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Gaceta Laboral ISSN: 1315-8597 [email protected] Universidad del Zulia Venezuela Haidar, Victoria Las pérdidas de jornadas de trabajo por enfermedad, una preocupación de larga duración (Argentina, 1930-2012) Gaceta Laboral, vol. 19, núm. 1, enero-abril, 2013, pp. 78-124 Universidad del Zulia Maracaibo, Venezuela Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=33626721008 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Gaceta Laboral

ISSN: 1315-8597

[email protected]

Universidad del Zulia

Venezuela

Haidar, Victoria

Las pérdidas de jornadas de trabajo por enfermedad, una preocupación de larga duración (Argentina,

1930-2012)

Gaceta Laboral, vol. 19, núm. 1, enero-abril, 2013, pp. 78-124

Universidad del Zulia

Maracaibo, Venezuela

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=33626721008

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

Revista Gaceta LaboralVol. 19, No. 1 (2013): 78 - 124

Universidad del Zulia (LUZ) · ISSN 1315-8597

Las pérdidas de jornadas de trabajo porenfermedad, una preocupación de largaduración (Argentina, 1930-2012)

Victoria Haidar

Magíster en Sociología y Ciencia Política, Doctora en Ciencias So-ciales, Becaria Postdoctoral del Consejo Nacional de Investigacio-nes Científicas y Técnicas. Profesora de la Universidad Nacionaldel Litoral (UNL). E-mail: [email protected]

Resumen

Este artículo parte de un problema de actualidad: las pérdidas de jornadasde trabajo que producen, en la Argentina, las enfermedades inculpables y losaccidentes y enfermedades del trabajo. Desde el “punto de vista del presente”se tiende a limitar su significación a una cuestión de “costos” para la empresa.Frente a esa presuposición, el objetivo de esta contribución consiste en mos-trar, mediante una aproximación a la vez sincrónica y diacrónica, que: a) laproblematización del ausentismo por enfermedad constituye una preocupa-ción de larga duración y b) connota múltiples aristas (económicas, políticas yéticas), de las cuales algunas son contemporáneas y otras nos reenvían a lahistoria. Metodológicamente, el mismo combina el trabajo de archivo, herra-mientas del análisis de contenido y del análisis materialista del discurso. Así,mediante el examen de un corpus conformado por discursos expertos corres-pondientes a un dominio de memoria (1930-1955), un dominio de referencia yun dominio de actualidad (1995-2012), se exhiben las diversas temporalida-des y sentidos que atraviesan, en el presente, las discusiones sobre ese tema.

Palabras clave Enfermedad, Jornadas de trabajo perdidas, productividad,discursos.

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Recibido: 05-08-2012 . Aceptado: 04-02-2013

The Loss of Workdays due to Illness,a Long-Term Concern (Argentina, 1930-2012)

Abstract

This article starts with a current problem: the loss of workdays in Argen-tina caused by blameless illnesses and occupational accidents and diseases.From the present viewpoint, its significance tends to be limited to the issueof business costs. In the light of this assumption, the aim of this contributionis to show, through an approach that is both synchronic and diachronic,that: a) the problem of absenteeism due to illness is a long-term concern andb) connotes multiple facets (economic, political and ethical), some of whichare contemporary while others go back into history. Methodologically, thestudy combines archival research, content analysis tools and materialisticdiscourse analysis. Thus, by examining a corpus of expert discourse corre-sponding to a domain of memory (1930-1955), a reference domain and a cur-rent domain (1995-2012), the diverse transitory moments and meaningsrunning through current discussions of this issue are shown.

Keywords: Illnesses, workday losses, productivity, discourses.

Introducción

En este artículo se analiza la pro-blematización de la que ha sido objeto,en la Argentina, una experiencia casidoméstica, “menor”, pero cuyas conse-cuencias políticas, económicas, socia-les han inquietado a las autoridadesque, durante décadas, se han ocupadode programar y poner en acción losmecanismos de gobierno1 de la pobla-ción asalariada. Resfríos, dolores demuelas o brotes alérgicos que nada

tienen que ver con nuestras ocupacio-nes profesionales, pero que nos impul-san a ausentarnos del trabajo y a “pe-dir médico” para justificar las ausen-cias. Un tropezón en la escalera deuna oficina, afonías y otras dolenciascausadas por el trabajo y que tardanpoco tiempo en desaparecer. Cuandola puerilidad de la enfermedad irrum-pe, las rutinas se alteran: ella nos de-vuelve al hogar, sustituyendo el “tra-bajo de producir” por el “trabajo de cu-rarse”.

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1 Por “gobierno” nos referimos a una forma particular de pensar el poder, entendidocomo los modos de acción, más o menos considerados o calculados, que se destinan aactuar sobre las posibilidades de acción de otros individuos o grupos (vid. Foucault,2001:254).

Pero esa descripción no es la únicaposible. Desde la perspectiva instru-mental de las racionalidades (cienciasmédicas, jurídicas, etc.) que controlanel trabajo asalariado, lo que importanson las cifras a las que asciende la “in-capacidad laboral temporaria” de lapoblación cubierta por el Sistema deRiesgos del Trabajo2, la cantidad de li-cencias médicas que solicitan anual-mente los docentes (La Nación, 2009),la reducción de los costos en salud (LaNación, 2001), el control de ausentis-mo (Rositano y Nieto, 1996), etc.

De unos años a esta parte, la in-quietud que manifiestan las autorida-des por la cantidad de jornadas de tra-bajo perdidas se ha intensificado. Losnúmeros parecen justificar esa preo-cupación: de acuerdo a la informaciónpublicada en los últimos Anuarios Es-tadísticos de la Superintendencia deRiesgos del Trabajo (en adelante,SRT), el “índice de pérdidas”3 se en-

cuentra en permanente aumento. Eneste sentido, considérese la siguienteTabla, elaborada a partir de la infor-mación procedente de ese organismo(SRT 2007/08/09/10/11).

A tal punto es así que, en el año2010, dicha entidad elaboró un infor-me dedicado a analizar específica-mente el tema. Partiendo de las cifras

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Año Cantidadde traba-jadores

cubiertos

Índicede Pér-didas

Índicede Du-raciónMedia

de Bajas

2007 7.248.484 1.861,7 27, 4

2008 7.742.004 1.843,3 28, 2

2009 7.848.698 1.616,4 28, 3

2010 7.966.922 1.574 28, 9

2011 8.311.694 1.725 30, 9

2 El Sistema de Riesgos del Trabajo es el dispositivo de aseguramiento obligatorio, gestio-nado por empresas aseguradoras de capital privado (Aseguradoras de Riesgos del Tra-bajo), que se estableció en el año 1996, a través de la Ley Nº 24.557. Dicho mecanismoasegurador, que suministra cobertura médico-asistencial, servicios de rehabilitación yrecalificación y, asimismo, prestaciones monetarias, a los trabajadores con empleo for-mal, reemplazó al antiguo régimen de responsabilidad por accidentes y enfermedadesdel trabajo que regía –con sucesivas modificaciones– desde el año 1915.

3 La Superintendencia de Riesgos de Trabajo es la autoridad de aplicación del Sistemade Riesgos de Trabajo. Entre sus competencias se encuentra la publicación anual delas estadísticas relativas a la siniestralidad. Una de las dimensiones consideradases aquella del impacto económico de los accidentes y enfermedades. Para calcularlo,las autoridades emplean un único indicador: el denominado “índice de pérdidas”. Di-cho índice refleja la cantidad de jornadas de trabajo que se pierden por año, cada miltrabajadores expuestos (jornadas no trabajadas/trabajadores expuestos x 1000).Vinculado con este último dato, también se calcula el “índice de duración media debajas” que indica cuántas jornadas laborales se pierden, en promedio, por trabajadorsiniestrado (jornadas no trabajadas/trabajadores siniestrados).

correspondientes al año 2008, se esta-bleció la “media” de bajas laborales en31 días, señalándose, asimismo, que“aproximadamente el 15% son episo-dios repetidos al menos dos veces enun mismo trabajador” (Covaro-Zuker,2010:3).

A las cifras agregadas que reflejanlas ausencias y las proyecciones de laestadística hay que sumar las formu-laciones provenientes del campo de lapolítica y las demandas sectoriales.Así, el “ausentismo” en ciertos secto-res de actividad, como la docencia, esuna preocupación persistente entrelos dirigentes políticos, particular-mente, cuando a comienzo de cada ci-clo lectivo, se ven obligados a negociarcon los gremios aumentos salariales4.Asimismo, en el contexto de la crisiseconómica mundial, y de un fuertediscurso productivista, desde el PoderEjecutivo Nacional se criticaron lasacciones de protesta que, en el año2011, realizaron los trabajadores delservicio de subterráneos de la ciudadde Buenos Aires para denunciar la in-tensificación de casos de “tendinitis”causados por una modificación de lascondiciones de labor (La Nación,2011). Lo que parece alarmar a estasautoridades es la incidencia que el au-sentismo tiene sobre los costos labora-les en diversos sectores de actividad

como, en términos más generales, laspérdidas que acarrea a la economía.

Para formular una obviedad, lapresencia o ausencia al trabajo seasocia, desde la perspectiva del po-der, con los “fríos números” de la eco-nomía. Pero ¿son sólo razones econó-micas las que cuentan? Y, en su caso¿siempre fue así?

Uno de los propósitos de este artí-culo consiste en mostrar que, a pesarde su actualidad, el problema de las“jornadas caídas” por enfermedadconstituye una preocupación de máslarga duración, al menos (aunque noexclusivamente) para el discurso mé-dico. Entre las múltiples regulacionesde las que ha sido objeto la relaciónsalarial a lo largo del siglo XX, se dis-tinguen dos instituciones “médico-le-gales” que establecen protecciones enel caso de que los trabajadores se en-fermen. Por una parte, la legislaciónde accidentes y enfermedades del tra-bajo contempla, ya desde 1915, la “in-capacidad laboral temporaria”5. Porotra parte, en el plano de la legisla-ción laboral se prevé, desde 1934, laregulación de las denominadas “en-fermedades inculpables”6. En ambassituaciones la cobertura se traduce enel pago de sumas de dinero (en con-cepto de indemnización o de licenciasremuneradas) y en la conservación

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4 Véase en esta dirección las declaraciones de la presidenta de la Nación, Cristina F.de Kirchner en la apertura de las sesiones del Congreso correspondiente al año 2012(Clarín, 2012), así como las opiniones vertidas por autoridades de la cartera educati-va tanto de la Ciudad como de la Provincia de Buenos Aires, a lo largo de los años (LaNación, 2012a, 2012b, 2010).

del empleo, por períodos que varían deacuerdo al régimen de que se trate.

Pues bien, es ese tiempo jurídica-mente protegido de la “ausencia porenfermedad”, el que los saberes médi-cos han problematizado por décadas.Si bien el trabajo de enunciación alque nos referimos se extendió a lo lar-go de todo el siglo XX, el período queva desde 1930 a 1955 fue particular-mente prolífico porque en él emergie-ron o se intensificaron muchos de los“hilos” que dicha problematizaciónanuda. Asimismo, es posible afirmarque la misma alcanzó un pico duranteel primer gobierno peronista (1946-1955) cuando, en vistas tanto a los ob-jetivos económicos y sanitarios de di-cho gobierno como a las demandas ge-neradas por la crisis económica de1952 (causada por la falta de divisas),la cuestión, por una parte, de la rela-

ción entre la industria y los proble-mas médico-sanitarios, y, por la otra,entre la productividad y la salud delobrero, se colocaron en el centro de laspreocupaciones de toda la clase diri-gente.

Ya en otra contribución (Haidar,2012) nos ocupamos de la emergenciay declinación del ausentismo en la Ar-gentina. Aquí, en cambio, deseamostrazar la “historia del presente”7 deun problema que está en discusión: laausencia por enfermedad y su régi-men de protecciones. Desde un puntode vista teórico-metodológico, este ar-tículo es tributario de un tipo específi-co de indagación que combina tantoherramientas conceptuales prove-nientes de la sociología de las raciona-lidades y tecnologías de gobiernocomo insumos derivados de la teoríamaterialista del discurso que sostiene

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5 Los accidentes y enfermedades del trabajo se regularon por primera vez en la Argentinaen el año 1915, cuando se sancionó la Ley Nº 9688 que estableció la responsabilidad pa-tronal por “riesgo profesional” y contempló el seguro con carácter voluntario y privado.Ese régimen de responsabilidad -que, con sucesivas modificaciones se mantuvo vigentehasta el establecimiento, en el año 1995, del Sistema de Riesgos del Trabajo- incluía laindemnización de la “incapacidad laboral temporaria”, previéndose el pago de la mitaddel salario por el tiempo que durara la enfermedad y hasta un máximo de tres meses. Enla actualidad, la cobertura de la incapacidad laboral temporaria incluye prestacionesmonetarias y prestaciones en especie (Ley Nº 24.557, arts.13 y 20).

6 La primera regulación de las enfermedades inculpables (que son aquellas que no estánvinculadas con el trabajo) se introdujo en el año 1934, en el Código de Comercio. Se dis-puso que, previa comprobación médica de la enfermedad, el empleador estaba obligadoa otorgar una licencia al trabajador, conservando el puesto y, asimismo, a continuar pa-gándole los salarios por un plazo que variaba según su antigüedad. Desde el año 1974 lacobertura de las enfermedades inculpables está incluida en la Ley de Contrato de Tra-bajo que prevé el derecho del trabajador a percibir su remuneración durante un períodode tres meses, si la antigüedad fuere menor a cinco años y de seis meses si fuera mayor.Asimismo, dispone la conservación del empleo por un año a contar desde la finalizaciónde la licencia remunerada (artículo 208 y 211 de la Ley Nº 20.744).

(Courtine, 1981). El mismo despliega,asimismo, un punto de vista históricoy se nutre del trabajo del archivo. Así,mediante la construcción y el análisisde un corpus organizado a partir delas nociones de “dominio de referen-cia”, “dominio de actualidad” y “domi-nio de memoria”8, procuraremos mos-trar cómo lo que en el presente médi-cos, funcionarios y autoridades políti-cas dicen (y por lo tanto piensan) res-pecto del ausentismo por enfermedad,está condicionado, en parte, por tra-

mas discursivas más amplias que soncoetáneas con esas formulaciones y,en parte, por unas memorias discursi-vas que las anteceden. Teniendo encuenta que, en Argentina, el régimende prácticas que gobierna la relacióntrabajo-salud se modificó profunda-mente con la sanción, en el año 1995,de la Ley Nº 24.557, que estableció el“Sistema de Riesgos del Trabajo”,aquello que, a lo largo de todo este ar-tículo entendemos por “presente” o“actualidad” del problema de la pérdi-

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7 Por “historia del presente” nos referimos a una perspectiva analítica desarrollada porun grupo de autores anglosajones desde la década del ’90, a partir de la recepción de lasideas foucaultianas acerca del “gobierno”, la “gubernamentalidad” y, asimismo, del tipode indagación genealógica ensayada por el filósofo francés. Concretamente, lo que estetipo de mirada busca es producir un “corte desestabilizador” sobre el presente, mostran-do cómo las problematizaciones actuales de diversas cuestiones –así, por ejemplo, la au-sencia por enfermedad– están compuestas por múltiples elementos que reconocen dife-rentes condiciones de procedencia. Desde ese punto de vista el presente se trata comoalgo susceptible de ser descompuesto, “cortado en pedazos” de manera de que aparezcacomo la reunión contingente de elementos heterogéneos (Barry et al., 1996).

8 Esas tres nociones, propuestas por J.J. Courtine (1981), se utilizan para constituirun corpus, es decir, un conjunto discreto de enunciaciones destinado al análisis. Eldominio de referencia incluye los textos que delimitan el corpus y funcionan comocentro orientador del análisis. Así, en este caso, dicho dominio está conformado porenunciados que, entre 1995 y 2012, tematizan explícitamente la cuestión de la au-sencia por enfermedad (textos producidos por la SRT, por médicos del trabajo, opi-niones de funcionarios de gobierno publicadas en la prensa). Aludidos en la introduc-ción, volveremos a referirnos a ellos con mayor detalle en el punto 6. El dominio de

actualidad está integrado por un conjunto de secuencias discursivas que coexistenhistóricamente con las del campo discursivo de referencia y que participan en la pro-ducción de su sentido. En el marco de este artículo, dichas secuencias se extraen deuna serie de discursos de inspiración neoliberal relativos a la salud y seguridad labo-ral producidos entre 1995 y el presente, a los que nos referiremos en el punto 6. Fi-nalmente, el dominio de memoria se delimita a partir de series discursivas que con-forman las capas de la memoria (citadas, retomadas, contestadas, eludidas, olvida-das o denegadas) de los documentos del campo de referencia. Esas diversas “capas dememoria”, constituidas por diversos discursos médicos aparecidos entre 1930 y1955, serán analizadas en detalle en los apartados 1 al 6.

da de días de trabajo por enfermedad,comprende el período que se extiendeentre 1995 y 2012.

El artículo está organizado de la si-guiente manera: En los apartados I aV nos concentraremos en explicarcómo se problematizó la cuestión de laausencia por enfermedad en el perío-do comprendido entre 1930 y 1955(dominio discursivo de memoria) en elmarco de discusiones más generales,relativas a las consecuencias econó-micas de la enfermedad (1), las esta-dísticas sobre el ausentismo (2), la si-mulación de las enfermedades y elabuso de los derechos sociales (3), lascríticas al régimen indemnizatorio dela Ley de Accidentes de Trabajo (4) yla cuestión de la relación entre salud yproductividad (5). La importancia quededicamos al análisis del dominio dememoria se justifica por la necesidadde complejizar las interpretacionesque tienden a pensar que el régimenque gobierna la relación trabajo-saluden la Argentina sólo se explica por lare-ingeniería neoliberal que sufrie-ron, a partir de la década del noventa,las instituciones laborales en dichopaís. Será en el apartado (6) dóndevolveremos a centrarnos sobre lo queen el presente se dice respecto de laausencia por enfermedad (dominio dereferencia) con la finalidad de exhibircómo ello está condicionado, cierta-mente, por otros discursos contempo-ráneos más generales (dominio de ac-tualidad), como, verbigracia, el neoli-

beralismo pero, asimismo, por la tra-ma enunciativa de más largo alcanceque reconstruimos a lo largo de todo elartículo (dominio de memoria). Final-mente, se esbozan una serie de con-clusiones.

1. Las repercusioneseconómicas de la ausencia porenfermedad: las estadísticas de

los “médicos de fábrica”

Uno de los enunciados que con ma-yor persistencia aparece en el discur-so médico sobre el trabajo, a lo largode todo el siglo XX, se refiere a las con-secuencias económicas que la enfer-medad tiene desde un triple punto devista: el de los empleadores, el de lafamilia del trabajador afectado y el dela nación en su conjunto. En el contex-to de esa trama enunciativa, los médi-cos encontraban razones económicaspoderosas para hacer visible y conta-bilizar (en días u horas) el tiempo enque, en virtud de alguna enfermedad,los individuos dejaban de trabajar.Estaba el trastorno que ello ocasiona-ba en el presupuesto doméstico y elriesgo de confinar a una familia com-pleta a la miseria. Jugaban, también,los perjuicios –usualmente desconoci-dos o desdeñados– que la enfermedadcausaba a los capitalistas.

Pero, además de esos intereses“particulares”, lo que los médicoscoincidieron en resaltar a lo largo delsiglo, y con particular intensidad en-tre 1930 y 19559, fue que la morbili-

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9 A partir de 1930, con la crisis económica mundial, comienza a experimentarse en laArgentina una mutación en el régimen de acumulación, reorientándose la economía

dad generaba toda una serie de pérdi-das sociales, entre las que se registra-ban: la carga que los incapacitados(aún temporarios) representabanpara la sociedad en su conjunto, losgastos de asistencia médica, la pérdi-da de fuerzas de producción, etc. En-tre 1910 y 1920 ese conjunto de temasse articuló sólo ocasionalmente comouna pérdida de “capital humano”, en-tendida esta última noción en un sen-tido holístico (Haidar, 2011a). Ya apartir de los años ’30, en cambio, lapreocupación por la incidencia que elestado sanitario de la población teníasobre la economía nacional y, asimis-mo, sobre el poderío del Estado, sepensaría, de manera insoslayable, enesos términos. Así, por ejemplo, laprevención de los accidentes y enfer-medades del trabajo (un asunto que,desde la perspectiva del presente ten-demos a asociar con la administraciónde la empresa) se concebía como unaestrategia destinada a cuidar y prote-ger el capital humano, “con beneficioen última instancia de la potenciali-dad de la nación” (Zanzi, 1947:1226).

Todos estos argumentos económi-cos fueron movilizados por el cuerpomédico para persuadir a los emplea-dores y a los poderes públicos respec-to del carácter “provechoso” de adop-tar medidas de protección para la sa-

lud y la integridad física de los obre-ros. En esta dirección, es posible dis-tinguir una trama discursiva queemerge a comienzos del siglo XX y tie-ne amplias proyecciones en el presen-te. En 1910, el higienista y diputadosocialista A. Bunge (1910: 249) llega-ba a la conclusión de que la soluciónpráctica al problema del saneamientode la industria era, “a pesar de las exi-gencias de principio, una cuestión debusiness”. En la década del ’30, el di-rector de Sanidad Militar, AlbertoLevene (1933: 2715), sostenía que nobastaban “razones puramente senti-mentales” sino que existían “razonesde pura economía humana” que justi-ficaban la intervención sanitaria.Promediando la década del ’40, en elcontexto de la I Convención de Médi-cos de la Industria, existía consensoacerca de que era más cómodo, másfácil y más barato prevenir que curar(Anales de la Primera Convención deMédicos de la Industria, 1944:194).Esa clase de argumentos no dejaronde reiterarse hasta el presente.

Asimismo, desde comienzos del si-glo XX, los médicos pensaban queexistían vínculos productivos entre eltrabajo y la salud, e incluso entre el“bienestar” del obrero y su rendimien-to en el trabajo. De la mano del proce-so de industrialización sustitutiva

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hacia el mercado interno. Aparece entonces una preocupación “mercado-internista”(Grondona, 2011:92) y, asimismo, los procesos de la economía empiezan a pensarsedesde el punto de vista (totalizador) de la nación. Ambas tendencias, íntimamenterelacionadas con la tematización del impacto que la ausencia por enfermedad gene-raba sobre la economía nacional, encontrarían en el peronismo su máxima expre-sión.

que activó en Argentina la crisis eco-nómica de 1930, así como de la recep-ción de toda una batería de miradassobre el trabajo de inspiración “psi” (lapsicotecnia, la teoría del factor huma-no, la medicina psicosomática, etc.)esa idea no sólo se volvería más nítiday frecuente, sino que, asimismo, ad-quiriría mayor nivel de cientificidad.A partir de esos años, el discurso mé-dico se pobló de formulaciones quealudían a la incidencia que la salud, elconfort e incluso la “alegría” tenían so-bre la productividad del trabajo. Así,los años cuarenta iban a estar domi-nados por la convicción de que la pro-ductividad del trabajo nacional de-pendía de la salud del pueblo. Nadiedudaba, entonces, que la inversión sa-nitaria e, incluso, en “confort y ale-gría” extendían el valor económico delcapital humano (Secretaría de SaludPública, 1949:101).

También en la actualidad tal vincu-lación constituye una suerte de “lugarcomún” para toda una serie de accio-nes focalizadas sobre la prevención delas enfermedades y la promoción de lacalidad de vida laboral. Sin embargo,la persistencia e intensificación de eseenunciado a lo largo del tiempo no debeconducirnos al error de pensar que laconexión (negativa) entre las enferme-dades y las pérdidas se disolvió. Por elcontrario, la cantidad de jornadas detrabajo caídas constituye el indicadorque la SRT utiliza para valorar econó-micamente las contingencias labora-les. Y esa práctica de cálculo tampocoes completamente nueva.

Hacia la década del ‘30 los “médicosde fábrica” que se desempeñaban en

empresas de cierta entidad o bien enlos “talleres” del Estado, comenzarona confeccionar estadísticas y a efec-tuar estimaciones financieras tantode los costos de las contingencias la-borales como de las acciones médicas,con la finalidad de justificar -frente alos ojos de los empresarios privados yde las autoridades públicas- la utili-dad de su presencia en los lugares detrabajo.

Algunas de esas prácticas fueronnarradas (analizadas, valoradas, di-vulgadas, etc.) por los propios médicosen artículos publicados, mayoritaria-mente, en la década del ’40. De esostextos surge que mediante la produc-ción de cifras, ellos procuraban de-mostrar de la manera más objetivaposible, que la acción “médico-social”evitaba la disminución del índice deproducción y la pérdida de tiempo(Bossi, 1940: 21), que el “servicio mé-dico [era] el mejor negocio de la fábri-ca” (Carrera, 1948: 72).

Es preciso aclarar que el cuerpomédico no sólo se desempeñó como“vocero” del movimiento de economi-

zación de la vida (Bröckling, 2010)que -si bien prefigurado por el higie-nismo- asumió una forma definida enel país a partir de los años ’30, en vir-tud de la recepción tanto de las ideasde la economía humana10 como de lasexperiencias de la medicina del segu-ro y la medicina preventiva. Comosaldo del proceso de industrializaciónen curso desde esa década, los higie-nistas y médicos sociales habían arri-bado a la conclusión de que el “proble-ma económico de la industria [mar-chaba] en forma paralela al problema

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sanitario de la misma” (Urbandt,1937:17). Fueron ellos quienes insta-laron en la dimensión de las prácticasla idea de que existía una articulaciónentre la cuestión económico-financie-ra de la producción y las gananciasempresariales, y la cuestión médico-biológica de la salud de los trabajado-res.

En esta dirección, las primeras ci-fras relativas al impacto económico dela ausencia por enfermedad no fueronelaboradas por los funcionarios delEstado sino por los médicos de fábrica.Ya en el año 1937 un médico de la Uni-versidad de Buenos Aires dedicó unatesis al tema de la “estadística tabu-lar”, en la que destacó el “amplio cam-po de utilidad” que dicha modalidadde cuantificación tenía en el campo dela industria desde el punto de vista dela medicina social, señalándose asi-mismo, que existían “otras aplicacio-nes [de las máquinas tabuladoras] decarácter económico” que excedían elobjeto de su investigación, tales como“el control de los costos, el control de laproducción, el control de los salarios,la contabilidad mecánica, los stan-dard de rendimiento, etc.” (Crotti,1937: 23).

Usaran o no la tabulación, variosartículos indican que, al menos desdelos años ’30, los médicos de fábrica se

ocupaban de calcular la cantidad dedías y/u horas de trabajo que se per-dían por problemas de salud, como decontabilizar el tiempo que -en concep-to de “licencias por enfermedad”- laintervención médica permitía aho-rrar a los empleadores. Eran esas cla-ses de razones -a la vez estadísticas yeconómicas- a las que esos profesiona-les recurrían para valorar las accio-nes preventivas desarrolladas enciertas empresas, como por ejemplo,las que llevaba a cabo la CompañíaArgentina de Cemento Portland des-de 1933. Ciertamente, si bien la con-fección de estadísticas sólo se realiza-ba en algunas grandes empresas-generalmente de capitales extranje-ros- o bien en aquellas controladaspor el Estado, en la mentalidad médi-ca esa labor calculadora aparecíacomo un rubro necesario para la pre-vención de los accidentes y enferme-dades (Zanzi, 1948:1342).

Los textos en los que se narrabanesa clase de prácticas combinaban, demanera alternativa, los siguienteselementos: números que representa-ban la cantidad de días perdidos porenfermedad (licencias concedidas),estimaciones monetarias de la ausen-cia por enfermedad o, a la inversa, delas acciones médicas (exámenes, cu-raciones, etc.) que habían evitado que

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10 Las ideas de la “economía humana” comenzaron a aparecer en el discurso médico ha-cia la década del ’30 de la mano de la lectura que los higienistas y médicos sociales hi-cieron de la obra del médico belga René Sand en la primera postguerra. A su vez,Sand (1934:285) explicaba que sus reflexiones sobre “economía humana” no eranmás que una aplicación de las ideas del economista alemán Rudolf Goldscheid alcampo de la medicina social.

los obreros se alejasen del trabajo y, fi-nalmente, una serie de juicios me-diante los cuales se valoraba positiva-mente la intervención médica. Sólo amodo de ejemplo, considérense las si-guientes formulaciones:

“Como las curaciones, exámenes clí-nicos e inyecciones efectuadas en eltaller han evitado el alejamiento deltrabajo a los obreros atendidos, y siconsideramos que el promedio dia-rio de sueldo es de $ 5.22, podemoshacer el siguiente cálculo de econo-mías efectivas en el trabajo, a favorde la Municipalidad (…) importe to-tal economizado 9.861.62. Si le agre-gamos el primer día en que solicitanlicencia y hacemos en esta forma lamultiplicación del promedio de $5.22 por 2.831, que son las licenciasconcedidas tenemos que 2.831 x 5.22= 14.777, 82. Es decir 9.861 +14.777, 82 = 24.639. 44 que es el ca-pital total economizado en un año,cifra muy superior, por cierto, alsimple gasto de consultorio” (Clusel-las, 1941:466).

Es más, hacia la década del ’40, ycuando todavía el debate sobre lacuestión de la “productividad” no sehabía instalado en el país con la cen-tralidad que asumió a partir de la cri-sis económica de 1952 (Biltrán, 1994),los médicos de fábrica ya habían co-menzado a emplear la medición deltiempo de trabajo como indicador de laproductividad de la industria y defen-dían, incluso, la utilidad de ese indica-dor por sobre otros posibles. Así:

“El rendimiento industrial o sea laapreciación de la productividad deuna industria, puede valorarse enbase a diversos elementos de juicio:cantidad en medidas de peso (kg., to-

neladas, etc.), número de unidadeselaboradas, total de horas trabaja-das, etc. Nosotros hemos elegidoeste último factor porque nos es máshabitual su uso y escapa además ala influencia de circunstancias dedifícil valoración. Los otros factorespueden modificarse por razones me-cánicas (mejoramiento de la técnicade fabricación, deterioro de las má-quinas, etc.) o humanas (trabajo adesgano, mejor selección y produc-ción de los operarios, etc.) que obe-decen todas ellas a mecanismos máscomplejos y que no siempre es facti-ble precisar” (Carrera, 1948: 68).

Asimismo, establecían una rela-ción inversamente proporcional entrela “reducción de las horas que insu-mía la enfermedad” y el “aumento delas horas productivas”, con la finali-dad (principal, si bien no exclusiva) dejustificar la importancia del serviciomédico (Carrera, 1948:71). Con el co-rrer de los años, incluso, la traducción“monetaria” de la acción médico-so-cial en los lugares de trabajo, que losmédicos de fábrica comenzaron apracticar de manera espontánea y enun contexto social en el que (todavía)la economía no se había transformadoen la ciencia gubernamental por exce-lencia, se convirtió en un aspecto in-soslayable de la reflexividad del dis-curso médico. Tan impregnados se ha-llaban esa clase de razonamientos enla mentalidad médica, que el “enun-ciado persuasivo” que expresaba lasacciones médico-sanitarias en térmi-nos monetarios, se reiteraría de ma-nera casi idéntica en 1954, en la voz(no marginal) de uno de los padres dela disciplina en la Argentina:

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“Es indudable que en nuestro país,salvo contadas excepciones, los in-dustriales no le han dado al médicola importancia que tiene como ele-mento esencial en el buen funciona-miento de cualquier establecimientofabril. En ello han influido variosfactores: incipiente y rápida indus-trialización, industriales improvisa-dos y sobre todo, es una opinión per-sonal, que los médicos no han sabido

darle a la medicina de fábrica el con-

tenido económico, es decir, traducir

en números el rendimiento del con-

sultorio. Esa traducción debe hacer-se sobre la base de la disminución de

jornadas de trabajo perdidas por en-

fermedad y el aumento de la produc-tividad por un estado sanitario me-jor” (Bazterrica, 1954: 22).

Ciertamente, para la mirada médi-ca, no todo era dinero, y la preocupa-ción por mostrar la rentabilidad con-vivió con un genuino interés por losaspectos humanos, morales, espiri-tuales, del trabajo (Bossi, 1940: 21).Así, más allá de la proliferación de losargumentos económicos, en el contex-to de la I Convención de Médicos de laIndustria, el tono con que los médicosinterpelaban a los industriales asu-mía un carácter principista:“Si los fe-nómenos sociales siguen un procesoconstante de transformación, a seme-janza de los fenómenos biológicos, porqué nuestras industrias no han deevolucionar a igual ritmo?...Mante-ner, vigilar y estimular el motor hu-mano, debe ser función primordial denuestras organizaciones industria-les” (Basso,1944: 163).

Al generalizarse dos de las reflexio-nes centrales del modo de gobierno ca-racterístico del peronismo -por una

parte, la idea de que existía un circui-to virtuoso entre la “grandeza de laNación, la producción de la economíay la salud de la población asalariada”y por la otra, la afirmación relativa ala “dignidad del trabajo”, esos argu-mentos de “conveniencia”, comenza-ron a ser matizados con un discursoético, que ponía el foco sobre las obli-gaciones (sociales y morales) que losindustriales tenían frente a los traba-jadores y a la sociedad en su conjunto.Sin embargo, a pesar de la insistenciacon que las autoridades se referían ala responsabilidad que tenían los in-dustriales en materia sanitaria, lamayoría de ellos se había mantenidoindiferente frente a los objetivos pre-ventivos. Esto hizo que los médicos,sin subordinar las razones de “solida-ridad social” (Bo, 1953a: 253) e inclu-so de “caridad cristiana” (Carrera,1948:72) al vil metálico, continuasenapelando a los argumentos de utili-dad en sus diálogos con los empresa-rios.

Con la “estatalización”, durante elprimer peronismo, de las preocupacio-nes por la incidencia económica, demo-gráfica, biológica y política del estadosanitario de la población, el cálculo delas jornadas de trabajo perdidas por en-fermedad sufrió toda una serie de des-plazamientos. A esa cuestión nos refe-rimos en el apartado siguiente.

2. Números para un “granproblema nacional”

Uno de los temas que más gravita-ción tuvo para la “política sanitariadel peronismo” (Ramacciotti, 2009)fue el de la incidencia económico-fi-nanciera de la enfermedad, conside-

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rada desde el punto de vista de la eco-nomía nacional. En esa dirección, conla creación de la Secretaría de SaludPública de la Nación, en 1946, la preo-cupación de los médicos de fábrica porcuantificar los días perdidos por en-fermedad y traducirlos en sumas mo-netarias, se trasladó al ámbito del Es-tado: de ser un problema exclusiva-mente “privado” de las empresas pasóa ser un problema “social”, que concer-nía a la economía y a la nación en suconjunto. Esa socialización se expre-só, fundamentalmente, en su repre-sentación estadística: las jornadascaídas dejaron de ser, solamente, unrubro de la “estadística de fábrica”para convertirse en un aspecto de la“estadística del medio industrial”.

Pero no sólo las ausencias comen-zaron a percibirse como “socialmente”significativas. El “hecho general” queconstituía el ausentismo, dio lugar,asimismo, a una serie de ejercicios deestimación económico-financiera,realizado, ya no desde el punto de vis-ta de la empresa sino desde el puntode vista “colectivo” de la economía na-cional. En esta dirección, varias de laseditoriales de los Archivos de la Secre-

taría de Salud Pública y algunos artí-culos firmados, solían ensayar cálcu-los que, con muy pequeñas variacio-nes, respondían invariablemente almismo esquema: las jornadas caídasse traducían en una suma monetariaequivalente a los “salarios perdidos”;ese monto se combinaba con aquel delas pérdidas estimadas en concepto deproducción y de gastos de asistencia,para arribarse así a una cifra moneta-ria que reflejaba las pérdidas sociales

que ocasionaba, diariamente, la au-sencia por enfermedad. Para realizarestos cálculos frecuentemente se to-maban como modelo las estimacionesrealizadas por las agencias estatalesy las compañías de seguros de los Es-tados Unidos.

La preocupación que las autorida-des sanitarias manifestaron entre1946 y 1955 respecto de las cifras delas ausencias, estaba impregnada porlas reflexiones y las prácticas que, so-bre la estadística, emergían de la OIT.En este sentido, desde esa organiza-ción se había establecido que el au-sentismo “promedio” arribaba al 2%diario. Curiosamente, sirviéndoseoriginariamente de los datos elabora-dos por instituciones privadas, dichasautoridades reconocían que esa era la“tasa” de ausentismo correspondienteal medio industrial del país. Así, du-rante los años 1947, 1948 y 1949, losArchivos de la Secretaría de Salud

Pública de la Nación no dejaron de se-ñalar que, sobre un total de tres millo-nes de obreros y empleados, el país re-gistraba un 2% de ausentismo.

En su recepción local, el uso de losinsumos estadísticos establecidos porla OIT estuvo acompañado por todauna serie de atribuciones, a la vez mo-rales y económicas. Así, en una seriede formulaciones -que serían retoma-das por G. Rodríguez en 1951, Carril-lo (1948a) equiparó la cifra del 2% alnivel del ausentismo “aceptable” y“normal”.

“Ausentismo aceptable. Después deconsultar grandes estadísticas denuestro país, obtenidas de institu-ciones respetables y que cuentan

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con un eximio cuerpo médico, puedeaceptarse como normal el siguienteausentismo: enfermedad y acciden-te 45% de ausencias, licencias 42%,ausencias voluntarias 12%, suspen-siones 1%. Estas cifras globales va-rían de una a otra fábrica, y aún den-tro de una fábrica según los distin-tos tipos de trabajo. En cualquiercaso, una ausencia mayor, promediode un 2% diario por razones de en-fermedad es sospechosa. Ello signi-fica un promedio de 8 días al año porobrero (…) Estos son los únicos pro-medios que podemos aceptar comonormales” (Rodríguez, 1951: 55).

En la mirada oficial, las estadísti-cas eran objeto de un juicio de acepta-bilidad, que se desarrollaba según cri-terios no exclusivamente sanitarios y,menos aún, humanitarios. La acepta-bilidad/inaceptabilidad social de lascifras se elaboraba desde un lugar deexterioridad respecto de la poblaciónasalariada y sus procesos de morbili-dad. En ese plano, aquello que conta-ba eran las normas (económicas) de laproducción capitalista y los criterios(éticos) que la regían, los procedi-mientos de subjetivación movilizadospor el lenguaje y las prácticas de con-ducción del peronismo. En esta direc-ción, una estadística superior al 2% nosólo reflejaba un nivel de ausentismoeconómicamente inviable, sino, ade-más “sospechoso”. Esa clase de hesita-

ción estaba lejos tanto de la objetivi-dad de las cifras, como de la racionali-dad económica y técnica de la indus-tria. No eran los números los “sospe-chados”, sino los trabajadores.

La percepción del ausentismo comoun problema público de particulargravedad motorizó toda una serie deesfuerzos dirigidos al perfecciona-miento de la estadística sanitaria.Desde 1934 la OIT había iniciado unmovimiento para uniformar las esta-dísticas, estandarizándose, sobretodo, aquellas relacionadas con losfactores económicos. Sin embargo, enrelación a la estadística sanitaria nose había avanzado lo suficiente (Ro-dríguez, 1951: 27). En Argentina, lasestadísticas “públicas” sobre los acci-dentes de trabajo datan de 1907, añode creación del Departamento Nacio-nal de Trabajo (Haidar, 2008). Haciala década del ’40, se carecía, sin em-bargo, de cifras oficiales concernien-tes a los aspectos “médico-sanitarios”de la relación laboral.

Ya a partir de la década del ’50, elServicio Estadístico Nacional, depen-diente del Ministerio de Asuntos Téc-nicos de la Nación, comenzó a publi-car cifras “oficiales” respecto del au-sentismo, que los médicos usabancomo “materia prima” para sus inves-tigaciones11. Junto con el interés queel ausentismo despertó en el peronis-

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11 Así, por ejemplo, uno de los médicos del trabajo más afamados de la Argentina, quemantuvo intensos vínculos con el peronismo, Juan Kaplan (1954: 696), se sirvió delos números correspondientes a la “ausencia-promedio” por enfermedad para esta-blecer la incidencia del aparato digestivo sobre la pérdida de días de trabajo duranteel año 1951.

mo, los cálculos que, como vimos en elapartado anterior, venían realizandolos médicos de fábrica, se refinaron, sedesagregaron y se reordenaron deacuerdo a nuevos criterios. Para po-der controlar y combatir las ausenciasse hacía necesario diferenciar susmúltiples causas. En los discursosmédicos comenzó a distinguirse entreausencias generadas por: “accidentesy enfermedades del trabajo”, “acci-dentes no industriales producidos enel hogar y en la vía pública” y, final-mente, enfermedades evitables y com-batibles mediante programas de me-jora médica de los ambientes de traba-jo como los “vulgares resfríos y bron-quitis” y las “indisposiciones y minor

diseases” (Carrillo, 1948b). Para po-der intervenir sobre el ausentismo erafundamental contar con estadísticasauténticas. A diferencia de la muerte,que era un hecho indubitable, los índi-ces de morbilidad se prestaban a todasuerte de manipulaciones. El “riesgoabuso” (Rodríguez, 1951: 27) tenía,así, una incidencia sobre las estadísti-cas. Si la medición de la enfermedadrepresentaba en sí misma un proble-ma, la cifra del “ausentismo sospecha-do” estaba alimentada, fundamental-mente, por las enfermedades banales(resfríos, gripes, dolencias transito-rias) y las minor diseases.

Ciertamente, la cuestión del ausen-tismo y de su medición tiene múltiplesderivaciones que exceden el propósitode este artículo. Lo que nos interesaremarcar es que, como en la actuali-dad, para los actores de la época la“ausencia por enfermedad” no sólo eraun fenómeno colectivo específico, ais-

lable y diferenciable de otros (así, delas ausencias “voluntarias” o debidasa “suspensiones” por razones discipli-narias) sino, asimismo, central. Esacentralidad se derivaba, entonces, desu consideración como un “gran pro-blema nacional” (Carrillo, 1948b). Sihay algo que la puesta en discurso delausentismo que tuvo lugar por esosaños deja en claro, es que las jornadasde trabajo caídas eran un problemapara la nación. Ello, como vimos, porsu impacto económico.

Pero, además, porque el ausentis-mo por enfermedad daba cuenta de laexistencia de toda una serie de anoma-lías, desórdenes, desorganizaciones,etc. que, verificables tanto en las esfe-ras “macro” de la economía y la saludpública, como en la esfera “micro” de lasubjetividad de los trabajadores, cons-tituían un problema (y, asimismo, unpeligro) para la estrategia de gobiernodesarrollada por el peronismo. Expre-sado de manera resumida, el ausentis-mo indicaba un desacoplamiento entretres dimensiones: en primer lugar, losobjetivos de la política económica (lo-grar la soberanía económica medianteel desarrollo de la industria nacional)y sanitaria (detener la degradación ymejorar el patrimonio biológico de lanación); en segundo lugar, la utopíapolítica de la armonía entre clases y dela cooperación de todos los individuos ygrupos en la gestación de la grandezanacional y, por último la forma especí-fica de subjetivación que se considera-ba necesaria para llevar adelante talespropósitos.

No debe pensarse, no obstante, queel interés sobre ese tema provenía

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sólo de las autoridades del Estado.Como vimos en el apartado anterior,los médicos depositaron su atenciónsobre la cuestión de la ausencia porenfermedad mucho antes de que seconvirtiese en un “gran problema na-cional” y por razones que, como expli-caremos en los apartados siguientes,no sólo tenían que ver con la economía

de la empresa, sino, además, con ladisciplina y el control de los trabaja-dores. Así, la preocupación que las ta-sas de ausentismo inspiraban en lasautoridades sanitarias, se alineó -yprocuró integrar- una serie de inquie-tudes que estaban presentes en el dis-curso médico al menos desde la san-ción de la Ley de Accidentes y Enfer-medades del Trabajo en 1915: la simu-lación de la enfermedad, la crítica alsistema indemnizatorio y el propósitode volver “útil” el tiempo de la cura.

3. ¿Verdaderamente enfermos osimuladores?: la discusión sobreel abuso de los derechos sociales

Uno de los tópicos que con más fre-cuencia aparecía en la discusión quelos médicos mantuvieron, durante ladécada del ’40 y del ’50, sobre el ausen-tismo por enfermedad, estaba dadopor la sospecha de que incentivadospor las conquistas sociales, los traba-jadores aprovechaban los resortes ju-rídicos y los mecanismos de protecciónpara burlar (en nombre de la “salud”)la confianza que se depositaba sobreellos. Se imaginaba que los obrerosbuscaban “gastar los días por enfer-medad” que les concedían las leyes,acusando “enfermedades leves, indis-posiciones, exacerbaciones de enfer-

medades crónicas” (Obiglio y GarcíaOlivera, 1951: 37).

Las “dolencias menores, soporta-bles en estado de salud, [que] se agu-dizan periódicamente y determinanausencias al trabajo” (Rodríguez,1947:11) dejaban a la luz las limita-ciones de la práctica -entre científica yburocrática- de reconocimiento de laenfermedad, que constituía la médulade la labor del médico de fábrica. Ello,fundamentalmente, porque creabanestados pasajeros de enfermedad deuno, dos o tres días, que eran “prácti-camente incontrolables” (Basso,1944) o de muy “dudosa comproba-ción” (Obiglio y García Olivera,1951:57). Inscriptas en el registro dela cotidianeidad, obligaban al médicoa incursionar en el mundo privado decada trabajador, con resultados nosiempre satisfactorios. Frente a ellas,la mirada médica vacilaba. Como seobservaba desde el mundo del dere-cho, el problema era que si la cienciamédica no era capaz de reconocerlas,tampoco podía negar de forma termi-nante su existencia (Pataro,1950:3325).

Pero si las indisposiciones consti-tuían un problema para el “médico defábrica” e incluso para el “médico tra-tante” (Rodríguez, 1947:17), en cam-bio, brindaban a los sanitaristas laoportunidad para ejercitar el ethos

preventivo que los distinguía. Paraestos últimos esos “hechos triviales”,“pueriles”, tenían el “valor de un ras-tro dentro de una pesquisa” (Rodrí-guez, 1947:14), permitían detectaroportunamente la existencia de enfer-medades y con ello, generaban un

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cuantioso ahorro de recursos. Sin em-bargo, así como las indisposiciones te-nían un valor indiciario, también, a lainversa, se temía que la puesta enmarcha del Decreto-Ley de MedicinaPreventiva establecido en 1944, incre-mentara falsamente su número. Enfin, lo que estaba detrás de estas dis-quisiciones que acompañaron la apli-cación de dicho régimen no era sólo elinterés por protocolizar los exámenesmédicos ni, tampoco, la cuestión de latécnica estadística, sino la históricasospecha sobre el “uso” que los traba-jadores hacían de los derechos socia-les.

Ciertamente, ese temor no naciócon la instalación del ausentismocomo un gran problema nacional sinoque era muy anterior. Encontramoshuellas del mismo ya en el texto de laprimera Ley de Accidentes y Enfer-medades del Trabajo12. Sancionada en1915, la Ley Nº 9688 disponía que, encaso de que la incapacidad que pade-cían los obreros fuera temporaria, laindemnización sólo equivalía a la mi-tad del salario medio diario. Asimis-mo, en su reglamento se había estipu-lado que debían transcurrir cinco (5)

días para que pudieran percibirseesas sumas. Esas normas, de inspira-ción liberal, procuraban evitar que losbeneficios sociales funcionaran comoun “incentivo” para abandonar la acti-vidad y, al mismo tiempo, buscabanreducir la posibilidad de que se simu-laran las lesiones (Antokoletz,1927:132).

Con esta regulación, no obstante,no se eliminaba totalmente el riesgode defraudación, por una parte, porlas limitaciones propias del examenmédico y, por la otra, por la persisten-te mala fe de los trabajadores. Exis-tían situaciones, así, en las que se en-tablaban juicios por enfermedades oaccidentes tres o cuatro veces a distin-tos patronos por lesiones que pasabandesapercibidas (Faleni, 1946: 397) ycasos en los que los individuos se pro-vocaban a sí mismos lesiones con talde ganarse unos días de reposo. Enesta dirección, las memorias que losmédicos-funcionarios que se desem-peñaban en el Departamento Nacio-nal de Higiene13 o como peritos en lostribunales, hacían de sus tareas de re-conocimiento y tasación de las incapa-cidades laborales, nunca dejaban de

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12 La cuestión de la simulación de las enfermedades estaba asociada, en el campo de lamedicina social y del trabajo, a la instalación, en la Europa del siglo XIX, de los pri-meros sistemas de seguro social. Sin embargo, su problematización reconoce unahistoria más larga. En este sentido, la simulación de la “locura” y de toda una seriede patologías psíquicas, constituía, mucho antes de la emergencia de la legislaciónsocial, uno de los temas de la medicina legal. En la Argentina, ya desde fines del sigloXIX, dicha disciplina, hasta entonces centrada únicamente en los problemas de lapsiquiatría y la criminología, comenzó a contemplar diversos aspectos prácticos quela judicialización de los accidentes laborales habían puesto en discusión, entre ellos,el tema de la simulación (Haidar, 2008:127).

incluir alguna referencia al celo quedepositaban en despistar la exagera-ción y la simulación (Urbandt,1941:25).

En la mirada de los médicos, el pro-blema de las enfermedades simuladas–con la consiguiente pérdida de díasde labor– se agudizó con la sanción dela Ley Nº 11.729 que reformó, en 1934,el Código de Comercio. Entonces se es-tableció que, en caso de sufrir un acci-dente o enfermedad inculpable, losempleados tenían derecho a percibirsus retribuciones hasta tres o seismeses, según si su antigüedad no ex-cediera o fuera mayor a los 10 años. Adiferencia de la Ley de Accidentes yEnfermedades de Trabajo, esta dispo-sición no preveía ningún “plazo de es-pera” para el pago de las retribucionesy tampoco exigía que existiese vínculocausal alguno entre la dolencia y laocupación.

La posibilidad de gozar de los bene-ficios legales se facilitó cuando, en1947, se admitió que las inasistenciasfueran justificadas mediante la pre-sentación de certificados médicos par-ticulares. Esa práctica se prestaba atoda suerte de manipulaciones, alpunto que, analizando el ausentismoen un establecimiento particular, seseñaló la existencia de un “pico” en eseaño: “Se trató de un fenómeno psicoló-gico: lograda la conquista social, todos

trataron de hacer uso de ella, como elniño frente a un juguete nuevo” (Obi-glio y García, 1950:37).

Como solución transaccional frentea esta clase de problemas, el Ministe-rio de Salud Pública dictó una resolu-ción (Nº 19.530 de 1949), disponiendoque, en caso que el trabajador y el em-pleador no se pusieran de acuerdoacerca de la existencia de una enfer-medad, deberían someterse a un tribu-nal médico compuesto por un médicooficial y un facultativo representantede cada una de las partes. De esta ma-nera, se trató de poner un límite al au-sentismo médico-social, a través delcontralor del Estado (Pataro,1950:3325), pero esa disposición regíasolamente para Capital Federal.

Ciertamente, junto a otra serie defactores (la instalación del ausentis-mo como gran problema nacional, lainclusión de las “pequeñas dolencias”en el horizonte de la mirada médica,etc.) el hecho de que la justificación delas ausencias se viera facilitada, hizoque la preocupación por la simulaciónse reavivara. Sin embargo, dudamosque la intensificación de la sospechahaya sido causada, principalmente,por la modificación en el derecho. Eneste sentido, las dos grandes protec-ciones con las que los trabajadorescontaban (la Ley de Accidentes y En-fermedades del Trabajo y la regula-

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13 Hasta la creación de la Secretaría de Salud Pública, en 1946, las diferencias existen-tes entre los trabajadores y los empleadores o sus aseguradoras respecto de las inca-pacidades eran resueltas a través del dictamen médico del Departamento Nacionalde Higiene, una institución que comenzó a funcionar en 1880 y que tenía a su cargo,genéricamente, “todo cuanto se relacionaba con la salud” (Haidar, 2008:182).

ción de las enfermedades inculpablesintroducida en el Código de Comercio)habían sido obra de gobiernos conser-vadores. La única novedad del períodoestaba dada por la posibilidad, esta-blecida en 1947, de que los trabajado-res pudieran presentar certificados“privados”. Si en términos jurídicos-institucionales el peronismo no habíaproducido grandes avances en rela-ción a la enfermedad laboral ¿de dón-de provenía el temor de los médicos?

Entendemos que ese discurso desospecha se nutría, más que de lasconquistas jurídicas en sí, de la inci-dencia que las mismas habían tenidosobre los comportamientos, las actitu-des, las expectativas, deseos, repre-sentaciones e ideas que la clase traba-jadora tenía, tanto respecto de sí mis-ma como de sus relaciones con las au-toridades, incluyendo, por supuesto,los médicos. En fin, se hacían eco de lapreocupación que experimentaban loscapitalistas por el poderío que habíaasumido la clase trabajadora y el cam-bio en el equilibrio de fuerzas que ellohabía generado en el plano del taller(James, 2010).

Tal discurso de sospecha (y el jugo-so repertorio de anécdotas que lo espe-saba), atribuía al obrero una identi-dad negativa: hacía de él un sujetocalculador, hábil y astuto que mani-pulaba estratégicamente los derechosde manera de “sacarle el jugo, con ma-ñas, a unos días de holganza” (Obiglioy García, 1951:37). El foco se ponía so-bre los “obreros remolones y díscolosal trabajo, que se aprovechan de cual-quier circunstancia para no trabajar”(Rodríguez, 1951:56). Había una ima-

gen que solía usarse con frecuencia, ladel trabajador “mañero” (Carrillo,1948a).

Frente a la simulación de las dolen-cias, al engaño, los especialistas sesentían indignados. Analizándoloscuidadosamente, los textos que se re-fieren a esas situaciones, están menoscomprometidos con la “verdad” o “fal-sedad” de la enfermedad que con laoperación moral de denunciar la astu-cia de los trabajadores. Cómo auténti-cos relatos morales se demoran en de-talles, gozan con ellos. Chiovino(1948:2764) señala lo dificultoso queera para el médico actuar en esas cir-cunstancias: “Saber hasta dónde llegala astenia real y la simulada de la gri-pe que estos días estamos viviendo esproblema motivo de toda una ponen-cia...El hecho cierto es que se aprove-cha la estadía en la fábrica para ha-cerse operar todos los quistes sebá-ceos que nunca molestaron, amén detabiques y amígdalas cuya nocividadhabría que discutir”.

Se aloja, en esas opiniones, el re-sentimiento que los médicos experi-mentaban al sentirse víctimas de unaburla, de una auténtica ofensa a suautoridad científica y un acto de vio-lencia contra la justicia. Junto con lasanécdotas de simulación, los textosremarcaban la dificultad de los diag-nósticos en varias situaciones y acu-mulaban consejos acerca de las acti-tudes y comportamientos a adoptaren caso de presunta simulación: ma-nejarse con cautela, desconfianza yperspicacia social, “hacerse respetar(…) demostrando que uno [el médico]sabe más que él [el obrero] (Medina,

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1950:566). No se trataba, tan sólo, deun ataque a la moral del oficio. Esostextos están hilvanados con los hilosde una moral burguesa, que busca di-ferenciarse y contraponerse a la mo-ral obrera. A la “moral de aprovecha-miento” (Rodríguez, 1951), que expre-san los comportamientos abusivos delos trabajadores, los médicos oponíanuna “moral de colaboración”; a la “cul-tura de la holgazanería” una “culturadel trabajo”.

Lo que esas críticas ocultaban erala perplejidad y a la vez el disgustoque ocasionaba en las elites, compro-bar que no sólo en el plano de los dere-chos, sino también de los deseos y lasinclinaciones, la sociedad se había de-mocratizado. Mientras los trabajado-res se pensaran y actuaran como pie-zas de un engranaje mayor (la empre-sa, la nación) y efectuaran un uso “le-gítimo”, “aceptable”, de los derechosconseguidos, no existía peligro algu-no. El riesgo se generó cuando, ha-biendo ganado terreno en el plano delas relaciones de fuerza, comenzarona jugar estratégicamente con la leycon la finalidad de conseguir algunas“ventajas adicionales”; básicamenteunos días de descanso. El discurso dela sospecha al que nos referimos esta-ba motorizado, así, por la constata-ción de que no sólo los capitalistas cal-culaban, sino que también lo hacían

los trabajadores.

Junto a la animadversión que ge-neraba en los médicos reconocer quelos trabajadores manipulaban las le-yes para su propio provecho, estaba laidea de que la simulación de la enfer-medad era un síntoma de “indiscipli-

na” que perturbaba de manera consi-derable el funcionamiento del taller.

“En los tiempos que corren, merceda la justicia social (…) el simular en-fermedad con engañifas y torpes re-cursos, para lograr un indebido pa-réntesis de ocio o singulares vaca-ciones pagas, es poco menos que unatentado a la disciplina del taller, ala buena fe de los patronos y a…lapaciencia de los médicos” (Gallac,1947:1084).

Pero no se trataba tan sólo de unacto de indisciplina ni, tampoco, deuna ofensa proferida únicamente a lamoral médica. En la forma en que elperonismo entendía el lazo social, lafigura del “contrato” (en cualquiera desus modalidades: acuerdos, conve-nios) desempeñaba un rol central. Lamateria con la que estaban tejidosesos vínculos no era sólo jurídica sino,asimismo, moral. Así, los lazos queunían al trabajador con el Estado, altrabajador con el empleador, estabansaturados de componentes moralesque incluían la confianza mutua, labuena fe, la reciprocidad. Pues bien,cuando los trabajadores usaban losderechos que les reconocía la Ley deAccidentes y Enfermedades del Tra-bajo, el Código de Comercio o el Decre-to-Ley de Medicina Preventiva paradejar de concurrir al trabajo, aducien-do una enfermedad inexistente o exa-gerando su duración, defraudabanesa confianza:

“El obrero que falta al trabajo co-munica por telegrama su inasis-tencia por enfermedad. A ello tienederecho y en ningún caso se discu-te el que haga uso de él. Pero sí, sediscute, en cambio, la denuncia de

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una enfermedad inexistente, que noes más que el resultado de una malanoche de juerga, o un día que sequiere aprovechar para otras activi-dades. En este caso, una de las par-tes no respeta el contrato de trabajo,no respeta el derecho de la otra par-te y lesiona los intereses del patrón,de sus propios compañeros (que de-ben recargarse en el trabajo) y delbienestar de la Nación” (Obiglio yGarcía Olivera, 1951:37).

El abuso del derecho se interpre-taba, así, como un caso particular de“fraude”, de “defraudación” a los in-tereses del patrón, de los trabajado-res y fundamentalmente del Esta-do14. Revelaba una “desaprensión se-ria por la ley y la sociedad” y repug-naba a la dignidad obrera (Knobel,1952:107). Con la excusa de las in-disposiciones,

“cualquier asalariado, se cree en elderecho de defraudar la voluntad so-cial dejando de producir por causasque no invalidan. Queremos sacardel cuadro médico las falsas causasmédicas del ausentismo, para res-ponder con lealtad y reciprocidad alos deseos de un Gobierno que le ha

dado al obrero los Derechos del Tra-bajador, pero con la misma altura demiras el obrero debe hacer públicafe hacia el Gobierno de las Obliga-ciones del Trabajador” (Carrillo,1948a citado por Rodríguez,1951:52).

Si, en parte, el abuso de los dere-chos sociales traducía “mala fe” o una“voluntad de defraudación” de losobreros, por otra parte también eraun síntoma de la interpretación equi-vocada de las leyes sociales (Obiglio yGarcía Olivera, 1951; Knobel, 1952;Bo, 1953b:64) y, por lo tanto, de unproblema de conciencia, cuya soluciónvenía dada por la educación. Otra po-sibilidad pasaba por reformar la legis-lación de manera de reducir el estí-mulo al ausentismo, pagando los jor-nales recién después de transcurridoscuatro, cinco o seis días o de reducir elpago hasta en un 50% (Rodríguez,1951:57/58)15. Esta no era la únicamodificación del derecho que por en-tonces se contemplaba. Hacía déca-das que desde el campo médico veníanacumulándose críticas contra el régi-men de la Ley Nº 9688 porque, como

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14 Pero no sólo se sospecha de los trabajadores: el establecimiento y la persecución deldelito de “agio” convertía a los comerciantes en otra clase de (presuntos) estafadores.Mientras esta última situación está ligada, en el país, a la historia del control de losalimentos –a la estafa al fisco y a los consumidores, etc.– la discusión sobre el uso delos derechos sociales se montaba sobre un antiguo temor médico: la simulación de lasenfermedades y el quebranto que la misma podía ocasionar en los sistemas de segu-ridad social.

15 Tampoco existía consenso en torno a ese punto, por una parte porque el criterio de la“justicia social” vedaba tal solución y, por la otra, porque se entendía que no pagarlas ausencias no remediaría el problema de la disminución de la producción; de allíque se resaltara la importancia de contar con un servicio médico-sanitario adecuado(Pataro, 1950:3323-3325).

veremos en el apartado siguiente, enlugar de propender a la cura, tendía ainspirar en los trabajadores deseos delucrar con su enfermedad.

4. El (codicioso) deseo a laindemnización contra el (sano)

deseo de curarse

Desde el punto de vista de los médi-cos, la simulación de la enfermedad ode su duración (con la consecuente pér-dida del tiempo de producción que ellogeneraba) estaba incentivaba por elpropio diseño de la Ley Nº 9688 de Ac-cidentes y Enfermedades del Trabajo.Como señalamos anteriormente (Hai-dar, 2008), en la Argentina se habíaoptado, en lugar del seguro social, porun régimen de responsabilidad patro-nal por riesgo profesional, con asegu-ramiento voluntario. En la práctica,frente a un accidente o enfermedad, elempleador (o su aseguradora) debíapagar una indemnización, cuya tarifadependía del tipo de incapacidad, y es-taba obligado, además, a brindar asis-tencia médica de urgencia. El sistemaestaba, así, enteramente organizadoen torno a la “compensación moneta-ria” de los daños, confiaba, en una pa-labra, en el “poder sanador” del dinero.

Ocurría, sin embargo, que el dinerono sanaba e incluso (como en la hipó-tesis de la “siniestrosis”16) podía llegara enfermar, a ocasionar un retardo in-necesario de la cura o, directamente,

su frustración. Según D. Boccia(1947), la siniestrosis involucraba un“delirio sistematizado fijo” que se ex-presaba en el deseo -alentado porotros compañeros de trabajo y por“abogados inescrupulosos”- de obte-ner una indemnización. Este padeci-miento había comenzado a visibilizar-se y demarcarse como problema en elcontexto de los grandes sistemas deseguro social. A pesar de haber sidodefinida como una suerte de mal ahorcajadas de lo somático y lo psíqui-co, causada por factores “sociales” (lainstitución del seguro obligatorio, elaccionar de abogados, la lentitud delos procedimientos judiciales), la si-niestrosis estaba saturada de motivos“morales”: médicos y psiquiatras coin-cidían en que el “deseo de percibir unaindemnización”, es decir, el dinero,era su principal responsable. Por ello,la terapéutica recomendada consistíaen intervenir sobre los procedimien-tos judiciales y administrativos parafacilitar los acuerdos, acortar la reso-lución del pleito y conseguir que el in-dividuo se reintegrara lo más rápidoposible al trabajo (Montenegro, 1949).Ello era así porque la respuesta mo-netaria que establecía la Ley Nº 9688generaba, también, el riesgo adicionalde que otra clase de actores (aboga-dos, empresas médicas) se aprovecha-ran de la infortuna del obrero. Así, laincorporación de medidas de rehabili-

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16 “Es una enfermedad que surge a raíz de un accidente de trabajo y en obreros que porlas disposiciones legales pueden reclamar una indemnización que inconscientemen-te anhelan” (Knobel, 1952:119).

tación y reeducación, evitaría que selucrase con el trabajador (Desmaras,1944:12).

Sin recaer en cuadros de siniestro-sis, se denunciaban situaciones en lascuales el obrero, seducido por el dine-ro, extendía engañosamente la dura-ción de la enfermedad, negándose asometerse a los tratamientos médicosprescriptos o bien auto-lesionándose,con la finalidad de prolongar el des-canso remunerado.

Además del efecto desmoralizadorque el sistema indemnizatorio gene-raba en el obrero y del peligro que ellorepresentaba respecto de la cura, losmédicos se sentían alarmados porotras razones de índole social, que te-nían que ver con la defensa del erariopúblico y la conservación del capitalhumano. Se trataba, así, de evitar laindigencia del obrero y de reintegrarlolo más rápidamente a su trabajo, enbeneficio de su familia y de la sociedaden su conjunto (Bosch, 1923).

En fin, desde la sanción de la Ley Nº9688, venían acumulándose críticascontra la indemnización y demandaspara que el régimen asumiera la formade un auténtico sistema de seguridadsocial, concentrado sobre la curación, larehabilitación y reeducación de los tra-bajadores. Considérese, en esta direc-ción, la siguiente trama discursiva,constituida por formulaciones articula-das entre la década del ’30 y la del ’50:

“Es verdad que un accidente o unaenfermedad se indemniza ¿pero esacaso la solución? ¿Puede una sumade dinero más o menos bien pagadapor la pérdida de un brazo, la altera-ción de un órgano o la pérdida deuna vida reemplazar la importancia

que ello tiene para uno mismo, paralos que lo rodean o para la sociedadtoda?” (Urbandt, 1937:18-19).

“Si la mencionada ley 9688 repre-sentó hace 26 años, un considerableprogreso, hoy significa un retrasopor su disociación con los modernospostulados de la medicina so-cial…debiendo anotarse que la rein-tegración profesional debe ser pues-ta en un pie de igualdad con la in-demnización económica del daño”(Rodríguez, 1941:11).

“Si pudiera modificarse la legisla-ción de modo tal que no fuera posibleque el ansia de indemnización mo-netaria superara el sano deseo derecuperarse totalmente, haciéndosecarne en la conciencia de los traba-jadores que ‘vale mucho más la recu-peración que la más generosa in-demnización monetaria’…las cifrasde accidentes y enfermedades dis-minuiría sensiblemente” (Reggi,1955:668).

Ahora, de la crítica al sistema in-demnizatorio los médicos pasaban di-rectamente a la representación de lostrabajadores como criaturas codicio-sas y, más aún, irracionales que, fren-te a la opción “dinero/salud”, se incli-naban por el primero. Como explica-mos en el apartado 1, los argumentosde “conveniencia” fueron ampliamen-te utilizados por estos profesionalespara persuadir a los empleadores res-pecto de la utilidad de invertir en pre-vención. Así, en los casos en que laeconomía parecía alinearse con la sa-

lud, los cálculos de costo-beneficio nosólo estaban aceptados, sino que losrepresentantes más conspicuos de la“medicina del trabajo” los recomenda-ban fervorosamente. Por el contrario,

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cuando algún tipo de cálculo ponía enriesgo, aún parcial, la salud de los tra-bajadores, las críticas del cuerpo mé-dico eran demoledoras. Es que mien-tras en el primer caso, la asociaciónentre economía y salud se considerabaracional y eficiente, en el segundo, lasubordinación de la cura al deseo depercibir una indemnización, era repu-tada, a todas luces, como un acto irra-cional.

Como una expresión más de la inci-dencia que, (al menos desde fines delsiglo XIX), el discurso liberal tenía en-tre las elites intelectuales y políticasargentinas, esa irracionalidad se atri-buía, inexorablemente, a un problemade “conciencia”, a la ignorancia, porparte del trabajador de su “verdaderointerés” (Reggi, 1947:935). El peronis-mo había conseguido, sí, dignificar alos trabajadores, aumentando su par-ticipación en la vida política, recono-ciéndoles derechos sociales y am-pliando, en suma, sus libertades. Sinembargo, el movimiento de democra-tización impulsado (ya desde la pri-mera década del siglo XX) con la ins-tauración de diversas protecciones altrabajo, no había logrado erosionarotra clase de jerarquía más inmate-

rial y, por lo tanto más sutil, que seinscribía en el plano de las concienciasy de las moralidades. Por el contrario,no sólo la había reproducido silencio-samente sino que, en alguna medida,la había ahondado. Así, en un artículopublicado en plena primavera fascis-

ta, en el que se sostenía que los traba-jadores tenían la obligación de some-terse a los tratamientos médicos pres-criptos, se señalaba que la legislación

social, impulsada por un fin electora-lista, había creado “un verdadero es-tado psíquico anormal -una segundanaturaleza moral- en la clase trabaja-dora” y era esa “segunda naturalezamoral”, esa moral extraña a la moralburguesa, la que ponía en riesgo el“equilibrio de la justicia retributiva”(Licurzi, 1932:687).

Mientras para la moral burguesa

la salud revestía un carácter sagrado,los trabajadores podían llegar a “ven-der” una parte de sus cuerpos. En estadirección, son ilustrativas las anécdo-tas que narra P. Reggi (1947:935/936), el director de la Sociedad deMedicina del Trabajo. En una oca-sión, había sido consultado por ungran frigorífico acerca de la lentitudcon que cicatrizaban las heridas de al-gunos obreros.“A pesar de todo mi em-peño no pude encontrar la razón deesta anomalía, hasta que uno de ellosme confesó que ‘ponían sus manos enla salmuera utilizada para curtir cue-ros’”. En otra, se trataba de unchauffer que se había negado a efec-tuar un tratamiento de reeducacióncon el fin de recuperar la movilidad deuna mano, fracturada en un acciden-te. El relato asume, en un momento,un tono dramático:

“La rigidez había aumentado y lamano estaba transformada en unagarra casi rígida. Traté de explicar-le que si no comenzaba de inmediatoel tratamiento y la reeducación desu mano esta quedaría definitiva-mente inútil por el resto de su vida.Me contestó que ‘eso no le conveníapor ahora’ pues estaba en marcha eljuicio de indemnización y si curaba,le concederían menor incapacidad y

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recibiría menos dinero (…). No huboforma de hacerlo comprender (…).Pues bien: el fallo fue favorable yeste obrero cobró cerca de tres milpesos. Es decir vendió su mano dere-cha”.

Asimismo, el debate concerniente ala ausencia por enfermedad estabavinculado con una reflexión de máslargo alcance, atinente a la relativatensión entre la “experiencia de justi-cia” -una experiencia mediada por eldinero- y la “experiencia de la cura”.Si para los médicos resultaba claroque la “función biológica, previsora ymédica” estaba por encima de la “fun-ción legal, indemnizadora” (Fein-mann, 1923:345), tal prioridad no sur-gía del derecho, ni resultaba tampococlara para los obreros. Esa tensión lle-gó a expresarse, incluso, en términosde una contraposición entre el lengua-je individualista de los derechos (apercibir una indemnización, a gozarde una licencia, a someterse o no a untratamiento médico) y el lenguaje co-lectivista de las obligaciones (a curar-se, a curar). En esa dirección, hacia ladécada del ’30, tanto en el campo mé-dico como en la jurisprudencia, se re-gistraron algunas opiniones que de-fendían la idea de que los trabajado-res víctimas de alguna enfermedad oaccidente estaban obligados -so penade perder la indemnización- a seguirlos tratamientos prescriptos por losmédicos (Licurzi, 1932). Pero esas po-siciones eran marginales. El grueso

del cuerpo médico y jurídico se incli-naba a reconocer la libertad del obre-ro de someterse o no a una interven-ción quirúrgica17.

El tema de la “obligación de curar-se” fue reinstalado en 1948 en elmarco de una ponencia presentadapor un grupo de voceros de la UniónIndustrial Argentina en el PrimerCongreso de Medicina del Trabajo,en donde se planteaba el problemade las “pesadas cargas sociales” quedebían soportar los empleadores yque encarecían el costo industrial.En ese trabajo, cuyos argumentosfueron retomados por los médicos,los representantes de la corporaciónpatronal discutían dos situacionesparticulares. Por una parte, aquellade los obreros que rechazaban inter-venciones quirúrgicas cuando estas,“sin peligro para su vida”, soluciona-ban de manera definitiva incapaci-dades que se repetían con frecuencia(así, por ejemplo, casos de hernia,apendicitis crónica y úlceras). Asi-mismo, sugerían cuán injusta era lacircunstancia de tener que pagar porenfermedades que no sólo no habíansido ocasionadas por la actividad la-boral sino que, en alguna medida,podían atribuirse a la acción (culpa-ble) de los propios trabajadores. Enla lectura que hacían de esas hipóte-sis llegaban a la conclusión de que,tratándose de un problema de medi-cina social o preventiva, el criterioindividualista debía ceder, permi-

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17 Para un balance de las posiciones y una opinión crítica de la jurisprudencia (aislada)que establecía la obligación de curarse, véase Rojas, 1934 y Beltrán, 1935.

tiendo que, si la negativa del obreropersistía, se pudiese disolver el con-trato de trabajo “sin obligación para elpatrón de indemnizar” (Escardo, Del-bue, Membrives y San Martín, 1948:2074).

Antes de “volver al presente”, espreciso considerar, todavía, una aris-ta más de la problematización de laausencia por enfermedad que emergede nuestro “dominio de memoria”: lacuestión del valor que tenía para laclase médica la concurrencia asidua altrabajo.

5. La asiduidad al trabajo comoindicador de productividad

y disciplina

Como explicamos en el apartado I,una de las razones que, desde la pers-pectiva de los médicos justificaba supresencia en las fábricas, estaba dadapor la reducción de las licencias por en-fermedad. Las acciones médico-sanita-rias se orientaban así, a evitar que lasindisposiciones o patologías de máslarga duración sustrajeran a los cuer-pos de los lugares de trabajo. Este inte-rés por reducir al mínimo los días de la-bor perdidos estuvo vinculado al pro-pósito de asegurar que el proceso de in-dustrialización sustitutiva de las im-portaciones no sufriera perjuicio algu-no que trabara su despliegue.

Al mismo tiempo, cabe señalar quela articulación del ausentismo comoun “gran problema nacional” estabadirectamente encaminada a realizaruno de los objetivos económicos delprimer gobierno peronista: aumentarla producción. Hacia 1952, y bajo la in-fluencia de la crisis económica causa-

da por la reducción de las divisas, esademanda no sólo se volvió más impe-riosa, sino que se re-significó expre-sándose en el lenguaje de la “producti-vidad”. Así, de la mano de la crisis,pero, asimismo, en virtud de la in-fluencia de un discurso internacionalen circulación desde la segunda post-guerra, comenzó a forjarse la idea deque la única estrategia eficaz paraampliar la acumulación de capitalconsistía en aumentar los índices deproductividad de las empresas (Bil-trán, 1994:29). En torno de esa ideaconvergieron los industriales, los sin-dicatos, el Estado y, asimismo, los mé-dicos del trabajo.

Ya desde los años ’30 la relación en-tre salud y producción era un tópicofrecuente en el discurso médico. Perolo que aparecía inédito en los ’50 era lareflexión acerca del vínculo entre la“salud” y la “productividad” (Stavri-nakis, 1956) entendida como la rela-ción entre la cantidad producida y losfactores utilizados en la producción,dentro de una empresa, una industriao el conjunto de la economía. Esa inte-rrogación sobre la conexión existenteentre, por una parte, la salud y el bie-nestar del trabajador, y por la otra, laproductividad, tenía numerosas deri-vaciones. Lo que nos interesa señalar,en el marco de esta contribución, esque para los especialistas de la época,la productividad se vinculaba con la“asiduidad y la eficiencia en el traba-jo” (Pataro, 1950:3122) y, por esa vía,con la discusión relativa a las ausen-cias por enfermedad.

En este sentido, se entendía que lasausencias, aún aquellas causadas por

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auténticas enfermedades, hacían des-cender el ritmo de producción (Fer-nandez Rozas, 1951a:888) o lo altera-ban (de Lío, 1953:112). Se razonabade la siguiente manera:

“Cuando falta un obrero en una fá-brica se detiene la producción de esehombre. Con lo que él fabrica se pa-gan alquileres, impuestos, gastos deoficina (…) gastos generales. Hay,además, gastos llamados indirectos.Son los debidos a la perturbacióncausada en el funcionamiento de lafábrica por falta del obrero. En lostrabajos de llamados en cadena lafalta del 25% del personal general-mente impide el funcionamiento delconjunto y la ausencia de un 10%trae una disminución en la produc-ción de más del 20%” (Medina,1950:565).

De allí que, junto a las estadísticasrelativas a los días de trabajo perdidospor enfermedad y a la estimación eco-nómica de sus consecuencias, los mé-dicos imaginaron todo un conjunto deestrategias para maximizar la pre-sencia en cuerpo y alma de los trabaja-dores en la fábrica, y evitar que se res-tase tiempo a la producción. Una delas medidas que, se pensaba, podíanevitar la dilapidación de tiempo pro-ductivo, consistía en instalar serviciosmédicos en las propias industrias, quepermitiesen atender y vigilar a losobreros in situ, evitando así el tiempoperdido con el traslado a los servicioshospitalarios (Fernandez Rozas,1951a:887).

Luego, con el mismo propósito, losmédicos empezaron a prestar especialatención al tiempo inmediato al acae-cimiento de un accidente. De acuerdoal régimen de la Ley Nº 9688, los em-

pleadores estaban obligados a prestarlos servicios médicos de urgencia.Pues bien, en el contexto de la discu-sión (más general) relativa a la nece-sidad de establecer acciones de reha-bilitación y reeducación de los incapa-citados, comenzó a visibilizarse el mo-mento de la “urgencia”, como una ins-tancia de intervención estratégica envistas al restablecimiento y la rápidarecuperación del obrero.

“Una correcta atención médica y te-rapéutica en forma inicial del acci-dentado del trabajo, permitirá obte-ner una serie de ventajas para el tri-ple complejo ‘obrero-patrón-Estado’enfocado bajo los siguientes aspec-tos: 1º faz asistencial: menor tiempode evolución en la cura propiamentedicha de la lesión, 2º faz recuperati-va: menor tiempo para recuperarloanátomo-funcionalmente, 3º rápidavuelta al trabajo y como consecuen-cia menor paga de jornales no traba-jados, sin rendimiento alguno” (Fer-nandez Rozas y Pérez Rovira,1950:745-746).

A su vez, esta clase de propuestasse conectaba con toda una batería deacciones que se venían ensayandodesde la década del ’30, destinadas aminimizar el tiempo de la enfermedady mejorar la situación en que se pro-ducía el re-ingreso de los incapacita-dos al trabajo. Para los expertos de laépoca, la noción de incapacidad con-notaba un conjunto de representacio-nes negativas -imposibilidad, pérdidade autonomía, etc.-, evocaba una“existencia penosa y disminuida”(Jorge, 1934:858). La obsesión porevitar que los cuerpos se sustrajeranal régimen de producción e impedirque -en el estado de reposo- desarro-

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llaran hábitos anti-productivos18, hizoque los médicos dirigieran una aten-ción preferencial al tiempo de la con-valecencia. Desde los años ’30, estetiempo sería intervenido por una es-trategia que buscaba aprovecharlo enun sentido productivista-práctico ymoral: la “cura a través del trabajo”.

A partir de 1934, varios artículosde revistas médicas especializadas sededicaron a discutir las particularida-des de la “trabajoterapia” desarrolla-da por el Dr. Jorge desde la ClínicaQuirúrgica del Hospital Durand de laciudad de Buenos Aires. Por la mane-ra en que esa clase de experiencias seintroducían y discutían, surgía que,para la mentalidad médica “lo otro”respecto del trabajo productivo era el“ocio” y que el tiempo del reposo porenfermedad era, en principio, untiempo ocioso.

Sin dejar de respetar el reposocomo condición para la cura, iniciati-vas como la “trabajoterapia” procura-ban evitar que el mismo se transfor-mara en “pereza, vagancia, holgaza-nería”, en fin, que la sala del Hospitaldeviniese un “vivero de holgazanes”(Jorge, 1934: 856). Se trataba así de

“convertir en tiempo útil y remune-rativo los ocios obligados de la con-valecencia y aun de la enferme-dad…Si bien es cierto que el estadode enfermedad requiere la cesaciónde toda actividad, hasta el completorestablecimiento, no es menos cier-

to que esta restricción debe ser vigi-lada y limitada para darle una apli-cación racional evitando no sólo laociosidad, sino a fin de estimularlapara elevar el nivel moral al propiotiempo que para tratar el déficit físi-co, aprovechando el período propiciopara la reeducación o la readapta-ción de la función” (Weber y Escude-ro, 1939: 6).

Así, tanto por el lado del debate so-bre el ausentismo por enfermedadcomo de la discusión respecto de cómoadministrar la convalecencia, nos to-pamos con el peligro de la holgazane-ría, la vagancia y la inactividad. El an-tídoto frente al mal de la improductivi-

dad, consistió en poblar de ocupacio-nes el tiempo de la convalecencia, apli-cando a los enfermos a tareas directa-mente relacionadas con el restableci-miento de su capacidad de trabajo, obien a pequeñas labores de escaso va-lor comercial pero altísimo valor mo-ral. Fue así como el reposo comenzó apensarse como un tiempo de tránsito yde preparación para el regreso al tra-bajo. Si la convalecencia es un limbo,se trató de convertirlo en un limbo ac-tivo.

En las estrategias de “trabajo-tera-pia” el foco estaba puesto sobre la mo-ral del obrero incapacitado. Tambiénla problematización del ausentismopor enfermedad, desarrollada duran-te el primer gobierno peronista, pon-dría la atención sobre la moral de los

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18 Esa obsesión es característica del paradigma productivista que impregnó, durantela primera mitad del siglo XX, el discurso de las ciencias del trabajo (Rabinbanch,1992) y, asimismo, del pensamiento liberal.

trabajadores. Es que si bien la asidui-dad al trabajo estaba vinculada con laproductividad, también constituía unindicador de la “disciplina moral” dela clase trabajadora. Como señaló demanera elocuente Gurfinkel(1953:514) en plena discusión sobre laproductividad, la presencia “puntual”del trabajador en la fábrica, el taller oel establecimiento agropecuario eraun “síntoma de una disciplina com-prensiva del deber social de cadauno”. A la inversa, la existencia de uníndice de ausentismo elevado (que su-perase el índice normal del 2% fijadopor la OIT) se asociaba con la indisci-plina y con un conjunto de actitudes yprácticas peligrosas desde el punto devista (político y sociológico) del ordensocial. En este sentido, la discusiónsobre la ausencia al trabajo no se cir-cunscribió al ámbito médico-sanita-rio, sino que se articuló también en unlenguaje moral y, ya a partir de la dé-cada del ’40, psicológico.

El hecho de que el obrero compren-diera que el mañerismo y la holgaza-nería constituían una falta de solida-ridad gremial (que traía graves conse-cuencias para la producción y la pro-ductividad) era una estrategia paraelevar su moral (Gurfinkel,1953:522). En este sentido, las tasasde ausentismo significaban en sí mis-mas un “índice de la moral en el traba-jo” (Bo, 1953b:63). Pero esto tampocoera nuevo: ya desde que los médicos defábrica comenzaron a confeccionar es-tadísticas, las “fichas sanitarias” (enlas que, entre otros datos se anotabanlas licencias) se utilizaban para clasi-

ficar moralmente a los trabajadores.“El sólo vistazo de la ficha revelará elrendimiento del obrero, que no es lomismo tener 10 licencias al año poraccidentes o afecciones orgánicas, quelas 10 licencias por cefaleas, mialgiaso enfermedades triviales de diagnós-tico impreciso. Este fichero puede ser-vir a las autoridades del estableci-miento para la clasificación del perso-nal en casos determinados” (Clusel-las, 1941: 470).

El significado moral que se atri-buía tanto a la asiduidad al trabajocomo a la ausencia, se volvió aún másnítido en el contexto de la crisis econó-mica de 1952, cuando todos los acto-res del mundo del trabajo convergie-ron respecto de la necesidad de au-mentar la productividad. Los debatesque en los años cincuenta se desarro-llaron en torno al ausentismo, esta-ban plagados de demandas dirigidasal obrero para que se desempeñasecomo un productor “responsable yconsciente” (Knobel, 1952: 103). Fren-te a la crisis, el “Estado [se decía] ne-cesita la colaboración de todos sus ha-bitantes, especialmente del trabaja-dor” (Fernandez Rozas, 1951b:35).

Esa clase de demanda tambiénafectó a los médicos, de quiénes se es-peraba que hicieran “comprender alobrero el papel importante que de-sempeña cuando trabaja con honra-dez en el progreso colectivo” (Baciga-lupo, 1954:264). La interpelación a laresponsabilidad social del médico, eneste sentido, era directa. Así, en unaconferencia impartida a colegas, unmédico de fábrica decía:

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“Uds. conocen aproximadamente loque gana un obrero hoy, pero no seimaginan lo que cuesta. En indus-tria metalúrgica, cuando se hace unpresupuesto se calcula el jornal encasi 20$ la hora, 160 $ diarios y esoque los metalúrgicos de ningunamanera, son los que mejor pagan.Esos 160 $ son los que permiten sol-ventar los gastos y obtener un bene-ficio, es decir, es la suma que pierdeel industrial cuando falta el opera-rio. Una estadística hace ascender elausentismo diario en nuestro país acasi el 10%. Dado que trabajan en laindustria más de 3 millones de obre-ros, quiere decir que falta a su traba-jo 300.000 personas diariamente, loque a solamente $ 100 diarios signi-fica una pérdida diaria de 30 millo-nes de pesos. El ausentismo, cuandoel obrero perdía su jornal si faltaba,era alrededor del 2%. Es decir, quede Uds. depende que la industria ar-gentina se beneficie en 24 millonesde pesos diarios” (Medina, 1950:565).

6. La problematización de laausencia por enfermedad, entre

el presente y el pasado

Este artículo partió de un problemadel presente: entre las autoridadesque se ocupan del control de la saludde los trabajadores, la preocupaciónpor el ausentismo causado por enfer-medad no sólo sigue existiendo, sinoque, a juzgar por los esfuerzos que laSRT despliega para medir y explicarla incapacidad laboral temporaria y

por las opiniones de algunos dirigen-tes políticos, parece haberse intensifi-cado.

En la contemporaneidad, ese pro-blema se formula, preponderantemen-te, en el lenguaje de la economía. Mé-dicos, funcionarios de la SRT, políti-cos, etc. se sirven del léxico, pero, asi-mismo, de un repertorio de operacio-nes propias de esa disciplina (cálculosde costo-beneficios, estimaciones)para pensar la ausencia al trabajo.Así, los diferentes documentos (Anua-rios Estadísticos, investigaciones ydiagnósticos especiales de la SRT, ar-tículos de revistas médicas especiali-zadas, cosas dichas respecto de las es-trategias de prevención y promociónde la salud, etc.) que componen nues-tro “dominio referencia discursivo”19,están saturados de alusiones a los“costos”, el “impacto económico” de losaccidentes y enfermedades, la “pro-ductividad” del trabajo, etc.

Pero además de esa marca econo-

micista de los discursos, también losobjetivos estratégicos vinculados conlas prácticas que representan, calcu-lan, explican, controlan, etc. el ausen-tismo, consisten, fundamentalmente,en “reducir los costos” asociados a eseproblema: gastos en salud, salarios,aseguramiento, etc.

Consideremos, en primer lugar, losAnuarios Estadísticos elaborados porla SRT. A excepción del informe publi-cado en el año 2003, en el que encon-tramos indicios de un discurso sanita-

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19 Recuérdese que dicho dominio está integrado por enunciados que tematizan de ma-nera explícita la cuestión de la ausencia por enfermedad entre 1995 y 2012.

rio20, el resto de la información esta-dística obedece al propósito de satisfa-cer las demandas del mercado asegu-rador. Las cifras públicas se refieren,así, a un conjunto de campos relevan-tes desde el punto de vista “comercial”de las Aseguradoras de Riesgos delTrabajo21. Entre los rubros que son ob-jeto de cálculo se encuentran las jor-nadas de trabajo perdidas por acci-dentes o enfermedad. Más específica-mente, el “índice de pérdidas” es el pa-rámetro elegido para mensurar el im-pacto económico de los accidentes yenfermedades laborales. La informa-ción relativa a la cantidad de días caí-dos y a la duración de la incapacidadlaboral temporaria, es significativa,en primer lugar, para los empleadores(incluido el Estado), que son quiénes,de acuerdo al régimen de la Ley Nº24.557, están obligados a pagar lasprestaciones monetarias durante losdiez días siguientes al accidente o ma-nifestación de la enfermedad y quié-nes, asimismo, se ven directamenteafectados por la inactividad de los tra-bajadores. Pero, asimismo, esos datosson relevantes para las Asegurado-ras, que deben asumir la erogación deesas prestaciones a partir del undéci-mo día de incapacidad y que están

obligadas a brindar, en todo momen-to, asistencia médica y farmacéutica,prótesis y ortopedia, etc.

En segundo lugar, entre los resul-tados esperados de las políticas deprevención y promoción de la saludque desarrollan algunas grandes em-presas se anota la reducción de la au-sencia por enfermedad y de las con-sultas médicas. Si esas dos dimensio-nes cuentan (y, literalmente, “secuentan”) es porque constituyen unindicador del objetivo -más ambicio-so- que orienta dichas estrategias: lareducción del “costo en salud”. Consi-dérese, a modo de ejemplificación, elsiguiente relato:

“En Dupont Argentina el departa-mento médico consiguió disminuirlos gastos en salud en los últimosaños, como consecuencia de la im-plementación de un programa deprevención, promoción y educaciónde la salud (…). Una de las causasde esta reducción fueron las consul-tas médicas, que disminuyeron de12 anuales en 1976 a 4 en el últimoaño (…). Gracias a la implementa-ción de este programa, se redujo amás de la mitad el porcentaje de au-sentismo, en los últimos 20 años (…)‘La empresa pasó de tener 1256 díasde ausentismo por gripe a un prome-dio de 230 jornadas lo que significa

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20 Esos “indicios” de un lenguaje sanitario obedecen a que, con la asunción, en el año2003, de Héctor Verón como Superintendente de Riesgos de Trabajo y Carlos Rodrí-guez como Gerente General, se trató de imprimir una orientación “sanitarista” a lagestión de la SRT.

21 En la Argentina no se produce información que permita conocer el perfil epidemioló-gico de los trabajadores, la incidencia que las condiciones y el medio ambiente de tra-bajo tienen sobre la salud, los factores que generan las enfermedades laborales, etc.(Haidar, 2011b).

un ahorro de 350.000 pesos’ afirmaSantoro22” (La Nación, 2001).

A su vez, los expertos que comercia-lizan servicios de promoción de la sa-lud, prevención del stress y asistenciapsicológica al empleado, despliegantodo un repertorio de argumentospara persuadir a los empresariosacerca de los réditos económicos aso-ciados a su implementación, entre losque se anotan la reducción de enfer-medades que ocasionan ausentismo,las licencias médicas, etc. (Haidar,2011b).

En una serie de artículos publica-dos entre 1995 y 2012 en la revista dela Sociedad de Medicina del Trabajode la Provincia de Buenos Aires, sereitera un mismo enunciado: la inver-sión en prevención está justificadaporque permite reducir el ausentis-mo, evitar la caída del rendimiento la-boral asociada a ciertas enfermeda-des, disminuir los costos de los acci-dentes y aumentar la productividad(Massaccesi, 1998; Waron, 2004; Car-pani, 2003; D’Aragona et al. 2004:20).

En tercer lugar, la práctica -to-davía muy difundida- entre los médi-cos del trabajo, del control de ausen-tismo, se justifica por la necesidad desatisfacer la demanda de los emplea-dores de limitar al mínimo posible losdías perdidos por enfermedad y, conello, evitar el pago de salarios, consul-tas médicas, etc.

Tanto la frecuencia con que el pro-pósito de reducir el costo laboral apa-

rece en los textos, como la repeticiónde términos y motivos económicos, pa-rece indicar que la problematización“actual” del ausentismo por enferme-dad está determinada por el discurso-más general- del neoliberalismo.Para arribar a tal conclusión no sólocuenta aquello que muestran los tex-tos que se refieren explícitamente aesa cuestión. Esto es así porque lo queen el presente puede y no puede decir-se respecto de la ausencia por enfer-medad, depende, asimismo, de otrosdiscursos, que funcionan como condi-ciones de producción (Courtine, 1981)de aquella problematización. Ello sig-nifica que los enunciados que se ac-tualizan en los textos que integrannuestro “dominio de referencia”, noson, en sí mismos, totalmente inteligi-bles. Así, para comprender qué es loque, en el presente, puede y no puede

decirse, puede y no puede pensarse,

respecto de la ausencia por enferme-dad, es preciso considerar las condi-ciones históricas de constitución delsentido.

Entre esas condiciones de produc-ción se cuentan las secuencias discur-sivas que integran nuestro “dominiode actualidad”, es decir, todo un con-junto de enunciados relativos a la sa-lud y seguridad laboral que coexistencon aquellas del dominio de referen-cia. Esas secuencias discursivas, pro-ducidas también entre 1995 y 2012,tienen una característica común: ha-cen del pensamiento económico la ma-

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22 Nicolás Santoro era (en el año 2001) el director del departamento médico de DuPontArgentina.

triz para gobernar esa cuestión y, porello, tienden a alinear los objetivoseconómicos (así, las reducción de loscostos, el aumento de la productivi-dad) con los objetivos sanitarios (laprevención de las enfermedad, el me-joramiento de la calidad de vida).Pues bien: esa operación de emplazara la economía en el centro de la refle-xión y la práctica gubernamental esuna “marca registrada” de la raciona-lidad neoliberal.

Tal como argumentamos en otro lu-gar (Haidar, 2011b) la Ley N° 24.557fue diseñada con la finalidad de redu-cir los costos de los accidentes y enfer-medades laborales, a través de latoma descentralizada de decisiones,es decir, del mecanismo del mercado.La creación de un régimen de seguroobligatorio de gestión privada signifi-có además, la creación de un negociopara el capital financiero. Más allá deeste último dato, lo que se produjo fueuna transformación de orden guber-namental: la instalación de un esque-ma económico neoliberal para el go-bierno de las acciones relativas a laprevención y reparación de las contin-gencias laborales, fundado en la in-centivación de conductas eficientespor vía de mecanismos jurídicos y demercado (procesos de formación deprecios).

El Sistema se configuró de tal ma-nera de incentivar en los actores (losempleadores, las aseguradoras y lostrabajadores) la adopción de conduc-tas “eficientes”, que tendieran a la re-ducción de los costos y a la prevención.Es esta matriz de análisis económico,de factura neoliberal, la que nos ayu-

da a comprender el sentido del cálculode los “días perdidos” que realizaanualmente la SRT y, en parte, su in-terés por identificar los factores quemayor incidencia tienen sobre la pro-longación de la incapacidad laboraltemporaria. Tal como señalaron dosde los “ideólogos” del Sistema de Ries-gos del Trabajo, la información produ-cida desde el Estado coadyuva a lamejor distribución de los recursos delas aseguradoras entre los fines deasesoramiento, apoyo y fiscalización(Giordano y Torres, 2000).

Es preciso considerar, todavía, otraarista del discurso neoliberal que per-mite explicar la problematizacióncontemporánea del ausentismo porenfermedad, y que tiene que ver con laimportancia que asume, para esa ra-cionalidad de gobierno, la cuestión dela “competitividad”. Desde el punto devista neoliberal, el mercado se objeti-vó como un espacio transnacional, enel que la competencia se traba entrediversos actores: el Estado-Nación,las empresas y los individuos en gene-ral. La seguridad del capitalismo re-quiere, en este sentido, dar prioridada la eficiencia y a la competencia en elmarco de procesos que, como la sa-lud-enfermedad de los trabajadores,no son en sí mismos económicos. Elloes así en virtud del impacto “distorsi-vo” que prácticas no filtradas por elanálisis costo-beneficio pueden tenerpara la performance económica de lanación entendida como un todo (Bee-son y Firth, 1998: 221).

Como vimos anteriormente, losdiscursos médicos recurren a razona-mientos de costo-beneficio y a argu-

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mentos económicos para justificar lainversión en prevención. Idénticos ar-gumentos inspiran los programasque, en materia de salud y seguridad,la OIT promueve a lo largo del globo.En palabras de una de una de sus re-presentantes en la Argentina:

“La promoción de la seguridad y lasalud en el trabajo (...) es una estra-tegia importante, no sólo para ga-rantizar el bienestar de los trabaja-dores, sino también para contribuira la productividad de la empresa (…)la salud, la seguridad y el bienestarde los trabajadores son prerrequisi-tos para la productividad y el desa-rrollo sustentable” (Forastieri,2007: 103).

En conclusión: para la SRT, los mé-dicos, y otras autoridades, el ausentis-mo por enfermedad cuenta desde unpunto de vista económico, porque re-duce o perjudica la “competitividad”de las empresas y de la economía na-cional. Así las cosas, bien podría sos-pecharse que tal preocupación res-ponde –únicamente– al impacto queel neoliberalismo tuvo -y todavía tie-ne- sobre los discursos de la salud y se-guridad laboral.

Sin embargo, las condiciones deproducción de esa problematizaciónno están ancladas, solamente, en elpresente. Además del discurso neoli-beral (es decir, de las secuencias dis-cursivas que integran nuestro domi-nio de actualidad), la discusión con-temporánea del ausentismo por enfer-medad está sobredeterminada poruna serie de discursos históricos (do-minio de memoria), cuya exhumaciónfue posible gracias al trabajo del ar-chivo.

Así, si entre 1930 y 1955, la presen-cia, en el discurso médico, de enuncia-dos que atribuían a la ausencia porenfermedad un significado económi-co, no puede remitirse al neoliberalis-mo, la presencia de esos enunciadosen el discurso médico contemporáneotampoco puede explicarse solamentepor la influencia de dicha racionali-dad. Lo que el trabajo del archivo nospermitió visualizar es la persistenciacon que los médicos del trabajo recu-rrieron a motivaciones económicaspara justificar su propia práctica. Enesta dirección, nos inclinamos a pen-sar que esa clase de argumentaciónpragmática (que atribuye una utili-dad mensurable en dinero a la acciónen salud) forma parte del “vocabula-rio de motivos” (Wright Mills, 1940)que los médicos del trabajo compartencon los capitalistas.

Esa tendencia de los médicos deltrabajo a articular razones de utilidadpara justificar sus prácticas, se expli-ca, en parte, por el vínculo estrecho en-tre las acciones que despliegan (desdeel control de ausentismo hasta la pro-moción de la salud) y la lógica produc-tiva. Ese rol profesional ha tendido,históricamente, a estar determinadopor los intereses capitalistas.

Pero, además de ello, esa apelaciónrecurrente a los argumentos económi-cos es indicador de un proceso más ge-neral de economización de la vida, quecomenzó a desplegarse desde los pri-meros años del siglo XX. En virtud deese movimiento, las acciones dirigi-das a conservar y mejorar la vida fue-ron legitimadas y operacionalizadas através de la mediación de toda una se-

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rie de herramientas económicas(Bröckling, 2010:249). A lo largo deltiempo, la salud fue progresivamenteobjetivada, instrumentalizada, enfunción de un cálculo económico. Loque ha variado, con el transcurso delas décadas, es el punto de vista desdeel que dicho cálculo se realizó. En elperíodo 1930-1955 esa clase de prácti-ca calculadora se efectuó tanto desdeel punto de vista micro de la “empre-sa” (estadísticas de fábrica) como des-de el punto macro de la “economía na-cional” (estadísticas públicas). Asi-mismo, como mostramos en el aparta-do 2, durante el gobierno peronista, dela mano del despliegue de estrategias“políticas” de gobierno, esa segundadimensión adquirió particular centra-lidad. Por el contrario, de la mano deldesmontaje neoliberal de la idea de“economía nacional” y de la generali-zación de la idea de la competitividadglobal, esa clase de cálculo se realiza,en todo caso, desde el punto de vistade la empresa.

Ese discurso de “economización dela vida” tiene, ciertamente, un aspecto“positivo”, particularmente explotadoen la actualidad, en función del cual sepiensa que la salud y el bienestarmantienen una relación sinérgica conla productividad. Pero también tieneun aspecto negativo, ligado a la ideade pérdida. Es esta segunda dimen-sión la que expresa la preocupaciónhistórica por la consecuente inactivi-dad que genera la enfermedad. Así, lainsistencia sobre los efectos económi-cos negativos que las enfermedadesocasionan en el mundo productivo, en-gendra un discurso bio-económico

fundado sobre la noción de pérdidaque enfatiza el aspecto económico delas enfermedades, dando lugar a una“contabilidad biológica”, en desmedrode sus aspectos sanitarios (esto es, delas preguntas por las “causas” de losaccidentes y enfermedades) y tiende aalimentar la opinión de que el traba-jador que se enferma es un “proble-ma” para la empresa. Tanto en su di-mensión negativa como positiva, loque ese proceso de economización dela vida tiende a ocultar es la tensiónentre el punto de vista sanitario y elpunto de vista económico.

Ahora bien, más allá de la impor-tancia que se atribuyen a las jornadasde trabajo que se pierden, lo que estáen discusión es el ausentismo causadopor “enfermedad”. Eso hace que, en eldiscurso médico, todavía desempeñenun lugar relevante los argumentoshumanitarios que colocan el valor sa-lud por sobre los valores patrimonia-les. De hecho, una de las razones que(además de la reducción de los costos),se movilizó para justificar la sanciónde la Ley Nº 24.557, fue la incorpora-ción del objetivo de “prevenir” los acci-dentes y enfermedades, así como lainclusión, en el régimen de cobertura,de prestaciones de rehabilitación y re-calificación.

Sin embargo, si bien entre los obje-tivos del nuevo Sistema de Riesgos delTrabajo se contempló el tema de laprevención, para conseguir tal objeti-vo, los expertos que lo diseñaron prefi-rieron apelar (en lugar de la meracoerción de la ley) a una serie de in-centivos financieros, básicamente, alos precios de las pólizas de seguro. A

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tal punto se encuentra generalizado,en la actualidad, el uso de incentivosfinancieros, que los médicos se venobligados a aclarar que la prevenciónes un fin en sí mismo:

“proteger la salud de los trabajado-res de una empresa es en sí mismoun fin noble que justifica la inver-sión. Sin embargo este no es el únicoargumento válido ya que todo pro-grama debe demostrar un beneficioeconómico, lenguaje que los médicosdel trabajo debemos manejar casitan fluidamente como el de la medi-cina misma” (Salomón, 1998: 15).

Pero, por otra parte, en la proble-matización actual del ausentismo porenfermedad no sólo resuenan las me-morias discursivas ligadas a la econo-mización de la vida y a las prácticas delos médicos de fábrica, sino, asimis-mo, otros ecos de carácter “ético” y“político”. Así, tanto en la atenciónque el ausentismo despierta entre lasautoridades políticas y los funciona-rios, como en la persistencia de uncontrol médico sobre el mismo, habitala vieja sospecha de que los trabajado-res abusan de los derechos sociales ysimulan enfermedades. Esa prácticamédica encuentra un apoyo importan-te en el texto de la Ley de Contrato deTrabajo, que establece que, para queuna enfermedad inculpable de lugar ala protección, tiene que estar “inequí-vocamente acreditada”, y que el tra-bajador debe someterse al controlefectuado por un médico designadopor el empleador (artículos 209 y 210).

Asimismo, todavía encontramoshuellas de esa sospecha en el textomismo de la Ley de Riesgos del Traba-jo. Si bien los trabajadores víctimas de

un accidente o enfermedad percibensus prestaciones de manera automá-tica, las aseguradoras gozan de unafranquicia durante los diez primerosdías siguientes a la incapacidad, enlos que el pago de la prestación mone-taria corre a cargo del empleador.

Por otra parte, si durante la décadadel ’30 y del ’40, y en el marco de unalegislación que sólo preveía la respon-sabilidad de los empleadores por acci-dentes y enfermedades, se discutió silos trabajadores tenían o no la obliga-ción de someterse a los tratamientosmédicos prescriptos, en el actual sis-tema, que establece el seguro obliga-torio, la posibilidad de que los trabaja-dores despunten algún comporta-miento ligado a una “moral de aprove-chamiento” está totalmente cancela-da, porque específicamente se prevéque las aseguradoras pueden suspen-der las prestaciones dinerarias “encaso de negativa injustificada deldamnificado, determinada por las co-misiones médicas, a percibir las pres-taciones en especie” (artículo 7, LeyNº 24.557). De esta manera se bloqueótoda posibilidad de que los trabajado-res “lucren” con su salud.

Asimismo, la hipótesis de la simu-lación entró en el cálculo de los exper-tos que diseñaron el Sistema de Ries-gos del Trabajo. Los expertos de laFundación de Investigaciones Econó-micas Latinoamericanas (FIEL,2001), uno de los “tanques de pensa-miento” que incidieron en la reformade las instituciones laborales en la Ar-gentina, no dejaron de recordar (en unestudio elaborado por encargo de laUnión Argentina de Aseguradoras de

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Riesgos de Trabajo) que mientras lasindemnizaciones muy bajas conspi-ran contra la prevención, las altas re-ducen los incentivos sobre los trabaja-dores y alientan conductas fraudulen-tas. Así, entre fines de la década del’40 y los primeros años de la década si-guiente, los médicos sugerían reducirlas indemnizaciones al 50% para evi-tar el “riesgo abuso”, los expertos de laFIEL pensaban en reducir el “nivel” yla estructura de las compensacionespara incentivar a los trabajadores aadoptar medidas preventivas y evitarlas “simulaciones” y “exageraciones”.

La sospecha de la simulación conti-núa desempeñando un papel entre losmédicos de fábrica. Como observa C.Rodríguez (2005:432) “la situación co-rriente es que el empleador quiera uti-lizarlo como agente de control social”y, cuando la práctica se corresponde aese relato, “el médico se atrincheraentonces detrás del escritorio, tratan-do de evidenciar la simulación del tra-bajador”.

Pero esa clase de actitud de descon-fianza tampoco se encuentra generali-zada. La investigación que en el año2010 publicó la SRT, relativa a la in-capacidad laboral temporaria, no pre-supone que los trabajadores que fal-tan simulan las enfermedades, sinoque manifiesta un genuino interés poridentificar las variables que incidensobre ese fenómeno para así poder in-tervenir sobre ellas. Inspirado en unaracionalidad probabilística, el textode los expertos pretendió, asimismo,determinar los factores que explicanla duración y la continuación en eltiempo de las bajas. La estimación de

la duración media de las ausencias yde su prolongación es clave para lagestión que las Aseguradoras de Ries-gos de Trabajo hace de esas contin-gencias. Ello es así porque como expli-ca J. C. Torres (1997:7), ex Secretariode Seguridad Social de la Nación, “laexperiencia de los siniestros laboralesindica que el mayor costo no se asociaa la gran cantidad de ausencias bre-ves, sino a las prolongadas”.

Utilizando un modelo estadístico,que combina diversas variables (gé-nero y edad de los trabajadores, tama-ño de la empresa, provincia, sector deactividad y tipo de enfermedad), searribó a la conclusión de que, más alláde la interacción de diversas causas,la edad y el sector de actividad son losfactores que mayor incidencia tienensobre la duración y la continuación(probable) de las bajas (Covaro-Zuker, 2010).

Asimismo, aquello que la discusiónactual sobre la “ausencia al trabajo”pone en juego son las significaciones-en tensión- que a lo largo de la histo-ria se han atribuido al “tiempo de laenfermedad” y al uso que los trabaja-dores hacen del mismo. Como vimos,la problematización de la incapacidady de la convalecencia estuvo atravesa-da, entre 1930 y 1955, por la tensiónentre los propósitos estrictamente“terapéuticos”, los propósitos “econó-mico-productivistas” y los propósitos“morales”. Si bien en la actualidad, dela mano del vocabulario de los dere-chos humanos y de la orientación pre-ventiva de la medicina del trabajo, lacuestión de la “cura” y la “rehabilita-ción” de los trabajadores incapacita-

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dos aparece como central, el hecho deque el “tiempo de la enfermedad” sedesigne, en el lenguaje económico-es-tadístico, como “índice de pérdidas”,tiende a reproducir la vieja distinciónentre “trabajo” y “ocio” que organiza-ba la problematización médica de laincapacidad y la convalecencia. Así, sien el lenguaje oficial de las estadísti-cas todo lo que la incapacidad connotason “pérdidas”, el tiempo de la enfer-medad aparece asociado a la impro-ductividad y ello genera justificacio-nes e incentivos económicos para pro-mover el “presentismo”.

Ya de manera temprana, la proble-matización médica de la convalecen-cia hacía de ella un tiempo de tránsito,de preparación para el regreso al tra-bajo. También en la actualidad, unade las razones que se movilizaronpara justificar la incorporación en eltexto de la Ley de Riesgos de Trabajo(LRT) de las acciones de recalifica-ción, fue que de esa manera se optimi-zaba y acortaba el tiempo para el rein-greso al mercado de trabajo.

Con el correr de las décadas, tam-bién el conjunto de prestaciones “nodinerarias” que prevé la LRT adqui-rieron para los reformadores el valorde estrategias destinadas a evitar sucaída definitiva en la zona (pasiva) dela inempleabilidad. Así, tanto las es-trategias de cura a través del trabajode la década del ’30, que se articularonfundamentalmente como una iniciati-va del cuerpo médico, que acoplaba laintervención médico-social con las de-mandas liberales y capitalistas y fue-ron articuladas en términos funda-mentalmente morales, como las ac-

tuales acciones, que se articulan en ellenguaje de los derechos humanos,buscaron -a través de vías indirectas-hacer que las jornadas de trabajo “caí-das”, no fueran días perdidos desdetodo punto de vista, sino que hayatambién en ellos una (alguna) suertede productividad.

Ciertamente, en la actualidad laproductividad del trabajo se mide pordiversas dimensiones, que de ningu-na manera se reduce a los índices de“presentismo”. Sin embargo, la “asi-duidad al trabajo” sigue desempeñan-do un rol en el marco de un discursoproductivista, que en parte, es expre-sión del discurso “neoliberal” de lacompetitividad. Pero, al mismo tiem-po, en ese discurso productivista (enel que se engarza la actual discusiónsobre el ausentismo) resuena la viejautopía del peronismo (retomada por eldesarrollismo) de lograr la soberaníaeconómica de la nación a través de laindustrialización. Esa utopía produc-tivista no tiene nada de neoliberalsino que, por el contrario, porta lashuellas del pensamiento nacionalis-ta. Pues bien, es ese discurso produc-tivista -y sus marcas nacionalistas- elque hace de la presencia de los “cuer-pos” en los lugares de trabajo un indi-cador tanto de la potencia de la na-ción, como de la voluntad de los indivi-duos de contribuir a la edificación dela riqueza y el bienestar de esa uni-dad. Ello (y no sólo las razones econó-micas) es lo que explica que el ausen-tismo constituya, todavía, un proble-ma para las autoridades políticas.Así, como señalamos en la introduc-ción, persiste en el discurso político

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una preocupación por el ausentismode los trabajadores docentes a quiénesse tiende a acusar de una escasa labo-riosidad. En este sentido, basta conconsiderar las afirmaciones que, en elmarco de la confrontación entre losgremios docentes y las autoridades dediferentes provincias por cuestionessalariales, realizó la presidenta de lanación Argentina en la apertura delas sesiones del Congreso correspon-dientes al año 2012: “con trabajadoresque gozan de estabilidad (…) con jor-nadas laborales de 4 horas y 3 mesesde vacaciones, cómo es posible quesólo tengamos que hablar de salariosy no hablemos de los pibes que no tie-nen clases (…) Hay 998.000 docentesfísicos pero 1,5 millón de cargos. Elpromedio de ausentismo es de24,18%, un cuarto de la masa salarialse paga dos veces” (Clarín, 2012)23.

Consideraciones Finales

Así, como vimos a lo largo de esteartículo, el problema de la ausenciapor enfermedad emergió y se tematizóde manera intensa entre 1930 y 1955,en el marco de una serie de prácticas ydiscursos relativos a la salud de la po-

blación asalariada, la productividad,los sistemas de seguridad social, etc.,que lejos de estar inspirados por elneoliberalismo, portaban las huellasde racionalidades “sociales”, de refle-xiones y estrategias de orientación“corporativista”, “nacionalista”, “diri-gista” y “planificadora”24.

Si el problema de la ausencia por en-fermedad no es una invención de nues-tra época, tampoco es novedosa su aso-ciación con la cuestión económica de los“costos”. Ciertamente, para el neolibe-ralismo, cualquier acción, incluidasaquellas que pretenden regular el au-sentismo, debe satisfacer los requeri-mientos de la competitividad, debeatravesar el “filtro” de la eficiencia.

Sin embargo, como explicamos enel apartado 1, en la Argentina, los mé-dicos de fábrica se sirvieron de argu-mentos económicos para persuadir alos empleadores de la utilidad de suacción, mucho antes de que el vocabu-lario de competitividad y la eficiencia

(ligado al pensamiento neoliberal) es-tuviera disponible. Mientras en lasdécadas del ’50 y del ’60, Bazterricacompelía a los médicos del trabajo aincorporar, en sus reflexiones y prác-

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23 Como indicamos en la introducción, no se trata de una opinión aislada sino que se in-serta en una serie discursiva más general (véase al respecto La Nación, 2012a,2012b, 2010).

24 En este sentido, si entre 1930 y 1946 algunos de esos motivos se combinaron con for-mas liberales de pensamiento y acción, el régimen peronista se caracterizó por sueclecticismo: con la finalidad de lograr sus objetivos (soberanía económica, armoníaentre clases, etc.) movilizó las nociones de “nación” y de “patria”, así como diversoselementos neo-corporativos sin desatender los intereses capitalistas ni abandonarcompletamente el lenguaje liberal.

ticas, el “punto de vista económico”,en la actualidad tal perspectiva resul-ta insoslayable.

Por otra parte, así como desde ladécada del ’30, la cantidad de horas detrabajo perdidas por enfermedadconstituía, para los médicos de fábricael indicador más “objetivo” de la pro-ductividad de la industria, en la ac-tualidad, la SRT se inclina a utilizarel mismo dato para mensurar el im-pacto económico de los accidentes yenfermedades. Asimismo, para losmédicos del trabajo el ausentismo si-gue siendo tema de preocupación, “yaque en muchos casos es el único pará-metro objetivable del servicio médicosegún el criterio empresarial” (Rosita-no y Nieto, 1996: 227).

En conclusión: el hecho de que, enel presente, la ausencia por enferme-dad tenga una significación económi-ca, se explica en función tanto de da-tos “contemporáneos” como de otros“históricos”. Para volver inteligibletal tipo de racionalización es precisoreferirse, entonces, al interés neolibe-ral por la competitividad de la empre-sa, a la (larga) existencia, en el discur-so de la medicina del trabajo, de un vo-cabulario “económico” de motivos y,asimismo, al desarrollo de un procesode economización de la vida que ha en-contrado en la práctica y el discursomédico uno de sus intermediarios pri-vilegiados.

En fin, en este artículo mostramosque contra toda apariencia de contem-poraneidad, la ausencia al trabajo porenfermedad es una preocupación delarga duración asociada con la de undiscurso de economización de la vida y

con las estrategias que los saberes li-gados al trabajo y la producción des-plegaron frente a los capitalistas, elEstado y la opinión pública en gene-ral, para justificar su actuación en loslugares de trabajo. Asimismo, sostu-vimos que, a lo largo de la historia, ladiscusión sobre la ausencia por enfer-medad no está vinculada, solamente ala cuestión de su incidencia económi-ca, sino que constituye una suerte de“pretexto” para pensar la identidadobrera e intervenir sobre ella.

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