Vocación y palabra
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Vocación desde la Palabra.
Lemas de Jornadas de Oración por las vocaciones.
En la Vocación de Jeremías profeta.El primer elemento que aparece esla iniciativa divina. “Te conocí…, teconsagré…, te constituí…” LaVocación es un don, es lamanifestación gratuita de su amor.El punto de partida del procesovocacional es una experiencia deamor. Quien se experimenta amadoescucha un llamado personal que esdesde y para siempre. (Jeremías1,5ss)
Llama a la fe y a la vida a Abraham (Cf.Génesis 12, 1- 9. 22, 1- 29). Llama a Moiséspara que conduzca a su pueblo hacia latierra prometida (Cf. Ex 3, 2- 13. 14, 15- 31).Este llamado es significativo. Dios, que haescuchado el sufrimiento de su pueblo yviene a liberarlo, lo hace guía y conductordel pueblo.
Llama a que cada uno sea parte de un pueblo que lo tiene como Dios En todo el
AT., se descubre un Dios que forma y educa
progresivamente a su pueblo. Ese acompañamiento lleva al
crecimiento personal, a la identidad comunitaria, a ser pueblo elegido, pueblo santo (Cf. Dt 4, 20. 25, 5- 9. 27, 9-
11 y Lv 19, 2).
El pueblo camina hacia la promesa, hacia la tierra prometida. Hace un proceso de fidelidad. Este
camino es “a través del tiempo”. Se presenta, no como una idea, sino como una Persona que se deja encontrar en la historia. La pedagogía divina pone
el acento en el hecho de que la revelación se desarrolla de forma progresiva.
Jesús, Convoca a “estar con Él”
Cada llamado es personal. Sin embargo, el llamado es
intransferible y amoroso, conforma el grupo de los discípulos (Cf. Mc 3,
14). .
Llama desde la libertad, invitando
Dice: “si alguien quiere venir en pos de mi...” (Mt 16, 24)… “si
quieres ser perfecto…” (Cf. Mt 19, 16- 21). Sólo es libre quien ama. El
amor otorga libertad. Los discípulos, sabiéndose amados, son
libres.
Llama desde la escucha, preguntando
Es la experiencia de los primeros discípulos. “¿Qué buscan?” (Jn. 1, 45). La respuesta: ¿Maestro, dónde vives
No quiere una vinculación de siervos(Cf. Jn. 8, 33- 36), porque “el siervo no
conoce…” (Jn. 15, 15). El siervo no tiene entrada a la casa de su amo, menos a su vida. Quiere que su discípulo se vincule a
Él como amigo y hermano. Cada amigo ingresa a su vida. Lo escuchan y conocen
al Padre.
“Otra vocación especial, que ocupa un lugar de honor en la Iglesia, es la llamada a la vida consagrada. A ejemplo de María de Betania que «sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra» (Lc 10, 39), muchos hombres y mujeres se consagran a un seguimiento total y exclusivo de Cristo…«la contemplación de las cosas divinas y la unión asidua con Dios en la oración debe ser el primer y principal deber de todos los religiosos»”
“En el centro de toda comunidad cristianaestá la Eucaristía, fuente y culmen de lavida de la Iglesia. Quien se pone alservicio del Evangelio, si vive de laEucaristía, avanza en el amor a Dios y alprójimo y contribuye así a construir laIglesia como comunión.”
“Las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada sólo florecen en un terreno espiritualmente bien cultivado. De hecho, las comunidades cristianas que viven intensamente la
dimensión misionera del ministerio de la Iglesia nunca se cerrarán en sí mismas. La misión, como testimonio del amor
divino, resulta especialmente eficaz cuando se comparte «para que el mundo crea» (cf. Jn 17, 21).
“La existencia misma de los religiosos y de las religiosas habladel amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad alEvangelio y asumen con alegría sus criterios de juicio yconducta. Llegan a ser “signo de contradicción” para elmundo, cuya lógica está inspirada muchas veces por elmaterialismo, el egoísmo y el individualismo. Su fidelidad y lafuerza de su testimonio, porque se dejan conquistar por Diosrenunciando a sí mismos, sigue suscitando en el alma demuchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo…”
Emblemática respuesta humana, llena de confianza en la iniciativa de Dios, es el «Amén»
generoso y total de la Virgen de Nazaret, pronunciado con humilde y decidida adhesión a los designios del Altísimo, (cf. Lc 1, 38). Su «sí» inmediato le permitió convertirse en la Madre
de Dios, la Madre de nuestro Salvador.
“Aquel que es poderoso para hacer que
copiosamente abundemos más de lo que pedimos o
pensamos” (Ef. 3, 20).