela puerta. —¿Y qué diría papá deque te dieras por vencida?

—¡No tengo ni idea de lo queestás hablando, pero creo que teestás pasando de la raya!

—¿No tienes ni idea? —Seechó a reír poniéndole los pelos depunta. —Eso sí que tiene gracia.

—¡Habla claro de una vez! Robert se sentó en la esquina

del escritorio observándola dearriba abajo con desprecio y esamirada le hizo más daño que nada

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en la vida, porque sintió que no laquería en absoluto. Nunca sehubiera podido imaginar que unamirada pudiera destrozar un alma.

—Quieres que hable claro. —Suspiró y levantó la vista hasta sus ojos. —¿Ahora te ofendes porque quería acostarme contigo? ¿Acaso no lo hemos pasado bien? No sé por qué ahora te haces la ofendida, porque si alguien ha utilizado al otro, esa has sido tú. —Perdió la sonrisa y Shandra apretó los puños al ver el odio en sus ojos.—Nunca me he dejado utilizar por nadie y no iba a dejar que fueras la

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primera. —Se enderezó y se acercó a ella. —Así que la princesita tenía que madurar ante el monstruo de su monitor de campamento y su papaíto se lo puso de cebo cuando está comprometida con otro. —Shandra palideció y él la cogió por la barbilla para levantar su cara y mirar sus ojos cuajados en lágrimas. —¿Y qué tenía que hacer yo? ¿Saltar al ritmo que tu padre tocara para conseguir trabajo? No soy tan fácil de manejar, nena. Pregúntaselo a mi padre. Yo también tenía derecho a pasarlo bien en todo este circo. ¿Y qué mejor que follarme a la niñita de

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papá? —Él le besó fríamente en los labios. —Y ha sido muy interesante ver como la ranita se retorcía de placer esperando que me enamorarade ella. Ahora todos tenemos lo que queríamos. Tu padre estará contento. Has superado el periodo con el monstruo del monitor. Tú obtendrás tu premio, te casarás con ese tío que tu familia aprueba y yo me he burlado de ti.

Una lágrima cayó por su mejilla y él sonrió con frialdad limpiando su rastro con el pulgar. —¿Por qué lloras? ¿No era lo que querías? ¿Ahora te arrepientes?

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¿Qué esperabas? ¿Que cuando acabaran los dos meses, te rogara que te casaras conmigo? Nena, nunca me casaría con una mujer como tú. Eres una niñata que se deja dominar por su familia y no tiene escrúpulos para utilizar a los demás por una mierda de coche. Puede que la cama seas la hostia, pero mujeres como tú las hay a patadas.

Shandra sin aliento mirabasus ojos sin poder articular palabrapor el veneno que tenía dentro. Élsonrió y se alejó de ella sentándosedetrás de su escritorio. —Ahora

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vuelve al trabajo. Creo quedeberías ir a recoger las cosas quetienes en mi casa —dijo condesprecio—. Por cierto, tienes unacostumbre detestable en el vestidor.Encontrar tu ropa entre la mía, mepone de los nervios. Recuérdalopara cuando te cases con esedeportista tuyo. —Cogió el teléfonoy le pidió a Terry unos expedientes.—Tráeme un café —dijo mirándolaa los ojos.

Destrozada se volviólentamente y abrió la puerta sindecir una sola palabra. En cuandocerró tras de sí, las chicas la

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miraron asombradas porque habíaentrado en el despacho con unasonrisa en la cara.

—Niña, ¿qué ocurre? —Terryla cogió de la mano preocupada porsu expresión.

Sintiendo cómo la bilis le subía por la garganta, salió corriendo y Rose le hizo un gesto a Terry para que se quedara. —Ya me encargo yo.

Corrió hasta el baño y seencontró a Shandra arrodillada enel suelo ante el inodoro vomitandoviolentamente. —Oh, Dios…¿Estás enferma?

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Agotada se echó a llorarpensando en todo lo que le habíadicho. No se podía creer que laodiara tanto como para decirle esascosas. Rose se agachó a su lado yle levantó la cabeza para pasarleuna toalla mojada por la cara. —Nopuede ser tan grave. No tepreocupes. —Al ver que no dejabade llorar con la mano en su pechopor el dolor que la recorría, suamiga la miró angustiada. —Shandra, te va a dar algo. ¡Me estásasustando!

Sin reaccionar lloraba desgarrada y Rose salió corriendo

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del baño. Terry llegó a su lado, pero ella no se daba cuenta. Las palabras de Robert diciéndole que era una niñata dominada por sus padres y que él no se dejaba dominar por nadie, retumbaron en su cabeza una y otra vez.

Sus amigas gritaban a sulado, pero ella no las escuchaba,farfullando palabrasincomprensibles. Entonces surespiración se agitó y Robert lacogió de los hombros gritando sunombre. Le miró a los ojos sin serconsciente de ello, mientras leescuchaba decir en su interior “Yo

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también tenía derecho a pasarlobien. Y qué mejor que follarme a laniña de papá”. Su respiración sedescontrolaba tanto, que se le nublóla mente antes de caer desmayadaentre sus brazos.

Sentada en la tumbona

mirando el mar, intentaba dejar sumente en blanco como le habíanenseñado en clase de yoga cuandosintió un beso en la mejilla. Sonriólevantando la vista y vio cómo suhermano se sentaba a su lado.

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—Hola, Peter. ¿Cómo es queestás aquí? —Observó su trajehecho a medida. —¿No me digasque al fin vas a tomarte unasvacaciones en los Hamptons?

La observó bien y aparentemente tenía buen aspecto. Todo un logro después de esos horribles tres meses que habían pasado desde aquella llamada de teléfono.

—¿Vacaciones? ¡No! —dijocon horror haciéndola reír.

—Eres un obseso del trabajo.—Eso dicen en la oficina. —

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La miró a los ojos. —¿Cómo estás?—¿También vienes a darme

un repaso?—Papá está muy preocupado

por ti. —Los médicos dicen que

estoy bien. Puedo llevar una vida normal, ya lo sabes.

—No me refiero a eso. Sé que la operación ha ido bien. Papá se encargó de buscar al mejor cardiólogo del país. Estaba allí, ¿recuerdas?

Sonrió con tristeza y miró elmar.

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—Acaba de llamar. —Hizouna mueca sin darle importancia alas palabras de su hermano. —Sesiente culpable.

—¿Por qué? Me ha salvado la vida. Debería darle las gracias. Seguro que es la primera vez que a alguien le rompen el corazón y le descubren una malformación cardiaca. Mira que tener una válvula de más.

—Es que tienes un corazónenorme.

Se echó a reír al escucharle.Peter le cogió la mano mostrandosu preocupación. —Quizás

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deberías hablar con él. Te puedevenir bien.

—Lo que me vendrá muy bienes un zumo. —Se levantó noqueriendo hablar del tema,mostrando todo lo que habíaadelgazado. —¿Quieres uno?

Peter asintió y la vio alejarse hacia la casa recorriendo la terraza vestida con un ligero vestido amarillo. Al mirar hacia la ventana del despacho de su padre le vio observándole con los labios apretados y Peter le hizo un gesto con la mano pidiendo calma. Se levantó y fue tras ella. Se la

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encontró en la cocina hablando con la cocinera y se cruzó de brazos escuchándola decir que no tenía hambre.

Al ver que se había olvidadodel zumo, se acercó a la nevera y lesirvió uno. Se lo puso en laencimera y Shandra sonrió dándoleun beso en la mejilla. —Me voy acambiar para la cena.

Peter vio cómo huía de la cocina, porque no quería hablar de lo que había sucedido en esos dos meses con Robert Callaghan.

Caminó hacia el despacho desu padre y entró sin llamar. Estaba

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sentado en su sofá de cuerotomando un whisky al lado de sumadre, lo que indicaba que noestaba tan calmado comoaparentaba.

—¿Y bien? —preguntó sumadre ansiosa—. ¿Te ha dichoalgo?

—Ni una palabra. Aparte delo que ya sabemos, claro.

—¿Te ha dicho algo de él? —Su padre dejó el vaso de cristaltallado sobre la mesa de centro y lemiró fijamente. —¿De lo queocurrió?

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—Papá, te acabo de decir…—¡Mierda! —Se levantó

exasperado. —¡No tenía quehaberle buscado ese trabajo!

—¿Quién iba a imaginar que iba a ocurrir algo así? —dijo su madre nerviosa—. Quedamos en que estaba bien que trabajara para Robert, para que superara sus temores adolescentes. Él le había hecho daño en el pasado y queríamos que supiera que ya era adulta y que sabía defenderse.

—Un error claramente —dijosu padre molesto—. ¡Porque le hahecho más daño que nunca!

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—Está enamorada de él. Loestaba con quince años y volver asu lado… —Peter suspirópasándose la mano por sus rizoscastaños. —¿Habéis hablado conél?

—¡Sólo quiere hablar conella! —dijo Cristian Tanner furioso—. ¡Dice que a mí no tiene quedarme ninguna explicación! ¡Me haacusado de prohibirle verla, cuandoes ella la que no quiere saber nadade él! ¡Dice que domino su vida! —gritó atónito—. ¡Yo! ¡Qué siemprehe querido que seáisindependientes!

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Peter sonrió. —Papá, debesreconocer que quieresindependencia, pero bajo tuscondiciones.

Su padre le miró asombradoy su madre se sonrojó. —¿Quéquieres decir?

—Nos controlas a tu manera.—Eso no es cierto.—¡Le buscaste un trabajo y la

obligaste a trabajar allí cuando ellano quería! —Su madre se echó allorar. —¡La obligaste, papá! ¡Esotendrás que aceptarlo!

—Pero era para que estuviera

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en una situación controlada.—No. Lo hiciste para que le

diera en las narices a ese gilipollas,que la había torturado durante dosmeses cuando tenías quince años.¡Querías darle la oportunidad a tuhija de demostrarle que era unamujer impresionante e inteligente,que ya no se dejaba intimidar pornadie! —gritó Peter perdiendo losnervios—. ¡Pero ella no queríaeso! —Su padre palidecióasintiendo. —Papá, no te estoyechando la culpa. Ella también esmadura para plantarte cara y decirteque no, pero …

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—No lo ha hecho nunca —susurró su madre.

—Os quiere y no le gusta defraudaros. Como todos nosotros.

—¿Estás diciendo que somosdemasiado duros e intransigentes?

—Papá, no hay mejorespadres que vosotros. Sabemos quetodo lo que hacéis, es por nuestrobien, pero con Shandra no hafuncionado. No es culpa de nadie.No todos los hijos son iguales. Sarale hubiera hecho un corte de mangaal señor Callaghan y le hubierahecho la vida imposible, peroShandra no es así. Encima está

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enamorada de él. En cualquier otrotrabajo la prueba hubiera salidobien, pero a su lado…

—Es obvio que me heequivocado. Pero ese hombre le hahecho algo a mi hija que la hadestrozado por dentro y quierosaber qué es.

—Ella dice que debería darlelas gracias. —Sus padres lamiraron asombrados. —Dice quegracias a él le han descubierto suproblema cardiaco y que le hasalvado la vida.

—Alvin ha venido a verlavarias veces y no ha conseguido

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nada. ¡Y es su mejor amigo!—Pero él le pidió

matrimonio y Shandra no quierehacerle daño. La entiendo. Yotampoco me abriría con él.

—¿Y con quién lo harías? —Su madre se levantó inquieta. —Nosé a quién llamar para que sedesahogue.

—Una amiga. Normalmentese hablan de estas cosas con unaamiga. —Peter fue hacia la ventanapensando en ello. —Pero tiene queser una amiga que haya vivido lahistoria. —Se volvió con un brilloen los ojos. —Esa con la que vivió

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antes de irse a vivir con él.—¡La secretaria de Larry! —

Su padre fue hasta el teléfono ylevantó el auricular. —¡Voy aarreglar esto, aunque sea lo últimoque haga! ¿Dices que me meto? ¡Nome metí cuando me dijo que sehabía trasladado a su piso! ¡No memetí cuando la paseó por todoNueva York como su amante! ¡Peroahora me voy a meter!

—Cariño, igual nodeberías…

Peter sonrió. —Déjalo, mamá. Alguien tiene que hacer algo y las cosas ya no pueden ponerse

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peor. Cristian asintió antes de decir

al teléfono. —Ponme con LarryPrescott.

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Capítulo 8 Nadó lentamente hasta el otro

extremo de la piscina y se volviópara continuar cuando vio quealguien salía a la terraza. Rose leguiñó un ojo. —Menuda vidorra tepegas.

Chilló de alegría yendo haciala escalerilla y las subió a todaprisa. —¿Qué haces tú aquí? —Seacercó y la abrazó con fuerza. —Cómo me alegro de verte.

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—Novata, me estás poniendo perdida —dijo riendo.

Se alejó para verla bien. —Estás muy guapa. Aunque esevestido azul me quedaría mejor amí. —Rose la miró de arriba abajo,pero no comentó nada—Lo sé. Headelgazado. No me eches la bronca.—La cogió de la mano. —Ven,siéntate. ¿Cómo está Terry?

—Está saliendo con unviejales de la segunda planta.

—¡No! ¿El calvo?Su amiga riendo se sentó a la

mesa de forja. —¡Sí! Lo que hace

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la soledad. Le he dicho que comose case con él, no voy a la boda.

—¡No seas mala! Si lequiere… —Perdió algo la sonrisaal hablar del amor y cogió un vasopara servir la limonada que estabasobre la mesa.

—¿Y tú cómo estás?—Bien, el médico me dio el

alta hace tres semanas. Puedollevar una vida normal.

—Eso es estupendo. ¿Cuándovuelves? —La miró sincomprender. —¡A mi casa! Tendrásque buscar trabajo y…

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—Me voy a Europa.Rose parpadeó mirándola

atentamente. —Entiendo. ¿Te hanofrecido trabajo fuera?

—Una de mis profesoras meha ofrecido trabajar en lasNaciones Unidas en Ginebra. Senecesitan traductores de alemán y…—Desvió la mirada.

—¿Pero trabajando enManhattan no te pagarían mejor?

—Depende de donde caiga.—Se encogió de hombros. —Además, me apetece un cambio.

—Ya lo entiendo. Estás

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huyendo a toda pastilla.Agachó la mirada. —No es

eso. Necesito empezar otra vez.—Está hecho polvo, ¿sabes?

—La miró sorprendida. —Se echala culpa de lo que te ha pasado ytrabaja como un maniaco.

Su corazón saltó en su pechoy se levantó cogiendo una toalla. —No quiero hablar de él.

—¿Qué te hizo? Saliste deese despacho totalmentedescompuesta y cuando te fui avisitar al hospital, no tuvimos laoportunidad de hablar porque

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estabas rodeada de tu familia. —Rose se levantó colocándose trasella y le tocó el hombro. —No hayque ser un genio para saber que terompió el corazón, pero …

—No pasó nada. —Se apartóforzando una sonrisa. —¿Por quéno me cuentas qué tal con Larry?¿Sigue tan enamorado de esa pijade Park Avenue?

—Dios, debió ser un cabrón de primera para que no quieras ni hablar de ello. —Se miraron a los ojos. —¿Qué te dijo?

—Por favor, cambiemos detema.

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Rose la cogió por el brazo.—¡No! ¡Porque me siento culpable!—Shandra la miró asombrada. —¡Me siento culpable, porqueacudiste a mí y te lancé a sus brazoscuando sabía que algo no iba bien!

—¿Qué?—¿Hablar así de ti sobre tu

adolescencia y sobre que eras una niñita de papá, para inmediatamenteacostarse contigo? ¿Después de enterarse de que tenías prometido? Eso me pareció rarísimo. ¡Tuve la sensación de que se sentía menospreciado, pero me negué a creer que se acostara contigo para

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darte una lección! —Shandra palideció y Rose dio un paso atrás. —Así que fue eso. Te utilizó para darte una lección.

—No se deja manejar pornadie. Esas fueron sus palabras —dijo con ironía—. Aparte de otraslindezas que no pienso repetir.¿Quieres comer algo?

—¿Pero qué coño os pasa?—le gritó a la cara dejándolaatónita—. ¡Estáis enamorados y oshacéis daño de esta manera! ¿Esque por una maldita vez no sepuede tener un amor fácil?¿Siempre hay que complicarlo

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todo?—¡Él no está enamorado de

mí!—¡Te aseguro, que la persona

que estuvo a tu lado durante esassemanas, te amaba! Y el hombreque vi desesperado en la sala deespera del hospital, no era nadaindiferente.

—Se sentía culpable.—¡Culpable! ¡Pensaba que te

morías! ¡Vio cómo te reanimaban enel suelo del baño! ¡Larry estabadescompuesto por lo que estabapasando, pero Rob estaba

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desesperado!Sus ojos se llenaron de

lágrimas. —Se sentía responsable.Dile que no tiene por qué. Estoybien.

—Si te quieres engañar a timisma diciéndote que estás bien, yono puedo hacer nada —dijo furiosa—. ¡Pero él no está bien! ¡Ydeberías hablar con él, al menospara calmar su conciencia! —Fuehasta la puerta. —¡Es lo menos quepuedes hacer después de nocontestar a ninguna de susllamadas!

Se quedó allí de pie

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temblando y se sentó en la sillasintiéndose sin fuerzas. No queríaque se sintiera culpable por lo quehabía pasado, porque aunque su discusión fue el detonante, llevaba enferma toda la vida y no lo sabía. Pero de todo lo demás no creía una palabra. El hombre que le había dicho todo aquello no la quería. Cuando quieres a una persona odias hacerle daño.

Los gritos de sus hermanas lahicieron limpiarse las lágrimas ylas vio entrar en la terraza. —¡Shandra! ¡Dile a esta idiota que nopuede coger mis cosas cuando le da

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la gana!Sheila fulminó a Sara con la

mirada. —¡No lo estabas usando yyo me he dejado mi Tablet en casa!

—¡Debes respetar las cosasde los demás! ¡No tienes derecho aentrar en mi habitación y a rebuscarentre mis cajones! ¡Siempre estáscotilleando!

—¡Si crees que me importalo que escribes en tu diario sobreese chico —dijo Sheila con burla—, lo llevas claro! ¡Y nunca tecasarás con él!

Sara se sonrojó intensamente.

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—¡Eres idiota!—¡Idiota eres tú! Shandra las miraba la una a

la otra como en un partido de tenisy preguntó sin pensar —¿Vosotrasos queréis? —Sus hermanas lamiraron como si estuviera loca. —¿De verdad os queréis? ¿Cómopodéis ser tan crueles la una con laotra si realmente os queréis?

—Shandra, ¿estás bien? —preguntó Sara preocupada.

—¡Contesta a la pregunta!Sheila miró a Sara, que

asintió. —Claro que la quiero. —

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La pequeña cogió la mano de Sarademostrando que también la quería.—Y a ti también.

—¿Y eres capaz de hacerdaño a tu hermana porque sí?

—Es que tiene que aprenderque no puede pasarse de la raya.

—No me he pasado de laraya —dijo Sheila—. Y tú lo hacíascon Shandra.

Sara se sonrojó. —¿Quierescallarte?

—¡No, no me callo! —Soltósu mano y empezaron de nuevomientras Shandra las observaba. Se

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insultaron e incluso Sheila intentóempujar a su hermana a la piscina,hasta que Sara dijo algo que hizoque la pequeña llorando salieracorriendo. Vio la cara deculpabilidad de su hermana y lamiró de reojo avergonzada. Sindecir una palabra corrió tras Sheilapidiéndole perdón.

Esa era la fase que le habíaimpedido a Robert y por eso seseguía sintiendo culpable. Apretólos labios levantándose. Ya erahora de cerrar ese capítulo parasiempre.

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Se puso algo nerviosa

entrando en la fábrica y sonrió alportero, que llevó la mano a lagorra en señal de saludo. Entró enel ascensor con dos hombres,recordándole su primer día y alescucharles hablar, siguió sinentender nada. Cuando salió al halldel último piso, vio que Rose noestaba en la mesa y al mirar a Terryse sonrojó porque la mirabapasmada.

—¡Dios mío, niña! —Se levantó para abrazarla, antes de apartarse para mirarla bien. —

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¡Estás preciosa! Sonrió porque le había

costado muchísimo vestirse para ese día y llevaba un vestido verde que resaltaba el color de sus ojos. Sus rizos castaños estaban impecablemente peinados rodeaban su cara, intentando disimular lo delgada que estaba.

—¿Cómo te encuentras?—Muy bien. Gracias. —Se

volvió hacia la mesa de Rose. —¿Está de vacaciones?

—Tiene una reunión conLarry. —La cogió de la mano. —

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¿Quieres un café?—No, gracias. ¿Está Robert?Terry perdió la sonrisa. —

Pues también está en la reunión. Mehe quedado yo para...

—Oh, no importa. —Forzóuna sonrisa. —Volveré otro día.

—Pero no te vayas. Quédateun rato. Llegarán enseguida y…

—Debería irme. Estoyarreglando papeles y…

—Sí, ya me ha dicho Roseque te vas a Ginebra.

—Sí, en una semana. —Se

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miraron e incómoda por lasituación dijo —Dile a Robert quehe venido.

—Espera, que le llamo.—Oh, no quiero interrumpir.

No es nada. —Fue hasta elascensor y tocó el botón. —Volveréy podremos hablar más tranquilas.¿Quedamos para comer mañana?

Se abrió el ascensor. —Claro. Ven antes de la comida. Yale aviso de que vendrás y…

—Hola, nena.La voz de Robert tras ella la

tensó y se volvió sorprendida para

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verle al lado de Larry y Rose. Nopodía mirarle a los ojos, así quesonrió a Larry y a Rose, queparecía muy satisfecha consigomisma.

—Has venido…Esa frase de Robert hizo que

se apartara para que salieran delascensor y Larry cogió a Rose delbrazo para alejarla hacia sudespacho y dejarles solos. —¡Mealegra verte tan bien! —dijo Larryantes de entrar en su despacho.

Al volverse vio que Terry también se había puesto a trabajar y tomó aire para mirar a Robert. Era

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cierto que parecía agotado y tenía ojeras como si llevara días sin dormir, pero no sintió ninguna pena. Parecía que finalmente había conseguido librarse de lo que sentíapor su antiguo monitor del campamento.

—¿Podemos hablar unminuto?

—Sí, claro —dijocomiéndosela con los ojos. En otromomento esa mirada le hubieraalterado la temperatura, pero en laactualidad la dejaba fría. Sonriómás tranquila y caminó hacia eldespacho entrando con él detrás.

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Se sentó en una silla dejandoel bolso en la de al lado y Robertse quedó de pie mirando comocruzaba las piernas. —Nena, yo...

—¿Me dejas hablar a mí? —No se sentía capaz de escuchar susdisculpas.

Él apretó los labios y asintiósentándose en la esquina delescritorio, aunque era evidente quequería acercarse más. Seguramentepensaría que saldría corriendo y asíera.

—No sé lo que se te pasa porla cabeza —dijo mirando sucorbata porque no podía soportar

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su mirada—, pero quiero que sepasque no te culpo por lo que pasó.Podía haber pasado en cualquiermomento y ocurrió en ese. Tú notienes la culpa de que tuviera unaválvula de más. —Forzó unasonrisa esperando una respuestaque no llegó. Como no respondía lemiró a los ojos sin querer. —¿Notienes nada que decir?

—Has venido hasta aquí paraevitar que me sienta culpable.

—Bueno… —Se sonrojópensando que había sido una idiota.Parecía que a él le daba igual. —Como llamabas todos los días…

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—Llamaba todos los díasporque quería saber si estabas bieny que me lo dijeras tú.

—Oh, la operación ha idomuy bien. Mi cardiólogo está muycontento con el resultado.

—Eso ya lo sé. No me referíaa la operación. —Shandra perdió lasonrisa. —Nena...

Ella se levantó de golpe. —No pienso hablar de ese día. Ahorasi me disculpas, tengo cosas quehacer.

—¡Sí, también me heenterado de que te vas! —Parecía

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frustrado y se volvió atónita.—¡Sí! ¡Me voy! ¿Algún

problema?—¡Pues ya que lo dices, sí! —¡No sé a qué viene esto,

cuando hace tres meses estabas deseando que desapareciera de tu vista! —le gritó dolida.

—Nena… —Intentó cogerlapor los brazos.

—¡Ni se te ocurra tocarme!Sigo siendo la misma niñata depapá que te ha utilizado,¿recuerdas? —Robert palideció. —¡Tú obtuviste lo que querías y yo

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también! Así que dejémoslo estar.—Siento lo que te dije.—¡Lo sientes! ¿Sientes

haberme roto el corazón o decirmelo que pensabas? ¡Lo planeastetodo y cuando te diste cuenta quetendrías que enfrentarte a mi padreen la cena de gala, decidiste soltartodo tu veneno sobre mí! —Élapretó las mandíbulas. —¿Sabes?Estoy harta de que siempre sea ladiana de tus pullas. Búscate a otra ala que torturar.

—¡Torturar! —Furioso lacogió del brazo. —¿Sabes por quéhice lo que hice en el campamento?

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¡Para hacerte más fuerte! Llegasteel primer día escondiéndote entrelos demás y nunca queríasparticipar en nada, escondiéndotedetrás de los libros y las golosinas,sin oír las burlas de tuscompañeras.

—¡Ahora lo hiciste por mí!—Furiosa le empujó por el pecho.—¡Te burlabas de mí delante de losdemás y ellos lo imitaban cuandono estabas presente! ¡Me hiciste lavida imposible y me obligabas acorrer todos los días a tu lado!

—¡Porque quería estarcontigo!

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Esas palabras la dejaron conla boca abierta dando un paso atrás.—Era el único momento en el queestábamos solos y… —Frustradose volvió para pasarse la mano porsu cabello rubio. —Está claro quefui un monitor horrible.

—Estás loco.Él sonrió con tristeza. —

Esperaba que vineras al año siguiente. Joder, cómo deseaba verte. —Los ojos de Shandra se llenaron de lágrimas. —Pero no viniste. Debo decir que me dolió un poco. Y ni sé por qué volví el siguiente con la esperanza de que

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regresaras. Yo seguí con mi vida, por supuesto, pero siempre estabas ahí en el verano cuando llegaba el momento de pedir mi plaza de monitor. Y fui tres malditos años más, hasta que me di cuenta de que no volverías. —Se echó a reír sin ganas. —Y cuando menos me lo espero, te encuentro en mi despachopara trabajar conmigo. No me lo podía creer. Si había decidido fastidiarte por ser una niña de papá, cuando te vi, esas intenciones se publicaron por mil. Casi me muero de la risa cuando te vi entrar en el despacho después del primer día. Me lo pasé estupendamente

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interrogando a tu madre sobre ti, pero es muy lista y sólo me dijo lo que le convenía. —Perdió la sonrisa mirándola a los ojos. —Pero tuviste el accidente y te dieron ese maldito sedante. ¡Me sentí un idiota! ¡Yo pensando en ti y tú sólo me utilizabas para hacer feliz a tu padre y para casarte con ese!

—¡No fue así! ¡Lo estásretorciendo todo a tu conveniencia!Me dijiste que…

La cogió por los brazos. —¿Qué querías que te dijera? —le gritó a la cara—¿Que cuando estaba en la universidad pensaba en

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una niña de quince años? ¿Que intentaba acercarme a ti y tú me rehuías?

—¡Me tratabas mal! —¡Intentaba que

reaccionaras! —Él suspiró y seapartó como si le quemara sucontacto. —Pero eso da igual eneste momento, ¿no crees? Ya no haymarcha atrás.

Ella no podía decir eso, perose dio cuenta de que estabaavergonzado de su comportamientoy no quería profundizar más en elasunto. No se sentía capaz.

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—No estoy aquí pararecriminarte nada. Sólo quería quesupieras que estoy bien.

Él sonrió con tristeza metiendo las manos en los bolsillos del pantalón. —Y no sabes cómo me alegro, nena. Sólo quiero que sepas que me arrepiento de cada una de las palabras que salieron de mi boca y que disfruté de cada momento que estuve contigo.

Shandra sonrió con lágrimasen los ojos. —Yo también.

Se volvió para irse y laabrazó por detrás con fuerza. —Nena, por favor… —susurró en su

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oído como si estuvieradesesperado.

—Suéltame.—Te juro que no volverá a

pasar, que…—No me jures nada. —Se

zafó asustada de él y salió corriendo de allí. No podía quedarse, no podía creerle porque le seguiría haciendo daño. Todo lo que le había dicho había sido una maldita mentira de principio a fin basada en su maldito sentimiento de culpa.

La observó desde la puerta

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de su despacho entrar en elascensor como si la persiguieran,mientras las chicas sentadas en susmesas no abrían la boca. Cuando elascensor se cerró, Robert apretólos labios antes de volverselentamente y cerrar la puerta consuavidad.

Terry miró a Rose que estabaimpresionada. —Qué triste —susurró levantándose—. ¿Le hasvisto la cara cuando ella se iba?

—¡Joder! ¡No lo hanarreglado!

La puerta de Larry se abrió.—¿Qué ha pasado?

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—Que se ha ido. Eso ha pasado.

Su jefe suspiró y miró lapuerta de Robert. —¿Deberíahablar con él?

—Si necesita un amigo, creoque es en este momento.

Larry con cara de resoluciónfue hasta allí y Terry se acercó aRose. —¿Qué podemos hacer?

—¿Qué vamos a hacernosotras?¡Le ha hecho daño ydespués de todo lo que ha pasado,no le va a perdonar fácilmente!¡Ella se había entregado a él

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totalmente y le tomó el pelo!—No todo era teatro. Les has

visto juntos como yo.—Ahora ya da igual. Ella se

va y la acabas de ver. Huía de élcomo del diablo. Dejemos lascosas como están.

Terry chasqueó la lengua. —¡Menuda mierda!

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Capítulo 9 Larry cerró la puerta viendo

como su amigo miraba la ciudad.—Rob, ¿estás bien?

—No me perdonará nunca. —Pensó en voz alta. —Me tienemiedo. Sus ojos...

—Debes entender que hasufrido mucho y lo de su

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operación… Deberíais seguir convuestra vida.

—En este momento, lo únicoque deseo es que se olvide de mí yde todo el dolor que le he causado.

—Nunca se sabe, amigo.Igual dentro de un tiempo podréisestar juntos, pero ahora todo es muyreciente. Deja que pase el tiempo.En unos meses todo puede serdistinto.

—¿Sabes? Tiene razón. Soytan egoísta que lo he retorcido todoa mi conveniencia. Ella sólo queríahacer feliz a sus padres y yo me lotomé como una afrenta. Tenías que

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verla ante la mesa de Terry elprimer día. Estaba tan nerviosa…—Sonrió sin ganas. —Nerviosa deverme de nuevo y de volver a pasardos meses a mi lado. Me di cuentaenseguida, pero en lugar decomportarme como un hombremaduro, volví a comportarme comoun crío de veinte años.

—Está claro que no eres muy racional cuando estás a su lado.

—Cuando me contó lo de sunovio, lo vi todo rojo porque sabíaque me deseaba a mí. Sólo se meocurrió convertirla en mi amantepara darle la patada cuando

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terminara su prueba. Queríaenamorarla y me comporté con ellacomo con ninguna mujer paraconseguirlo. Y todo lo hice parahacerle daño. Después de pasarsemanas con ella… después desaber que la quería, lo hice encuanto mencionó a su padre —dijoincrédulo—. ¿Cómo he podidodecirle todas esas cosas a la mujerque amo?

—No lo sé. Yo me cortaría unbrazo antes de hacerle daño a mimujer, pero… imagino que estabasdolido y no pensabas con claridad.No te tortures más por algo que ya

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no tiene solución, Rob. Debesdejarla ir.

Miró la ciudad sintiendo que había perdido lo mejor que había tenido en la vida. —Sí. Ha llegado el momento de dejarla en paz.

Preocupado se acercó a suamigo y le apretó el hombro. —Seguro que dentro de unos meses,ella estará recuperada del todo y túvolverás a tirarte a todo lo que semueve.

—Sí, se casará y será feliz.

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Shandra escuchaba por suauricular traduciendo lo que decíaAngela Merkel en su intervenciónante las Naciones Unidas y sonrió auna compañera que se sentó a sulado diciendo las últimas palabrasen inglés para cerrar el micro quetenía ante la boca. Se quitó loscascos.

—Hola, Monic —saludódejando los cascos sobre la mesa.

—¿Vienes a tomar unascervezas luego? —preguntó enfrancés colocándose los cascos.

—No puedo. Mis padresvienen a verme desde los Estados

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Unidos.—¡Eso es estupendo! ¿Hace

cuánto que no los ves?—Seis meses. Vienen a pasar

mi cumpleaños conmigo. —Selevantó cogiendo el bolso. —Asíque diles a los chicos quesuspendan la fiesta sorpresa.

—Festejaremos otra cosa —dijo divertida apartándose unmechón de pelo de la cara—. ¿Hasterminado?

—Sí. ¡Al fin! —Fue hasta lapuerta y se despidió con la mano deotro compañero para salir de la

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pecera desde donde observaban elauditorio. —Au revoir.

Salía del inmenso edificio ymiró su móvil por si teníamensajes. Sonrió al ver uno de sumadre diciendo que la llamara loantes posible, así que marcó sunúmero yendo hacia la parada delautobús.

—Hola —dijo en cuantodescolgó—. ¿A qué hora cogéis elvuelo?

—Hija… —La vozpreocupada de su madre la pusoalerta.

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—¿Qué ocurre? ¿Papá estábien?

—Sí, no es eso. —¿Son las chicas? ¿Qué

ocurre, mamá?—Sé que no debería

decírtelo, pero si fuera tú me gustaría saberlo.

—¿Qué pasa? —Nerviosa sedetuvo en seco.

—Me he enterado hace unahora por las noticias. —A Sandrase le puso un nudo en la garganta.—Rob Callaghan ha tenido unaccidente en la zona de pruebas. Al

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parecer el motor explotó. Está muygrave, cielo.

Shandra apartó el teléfono impresionada sintiendo que su pecho estallaba y corrió hacia la parada de taxis, esquivando a la gente que entraba y a los turistas que sacaban fotos.

Fueron las horas de vuelo

más largas de su vida y angustiada intentó llamar a todo el mundo para conocer su estado, pero nadie le cogía el teléfono. Cuando llegó al

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JFK después de cuarenta y ocho horas sin dormir, corrió hacia la salida donde el chofer de la familia la estaba esperando.

Al entrar en el coche seencontró con su padre que sonrióabrazándola. —¿Cómo está? —preguntó con lágrimas en los ojos—. Todavía…

—Está vivo. Grave, perovivo. Iban a operarle de nuevo, asíque ahora estará en quirófano.

—¿Has ido a verle?—Su padre impide las visitas

y sólo entra su familia.

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Asustada le miró a los ojos.—¿Sobrevivirá?

—No creo. Tiene órganosinternos dañados y …

—¿Y? —preguntó histérica.—No lucha por vivir, cielo.

Incluso le dijo a una enfermera queno le trataran antes de perder elsentido. Eso preocupa a todo elmundo. Su padre está de losnervios.

—¿Qué? —Una lágrima cayópor su mejilla. —¿Cómo que noquiere vivir?

—Fui a tomar un café con su

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padre. Le dije que trabajaba conRob y …

—Continúa.—Casi no se hablan desde

hace años y estaba atónito porquehubiera perdido las ganas de vivir.Me dijo lo de la enfermera sinpoder creerlo. Al parecer su hijosiempre ha sido un hombre quesabía lo que quería y luchaba porconseguirlo con uñas y dientes. Nopuede entender porque ya no quiereseguir adelante.

—¡Eso no va a pasar! —gritóhistérica—. ¡Robert va a vivir! —Su padre la cogió de la mano. —

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¡Ese hombre no le conoce! —dijollorando—. ¡Robert saldráadelante!

—No te alteres, hija. Noquiero que caigas enferma tútambién.

—¡Se va a poner bien! —Seechó a llorar tapándose la cara. —Oh Dios, no puede morirse. Nopuedo perderle, papá.

Su padre la abrazóacariciándola en la espalda. —Tranquila. Enseguida llegaremos ypodrás verle…

Asintió apartándose y

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limpiándose las lágrimas. —Hablaré con él y ya verás cómo mehace caso.

—Estará inconsciente y…—Él me escuchará. Lo sé. ¡Y

se tendrá que recuperar porqueacabo de decidir que va a pasartoda su vida de penitencia por loque me hizo! ¡Y esa penitencia lapasará a mi lado!

Cristian Tanner sonrió. —Seguro que si alguien lo consigue,esa eres tú.

Llegaron al hospital y siguióa su padre hasta la recepción donde

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preguntaron por Robert. Habíansuspendido la operación, porque nose encontraba lo suficientementebien para que entrara en quirófano.Asustada siguió a su padre a laUnidad de Cuidados Intensivos,donde un hombre mayor estabasentado en una silla de plástico allado de Larry que tenía el móvil enla mano. Al verla se levantóaliviado. —Has venido…

—¿Cómo está? —preguntómuy pálida.

—Está grave, no te voy amentir. Está muy grave —dijoagotado. Se pasó una mano por los

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ojos para evitar llorar. —No sé sipodrán hacer algo por él.

—Quiero verle —susurróasustada.

—No sé si será buena idea. —Miró de reojo al anciano, que también estaba agotado. Pudo ver su enorme parecido con Robert, aunque ya tenía el cabello cano. Sonrió sin poder evitarlo y se acercó a él.

—¿Señor Callaghan? —Levantó la vista mirándola con losmismos ojos grises de su hijo ytragó saliva para extender la mano.—Soy Shandra.

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—¿Es una de las amigas demi hijo? —Extendió la manoestrechándola.

—No —dijo divertida—.Soy su futura nuera. Y ahora quierover a mi hombre y usted no va aimpedírmelo.

El hombre sonrió. —No seme ocurriría intentarlo.

—Bien. —Miró a sualrededor. —¿Y con quién tengoque hablar?

Larry sonrió. —Ven conmigo.Encontraremos al médico.

Tuvieron que discutir con el

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médico para que la dejara entrar,pero después de que ella le metieracuatro gritos sobre que no le iba adejar morir, el tipo decidió darleuna oportunidad. En un cuarto sevistió con un traje blanco de papely una enfermera entró con ella enuna habitación anexa donde la camade Rob estaba en el centro rodeadade aparatos por todas partes, perolo que realmente la impresionó fueverle tumbado sobre la cama llenode tubos y vendado por todos lossitios. Tenía un gran apósito en lamejilla y su piel estaba sonrosadapor muchos sitios como si sehubiera quemado.

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—¿Se ha quemado?—Sí —dijo la mujer con

pena—. La mayoría sonquemaduras superficiales, pero ensu brazo derecho….

Ella reprimió las ganas dellorar por lo que le debía doler. —¿Puedo tocarle?

—Sí. —Acercó un taburete ala cama y ella se acercó. —Siéntese aquí.

Pero ella no lo hizo. Sequedó de pie a su lado y temiendohacerle daño, alargó la mano paratocar sus dedos que parecía lo

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único que estaba sano. —Hola, miamor. ¿Qué pasa? ¿Que siempretienes que hacérmelo pasar mal?Me debes muchos momentos buenosy no pienso dejar que te vayas. —Acarició su dedo índice. —Te heechado de menos. ¿Y tú a mí? Eresun cabezota y no me conoces nada,porque esperaba que fueras abuscarme, ¿sabes? —Los ojos de laenfermera se llenaron de lágrimasal verla. —¿Y qué si estabaasustada? Tenías que haber idohasta allí e intentar convencerme deque me querías. Y si no me quieres,me da igual, porque piensoperseguirte hasta que lo hagas. Y te

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casarás conmigo. Seremos tanfelices como esas semanas. —Laenfermera miró el monitor yasombrada vio cómo su pulso eramás firme y la tensión seestabilizaba. Corrió fuera de la salamientras Shandra seguía sudiscurso. —Cuando salgas de aquí,nos tomaremos unas vacaciones.¿Recuerdas nuestro viaje a Milán?

El médico ordenó que se ladejara entrar cuando quisiera, asíque después de estar cuatro horashablando con él, salió unosminutos. Más por ir al baño, quepor comer algo. Larry estaba en el

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pasillo y sonrió al verla. —Alparecer está mejor.

—¿Qué?—Sus constantes han

mejorado mucho. Dentro de unahora si todo sigue así, le operaránel pulmón.

—Eso es bueno, ¿verdad?—Sí. Muy bueno.Esperanzaba dijo que iba a

comer algo y Larry le acompañó.—El padre de Rob se ha ido adescansar. —Le colocó delante unataza de café y una bandeja. —Tútambién debes estar agotada

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después del viaje.Ella apoyó los codos sobre la

mesa pasándose la mano por losojos. —Ha sido horrible. Pensabaque no llegaría a tiempo.

Se sentó frente a ella. —Afortunadamente no ha sido así.Come algo. No puedes ponerteenferma tú también.

—¿Crees que me dejaránponer una cama a su lado?

—¿Qué?—Me necesita. —Le rogó

con la mirada. —Ayúdame aconvencerlos.

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—Pero tú también necesitasdescansar. No creo que…

—¿Si fuera tu mujer, noquerrías estar a su lado? Por favor,ayúdame.

Larry miró esos ojos verdesrojos de tanto llorar y torturadospor el estado de Robert. —Notienes la culpa de esto. Lo sabes,¿verdad? Fue un accidente. —Shandra se echó a llorar y le cogióla mano por encima de la mesa. —No fue culpa tuya.

—Me pidió por favor que leperdonara. Me lo explicó todo y noquise creerle.

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—Estabas dolida y asustada.No tienes que culparte por algo quehizo él. Te entendió perfectamente.

—¿Y entenderá que cambiede opinión?

Larry sonrió divertido. —Igual quiere torturarte un poco porlo mal que lo ha pasado estos nuevemeses.

Ella entrecerró los ojos. —Esincreíble, pero lo estoy deseando.

Les costó convencer al

médico encargado de su caso. Pero

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después de media hora no le quedó más remedio para quitárselos de encima, después de decir que sus padres donarían mucho dinero para el nuevo quirófano. Mientras operaban a Robert, ella se encargó de la habitación y contrató a tres enfermeras especializadas en intensivos para que no se movieran de la habitación las veinticuatro horas. Eran enfermeras del hospital que agradecieron las horas extra, así que conocían muy bien el entorno. Cuando todo estuvo preparado, esperó sentada en la cama y una de las enfermeras le aconsejó que durmiera. Que ella la

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avisaría cuando llegara. Se tumbó de costado en la

cama mirando el hueco vacío de lacama de Robert deseando tenerleallí de nuevo. Era increíble lo quete cambiaba la vida en unosminutos.

Estaba dormida cuando escuchó que se abría la puerta y se sobresaltó suspirando de alivio cuando vio que metían la cama de Robert. Se quedó en su sitio mientras las enfermeras se encargaban de colocar el gotero y el respirador. Observó su trabajo y sonrió al verle después de que una

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enfermera se apartara. —Hola, mi amor. —Alargó la mano y cogió la suya. —Has tardado mucho.

La enfermera sonriórodeando su cama y la movió paraque estuviera más cerca de él. —Gracias.

—De nada. Tumbada a su lado le miró a

la cara. —Cariño, he estado pensando que cuando salgamos de aquí podemos mudarnos de casa. Esque ese edificio no me da muy buena espina. Y tu vecina aún menos. Debe ser que todavía la recuerdo en ropa interior sentada en

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tu sofá. Sí, debe ser eso. Pero me da igual. Una casita con jardín para los niños, eso tenemos que comprar. Cerca de buenos colegios. —Apretó su mano. —¡No te he hablado de los niños! Yo quiero dos. La parejita, ¿qué te parece?

La enfermera sonriósentándose en su silla y cogiendo unlibro mientras ella seguía hablandohasta quedarse dormida sin soltarlela mano.

Después de que su madre le llevara ropa para cambiarse, para sorpresa de todos empezó a vivir allí como si fuera su casa. Incluso

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sus padres se encargaban de llevarle comida a domicilio para que no tuviera que ir a la cafetería. Los médicos estaban muy contentos con su recuperación, así que ya no la sacaba de allí ni el mismísimo director del hospital. Su padre se encargó de ello, extendiendo un cheque muy generoso.

Al tercer día decidió que yahabía esperado demasiado y lecogió de la mano. —Mira cariño,tienes que despertarte porque estode que no me respondas, me ponemuy nerviosa. —Entrecerró losojos. —No lo harás para

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torturarme, ¿verdad?—Está sedado —dijo la

enfermera de turno poniéndole lamedicación—. Para que no sufrapor las heridas.

—Ah… entonces te perdono.—Se acercó y le besó en la mejillasana acariciándole con la narizmientras la enfermera sonreía.

—Seguro que el médicodecidirá que hoy por la tarde omañana se despierte paracomprobar si está bien.

—Claro que está bien —dijoconvencida sentándose en la cama y

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acariciando su antebrazo concuidado—. Dentro de unos díasestará exigiendo que salga a correr.

—No lo dudo. Tiene que serun hombre muy especial para teneruna mujer como usted.

—Sí que es especial.Se pasó todo el día nerviosa,

esperando que el cirujano decidieradespertarle y cuando lo hizo, sepuso a su lado mientras su padreestaba a los pies de la cama. Lospárpados de Robert se movieronimperceptiblemente y ella sonriósusurrando —Hola, cariño.

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Robert frunció el ceño yabrió los ojos lentamente para verlaante él. Miró a su alrededorencontrándose con su padre y siguiómirando hasta que su vista llegó alos médicos antes de volver hastaella. Se miraron a los ojos y elladijo —Te vas a poner bien. ¿Meentiendes?

—Igual está algo confuso —dijo el doctor—. Señor Callaghan,¿recuerda el accidente?

Él no dejaba de mirarla a los ojos y apretó su mano. —¿Recuerdas el accidente? —Robert asintió con la cabeza. —¿Te duele

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mucho? —¿No pueden quitarle el

respirador? —preguntó su padrepreocupado.

—Lo haremos enseguida. Shandra al darse cuenta que

se tenía que apartar, se alejó de élsoltando su mano para que laenfermera ayudara al doctor, peroRobert se puso nervioso mirando asu alrededor como si la estuvierabuscando. —Estoy aquí. —Apartóa la enfermera y le cogió la mano.—Estoy aquí, mi amor.

Él cerró los ojos aliviado y

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el cirujano asintió diciendo a laenfermera —No se preocupe, ya meencargo yo.

Le quitaron el respirador y ella sufrió cada segundo. —Respire hondo —dijo el médico antes de sacarle el tubo de la boca. Todos retuvieron el aliento mientras le veían tomar dos bocanadas de aire antes de que su respiración se estabilizara.

El alivio que la invadió lahizo sonreír. —Lo ha hecho muybien, ¿verdad?

—Muy bien. —El cirujano lehizo unas preguntas a Robert

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mientras le pasaba una lamparillapor los ojos, pero él no respondiónada mientras la seguía mirando.

Perdió la sonrisa. —Cariño,contesta a las preguntas. ¿Lasentiendes?

—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz rasposa.

Todos la miraron y ella sintiódudas. ¿Y si él no la quería allí? ¿Ysi se había montado una películapor todo lo que había pasado?¡Pues le daba igual! ¡No se pensabamover de aquella habitación!

—¿Qué hago aquí? —Él

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asintió con la cabeza. —¡Pues estoyaquí para que sigas torturándome!—Levantó la barbilla. —¡Y siquieres que me vaya, tendrás queponerte bien y echarme tú mismo!

El señor Callaghan reprimióuna sonrisa mientras Robert lamiraba fijamente. Ella retuvo elaliento esperando su respuesta y alfin dijo —Pues tendré querecuperarme pronto, ¿no crees?

Shandra jadeó indignadamientras los demás reían. Él apretósu mano como si no quisierasoltarla y reprimió una sonrisa paramirar al cirujano. —¿Y cuándo cree

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que será eso, doctor?—Yo diría que en unas tres

semanas. Si todo sigue igual, serátrasladado a planta. —Ella iba adecir algo. —Habitación doble.

—Gracias, doctor.—Si le duele, no dude en

decirlo, que para eso se haninventado las drogas —dijo eldoctor antes de hablar con elequipo médico en voz baja.

Ella se acercó a la cabecerade la cama y sonrió. —Venga, no tehagas de rogar. Di que estásencantado de verme.

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—¿Qué tal por Ginebra?—Te he echado de menos.—¿No me digas? —preguntó

cansado—. Nena, no deberíashaber venido.

—Claro que sí. —Nopensaba darse por vencida. —Cuando acabe contigo, vas arogarme que me quede comotendrías que haber hecho hacemeses.

—Te rogué que te quedaras.Se puso como un tomate

mientras la enfermera no se cortabaen poner la oreja. —No fueron

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exactamente tus palabras. Lapróxima vez tienes que ser másclaro.

—¿Para qué, si ya estás aquí?Shandra entrecerró los ojos.

—¡Sí! ¡Estoy aquí y piensoquedarme!

—Pues eso.La enfermera soltó una risita

y Shandra la fulminó con la mirada.—Tiene la mente muy clara, ¿nocree?

—Perfectamente.Robert sonrió, pero sus ojos

se cerraron de nuevo. Ella acarició

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su cabello. —Duerme, cielo. Yoestoy aquí.

—Papá…El señor Callaghan se acercó

a toda prisa. —Yo también estoyaquí, hijo. Descansa. Ya tendremostiempo para hablar.

Robert asintió quedándosedormido. Shandra sonrió a susuegro y él la correspondió. —Ahora a esperar.

—Eres un ángel. No sé cómoagradecerte…

—Ya me lo agradecerá en laboda con un buen regalo. —El

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señor Callaghan se echó a reír.—¿Y qué sugieres?—Un viaje romántico —dijo

emocionada—. ¡Qué sea sorpresa!Su suegro asintiendo

mirándola con cariño. —Eso estáhecho.

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Capítulo 10 La siguiente vez que se

despertó, ella estaba dormida a sulado. Sintió que movía el brazo ysonrió abriendo los ojos. Yaestaban en la habitación de planta yella había pegado su cama a la suyaporque ya no tenían aparatosalrededor y las vías las tenía en elotro brazo. Estaba algo pálido y se

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sentó en la cama. —¿Te duele?—Sí, pero prefiero que me

duela un poco y hablar contigo.—No, el médico dijo…—Nena, no va a salir bien.

—Esas palabras le cortaron elaliento. —No funcionó antes y…

—Eso fue antes. Y ahora noquiero hablar de esto, porque nopuedo gritarte a gusto.

Robert sonrió y la vio rodear la cama en camisón de seda negra, abrir la puerta y salir descalza de lahabitación.

Cuando volvió, le sonrió.

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Como si nada se subió a la camatumbándose de costado y le cogióla mano. —Ahora descansarás encuanto te aumenten la medicación.—En ese momento llegó laenfermera que inyectó algo en unade las bolsas. —¿Ves? Ahora adormir.

Robert levantó una ceja. —No seré un buen novio.

—Yo no quiero un buennovio. Te quiero a ti.

—Romperemos en cuanto tehaga daño otra vez.

—No. Porque ya no puedes

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superar lo que hiciste. —Él hizouna mueca. —¡Y deja de darmedisgustos!

Se miraron a los ojos y élsonrió. —¿Por mucho que haga, nome dejarás?

Le miró con desconfianza. —Mejor no contesto a esa pregunta.Nunca se sabe lo que se te puedepasar por la cabeza.

Robert sonrió. —Te heechado de menos, nena.

Sus ojos se llenaron delágrimas. —¿De verdad?

—Muchísimo.

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—Te quiero. —Se miraron alos ojos y vio cómo se quedabadormido de nuevo. Pero después deunos minutos se dio cuenta que élno le había dicho que la quería.¡Estupendo! Ahora no pegaría ojo.

Al día siguiente esperópacientemente a que se lo dijera.Estaba más despejado y eraevidente para todos que estabamucho mejor. Hubo un momento unpoco difícil cuando le hicieron lacura del brazo, porque Roberttodavía no sabía el estado en que lotenía. Cuando vio el estado de laquemadura perdió todo el color de

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la cara y apartó la vista, dejandoque la enfermera y el médicoespecialista en quemados lehicieran las curas. Se sentó a sulado y le acarició la mejilla sana,pero él no la miró. —Cielo, ahoraestá en proceso de curación, perocuando terminen contigo, casi ni lonotarás.

La miró a los ojos. —Lonotarás tú.

—A mí sólo me importa que estés a mi lado.

—¡Pues bien que me dejaste!—¡Me dejaste tú! —Se

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levantó de la cama mientras élsonreía. —Mira, dejemos el tema,que me cabreo.

—¡Si lo has sacado tú!—No, yo sólo dije… —Al

ver que sonreía gruñó exasperada.—¡Eres imposible!

Robert se echó a reír y gimióllevándose la mano sana al pecho.—¡Joder!

—¿Te duele? —Entrecerrólos ojos mirando al doctor. —¿Quiere darse prisa? ¡No estácómodo!

—Su mujer es de lo más

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exigente.—No soy su mujer. Todavía.Los ojos de Robert brillaron.

—¿No me digas? Ahora quierescasarte conmigo.

—¡Robert, no empieces! —Exasperada se sentó sobre la camay dijo —Tu padre ya me ha enviadola lista de invitados y papá también—. Se apartó un rizo de la frentemirando las hojas. —Uff, no sécómo nos vamos a arreglar, porqueson muchos compromisos.

Robert levantó la cabezaperdiendo la sonrisa. —¿Perdón?

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—Ya llevamos trescientoscuarenta y siete invitados y Larrytodavía no me ha pasado tu lista.Cuando llegue, la repasas paracomprobar si se le ha olvidadoalguien.

—¿Y cuándo te he pedido yomatrimonio? —preguntó asombrado—. ¿Estaba drogado?

—Muy gracioso —siseómientras el doctor se reía sinningún disimulo—. Cariño, ¿qué teparece el rosa chicle para lamantelería? —Él levantó una ceja.—¿Demasiado chillón?

—Nena, te estás

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precipitando. —Dejó caer lacabeza sobre la cama. —Hablaremos de eso dentro de seismeses.

—Ah, no. —Estiró el cuellopara ver cómo le vendaban elbrazo. Sabía que le estaba doliendohorrores, pero no movía un gesto.—Te vas a casar conmigo. Tenemosque elegir la fecha. ¿Qué te pareceel mes que viene? Abril es un mesprecioso para una boda. —Levantóla cabeza de nuevo mirándola comosi estuviera loca. —¿Mayo? —Alver que no contestaba protestó —¡No quiero casarme en Junio!

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—¡Shandra, se te está yendola cabeza! ¡Hace unos días ni mehablabas!

—Tú tampoco me hablabas amí. —Enfurruñada abrió elordenador y vio dos mails delorganizador de la boda que sumadre había contratado. Vio que siquerían darse prisa, debía elegirdiseñador para el vestido.Chasqueó la lengua mirando dereojo a Robert al que estabanincorporando en la cama.

—¡No me mires así! ¡Intentóque lo nuestro no se vaya a lamierda de nuevo!

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—Pues entonces noscasamos. Será más difícil que melibre de ti simplemente por lapereza de un divorcio.

—Pero qué graciosa estásdesde que has vuelto de Ginebra —siseó cogiendo el mando de la teleque ella le quitó de la mano—.¡Shandra!

—Cariño, tenemos muchoque decidir.

—¿Cómo qué?Shandra se mordió el labio

inferior. —¿Boda en el Plaza? —No hablas en serio. —

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Divertido miró el ordenador y viola página del organizador de bodasperdiendo la sonrisa. —¡Joder,hablas en serio!

—¡Pareces horrorizado decasarte conmigo!

—¡En este momento no meparece buena idea! ¡Eso es todo!

—¿Qué más puede pasar paraque la cagues?

—¡Qué no me presente a esaboda! ¡No me presiones!

—¿Que yo te presiono? —Selevantó de la cama y le señaló conel dedo. —¡Más te vale que estés

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allí! ¡Y nos casamos en abril!—Así se habla. —La

enfermera salió de la habitacióndejando a Robert con la bocaabierta.

—Cariño… —dijo al ver queestaba algo bloqueado—, te quieroy quiero casarme. No te digo elresto de la lista porque me pareceque entonces te agobiaría un poco.

—¿Entonces me agobiarías?¿Y qué estás haciendo ahora? ¡Yconvaleciente!

Le miró ofendidísima. —¡Lodices como si me estuviera

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aprovechando de ti!—¿Acaso no es así?—¡Uy, uy, uy… mejor me voy

a dar una vuelta, porque estás apunto de ponerme de los nervios!

—¡Eso, ahora manipúlamedejándome solo para que ceda!

—¡No hago eso! —Salió de la habitación enfadada y entrecerró los ojos al llegar al pasillo. ¿Lo estaba haciendo? ¿Le estaba manipulando para que él cediera? Igual deberían esperar unos meses para ver cómo iba el asunto. Su relación había pasado por

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problemas muy graves y realmente no habían tenido tiempo para estar solos.

Abrió la puerta lentamente yvio que él miraba hacia la ventana.—Lo siento.

La miró sorprendido. —¿Porqué te disculpas?

—Por ser una pesada.—Nena, tú no sabes ser

pesada. —Sonrió y le hizo un gestocon la mano para que se acercara yella se subió a su cama tumbándosea su lado. —No me gustaría que tearrepintieras dentro de unos meses,

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pensando que nos precipitamosdespués de todo lo que ha pasado.

—¿Pero te casarás conmigo?Él se echó a reír. —Puede

que algún día te lo pida.—¿Y qué tal si concretamos

un poco?Robert se echó a reír y ella

sonrió. Pasó de buen humor el resto del día y ella no quiso mencionar el asunto de nuevo.

Al día siguiente la despertó

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el besándola en el cuello. Sonrióabriendo los ojos. —Veo que teencuentras mejor.

—Cuando duermes estás preciosa —dijo apoyado en su brazo sano.

—Cariño, acuéstate —dijopreocupada porque forzara lacicatriz.

Él suspiró tumbándose denuevo y Shandra se sentó apartandosus rizos castaños. Se miraron a losojos y ella susurró —¿Me quieres?

—¿Tengo que contestar a esapregunta?

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—¡Oh, venga ya!Robert se echó a reír y se

agarró el pecho. —Nena, no tienespaciencia. Eso no lo sabía.

—Mira quien fue a hablar.Él miró el canal entre sus

pechos que se veía por el escotedel camisón. —No tienes cicatriz.

—Me operaron porlaparoscopia.

—Pero todo va bien,¿verdad?

—Lo dice el que está en elhospital. —Se levantó de la cama yfue hasta el baño. —Tienes que

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darte prisa en recuperarte porqueestoy engordando. Hace días que nocorro.

Entró en el baño y él dijo —Nena, quizás deberías dormir en tucasa.

Sorprendida salió del baño.—¿Qué?

—Es que así descansaríasmejor y yo también.

Se acercó a la cama denuevo. —¿Es coña? ¿Sabes la pastaque ha tenido que pagar mi padrepara que no me separe de ti?

Robert sonrió. —Es que mi

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cuerpo empieza a despertarse ytumbada a mi lado no puedo dormir.

Shandra se sonrojó y sinquerer miró su entrepiernahaciéndolo gemir. —¿No me digas?¡Esa es una noticia estupenda! —Levantó la sábana para mirardebajo. —¿Se te está despertandoel soldadito?

—¡Shandra!Se echó a reír, pero al ver su

excitación abrió los ojos comoplatos. —¡Cariño!

—¡Nena, deja la sábana! —Ella se mordió el labio inferior y él

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gruñó mientras dejaba la sábana ensu sitio. —Prepárate porque cuandosalga de esta maldita cama…

—Han pasado muchos meses.Yo también lo estoy deseando. —Sevolvió hacia el baño, pero alpensar en el tiempo que habíanestado separados se volvió. —Cariño…

—¿Uhmm?—Esa vecina tuya…—Se ha mudado.Sonrió encantada entendiendo

lo que quería decir. —¿Y tienesvecina nueva?

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—No ha habido vecinasdesde que te fuiste, nena. ¡Por esoestoy así!

Shandra se echó a reír y fue aducharse.

Antes de la comida estabanjugando a las cartas cuando llegóRobert Callaghan Segundo. —Hola,suegro.

—Papá… —dijo Robertmirando las cartas.

—Le estoy dando una paliza.—Sólo porque no estoy al

cien por cien.El padre de Robert se acercó

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sonriendo y cogió una silla parasentarse a su lado. Ella le miró porencima de las cartas. —¿Cómo vatodo?

—Me acabo de jubilar.Los dos miraron a su padre

asombrados. —¿Hablas en serio?—preguntó Robert dejando lascartas—. ¿Y qué piensas hacerahora?

—Seguiré siendo accionistade la empresa, pero ya no será lomismo. Me voy a dedicar a misnietos y a viajar. Puede que haga uncrucero de esos para solteros demás de cincuenta años. ¿Quién

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sabe?—¿Qué nietos? Papá, ¿estás

bien? —dijo realmentepreocupado.

Su suegro parecióavergonzado. —Es que después delo que ha pasado, me he dadocuenta que el trabajo no es tanimportante. Y no quiero perdermemás de tu vida. —Los ojos deShandra se llenaron de lágrimas ymiró a Robert que no había movidoun gesto.

—Es una noticia estupenda—dijo ella al ver que él no decíanada. Sabía que su relación era

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algo tensa, pero su suegro estabadando un paso enorme para intentararreglarlo—. Cariño, ¿a que sí?

—Nena, ¿nos dejas solos unmomento?

—Sí, claro. Voy a tomarme uncafé.

Esperó impaciente detrás de la puerta y nerviosa se apretó las manos esperando que Robert perdonara a su padre. Entonces se dio cuenta de lo distintos que eran. Ella hubiera perdonado a los suyos hacía tiempo si le hubiera pasado lo mismo. Pero ellos siempre la habían dejado elegir sobre su futuro

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y su padre nunca le había insistido en que siguiera en el negocio. Comprendió que Robert odiara que intentaran dominar su vida, porque seguro que el momento en que su padre se negó a pagarle la carrera para doblegarle, tuvo que ser muy duro para él. Pero si su padre hubiera cedido, él nunca habría ido de monitor a su campamento y puede que nunca se hubieran conocido. Sonrió porque todo tenía una razón.

Pasó mucho tiempo y serelajó porque eso era buena señal.Al final sí que fue a por su café y se

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lo tomó en el pasillo mirando lapuerta. Una enfermera entró paraponerle la medicación y por larendija vio que se estaban riendo.Suspiró de alivio y entró tras ella.

—¿Ya te has tomado esecafé? —preguntó su suegroagradecido.

—Pues sí. —Sobre la lista que te he

dado... —Miró de reojo a su hijo,que puso los ojos en blanco.

—Ya la tiene el organizador.—¿Qué? —El grito de Robert

provocó en ella una mueca. —

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¿Organizador de qué?—De la boda… pero

tranquilo, que es para cuando tedecidas.

—¿Seguro? —preguntó condesconfianza.

—Claro. —Le guiñó un ojo asu suegro, que se echó a reír.

—He visitado la casa. Espreciosa.

Ella gimió y disimulando se quitó una pelusa de la camiseta rosaque llevaba.

—¿Qué casa? —Robert lafulminaba con la mirada.

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—Uff… —Su suegro miró sureloj. —Qué tarde se ha hecho.

—¡Pero si estás jubilado! ¿Adónde tienes que ir?

—Tiene que hacer unascompras. ¿A que sí, suegro?

—Sí. —Se acercó a ella y ledio un beso en la mejilla. —Estascosas se avisan… —susurró.

—Es muy cabezota.—¡Lo he oído!Shandra sonrió. —Cariño, tu

piso no me gusta.—Ay, madre.

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Robert Callaghan Segundo seechó a reír yendo hacia la puerta.—Os veré mañana.

Ninguno le hizo ni casoporque se miraban como si fueran ala lucha. —Nena, no nosmudaremos.

—Claro que sí. No piensovivir en ese piso. Ya verás la casa,es preciosa. ¡Tiene jardín!

—¿Y cuánto cuesta esamaravilla?

Ella hizo una mueca. —Siete.—¿Siete qué?—Siete millones. Una ganga.

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—La miró como si estuviera loca.—Pero no tienes que preocuparte.Será el regalo de bodas de nuestrospadres.

—¡Ni hablar!—Pero, cariño… es perfecta

para nosotros y para los niños.—¡Qué niños! ¡Nena, se te

está yendo la cabeza!—Si nos casamos, lo lógico

es que tengamos niños. ¡Lo hacetodo el mundo!

—¡Te estás comportandocomo la niñata consentida quedetesto! —Shandra palideció y dio

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un paso atrás como si la hubieragolpeado. —Nena…

—Creo que… —Se volviópara coger su bolso. —Me voy adar un paseo. Hace mucho que nosalgo del hospital…

—¡Siempre haces lo mismo!—¿A qué te refieres?—¡Si digo lo que pienso, soy

el monstruo que te torturaba en el campamento y huyes de mí como de la peste! ¡Cómo se te ocurre pensar en una boda y en comprar una casa, cuando es obvio que no soportas estar a mi lado!

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—Cariño, yo te quiero.—No es cierto. ¡No me

quieres como soy! ¡Y yo soy así!¡Me da miedo decir cualquier cosaque te haga daño y tengo quecontrolarme continuamente porqueno hagas esto! ¿Para qué quierescasarte, si vas a salir corriendodentro de tres meses?

—No Robert, no hui de ti porser sincero con lo que piensas. Mefui precisamente porque mementiste y me hiciste daño apropósito. ¡Me quieres! Sé que mequieres y que no me lo digas,demuestra lo cabezota que eres. —

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Sus ojos se llenaron de lágrimas.—¡No sé por qué quieresestropearlo todo de nuevo, pero note voy a dejar!

—¡No quiero que te vayas!—¡Entonces sólo estás

mostrándome tu peor cara para quesea yo quien lo deje y eso no va apasar! —Fue hasta la puerta. —¡Ynos casamos en abril!

Cuando cerró la puertaRobert sonrió satisfecho. Alparecer su ranita esa vez no iba asalir corriendo.

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Capítulo 11 Sería manipulador. Furiosa

fue hasta el ascensor y pulsó elbotón del bajo. —Si cree que va alibrarse de mí… —Salió a todapastilla cuando vio pasar unsacerdote con su alzacuellos y todo.Se detuvo en seco mirándolefijamente mientras pasaba ante ella.—¡Disculpe!

Cinco minutos después abría

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la puerta sonriendo de oreja aoreja. —Cariño, mira lo quetengo…

Robert que estaba leyendo el periódico, levantó una ceja al ver entrar a un sacerdote de unos treinta años con una biblia en la mano.

—Buenos días.—Ay, madre…—El padre Mahoney es muy

amable y ha aceptado casarnosdado tu delicado estado. ¿A que esestupendo?

—Nena…—Si sales de esta, ya nos

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casaremos con la familia, ¿pero noquerrás irte al otro barrio sin casar,verdad?

El cura asintió. —Hijo, si laamas, deberías dar el paso.

Robert fulminó a Shandra conla mirada, que sonrióangelicalmente. —Sí, cariño. Si meamas, darás el paso. ¿Empezamos?

Se colocó a su lado y cogiósu mano sana mientras Robert lamiraba atónito. —Empiece padre,que enseguida le ponen lamedicación y me lo dejan k.o.

—Comprendo. —El cura

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abrió la biblia. —Estamos aquíreunidos para unir a este hombre ya esta mujer en sagrado matrimonio.Por favor, ¿me dice su nombre?

Robert se echó a reír acarcajadas y gimió llevándose lamano al pecho cuando le traspasóun dolor, mientras el cura le mirabasin poder creérselo. —Le veo muybien para…

—Es fachada, padre —dijo ella reprendiéndolo con la mirada—. Está loco por casarse, pero no se esperaba que encontrara un cura tan pronto.

Robert asintió. —Mi novia es

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muy rápida tomando decisiones.El padre Mahoney sonrió. —

Ha tenido suerte de encontrarseconmigo.

—Una suerte enorme. Porcierto, se llama Robert Callaghan.Y yo Shandra Tanner.

—Robert Callaghan, ¿aceptasa esta mujer en sagrado matrimoniopara amarla, respetarla, en lo buenoy en lo malo, en la salud y en laenfermedad, hasta que la muerte ossepare?

Él se quedó en silencio y ellale apretó la mano con fuerza.

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Reprimiendo la risa asintió. —Alparecer no tengo otro remedio.

—Di que sí simplemente —siseó forzando una sonrisa de orejaa oreja.

Robert miró al cura. —Sí, laacepto.

Confuso el cura miró aSandra. —Y tú, Sandra Tanner,aceptas a Robert Callagh…

—¡Sí! Sí le acepto. ¡Leacepto en todo!

—Hija, déjame terminar. Enlo bueno y en lo malo, en la salud…

—¡Qué sí, padre! ¡Qué lo

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acepto!—¿Hasta que la muerte os

separe?Shandra entrecerró los ojos

viendo que esperaba unacontestación —Sí, quiero.

—Yo os declaro marido ymujer. Puedes besar al novio.

Ella sonrió radiante y miró aRobert que parecía muy divertidocon el asunto. Se acercó lentamentey le dio un suave beso en los labiosque le supo a gloria. Hacía tantoque no se besaban, que se sentósobre la cama y él rodeó su cintura

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con su brazo sano, atrayéndola parabesarla profundamente.

El cura carraspeó. —Hijo,¿seguro que te estás muriendo?

—Cada vez menos, padre —dijo apartando la boca mientras ellale seguía besando el cuello.

—Con una mujer así, no me extraña nada.

—¿Los papeles?—Esta es mi tarjeta. —La

dejó sobre la mesilla. —Sobre eldonativo…

Shandra apartó la cara de sucuello —Oh sí, padre. Papá se

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encargará del techo de la iglesia.—El cura sonrió encantadomientras Robert la mirabaindignado. —Tiene una gotera.

—Increíble.El padre Callaghan fue hasta

la puerta. —Que te mejores, hijo. —Gracias, padre —dijo ella

levantándose a toda prisa yacercándose a él—. Si algún día leconvenzo para casarme en unaIglesia, le llamaré.

—Me encantaría. Ella cerró la puerta y se

volvió bailando por la habitación

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haciendo reír a Robert. —Ven aquí,señora Callaghan.

Se tiró sobre la cama a su lado y abrazó la almohada. —Es una pena que no tengamos noche de bodas.

—Y luna de miel y todo lodemás que se supone que tiene quehaber cuando te casas —susurró élapartando un rizo de su frente—.Como el anillo.

—Pero ahora eres mío. —Leguiñó un ojo y Robert se echó areír.

—¿Ves en el lío que te has

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metido? Ahora puedo torturartetodo lo que quiera.

—Lo estoy deseando. Dos semanas después le

dieron el alta. Aunque estaba un poco dolorido y todavía llevaba el vendaje en el brazo, aparentemente estaba muy bien, aunque un poco delgado. Fue una sorpresa que la cicatriz de la mejilla casi no se notara. Sólo se le veía una leve línea sonrosada.

Emocionada se subió al

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coche que habían enviado sus padres y él lo hizo a su lado cogiéndose el pecho porque era lo que más sensible tenía.

—Uff, estoy deseando llegara casa —dijo cogiendo su mano ydándole un beso en el interior de lamuñeca.

—Sí, yo también —dijoemocionada.

—Cariño, todavía no estoy alcien por cien.

—No lo digo por eso. —Lemiró maliciosa. —Pero estamañana no decías lo mismo cuando

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te ayudé a levantarte.Robert se echó a reír. —Eres

una ranita muy inquieta.—Todavía no has visto nada.

—Se acercó y le besó en la mejilla.—Cariño, no te enfades conmigo…

Robert se alejó. —¿Que nome enfade contigo?

Ella puso morritos. —Prométemelo.

—¿Qué has hecho?—Yo nada. No me he

separado de tu lado, ¿recuerdas?—¿No seguirás con el tema

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de la boda? ¡Ya estamos casados!—¡Pero quiero una boda

como Dios manda! —Al ver que laiba a interrumpir añadió —¡Y no eseso!

—No tenía que haber salidodel hospital.

Cuando el coche se detuvo, élfrunció el ceño mirando la calle. —¿Por qué se detiene aquí?

—Bienvenido a casa, miamor. —Salió del coche antes deque pudiera detenerla y el choferabrió su puerta ante la escalera deuna casa de estilo victoriano.

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Cuando la puerta de la casase abrió y salieron las dos familiaspara recibirle, Robert gruñó por lobajo antes de sacar las piernas delcoche. —La voy a matar.

Su suegro bajó la escalera yle tendió la mano. —Bienvenido,estarás muy cansado.

—Tu hija me mantiene alerta.Cristian se echó a reír y

Shandra le besó en la mejilla. —Esun gruñón, pero sé que le encantará.¡Paso a mi marido! —Todos seapartaron y ella cogió su mano. —Vamos, estoy impaciente por verla.

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—¿No la has visto?—Por la red. Pero será

perfecta. —Sus ojos brillaban dealegría y Robert no se sintió capazde decir una palabra.

Entraron en el hall que teníaunas baldosas en blanco y negrocomo un tablero de ajedrez. —Miraqué escalera, cariño —dijo ellaimpresionada por la escalera doble—. Es preciosa.

—Sí. —Miró sobre suhombro a su padre, que le hizo ungesto para que no le dieraimportancia. —Muy bonita.

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Caminaron hasta el salón yShandra chilló al ver la enormechimenea haciendo reír a sushermanas. Como una loca se soltóde su mano para empezar a correrde un lado a otro y Robert laobservó divertido. Al volversehacia sus suegros, vio las lágrimasde emoción de su suegra al ver a suhija tan feliz y apretó los labiosentendiéndolo todo.

Le cogió de la mano de nuevopara ir hacia el piso de arribaignorando la cocina. —¿No quieresverla? —preguntó divertido.

—Yo no sé cocinar. Me

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interesa más el dormitorio.—Hija, que te estoy oyendo

—dijo su padre desde el hall.—Uy, perdón.Todos se echaron a reír

quedándose abajo. Robert tiró deella hasta una de las habitaciones yla besó con impaciencia. Ella leabrazó por el cuello respondiendocon todo su ser. Él se apartósuavemente y le acarició el traseropor encima del vaquero. —Supongoque ahora habrá una fiestecita.

—Después lo celebraremosnosotros. —Apretó su cadera

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contra él haciéndolo gemir.Escuchó el timbre de la

puerta y dos segundos después supadre gritó desde abajo —¡Hija, tuprimera carta!

Sonrió antes de salircorriendo mientras Robert se reía yse acercó a la barandilla para verlabajar la escalera a toda prisa. —Cariño, ten cuidado.

—¡Estoy bien! —Se acercóal cartero y cogió la carta. Al mirarla dirección dijo emocionada —Espara mí. —Dio la vuelta gran sobreamarillo para mostrárselo a él. —¡Y pone Callaghan!

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Todos se echaron a reírmientras le daba las gracias alcartero y cerraba la puerta. Loabrió impaciente. —Serán laspruebas de las tarjetas.

—¿Tarjetas?—De la boda.—Cariño, ¿todavía sigues

con eso?Ignorándolo sacó el

contenido del sobre y frunció elceño. —Son fotografías.

Entonces al girarlas se quedóde piedra al ver a Robert besando aotra mujer y no era otra mujer

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cualquiera. ¡Era su vecina! Supadre perdió la sonrisa al verlassobre su hombro. —Niñas, al salón.

—¿Pero qué ocurre? —preguntó Sara al ver la cara pálidade su hermana.

—¡Al salón!Sheila y Sara se volvieron

hacia el salón. —Nunca nosenteramos de nada —dijo lapequeña.

—Acostúmbrate.Shandra pasó una fotografía

tras otra. Estaban en la chaiselongue del sofá y era evidente que

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estaban haciendo el amor. Cuandollegó al final, levantó la vista hastaRobert que se tensó. —Nena, ¿quéson?

—¡Me dijiste que se habíamudado!

—¿Quién?—Creo que deberíamos

dejarlos solos —dijo su suegroincómodo—. Deben hablar de estoen privado.

Robert empezó a bajar lasescaleras y cogió las fotos de sumano. Su sorpresa fue evidente alver las imágenes. —Nena, te juro

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que esto fue antes de …—¡No me mientas! Estuviste

con ella, ¿verdad? ¡Cómo todos losmiércoles!

—¡No me acosté con elladesde que empecé contigo! ¿Porqué iba a mentir en algo así?¡Además no estábamos juntos! ¡Sihubiera pasado, que no ha sido así,estaría en todo mi derecho!

En eso tenía razón, pero nopodía evitar que le doliera. Élsuspiró pasándose la mano por elcabello mirando las fotos. —Estáalgo loca y quiere fastidiarnos.

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—¿Se había mudado?—No. Te lo dije para que no

te preocuparas o para que pensarasprecisamente esto.

—¡Me mentiste!—Te hubieras enterado de la

verdad, ¿no crees? ¡Yo no teníapensado mudarme!

Eso era cierto y le arrebatólas fotos para mirarlas de nuevo. —No sé qué pensar y… —Entrecerrólos ojos volviendo a la foto deatrás. —¡Será hija de puta! —gritófuriosa antes de ir hacia la puerta.

—¡Shandra! —dijo su madre

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impresionada—. ¿Qué pasa?—¡La lámpara! ¡Eso pasa! ¡Y

se va acordar de esta!—¡Shandra! —gritó Robert al

ver su intención de irse—. ¡Déjaloestar!

—¿Cómo dices eso? ¡Haintentado volver a separarnos!¡Necesita una lección!

La cogió por la muñeca y lametió en casa cerrando de unportazo. —¡Se acabó! Ahora noforma parte de nuestras vidas y seva a quedar así. Lo ha intentado yha fallado. ¡Ya está!

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—Sí, hija. Déjalo estar —dijo su padre—. Si está algo loca,no querréis empezar vuestra vidade casados con ella a vuestrasespaldas. Olvídala. Eso sí que lejoderá.

No se quedaba contenta,pero… miró a su suegro queasintió. —Está bien.

Robert la abrazó y la besó enla coronilla aliviado. —¿Cómo lohas sabido?

—Esa lámpara la rompió ellacuando se tiró sobre mí en tuapartamento.

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—¡Dime donde vive esa tía,que le voy a patear el culo! —dijosu madre dejándolos a todos con laboca abierta antes de echarse a reír—. ¡Hablo en serio! —exclamóindignada—. Se va a enterar decómo somos las Tanner.

—Sí, querida. —Su maridola cogió por los hombros besándolaen la sien. —¿Qué tal un Martinipara relajar la tensión? Creo que lonecesitas.

Algo mosqueada se dejóllevar al salón donde se sentaron atomar unos Martinis mientrascharlaban de la boda. Robert la

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miraba de reojo, porque no abría laboca pensando en aquella bruja quele había fastidiado el primer día encasa.

Él le cogió la mano. —Preciosa, estoy cansado.

—Oh, sí. Además, tienes quetomar la medicación.

—Hora de irse —dijo susuegro levantándose—. Dejemossolos a los tortolitos.

Shandra sonrió levantándose.—Gracias por venir.

—Gracias a ti por invitarme.—Papá, puedes venir cuando

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quieras.Robert Segundo sonrió

mientras los padres de Shandra sedespedían. —Es una mujerincreíble. Cuídala, hijo.

—Eso pienso hacer. Cuando se quedaron solos,

Shandra forzó una sonrisa cuandollegaron al dormitorio. Empezó adesabrocharle la camisa, porque aél le costaba con su brazo herido.—¿Qué te parece si te preparo algode comer y así te tomas laspastillas?

—Te amo más de lo que

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nunca creí posible amar a nadie.A Shandra se le cortó el

aliento y levantó la vista hasta susojos grises. —¿Qué?

—Me costará un poco queseas una niñata consentida —dijodivertido abrazándola por la cintura—. Pero te quiero tanto que lopasaré por alto.

—Pues tú eres un cabezotaque quiere que todo sea a sumanera, pero también te quiero.

—Lo sé, nena. —Acarició suespalda. —Pero nos irá bien ahoraque ya no sales corriendo.

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—Igual el que salescorriendo eres tú. Aunque ya noestás en forma. Te alcanzaría.

Robert se echó a reír. —Sí,seguro que lo harías.

Ella le besó en la barbilla. —Ahora tienes que compensarme.

—¿No me digas?—Una luna de miel romántica

sería perfecto. Tu padre se ofrecióa pagárnosla.

—Mmm, ya me encargaré yode eso. —Acarició su trasero. —Ven nena, que vamos a empezarlaahora mismo.

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—¡Pero si no estás en forma!—Vamos a ver cómo es la

tuya. Cariño, ¿diste clases seequitación alguna vez?

Ella se echó a reír y se apartópara quitarse la camiseta. —Se medaban bien.

—Nena, ¿qué te había dichodel sujetador? —Alargó la mano yacarició su pecho al descubiertohaciéndola cerrar los ojos por todolo que le había echado de menos. Élse sentó en la cama y Shandra gritócuando la atrajo a él para meterseun pezón en su boca chupando conansia. —Dios, cómo los había

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echado de menos —susurrópasando su mejilla sobre elsensible pezón estremeciéndola.

—Cariño, desnúdate. —Empujó sus hombros tumbándolo en la cama e impaciente cogió su cinturón para abrirlo desesperada por sentirle. Robert acarició sus pechos dejándola hacer y cuando le desnudó de cintura para abajo, se enderezó sonriendo abriendo sus propios vaqueros quedándose desnuda ante él.

—Cada día eres máshermosa.

Ella se subió sobre su marido

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a horcajadas y le besó suavementeen los labios. —He dejado lapíldora.

Robert parpadeó procesandola información. —¿Y me lo dicesahora? ¿Justo en este momento?¿Cuando estoy a punto de hacerte elamor?

—Soy yo la que va a hacerteel amor a ti. —Acarició con susexo humedecido el suyo y Robertse tensó con fuerza. —Pero siquieres, me detengo. Luego no medigas que no te he avisado.

—Nena, eres una brujaconsentida.

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Sonrió radiante. —Estoyempezando a pensar que tienesrazón. —Él la cogió por lascaderas haciendo que fuera ella laque gimiera de placer. —Dios,cómo te amo.

Él la cogió por la nuca yatrapó su boca devorándola antesde entrar en ella con fuerzahaciéndola gritar de placer en suboca. Fue tan intenso y tanplacentero, que apretó su miembrocon fuerza haciéndolo gemirapartando su boca. Ella vio elplacer que le proporcionaba y selevantó ligeramente para dejarse

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caer sobre sus caderas. Se mirarona los ojos mientras ella continuabamoviéndose sobre su eje y Robertapretó los dedos en sus caderasguiándola. Shandra necesitaba másy aceleró el ritmo inclinándosehacia atrás para sujetarse en susrodillas. La nueva posición lavolvió loca y se dejó caer confuerza provocando que estallaran enun intenso orgasmo que les dejó sinrespiración. Él la sujetó por lacintura y respirando agitadamentecayó a su lado intentando nohacerle daño. Acarició su cuellonecesitando tocarle y él volvió lacara para besarla con ansias.

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Cuando se calmaron semiraron a los ojos. —Quiero tenerun hijo tuyo.

Él suspiró y acarició sumejilla. —Todo está yendo muyrápido, preciosa. Debemostomárnoslo con calma.

—Sé que todo lo que hapasado ha sido muy fuerte. Laprueba de papá, nuestra discusión,mi operación, la separación y tuaccidente es mucho para un año.

—No sólo eso. Nos hemoscasado y tenemos casa nueva.

—Lo del niño ni se notaría.

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Robert se echó a reírasintiendo. —Créeme, se notaría.Se hacen notar.

—Quiero un niño rubio deojos grises.

A Robert se le cortó elaliento. —Y lo tendremos. Dentrode un año… Hazme caso en esto.No quiero que te agobies.

—Está bien —susurrósabiendo que tenía razón—.Esperaremos. No tenemos prisa ytienes toda la razón. Un tiemposolos es lo que necesitábamos.

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—Estupendo —dijo sentada

sobre el váter mirando el palitoblanco del que destacaba el signopositivo rosa como un semáforo enrojo. ¡No podía ser! ¡Si sólo lohabían hecho sin protección unavez!

Suspiró levantándose. —Ahora se va a cabrear. ¡Y conrazón!

—Nena, ¿estás lista? ¡Nosvamos!

Forzó una sonrisa mirándoseal espejo. —Se lo dices después de

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la luna de miel. No vas a estropearla sorpresa que tanto le ha costadoorganizar.

Alguien llamó a la puerta. —Hija, el novio se está poniendo delos nervios. ¿Estás bien?

Abrió la puerta mostrando suimpresionante vestido de noviaestilo princesa con encaje deBruselas. —Oh, estás tan bonita.

Un flash casi la deja ciega yfulminó a su hermano Peter. —¿Enel baño?

—Fue un primer plano,seguro que no se ha visto.

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Fue hasta la barandilla de laescalera y cogió el ramo de rosasblancas que le tendía su hermana.—Con lo fácil que fue la boda en elhospital —susurró para sí mirandoal novio, que vestido de chaquéesperaba impaciente en la puerta.

—¡Nena, vamos a llegartardísimo a nuestra boda!

—¿No se supone que tienenque esperar?

Él la observó bajando por laescalera y sonrió. —Nunca hasestado más preciosa.

—Lo sé.

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Todos se echaron a reír y sumarido la cogió por el brazo.Habían decidido que ya que estabancasados, llegarían juntos a laiglesia saltándose la tradición de nopasar esa noche juntos. Por esoRobert no pasaba.

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Capítulo 12 La iglesia estaba preciosa

llena de flores. El padre Mahoneydio un sermón extensísimo paracompensar la boda anterior, peroella no se dio ni cuenta pensando enla mejor manera de decirle aRobert, que su decisión de no tenerniños de momento, quedabaolvidada.

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—¿Nena?Sorprendida le miró a los

ojos. —¿Qué?—Tienes que decir sí quiero.—¡Ah! —Miró al cura que

estaba de lo más sorprendido y dijo —Sí, quiero.

Robert gruñó volviéndose hacia el sacerdote, sonrojándola intensamente mientras sus hermanas soltaban unas risitas.

Procuró estar atenta el restode la ceremonia y se pusieron lasalianzas muy emocionados. Cuandoles declaró marido y mujer, sus

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padres aplaudieron viendo como lacogía por la cintura y la besaba conamor. Se separó de ella y susurró—Te quiero, nena.

—¿Pase lo que pase?Su marido se echó a reír. —

¿Qué clase de pregunta es esa? —La cogió del brazo y bajaron los tres escalones recibiendo las felicitaciones de su familia e invitados.

En cuanto se subieron alcoche él la miró de reojo. —Muybien, ¿qué pasa?

—Nada… de momento.

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—¿Eso significa que va apasar algo en el futuro? ¡No estaráspensando en dejarme! ¡Nosacabamos de casar! ¡Por segundavez!

Al ver su cara de sustoexclamó —¡No! No te dejaría. ¿Ytú a mí?

—¡Shandra, estás muy rara!—Quiero decir... que si

cometiera un error inconsciente… omejor dicho consciente en sumomento, pero que no pensara quetuviera consecuencias, que sí quelas va a haber… ¿tú me dejarías?

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—Preciosa, ¿te encuentrasbien?

—Nunca he estado mejor.—Serán los nervios de la

boda. Era mejor dejarlo para otro

momento. —Sí, serán los nervios de la boda.

El resto de la tarde fueromántico y muy divertido, porquela orquesta que habían contratadotocaba de todo y Shandra no paróde bailar con unos y con otros.Estaba agotada cuando subió a lalimusina que les esperaba para

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llevarles a la luna de miel.Robert cogió su tobillo y le

desató la pulsera de su sandalia.Gimió cuando masajeó su pie. —¿Qué tienes debajo de ese vestido?

—Uhmm, es sorpresa. —Sonrió cuando su mano subió por supantorrilla y se la masajeó. —Eresmuy malo, señor Callaghan.

—Lo mismo digo, señora Callaghan.

—¿Dónde vamos de luna demiel? ¿No es un poco raro que mehayas hecho tú la maleta? Seguroque se te han olvidado mil cosas.

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—No vas a necesitar nada delo que usas habitualmente.

—Uhmm, ¿voy a ir desnuda?—El ochenta por ciento del

tiempo.—Me lo voy a pasar

estupendamente. Se detuvo la limusina y ella

se despertó cuando se abrió lapuerta. Miró sorprendida a Robert.—¿Me he dormido?

—Es que eran tres horas de

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viaje.—¿Tres horas? —Asombrada

miró hacia afuera, pero sólo vioárboles. —Cariño, ¿dóndeestamos?

—Bienvenida al pasado,nena. —La cogió de la mano y lasacó fuera del coche. Cuando se diola vuelta, vio el cartel delCampamento de verano Rutherford,dejándola con los ojos como platos.

—Vamos a hacer las cosas deotra manera. —La besó en el cuelloy tiró de ella para rodear el coche.Descalza sobre la hierba caminótras él hasta entrar en el

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campamento y al ver los barraconesgimió interiormente.

—¿Esta es nuestra luna demiel?

—Lo pasaremos bien.Tenemos todo el campamento paranosotros solos. Recordaremosviejos tiempos.

¡Lo que le faltaba! Ducharseen las duchas compartidas. Aunquela compartía con él. Puede que noestuviera mal del todo.

La llevó hasta la cabaña deldirector y ella sonrió. —¿No medigas?

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—Toda nuestra una semana.Divertida abrió la puerta y se

llevó la mano al pecho al vercientos de velas encendidasalrededor de la cama. —Robert, esprecioso.

—Pues no ha visto nada. —La cogió en brazos metiéndoladentro y cerrando con el pie. —Pero ya lo irás descubriendo.Ahora vamos a ver qué hay debajode ese vestido.

—Qué no. No es buena idea.

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—Nena, hablo en serio.¡Tírate!

Desnuda al final delembarcadero, se echó a reír por lamirada de picardía de su marido.—¡Es imposible! Acabas dehacerme el amor en mi antigualitera. Algo muy pervertido por otraparte. Tendré que contárselo aalgún profesional a ver qué opinade eso.

—Ven, preciosa. Voy aenseñarte lo bien que se me da en elagua.

—¡Estará helada! Un cambiode temperatura así, es un contraste

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muy fuerte. ¿Y si se me corta ladigestión?

Escuchó un ruido tras ella yse volvió sonriendo para gritarhorrorizada cuando vio a unostreinta niños vestidos de boysscouts mirándola con los ojos comoplatos mientras su monitor babeabamirándole los pechos. Ella saltósobre la madera intentando taparsecon las manos, pero al ver que nolo conseguía se tiró al agua. ¡Joder,estaba helada!

Cuando sacó la cabezaRobert se reía. —Nena, ¿has vistoun mapache?

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—¡Mira hacia arriba!Él levantó la cabeza y vio a

los treinta niños sonriendosocarrones. Shandra gritótapándose detrás de Robert cuandovio a uno de los críos sacando elmóvil listo para hacer una foto.

—¡Eh tú, enano! —gritóRobert—. Atrévete y serás loúltimo que hagas. —El chico lesacó la lengua. —¿Y tú quierestener niños?

Gimió a sus espaldasmientras el monitor gritaba —¡Nopueden estar aquí! Es su hora delpaseo en kayak.

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—¡He alquilado elcampamento toda la semana!

—El campamento. ¡No elembarcadero! ¡Y dejen de ir enpelotas! ¡Los niños se impresionancon esas cosas!

Ella miró sobre el hombro deRobert y vio como esperaban a quesaliera dándose codazos los unos alos otros sin perderla de vista. —¿Cariño?

—Espera que piense. Nostienen acorralados.

—¡Acorralados! ¡No mefastidies! ¡No nos dejarán salir en

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paz! ¡El monitor está deseandoverme de nuevo en pelotas!

Robert se echó a reír. —Eresun bomboncito. No ha visto nadaigual. —Cogió uno de los kayak ysusurró —Nada a mi lado.

Nadaron al lado del kayakhasta la orilla y Robert lo levantópara cubrir sus partes íntimasmientras corrían hacia la cabaña atoda pastilla. Entraron en casariendo y él la cogió por la cinturalevantándola. Le rodeó con laspiernas y susurró —Vuelves locomi corazón. Nunca habría hechoalgo así si no hubiera sido por ti,

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¿sabes? Eres una mala influencia.—Tengo que domar a esa

niñita malcriada para que no mehaga la vida imposible —dijoacariciando su trasero.

—Y yo tengo que domar a eseniñito malcriado, que tiene malascostumbres con las vecinas.

—Ya he visto las quetenemos ahora. No merecen la pena.

—Más te vale.—¿Sabes, nena? Has

cambiado desde que tenías quince años.

—¿Te gusto más?

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—Tus pechos han mejoradomucho.

Shandra se echó a reír—Puesse van a poner enormes. —Cuandose dio cuenta de lo que había dicho,perdió la sonrisa y Robert queestaba a punto de tumbarla en lacama se detuvo en seco. —¡Olvidalo que he dicho!

—¡Qué yo sepa, sólo hay dosrazones para que te crezcan lospechos y no pienso dejar que uncirujano te ponga las manosencima!

—¡Ha sido un error! Tú estabas allí, ¿recuerdas que te lo

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advertí? —¡No puede ser! ¿Sólo una

vez y ya estás embarazada?—Debía ser que te habías

reservado —respondió ellapensativa. La soltó sobre la cama yse pasó la mano por su pelohúmedo varias veces—. Cariño, noes para tanto.

—¡Habíamos decididoesperar!

—Pero ha venido. Debe sercomo tú que hace lo que le da lagana. Tendremos que estar atentos.

La miró asombrado. —

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¡Querrás decir que será como tú!¡Tú sí que haces lo que te da lagana!

—¿Lo hago?—¡Entras en mi vida y sales

cuando te viene en gana!Se puso de pie sobre la cama.

—¡Tenía quince años! ¡Tenía quevolver a casa!

—Pero no regresaste —siseóél señalándola—. Se nota que noquerías volver a verme.

—¡No sé de qué tesorprendes! ¡Eras un tirano!

—¡Vuelves años después y te

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lías conmigo cuando tienes novio!—¡Me utilizaste para darme

una lección!—¡Pero no la has aprendido,

porque vuelves y dominas mi vidacomo te da la gana!

—¿Que domino tu vida? ¡Noshemos casado! ¡Esto es cosa dedos! ¡Tú también dijiste que sí!

—¡Si arrastraste al cura hastala habitación del hospital! ¿Cómoiba a decir que no?

—¡Pues en la iglesia no tecortaste!

—¡Compraste la casa sin mi

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consentimiento!—¡La compraron nuestros

padres! ¡Y a ti te encanta, reconócelo! ¡Te gusta todo lo que te he hecho!

Robert la miró fijamenteantes de sonreír sorprendiéndola ycogerla por la cintura. —Sí que megusta. Me gusta todo lo que me hashecho y quiero más.

—¿De verdad, cariño? —Leabrazó por el cuello. —¿Esosignifica que no te importa lo delniño?

—Significa que hubiera

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preferido esperar, pero los óvulosde mi mujer son tan impacientescomo ella.

—Claro, son míos.Él se echó a reír a carcajadas

y se tumbaron en la cama. Shandrase colocó sobre él y acarició supecho. —Esto asusta un poco.¿Estás asustado?

—Lo único que me asusta esque te pase algo, nena. Casi te vimorir una vez y no quiero que pasede nuevo.

—Todo saldrá bien. Tútambién me asustaste.

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—Lo sé.—¿Y cómo lo sabes?—Porque me amas. Llevas

enamorada de mí tanto tiempo, queno podías resistirte a volverconmigo cuando te enteraste delaccidente.

—Cierto. —Acarició subarbilla. —Tú también lo hiciste.

—Si me hubieran dejadotambién hubiera puesto mi cama atu lado. —Suspiró acariciando suespalda. —Siento haberte hechodaño.

—Lo sé. Y yo siento haberte

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hecho daño a ti con lo de la pruebade mis padres.

—También lo sé. —La besósuavemente en los labios. —¿Sabes, preciosa? Creo que lomejor es que hablemos mucho antesde dar el siguiente paso.

—Sí, creo que es lo másacertado. Cualquier decisión laconsensuamos.

Robert sonrió besándola. —Me alegro que hayamos llegado aun acuerdo.

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Epílogo —¿Cómo que has aceptado

un trabajo en Hong Kong? ¡Estás decinco meses! —los gritos de su jefese debían estar oyendo hasta en elhall y Terry sonrió divertida aRose.

—¿Nunca dejarán depelearse?

—No se pelean. Están

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consensuando. En diez minutos se estarán besando como posesos.

Larry salió del despacho ypuso los ojos en blanco yendo haciael ascensor haciendo que rieran.

—¡Sólo es una semana parael congreso de jóvenesempresarios! ¡Es una oportunidadúnica!

—¡Estás de cinco meses! —Robert casi salta de la sillaenfrentándola.

—¡Deja de repetir eso! Elmédico me ha dicho…

—¡Me importa una mierda lo

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que ha dicho el médico! ¡No irás!—¡Entonces tampoco puedo

ir a la cena que tienes el sábadocon esos alemanes!

—¡Eso es chantaje!—No, estamos hablándolo,

que es lo que hacen las parejas. Sino puedo hacer una cosa, tampocopuedo hacer la otra.

—Tienes que subirte a unavión y estarás en el otro lado delmundo.

Ella acarició su vientrecubierto por un precioso vestidorosa premamá. —Vale, yo cedo en

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esto y tu cedes en el color de lahabitación de la niña. Amarillo, norosa.

Robert entrecerró los ojos.—Lo has hecho a propósito,¿verdad? —Se puso como untomate. —¡Shandra!

—Cariño, es que rosa… Sin poder creérselo se echó a

reír. La verdad es que su mujersabía cómo sacarlo de sus casillaspara conseguir lo que quería. —Amarillo pálido.

Ella sonrió radiante como sihubiera ganado una batalla. —Ya

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verás. Quedará preciosa.—No vuelvas a hacerlo o

terminaré desconfiando de todo loque me digas. —Ella le abrazó porla cintura.

—No, no lo harás. Además,no te he mentido. Sólo henegociado.

—Y lo haces estupendamente.—¿Me contratas?—Preciosa, ya estás

contratada. Eres mi esposa. Ese esel contrato que más me importa.

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FIN

SophieSaintRoseesunaprolíficaescritoraquetieneentresuséxitos“Nomássecretos”o“Huirdelamor”.Próximamentepublicará“Róbameelcorazón”y“Pororgullo”.

SiquieresconocertodassusobraspublicadasenformatoKindle,sólotienesqueescribirsunombreenelbuscadorde

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