VIVVIIVII III CONCURSO DE RELATOS CONCURSO DE RELATOS...

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VI VI VI VII CONCURSO DE RELATOS CONCURSO DE RELATOS CONCURSO DE RELATOS CONCURSO DE RELATOS BIBLIOTECA ESCOLAR BIBLIOTECA ESCOLAR BIBLIOTECA ESCOLAR BIBLIOTECA ESCOLAR P r e m i o d e l p ú b l i c o r e m i o d e l p ú b l i c o r e m i o d e l p ú b l i c o r e m i o d e l p ú b l i c o El nombre El nombre El nombre El nombre de las r de las r de las r de las r ocas ocas ocas ocas

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VIVIVIVIIIII CONCURSO DE RELATOS CONCURSO DE RELATOS CONCURSO DE RELATOS CONCURSO DE RELATOS

BIBLIOTECA ESCOLARBIBLIOTECA ESCOLARBIBLIOTECA ESCOLARBIBLIOTECA ESCOLAR

PPPP r e m i o d e l p ú b l i c or e m i o d e l p ú b l i c or e m i o d e l p ú b l i c or e m i o d e l p ú b l i c o

El nombre El nombre El nombre El nombre de las rde las rde las rde las rocasocasocasocas

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1º ESO1º ESO1º ESO1º ESO

GemaGemaGemaGema

En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre: una se llama Roberta, otra Clara, otra María… pero todas son chicas, porque la palabra “rocas” es femenina.

Te preguntarás cómo sabíamos los nombres de todas las rocas. Bien, lo que hace que una roca solo tenga un nombre, es que hay un elegido para cada una, y los demás, en cuanto una roca recibe un nombre, se dan cuenta como por arte de magia.

Ahora, querrás saber cómo descubres que eres el elegido, y de qué roca eres el elegido. Saber o no que eres el elegido, depende solo de tus sentimientos y tu forma de ser.

Si eres fuerte y duro, serás el elegido de una roca fuerte y dura; si eres débil y blando, serás el elegido de una roca débil y blanda.

Una de las cosas más extrañas es que tu roca y tú estáis muy unidas y, si tenéis que cambiar y que aprender, cambiaréis y aprenderéis juntos. Por ejemplo, si sois muy bordes, tu roca y tú, aprenderéis el uno del otro a ser más agradables gracias a vuestros sentimientos. Por eso estos son tan importantes.

En cuanto a saber cómo descubres que eres el elegido, es muy fácil:

Un día, notas algo raro, echas de menos algo, pero no sabes el qué. Intentas distraerte haciendo lo que más te gusta, pero no consigues nada, entonces sales a tomar el aire, y es cuando te encuentras con tu roca. Pero que sepas, que eso solo les pasa a las personas que nacieron en mi pueblo…

—Papá, ¿tú, cuando eras pequeño, tenías una roca?

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—Sí, cariño, tenía una, y la sigo teniendo. Se llama Gema, como la abuela... —el padre empezó a sollozar y, con un nudo en la garganta, siguió— …como la abuela, que murió cuando yo era pequeño.

El señor se enjugó las lágrimas y le explicó a su hija: —Pero tienes que saber que el nombre que le pongas a

tu roca, tiene que ser algo muy especial para ti… por eso puse el de la abuela.

—¿Y tu roca tenía algo especial? —¡Oh, hija! Mi roca era y sigue siendo la más especial

del mundo entero. Tenía… tenía como… como ojos, ojos que se iluminaban cada vez que nos veíamos, como los míos. Era de colores, ¡de muchos colores! Y parecía un asiento, un trono… era mi trono. Yo me sentaba en ella y ya no me sentía solo, era el rey más feliz del mundo. Y aunque el abuelo estaba, sin la abuela me seguía sintiendo solo.

—Oye, ¿y la puedo conocer? ¿La trajiste cuando viniste aquí?

—No, las rocas no se mueven, no te las puedes llevar en una maleta, las llevas en tu interior y nunca las olvidas.

—¡Jolín! Yo que la quería conocer… ¡qué pena! —Y la vas a conocer, porque este verano vamos a ir al

pueblo en el que yo nací y veremos a Gema, mi segunda madre.

Y después de haber metido las maletas en el coche, se

fueron, y en aquel otro pueblo no se volvió a saber de ellos.

MONEY HONEY

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¡Vaya día!¡Vaya día!¡Vaya día!¡Vaya día!

“En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre”. Ya sé que suena un poco raro, y no, no estoy loca. Ese es el principio del cuento que tengo que hacer como trabajo “extra” para el lunes, gracias a las palomas del parque que me encuentro al ir al instituto.

Hoy es sábado, el mejor día de la semana, y yo estoy en mi casa, haciendo el trabajo “extra”. Todo empezó el jueves.

Yo iba caminando tranquilamente hacia el instituto, atravesando el parque, cuando, de repente, una paloma y sus amigas me pasaron por encima dejándome una cagada en mi cabeza. Menos mal que llevaba el neceser de gimnasia en mi mochila y pude limpiarme y volverme a peinar.

El timbre ya había sonado y yo llegaba tarde unos cuantos minutos. Las rejas verdes ya se habían cerrado y tuve que dar toda la vuelta alrededor del instituto para entrar por la puerta principal. Cuando llegué, estaba cerrada y no tuve más remedio que dar golpes para que me abriesen. Un profesor que no conocía de nada, me abrió la puerta. Directamente me llevó a dirección. Como era la primera vez que entraba ahí, ya que voy a primero de ESO, me asusté un poco, pero cuando vi a un chico guapísimo sentado en una de las dos sillas que había, se me quitó el susto.

Él me preguntó qué hacía ahí y yo le dije que había llegado tarde unos minutos. La casualidad es que él también. Por la coincidencia, yo me alegré y él me sonrió.

El profesor que me abrió la puerta nos dijo a los dos que teníamos que hacer un trabajo juntos para el día siguiente, es

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decir, para el “viernes”. Entonces, ese fue el día más feliz de mi vida, porque, al parecer, los dos íbamos al polideportivo los jueves a la misma hora. Entonces, quedamos a las seis par ir a la biblioteca y a las siete ir juntos al polideportivo.

Lo bueno es que pasé mucho tiempo con él, ya que nunca habíamos hablado en toda nuestra vida; y lo malo es que ahora tengo que hacer un cuento con un principio muy raro.

Esta historia que os acabo de contar, no cambiará que el principio que me dio el profesor para este cuento me siga pareciendo raro, porque… ¿a quién no? “En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre”.

BALONCESTO 98

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Samanta y la brujaSamanta y la brujaSamanta y la brujaSamanta y la bruja

En el pueblo en el que yo nací las rocas tienen nombre. ¿Queréis saber por qué? Ahora mismo os lo cuento.

Hace mucho tiempo, en un pueblecito pequeño al norte de España, vivía una familia ni muy pobre ni muy rica, vivían felices y alegres y, sobre todo, contentos con lo que tenían, pero en ese mismo pueblo también había una malvada hechicera que cada tres años, bajaba de la montaña donde vivía y obligaba a los pobres campesinos a darles un niño y una niña. Luego se cuenta que los llevaba a la montaña y una vez allí les decía que eran libres, que volvieran a su pueblo, pero entre la montaña y el pueblo había un espeso bosque. Cuando los niños le recordaban el bosque, ella decía: “Os doy una semana para salir del bosque y volver al pueblo. Quien lo consiga será libre, pero el que no lo consiga, será mi siervo el resto de su vida”. Así la bruja escogía a los siervos más torpes, ya que para hacer los trabajos de la casa no hace falta ser listo. También los escogía porque, al ser inútiles y torpes, no pensaban planes para escapar y simplemente afrontaban la esclavitud llorando amargamente. Le daba igual que los dos supieran volver, siempre había uno que tenía más miedo que el otro y siempre era ese el que tardaba más tiempo en salir. Esa familia no sospechaba nada de lo que años después les iba a suceder.

Diego era un niño de trece años, alto, tenía el pelo corto y marrón, los ojos negros, casi al contrario que su hermana Samanta; ella tenía diez años, el pelo rubio y los ojos verdes y era bajita para su edad. Su hermano se pasaba el día con sus

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amigos, haciendo cualquier cosa: montar en bici, nadar en el lago, buscar grillos…Sin embargo, Samanta quedaba con sus amigas para limpiar la casa. Cada semana limpiaban la de una. Su hermano se burlaba de ella y le decía:

—Tú no sabes nada de diversión. Siempre limpiando la casa. Para eso, que te lleve la bruja de la montaña. Estaría contentísima contigo.

—No me podría llevar; volvería al pueblo por el bosque—contestó ella.

—¡Seguro! Anda, Sam, si tú no conoces más que el cubo, la fregona, la escoba y las casas de tus amigas —insistió Diego.

—Pues tú, como sigas así, vas a conocer a alguien muy especial—respondió ella.

—Ah, ¿sí? ¿A quién? —preguntó asombrado Diego. —¡A mamá enfadada! —aseguró Samanta. Diego, asustado por la ferocidad con la que su hermana

le había advertido de lo que iba a pasar, salió corriendo. Como si viviese de ello, Samanta siguió con lo que estaba haciendo con sus amigas. De repente, Alicia dijo:

—¡Vaya plasta de hermano! ¿No es muy difícil vivir con él?—preguntó.

—A veces sí y a veces no, según tenga el día—le explicó Samanta.

—Yo no sabría aguantar sus burlas, Sam —aseguró Carlota.

—Oye…Él te dijo que te tendría que llevar la bruja de la montaña, ¿no? —preguntó Laura.

—Sí, ¿y qué? —preguntó Samanta, mirando a Laura. —Oh, Laura, no me digas que se te acaba de ocurrir una

de tus ideas disparatadas —dijo María.

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Y, en efecto, cuando Laura ponía esa carita de niña traviesa y semicerraba los ojos, esa niña buena, pelirroja, con ojitos azules y pequitas en las mejillas, era un peligro, tenía unas ideas disparatadas, pero eficaces.

— Sí, chicas. Tengo una idea, ¡atentas! Estamos en mayo y la bruja viene en junio. Por lo tanto, tenemos un mes para idear un plan y obligar a la bruja a escoger como siervo a tu hermano Diego, en vez de a ti.

—Es un plan perfecto —exclamó María. De repente, llegó corriendo Sofía. —Hola, chicas. Esta es mi prima Ana —dijo señalando a

una chica alta, de pelo y ojos negros y una piel muy blanca. Iba vestida con una camiseta rosa con el dibujo de un conejito blanco en el centro y unos pantalones vaqueros más cortos de la rodilla.

—Hola, Ana. Yo soy Samanta y ellas son: Alicia —dijo mirando hacia una niña bajita de pelo castaño, ojos marrones y piel dorada—. Esta es Carlota —miró hacia otra, muy alta de pelo rizado, castaño, con ojos verde oscuro y una piel no muy blanca—. Esta es Laura —dijo refiriéndose a una niña de cara traviesa, pelirroja, con los ojos azules y pequitas en las mejillas—. Esta es María —señaló a una niña rubia de ojos azules y de estatura media—. Bueno, y esta es Sofía, pero ya la conoces —señaló a una niña alta con el pelo negro y ojos azules que iba vestida con una camiseta naranja con un arco iris en el centro y unos pantalones blancos por la rodilla.

A Sofía no le gustó el plan, pero siguieron con él igualmente.

Llegó junio y el día 8 vino la bruja y se paseó por el pueblo y siguió unas flechas en el suelo.

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—Esta casa está marcada. De aquí me llevaré a la niña —dijo señalando a Samanta— y de la casa de al lado, al niño. Me marcho. Adiós. Hasta dentro de tres años.

Samanta pataleó y gritó, pero la bruja no la soltó. En el caballo, a Samanta se le ocurrió ponerle nombres a las rocas, según sus formas o marcas, para luego poder escapar.

—Verdosa, Espigada, Marchita… Cuando llegaron al castillo, la bruja les dijo que

intentasen volver al pueblo, que les daba una semana. Samanta echó a correr y fue fijándose en las piedras y recordando sus nombres. Luego, cansada, se durmió y al día siguiente continuó con la caminata y llegó a un claro que le sonaba de haber pasado por allí al principio con la bruja. En efecto, estaba a dos horas del pueblo. Después de otra buena caminata, vio el pueblo a lo lejos. Olvidó su cansancio y echó a correr. Cuando llegó, todos se asombraron de verla allí y le preguntaron por el viaje. Ella les contó que había puesto nombre a las rocas para poder escapar.

Sofía le preguntó: —¿Has visto a mi hermano? ¿Fue contigo y con la bruja? —¿Cuánto llevo fuera? —preguntó Samanta. —Una semana —respondió María. —La bruja solo nos dio una semana para cruzar el

bosque —comentó Sam. —Oh, no —dijo Sofía. —No te preocupes, Sofi. Tu hermano tuvo mala suerte

—intentó consolarla Samanta. Después, el alcalde, en honor a Samanta, que había

vuelto para contarnos cómo era el castillo y explicarnos cómo escapar, dijo que todas las rocas de nuestro pueblo tendrían nombre.

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Y por eso en el pueblo en el que yo nací las rocas tienen nombre.

PARCHÍS

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No hay más misterio No hay más misterio No hay más misterio No hay más misterio

En el pueblo en el que yo nací, las piedras tienen nombre. Este no es un dato esencial y no tiene mucho que ver con la historia que os voy a contar, pero diciéndooslo pretendo que entendáis que es un sitio muy especial.

Desde hace años, bastantes, ocurren cosas muy extrañas. A las doce, justo a medianoche, se oyen tres gritos, seguidos. Después, paran y dan lugar a un llanto, que no cesa hasta que amanece. Cada noche, la voz es diferente. A veces de un niño, de una mujer. Otras, de un hombre. Dan realmente escalofríos. La verdad es que la gente ya está acostumbrada y toma este hecho como algo normal. Yo, que siempre me gustaron las historias policíacas, decidí que no me conformaría solo con eso. No pude cometer mayor error en mi vida, os lo aseguro. ¡Qué mala es la curiosidad!

29 de diciembre de 1921 Es de noche y hace mucho frío. Hay una gran tormenta

fuera, lo sé porque estoy mirando por la ventana; los ruidos, que se tendrían que escuchar, no se oyen, quedan ocultos por el sonido de unos sollozos. Otra vez, unos sollozos. ¡Estoy harto! ¡Estoy harto ya de que nadie se interese por los gemidos! ¡De que parezca que es algo completamente normal! ¿Es qué no se dan cuenta? ¿Están todos locos? Hoy, lo haré. Se acabó. Tiene que haber una explicación y necesito saber cuál es. Me acuerdo de todas esas veces que les pregunté a mis padres de

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dónde provenían esos ruidos, por qué esa muchacha estaba llorando, la razón de que nunca parara, de su tristeza. Recuerdo también sus caras serias, mirándose fijamente y haciendo como que no oían mis preguntas. Cojo mi cazadora y me la pongo, más decidido, si cabe, que antes. A continuación, meto las llaves en el bolsillo y salgo sigilosamente de casa. Lo descubriré. Y cuando lo haga, todos se darán cuenta del fallo que cometieron al no intentar averiguar nada antes que yo. Seré el gran héroe del pequeño lugar y por fin reinará el silencio por la noche. Con estos pensamientos me alejo de mi vivienda y llego hasta ese bosque que se encuentra cerca de una casa deshabitada. Varios cuentos populares me vienen a la cabeza en ese momento: Caperucita Roja, Hansel y Gretel, Blancanieves y los siete enanitos, Pedro y el lobo, Ali Babá y los cuarenta ladrones, Pulgarcito… En todos ellos aparece un bosque. Pienso en todo lo que le pasa a cada uno. No son cosas muy felices. Pero entonces, me doy cuenta: todos acaban bien. Vuelvo al presente. La situación es extraña. Un niño mojado de pies a cabeza, mirando hacia una casa de aspecto terrible, aunque viendo poco, ya que está todo oscuro. Debería estar temblando y sin embargo, sonríe. El llanto prosigue. Ahora más profundo. Doy un paso, otro, otro… Y poco a poco me voy acercando. Entro sin dificultad; la puerta está abierta. Nada más poner un pie dentro, siento que me congelo. Hace un frío espantoso. Un frío que jamás antes había sentido. Ahora ya no estoy tan seguro. Pero las ansias de ser reconocido me hacen seguir hacia delante. Hay jarrones rotos en el suelo, alfombras sucias, cuadros llenos de polvo que se debieron caer de la pared. Por las ventanas sin cristales entra la débil luz de la luna, dejándome ver un poco de lo que hay a mi alrededor. No me lo puedo creer, ya no se

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escucha nada. Veo que hay unas escaleras, en mal estado, justo delante de mí. Decido subir. Tal vez allí arriba encuentre algo. Llego. Esta parte es más pequeña que la de abajo. Habrá unas tres habitaciones. En medio, un enorme reloj, que ahora marca las 11:55. De repente, siento esa sensación. Esa sensación que todos hemos sentido alguna vez, cuando vamos por la calle. Esa sensación que hace que nos giremos, mirando a ver quién es el que nos sigue, porque notamos una presencia. Pues eso es lo que yo noté. Alguien estaba detrás de mí. El corazón se me acelera. Me pongo nervioso… ¿Qué hago? Se supone que tendría que girarme, pero estoy tan asustado que no soy capaz. Escucho una voz. Es suave e inocente. Parece que cobro fuerzas y....me doy la vuelta. Ahí está. Una niñita de, aproximadamente, cuatro años. Es bajita, como cualquier niña de su edad y muy blanca. Tiene los ojos llorosos, azules, y el pelo rubio y largo. ¿Así que era esa pequeña la que causaba todo esto? ¡Increíble! No, no puede ser. Esto lleva pasando desde hace demasiado tiempo… Estoy equivocado, seguro. Me agacho para estar a su altura y empiezo una conversación:

—Hola… ¿Cómo te llamas? —Paula —me contestó ella, muy bajito. —¿Paula, eh? ¿Y eres tú la que estaba llorando? —Sí. —¿Por qué? ¿Qué te pasa? ¿Es por tus padres? ¿Te has

perdido? —No… —¿Entonces? La muchachita se quedó mirándome fijamente y

entonces, su expresión cambió. Lentamente fue apareciendo en su cara una sonrisa. Una sonrisa que esta muy lejos de ser lo que debería ser. Era una sonrisa malvada.

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—Te buscaba a ti. Lo dijo segura, tranquila. No entendí nada, pero no tuve

tiempo a preguntar. Fue rápido. Puso sus ojos en blanco, abrió la boca; el frío provenía de ahí. Siento terror. Lo entiendo todo. Quiero escapar, pero no puedo .Instintivamente, grito. Grito todo lo fuerte que soy capaz. Una, dos, tres veces… No me deja seguir. Un segundo y mi cuerpo en el suelo, rodeado de sangre y los ojos ya vacíos, sin vida. Estaba muerto.

Todavía hoy, que ya ni soy nada, sigo sin poder creerlo.

Cómo la curiosidad me llego a matar…. Cómo engañan las apariencias.... Cómo hacemos lo que nos da la gana porque pensamos que solo nosotros tenemos razón…. Cómo el éxito me nubló la mente…. Ahora ya no puedo hacer absolutamente nada para remediar mi estúpido error.

LUMINOSA

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Las roLas roLas roLas rocascascascas

En el pueblo en el que yo nací las rocas tenían nombre. Eso se debía a que los habitantes de Yiega, que eran muy pocos, se aburrían y no tenían otra cosa que hacer. Bueno, ahora os cuento la historia, todo comenzó así…

Un día de septiembre, unos niños llamados Marta y Carlos, estaban en casa jugando al parchís mientras escuchaban música. Estaban tan aburridos que salieron de casa para ir al parque, pero había unos policías que no les dejaban pasar. No sabían por qué. Entonces decidieron preguntarles:

—¿Qué pasa en el parque? Ellos respondieron: —No lo sabemos. Nos han llamado diciéndonos que

había pasado algo anoche, y no entendimos lo que dijeron. Preguntamos otra vez qué había pasado, pero no respondieron y colgaron. Lo estamos investigando. Y como no se guardó el número, no sabemos quién llamó.

—¿Os podemos ayudar, aunque sea para averiguar cuál era el número que os llamó?—preguntaron los niños.

—No hace falta. Ya hemos pedido refuerzos. Gracias —respondió uno de los policías.

—Si necesitáis ayuda, nos podéis llamar, si queréis, vamos a estar en casa o en el río cercano a Yiega. Vamos a estar jugando —dijo Carlos.

—Vale. Entendido. Gracias. Hasta luego. —Hasta luego —dijeron Marta y Carlos. Y se fueron a casa.

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En casa, vieron que había unos botes de pintura encima de la mesa de la cocina con unos pinceles al lado y se les ocurrió una cosa… Cogieron los botes de pintura y los pinceles y se fueron corriendo al río.

Cuando llegaron, vieron que había una fila de rocas en la orilla. Y comenzaron a poner nombres sobre las rocas, como por ejemplo: María, Marta, Carlos, Miguel… Y así hasta poner un nombre en casi todas las rocas de la orilla del río.

Cuando se estaba haciendo de noche, se fueron a casa y se lo contaron todo a sus padres. Aunque les riñeron y les castigaron por pintar y coger los botes de pintura sin permiso, quedó bonito y fue una gran ayuda para el pueblo, ya que ganaron mucho dinero. Ahora os cuento por qué.

Pues porque, en verano, los turistas que iban a Yiega de vacaciones, se sacaban fotos cada uno con su nombre en la roca, y cuando volvían de las vacaciones, contaban a sus amigos y familiares lo bonito que es y siempre será. Luego, estos se iban de vacaciones allí, y se volvía a hacer la misma cadena. Entonces, el pueblo de Yiega se convirtió en el pueblo más turístico del mundo. Y, a propósito, que se me olvidaba, en el parque no pasó nada. Sólo había sido una broma de mal gusto que habría hecho alguien que se aburría.

GUSTAVO

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Los deseosLos deseosLos deseosLos deseos

En el pueblo en el que yo nací las rocas tienen nombre de persona; en realidad, son trocitos de los deseos de nuestros antepasados. Cada uno de ellos en su testamento escribía su deseo: a quién quería, a quién odiaba...Incluso se podía permitir escribir algo que quisiera que hicieran los demás. A su vez, cada deseo tenía tres normas estrictas, a saber: no se podía ser violento, ni perjudicial para los demás, ni estropear el medio ambiente . Pero todo esto cambió cuando un señor llamado Manuel Entrerríos pidió un deseo de distinto tipo; el deseo en cuestión era un coche para su hija. Tras esta astuta petición, muchos se aprovecharon y empezaron a pedir dinero, cosas ostentosas. Entonces llegó el caos al pueblo.

Con todo este lío la hija decidió poner en su testamento el siguiente deseo: “Quiero que vuelvan las primeras normas y que no se puedan cambiar más.” Al día siguiente, se tiró por la ladera del monte formado con los trocitos de piedras para que el deseo se cumpliese y así volvió la calma al pueblo, convirtiéndose en un lugar muy visitado por los turistas para ver las magníficas piedras, aunque ya quedan pocas porque casi todos se llevan alguna de recuerdo.

FROLIK

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El asesinoEl asesinoEl asesinoEl asesino

En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre, un nombre que nadie quiere recordar.

Esto se debe a que cuando yo era solo un niño de unos doce años, un sanguinario asesino todas las noches mataba a alguna persona inocente, su víctima favorita eran los niños. A causa de esta tragedia, el alcalde del pueblo impuso el toque de queda, que a nadie le gustaba, pero que todo el pueblo cumplía. Eso no consiguió detener al asesino, pero sí disminuir las muertes.

Un día unos amigos y yo estábamos jugando en el viejo muelle y se nos olvidó el toque de queda. Cuando nos dimos cuenta, pensamos que el asesino ya podría haber salido para matar a alguien. Se nos ocurrió escondernos en el faro para estar a salvo.

Allí vimos un montón de cadáveres y supimos que habíamos cometido el mayor error de nuestra corta vida. ¡Habíamos encontrado la guarida del asesino!

Queríamos correr, pero el miedo nos había paralizado. De repente, un ruido invadió el faro de arriba abajo. Rápidamente nos escondimos y vimos a un hombre alto y delgado con una máscara. Cuando se la quitó, vimos una cara fea y repugnante y de golpe pensé en mi vecino de enfrente. Era un hombre extraño que se fugó de la ciudad cuando la policía descubrió que era un general nazi.

Cuando aquel hombre se marchó, nosotros salimos del escondite y nos fuimos corriendo a nuestras casas, ya que nuestras familias debían estar preocupadas.

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Todos buscamos alguna excusa para explicar a nuestras familias la tardanza, os preguntaréis por qué no se lo contamos, pero, ¿os gustaría, siendo judíos como la mayoría del pueblo, que vuestras familias intentaran avisar a la policía, y el asesino se enterase y quisiera matar a toda vuestra familia?

Por esa razón los amigos nos reunimos en la biblioteca del pueblo; bueno, todos no: faltaba Marcos que se hacía el enfermo para no salir de casa. A ninguno de los demás nos pareció mal, él era muy pequeño, solo tenía nueve años.

Investigamos las vidas de las víctimas y todo encajó: los asesinados eran judíos; por tanto, el asesino era mi antiguo vecino, el señor Recio, que siempre estaba enfadado y era pescadero, o eso decía.

Por la tarde fuimos de pescadería en pescadería hasta encontrar una con un eslogan que decía: Mariscos Recio, el mar

al mejor precio. Así que entramos e interrogamos a un empleado. Nos

dijo que el dueño era mala persona, que pagaba muy poco, que les explotaba y que no les ayudaba, porque era alérgico al pescado.

Se nos ocurrió una gran idea: después de que el asesino saliera del faro, nosotros lo llenaríamos de pescado y marisco.

Llegó la noche. Nos escondimos detrás del faro. El asesino salió y se alejó. Entonces, rápidamente, entramos al faro y lo llenamos de pescado. Una vez finalizado el plan, salimos corriendo del faro, pero no fuimos lo bastante rápidos y vimos al asesino. Nos asustamos, pero Mark le lanzó una sardina a la boca y el señor se cayó al suelo desmayado. Salimos corriendo y atascamos la puerta con un tablón de madera.

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A la mañana siguiente, vinimos con la policía. Un agente abrió la puerta y vimos al señor Recio desmayado en el suelo y el agente le arrestó.

Fue condenado a muerte en las rocas del espigón y por eso las rocas de mi pueblo tienen nombre, LAS ROCAS DE RECIO.

A mis amigos y a mí nos dieron una medalla de honor y montamos una agencia de detectives. Pero eso es otra historia.

BUGS BUNNY

2º ESO2º ESO2º ESO2º ESO

La montaña de los recuerdosLa montaña de los recuerdosLa montaña de los recuerdosLa montaña de los recuerdos

En el pueblo en el que yo nací las rocas tienen nombre. Cuando nacía un niño, el día de su bautizo todos los invitados iban a la Montaña de los Recuerdos y elegían una roca. Los padrinos, con el niño o la niña en brazos, se sentaban en la roca y colocaban al bebé a su vera. Después, la madre les entregaba un recipiente con agua de la Fuente de los Deseos. Entonces mojaban la roca con esa agua y ponían unas gotitas en la frente y en el corazón del niño, con la ilusión de que se cumplieran los deseos de la fuente. El niño quedaba unido a la roca por el nombre. La madre hacía una señal en la roca que recordaba sus deseos. Por eso se llama La Montaña de los Recuerdos.

NENA

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Después de la tristeza llegarán las alegríasDespués de la tristeza llegarán las alegríasDespués de la tristeza llegarán las alegríasDespués de la tristeza llegarán las alegrías

—En el pueblo donde nací, todas las rocas tenían un nombre —me decía mientras miraba por la ventana de mi casa la hermosa ladera de la montaña, llena de rocas de un tamaño medio. Todas ellas estaban pintadas de… y con…

Cuando yo nací, mis padres me llevaron a una escuela, lejos del pueblo. Allí estuve internado, desde los cinco años, hasta los dieciocho. Después de acabar mis estudios, me fui al pueblo, en busca de mis padres. Pero cuando llegué me dijeron que habían muerto hacía cinco meses. Fue un golpe duro en la etapa de mi juventud, pero lo superé con la ayuda de algunos vecinos y amigos de mis padres. En el pueblo no había ni una escuela, y los niños se agrupaban en casas de personas que les podían enseñar a escribir y a hablar otras lenguas, además de la materna.

Unos de los mejores amigos de mis padres me contaron que ellos también enseñaban a los niños en su propia casa, ahora mía por herencia, y que eran unos de los mejores profesores de lengua castellana y literatura. En el mismo instante en el que pronunció esas palabras, me quedé pensando en un libro que me había leído hace mucho tiempo, titulado Fahrenheit 451, en el que se cuenta la historia de un bombero que tiene que quemar los libros de las personas que los tienen, para que estas no puedan pensar. No me gustaría que pasase eso, pero cuando era pequeño lo soñaba, y mi padre siempre me decía que me arrepentiría de mis palabras, cosa que en este momento hago. Sin control alguno de mis sentimientos me puse a llorar. Pero en ese momento me dije a mi mismo que

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tendría que terminar lo que mis padres dejaron a medias, y que no descansaría hasta que todos los niños del pueblo supieran leer y escribir. Entonces me puse a pensar en alguna idea que pudiera ayudar a los niños a aprender de una forma divertida, y de repente, me acordé de mi profesor de plástica, que me decía que el arte, cuanto más grande mejor. Ya estaba anocheciendo, así que decidí irme a dormir, y me acordé de mi madre que siempre me daba un beso de buenas noches y cuando apagaba la luz siempre decía “mañana será otro día mejor que el de ayer, pero peor que el de mañana”.

Al despertarme me puse mis botas de montaña y mi ropa de escalada, y observé la ladera de la montaña del pueblo. Tenía muchas piedras de un tamaño moderado, ni muy grande ni demasiado pequeño. Después de mi análisis, decidí ir a casa de otros profesores, y les comenté la idea que tenía para que los niños se familiarizaran de una forma divertida con la literatura. Mi idea consistía en que los niños debían ir pintando cada una de las rocas de la montaña, con las palabras del diccionario y con su significado, para que luego se realizara una senda, y poder caminar, mientras que se veían las palabras con su significado. Esta idea se llevó a cabo y los niños del pueblo aprendieron a leer y escribir perfectamente. Muchas personas vinieron a ver esta maravillosa obra de arte y así conseguir que sus hijos fuesen amigos de la literatura y de leer libros. En particular, a mí me emocionó que mi propuesta fuese realizada, porque significaba mucho para mí el poder homenajear a mis padres de esta manera, y además me conmovió el eslogan: “No te acostarás sin saber una cosa más”. Era una frase que tiene mucha historia dentro de mi familia.

Todo fue maravilloso y el pueblo siempre estuvo muy agradecido conmigo. Pero todo tiene su fin y, como una

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persona no puede ser inmortal, me llegó la hora. Y ahora te preguntarás: ¿Quién escribió mis memorias?

TRILOGÍA

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El mejor cumpleañosEl mejor cumpleañosEl mejor cumpleañosEl mejor cumpleaños

En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre. Así empezaba la redacción de mi amiga, pero ese día yo solo pensaba en que era mi cumpleaños.

Estaba tan absorta en mis pensamientos que cuando mi profesor de lengua me pidió que leyera mi redacción, di un salto en la silla.

—Por favor, Carmen; compórtate y léenos tu redacción. —Sí, ahora mismo. Yo no tenía ninguna gana de leer mi redacción, pero

empecé. —Muy bien, pero la próxima vez estate más atenta en

clase —me dijo el profesor, una vez había acabado. —Sí, lo estaré. Cuando sonó el timbre, salí de clase más rápido que

nunca. Por fin era libre el día de mi cumpleaños, de mi decimotercer cumpleaños. Tenía organizado el día, haría rápido los deberes y me relajaría el resto de la tarde.

Una vez acabados los deberes, fui al trastero y me encontré un libro un tanto extraño que hablaba de hadas y otros seres fantásticos. Se cerró de repente y apareció un hada diminuta con un corto vestido blanco con matices azul cielo. De repente, el hada comenzó a hablarme y, después de una pequeña presentación, le expliqué que era mi cumpleaños. Ella me obsequió llevándome a conocer el mundo mágico del libro. Vimos todo tipo de seres fantásticos, desde sirenas hasta dragones, y cuando salimos del libro era ya la hora de la cena y mi madre llevaba tiempo buscándome por la casa, así que me

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despedí del hada, pero decidimos vernos cada año el día de mi cumpleaños.

Durante la cena le conté a mi madre la historia, pero no me creyó, por lo que yo empecé a dudar si había pasado de verdad. Pero al año siguiente el hada volvió, y ocurrió así hasta hoy, día de mi ochenta y tres cumpleaños.

ARIADNE

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Las guardLas guardLas guardLas guardianas del bosqueianas del bosqueianas del bosqueianas del bosque

En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre; así era como empezaba la historia que nos contaba mi abuela los largos y oscuros días de invierno, acompañada con una taza de chocolate y al calor de la chimenea .El origen de aquella historia se remontaba a años atrás, cuando por las fiestas del pueblo todas las mujeres solteras tenían que buscar la piedra con la forma más bonita y un color especial que solo se encontraba en la fuente de las hadas. Esta fuente se encontraba en una cueva en el bosque, remota y escondida.

Las mujeres después de caminar por el bosque llegaron a la fuente. Estaba oscuro y tenebroso, había un pequeño haz de luz que entraba por una rendija en la roca .De repente, una de las mujeres se adentró en la cueva hasta llegar a la sala de los doce caños. Entonces un polvo de oro iluminó la habitación y aparecieron las doce guardianas del bosque. Estas le entregaron la piedra para que pudiera regresar al pueblo y casarse .La muchacha elegida era mi abuela. Ella estaba contenta e ilusionada de poder casarse con el hombre que hoy es mi abuelo. La historia finalizaba cuando ellas llegaban al pueblo y el artesano le grababa su nombre para guardarlo con las demás en la cueva. Todas las piedras tenían grabado el nombre de la mujer elegida. Pasaron muchos años, tantos que hoy estamos todos sus nietos escuchando la fantástica y apasionante historia de mi abuela y estoy segura que esta pasará de generación en generación y que mis nietos y los nietos de mis primos la conocerán y les encantará.

LAVANDA

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Los secretos de mi playaLos secretos de mi playaLos secretos de mi playaLos secretos de mi playa

En el pueblo donde nací las rocas tienen nombre propio y secretos. Cada una de ellas narra la historia de una persona. Una de ellas, ya la conocéis, se trata de Alicia, que se perdió en el mar, buscando a su niño gaitero. Cerca está Estrella, una niña que quería ser guapa a toda costa, y no le importaba la forma de conseguirlo, pero no se daba cuenta que la belleza no está por fuera sino por dentro. Esta, David, tiene tantas inseguridades y tantos complejos que se pasa el día burlándose de los más débiles, pero en el fondo, sabe que el más débil es él. Susana y Geli, siempre haciendo cosas a escondidas de sus padres. ¡Ay! Si ellos lo supieran… Lo hacen para que todos las veamos más mayores y más interesantes. Vicente, que se pasa el día buscando el amor y no se entera de que está a su lado, llorando su larga espera: ¡pobre Lorena, que tanto suspira por su Vicente! Su corazón es tan puro… ¡Qué pena que él no se dé cuenta! Aunque si se tomara el tiempo necesario… La belleza interior siempre acaba por verse en el brillo de una mirada. Hay tantas y tantas historias como rocas en la playa de mi pueblo. Un día cualquiera, cuando amanezca un sol radiante, tomaos el tiempo de ir ahí, sentaos en la arena, cerrad los ojos y dejad volar vuestros pensamientos hacia cada una de esas rocas, ganaréis imaginación y además os pondréis morenos. ¡Vuelen ustedes, pues!

DANI SORA

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El yacimientoEl yacimientoEl yacimientoEl yacimiento

“En el pueblo que yo nací las rocas se llaman: cuarcitas, conglomerados y areniscas”: Esto era parte de mi trabajo de Naturales, que me hizo pensar en lo interesante que puede ser la geología y la arqueología.

Un día, paseando por un desfiladero, me fijé en algo que me llamó la atención: en el suelo había un extraño relieve que semejaba a unas huellas de medio metro de ancho.

Nada más verlo fui corriendo a mi casa a contárselo a mis padres, que no se lo creyeron demasiado.

Como tanto insistía, vinieron a verlo conmigo y quedaron boquiabiertos porque nunca habían visto cosa semejante.

Al día siguiente llamamos a expertos de la facultad de geología y arqueología.

Durante las siguientes semanas montaron un campamento de investigación y descubrieron un importante yacimiento de la época del Jurásico.

Desde entonces, siempre que veo rocas me pregunto cuál será su historia.

JUAN PEDRO

4º ESO4º ESO4º ESO4º ESO

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En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre. Era un pueblo que se encontraba en la orilla de un río, cuyas aguas parecían tener vida propia. Su clima era realmente extremo, pasabas de un verano abrasador a un invierno frío, en el que la aldea se vestía de blanco y en el que el fuerte viento se me antojaba un angustioso sollozo. Pese a esto, se notaba cierto calor humano característico de los pueblos en los que todos se conocen. Recuerdo con ternura aquellos días de verano en los que salía a jugar y a bañarme al río Miño y regresaba exhausto a casa, o aquellas interminables tardes de invierno sentado ante la chimenea del hogar. Todo era paz y sosiego, hasta que cometí uno de los mayores errores de mi vida (por no decir el mayor): abandonar aquel pueblo.

Todavía no sé qué me impulsó a cometer tal estupidez, pero siempre lo he atribuido al anhelo de independencia que sufría en aquellos tiempos. Deseaba tanto poder vivir mi vida, que no me di cuenta de la insensatez que estaba a punto de cometer. Había oído hablar de las incontables maravillas existentes en la ciudad y de sus innumerables avances tecnológicos, a los que la gente de la ciudad ya está acostumbrada, pero a la gente como yo, nos parecían salidos de películas de ciencia ficción. No había más que hablar, desde aquel instante en adelante empezaría mi nueva vida en la gran ciudad.

En el día de mi partida, tan solo pasaban por mi mente preguntas sobre mi futuro, tales como qué genialidades iba a encontrar en la enorme ciudad, cómo iba a ser mi nuevo

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hogar o de qué manera iba a ganarme la vida. A causa de esto, no me paré a contemplar por última vez el fastuoso paisaje que iba a dejar atrás.

No voy a relatar todos aquellos detalles y acontecimientos que transcurrieron en los tres primeros meses, pero sí diré que mi moral se iba minando poco a poco. No era para nada lo que me esperaba: la delincuencia en las calles, todas aquellas personas mendigando y sin un techo donde cobijarse, la vida tan ocupada y ajetreada que tenía…

Esto me causaba gran malestar y, transcurrido un año, me sentía realmente mal y deseaba salir de allí con todas mis ganas y volver a aquel pueblo que me vio nacer. Y ahora miro a través de la ventana observando la bulliciosa metrópolis y recuento mentalmente los días que me quedan para volver de nuevo a mi inmemorial pueblo.

BALDOMERO SÁNCHEZ QUINTERO

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Las rocas de mi puebloLas rocas de mi puebloLas rocas de mi puebloLas rocas de mi pueblo

En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre. Y es natural, porque son rocas especiales. A simple vista no tienen nada de singular, pero, a poco que uno conozca su historia, se dará cuenta de que las apariencias engañan.

Todo se remonta a los años en que san Afrodisio de Trípoli (que se hizo famoso por enseñar el canto gregoriano a las ballenas francas, que desde entonces eran confundidas con sirenas por los navegantes portugueses) vino a estas tierras a predicar el evangelio. En aquella época teníamos rocas normales; pero, siguiendo el proceder habitual entre los de su profesión, el buen santo decidió obrar un milagro, y no tuvo otra ocurrencia que tornar las piedras en palomas. Las aves echaron a volar y quedamos sin rocas.

Anduvimos así unos cuantos siglos, hasta los tiempos de don Arturo Pendragón y sus caballeros de la Tabla Redonda. Cuando, después de formidables combates, expulsó a los sajones de Inglaterra, el sin par monarca decidió limpiar Bretaña de dragones, que, ante la feroz persecución, tuvieron que abandonar su apacible vida y emigrar hacia Catay, donde eran venerados y agasajados por la familia imperial, que se servía de ellos para ahuyentar de su reino a las hordas tártaras. Y he aquí que la providencia quiso que una de estas bandadas de dragones, probablemente procedente de Gales, pasara sobre nuestro pueblo una fría tarde de marzo, justo tres horas después de haberse almorzado con un rebaño de cabras cerca de Aviñón. Y, siendo los dragones unas bestias sumamente regulares, comenzaron a aliviarse nada más dieron las cinco en

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el reloj de la iglesia. Y resultaron ser las heces tan grandes y pesadas que, por más que lo intentamos, no conseguimos moverlas del sitio, de forma que quedaron allí hasta solidificarse. Y ahí siguen todavía. Cosas del destino: el cielo nos quitaba las rocas y el cielo nos las devolvía.

Pero la historia no acaba aquí. Sucedió que, por caprichos del azar, algunas de las deposiciones fueron a caer dentro del lago, y dado que, como es bien sabido, los excrementos de dragón poseen un alto contenido en azufre, pronto nos vimos convertidos en un lujoso balneario, al que acudían de todos los rincones del orbe por sus famosas aguas sulfuradas. Por nuestro Grand Hotel pasó la flor y nata de la buena sociedad de la época: el arzobispo de Constantinopla y todos sus constantinopolitanitos, el emperador del Mali y sus quinientos elefantes blancos (a los que un sirviente limpiaba los colmillos dos veces al día con dentífrico fluorado), el califa de Bagdad y sus trescientas setenta y cinco mujeres con sus trescientos setenta y cinco eunucos, el rey de los nibelungos y la princesa de Ruritania.

Así, aconteció que, cierto día, siguiendo el consejo de un cuñado suyo que había sanado aquí de un grave problema de aerofagia, se acercó a tomar las aguas un gigante irlandés aquejado de severas dolencias renales. Y a pesar de que, debido a su enorme tamaño (podía cruzar de un salto el Mar de Irlanda), solamente pudo introducir el dedo gordo de su pie izquierdo, era tal el poder curativo de nuestras aguas que, aquella misma tarde, expulsaba el gigante cinco piedras. Esto nos habría supuesto una excelente publicidad, pero, lamentablemente, nuestro lago quedó totalmente vacío después del baño, y tuvimos que cerrar el balneario. A cambio,

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nos quedamos con cinco peñascos de tres metros de altura cada uno.

No hace mucho, pasó por aquí un científico americano, y dijo que los cálculos tenían todo el aspecto de ser monumentos megalíticos levantados por alguna civilización extraterrestre. Poco después, vinieron más científicos, que confirmaron la hipótesis del primero. Y así fue como, hoy en día, somos uno de los enclaves más visitados por los buscadores de ovnis.

Pero no se dejen engañar por la ciencia, el nombre de nuestras rocas respalda mi versión: los Cálculos del Gigante y las Cagadas del Dragón.

AURELIO PÉREZ

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BACHILLERATOBACHILLERATOBACHILLERATOBACHILLERATO

La Mina de los RecuerdosLa Mina de los RecuerdosLa Mina de los RecuerdosLa Mina de los Recuerdos

En el pueblo en el que yo nací, las rocas tienen nombre... el nombre de aquellos que han ido guardando sus recuerdos y vivencias en ellas.

En el pueblo en el que yo nací la vida siempre ha estado ligada a las rocas. Esas que durante siglos han ocultado las verdades y mentiras de sus dueños.

En el pueblo en que yo nací todos guardábamos nuestros recuerdos en la mina.

Si ahora estás leyendo esta carta, que habrá caído en tus manos por mero azar, querrá decir que ya sabrás cómo me llamo: Pedro Asenjo, y que te encuentras delante de la roca de mi recuerdos.

Este lugar en el que ahora te encuentras se ha llamado durante siglos “La mina de los recuerdos”. Es el lugar en el que los habitantes de la villa preservaban sus memorias con el fin de no caer en el olvido. ¿Quién no quiere que su nombre sea recordado? Todo el mundo aspira a lograr algo que le haga merecedor de ese reconocimiento y poder así formar parte de la historia. Todo el mundo aspira a crear su propia “Teoría de la relatividad”, al igual que Einstein, por eso en mi pueblo se permitía que todo el mundo tuviera esa oportunidad.

En mi caso no me creo merecedor de ese premio, no creo que haya hecho algo importante en mi vida, aunque mi padre siempre me decía que era un niño especial. Por ese motivo no voy a contar la historia de mi vida, sino la historia de mi pueblo, su mina y sus gentes.

Recuerdo aquel pueblo como si fuera hoy, aunque ya han pasado cuarenta años desde mi partida. Recuerdo sus calles empedradas, sus casas con ventanales de madera, su único bar, regentado por Juana, y su centenar de habitantes; pero de lo que más me acuerdo es de la mina.

Todos en el pueblo nacíamos sabiendo qué era, dónde estaba, quién y cuándo la construyó y para qué servía. Recuerdo a mi maestro, el señor D. Manuel, contándonos la historia cuando yo tenía ocho años. Por aquel entonces estaba entusiasmado con la idea de guardar algo mío para que otros lo vieran, aunque no tenía muy claro para qué. Mis amigos también lo estaban: Juan decía que metería un balón porque llegaría a ser un conocido futbolista y Magdalena decía que guardaría su muñeca favorita.

La mina se construyó en mi pueblo siglos antes de que yo naciera. La idea surgió de D. Felipe Mora, el único ingeniero que ha habido en mi pueblo. Según cuenta la leyenda, era un personaje muy peculiar y su mayor afán en la vida era que su nombre llegara a estar en los libros de historia; pero como sabía que con su ingenio no llegaría a realizar una obra destacable, decidió buscar otra manera de lograrlo.

Pasó muchos años encerrado en su casa, los vecinos llegaban a decir incluso que se había vuelto loco, hasta que un día salió gritando y con unos planos en la mano. Ese día expuso su idea a los habitantes del pueblo, quienes lo tomaron por un loco; pero el hombre no cesó en su empeño por construirlo y pasó una semana, noche y día, marcando con palos la ubicación del proyecto y empezando a cavar. Los habitantes, en un acto de solidaridad e interés a la vez, decidieron ayudarlo, ya que todos querían ver su nombre grabado. La obra tardó en concluirse cinco años.

El día de la inauguración, el ingeniero fue el primero en

grabar su nombre en la roca, en la que rezaba lo siguiente: “Felipe Mora, ingeniero y creador de La Mina de los Recuerdos”. A lo largo de toda la construcción había cientos de galerías, pasillos, y celdas, en las que cada uno podía guardar todo lo que quisiera.

El ingeniero colocó los planos de la mina en su celda, y cuentan que dejó una carta que desapareció años después. Su roca estaba en la galería 1, pasillo 1 y celda 1.

A partir de ese día, todos los habitantes de mi pueblo han ido dejando sus recuerdos en ellas. Recuerdos de su infancia y juventud plasmados en cartas, juguetes u otros objetos de valor. En la mina se pueden encontrar objetos tan peculiares como el reloj de cuco de mi padre, siempre ha sido un apasionado de los relojes; el delantal de mi madre, que era una de las prendas que más había utilizado en su vida; el pintalabios de mi tía, que ella consideraba su arma de soltera...

Para mí ese día llegó a los setenta años, el día que regresé a mi pueblo tras cuarenta años de ausencia. Decidí que antes de irme era la hora de dejar mi nombre en la historia como había hecho aquel hombre siglos atrás. Sabía que tendría que pensar muy bien qué recuerdos llevar y llegué a la conclusión de escribir una carta con un significado especial para mí y que aportara algo a los que la leyeran.

El día de mi partida a la mina me levanté muy temprano y caminé con mi caja de recuerdos hasta mi destino. Llegué a la puerta de madera y me dirigí al montacargas; cuando la puerta se abrió, pude ver las palabras que había dejado para nosotros el ingeniero grabadas en la roca:“ Esta es la mina de los recuerdos, cualquier persona que quiera que su nombre

pase a la historia puede grabarlo aquí. La única condición es que sólo se puede entrar una vez en la vida, así que piensa muy bien qué quieres dejar para que te recuerden”.

Me dirigí a mi celda (desde el momento en el que nacemos se nos asigna una), la mía era la galería 786, pasillo 4, celda 527; en la cual supongo que estás ahora. No esperes encontrar en la caja que hay junto a la carta nada de valor, son simplemente unas fotos de mi pueblo y de la mina.

Si tú también quieres dejar tu nombre en una roca, creo que esta es tu oportunidad, no todos los días se encuentran “Minas de los Recuerdos”. Busca una celda libre y piensa bien qué vas a dejar en ella.

Para terminar te pediré un favor, deja la carta donde estaba para que otro la encuentre y pueda conocer la historia de mi pueblo como tú. Porque mi pueblo es un lugar especial, un lugar donde la gente se siente especial, el pueblo en el que yo nací y las rocas tienen nombre.

NEBRASKA

Reloj de arenaReloj de arenaReloj de arenaReloj de arena

En el pueblo en el que yo nací las rocas tienen nombre, gozan de cuerpo, boca, ojos, extremidades superiores e inferiores, inclusive apellidos. Tienen mi nombre, mi boca, mis ojos, mis extremidades y mis apellidos concretamente, porque cada minúsculo, insignificante y microscópico tramo de esa villa soy yo, porque yo soy el resultado de mis sentimientos y recuerdos, y todo lo que siento y guardo en el disco duro de mi cráneo se encuentra allí. Pero eso es todo lo que poseo, recuerdos, una vida de soñar y vislumbrar ligeramente mi pasado como si se tratase de flashbacks de baja definición, y nada más. Apenas sé qué hora es, ni qué día, a decir verdad, desconozco completamente en qué mes, estación o año nos encontramos. Los días cada vez son más similares y mi sentido de la orientación y mi cordura se oxidan e incluso se evaporan con el paso del tiempo. La arena dejó de caer sobre la base del reloj hace ya mucho, y el tiempo desistió de correr y ahora yace inmóvil, como en estado vegetativo, ya solo queda esperar que la fortuna me regale un reloj nuevo.

Hay situaciones que requieren ser vividas para comprenderse, o poder aportar o conseguir que se conciba un mínimo resquicio de empatía. Por ese mismo motivo es tan difícil de explicar mi situación. Comenzaré desde el punto de vista de mis exteroceptores, es decir, de mis sentidos, que, pese a su desgaste, siguen siéndome relativamente fieles:

Casi todo lo que toco es áspero, el suelo, la pared y los barrotes, duros como piedras y asfalto. Pero allí donde alcanzan mis manos, si me extiendo hasta apreciar cómo arde

mi piel, puedo rozar algo que posee un tacto similar al que sienten las yemas de los dedos acariciando arena, la unión de minúsculas piedrecillas juntas. Lo que me hace recordar y sentir nostalgia. Pero, pese a que me duela y no retenga el llanto, necesito sentirla, ya que recordar es el único motivo por el que sigo cuerdo. Estoy recuperando el olfato y el gusto, y ya ha cesado de sangrarme la nariz, supongo que os podéis imaginar que después de semanas, meses, quizá años aquí dentro, como estos dos sentidos se han adaptado al medio y ya no provocan la repulsión que me hacían sentir en mis primeros días de estancia en este, mi averno particular. Aún sigo escuchando conversaciones que me enloquecen, más cuanto más sale y se aleja el sol, retorcidos comentarios sobre mi futuro, y también mi fin. Ya he decidido ser sordo, oír, pero no escuchar. Conseguir que las palabras solo fuesen palabras y sonidos sin significados, como el aullido de un lobo o el ladrido de un can. Y finalizando esta descripción os diré que podría narrar meticulosamente aquello que veo, pese al lamentable estado de mi ojo izquierdo, y la necesidad de lentes para optimizar la visión del otro. Pero no pienso extenderme, haré de una posible extensión kilométrica, unas breves oraciones, del Ciprés de Tule un pequeño bonsái. Habito un zulo rectangular con tres paredes y unas rejas, por las que me aportan los pocos alimentos que ingiero, al fondo puedo ver una puerta de metal con las manillas oxidadas. Lo que pueda encontrar más allá está reservado al albedrío de mi imaginación. Creo que si salgo vivo de esta no volveré a pisar Colombia, pero, por el contrario estoy prácticamente seguro de que nunca saldré de sus fronteras.

El hombre encapuchado como cada día, o al menos como cada vez que comienza a alumbrarse mi jaula gracias a

una pequeña grieta en el techo, viene a traerme comida. Es curioso el síndrome de Estocolmo, ya que este hombre me aporta el pan y desiste de gritarme, he dejado de sentir odio por él, e incluso siento aprecio, ya que me alimenta. Es el pequeño instante de felicidad del día, quizá maíz, pescado, o un trozo de tortilla si acompaña la diosa fortuna. La verdad es que siento alegría cuando como, pero supongo que es un síntoma más de mi cercano enloquecimiento.

Es extraño, pero no lleva comida encima, la verdad es que hoy es un día poco frecuente y no me quito de la cabeza los gritos que escuché hace apenas un rato. Está sacando un manojo de llaves del bolsillo y abre la puerta de mi celda, ¡no me lo puedo creer! Ahora grita, pero no le comprendo, ¡corre, corre! creo que dice después de soltar la cadena que amarraba mi pierna. Pero cómo voy a correr si hace días que dejé de levantarme, no sé si responderán mis piernas. El hombre encapuchado me levanta, es corpulento, pero no me sostiene en sus brazos, sencillamente me eleva para que yo prosiga el rumbo. Me sostengo de pie, inmóvil, pero este me empuja, me dice que tengo poco tiempo. Me caigo. Me rendí hace mucho, pero ahora tengo la ocasión de huir, este hombre me está ofreciendo un reloj de arena nuevo y lo rechazo, ¿es que acaso me he vuelto loco? Hago un esfuerzo inhumano y corro como puedo a su lado, aunque me temo que mis piernas ya no son lo que eran y, para colmo, mi pelo ha crecido tanto que entorpece la visión de mi ojo bueno. Está abriendo una puerta. Me arden los ojos, y me recorre una cefalea horrible por el cráneo, duele tanto que no aguanto y me derrumbo en el suelo. Una luz fogosa me cubre y me dejo llevar, alguien me alza y carga conmigo. Creo que es el hombre de la capucha. Ahora me posa cuidadosamente. Algo me dijo su voz con

notable acento suramericano, quizá “suerte, nos vemos en otra vida”, o “suerte, cuida tu vida”, o puede que “suerte, te veré en otra vida”. No puedo afirmar nada claro. Me duele tanto la cabeza que puedo percibir como poco a poco esta se desmaya y todo se nubla, noto cómo la hierba roza mi cuerpo, es tan cálida. Alguien habla, un gran gentío habla, pero no aguanto más tiempo lúcido…

Han pasado días y aún estoy aturdido. Desperté en un

hospital de Bogotá, y allí alguien intentó explicarme mi situación y los motivos de mi secuestro, pero no presté mucha atención, no quiero forzar mis sentidos, ya que forzarlos me hace daño, y además, poco me importan los motivos que tuvieran para enjaularme. Quizá tráfico, política, terrorismo, creí entender que estaba relacionado con las FARC, pero la verdad es que me es indiferente, y sé que no soy el único caso, ni mucho menos, tan solo deseo ver a mi familia y descansar.

Estoy en un automóvil en dirección al aeropuerto. Siete meses aproximadamente en ese zulo, pues el periódico señala octubre de 2010. Aunque sin dudarlo habría jurado llevar años encerrado, cientos de años, una eternidad. Lo que al principio eran unas merecidas vacaciones por Colombia se han convertido en la experiencia más traumática que he sufrido en mis cuarenta años de vida, el puente más largo y el recorrido más tormentoso que cruzaré en vida, o al menos eso espero. Es tan curioso y tan chocante, hoy mi perspectiva del mundo es diferente y extraña. Vuelvo a casa, al lugar donde guardé mis sentimientos y recuerdos, pero pese a ello sé que no volveré a ser el mismo. En el sentido más espléndido de esta expresión, pues aunque nadie se lo crea, puedo afirmar algo de lo que estoy plenamente seguro, me siento más feliz y vivo de lo que

me había sentido nunca, del infierno al cielo en tan solo unos pasos, ahora aprecio cada segundo y cada minucia que poseo por insignificante que sea, soy dueño de cada segundo, o al menos me siento como tal. El reloj vuelve a soltar arena delicadamente, y eso me hace sentirme en casa, he vuelto a nacer.

IGNIS