Volar T 1ra Edición

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Alternative Magazine of bogotá culture

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Una Marca Indeleble

“Es el recuerdo de una decisión tomada”: así define al tatuaje una persona un tanto hip-pie, un tanto inquieta por la vida y con un toque rebelde de: “me iré de mochilero solo con mis implementos a tatuar por toda Suramérica”; que desde su apartamento en Chapinero, en donde las cuatro paredes que conforman su sitio de trabajo están llenas de dibujos, algunos dedi-cados y otros con simples trazos que forman un algo, fotos de tatuajes, un desorden propio de un hombre y más aún de alguien que no le importa que lo vean como es, un plasma grande que proyecta una película en silencio porque desde la otra esquina de lo que sería común-mente la sala en un apartamento, suena un

fuerte estruendo de rock, al tanto que regaña a su mascota por ser tan sociable y empalagosa; realiza lo que para él es una liberación magnífi-ca y un trabajo delicioso…tatuar.

Conocido por todos y hasta por él mismo como Magne, una identidad con una historia algo graciosa y hasta vergonzosa, pero que ha definido quién es hoy en día y se ha con-vertido en un seudónimo que utiliza hasta para presentarse ante alguien. Es tatuador y piercer independiente, pues se cansó de los egos, los malos ratos y la hipocresía que soportaba al trabajar para otros.

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Una Marca Indeleble

Es cierto que el tatuaje ha tenido un gran auge en los últimos años, pues no es lo mismo el concepto de la persona con tatuajes en los años 80 o 90, tildados de ladrones o carce-leros, al concepto ya más avanzado y menos arcaico de estos últimos años, en donde ya es tan corriente que nadie se fija en quién los tiene y quién no. Aunque todo avance trae sus conflictos y consecuencias, porque ahora eso que es tan común, es por lo mismo, una moda. Entonces, quienes se dedican a realizar este arte de plasmar a través de la tinta, un objeto que tiene un significado para un alguien, le han dado más cabida e importancia a las repercu-siones sociales de lo que significa ser lo que son; es ahí donde se crea un universo fashion en donde quienes pertenecen al mismo gremio de tatuadores no se respaldan y se dedican a mejorar su arte, sino que, al contrario, se em-peñan en quitarle nombre a los demás, generar envidias y malos ratos entre todos. Magne es oposición y rebelión ante ese universo, él inter-fiere y se levanta de ese trono en el que todos se han acomodado y se creen reyes del mundo, para decir y demostrar que no se gana nombre si no se hace un buen trabajo, y para eso se requiere de pasión, dedicación y gratificación al obtener un buen producto.

Mientras unos aprendían a montar patines y a jugar golosa, él ya estaba interesado por el dibujo y por plasmar cada cosa que veía, y quería que sobre un papel se viera igual. En su época de adolescencia, durante una tarde de ocio mientras veía un programa de televisión, quedó admirado al ver a un hombre con su piel cubierta por completo de dibujos y colores; ahí había empezado entonces, su interés e inquietud por ese mundo del tatuaje. Eran los 90’s y todo giraba en torno al barrio, más lejos de ahí, no se podía llegar. Buscando cercanía, decidió ir a un sitio de tatuajes a unas cuantas cuadras de su casa. Entró y observó a su alrededor: afiches de tatuadores, dibujos por todos lados, colores llamativos en las paredes, música pesada de fondo y a todo volumen, y un sujeto atendiendo, quien vestía con un esqueleto negro, dos expansiones grandes en sus orejas y un aspecto más bien desaliñado. ¡Había llegado al lugar indicado! la conexión y las vibraciones que sintió en ese ambiente marcaron desde ese momento su vida. El sujeto le ofreció una revista con tatuajes para que

eligiera cuál quería. No hubo tiempo de pensar ni de mezclar los dibujos que él hacía, (que por cierto eran mucho mejores) con el mundo del tatuaje; él solo sabía que quería marcarse la piel, y así fue. El remordimiento de saber que tendría algo de por vida en su piel no existió en su mente durante ese momento, así que eligió un dibujo al azar y de la mano de una pésima atención, decidió tatuarse.

Las revistas de tiendas de tatuajes no tienen diseños pensados ni únicos, por lo tanto, se había tatuado un alambre de púas, algo sin ningún significado para él. Sólo recuerda esas ganas de querer entrar en ese mundo y de hacer parte de aquellos que ya experimentaron lo satisfactorio de sentir dolor. Además, el ambiente que estaba observando era lo que quería experimentar desde ese momento hasta el fin de sus días.

Curiosa e irónicamente, los tatuadores son quienes tienen los tatuajes menos elaborados, en donde los diseños parecen grandes manchas de color y no son para nada agradables a la vista; pero todo tiene una explicación, no son los más feos porque ellos hayan querido que quedaran así, simplemente, dentro de ese universo, entre ellos mismos sirven de lienzos para que otros aprendan, en donde no hacen uso de sus propios dibujos, sino que plasman esos horrorosos diseños de revista.

Magne no se queda atrás, desde la primera intervención en su piel, ya estaba explorando con el dolor y los garabatos que hasta él reconoce, son horribles; aunque, tiene algunos otros que sí tienen un alto grado de significación.

Quiere y ya lo ve como un hecho, tatuarse con sus propias manos las dos piernas; con diseños pensados y hechos por él, que poseen una gran elaboración y un gran valor significativo. Y qué mejor que ser víctima y lienzo de sus propias ocurrencias.

Después de 12 años en el negocio de crear arte por pasión, él dice que seguirá complaciendo a quienes creen en él hasta que la vida se lo permita. Que el no ser conformista ni ser valorado por lo que se tiene sino por lo que se es, seguirán siendo sus políticas de vida. Y que el tatuaje, su amuleto, siempre será una marca indeleble para quien desee portarlo.

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Música en Chapinero

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6:35 p.m. de un sábado que huele a desaho-go. Chapinero se empieza a poblar, hasta hace unas pocas horas las calles eran sola-mente habitadas por los obreros que trabajan desde temprano. Es sábado y la gente cami-na distinto, lo noto porque entre semana todo se hace con afán, la gente camina rápido, apenas si se detiene en los semáforos; pero hoy la gente parece otra.

Empiezo a caminar por las calles en busca de algo que me trace el rumbo de lo que será la noche. Sin embargo, pocas cosas de lo que veo marcan un solo camino, cada persona es un destino distinto, un final impre-decible. La tarde- noche sigue avanzando; el cielo cada vez menos naranja y más gris se apodera de la capital, la gente sigue llegan-do, algunos esperan en una esquina, en un parque, en un café, unas cabinas, una tienda, una estación de transmilenio. Otros simple-mente se apoderan de la calle. Los vendedo-res ambulantes, buscando “la papita” que les dé un sustento para responder por su familia, los habitantes de calle caminan cuadra tras cuadra, con un costal al hombro y escarban-

do cuanta caneca se les pasa por el frente, buscando eso que los ayude a sobrevivir, porque ellos no viven, sobreviven.

El contraste de gentes y estilos de vida es inimaginable, la calle la transitan toda cla-se de personas, desde el chico de plata que se emborracha con Smirnof hasta el ‘chirry’ que se enrumba con ron Jamaica. Desde el vendedor que tiene cómo levantarse un sueldo, hasta el habitante de calle que sobre-vive milagrosamente. Y entre todos ellos una cantidad de culturas y modos de ver la vida que son incontables: punkos, rastas, hipsters, skinheads, toda una gama de realidades y percepciones que no se pueden encerrar en diferentes categorías, cada uno tiene algo de otro y eso lo hace ser único o tal vez una copia, pero una copia impar.

La noche va llegando, los postes de luz empiezan a ser el nuevo sol, esta noche la luna está como arropada entre nubes. La cantidad de gente que está a esta hora entre la 45 y la 47 con 7ma, no es nada comparado con lo que hasta hace unas horas transitaba por ese mismo punto. No sé cómo está la

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cosa adentro de cada bar, pero afuera mucha gente espera, otros discuten con los del filtro de la entrada, tal vez por papeles o tal vez porque ya están tomados.

Decido meterme a un bar y mientras espero para entrar hay tres personas en frente mío retacando el precio de la entrada. El tipo encargado del ingreso de las personas parece no querer cambiar de opinión, un tipo alto, fornido, moreno y serio, podría decir que hasta mierda, esos que no dejan que uno les insista sino que lo van sacando o simple-mente se dedican a ignorar a la gente. Cinco minutos, la gente no entra, unos minutos más y sale una chica, mona, no tan alta, con un chaleco rojo, le dice tres cosas a los que es-tán al frente mío y salen de la fila, no alcanzo a escuchar lo que les dice, me piden papeles y entro al dichoso bar. Hay poca gente, hasta ahora son las 8 de la noche, me tomo una cerveza y empiezo a caminar como bus-cando a alguien. La música no tan dura y oscilando entre el rock clásico de The Doors, y el rock en español de Bunbury no dejan de sonar. No hay nada resaltable aquí así que decido irme.

Camino unas cuadras hacia el norte, la calle huele a ciga-rrillo, unos ríen, otros discuten, otros buscan que hacer y dónde ir. Decido perderme entre cuadras buscan-do una visión distinta de la noche. Un tipo con un costal me pide monedas, no parece un tipo peligroso, me ofrezco a acompañarlo un rato; entro a una cafetería y le compro un buñuelo. Cuando salgo, el tipo está sentado en un andén mirando al piso, le entrego el buñuelo y me empieza a hablar, me dice que no come desde la noche anterior y empieza a jugar con una serie de adivinanzas, apenas se termina el buñuelo me da la mano y me dice con algunas boronas en su barba “gra-cias mijo, que el de arriba lo bendiga” . Cami-no un poco más y me doy cuenta que la calle

no es lo mismo para todos, lo que a unos le sirve de andén para esperar el bus a otros les sirve como cama para pasar la noche.

9:45 p.m.: ha pasado un buen rato desde que empecé el recorrido, la gente y la calle nunca es constante, en algunos lugares hay mucha gente, en otros no tanto. Camino por la 13 con 57 y desde unas cuadras antes noto que nada está abierto, todos los locales de ropa y tiendas están cerradas, algunas rejas están rayadas con mensajes y garabatos no tan claros. De noche se ven cosas que en el día no son tan evidentes, andenes llenos de basura que en el día pasan desapercibidos porque la calle está llena de gente. Algunos sitios se convierten en la casa de los habitan-tes de calle, unos prenden un ‘porro’, otros se nutren del susto del bazuco y otros simple-

mente duermen. Pocas veces uno se pone a pensar en lo que hacen los demás mientras uno sigue con su vida; vuelvo a mi idea de que mien-tras unos viven, otros apenas sobreviven, por lo que he visto, muchos buscan una disculpa para desahogarse y salir de la rutina embriagán-dose el fin de semana, y mientras ellos lo hacen otros van por la calle buscando una esquina, un hueco, un parque dónde pasar la noche, la calle y la vida no son lo mismo cuando uno pien-sa en esas personas, las últimas, la que no tienen nada.

10:10 p.m.: de nue-vo a los bares, entro a una fiesta dónde está tocando Siddesteper.

A esta hora ya está lleno el sitio, huele a whiskey, a cigarro, a música caribe, a ‘tufo’, a besos de recién conocidos. El día está acabando, adentro hace calor, la gente se ve tranquila, como dirían en Cali “en su salsa”; la música nutre las necesidades de la gente por salir de su rutina, de escapar de lo repetitivo de la ciudad, del mismo tráfico todos los días, las mismas noticias, los mismos vicios. Parece ser el fin de semana, una especie de destino turístico.

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