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VISIÓN ÍNTEGRA DE AMÉRICA Alberto Prieto

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VISIÓN ÍNTEGRA

DE AMÉRICAAlberto Prieto

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Una publicación del Centro de Estudios Latinoamericanos “Manuel Galich” de la Escuela de Ciencia de Política de la USAC (CELAT-USAC) y de la Cátedra “Manuel Galich” de la Universidad de La Habana (ULH).

Primera edición: Guatemala: CELAT-USAC/ULH, 2016.

ISBN

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VISIÓN ÍNTEGRA DE AMÉRICA

ÍNDICE ....................................................................................................3

PRÓLOGO ..............................................................................................7

INTRODUCCIÓN .................................................................................9

CAPÍTULO I: América Latina Originaria .......................................11

1) Corrientes inmigratorias Iniciales ...........................................112) Sociedades Clasistas Aborígenes ............................................173) Conquista Europea de América ..............................................52

CAPÍTULO II: América Latina Colonizada ....................................93

1) Feudalismo Colonialista e Implantación del Absolutismo ......932) Plantaciones Criollas Vs. Palenques y Quilombos .............1143) Colonialismo Inglés y Francés en el Caribe ........................135

CAPÍTULO III: Crisis del Colonialismo en América .................149

1) Reformas Metropolitanas al Sistema Colonial ....................1492) Conspiraciones, Motines, Alzamientos y Rebeliones ........1603) Pugnas Coloniales y Conlictos Bélicos en Norteamérica ......190

CAPÍTULO IV: Inicios del Movimiento Liberador Latinoamericano .................................................................................203

1) Precoz Emancipación Haitiana .............................................2032) Dominio Napoleónico sobre las Metrópolis Ibéricas .........210 3) Frustraciones Republicanas Norandinas .............................2164) Fraccionamiento Rioplatense ................................................2335) Fracasos Populares en México y Centroamérica ................248

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CAPÍTULO V: La Avalancha Independentista .............................257

1) Imperio Esclavista en Brasil ...................................................2572) Separatismo Conservador en México y Centroamérica ....2633) Gesta Liberadora de San Martín ...........................................2694) Coalición Revolucionaria Bolivariana ..................................2805) Involución Conservadora en Países Emancipados ............302

CAPÍTULO VI: Contradicciones en el Surgimiento de los Estados Nacionales ............................................................................307

1) Proteccionismo Vs. Librecambio y Federales Vs. Unitarios ...3072) Conservadores Vs. Liberales: Trascendencia Revolucionaria

de Juárez ...................................................................................324 3) República Artesana en Colombia y Guerras de

Independencia en Cuba..........................................................3454) Diferencias entre Positivistas: los gobiernos de México y

Brasil .........................................................................................361 5) Penetración Extranjera y Reformismo de la Burguesía

Nacional ....................................................................................3676) De la Independencia a la Guerra de Secesión: Estados

Unidos .......................................................................................382

CAPÍTULO VII: Concepciones Revolucionarias y Nacionalismo Burgués ................................................................................................393

1) La Revolución Mexicana: Etapas y Tendencias ..................3932) De la Primera a la Segunda Guerra Mundial: Importancia

de Roosvelt ...............................................................................3973) Criterios socialistas sobre la toma del Poder.......................407 4) Sandinismo y Tenentismo ......................................................422 5) Capitalismo de Estado y Populismo: Vargas, Cardenas,

Perón .........................................................................................4336) Frustrados Procesos Democrático-burgueses .....................450

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CAPÍTULO VIII: La Revolución Cubana y su Inlujo ......................477

1) Fidel Castro: Su fragua y participación en la historia ........4772) Eclosión guerrillera latinoamericana: La epopeya del Ché ....4813) La Riposta del Imperialismo: Alianza para el Progreso y

represión ...................................................................................5174) Del Fascismo Militar a la Guerra de las Malvinas ..............5265) Estados Unidos: De la Guerra Fría a su debacle en Viet

Nam ........................................................................................ 536

CAPÍTULO IX: Segundo Período de Ascenso Revolucionario .... 547

1) El triunfo Sandinista en Nicaragua ......................................5472) El Salvador: De la lucha armada a los Acuerdos de Paz ...5543) Fraccionamiento social, Guerrillas y desmovilización en

Guatemala ................................................................................5654) Del plan Inca a los fracasos de Sendero Luminoso y del

MRTA en Perú ..........................................................................5735) Persistente Violencia en Colombia .......................................5906) Conservadurismo, Corrupción y Crisis en Estados Unidos ... 598

CAPÍTULO X: Auge Democrático, Revolucionario y Unitario .... 609

1) Del “Caracazo” al Gobierno de Chavéz en Venezuela ......6092) Del Trabalhismo al Gobierno de Lula en Brasil ..................6173) Del Gobierno de Raúl Alfonsín al de la Kirchner en

Argentina .................................................................................6244) De los Tupamaros al Gobierno del Frente Amplio en el

Uruguay ...................................................................................6305) De la Caída del Ché en Bolivia al Gobierno del MAS con

Evo Morales .............................................................................6356) Del Pinochetismo a la Presidencia de la Bachelet en Chile ....6427) De la ingobernabilidad al popular presidente Correa en

Ecuador ....................................................................................648

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8) Retorno del Sandinismo al poder en Nicaragua ................6599) De los Gobiernos de ARENA al del FMLN en El Salvador ....663

10) La Integración Latinoamericana ...........................................672

EPÍLOGO .............................................................................................688

DESGLOSE TEMÁTICO ..................................................................707

NOTAS Y CITAS ................................................................................719

BIBLIOGRAFÍA .................................................................................751

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PRÓLOGO

Para la Universidad de San Carlos de Guatemala y, de manera parti-cular, para la Escuela de Ciencia Política, para su Centro de Estudios Latinoamericanos “Manuel Galich” y su Cátedra “Manuel Galich”, es motivo de enorme satisfacción publicar esta monumental obra del brillante historiador cubano Alberto Prieto, quien es además el Presi-dente de la Cátedra “Manuel Galich” de la Universidad de La Habana.

El doctor Prieto ha contribuido desde el Departamento de Historia de la Universidad de La Habana (ULH), desde su Consejo Cientí-ico y desde la Cátedra “Manuel Galich” que preside en la ULH, a forjar un importante legado de pensamiento crítico en el Caribe, en la América Latina y el resto del mundo, gracias a sus indiscutidas cualidades como profesor e investigador con alto rigor cientíico y aguda lucidez analítica.

El texto que hoy publicamos constituye uno de los aportes más abar-cadores y rigurosos a la historiografía del continente americano. Esta visión crítica de los procesos conformadores de la diversidad política continental será, sin duda, de inmensa utilidad para estudiantes y profesores de las ciencias sociales en nuestro ambiente académico, tan necesitado de estudios que se detengan en la particularidad pero vinculándola con la totalidad del objeto de estudio. Este esencial ras-go metodológico ayuda a la comprensión de la historia como proceso y no sólo como conjunto de momentos estáticos en el devenir del quehacer humano, de sus anhelos y esperanzas y de sus luchas por el poder. En tal sentido, el doctor Prieto ha construido con este libro un texto clásico para las ciencias sociales del continente.

Siguiendo esta lógica, podemos decir que por ya demasiado tiempo nuestros enfoques circunscritos a lo local vienen necesitando me-todologías que permitan relacionar críticamente las dinámicas na-cionales con las globales, en especial en esta época de alineamiento geopolítico de muchos de nuestros Gobiernos con el interés estraté-

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gico de Estados Unidos, una potencia que lucha por controlar una multipolaridad en la que de nuevo participamos como piezas fun-damentales de un ajedrez mundial, esta vez entre la mencionada potencia del Norte y los países de la iniciativa BRICS. Este libro del doctor Prieto es un contundente ejemplo de cómo operar en el aná-lisis que va de lo particular a lo general y viceversa, para dar cuenta del movimiento contradictorio que produce los cambios sociales, así como sus causas, desarrollos y consecuencias.

Por todo lo dicho, hoy más que nunca necesitamos de “visiones ín-tegras” que nos hagan comprender el funcionamiento de la totali-dad de la cual formamos parte, así como la manera de operar de aquellas particularidades que nos hacen especíicos en el concierto de un contexto más amplio cuya dinámica no se explicaría sin nues-tras contribuciones. Ignorar esto equivale a practicar unas ciencias sociales mancas y cojas, que no explican los porqués de los movi-mientos sociales ni de las organizaciones políticas en pugna por el control del poder económico. En tal sentido, Visión íntegra de Amé-rica constituye un ejemplo modélico de cómo forjar pensamiento social crítico que contribuya a la transformación radical de nuestros Estados y de la situación precaria de nuestras grandes mayorías.

Repito que para la Escuela de Ciencia Política, para nuestro Centro de Estudios Latinoamericanos “Manuel Galich” y para su Cátedra “Manuel Galich”, es motivo de gran satisfacción académica editar este libro imprescindible para entendernos como parte vital de las dinámicas continentales. Además, se trata de una obra escrita por un célebre alumno y amigo del Verbo de la Revolución Guatemalte-ca, nuestro siempre respetado Manuel Galich, de cuyo latinoameri-canismo ferviente es digno heredero su autor, Alberto Prieto.

Doctor Marcio Palacios AragónDirector Escuela de Ciencia PolíticaUSAC

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INTRODUCCIÓN

La historia representa una interpretación de lo pretérito, lo cual es vital para las personas porque responde a la necesidad humana de comprender conceptualmente el presente a partir de una expli-cación racional de lo sucedido en el pasado. La historia enseña la evolución socio-económica y política de un territorio, y está con-dicionada por la lógica de una concepción del mundo o ideología; también explica los rasgos psicológicos de las poblaciones, que se maniiestan en una cultura, la cual constituye la máxima expresión de la identidad. Ésta se evidencia en características distintas y espe-cíicas de pensamiento y conducta mediante la forma de vida de una comunidad. Como se sabe, la cultura se engendra y enriquece con las tradiciones, que recuerdan lo que en su momento se debía hacer; y si ello hecho está, dicen quien lo hizo. Las mismas dejan saber lo deseable de un cambio, y siempre lo preceden como antici-po del hecho mismo. Por eso el conocimiento de la historia permite comprender la idiosincrasia de una sociedad.

Con ese propósito se ha escrito este libro, que ofrece una interpreta-ción materialista, coherente y continua de la evolución de América hasta la actualidad. Desde sus orígenes, cuando los seres humanos se introdujeron en el continente mediante sucesivas oleadas inmi-gratorias que tuvieron lugar a lo largo de cientos de siglos.

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CAPÍTULO I: América originaria

l.1) Corrientes inmigratorias iniciales

Paleolíticos y mesolíticos

El primer desplazamiento inmigratorio tuvo lugar en una época re-mota, cuando el estrecho de Behring era tierra irme a causa de la gran congelación existente. A través de esa provisional franja cruza-ron primitivos individuos que iban en busca de sitios de subsisten-cia desconocidos. Después, durante miles de años, se esparcieron por todo el hemisferio en sus constantes correrías sin rumbo. Se encontraban en la baja Edad de Piedra y eran ignorantes por com-pleto.

Muchas decenas de centurias más tarde, nuevos inmigrantes lle-garon a América en frágiles embarcaciones, navegando de una a otra isla del archipiélago de las Aleutinas. Dichos seres humanos estaban ya en la media Edad de Piedra, y con un conocimiento superior expulsaron a sus predecesores de los lugares que les inte-resaba controlar.

Luego, a su vez, alguna generación de los descendientes de la se-gunda oleada fue desplazada o absorbida por una tercera corriente inmigratoria a través del Pacíico. Los recién llegados habían alcan-zado ya un estadío equivalente al de la alta Edad de Piedra, y en poco tiempo se escindieron en clases sociales e hicieron brotar el Estado. Por ello los aborígenes americanos de mayor desarrollo socio-económico –mayas, aztecas, quechuas- se encontraban en los territorios del oeste, mientras que los más primitivos estaban del otro lado.

En contraste con la estrecha faja de montañas y altiplanos andinos, se encuentra el área de extensas cuencas que desaguan en el Atlánti-co. En ella, al tiempo de la llegada de los europeos, vivían hombres que sólo utilizaban toscos instrumentos de madera, piedra, hueso,

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con los cuales sacaban de la tierra raíces comestibles, tubérculos; arrancaban frutos, vegetales. La simple recogida de alimentos les ocupaba la mayor parte del tiempo, y sus rudimentarias armas les permitían practicar la caza menor, como la del ñandú, que llevaban a cabo con bolas de piedras lanzadas con hondas.

Aquellas hordas estaban constituidas por un número muy reducido de personas –menos de un centenar-, cuyo vínculo fundamental era la actividad laboral en colectivo. No tenían un claro sentido de la orientación –eran errantes-, y en sus continuos desplazamientos, la marcha se realizaba al ritmo del más anciano o impedido de ellos. Los alimentos que necesitaban eran obtenidos con diicultad pues la masa humana en su lento andar ahuyentaba los animales y ago-taba pronto los frutos o tubérculos. En esas condiciones sólo podían subsistir los grupos más pequeños, que al ver amenazado el equi-librio entre el consumo y la provisión disponible de alimentos, se subdividían en bandas aún menores.

La ulterior falta de contacto entre los que una vez habían integrado el mismo conglomerado provocaba, luego de años de dispersión, profundas diferencias dialectales.

Dichos seres pernoctaban en cuevas, andaban casi desnudos y adornaban sus cuerpos con pinturas. Las relaciones sexuales entre hombres y mujeres se llevaban a cabo sin prohibición alguna.

Cuando se produjo la Conquista, en una de las regiones donde más perduraban esas hordas inmersas en la baja Edad de Piedra –pa-leolítico- era en la rioplatense: al nordeste estaban los cainang; a ambas márgenes del río Uruguay y hasta el Paraná, los charrúas; en la actual zona de la provincia de Buenos Aires, los pampas; un poco más al sur y hacia el río Negro, los puelches; y, de dicha corriente al Limay, los tehuelches.

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En las Antillas, los guanahacabibes, del extremo occidental de Cuba, quizás fuesen los últimos representantes americanos de ese atrasa-do estadío de la humanidad.

En otras comarcas, distintos grupos realizaban también frecuentes migraciones, pero tenían ya un preciso sentido de la orientación: eran nómadas mesolíticos. En sus desplazamientos con frecuencia empleaban canoas y utilizaban objetos diversos; los cuales impli-caban un mayor adelanto técnico, pues el uso del arco, la cuerda y la lecha formaban ya un conjunto muy complejo, cuya invención plasmaba la suma de largas experiencias, que relejaban facultades mentales más desarrolladas y conocimientos simultáneos de otros muchos avances. Tal aporte constituía un enorme progreso en el desarrollo de las fuerzas productivas, pues permitía cazar animales de importancia.

Los instrumentos diferenciados y con cierto grado de especializa-ción habían conducido a los cazadores de la media Edad de Piedra a la división natural del trabajo, según el sexo y la edad. A la vez las personas se vinculaban teniendo en cuenta los lazos consanguí-neos. Por eso los miembros de un clan o gens, que llegaban a contar algunos cientos de individuos, no podían establecer relaciones se-xuales entre sí, ya que se consideraban hermanos. Entonces hom-bres y mujeres las establecían con forasteros, de ahí que la iliación se determinara sólo por línea materna.

En el momento de la Conquista, los habitantes del archipiélago ma-gallánico y de la Tierra del Fuego –chocos, onas, yamanas, alcalu-fes- eran representantes del mesolítico.

A pesar de las diferencias existentes entre los aglutinados en hordas y en clanes, ambas formas de comunidad humana tenían rasgos si-milares. Sus integrantes eran escasos, y los grupos no tenían una gran cohesión pues se escindían con facilidad; las colectividades, muy aisladas y sin vínculos duraderos o regulares entre sí, se mo-

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vían casi constantemente. Esto les impedía contar con un territorio estable en el cual se pudieran desarrollar, de una generación a otra, hábitos de vida en común.

Caribes, Arahuacos y Tupí-Guaraníes

En la parte septentrional y central de la Sudamérica atlántica, los tres troncos étnicos más importantes –caribes, arauácos y tupís- re-presentaban bien al conglomerado neolítico, o de la alta Edad de Piedra de la región.

A pesar de que se encontraban en la misma etapa histórico-cultural, entre esos grupos existían notables desigualdades de desarrollo. Los caribes, por ejemplo, habitantes de los contornos del mar de las Antillas no se limitaban ya a recoger frutos o cazar animales, pues habían empezado a remover el suelo con palos para depositar sus escasas semillas en los huecos, tapados enseguida con los pies. Aun-que rudimentaria, esta práctica indicaba el comienzo de un proceso de sedentarización, pues debían esperar por la germinación para re-coger las cosechas de maíz, hayo y yuca. De esta manera, el precario equilibrio que existía entre la población y los alimentos requeridos para subsistir se volvió más estable. Los caribes moraban en casas circulares de techo cónico, y casi siempre una sola servía para todo el grupo. En la gran habitación los miembros del clan tenían puesto ijo, mientras que el centro se reservaba como espacio disponible para huéspedes y actividades de importancia. La vivienda colec-tiva constituía la base económica de la comunidad, y en ella todos los enseres e instrumentos –como las vasijas de cerámica- eran de propiedad colectiva.

En la época de la Conquista los caribes dejaban atrás la costumbre de dormir en el suelo, ya que para descansar empleaban hamacas, confeccionadas –al igual que la ropa- con ibras vegetales. Osados navegantes, surcaban mares o ríos con piraguas y balsas, capaces de llevar hasta cincuenta personas.

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El importante conglomerado étnico formado por los arauácos cu-bría el amplio territorio comprendido desde la rioplatense región del Chaco –en su límite meridional- hasta las grandes Antillas. Ellos, con avanzados instrumentos como la azada, obtenían de la agricultura sus principales medios de subsistencia. De ahí que las mujeres, que eran quienes trabajaban la tierra, tuvieran funciones decisivas en la vida económica y social. Los hombres, por su parte, se dedicaban a cazar, pescar y a las demás actividades especíicas de cada área. Sus bohíos y artículos domésticos no diferían casi nada de los poseídos por los caribes, pero su cultura era superior a la de éstos pues sabían contar hasta diez.

Aunque la importante rama étnica tupí-guaraní se hallaba muy dis-persa por Sudamérica, en ninguna parte alcanzó el grado de de-sarrollo que tuvo en los actuales territorios paraguayos y regiones aledañas de Brasil y Argentina. En esas zonas sus principales pun-tos de asentamiento fueron las cuencas de los ríos Grande del Sur, Tebicuary, Paraná, Paraguay y Uruguay, corrientes luviales que na-vegaban en canoas y en cuyas márgenes sembraban maíz, algodón, mandioca, tabaco y yerba mate. Dicha tierra se cultivaba en común mediante el trabajo simultáneo o cooperación simple de cada clan -llamado por ellos oga-, en labores que empezaban a realizar de forma preponderante los hombres, quienes iniciaban una evolución hacia métodos intensivos en la agricultura. Este importantísimo proceso facilitó la frecuente obtención de un producto adicional so-bre el mínimo vital necesario. Gracias a la aparición de esos escasos excedentes fue posible retribuir a los miembros más destacados de la comunidad –por su participación en el proceso laboral- con una mayor cantidad de alimentos, para estimular así una creciente in-tensidad en la actividad productiva.

Los guaraníes habitaban en grandes casas comunes, de madera, con-formadas por habitaciones separadas para cada grupo matrimonial. Varias casas dispuestas en determinado orden formaban un villo-rrio –denominado tava-, construído alrededor de plazas cuadradas

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donde tenían lugar las reuniones sociales y religiosas. Dichas inci-pientes aldeas revelaban que los guaraníes estaban ya estructurados en tribus, es decir, grupos consanguíneos aglutinadores de varios clanes o gens que podían englobar a varios miles de personas, lo cual hizo evidente la necesidad de contar con individuos dedicados a su dirección económica, religiosa y militar. Por ello habían surgido las asambleas o mandayes, formadas por delegados de cada oga, en las cuales se discutían y resolvían los asuntos importantes: se seña-laban las extensiones de los diferentes cultivos; se regulaba la distri-bución del trabajo entre las diversas ramas productivas; se elegían y destituían a los caciques o mburuvichás, encargados de dirigir las labores que se acordaran realizar. Estos jefes trataban de fortalecer y perpetuar sus funciones, pero encontraban un lógico rechazo por parte de una sociedad no preparada aún para tal nivel de organi-zación y carente de suicientes y estables excedentes. A su vez, la poca permanencia de los mismos individuos en las tareas de direc-ción diicultaba el surgimiento de capacidades técnico-organizativas que propiciaran la división social del trabajo, lo cual representaba el único elemento capaz de permitir la realización de obras de enver-gadura –canales, diques-, imprescindibles para lograr importantes incrementos en la producción y en la productividad. Entonces toda-vía los miembros de las comunidades iban de un tipo de ocupación a otro –fabricación de cerámica, tejidos, alfarería, agricultura, pro-ducción de hidromiel o chicha de maíz-, según las necesidades de la colectividad en cada momento. Y cuando tuvo lugar la Conquista, todos los guaraníes acataban aún la voluntad de las asambleas pues nadie podía actuar por cuenta propia o por encima de la tribu. La di-ferenciación social recién surgida entre directores y dirigidos no ha-bía podido todavía trocarse en capas diferenciadas de trabajadores, sacerdotes, guerreros. Por eso, los integrantes de esta Comunidad Primitiva apenas medraban en la lucha contra la naturaleza y sus peligros; vivían completamente abrumados por las diicultades de su azarosa existencia, subsistían sólo mediante la pertenencia a una comunidad étnica.

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I.2) Sociedades clasistas aborígenes

En la evolución de las sociedades aborígenes americanas, un es-calón superior signiicaba una mayor organización y desarrollo del trabajo, así como un aumento de las cantidades de productos y riquezas disponibles, a la vez que una menor inluencia de los lazos de parentesco sobre el régimen social. Éste fue el caso de las sociedades andinas, muchas de las cuales ya habían alcanzado la Edad de los Metales.

Cacicazgos Chibchas

En el Altiplano de Bogotá se hallaban los chibchas, quienes trabaja-ban el oro como elemento religioso-ornamental –muy blando para ser utilizado en la producción-, y cultivaban calabaza, patata, frijol, tomate, coca, tabaco, guayaba, maíz. Esta última planta representa-ba la base de su alimentación, pues podía guardarse largo tiempo sin sufrir alteración alguna. Entre ellos, los caciques habían incre-mentado la productividad al lograr diferenciar los oicios manuales de las labores agrícolas, trascendental paso de avance en la división social del trabajo, que contribuyó a la obtención sistemática de exce-dentes. Con estos recursos era posible dedicar grandes contingentes humanos a la construcción de canales y regadíos o terrazas, gracias a los cuales después se podían cultivar las laderas de las montañas. Dichos trabajos sólo podían ser realizados mediante enormes es-fuerzos colectivos, debido a los cuales la sociedad logró producir lo suiciente para cubrir las necesidades más elementales de todos. Al superar las cosechas de forma estable los tradicionales niveles de subsistencia, los caciques empezaron a utilizar sus prestigiosas funciones en beneicio propio, pues de manera paulatina pasaron a apropiarse del producto acumulado. Cesó de esa manera la distri-bución igualitaria en el seno de la tribu. Incluso, en muchas zonas, los campesinos empezaron a trabajar tierras cuyo producto se des-tinaba a los caciques. Además, entre los chibchas proliferó el arte

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de tejer –con husos y agujas de hueso- en telares llamados guayty, y también abundó la minería de los yacimientos auríferos o de sal, así como la orfebrería de oro, la alfarería y las demás ocupaciones especializadas, lo cual dio variedad y perfección crecientes a sus producciones. Con ello desapareció la posibilidad de que un mismo individuo se ejercitase, adecuadamente, en labores tan disímiles. No obstante dicho desarrollo de las fuerzas productivas, los caci-ques chibchas en lo fundamental tuvieron que mantener el cultivo de la tierra en común, dada la total ausencia en América –entonces- de animales de tiro. Sólo en Ubaqué y Chacontá surgieron peque-ñas parcelas asignadas para el cultivo y consumo individual, dis-tribuidas de manera periódica y rotativa, pues hasta allí subsistió la propiedad social. En esos casos la familia comenzó a convertirse en la unidad económica de la sociedad, a la par que se producía el tránsito al matrimonio monogámico.

Los caciques ya forzaban a los campesinos a entregarles a cambio de nada su trabajo adicional, que podía ser destinado a cultivar la tie-rra para provecho de los individuos situados más arriba en la escala social, o dedicado a las grandes labores comunes. De esta manera, aunque jurídicamente libre –pues no era esclavo personal de nadie-, el comunero carecía de libertad individual; estaba encadenado a la tierra y no podía abandonar su colectividad al padecer una extraor-dinariamente poderosa coacción extraeconómica, física y religiosa. En realidad, dicho sometimiento era una manifestación de la «escla-vitud general» sufrida por toda la expoliada comunidad.

Mientras el trabajo físico absorbía casi todo el tiempo de la inmensa mayoría de los miembros de la colectividad, entre los chibchas se formaba un incipiente sector eximido de labores directamente pro-ductivas, a cuyo cargo corrían los negocios públicos y la dirección de diversas actividades como la justicia, las ciencias y las artes. Así la creciente división social del trabajo provocaba la escisión de la sociedad en clases y descomponía la Comunidad Primitiva, por lo cual resultaba cada vez más necesario que un poder mantuviese

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dentro de ciertos límites la lucha social. Dichos embrionarios órga-nos estatales, dominados por los caciques, tenían como primer ob-jetivo mantener la cohesión de los grupos y asegurar la lealtad de los súbditos –único elemento capaz de garantizar la producción del excedente económico-, para satisfacer las necesidades de la nacien-te clase explotadora. A la vez, dentro de ésta, empezaron a consti-tuirse dos castas: la religiosa y la militar. Los sacerdotes, regidos ya por una selección hereditaria, recibían una educación esmeradísima en instituciones o seminarios denominados cuca, gracias a lo cual monopolizaban la cultura, aplicada en funciones de coacción ideo-lógica. En cambio, y quizás debido a las sangrías ocasionadas por los constantes conlictos bélicos, a la oicialidad o casta guerrera se podía ingresar aún por méritos alcanzados en los campos de batalla.

Al mismo tiempo, mientras más avanzaba el proceso de desintegra-ción de la sociedad primitiva mayor era la atracción de los caciques hacia las riquezas de las comunidades vecinas, pues al resultar im-posible incrementar la expoliación de los campesinos propios, di-chos incipientes explotadores se esforzaban por desplazar a los jefes de los poblados colindantes, con el in de apropiarse del plustraba-jo en ellos producido. El vencedor se convertía así en gobernante de un importante cacicazgo –en el Altiplano había unos cuarenta-, que controlaba varias aldeas. En el interior de cada uno existían diversos clanes, cuyos miembros cultivaban la tierra en común y entregaban el plusproducto al gran cacique. Después, gradualmen-te, las sedes de esos poderosos gobernantes se convertían en centros urbanos conformados por un templo –la mansión del cacique- así como chozas de cañas y barro o ramajes. De esa manera el proceso de diferenciación clasista se relejaba en las moradas, pues al lado de las tradicionales ediicaciones que agrupaban a todo un clan, se construían novedosas casas unifamiliares. Y a su vez entre éstas ha-bía desigualdades, pues las pertenecientes a los miembros más des-tacados de la colectividad cubrían el suelo con esteras de espartillo, un elemento utilizado en la fabricación cestera. A veces, al igual que

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el cacique, esas familias cercaban sus mansiones con gruesas esta-cas. Así en las incipientes ciudades la riqueza se acrecentaba con rapidez bajo forma individual.

A medida que la guerra se convirtió en práctica permanente para incorporar nuevos territorios, la población dominada se incrementó notablemente. Por ello, a diferencia de lo que había ocurrido con an-terioridad, el gran cacique triunfador no eliminaba al vencido pues sus propios y deicientes medios estatales no le permitían prescindir de la importante y forzada cooperación del derrotado, a quien obli-gaba a confederarse. Entonces –la experiencia lo indicaba- lo más conveniente era imponer a éste el pago de un tributo a partir de lo que arrebataba a sus campesinos. Surgían así vínculos tributarios entre dos explotadores, uno dominante y otro dominado, pero sin perder ninguno su condición social; el segundo sólo entregaba al primero parte del plusproducto que percibía, con lo cual surgió un régimen socio-económico despótico tributario basado en el modo de producción esclavista.

Con esas contribuciones forzosas las sedes de los gobernantes vic-toriosos se convertían en capitales de jóvenes Estados, en los cua-les los grandes jerarcas –podían llamarse Zipa, Zaque, Iraca- dis-frutaban del mayor prestigio y privilegios, tales como cubrirse el cuerpo con hojuelas de oro y hacerse llevar en literas enchapadas del mismo metal. Después, con tanto poder, no pasó mucho tiem-po antes de que dichos caciques empezaran a realizar la elección de sus sucesores entre los miembros de sus propias familias.

A partir de entonces las grandes mansiones de los encumbrados fueron rodeadas por dos poderosas cercas de troncos de madera, y las puertas decoradas con objetos de oro. Esto lo justiicaban con el hecho de que al mismo tiempo sus moradas servían como almacenes para depositar los tributos, percibidos por los recaudadores o embrión de una casta de esclavos domésticos. Dichas casas a la vez se encontraban unidas a los templos, lo que evidenciaba sus fuertes vínculos con los sacerdotes.

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Los religiosos, por su parte, agobiaban a los pobladores con mani-festaciones culturales elitistas que se expresaban mediante una le-gislación de tendencia despótica. Por ejemplo, sólo los aristócratas podían utilizar joyas y comer carne de venado; se prohibía mirar la cara del gobernante, cuya igura se empezaba a deiicar, lo cual, junto a otras normas adicionales, tenía el propósito de divinizar las nacientes relaciones explotadoras de producción.

Poco antes de arribar los castellanos, la lucha entre los incipientes Es-tados chibchas en pugna por confederarse y preponderar, era cons-tante. Los fuertes atacaban a los débiles, y éstos, para defenderse, a veces coordinaban acciones preventivas contra el joven coloso que mayor peligro les ofreciera. Con esas tácticas de colaboración arma-da se esforzaban por salvaguardar su precaria independencia, pues coniaban que la simultaneidad de operaciones bélicas mantendría a las fuerza enemigas –en constante crecimiento- dentro de límites to-lerables. Pero la desigualdad de poderío se impuso paulatinamente. Los pequeños territorios sucumbieron, unos tras otros, hasta que los mayores Estadillos terminaron por enfrentarse entre sí. Las nuevas guerras condujeron al mutuo despojo de cacicazgos tributarios, con lo cual se iniciaron tiempos de poco coniables lealtades políticas. Para enfrentar esa antes desconocida situación, los grandes jefes empezaron a disponer que sus familiares gobernasen las regiones recién conquistadas, lo cual no solo relejaba desconianza hacia los tradicionales caciques depuestos, considerados comprometidos en demasía con sus antiguos superiores, sino que evidenciaba, tam-bién, la vigorización de los órganos estatales propios.

El más poderoso Estadillo chibcha era el de Bacatá, hegemónico so-bre cinco grandes regiones tributarias semi-autónomas: Fusagasu-gá, Ubaqué, Guatavitá, Zipaquirá y Ubaté; controlaba la parte me-ridional del Altiplano –unos dieciocho mil kilómetros cuadrados- y su capital era Muequetá, donde vivía el Zipa. Tunja se encontraba al norte, en las tierras altas de Boyacá, desde las que el Zaque go-

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bernaba sobre unas ciento cincuenta mil personas, agrupadas con distintos grados de dependencia en su confederación.

Los Estadillos de Suamox, Tundama, Guanentá, Sachicá, Saboyá, Chipotá y Maniquirá tenían una existencia más o menos indepen-diente, todos subdivididos en cacicazgos tributarios con gran au-tonomía. En ellos comenzaba una producción mercantil o para el cambio, al haberse escindido la economía en dos ramas principa-les: la agricultura y los oicios manuales. Además, el comercio tenía algún desarrollo en virtud de una incipiente división regional del trabajo, ya que empezaba cierta especialización; unos producían carbón de piedra, otros alfarería u orfebrería o textiles, y algunos extraían esmeraldas. Esta peculiaridad tuvo por consecuencia pro-piciar una pronta tercera división social al surgir los mercaderes, que no se ocupaban directamente de la producción, pues su tarea consistía en llevar los excedentes a los mercados, situados en luga-res escogidos como: Tunja, Turmequé, Cayaime, Aipe, Neiva, Tara, Zaracotá, Muequetá, Zipaquirá. En dicha actividad, todo parece in-dicar que las hojuelas de oro comenzaron a convertirse en moneda –no acuñada- dominante.

Hacia el exterior, el comercio chibcha llegaba hasta el Perú y el istmo Centroamericano, adonde sus mercaderes llevaban sal para trocar por diversos productos. Sin embargo, el intercambio sólo abarcaba unos pocos artículos, pues en lo fundamental aquellas comunida-des podían considerarse autárquicas.

Ciudades Estados Mayas

En Centroamérica, a principios del primer milenio de nuestra era, los mayas vivían en la húmeda región tropical de la península de Yucatán, donde el suelo era poco profundo, pedregoso y cubierto de bosques. La agricultura constituía su principal forma de subsis-tencia, aunque sin animales de tiro ni fertilizantes. Sólo disponían de tres instrumentos de importancia: el hacha de piedra, la vara

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de sembrar –puntiaguda, endurecida al fuego-, y la bolsa de ibra para llevar semillas. Los expertos y severos sacerdotes escogían con mucho cuidado la fecha de dar inicio a la lenta y fatigosa tarea de desmontar los campos. Después, a los troncos, bejucos, arbustos y malezas cortados se les daba fuego un día preciso. La siembra la realizaban en la misma tierra durante cinco años consecutivos. Más, no resultaba productivo; ya que el incremento anual de las malas hierbas provocaba la rápida disminución de las cosechas. Por eso el área destinada a los cultivos se dividía en ocho lotes, técnica que permitía dejar en barbecho los terrenos durante cuatro décadas. El maíz constituía el alimento fundamental, sustituido en ocasiones por frijoles, batatas, tomates, yucas u otras plantas.

Los religiosos obligaban a aquellos esforzados hombres a trabajar las canteras y labrar o esculpir enormes cantidades de piedra y si-llar, empleados en canalizar ríos y en la erección de importantes ediicios, centros ceremoniales, elevados templos, pirámides, vastas columnatas, palacios, monasterios, juegos de pelota, y grandes pla-taformas. Los explotados también debían: laborar en hornos para quemar las rocas calizas y convertirlas en cal, integrante esencial de la mezcla maya; grabar con sus hachas y cinceles de pedernal preciosos dinteles en las puertas de madera dura o en las vigas de chicozapote de los techos; servir como bestias de carga para trans-portar piedras y cosechas. Sólo grandes contingentes humanos aportados por las comunidades agrícolas sojuzgadas podían rea-lizar los gigantescos trabajos, pues el bajo desarrollo de las fuerzas productivas impedía que los pocos esclavos doméstico-patriarcales existentes pudieran ser destinados con provecho a la producción.

Los explotados campesinos vivían en las afueras de las bellísimas ciudades, en las cuales la jerarquía social se medía por la distancia que había entre cada vivienda y la plaza central. Así, todas las ur-bes estaban rodeadas de innumerables chozas hechas de palos con techos de paja.

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A principios del siglo IV en dicha región ya se habían desarrollado importantes ciudades, como Tikal, cuyo núcleo administrativo, más el distrito de los templos y el sector de otros importantes ediicios públicos, ocupaban un área superior a un kilómetro cuadrado. Des-pués, en todas direcciones, había patios y plazas más pequeñas, ro-deadas de grandes ediicaciones de piedra. El centro urbano estaba atravesado por diversas calzadas, destinadas –entre otras funcio-nes- a unir los cinco grandes templos-pirámides, el mayor de los cuales medía setenta metros de altura. La antigüedad de esta urbe se conoce debido al hallazgo de la llamada Placa de Leyden, que en realidad es un pendiente de jade con una inscripción correspon-diente al año 320 d.n.e. Asimismo, la práctica maya de erigir cada veinte años grandes monumentos de piedra –hoy denominados estelas, nos permite conocer que Uaxactún –también en el Petén- ya existía en el 328 d.n.e. Era un centro urbano de segunda categoría, con unos cincuenta mil habitantes, cuya tercera parte la formaban hombres aptos para el trabajo.

Hacia el sur dicha civilización llegaba hasta la parte occidental del actual El Salvador, entonces conocida como Ciuatanacan, cuya principal urbe se denominaba Chalchuapa, famosa por su impre-sionante pirámide de Tazumal.

En otras regiones del sur de Yucatán de forma gradual fueron sur-giendo numerosas ciudades, que albergaban a tribus establecidas en áreas geográicas bien deinidas. En el suroeste, Taniná fue la principal urbe. Se alzaban a su vez en el valle del Usumacinta, los notables centros de Yaxchilán y los hoy denominados Piedras Ne-gras y Palenque.

En el sudeste, y sólo superada en importancia por Tikal, estaba Copán –en la actual Honduras, al nordeste de Chalchuapa- que se componía de un núcleo principal y dieciséis subgrupos, situado el más lejano a once kilómetros del centro. La médula del conjunto urbano era un complejo arquitectónico de pirámides, terrazas y edi-

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icios, que mediante constantes adiciones llegó a formar una gran masa de mampostería de treinta y ocho metros de alto, distribui-da en una supericie de cinco hectáreas. Incluía los templos más hermosos, erigidos en memoria de notables sucesos, como aquel en que se calculó con exactitud el tiempo transcurrido entre los eclipses, hazaña que pudo ser realizada por constituir la ciudad el mayor centro cientíico de la civilización maya. En Copán los sacer-dotes desarrollaban los más avanzados estudios en relación con la escritura, a punto de transformarse de ideográica en fonética. Y en las matemáticas estructuraron –los primeros en la humanidad- un sistema de numeración basado en la posición de los valores, que implicaba la concepción y uso del cero, un extraordinario aporte al pensamiento abstracto. La unidad base de su aritmética era vige-simal, conjunto creado mil años antes –por lo menos- que el de los indostanos. También parecen haber sido los primeros del mundo en comprender la necesidad de tener un punto de partida ijo para computar el lujo cronológico. Con el in de llevar a cabo esta em-presa crearon el exacto calendario maya, compuesto de diecinueve meses y trescientos sesenta y cinco días.

Los religiosos utilizaban esos avances con gran habilidad; en la agricultura por ejemplo, indicaban con acierto las fechas para aco-meter las distintas labores. Y en el aspecto ideológico, se valían de sus conocimientos para sumir en la más completa obediencia a los campesinos, mantenidos en total ignorancia.

Aunque unidos por una lengua, una religión y una cultura comunes, los explotadores de cada ciudad mantenían su Estado independien-te, con una superestructura política propia. Parece ser que el gran paralelismo alcanzado por estos núcleos urbanos en su evolución histórica, impidió la hegemonía militar de algunos de ellos sobre los demás. Quizás por eso las decenas de ciudades-Estados mayas no hayan podido llegar a confederarse. De ahí, tal vez, la preponde-rancia que sobre los guerreros –reservados principalmente para las tareas de represión interna- llegaran a tener los sacerdotes.

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El fenómeno de las perseverantes independencias citadinas tenía, sin embargo, su aspecto positivo, pues en cada urbe los religiosos se esforzaban por acelerar el desarrollo de su sabiduría. La multiplici-dad de castas eclesiásticas dedicadas a esos menesteres produjo una civilización de incomparable esplendor, con notable dominio –para su época- del arte y la incipiente ciencia. Pero al mismo tiempo, el hecho de que cada ciudad contara con una numerosa y propia clase explotadora recargaba de forma excesiva la expoliación de los co-muneros, cuyo malestar iba en constante aumento.

En simultaneidad con esos factores, los desmontes y repetidas que-mas de extensiones cada vez más grandes de la selva –para culti-varlas con maíz-, iban convirtiendo las primitivas áreas de bosques en sabanas hechas por el ser humano. Y al no ser posible compensar las consecuencias de la irracional devastación, los sectores aristo-cráticos comenzaron a arrebatar mayor cantidad de productos a los campesinos, hasta dejarlos con insuicientes recursos para la super-vivencia.

El miedo a la vida de ultratumba, inculcado por siglos de coacción ideológica, y los castigos físicos aplicados por los guerreros, hicie-ron soportar a los campesinos durante un tiempo lo intolerable. Hasta que a ines de la quinta centuria, traspasado el límite de la resistencia humana, hubo una enorme insurrección popular contra el poder teocrático. Con gran diicultad los explotadores pudieron aplastar el movimiento de rebeldía. Pero desde entonces, como con-secuencia de la presión demográica, miles de personas comenza-ron a emigrar hacia el poco habitado norte yucateco donde funda-ron Chichén Itzá, y otras nuevas urbes mayas.

Las medidas adoptadas por la clase explotadora fueron, no obstan-te, insuicientes para evitar la repetición de sublevaciones. Y a ina-les del siglo IX se produjo otro alzamiento contra los privilegiados, debido a lo cual en gran parte de las ciudades-Estados los campesi-nos derrocaron el poder opresor.

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Al ser liquidadas las castas religiosas y militares, monopolizado-ras de todos los conocimientos y de la cultura mas reinada, mu-chos grandes centros urbanos fueron abandonados dada la impo-sibilidad de los campesinos de establecer un modo de producción superior. Entonces las tribus mayas retrocedieron a la comunidad primitiva y las selvas avanzaron por vastas extensiones, ocupadas con anterioridad por la más brillante cultura autóctona de los ex-plotadores americanos.

Liga de Mayapán

Mientras en el sur de Yucatán los sublevados triunfaban, en el norte el poder explotador de los aristócratas se revitalizó por la inespe-rada inmigración de grupos militares toltecas, al parecer dirigidos por Quetzalcoátl, y procedentes de Tula en el valle de México. Este arribo de esos expertos combatientes a principios del siglo X per-mitió aplastar a los insurrectos, que fueron devueltos a su antigua y esclavizada existencia. Entonces en la vieja Chichén Itzá los recién llegados impusieron sobre la antigua clase explotadora una familia gobernante propia, que hizo preponderar los valores toltecas aún en medio de cierta fusión cultural con la civilización maya clásica. Ésta se expresó, por ejemplo, en el hecho de que el gran jefe guerre-ro tolteca tradujo su nombre a lengua maya, por lo que se redeno-minó Kukulkán o Serpiente Emplumada.

La adición de nuevas ediicaciones extendió el centro administra-tivo y religioso, por lo cual la ciudad adquirió dos tipos de arqui-tectura diferenciados. Muestra típica de ese proceso quizás fuese el Templo de los Guerreros, cuya pirámide estaba construida sobre otra anterior. Las nuevas ediicaciones se caracterizaban por sus grandes columnatas de serpientes emplumadas –de origen tolteca-, que a veces llegaban a medir hasta ciento veinte metros de largo.

Los recién llegados militares foráneos, sin embargo, establecieron su centro político a ines del primer milenio d.n.e. en la nueva ciu-

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dad de Mayapán. Esta urbe, además del plusproducto que arre-bataba directamente a los campesinos mayas vueltos a sojuzgar, percibía tributo de la dependiente Chichén Itzá, pues al romperse el tradicional paralelismo surgió la posibilidad de que un centro se convirtiera en hegemónico dentro de una Liga o Confederación.

En su novedosa capital los explotadores conservaban con pureza y celo sus costumbres traídas del Anáhuac; vivían dedicados al ejer-cicio de las artes bélicas, fortiicaban sin cesar los principales puntos defensivos de la amurallada ciudad, y reforzaban su poderío con la constante introducción de más mercenarios mexicanos.

Poco tiempo después de fundada Mayapán otro grupo de inmi-grantes guerreros toltecas estableció la ciudad de Uxmal, que fue construida en un área relativamente pequeña y brindaba un aspec-to monumental, con seis grandes conjuntos de ediicaciones. En cuatro grandes inmuebles que rodeaban un amplio patio de casi quinientos metros cuadrados, vivían los religiosos. Contiguo a ese enorme cuadrángulo se encontraba el templo principal, descollante por su altura. Pero nada podía compararse con el esplendor de su centro administrativo, la hoy llamada Casa del Gobernador. Ésta coronaba una triple terraza de cuarenta y cinco pies de altura, que ocupaba dos hectáreas de terreno, y en cuyo interior contaba con veinticuatro inmensas cámaras. Pero a diferencia de la políti-ca cultural llevada a cabo en la preponderante capital, en la recién establecida urbe de Uxmal se asimiló la impresionante civilización encontrada; la numerosa e instruida casta sacerdotal que en ella se desarrolló, abjuró de sus antiguas prácticas culturales y fomentó las más bellas expresiones de un nuevo estilo arquitectónico que bien pudiera denominarse maya neoclásico.

Aunque esta nueva ciudad pronto tuvo que incorporarse también a la Confederación, lo hizo bajo términos tributarios mucho me-nos exigentes que los aplicados a las demás. En dicha Liga, cada ciudad-Estado confederada tenía al frente a un Halach Uinic o “El

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verdadero Hombre”, cargo ya hereditario. Pero en caso de ser me-nor de edad el hijo mayor de la familia gobernante –los

Cocomes en Mayapán, los Itzáes en Chichén, los Xiu en Uxmal-, el tío paterno actuaba en calidad de regente. Los Jefes Supremos es-cogían entre sus parientes a los bataboob para que fungiesen como caciques de las aldeas. Luego, asesorados por estos funcionarios y con la ayuda de los principales sacerdotes, formulaban la política que seguirían en los distintos aspectos.

La penetración tolteca continuó y en el siglo XI d.n.e. llegó hasta el oeste del río Lempa, en el actual El Salvador. Allí estos guerreros, conocidos más tarde como pipiles, al parecer los dirigía Topiltzin Axitl, quien hacia el 1054 fundó Cuzcatlán y después conquistó a Copán, donde estableció el centro político de un estadillo que de-nominó –según la lengua- Payahki o Ueytlatu. En la hegemónica urbe mencionada, además del plusproducto que arrebataba a sus propios campesinos, la aristocracia percibía tributos de otras ciu-dades, y sobre todo de la rica Cuzcatlán, que se rebeló en diversas oportunidades hasta independizarse y cesar dicho pago. Este orgu-lloso cacicazgo tenía entonces por vecinos –al otro lado del Lempa- a tribus genéricamente conocidas como lencas, las cuales a través de las tierras bajas del Pacíico recibían inluencias de los chibchas sudamericanos.

En Chichén Itzá, después de culminada la simbiosis cultural en-tre la antigua élite maya y los toltecas, la clase explotadora decidió marchar a la guerra contra la ciudad hegemónica en 1194, con el in de cesar el pago del tributo. Derrotada, se le impusieron condicio-nes de sometimiento aún más duras. La victoria fortaleció a Maya-pán al extremo de que incluso Uxmal, neutral durante el conlicto, sufrió un recrudecimiento de su dependencia. A partir de entonces todos los sometidos jefes confederados y sus principales ayudantes fueron obligados a residir en la capital, mientras los asuntos de las ciudades sojuzgadas eran administrados por individuos enviados a

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ellas; los rehenes debían garantizar el buen comportamiento de los centros dominados.

Desde su triunfo, el incremento de la política impositiva de Maya-pán exigió tales tributos, que el lorecimiento cultural del denomi-nado segundo esplendor se detuvo. No había suicientes recursos para un ulterior desarrollo de las actividades supra-estructurales.

Al cabo de dos siglos de saqueo, en 1441, las exhaustas clases ex-plotadoras de Uxmal y Chichén Itzá decidieron realizar un ataque coordinado contra la tiránica metrópoli hegemónica. Aunque Ma-yapán fue arrasada, su derrota no condujo al predominio de otro centro urbano, pues junto con ella sucumbieron también las ciu-dades rebeladas, destruidas durante la horrible guerra. Entonces todas fueron abandonadas para no volverse a poblar jamás. Los mayas–toltecas se disgregaron y formaron una veintena de Estadi-llos, en constantes luchas entre sí. Las brillantes tradiciones fueron olvidadas, y perdidos los grandes logros cientíicos y culturales. Teotihuacán, Culhuacán, Azcapotzalco, Texcoco

En el valle de México, a dos mil metros sobre el nivel del mar, altas cadenas de montañas circundan la fértil hondonada. En ella, hace más de veinte siglos, la gran albariza de Texcoco se nutría de diver-sas fuentes: desde el sur, por las lagunas de Xochimilco y Chalco; desde el noroeste, por las de Xaltocán y Zumpongo; desde el no-roeste por el río Acolman, que depositaba el caudal recogido en el fructífero valle de Teotihuacán. Los lagos eran poco profundos y sus riberas pantanosas, pobladas de juncos, por lo que atraían una prolifera aluencia de aves salvajes. En las boscosas laderas de las montañas abundaba el venado. Espesos depósitos aluviales –estu-pendos para la agricultura primitiva- cubrían las márgenes de los espaciosos estanques durante la época de las lluvias.

Cerca de allí –a setenta kilómetros del lago Texcoco-, a ines del siglo V o principios del VI d.n.e., agricultores sedentarios toltecas

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empezaron a erigir en Teotihuacán una ciudad-Estado, la primera del centro de México. A lo largo de cinco centurias, inmensas exten-siones de tierra fueron incorporadas a la urbe por la clase dirigen-te, que además de explotar sus propias comunidades campesinas llegó a imponer tributos a otros núcleos citadinos surgidos después.

Con el trabajo y los recursos excedentes arrebatados a los oprimidos se construyó una impresionante metrópoli, cuyo punto descollante era la Pirámide del Sol, que por su magnitud empequeñecía al res-to de las ediicaciones. Cada lado de su base tenía doscientos treinta y cinco metros de longitud. En la terraza, construida en su cúspide –a más de sesenta y cinco metros de altura-, se celebraban impor-tantes ceremonias. Al sur de otra gran pirámide, la de la Luna, ha-bía dos hileras de majestuosas construcciones. En sus proximidades se encontraban imponentes ediicios comunales, de hasta sesenta habitaciones, que servían de morada a los sacerdotes. El conjunto de este núcleo central comprendía una supericie de cinco kilóme-tros de largo por unos tres de ancho; era el área dedicada a las acti-vidades religiosas. En el resto de los veinte kilómetros cuadrados de supericie que abarcaba la ciudad, se delimitaban con claridad los barrios, cuyos habitantes se agrupaban según el tipo de ocupación que tuvieran o por su lugar de procedencia.

Los toltecas –al igual que los mayas- realizaban sus siembras en la misma tierra durante cinco años consecutivos, y también entre ellos el incremento demográico condujo a una disminución del tiempo en que podían dejarse en barbecho las tierras, que siempre había sido un lustro. A consecuencia de esta práctica los árboles no te-nían tiempo de crecer, y los bosques fueron desapareciendo; la de-forestación provocó el agotamiento de los ríos, y la falta de regadío tuvo por resultado menores rendimientos. Para suplir la escasez de excedentes los explotadores elevaron entonces sus exacciones a las comunidades agrícolas, debido a lo cual aparecieron el hambre, la miseria, y las enfermedades a causa de la escasa nutrición. Así la crisis se hizo inevitable y empezaron las sublevaciones campesinas.

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En tal coyuntura un nuevo peligro acechó a la ciudad–Estado, pues tribus migratorias chichimecas avanzaban sobre la urbe, lo que sus-citó en el seno de las castas aristocráticas agudas pugnas. Los guerre-ros defendían el criterio de aumentar las fuerzas del ejército con el in de enfrentar a rebeldes e invasores, mientras los sacerdotes impug-naban ese argumento; ellos comprendían que el incremento de los efectivos bélicos agravaría aun más la pobreza e indignación de los explotados, ya que de pasar muchos de éstos a la condición de sol-dados, menos campesinos estarían disponibles para atender las co-sechas. En consecuencia, los excedentes ya exiguos, desaparecerían.

Ante esas perspectivas los sacerdotes insistían en dar una solución política al problema, pactar con los chichimecas y fundir la élite tolte-ca con los inmigrantes, para fortalecer así el régimen de explotación.

Mientras esos acontecimientos tenían lugar en Teotihuacán, en la margen opuesta del lago Texcoco otro próspero Estado tolteca-clá-sico –Azcapotzalco- conservaba su integridad. Las aguas de la alba-riza se interponían entre la ciudad y los intrusos. Pero transcurridos unos doscientos años, nuevos inmigrantes, esta vez tepanecas –de origen nahuatl-, irrumpieron hasta la urbe y lograron dominarla.

En aquella época la ciudad preponderante en el valle de México era la sureña Culhuacán, con la cual sólo podía emular Texcoco. Sin embargo entre ambas metrópolis no se habían producido conlictos directos, pues se encontraban en los extremos opuestos del lago. La correlación de fuerzas en el área fue bastante estable hasta media-dos del siglo XIII, cuando en la parte menos anhelada –debido a la salinidad de sus aguas- de la región lacustre se establecieron unos aztecas pertenecientes a la tribu mexica. Pronto la prepotencia de los culhuas les impuso el pago de un tributo, gravoso por la enorme pobreza de los recién llegados. Éstos se habían asentado en Tenoch-titlán, reducido conglomerado de islas que ellos unían de diversas formas para ampliar los terrenos cultivables: en lo sitios de aguas bajas, mediante el relleno con tierra; en las partes de mayor profun-

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didad del lago, con chinampas o balsas rectangulares, cubiertas de ramas de árboles y fango, ijadas al fondo con sauces plantados en los límites de los canales que trazaban.

Las moradas de la mayoría de los tenochcas eran simples chozas de madera y carrizos, humildes palaitos techados con hule. Sólo algunos privilegiados habitaban casas de adobe.

En el siglo XIV al continuar Culhuacán su expansión hacia el norte entró en conlicto con Azcapotzalco. Ambos Estados empezaron las pugnas debido a que sus respectivas clases dominantes rivalizaban por los territorios que dependían de cada uno de ellos; incrementar-los signiicaba despojar al vecino de los que poseía. Y puesto que la incorporación de nuevos tributarios era la base de un mayor enrique-cimiento, podía preverse el estallido de una guerra. En esa coyun-tura los mexicas, deseosos de sacudirse tan gravosa tutela, se aliaron con los tepanecas para juntos enfrentar al enemigo común. La combi-nación de fuerzas logró vencer a las tropas meridionales, y a partir de ese momento Culhuacán entró en un período de franca decadencia.

Aunque partícipe de la victoria, Tenochtitlán no pudo evitar una nue-va dependencia bajo la revitalizada Azcapotzalco, cuyos ambiciosos tepanecas pronto fueron atraídos también por la opulenta Texcoco, la cual percibía cuantiosos tributos de sus extensos dominios que llega-ban hasta la actual zona de Veracruz. Esa nueva lucha desembocó, a principios del siglo XV, en una victoria de Azcapotzalco, cuya clase explotadora no solo despojó a la texcocana de las regiones que ésta había hasta entonces saqueado, sino que también le impuso un cuan-tioso gravamen anual directo, pagadero con parte del plusproducto que arrebataba a sus propias comunidades campesinas.

La hegemonía de los tepanecas provocó la alianza de Tenochtitlán con Texcoco, cuyas fuerzas conjuntas lograron derrotar en 1428 a la odiada y preponderante antigua metrópoli.

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Confederación Azteca en Tenochtitlán

Los triunfadores en la guerra formaron entonces una Confedera-ción llamada Triple Alianza, así denominada porque a la también tepaneca ciudad de Tlacopán se le incorporó, acorde con una es-trategia política enilada a brindar cierta participación a las tribus vencidas. En teoría, los jefes de las tres urbes tenían iguales dere-chos, pues cada uno gobernaba de forma autónoma su territorio y controlaba directamente los dominios que le tributaban. En los asuntos internos los aliados también eran independientes, ya que mantenían sus respectivos y tradicionales órganos administrativos, leyes y costumbres propias. No obstante, las cuestiones de paz o guerra se decidían en común; los ejércitos se debían ayuda mutua y operaban al unísono. Pero en lo concerniente al botín de las guerras se acordó que éste fuese repartido de forma desigual: Tenochtitlán y Texcoco recibirían, cada una, dos quintas partes; Tlacopán, el resto.

La Confederación, con sus enormes conquistas posteriores no in-corporó regiones sólidamente estructuradas entre sí, ya que hasta en el centro mismo de su territorio había Estados independientes, como Tlaxcala y Meztitlán, no sojuzgados a pesar de las múltiples agresiones contra ellos lanzadas.

Además, las tribus sometidas empleaban una heterogeneidad de lenguas: algunas hablaban en diferentes dialectos nahuas; otras se comunicaban en idiomas pertenecientes a variados grupos lingüís-ticos como: popoloca, totonaca, otomíe, zapoteca, mixteca, tlapa-neca, chiapaneca.

De los innumerables tributarios luían hacia la Triple Alianza in-mensas riquezas. Según el afamado Códice Mendoza, en los mo-mentos de la Conquista ibérica los productos almacenados en los depósitos de las tres ciudades confederadas alcanzaban cifras enor-mes. Cientos de miles de fanegas de maíz, fríjol, semillas oleáceas de salvia chía; millares de cargas de cacao, chile rojo, cal; ininidad

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de jarras de jarabe de maguey, miel de colmena; un sinfín de vigas, tablas grandes, y otros materiales de construcción. La lista conti-nuaba: tabaco, sal, vestidos, adornos, utensilios domésticos, objetos para el culto, pieles, barras y collares de oro, cuentas de jade, tur-quesas, colorantes.

El gran poderío que alcanzara Texcoco hizo más complejo su apa-rato administrativo, pues el sometimiento de vastas regiones de-pendientes exigía combinar diversos sistemas de dominación. Así, en las zonas donde habían prevalecido débiles clases explotadoras locales, las tribus perdieron el derecho de contar con un jefe o tecu-htli propio. El gobierno pasaba entonces a un gobernador provin-cial, funcionario seleccionado entre la élite texcocana, que acopiaba los excedentes producidos por las comunidades esclavizadas –al-tepetls- y los enviaba a la urbe hegemónica. Para los macehuales o campesinos agrupados en clanes llamados calpullis, este saqueo no signiicaba más miseria, pues su monto nunca superaba lo antes exigido por la aristocracia nativa. En cambio, en las ciudades some-tidas que contaban con importantes castas expoliadoras propias, se mantenían las tradicionales autoridades, a las cuales se les obligaba a permanecer parte del año en Texcoco y pagar determinados tribu-tos en fuerzas de trabajo y en especies, que entregaban en interva-los regulares bajo la supervisión de un funcionario enviado, al que llamaban calpixque. Esas exacciones perjudicaban a la aristocracia y a los trabajadores, pues con el in de compensar sus pérdidas, los privilegiados oprimían aun más a los que producían. No era extra-ño, por lo tanto, que los explotados anhelaran que se estableciera el poder central directo de Texcoco; la eliminación de la nobleza local disminuía sus padecimientos, ya que la dependencia despótico-tri-butaria agravaba la esclavización de las comunidades.

Con los nuevos recursos arrebatados mediante la tributación, Tex-coco se enriqueció mucho. Al mismo tiempo la familia gobernante –Netzahualcoyotl fue sucedido por su hijo, Netzahualpilli- se dife-renció mucho del resto de la clase dirigente, pues se hizo construir

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lugares particulares de recreo provistos de lores y árboles exóticos, así como convirtieron grutas en casas de campo y seleccionaron montañas para su caza privada. El más notable de esos retiros era el de Tetzcotzinco, colina boscosa cercana a Texcoco, con una gran escalinata que ascendía hasta una preciosa plataforma superior. Un acueducto desembocaba en su parte más alta. De allí el agua co-rría refrescante hacia una serie de estanques esculpidos, junto a los cuales se encontraban los exclusivos baños, abiertos en la dura y compacta roca de pórido –especie de jaspe- y un palacete dedicado a los momentos de meditación y ayuno.

Para los sacerdotes también se erigieron imponentes ediicios, que a veces tenían más de trescientas habitaciones. Allí se encontraban los archivos oiciales; lugares de reunión de historiadores y poetas; locales de gobierno, justicia y almacenes.

Con la victoria sobre Azcapotzalco ninguna ciudad experimentó, sin embargo, cambios tan trascendentales como Tenochtitlán, cuyo vuelco en su situación económica fue completo. Se calcula que los excedentes que percibía eran suicientes para mantener a sesenta mil personas. Con la recepción de materiales de construcción, y el empleo de mano de obra tributaria suministrada por el coatequil –trabajo periódico obligatorio aportado por los sometidos-, los mexicas hicieron crecer la urbe al ritmo de sus conquistas.

Al principio acometieron grandes trabajos públicos de interés para toda la colectividad. Un ejemplo fue la comunicación de la urbe con las riberas por tres rutas; se clavaron en el fondo del lago, hile-ras paralelas de postes, rellenadas luego con piedras, que en ciertos tramos dejaban espacios que permitían el paso de canoas, vacíos salvables mediante puentes levadizos. Un cuarto dique servía de base a dos canales de pedernal, cubiertos, revestidos de cal. Este acueducto recogía el agua en los manantiales de Chapultepec –ribe-ra occidental conquistada en la contienda contra Azcapotzalco- y la conducía hasta los depósitos ubicados en el centro de la ciudad.

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Además, con el in de protegerla de las catastróicas inundaciones periódicas y convertir parte de la albariza en lago dulce, se cons-truyó un poderoso rompeolas de dieciséis kilómetros de largo que dividía la laguna. En la obra trabajaron veinte mil coatequileños alimentados con los tributos. Después, aunque los macehuales se-guían en sus tradicionales chozas, los miembros de la aristocracia empezaron a vivir mejor. Unos se hicieron erigir casas de adobe de dos pisos, con azoteas y techos impermeables; otros, casa de pie-dras; algunos anhelaban todavía mayor lujo.

La urbe contaba con veinte calpullis o barrios, restos de la antigua organización clánica de la tribu mexica, cuyos habitantes en su ma-yoría cultivaban todavía el suelo. No obstante, varios distritos esta-ban dedicados a actividades especializadas como la de tamemes o cargadores, artesanos de plumas, orfebres, pochtecas o comercian-tes, talladores de piedras.

Las tierras para la subsistencia de los sojuzgados, de igual forma que en las comunidades esclavizadas de los territorios dependien-tes, se dividían en dos grupos: el altepetlalli, trabajado colectiva-mente, destinado a satisfacer las necesidades comunales de las gens, y el conjunto llamado calpullalli. Comprendía éste las parce-las individuales –conocidas como tlalmilli- que eran entregadas de por vida al jefe de cada familia campesina particular, pues solo a la muerte del beneiciario volvía el lote al seno de la comunidad, con el propósito de que se realizara otra repartición.

En la Confederación no sólo evolucionaban con celeridad las carac-terísticas del urbanismo. La estructura socioeconómica también se encontraba en un proceso de rápida transformación. Así, los terre-nos tradicionalmente laborados de forma gratuita por las colecti-vidades explotadas veían alterar su patronímico, pues cesaron de llamarse acorde con la función social de los destinatarios. No se les decía ya “tierras de la guerra”, o “del culto” ni “de la administra-ción”, sino “de los guerreros”, “de los sacerdotes”, y “del supremo

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gobernante”. Aunque los nombres nuevos no implicaban todavía un necesario cambio en los vínculos de producción basados en la coacción extra-económica, sí evidenciaban que las castas se conver-tían en usufructuarias directas de enormes extensiones de terrenos fértiles. Por ello, en los últimos años antes de la Conquista, privi-legiadas familias aristocráticas pudieron disponer de importantes supericies cultivables para su consumo privado.En un inicio, dichas adjudicaciones requerían una ratiicación anual, pero pronto empezaron a ser transferidas de manera hereditaria sin el mencionado requisito. Esos terrenos pasaron a ser cosechados por mayeques o tlamaitls –individuos que por determinadas razo-nes podían quedar ya al margen de sus antiguos clanes-, a los cuales les estaba prohibido abandonar los predios del señor cuyas tierras trabajaban, a cambio de una parcela. Surgían así entre los aztecas las primeras manifestaciones de nuevas relaciones de producción.

Acorde con los nuevos tiempos, la selección gubernamental comen-zó a realizarse exclusivamente entre los estrechos marcos de deter-minadas familias, tanto a nivel de cacique o calpullec, como del Tlacatecuhtli o “Jefe de los hombres”. Sólo parientes de los falleci-dos jerarcas podían sucederlos en los importantes puestos.

Después de ocupar en 1503 el referido y principalísimo cargo, Moc-tezuma, que tenía fama de gran guerrero, se acercó mucho a la casta sacerdotal. Tenía el propósito de conseguir el apoyo de los religio-sos para que lo ayudaran a convertirse en autócrata divinizado, ca-paz de transmitir por designación hereditaria su alta función.

El tlacatecuhtli disponía de un enorme palacio, con veinte puertas exteriores; salas de cincuenta metros; cien habitaciones –cada una tenía más de seiscientos pies cuadrados- con baños; lisas paredes de mármol que parecían espejos; enmaderamientos de cedro blanco bien tallados; oratorios enchapados en oro y plata; adornos con es-meraldas, rubíes, topacios. Además, el nuevo jefe supremo forma-

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ba una especie de corte exclusiva con sus más allegados, y disponía para su deleite de unas ciento cincuenta concubinas.

Luego de ascender al poder, Moctezuma acometió las tareas de cen-tralizar el régimen e imponer la lengua, la religión, y las costum-bres aztecas en los territorios dependientes. De esa manera dicha inluencia cultural, que antes no rebasaba mucho el valle de Méxi-co, tuvo un brusco empuje. La aztequización se manifestaba, entre otras formas, mediante la difusión de nombres mexicas.

Pero el gran gobernante no circunscribió su programa centralizador a esos límites y se dedicó a colocar sobrinos suyos al frente de dis-tintas ciudades. Así, por ejemplo, en 1515, controlado ya el gobierno de Tlacopán, aprovechó la muerte de Netzahualpilli para imponer en Texcoco al hijo de su hermana con aquél, mientras el preterido medio hermano paterno –Ixtlilxochitl- marchaba con sus seguido-res en protesta a las montañas. Pero no obstante ésta y algunas otras limitadas manifestaciones de descontento, parecía que las continuas guerras interestatales, la sucesión de heterogéneas ciudades hege-mónicas, las pugnas culturales y religiosas, iban a languidecer debi-do a la hábil política de Tenochtitlán. Ésta sintetizaba la experiencia de siglos de conlictos, y acentuaba la tendencia a estructurar un sólido poder central que liquidara la multitud de pequeñas clases explotadoras locales, incapaces de ediicar un Estado uniicado y coherente. Y el trascendente problema de integrar un Imperio había sido abordado por Moctezuma, cuando su obra se vio interrumpida por la Conquista ibérica.

Civilización Mochica, Estado Chimú, Tiahuanaco

Las primeras estribaciones de la imponente Cordillera de los Andes que corren paralelas al océano Pacíico, han dejado una estrecha faja de llanuras costeras donde ríos montañosos de considerable corrien-te ensancharon el suelo de los valles de Moche, Virú, Chira, Lamba-yeque, Chiclayo, de la Leche y Chicama. Así se conformó una cadena

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de puntos verdes en el desértico litoral del Perú. El parejo régimen de las corrientes luviales, cuyo caudal aumenta hacia el norte, fa-voreció al sector septentrional para el asentamiento humano. En ese medio, de agudos contrastes orográicos surgió entre los siglos VII y VIII d.n.e., la llamada civilización Mochica. Para irrigar el valle de Chicama, y beneiciar el de Moche, sus habitantes construyeron un imponente canal de ciento trece kilómetros de longitud así como acueductos que bordeaban colinas y cruzaban cañadas; trazaron ca-minos de hasta diez metros de ancho, y erigieron grandes fortiica-ciones. Ediicaron también majestuosos santuarios. El mayor –Huaca del Sol- requirió ciento treinta millones de ladrillos de adobe, y un templo remataba su plataforma superior, dándole mayor altura.

La cerámica mochica acostumbraba a reproducir pasajes destacados de las costumbres, operaciones quirúrgicas, sacriicios de prisione-ros y escenas de caza. Aunque nada podía compararse con las repre-sentaciones de su gran jefe máximo. Considerado semidiós, aparecía como agricultor, médico, guerrero, orfebre, juez y sacerdote. Éste di-rigía la estratiicada sociedad mediante un régimen muy centraliza-do, que sintetizaba en su igura el poder de religiosos y militares.En determinado momento de su desarrollo, los mochicas fueron conquistados por tribus yuncas, que se apropiaron de sus impor-tantes adelantos. A partir de dichos avances constituyeron el pode-roso Estado Chimú, que a mediados del siglo XV se extendía del golfo de Guayaquil al río Rimac: setecientos kilómetros de desier-tos y valles irrigados, incorporados mediante la hábil combinación de conquistas bélicas y alianzas políticas. En sus más alejados con-ines levantaron fortalezas como la de Paramonga –hecha de ladri-llos sin cocer secados al sol-, la cual constaba de tres plataformas. En la más alta, a diecinueve metros de altura, se encontraban las vi-viendas. La inferior tenía forma de irregular cuadrilátero, con bas-tiones ajustados a los contornos de la cima en sus cuatro ángulos; era un buen ejemplo de arquitectura militar pues daba soluciones efectivas y simples a los problemas de la defensa, ya que protegía

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a la guarnición de ataques efectuados por honderos y arqueros o lanzadores de jabalinas.

La capital –Chanchán-, construida en la cuenca del río Moche, cubría veinte kilómetros cuadrados y estaba subdividida en diez grandes barrios rectangulares –uno por clan-, todos rodeados de altos muros. En el interior de cada unidad se encontraba un conjunto de calles, casas pequeñas, grandes pirámides, depósitos de agua, jardines, ce-menterios, todas construcciones realizadas con bloques de adobe.

En los valles vecinos se encontraban ciudades similares, más peque-ñas, dependientes, que pagaban tributos al centro hegemónico pero gozaban de cierta autonomía. Sin embargo, frente al coloso Chimú se encontraba el notable Estado Cuismancú –también conocido como Chancay- que mantenía su independencia. Éste se ubicaba al sur de los yuncas y ocupaba los valles centrales de la costa del Perú. Y como su homóloga norteña, la capital –Maranga- ejercía su domi-nación –por las cañadas cercanas- sobre varios núcleos urbanos. De éstos, el más extenso y poblado, con cincuenta y cinco mil habitan-tes, era el hoy llamado Cajamarquilla. Pero el más importante, por ser considerado santuario, fue Pachacámac, donde es probable que haya surgido la práctica chanca de momiicar los cadáveres.Un desarrollo diferente tenía lugar por aquella época a cuatro mil metros de altura, en la región del Altiplano puna; en aquel desolado lugar, frío, con pocos árboles, demasiado elevado para una agricul-tura intensiva, había surgido Tiahuanaco. A veintiún kilómetros del impresionante lago Titicaca –en lenta desecación-, donde la aridez del suelo era considerable, tribus aimaraes construyeron su pétreo centro ceremonial. Erigido en un valle alargado, limitado por dos líneas paralelas de colinas, tenía mil metros de largo y la mitad de ancho, rodeado por un amplio canal de pronunciadas hendiduras que surgieren la existencia de un puerto lacustre. La principal es-tructura del núcleo la formaba una pirámide trunca de cuarenta y cinco pies de altura, cuya plataforma superior estuvo destinada a

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algunos templos. En los alrededores, los artesanos habían tallado en piedra iguras humanas cuya altura superaba los siete metros.Durante el período de su máxima proyección hacia el exterior –en-tre los años 700 y 1000 d.n.e.-, Tiahuanaco llegó a inluir, incluso, en la vigorosa cultura Moche, aunque sus efectos no fueron muy profundos.

A lo largo de aquella época de gran esplendor, los contactos comer-ciales entre el Altiplano y los valles costeros se acentuaron, pero la vitalidad de tales vínculos decayó con el relujo a inales del siglo XI de la importante civilización. Unos cien años después su poderío declinó hasta que las constantes luchas con los rivales y sus propias contradicciones internas, lo hicieron sucumbir.

Cuzco, Quito e Imperio Kechua de los Incas

A comienzos del siglo XIII tribus quechuas procedentes del Titicaca se establecieron en el Cuzco. Una centuria más tarde, su ciudad Esta-do dominaba una zona de casi veinte kilómetros de radio a su alrede-dor. Su ulterior crecimiento fue lento hasta que Viracocha, en el siglo XV, logró duplicar las tierras que sojuzgaba la clase explotadora de los incas o señores. Así alcanzaron un poderío similar al de otros Es-tados en la región central andina. Esta ampliación territorial pronto condujo a disputas fronterizas, que envenenaron las relaciones entre la Confederación Cuismancú (o Chanca) y el Cuzco, pues los dos Estados pugnaban por ampliar sus dominios a expensas del otro.

Al comenzar la guerra entre ambos, Cuzco no contaba con mura-llas para defenderse, pero tenía una serie de fortines en los valles de acceso y contaba con la sólida Sacsahuamán, situada al norte de la decisiva urbe, en la cima de una colina que se elevaba a más de doscientos metros sobre la ciudad. La extraordinaria fortaleza tenía la capacidad de resistir un prolongado asedio debido a la triple línea de muros, construidos con gigantescas piedras que formaban terra-zas ascendentes, reforzadas con tres estratégicas torres. Ese sistema

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defensivo dio a Viracocha una difícil victoria, tras la cual el destaca-do gobernante murió. Su hijo Pachacuti ocupó el alto cargo en 1438, y después acometió una serie de guerras expansionistas con el in de incrementar el plusproducto disponible para su clase. El primer enemigo en ser atacado fue el estadillo de los Paltas, cuyas principa-les líneas defensivas habían sido erigidas en las escarpadas alturas de Zaraguro. Allí, en la actualmente denominada fortaleza de Las Piedras sus tropas resistieron durante cinco meses, hasta que se vie-ron forzadas a pactar. El siguiente objetivo incaico fue la poderosa Confederación Quito-Puruhá-Cañar, que tenía su frontera meridio-nal resguardada por el fuerte de Cusibamba en la frontera Cañar.

A inales del período cultural denominado Tuncahuán, ubicado en-tre los siglos I al VIII d.n.e., en los actuales territorios del Ecuador penetró la tribu Cara, de origen chibcha. Conocían la rueca primi-tiva, el cortador de barro cocido, y criaban animalitos, como el co-bayo, que les servían de alimento. También construyeron caminos y acequias para el riego de los campos. Luego, de forma gradual, los Caras se relacionaron con diferentes tribus de procedencia ma-yoide y arahuaca, tras lo cual, en medio de un proceso de lucha generalizada, los mayores cacicazgos constituidos se fortalecieron hasta llegar a formar unos cincuenta Estadillos. A ines del siglo XII d.n.e. el más famoso era el de Quito –sede de los Caras-, dirigido por grandes jefes conocidos como shyris –denominación que en su lengua signiicaba “El señor de Todos”-. Dicha ciudad entonces se enfrentaba a otros dos Estados también engrandecidos por sucesi-vas campañas bélicas: Puruhá y Cañar. Este último, muy debilitado, fue obligado a asociarse con los quiteños de forma dependiente. Ello signiicaba que mediante el pago de un tributo –a partir de lo que se arrebataba a los campesinos- se instituía la Confederación Quito-Cañar, en la cual la clase explotadora doblegada se subordi-naba al vencedor pero sin perder su privilegiada condición social. De esta manera surgió un régimen socioeconómico despótico tribu-tario, basado en el modo de producción esclavista.

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El undécimo Shyri, llamado Caran murió hacia el año 1300 sin suce-sor varón. Esto indujo a la élite de la aristocracia quiteña a desposar su hija con Duchicela –al menos así se le conoce en la actualidad-, primogénito de la muy culta familia gobernante de los Condorazo, en Puruhá. Dicha ciudad-Estado se encontraba por esos tiempos en aguda pugna con la de los Pantzaleos, por lo que el surgimien-to de una confederación ampliada mediante una alianza política, mucho la beneiciaba. El nuevo monarca despótico impulsó la cen-tralización confederal tan eicientemente que Autachi, su vástago y heredero, pudo vencer a los estadillos de Imbaya y Quillasingas e incorporarlos también a la Confederación.

A partir de entonces con los nuevos tributos percibidos la ciudad de Quito fue embellecida, entre cuyas obras resaltaban acueduc-tos, fuentes, baños, y la gran plaza central donde se encontraban inmensos cuarteles junto a enormes almacenes públicos, así como el hermoso Palacio Real de Callo. En éste la entrada frontal era ma-jestuosa, conformada por una puerta trapezoidal junto a tres impre-sionantes ventanas de análoga estructura. Desde él se divisaba en la cumbre de un monte al Templo del Sol, con grandes relejos de oro, en cuya puerta delantera había dos imponentes columnas para observar los solsticios y regular el año solar. En la cima opuesta se había erigido una ediicación similar a la Luna, pero con revesti-mientos de plata. Además, una parte de las construcciones quiteñas asombraba por sus arcos y bóvedas.

Al fallecer Autachi, su hijo Huálcopo devino en decimocuarto mo-narca, quien vivió ya tiempos muy diferentes pues en esos momen-tos el principal problema de la Confederación no consistía en expan-dirse, sino en sobrevivir ante el formidable empuje de un temible rival procedente del sur. Esto obligó a la Confederación a desarrollar una política de alianzas, que se inició con los Pantzaleos, quienes re-cibieron al Shyri en su palacio de Ambato. Más tarde Huálcopo mar-chó hasta las selváticas márgenes del río Curaray, donde a las tribus de los Quijos, Cofanes, Omaguas y otras entregó hachas de plata,

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botijas de sal y semillas, husos para hilar, ruecas para tejer, cántaros llenos de añil, aparatos de cerámica para contar. A la vez hizo saber a dichos respectivos caciques el enorme peligro que se acercaba, pues las tropas incaicas tras haber conquistado las meridionales tribus de Huacos y Tarmas, continuaban su avance hacia el norte.

Los triunfos alcanzados incrementaron mucho el poder de los shyris, cuyo cargo supremo se hizo hereditario. Al mismo tiempo la centralización administrativa del régimen permitió comenzar la homogeneización ideológica de los dominios conquistados. Pero el crecimiento territorial de la Confederación la llevó a topar con su poderoso vecino del sur. Ahí empezaron las diicultades.El Sapa Inca Pachacuti –o Pachacútec- inició una violenta ofensiva contra Cañar, pero fue detenido por la irme resistencia confedera-da en el fuerte de Cusibamba. Entonces regresó al Cuzco, y se dedi-có a realizar importantes obras en las cercanías de su capital: entre ellas, una especie de reloj de sol que servía para medir el tiempo y ijar con precisión las épocas de las distintas labores agrícolas; la construcción de numerosas terrazas en las laderas de las montañas para incrementar las tierras de cultivo, y la desecación de un enor-me pantano. Más tarde el propio Cuzco se embelleció al crearse la gran plaza ceremonial de Huacapata, donde se ubicaron importan-tes ediicios públicos, y a cuyo alrededor los sucesivos Sapa Incas erigirían sus respectivos palacios con macizos muros de pedernal, decorados con valiosos tapices, objetos de oro y adornos de plata.

El aspecto mas lúcido del régimen de Pachacuti fue su política de asimilación de los territorios incorporados, llevada a cabo mediante la práctica llamada mitima; a los conquistados se les trasladaba en masa a regiones sometidas desde hacia largo tiempo, y en su lugar se establecían colonos totalmente quechuizados. También impulsó un tipo diferente de migración, que tenía por objetivo incorporar tierras deshabitadas a la producción. De esa forma, hasta en los más recónditos lugares se imponía el idioma quechua y el culto al Sol,

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con el propósito de que se hablara una lengua común, y se pro-fesara una misma religión. Se propinaba así un golpe mortal a la vieja estructura clánica de la sociedad, pues su primera condición de existencia había sido que sus miembros estuviesen reunidos en el mismo territorio. Dicha situación terminaba con rapidez, ya que en todas partes se mezclaban gentes y tribus, práctica que impedía la reunión del clan para salvaguardar los asuntos propios de la vieja comunidad. Así, en lugar de las antiguas asociaciones constituidas por los vínculos de sangre, tornadas caducas, los seres humanos se comenzaron a mover de uno a otro paraje sin responder a leyes tri-bales. Entonces, en vez de la referida consanguinidad, se hizo nece-sario tomar un nuevo principio aglutinador para los habitantes: el de la división territorial. Surgió de esta manera en el Estado incaico una nueva forma de comunidad humana: el pueblo, con principios basados en determinados nexos comarcales entre los individuos an-tes pertenecientes a distintas gens.

Desde Cuzco, Pachacuti ordenó a su hijo Tupac Yupanqui reanu-dar con más violencia los ataques contra la Confederación Qui-to-Puruá-Cañar, debido a lo cual Tomebamba –capital de Cañar- cayó en poder de los invasores. Entonces Pillahuazo, jefe de los contingentes atacados, se replegó a las orillas de la laguna de Colta para preparar la ulterior defensa de los Confederados.

Ante esa feroz resistencia de la confederación norteña, Pachacuti or-denó el desvío de su ejército hacia el Estado Chimú, que sucumbió en 1466. Esto satisizo al monarca incaico, quien incluso antes de fallecer entregó su divinizado cargo a Tupac Yupanqui, devenido undécimo Sapa Inca. Lleno de ímpetu, el nuevo gobernante de inmediato am-plió las conquistas quechuas por el oriente hasta las distantes regio-nes del río Amarú y del Beni. Después incorporó a sus predios la Confederación Diaguita –actual noroeste argentino- mediante el co-nocido proceso de asimilación, realizado por el incanato en cualquier lugar en que llevara a cabo una conquista. Entonces, como en el resto de ese Imperio, sus habitantes adoraron al Sol y hablaron quechua;

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además cultivaban patatas, porotos, zapallos, maíz; fermentaban éste así como algarrobas para hacer chicha y aloja; utilizaban llamas para transportar cargas; empleaban usos y telares para hilar y tejer lanas, que teñían con tinturas de indelebles colores; fabricaban ina y diver-sa alfarería; confeccionaban “ushutas” o sandalias –muy parecidas a las antiguas griegas-; tallaban y pulían piedras con las cuales cons-truían represas, canales, acequias, palacios, sistemas de irrigación y fortalezas ciclópeas en sitios estratégicos; fundían oro, plata, cobre, bronce; cincelaban joyas primorosas.

Túpac Yupanqui hizo construir un camino con “tambos” o alber-gues –para protegerse del frío, las lluvias o el viento-, que partía del Cuzco y proseguía por Ayavire, donde se bifurcaba en dos ramales que bordeaban el lago Titicaca, tomaba después hacia el sureste y desembocaba en Tucmá –actualmente Tucumán-. De este sitio luego continuaban dos calzadas. Una atravesaba los Andes y mediante el frecuente empleo de puentes colgantes, llegaba a Coquimbo, en la costa del Pacíico. De allá torcía al sur, hacia el río Maule, donde los quechuas fueron detenidos por las neolíticas tribus mapuches, lla-madas araucanas con posterioridad. Allí se estableció la meridional frontera incaica. La otra calzada salía también de Tucmá y llegaba a la actual Mendoza, de la cual partían algunas rutas transversales de menor importancia. En esta región vivían los Huarpes-Comechin-gones, cuya asimilación había comenzado hacia 1435 –en tiempos de Viracocha-, pero dicho proceso no estaba tan avanzado como el de sus vecinos del norte. Aquellos habitaban por las Sierras de Cór-doba, el sur de Santiago del Estero, el nordeste de Mendoza, y aún no estaban lingüísticamente por completo quechuizados.

El gran jefe inca más tarde retomó la ofensiva contra la orgullosa Confederación norteña. La guerra contra los confederados fue terri-ble debido a su carácter prolongado y cruel; la resistencia era feroz, encabezada por Epiclachima, hermano del Shyri, quien la dirigió durante varios años hasta el horrible combate de Tiquizambi. Aun-que en éste hubo más de dieciséis mil muertos –entre ellos el propio

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jefe militar quiteño- sus resultados no fueron concluyentes. Por ello el prudente Tupac se retiró hasta Tomebamba –su predilecto lugar de residencia- donde más tarde se enteró de la muerte del anciano Shyri. Ese cargo fue heredado por su primogénito, llamado Cacha, quien no obstante estar paralítico a causa de heridas recibidas en la guerra, organizaba la defensa en la fortaleza de Lliribamba. Pero ésta fue ocupada al reanudar las tropas incaicas sus ataques con una violencia antes desconocida, por lo que el Shyri tuvo que re-plegarse hasta las posiciones que había preparado en Tiocajas. Al mismo tiempo eran derrotados los efectivos pantzaleos al mando de Pillahuazo, quien fue capturado y decidió pactar con Tupac. Se diicultó así la defensa de Quito, en cuya captura se sostuvieron combates extremadamente sangrientos. Luego, al penetrar en la semi-derruida ciudad el ejército quechua se asombró, pues la con-quistada urbe era más grande y bella que la sede imperial de Cuzco.

Por su parte los vencidos se retiraron al norte, donde aún se recono-cía la hegemonía de Cacha.

Tupac no prosiguió su ofensiva contra el Shyri; se dirigió a conquis-tar las tierras de los Huancavilcas y de los Mantas. Después de esos triunfos, se detuvo en la bahía de Caráquez, con el propósito de allí reunir una poderosa lota de cuatrocientas grandes balsas provistas de timón, mástiles y velas. Con ella durante nueve meses navegó por el Océano Pacíico, hasta que topó con las islas Galápagos de las que se posesionó.

De regreso al Cuzco Tupac continuó la obra de organizar un ver-dadero imperio: clasiicó a la población en diez grupos de edades, acordes con los cuales se adjudicaban tareas; depuso a los antiguos caciques hereditarios de las comunidades esclavizadas, y los susti-tuyó por aristócratas cuzqueños llamados curacas; dividió el Esta-do en partes llamadas “suyos”. Éstas eran: el Antisuyo, que com-prendía la región oriental de los Andes, donde se encuentran las cabeceras de los ríos Ucayali y Madre de Dios, más toda el área del

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lago Titicaca y la altiplanicie del Collao; el Collasuyo, que abarcaba el sur del Perú, la zona septentrional de Chile –incluída la actual ciudad de Talca-, la parte antes aymara –que había pertenecido al imperio Tiahuanaco- del territorio andino de Bolivia, y el noroeste argentino donde hoy están las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, Santiago del Estero y hasta la actual ciudad de Mendoza; el Contisuyo, como se llamaba a la parte occi-dental del centro y norte del Perú, y que cubría las tierras que pre-viamente ocuparan las civilizaciones Mochica, Chimú y Nazca; y el Chinchasuyo, como se denominaba a lo que hoy es Arequipa, Ica, Apurimac, Huancavelica, y los territorios recién arrebatados a la Confederación Quito-Puruhá-Cañar. Al frente de cada uno de ellos colocó a funcionarios nombrados Cápac, escogidos entre sus fami-liares más cercanos, los que pasaban a integrar el Consejo Supremo. Y en la cúspide del Tahuantinsuyo o Imperio de las Cuatro Partes se encontraba él, Supremo Señor despótico, divinizado.

Túpac Yupanqui, además, decidió liquidar por completo las viejas clases explotadoras locales, que mediante la forma «generalizada» del modo de producción esclavista habían arrebatado, hasta enton-ces, los excedentes que producían las colectividades sojuzgadas, y de los cuales una parte se había enviado en calidad de tributo al Sapa Inca. Para alcanzar sus objetivos, el monarca dispuso que las tierras del ayllú o comunidad campesina –estructurada ya a partir de principios territoriales-, se dividieran en tres partes. La primera en delimitarse debía ser la porción destinada a garantizar la sub-sistencia y producción de los comuneros o purics y sus familias. Dichos terrenos se repartían en parcelas o tupus adjudicadas anual-mente, y cuya dimensión para una pareja sin hijos era de aproxi-madamente noventa metros por quince, según la calidad del suelo del lote. Después se establecía cuales eran las tierras de los religio-sos –llamadas del Sol- así como las del Inca, que ambas debían ser trabajadas por los esclavizados campesinos o purics a cambio nada. El producto de estas últimas se entregaba a los colccahuasi o alma-

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cenes del Estado, que después distribuían dicho excedente según las necesidades de los explotadores. Desapareció así totalmente el principio de la tributación.

En contraste con el coatequil impuesto por los mexicas a las tribus so-metidas, Tupác instituyó la mita, aplicable a todos los campesinos del imperio pertenecientes a determinado grupo de edades. Los mitayos tenían que trabajar gratuitamente dos o tres meses al año en la cons-trucción de carreteras, canales, terrazas, fortiicaciones, templos, pa-lacios, y grandes obras. Asimismo, cada comunero, en determinada etapa de su vida, debía servir en el ejército, que en tiempos normales absorbía el diez por ciento de la población masculina.

Huayna fue designado Sapa Inca por Túpac. Era hijo suyo con su propia hermana, considerada una réplica del divinizado monarca y por lo cual sólo con alguien como ella podía religiosamente des-posarse. El joven comenzó a gobernar en 1493 y poco tiempo trans-currió antes de que acometiese la costumbre de beneiciar a sus fa-voritos con donaciones de terrenos, que segregaba de las “tierras del Inca”. Dichas extensiones se transmitían hereditariamente, pero no se podían enajenar ni subdividir. En realidad esto no signiicaba más que una alteración en la forma de distribuir las cosechas, pues para los agraciados cesó la práctica de percibir el sustento de los colccahuasi ya que en el futuro debían obtener todos sus alimentos de los suelos recibidos; el cultivo de éstos seguía siendo realizado por los purics, atados siempre a su ayllú, y sin que percibiesen in-centivo económico alguno ni en parcelas ni en especies. Por ello no se alteraban todavía las relaciones de producción.

Huayna Capac tuvo que doblegar sublevaciones de los caranques y de los pobladores de la isla de Puna –en el golfo de Guayaquil- toda-vía leales al Shyri. Éste, aún incapacitado, entregó la dirección de la defensa a su hija Huallara –la Paclla-, famosa por su notable belleza y gran valor, cuyo principal bastión era la fortaleza de Cochasqui. Contra ella Huayna dirigió todas sus fuerzas, en una inmisericorde

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ofensiva que terminó con su victoria y la captura de la excepcio-nal mujer. Ante el gran jefe quechua sólo quedaba la resistencia del Shyri en la norteña fortaleza de Hatuntaqui, que pronto con furor fue atacada y sus defensores vencidos, entre ellos el propio Cacha, quien murió de un lanzazo en el pecho. Luego la ofensiva continuó hasta las márgenes del río Angasmayo, donde se situaron las fron-teras septentrionales del Tahuantinsuyo.

Vencedor, Huayna Capac se desposó con la hermosa Huallara –de cuyo vínculo nació Huaypar Titu Yupanqui, más tarde conocido como Atahualpa- y de esa manera conformó en Quito una especie de segunda capital imperial, la cual tenía su propia élite cortesana. Ésta rivalizaba con Cuzco, donde la Colla –hermana y esposa oicial del monarca- vivía con Huascar, hijo de ambos. Desde entonces se desarrolló entre las dos ciudades una aguda pugna por preponderar. En esa época el Tahuantinsuyo no había superado la autosuiciencia comarcal y la especialización regional del trabajo alcanzaba niveles ínimos, por lo que el intercambio de productos sólo se realizaba me-diante el trueque. Esa sociedad no tuvo comercio ni mercaderes, tam-poco llegó a desarrollar un equivalente general del valor. Y puesto que sin orden oicial se prohibía viajar o cambiar de residencia, los quechuas se encontraban unidos exclusivamente por mecanismos administrativos y de coacción. En síntesis, no existían entre las diver-sas regiones del Imperio fuertes vínculos económicos, ni sus partes estaban indisolublemente soldadas entre sí; la gran entidad estatal era nada más que un conglomerado de grupos supra-estructural-mente unidos, poco articulada, con la facultad de separarse o unirse según los éxitos o derrotas de un conquistador, o de acuerdo con el criterio del gobernante de turno. La uniicación de esos territorios podía deshacerse en cualquier momento ante la indiferencia de los campesinos, mayoría aplastante de la población, que vivía ajena a los sucesos acaecidos fuera de su reducido campo de acción.

En 1525 Huayna Capac súbitamente murió. De inmediato las mejo-res legiones incaicas –ubicadas en Quito- reconocieron como nuevo

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jefe despótico divinizado al hijo de Huallara. Dichas tropas, al man-do de su primo Calicuchima –hijo de Epiclachima-, de Quizquiz y de Rumiñahui, hermano de Atahualpa, marcharon a enfrentar los contingentes que Huascar había enviado en su contra. En Ambato, región central de Ecuador, se produjo el primer choque entre ambos ejércitos, en el cual los quiteños resultaron vencedores. Esto luego se repitió en Huamachuco, Quipa-hipa y Tomebamba, donde la ba-talla ocasionó treinta y cinco mil muertos y provocó el repliegue de los cuzqueños, derrotados nuevamente en las márgenes del perua-no río Apurimac. Luego, durante el segundo día de combate en la llanura de Quipaypan –no lejana de Cuzco-, el propio Calicuchima en abril de 1532 se apoderó de Huascar y lo hizo su prisionero. Pero en vez de entrar en la rival sede imperial, el prudente Atahualpa decidió establecerse en Cajamarca, ciudad casi equidistante entre las dos urbes en conlicto. Se encontraba allí cuando por las costas del Tahuantinsuyo desembarcaron ciento ochenta castellanos enca-bezados por Francisco Pizarro.

I.3) Conquista europea de América

Expediciones marítimas portuguesas

Las expediciones marítimas lusitanas proliferaron a principios del siglo XV en diferentes direcciones. Hacia el norte de Europa los co-merciantes portugueses se establecieron en Normandía y Flandes, mientras hacia el sur respaldaron la conquista de Ceuta, con el objeti-vo de ampliar sus mercados en oro, esclavos y maril; por el Atlántico meridional alcanzaron las islas Madeira (1419) y Azores, franquea-ron el Cabo Bojador y llegaron a Senegal, para instalarse después en las islas de Cabo Verde. Gracias a dicho empuje, hacia mediados de siglo la burguesía lusitana logró tener relaciones directas con los vendedores africanos de oro, a través del Golfo de Guinea. A partir de ese momento el metal aurífero sudanés empezó a cambiar de ruta, pues en parte su exportación se reorientó hacia Lisboa en detrimento del reino árabe de Granada, su tradicional receptor. Este éxito fue

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complementado por la caída de Constantinopla a manos de los tur-cos (1453), y el consiguiente encarecimiento del comercio veneciano, entorpecido en su propósito de mantener al mismo nivel su tradicio-nal intercambio con la India. Acicateado por esos acontecimientos, Portugal gestionó y obtuvo de Roma bulas papales (1) que prohi-bían a los demás países cristianos entrometerse en sus expediciones marítimas por las costas sudafricanas, hacia el sub-continente hindú. Dicha ruta se convirtió en un coto cerrado; a lo largo de ella el Papa concedía a la Corona portuguesa derecho a conquistar mares, tierras y minas; le otorgaban todas las islas que hallara hacia el Oriente y el Mediodía; le entregaba la administración de los beneicios eclesiásti-cos en todas las regiones que pudiera sojuzgar.

La gran cantidad de riquezas que llegaban a Portugal fortaleció mu-cho a la burguesía, en buena parte de origen judío. Esta preponde-rancia hebrea se debía a que la iglesia condenaba a quienes especu-laban con dinero, pues deseaba mantener su tradicional monopolio sobre la usura y actividades similares. Para atemorizar a los que to-maban parte en semejantes prácticas, los eclesiásticos les prohibían la entrada en sus templos. Pero como los semitas pertenecían a otra religión, no estaban concernidos por semejantes medidas cristianas. A pesar de esas disposiciones la burguesía portuguesa atesoraba dinero, y con el in de aumentar aún más sus ganancias auspiciaba la reorganización de la marina, único modo de hacer más rentables las costosas expediciones. Por eso los armadores abandonaban el uso de galeones y anticuadas galeras, para en su lugar emplear mo-dernos, grandes y eicientes veleros con puente. Al ocupar (1481) Juan II el trono lusitano, se facilitó que los burgue-ses expusieran sus quejas contra los feudales, que hasta entonces dominaran las Cortes (2). A su vez aquellos respaldaron al monarca, que impuso el absolutismo y apoyó a los comerciantes de Lisboa en sus esfuerzos por controlar el intercambio con Asia. Los benei-cios de esta política se revelaron en 1483, cuando las avanzadas de los mercaderes lusitanos llegaron a la desembocadura del río Zaire,

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también llamado Congo. Tres años después los portugueses dobla-ron el Cabo de las Tormentas, al que redenominaron “de la Bue-na Esperanza”. El impulso a estos viajes se incrementó, cuando en 1492 la burguesía de Portugal acogió en sus ilas a los judíos expul-sados de Castilla, quienes se manifestaron a favor de inanciar nue-vas aventuras. Esta ventajosa situación indujo a la Corona lusitana a rechazar el proyecto exploratorio del ambicioso Cristóbal Colón, que proponía llegar a la India navegando hacia el Oeste.Juan II, el monarca absolutista lusitano que tanto apoyara a la bur-guesía comercial, murió en 1495. En el trono le sucedió su hermano y enemigo político, Manuel I, quien deshizo la progresista alianza de su predecesor al propinar un duro golpe a la burguesía mercan-til con la expulsión de los judíos del reino portugués. Mientras, se favorecía a la nobleza con la devolución del inlujo de antaño y con el permiso de regreso a los hijos del Duque de Braganza. Éstos eran los jefes de la más importante casa feudal del país, que habían sido desterrados de Portugal por el anterior soberano. Al mismo tiempo la Corona estableció negociaciones con la Iglesia Católica, para que ésta impusiera en sus dominios la temida Inquisición u órgano re-presivo eclesiástico.

La debilitada burguesía no logró impedir que el Trono se hiciera cargo de la expansión marítima en colaboración con extranjeros, dueños de grandes sumas de dinero. Este apoyo permitió a la Coro-na proseguir con las expediciones hacia la India, una de las cuales fue la de Vasco de Gama, quien zarpó del Tajo el 8 de julio de 1497 con cuatro navíos y llegó a Calcuta el 18 de mayo del año siguiente. Las inmensas posibilidades de comercio así abiertas, indujeron al monarca a establecer el estanco o monopolio real sobre la pimienta mediante la llamada Casa de India, que produjo enormes ingresos. Esto motivó que la Corona lusitana relegara a un segundo plano el interés de navegar hacia occidente, pues al vender en Europa las especias hindúes el rey portugués multiplicaba por veinte su precio de compra.

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Unión de Castilla y Aragón: Los Reyes Católicos

Mientras, en la propia Península Ibérica, en 1474 se producía la unión dinástica entre los reinos de Castilla y Aragón, que en realidad nada alteró las relaciones entre los dos Estados; cada uno mantuvo su pro-pia organización tradicional, pues los vínculos unitarios, además de los personales entre los monarcas, estaban exclusivamente represen-tados por la Inquisición. Este Tribunal del Santo Oicio enjuiciaba los delitos de apostasía y cualquier otro que se considerase pudiera conspirar contra la fe católica. El mismo tenía sus cárceles, y efectua-ba los procesos en secreto sin decir los nombres de los denunciantes o de los testigos. En contraste, a los acusados les exigía revelar quienes habían conocido del supuesto pecado o habían sido sus complices, información –cierta o falsa- que obtenía mediante tormentos. Esa práctica relejaba la moral clerical, pues el Derecho Canónigo con-sideraba la tortura como un elemento legal y básico; la ilosofía de dicho código planteaba que los referidos procesos jurídicos debían comportar el quebrantamiento físico y moral del reo, no en busca de una confesión sino con el objetivo de inligir el mayor sufrimiento posible, para que a través del máximo dolor el acusado encontrara el arrepentimiento susceptible de conducirlo al perdón de Dios. Dicho Tribunal del Santo Oicio partía también del precepto, que al iniciar un juicio debía obligatoriamente encontrar un culpable, cuya pena más leve era el uso perpetuo de un sambenito o capotillo distintivo, la prisión, la hoguera o el descuartizamiento, así como la conisca-ción parcial o completa de los bienes poseídos. Éstos, una vez tras-pasados a la Iglesia, no tenían posibilidad alguna de ser devueltos, aunque la expropiación hubiera sido efectuada por error.

La Inquisición fue implantada en 1478 a solicitud de los Reyes Ca-tólicos –Fernando e Isabel- con un solo Inquisidor General y un úni-co Consejo Supremo. El establecimiento de ese Tribunal del Santo Oicio en tierras aragonesas produjo revueltas, a pesar de que en ese reino un aparato represivo similar había sido implantado antes para suprimir la herejía albijense (3). La diferencia entre ambos tri-

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bunales estribaba en que el nuevo, por completo bajo control real, combinaba el poder religioso con el del Estado, y el antiguo, no.

Esta oicialización ideológica de la Iglesia Católica fue compensada por Roma, al reconocer un incremento del poderío monárquico so-bre el eclesiástico. Incluso, mediante el Patronato de 1482, el Papa restringía su autoridad y convertía a la Corona en el gran señor de las órdenes clericales. Con tan apreciados colaboradores la reina Isabel pudo fortalecer los fueros (4) citadinos, por lo cual las urbes formaron entonces la Santa Hermandad o especie de unión dedi-cada a implantar una administración real. Aunque desde entonces mermó la preponderancia de la nobleza, la Mesta u organización que aglutinaba a los dueños de ovejas siguió teniendo una fuerza considerable. Esta realidad se evidenció cuando los comerciantes de Aragón creyeron que había llegado el momento de lograr la articulación económica de la península; deseaban exportar teji-dos, hierros, coral y especias a Castilla, e importar de allí lanas y cereales meseteños. Pero los feudales que controlaban la ganade-ría trashumante lo impidieron; temían admitir en pie de igualdad a los mercaderes aragoneses en las ferias de Medina del Campo, Villalón, y Medina de Rioseco, donde ellos controlaban monopóli-camente la compraventa de la lana. En resumen, las dos vertientes económicas continuaron separadas.

Dada la alianza dinástica establecida por los Reyes Católicos, el úl-timo enemigo que se alzaba frente a Castilla era el trono árabe o taifa de Granada. Éste se debilitaba cada vez más por el lujo del oro sudanés hacia los territorios cristianos y por las enormes parias que ya muy difícilmente a éstos les podía pagar. Las mismas eran tributos usuales a lo largo de la prolongada era de la llamada Re-conquista, durante la cual los reinos débiles tenían que pagar dichas imposiciones a los que eran poderosos.

Por in las gestiones diplomáticas más las contiendas bélicas vencie-ron en once años a los musulmanes. Después los desposados mo-

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narcas ibéricos hicieron su solemne entrada en el Alhambra el 2 de enero de 1492. En ese marco de victoria, y para eliminar a un po-deroso rival de los mercaderes castellanos, se dispuso la expulsión de los judíos. Sin embargo al afectar –quizás involuntariamente- a uno de sus principales pilares, el golpe resquebrajó la ascendente vitalidad de la burguesía en dicho Estado.

En ese delicado contexto, las posibilidades del sector mercantil en Castilla, –enfrascado en aguda lucha con comerciantes de Aragón, y sobre todo de Portugal-, parecieron multiplicarse con la presencia del navegante Cristóbal Colón. Este genovés proponía un intrépido plan para llegar a la India navegando hacia el oeste, pues airmaba que sería una ruta más corta hacia las especias.

El proyecto del aventurero interesó a Isabel, quien encontró el apo-yo inanciero de armadores de Palos –los hermanos Pinzón-, de al-gunos mercaderes de Cádiz, y de ricos banqueros genoveses como Pinelo, Di Negro y Doria.

Capitulaciones de Santa Fe y Viajes de ColónLas Capitulaciones de Santa Fe, el pacto mercantil más ambicioso de la época, abrieron las puertas al viaje de Colón, quien bajo el es-tandarte de Castilla zarpó el 3 de agosto para las Canarias, y de allí salió rumbo al temido mar de los Sargazos. El 12 de octubre divisó tierra en las Bahamas, donde se apoderó de varios aborígenes para que lo guiasen hacia el sur, que pensaba abundante en oro, piedras preciosas y especias. Navegando sin rumbo ijo llegó a Cuba, donde los europeos vieron por primera vez el tabaco, la patata y el maíz, pero no los tesoros codiciados. Después, los navegantes cruzaron el Paso de los Vientos y desembarcaron en Quisqueya, a la que llama-ron La Española. Un accidente, ocurrido días más tarde en la costa norte de la isla, determinó la fundación de la primera colonia. Su-cedió que la Santa María había encallado, y, dada la poca capacidad de las otras dos naves, se construyó con los restos del buque vara-

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do un fortín donde quedaron treinta y nueve hombres. Los demás se vieron obligados a regresar a Castilla, a donde llegaron el 15 de marzo de 1493.

Isabel, junto con Fernando, dispensó a Colón un caluroso recibi-miento. Al tener un detallado recuento del audaz viaje, los monarcas recurrieron a Roma para que prohibiese a otros países entrometerse en la navegación castellana hacia la «India» por el Poniente. Enton-ces el Papa concedió a Castilla el derecho de conquista de todos los mares, tierras y minas al oeste de una línea imaginaria que debía situarse en las costas occidentales de las Islas Azores y Cabo Verde.

La hábil negativa del rey de Portugal a aceptar la bula pontiicia, no impidió que Colón viese ratiicadas las Capitulaciones de Santa Fe, que lo reconocían como Almirante de la Mar Océano y Virrey de las tierras que sometiese.

Colonización de la Española

En Castilla muy pronto se empezaron a organizar dos expediciones. Una debería culminar la conquista de las Canarias con la ocupación de las Ínsulas de Tenerife y Palma, pues la importancia del archi-piélago se multiplicaba con el hallazgo hecho por el ahora famoso aventurero. Otra de carácter mercantil, fundaría en La Española fac-torías encargadas de comerciar con los aborígenes –a los que llama-ron indios- de la Isla.

La Corona, que se había reservado el monopolio del comercio, dio a Colón plenos poderes para ejercerlo, tras lo cual se apresuraron los preparativos para permitir al agresivo Almirante zarpar de Cádiz el 25 de septiembre de 1493. Así diecisiete buques, mil hombres a sueldo, más de trescientos que viajaban por voluntad propia, todos maravillados por los relatos de las riquezas inigualables y hermosas mujeres desnudas, se embarcaron con él. Había decenas de caba-lleros e hidalgos, gentiles-hombres de la Casa Real, doce sacerdotes y un vicario designados por el Papa como cabeza de la iglesia en el

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Nuevo Mundo. Las naves llevaban asimismo un cargamento de pro-visiones, y mercaderías para el trueque por oro que pensaban reali-zar con los indígenas. También ganado mayor y menor, herramientas para ediicar una población, armas, municiones, semillas europeas.Colón atravesó el Atlántico –en esta oportunidad- en sólo veinte días; recorrió las pequeñas Antillas, Puerto Rico, y ancló en Quis-queya, donde encontró en ruinas el fortín que hacía un año ha-bía construido. Los aborígenes lo habían arrasado en respuesta a los desmanes y violencias cometidos por sus agresivos moradores. Después, para iniciar la construcción de la primera factoría –llama-da La Isabela en honor a la reina-: se levantaron unas doscientas cabañas, techadas de hierba; se sembraron legumbres, que crecie-ron con asombrosa rapidez, mientras los animales llegados en los buques, empezaban a engordar mucho en los tiernos pastos de la llanura antillana. Pero nadie pensaba en organizar una vida labo-riosa orientada hacia el fomento de haciendas o la cría de ganado, ni en la instauración de un clima de amigable convivencia con los naturales de la Isla. Todos miraban hacia la prometedora y desco-nocida tierra con dos objetivos ijos: oro y mujeres.Con el in de cumplir los propósitos del viaje, se despachó a la Cor-dillera Central una expedición que en su marcha torturó con iereza a un cacique desobediente y aterrorizó a la población de la aldea, robó todo el oro que pudo, violó mujeres, e hizo prisioneros. Des-pués regresó a La Isabela, donde Colón decidió ejecutar a varios de los indios presos para escarmiento de los que no cumplían los designios de los conquistadores. Luego, las riquezas auríferas arre-batadas se enviaron a la Península Ibérica.

Una vez que organizó la administración local, a cuyo frente puso a su hermano Diego, el admirante zarpó hacia Jamaica. Al no encon-trar allí oro, se dirigió al sur de Cuba, pero sin hallar riquezas ni posibilidades de comercio con los atrasados aborígenes de la Gran Antilla, decidió el regreso a La Española.

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En la Isabela, los malos tratos de los recién llegados provocaban la desconianza de los indígenas; los abusos cometidos por los con-quistadores causaban la repulsa total de aquellos hombres de la Comunidad Primitiva, que en consecuencia se negaron a seguir cooperando con los invasores y no les entregaron más tubérculos ni frutos. Así, los alimentos traídos de Castilla tocaron a su in, pues sólo quedaba trigo sin moler.

Durante una ausencia nueva del Almirante los ibéricos vivieron un período de miserias tal, que para no morir de hambre comían cu-lebras, lagartos y hasta ratas, pues hacía tiempo el ganado traído había sido sacriicado. En esas circunstancias llegaron a la Isla tres naves de refuerzo. Ante la inesperada visión, muchos caballeros, hidalgos y descontentos en general, comidos de niguas, con bubas, famélicos, se apoderaron de los buques y se dirigieron a Castilla con las noticias más desalentadoras acerca de la incipiente factoría.

De regreso nuevamente a La Española, Colón encontró su obra pa-ralizada, pues cundía el desaliento. Temeroso por su empresa mer-cantil, acometió en marzo de 1495 una campaña de conquista en la cual castigó con crueldad a los indios porque se resistían a entregar-le sus alimentos. Resultaba que un castellano comía en un día más que varios aborígenes en un mes, de modo que pronto se agotaban las provisiones de los conucos.

Finalmente, concluidos diez meses de operaciones, el agobiado Al-mirante consideró dominado el territorio. Su expedición hizo más de mil seiscientos prisioneros –hombres y mujeres-, de los cuales envió quinientos cincuenta a Castilla para venderlos como esclavos. A los demás indios les impuso el pago de tributos en oro y algodón, pero el gravamen resultó demasiado pesado para los quisqueyanos pues a causa de su deiciente alimentación carecían de fuerzas ne-cesarias para soportar aquel desacostumbrado régimen de traba-jo. Además sacaban mal el oro, que nunca habían sabido laborar, y cultivaban peor la tierra con sus primitivas coas. Entonces, desespe-

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rado, Colón les impuso trabajos forzosos. En esas circunstancias, la población nativa, que no podía comprender las razones existentes para que se le maltratara de aquella manera –ni estaba dispuesta a aceptarlo-, huyó hacia los montes donde muchos se aprestaron a combatir al invasor con los rudimentarios medios de que disponían. Al mismo tiempo los adultos que no lograban escapar, mataban a sus hijos y después se suicidaban, individual o colectivamente; pre-ferían la muerte a la sumisión, pues no encontraban manifestación de rechazo más absoluto a la explotación que trataban de imponer-les los ibéricos. Además de los suicidios, las enfermedades traídas por los europeos, el hambre, y los envíos de aborígenes a Castilla en pago por las mercaderías recibidas, produjeron graves efectos demográicos por la acelerada disminución de los indígenas, con la consecuente escasez de fuerza de trabajo explotable. A pesar de esos inconvenientes, el desmedido amor de Colón por el lucro logró que se iniciara la exportación de mangle o palo tintóreo –utiliza-ble como colorante-, el cual se comenzó a procesar en dos factorías. Una pertenecía a la Corona y otra a él, único socio de la reina en el negocio de las Indias.

Después de recibir los primeros ingresos por concepto de esas ventas, Colón pagó los salarios atrasados y se dispuso regresar a la Península para dar cuenta de sus actividades. Nombró a su hermano Diego como Adelantado (5) de la colonia, y en marzo de 1496, zarpó.

Tratado de Tordesillas

Dos años habían transcurrido desde la irma, el 7 de junio de 1494, del Tratado de Tordesillas entre Castilla y Portugal el cual había acordado que hasta las trescientas setenta leguas al oeste de las islas de Cabo Verde las tierras pertenecerían al rey lusitano, mientras que las del poniente serían de la reina castellana. Esto zanjó el conlicto entre las dos Coronas, por lo cual la castellana culminó la conquista de las Canarias, apropiada base intermedia para el comercio con La Española. Pero desde ésta llegaban noticias alarmantes: parecía

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haber poco oro y no tenía especias, a nadie encontraban para co-merciar y los gastos de la empresa superaban en mucho sus exi-guos beneicios. En esa coyuntura Isabel decidió violar el contrato de Santa Fe, y en 1495 autorizó a un lorentino a viajar a las nuevas tierras con el in de que desarrollara el tráico mercantil. En adición promulgó un nuevo edicto que permitía a cualquier armador apa-rejar barcos que realizasen expediciones hacia occidente –excluida La Española-, con el objetivo de encontrar oro, especias, y otras ri-quezas para comerciar.

La medida suscitó tan grandes protestas entre los mercaderes del reino, que la Corona no solo se vio obligada a dar marcha atrás sino que además en ese mismo año tuvo que otorgar a todos los cas-tellanos, y exclusivamente a ellos, el derecho de negociar con las Indias. El único requisito indispensable era el de utilizar a Cádiz como puerto de entrada y salida de mercancías.

Al regresar a Castilla en 1496, Colón encontró que los burgueses autorizados a traicar directamente con América rehusaban arries-gar el dinero en nuevos viajes suyos. Entonces, para exigir el cum-plimiento de lo pactado en las Capitulaciones se presentó en las Cortes, donde con enérgicas protestas logró la revocación de las concesiones que lo perjudicaban. Pero quedaba el problema de ha-cer menos gravosas, si no rentables, las factorías.

Para disminuir el costo del negocio, el Almirante propuso a la Co-rona enviar presidiarios para trabajar durante un tiempo a La Es-pañola, a cambio de la conmutación de sus penas. Estos hombres tomarían el lugar de la gente que se encontraba a sueldo en Améri-ca, práctica que resultaba demasiado cara. Isabel aceptó, y además decidió otorgar indulgencia a todos los que desearan ir sin salario a las Indias, para que pudieran apropiarse de un tercio del oro que hallasen, con tal de que le entregaran el resto. Por ultimo, la reina facultó a Colón para repartir tierras a los que desearan avecindarse en la Isla, pues, desilusionada con su factoría, quería transformar

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La Española en colonia organizada según los patrones aplicados con éxito en las Canarias.

El principio adoptado fue el de considerar que el suelo y el subsuelo pertenecían siempre a la Corona. Por ende, el dominio privado so-bre cualquier tierra seria producto de una gracia o merced real. Las mismas tendrían un carácter gratuito y serían entregadas, según el beneiciado fuese hidalgo o no, en caballerías y peonías (6). Cinco de éstas equivalían a una de aquéllas, y se distribuían acorde al mé-rito del individuo que las recibiera, o a juicio de quien las repartiera.

Mucho trabajo le tomó al Almirante armar una tercera y pequeña expedición, hasta que pudo con seis menudas embarcaciones levar anclas el 30 de mayo de 1498. Entonces tres navíos se dirigieron a La Española, mientras los restantes, bajo el mando directo de Colón, navegaban hacia las islas de Cabo Verde, donde giraron al oeste por la línea del Ecuador.

El almirante divisó la isla de Trinidad el 31 de julio, y al día siguien-te cruzó el estrecho que la separa del Continente. Llegó a la penín-sula de Paria, retrocedió hasta el delta del Orinoco, torció al noroes-te, dio con la isla de Granada, pero desembarcó en la de Margarita, en la cual los tripulantes cambiaron a los indios baratijas por perlas. Luego de explorar unos trescientos kilómetros de la costa continen-tal sin encontrar oro ni alimentos, la lotilla se dirigió al sur de Quis-queya, divisada el 31 de agosto. Allí supo Colón de los importantes acontecimientos ocurridos en la isla durante su ausencia.

Su hermano había establecido un régimen muy personalista, mal soportado por los castellanos pues beneiciaba a sus partidarios y discriminaba a todos los demás. Los ánimos habían llegado a tal punto, que el Alcalde Mayor de la factoría, nombrado por el Al-mirante antes de su última partida, se había rebelado contra el au-toritarismo local, y proclamado su lealtad y adhesión a la Corona. Dicha causa obtuvo el respaldo de la mayoría de los hambrientos

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castellanos del Tercer Estado –es decir de los que no eran nobles ni sacerdotes- quienes se unieron a su causa. También muchos aborí-genes se sumaron a ésta, porque para atraerlos, el caudillo anunció la abolición de los tributos impuestos por Colón.

El jefe rebelde acusó a su enemigo genovés de haber transgredido las tradicionales libertades y derechos castellanos, de los cuales se declaró defensor. Después el alcalde y sus partidarios marcharon a Jaragua, donde escogieron mujeres y tierras, e iniciaron la prác-tica de obligar a los aborígenes a trabajar para ellos, cultivando los suelos de incipientes haciendas, actividad en la que los indios no fueron muy eicaces. Algo semejante hizo Diego Colón, pues con el propósito de estimular a quienes le habían permanecido leales, les donó indígenas y terrenos. A la vez el Adelantado continuaba percibiendo para su familia los tributos que gravaban a los nativos, y seguía enviando a muchos de ellos a Castilla para sufragar los gastos de lo que desde allá se importaba. Esto se encontraba vincu-lado con la preocupación fundamental de Cristóbal Colón: que no se le escapara de las manos el negocio de las Indias. Tenía el pro-pósito de vender ese año a Europa cuatro mil esclavos oriundos de Quisqueya, a mil quinientos maravedíes la pieza. Calculaba que lo obtenible con esas ventas, más los ingresos por la exportación del palo de campeche, le permitiría entregar a la Corona una suma dos veces y media superior a la que había costado su tercera expedición.

En cuanto al revoltoso Alcalde, la primera idea del Almirante fue reducirlo por la fuerza, pero de inmediato se percató de que ni si-quiera la gente que había permanecido iel a su hermano estaba dis-puesta a perseguirlo, pues entre los del Estado Llano el jefe rebelde tenía enorme inluencia. Incluso muchos hidalgos le habían otor-gado sus simpatías. La situación se complicó todavía más cuando la mayoría de los llegados en el último viaje aprobaron la conducta del caudillo así como su defensa de las tradicionales libertades cas-tellanas. Colón tuvo que ceder. A ines de 1498 concedió a los suble-vados todo cuanto pedían: restituyó en el cargo de Alcalde Mayor

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al cabecilla de los insubordinados; pagó los sueldos atrasados a los participantes del motín –aún cuando hiciese dos años que no traba-jaran en las obras de la factoría-; repartió mercedes de tierra a los que desearon avecindarse y aceptó que los indios sojuzgados fue-sen considerados propiedad de quienes los explotaban.

Lo acordado por Colón, en especial el último acápite, iba más allá de lo estipulado por la Corona sobre política de colonización, ya que la reina no estaba dispuesta a permitir que los aborígenes perdiesen la condición jurídica de vasallos libres, pues su poderío mermaría en relación con el de los conquistadores. Por ese motivo, y para decidir quién tenía razón en el problema del conlicto de autoridades surgi-do en la Isla, se envió allí como juez pesquisidor al Comendador de la Orden de Calatrava, Francisco de Bobadilla.Por si esto fuera poco, el recién terminado y exitoso viaje de los portugueses a la India en 1498, demostraba a la reina castellana que el gran Almirante no había llegado a dichas tierras asiáticas. No tenía derecho él, por lo tanto, a ejercer el monopolio comercial es-tablecido. Para retirar al marino-aventurero las prerrogativas que le habían sido otorgadas, Isabel instruyó a Bobadilla que despojase a Colón de la gobernación de la Isla y lo remitiese a la península ibérica, pues el temerario explorador se había convertido en un obs-táculo para la expansión de Castilla por América.

Después la Corona se asoció con burgueses castellanos, autorizados nuevamente a organizar sus propios viajes mercantiles a condición de que le brindasen una buena participación en los beneicios.La primera expedición se llevó a cabo en 1499, inanciada por un fa-moso banquero sevillano, y bajo el mando de quien antes había sido piloto de los tres viajes de Colón. La pequeña nave –cincuenta tone-ladas y treinta y tres tripulantes- alcanzó el golfo de Paria a través de la Boca de la Sierpe. A falta de algo más lucrativo, el buque cargó palo tintóreo; navegó después por la Boca del Dragón, y, rozando

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la península de Paria, llegó a la isla Margarita, donde a duras penas logró realizar un trueque mudo con los indios pescadores de perlas. Tras orillar la península de Araya, la expedición entró en el golfo de Cariaco; entre sus costas y el cabo de Codera pudo obtener, por nue-vo trueque, pequeñas cantidades de oro y perlas. Pero el comercio era tan escaso, y tanto el peligro ofrecido por las guerreras tribus de los cazadores de la región, que la empresa mercantil se suspendió.

Casi al mismo tiempo una segunda expedición castellana zarpó ha-cia América. Bordeando el litoral hacia el noroeste, los buques lle-garon al delta del Orinoco, y penetraron luego en el lago Maracaibo. Pero al verse escasos de provisiones, y sin haber realizado práctica-mente comercio alguno, los navegantes regresaron a Europa previa escala en La Española.

Dominio Lusitano del Brasil

El primer viaje por el litoral del Brasil fue realizado por un famoso armador de Palos, que en febrero de 1500 llegó al extremo oriental del Continente y tomó posesión de esas tierras para entregárselas a Castilla, en un acto que el Tratado de Tordesillas despojaba de todo valor jurídico. Navegando rumbo al noroeste, el armador llegó hasta la misma boca del Amazonas, luego retrocedió a Guyana, y bordeando las Antillas Menores sin lograr comerciar ni encontrar riquezas, arribó a La Española.

Otra expedición castellana hizo poco después un viaje semejante al anterior, pero llegó hasta el saliente oriental de Sudamérica. Como por dichas regiones los aborígenes también se encontraban en la Comunidad Primitiva, los comerciantes marinos no encontraron con quien intercambiar mercancías. Se dedicaron entonces a cazar indígenas en las islas del delta amazónico y por el golfo de Paria, para venderlos como esclavos en la Península Ibérica, adonde re-gresaron en el otoño de 1500.

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Por su parte los portugueses llegaron a las costas brasileñas sin pro-ponérselo a principios del siglo XVI, cuando un buque lusitano que había zarpado hacia las Indias Orientales, al tratar de eludir las cal-mas chichas de la costa africana, se internó en el Atlántico donde una tormenta lo desvió hasta el Brasil.

Los navegantes toparon tierra el 22 de abril de 1500, y llamaron a aquellos parajes Vera Cruz, después dirigieron la nave hasta Porto Seguro, sitio en que fueron recibidos con hospitalidad por los abo-rígenes. Pero al no lograr intercambio comercial alguno –pues las poblaciones locales se encontraban en el neolítico-, los desencanta-dos portugueses retomaron su ruta original.

Al poco tiempo el monarca lusitano juzgó prudente autorizar a un comerciante lorentino para que estableciese un negocio en sus do-minios americanos. El intento inicial fracasó, pero, en 1503, otro fue exitoso, y así, cerca de Porto Seguro se fundó una factoría para ex-plotar un palo tintóreo cuyo color rojo asemejaba a las brasas, por eso fue conocido como palo brasil.

La Corona de Castilla, por su parte, dio permiso a una expedición sevillana, en 1501, para que comerciara con América. Los navegan-tes surcaron la costa meridional del mar Caribe y exploraron mil kilómetros del litoral, hasta el istmo de Panamá, sin encontrar nin-guna posibilidad mercantil. Los moradores de las zonas recorridas no estaban aptos para realizar trueques de importancia, por lo que los defraudados negociantes se dirigieron a La Española, donde abandonaron sus inservibles barcos.

Los reiterados fracasos de los burgueses castellanos exasperaban a la reina Isabel que, indignada ante la posibilidad de que el comer-cio con la India permaneciese en manos de la Corona portuguesa, inanció la cuarta expedición de Cristóbal Colón –ya liberado de cargos-. El Almirante, sin embargo, tenía que abandonar sus deseos

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de rápido enriquecimiento y comprometerse a encontrar una ruta marítima que, por occidente, lo llevara hasta el Asia Meridional.

Con este propósito Colón zarpó de Cádiz en mayo de 1502; desem-barcó en La Española, bordeó luego la costa meridional de Haití, torció rumbo a Jamaica, y el 30 de julio divisó la isla Guanaja, del grupo de las Bahía donde tuvo un encuentro imprevisto con una embarcación maya de veinticinco remeros, que pertenecía a uno de los Estadillos yucatecos.

Los navegantes americanos iban cargados de ricos paños, vestidos, hachas y campanillas de bronce, vasijas de cobre y de madera, espa-das rematadas en agudos pedernales. Pero Colón, ofuscado por la idea de aprovechar la oportunidad de reivindicarse ante la reina, no concedió importancia a las posibilidades comerciales del encuentro. Continuó rumbo al sur, hasta dar con Tierra Firme por Centroamé-rica, donde navegó por todo el litoral hasta el golfo de Darién. Pero comprendió que era inútil seguir buscando hacia el Este un estrecho que lo llevara al Asia, y decidió regresar a La Española. Más no llegó. En Jamaica sus buques naufragaron. Así terminó el cuarto y último viaje de Colón.

Decepcionada por la falta de resultados beneiciosos a sus costosas expediciones, la burguesía comercial castellana fue perdiendo inte-rés en el negocio de las Indias. Esto facilitó el deseo de la Corona de incrementar su participación en los exiguos ingresos que producía América, por lo cual en 1503 la reina Isabel pudo fundar, sin mayor oposición, la Casa de Contratación en Sevilla, la que regiría en lo adelante las relaciones mercantiles de Castilla con el Nuevo Mundo.

La peculiar institución actuaría como centro de gobierno y tribu-nal de los tratos comerciales, navegación y pasajes; contaría en los puertos americanos con corresponsales o factores; dispondría de una oicina hidrográica y de una escuela de alta marinería dirigida por un piloto mayor.

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Poco después de emitir estas disposiciones, el 25 de noviembre de 1504, la monarca castellana murió.

Conquista de México por Cortés

Veinticinco años después de la llegada de Colón a América, los conquistadores ibéricos sólo se habían establecido en las grandes Antillas, el istmo de Panamá y en la pequeña factoría de Porto Se-guro, en la costa del Brasil. Algunas exploraciones habían ampliado estos horizontes al dar a conocer al Viejo Mundo la península de la Florida, y otras –como la de Juan Díaz de Solís, en 1516- las costas atlánticas de Sudamérica hasta el río de la Plata. Pero nada más. El nuevo continente aún se presentaba a los europeos como una remo-ta tierra, llena de peligros, sin grandes riquezas, donde no valía la pena arriesgar la vida.

Esa apreciación empezó a cambiar cuando una expedición caste-llana dedicada a cazar indígenas vio, por primera vez en 1517, las grandes ediicaciones de piedra construidas por los aborígenes de Yucatán. La noticia estremeció a Diego Velázquez, gobernador de Cuba, y su conquistador en 1511. Velázquez comprendió que se había encontrado una importante civilización desconocida por los europeos. Pronto, con los recursos obtenidos en la Isla, se preparó la conquista de los nuevos territorios. Tras el fracaso de un primer intento debido a la indecisión del jefe, otra lota zarpó de Cuba en febrero de 1519 con poco más de seiscientos hombres. Al frente iba Hernán Cortés. Éste desembarcó en las actuales costas mexicanas, donde fundó la villa de Vera Cruz, y en ella constituyó Cabildo –instancia administrativa para los castellanos-, tras lo cual se erigió Capitán General y así rompió sus relaciones con Velásquez. En los alrededores los aventureros entraron en contacto con los totonacas, tribus recién sojuzgadas por la Confederación Azteca. Los vínculos de dependencia de aquéllos hacia ésta, hicieron comprender a los conquistadores que se encontraban ante un fenómeno parecido al de las parias, que habían surgido durante la Reconquista cuando

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los reyes de las taifas pagaban tributos a los cristianos, para que los protegiesen de los rivales Estadillos árabes. Pero cuando las exigen-cias de los protectores se convertían en excesivas, los hispanomu-sulmanes pedían ayuda al África. Entonces del territorio marroquí partían nuevas oleadas de guerreros, que defendían a sus hermanos de fe a cambio de gravámenes más pequeños.

El recuerdo de aquellos cambios de lealtad en busca de defensores más convenientes hizo que los castellanos repitiesen la interesante experiencia. Tuvieron tanto éxito en atraerse a los distintos grupos de aristócratas sojuzgados por la Confederación, que la nobleza de Tenochtitlán decidió establecer un compromiso con el reducido grupo de intrusos; creyó que la tarea de centralizar el imperio en ciernes sería facilitada por su asociación con los extranjeros, que poseían cuarenta y cinco novísimos mosquetes y desconocidos ani-males de monta: dieciséis caballos.

De no lograr un acuerdo la ciudad hegemónica tendría que arries-garse a una guerra contra los invasores y sus aliados, las antiguas tribus sojuzgadas, opción que no resultaba atrayente pues las con-secuencias de semejante conlicto resultaban imprevisibles.Los ibéricos pronto arribaron a Tlaxcala –ciudad-Estado indepen-diente-, donde tuvieron que combatir con iereza. La lucha sólo cesó cuando los recién llegados hicieron ver a la aristocracia tlaxcalteca las conveniencias de aliarse contra la Confederación. De esa manera se formaron unas poderosas fuerzas, que bajo el mando de Cor-tés llegaron el 8 de noviembre de 1519 ante el Supremo Jefe azteca, quien les dio la bienvenida y los acogió bajo su protección. Para el asombro de la clase explotadora tenochca, Moctezuma en vez de pactar con los castellanos se sometió a ellos.

En Tenochtitlán, Cortés recibió la noticia del arribo a Vera Cruz, de una expedición con mil quinientos hombres al mando de Pánilo de Narváez, enviada por Velázquez para arrestarlo. Entonces Cor-

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tés dejó a Pedro de Alvarado al mando de la ciudad y marchó a combatir a Narváez. Tras derrotarlo, sumó las tropas vencidas a sus fuerzas y regresó a Tenochtitlán. Allí, durante su ausencia, Alvara-do había realizado -sin causa alguna- una degollina de un grupo de desprevenidos aristócratas mexicas, que habían coniado en su autorización para celebrar una festividad. Dicha matanza engendró una violenta repulsa de la nobleza indígena que Moctezuma trató de aplacar. Entonces, la casta militar, dirigida por Cuautemoc –ca-sado con una hija del Tlacatecutli- llevó a cabo el apedreamiento del repudiado jerarca durante su alocución pública. Así murió quien había soñado erigirse Emperador.

La violenta insurrección forzó a los castellanos el 30 de junio de 1520 a retirarse precipitadamente de la ciudad en la célebre “noche triste”. A duras penas pudieron escapar. Durante dicho repliegue, para salvar la vida, Alvarado efectuó su famoso y enorme salto a través de cierto canal sobre las aguas del lago.

Cortés junto a los demás intrusos se refugió en Tlaxcala, donde se dedicó a reagrupar a todos los enemigos de la ciudad hegemónica. En la amplia y heterogénea coalición se unieron ibéricos, tlaxcalte-cas, tribus sometidas por la Confederación, y sectores aristocráticos desplazados del poder en Texcoco –encabezados por Ixtlilxochitl- y Tlacopán. Todos pensaban alcanzar en la lucha sus objetivos parti-culares: los europeos anhelaban conquistar aquellos ricos territorios; los tributarios deseaban dejar de pagar los gravámenes; los alejados del poder querían retomarlo; las ciudades-Estados independientes se esforzaban por mantener su soberanía. Pocos imaginaban que el colofón de los combates sería la implantación de un nuevo orden, tanto económico, social y político, como religioso y cultural.

Más de ciento cincuenta mil indígenas y menos de un millar de cas-tellanos se lanzaron a principios de 1521 a la toma de Tenochtitlán, defendida heroicamente por el undécimo y último Tlacatecuhtli –

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Cuautemoc-, quien junto a sus hombres sostuvo ochenta y cinco días de heroica defensa. Después la urbe sucumbió.

Una vez ocupada ésta, Cortés pretendió ser un nuevo tlacatecuhtli. Mantuvo y aprovechó la estructura estatal azteca, y con grandes cantidades de soldados indígenas acometió, incluso, la conquista de territorios que la Confederación no había logrado ocupar. Después se empezaron a otorgar mercedes de tierra y encomiendas –distri-bución de aborígenes-, no sólo a los conquistadores sino también a la aristocracia indígena que se asociaba con el nuevo régimen. De esa forma ponían en práctica la exitosa experiencia aplicada en las Canarias con los pobladores nativos –guanches-, donde ambas gra-tiicaciones se entregaron a los miembros de las clases explotadoras locales que habían colaborado con los conquistadores ibéricos.

Los más destacados representantes de la antigua élite aborigen az-teca llegaron a recibir títulos nobiliarios que equiparaban su linaje al europeo. Por ejemplo, los descendientes de Moctezuma fueron hechos condes y nombrados Grandes de España. Sólo la casta sacer-dotal perdió importancia, pues su religión fue sustituida por la de los frailes católicos, que realizaron una violenta penetración mística con el in de impedir la creación de un vacío ideológico, peligroso para la supervivencia del sistema de explotación de unos seres hu-manos por otros. Así los campesinos explotados, que nunca habían conocido la propiedad individual de las tierras que cultivaban, no vieron cambiar su situación; los castellanos tuvieron buen cuidado, al menos de inmediato, de que sus gravámenes no superasen los ya existentes. También velaron por la permanencia de los tradicionales caciques al frente de sus cacicazgos, siguiendo las normas del Códi-go o Régimen de Sumisión surgido en la Península Ibérica durante la Reconquista.

Ese conjunto de hábiles disposiciones permitió que en escasos me-ses de nuevo luyeran las riquezas entre los antiguos privilegiados. Pero éstos ahora las compartían con los recién llegados, quienes en-

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viaban una parte de dichos tesoros a las arcas del primer soberano de España –Carlos I-, nieto de los fallecidos Reyes Católicos.

Conquista de la civilización maya

Tras imponer su dominio sobre los territorios que había sojuzgado la Triple Alianza, Hernán Cortés dispuso que sus fuerzas penetra-ran en las actuales tierras guatemaltecas y hondureñas, donde se encontraban restos de la civilización maya clásica. Con ese in, en noviembre de 1523 un grupo de aventureros dirigidos por el apues-to y cruel Pedro de Alvarado salió de México, al frente de un ejér-cito suministrado por la aristocracia azteca plegada a los conquis-tadores. Las tropas invasoras sometieron la zona de Xoconochco, y luego irrumpieron en el Estadillo Quiché. Pequeño, combatiendo solo, poco tiempo pudo resistir el empuje de las poderosas fuerzas extranjeras, y sucumbió. Allí los invasores ocuparon la ciudad de Xelajú, hoy Quetzaltenango. Pero los aborígenes se reorganizaron y dirigidos por Tecún Umán enfrentaron al enemigo en los llanos de Paca, en una sangrienta batalla en la cual perdió la vida el valeroso jefe indígena en combate cuerpo a cuerpo con el propio Alvarado.

Dichos acontecimientos hicieron relexionar a la élite gobernante del Estado cakchiquel acerca de la actitud que debían asumir ante los efectivos militares foráneos; sus soldados se encontraban en guerra con la rival nobleza de los tzutuhiles, y debían decidir con cuál bando pactar. Convinieron aliarse con los castellanos, cuyas fuerzas los ayudaron a vencer a la odiada ciudad vecina.

Transcurría el mes de julio de 1524 cuando los castellanos entraron en Yximché, capital cakchiquel, adonde habían sido invitados, y en la que establecieron el Cabildo denominado Santiago de los Ca-balleros de Guatemala. De inmediato el osado Alvarado cruzó el río Paz con 250 españoles y 6000 guerreros mayas, que transitaron por Acatepeque y penetraron hasta Cuzcatlán, donde encontraron una resistencia muy arrojada. Ello decidió al jefe de la expedición

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a regresar a Guatemala, aunque en Acaxutla sostuvo otro combate con los ieros enemigos, quienes lo hirieron en la rodilla y le dejaron una pierna más corta.

Meses después, por instrucciones suyas los invasores retornaron y avanzaron a través de la meseta, en la cual el 1 de abril de 1525 fundaron la villa de San Salvador, tras evadir a los temidos guerre-ros pipiles. Así, el heroico estadillo de Cuzcatlán pudo sobrevivir unos años más, hasta ser conquistado tras tenaz lucha por fuerzas al mando de Diego Rojas y Alonso Portocarrero.

Triunfantes, los ibéricos se dedicaron a apropiarse de los tributos pa-gados por las tribus vencidas, pero no satisfechos con esos ingresos, pretendieron imponer gravámenes a sus propios aliados. Entonces la nobleza cakchiquel, sorprendida por el comportamiento de sus asociados, dirigió contra ellos una gran sublevación en septiembre de 1524. Cuatro años duró la guerra, hasta que los rebeldes aristó-cratas preirieron entrar en componendas y compartir el plusproduc-to arrebatado a las comunidades campesinas, antes que liquidarse como clase en la resistencia. Después vinieron las mercedes de tierra y las encomiendas, en las cuales, por supuesto, no fueron olvidados los explotadores aborígenes incorporados al nuevo régimen.

La familia de los Montejo –padre, hijo y sobrino- en La Española organizó una expedición que en 1527 zarpó a in de conquistar la península de Yucatán, pero no logró sus objetivos. Los invasores desarrollaron la guerra contra todos los aborígenes siguiendo es-trechas concepciones militaristas, sin analizar las peculiaridades sociales de cada región. Trataron de ocupar cada Estadillo, como si se tratase de la toma de Tenochtitlán, pero careciendo de fuer-zas aliadas locales. Al no sumar a sus ilas a la nobleza de ningún Estadillo maya-tolteca, los castellanos, solos, tuvieron que llevar a cabo una serie de desgastadores combates. Sus caballos y mosque-tes no evitaban que sufrieran constantes bajas y se desangraran sus fuerzas. Sucedía que tras someter a un pequeño Estado, el grueso

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de los efectivos tenía que marchar contra los vecinos, dejando en los territorios sojuzgados escasos destacamentos, insuicientes para mantener cualquier dominación. Y de nuevo la lucha resurgía. De esa manera, el proceso se repitió una y otra vez en cada paraje recorrido. Finalmente, cuando apenas quedaban cien hombres, los Montejo tuvieron que abandonar la empresa. El frustrado intento desprestigió tanto a sus organizadores, que les tomó tres años pre-parar otra expedición.

En el segundo empeño, los cuatrocientos castellanos participan-tes avanzaron estableciendo relaciones amistosas con las élites ex-plotadoras de aquellos territorios. Con esa estrategia atravesaron el mayor y más importante Estado yucateco, Maní, así como el de los cupules –en la zona de la abandonada Chichén Itzá, cubierta ya por las selvas-, donde fundaron una villa. Pero como odiaban tener que trabajar para autoabastecerse, decidieron imponer tributos y encomiendas a las tribus de la vecindad, por lo cual la aristocra-cia aborigen de la zona se opuso y dirigió una violenta campaña bélica contra los recién llegados. Y de nuevo esos torpes castella-nos se pusieron a combatir contra todos los indígenas, mientras las respectivas noblezas de aquellas ciudades-Estados relegaban sus diferencias, y coaligadas obligaban a los intrusos a retirarse de la península. Era el año 1534.

El segundo fracaso diirió la ocupación de Yucatán un lustro y medio. Hubo que esperar hasta 1541 para reiniciar los esfuerzos por ocu-par los Estadillos maya-toltecas. Sin embargo en el tercer intento, los conquistadores analizaron con profundidad las peculiaridades de los Estados yucatecos, y las características de sus relaciones. Compren-dieron entonces que existían serias pugnas entre las aristocracias de las distintas ciudades independientes, pues cada una pretendía im-ponerse sobre las demás. Esto permitió que en el nuevo empeño los castellanos establecieran alianzas con las noblezas de los más peque-ños Estadillos, para después atacar con esas fuerzas la poderosa urbe de los canules: Tihó. La ciudad poco pudo resistir ante una coalición

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tan amplia, por lo que fue derrotada y transformada en la villa de Mérida. El objetivo de esta medida era, mantener el tradicional cen-tro de poder para facilitar la adecuación de los antiguos mecanismos de explotación a los intereses del nuevo régimen.

El éxito de esos conquistadores sugirió a la nobleza de Maní la con-veniencia de llegar a un compromiso con los intrusos. Los caciques y tradicionales jerarcas mantendrían sus cargos, mientras Tutul Xiú, el Halach Uinic, se bautizaría para convertirse en Melchor, nuevo gobernador colonial de la mitad occidental del norte de la penínsu-la. A cambio, sin guerra, los aristócratas compartirían con los cas-tellanos sus riquezas. Con esa transacción el desbalance de fuerzas en contra de los Estadillos aún independientes se hizo abrumador, debido a lo cual las ciudades de los cupules, cocomes, chetumales e itzáes constituyeron una tardía alianza defensiva. Pero las tantas veces postergada coalición no logró detener la ofensiva enemiga, y en 1546 los aliados sucumbieron ante el ataque dirigido por los conquistadores. Después, como siempre, vino el proceso de entrega de mercedes de tierras y encomiendas, cuyos beneiciados fueron los castellanos y sus asociados explotadores nativos que se habían sumado al bando vencedor.

En Sudamérica, después del tercer viaje de Colón, las costas cari-beñas fueron recorridas frecuentemente por castellanos asentados en La Española. Dichos aventureros cazaban indígenas para luego venderlos como esclavos en esa ísla antillana, lo cual enardecía a los nativos y entorpecía que otros ibéricos colonizaran la llamada Tierra Firme. Ese fue el caso de Alonso de Ojeda, quién fracasó en 1509 en su intento de fundar un asentamiento en la bahía de Cartagena. Al año, otros realizaron empeños semejantes, aunque hacia Nueva Cá-diz –situada en la árida isla perlera de Cubagua-, donde llegaron a implantarse. A partir de allí, los hispanos se esforzaron en 1521 por fundar Cumaná, pero casi de inmediato la villa fue destruida por los iracundos aborígenes, debido a lo cual Jácome Castellón debió reconstruirla en 1523. Dos años más tarde, también el experimen-

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tado Rodrigo de Bastidas logró establecer en el litoral colombiano la colonia de Santa Marta (7). Luego la audiencia de Santo Domin-go otorgó las islas de Curazao, Aruba y Bonaire a Juan de Ampíes, quien desoyó dichas especiicaciones y se asentó en la costa venezo-lana. Ahí fundó en julio de 1527 la villa de Coro, convertida pronto en punto de partida de las expediciones que iban en busca del míti-co El Dorado; en sus fábulas, los conquistadores denominaban así a las hiperbolizadas riquezas de los Estadillos chibchas.

Carlos I de España y V de Alemania

Carlos de Habsburgo nació en Flandes –posesión de su abuelo pa-terno, Monarca de Austria- y allí vivió hasta los dieciséis años, cuando falleció su abuelo materno Fernando de Aragón, quien fun-giera como regente de Castilla tras la muerte de su esposa, la reina Isabel. Entonces el joven, que no hablaba castellano, marchó a la Península acompañado de banqueros germanos como los Welser o los Fugger, y junto a comerciantes lamencos como los Ehinger –castellanizados Alinger-; tenía por objetivo llegar a Valladolid y ser coronado como primer rey de España. Sin embargo, con antela-ción debía presentarse ante las Cortes y jurar los antiguos fueros, lo cual hizo de mala gana, pues pretendía transformar la monarquía en absoluta, y para ello necesitaba atacarlas, así como a los ayunta-mientos. En deinitiva el heredero prestó juramento con el propósi-to de utilizar inmediatamente los recursos españoles para hacerse elegir Emperador de Alemania, bajo el nombre de Carlos V. Dicha conducta indujo a las Cortes a pedirle que no otorgase a extranjeros, derechos sobre América. Pero el novel rey contestó diciendo que él no hacía distingos entre sus súbditos, fuesen ellos españoles, la-mencos o alemanes. La creciente irritación por las múltiples dispo-siciones reales de semejante índole, culminaron en un descontento generalizado en las urbes de Castilla, que defendían las libertades medievales frente a las ingerencias de un ascendente absolutismo. Por in la explosión tuvo lugar. Se constituyó la Junta Santa de Ávi-la y las ciudades convocaron a la Asamblea de las Cortes en Tor-

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desillas, la cual dirigió al rey el 20 de octubre de 1520 una protesta contra los abusos. El monarca respondió con la privación de sus derechos personales a todos los diputados reunidos en la famosa villa. Así la guerra civil se hizo inevitable. Los comuneros llamaron a las armas, y el movimiento adquirió características antifeudales al incorporar a sus ilas a las capas inferiores de las ciudades así como a una parte de los campesinos. Pero vencidos los insurrectos por fuerzas superiores en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521, las cabezas de los principales conspiradores rodaron por el cadalso al tiempo que desaparecían las antiguas libertades.

Conquista de Venezuela y Nueva Granada: alemanes e hispanos

Una vez derrotada la resistencia armada de las urbes, el Rey se de-dicó a reducir sus prerrogativas municipales, recurso que provocó la rápida decadencia de su población, riqueza e importancia. Debi-do a ese proceso de debilitamiento, los burgueses pronto se vieron privados de su inluencia en las Cortes, lo cual obró a favor del cre-ciente poder absolutista. Éste, en agradecimiento por los grandes empréstitos que le habían otorgado durante el conlicto armado, otorgó el 27 de marzo de 1528 a los Welser –castellanizados como Belzares- el derecho de conquistar y colonizar Venezuela. Dicho pri-vilegio comprendía desde Maracapana hasta el Cabo de la Vela, a condición de que llevaran trescientos españoles y fundaran dos vi-llas y tres fortalezas.

Con el objetivo de realizar en Sevilla el reclutamiento de soldados y pobladores que participaran en la expedición que preparaba, Jeró-nimo Sailler –apoderado general de los Welser en España- se asoció a principios de octubre con Enrique Ehinger, quien tenía en Quis-queya a un hermano llamado Ambrosio. Éste en esa colonia dirigía una factoría germana, y por su experiencia en el Caribe tomaría el mando de la lotilla una vez que a dicha isla llegaran los cuatro buques.

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Tras su desembarco por Coro en febrero de 1529, Ambrosio expulsó al no legitimado Ampíes y estableció en dicha villa la capital de su gobernación. Luego se dedicó a saquear los poblados situados por la depresión de Maracaibo, la meseta de Segovia y la Sierra del Norte. Pero al no encontrar en ellos las ansiadas riquezas, se dirigió a la Sierra de Perijá con el objetivo de cazar indígenas adultos –a los ancianos y niños les daba muerte-, que subastaría en el mercado de la costera ciudad a los compradores de esclavos, para las Antillas.

Durante la ausencia del gobernador, desde Coro salió en 1530 un centenar de hombres al mando de otro germano, Nicolás von Fe-derman, encargado por los Welser de encontrar al legendario El Dorado. Éste cruzó la meseta de Segovia, bordeó hacia el noroeste la Cordillera de Mérida, y penetró por el valle del río Barquisimeto hasta Cojedes, en los llanos del Orinoco. Enseguida torció al suroes-te, pero no pudo recorrer más de cien kilómetros pues la resistencia indígena se lo impidió. Después los fracasados aventureros regresa-ron a su punto de partida tras medio año de expedición.

Casi al mismo tiempo Alinger regresó a la capital y acometió la preparación de otra partida, esta vez también en búsqueda de El Dorado. Con ella avanzó hasta el curso bajo del Cauca, donde el hambre, las enfermedades y sobre todo la resistencia indígena dis-minuyeron sus efectivos con celeridad. Esto lo forzó a retroceder, hasta que a ines de 1532 en las montañas que bordean el curso alto del río Zulia, aluente del Catatumbo, todos fueron aniquilados.Muerto Alinger, con el aval de la Corona, los Welser designaron gobernador a Hans Seissen Hofer –más conocido por los españoles como Juan Alemán, debido a su difícil apellido-, cuya incapacidad no permitió que durase mucho en el cargo. Entonces lo sucedió en 1534 Hobermuth de Spira, quien organizó dos nuevas expediciones hacia El Dorado. Una, dirigida por Federman, salió por el Oeste rumbo al curso alto del Meta. La otra, bajo su propio mando, tomó hacia el Este y avanzó con 400 hombres hacia el río Portuguesa, cu-

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yas orillas siguieron hasta las estribaciones de las cordilleras Mérida y Oriental. Después cruzaron múltiples cursos luviales y llegaron a la fuente del Guaviare, pero en dicho sitio sufrieron tan aplastante derrota frente a los indígenas, que reconsideraron sus propósitos y decidieron retornar a Coro, a donde regresaron a ines de mayo de 1538 con el moribundo Spira, quien poco más tarde falleció.

Por su parte la expedición de Federman se aproximó al Altiplano neogranadino a través de la vertiente oriental de Sumapá, y luego siguió las aguas del río Fusagasugá hasta Pasca, donde a principios de 1539 topó con una fuerte tropa castellana procedente de Santa Marta, en la costa caribeña actualmente colombiana.

Gonzalo Jiménez de Quesada, Justicia Mayor de una poderosa ex-pedición que desembarcó durante 1535 en Santa Marta, en abril del siguiente año acometió la conquista del territorio chibcha. Ya en el altiplano Quesada se lanzó primero contra Musquetá, cuyo gobernante había ordenado a su población que se retirara de la ciudad-Estado y ocultara las riquezas. Después, en agosto de 1537, atacó los predios del Zaque llamado Chimichatecha en Tunja, en el que los conquistadores dieron muerte a gran número de indígenas y se apoderaron de mucho oro. Más tarde acometió al Iraca de Su-gamuxi –que reunía las máximas funciones religiosas y militares-, donde el botín fue mayor de cuantos hubieran capturado debido a las riquezas que ornamentaban el templo principal. Así, ante los in-vasores sólo quedó Bacatá, cuyo Zipa –Tisquesusa- pereció en com-bate con los castellanos. Su sucesor, Zagesa, mantuvo la resistencia hasta ser capturado, tras lo cual padeció hasta la muerte las peores torturas, sin revelar el sitio de los tesoros aborígenes, reales o ima-ginados. Victorioso, el 6 de agosto de 1538 Quesada fundó Cabildo en el centro urbano que redenominó Santa Fe de Bogotá. Allí se asoció con la élite explotadora nativa que le proporcionó una disci-plinada tropa de doce mil guerreros. Con esa fuerza adicional a la propia, el autoproclamado gobernador de Nueva Granada enfrentó la diezmada hueste de Federman, a la cual neutralizó al permitir a

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sus integrantes establecerse por los alrededores. A ellos les entregó, mercedes de tierra y encomiendas de indios, mientras al germano le brindó una indemnización equivalente a diez mil pesos oro, a con-dición de que volviera a España. Éste así lo hizo, y después escribió sus memorias con el título de Indianische Historia.

El período de administración alemana en Venezuela se caracterizó por la ausencia de los gobernadores de su capital, pues el objetivo de los Welser no era colonizar; su propósito casi exclusivamente había sido comercial y dirigido a obtener grandes ganancias mediante el tráico de esclavos o la extracción aurífera. Además, dichos empre-sarios habían implantado un sistema que no se adaptaba a las cos-tumbres de los españoles que participaban en la conquista; a éstos les vendían los elementos que debían emplear en las campañas: ca-ballos, armas, ropas y abastecimientos, en vez de sufragarlos como hacían los Adelantados hispanos en sus correrías. Y dado que la Casa de los Belzares monopolizaba todo el comercio en la gobernación, los que allí vivían estaban con ella siempre llenos de deudas. Incluso si alguien al morir tenía pagos pendientes, los Welser decomisaban los bienes de los herederos, y en caso de perdurar algún adeudo, lo repartían entre éstos para que lo satisicieran. La sistemática puesta en práctica de la referida concepción, unida al hecho de que durante algo más de cinco lustros la Corona española no recibió beneicio alguno, condujo a que fuera derogada la “Carta de 1528”. A partir de entonces, y bajo los tradicionales patrones hispanos, en Venezue-la la conquista fue extendiéndose gradualmente desde El Tocuyo. Primero hacia Barquisimeto, Nirgua, lago de Valencia y Borburata. Después se adentró en el valle de Caracas, donde Diego de Losa-da estableció la ciudad el 25 de julio de 1567, en medio de intensas luchas con los indígenas que rechazaban ser sojuzgados. Dicha re-sistencia y rebeldía tal vez tenga su máxima expresión en el heroico Guaicaipuro, quien en la zona de los Teques organizó la más tenaz oposición a los conquistadores, hasta que en las inmediaciones de la recién fundada ciudad, en un combate pereció.

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Conquista de Panamá y Centroamérica

Cristóbal Colón, en su cuarto y último viaje fue lanzado por una tem-pestad sobre las costas caribeñas de Nicaragua, el 2 de septiembre de 1502. Entonces el Gran Almirante desembarcó por este sitio y lo nombró Cabo Gracias a Dios, ya que allí se había salvado de naufra-gar. Sin embargo, luego de ese accidente hubo que esperar unas dos décadas hasta que otro grupo de castellanos llegara a las costas cari-beñas de Centroamérica. Ello tuvo lugar con Vasco Nuñez de Balboa, aventurero que para huir de sus acreedores en La Española abordó como polizonte el navío comandado por Martín Fernández de Enci-so. Éste navegaba con refuerzos para la recién fundada villa de Santa María, donde Balboa se amotinó, expulsó a Enciso y se autoproclamó Alcalde. Luego, consciente de que necesitaba hacer méritos para ser perdonado y legitimizado por la Corona, se lanzó a conquistar nue-vos territorios. Entonces cruzó el istmo de Panamá y llegó en 1513 al litoral del Pacíico, al que denominó Mar del Sur. Esto le concedió la gracia real y le sirvió para ser nombrado Adelantado, pero bajo el mando del recién desembarcado gobernador Pedro Arias de Ávila, que había llegado con 22 buques y cientos de hombres. Pero este am-bicioso funcionario –más conocido como Pedrarias Dávila- pronto acusó a Balboa de traición; tenía el propósito de coniscarle la lotilla que en el Golfo de Darién construía para navegar por el Nuevo Océa-no. Tras decapitar en 1517 a Balboa, Pedrarias entregó a su amigo Gaspar de Espinosa los referidos buques, quien tomó rumbo al norte en vez de hacerlo hacia aguas meridionales, como se había pacta-do para que buscara el fabuloso y desconocido imperio austral cuya existencia en dichas costas se rumoraba.

Furioso, Pedrarias organizó en busca del traidor una segunda expe-dición, que al mando de Gil González llegó hasta el istmo de Rivas y lo cruzó, hasta que se topó con dos enormes lagos. En sus alrede-dores, los aventureros comprendieron que por esos parajes las tri-bus existentes –llamadas mangues- comenzaban a desarrollar una diferenciación clasista.

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La noticia de que en el referido litoral unos indígenas explotaban a otros entusiasmó a Pedrarias, quién se desentendió del díscolo González para coligarse con el más dócil Francisco Hernández de Córdoba. Éste zarpó de Panamá en 1523, y tras desembarcar se asoció con un cacique náhoa llamado Nicaragua o Nicarao, que le facilitó establecer las villas de Granada y León. Después el intrépi-do conquistador exploró el río San Juan hasta su desembocadura en el Caribe, con lo cual dio inicio a los sueños canaleros. Pero los habitantes de esa costa –allí hoy conocida como “atlántica”- eran ieros caribises, osados navegantes que habían cruzado el mar de las Antillas en piraguas y balsas capaces de llevar hasta cincuenta personas, y los cuales en sus ritos de victoria a veces practicaban la antropofagia. Por eso Hernández de Córdoba preirió volver a la más plácida región donde había implantado sus asentamientos. Sin embargo al regresar tuvo que enfrentar al preterido Gil González, quién llegaba en son de guerra a retomar lo que estimaba era suyo. Pero derrotado por el jefe ya establecido enrumbó entonces hacia el contiguo territorio hondureño.

Hernán Cortés, una vez que se hubo apoderado de la Confedera-ción Azteca, dispuso que una expedición marítima al mando de Cristóbal de Olid zarpara en busca de un paso canalero entre am-bos océanos. Pero este individuo primero hizo escala en La Habana, donde se dejó arrastrar por los argumentos de Diego Velásquez y traicionó a Cortés. Luego se dirigió hacia tierras hondureñas, en las que fundó Triunfo de la Cruz en mayo de 1524. Al poco tiempo a dicha villa se acercó el desafortunado Gil González –ya expulsado de Nicaragua-, quién de nuevo fue vencido y hecho preso, aunque salvó la vida.

El conquistador de México, por su parte, no estaba presto a aceptar el cambio de idelidades que su antiguo subordinado había efectua-do, por lo que marchó hacia Honduras con el propósito de ajustar cuentas con él. Pero al llegar a Triunfo de la Cruz encontró que Olid había muerto a manos de Gil González y demás apresados aventu-

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reros. Entonces Cortés los sumó a su tropa y ordenó que todos los castellanos en Centroamérica se subordinaran a Pedro de Alvarado, quién había establecido Cabildo en Santiago de los Caballeros.

Pedrarias se insultó con el proceder de Cortés y se preparó para consolidar su autoridad en América Central. Debido a ello en 1526 marchó a Nicaragua, donde en León hizo ahorcar por felonía a Her-nández de Córdoba –plegado a Alvarado-, y después colocó al fren-te de la gobernación a Rodrigo de Contreras, su yerno, encargado de impulsar la colonización distribuyendo mercedes de tierras y en-comiendas de indios a quienes se asentaran en la región. Desde ese momento, en la parte centro-occidental nicaragüense la mayoría de los castellanos se dedicó a la ganadería extensiva. Mientras, en su zona central, donde abundaba la fuerza de trabajo aborigen explo-table, gran cantidad de ellos acometió el cultivo de cereales.

Al mismo tiempo Pedrarias se propuso entorpecer al máximo la gestión ordenada por Cortés a Alvarado, a quien consideraba un intruso. Éste, sin embargo, en 1527 logró que la Corona lo nombrara en propiedad como Adelantado y Capitán General de Guatemala, cuyos límites o contornos no estaban muy bien deinidos.Conquista del Imperio de los incas: conlictos entre Pizarro y Almagro

Pedrarias recurrió en 1522 a Pascual de Andogoya para que se diri-giera hacia las aguas meridionales. Éste navegó entonces desde el golfo de Panamá hasta el delta del río San Juan -situado en los cuatro grados de latitud septentrional-, y conirmó todo cuanto se comen-taba. Pero el osado marino falleció. Entonces Pedrarias se asoció con el cura Hernando de Luque –dueño ya de la isla de Taboga- para que inanciara una expedición hacia el sur, al mando de Francisco Piza-rro. Aunque este ex-porquerizo había fracasado como conquistador al frente de la recién fundada colonia de San Sebastián, en el cari-beño golfo de Uraba, se le escogió por su fama de hombre muy au-

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daz y experimentado. En dos naves este aventurero y sus hombres zarparon hacia la desembocadura del referido río, pero carentes de las necesarias provisiones, al poco tiempo tuvieron que regresar a Panamá. Dos años más tarde el intento se repitió con mayor fortuna, pues por el mencionado delta los españoles arrebataron buena can-tidad de oro y plata a los indígenas, y con dichas riquezas lograron que se les enviara más recursos. Con éstos Pizarro envió un navío de avanzada comandado por Bartolomé Ruiz de Andrade, quien llegó a las costas de Esmeralda y desembarcó el 21 de septiembre en Atacame, donde se maravilló del trazado de la ciudad y de los intensos cultivos de maíz y cacao. Luego topó con una enorme balsa velera cuyos tripulantes trocaron sus mercancías: espejos guarneci-dos de plata, collares de concha, telas preciosas, vasos de cerámica, e incluso perlas y oro que ponderaron en balanzas indígenas. Con ese tesoro Andrade regresó, lo que permitió a Pizarro despachar a Diego Almagro a Panamá en busca de refuerzos. Pero en esa villa del istmo no gobernaba ya Pedrarias sino Pedro de los Ríos, que dispuso el cese de la expedición. En vez de cumplir la orden, los osados castellanos prosiguieron hasta el golfo de Guayaquil, donde encontraron la grande y rica ciudad de Tumbez que los deslumbró, y en la cual acumularon tejidos inos confeccionados con lana de vicuña, vasijas de oro y plata, junto a diversos trofeos más. Con ellos regresaron a Panamá, donde Luque, Almagro y Pizarro decidieron que éste marchara a España con el objetivo de que el rey lo nombrara Adelantado. Carlos I en junio de 1529 así lo hizo, y además lo desig-nó gobernador y capitán general de los vastos territorios ocupados por el Tahuantinsuyo, que redenominó Nueva Castilla.

Financiado parcialmente por Hernán Cortés, acompañado de Gon-zalo y demás hermanos suyos así como de otros aventureros de Ex-tremadura, Pizarro abandonó España y retornó a Panamá a princi-pios de 1530. Al año siguiente, tras agrias disputas con los que antes fueran sus socios, el Adelantado con 180 hombres, caballos y artille-ría, zarpó rumbo al imperio que se encontraba en plena guerra ci-

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vil. Desembarcaron por el lugar que ellos nombraban bahía de San Mateo y avanzaron por tierra hasta el golfo de Guayaquil, en el cual trataron de ocupar la estratégica isla de Puna. Pero allí la resisten-cia de los aborígenes fue irreductible, por lo que tras seis meses de frustrados empeños las menguadas fuerzas de los conquistadores se dirigieron hacia Tumbez. Más tarde prosiguieron hasta las már-genes del Piura, en las que fundaron en junio de 1532 la villa de San Miguel. En ella se engrosó la tropa con los treinta hombres y seis caballos del recién llegado ex-leñador Sebastián Moyano Benalcá-zar, procedente de Nicaragua, a la cual habían llegado los fabulosos recuentos de las riquezas existentes en Nueva Castilla.

La marcha hacia el sur se reinició el 24 de septiembre por los llanos del litoral, para más tarde emprender el cruce de la cordillera occi-dental por los caminos empedrados –a veces abiertos a pico entre las rocas-, y los numerosos puentes colgantes que atravesaban los hondos desiladeros. Hasta que a mediados de noviembre de 1532, los españoles llegaron frente a Cajamarca, residencia provisional del victorioso Atahualpa.

Pizarro envió al Sapa Inca diversos mensajes, en los que expresaba ser el enviado de un poderoso rey de allende los mares, cuyo único deseo consistía en establecer relaciones de amistad. A la entrevista concertada se opuso Rumiñahui, quien fue desoído, y la misma se efectuó para desgracia de Atahualpa. Éste fue atrapado con facilidad mediante una felona treta (8), durante la cual los conquistadores ma-sacraron a miles de integrantes del séquito real, sin sufrir baja alguna.

Secuestrado, Atahualpa prometió a los castellanos un enorme res-cate a cambio de su libertad, y a la vez ordenó que se les respeta-ra por todo su vasto imperio. Por su parte el aprisionado Huascar ofrecía a los ibéricos riquezas aún mayores, si lo excarcelaban del lugar donde su hermano lo retenía. Pero el Sapa Inca se enteró de ello y dispuso que el derrotado jefe cuzqueño fuese ahogado en un río. Esto impresionó profundamente a los europeos pues com-

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prendieron el inmenso poderío que aún tenía el capturado monar-ca. Entonces decidieron simular un juicio, en el cual Atahualpa fue acusado de usurpar el trono y disponer un fratricidio, de ser inces-tuoso y polígamo, y de conspirar contra el poder del rey de España. Condenado a la hoguera por idólatra, se le conmutó dicha pena por la del garrote, al acceder a bautizarse y así morir en la gracia del misericordioso Dios cristiano. Era el 29 de agosto de 1533. Mien-tras, en un lugar contiguo, los conquistadores fundían en barras los inmensos tesoros recibidos del Inca, que luego repartían de forma proporcional a su jerarquía tras separar “el quinto real” o impuesto pagadero a Carlos I.

Rumiñahui con cinco mil leales soldados condujo el cadáver de Atahualpa hasta Quito, donde se le rindieron extraordinarios fune-rales. Durante dicha celebración el gran jefe militar fue reconocido como nuevo Shyri, y juró no someterse a los extranjeros. Luego dis-puso que se iniciaran los preparativos para defender la ciudad.

Pizarro no tomó iniciativa alguna en lo concerniente a Quito, pues anhelaba sobre todo penetrar en Cuzco, tradicional sede del poder en el Tahuantinsuyo. Por eso Benalcázar, conocido como “hombre promto y resoluto en todo”, a pesar de los recelos de su jefe organizó en San Miguel por su cuenta una tropa con la cual hacia la tierra quiteña marchó. En su avance se adentró en los predios de Cañar, cuya capital –Tomebamba- Atahualpa había arrasado por su apoyo a Huascar a principios de la guerra civil. De inmediato la élite cañar se alió con los castellanos y les brindó once mil soldados para que atacaran a las fuerzas de Rumiñahui. Éste enfrentó en julio de 1534 a los invasores en la gran batalla de Tiocajas, cerca del Cotopaxi, don-de unos veinticinco mil hombres combatieron encarnizadamente y sin tregua durante todo un día, hasta que al anochecer las energías de los conquistadores y sus aliados comenzaron a laquear. Pero entonces el imponente volcán entró en erupción y cubrió a los con-tendientes con una espesa capa de ardientes cenizas, lo cual llenó de pavor a los casi victoriosos defensores, que huyeron en desban-

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dada. Derrotado, el nuevo Shyri dispuso el incendio y abandono de Quito, escondió las riquezas reales, y con sus soldados tomó rumbo al peñón de Píllaro y la fortaleza de Sicchos, una vez impartida la orden de sólo dejar tras sí “tierra arrasada”.

Triunfador, Benalcázar el 15 de agosto estableció Cabildo sobre las ruinas de Lliribamba, que renombró Santiago de Quito. Después negoció con Almagro, enviado por Pizarro para que diera cuenta de su inconsulta forma de actuar, y luego de ambos entenderse, el 28 de agosto fundaron sobre los restos de la derruida capital confede-rada la villa de San Francisco de Quito. Algo más tarde Benalcázar se desplazó hasta el golfo donde realizó la primera fundación de Santiago de Guayaquil, pues hubo reiteradamente que reconstruir-la dado que los huancahuilcas con sus ataques la destruyeron dos veces. También Rumiñahui perseveró en su lucha guerrillera hasta ser capturado, tras lo cual soportó las más crueles torturas sin reve-lar el lugar en que había escondido las riquezas quiteñas, ni proferir hasta morir queja alguna.

Benalcázar, después, muy atraído por las legendarias riquezas chib-chas, hacia dichos cacicazgos se dirigió. En su avance fundó cabil-dos en Cali (1536), Popayán (1537) y Pasto (1538), hasta llegar en este último año a Santa Fe de Bogotá, donde topó con Gonzalo Ji-ménez de Quesada.

Cumplido el engorroso trámite de dar muerte a Atahualpa, los con-quistadores se dirigieron al Cuzco donde el 15 de noviembre de 1533 presenciaron la ceremonia en que se reconocía a Manco Cápac II –hermano del difunto Huáscar- como nuevo Sapa Inca, quien les permitió establecer Cabildo en la ciudad. Pero la euforia incaica en la antigua capital imperial fue corta; la aristocracia vencedora pron-to comprendió que al permitir a los ibéricos la entrada en su mul-ti-centenaria sede, de hecho, se había convertido en prisionera de ellos. La nobleza entonces abandonó su tradicional centro de poder y se refugió en lejanos e inaccesibles conines. Esta decisión tuvo

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doble consecuencias, porque efectivamente la corte se puso a salvo, pero al abandonar la hegemónica Cuzco, la élite cesó de percibir el excedente de las comunidades esclavizadas del imperio.

En esas circunstancias la clase explotadora se escindió. La mayoría se sometió, dirigida por el último Sapa Inca, a quién el rey Carlos I recompensó con el título de Conde de Oropesa y nombró Grande de España. Pero unos pocos se mantuvieron irmes en las aparta-das montañas andinas, que se encuentran hacia la zona de Machu Pichu. Dirigidos, primero por Titu Cussi Yupanqui y después por Tupac Amaru –los hoy llamados Incas de Vilcabamba, hermanos del repudiado Manco Capac- rechazaron plegarse y continuaron la lucha hasta ser aplastados en 1579.

Mucho antes, sin embargo, la resistencia generalizada había termi-nado, pues al rendirse lo más selecto de la aristocracia cuzqueña, el pueblo quechua dejó de combatir. Los castellanos neutralizaron a los antiguos funcionarios comarcales al mantenerlos en sus tradi-cionales cargos: Mientras, los campesinos, históricamente expo-liados al máximo por la nobleza incaica, no tenían razón alguna para sublevarse en defensa del derrotado imperio; su proverbial y precaria existencia, con la Conquista no sufrió ninguna alteración.

Pizarro encargó el gobierno de Cuzco a su hermano Juan, y marchó hacia el valle del Rimac, donde a doce kilómetros del mar fundó su propia capital: Lima. Desde allí solicitó a Carlos I que dividiera la Nueva Castilla entre él y Almagro, a lo que el monarca accedió; entonces con la parte meridional se constituyó la demarcación de Nueva Toledo, aunque no se precisó a cuál Capitanía pertenecería la antigua sede real incaica. De inmediato ambos conquistadores entraron en trifulcas por el Cuzco, que en junio de 1535 sin éxito Almagro por la fuerza intentó ocupar. El derrotado aceptó después hacerse cargo de su aún desconocida jurisdicción, por lo cual se dirigió hacia el sur, atravesó los Andes, y tras innumerables cala-midades arribó a los primeros valles de Chile. Allí, desilusionado,

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descubrió que aquellos parajes carecían de riquezas metalíferas, abundantes hacia el norte. Entonces, junto con sus hombres acome-tió el regreso a través del difícil desierto de Atacama, hasta llegar de nuevo al Cuzco, que atacó y ocupó el 8 de abril de 1537. Pero luego, vencido en Salinas el 6 de abril de 1538 por Hernando Pizarro, fue por orden suya agarrotado.

Tras la ejecución de Almagro, Pizarro encomendó la conquista de los territorios meridionales a Pedro de Valdivia, quien marchó por la ruta de Atacama y después llegó hasta el valle del Mapuche, que redenominó Nueva Extremadura. Allí fundó la villa de Santiago de Chile, al poco tiempo destruída por los araucanos encabezados por el cacique Michimalonco, cuya gesta más tarde fue emulada por Caupolicán en el valle de Tucapel y por Lautaro en el de Yungay.

Incapaces de avanzar hacia el sur más allá del río Maule, los inva-sores castellanos entonces decidieron cruzar los Andes para con-quistar las tierras incaicas situadas del otro lado de la imponente cordillera. Así, encabezados por Francisco de Aguirre algunos se apropiaron de la actual región de Santiago del Estero, a la que –por contraste con la pauperrima realidad chilena- nombraron “Tierra de Promisión”. En ella, pronto miles de encomendados cultivaban algodón y con él, en obrajes –talleres artesanales indígenas- fabrica-ban mantas, ropas, cordobanes, sombreros, sobrecamas, todo teñi-do con cochinilla indígena y añil importado.

Otros, como el experimentado Diego Rojas, salieron en 1543 de Chuquisaca –redenominada Charcas por Gonzalo Pizarro, al esta-blecer allí Cabildo en 1536-, atravesaron las cordilleras hasta llegar a Chicoana, donde la mayoría se detuvo; un grupo menor continuó bajo el mando de Francisco Mendoza, los cuales llegaron hasta el río Paraná. Más tarde, una vez implantado Cabildo por Juan de Vi-llarroel el 10 de abril de 1545 en el sitio conocido en quechua como pputunsi, –que se castellanizó como Potosí-, un grupo de aven-tureros salió hacia el sur. Encabezados por Juan Nuñez del Prado

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recorrieron el territorio tucumano, y en él fundaron en 1549 el po-blado de Barco de la Sierra. Allí enseguida mercedaron tierras y en-comendaron indígenas, para en obrajes producir paños y frazadas o lienzos, con los cuales abastecer la gran demanda engendrada en las riquísimas minas de Potosí, a las cuales se llegaba por la vía de la Quebrada de Huamaca.

Luego, procedente de Chile, en 1561 Pedro del Castillo estableció al pie de los Andes la villa de Mendoza, y en 1562 Juan Jufré –quien había sido Teniente Gobernador de Santiago-, la de San Luís. Pero como en todas partes, pronto la desmesurada ambición de esos in-dividuos o las interminables lipidias entre ellos, provocaron serias grescas. Surgió de esa manera un conlicto de jurisdicciones entre los conquistadores provenientes de Chile y los de Tucumán, que inalmente se resolvió en agosto de 1563 cuando una Real Cédula absolutista convirtió a ésta en una gobernación autónoma, bajo la supervisión judicial de la Audiencia de Charcas; entonces sólo que-dó como instancia dependiente de Santiago de Chile, una pequeña área denominada Gobernación de Cuyo.

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CAPÍTULO II: AMÉRICA LATINA COLONIZADA

II.1) Feudalismo colonialista e implantación del absolutismo

Cabildos, Audiencias, Gobernaciones y Virreinatos

En América, las primeras instancias administrativas establecidas por los conquistadores fueron los Cabildos o Ayuntamientos, que constituían el único aspecto con algún contenido democrático en la superestructura colonial. No obstante esta airmación tenía un carácter relativo, pues el concepto de pueblo dado a quienes partici-paban en aquéllos, se reducía a los ibéricos que pagaban impuestos. Éstos al principio eran los “quintos” –de oro, plata, perlas, esme-raldas- pagaderos al monarca y las anatas (9); más tarde se estable-ció la alcabala o gravamen a pagar por los vendedores de muebles, inmuebles, mercancías y semovientes, o de cualquier otro contrato de compraventa. Después se implantó el almojarifazgo, el cual con-sistía en el pago de una tasa aduanera o arancel por quienes comer-ciaran a través de cualquier sitio hispanoamericano.

Dado el precepto de que para participar en el Cabildo resultaba im-prescindible abonar impuestos, quienes ocupaban los cargos eran grandes propietarios, eclesiásticos y personas inluyentes, que a veces hasta pujaban en subastas para ocupar dichos puestos. Los Ayuntamientos sesionaban dos o tres veces por semana, estaban integrados por un alcalde, varios regidores o concejales, uno o va-rios jueces de primeras instancias –designados por el alcalde-, un alguacil que cumplía las órdenes del juez, un alférez al frente de las tropas y un mayordomo encargado de la hacienda; cada uno tenía un representante en la capital de la colonia, y el conjunto de ellos formaba la Junta de Procuradores.

Aunque los Cabildos no tenían facultad legal para realizar entregas de tierras, con frecuencia lo hicieron a particulares, cuyos predios luego se asentaban en los libros del Ayuntamiento, razón por la cual esas escrituras se convirtieron en los primeros registros de propiedad.

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A pesar de cierto margen de autoridad que en la práctica disfruta-ban, los Cabildos o Ayuntamientos podían recibir instrucciones de los Adelantados y Gobernadores pues era la Corona quien nombraba a dichos funcionarios. Ambos cargos, no obstante, fueron perdiendo facultades desde la creación de las Audiencias, ya que eran insti-tuciones creadas para limitar y contrarrestar o controlar cualquier otra instancia del poder colonial. Ellas estaban integradas por jueces u oidores, que además de sus atribuciones jurídicas especíicas, te-nían la misión de extender y consolidar la autoridad monárquica. Como parte de sus funciónes realizaban las llamadas “visitas de las tierras”, que tenían por propósito oicial velar por la aplicación de las leyes relacionadas con los indios, lo cual intentaba contener las ambiciones excesivas de quienes poseyeran encomiendas.

La primera Audiencia constituída fue la de La Española en 1511, seguida por las de México, 1527; Panamá, 1538; Lima, 1542; Gua-temala, 1543; Bogotá, 1549; Charcas, 1559; Quito, 1563; Santago de Chile, 1565.

En un nivel inferior y en cada localidad, al interior de la estructu-ra estatal, los principales funcionarios reales eran los corregidores, quienes estaban a cargo del gobierno de las villas. Dentro de di-cha denominación, había un acápite especial que abarcaba a los que atendían los asuntos de los poblados indígenas, y debían contra-rrestar las ilegalidades que en contra de sus habitantes realizaran los dueños de encomiendas o repartimientos. Pero como en tantas oportunidades, los “corregidores de indios” utilizaban sus funcio-nes para enriquecerse a costa de los que debían proteger, y con el objetivo de alcanzar sus propósitos en las regiones bajo su control, introducían determinadas mercancías. Estas luego se distribuían en cuotas que obligatoriamente los aborígenes debían comprar, lo cual endeudaba a muchos, sobre todo cuando fraudulentamente se in-crementaban sus cuantías y precios, tras lo cual los inescrupulosos corregidores se apropiaban de los bienes de los sojuzgados indios.

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El tránsito deinitivo a la colonia se realizó al constituirse los Virrei-natos, que se instituyeron –primero en México en 1535, después en Perú en 1543- para desplazar del poder a los conquistadores. Las Capitanías Generales teóricamente dependían de los virreyes, aun-que en realidad disfrutaban de una amplia autonomía. Algo seme-jante, pero en menor instancia, sucedía con las Gobernaciones, que según los casos dependían de éstas o aquéllos.

Los virreyes eran designados por el rey, de quien dependían y cuyo centralismo absolutista representaban. Por lo tanto su principal mi-sión durante el siglo XVI fue destruir el orden político-social surgido de la conquista. Pero debían rendir cuentas, pues al inal de sus res-pectivos mandatos se realizaban los llamados “Juicio de Residencia”, los cuales permitían que dichos funcionarios pudieran ser procesa-dos en caso de comprobarse que se habían enriquecido ilícitamente.

El objetivo perseguido por la Corona con el conjunto de institucio-nes que estableció en las colonias, era el de crear una estructura con diversos niveles de control y supervisión; esto facilitaba la vigilan-cia y delación mutuas, con el propósito de lograr un equilibrio que impidiese el surgimiento de cualquier poder fuera de su control. En la cúspide de la estructura estatal colonial se encontraba el monarca absoluto, que dictaba todas las leyes referentes a América sin dar cuenta a nadie. En esa tarea sólo le asesoraba un organismo consul-tor, sin poder para legislar: el Consejo de Indias.

Mercedes de tierras

En lo concerniente a las formas de propiedad en los antiguos Esta-dos Indígenas, los castellanos iniciaron su metamorfosis cuando en México Hernán Cortés emitió sus famosas ordenanzas redistribui-doras. A diferencia de lo ocurrido en las Antillas, estas medidas, que se basaban en las prácticas perfeccionadas durante la Reconquista y la ocupación de Canarias, se adecuaban muy bien al grado de de-sarrollo existente en dichos territorios de América; las mercedes de

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tierra engarzaban de manera apropiada con las recientes tendencias de la aristocracia azteca y de la nobleza inca, de convertirse en usu-fructuarias directas de enormes extensiones de suelos fértiles. Esta conluencia de intereses, facilitó que muchos de los explotadores aborígenes vieran refrendados sus dominios con las tierras recibidas en pago por su colaboración. Incluso entre los mayas y chibchas, donde estas avanzadas y exclusivistas costumbres se encontraban menos extendidas o no existían; en dichas sociedades fue relativa-mente fácil pasar de los predios colectivos asignados a las antiguas castas expoliadoras según sus funciones, a la propiedad privada in-dividual que se entregaba a los miembros de las viejas élites, que permanecían en sus cargos al incorporarse al nuevo régimen.

Los conquistadores, de su parte, se esforzaban por obtener la mayor cantidad posible de suelos, para ser ricos, poderosos y trasmitirlos en primer lugar a sus primogénitos masculinos según el principio del mayorazgo, de acuerdo a los cánones establecidos por las más importantes familias en Castilla durante la Reconquista.

Los principales terratenientes en México y Perú fueron, por supues-to, Hernán Cortés y Francisco Pizarro, respectivamente.

La Iglesia Católica

En Hispanoamérica, además de la propiedad territorial privada perteneciente a ambos grupos de la élite formada por conquistado-res castellanos y aristócratas indígenas, estaba la considerada “bie-nes de colectividades”. En primer lugar los estatales o de la Corona, llamados realengos –constituídos a partir de las tierras del Tlaca-tecuhtli o del Sapa Inca-, engarzaban con las tradiciones ibéricas engendradas durante los siglos de lucha contra los árabes.

Luego se encontraba el patrimonio de la Iglesia Católica, muy fa-vorecida durante la conquista. Esto se debió a que desde 1508 la Corona se había convertido, en la práctica, en jefa de dicha institu-ción religiosa, pues desde el concordato con el Papa, el primer de-

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ber de cualquier obispo u otro representante eclesiástico era prestar juramento a la autoridad real, sin cuyo consentimiento ni siquiera las bulas emitidas en Roma por el Supremo Pontíice, podían entrar en vigor. No obstante, la Iglesia mantenía su autonomía e intereses propios, apoyados adicionalmente por su total dominio de la acción ideológica, que respaldaba con la terrible Inquisición. Además, en América, la Iglesia constantemente aumentaba sus predios median-te donativos por concepto de herencias, que los particulares ricos le testaban al llegarles la muerte, para limpiar sus turbias conciencias. De esta manera la institución religiosa conformó las llamadas Rentas de Capellanía, a cambio de las cuales los sacerdotes debían celebrar misas y otras ceremonias religiosas, en beneicio de las impías almas de los fallecidos pecadores. Otro medio que facilitaba el enriqueci-miento de la Iglesia era, la apropiación de bienes sobre los cuales hubiera entregado préstamos, fenómeno usual pues entonces sólo ella disponía de los recursos y autorización para ejecer las funciones de usura. Era así, porque recibía el dinero del Diezmo, o disposición según la cual todos los habitantes libres debían entregarle el diez por ciento de sus ingresos; asimismo controlaba los “Juzgados de Testa-mentos, Capellanías y Obras Pías”, que dominaban las operaciones monetarias dependientes de los referidos tres legados. De esa forma la institución religiosa realizó un proceso de acelerado e irreversi-ble enriquecimiento, pues sus propiedades de inmediato resultaban inmovilizadas gracias a privilegiadas y exclusivas formas jurídicas, como las denominadas “Manos Muertas”. Mediante estas disposi-ciones se prohibía que esos bienes fuesen enajenados –al excluir la posibilidad de su traspaso o venta-, aunque los mismos podían ser alquilados si se pagaba una renta que equivaliera al cinco por ciento de su valor. También la Iglesia obtenía ingresos debido al cobro de diversos y obligatorios servicios religiosos, como: el bautizo, -único modo de acreditar legalmente el nacimiento de un niño-; el matri-monio –exclusivamente religioso, debido a lo cual se consideraban ilegítimos y sin derechos a los hijos nacidos fuera de él-; las inhu-maciones, sólo realizables en los cementerios oiciales eclesiásticos.

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Otro importante monopolio clerical era el de la enseñanza, que le permitía desarrollar al máximo su labor ideológica. Debido a ello, desde épocas muy tempranas la Iglesia tuvo interés por establecer en América universidades, instituciones reservadas para los hom-bres pertenecientes a las clases dominantes; a dichos altos centros docentes ni las hijas de familias pudientes podían asistir, pues a to-das las mujeres se les discriminaba en la educación.

Dentro de los bienes de colectividades –a la par que los realengos y las tierras de misiones o conventos-, Carlos I de España a partir de 1523 reguló la posesión de los suelos utilizados por las comuni-dades campesinas de los extinguidos Estados aborígenes. Entonces sobre muchos de esos predios se estableció la propiedad llamada resguardos indígenas, cuya inalienabilidad quedó plasmada en la legislación jurídico-económica feudal. Dicha práctica entroncó de manera adecuada con las viejas estructuras agrícolas impuestas por las antiguas élites nativas. Ese fenómeno, por ejemplo, en México, se relejó con gran nitidez, pues los Altepetlalli o terrenos trabajados colectivamente para satisfacer las necesidades comunales de las gens precolombinas, sobrevivieron durante la colonia bajo el nombre de ejidos, y llegaron a subsistir hasta después de la independencia.

En lo concerniente a los ayllus peruanos, las tierras de los resguar-dos se dividieron en tres partes: la primera se parcelaba y adjudi-caba cada año a las distintas familias de la comunidad, de acuerdo con el número de sus integrantes; la segunda se dedicaba a pastos para el ganado, de propiedad colectiva; la tercera se cultivaba por todos los vecinos mediante el trabajo gratuito, rotativo y obligato-rio. Sin embargo no fue un fenómeno inusual que los caciques de los respectivos resguardos evolucionaran hacia posiciones tendien-tes a la explotación de unos seres humanos por otros, aprovechando la práctica de las autoridades coloniales de expedir los títulos de propiedad comunal a nombre de aquéllos.

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En síntesis, tras la Conquista, cuatro grandes grupos de terratenien-tes se constituyeron sobre los suelos antes dominados por las or-ganizaciones estatales aborígenes: el de los propietarios privados laicos, fuesen aristócratas nativos o castellanos; el de la Iglesia Ca-tólica, se tratara de conventos o misiones; el compuesto por los rea-lengos del monarca, dueño en la práctica de los terrenos estatales; y el de los resguardos de las comunidades campesinas indígenas.

Encomiendas de indios

Sin vínculo alguno con las mercedes de tierras existían las enco-miendas de indios, práctica basada en la experiencia de siglos de Reconquista, que al aplicarse en América destruyó los fundamen-tos de la esclavitud generalizada y desarrolló las nuevas relaciones feudales de producción. Hasta entonces los indios que cultivaban la tierra habían sido forzados por sus caciques a entregarles a cambio de nada su trabajo adicional; aunque el comunero fuese jurídica-mente libre, estaba de hecho atado a la tierra pues no podía abando-nar su colectividad, y padecía una fuerte coacción extraeconómica física y religiosa. Dichos campesinos habían carecido, en realidad, de libertades individuales. Y con el nuevo sistema para ellos poco se alteró. Sólo que los encomendados pasaron a sufrir, además, rela-ciones personales de dependencia; surgía la servidumbre en el sen-tido estricto de la palabra, pues un señor feudal ahora se apropia-ba directamente del plus-producto del campesino bajo la forma de renta del suelo. Ésta podía manifestarse de dos maneras: en especie o en trabajo. Ambas modalidades beneiciaron a nobles indígenas y castellanos, que en los tiempos del tránsito de un régimen a otro velaron porque las nuevas imposiciones no excedieran la cuantía de las existentes hasta la conquista.

Los encomenderos, según su relevancia, podían dividirse en tres grupos: la mayoría, que no percibía por encima de quinientos aborí-genes; un sector intermedio, a cuyos integrantes tocaba un percápita de hasta dos mil indios; un pequeño núcleo privilegiado, en el cual

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sus miembros recibieron más de dos millares de encomendados. Como Pizarro en el Perú, fue Cortés en México el más beneiciado por la distribución; tenía, por ejemplo, en lo que hoy es Morelos, cinco encomiendas: en Cuernavaca, Caxtepec, Tepoztlán, Yantepec y Acapixtla, que abarcaban poblaciones aborígenes grandes y pe-queñas. Los favorecidos por el nuevo sistema, al asegurarse enco-miendas en servicio, adquirían la fuerza de trabajo necesaria para que funcionasen minas, obrajes o artesanías indígenas, y haciendas.

La minería feudal se reveló, en la primera etapa colonial, como una principalísima actividad económica acometida por los conquista-dores con sus encomendados. Los más notables yacimientos de pla-ta eran los de Taxco, Guanajuato y Zacatecas, en México; y los de Porco, Potosí y Castrovirreina, en el Perú. A su vez, las más impor-tantes minas de oro se encontraban en Carabaya (Perú), Antioquía, Chocó y Popayán (Nueva Granada), y Zaruma (Quito). Esa abun-dancia de metales preciosos permitió que en 1535 se crearan Casas de Moneda en Ciudad México, Lima y Bogotá. En estos años del siglo XVI, en la minería se aplicaban dos principios. Uno estable-cía que todo placer o explotación debía considerarse “regalía” del monarca; otro instituyó que el dominio del suelo no daba ningún derecho al subsuelo.

Los obrajes textiles, por su parte, tomaron auge en México a partir de 1540, y en el Perú y Quito cinco años más tarde, cuando fueron autorizados por la Corona pues no competían con las mercaderías ibéricas. Frecuentemente al lado de dichos talleres –donde se tejía, cundía y cardaba- funcionaban los batanes, en los cuales se lavaban las lanas, se teñían los hilos y se hacían las demás labores previas a las de los telares. Éstos, en su inicio, solo funcionaban con las técni-cas nativas dominadas por los encomendados, pero con la creciente escasez de la materia prima originalmente empleada –pelos de lla-ma y vicuña-, pronto se incrementaron los rebaños de ovejas –por su lana- y se introdujo el uso del algodón o del henequén y la cabuya.

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Aunque los dueños de obrajes eran encomenderos, curas y caci-ques, la dirección de los mismos generalmente recayó en el maes-tro, su ayudante y un mayordomo. Este último cargo casi siempre desempeñado por indígenas, pues los castellanos se reservaban los puestos de supervisión.

En lo concerniente a las haciendas se debe precisar, que se constitu-yeron basadas en concepciones económicas de carácter autárquico, pues en ellas primaba la satisfacción de las necesidades mediante el autoabastecimiento. Por esto, salvo ciertos remanentes, el fruto adi-cional no adoptaba una apariencia mercantil; resultaba innecesario que labores y productos revistiesen una forma distinta de su reali-dad. Además el sobrante era exiguo, pues sin inversiones de capital los suelos tenían poca productividad, y de ellos solo se aprovechaba una pequeña parte como área cultivada. Dicho panorama se com-plementaba con una atrasada técnica agrícola; los instrumentos de trabajo puestos en manos de los encomendados eran la azada, el machete y el hacha, ya que pocas veces se generalizó el uso del ara-do pues esto implicaba disponer de bestias de tiro, entonces poco frecuentes en América, a pesar de que ya habían sido introducidas por los conquistadores. En consecuencia, la producción y el plus-producto estaban determinados por la cantidad de mano de obra encomendada que se empleara.

Un resumen de las transformaciones que impulsaron en Hispa-noamérica el avance hacia un feudalismo colonial de vasallaje o va-sallático, debe resaltar primero cuán importante fue la existencia del modo de producción esclavista en determinados territorios de nuestro continente, antes de la conquista; a partir de esta base eco-nómica, los castellanos impusieron la propiedad feudal de la tierra mediante la práctica de las mercedes, cuya realización era la renta del suelo arrancada a la fuerza de trabajo de los encomendados, su-jetos a la dependencia personal debido a las presiones de la fuerza bruta y de la ideología católica. Pero el sistema instaurado por los conquistadores adolecía de una grave debilidad; para perpetuar-

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lo se requería que las encomiendas fuesen otorgadas por más de una vida, pues hasta entonces, al ocurrir la muerte del beneicia-rio, se había dispuesto que éstas pasaran al poder real. No podía sorprender, por lo tanto, que desde el principio los conquistadores solicitasen a la Corona la concesión de derechos de jurisdicción so-bre los indígenas que explotaban, el otorgamiento a perpetuidad de las encomiendas, y la uniicación de éstas con las mercedes de tierras, pues según lo establecido por el rey, ambas se adjudicaban por separado. El signiicado de dichas peticiones a nadie escapaba. Los aventureros que habían hecho fortuna en América anhelaban convertirse en perfectos señores feudales, sin limitación alguna. Sus demandas parecieron empezar a ser satisfechas con la llamada Ley de Sucesión de las Encomiendas (1536), que primero extendió a dos vidas y luego a tres las generaciones de beneiciarios. Sin embargo, a pesar de estas disposiciones, los encomenderos no se sintieron complacidos. Convertidos en señores de fuerza política, soberbios y amenazadores, ambicionaban todavía un mayor poderío. No sa-bían que ya, luego de trascendentales acontecimientos en España, la Corona buscaba una oportunidad para liquidar su prepotencia.

Rebeliones contra el absolutismo y leyes nuevas de 1542

Carlos I, en 1539 enfrentó un motín provocado por la falta de pa-gos al ejército, lo cual le obligó a reunir las Cortes para obtener un subsidio. Dicha institución, indignada por el mal empleo de las subvenciones que le había otorgado antes –gastadas en operaciones ajenas a los intereses de España- se negó a concederle ninguna más. Entonces el monarca, colérico, las disolvió. A los nobles que diecio-cho años atrás le habían ayudado a destruir las libertades citadinas, y que insistían en reclamar su exención de impuestos, respondió que al mantener tal exigencia perdían el derecho de igurar en la asamblea, y de ella los excluyó. Esto fue un golpe mortal para las Cortes; desde ese momento sus reuniones se redujeron al desem-peño de una simple ceremonia palaciega. Pudo ser así porque el tercer elemento que las integraba –el clero-, desde los tiempos de

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los Reyes Católicos se encontraba alistado bajo la bandera de la In-quisición. Los sacerdotes habían dejado de identiicar sus intereses con los de la etapa de vasallaje, y se habían transformado en el más poderoso instrumento del absolutismo. De esta manera, como en Portugal y antes que en los demás Estados, en España se desarrolló la monarquía absolutista en su forma más acusada, pero sin auspi-ciar la unidad social ni el desarrollo manufacturero y tampoco el auge burgués, pues no se presentó como polo civilizador. Bajo el reinado de Carlos I la vida comercial e industrial de las ciudades españolas declinó, se hicieron más raros los intercambios internos y menos frecuentes las relaciones entre los habitantes de las distintas provincias; los medios de comunicación se descuidaron y los cami-nos reales quedaron abandonados. Las urbes perdieron su poder medieval sin ganar en importancia moderna, mientras la aristocra-cia se hundía en la decadencia sin ver destruidos sus más retrógra-dos privilegios. Se iniciaba uno de esos períodos excepcionales de la historia, en el cual el poder del Estado adquiere cierta indepen-dencia temporal respecto a las demás clases en lucha.

Una vez que hubo impuesto el absolutismo en España, Carlos I de-sarrolló un febril proceso legislativo con el in de limitar en América el poderío de los conquistadores como incipientes señores feudales. En 1542 promulgó las llamadas Leyes Nuevas, que suprimían las encomiendas de servicios, y prohibían esclavizar al indio. La im-plantación de estas ordenanzas hería profundamente los intereses de los referidos castellanos, cuya inluencia la monarquía planeaba ya sustituir por la de funcionarios. En la novedosa legislación tam-bién se reiteraba que todos los indios eran vasallos libres y tributa-rios del rey, se disponía la pena de muerte para quien esclavizara a los aborígenes bajo pretexto de rebeldía, se quitaba los indígenas al que los maltratara o los tuviera sin título apropiado, e incluso se reducía su número al encomendero que aún legalmente tuviese muchos. Al mismo tiempo, se impedía o suprimía el disfrute del codiciado privilegio a todo el que ocupara un cargo público.

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Las drásticas medidas solo permitían la subsistencia de encomien-das pagaderas en tributos tasados por los funcionarios reales, pues quedaron vetados todos los servicios personales. Asimismo se se-ñalaba que nadie podía obligar a los nativos a trabajar contra su voluntad, ya que la Corona pretendía imponer el método de trabajo pagado y voluntario. Por último, se dispuso el retorno al principio de “una sola vida”, para el disfrute de las encomiendas que super-viviesen tras las limitaciones dictadas, pues deberían regresar a manos de la Corona después de la muerte de sus beneiciarios. En el Nuevo Mundo la traición feudal tenía ya historia, antes de que motivados por las Leyes Nuevas los arrogantes y poderosos con-quistadores castellanos pasaran del lamento a la amenaza, y de ésta a la rebelión. Al respecto sólo citaremos los más connotados ejem-plos: Cortés fue desleal hacia Velásquez y sufrió la inidelidad de Cristóbal de Olid, al que había enviado a Honduras; Balboa actuó con vileza hacia Enciso, y murió por la felonía de Pedrarias Dávi-la. Pero esas defecciones se realizaban por ambición personal y con el único propósito –como durante la Reconquista- de rechazar cir-cunstanciales autoridades de vasallaje cuya importancia era relati-va, pues en contadas oportunidades se obraba contra los monarcas, que trataban de situarse por encima de dichos conlictos. Pero con la imposición del absolutismo se produjeron trascendentales cambios en la superestructura, que repercutieron en las vidas y propiedades de los más prepotentes conquistadores. Éstos sintieron que habían sido perjudicados y con violencia reaccionaron frente a los decretos del Trono, que hacia Nueva Castilla envió en calidad de virrey al pedante Blasco Núñez de Vela acompañado de una fuerte tropa.

En Quito, las autoridades allí implantadas por Benalcázar al mar-char hacia las norteñas tierras de Pasto y Popayán, habían sido de inmediato depuestas por Gonzalo Pizarro quien se posesionó del cargo de gobernador. Pronto a éste le llegó el anuncio del asesinato de su hermano Francisco por los almagristas (10) en su palacio de

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Lima (11), debido a lo cual hacia Cuzco se dirigió tras dejar en el cargo al andaluz Pedro de Puelles.

Mientras, en Panamá, Núñez de Vela eliminó encomiendas y embargó los bienes de sus propietarios, lo cual espantó a los conquistadores de Nueva Castilla que decidieron oponérsele. Por ello cuando el arro-gante enviado del monarca desembarcó en Túmbez en marzo de 1544, encontró la resistencia organizada; el valiente Gonzalo era aclamado en la antigua capital incaica por sus partidarios como nuevo Capitán General, y enviaba al istmo panameño una lotilla comandada por Pe-dro Alonso de Hinojosa con el propósito de apoderase de dicha ruta interoceánica, para que no le llegaran refuerzos al virrey. Éste eludió Quito y marchó hacia la jurisdicción del leal Benalcázar en Popayán, pero el 18 de enero de 1546 en la llanura de Iñaquitos las fuerzas in-dígenas al mando de Puelles y otros castellanos lo derrotaron y deca-pitaron. Luego, en júbilo medieval, exhibieron su cabeza en Quito.

Ebrios de victoria, los más perspicaces sublevados –como Francis-co de Carvajal- aconsejaron a Pizarro que proclamara un reino in-dependiente y concediera títulos nobiliarios en alianza con la élite incaica, para legitimar la acción y crear un conjunto de interesados en mantener su poder. Pero el titubeante Gonzalo no accedió y se limitó a pedir a Carlos I –en una carta explicativa- su ratiicación en el cargo que había asumido; carente de la audacia requerida, su indecisa actitud sembró temor y desconcierto entre los insurgen-tes. Mientras, el Regente y futuro Felipe II (12) maniobraba inteli-gentemente, pues con habilidad anuló una parte de las ordenanzas comprendidas en las Leyes de 1542 para debilitar las quejas de los rebeldes; otorgó a las encomiendas que hubiesen sobrevivido un ca-rácter hereditario por tres vidas, y autorizó que se entregaran otras nuevas. Todas, sin embargo, deberían constituir una metamorfosis del principio de la renta en especie. Puesto que ahora los indios pa-saban a ser tributarios del soberano, la encomienda se transformaba en una institución mediante la cual el rey cedía a un particular el beneicio al que la Corona tenía derecho. Las exhaustas inanzas del

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monarca estaban interesadas en recaudar sus tributos en moneda, medio de pago que engarzaba con la implementación del trabajo asalariado voluntario. Éste, por supuesto, no signiicaba paso algu-no hacia el establecimiento de relaciones capitalistas de producción; el hecho de que la renta-trabajo se transformara en renta-producto, y ésta se mutara en renta-dinero, no alteraba en lo más mínimo –desde el punto de vista de la base económica- la esencia de la ren-ta del suelo. Bajo otra forma, la encomienda continuaba siendo la antigua renta feudal en trabajo, pero transformada. A su vez, los jornales que recibieran los encomendados mediante el principio de trabajo pagado voluntario, deberían alcanzarles para sufragar sus tributos al rey o a los demás beneiciados individuales.Las oportunas modiicaciones a la legislación sobre Las Indias colo-caron a la ofensiva a las fuerzas partidarias del absolutismo, que re-cibieron como nuevo jefe al modesto Pedro de la Gasca. Este capaz sacerdote pesquisidor de la Inquisición fue enviado a Nueva Cas-tilla con plenos poderes, aunque sin acompañamiento militar, con el objetivo de que mediante procedimientos políticos deshiciera la rebeldía. Al llegar a Panamá, el habilísimo cura atrajo a su bando a Hinojosa, quien armó un fuerte ejército y puso a disposición real la lota de veinte buques bajo su mando. Tras desembarcar en el virrei-nato, el inquisidor instigó a que Rodrigo de Salazar asesinara a Pue-lles el 9 de junio de 1547, tras lo cual aquél recibió como recompensa considerables mercedes y la enorme encomienda de Otavalo. Con semejante forma de actuar y pocos enfrentamientos armados, de la Gasca logró que las fuerzas rebeldes menguaran con rapidez. Hasta que en Xaquixaguana, Pizarro, acompañado del incansable octoge-nario y arrojadísimo Carvajal –conocido como el “Brujo de los An-des”-, fueron hechos prisioneros y luego decapitados. En abril de 1548, mientras sus cabezas se exhibían en Lima, a la mayoría de sus partidarios se les expulsaba de Nueva Castilla.

En Castilla del Oro –como la Corona llamaba al istmo de Panamá y territorios aledaños-, acontecimientos similares ocurrieron poco

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después. Allí, al morir Pedrarias Davila –su primer Gobernador y Capitán General-, su yerno había heredado sus cargos y encomien-das. Por eso, al llegar a Nicaragua las reales disposiciones que pro-hibían a los gobernadores tener encomiendas, Rodrigo de Contreras cedió las suyas en herencia a su hijo mayor. Pero la Audiencia dic-taminó que estos traspasos eran ilegales, y dispuso que esos indios pasaran al control de la Corona. Entonces Hernando de Contreras –nieto primogénito de Pedrarias- decidió encabezar en la zona una sublevación de los perjudicados. Para llevar a cabo sus propósitos, el audaz cabecilla se reunió con los restos de la tropa que bajo el mando de Pizarro había luchado en Perú contra la Corona, y que al inal, tras la derrota, habían sido deportados a Nicaragua. Todos fueron a León, donde el 26 de febrero de 1549 Hernando arengó a los encomenderos y los condujo a la rebeldía. Entonces los conjurados dieron muerte al Obispo Valdivieso –que allá dirigía la Inquisición- y asaltaron la Casa del Tesoro Real dando vivas al “Príncipe” Con-treras y a la Libertad. Después, mientras un grupo de insurrectos ocupaba la ciudad de Granada, los demás se dirigieron al puerto de Realejo donde se apoderaron de los cuatro navíos anclados allí. Luego tomaron rumbo a Panamá, con la esperanza de navegar más tarde hacia el Perú, en el que los antiguos adeptos a Pizarro –de allá expulsados previamente- pensaban retomar el poder fugazmente detentado, y proclamar a Hernando de Contreras como Rey.

Durante la travesía los rebeldes derrotaron a una escuadrilla absolu-tista que pretendía impedirles su avance, y por in desembarcaron en la villa de Panamá, de la cual se apoderaron. Pero los habitantes de esta zona istmeña no estaban muy relacionados con el problema de las encomiendas; los pobladores originarios del área difícilmente re-sultaban explotables, debido al escaso desarrollo alcanzado pues aún se encontraban en plena comunidad primitiva. Esto había inducido a los castellanos y sus descendientes que por allá vivían, a dedicarse sobre todo a las actividades comerciales vinculadas con los servicios y el cruce de personas o mercancías de un océano a otro. Esa diferen-

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cia de intereses motivó que los pobladores de Panamá preservaran su idelidad a la Corona y reorganizaran sus fuerzas. Así, en abril de 1549 los rebeldes fueron expulsados de la ciudad, su cabecilla preso y decapitado, tras lo cual su cabeza clavada en una pica se exhibió en la plaza central para escarnio de los enemigos del rey absolutista.

En 1550 la Corona recuperó parte del terreno que había perdido; prohibió a los encomenderos residir entre sus encomendados, y vetó a aquéllos la utilización de la mano de obra de éstos. El rey trataba de evitar así que los belicosos castellanos pudieran tener el control de los indios, pues de lo contrario, como otras veces, los agresivos señores podrían convertirlos en fuerza de choque privada.

Debido a estas modiicaciones, poco hubo que esperar para ver a los perjudicados marchar de nuevo por el camino de la guerra. En Nueva Granada los feudales se sublevaron bajo el mando de Álvaro Oyón; en Charcas, dirigidos por Sebastián de Castilla; en el Perú los comandó Francisco Hernández Girón. Pero la correlación de fuer-zas no favorecía a los rebeldes, y en 1553 todos fueron aplastados.

Un origen distinto por esa época tuvieron en Quito las protestas, ini-ciadas al anunciarse que las tasas impositivas de las Alcabalas se tri-plicaban, hasta el seis por ciento. Entonces el Cabildo de San Francis-co rechazó el alza del impuesto y movilizó a los propietarios, quienes encargaron al Procurador General –Alonso de Bellido- de pleitear su causa ante la Audiencia. Sin embargo allí no lo escucharon y hasta lo enviaron a la cárcel, de la cual fue liberado gracias a una enérgica protesta de mujeres quiteñas. Pero éstas sospechosamente lo vieron caer asesinado, en una calle de la ciudad, pocos días después. Enton-ces el iracundo Cabildo encargó a Martín Jimeno –alcalde- y a Pedro Llerena –Maese de Campo- junto al enérgico Diego de Arcos –conce-jal-, la organización de una milicia propia y bajo su mando.

Enterado de esos acontecimientos, el Virrey del Perú –Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete- envió hacia allá una fuerte tropa re-

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gular comandada por Pedro de Acana, quien al llegar frente a Quito preirió dialogar con los rebeldes. A ellos ofreció su total perdón y aplazar el aumento impositivo, si deponían las armas y accedían a luego negociar con las autoridades pertinentes de la hacienda real. Aceptada la propuesta, el coniado Cabildo abrió las puertas de Quito y permitió la entrada de los soldados recién llegados, quienes enseguida apresaron a los tres jefes de las fuerzas insurrectas jun-to a veintiún otros destacados integrantes de la protesta, todos los cuales fueron ahorcaron de los balcones de sus respectivos hogares. Terminaba así, a los veinticuatro meses de haberse iniciado, lo que popularmente se conoció como “La revolución de las alcabalas”.

Mita y Coatequil coloniales

Con el retorno de la paz, la Corona tuvo que dedicarse a enfrentar graves problemas económicos. Resultaba insigniicante la cantidad de aborígenes que voluntariamente acudían a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, pues no comprendían el sistema ins-tituido. Por ello los encomendados tampoco tenían moneda para satisfacer el pago de sus tributos. En consecuencia, ni los merce-darios de haciendas, obrajes y minas disponían de mano de obra explotable, ni los encomenderos percibían los montos asignados. La economía colonial amenazaba con paralizarse.

El rey hizo entonces surgir los repartimientos, bajo el principio de que los aborígenes deberían trabajar por temporadas en los sitios en que se les indicaran, para luego retornar con estricta regularidad a sus lugares de origen, donde laborarían en el sustento propio. Los caciques serían los encargados de suministrar la cantidad de traba-jadores necesarios y recaudar sus salarios, con el in de pagar los tributos a los encomenderos. A cambio, a estos jefes indígenas y a sus primogénitos se les excluía de las coercitivas disposiciones, y se les autorizaba a apropiarse de una pequeña parte de la capita-ción adjudicada a los encomenderos. Los éxitos en la aplicación de este procedimiento fueron alcanzados, porque representaba la más

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apropiada adecuación del sistema de laboreo periódico obligatorio que había sido empleado en los Estados pre-hispanos, para las ta-reas de relevancia social o de utilidad pública. Los repartimientos, también llamados mita y coatequil coloniales, fueron utilizados en haciendas, minas y obrajes. Su empleo enseguida se convirtió en pi-lar de la economía de México, Yucatán, Guatemala, Nueva Granada, Quito y Perú. No obstante, ni los terratenientes, ni los mercedarios de artesanías indígenas y yacimientos mineros, podían apropiarse de todo el trabajo adicional producido por los siervos indígenas; so pena de perder la imprescindible mano de obra, tenían que pagar del plus-producto arrancado a los encomendados el tributo asigna-do a los encomenderos. Éstos, por su parte, dependían de la buena voluntad de las autoridades coloniales, que podían propiciar la re-vocación de los privilegios autorizados por la Corona.

Años más tarde, siendo ya monarca Felipe II, hijo y sucesor –desde 1556- de Carlos I, la Corona introdujo modiicaciones en la práctica de los repartimientos, y además suprimió las “terceras vidas” de las encomiendas, precepto que impedía a los nietos de los conquistado-res percibir el tributo disfrutado por sus padres y abuelos. La resen-tida nobleza colonial mascullaba, que los desvelos de sus antecesores no recibían el adecuado agradecimiento de la monarquía, y atribuía al poder absolutista el deseo de ver a los descendientes de los con-quistadores en la miseria; calumniaba al trono diciendo que preten-día hacerlos trabajar. Frenéticos, los perjudicados indianos –como se denominaba entonces a los nacidos en América, hijos de los conquis-tadores castellanos-, juraron preferir la muerte antes de aceptar un futuro que mancillara su estirpe. Y decidieron emanciparse.

Nadie mejor que don Martín Cortés, segundo Marqués del Valle de Oaxaca, para dirigir las huestes señoriles y ser designado Rey cuando triunfase la Conjuración. A su alrededor se nucleó, de 1565 a 1569, el más selecto y ambicioso grupo de la descontenta aristo-cracia. Hubo, sin embargo, quien advirtiera a la Audiencia sobre los conspiradores. La institución, prevenida, tomó cartas en el asunto y

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con rigor reprimió a los complotados descendientes de los conquis-tadores. Varios de ellos fueron decapitados, y el cabecilla enviado a destierro perpetuo en España.

Las rebeliones anti-absolutistas de Hernando de Contreras y Martín Cortés, así como las de otros amotinados feudales nacidos en Amé-rica, representaban la revuelta de un mundo en el cual las necesida-des se satisfacían, en primer lugar, mediante el autoabastecimiento. Sus dominios se podían caracterizar de la siguiente manera: hacien-das de reducida productividad, sin inversiones de capital, organi-zadas según concepciones autárquicas y con técnicas basadas en la azada, el machete, el hacha; fuerza de trabajo explotada por medio de la mita y el coatequil coloniales –u otras denominaciones simila-res, según los lugares-; artesanías aborígenes de escasa producción; minas con arcaicos métodos de labores. De ese atraso se enriquecían los referidos parásitos medioevales indianos, que se apropiaban de la renta en trabajo en cualquiera de sus manifestaciones. Eran éstos los aristócratas que tenían choques con la Corona absolutista a par-tir de posiciones ultrarreaccionarias, pues defendían la servidum-bre o dependencia personal, mientras que el monarca pretendía li-quidarla para imponer su soberanía y beneiciar al isco real. Quizá en la referida nobleza colonial hubiera podido encontrarse alguno de los incipientes rasgos de la nacionalidad, pero esto se encontraba muy lejos de ser suiciente para que ella existiese, pues resultaba innegable que la economía indiana carecía de estrechos vínculos económicos entre las diferentes regiones de cada goberna-ción, capitanía general o virreinato.

La aristocracia indiana lamentaba la pérdida del poderío y privile-gios alcanzados por sus predecesores en tiempos de la conquista, los cuales fueron barridos por el absolutismo implantado en América con las Leyes Nuevas y posteriores disposiciones complementarias. Esos feudales consideraron dichas medidas como un ataque a su sta-tus y anhelaron romper los lazos con la Corona. Pensaron colocar a

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la cabeza de nuevos Estados a hombres de su clase, nacidos en nues-tro continente, para así tener la libertad de explotar a su antojo a los indígenas. Se trataba de un transitorio independentismo feudal-mo-nárquico, que ninguna huella visible dejó en la vida de los ameri-canos, pues no hubo un solo hecho que le procurase alguna gloria. Dichos conlictos hubieran signiicado un hito en nuestra historia de haber hecho participar en la política, de algún modo, a otras clases sociales. Pero no incorporaron a los campesinos –el sector más nume-roso de la población- al movimiento de lucha por la independencia; no había llegado aún la época del hundimiento del feudalismo. Por eso la nobleza indiana no marcó sus proyectos con manifestaciones de progreso económico o social, ya que no podía acabar con el aisla-miento de las diferentes regiones y mucho menos vincularlas entre sí.

En síntesis, no basta nacer en un sitio para ostentar determinada nacionalidad, pues el surgimiento de ésta requiere la existencia de una colectividad social estable, históricamente formada, unida por la comunidad de idioma, territorio, vida económica, y psicología manifestada en valores culturales propios, que la distingan de las demás. Sólo con la aparición de todos esos rasgos es que se posibi-lita la aparición del referido y nuevo fenómeno social.

La monarquía absoluta de los Habsburgo tenía como fundamental preocupación encontrar fondos siempre mayores para nutrir las ex-haustas inanzas reales. Y como este anhelo exigía que su poderío fuera superior al de la nobleza, la Corona dispuso que los indios fuesen vasallos libres y tributarios en moneda, del rey. Así el Tro-no percibiría nuevas recaudaciones en dinero, que le permitirían rellenar el eternamente vacío tesoro iscal. Por la misma razón, la Corona más tarde dispuso la subasta de tierras baldías o realengas, con lo cual se hizo excepcional la entrega de nuevas mercedes. El monarca se preocupaba ya, en primer lugar, por obtener de sus te-rritorios americanos las mayores ganancias posibles, y por eso se empeñó en crear en ellos una economía complementaria y depen-diente, conformada a las necesidades de la Metrópoli. Con vistas a

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alcanzar dichos objetivos, prohibió el cultivo en América de rubros españoles como la vid y el olivo, a la vez que estimulaba en el nue-vo mundo el de las especias, la caña de azúcar, el añil, el cacao, la canela y similares, cuyos derivados eran susceptibles de ser trans-portados a Europa sin descomponerse. A la vez, impuso estancos o monopolios reales especíicos para productos vitales como la sal, que se añadieron a la ya existente Casa de Contratación de Sevilla.

En ningún caso el soberano se propuso liquidar el feudalismo ni auspiciar más avanzadas relaciones de producción; solo quería dis-poner de la parte principal de la renta del suelo arrancada a los in-dígenas. Su cobro exigía, sin embargo, la presencia en nuestro con-tinente de una clase social vinculada con los mismos intereses del monarca, la cual hiciera duradero el sistema. Y esta clase no podía ser otra que la de los feudales indianos.

La Corona y la aristocracia colonial tuvieron grandes diferencias, motivadas por sus respectivas ambiciones sobre la renta en traba-jo arrebatada a los aborígenes. A pesar de ello, entre ambas partes existía completa convergencia de intereses sobre un acápite crucial: mantener el feudalismo. Era históricamente posible, por lo tanto, que tuviese lugar el entendimiento del rey español con los indianos. Y se produjo.

El soberano, por ejemplo, permitió que los terratenientes de México adscribiesen los indígenas a sus haciendas mediante subterfugios legales; surgió así el peonaje o servidumbre feudal hereditaria, ba-sado en deudas que se decía contraían los aborígenes durante su período de coatequil, y luego se trasmitían de padres a hijos. Aun-que menos frecuente, en los territorios andinos a partir del cumpli-miento de la mita aparecieron prácticas semejantes, denominadas según el lugar: pongueaje, huasipungo, concertaje, sayana, pegujal.

Quienes de esa manera explotaban la fuerza de trabajo indígena pagaban los tributos a los encomenderos, fuesen estos señores pri-

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vados o el isco real. Y así, la aristocracia indiana se convirtió en iel aliada de la Iglesia Católica y del Trono absolutista. Éste apoyaba los intereses de los feudales y aquélla, que los compartía, los bendi-jo. Por lo tanto, entonces no resultaba posible la aparición –dentro del mencionado estrato señoril- de antecesor alguno de cualquier nacionalidad americana.

II.2) Plantaciones criollas Versus Palenques y Quilombos

La trata de esclavos africanos

En la isla de Santo Domingo la producción de melado y azúcar que-dó estancada a partir de 1506, es decir, desde sus propios oríge-nes; el producto solo se vendía en el mercado local, de exiguas pro-porciones. Pero en la segunda década del siglo XVI los precios del azúcar en Europa empezaron a subir. Y entonces en Quisqueya se comenzó a pensar en dicha actividad como la única forma de conti-nuar el enriquecimiento local, pues los yacimientos se agotaban –en 1519 apenas se obtuvieron el equivalente de unos dos mil pesos oro en las minas-, y casi no quedaban indios. En esta colonia resultaba imposible establecer la servidumbre feudal por ausencia de fuerza de trabajo explotable; incluso muchos de los escasos aborígenes que sobrevivían, participaban en la heroica rebelión de Baoruco. Dicha guerrilla, dirigida por un indomable cacique al que llamaban En-riquillo, habría de durar tres lustros; quienes antes de la conquista no conocieran la explotación de unos seres humanos por otros, se negaban a aceptarla. Por lo tanto era imprescindible hacer surgir un nuevo interés económico que supliera la ausencia de la fuerza de trabajo servil. En esas circunstancias algunos se decidieron a colo-car sus dineros, acumulados durante los años de existencia de las encomiendas, en la construcción de molinos para producir azúcar y venderla en Europa. Pero llevar adelante los referidos proyectos re-quería considerables inversiones, pues había que importar a precios altísimos las herramientas o instrumentos de producción.

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Los artículos más caros de un ingenio –molino azucarero que utili-zaba fuerza motriz hidráulica- eran las grandes pailas de cobre, de las cuales cada uno necesitaba cinco o seis. En conjunto el valor pro-medio de un ingenio podía oscilar entre doce y quince mil ducados, cifra considerable para la época. Y ponerlos en producción requería, una adecuada fuerza de trabajo.

Para resolver este problema, Carlos I autorizó la importación de cua-tro mil africanos. El procedimiento utilizado para suministrarlos fue sencillo. Desde tiempos anteriores a la Conquista de América, los portugueses se habían dedicado a la Trata de negros, que luego brin-daban a los potentados ibéricos como esclavos para funciones do-méstico-patriarcales. Ante la nueva situación, los negreros readapta-ron sus mecanismos y vendieron la valiosa mercancía humana –tanto por vías legales como mediante el contrabando- a quienes requerían mano de obra productiva, cuya permanencia en América se garanti-zaba sobre todo por la Trata; resultaba demasiado costosa la repro-ducción de los esclavos por la vía sexual, pues adquirir un africano adulto costaba entre noventa y ciento cincuenta pesos. Aunque este precio obligaba a los plantadores a cuidar a los negros para no perder su inversión –actitud muy diferente de la mantenida por los feudales indianos con los aborígenes, cuya fuerza de trabajo resultaba gratui-ta-, resultaba más barato comprarlos que criarlos. Reproducir en la localidad la mano de obra esclava hubiese implicado que la madre no laborase, y correr el riesgo de que el recién nacido muriera. Después habría que mantener al párvulo hasta que fuese niño y alcanzara la edad mínima en que pudiera desarrollar alguna faena útil. Frente a la Trata, semejante procedimiento resultaba incosteable.

Gracias al continuo suministro de negros, la isla incrementó sus tra-piches –molinos que utilizaban fuerza motriz animal- e ingenios. Ambos tipos de aceñas o maquinarias requerían el cultivo y corte de grandes cantidades de caña, pues se necesitaba un acre para produ-cir ochenta arrobas, cada una vendida luego a dos ducados. Y cada trapiche o ingenio grande entonces llegaba a alcanzar volúmenes

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anuales que superaban las diez mil arrobas. Para su cultivo la tierra se dividía en tres partes: una se dedicaba a la caña, otra se destinaba a la siembra y recolección de yuca y viandas necesarias para com-pletar la alimentación de los esclavos, y el resto se empleaba como área de tala o recogida de leña para las calderas. De esta manera enormes extensiones de tierra se fueron vinculando entre sí por la dependencia del molino azucarero, a la vez que éstos forjaban sóli-dos nexos comerciales con los puertos y hacia ultramar con Europa. En un ingenio, según su tamaño, la población esclava podía oscilar entre sesenta y quinientos africanos, aplicados a todas las tareas ne-cesarias. Así, los negocios marcharon prósperos. Los barcos llegaban al norteño Puerto Plata o al meridional Santo Domingo, y regresa-ban a Sevilla con cargas de azúcar cuyo precio en Europa subía.

A medida que el proceso de la conquista avanzó en Tierra Firme, La Española se convirtió en estratégica base de operaciones y abas-tecimiento. De la Isla salían hacia el resto de América, tocinos, car-nes saladas, y hombres; hacia las tierras continentales embarcaba la parte más pobre de los nuevos moradores de Quisqueya, en busca de fortuna, pues en Santo Domingo era ya muy difícil enriquecerse; el oro se había agotado y los indios casi estaban extinguidos. En la ínsula permanecían los que habían logrado posesionarse de pro-piedades importantes, o acumular dinero en la época de las enco-miendas. Dichos propietarios con frecuencia se habían convertido en ganaderos, que vendían a los dueños de las plantaciones carnes baratas para que alimentaran a los esclavos de sus ingenios; cuando éstas no se salaban carecían de todo uso, pues entonces no existía otro procedimiento que evitara su descomposición. Por tal motivo, para esta ganadería –cuyos dueños no se agruparon en asociaciones feudales como la Mesta- los cueros se convirtieron en el principal producto destinado a la exportación. El cuidado y caza de animales que pastaban libremente por sabanas y montes, se realizaba gene-ralmente por esclavos al mando de capataces y mayorales.

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El contrabando: piratas y corsarios

La Casa de Contratación de Sevilla, dedicada a evitar la participa-ción de otras potencias en el saqueo de América, no satisfacía las necesidades comerciales de plantadores y ganaderos. Con el propó-sito de obviarla, y evitar también almojarifazgos aduaneros así como cualquier tipo de asiento (13) o estanco real, los propietarios en La Española recurrieron al contrabando o mercado ilegal. Esta práctica, unida a los frecuentes asaltos en alta mar de navíos españoles que regresaban a la península cargados de oro, plata, azúcar, cueros, im-pulsó al monarca absolutista a establecer un sistema de lotas. Aun-que inaugurado en 1543, dicho sistema adquirió sus características deinitivas veinte años más tarde. Funcionaba el método a base de convoyes custodiados por buques de guerra que zarpaban de Sevilla dos veces al año, y tras hacer escala en las Canarias se dividían; una parte navegaba a Veracruz (México), y la otra iba hacia Cartagena (Nueva Granada) y Portobelo, en el istmo de Panamá. Desde ahí las cargas se transportaban en arrias hasta el Pacíico, donde se embar-caban hasta el puerto del Callao, anexo a la capital virreinal de Lima. De regreso, atiborradas de metales preciosos y especias, las naves se concentraban en La Habana antes de cruzar el Atlántico. Según los nuevos preceptos para comerciar, Quisqueya y Puerto Rico solo podían enviar buques desde Santo Domingo y San Juan hasta los puertos que recibían la visita de las lotas. Como era de suponer, con tales procedimientos los costos de transportación se multiplicaron, y por ende el tráico mercantil disminuyó. Contrario a las esperanzas de las autoridades absolutistas, el contrabando entonces aumentó, auspiciado por los propios ganaderos y plantadores que negociaban sin intermediarios, amparados por los Cabildos cuyos cargos ellos mismos ocupaban. Los nuevos vínculos brotaban en las regiones más alejadas de las bahías habilitadas para traicar con la metrópoli. Por lo tanto, los intereses de estos nativos de América a quienes se denominaban criollos, fueron contraponiéndose a los del absolutis-mo pues resultaban perjudicados por sus reglamentaciones.

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Los vecinos de La Española, de forma reiterada, solicitaron a través de sus procuradores que se les permitiera comprar mercancías eu-ropeas a los países que las producían, y se les autorizara a vender en ellos directamente sus cueros y azúcares. Pero todas las peticiones fueron rechazadas. La situación se agravó en el último tercio del siglo XVI, cuando la aluencia de metales preciosos baratos originó en España una inlación que elevaba los precios más que en el resto de Europa. A partir de entonces las producciones de estos países del Viejo Continente invadieron el mercado español, y arruinaron lo que allí había de manufacturas y frutos agrícolas exportables. Así, desde la novena década de aquella centuria, las mercancías no es-pañolas preponderaron en el comercio realizado por la propia Casa de Contratación de Sevilla. De esa forma España se convirtió, cada vez más, en simple intermediaria parásita entre América y Europa.

En Quisqueya los criollos estaban atentos a esta evolución; sabían que pagaban por las manufacturas importadas seis veces su precio origi-nal, y al mismo tiempo se veían obligados a vender sus exportaciones a precios bastante inferiores a los pagados en Amberes, el Havre, Lon-dres o Génova. No podía sorprender, por lo tanto, que los plantado-res y ganaderos de la colonia se dedicaran a vender de contrabando azúcares y cueros, para comprar a cambio esclavos, jabones, vinos, harinas, telas, perfumes, clavos, zapatos, medicinas, papel, frutos se-cos, hierros, acero, cuchillos, y muchísimos otros artículos. Ese inter-cambio cobró fuerza en los puntos que se encontraban más alejados del puerto de Santo Domingo, y sobre todo por la costa norte.

Un buen ejemplo de esta ilícita forma de negociar quizá se pudiera encontrar en las actividades de un marino y comerciante inglés que traicaba con las Canarias, llamado John Hawkins, quien se enteró de la situación prevaleciente en La Española y se decidió a aprove-charla. Ligado por matrimonio con capitalistas enriquecidos des-pués de las coniscaciones de tierras que en Inglaterra se habían hecho a la Iglesia Católica, Hawkins encontró apoyo en ellos. Así, la compañía formada compró tres barcos, que bajo su mando zarparon

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rumbo a Tenerife, donde él avisó a amigos suyos relacionados con Puerto Plata acerca de su futura visita. El trío de buques después se dirigió a Sierra Leona, adquirió trescientos negros, y cargado de esclavos y mercaderías llegó en abril de 1563 al referido puerto de Quisqueya. Amenazado allí teatralmente por las autoridades, Haw-kins se alejó hasta la desierta bahía de La Isabela, donde se realizó el intercambio de productos; entonces, funcionarios, sacerdotes y vecinos, vendieron sus azúcares y cueros a cambio de manufactu-ras inglesas. El negocio fue fabuloso, pues el precio en Europa de dichas exportaciones criollas era de cinco a diez veces más alto que el pagado por la Casa de Contratación. Por ello, al tenerse noticias en Santo Domingo de estos sucesos, los funcionarios absolutistas despacharon una fuerza de sesenta hombres al norteño puerto, con el in de que coniscara todos los bienes ilegalmente adquiridos. En el último lustro del siglo XVI, cuando la guerra de independen-cia de los Países Bajos se decidía en perjuicio de las tropas españo-las de ocupación, la burguesía holandesa se lanzó a una ofensiva marítima contra las posesiones de Felipe II. Después de ingleses y protestantes franceses o hugonotes, los lamencos acometieron el contrabando. La magnitud de ese intercambio ilegal era tan con-siderable, que solo para sus negocios con La Española y Cuba los holandeses dedicaban al año veinte barcos de doscientas toneladas cada uno. El tráico llegó a totalizar ochocientos mil lorines al año, cifra considerable para ines de aquella centuria.Al ocupar el trono en 1598, Felipe III se dispuso a suprimir el lla-mado comercio de rescate en América, con el in de beneiciar a la Casa de Contratación y al erario absolutista. Una de sus más impor-tantes medidas, anunciada en enero de 1603, consistió en ordenar el despoblamiento de las costas alejadas de los principales centros del poder colonial. Referencia especial hizo del litoral norteño de Quisqueya, y sobre todo de las regiones circundantes a Puerto Pla-ta, Bayajá, y la Yaguana.

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En Cuba la villa que más contrabandeaba era Bayamo, que desde el no atañido interior oriental negociaba con los extranjeros por el río Cauto, una apropiada vía luvial. Por eso el Teniente Gobernador se personó en dicha ciudad con cincuenta arcabuceros, dispuesto a suprimir el clandestino tráico. En poco tiempo, alcalde, regidores, sacerdotes, y vecinos importantes quedaron incluidos en un proce-so judicial, que impuso penas muy fuertes. Incluso contra muchos de los que habían escapado de la ciudad y se negaban a comparecer ante un juez, se dictaron sentencias de muerte con pérdida de bie-nes. Pero las autoridades no se atrevían a ordenar el traslado de los presos hacia La Habana, pues había más de doscientos bayameses apostados en los caminos para liberar a los prisioneros. Bloquea-dos, los arcabuceros y sus jefes permanecieron junto a los conde-nados más de seis meses, sin arriesgarse a abandonar la villa, hasta que la Audiencia de Santo Domingo impuso juicio de residencia al propio Teniente Gobernador. La máxima autoridad colonial en Cuba se quejó entonces ante el rey contra los oidores de La Españo-la, lo cual provocó la intervención directa de la Corona, que al inal otorgó una oportuna amnistía.

En Quisqueya los acontecimientos fueron mucho más graves. El conlicto se inició al llegar a la isla la despobladora Real Cédula, que provocó enardecidas protestas de los Cabildos de Santo Domin-go y la Yaguana, lugar de asentamiento de un importante ingenio. Después transcurrieron meses de inútiles argumentos jurídicos y razonamientos económicos criollos, hasta que en febrero de 1605 el gobernador de la ínsula –al frente de sus fuerzas- salió hacia el lito-ral norteño dispuesto a cumplir el edicto absolutista. Cuál no sería su sorpresa, al constatar que los vecinos de la región septentrional se habían concentrado en el valle de Guaba y tomado por jefe al ganadero Hernando de Montoso, antiguo alcalde de Bayajá, para que los dirigiese en una insurrección. Los enfrentamientos armados, que aglutinaron del lado criollo a blancos, mulatos y negros libres, duraron más de dos años; inclusive la lucha continuó después de

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haber sido declarados traidores y rebeldes los alzados. Al no poder capturar a Montoso y sus guerrilleros, la furia del absolutismo se de-sató sobre todo tipo de sospechoso, debido a lo cual más de setenta personas fueron ahorcadas por desacato a las disposiciones reales.

De esta forma se evidenciaba que, luego de un siglo de establecidas las colonias, en dichas islas plantadores y ganaderos introducían una creciente división social del trabajo que ligaba a los diferentes territorios entre sí, y a todos con algún puerto hacia el extranjero. Empezaba a forjarse así la necesaria e indisoluble unidad econó-mica entre las diversas regiones; se trazaban caminos y se desarro-llaban vías de comunicación. Se iniciaba, en in, una existencia co-mún por parte de todos los pobladores, que representaban ya una colectividad social estable formada durante más de cien años, la cual -además de poseer un mismo idioma- tenía una conformación mental y ética propia, muy diferente a la que había entre los penin-sulares. Dicha psicología comenzó a relejarse en valores literarios originales, como Espejo de Paciencia (escrita por Silvestre de Bal-boa en 1608), lo que evidenciaba una isonomía espiritual distinta de las demás; su esencia se expresaba en peculiaridades culturales formadas a través de generaciones como resultado de condiciones especíicas de existencia. Dichas características desempeñaban un papel aglutinador y constituían una idiosincrasia al ser asimiladas y puestas en práctica, a partir de los criollos, por todos los miem-bros del grupo, fuesen blancos, mulatos, o negros libres. Surgía así la comunidad de cultura.

Brasil en el siglo XVI

En Brasil –así nombrado por la proliferación en sus costas del refe-rido palo tintóreo-, la factoría establecida en 1503 cerca de Porto Se-guro, fue la primera de varias implantadas con carácter provisional en dicho litoral por los lusitanos. Poco después también mercade-res franceses recorrieron gran parte de esas orillas oceánicas, y en las zonas no ocupadas por los portugueses se asentaron. Pero unos

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y otros abandonaban sus fortines-almacenes tan pronto se agotaban las maderas colorantes de los alrededores, por lo cual esa práctica liquidó en algunos decenios las apreciadas matas costeras. Eso mo-tivó que el ciclo de la extracción del palo-brasil terminara, sin pro-piciar el surgimiento de verdaderos poblados europeos.

La creciente rivalidad entre los gobiernos de Lisboa y París conven-ció al rey lusitano de lo imperioso que resultaba colonizar las po-sesiones que el Papa le había otorgado en América. De no hacerlo, tendría que resignarse a perderlas. Por tal motivo una expedición real portuguesa con cinco naves y cuatrocientos hombres acome-tió en 1530 la referida tarea, con tres objetivos principales: repartir tierras, eliminar cualquier presencia francesa, y encontrar plata u oro, para satisfacer la lujuria de metales desatada en Europa tras el saqueo de México por Cortés. El empeño se inició a partir de una concepción plenamente feudal, pues se dividía al Brasil en doce ca-pitanías generales basadas en las llamadas “Cartas de Donación”. Cada una de éstas otorgaba a su beneiciario un sector lineal, de en-tre cien y treinta leguas de costa, indeinido en profundidad hacia el interior. Los donatarios transmitirían en herencia sus respectivas capitanías según principios similares a los del mayorazgo, y en ellas tenían jurisdicción civil y criminal, pues a su interior podían conce-der tierras –libres de derecho, excepto el del diezmo- a los católicos que las posesionaran al ponerlas en producción. Estos concesiona-rios, a su vez, luego cedían parcelas a campesinos para que las cul-tivaran mediante la aparcería. También acorde con las costumbres de Portugal, en sus capitanías los donatarios dispensaban el rango de villa a los poblados, nombraban a sus alcaldes y oidores, e im-pedían en las mismas la entrada de cualquier corregidor o tribunal, pues ellos solamente eran enjuiciables por la Corona. Ésta, además, monopolizaba la extracción del palo-brasil así como el tráico de esclavos y de especias o drogas, y debía recibir la quinta parte de todos los metales y piedras preciosas que fueran encontrados. En cambio, el comercio con los demás productos se declaró libre, tan-

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to para los donatarios como para cualquier portugués morador de las capitanías, quienes podían venderlos en la colonia o exportarlos hacia Europa, fuese a la metrópoli o a otro país. Al mismo tiempo se dispuso que el intercambio entre Portugal y Brasil no fuese gra-vado por más impuestos que los tradicionales de las aduanas, pues solamente los extranjeros abonarían un recargo del diez por ciento sobre el precio de las mercancías.

La escasez de fuerza de trabajo europea inmigrante, y las diiculta-des para utilizar la ineicaz y rebelde mano de obra indígena –por encontrarse sus habitantes en la comunidad primitiva-, motivaron el fracaso de la agricultura feudal. En contraste, en San Vicente y Pirati-ninga –núcleos originadores de las futuras ciudades de Santos y Sao Paulo-, y sobre todo en Pernambuco, la cría de ganado, la siembra y recolección del algodón, más el cultivo de la caña, tomaron auge. Desde ese momento la economía de plantación y en especial la azu-carera, cuyos precios subían en Europa, se convirtió en el centro de la naciente sociedad brasileña, que importaba y explotaba esclavos africanos. Pero la compra de negros y de molinos requería cuantiosas inversiones, razón por la cual los pequeños propietarios no podían convertirse en plantadores. Incluso muchos concesionarios, sin gran-des recursos propios, con frecuencia tuvieron que acudir a banqueros y negociantes en Portugal u Holanda, para inanciar sus adquisicio-nes de medios de producción y fuerza de trabajo. De esta manera, enormes extensiones de tierras se vincularon entre sí por la depen-dencia de los molinos o aceñas azucareras, y luego forjaron sólidos nexos comerciales con los puertos y hacia ultramar, con Europa.

El fracaso de las concepciones feudales de colonización motivó que las capitanías fuesen uniicadas en una Gobernación General en 1549, la cual acicateó el combate contra los franceses e indíge-nas. Además, dicha instancia gubernamental en Brasil prohibió que se cultivara trigo, se elaborasen bebidas alcohólicas o se fabrica-ran artículos de loza y herramientas, disposiciones que tenían por objetivo propiciar la compra de harina, vino y útiles de trabajo en

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Portugal. También se dispuso la venta de tierras realengas a quie-nes desearan adquirirlas y se auspició la construcción de nuevos molinos de caña, cuyas exportaciones de azúcar se gravaron con el quinto real, lo cual resultaba muy beneicioso al isco absolutista. Las esperanzas de la Corona estaban cifradas en incrementar aún más el mutuo intercambio comercial; entonces a dicha actividad se dedicaban cerca de treinta navíos, que anualmente transportaban ciento ochenta mil arrobas de azúcar, ciento veinte mil de palo-bra-sil, y cantidades algo menores de algodón. La importancia de estas cifras se comprende al saber que, un acre de tierra producía ochenta arrobas de caña, y los mayores molinos procesaban hasta diez mil, con una dotación de quinientos esclavos al precio de cien cruzados cada uno. La inversión total promedio de dichos ingenios oscilaba alrededor de los treinta y cinco mil cruzados, pues además de la tierra había que adquirir hombres, máquinas y bestias. En realidad, para la época, resultaba una cifra considerable.

A lo largo del cuarto de siglo transcurrido desde la creación del go-bierno colonial uniicado, los territorios del Brasil experimentaron una gran diferenciación, pues en la parte meridional los calvinistas franceses –casi siempre denominados hugonotes- habían desarro-llado serios intentos por apropiarse de la bahía de Guanabara así como del área de Cabo Frío. Para expulsar a esos intrusos de dichos territorios, los lusitanos tuvieron que luchar por más de dos déca-das hasta 1576, lapso durante el cual la economía de dicha región estuvo semiparalizada.

En contraste, en Pernambuco, apartado de la prolongada lucha con-tra esos invasores, surgieron tendencias autonómicas basadas en sus progresos económicos. Por eso, en 1573 la Corona creó una demar-cación septentrional que iba desde la zona de Islas hasta Itamaracá, con Bahía por capital. Dicha Gobernación abarcaba la mitad de la población del Brasil y era su principal centro de riquezas, dado que poseía más del cincuenta por ciento de los ingenios de la colonia.

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Así, debido a esa intensa actividad azucarera, en la referida parte septentrional brasileña se comenzó a forjar la unidad económica sus-ceptible de vincular con solidez las distintas áreas, pues se trazaban caminos y se desarrollaban las vías de comunicación. Se iniciaba, en in, una existencia común para todos los pobladores, que empezaban a estructurarse en una colectividad social estable: la de los criollos.

Los holandeses en Pernambuco

La desaparición del rey lusitano en el combate de Alcazarquivir en agosto de 1578 creó un problema dinástico, ya que en Portugal no había descendiente directo al Trono y varios aspirantes se lo dispu-taban. Entonces Felipe II de España decidió la pugna, al enviar sus tropas a ocupar el contiguo Estado y allí después ceñirse él la Co-rona, en abril de 1581 bajo el nombre de Felipe I. Pero no hubo que esperar mucho para que éste revelara su desastrosa política hacia los predios lusitanos; a los cuatro años el nuevo monarca arrastró a Portugal a la guerra contra los Países Bajos, luego de coniscar todas las naves lamencas ancladas en el puerto de Lisboa. La réplica no se hizo esperar. Imposibilitados de comprar especias y productos exóticos en Portugal, los mercaderes holandeses navegaron directa-mente hasta las propias fuentes de suministro, que eran dominios lusitanos. Pero también en éstos se les impidió negociar. Entonces se creó en 1602 la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, dedicada a saquear y apropiarse de los territorios del enemigo por-tugués. La eicaz actividad de esta compañía logró la total interrup-ción del comercio de especias entre Lisboa y la India en 1612. A partir de ese momento, para Portugal los gravámenes sobre el azú-car del Brasil adquirieron una importancia enorme, pues el lujo de ingresos por ese concepto debía suplir los antes logrados en Asia. Afortunadamente para ellos, dicha colonia ya era el primer produc-tor azucarero del mundo; en la segunda década del siglo XVII se fabricaban allí unos cuatro millones de arrobas de azúcar al año en cerca de trescientos ingenios, la mitad de los cuales se encontraba en Pernambuco.

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En dicha región del Brasil el poderío de los plantadores era tan grande, que con sus propias fuerzas enfrentaban con éxito a los franceses, empeñados ahora en instalarse en la zona del litoral com-prendida entre Parahiba y el Amazonas. Pero este conlicto terminó abruptamente, con el comprensivo acuerdo de 1615 que devolvía a Portugal sus territorios a cambio de aceptar la presencia de algunos hugonotes en ellos. La causa del precipitado entendimiento radica-ba en la preocupación de la Corona ilipense por la creciente pene-tración inglesa y holandesa a través del río Amazonas. Como esto representaba un peligro mayor para la soberanía lusitana, el Trono aplaudió que un año más tarde plantadores pernambucanos funda-ran la villa de Belem, la cual dominaba el acceso a la mencionada e importantísima vía luvial. Dicha región quedó englobada en 1621 al interior de la nueva Gobernación General de Maranhao –que incluía Ceará y Pará-, lo cual evidenció la intrascendencia dada en-tonces por Felipe al Tratado de Tordesillas, pues dichos territorios se encontraban del lado español de la referida línea fronteriza.

Las incursiones de los comerciantes de los Países Bajos por las costas brasileñas se incrementaron, cuando en 1621 se constituyó la Compa-ñía Holandesa de Indias Occidentales. Esta empresa, homóloga de la instituida para el Levante, se formó con capitales de calvinistas y ju-díos, ampliados más tarde mediante la venta pública de acciones. Sus poseedores, al inal de cada año recibían dividendos cuya magnitud era proporcional a las ganancias logradas en dicho lapso. La com-pañía se administraba de forma autónoma, con un Consejo General formado por miembros electos cada seis años por los accionistas más ricos de cada provincia holandesa. Dicho cuerpo contaba con una Junta Ejecutiva compuesta por dieciocho personas y un representan-te de la Asamblea General de la Nación, única instancia que super-visaba los asuntos de esa entidad. En ella, aunque el Estado burgués era el principal inversionista, sólo actuaba como un asociado más.

La compañía holandesa, además de comerciar y poder ocupar te-rritorios con el propósito de colonizarlos, tenía también autoridad

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para guerrear con sus propias fuerzas armadas contra todos los do-minios de Felipe. En los predios de su incumbencia, la compañía podía asimismo autorizar que otros empresarios privados negocia-ran. Esto, a cambio del pago de una “prima de reconocimiento”, práctica mediante la cual se resolvían muchas pugnas en el seno de la empresa, como la que oponía a los poderosos comerciantes de Ámsterdam con los de Zelandia.

A partir de su creación la Compañía atacó a los navíos ibéricos por doquier, y preparó un gran asalto en 1624 contra Pernambuco. Aun-que disponía de veintiséis navíos, quinientos cañones y más de tres mil hombres, la resistencia de los criollos ayudada por efectivos militares ibéricos derrotó la invasión. Para levantar nuevos fondos, buques de la referida empresa holandesa, al mando del famoso Pe-ter Pieterszoon Heyn –más conocido por Pieter Heyn o “pata de palo”- capturaron en 1627 treinta barcos portugueses en Bahía, y al año apresaron en las costas de Cuba a casi toda la llamada Flota de la Plata. Con ese botín, superior a los quince millones de lorines, se efectuó una generosa distribución de beneicios y se organizó en 1630 otro ataque contra Pernambuco. Dichas fuerzas estaban ahora compuestas de cincuenta barcos, mil cien cañones, y más de ocho mil hombres. La guerra fue larga, pues los plantadores y los hom-bres bajo su mando lucharon durante varios años contra el ocupan-te a partir del cuartel general criollo en el Arrial do Bom Jesús, a una legua de Olinda y Recife. Pero el continuo arribo de refuerzos a los holandeses terminó por vencer la resistencia de los pernam-bucanos, que no contaron con ayuda exterior alguna. Y el propio Arrial cayó en junio de 1635 después de un bloqueo de casi cuatro meses. Entonces unas ocho mil personas iniciaron una amarga reti-rada rumbo al sur, ruta que estuvo jalonada de penalidades y muer-tes, con centenares de tumbas cavadas en el camino. Hasta llegar a la región de Porto Calvo, donde los criollos se hicieron fuertes y la convirtieron en su bastión, desde el cual partían constantemente guerrillas que le hacían imposible la vida al invasor.

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Johan Maurite, Conde de Nassau-Siegen, miembro de la reinante familia de Orange, fue designado por la Compañía –para un pe-ríodo de cinco años- como gobernador de Nueva Holanda; fue así como los agresores, en honor a su patria de origen, redenomina-ron a Pernambuco. Bajo su habilísima dirección en poco tiempo se tomó Puerto Calvo en marzo de 1637, así como Ceará al norte y Ser-gipe al sur. Él también envió una exitosa expedición al enclave de San Jorge de la Mina –en el africano Golfo de Guinea-, para desde allí suministrar esclavos a la colonia. Y después de esos triunfos de-sarrolló una política de aproximación a los criollos pernambucanos que aún permanecían en el lugar, a quienes otorgó créditos y otras facilidades, con el propósito de que recuperasen sus anteriores ni-veles de producción.

En Portugal el primero de diciembre de 1640 se inició la guerra de independencia contra España. Era un momento apropiado, pues al mismo tiempo en Cataluña tenía lugar una poderosa sublevación contra el gobierno de Madrid, que a su vez estaba en guerra con Francia. En los Países Bajos de inmediato hubo una favorable aco-gida hacia la insurrección portuguesa, pues la Corona española se convertía así en enemiga común de todos. Por ello, en junio de 1641 los gobiernos lusitano y holandés, concluyeron para los territorios de ultramar una alianza militar que establecía una tregua de diez años. Pero esto, de hecho, reconocía explícitamente la posesión de Pernambuco por la Compañía de Indias Occidentales. Dicho pacto sin embargo no detuvo la lucha entre invasores y pernambucanos, quienes en 1642 acometieron la reconquista de Maranhao (Mara-ñón), que a los dos años con éxito culminaron. Y en 1645, antiguos combatientes del Arrial do Bom Jesús se sublevaron en Camaragibe y Tabatinga. Estas fuerzas nativas, en las cuales había blancos –re-presentados por el paraibano André Vidal de Negreiros-, mulatos y negros libres –acaudillados por el gran Henrique Dias-, derrotaron a los holandeses en el Monte de las Tabocas y en el ingenio Casa Forte. Tras victorias semejantes hacia las tierras meridionales se ge-

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neralizó la insurrección, inanciada mediante el pago por los plan-tadores de sustanciales impuestos a las autoridades rebeldes. Esto puso de maniiesto los sentimientos de solidaridad existentes entre los criollos, lo cual signiicaba una importante diferenciación con los portugueses, y preiguraba la imagen de una nueva sociedad. A su vez, el distanciamiento y las contradicciones entre la metrópoli y los criollos se pusieron en evidencia, al condenar al rey de Portu-gal la rebeldía pernambucana y ordenar al Gobernador General del Brasil que colaborase en su represión.

La paz de 1648 entre España y Holanda no alteró las proyecciones de la Corona portuguesa hacia Pernambuco. Incluso, al ser creada un año después la Companhia Geral dos Comercios do Brasil, se precisó que solo negociaría con los territorios sureños, únicos consi-derados lusitanos. Dicha empresa mercantil tenía carácter burgués, pues el Estado feudal no era accionista, y la autónoma Junta Direc-tiva compuesta de miembros electos solo estaba subordinada al rey; contaba de treinta y seis navíos para realizar dos convoyes anuales, por medio de los cuales se ejercía el monopolio de vinos, aceites, harinas y bacalao portugueses, así como el del palo-brasil. Aunque libres, los demás artículos debían ser transportados por buques que se incorporasen a la referida lota mediante el obligatorio pago de un “derecho de protección”.

El estallido en julio de 1652 de una guerra entre Inglaterra y los Países Bajos, alentó a los criollos a planear la toma de Recife, últi-mo bastión holandés en Pernambuco. Para alcanzar dicho propó-sito se logró un acuerdo con los mandos de la armada de la refe-rida Compañía General, que aceptó colaborar en dicha misión. El asalto por tierra y mar se inició a principios de 1654, y a los diez días los sitiados pidieron ya conversaciones para capitular. Pero en las entrevistas los holandeses se esforzaban por vincular su rendi-ción a negociaciones entre los Países Bajos y Portugal. Entonces los pernambucanos exigieron que el trámite culminara solo con ellos, de manera desvinculada a cualquier tratado entre ambos Estados

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europeos. De esa manera, tras irmarse la paz en la noche del 26 de enero, el victorioso ejército criollo ocupó la ciudad y todas sus fortiicaciones. El triunfo pernambucano reveló el poderío de los plantadores, ca-paces de encabezar un formidable movimiento popular contra los ocupantes extranjeros, inanciarlo y vencer. En esa lucha ocuparon un sitio todas las clases y grupos sociales libres, bajo la dirección de los dueños de ingenios, en un proceso que mostró cuánto se di-ferenciaba ya la poderosa comunidad de intereses forjada por los criollos, de la existente en Portugal. El éxito dio a los pernambu-canos la conciencia de sus fuerzas y derechos, y los ratiicó en la forma de hacerse respetar. Se evidenciaba así el progreso alcanzado en constituir una colectividad social estable, formada en dichos te-rritorios a lo largo de un siglo, con idioma y vida económica co-mún, así como con una psicología propia, que se relejaba en un ascendente “nativismo” cultural. Esto se expresaba ya en trabajos literarios como la notable Historia do Brasil, escrita en 1627 por el bahiano Vicente de Salvador, en la cual su autor expuso los contras-tes y diferencias que había entre criollos y metropolitanos en todo un sinfín de cuestiones.

Aunque en el siglo XVII los pernambucanos se encontraban dentro de una formación socioeconómica feudal, el Brasil se caracteriza-ba por la ausencia de una base económica como la existente en los territorios andinos de Hispanoamérica. En la colonia portuguesa la Iglesia Católica carecía de un importante patrimonio económico, pues no hubo servidumbre indígena que lo sustentara; todos los aborígenes del Brasil se encontraban en la Comunidad Primitiva, y por eso resultó imposible que aceptaran la súbita explotación de unos seres humanos por otros.

Tampoco la poderosa burguesía anómala (14) del Brasil, esclavista y agropecuaria, tuvo que sufrir monopolios comerciales tan severos como el de Sevilla. Sin embargo los avances de la libertad mercan-

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til con frecuencia se detenían, como sucedió, por ejemplo, con la mencionada Companhia Geral, cuyas actividades en Recife eviden-ciaron que disfrutaba de una autonomía considerada excesiva por la Corona. Ésta, por eso, en 1664 alteró las normas constitutivas de dicha empresa al disponer que sus capitales pasaran al gobierno, a cambio de entregar a sus antiguos dueños una participación en el estanco del tabaco. Al mismo tiempo la vieja Junta Directiva electa fue disuelta, y sus funciones pasaron a un órgano semifeudal de dirección nombrado por el rey, quien dispuso que dicha instancia se conformara en términos de paridad con miembros de la más rancia nobleza y burgueses.

Los acontecimientos pernambucanos acaecidos entre 1624 y 1654, demostraron la disposición criolla para defender objetivos propios y progresistas, contra los reaccionarios intereses de la Corona absolu-tista. Pero la conciencia emancipadora estaba lejos aún, pues el amor al suelo patrio se mezclaba todavía con algunos sentimientos de ide-lidad hacia la metrópoli. Por ello, en vez de luchar por su indepen-dencia con el propósito de establecer un Estado propio, los criollos combatieron por restablecer en Pernambuco la soberanía de Portugal.

Reino de Ganga Zumba en Palmares

El surgimiento de las plantaciones, desde sus inicios implicó el imprescindible uso de la fuerza de trabajo de los esclavos traídos de África mediante la Trata, quienes siempre mostraron su insumi-sión. Ésta se evidenció desde que por primera vez los africanos fue-ran introducidos en América, por La Española, donde se sabe que a partir de 1522 hubo esclavos sublevados. Se calcula que veinte años más tarde, en los palenques o refugios que habían erigido en las montañas de dicha isla, había entre dos y tres mil negros fugitivos o cimarrones. Estos, sin embargo, no pensaban en revolucionar la sociedad que los explotaba, sino que deseaban huir de ella para re-fugiarse en áreas de difícil acceso. Luego, una vez libres, buscaban agruparse con los que hablaran su misma lengua y pertenecieran a

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su propia tribu; se organizaban de manera autárquica, de acuerdo a las tradiciones culturales especíicas de sus muy diferentes regiones africanas. En síntesis, trataban de reconstruir la vida familiar que en su continente habían conocido, basada en la consanguinidad y usos o costumbres relacionados con una ínima división social del trabajo, como la existente en sus respectivas localidades de origen. Por ello los integrantes de los distintos grupos apalencados eran es-casos, y no tenían gran cohesión entre sí; sus miembros regresaban a condiciones primitivas de existencia, en las cuales apenas medra-ban en la lucha contra la naturaleza y sus peligros; vivían comple-tamente abrumados por las diicultades de su azarosa comunidad tribal, caracterizada por los lazos étnicos.

En Brasil los esclavos también se escapaban de las plantaciones e ingenios o corrales de ganado, y se refugiaban en las selvas, don-de formaban mocambos. Eran éstos, humildes poblados bajo el mando de los hombres más hábiles en la guerra o en la conducción de las actividades productivas y demás asuntos de la comunidad, electos por el conjunto de fugitivos. Pero con el tiempo dichos je-fes comenzaron a apropiarse del plusproducto logrado por quienes cultivaban en colectivo la tierra comunal, y exigieron que se les de-nominara Ganga –del bantú “Ngana”, es decir, señor-. Empezaban así a constituirse grupos elitistas, que acometieron el desarrollo de estructuras estatales semejantes a las conocidas por la mayoría de ellos en sus Estados africanos de procedencia.

Las fugas de esclavos se multiplicaron con la ocupación de Pernam-buco por la holandesa Compañía de Indias Occidentales, cuando gran cantidad de ellos lograron huir al Matto o selva. Esta aluencia auspició que muchos mocambos se asociaran en diversas especies de federaciones, conocidas como quilombos. Entre todos ellos el más importante fue el de Palmares, así llamado por la gran can-tidad de plantas monocotiledóneas existente en dicha región de Alagoas. Constituido por hombres de origen bantú, a ines de la cuarta década del siglo XVII contaba con una docena de poblados,

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varios gobernados por miembros de la misma familia. En él fungía como capital el mocambo de Macaco, habitado por unas siete mil personas, y cuyo jefe era el Ganga Zumba (Gran Señor) o monarca despótico, pues en esta sociedad se habían generado ya grandes di-ferencias de clase. El rey negro poseía campos agrícolas que otros le trabajaban, tenía una residencia palaciega o Mussumba y dos casas personales, más otra adicional para su parentela. Recibía, además, el auxilio de funcionarios y guardias que vivían en moradas cerca-nas a las suyas, quienes asimismo le brindaban grandes honores y privilegios, pues a su llegada todos se arrodillaban, batían palmas, e inclinaban la cabeza en gesto de sumisión.

A pesar de esto los “gangas” locales disfrutaban de gran autono-mía, y solo se supeditaban al principal en cuestiones de interés ge-neral, como por ejemplo la guerra o ataques a plantaciones. Dicha práctica tenía gran importancia, ya que sus ilas las engrosaban así con más negros. Sin embargo, éstos solo podían considerarse libres si por decisión propia se habían juntado a los rebeldes; los demás, capturados o traídos a la fuerza no perdían su condición de esclavos, aunque podían redimirse si llevaban al mocambo a otro africano cautivo.

Pero no todos los vínculos de los aquilombados con los criollos fue-ron bélicos, pues desde un principio concertaron un activo contra-bando con las villas más próximas, como Porto Calvo, Serinhaém, y Alagoas. De esa forma entregaban productos de la tierra, objetos de cerámica, peces, animales de caza, a cambio de manufacturas, armas de fuego, ropas, herramientas y aperos agrícolas.

El Conde de Nassau-Siegen ordenó una gran ofensiva en 1644 con-tra Palmares, defendido por dos líneas de empalizadas hechas con troncos, así como por fosos y estacas puntiagudas. Los resultados fueron magros. Dos aldeas destruidas y varias decenas de cimarro-nes muertos. Un año más tarde otro destacamento punitivo solo encontró mocambos abandonados, pues sus ocupantes habían des-

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cubierto que en vez de desaiar las modernas armas europeas, re-sultaba más conveniente replegarse hacia la tupida selva. Después, en parte gracias a dicha estrategia, los quilombos disfrutaron de veinte años de paz.

Los pernambucanos, alcanzado ya en 1667 su deinitivo triunfo so-bre los invasores europeos, acometieron al “enemigo interior”. Pero los héroes de la guerra contra los Países Bajos, vieron frustrados sus empeños por vencer a los exesclavos pues en siete años más de veinticinco expediciones suyas fracasaron. Luego de tantos reveses, las fuerzas criollas cambiaron algunas de sus tácticas; comprendie-ron que sus soldados no combatían igual a los negros –en busca de su libertad-, que a los holandeses. También se dieron cuenta de que resultaba imprescindible eliminar –en primer lugar- la base de sustentación material de los fugitivos. Por ello ordenaron destruir los cultivos de los mocambos abandonados, para que al regresar del monte, los negros no dispusieran de alimentos. Asimismo acorda-ron permitir que la tropa vendiese a los cimarrones atrapados. De esa manera los pernambucanos lograron muchos éxitos a partir de 1675. Pero el mayor se alcanzó a los tres años, cuando los jefes criollos llegaron a un entendimiento secreto con el Ganga Zumba y su élite; dicho acuerdo dividió las fuerzas del Quilombo entre pri-vilegiados y preteridos. Éstos le dieron muerte a su rey cuando se enteraron de que, a cambio de promesas sobre el mantenimiento de sus privilegios, el monarca negro se había comprometido a entregar Palmares.

Después las escindidas fuerzas de los cimarrones fueron en veloz decadencia. Y la embestida criolla de 1694, compuesta por más de tres mil hombres de Pernambuco, Alagoas y Sao Paulo, con artillería y recursos, los exterminó. Quienes salvaron la vida fueron devuel-tos a sus propietarios, mientras las cabezas de los líderes, clavadas en picas, se exhibieron por las calles de Recife para escarmiento de los esclavos.

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Diversos factores explican la derrota del Quilombo de los Palmares. Ante todo la falta de unidad psicológica entre la élite dominante y sus gobernados; resulta inconcebible la existencia de una comunidad espiritual en un Estadillo, donde los sectores dirigentes preieren su-marse al enemigo antes de ver en peligro su privilegiada posición. Y el Ganga Zumba junto a su grupo gobernante, para evitar la esclavi-tud propia, estaba dispuesto a sacriicar sus ancestrales costumbres, lengua, religión, e incluso la libertad de los demás miembros de su comunidad. Por eso entre dichos cimarrones no surgió ningún an-tecedente de la nacionalidad, sin desmedro de que la historia recoja su lucha, como una de las más heroicas manifestaciones del eterno combate de los esclavos por alcanzar su redención.

II.3) Colonialismo inglés y francés en el Caribe

Reinado de Tudores y Estuardos

Inglaterra, a ines del siglo XVI, era un país en el que prepondera-ba la agricultura y la inmensa mayoría de su población vivía en el campo, dedicada sobre todo a la cría de ovejas y a la producción de alimentos. Pero simultáneamente las manufacturas se desarrolla-ban con gran rapidez, ya que los comerciantes exportaban tejidos y la extracción de hulla cuadruplicaba la del resto de Europa, insumo vital para fabricar hierro, estaño, cristal, jabón, construir barcos. Al sustituir la venta de materias primas –como la lana- por la expor-tación de productos terminados, se multiplicaron las perspectivas del mercado exterior inglés. Este cambio originó una proyección co-lonialista, dado que Inglaterra necesitaba controlar aquellas partes del mundo sobre las cuales tenía miras económicas. Y la derrota de la mal llamada Armada Invencible, que Felipe II enviara para do-blegarla, le proporcionó al gobierno de Londres la oportunidad de manifestarse con libertad en los mares. Sin embargo dicha victoria provocó al mismo tiempo, que la burguesía inglesa observara con más atención las restricciones que diicultaban su expansión al in-terior del país.

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La Cámara de los Comunes empezó a atacar a la monarquía, con el propósito de limitar sus intenciones de reglamentar la vida económi-ca inglesa. Estas novedosas proyecciones políticas relejaban ascen-dentes conlictos de clase, pues el capital necesario para el desarrollo manufacturero aluía ya de mercaderes, traicantes de esclavos, y piratas que habían amasado grandes fortunas. También provenía de quienes se habían enriquecido con la adquisición de las expropiadas –por la Corona Tudor- tierras de la Iglesia Católica, y prosperaban en ellas con prácticas burguesas. Pero el desarrollo del novedoso sistema económico tropezaba todavía con fuertes obstáculos, pues aún tenían importancia los gremios u organizaciones feudales que implicaban restricciones a la competencia, debido a sus controles so-bre los precios, la calidad y la fuerza de trabajo. En medio de tales contradicciones, Inglaterra se convertía en una comunidad indivisi-ble, en la cual los burgueses buscaban posibilidades de inversión en múltiples actividades, sin importarles luego dónde se vendían sus productos, siempre que fuese con utilidad.

Aunque en el mercado interno la competencia tendía a liquidar los monopolios feudales, hacia el exterior aún prevalecían compañías sobre las cuales el Trono proyectaba sus simpatías, pues les vendía su protección además de otorgarles generosas Cartas de Privilegio o exclusividades para llevar a cabo determinada actividad. Así, a principios del siglo XVII aparecieron en Inglaterra sociedades por acciones dedicadas a la colonización de América, entre cuyos más notables objetivos se encontraba la conquista de algunas islas del Caribe, erróneamente denominadas “inútiles” por los españoles.

En Inglaterra las mayores diicultades surgieron durante la Corona de los Estuardo, pues bajo los reinados de Jacobo I y de Carlos I, para los burgueses la existencia de la monarquía absoluta se tor-naba cada vez más en un arcaico elemento político. Mientras, para los terratenientes feudales, dicho Trono resultaba imprescindible, no sólo porque el Rey fuese el mayor y más parasitario de ellos, sino también debido a que requerían crecientemente de sus favores.

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Esto, porque en esos momentos sus ingresos permanecían estáticos, en tanto que los de la burguesía crecían a pasos agigantados. Por ello la Corona estableció gravámenes adicionales, empréstitos for-zosos, y otorgó estancos para el control de manufacturas –como las del carbón, alumbre, jabón y otras más- en beneicio de los ociosos feudales, lo cual producía choques con los intereses de los perjudi-cados burgueses, que eran quienes los pagaban.

A medida que se ampliaba la escisión entre éstos y aquélla, los opo-sitores presbiterianos arreciaban sus ataques a la oicialista Iglesia Anglicana con el mismo ardor que en la Cámara de los Comunes criticaban a la monarquía. En general, los burgueses reclamaban que en el país se establecieran las condiciones necesarias para la acumulación de capital, pues airmaban que Inglaterra se retrasaba frente a los Países Bajos. Y cuando en 1628 los burgueses del Parla-mento protestaron en su “Petición de Derechos” contra las prácticas de la Corona, el rey clausuró dicha institución. A partir de entonces, y durante más de una década, se gestó una situación revolucionaria, hasta que en 1639 la burguesía se negó a pagar más impuestos. La invasión de Inglaterra ese año por un ejército escocés tornó explo-siva la coyuntura, que se hizo incontenible con la crisis económica de 1640. La maquinaria estatal entonces dejó de funcionar y el rey tuvo que convocar a otro Parlamento, el cual destruyó la vieja bu-rocracia gubernamental, evitó que el ejército permanente fuese con-trolado por el soberano, abolió los nuevos gravámenes inancieros, y estableció el dominio burgués sobre la oicial Iglesia Anglicana. La Revolución de Cromwell

El problema de la dominación de Irlanda, donde las tropas ingle-sas se tambaleaban debido a una revuelta en 1641, amplió el cisma entre ambos bandos, manifestado en la “Gran Protesta” de los Co-munes. Así, en el verano de 1642 comenzó la guerra entre el lado re-accionario y el de la revolución. En éste, Oliverio Cromwell pronto se destacó por la disciplina de su tropa, en la cual los ascensos se

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obtenían por mérito y no por nacimiento, y porque había adoptado un método democrático de reclutamiento y organización, base del llamado Nuevo Ejército Modelo, que alcanzó un triunfo deinitivo en 1645. Pero al año, luego de prohibirse la inmovilizada propiedad feudal debido a la ley que metamorfoseaba toda la tierra en mercan-cía capitalista, empezaron a diferenciarse las ilas de la revolución. El ala derecha, los presbiterianos, estaba formada por la burguesía agraria así como por la comercial, que disfrutaban del respaldo de Londres, y, satisfechas en sus aspiraciones, soñaban ya con un en-tendimiento con el rey.

La puritana tendencia de izquierda, conocida por la denominación de “Levellers” y constituida por la pequeña burguesía, tanto urbana –artesanos, y comerciantes al menudeo- como rural, se componía de la “yeomanry”, que explotaba poca fuerza de trabajo asalariada. Sus integrantes deseaban grandes cambios, tales como: completa libertad de comercio y consecuente eliminación efectiva de los co-rruptos estancos –abolidos ya formalmente por el Parlamento-; se-parar la Iglesia del Estado; suprimir los gremios; seguridad para la pequeña propiedad; reformar la ley sobre deudas; establecer una república; ampliar la franquicia parlamentaria; implantar el sufra-gio universal masculino. Pero todas esas demandas eran rechaza-das por la burguesía.

El movimiento de los Diggers, por su parte, era un empeño de pro-ceder por acción directa al agrarismo en beneicio de los miembros del proletariado rural, los cuales planteaban que la tierra debía ser de quienes la cultivaran.

El empuje de las fuerzas más progresistas, en deinitiva logró que el rey Carlos I Estuardo fuese ejecutado, abolida la Cámara de los Lores, y proclamada la república. Esto, sin embargo, no satisizo a los Levellers, quienes argüían que no se contemplaban sus reclama-ciones económicas y sociales, por lo cual se rebelaron. Pero fueron

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derrotados en mayo de 1649 por Cromwell, en Burford, tras lo cual entraron en descomposición. En ello mucho inluyó que los más prósperos e inluyentes pequeños propietarios –fuesen campesinos o artesanos-, marcharan ya camino de transformarse plenamente en burgueses.

Cromwell impuso el dominio de la nación inglesa sobre Irlanda, y coniscó los bienes de muchos propietarios y campesinos vencidos. Después envió como esclavos hacia Barbados a las familias de los más renombrados exinsurgentes. Allí, años después, sus congéne-res africanos los denominarían “pieles rojas”, debido al encarniza-do efecto que los fuertes rayos del sol tropical ejercían sobre tan blancas epidermis. Luego el gran jefe revolucionario conquistó a Escocia, para evitar que la restauración del antiguo régimen pro-viniese de ella; desarrolló una política comercial basada en la Ley de Navegación de 1651, que llevó a Inglaterra a la prosperidad al imponerse sobre Holanda y demás rivales en el control del gran negocio marítimo; anunció en 1655 su “Western Desing”, diseñado para arrebatar a España sus territorios caribeños y propagar en ellos la colonización inglesa; expropió las últimas pertenencias feudales, y estableció la propiedad burguesa con derecho absoluto ante cual-quier instancia del poder; prohibió todo tipo de gremio, corpora-ción, estanco y monopolio; demolió las fortalezas y desarmó a los “Caballeros”; vendió las remanentes tierras de la Iglesia así como las de la Corona, para inanciar las actividades gubernamentales; disolvió el Parlamento existente y en su lugar nombró una Junta compuesta por la alta oicialidad –llamados “Los Grandes”-; se pro-clamó Lord Protector y dictó una Constitución.

Acorde con ésta, se creó un nuevo Parlamento a base de franquicias de doscientas libras esterlinas, lo cual no tenía carácter democrático pues excluía del voto a los pequeños propietarios, al sólo permitir que lo ejercieran los adinerados burgueses. Luego, en 1657, esa de-cisiva instancia del poder impuso sobre el ejército revolucionario su control inanciero; dio al Protectorado un carácter electivo y no

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hereditario; creó una segunda y elitista Cámara (Alta); y sometió a Cromwell, que murió al año siguiente. Después su hijo y sucesor fue depuesto, tras lo cual ambos cuerpos parlamentarios coronaron, en mayo de 1660, a Carlos II.

Este rey, sin embargo, estaba ya subordinado al Parlamento por lo cual la Restauración no reinstituyó el viejo sistema feudal. Al Trono, en realidad, se le hacía imposible volver a vivir “por cuenta pro-pia”, ya que dependía de la burguesía. Se evidenció, no obstante, que la derrota de los Levellers en Burford había hecho inevitable el restablecimiento de la monarquía, pues las diicultades de la bur-guesía agraria con los sectores populares –que deseaban abolir los nuevos latifundios capitalistas-, hacían palpable la conveniencia de sostenerse en el poder político mediante componendas con los te-rratenientes del antiguo régimen que hubieran sobrevivido.

El compromiso de 1660 se mantuvo hasta que Jacobo II Estuardo, torpe sucesor católico de su estéril y difunto hermano, cometió el error de creer posible un retorno a prácticas absolutistas. Entonces tuvo lugar –como después se dijera- el episodio relativamente in-signiicante de 1689, al que los historiadores liberales señalaron con el nombre de la revolución gloriosa. Se denominó así al derrocamien-to del equivocado rey, porque se llevó a cabo sin luchas sociales ni posibilidades de que renacieran las demandas democráticas.

No obstante, ella tuvo como colofón una Declaración de Derechos y un Acta de Tolerancia, que airmaba la libertad de culto para los cristianos e imponía límites a la Corona al aianzar la supremacía del Parlamento. Y al año, John Locke expuso su obra Segundo Tra-tado de Gobierno, en la cual airmaba que éste no se ejercía gracias a una facultad divina sino mediante un contrato con los habitantes, quienes tenían toda la razón para rebelarse si se violaban sus dere-chos naturales a la vida y las libertades.

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Barbados, Jamaica y la Mosquitia

En el Caribe oriental despoblado por la acción bélica de los españo-les, el territorio de Barbados estaba ocupado desde 1627 por fuerzas a sueldo de un audaz comerciante y aventurero llamado William Courteen. Éste, en esa fecha arrendó dicha isla al Conde de Carlisle, quien delegó en él la autorización para conquistarla que le otorgaba una Carta de Privilegio recibida de su amigo el rey inglés. Tiempo después una lucha se entabló entre los partidarios del primero y los del segundo, que al cabo de dos años terminó con la victoria de los vinculados al monarca. Éstos por esa época desarrollaban la prácti-ca de emplear la fuerza de trabajo de los “Indentured Servants”, o campesinos expulsados de sus predios en Inglaterra por el cercado de los campos, quienes eran muy pobres para pagar su pasaje hasta el Caribe. Y con el in de apropiarse de su capacidad laboral, los arrendatarios les pagaban el viaje a la isla, a cambio del compromi-so de que cultivaran el suelo durante un período que oscilaba entre cinco y siete años, al inal de los cuales debían recibir unos cuatro acres de tierra. Aunque dichos inmigrantes –descontentos por el tratamiento que en la colonia se les daba- protagonizaron motines y conspiraciones, en la metrópoli inglesa había tantos desemplea-dos, que a buen ritmo siguieron llegando; entre los desembarcados había gente diversa, e incluso algunos después alcanzaron mucha notoriedad, como el archifamoso Henry Morgan (15).

En Barbados, hacia 1650 había treinta y seis mil seiscientos blancos libres, de los cuales once mil doscientos ya eran “Yeoman” o pe-queños propietarios, que en su mayoría se dedicaban al tabaco y apoyaban la república. Pero en ese año, la gran cantidad de nobles exiliados en la isla se impuso –con la ayuda de los esclavos irlande-ses- sobre los partidarios de la revolución, cuyas propiedades fue-ron coniscadas. Los “realistas” de inmediato reconocieron como nuevo soberano a Carlos, hijo del ejecutado monarca, en un gesto de abierto desafío que de hecho implicaba el establecimiento en ese territorio antillano de un régimen independiente. Pero Cromwell

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logró que sus fuerzas derrotaran la reaccionaria tentativa barbaden-se a ines de 1651, tras lo que se despojó de sus tierras a todos los enemigos de la republica y se restableció la esclavitud blanca. Des-pués se acometió la realización del Western Design.

El ataque a Santo Domingo en abril de 1655 fue un fracaso debido a la tenaz resistencia de los criollos. Entonces los efectivos ingle-ses tomaron rumbo a Jamaica, la cual fue exitosamente ocupada en mayo del mismo año. Después, con el propósito de equiparar el intercambio comercial entre la metrópoli y sus distintas posesiones coloniales en América, el gobierno de Londres impuso cuantiosos gravámenes al tabaco del Caribe; mientras, auspiciaba su cultivo en Virginia pues deseaba estimular las menguadas exportaciones nor-teamericanas. En cambio se dispuso la multiplicación de la caña de azúcar por las Antillas inglesas, ya que la siembra de dicha planta no era apropiada en latitudes septentrionales.

La política colonial inglesa entró en conlicto con el incremento de la demanda de fuerza de trabajo en la metrópoli, razón por la cual en Inglaterra se promulgaron leyes que diicultaban la emigración de los pobres, quienes deberían convertirse en asalariados en su propio país de origen. Entonces, como en el resto de América, en el Caribe inglés se recurrió al uso de esclavos africanos para que trabajasen las plantaciones. Pero éstas con frecuencia eran poseídas –a diferencia de lo que ocurría en Hispanoamérica o en Brasil- por propietarios absentistas, que al trópico enviaban sus capitales mientras permane-cían en Inglaterra. De esos casos tal vez el más notable haya sido el de la compañía “Merchands of London”, dueña de diez mil acres de buena tierra en Barbados. De esta manera, en las tierras inglesas de las Antillas no surgió un poderoso grupo social “criollo”.

La fuerza de trabajo esclava africana llegaba a las Antillas angló-fonas mediante el llamado Comercio Triangular, debido al cual se enviaba azúcar crudo a Inglaterra, de la que partían armas, telas y chucherías para África, donde se obtenían los negros. Dicho tráico

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–genéricamente llamado “La Trata”- permitió que en 1684 en Bar-bados hubiese ya más de sesenta mil negros esclavos, lo cual signi-icaba una proporción de cuatro africanos por cada inglés, ya que el número de éstos decrecía con rapidez pues los blancos pobres libres no tenían perspectivas halagüeñas en la isla. La gran introducción de negros esclavos provocó desde un inicio numerosas insurreccio-nes, tales como la llevada a cabo en Barbados en 1675 por miembros de la tribu africana Coromantí, o la proyectada a los veinte años por los Ashanti, quienes planeaban coronar a uno de los suyos (Cufy) como rey de la isla. Pero debido a la escasa dimensión de esta colo-nia, resultaba difícil para los rebeldes resistir el empuje de las bien armadas tropas inglesas.

Distinta fue la situación en Jamaica, donde los esclavos escapaban de las numerosas grandes plantaciones para refugiarse en la agreste naturaleza que permitía luchas prolongadas. Un ejemplo de éstas lo ofreció Cudjo y sus hermanos, sublevados al frente de miembros de la tribu Coromantí hasta que las autoridades coloniales se deci-dieron a negociar con ellos. Este pacto de 1738, llamado “Articles of Paciication with the Maroons of Trelawny Town”, amnistiaba a los insurrectos y les otorgaba mil quinientos acres de tierra en la zona que controlaban, a cambio de su compromiso de capturar o luchar contra otros cimarrones.

En contraste con Jamaica, el gobierno de Londres no perseguía en el litoral caribeño de Nicaragua el propósito de establecer una colo-nia de plantación; su deseo era, imponer por esa zona su presencia para desestabilizar el dominio hispano, y en algún momento con-vertir en realidad sus propios sueños canaleros. Con ese objetivo, los ingleses se asociaron con los misquitos –en eterna rivalidad con las contiguas tribus indígenas de Ramas y Sumas-, y empezaron a conformar lo que tal vez podría considerarse como un enclave mi-litar. Era una asociación relativamente armoniosa, mediante la cual dichos pobladores recibían armas y entrenamiento, a cambio de su-ministrar maderas preciosas con las cuales más tarde en Europa se

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construían buques. Por esa época las referidas costas recibían tam-bién la frecuente visita de piratas, bucaneros y ilibusteros, entre los cuales algunos –encabezados por Abraham Blawedlt- decidie-ron fundar Blueields; deseaban que éste fuera el punto de enlace con los demás aventureros o malhechores, quienes pululaban por la zona, procreaban con las nativas de la localidad, e incluso habían hecho suyas las islas de Roatán, Guanaja y otras más.

La existencia de la mencionada villa portuaria, facilitó que en 1665 el corsario Edgard David –acompañado de algunos jefes misquitos- navegara río arriba por el San Juan. Después asaltó el fuerte San Carlos, custodio del Lago Nicaragua, cuyas aguas surcó hasta topar con el pequeño istmo de Tipitapa, el cual cruzó para más tarde sa-quear la ciudad de Granada. Ésta había sido, hasta ese momento, centro del comercio legal que se efectuaba por las aguas del lago y el río hacia el Caribe, rumbo a La Habana y Cartagena. Tras dicha exitosa expedición, a los dos años un cacique misquito llamado por los anglófonos Oldman, con el apoyo de los ingleses se proclamó príncipe de la Dinastía Mosca. Ésta hizo suya el territorio al que se le dio el patronímico de Mosquitia, el cual a partir de entonces reci-bió gran respaldo de Inglaterra.

Gobiernos de Richelieu y Colbert

En Francia, después de las “guerras de los hugonotes”, el absolutis-mo recobró su anterior trascendencia y adquirió una orientación cla-sista más evidente. Dado que la base económica de los nobles era la agricultura, la Corona decretó algunas reformas para beneiciarlos. Ninguna de esas medidas, sin embargo, mejoró la situación de los campesinos, a quienes el predominio de la propiedad feudal sobre la tierra y la persistencia de la aparcería, así como la existencia de tribu-tos medioevales –fuesen la “taille” o la “gabelle”- les hacían la vida imposible. El mercantilismo sin embargo fue progresista, aunque no afectara los intereses vitales de la nobleza, pues auspiciaba el desarro-llo del comercio y la industria. Y como dicho auge incrementaba las

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percepciones del isco real, Enrique IV (16) limitó las importaciones, alentó el comercio exterior, y creó grandes manufacturas estatales.

Durante el reinado de Luís XIII, Richelieu (17) mantuvo la misma política; en el agro airmó la preponderancia de la renta feudal del suelo, mientras otorgaba subsidios, privilegios, y exenciones tribu-tarias a los burgueses para que auspiciaran la producción urbana. También se construyó una lota numerosa, con el propósito de fa-cilitar el éxito de las Compañías Comerciales semi burguesas desti-nadas a colocar los cimientos del colonialismo francés. Entre dichas entidades monopolistas, inanciadas parcialmente por el gobierno, fue muy importante la de “Indias Occidentales”, creada en 1664, la cual surgió con la experiencia acumulada de sus menos afamadas predecesoras, tales como la “Compañía de la isla de San Cristóbal” (1626), y su homóloga “Compañía de las islas de América”, que en 1635 había comenzado por apoderarse de Guadalupe y Martinica para adueñarse de algunas otras islas después.

En la segunda mitad del siglo XVII el absolutismo francés adqui-rió sus manifestaciones más depuradas, por cuyo motivo la política mercantilista alcanzó máximo esplendor. El destacado ministerio de Colbert (18) fue quien lo impulsó con el propósito de obtener más dinero para las necesidades del Trono, en constante aumento. Hasta su política manufacturera se inspiraba sobre todo en conside-raciones de orden iscal, pues de dicho sector así como del comercio percibía notables tributaciones. A partir de entonces se adoptó el criterio de que resultaba imprescindible superar las importaciones con las ventas francesas al exterior, por lo que se impusieron altas tarifas aduaneras y se auspiciaron las exportaciones generadas por numerosos productores, tanto de índole privada como real. Pero estas concepciones no implicaban el deseo de proteger y ampliar el mercado interno, considerado como simple apoyo del exterior. Era éste en el que la Corona cifraba sus esperanzas, como única mane-ra de auspiciar el desarrollo de las fuerzas productivas sin realizar reformas en el reino. En realidad la práctica de Colbert se dirigía a

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fortalecer las reminiscencias del pasado –por ejemplo, los gremios-, a pesar de que alentaba a la burguesía manufacturera, a la que pre-tendía controlar por medio de títulos nobiliarios, monopolios para sus producciones, atribuciones judiciales, y privilegios. Por ello las posibilidades objetivas de un verdadero desarrollo económico bajo el “colbertismo” eran muy reducidas, pues la burguesía francesa –sin controlar aún el poder político, como ya lo hacían sus homólo-gas en Holanda e Inglaterra-, rehuía invertir sus capitales en empre-sas arriesgadas o que no fueran muy rentables. Dicha clase prefería lucrar con el arriendo de servicios y la compra de cargos oiciales, o con los empréstitos de la deuda pública.

La decadencia económica de Francia comenzó hacia 1685, motivada por el predominio de la agricultura basada en la servidumbre de los campesinos aparceros, la gran propiedad feudal, y la inmunidad de los privilegios sociales de la nobleza. También en ese año se abrogó el Edicto de Nantes (19), por lo que tuvo lugar una masiva emigra-ción de ricos hugonotes, que se trasladaron a Inglaterra, Holanda, y Suiza. Además, las guerras dinásticas, los dispendios de la corte y de la aristocracia, así como los favoritismos, absorbían cuantiosas sumas de las siempre vacías arcas reales, a pesar de que el gobierno no cesaba de aumentar los impuestos. Esos tributos feudales ago-biaban a los empobrecidos campesinos, provocaban el hambre de los obreros, y disgustaban a los burgueses. No podía extrañar, por tanto, que se produjeran diversas insurrecciones populares. Así, en la década del sesenta habían tenido lugar revueltas campesinas en Gascuña y Rosellón, además de los motines de Orleáns y Bour-ges. En los años setenta estallaron insurrecciones de siervos en Lan-guedoc, Bretaña, y Guyena. Y en 1702 se rebelaron los “camisards”. Aunque todos fueron aplastados por las tropas del rey, esos movi-mientos conmovieron los cimientos del feudalismo y representaron un testimonio del profundo descontento de la ascendente naciona-lidad francesa con el régimen absolutista.

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Martinica, Guadalupe y Haití

Al constituirse, la Compañía de las Islas Occidentales recibió las ínsulas ya conquistadas de San Cristóbal, Martinica, Guadalupe, Granada, Desirade, María Galante, San Bartolomé, y Santa Cruz, habitadas en total por menos de cinco mil franceses. Al mismo tiem-po dicha entidad monopolista estableció un tratado de paz con los caribes de Dominica y San Vicente, lo cual le permitió emplear al-gunos de sus puertos y tierras, a cambio de respetar a los feroces guerreros caníbales el uso del resto de ambos islotes. En 1665 la Compañía también empezó a establecer su autoridad sobre las des-pobladas costas noroccidentales de La Española, con frecuencia vi-sitadas por corsarios, piratas, ilibusteros y bucaneros. Tan próspero resultó este empeño, que al ser disuelta a los diez años la empresa –para que sus territorios pasaran al control directo de la Corona-, dicha colonia contaba ya con más blancos que el conjunto de los demás dominios franceses en el Caribe. España, sin embargo, no reconoció esas posesiones francesas hasta la Paz de Ryswick (20) en 1697, cuando tuvo que admitir las pérdidas que había sufrido. Entonces la burguesía francesa se dispuso a colocar sus dineros en ese desarrollo colonial, que empezó a considerar como un buen negocio. Decayó desde ese momento con rapidez la vieja práctica de contratar “engagés”. Ésta había consistido, en llevar antiguos siervos de Normandía para que trabajasen los suelos antillanos, a cambio de alguna perspectiva de emancipación. Sin embargo esa costumbre resultaba ya demasiado onerosa para cosechar el azúcar, la mejor inversión americana de aquellos tiempos. Por lo tanto, en-tonces dichos capitalistas recurrieron a la fuerza de trabajo esclava africana, a la par que erigían numerosos ingenios.

Saint Domingue, como se llamaba por esa época a Haití, alcanzó a mediados del siglo XVIII notable trascendencia por sus plantacio-nes, en las cuales crecían el añil, el café, y sobre todo la caña de azú-car. El auge de la colonia conllevó el crecimiento del comercio y de las ciudades portuarias, así como el de los centros locales de admi-

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nistración y otras villas o poblaciones urbanas, unidas todas entre sí por múltiples caminos. La cifra de habitantes superaba el medio millón de personas, compuesta por casi treinta mil mulatos, unos cuarenta mil blancos y el resto esclavos. Éstos, sin embargo, se dife-renciaban de sus hermanos de clase de las demás regiones de Amé-rica por dos rasgos básicos. En primer lugar, habían desarrollado su propia lengua o “patois creole” a partir de la mezcla de los diferen-tes dialectos africanos con el francés. Además, contaban con una ideología producto del sincretismo entre las tradicionales creencias africanas y la religión católica. Se llamaba vudú, y sus sacerdotes fungían como verdaderos orientadores de los esclavizados, tanto de los que vivían en las plantaciones como de quienes estaban fugados en los montes o “marronage”. Casi la mitad de los esclavos vivían en las zonas septentrionales de Haití, donde los franceses tenían sus reinerías y mayores propiedades rurales. En general, los dueños de éstas eran absentistas y solo las visitaban en algunas oportunida-des, por lo cual fueron “Petits blancs” o administradores quienes se ocupaban de la marcha de los negocios. Dicho grupo de individuos y sus familias, junto con algunos artesanos y otros pequeño-bur-gueses blancos, formaban la médula de la tendencia colonizadora y racista. Odiaban y discriminaban a los conocidos como “gens de couleur”, en su mayoría mulatos ricos, dueños de la cuarta parte de las plantaciones –numerosas en la región meridional-, que repre-sentaban el verdadero núcleo del “Criollismo”. Éstos administra-ban personalmente sus propiedades, participaban del comercio, y constituían el eje cultural de esa parte de la isla.

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CAPÍTULO III: CRISIS DEL COLONIALISMO EN AMÉRICA

III.1) Reformas metropolitanas al sistema colonial

La Guerra de Sucesión Española

El siglo XVIII se inició con la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) (21), entre cuyas causas se encontraba un problema mercantil; al coronar a un Borbón en el Trono de Madrid, Luis XIV pretendía abrir las colonias hispanoamericanas al comercio francés e impedir que la Casa de Contratación Sevillana adquiriese más productos in-gleses, preponderantes hasta entonces en las compras europeas de ese monopolio feudal. Por eso Inglaterra entró en dicho conlicto y obligó a Portugal, mediante el Tratado de Methuen, a participar también en él, junto con Holanda y a favor del pretendiente sugeri-do por Austria.

Durante la contienda, los británicos se esforzaron por desmembrar el imperio colonial español, para lo cual en 1709 cinco buques bri-tanicos bajo el mando de Woodes Rogers atacaron Guayaquil. Éste era un importante puerto visitado dos veces al año por la lota de la Casa de Contratación, cuyas necesidades mercantiles auspiciaban el desarrollo del astillero, sólo comparable entonces por su impor-tancia en América con el de La Habana. En el golfo ecuatoriano los ingleses se apoderaron el 2 de mayo de la isla de Puna, y desde ella sus efectivos se lanzaron a ocupar la ciudad portuaria, que man-tuvieron cinco días en su poder. Pero sin poder avanzar más allá, los agresores se retiraron tras haber despojado a sus pobladores de cincuenta mil pesos oro.

Durante el conlicto, soldados británicos junto con tropas misqui-tas –conducidas por el recién proclamado rey Anibal I, primogénito del fallecido Oldman-, también atacaron los fuertes del nicaragüen-se río San Juan. Al mismo tiempo, con semejante colaboración de caribises, –cuyos efectivos se habían ya mezclado con negros fu-gitivos de los buques esclavistas, accidentados por ese borrascoso

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litoral- en poco tiempo avanzaron en sus propósitos de implantarse en Belice, así como en las contiguas zonas atlánticas de Honduras y Costa Rica.

Heterogeneidad en el Río de La Plata

A la vez, se reavivó la lucha hispano lusitana en torno al Río de la Plata. Esta región se había desarrollado mucho desde que en 1536 el Adelantado Pedro de Mendoza y una docena de navíos con dos mil hombres llegaran al referido estuario, y en sus costas implantaran el fuerte de Nuestra Señora del Buen Aire. Luego Mendoza envió hacia el Chaco a Domingo Martínez de Irala y un poco después a Juan de Salazar Espinosa; ellos, al regreso de varias expediciones por los conines del río Paraguay, construyeron en sus márgenes –el 15 de agosto de 1537- el fortín de Asunción, cuya existencia facilitó el surgimiento allí de un poblado. Pero sin haber encontrado en América una cura para su vieja síilis, el Adelantado decidió regre-sar a España, en cuya ruta murió. Entonces la Corona designó para sustituirlo a Alonso Cabrera, quien ante los continuos embates de los aborígenes, ordenó en 1541 arrasar el pueblo del Buen Aire con el propósito de que todos sus habitantes se avecindaran en Asun-ción. Esto se cumplió, aunque en su retirada los castellanos dejaron tras sí algún ganado bovino y caballar fugitivo.

Con el transcurso del tiempo, se comprendió cuan errada había sido la precipitada medida devastadora. Por eso, desde este asentamien-to se envió al vizcaíno Juan de Garay –quien tenía experiencia por haber establecido, en 1573, la villa de Santa Fe-, para que refundase Buenos Aires. Ello tuvo lugar siete años más tarde, el 11 de junio, en un entorno enriquecido con el hallazgo de inmensos rebaños de vacas y corceles salvajes, asombrosamente multiplicados gracias a los excelentes pastos y magníico clima de la Pampa. Entonces Ga-ray declaró propiedad común de él y sus acompañantes los ochenta mil cuadrúpedos encontrados, debido a lo cual al mes de haberse restablecido la existencia de dicho poblado, hacia España zarpó el

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buque San Cristóbal de la Buena Ventura con un importante carga-mento de cueros.

En 1593, junto a la ya referida gobernación de Cuyo y las existentes en Paraguay y Tucumán, se estableció la paralela y equiparada de Buenos Aires, a la que al año sin embargo se le prohibió todo tráico directo con ultramar por el Atlántico. Estas dos últimas gobernacio-nes fueron en 1617 fundidas en una sola, por lo cual en la gigantesca geografía del Río de la Plata sólo pervivieron dos demarcaciones separadas, con poblaciones de magnitudes similares. Una con sede en Asunción, y la otra en Buenos Aires, esta última encargada de combatir el contrabando por el enorme estuario. Tres años más tar-de ambas quedaron supeditadas al virreinato del Perú, cuya capital era Lima.

Durante el resto del siglo XVII, la economía colonial rioplatense se caracterizó por rasgos diferentes en sus distintas áreas; en Buenos Aires, emprendedores aventureros ilegalmente adquirían esclavos africanos –muchos provenientes de Angola- y baratas manufac-turas europeas, que luego hacían llegar hasta Córdoba, donde los trocaban por plata de Potosí. Ese tráico era exitoso, porque a los centros mineros altoperuanos, esta ruta les resultaba más barata que la oicialmente implantada por el rígido comercio monopolista a través de Lima-El Callao, en la costa del Pacíico. El negocio era tan fabuloso, que en la banda oriental del río Uruguay y frente al puerto bonaerense, en 1680 los portugueses establecieron su colo-nia de Sacramento, desde la cual cruzaban el estuario en pequeñas changadoras, para descargar sus mercancías en las costas opuestas.

Córdoba, casi equidistante entre Buenos Aires y Tucumán, se con-virtió en imprescindible punto de tránsito, donde se mezclaba el trabajo de encomendados y esclavos. Con el transcurso del tiem-po, muchos pertenecientes a cualquiera de ambos grupos sociales huían hacia la contigua e interminable “tierra llana”, donde se mez-claban como fugitivos y deambulaban sin control. A sus descen-

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dientes se les llamaba “mozos perdidos”, denominación que pron-to cambió por la de “gauderios”, para terminar siendo conocidos como “gauchos”. Eran mestizos, habilísimos jinetes, excelentes car-neadores y cuereadores del ganado, al cual atrapaban con pasmosa facilidad gracias al uso de sus “boleadoras” (22). Una parte de ellos sobrevivía mediante “pulperías volantes” o comercios móviles, en los cuales acopiaban cueros y cerdas para canjearlos por lienzos, cuchillos y aguardiente. Pero a todos se les consideraba indómitos señores de la Pampa.

La estratégica ubicación de Córdoba, indujo a las autoridades abso-lutistas en 1622 a establecer en sus predios lo que se llamó “aduana del puerto seco”, la cual devengaba aforos ascendentes a la mitad del valor de lo que se traicaba. Ese encarecimiento provocó tal auge del tránsito clandestino, que siete décadas más tarde dicho puesto iscalizador fue trasladado a Jujuy, donde las obligadas y estrechas vías hacia Potosí diicultaban considerablemente los “extravíos”, como se caliicaba al contrabando de plata.En Tucumán, los extensos cultivos de algodón facilitaban que en sus abundantes artesanías se produjera con fuerza de trabajo in-dígena –y, paulatinamente, con la de negros esclavos- magníicos tejidos, calzado, poleas, monturas, sogas, cueros, botas, que sobre todo se vendían en el Alto Perú. Dichos productos se enviaban has-ta Jujuy en carretas fabricadas en la localidad, lo que empleaba a muchos carpinteros y requería buena cantidad de forjas, con sus respectivos herreros. Luego, según las circunstancias, las caravanas continuaban hasta Charcas –distante un centenar de leguas- en los mismos medios de transporte, o en arrias y recuas de mulos o caba-llos. Por estas razones, Tucumán a su vez adquiría vacas, caballos, mulas y bueyes.

Era Salta, sin embargo, la principal plaza negociadora de dichos in-sumos, donde a ines del siglo XVII se comerciaban unos cuatro mil caballos al año, y una cantidad aún mayor de bueyes, procedentes

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casi siempre de Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires. No obstante, nada superaba en magnitud la compra-venta de mulas, pues en la época de referencia unas sesenta mil de esas bestias se encontraban en constante movimiento entre esta región y el Alto o Bajo Perú, ya que se las consideraba como el más seguro medio de carga de mer-cancías y personas.

En contraste, el intercambio mercantil con Chile languidecía, debi-do a la ausencia allí de importantes centros mineros que requiriesen gran cantidad de elementos de trabajo y consumo.

La paz en la Guerra de Sucesión Española se alcanzó mediante mu-tuas concesiones. Francia logró que el nieto de su monarca fuese reco-nocido como Felipe V de España, aunque sin derecho a crear un rei-no unido con ambos dominios borbónicos. Inglaterra obtuvo sus tres principales reivindicaciones: recibía autorización para enviar cada año en funciones legales de comercio a los puertos de Hispanoamé-rica, un buque denominado “navío de permiso”; adquiría en calidad de monopolio el suministro de esclavos africanos mediante la Royal South Sea Company; podría poseer tierras y casas en Buenos Aires.

En contra de lo que pensaba el ingenuo gobierno de Madrid, los privilegios otorgados a los ingleses no disminuyeron sus prácticas contrabandistas, pues mediante triquiñuelas continuaron enviando a los puertos españoles de América, más carga que la transportable por un solo barco. Simultáneamente, además, proseguían adqui-riendo cueros, grasas y sebo por Sacramento a cambio de baratas manufacturas. Fue entonces cuando el nuevo rey Borbón decidió incorporar más activamente la zona rioplatense al comercio con la metrópoli. Con ese propósito en 1721 autorizó el tráico regular de buques de registro entre Buenos Aires y la península. Y cinco años más tarde ordenó que en un punto situado al este del referido en-clave portugués se fundara Montevideo. En su entorno, pronto se auspició que se multiplicara la ganadería, porque Buenos Aires en ese momento tenía diicultades para incrementar dicha actividad;

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en los alrededores bonaerenses, y provenientes de la Araucania, in-cursionaban ieros integrantes de guerreras tribus mapuches, pala-bra que en la jerga de esos aborígenes signiicaba “hombres de la tierra”, por lo cual a sus miembros individualmente los criollos les decían: “che”.

Las Reformas Borbónicas

Al ocupar el trono, Felipe V descubrió que el intercambio mercantil con sus colonias americanas a través del monopolio feudal, repre-sentaba sólo la tercera parte del total comerciado. El resto se reali-zaba de forma ilegal. En un principio se pensó alterar dicha situa-ción con el traslado de la Casa de Contratación al puerto de Cádiz, aunque sin afectar sus funciones como centro rector. Pero dado que dicho desplazamiento nada cambió, el tráico prohibido se mantu-vo a los niveles de siempre. Entonces el rey se apartó de los bicen-tenarios principios españoles para negociar con América, y en 1714 autorizó el surgimiento de la primera Real Compañía de Comercio. Ésta se concibió como una semi burguesa sociedad por acciones, cuyo capital podía ser aportado indistintamente por criollos o me-tropolitanos, quienes previamente deberían haber obtenido del mo-narca la concesión monopolista para una bahía determinada. Dicho selectísimo privilegio se alcanzaba, al entregar de manera gratuita una participación en la empresa a la Corona feudal.

El surgimiento de los referidos accionistas criollos fue un hecho ex-traordinario, porque signiicó el nacimiento en Hispanoamérica de un nuevo sector social, el de la burguesía comercial portuaria. Pero ello no alteró la tradicional disposición colonialista, de mantener el intercambio hacia el exterior exclusivamente con España. Por eso la contradicción con la metrópoli, a pesar de atenuarse, continuó. A partir de entonces los plantadores disfrutaron la posibilidad de enviar al extranjero mayores volúmenes exportables, aunque casi nunca vieron mejorar sus precios de venta.

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Un buen ejemplo de esa antinomia se produjo en Venezuela a partir de la creación en Caracas de la Real Compañía Guipuzcoana, que disfrutaba del monopolio comercial entre esta colonia y el puerto de San Sebastián, en el País Vasco; las insaciables apetencias mercan-tiles de esta empresa provocaron el creciente disgusto de los aris-tocráticos dueños de plantaciones, conocidos como “mantuanos” (23). Éstos, afectados por los ínimos precios adjudicados al cacao, se alzaron en 1748 en la villa de Panaquire –en la zona del Tuy- bajo el mando de un Teniente de Justicia nombrado Juan Francisco León, y con un contingente de seis mil hombres se adueñaron de Caracas. Pero los ingenuos rebeldes no supieron que hacer en la capital, y pronto fueron desmovilizados por las vagas promesas del Gober-nador. Incumplidas las mismas, a los dos años el propio caudillo engendró otra protesta –de nuevo carente de objetivos precisos-, que ya no logró movilizar a los desanimados plantadores, lo cual permitió a las autoridades colonialistas apresar, expropiar y enviar preso a la metrópoli al perseverante cabecilla.

Madrid retiró a Inglaterra el monopolio de la Trata y la concesión para el llamado “navío de permiso”, a consecuencia de la denomina-da “Guerra de la Oreja Jenkins”. Se llamó así a dicha conlagración de 1739, por ser el apellido de un oicial que había perdido ese órgano auditivo durante una operación de pesquisa de la armada española, lo cual hipotéticamente ocasionó el conlicto. El negocio del suminis-tro de esclavos fue transferido entonces a las Reales Compañías, las cuales a partir de ese momento lograron extraordinarios beneicios, que se incrementaron aún más luego de la supresión en 1748 del sis-tema de lotas. Pero los preceptos monopolistas de dichas empresas entraron en crisis debido a la toma de La Habana por los ingleses, cuando en unos pocos meses el comercio exterior de la parte ocupada de Cuba se multiplicó varias veces. Esto, y la creciente rivalidad con el capitalismo británico, convencieron al ilustrado Carlos III de la ne-cesidad de liberalizar aún más el intercambio mercantil con las colo-nias. Hasta el máximo permisible por la atrasada economía hispana.

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Las disposiciones reales de 1763 autorizaron a veinte bahías america-nas a comerciar con otras tantas en la península, y al mismo tiempo en cada puerto se podían constituir cuantas casas comerciales se de-seara, todas sujetas a la misma reglamentación. Solo un punto limita-ba la libertad de las empresas que surgiesen: la obligación de traicar exclusivamente con la metrópoli. Resultaba imposible para el Trono autorizar que se transgrediera ese acápite, pues perdería su condición de potencia colonialista. Era una consecuencia del escaso desarrollo económico español, que no hubiera podido competir exitosamente con el inglés. Así, a pesar de que la Corona madrileña cedió hasta sus últimas posibilidades, la ascendente burguesía agroexportadora criolla no se satisizo; estaba consciente de que el verdadero enrique-cimiento sería alcanzable gracias a vínculos mercantiles directos con Inglaterra, país con el que se comerciaba de manera indirecta a través del control parasitario de la España feudal, cuya nefasta dominación colonialista se ponía cada vez en mayor evidencia.

El crecimiento de la economía agropecuaria en las áreas costeras de la Sudamérica septentrional, así como en la región argentina, mo-tivó que España modernizase y reorganizara sus estructuras admi-nistrativas coloniales. Surgieron por ello nuevas instancias como el Virreinato de Nueva Granada (1739), la Capitanía General de Vene-zuela (1773), y el Virreinato del Río de la Plata (1776), tras culminar la expulsión de los portugueses de la banda oriental del río Uru-guay. Debido a este exitoso acontecimiento, en 1778 la Corona pudo incluir a Buenos Aires dentro del privilegiado grupo de los puertos monopolistas autorizados a comerciar libremente con la metrópoli.

La enorme importancia de esta demarcación rioplatense –que ade-más incluía al Paraguay, Tucumán y el Alto Perú o actual Bolivia- permitió que en muy poco tiempo los negociantes bonaerenses su-perasen a los de Lima-El Callao por el volumen de su intercambio con España. También se favorecían mucho con la habilitación del nuevo centro mercantil, los ganaderos de Buenos Aires; la cercanía de sus latifundios a los muelles de embarque los privilegiaba, en

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relación a los estancieros ubicados en Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos. Al igual que éstos, tampoco fueron beneiciados por la aper-tura del estuario a la vida comercial los dueños de las artesanías de Tucumán y Mendoza, cuya fuerza de trabajo a menudo estaba compuesta por negros esclavos; la acrecentada competencia de las mejores y más baratas manufacturas europeas empezó a socavar su primacía en las ferias del Cono Sur. Se inició, por esos motivos, el esbozo de las contradicciones entre ambos sectores. De una parte, comerciantes y ganaderos interesados en vincularse cada vez más con el exterior. De la otra, artesanos libres y propietarios de talleres, que se esforzaban por conservar en el mercado interior americano a los tradicionales compradores de sus tejidos, ponchos, cinchas, carretas, cordobanes, lozas, vinos, jabones, aguardiente.

El auge mercantil provocado por las nuevas disposiciones comer-ciales, conllevó el crecimiento de la economía agropecuaria desti-nada al mercado exterior. Pero incrementar los rubros exportables requería un suministro más intenso de la fuerza de trabajo, cuyo aprovisionamiento sólo podía ser satisfecho por la Trata. Las com-pañías surgidas al amparo de la legislación de 1763 no pudieron, sin embargo, surtir a los plantadores y ganaderos con la mano de obra susceptible de trabajar en sus tierras, pues carecían de cazaderos de esclavos en África. Con el propósito de resolver la perentoria necesidad, la Corona emitió la Real Cédula del 28 de febrero de 1789, que autorizaba a los extranjeros a vender en Hispanoaméri-ca la apreciada mercancía humana. Olvidaba el soberano, que para comprar es necesario vender. La omisión fue resuelta mediante otro edicto, emitido en 1791, que permitía a los buques negreros adquirir productos del país a cambio de suministrar africanos. A partir de entonces la esclavitud alcanzó niveles nunca vistos. Comerciantes, plantadores y ganaderos se enriquecían con rapidez. El único obstá-culo para incrementar más su poderío lo representaba la metrópoli, que mantenía la prohibición a los demás vínculos mercantiles di-rectos entre sus colonias e Inglaterra. Entonces algunos de los más

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audaces criollos, integrantes de las ascendentes nacionalidades, co-menzaron a acariciar la idea de emanciparse de España.

Obrajes y ArtesaníasDurante los siglos XVI y XVII, el sistema comercial impuesto en His-panoamérica había sido incapaz de abastecer de manera adecuada las necesidades de las colonias. Por eso proliferaron los obrajes, que utilizaban la fuerza de trabajo indígena suministrada por la llama-da “mita industrial”, mediante relaciones de producción feudales. Los propietarios de dichos talleres eran españoles privados; la Co-rona, y las comunidades agrícolas existentes en los resguardos. Un obraje grande podía fabricar, en el siglo XVII, hasta ciento cincuen-ta mil varas de ropa al año en sus doce telares, y cada uno de estos artefactos de tejer utilizaba cerca de cincuenta siervos. Por esto se requería mucha mano de obra, pues el trabajo no había superado la cooperación simple con escasísima división del trabajo e instru-mentos muy primitivos. Durante la primera media centuria de esta práctica, los mitayos laboraban doce meses seguidos, de veintiséis días hábiles y nueve horas de jornada diaria. Pero después la du-ración de las referidas faenas obligatorias se redujo a un semestre.

La importancia de la producción de los obrajes estuvo muy vincula-da con la minería, su principal cliente; y en una forma inversamen-te proporcional a la eicacia del comercio exterior. Por ello durante el siglo XVIII, al mermar aquélla e incrementarse éste, se provocó la decadencia de dichos telares.

Sin embargo, el ocaso de estos obrajes no signiicó la desaparición de todas las elaboraciones americanas dirigidas al mercado interior, pues las artesanías, que utilizaban fuerza de trabajo esclava o asa-lariada, perduraron. Su amplia gama productiva había alcanzado un mayor enraizamiento en el ámbito de los criollos, y además no estaban enmarcadas dentro de las relaciones de producción feuda-les. Sufrían, no obstante, taras retardatarias como gravámenes tri-

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butarios del absolutismo –alcabalas, peajes, diezmos-; la estrechez del mercado hispanoamericano; formas organizativas gremiales con su rígida jerarquización en Maestros, operarios y aprendices, las que impedían la libre competencia entre fabricantes.

Estas producciones se regían por las “ordenanzas gremiales” emiti-das en la decimoséptima centuria, que plasmaban las características de cada especialidad. Se reservaron las actividades más prestigio-sas y lucrativas a los españoles, quienes formaron las corporaciones más exclusivistas, como las de orfebres, pintores, escultores, dora-dores, plateros, grabadores, cuyos principales clientes eran los te-rratenientes y la Iglesia. Los oicios de menor categoría, tales como armeros, sederos, lenceros, y semejantes, se destinaban a criollos blancos o mestizos. Las tareas de zapateros, carpinteros, albañiles y similares se adjudicaban a negros e indios, por considerárselas de ínima jerarquía. En el artesanado la diferenciación social tam-bién se realizaba por otros preceptos, además de los raciales, pues a medida que disminuía la cuota de trabajo y aumentaba el capital aportado, crecía la relevancia del personaje. En sentido contrario se marchaba hacia los sectores populares, explotados pero libres, compuestos por asalariados e incluso hasta por esclavos-artesanos, propiedad de una pequeña burguesía anómala.

En dicha clase los grupos más poderosos anhelaban –a ines del si-glo XVIII-, la liquidación deinitiva de los gremios como forma de abolir los privilegios, implícitos en la falta de una verdadera com-petencia; soñaban con una legislación burguesa que les permitie-ra llegar a la manufactura. Pensaban que así alcanzarían mayores niveles de cooperación basados en la división del trabajo, lo cual implicaría arribar al primer estadío del capitalismo urbano. Sabían que la manufactura representaba un eslabón intermedio entre el ar-tesanado y la pequeña producción mercantil, cuyas formas primi-tivas de capital luego se enrumbarían hacia la fábrica o gran indus-tria maquinizada.

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No eran los gremios, sin embargo, los que al término de esa centuria más atentaban contra la economía artesanal. Fueron las reformas comerciales decretadas por los Borbones, las que debilitaron de ma-nera creciente sus intereses pues auspiciaban el incremento ilimita-do de las importaciones. Entonces algunos osados miembros de ese estamento criollo, también representantes de las nacionalidades en formación, empezaron a acariciar pensamientos independentistas con el propósito de establecer en beneicio de sus producciones al-guna forma de proteccionismo.

III.2) Conspiraciones, motines, alzamientos y rebeliones

Los chacreros del Paraguay

En Paraguay, la población tupi-guaraní tuvo una existencia bastan-te diferente a la de los quechuas, aunque en sus inicios parecía que les esperaba un destino semejante; en 1556 unos veinte mil indios fueron distribuidos en encomiendas a trescientos veinte conquista-dores, asentados en un radio de ciento sesenta kilómetros alrededor de Asunción. Pero se dispuso que los encomenderos sólo emplea-ran, al mismo tiempo, la cuarta parte de dicha mano de obra. En consecuencia, cada castellano promedio ni siquiera lograba explo-tar, simultáneamente, la fuerza de trabajo –de bajísima productivi-dad- de unos veinte aborígenes. Difícil medio para enriquecerse. Por eso la mayor parte de los encomenderos vivían en pequeñas propiedades llamadas chacras, en las que cultivaban una variedad de productos destinados al autoconsumo y al abastecimiento de la mencionada ciudad. Los mayores propietarios se encontraban lejos de ese núcleo urbano, al norte del río Tebicuary, donde poseían es-tancias, en las cuales criaban ganado vacuno y caballar. Durante un siglo la principal preocupación de esos colonos fue incrementar el número de encomendados puestos a su servicio, tarea nada fácil si se tiene en cuenta que antes de la conquista entre los guaraníes no habían surgido las clases sociales.

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Los referidos propósitos de los encomenderos se diicultaron aún más, con la llegada de la Orden de Jesús a inales del siglo XVI. Esta agrupación religiosa de índole militar, estaba encargada de prote-ger la frontera con la vecina y rival colonia portuguesa del Brasil, por lo cual acometió el aglutinamiento de los indígenas en misiones bajo su dirección. Dichos enclaves resultaban el mal menor para los guaraníes, porque en ellos no sufrían las encomiendas, y nada más pagaban al rey la cuarta parte de la capitación que los demás indios debían sufragar. En las misiones los aborígenes cuidaban del gana-do –vacuno, caballar, ovino, mular-, atendían todos los cultivos ne-cesarios para su alimentación, y enseñados por los jesuitas, algunos se convertían en artesanos que fabricaban textiles y trabajaban el cuero o elaboraban muebles.

A partir de 1640, los jesuitas empezaron a estructurar verdaderas plantaciones de yerba mate, puesto que su previa existencia silvestre no permitía altos volúmenes de recolección. Poco después del inicio de su cultivo, las exportaciones de la estimulante hoja superaban ya con creces las ventas al extranjero de algodón, textiles, azúcar, taba-co, madera, cueros, cera y muebles. Pero el establecimiento de esos latifundios tan especializados, casi de inmediato forzó a los jesuitas a defenderlos de las cada vez más frecuentes incursiones de los ban-deirantes. Éstos eran expedicionarios procedentes de Sao Paulo, que adoptaban una estructura paramilitar y las inscribían en los regis-tros de sus municipios, para después aventurarse bajo un pendón distintivo o bandera por las enormes redes hidrográicas del cauda-loso río Paraná, hacia el Paraguay. Allí buscaban riquezas y guara-níes de las misiones, pues dada la educación que en ellas recibían, dichos nativos se vendían en Brasil como esclavos a mucho mejor precio que los indios ignorantes. Entonces los jesuitas se decidieron a encuadrar a dichos indígenas en una eicaz estructura militar, que en 1645 ya disponía de unos cinco mil guaraníes en los cuerpos de caballería e infantería. El éxito de esta práctica jesuítica permitió que esa población originaria pasara de setenta y seis mil personas en

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1688, a más de cien mil a los veinte años, quienes vivían en más de treinta misiones ubicadas entre los ríos Tebicuary y Uruguay.

En contraste con el esplendor de las misiones religiosas, la socie-dad laica paraguaya se fue enriqueciendo con mucha diicultad a lo largo de las sucesivas décadas de la decimoséptima centuria. En dicha gobernación colonial –fuera de las misiones jesuitas- en 1688 vivían poco menos de doce mil indios, de los cuales ni siquiera dos mil estaban bajo el régimen de encomienda. Por esta causa entre los mencionados habitantes libres había muchas contradicciones; quienes en la cúspide elitista dedicaban sus tierras a la agricultu-ra o la ganadería, pugnaban por los encomendados con aquellos dedicados al cultivo de la yerba mate. A pesar de que las ventas de esta planta ilicácea se convertían crecientemente en el sostén de la economía regional, los propietarios individuales carecían de la suiciente fuerza de trabajo que laborase en sus propiedades. Por ello algunas veces importaban costosos esclavos africanos, aunque en realidad preferían emplear negros fugitivos del Brasil. E incluso llegaban a contratar blancos pobres y mulatos, pues esa práctica les resultaba más barata. A los mestizos en este país no se les considera-ba una casta diferenciada, porque casi todos los paraguayos tenían esa condición, así como la de ser bilingües en español y guaraní.

El auge de las exportaciones, permitió a mucha gente sin recursos trabajar en talleres que fabricaban carretas, y en los astilleros; en buques salían decenas de miles de arrobas de mercancías, cuyo co-mercio en buena parte lo controlaban inmigrantes llegados de la metrópoli. Pero esas exportaciones debían competir con la de los jesuitas, quienes comercializaban las suyas mediante un eiciente sistema mercantil propio, y además no pagaban impuestos. Por esto la mayoría de los paraguayos odiaba a dicha orden religiosa, a la cual achacaban el origen de todos sus males.

A principios del siglo XVIII la élite asunceña disfrutaba del control absoluto sobre el Cabildo de esta gobernación, integrado por tres

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grupos fundamentales de grandes propietarios: los encomenderos, los plantadores yerbateros, y los comerciantes. Las inluencias, sin embargo, no se ejercían todavía por tipos de actividad, sino aún por lazos de parentesco. Descollaban, entre todas, la familia del rico en-comendero Cristóbal Domínguez de Ovelar, así como la de José de Ávalos Mendoza y la de Juan de Mena Ortiz Velasco, emparentados con los importantes mercaderes españoles Antonio Ruiz de Orella-no y Román de las Llanas, respectivamente.

Los conlictos internos del Cabildo estallaron con el nombramiento como gobernador, en 1717, del comerciante peninsular radicado en Asunción, Diego de los Reyes Balmaseda. Este disfrutaba de precia-dos vínculos con los jesuitas, y sostenía múltiples disputas con los nucleados alrededor de Ávalos, al que por in lanzó a la cárcel en 1719 acusándolo de traición. Los partidarios del prisionero enton-ces recurrieron a la Real Audiencia de Charcas para que intervinie-se, la cual nombró el 15 de enero de 1721 como Juez Pesquisidor, a un arrogante y ambicioso joven miembro de la Orden de Alcántara –llamado José de Antequera Castro-, el cual estaba dotado de ple-nos poderes para sustituir al gobernador. Una vez en Asunción, el recién llegado destituyó a Reyes y además le coniscó sus bienes, luego de lo cual se asoció con el círculo de Ávalos. Después se mani-festó contra los jesuitas, y apoyó la idea de arrebatar a dicha Orden los indios que tenía en sus misiones, con el propósito de encomen-darlos a yerbateros. Esto, a pesar del edicto real de 1718 mediante el cual se prohibía realizar nuevas encomiendas. Dicha forma de actuar provocó la escisión del Cabildo, donde la mayoría, favorable a Antequera, expulsó a sus opositores. Ellos, a su vez, apelaron al Virrey en Lima, quien censuró a la Audiencia y ordenó la reposición de Reyes. La tensión se agudizó cuando los jesuitas y la goberna-ción de Buenos Aires reconocieron a Reyes, tras lo cual cesó el inter-cambio comercial con el Paraguay. Pero en esta provincia, dichas le-janas emanaciones de la impositiva autoridad metropolitana, nada podían hacer; durante toda la época colonial, en tierras paraguayas

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jamás hubo tropas realistas. Toda la defensa del territorio recaía en la milicia, compuesta de cinco mil efectivos de caballería.

El Teniente Gobernador de Buenos Aires, con el propósito de resta-blecer el orden colonial, marchó entonces contra Asunción respal-dado por numerosa fuerza aportada por las misiones jesuitas. Pero fue derrotado en las márgenes del Tebicuary, lo cual permitió a los paraguayos encomendar a cientos de soldados indígenas captura-dos. A pesar de esta victoria, el Cabildo asunceño se atemorizó y decidió buscar un entendimiento con el Virrey, que había ordenado el arresto de Antequera. Éste, al ser abandonado por quienes antes lo respaldaran, huyó a Charcas, donde esperaba encontrar el apoyo de la Audiencia. Mientras, en Asunción, en el cargo de Juez Pesqui-sidor quedó Román de las Llanas, quien allí recibió con efusividad al gobernador de Buenos Aires.

La paz restablecida se mantuvo hasta 1730, cuando al Paraguay lle-gó un evadido de la Inquisición. Se llamaba Fernando de Mompó Zayas, quien en Asunción encontró la calurosa bienvenida de los integrantes del grupo “antequerista”. A éstos, el fugitivo explicó las doctrinas que profesaba, pues era partidario de los teólogos Juan de Mariana y Francisco Suárez; ambos sostenían novedosas tesis sobre la licitud de suprimir un gobierno tiránico, así como acerca de la conveniencia de que fuera el pueblo –o “el común”, como se decía entonces- el que directamente entregara el poder al rey.

En estas circunstancias, a la ciudad llegó la noticia del nombramien-to de un nuevo gobernador, de quien se rumoraba tenía una opinión favorable a los jesuitas y venía dispuesto a imponer represalias. Bastó el comentario para que se reavivaran las pasiones, congeladas desde hacía un lustro. Entonces se movilizaron bajo la dirección de Mompó las fuerzas de antaño, que además impusieron elecciones libres para escoger un nuevo Cabildo. Este democrático método ini-ció la participación política de nuevas iguras en el ayuntamiento, pues junto con algunos aristócratas reelectos –como Domínguez de

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Ovelar y Ruiz de Arellano-, aparecieron por primera vez represen-tantes de los chacreros, tales como Miguel de Garay y Fernando Curtido, quienes ocuparon importantes puestos municipales.

Mompó, sin embargo, no se satisizo con ese triunfo y organizó una semi oicial Junta Gobernativa, que a pesar de haber sido elegida por los comuneros, aún tenía una composición heterogénea. Así, hombres como Román de las Llanas, quien disfrutaba todavía del prestigio engendrado por sus acciones previas, formaba parte de ella. A su lado, sin embargo, había chacreros, y gente pobre, tanto de la ciudad como del campo. Esa radicalización asustó a los gru-pos elitistas rebeldes, que en abril de 1731 arrestaron a Mompó y lo enviaron preso a Lima, en cuya ruta escapó al Brasil. Pero en contra de lo que muchos pensaban, la eliminación del descollante cabeci-lla no desorganizó la Junta, que al cabo de algunas semanas pasó a ser presidida por Garay. Después, a partir de agosto, los efectivos armados de los comuneros volvieron a preponderar en las calles de la capital. Garay pasó entonces a ser Alcalde, mientras el joven cha-crero Bernardino Martínez ocupaba el cargo de Maestre de Campo. Los decididos comuneros, sin embargo, no sabían qué hacer con el poder, y sólo expresaban sus intereses de clase con multas y sa-queos a los bienes de sus opositores, a los cuales incluso a veces de-portaban. Pero no tenían idea de cómo imponer un régimen nuevo, ni tampoco la ascendente aunque débil nacionalidad era todavía capaz de imprimir a su rebeldía proyecciones anticolonialistas.

La confusión comunera concerniente a los objetivos a alcanzar, per-mitió que Manuel Agustín de Ruyloba –designado gobernador por Felipe V- ocupara en Paraguay el poder en julio de 1733, con el respaldo del grupo encabezado por Ruiz de Arellano. Aunque al principio nada sucedió, la ira estalló cuando las nuevas autori-dades comenzaron a reorganizar los mandos de la milicia. En pro-testa, el 12 de septiembre varios cientos de antiguos comuneros se reunieron en Mbocayatí, donde acordaron avanzar sobre Asunción. En esta ciudad el gobernador movilizó entonces a los milicianos, y

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acompañado por Ruiz de Arellano con sus principales consortes, marchó a combatir contra la columna rebelde. El día 15 del pro-pio mes los dos bandos se enfrentaron, pero con gran desigualdad, pues sólo quedaban unos cincuenta hombres del lado realista. El resto había engrosado las ilas comuneras de casi mil efectivos, diri-gidos por Ramón Saavedra, hombre pobre del campo. No obstante esta desproporción, el corajudo Ruyloba atacó, pero cayó por un disparo del jefe insurrecto. Después los comuneros entraron en la capital, declararon traidores a quienes habían apoyado al fallecido gobernador, depuraron el aparato estatal así como los mandos mili-tares, y nombraron alcalde a Domínguez de Ovelar; éste, desde un inicio, se había manifestado contra el designado por Felipe V. No obstante, junto al rico asunceño –cuya elección relejaba todavía el titubeo y las confusiones de muchos victoriosos sublevados-, los comuneros tuvieron el buen tino de estructurar otra instancia de poder, llamada Junta General. En ella preponderaban los campe-sinos y jornaleros (sobre todo del campo) –como Ramón Saavedra, Pedro Esquivel, José Duarte-, quienes radicalizaron la lucha. Entre sus principales medidas se pueden citar, la suspensión de muchas de las pocas encomiendas existentes, y la coniscación de las propie-dades de quienes criticaran las nuevas disposiciones. Estos decretos horrorizaron a los grupos elitistas, los cuales sentían cada vez más que la enemistad comunera cesaba de dirigirse exclusivamente con-tra los partidarios del fenecido gobernador, para abarcar a todos los pudientes. También los religiosos experimentaron la furia de la Jun-ta, pues ella dispuso que los jesuitas evacuaran sus misiones entre Tebicuary y el Alto Paraná, y no transgredieran los suelos ubicados entre ese río y el Uruguay.

Pero la radicalización de la Junta General no había llegado a su i-nal, y a mediados de 1734, además de las propiedades coniscadas a muchos ricos, ella comenzó a expropiar incas de chacreros acusa-dos de explotar la fuerza de trabajo de blancos pobres. Esa tenden-cia extremista motivó el distanciamiento de la pequeña burguesía

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rural, que se apartó así del bloque compuesto por campesinos y jor-naleros –fuesen del campo o la ciudad-, cuyas tropas entonces eran insuicientes para vencer a las de sus enemigos. La tensa situación se agravó con el bloqueo al Paraguay ordenado por el gobernador de Buenos Aires, pues el comercio con el exterior se detuvo y la economía se paralizó.

En las nuevas circunstancias, hombres como Bernardino Martínez, Miguel de Garay, Fernando Curtido, junto a sus simpatizantes –casi siempre pequeños propietarios urbanos o rurales-, pasaron a la oposición, donde se encontraron con los grupos elitistas dirigidos ahora por Domínguez de Ovelar. Así, en vez de forjarse una alianza entre los pobres y los chacreros, se formó otra, de éstos con los ricos yerbateros, en detrimento de los humildes.

La ininterrumpida decantación de simpatías hacia la Junta General, facilitó que a ines de 1734 Domínguez de Ovelar, Garay, y demás aliados hubiesen logrado dividir aún más sus ilas, al atraerse a al-gunos y neutralizar a otros. Esta era la situación cuando al territorio jesuita llegó la tropa del gobernador de Buenos Aires. Frente a éste, alrededor del núcleo decidido a resistir a cualquier precio, encabe-zado por Saavedra, apenas se agruparon ya unos pocos cientos de comuneros. Para combatirlos, se despacharon numerosos efectivos dirigidos por un funcionario real que tenía por segundo al mando a Bernardino Martínez. Pero el 26 de marzo de 1735, cuando se es-peraba que tuviera lugar la batalla inal, en Tabapy, nada ocurrió. Los hombres de la Junta se desbandaron, dejando tras sí cañones, caballos y abastecimientos. Saavedra, Esquivel, y Duarte fueron ejecutados; unos mulatos sufrieron lagelación pública, y algunos blancos pobres enviados hacia el destierro. Domínguez de Ovelar terminó preso en Buenos Aires, único de su estirpe en sufrir seme-jante castigo. También se devolvieron todos los bienes coniscados, y se reestructuró la milicia. De esa manera, a principios de 1736, se consideraba paciicada la gobernación.

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A partir de la victoria absolutista, a los habitantes de la gobernación se les afectó con nuevos gravámenes: mayores impuestos sobre sus exportaciones, y en especial de la yerba mate; se impuso el estan-co real al tabaco; se impidió a los comerciantes asunceños navegar por el Paraná más allá de Santa Fe. Estas medidas provocaron que los paraguayos mirasen con resentimiento al poder colonial y se enorgullecieran de la gesta comunera, considerada más tarde por muchos como la fecha del nacimiento político de su nacionalidad. Surgieron también añoranzas, debido a las cuales algunos antiguos rebeldes –entre ellos Bernardino Martínez- trataran de reanimar la lucha en 1747. Pero la conspiración fue denunciada y éste, junto con tres viejos compañeros, terminó ejecutado en Asunción.

Los Vegueros en Cuba

En Cuba, en 1717, y con el propósito de incrementar las percep-ciones del isco real, la Corona absolutista impuso –como sobre la mayoría de Hispanoamérica-su estanco sobre el tabaco. Esta dispo-sición feudal signiicaba precios y cuotas ijos a los cultivos, lo cual diicultaba que los campesinos se diferenciaran entre sí. Por ello resultaba casi imposible que la producción se concentrara y cen-tralizara, y debido a esto, los vegueros más hábiles o con mejores tierras no podían convertirse en importantes plantadores.Tendrían que permanecer, en el mejor de los casos, como cosecheros peque-ño-burgueses. Algunos, a veces poseían también molinos de tabaco, accionados por fuerza hidráulica, para elaborar rapé. De aquéllos y solo en La Habana, en el último tercio del siglo XVII existían ya más de cuarenta. Y en cuatro años a partir de 1713, diecisiete más entraron en funcionamiento.

El monopolio del Trono sobre el tabaco afectó a los vegueros de Cuba, y en especial a los de La Habana, más que a los de cualquier otra colonia americana de España. Esto se debía a la gran calidad e importancia alcanzada por su cultivo en la isla, donde algunos pre-tendían que llegara a rivalizar con la caña de azúcar y la ganadería.

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La noticia del Estanco, pregonada el 27 de junio de 1717 en la capital insular, produjo consternación entre cosecheros de tabaco, dueños de molinos, y jornaleros agrícolas. Pronto grupos de hombres ar-mados pertenecientes a la milicia empezaron a contactar a los des-contentos en el campo, hasta que el 21 de agosto muchos de ellos se concentraron en Jesús del Monte con sus machetes, arcabuces, pisto-las y mosquetes. Procedían de Guanabacoa, San Miguel del Padrón, Santiago de las Vegas, Bejucal, y estaban decididos a realizar alguna acción de importancia. Por in se acordó impedir la llegada a La Ha-bana de ganado vacuno, que diariamente peones arreaban hasta allí para abastecerla de carne. El éxito los envalentonó, y al día siguiente los rebeldes entraron en la ciudad, hasta la plaza de San Francisco, donde fueron vitoreados. En ella exigieron la renuncia del goberna-dor, así como su salida de la isla junto con la de los funcionarios del Estanco. Al ser satisfechos a los pocos días estos planteamientos, y prometerse a los amotinados el pago de los gastos en que hubieran incurrido, la colonia recuperó su tranquilidad.

La paz se mantuvo hasta mediados de 1718, cuando desembarcó un nuevo gobernador acompañado de mil hombres bien armados. Dicha autoridad informó que no habría represalias por los sucesos del pa-sado, pero advirtió acerca de su inlexibilidad en el futuro. Después reorganizó la milicia y anunció el restablecimiento del monopolio real sobre el tabaco, el cual conllevó la implantación de factorías en La Habana, Bayamo, Trinidad, Sancti Spíritus, y Santiago de Cuba. Pero dado que la medida provocó disgusto entre los vegueros, el gobernador arrestó a un grupo de ellos y los depuso de las funciones oiciales que tenían. Entre éstos, uno era primer alférez, otro alguacil mayor, y varios se desempeñaban como regidores, todos acusados de haber instigado las acciones de 1717, y cuyo envío a la metrópoli se dispuso. La situación no se agravó, porque se prometió a los cul-tivadores que todas las cosechas serían compradas íntegramente, y su pago se realizaría de manera puntual. Pura demagogia. Nunca hubo semejante intención. El tiempo evidenció que solo se compra-

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ba cada año la cantidad dispuesta por el Estanco. La paciencia de los vegueros se agotó, al planteárseles que ellos cobrarían sus ventas de forma escalonada, en plazos ijados por el monopolio. Entonces, el 14 de julio de 1720 más de doscientos cosecheros se sublevaron y destruyeron las propiedades de aquellos que cooperaban con el gobernador, a quienes caliicaron de “estanqueros”. Las autoridades absolutistas en venganza ordenaron detenciones, que tuvieron por respuesta la franca rebelión de unos mil vegueros, alzados en los alrededores de la capital, cuyas vías de acceso bloquearon. Ante el inminente conlicto armado, el gobernador aceptó los buenos oicios de un intermediario, que fue autorizado a ofrecerles ciertos benei-cios; se aumentarían los precios del Estanco y se pagaría con pun-tualidad, se condonaban los impuestos adeudados ese año, y se pe-diría al rey que les permitiese vender por otros medios el tabaco no comprado por el monopolio. La tentación fue muy grande, y el 27 de junio los insurrectos regresaron felices a sus hogares.

A pesar de una mejoría en el comportamiento del Estanco, los ve-gueros no experimentaron cambios signiicativos en sus ingresos. Por ello algunos se inclinaban a abandonar este cultivo para de-dicarse a la caña de azúcar, pero no todos podían recurrir a dicho remedio. Los menos afectados eran quienes cosechaban el tabaco lejos de la capital, pues tenían siempre la posibilidad de contraban-dear. Los de La Habana y sus inmediaciones, sin embargo, se veían imposibilitados de practicar el comercio ilegal, pues la iscalización absolutista lo impedía. Entre éstos la ira de nuevo cundió, debido al reiterado atraso de los pagos del monopolio. Entonces los más audaces o decididos comenzaron a principios de 1723 a preparar la sublevación. El 20 de febrero, con el propósito de alcanzar sus ines, unos seiscientos rebeldes estaban acampados a una legua de San-tiago de las Vegas, cuando de improviso tres compañías realistas los atacaron. Aunque se defendieron, los inexpertos vegueros poca resistencia pudieron llevar a cabo; el que no cayó muerto o herido, se internó a los montes. Salvo once, hechos prisioneros y sentencia-

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dos a muerte por el gobernador. Primero se les fusiló, y luego sus cadáveres fueron ahorcados de árboles en los caminos que llevaban a Guanabacoa, San Miguel del Padrón y Santiago de las Vegas.

La revuelta de los vegueros marcó el inicio de un lento e involunta-rio tránsito del criollismo a la nacionalidad en gestación. El proceso armado solo abarcó un sector social especíico y tuvo un neto carác-ter económico, ya que fue incapaz de proyectarse hacia el ámbito político o de atraer al resto de la población, cuyos intereses no se tomaron en cuenta. De los esclavos ni se habló, y la débil burguesía azucarera criolla vio con disgusto esas violentas acciones. La ulte-rior evolución transcurriría durante casi todo el siglo XVIII, hasta que tuviera lugar el parto –entre ines de esta centuria y el inicio de la siguiente- de la nacionalidad cubana.

Tupac-Amaru y Tupac-Catari

En el virreinato del Perú la vida colonial empezó a transformarse, con la aplicación de la política del despotismo ilustrado (24) im-pulsada por el absolutismo borbónico. Éste deshacía la más que bicentenaria alianza surgida de la Conquista, pues pretendía for-talecer su novedoso poder monárquico asociado con la ascendente burguesía, en detrimento de los más viejos intereses feudales de América. Por ello la Corona dispuso como primera medida, que fuesen incorporadas a la Real Hacienda todas las encomiendas va-cantes o sin conirmar, así como las que en un futuro caducasen. De esta manera el soberano recuperaba el cobro en moneda que hacía dos siglos había cedido a los encomenderos. Éstos cesaban así de existir, sin que su desaparición signiicara progreso alguno para el campesinado indígena.

Después el monarca empezó a eliminar muchos Resguardos, al disponer que los indígenas se reagruparan en menor número de ellos. Luego dichas tierras pasaban al soberano o a la Iglesia, que frecuentemente las alquilaban a cambio del pago de una renta por

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dichos suelos. Esa “demolición” de los Resguardos por lo general iba acompañada de un fortalecimiento de la Mita, pues no extraña-ba que se incrementara la cuota de aborígenes que debían trabajar como siervos, los cuales casi siempre terminaban como peones en-deudados en las haciendas, fuesen éstas nuevas o engrandecidas.

Las disposiciones reformadoras del absolutismo borbónico a me-nudo afectaron también a la antigua aristocracia indígena, pues sucedía cada vez más, que funcionarios reales depusieran a los curacas o caciques hereditarios, para en su lugar poner a otros, o simplemente sustituirlos por corregidores españoles designados que asumieran las viejas funciones. Después, las nuevas autorida-des arbitrariamente aumentaban impuestos, cometían abusos, alte-raban registros, arrebataban más tierras comunales, e imponían el llamado reparto mercantil. Consistía éste, en obligar a los indígenas a comprar y usar objetos o ropas traídos de Europa, en detrimento de los tradicionales artículos elaborados en los obrajes. Así, las ten-siones no cesaban de aumentar.

La primera manifestación del gran malestar existente entre los in-dígenas tuvo lugar en 1742, cuando Juan Santos Atahualpa se alzó por la zona de Tarca y Jauja, cercanas a Lima. Una década luchó este valeroso descendiente de la nobleza incaica con el objetivo de res-tablecer el Tahuantinsuyo, algo no solamente imposible de alcanzar entonces, sino que también alejaba o diicultaba mucho cualquier importante participación criolla en la rebeldía.

En 1780, y con el objetivo de cumplir con la Mita, los pobladores ay-maraes originarios de la provincia altoperuana de Potosí marcharon a reunirse en el pueblo de Pocoata, situado en el corregimiento de Chayanta, vecino meridional de Porco y Cochabamba. Era el 26 de agosto y la situación no podía ser más tensa, pues los congregados exigían la devolución de sus tierras recién arrebatadas, la rebaja del tributo hasta sus niveles tradicionales, y el cese de los repartos mer-cantiles.

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La chispa detonadora tuvo lugar durante una asamblea de curacas con el nuevo corregidor, en la cual un cacique reclamaba la excar-celación de Tomás Catari, símbolo de la lucha de los Indios Nobles por la justicia de los aborígenes. La respuesta del funcionario fue un pistoletazo que fulminó al demandante. Tras el ajusticiamiento del corregidor, el liberado Tomás junto con sus hermanos Dáma-so y Nicolás, encabezaron un poderoso movimiento insurreccional que pronto se propagó por Charcas, Cochabamba, Oruro y tomó rumbo hacia La Paz.

José Gabriel Condorcanqui Tupac-Amaru, quinto nieto por línea materna del último Inca de Vilcabamba, nació en el gélido y hermo-so valle de Tinta, en las cercanías del Cuzco. Estudió en un Colegio de Indios Nobles, y creció en un ambiente de nostalgia por el glo-rioso pasado imperial quechua, del que leía con asiduidad pasajes en los connotados Comentarios Reales del inca Garcilazo. Sin em-bargo, al mismo tiempo estaba íntimamente vinculado con blancos y criollos a quienes frecuentaba durante sus usuales viajes a Lima y Cuzco, y junto a los cuales se mantenía al tanto de las novedosas ideas emanadas del Iluminismo (25). Con esos amigos se desplaza-ba por la añeja capital de sus antepasados, y con tristeza admiraba el llamado Palacio de Viracocha, sobre el cual habían erigido una catedral; y el Templo del Sol, transformado en convento; o el Palacio de Huaina, en iglesia.

Tupac Amaru participaba desde hacía algún tiempo en una conspi-ración, pero al tener lugar el alzamiento dirigido por Tomás Catari se vio compelido a acelerar los preparativos para proceder a una insurrección. En dichos trajines él se esforzaba al máximo por atraer a blancos, mestizos y criollos, pues con el recrudecimiento de los combates en el contiguo Alto-Perú, dicha población no indígena se alejaba de sus proyectos independentistas, pues temían las conse-cuencias o venganzas susceptibles de producirse tras una victoria aborigen. Por ello tendían a hacer causa común con la metrópoli.

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Abandonado por aquellos con quien deseaba aliarse, Tupac Amaru tuvo que hacer lo indeseado, pues no podía realizar lo que anhelaba. Sabía que un resurgimiento del Tahuantinsuyo no era viable, pero en sus circunstancias no le quedaba más remedio que atraer prin-cipalmente al campesinado indígena. Para lograrlo, recurrió a sus prestigiosos atributos personales, pues estaba consciente de que la secular sumisión de esa explotada masa rural resultaba casi incon-movible, de no emplearse los valores tradicionales que ésta respe-taba. Entonces se proclamó Rey, a la vez que se pronunciaba contra las gabelas, sisas, repartimientos de mercancías, aduanas, alcabalas, estancos, audiencias, corregidores y Mita colonial. Dispuso también la devolución de los recién arrebatados Resguardos, y prometio que al llegar sus hombres a la costa, otorgaría la libertad a los esclavos.

La insurrección se inició con la derrota realista en Sangarará el 17 de noviembre de 1780, tras la cual los efectivos indígenas compuestos por varias decenas de miles de quechuas, marcharon hacia el Cuz-co, donde entablaron un combate que duró dos días. Al inal de este enfrentamiento la improvisada tropa campesina huyó, carente de disciplina y organización militar; sus integrantes sólo eran multi-tudes indígenas, compuestas de hombres de cualquier edad, trans-formados súbitamente en guerreros, quienes se desbandaban ante la menor victoria realista, aunque los efectivos insurgentes fuesen mucho mayores que los del enemigo.

Mientras, en el Altiplano, a pesar de que los insurrectos sufrieron la pérdida de Tomás Catari –al cual se le aplicó la ley de fuga el 15 de enero de 1781, tras ser apresado- el alzamiento aymará gana-ba fuerza bajo la dirección de Julián Apaza, quien para prestigiarse adoptó el nombre de Tupac Catari. Éste, casi de inmediato ordenó establecer sitio a La Paz con más de 40 mil hombres, en una acción que duró la mayor parte de ese año. Al parecer no sabía que del otro lado del lago Titicaca importantes combates se desarrollaban, y poderosas fuerzas colonialistas allá se preparaban para acabar a sangre y fuego con cualquier rebelión.

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En efecto, a mediados de marzo de 1781 del Cuzco salió un ejército realista de ciento diecisiete mil ciento dieciséis soldados bien en-trenados, compuesto en su aplastante mayoría por disciplinados “indios ieles” cuya principal tropa de choque eran las aguerridas “Compañías de Indios Nobles”, al mando de aristócratas quechuas como Pedro José de Oropesa y Mateo García Pumacahua. Estos efectivos destrozaron a los seguidores de Tupac Amaru II en Tinta el 6 de abril, en medio de una caótica estampida pues el desorden cundió entre los campesinos, que pronto huyeron a la desbandada; los que no fueron muertos o apresados, se apresuraron a regresar a sus lugares de origen. El propio jefe incaico fue capturado un poco más lejos, en Langui. Su vida terminó al mes, cuando el 18 de mayo en la plaza pública cuatro caballos tiraron de sus miembros –en di-recciones contrarias- para descuartizarlo.

A pesar de tamaña debacle la insurrección quechua continuó por el suroeste del lago Titicaca al mando de un hermano del desmembra-do caudillo, en tanto que por el sudeste los aymaraes mantenían el asedio a La Paz. Pero ambos alzamientos combatían por su cuenta, desconociéndose mutuamente, aunque se enfrentaran a un enemi-go común. Hasta que las cohesionadas fuerzas de la metrópoli de-rrotaron a Tupac Catari, lo capturaron, y despedazaron en la plaza de Penas el 13 de noviembre. Poco más tarde fue apresado Diego Cristóbal Condorcanqui Tupac Amaru, quien fue ejecutado por me-dio de una semejante y horrorosa tortura. Terminaba de esta forma, para los indígenas, su gran rebelión.

Quedaba demostrado que los campesinos no estaban suiciente-mente desarrollados para reorganizar la vida del país entero según sus intereses. No eran portaestandartes de nacionalidades en ascen-so, sino esforzados y heroicos miembros de los oprimidos pueblos aymara y quechua, que luchaban por su liberación.

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Los Comuneros del Socorro

En Nueva Granada –como en el resto de los territorios bajo sobera-nía de España- el impulso absolutista de la Corona borbónica moti-vó que en 1767 se expulsara a los jesuitas. Dicha Orden constituía un Estado dentro de otro, algo verdaderamente intolerable para un déspota ilustrado como el que entonces reinaba desde Madrid. A partir de ese momento, aunque las misiones y propiedades de los proscritos curas formalmente fuesen administradas por la real di-rección iscal llamada “Bienes de Temporalidades”, muchas de esas tierras junto con los aborígenes que las trabajaban cayeron bajo el control de los terratenientes indianos. En el virreinato de Nueva Granada uno de los principales favorecidos por esta práctica fue Jorge Miguel Lozano de Peralta y Varáez Maldonado de Mendoza y Olallá, Marqués de San Jorge, octavo heredero del Mayorazgo de la Dehesa de Bogotá, cuya familia siempre había igurado entre los principales encomenderos del altiplano desde la época de la con-quista. Su principal propiedad era la hacienda “El Novillero” –en la Sabana-, que abarcaba los actuales municipios de Funza, Serre-zuela, y Mosquera. Dicha heredad también se amplió en el último tercio del siglo XVIII con la nueva proyección que el absolutismo adoptó hacia las tierras indígenas, pues el Trono comprendió que la capitación percibida de los indios era independiente del uso dado a los suelos en sus resguardos.

El establecimiento del Estanco del Tabaco así como el del Aguardien-te no conllevaron conmociones sociales en Nueva Granada, porque entonces los cultivos de aquella hoja y de la caña de azúcar tenían escasa importancia en el virreinato. Pero a lo largo del siglo XVIII la situación cambió, y en los albores del último tercio de la centuria se imponía ya una reorganización de las siembras. Para satisfacer al monopolio real se prohibió la cosecha del tabaco en diversas zonas, entre ellas la del Socorro. Esta provincia se había caracterizado por la preponderancia de la pequeña propiedad, tanto en los campos donde había gran cantidad de vegueros, como en las villas, en las

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que existía un numeroso artesanado. En los últimos tiempos, sin em-bargo, surgían algunos grandes dominios gracias a la desaparición de muchos resguardos y la expulsión de los jesuitas. Y a principios de 1780 el descontento popular aumentó, cuando al incremento de los precios en los alcoholes del Estanco se añadieron nuevos gravá-menes a las producciones artesanas y al comercio minorista.

El estallido se produjo el 16 de marzo de 1781 en el Socorro, al pu-blicar las autoridades absolutistas una serie de nuevos impuestos el mismo día del mercado. Entonces, llenas de ira, las masas popu-lares asaltaron los almacenes de los monopolios estatales, saquea-ron las casas de los funcionarios, y abrieron las cajas del isco real. Luego el movimiento se expandió a San Gil, Simacota, Charalá, y Mogotes, hasta que al mes se decidió constituir un comando central de los sublevados, para lo cual se reunieron en Socorro los repre-sentantes de las diferentes localidades. En dicha asamblea surgie-ron dos tendencias. Una, moderada, que anhelaba circunscribir las reivindicaciones a las demandas mínimas planteadas por comer-ciantes y latifundistas. Otra, radical, deseosa de impulsar cambios revolucionarios en beneicio de los pequeño-burgueses, así como de indios y negros esclavos. Pero fue un representante de la primera, Juan Francisco Berbeo, quien emergió el 16 de abril de 1781 como la igura capaz de conciliar el foso entre ambas corrientes. Tras ser designado Capitán General del Común, Berbeo estructuró a los al-zados en batallones según el sitio de procedencia, los disciplinó, y al frente de unos cuatro mil hombres venció a las fuerzas absolu-tistas en Puente Real. Ese triunfo entusiasmó a las multitudes, que marchaban en oleadas hacia Zipaquirá con el in de unirse allí a la tropa insurrecta. Y a medida que aumentaba el enorme caudal humano, cuyo número ya se aproximaba a las veinte mil personas, crecía también su radicalización.

La derrota realista atemorizó a los terratenientes y reaccionarios que vivían en Santa Fe de Bogotá, la capital, a donde las colum-nas insurrectas parecían dirigirse. Puesto que la coyuntura recla-

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maba hacer frente al peligro, el Marqués de San Jorge animó a la oligarquía feudal a organizar la defensa con la fuerza de quienes trabajaban en sus predios, y a tal efecto dio el ejemplo además de donar medio millar de caballos. De todas maneras, las perspectivas no eran halagüeñas para la reaccionaria élite, pues ella sabía que de unirse el movimiento iniciado en el Socorro con el abundante arte-sanado santafecino, las consecuencias serían imprevisibles. Por lo tanto, antes de que se produjera el temido choque armado, aquella optó por negociaciones. A tal efecto la Junta de Tribunales se mos-tró dispuesta a rebajar el precio de venta al público, del tabaco y el aguardiente; suprimir el impuesto de la “Armada de Barlovento”, que en parte subvencionaba dicha lota de guerra –custodia de la navegación por las aguas de las Antillas Menores del sur-; dismi-nuir la Alcabala a su nivel anterior del 2 por ciento.

Antes de proseguir hasta su objetivo, Berbeo despachó hacia Hon-da una columna armada con el propósito de evitar la conluencia de fuerzas enemigas en dicha región. Al frente marchaba el caudillo de la tendencia revolucionaria: José Antonio Galán, joven charaleño, del cual no se sabe si era mestizo o mulato –se le caliicaba de “pardo”-, quien capturó a Facatativa con la divisa “Unión de los oprimidos contra los opresores” inscrita en su estandarte. Allí incitó a los indios a que no pagaran sus tributos y se rebelaran con el in de recobrar sus resguardos. Poco después, en la Sabana, los aborígenes proclamaron “Monarca de Bogotá y Señor de Chía” al lejano descendiente de una antigua dinastía chibcha. Por su parte, Galán prosiguió el avance; tomó Villeta y Guaduas, donde repartió las riquezas de los pudien-tes entre los pobres; y se dirigió al valle del Magdalena, que había escogido como terreno de operaciones. A lo largo de su ruta los hu-mildes se sublevaban; quienes sufrían la aparcería o peonaje feudales se apoderaban de las haciendas en que trabajaban; los vegueros se unían a sus ilas. El clímax tuvo lugar en la provincia de Mariquita, gran centro minero que explotaba la mano de obra africana y en el cual, el joven charaleño proclamó la abolición de la esclavitud.

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Las conmociones revolucionarias desatadas por la gesta de Galán preocuparon a los ricos criollos, incluso a los que participaban de la rebelión encabezada por Berbeo. Muchos de éstos pensaron enton-ces que sería más apropiado negociar con las autoridades absolutis-tas de la capital, antes que arriesgarse a una lucha cuyos resultados nadie podía prever. Así, ambos bandos llegaron a la misma conclu-sión: era imprescindible entenderse. Por esto se iniciaron las con-versaciones en Zipaquirá, las cuales culminaron en un concordato compuesto de treinta y cinco artículos, mediante los que se dispuso: el in del impuesto para la “Armada de Barlovento”, la disminución de los precios de venta al público del tabaco y el aguardiente, el cese del cobro de la Alcabala sobre los frutos comestibles y el pago de solo el dos por ciento para los demás rubros, la suspensión de los gravámenes abonados por los blancos y demás castas. También se ratiicaban los mandos militares de los comuneros y se les auto-rizaba a enseñar el uso de las armas a los vecinos de villas y ciuda-des. Asimismo se acordaba, preferir a los criollos para los cargos de funcionarios. Y, sobre todo, se convenía devolver a los indios los resguardos que les hubiesen sido arrebatados y no se hubieran ven-dido a propietarios privados, a la vez que se les brindaban plenas garantías sobre los que aún se encontraban en su posesión. Este acá-pite era de suma importancia, pues sin él nadie podría desmovilizar a los campesinos indígenas.

Firmadas el 7 de junio de 1781 las Capitulaciones de Zipaquirá, Ber-beo logró, con algunas diicultades, desbandar a quienes se encon-traban bajo su mando. Después entró en la capital donde recibió el nombramiento de Corregidor del Socorro, aunque no pudo de inmediato dirigirse hacia allí pues debió recorrer muchos lugares en beneicio de la paciicación. José Antonio Galán no aceptó la orden de licenciar a sus hombres y poner in a la lucha en pos de resultados revolucionarios. Decidió, por el contrario, abandonar las regiones occidentales del virreinato para regresar al Socorro y revivir allí el movimiento armado. Pero

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solo encontró pesimismo político y desplome moral; los comuneros se sentían traicionados y la apatía cundía entre ellos. Entonces pen-só refugiarse en los Llanos, hacia donde se dirigía cuando fue heri-do y hecho prisionero. Se le ejecutó el primero de febrero de 1782.

Transcurrido un mes y terminado el peligro rebelde, las autoridades absolutistas derogaron el compromiso de Zipaquirá, y desataron una feroz represión contra los que habían soñado con una revolución.

La revuelta de los comuneros del Socorro representó una síntesis de todos los movimientos armados de oposición en Hispanoamé-rica durante el siglo XVIII. En el importante proceso neogranadino participaron ricos criollos, pequeños burgueses rurales y urbanos, campesinos, indígenas y esclavos, todos al lado de la sublevación. Y sin embargo, ésta, verdaderamente, no triunfó. Los inconformes participaban ya, en su inmensa mayoría, de la ascendente nacio-nalidad, cuyas proyecciones políticas, no obstante, carecían de la madurez requerida para orientarla hacia la independencia. El grito popular aún era –como en casi toda la América española- “Viva el Rey y abajo el mal gobierno”, pues no se había comprendido toda-vía que la génesis del problema radicaba en el colonialismo y no en los malos funcionarios absolutistas.

La indiscriminada represalia de la metrópoli fue quien despertó muchas conciencias, cuyos ojos entonces se abrieron ante la primera necesidad de la época. La experiencia evidenció que, para avanzar por la vía del progreso se requería, ante todo, arrebatar primero a España la propia emancipación.

Espejo y Nariño en Nueva Granada Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo nació en Quito, primo-génito de un humilde indígena con una blanca pobre. Gracias a un cura benefactor, logró estudiar medicina y Derecho en el mejor con-vento jesuita de la ciudad; tenía excelentes profesores, poseía una biblioteca con cuarenta mil volúmenes y contaba con una novísima

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imprenta. En 1767 la Corona coniscó todos los bienes de la Orden de Jesús, pero en el caso de este soberbio centro educacional, dis-puso que se adjudicara a la Audiencia como instalación pública. En ella, Espejo logró ser designado bibliotecario por sus excepcionales conocimientos sobre ciencia y cultura, aunque sin sueldo, por ser mestizo.

Una vez en su cargo, el jóven imprimió sus muy apreciadas des-cripciones de la ciudad, pero en escritos posteriores censuró los es-tancos reales y las ordenanzas gremiales. Por ello fue encarcelado en 1787, y luego se le desterró a Santa Fe de Bogotá. En esta ciudad neogranadina, Espejo estableció relaciones de amistad y colabora-ción con Antonio Nariño y Francisco Antonio Zea, quienes poseían una imprenta en Cundinamarca. Allí los tres, junto a otros patriotas, relexionaban acerca de los acontecimientos ocurridos hacía poco en Socorro, y al estallar en 1789 la revolución francesa, decidieron de inmediato traducir y reproducir su trascendente Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. En esos trajines los acompañaba el Marqués de Selva Alegre, hasta que en 1791 ambos quiteños decidieron retornar a su lugar de origen, donde pensaban fundar alguna asociación que aglutinase a los interesados en luchar por la independencia.

Ya en Quito, Espejo decidió aprovechar la autorización dada por la Corona para que se constituyeran las llamadas Sociedades Econó-micas de Amigos del País, (26) pero introduciendo en la suya ma-tices más progresistas. Por eso la nombró Sociedad Patriótica de Amigos del País, en la cual ocupó el cargo de Secretario Ejecuti-vo. El resto de la dirección se conformó con el Marqués de Selva Alegre y algunos elementos de la nobleza criolla, junto con ciertos hacendados y diversos altos empleados que también compartían sus preocupaciones políticas. Con ese respaldo, el inquieto impre-sor publicó el primer periódico de la capital –titulado “Primicias de la Cultura”-, que bajo su orientación publicaba ideas renovado-ras. A la vez, unos cuantos conspiraban al interior de la referida

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asociación patriótica, en cuyo seno Espejo elaboraba un avanzado proyecto de independencia; éste comprendía a todas las colonias hispanoamericanas, que tras liberarse deberían adoptar la forma de repúblicas democráticas.

En el desarrollo de sus empeños emancipadores, el decidido revo-lucionario conió sus ajetreos anticolonialistas a su hermano Juan Pablo, sacerdote que los comentó a su jóven concubina, quien en la Audiencia les denunció. Así, en enero de 1795 ambos fueron apre-sados, aunque para Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo se reservó la peor mazmorra. Allí, a los doce meses, el Precursor de la independencia ecuatoriana murió.

O Bequimao, Felipe Dos Santos, Bernardo Vieira, Tiradentes

El Brasil desde el inicio de su colonización atrajo los intereses co-merciales de los europeos, los cuales el gobierno de Lisboa logró enfrentar con éxito durante un tiempo. Pero con su absorción por la Corona española el poderío lusitano no solo periclitó, sino que más tarde, para independizarse del fuerte vecino ibérico, Portugal tuvo que buscar el respaldo de Inglaterra. Ésta condicionó entonces su ayuda a la concesión de ciertos privilegios, que inalmente recibió en 1642. En enero de ese año, un tratado entre ambos países brindó extraterritorialidad jurídica a todos los comerciantes ingleses que se establecieran en Portugal, así como una gran rebaja arancelaria a las mercancías introducidas por aquéllos en este reino. Otro acuer-do, irmado por Cromwell una docena de años más tarde, estipu-ló la preferencia de buques británicos para realizar el intercambio mercantil portugués, y conirió a los ingleses libertad de comercio con el Brasil mediante el pago en las aduanas de derechos que no superasen el 23 por ciento ad valorem. Y en 1661, antes de irmar la paz con Portugal, Holanda exigió y obtuvo que se le adjudicaran iguales facilidades que las recibidas por Inglaterra, para negociar con el Brasil.

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Las extraordinarias ventajas concedidas por Lisboa a las dos gran-des naciones burguesas de Europa, lejos de irritar, deleitaban a los plantadores del Brasil, puesto que los vinculaba estrechamente con el mercado mundial. Por esto causó gran enfado un decreto del rey lusitano emitido en 1682, que establecía el monopolio comercial en Maranhao (Marañón) y Pará mediante una semi feudal compañía metropolitana, en la cual el gobierno tenía importante participa-ción. Otro factor de disgusto fue la creciente política centralizadora del Trono, empeñado en cercenar la autonomía de los municipios, hasta ese momento órganos electivos para la administración local, que la Corona deseaba transformar en simples ejecutantes de las órdenes reales. De esta manera, en la segunda mitad del siglo XVII se acentuaron las contradicciones entre los criollos de las distintas regiones brasileñas y Portugal.

La primera pugna de importancia entre ambos bandos estalló en Maranhao, cuando se impuso el férreo dominio comercial de la Compañía monopolista, y uno de sus accionistas fue nombrado go-bernador de la Capitanía General. La paciencia de los plantadores de la región desapareció cuando dicho funcionario trasladó la sede gobernativa de Sao Luiz a la lejana ciudad de Belem. Cesaron en-tonces las quejas y empezaron las conspiraciones. La noche del 23 de febrero de 1684 los conjurados asaltaron el cuerpo de guardia de la antigua capital, depusieron a las autoridades coloniales, en-carcelaron a los jesuitas, y se apoderaron de todas las instalaciones de la referida empresa. Al amanecer el movimiento rebelde tenía el control de la ciudad. Por doquier se veía a los pobladores con armas. Solo faltaba instalar un régimen nuevo. A tal efecto se con-vocó a una Junta General que aprobó las medidas adoptadas, abo-lió el monopolio comercial, y estableció un gobierno presidido por un dueño de ingenio de ascendencia alemana. Se llamaba Manuel Beckman, más conocido por O Bequimao, quien reformó la infan-tería de línea y le dio otros mandos, organizó una milicia cívica, sustituyó a los funcionarios que no inspiraban conianza, coniscó

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los bienes de la entidad monopólica abolida. Después se acometió la tarea de propagar la sublevación a toda la Capitanía. Pero, no obstante que en todas partes los enviados recibían aplausos y cons-tataban las simpatías hacia sus revolucionarios decretos, la gente no quería comprometerse. Decían que nadie se había alzado con éxito contra el poder absolutista. Era una muestra de que a los fuertes rasgos del criollismo le faltaban todavía madurez para llegar a ser nacionalidad, aunque se marchaba en ese rumbo. Inseguros del res-paldo brindado en otros sitios, los nuevos gobernantes no enviaron destacamentos armados a extender la rebeldía. Permanecieron ocho meses en Sao Luiz sin saber qué más hacer, hasta que se decidieron enviar un representante a Lisboa para entablar negociaciones.

La Corona lanzó su contraofensiva al comprender la incertidum-bre de los insurrectos; apresó al emisario, y despachó un poderoso contingente cuya presencia en mayo de 1685 desbandó a los frustra-dos aprendices de independentistas. La ejecución de Beckman y su principal subalterno, llamado Jorge de Sampaio, tuvieron que ser acompañadas, sin embargo, de la abolición del odiado monopolio. No había otra forma de calmar los ánimos locales. Se evidenciaba que tiempos nuevos habían llegado, pues por primera vez los crio-llos habían desconocido a las autoridades coloniales y tomado en contra de ésta el poder político. También, por primera vez, el Trono cedía ante los intereses económicos de los nacidos en América.

La independencia de criterio de los criollos del Brasil se manifes-tó nuevamente a principios del siglo XVIII, tras ser descubiertos por los habitantes de Sao Paulo grandes yacimientos auríferos en el centro del actual territorio de Minas Geraes. El hallazgo de seme-jantes riquezas atrajo a la zona miles de portugueses, muchos de ellos comerciantes, quienes pronto se granjearon la enemistad de la población criolla. Entre ésta y aquéllos, denominados emboabas –del guaraní “pata emplumada”, por su costumbre de usar osten-tosas botas-, gradualmente surgieron choques, cuya generalización motivó que hacia 1706 existiese un virtual estado de guerra. Las

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primeras batallas se produjeron en las regiones del Norte, sobre todo en Caeté y Sabará, para continuar luego en Caetpe, las cua-les terminaron en victorias emboabas. Después la misma tendencia se mantuvo, pues los criollos fueron expulsados de Ouro Preto y Sao Joao D’el Rei, y su retirada solo se detuvo a las puertas de Sao Paulo. Pero el triunfo dividió a los ambiciosos lusitanos, que se es-cindieron en dos campos, lo cual era la oportunidad que anhelaban los paulistas, cuyas fuerzas se habían reconstituido bajo la jefatura de Amador Blanco. A partir de entonces todo sucedió como en las viejas expediciones de bandeirantes, pues los criollos irrumpieron en Minas Geraes para recuperar sus ilones. La necesidad de acabar con la Guerra de las Emboabas, que amena-zaba con arrastrar en su estela al conjunto de la colonia, impulsó a la Corona en 1710 a despachar tropas que mediasen en el conlicto. La paz se alcanzó al reintegrarse a los paulistas yacimientos, escla-vos y tierras.

Aún no se habían apagado las cenizas del referido conlicto cuan-do nuevas luchas estallaron en Minas Geraes. Pero en este caso se trataba de un enfrentamiento de los ricos dueños de vetas con el poder colonial. Dichos propietarios se quejaban por el aumento de gravámenes y restricciones al laboreo de sus yacimientos, pues se pretendía sustituir el pago del impuesto llamado “quinto real”, por una iscalización directa de las minas de oro. La nueva práctica implicaba que todas las pepitas debían ser entregadas a los funcio-narios reales, que devolverían el metal en barra a sus propietarios luego de haber cobrado el tributo de la Corona. El motín estalló la noche del 28 de junio de 1720, en Ouro Preto, dirigido por Feli-pe Dos Santos, cuando los sublevados expulsaron a las máximas autoridades absolutistas de la localidad, y enviaron un memorán-dum a Lisboa en el que se exigían negociaciones. Éstas sirvieron, sin embargo, para distraer a los criollos, que por su escasa cautela fueron atrapados en la ciudad y zonas circundantes debido a un inesperado golpe de audacia de las tropas lusitanas. Y para escar-

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miento público, Felipe Dos Santos fue descuartizado en la plaza de la capital de Minas Geraes.

El tercer gran embate que reveló el despertar de la conciencia nati-vista fue el de la llamada Guerra de los Mascates. Esta peyorativa denominación, que signiicaba “mercader ambulante”, la aplicaban los orgullosos plantadores de la ciudad de Olinda a los comercian-tes de Recife, casi todos portugueses, con los cuales tenían diferen-cias económicas. Las mismas habían surgido a causa de la crecien-te expoliación que los criollos sufrían en el proceso de inanciar y vender sus zafras a manos de los lusitanos, quienes eran especula-dores y usureros. Respaldados por la Corona, los metropolitanos ijaban precios bajos y arbitrarios al azúcar, cobraban altas tasas a los créditos, y ofrecían muy caros los esclavos así como todas las demás importaciones. El clímax se alcanzó cuando el Trono aprobó en marzo de 1710 el traslado de la capital de Pernambuco, desde su tradicional sede en Olinda a Recife, con lo cual los comerciantes oi-cializaban su primacía. A las protestas criollas se respondió con el arresto de varios prominentes pernambucanos, quienes al sufrir es-tas medidas represivas “repetiam a boca larga que, se com o propio esferço se habiam libertado de dominio holandes, con mehor razao o fariam de Portugal”. A partir de entonces los senhores de engenho comenzaron a reunirse en secreto, hasta que en octubre del propio año desde Olinda y sus plantaciones miles de hombres marcharon a poner sitio a Recife, la cual se rindió el 9 de noviembre de 1710.

La victoria criolla permitió que la antigua capital recuperase la sede gubernativa y se depusiera el aparato administrativo de la Capita-nía. Luego, con vistas a deinir el futuro político de Pernambuco, en esta ciudad se celebró una amplia reunión presidida por el Se-nado de la Cámara (Ayuntamiento), en la que participaron las igu-ras más relevantes del momento. En el cónclave se deinieron dos tendencias principales. Una mayoritaria, moderada, que pretendía mantener el status quo y lograr un entendimiento con la Corona. La otra, revolucionaria, encabezada por el rico plantador criollo Ber-

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nardo Vieira de Mello, dispuesta a proclamar una independencia republicana y burguesa si la negociación fallaba. ¡Por primera vez se hablaba en tales términos en América¡ Dicha postura relejaba la fortaleza alcanzada por la ascendente nacionalidad en Pernambu-co, aunque todavía solo comprendiera una parte minoritaria de los propios plantadores.

Mientras se esperaba la respuesta de Portugal, un inesperado con-tragolpe del regimiento de Línea de Recife –que se había rendido pero no disuelto- expulsó a los criollos de la ciudad, aunque no logró evitar el reinicio del sitio. Pero las diferencias existentes entre per-nambucanos acerca de los objetivos a alcanzar, permitió que se creara un equilibrio de fuerzas entre atacantes y sitiados. Tal era la situación militar cuando se produjo el arribo en octubre de 1711, de una escua-dra lusitana portadora de las propuestas del Trono ante el conlicto. El evidente desbalance bélico a favor de Recife y la postura mode-rada de la mayoría pernambucana, permitió solucionar el litigio sin nuevas violencias. Aunque derrotada, Olinda solo vio a algunos de sus más radicales dirigentes ser lanzados a prisión, cuyo ejemplo, no obstante, constituyó un jalón histórico. Esto, porque nadie en el futu-ro desdeñaría ya el extremo a que estaba dispuesta a llegar, frente a la metrópoli, una creciente porción de los habitantes de Pernambuco.

La tendencia a incrementar la dominación colonial portuguesa so-bre el Brasil se tornó más evidente con José I, cuyo reinado empezó en 1750, cuando el monarca entregó la jefatura del gobierno al Mar-qués de Pombal, decidido partidario del “despotismo ilustrado”; en Portugal se pensaba lograr dicho objetivo mediante los ingresos iscales percibidos sobre la extracción del oro brasileño, así como por la monopolización de los demás rubros de importancia econó-mica. Para alcanzar sus propósitos, Pombal aumentó las facultades del “Virrey do Brasil”; restringió la autonomía de los ayuntamien-tos en la colonia; expulsó a los jesuitas; reformó la administración y eliminó las últimas capitanías donatarias; revitalizó el desusado sistema de semifeudales compañías comerciales monopolistas, con

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el in de aprovechar el auge agrícola de las norteñas regiones brasi-leñas. A pesar de que Pombal cesó en sus funciones en 1777, las pro-yecciones recolonizadoras continuaron sobre el Brasil. Así, en 1785 la monarquía portuguesa, plegada a los intereses de Inglaterra, ce-dió a las exigencias de ésta y prohibió que existieran manufacturas textiles en la colonia, lo cual fue una medida que afectó mucho a la burguesía fabricante de paños en Minas Geraes.

A inales del Siglo XVIII, la intranquilidad política causada por los decretos del absolutismo y el inlujo del pensamiento enciclopedista francés, motivaron la proliferación de conspiraciones independen-tistas en el Brasil. Una de las más importantes fue, sin lugar a du-das, la llamada Inconidencia Mineira, cuyo núcleo giraba alrededor de ricos esclavistas propietarios de minas como Claudio Manuel da Costa, Tomás Antonio Gonzaga, e Ignacio José de Alvarenga Feixo-to. A su vez el vínculo entre éstos y algunos sectores compuestos por individuos menos enriquecidos lo representaba un oscuro Alférez de Caballería nombrado Joaquim José da Silva Xavier, a quien se le conocía como Tiradentes por su antigua profesión de dentista.

En 1788 los preparativos del levantamiento revolucionario se ace-leraron con la llegada a Minas Geraes de los funcionarios encarga-dos de cobrar las deudas al isco real, acumuladas durante años. Los conspiradores estaban de acuerdo en establecer una República burguesa independiente, que decretara el in de los gravámenes atrasados, autorizara el libre tránsito interno por la colonia, pro-clamara la libertad de comercio, y auspiciara la creación de las ma-nufacturas prohibidas por la metrópoli. Pero el movimiento esta-ba dividido en lo concerniente a los esclavos; los más progresistas deseaban otorgar la libertad a los nacidos en el Brasil, mientras los otros rechazaban esta idea. Nadie, sin embargo, planteó abolir el régimen basado en la esclavitud, pues de ésta emanaba el mayor poderío económico existente en la región.

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El fracaso de la conspiración, al ser descubierta y arrestados sus prin-cipales líderes, no evitó que su ejemplo se expandiera por toda la colonia. Al revés. El coninamiento de unos, el ostracismo de otros, y sobre todo la ejecución el 21 de abril de 1792 de Tiradentes, esparció al viento del Brasil la fértil semilla de la libertad. ¡Por primera vez había surgido un grupo de revolucionarios cuyo principal objetivo era luchar por la independencia¡ Y ese hito no se olvidaría jamás.

La otra importante conspiración independentista del siglo XVIII fue la denominada Inconidencia de Bahía, también a veces conocida como de los Alfayates o sastres, la cual tuvo un signiicado diferente porque sus participantes eran en su inmensa mayoría gentes humil-des. Había muchos artesanos –en gran parte mulatos–, pequeños comerciantes, soldados de los regimientos de línea, algunos escla-vos urbanos, y hasta uno que otro plantador arruinado. Aunque por la calidad de su membresía se asemejaba a la “Conspiración de los Iguales” (encabezada por Gracchus Babeuf en París en 1796), en realidad estos bahianos sólo se proponían establecer una República jacobina –es decir, pequeño burguesa-, que proclamase: la libertad civil mediante la igualdad racial, el in de las restricciones gremiales a los oicios, el comercio libre, y la abolición de la esclavitud. El 13 de agosto de 1798 los complotados se volcaron a las calles de la ciudad reclamando un régimen republicano y dando vivas a la Francia de Napoleón. Pero las autoridades colonialistas aplastaron la revuelta y encarcelaron a muchos de sus participantes, procesa-ron a casi setecientos y ejecutaron a sus dirigentes. Entraron así en la historia Joao de Deus Nascimento, Lucas Dantas, Luis Gonzaga das Virgens, y Manuel Faustino dos Santos Lira.

A otra conspiración de cierta relevancia se le denomina la Incon-idencia Carioca (27), cuyas actividades revolucionarias habían co-menzado en Río de Janeiro durante el año de 1786 a través de la creación de una supuesta Sociedad Literaria, que servía de pantalla para la difusión de las doctrinas burguesas europeas por un grupo

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de comerciantes criollos, disgustados por los abusos del monopolio lusitano. Descubiertos en 1794 por los agentes de la Corona absolu-tista, se encarceló a los involucrados bajo la acusación de pertenecer al “partido francez”.

Los posteriores sucesos de Pernambuco en 1801 fueron similares, pues allí el complot estuvo encabezado por dos prominentes crio-llos Manuel Arrunda Camara, y Azaredo Coutinho, cuya ejecución sirvió de simiente para los acontecimientos que tuvieron lugar, una década y media después, en la propia región.

Los choques de los criollos con los portugueses y su Corona pro-liferaron in crescendo durante cien años o más. Primero se trató de reacciones de rebeldía ante grandes injusticias provocadas por la metrópoli y sus enviados. Luego el malestar adquirió ribetes revo-lucionarios al vincularse con las ideas independentistas, que rele-jaban el tránsito del criollismo a la ascendente nacionalidad. Pero ésta era aún débil, pues se manifestaba de forma inconexa en Per-nambuco, Sao Paulo, Minas Geraes, Bahía, Río de Janeiro. Faltaba todavía la indisoluble vinculación económica y política de las dis-tintas áreas que integraban la colonia. Solamente entonces surgirían los brasileños, producto de la fusión de pernambucanos, paulistas, mineiros, bahianos, cariocas, y otros integrantes del país, quienes primero tuvieron que nutrirse de una avanzada ideología, para lanzarse después a la lucha por constituir una Nación.

III.3) Pugnas coloniales y conlictos en NorteaméricaVirginia y Nueva Inglaterra versus Québec y la Louisiana

En Inglaterra, Enrique VII Tudor se ciñó la Corona en 1485 luego de su triunfo en la sangrienta Guerra de las Rosas (28), que había en-frentado dos facciones de la nobleza feudal. La victoriosa y nueva Casa reinante se apoderó entonces de muchas propiedades de los vencidos, y se dedicó a instituir una monarquía fuerte, que some-tiera bajo su poder a las dos clases rivales representadas en el Par-

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lamento. De esta forma, tanto la debilitada nobleza –en la Cámara de los Lores- como la insegura burguesía –en la de los Comunes- se plegaron al descollante rey, ante cuyo creciente absolutismo sólo quedaba la independencia de la Iglesia Católica.

Dado que el país estaba devastado por tanta contienda, el monarca decidió buscar algún paliativo externo, pues en Europa se iniciaba la época de los grandes viajes hacia América a través del Atlántico. Debido a ello, Londres se dispuso a participar en dichas expedi-ciones, para lo cual en 1497 auspició que unos afamados marinos venecianos –pertenecientes a la prestigiosa familia de Giovanni Cabotto-, por encargo del Trono inglés pusieran rumbo al Nuevo Mundo. También Enrique VII forjó una alianza con los Reyes Cató-licos al desposar a su primogénito con Catalina, fruto del amor de los referidos monarcas ibéricos. Asimismo casó a su hija Margarita con Jacobo IV Estuardo, rey de Escocia, a cuya nieta se le bautizó con el nombre de María.

En 1509 Enrique VIII ocupó la Corona y un tiempo después solicitó a Clemente VII que anulara la dispensa otorgada por su predecesor –el Papa Julio II-, la cual lo había autorizado a casarse con la viuda de su hermano, nupcias que sin dicho permiso el derecho canónigo no hubiera permitido realizar. El rey llevaba dieciocho años de ma-trimonio con Catalina, y luego de seis partos sin varón de su cón-yuge, anhelaba con desespero uno. Además, estaba prendado de Ana Bolena, bellísima azafata en la Corte, con la que se rumoraba sostenía una oculta relación. El complaciente Supremo Pontíice en principio se inclinó a satisfacer el ruego, pero al enterarse Carlos I de España y V de Alemania de semejante disposición a preterir su tía, bramó de ira contra el Papa, quien atemorizado se retractó.

Entonces Enrique conminó al clero inglés a reconocerlo como “Ca-beza Suprema de la Iglesia” en su reino, a la vez que el dócil Parla-mento lo autorizaba a suspender el pago de las anatas o emolumen-tos enviados anualmente al jefe de los católicos en Roma. Después

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el monarca nombró a un iel suyo como Arzobispo de Canterbury, y le solicitó que accediera a lo que Clemente se había negado. Fu-rioso, el Papa excomulgó al soberano, quien respondió declarando “reos de alta traición” a los que no reconocieran la supremacía ecle-siástica del rey, en Inglaterra. Así rodó en 1535 la cabeza de Tomás Moro (29), quien había ocupado el elevadísimo cargo de Canciller.

Con el propósito de hacer más débiles a sus enemigos, el monar-ca suprimió los monasterios y expropió sus tierras. De una parte, la Corona se adueñó, y el resto lo distribuyó entre sus partidarios, quienes las cercaron bajo el concepto de propiedad particular y des-de entonces se enriquecieron.

Pero las angustias religiosas de Enrique VIII no terminaron con su separación del Papado, pues hacia inales de su reino comenzaron a introducirse en Inglaterra las ideas de la Reforma –que desde Gine-bra irradiaba la novedosa Iglesia de Calvino-, las cuales sobre todo eran aceptadas por los ascendentes elementos de la burguesía. Estos nuevos criterios se fortalecieron a la muerte del soberano en 1547, cuando el tutor de su joven hijo facilitó la divulgación del calvinis-mo, cuyos adeptos en Inglaterra se denominaban Presbiterianos. También a lo largo de seis años se coniscaron las propiedades del clero seglar católico, y se procedió con ellas de igual forma que antes se hiciera con las monásticas.

El temprano fallecimiento de Eduardo VI Tudor signiicó un alto en el avance de las corrientes anti-católicas, pues la hija de su primo y nueva monarca, Maria Estuardo Tudor, era reina de Escocia –hija de Jacobo V- y una ferviente papista que, para colmo, se casó con su primo-segundo y jefe de la Contrarreforma, Felipe II de España. Pero los crueles excesos del celo restaurador apostólico romano no sólo le endilgaron el apropiado mote de “la sangrienta”, sino que en apenas un lustro la obligaron a abdicar a sus dos Tronos. En Inglate-rra, a la desplazada del poder la heredó Isabel, su joven tía-segunda e hija de la protestante Ana Bolena. Durante el reinado de la nueva

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soberana el anglicanismo deinitivamente se convirtió en Iglesia oi-cial del país, con una doctrina uniforme dictada por el Parlamento que al mismo tiempo impuso un Alto Tribunal Eclesiástico –someti-do exclusivamente a la autoridad real-, como especie de modiicada Inquisición contra los herejes, fuesen ellos católicos o presbiterianos.

Inglaterra comenzó su gran carrera naval durante el reinado de Isa-bel Tudor, cuando súbditos suyos acometieron la piratería, el contra-bando y la Trata de esclavos. Uno de esos precursores fue John Haw-kins, quien robaba negros a los cazadores de esclavos portugueses en el litoral africano de Guinea, y en el Nuevo Mundo los vendía a los plantadores criollos. Este audaz inglés con la soberana compartía –entre otras cosas- dichos beneicios, que luego invertía en diferen-tes actividades. La monarca le correspondía con favores de diversos tipos, y hasta lo nombró contralmirante para que participase en los combates contra la Armada Invencible, en los cuales se doblegó al poderío naval español. Fue su primo, Francis Drake, el primero que recibió de Isabel una Patente de Corso, con el propósito de que se enriqueciera por las costas de las colonias hispanas de América.

Otro famoso corsario, pirata y fanfarrón comerciante inglés fue el muy bien parecido Walter Raleigh, favorito de la Reina, quien de ésta recibió una Carta de Privilegio para que “ocupara y poblara” en América las tierras que estimara, tal y como ya había hecho en Irlanda. En agradecimiento, este aventurero nombró a la vasta y entonces mal conocida franja de tierra al norte de La Florida, como Virginia, en un intento por mantener inmaculado el maltrecho ho-nor de Isabel. Después, en la isla de Roanoke –en la actual Carolina del Norte-, fundó en 1585 la primera colonia inglesa del territorio que ahora constituye los Estados Unidos, la cual no obstante en poco tiempo fracasó.

A la muerte sin hijos de Isabel en 1603, subió al Trono el primogéni-to de María Estuardo Tudor, Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, con lo cual los dos reinos británicos volvieron a estar unidos bajo un

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mismo soberano. Entonces en gesto de amistad, el nuevo monarca ordenó la paz con España a la vez que disponía la ejecución de Sir Walter Raleigh. Más tarde el rey insistió ante el Parlamento –y con-tra el poder de éste- acerca del carácter absoluto de la monarquía. La Corona tiene “Derechos Divinos”, decía.

En lo concerniente al Nuevo Mundo, Jacobo se empeñó en impulsar su colonización mediante empresas por acciones, de las cuales la prime-ra fue La Compañía de Londres. Ésta envió al frente de su expedición a John Smith, quien en Virginia durante el año 1607 fundó Jamestown en honor al rey. En contraste, en 1620 un grupo de puritanos ortodo-xos perseguidos por la asixiante Corona anglicana, se aglutinaron en otra compañía y a bordo del Maylower navegaron mucho más lejos al norte, hasta que se establecieron en la bahía de Plymouth.

Paulatinamente, otros núcleos fueron surgiendo: la norteña ciudad portuaria de Boston, en 1630; cuatro años después, en honor a la esposa del nuevo rey Carlos I Estuardo, se constituyó la colonia de Maryland, en la cual se asentaron muchos católicos. La heteroge-neidad también se relejaba en la fuerza de trabajo empleada. Dado que los aborígenes no eran utilizables con grandes resultados –pues aún se encontraban en la comunidad primitiva-, desde el inicio al-gunos inmigrantes europeos recurrieron en la región septentrional a los Indentured Servants. Mientras, otros –sobre todo en el sur- a partir de 1619 compraron esclavos africanos. Así, acorde con la ten-dencia político-religiosa de la gente se poblaron diversos territorios, pues en el segundo cuarto del siglo XVII los choques sociales se agravaban, y la intolerancia crecía. Los “puritanos” criticaban a la Iglesia oicial anglicana por mantener ritos y estructuras asociadas con el catolicismo, en tanto ellos practicaban las más simples for-mas de fe y culto protestante. En revancha, la represión real inducía a muchos pertenecientes a sectas radicales a emigrar hacia Norte-américa, donde se asentaban para regirse acorde con sus creencias mediante el autogobierno. De esa manera, de forma diferenciada, en la costa atlántica se fue ampliando la colonización con grupos

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que defendían concepciones variadas, según las cuales en deinitiva terminaron conformándose lo que se podría deinir como tres tipos distintos de colonias, a pesar de existir notables divergencias inter-nas en cada uno de ellos.

El conglomerado septentrional, denominado Nueva Inglaterra y cuyo eje era la bahía de Massachussets, se caracterizaba por una geografía que diicultaba la agricultura pero ofrecía bosques. Esto facilitó que emprendedores artesanos construyeran numerosos ase-rraderos, con cuyas excelentes maderas construían barcos luego empleados en la pesca del bacalao y en el comercio marítimo. Por eso la mayoría vivía en ciudades portuarias, en las que fabricaban con melazas adquiridas en las Antillas, mucho ron. Éste después se trocaba en África por esclavos, que ulteriormente cambiaban en el Caribe por las referidas mieles inales. Era el llamado Comercio Triangular, que practicaban los habitantes de una región caracteri-zada por su rígida ortodoxia religiosa puritana.

Las colonias de la zona media podían ejempliicarse en Pennsylva-nia, Delaware y Nueva York. Aunque sin lugar a dudas esta última despuntaba por su heterogeneidad, todas podían ser caracterizadas como sociedades más variadas, cosmopolitas y tolerantes que las de Nueva Inglaterra. Filadelia fungía como el corazón de dicha área, donde junto a ingleses abundaban escoceses, irlandeses y holandeses –además de otros pobladores europeos, como los alemanes-, quienes en sus importantes centros urbanos practicaban el comercio con sus magníicas producciones artesanales de tejidos, calzado y muebles.El Sur, conformado en primer lugar por Virginia, Maryland, y las Carolinas, era predominantemente rural, con una bipolaridad evi-dente; al lado de multitud de minúsculas pequeñas propiedades de autosubsistencia, existían grandes latifundios esclavistas agroex-portadores. Con frecuencia los desarrollaba una aristocrática élite anglicana, que en esa actividad había encontrado refugio al rigor del gobierno de Cromwell.

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Después de la Restauración, Carlos II Estuardo dispuso que se pres-tara más atención a los asuntos de Norteamérica. A pesar de ello, nuevas leyes laborales diicultaron la emigración de los ingleses pobres, lo cual provocó que desde 1680 llegaran a dichas colonias más europeos continentales que metropolitanos. No obstante, una década después en esos territorios ya vivía cerca de un cuarto de millón de personas no aborígenes. Pero la Revolución Gloriosa en Inglaterra aianzó la supremacía del Parlamento, lo cual repercutió grandemente en las colonias. Desde entonces, en ellas las Asam-bleas regionales de Burgueses proclamaron sus derechos y liber-tades frente a los gobernadores nombrados por el monarca, con lo cual se facilitó el autogobierno. Menos en las zonas fronterizas oc-cidentales, donde la constante expansión hacia el Oeste y los conse-cuentes sistemáticos conlictos con los indios y los franceses, provo-caban una verdadera situación de ingobernabilidad.

Los colonizadores de Norteamérica heredaron las tradiciones de los ingleses en su larga lucha por las libertades, y se sentían con los mismos derechos que los nacidos en la metrópoli, sin sentimiento alguno de subordinación hacia ésta. Incluso, a ines del siglo XVII o principios de la siguiente centuria, las legislaturas coloniales con-taban con dos importantísimos poderes, semejantes a los del Par-lamento en Londres; el derecho de voto en materia de impuestos y egresos, así como el de proponer leyes. Parecía existir, por lo tanto, una total igualdad aparente.

La Guerra de los Siete Años y sus consecuencias

En 1608 por orden del rey de Francia Enrique IV, una expedición al mando del experimentado navegante Samuel Champlain fundó en el actual Canadá una colonia y la villa Québec; desde entonces los franceses empujaron la frontera por el río San Lorenzo rumbo al Sur, hacia el interior del continente. Establecieron Montreal en 1642, llegaron a los Grandes Lagos, erigieron el fuerte después lla-mado por ellos Detroit, exploraron el territorio de Ohio, crearon el

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poblado de Saint Louis en las márgenes del río Mississippi y nave-garon por sus aguas hasta la desembocadura, donde en 1718 fun-daron Nueva Orleáns. Ese extenso territorio era rico en pieles, y en la lucha por dominarlo, los franceses sostenían crecientes choques con los colonos ingleses, que avanzaban hacia el Oeste y el Norte. De esa forma, los británicos en 1710 arrebataron deinitivamente la Acadia a sus rivales y la redenominaron Nueva Escocia, con capital en Halifax, debido a lo cual dichos predios se convirtieron en la decimocuarta colonia de esa metrópoli en América del Norte. Más tarde el conlicto adquirió mayor intensidad por Ohio, donde las críticas relaciones entre ambas partes desembocaron hacia 1754 en abiertas hostilidades. Y a los dos años, una declaración formal de guerra, con Inglaterra de un lado, y las coaligadas Francia y España del otro, generalizó los combates, que implicaron la toma de La Ha-bana y Québec por los ingleses. El Tratado de Paz de 1763 devolvió La Habana a cambio de la Florida, y entregó toda la Nueva Francia a Inglaterra. Así, de súbito, los sesenta mil habitantes de Québec vieron cambiar su soberanía. Pero muchas de las tribus aliadas tra-dicionalmente a los franceses no aceptaron la derrota, y guiados por los indios ottawa –pertenecientes a la cultura algonquina-, bajo el mando de su jefe Pontiac prosiguieron los combates durante un par de años más.

El éxito de las fuerzas armadas británicas en la guerra contra Fran-cia, en buena medida se debió a la participación de soldados –como el coronel George Washington- reclutados entre el millón y medio de personas que vivían en las colonias de Inglaterra en Norteamérica. Sin embargo, para la sorpresa de dichos súbditos, que se aprestaban a beneiciarse de una victoria sentida como propia, el gobierno de Londres decidió remodelar el sistema colonial y hacerlo más restric-tivo. Para alcanzar esos objetivos, una proclama real en el mismo 1763 puso in a la expansión de los norteamericanos hacia el Oeste; se reservaba dicho territorio para quienes hasta entonces lo habi-taran, es decir indios y franceses, a los cuales la nueva metrópoli

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deseaba atraer. Por si esto fuera poco, al año la emisión de una Ley del Azúcar diicultó el hasta entonces frecuente comercio de mela-zas –para fabricar ron-, con Cuba y las Antillas francesas. A la vez, la mencionada disposición autorizaba registrar las “casas sospecho-sas” de participar en dicha actividad. Además, en el propio 1764 se promulgó una Ley de la Moneda, que ilegalizaba los billetes expedi-dos en las colonias. Después, a inicios de 1765, la Ley del Timbre im-puso el pago de una estampilla para cualquier documento, escritura o periódico.Y, simultaneamente, una Ley de Acuartelamiento exigió que las colonias brindaran albergue y provisiones a las tropas reales.

En rechazo a ese conjunto de medidas, grupos de hombres eminen-tes fundaron los “Hijos de la Libertad” y otras organizaciones secre-tas. Al mismo tiempo, la Cámara de los Burgueses de Virginia –inci-tada por Patrick Henry- y la de Massachussets, protestaban por las referidas disposiciones e invitaban a sus semejantes de las otras co-lonias a reunirse en Nueva York, en octubre de 1765. Allí se acordó, enviar al Parlamento y Rey ingleses un documento mediante el cual sólo reconocían los impuestos que ellos mismos estipulasen, y ade-más reairmaron sus ancestrales derechos. Desde entonces y duran-te cinco años, las relaciones metrópoli-colonia fueron oscilantes e indecisas, hasta que a principios de 1770 dos regimientos británicos fueron situados en Boston. Su presencia en esta ciudad originó una tumultuosa protesta, durante la cual los soldados causaron cuatro muertos a la población civil. Este hecho, caliicado de “masacre” por los patriotas más radicales –como Samuel Adams- fue desde entonces enarbolado para movilizar al pueblo con el propósito de que luchase por la independencia. A tal in, a los dos años éste revo-lucionario concibió la creación de “Comités de Correspondencia”, mediante los cuales quienes simpatizaban con dichos propósitos dieron a conocer sus puntos de vista a la mayor cantidad de perso-nas posible. Hasta que en 1773 las posiciones se deslindaron deini-tivamente, al otorgar el gobierno de Londres a la inglesa East India Company, el monopolio de la comercialización del té en sus colo-

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nias norteamericanas. En repudio a esta disposición, Adams y un grupo de audaces hombres disfrazados de indios, lanzaron al agua –durante una noche de diciembre del mismo año-, el cargamento de tres barcos anclados en Boston. Pronto el Parlamento inglés res-pondió; clausuró este puerto hasta que se pagara el té destruido; restringió los derechos de las autoridades locales; ordenó que se alojase a los soldados metropolitanos en las casas particulares de los colonos. También emitió la llamada Acta de Québec, mediante la cual adjudicaba Ohio a ese antiguo territorio francés, y autorizaba a sus habitantes a preservar sus tradicionales leyes y costumbres. Aceptaba incluso como legal, que se mantuviera la privilegiada po-sición de la Iglesia católica, y su práctica de recolectar el Diezmo.

La Cámara de los Burgueses de Virginia pronto instó a las demás colonias norteamericanas a reunirse en Filadelia en septiembre del propio 1774, para expresar su repulsa hacia las referidas leyes, ca-liicadas de coercitivas e intolerables. Tuvo lugar así lo que llegó a conocerse como Primer Congreso Continental, que dictaminó sobre el derecho de los colonos a la vida, la libertad, la propiedad, así como subrayó la capacidad de las legislaturas de las diferentes re-giones norteamericanas a normar cuestiones como tributaciones y sistemas políticos internos.

En dicho cónclave, además, se decidió formar una Asociación Con-tinental y un sistema de comités, encargados de controlar el cum-plimiento de lo acordado. Por su parte, el monarca se limitó a co-mentar que los participantes en las referidas deliberaciones eran rebeldes, y añadió que los mismos debían “someterse o vencer”. De esta manera ambos bandos se encaminaron al enfrentamiento, cuya fase bélica comenzó en Lexington el 19 de abril de 1775, cuando en un choque armado perecieron ocho milicianos norteamericanos. Pero en su camino de regreso, desde Concord hasta Boston, la tro-pa inglesa tuvo más de doscientos cincuenta muertos. Enseguida, un Segundo Congreso Continental en mayo decidió levantarse en armas, nombró Comandante en Jefe a George Washington y movili-

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zó a los milicianos para que avanzaran hacia Canadá. Los rebeldes ocuparon Montreal, pero las tropas al mando de Benedict Arnold fueron derrotadas en Québec el 31 de diciembre, y tampoco logra-ron que la colonia de Nueva Escocia se les uniera. En ese contexto, en enero del año siguiente, Thomas Paine con su maniiesto titu-lado Sentido Común reclamó la formación de una república, cuya independencia inalmente fue proclamada el 4 de julio de 1776. El referido documento estaba muy inluido por las ideas de la ilustra-ción francesa y por el Tratado de Gobierno de John Locke, que el virginiano Thomas Jeferson había sintetizado.Independencia de los Estados Unidos

Inglaterra lanzó una contraofensiva que le permitió ocupar Nueva York en agosto, aunque en enero de 1777 sus efectivos fueron deteni-dos en Princeton, para luego avanzar de nuevo hasta tomar Filadel-ia, lo cual puso en fuga al Congreso Continental. Entonces las fuer-zas de Washington padecieron el gélido invierno de Valley Forge –en Pennsylvania-, en medio de inenarrables diicultades. Sucedía que los agricultores y comerciantes preferían vender sus mercancías a los ingleses a cambio de plata u oro, en vez de aceptar el papel mo-neda emitido por los independentistas. Pero en deinitiva, la ofensi-va británica proveniente de Canadá fue detenida por las tropas de Arnold, quien después traicionó en West Point a la revolución.

Desde el punto de vista internacional, a partir de mayo de 1776 la insurgencia norteamericana recibió el apoyo de Francia, deseosa de restablecer el equilibrio perdido en la Guerra de los Siete Años. Lue-go, en febrero de 1778, esa potencia continental europea reconoció a la Unión Americana como Estado independiente, le otorgó conce-siones comerciales, y irmó con ella un Tratado de Alianza debido al cual Inglaterra y Francia entraron en guerra, a la que oicialmente se sumó España en 1779. Desde antes, sin embargo, ya La Habana se había convertido en centro de abastecimiento de los independen-tistas a través de la Louisiana.

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Tras el rompimiento de las hostilidades, el gobierno de Madrid de-signó a un cubano como su representante ante los insurrectos, a la vez que el astillero y el arsenal habaneros se dedicaban a re-parar y reartillar la escuadrilla rebelde comandada por Alexander Gulon. Después un ejército español, en parte compuesto por crio-llos de Cuba, desembarcó en la Florida y debido a sus victorias en Manchac y Panmure pudo avanzar hasta Baton Rouge, con lo cual el Mississippi quedó despejado de tropas inglesas. Luego, con re-fuerzos de los batallones de pardos y morenos de La Habana y su regimiento de ijos, las fuerzas hispanas tomaron Mobile en febrero de 1780 y al año ocuparon Pensacola, acción en la cual descolló el venezolano Francisco de Miranda.

Francia, por su parte, envió a mediados de 1780 hacia Norteamérica un ejército de seis mil hombres, mientras su lota hostigaba a los in-gleses por el Atlántico. Al mismo tiempo, gracias a una importante colecta pública en La Habana –se recaudaron casi dos millones de pesos de ocho reales-, Washington pudo inanciar parte de su ofen-siva por Virginia contra los británicos, durante la cual se destacaron los nuevos refuerzos habaneros así como Miranda, quien contribu-yó de manera notable a la decisiva victoria independentista en Yor-ktown, en octubre de 1781.Agobiada por el lujo de recursos desde Cuba, Inglaterra en 1782 pretendió retomar La Habana, pero fracasó en su intento. Tampoco pudo impedir que desde esta isla antillana se ocuparan las Baha-mas. Entonces los ingleses tuvieron que iniciar conversaciones, las cuales desembocaron en el Tratado de 1783. Éste reconoció la in-dependencia, soberanía y libertad de trece heterogéneas colonias, aglutinadas de manera muy autónoma en una república que tenía tres fronteras. La primera, conformada por el río Mississippi, tras el cual se encontraba la parte de la Louisiana entregada por Inglaterra a España, incluídas las villas de Saint Louis y Nueva Orleans; la segunda frontera, el Canadá inglés, al que emigraron unos cien mil “leales” o contra-independentistas –cerca del 10 por ciento de la

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población norteamericana-, lo cual demográicamente les equiparó en aquel país norteño a la población francófona existente; y la terce-ra, La Florida, devuelta a la Capitanía de Cuba.

Los Estados Unidos de América aprobaron una Constitución Fe-deral en 1788, acorde con la cual el pueblo era el único soberano. También se estableció una clara división, en busca de un equilibrio, entre los tres poderes nacionales. A su vez todas las ex-colonias se dotaron de su propia Constitución y similares instituciones esta-duales, que determinaban una diversidad de aspectos particulares en cada sociedad. Entre dichos textos normativos existía una gran disimilitud; por ejemplo, mientras los del Sur legalizaban la esclavi-tud, muchos en el Norte promulgaban medidas progresistas, como el de Pennsylvania, donde los artesanos ejercían gran inluencia. En la Unión, el legislativo se componía del Senado –dos miem-bros por cada Estado- y la Cámara de Representantes, integrada de manera proporcional al número de habitantes; ambos cuerpos, independientes entre sí, decidían cuestiones de paz y guerra, leyes comerciales y arancelarias, así como otros asuntos de importancia general. El Congreso también controlaba las tierras federales o del Oeste, las cuales podían convertirse en nuevos Estados cuando con-taran con sesenta mil ciudadanos. Un gabinete de secretarías –te-soro, defensa, justicia, estado (relaciones exteriores), correos- auxi-liaba en el ejecutivo al presidente de la nación, a quien no se elegía directamente sino por medio de una segunda instancia, a través del voto de los llamados “compromisarios” estaduales cuyo número se establecía en cada territorio según su población. El poder judicial correspondía a la Corte Suprema, cuyos integrantes –como en el caso de los Tribunales Federales- el presidente de la Unión nombra-ba de forma prácticamente inamovible.

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CAPITULO IV: Inicios Del Movimiento Liberador Latinoamericano

IV.1) Precoz emancipación haitiana

Inlujo de la Revolución francesaEn 1789 la convocatoria de Luis XVI a los Estados Generales (30) debido a la difícil situación interna de Francia, no incluyó a repre-sentantes de los colonos blancos en Saint Domingue. Éstos, sin em-bargo, enviaron veinte delegados a dicho cónclave. Pero el Tercer Estado no los aceptó, pues adujo que esa cantidad de burgueses estaba en proporción con el número de esclavos de la isla, y no con la de hombres libres. Después el referido estamento se erigió en Asamblea Nacional, anunció que la autoridad del rey quedaba supeditada a su control, y el 9 de julio se proclamó Asamblea Cons-tituyente. Al mes abolió las Manos Muertas, los privilegios isca-les, el diezmo, la servidumbre, proclamó la igualdad de derechos, uniicó el mercado interno al suprimir aduanas y trabas dentro del país, prohibió las corporaciones o gremios –con lo cual se iniciaba la libertad de trabajo-, y protegió las manufacturas. Aunque se mantu-vo la obligatoriedad de redimir las cargas señoriales de las parcelas que dependían de los viejos feudos, el antiguo régimen quedó jurí-dicamente destruido gracias a la nueva legislación. Luego la supe-restructura burguesa empezó a construirse al ser emitida el 26 de agosto de 1789 la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, la cual constituía una combinación de principios jurídicos, morales y ilosóicos que hacía caducar el privilegio fundado sobre hipoté-ticas diferencias de nacimiento; en ella se proclamaba que todos los hombres nacen libres e iguales, y con libertad de conciencia.

La Asamblea Constituyente aprobó, el 8 de marzo de 1790, un de-creto mediante el cual reconocía a los ricos mulatos criollos de Saint Domingue la igualdad jurídica con el resto de la ciudadanía. In-sultados con esa disposición, los grandes propietarios blancos de

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inmediato regresaron a la colonia para formar su propia Asamblea General en Saint Marc con el objetivo de proclamar la independen-cia, si la defensa de sus elitistas intereses así lo exigía. Frente a esa reaccionaria proyección, el gobernador enviado por la metrópoli buscó el respaldo de los opulentos mulatos y de los empobrecidos petit blancs. Ambos grupos se lo brindaron, pero por razones contra-puestas; aquellos otorgaron el suyo con la esperanza de que implan-tara el antes referido decreto igualador; mientras éstos lo apoyaron, coniados en una reforma agraria que les entregara las tierras de los plantadores, fuesen blancos o mulatos. Sin embargo, tras la derrota de los reaccionarios aglutinados alrededor de los asambleístas de Saint Marc, el gobernador no satisizo los deseos de ninguno de los dos integrantes de su bando. Entonces medio millar de criollos se rebeló para exigir la satisfacción de sus demandas, empeño en el que fracasaron, pues se negaron a recurrir a los esclavos, cuya fuerza de trabajo explotaban. Semanas más tarde los “pequeños blancos” se imponían, al lograr que los efectivos de un ejército metropolitano desembarcado el 2 de marzo de 1791 se uniera a su causa.

En dichas circunstancias la represión contra los mulatos se hizo ma-yor, lo cual terminó por reanimar su lucha; a partir de ese momento los más decididos acordaron reunirse el 7 de agosto en el burgo Saint Louis de Mirebelais. Allí formaron el Consejo de Represen-tantes de la Comuna, que decidió reiniciar las acciones armadas con la ayuda de varios cientos de cimarrones, a quienes prometieron reconocer su libertad. Así los mulatos criollos y sus aliados atacaron a los blancos el 2 de septiembre en Port au Prince, en cuya toma se distinguió el joven propietario de una plantación cafetalera en Jac-qmel, llamado Alexandre Petión. Cinco días más tarde los vencidos blancos irmaron en Damiens un concordato mediante el cual reco-nocían a los criollos su carácter de ciudadanos activos, se prohibían los apelativos de negro libre y mulato, y se aprobaban los decretos emanados de La Asamblea Nacional Francesa.

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La instancia legislativa metropolitana se había pronunciado ya a fa-vor de las libertades de préstamos e interés, sancionó que se tomara la plata “no necesaria para el culto” de las iglesias, dispuso que to-das las propiedades eclesiásticas se entregaran a la nación, ordenó subastar el patrimonio de la Corona, suprimió los títulos nobiliarios así como los mayorazgos, y estableció el voto censatario (31). Todos esos principios fueron incorporados en la liberal Constitución de 1791, fundada sobre el laisser faire, laissez passer, cuyo principal objetivo era garantizar el dominio de clase burgués, abolir los monopolios, y establecer una libertad de comercio que no otorgaba a las colonias el derecho de negociar con otros países.

Insurrección de los esclavos: Toussaint Louverture

Los esclavos de Haití se sublevaron el 22 de agosto de 1791, dis-puestos a aprovechar las luchas internas entre los distintos grupos de explotadores de la isla; se proponían conquistar su propia liber-tad, pues Francia, los blancos –fuesen grands o petits- y los mula-tos se la negaban. La poderosa insurrección provocó la crisis de las relaciones entre los dos sectores raciales de propietarios, pues los grands blancs acusaron a los ricos mulatos de haber auspiciado el alzamiento de los negros. Así los combates entre las diversas ten-dencias se generalizaron.

En Francia, mientras tanto, la Asamblea Legislativa dominada por los girondinos, políticos que se habían erigido en defensores de la burguesía, fuese comercial distribuidora o productora –sector en el que preponderaban los manufactureros-, requisó los bienes de los emigrados, y envió un ejército de seis mil hombres y tres co-misarios civiles a implantar su hegemonía en la desgarrada Saint Domingue. Éstos llegaron el 18 de octubre de 1792, y al principio encontraron en los mulatos dirigidos por André Rigaud al grupo más adicto a su causa, por lo cual iniciaron con ellos una estrecha colaboración. Pero esos vínculos exasperaron a los blancos, que se

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sublevaron a mediados de 1793 luego de atraer a su bando a más de la mitad del nuevo cuerpo expedicionario francés.

En dichas oscilaciones tuvieron gran incidencia los acontecimientos que habían tenido lugar en Francia, donde los jacobinos –políticos vinculados con la pequeña burguesía, tanto comercial y artesana como agraria- habían logrado aprobar nuevas y más avanzadas disposiciones revolucionarias. Acorde con ellas, los llamados ciu-dadanos pasivos o sea quienes no pagaban impuestos por no tener propiedades, pasaron a formar parte de la Guardia Nacional, a la vez que se instituía el sufragio universal masculino, se abolían sin indemnización las deudas señoriales y se acordaba elegir una Con-vención. En ésta los jacobinos asustaron a la burguesía manufactu-rera, que defendía la plena libertad económica; el radical grupo re-volucionario proponía requisamientos y reglamentaciones, a la vez que lograban un progresivo control sobre los tribunales de justicia y los comités de vigilancia. Dicho ascenso político alcanzó su cima el 2 de junio de 1793, cuando los girondinos fueron expulsados de las sesiones constituyentes y se estableció una dictadura centralista, con lo cual la revolución traspasó su meta original y siguió ade-lante. Por ello, a partir de entonces, en lugar de continuar con la subasta de las propiedades de los emigrados, se dispuso su venta en pequeños lotes, a la par que se aprobaban leyes de sucesión en-caminadas a dividir al máximo los patrimonios heredados. El colo-fón tuvo lugar al aprobarse una declaración nueva de derechos, así como una Constitución muy avanzada. De inmediato se estableció el racionamiento por tarjetas y la pena de muerte contra los acapa-radores, se decretó una leva o conscripción en masa para nutrir al ejército, y se inauguró el dirigismo en la economía pues se limitaba la libertad de empresa y se suprimían todas las compañías y socie-dades por acciones ligadas al comercio exterior, que se nacionalizó.

El cambio de preponderancia política en la metrópoli y la consi-guiente alteración de idelidades en la colonia, situó en una posi-ción muy difícil al principal comisario francés en Saint Domingue;

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se llamaba Leger Felicite Sonthonax, quien acudió entonces a los es-clavos de la ciudad El Cabo, y les prometió la libertad en recompen-sa por su ayuda para derrotar a los sediciosos. Así veinte mil negros junto a las fuerzas mulatas vencieron a los reaccionarios, muchos de los cuales hallaron acogedor refugio en los Estados Unidos, Jamai-ca, y las vecinas colonias españolas de Puerto Rico y Cuba.

Gran Bretaña y España no estaban dispuestas a permitir que la Con-vención dominada por los jacobinos consolidara su poder en esa colonia francesa, razón por la cual los ejércitos de aquellos países invadieron Saint Domingue desde occidente y oriente. Aislado de Europa, traicionado por los blancos e incluso por algunos mulatos, Sonthonax proclamó entonces el 29 de agosto la libertad de los es-clavos, cuya fuerza unida a la de patriotas como Rigaud y Petión era la única susceptible de vencer en Haití a los enemigos foráneos o autóctonos de la revolución. La drástica medida abolicionista, y su ratiicación por Francia el 4 de febrero de 1794, permitió que en mayo los principales dirigentes negros pasaran al bando jacobino; desde hacia algún tiempo, muchos de ellos combatían la esclavitud a partir de los territorios fronterizos de la vecina colonia, bajo so-beranía española. Esta paradójica situación pudo tener lugar, por-que en su guerra contra la Revolución francesa, España se dispuso a utilizar cualquier medio para intentar destruirla. Incluso acudió al demagógico recurso, de nombrar a los caudillos de los esclavos insurrectos como generales de sus fuerzas armadas absolutistas; el propio Toussaint Louverture fue proclamado lugarteniente gene-ral del ejército español en la parte oriental de la isla. Pero una vez que este notable rebelde junto a sus más inmediatos colaboradores –Jean Jacques Dessalines y Henry Cristophe- se incorporaron con sus aguerridos soldados a las ilas de los revolucionarios franceses, la correlación militar cambió. Y al año de ser clausurada en la me-trópoli la faceta democrático-burguesa –con la deposición de Ro-bespierre, el 27 de julio de 1794-, el gobierno termidoriano (32) de París pudo irmar con el de Madrid el tratado de Basilea. Acorde

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con dicho documento, se entregaba a Francia el territorio colonial hispano situado en el Este de la isla. Se liquidó así el reaccionario peligro del absolutismo en Saint Domingue.

El Directorio (33) nombró a Sonthonax gobernador de la isla, y a Toussaint su segundo al mando a la vez que Comandante en Jefe de todas las tropas francesas en Haití (34), ocupada todavía en gran parte por los británicos. Por ello cuando en los comicios de 1797 Sonthonax fue electo por la colonia para el Consejo de los Quinien-tos (35), Toussaint quedó al frente del gobierno. El destacado prócer negro entonces acometió una violenta ofensiva militar, que terminó con la presencia británica en la isla el 31 de agosto de 1798. Su he-gemonía, sin embargo, no era total, pues en el sur había jefes mili-tares mulatos que recelaban de él, por considerarlo partidario de la independencia. Esas pugnas y otras contradicciones entre negros y mulatos –cuyo poderío solo era notable en el sur-, desembocó el 15 de junio de 1799 en una cruenta guerra civil. Ésta se prolongó du-rante más de un año, hasta que el 1 de agosto de 1800 la ciudad de Jacqmel fue tomada por los negros. Entonces, mientras los princi-pales generales mulatos –encabezados por Rigaud y Petión- se refu-giaban en Francia, Toussaint ordenaba –enero de 1801- la ocupación efectiva de la parte oriental de Saint Domingue.

A pesar de que la isla formalmente continuaba siendo colonia fran-cesa, el victorioso Toussaint convocó a su propia Asamblea Cons-tituyente, la cual el 8 de julio de 1801 emitió un documento que lo designaba gobernador vitalicio con derecho a nombrar sucesor. Al mismo tiempo, dicho texto decretaba la libertad de comercio y rea-irmaba la abolición de la esclavitud. Y a pesar de que no proclama-ba jurídicamente la independencia, de hecho la establecía; en el país se nombraron autoridades políticas inamovibles y se constituyeron fuerzas armadas propias, no sujetas a dependencia externa alguna. Esa constitución haitiana, además, convertía a los antiguos esclavos en agricultores libres, aunque sujetos a una rígida organización mi-litar que los ataba a las haciendas para forzarles a cultivarlas. A cam-

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bio, dichos trabajadores recibían un salario o una parte de la cose-cha, pues el resto se entregaba a los propietarios de las plantaciones. Éstos podían ser blancos no absentistas y mulatos o negros, cuya importancia como dueños había pasado a ser notable en el norte, a partir de la revolución; en reconocimiento a sus méritos militares, los principales generales negros con frecuencia habían recibido lati-fundios, coniscados a los emigrados contrarrevolucionarios. La independencia de Haití: Dessalines y Petión

La España de Carlos IV, en 1800 devolvió su parte de la Lousiana a Francia por medio del Tratado de San Idelfonso, con lo cual se sen-taron las bases para que Napoleón erigiera un gran imperio colo-nial en América. Pero semejante empresa exigía que se restableciera el control francés sobre Saint Domingue, pues de otra forma dicho territorio caribeño no se podría convertir en trampolín hacia el con-tinente. Para alcanzar estos propósitos el gobierno de París despa-chó hacia la anhelada isla, en diciembre de 1801, una poderosa lota compuesta por setenta y nueve buques y veintidós mil soldados, entre los cuales iguraban los mulatos Rigaud, Petión y Jean Pierre Boyer. La sangrienta guerra de reconquista se desarrolló de enero a mayo de 1802 sin brindar a los colonialistas el esperado triunfo. Entonces los invasores recurrieron a la astucia, y el 6 de mayo de 1802 acordaron con los generales negros una tregua honrosa que les garantizaba sus exigencias mínimas. Pero el acuerdo no tranquilizó a los franceses, que mediante una felona treta capturaron el 7 de ju-nio de 1802 a Toussaint y lo enviaron a la metrópoli, donde en una gélida cárcel de Joux murió el 7 de abril de 1803. En esa fecha en una vecina celda se encontraba ya Rigaud, también preso y deportado, pues los colonialistas creían que al deshacerse de los más prestigio-sos dirigentes negros y mulatos impedirían cualquier acción futura enrumbada hacia la plena independencia.

Con el propósito de confundir a los jefes de las fuerzas defensoras, los esperanzados reconquistadores organizaron en el septentrional

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Cabo Francés una llamada Asamblea Consultiva, en la cual junto a los ex-plantadores emigrados permitieron que participaran los ge-nerales revolucionarios de Haití. Pero entre ambos grupos las con-tradicciones pronto fueron cada vez mayores, ya que los antiguos grands blancs discriminaban a los mulatos y exigían que a los ne-gros se les aplicara el decreto napoleónico del 20 de mayo de 1802. Éste decía que en las colonias la esclavitud sería mantenida con-forme a las leyes y reglamentos anteriores a 1789. En esa coyuntura reaparecieron las guerrillas negras en las montañas de Plaissance, Limbé, Borgne, y Valliers, las cuales ya en los inicios de octubre del año 1802 dominaban un considerable territorio en el corazón de la provincia del norte. Fue entonces cuando el eco de la ascendente nacionalidad sacudió las conciencias de los principales dirigentes negros y mulatos; Petión reconoció el liderazgo de Dessalines, y con cuatro días de diferencia (13 y 17 de agosto) ambos se rebelaron para unirse a los sublevados. A partir de ese momento la insurrección alcanzó tal magnitud, que ni los refuerzos enviados por Napoleón lograron aplastarla. El 10 de octubre de 1803 los revolucionarios ocu-paron Port au Prince, la capital, y el 18 de noviembre tuvo lugar la célebre batalla de Vertieres, la cual selló la derrota colonialista en Haití. Se pudo proclamar así, el 1 de enero de 1804, la independencia de Haití, primera colonia que se emancipaba en América Latina.

IV.2) Dominio napoleónico sobre las metrópolis ibéricas

Gran Bretaña, el más poderoso país capitalista del mundo y en esos momentos el primero en dejar atrás la fase manufacturera –al aco-meter la revolución industrial e iniciar la etapa fabril-, obtuvo la supremacía naval el 21 de octubre de 1805 en la batalla de Trafalgar; en ésta fue derrotada la lota franco-española y se inmortalizó el al-mirante Horacio Nelson (36). Ese éxito animó a los británicos a con-tinuar su fortalecimiento colonialista a expensas de España. Dicha política había comenzado en 1797 cuando le arrebataran la caribeña isla de Trinidad –contigua a la de Tobago-, triunfo que ahora de-seaban incrementar con la toma de Buenos Aires y zonas aledañas.

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Con ese objetivo los británicos lanzaron el 25 de junio de 1806 doce mil soldados contra la capital del Río de la Plata. Y tras ocuparla, pusieron en práctica sus proyectos económicos; modiicaron a su favor las tarifas aduaneras, decretaron la libre navegación por los ríos –con el in de auspiciar la penetración de sus manufacturas por el Cono Sur-, y dieron plena libertad a sus comerciantes para que se establecieran en dicha región. Gran Bretaña, sin embargo, no con-tó con los ascendentes sentimientos de la nacionalidad rioplaten-se; creyó que la mera satisfacción de los intereses económicos de la burguesía local bastaría para neutralizar sus proyecciones políticas. No comprendió que el más elemental requerimiento de los criollos implicaba establecer la soberanía propia sobre su país. Por eso, en julio de 1807, del suelo patrio los rioplatenses deinitivamente ex-pulsaron por las armas a los británicos. Solo entonces la Gran Bre-taña entendió que, en esta parte del mundo, sus viejos métodos de dominación colonialista eran ya ineicaces.La Corte portuguesa en Brasil

La España feudal y absolutista, mediante el Tratado de Fontaine-bleu en octubre de 1807, convino con la Francia imperial en repartir-se Portugal; este país rechazaba el bloqueo continental contra Gran Bretaña, ordenado por Napoleón después de su derrota en Trafal-gar. De inmediato tropas francesas atravesaron el territorio español con el propósito de ocupar la parte que le tocaba del país lusitano. El inminente peligro de caer prisionera, empujó a la Corona portu-guesa junto a su Corte a huir por mar hacia el Brasil, que de impro-viso se convirtió en Estado independiente; al establecerse la sede del poder real en marzo de 1808 en Río de Janeiro, se abolió ipsofacto una dependencia que duraba ya tres siglos, aunque al frente del go-bierno quedara un grupo de personas de origen extranjero.

La temporal penetración en España del ejército napoleónico destinado a desmembrar a Portugal, en poco se trocó en presencia indeinida. Y Napoleón aprovechó la prolongada estadía de sus fuerzas en tierras

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españolas, para solicitar la irma entre ambos Estados de un tratado de alianza militar. También exigió al Trono madrileño, la apertura comercial de los puertos hispanoamericanos para todos los buques franceses. No imaginaba el pequeño corso-emperador que sus de-mandas conducirían al pueblo madrileño al Motín de Aranjuez. Éste fue el verdadero jalón inicial de la revolución en España, debido al cual a Carlos IV se le desplazó del poder. Aunque su hijo, Fernando VII, buscó el apoyo bonapartista, en Bayona el intrépido Napoleón lo depuso y apresó, para luego entregar la Corona a su propio hermano, José. Entonces Madrid se levantó frente a las fuerzas de ocupación el 2 de mayo de 1808, alzamiento que inició la rebeldía casi general contra el dominio extranjero. Por su parte José Bonaparte emitió en julio de 1808 una Constitución, a la que se adhirieron los más altos organismos del Estado español –Junta de Gobierno, Consejo de Cas-tilla, así como otras instancias-, compuestos de “afrancesados”.

En combate simultáneo contra el caduco absolutismo doméstico y la sojuzgación foránea, la resistencia española se nucleó alrededor de las juntas de gobierno locales. Culminó así la primera etapa del surgimiento de un poder político nuevo, que aglutinó a la burguesía patriótica y demás elementos progresistas, los cuales en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808 constituyeron la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino. Pero después la referida Junta Central de-bió desplazarse a Sevilla para inalmente asentarse en Cádiz, único punto no controlado por los franceses. Éstos, desde la casi dominada vieja metrópoli trataron de utilizar sus tradicionales estructuras de autoridad y poder, para controlar las colonias hispanoamericanas.

El Movimiento Juntista en Quito: Los Marqueses

En el Nuevo Mundo, el complejo proceso español tuvo enorme re-percusión, sobre todo en Quito. Allí, en una hacienda de Juan Pío Montufar –Marqués de Selva Alegre-, aledaña al Valle de los Chi-llos, el 10 de agosto de 1809 se conformó una Junta Suprema que él mismo encabezó. Al lado de este destacado dueño de obrajes y

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haciendas de La Sierra, iguraban hombres de una extracción seme-jante: los Marqueses de Villa Orellana, de Solanda, de San José, de Miralores, junto a otros similares como Juan José Guerrero, Conde de Selva Florida y hasta el propio Obispo José Cuero Caicedo, auxi-liados por la patriota Manuela Cañizares en cuya casa se iniciaran dichos empeños conspirativos.

En su maniiesto inicial los juntistas prometieron total idelidad al secuestrado Fernando VII, a la vez que juraron mantener la pureza de la religión católica, su Iglesia, e instituciones a ella pertenecientes. Eso motivó que dicho movimiento no fuese respaldado en Guaya-quil, donde el absolutismo recién había deshecho una conspiración de comerciantes y plantadores dirigidos por los “ilustrados” Jacinto Bejarano y Vicente Rocafuerte, quienes fueron presos y deportados.

Contra las insuicientes milicias quiteñas, las tradicionales autorida-des absolutistas de Pasto despacharon un fuerte destacamento re-gular que las venció en el enfrentamiento del 16 de octubre, lo cual indujo a la timorata Junta de los Marqueses a devolver el poder al desplazado anciano presidente de la Audiencia Real. Sin embargo al poco tiempo a Quito llegó una poderosa tropa enviada por el Virrey del Perú, la que desoyó los consejos de moderación de las restaura-das autoridades de la Gobernación, y desató una verdadera cacería contra los elementos plebeyos que se hubieran adherido al frustrado intento juntista. Al anunciarse la próxima ejecución de los apresa-dos, en la ciudad estalló el 2 de agosto la ira popular acaudillada por el abogado Juan de Dios Morales, el humilde cura Miguel Riofrío y el ex-jefe de las milicias Juan Salinas. Pero la represión del “Real Regimiento de Lima” fue brutal y ocasionó centenares de víctimas.

Tras implantar la paz de los sepulcros los soldados del Virrey re-gresaron al Perú, lo cual fue aprovechado por Carlos Montufar –primogénito del Marqués de Selva Alegre- para organizar el 19 de septiembre de 1810 una igualmente aristocrática Junta Superior de Gobierno, integrada por su padre y otros miembros de la anterior,

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además del Conde Ruiz de Castilla, nuevo presidente de la Audien-cia. Ésta contó con mayor apoyo de la población, temerosa de que se repitieran los trágicos acontecimientos vividos, lo cual facilitó es-tructurar una milicia más numerosa. Una parte de dichos efectivos se empeñó en avanzar hasta Guayaquil, en cuya ruta derrotaron al retornado “Real de Lima” en Alausí, no lejos del Chimborazo, y en Paredones cerca de Azuay. Otra marchó con cierto éxito hacia Pasto, mientras una tercera logró hacer suyo el puerto de Esmeralda.

Debido a su carácter tan moderado, en el seno de la Junta surgieron serias contradicciones. Ello condujo a un grupo relativamente liberal dirigido por José Sánchez –Marqués de Villa Orellana-, a deponer el 11 de octubre de 1811 al presidente en funciones y convocar a un Soberano Congreso de la Gobernación. El mismo proclamó el 11 de diciembre la total independencia de España y solicitó su ingreso a las Provincias Unidas de Nueva Granada. Después propuso redac-tar un texto constitucional, cuyas discusiones agravaron las pugnas entre ambos grupos; los conservadores “montufaristas” deseaban caliicar al nuevo Estado como “Reino” y entregar su Corona a Fer-nando VII, en tanto a las dos cuestiones se oponían los “sanchistas”. Éstos, puestos en minoría, abandonaron la asamblea constituyente e hicieron regresar del Frente Sur a las victoriosas milicias, para con ellas ocupar la capital. Al mismo tiempo hacia Quito se lanzaban los soldados absolutistas, quienes en su avance triunfaron en la batalla de Verdeloma debido a la falta de colaboración entre ambas tenden-cias rebeldes, lo que les facilitó vencer el 3 de noviembre la férrea defensa de los habitantes de esa ciudad. Entonces el resto de los efectivos quiteños se replegó hasta la norteña villa de Ibarra, don-de se encontraron con los supervivientes de las milicias derrotadas en Pasto. Ambos grupos se reunieron el primero de diciembre de 1812 para combatir contra el ejército colonialista junto a la laguna de Yahuarcocha, donde los heroicos patriotas fueron liquidados.

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La Constitución Española de 1812

En España, tras el desembarco británico en la bahía de Montego –que obligó a los franceses a evacuar el contiguo Portugal-, el rey José I tuvo que abandonar Madrid y refugiarse en la línea formada por el río Ebro. Entonces el iracundo Napoleón condujo en persona la réplica; entró en la península ibérica, reinstaló a su hermano en la capital, derrotó a los británicos en Galicia, y estableció el segun-do sitio a Zaragoza. Pero la Junta Central resistió en Sevilla, donde convocó a una reunión de las Cortes pero sin estamentos, cuyas se-siones empezaron en febrero de 1810. A partir de ese momento, en España se desarrolló de forma paralela la guerra de independencia y una revolución burguesa, conlictos en los cuales la población se dividió en cuatro bandos. El grupo más reaccionario de la noble-za y el clero tomó partido a favor de un regreso al absolutismo, y constituyó un Consejo Supremo de Regencia; mientras, los demás apoyaron a quienes propiciaban un retorno al pretérito feudalismo de vasallaje, con el uso de Cortes triestamentales. La alta burgue-sía compuesta por los comerciantes porteños –beneiciados por las reformas mercantiles de los Borbones en el siglo XVIII-, formaron la columna vertebral de los “afrancesados”; ellos representaban al grupo moderado con interés en la consecución de una superestruc-tura burguesa, pero con mucha desconianza hacia las masas popu-lares pues temían una revolución radical. Por eso depositaban sus esperanzas políticas en los franceses, la Constitución de Bayona y José I. El resto de la burguesía española se dispuso a lograr una in-dependencia revolucionaria, mediante una transacción con los que aceptaban las tradiciones monárquicas españolas, pero adecuadas a los principios del sistema unicameral. En Cadiz surgió así la Cons-titución de 1812. Aunque dicho texto invocaba a Dios Todopoderoso –como supremo legislador de la sociedad- y reconocía al último rey Borbón, estipulaba que la soberanía residía en el pueblo, y estruc-turaba el Estado según los criterios racionalistas; también abolía las supervivencias de las relaciones de servidumbre en el campo,

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e incorporaba al Estado los señoríos jurisdiccionales; suprimía los privilegios exclusivos, privativos o prohibitivos así como los mayo-razgos y los gremios; planteaba la desamortización eclesiática –que implicaba el cese de la inmovilidad de las propiedades de la Igle-sia-, y disponía la enajenación de los bienes de las comunidades religiosas extinguidas o reformadas por José I; ordenaba la parcela-ción y venta de las tierras realengas y baldías, pero exceptuaba las de los ejidos o comunales; eliminaba la Inquisición, promulgaba la libertad de prensa y reformaba el sistema monetario. Signiicaba, en deinitiva, el in del feudalismo.España y Francia irmaron en diciembre de 1813 el Tratado de Va-lencay, que devolvía la Corona a Fernando VII, quien desde su re-greso obró al margen de la Constitución de 1812, y en mayo de 1814 la derogó; el rey absolutista pretendía anular las conquistas alcan-zadas durante la lucha frente a los invasores y la reacción.

IV.3) Frustraciones republicanas norandinas

Gran Reunión Americana: Francisco de Miranda

En el Virreinato de Nueva Granada apenas había transcurrido una década desde la gran insurrección comunera, cuando ya circulaba por su territorio la primera edición americana de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Su traductor y publicista era un dueño de imprenta cundinamarqués llamado Antonio Nariño, quien participaba de una conspiración que se proponía alcanzar la independencia. Descubierto el proyecto en 1794, la Inquisición apresó a Nariño y le condenó a diez años de cárcel y al exilio per-petuo. Pero en Cádiz se fugó rumbo a París, donde forjó una sólida amistad con Francisco de Miranda, revolucionario ya de connota-ción mundial. Este caraqueño, proveniente de una familia de co-merciantes en tela y plantadores de cacao, se había destacado a lo largo de la guerra de independencia de los Estados Unidos, pues participó en la captura de Pensacola, en el asalto a Providencia, y

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junto a Washington en la victoria de Yorktown. Luego su fama cre-ció aún más durante la Revolución francesa, cuando los girondi-nos lo nombraron Mariscal de Campo con la misión de vencer a los ejércitos extranjeros. Austríacos y prusianos sufrieron sus primeros éxitos, que lo promovieron al cargo de Lugarteniente General de las fuerzas armadas francesas; después Miranda triunfó en Valmy y tomó la plaza fuerte de Amberes, considerada inexpugnable (37).

Al llegar Nariño a París, Miranda lo incorporó a sus empeños por independizar a Hispanoamérica y lo despachó rumbo a Coro (Ve-nezuela), sitio por el que desembarcó el 4 de marzo de 1797. Allí debía entrar en contacto con los miembros de una conspiración di-rigida por la “Logia Colón” (38) integrada entre otros por Manuel Gual –amigo de Miranda en la infancia-, Mariano Picornell, José María España y Simón Rodríguez entonces preceptor del joven Si-món Bolívar. Pero a los dos días del arribo de Nariño, las autorida-des colonialistas apresaron a los principales jefes del clandestino proyecto emancipador. Sin otras conexiones en aquella región, el cundinamarqués marchó a Bogotá donde en julio fue nuevamente arrestado y devuelto a la prisión.

Este revés indujo a Miranda a estructurar una organización propia, que aglutinara a los más abnegados luchadores por un mundo me-jor acorde con las enseñanzas que había recibido de la Revolución Francesa. Y en aquella época nada permitía escapar tan bien al con-trol ideológico de la Inquisición como las Logias. La de Miranda, sin embargo, fue solo en apariencia masónica, pues en realidad era paramilitar y revolucionaria. La creó en Londres en 1800 y la de-nominó “Gran Reunión Americana”, la cual contaba con iliales en París, Madrid y Cádiz. Al mismo tiempo este venezolano se dedicó a librar una decisiva batalla ideológica; concebía a la América La-tina unida e independiente, como un grandioso resurgimiento del Tahuantinsuyo, cuya capital debería estar en Panamá. Decía que la confederación se denominaría Colombia y abarcaría todos los te-rritorios hispanoamericanos, desde México hasta el Cabo de Hor-

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nos, incluyendo Cuba. En su opinión, el Estado republicano debería plasmar la simbiosis de los aspectos modernos con la tradición his-tórica, por lo cual deseaba que el ejecutivo tuviese dos cónsules, lla-mados Incas, acompañados de un Poder Legislativo independiente. Éste contaría con dos cámaras, una de senadores vitalicios y la otra, electa, denominada de los Comunes.

Las tareas independentistas de Miranda causaron tanto revuelo en Gran Bretaña, que el gabinete real en Londres le sugirió abandonar el país. Entonces pensó que tal vez la reciente reelección de su viejo conocido Tomás Jeferson, facilitaría la realización de sus proyectos emancipadores. Con esas ilusiones desembarcó en los Estados Uni-dos a ines de noviembre de 1805, donde se le brindaron agasajos y honores, e incluso tuvo una entrevista con el presidente estadou-nidense. Pero la reunión le decepcionó, pues aquél solo se mostró interesado por lograr que el canal interoceánico a construir en Cen-troamérica, beneiciara más a su país que a los europeos. Después James Madison, Secretario de Estado, expuso a Miranda la ausencia de interés de su gobierno en darle algún apoyo, ya que semejante acto le enturbiaría cualquier amistosa relación con la España feudal y colonialista. En deinitiva, ningún aporte oicial. Los antiguos ami-gos se habían convertido en importantes políticos acomodados, y sin el menor atisbo de solidaridad hacia los pueblos hispanoamericanos.

Desilusionado, Miranda no tuvo más alternativa para llevar ade-lante sus propósitos, que terminar en manos de los especuladores quienes le cobraban hasta el 200 por ciento de interés sobre el pre-cio de los avituallamientos. Hasta que al in el tenaz revolucionario logró zarpar con una minúscula expedición el 2 de febrero de 1806 hacia Haití. Tras incorporar en el puerto de Jacqmel a los hombres, armas y provisiones que le facilitara Alexandre Petión, Miranda navegó hacia Ocumare de la Costa, en Venezuela. Pero los guarda-costas españoles frustraron el desembarco al apresar las dos goletas brindadas por los haitianos, y forzar a la restante a escapar hacia las Antillas menores británicas.

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En Barbados, a cambio de permitir que la expedición se reforzara, las autoridades británicas exigieron un futuro tratamiento privile-giado para su comercio y marina, en caso de un triunfo indepen-dentista. Luego, reabastecidos sus efectivos, Miranda se dirigió a Coro, donde izó la bandera venezolana el 3 de agosto. Aunque bien seleccionada desde el punto de vista militar, la zona ofrecía un pa-norama político poco alentador, pues la capital de dicha provincia era una plaza fuerte españolista cuya captura por las escasas fuer-zas expedicionarias no fue posible (39). Así, el desconocimiento de la verdadera situación interna de la región frustró los empeños del esforzado Miranda, quien tuvo que replegarse a las Antillas británi-cas para regresar a principios de 1808 a Gran Bretaña.

Simón Bolívar fue desde niño, testarudo y rebelde. Al nacer el 24 de julio de 1783 llevaba en su sangre dos siglos de ilustre vida cara-queña; su abuelo había sido el hombre más importante de la Capita-nía General, y su padre llegó a ser notabilísimo propietario. En sus últimos años, Juan Vicente Bolívar evidenció gran disgusto por la situación colonial que sufría el país, y expresando sus anhelos sobre el mañana se carteó con Francisco de Miranda. Cuando el padre murió, el pequeño Simón apenas tenía tres años. Pero nada material debía temer. Su progenitor dejaba una cuantiosa herencia: inmensas plantaciones de cacao, caña e índigo; miles de esclavos; cuatro casas en Caracas, nueve en La Guaira; incas, ranchos, minas, dos trapi-ches azucareros. La educación del joven, huérfano de madre desde los diez años de edad, estuvo a cargo del secretario de su abuelo. Aquel le enseñó el amor a la naturaleza y a la libertad en el latifun-dio que la familia poseía en San Mateo. Allí el adolescente aprendió las formas de vida de los llaneros, de los esclavos, desarrolló una férrea voluntad y se hizo hábil jinete, ambidiestro con la espada. Más tarde, a los dos años de la fuga de su preceptor comprometido en una conspiración descubierta, Simón Bolívar embarcó hacia Eu-ropa, donde amplió sus conocimientos de matemática y culminó su formación ilosóica, pues al decir suyo:

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“Ciertamente que no aprendí ni la ilosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen y del error; pero puede ser que…no haya estudiado tanto como yo a Locke, Condillac, Bufón, Dalambert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthol” (40).

En España el apasionado Bolívar se enamoró perdidamente y se casó tras obtener el permiso real, trámite impuesto por la Corona a hombres de su linaje para impedir los desposorios que impugnara. De regreso a Venezuela, el matrimonio se frustró, pues en 1803 la iebre amarilla dejó viudo al incipiente cónyuge. Un nuevo viaje a París lo condujo más tarde a Roma, donde formuló ante Simón Rodríguez su conocida promesa del Monte Aventino: “Juro por mi honor y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni repo-so a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español.”

Después Bolívar escaló el Vesubio con el sabio Alejandro de Hum-boldt, visitó Holanda y Alemania, y retornó a América. En 1807, a mediados de año, se encontraba instalado en Caracas. No hacía doce meses Francisco de Miranda había hecho lamear su bandera en Coro. Una era convulsa se iniciaba.

En Venezuela, como parte de las repercusiones en Hispanoamérica del complejo proceso juntista español, en abril de 1810 se depuso al Capitán General. Después los “mantuanos” o plantadores y co-merciantes, escogieron a Simón Bolívar para que dirigiese una im-portante misión diplomática a Londres. Aunque el inexperto joven fracasó en su gestión, el viaje le sirvió para ingresar en la “Gran Reu-nión Americana”, al quedar subyugado por los grandiosos proyec-tos mirandinos. De regreso a Caracas, Bolívar anunció la inminente llegada de Miranda, al que en diciembre de 1810 el pueblo procla-mó Precursor de la Independencia así como Padre y Redentor de la Patria. De inmediato Miranda puso su experiencia girondina al ser-vicio de la emancipación, pues fundó la “Logia Colombiana” para

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aglutinar a los revolucionarios, y con esa fuerza apoyar a quienes en la Junta de la capital exigían elecciones. Finalmente los comicios se efectuaron, pero dado que el voto era censatario y sólo disfruta-ban de él los ricos criollos, en el Congreso electo se impusieron los elementos moderados. Con el propósito de enfrentarlos, Miranda encabezó entonces la “Sociedad Patriótica”, amplia organización abierta a todos los partidarios de la independencia, cuya agitación culminó en la proclamación de la República el 5 de julio de 1811.

En reconocimiento a los esfuerzos del Precursor, la bandera que él enarbolara en Coro cinco años antes fue adoptada como enseña oi-cial. Y casi de inmediato se redactó una Constitución federalista inspi-rada en los preceptos girondinos, que eliminaba los privilegios perso-nales o fueros de naturaleza feudal y proscribía los títulos nobiliarios.

Ante el avance de las ideas del progreso, la reacción no se hizo es-perar; diversas sublevaciones realistas tuvieron lugar en distintas partes del país, debido a lo cual el gobernante Triunvirato Ejecutivo designó a Miranda para el cargo de General en Jefe del ejército. Pero el incremento de los combates empeoraba la situación económica; se depreciaba la moneda, Londres no otorgaba un empréstito so-licitado; subían los impuestos con rapidez, las rentas públicas se agotaban. La coyuntura, por lo tanto, exigía que se adoptaran pro-fundas medidas revolucionarias para movilizar al pueblo. Sin em-bargo, la máxima instancia estatal se negaba a emitirlas. Entonces se decidió entregar la conducción del proceso a Miranda, quien al recibir en mayo de 1812 plenos poderes con el cargo de Director y el grado de Generalísimo, estaba consciente de que la guerra no se ganaba exclusivamente en el plano militar; además, comprendía que el reducido ejército de burgueses y hombres libres sería inca-paz de enfrentar con éxito el empuje de las experimentadas fuerzas españolistas. Por eso Miranda decidió dar un paso trascendental; prometió la libertad a todos los esclavos que lucharan a favor de la independencia. Pero al mismo tiempo dicha medida obtuvo la total repulsa de los plantadores, columna vertebral del Estado venezo-

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lano, quienes no estaban dispuestos a emancipar sus esclavos. En consecuencia, los burgueses anómalos comenzaron a abandonar las ilas independentistas asustados por las medidas de Miranda, con lo cual la república empezó a derrumbarse.

En ese crucial momento de desastre, la gran experiencia del Precur-sor le permitió comprender que la tarea fundamental era, salvar la vida de los revolucionarios capaces de reiniciar la lucha. Sabía que una batalla no era la guerra. Se daba cuenta de que la negociación representaba un mal transitorio y menor; autorizaba a marchar al exilio a los combatientes, ponía en libertad a los patriotas presos, implantaba la avanzada Constitución española de 1812, y en última instancia garantizaba los combates futuros, ya que en realidad sólo había sido pactada una tregua.

Simón Bolívar y otros apresurados jóvenes no comprendieron la esencia de aquel instante, ni el signiicado estratégico de la medida que Miranda había tomado, la cual les preservaba la vida. Solamen-te anhelaban lanzarse al ataque, coniados en lograr un resonante triunfo militar que detuviese la debacle. Soñaban con sorprender a los realistas, a quienes estimaban desprevenidos, ebrios de victoria. Preferían la muerte a la capitulación.

Los precipitados revolucionarios arrestaron al Precursor, que por los azares del destino al poco tiempo se encontró prisionero de las avanzadas españolistas, las cuales lo enviaron a la cárcel de Cádiz, donde a los cuatro años murió.

La Junta Suprema de Santa Fe

En Bogotá, capital del Virreinato de Nueva Granada, las masas ar-tesanas exigieron el 20 de julio de 1810 la celebración de un Ca-bildo abierto. Pero con el propósito de escamotear esa demanda, los funcionarios absolutistas maniobraron y sólo organizaron una sesión extraordinaria del Cabildo regular, que organizó una Junta Suprema de Santa Fe. Encabezada por el propio Virrey, dicha ins-

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tancia estaba vice-presidida por el tradicional alcalde de la ciudad y contaba entre sus más prominentes miembros a Camilo Torres, su verdadero ideólogo, hombre vinculado con la alta burguesía comer-cial. Al día siguiente de su conformación la Junta emitió un Acta de Independencia, en la cual se reconocía a Fernando VII como rey a con-dición de que gobernase desde Bogotá. Luego se dedicó a estructu-rar una fuerza armada propia –la Guardia Nacional-, cuyo núcleo contaba con cuatro escuadrones de caballería formados por los te-rratenientes de la Sabana –los famosos “orejones”- y sus hombres de conianza. Después la Junta comenzó a gobernar en el antiguo virreinato como heredera del poder absolutista, convocó al resto de las provincias para que enviaran sus diputados a Bogotá, y el 24 de septiembre de 1810 dispuso la liquidación de los resguardos, cuyas tierras debían ser subastadas. De esta forma se retomaba con dichos bienes comunales la política aplicada por la Corona a ines del siglo XVIII, que había sido interrumpida por la insurrección comunera y las Capitulaciones de Zipaquirá. Pero ahora dicha práctica se reinicia-ba en beneicio exclusivo de los ricos propietarios neogranadinos. No podía extrañar, por lo tanto, que tras la aplicación de esa medida expoliatoria las comunidades indígenas abrazaran la causa colonia-lista, la cual debido a este apoyo alcanzó fuerza en Pasto y Popayán.

Un Supremo Congreso de Diputados de las Provincias del Reino de Nueva Granada se inauguró el 22 de diciembre de 1810, con la representación de un escaso cuarenta por ciento del territorio neo-granadino. Esto, porque en la costa los plantadores y comerciantes –muchos de ellos de origen metropolitano-, se mostraban descon-tentos con la preponderancia de los terratenientes en el gobierno de Bogotá. Por ello organizaron la Junta de Cartagena, autónoma y completamente burguesa, pero que no proclamó la emancipación debido a la inluencia españolista existente en su seno.

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Antonio Nariño en Cundinamarca

La Junta Suprema de Santa Fe, que tenía convicciones federalistas, convocó el 26 de diciembre de 1810 a elecciones mediante el voto censatario, con el propósito de formar un Colegio Estadual Consti-tuyente de Cundinamarca. Dicho cuerpo emitió el 4 de abril de 1811 un texto, que entre sus principales acápites decía: “La provincia de Cundinamarca se erige en monarquía constitucional, para que el rey gobierne según sus leyes” (41).

Después dicha Constituyente institucionalizó la región, inspirada en el gobierno establecido por el Directorio de Francia; mantuvo el voto elitista y se transformó en órgano legislativo, único faculta-do para establecer contribuciones. Pero la naturaleza exclusivista de la Junta Suprema y del nuevo régimen neogranadino provocó el descontento de los artesanos, cuyos dirigentes –presididos por José Maria Carbonell- abrieron un club revolucionario al que lla-maban “Junta Popular”. Esa organización se dedicó a formar cua-dros armados de artesanos y estudiantes de avanzada, encargados de defender los intereses de la pequeña burguesía. Ella se apoya-ba en la actividad propagandística del recién excarcelado Antonio Nariño, quien desde su periódico exigía el sufragio universal mas-culino, el establecimiento de la república, así como el cese de todos los títulos o dignidades y preeminencias del colonialismo feudal. Así la conjunción de Nariño y la “Junta Popular” se convirtió en una fuerza decisiva, que desplazó a los aristócratas cuando el 19 de septiembre de 1811 convocó a una Representación Nacional. Ésta de inmediato nombró a Nariño presidente del poder ejecuti-vo, quien derogó los acápites conservadores de la Constitución y removió de su mando a los oiciales connotados por su adhesión a los criterios realistas. Sin embargo Nariño evitó radicalizar su gobierno, pues deseaba obtener una relativa homogeneidad de opiniones entre la capital y el resto de las provincias, con el in de proclamar la independencia republicana de Nueva Granada. Sólo después se proponía modiicar la estructura social y política del

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nuevo Estado, mediante una serie de acuerdos negociados entre las diferentes clases y grupos sociales.

Una de las primeras medidas de Nariño desde el Ejecutivo de Bogo-tá, tuvo el propósito de presionar a la Junta de Cartagena para que aceptara la independencia republicana. Y a tal in ordenó que cesara el envío de dinero gubernamental al estratégico puerto caribeño, cuyas inanzas dependían del referido “situado” (42). En represalia este gobierno ordenó el bloqueo mercantil de Cundinamarca, con lo cual se creó un contexto que parecía conducir al estallido de un con-licto armado entre ambas partes. En dicha situación los “pardos” –como se denominaba a los sectores populares del litoral compues-tos por mulatos y mestizos-, asaltaron el 11 de noviembre de 1811 el Arsenal de Armas de Cartagena. Y dirigidos por los hermanos Gutiérrez de Piñeres, los amotinados después exigieron a la Junta de Cartagena que rechazara cualquier autoridad española, estable-ciera el predominio de los americanos en los puestos públicos, e implantara el pleno disfrute de las libertades ciudadanas.

En tan crítico momento, contra esa importante ciudad las autori-dades metropolitanas lanzaron una poderosa ofensiva desde Santa Marta, tras haberse fortalecido mucho en dicha zona al proclamar la libertad de los esclavos que defendiesen la causa de España. En-tonces la Junta aceptó las demandas de los “pardos” cuyos efectivos armados sumó a sus fuerzas, y además proclamó la independencia absoluta del Estado de Cartagena, libre y soberano.

A partir de dicho anuncio, en el territorio del antiguo virreinato de Nueva Granada paralelamente coexistían tres gobiernos inde-pendientes; en Cartagena el de la República del litoral caribeño, el de Nariño en Cundinamarca, y el del Supremo Congreso del Rey-no –desplazado de Bogotá-. Éste, que aglutinaba a muchas de las provincias no enmarcadas bajo la autoridad de los otros dos se en-contraba en decadencia, pues sus aristocráticos postulados estaban desprestigiados. Entonces los diputados que a él pertenecían se

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desvincularon de las viejas concepciones realistas, y emitieron el 27 de noviembre de 1811 una Constitución que pretendían se apli-cara en toda Nueva Granada con el nombre de Acta Federal. Dicho documento dejaba para el futuro la deinición republicana o mo-nárquica del régimen; otorgaba al Congreso –redenominado Alteza Serenísima- las responsabilidades legislativas y judiciales; enume-raba en detalle los pocos gravámenes que impondría la Federación. Ese acápite era trascendente, pues en aquella época los burgueses identiicaban el carácter progresista de cualquier gobierno, con la reducción del número y cuantía de los impuestos; estimaban que las tareas gubernamentales debían reducirse a las funciones de po-licía indispensables para la protección de sus propiedades. En re-sumen, la existencia de la Federación implicaba que los territorios estaduales conservaran su soberanía e independencia interiores, así como sus leyes y gobierno propios. De ello se desprendía que di-chas entidades autónomas pudieran poseer fuerzas y patrimonio particulares, pues los servicios públicos y oiciales o administrati-vos no se colocaban bajo el control directo e inmediato del gobierno central. De hecho, la unidad estatal se limitaba casi exclusivamente al servicio de la soberanía exterior.

En contraste, Nariño estableció en Cundinamarca una política iscal y tributaria tendente a fortalecer al Estado con el in de sostener la guerra necesaria. Para cumplir ese propósito José María Carbonell, Ministro del Tesoro Público, estructuró un sistema de altos impues-tos destinados a inanciar el esfuerzo bélico y atender las exigen-cias de los estratos humildes de la sociedad neogranadina; también señaló a la Iglesia la pertinencia de que ella y sus corporaciones eclesiásticas desembolsaran una contribución proporcional a sus ri-quezas y propiedades. En deinitiva, las concepciones centralistas de Nariño implicaban que un solo gobierno tuviera la autoridad de proveer al ejército, y velara por el desarrollo de las funciones administrativas concernientes a los derechos e intereses públicos y colectivos; creía que se deberían dictar leyes generales para todo el

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país, y organizar la jerarquía de sus funcionarios de forma que el poder central llegara a nombrarlos y removerlos; pensaba subordi-nar también a dicha instancia las fuerzas armadas, y entregarle la dirección permanente del isco. Estos criterios de Nariño avanzaron hacia su institucionalización luego de las elecciones populares que permitieron integrar una Constituyente, cuyas sesiones se iniciaron el 2 de enero de 1812 bajo el nombre de Colegio Electoral Revisor, el cual lo ratiicó en la Presidencia de Cundinamarca. Después, en abril se emitió una radical Constitución que establecía el sufragio universal masculino –incluidos los aborígenes- y proclamaba la so-beranía popular.

En Cartagena durante el propio mes de enero se inició un proceso se-mejante, pero regido por el voto censatario mediante el cual se efec-tuaron comicios para una Convención, que inalmente proclamó una constitución republicana e independiente. Frente a estos dos gobier-nos neogranadinos se encontraba el Congreso Federal, con sede en Ibaqué, que insistía en fungir como capital de las Provincias Unidas.

El incremento del poderío militar colonialista en Santa Marta así como en Pasto y Popayán, impulsó a centralistas y federales a bus-car una conciliación. En aras de lograrla, en las entrevistas de ple-nipotenciarios Nariño hizo decisivas concesiones, plasmadas en el tratado del 18 de mayo de 1812. La principal, sin dudas, fue su re-conocimiento de la autoridad del Congreso de las Provincias Uni-das, con lo cual renunciaba a convertir a Cundinamarca en eje de la unidad republicana centralista y democrática; con acierto ante-puso la concordancia entre independentistas, a la consecución del objetivo transformador de la sociedad. Pero a diferencia del Colegio Electoral Revisor que aprobó dicho acuerdo, el Congreso Federal lo rechazó, pues exigía que el gobierno de Cundinamarca abandona-ra sus características organizativas internas. Entonces el Senado de Bogotá otorgó a Nariño amplísimas facultades, que éste aprovechó para llamar a las armas a todos los ciudadanos entre quince y cua-renta y cinco años de edad, en una gigantesca leva popular que no

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tenía en cuenta clases ni colores. En estas circunstancias, Carbonell estructuró sus famosos Comandos –más conocidos como “Cuerpo de Pateadores”-, que impusieron el predominio artesano en Bogotá.

Fortalecido su bando, Nariño reactivó las negociaciones con los fede-ralistas quienes el 31 de julio aceptaron rubricar el Tratado de Santa Rosa. Éste signiicaba un nuevo reconocimiento a la supremacía de esa instancia federativa, y acordaba colocar los ejércitos de Cundi-namarca bajo el mando del referido Congreso. Después el gobierno bogotano designó a sus representantes al mencionado cuerpo legis-lativo Federal, liberó a los apresados por los “Pateadores” y disolvió dicho cuerpo, así como las demás organizaciones que respondían a esa tendencia. El rechazo artesano a estas últimas medidas fue tan grande, que Nariño debió renunciar a la presidencia el 18 de agosto; esto provocó el fraccionamiento cundinamarqués, que fue bien apro-vechado por los federalistas, quienes enterraron el recién irmado pacto y enviaron sus tropas contra Bogotá. En esta ciudad se convocó entonces a otra Representación Nacional, en la que José María Carbo-nell pronunció el 10 de septiembre de 1812 un exaltado discurso con-tra la oligarquía; en su oratoria, también exigió la entrega de armas al pueblo e imploró que de inmediato se designara a Nariño como Dictador. Dichos planteamientos fueron aprobados, la Constitución suspendida, y devueltas al político renunciante sus extensas prerro-gativas previas, que enseguida utilizó para publicar trascendentales decretos. Entre todos descollaron dos: el que llamaba a las armas a todos los ciudadanos de quince a sesenta años, y el que coniscaba los bienes a quien conspirase contra la seguridad del Estado.

Bolívar en Venezuela y Nueva Granada

A ines de 1812 Bolívar desembarcó en Cartagena, emitió el 15 de diciembre un célebre Maniiesto, aceptó el cargo de jefe militar de la plaza de Barrancas, atacó a las tropas colonialistas, cruzó el Mag-dalena, ocupó tres villas –Tenerife, Mompox y Ocaña-, y en recom-pensa recibió la ciudadanía y el grado de brigadier neogranadino.

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Después dispuso el avance de sus efectivos hacia Venezuela. Pero dicha decisión provocó un fuerte enfrentamiento con los disidentes oiciales Manuel Castillo y Francisco de Paula Santander, quienes se negaron a secundar sus proyectos. Entonces ambos abandonaron el contingente invasor y marcharon hacia la retaguardia.

A pesar de este percance, Bolívar persistió en sus propósitos y con rápidas operaciones militares inició su Campaña Admirable, que lo condujo a tomar la ciudad de Mérida. Sin embargo, aunque durante dicha ofensiva Bolívar actuó como un típico mantuano, a medida que avanzaba aumentaban sus fuerzas debido a la crueldad ejercida por los españoles, quienes desempeñaban en todas partes el papel de reclutadores para el ejército que combatía por la Independencia (43). Por eso engrosaban sus efectivos liberadores, y no porque a las masas populares se les hubiese ofrecido mejorar su situación socio-económica, en caso de que fuese derrotado el régimen abso-lutista. El propio Bolívar así lo relejó en su proclama de “Guerra a Muerte”, cuyos párrafos principales sólo hacen un incisivo llama-miento a la ascendente nacionalidad, sin realizar comentario algu-no sobre los anhelos y necesidades de los humildes y oprimidos:

“Todo español que no conspire contra la tiranía a favor de la justa causa, por los medios más activos y eicaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria (...). Y vosotros, Americanos, que el error o la peridia os ha extraviado de las sendas de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persuasión de que vosotros no podéis ser culpables” (44).

Los ejércitos del colonialismo no pudieron detener la acometida de los soldados independentistas, que penetraron victoriosos en Cara-cas el 7 de agosto de 1813, donde entre vítores y gran alegría Bolívar fue proclamado Libertador y Presidente de la Segunda República. Sin embargo el triunfo sólo era parcial, pues en la costa el impor-

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tante Puerto Cabello permanecía entre las manos españolistas, a la vez que en el interior surgía la terrible fuerza militar de los llaneros. Estos fabulosos jinetes de las planicies ganaderas ubicadas entre las montañas del litoral y las márgenes del Orinoco, tenían por caudillo a un torvo peninsular; se llamaba José Tomás Bóves, quien les había convencido de que los plantadores eran sus principales enemigos, y no la metrópoli. Para lograr el respaldo a la causa de España, el perspicaz asturiano había proclamado la abolición de la esclavitud y entregado a la furia de su tropa las considerables propiedades y hermosas mujeres de los ricos de Venezuela. Pero esto no era más que una táctica demagógica, pues la depravadora política contra los bienes de los mantuanos en nada alteraba la existencia del re-trógrado régimen impuesto por la metrópoli feudal y absolutista; en aquella época la metamorfosis verdadera de la sociedad tenía que empezar por la independencia, para luego acometer tan pronto como fuese posible la transformación progresista o revolucionaria de la realidad socioeconómica, cuyo carácter entonces estaría seña-lado por la clase y sector o alianza social que emergiera triunfante del proceso emancipador. En síntesis, la política de Bóves –o la de los colonialistas en Santa Marta- solo tenía un oportunista sentido temporal, pues de haber sido derrotada la lucha independentista, la metrópoli en su momento apropiado –como tantas veces lo había demostrado la historia colonial- hubiera echo retornar las cosas a su precedente y tradicional status.

El empuje de Bóves y sus llaneros obligó a Bolívar a combatir en dos frentes, por lo cual tuvo que dividir su ejército sin engrosarlo con des-tacamentos populares; aunque en San Mateo el Presidente otorgó la libertad a sus propios esclavos. Pero la mayoría de sus oiciales repu-dió dicho ejemplo. Eran plantadores que rechazaban cualquier dispo-sición contraria a sus intereses, por lo cual a partir de ese momento las pugnas internas se reavivaron, y resurgieron las mismas contradiccio-nes políticas que dos años antes habían derrotado a Miranda. Y como la Primera, la Segunda República Venezolana, se desplomó.

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En Nueva Granada, la guerra civil entre independentistas desa-rrollada entre el 2 de diciembre de 1812 y el 9 de enero del año si-guiente, terminó a las puertas de Bogotá con la derrota del ejército de las Provincias Unidas; éstas, bajo la presidencia de Camilo To-rres, aglutinaban ya la mayor parte del antiguo territorio virreinal. A pesar de su victoria, en las reuniones para negociar la paz Na-riño rehusó aprovechar la superioridad militar cundinamarque-sa en beneicio propio, pues en primer lugar anhelaba la concor-dancia entre todos los proclives a la emancipación. Sabía que eran tiempos de peligro, pues las tropas colonialistas procedentes del Perú y Quito engarzaban con sus congéneres de Pasto y Popayán. Y avanzaban. Con el propósito de parar dicha reaccionaria embes-tida, Nariño decidió sumar esfuerzos y marchar hacia el frente del Sur. Por eso anunció en junio 13 de 1813 que acataría las exigencias del Congreso –trasladado de Ibaqué a Neiva- así como los prin-cipios del Acta Federal, a cambio de la aceptación de su proyecto militar. Consistía éste en concentrar los efectivos bélicos neograna-dinos en la zona meridional, con el objetivo de iniciar una ofensiva independentista que culminara en el virreinato del Perú, bastión del feudalismo colonialista. Tras lograrse un acuerdo, contingen-tes federalistas y cundinamarqueses partieron rumbo a la zona de los combates bajo el mando de Nariño, quien a su paso liberaba los negros esclavos de las minas a condición de que lucharan con denuedo a favor de la independencia. Pero esta práctica encon-tró a principios de 1814 el rechazo del Congreso Federal, el cual emitió un decreto prohibiendo que Nariño tomara medida alguna con respecto a la esclavitud, porque dicha potestad “no le estaba expresamente atribuida por el Acta de la Federación”. Por desgra-cia este no fue el único diferendo con los federalistas, pues tras la toma de Popayán los oiciales que respondían al Congreso se negaron a proseguir la marcha hacia el Sur. Escindidas esas fuer-zas, el asalto cundinamarqués a Pasto fue tal desastre, que incluso Nariño fue apresado el 14 de mayo.

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Bolívar desembarcó en Cartagena en septiembre de 1814, cuando en esta ciudad se desarrollaba una fuerte pugna entre los adeptos de la causa localista –dirigida por Manuel Castillo-, y los pardos encabe-zados por los hermanos Gutiérrez de Piñeres. Sin desear conlictos con el hombre que se opusiera a su Campaña Admirable, Bolívar se dirigió a Tunja, a donde se había desplazado el Congreso de las Provincias Unidas de Nueva Granada. En éste, las concepciones gu-bernamentales habían cambiado en sentido positivo bajo el acicate de las continuas derrotas militares. Además, el gobierno federal no se disolvía ya en anónimas e ilocalizables autoridades que dele-gaban sus funciones en esporádicos comités; la práctica guberna-mental cotidiana había provocado el surgimiento de un Triunvirato Ejecutivo electo por el Congreso, que había logrado centralizar las actividades concernientes a la guerra y al isco, cuyos ingresos se tornaban mayores debido al traslado de los principales gravámenes provinciales hacia la hacienda federal.

En Tunja se comisionó a Bolívar para que incorporase por las ar-mas Cundinamarca a la Federación, pues tras la partida de Nariño y de los contingentes artesanos al frente de batalla, Bogotá había caído en manos de una tendencia escisionista y clerical. A pesar de que la Iglesia santafecina excomulgó al “ateo e impío Bolívar” (45), éste ocupó con sus fuerzas la ciudad el 12 de diciembre de 1814 y allí trasladó al Congreso Federal. Luego se le nombró jefe de la plaza de Cartagena y se ordenó a Castillo que se le subordinara, para juntos liberar Santa Marta y después invadir Venezuela en una segunda campaña militar. Pero Castillo se negó. Erigido en tiránico gobernante, impuso en la ciudad un régimen de terror, suprimió las libertades públicas, prohibió las reuniones, clausuró las imprentas democráticas, llenó las cárceles de pardos, persiguió a los Gutiérrez de Piñeres y coniscó sus bienes, colocó en la primera magistratura al más rico comerciante de la plaza, y prohibió a Bolívar entrar en el territorio bajo su control. En estas circunstancias llegó la noticia de que se acercaban a las costas caribeñas los poderosos refuerzos

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enviados desde España por Fernando VII. Entonces Bolívar decidió no reiniciar la guerra civil, presentó su renuncia y el 9 de mayo de 1815 zarpó hacia Jamaica.

Poco después comenzaba el terrible sitio colonialista a Cartagena, que duró desde el 15 de agosto hasta el 5 de diciembre, cuando unos pocos sobrevivientes lograron evacuar la ciudad. Dominado el litoral, las tropas metropolitanas penetraron hasta el centro de Nueva Granada con el propósito de conquistar la capital, que to-maron el 6 de mayo de 1816. La cruel represión absolutista igualó a todos, pues no se hicieron distingos en los fusilamientos; entre otros fueron ejecutados Manuel Castillo, Camilo Torres y José María Carbonell. Solo unos cuantos, como el coronel Francisco de Paula Santander, lograron huir hacia los Llanos Orientales. Se frustraron así las primeras repúblicas norandinas.

IV.4) Fraccionamiento rioplatense

Invasiones inglesas a Buenos Aires y Montevideo

El poderoso ejército inglés que desembarcó el 25 de junio de 1806 a las puertas de Buenos Aires, provocó el pánico del Virrey absolutis-ta quien huyó despavorido de la ciudad, la cual dejó a merced de los invasores. Pero las fuerzas de la ascendente nacionalidad en el Río de la Plata –bajo la dirección de Santiago Liniers-, se reagrupa-ron en la banda oriental del río Uruguay, aprovisionadas por el Go-bernador español de Montevideo. Dichos efectivos, integrados por elementos de la burguesía ganadera –y su gauchada- que encabeza-ba Juan Martín de Pueyrredón, así como por las milicias patricias de los comerciantes porteños al mando de Cornelio Saavedra, realiza-ron un ataque coaligado que derrotó a los invasores, quienes deci-dieron reembarcar el 12 de agosto. Alcanzado el triunfo tuvo lugar un acto insólito, pues en un Cabildo Abierto se depuso al cobarde Virrey, y en su lugar se eligió a quien había dirigido la reconquista de Buenos Aires. Semejante proceder hubiera sido inaceptable para

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la Corona absolutista en cualquier otra situación. Sin embargo se cambiaba de época, y en los nuevos tiempos que se vivían, el deca-dente colonialismo español se veía obligado a ratiicar la decisión de los bonaerenses; la correlación de fuerzas en el Río de la Plata no le permitía al Trono brindar a ese problema otra solución.

Los británicos, por su parte, no se dieron por vencidos. Prepararon una expedición mayor que esta vez debería iniciar sus operaciones por Montevideo, para evitar así una repetición de su fracaso an-terior. Pero el cambio táctico tampoco les trajo el triunfo; aunque lograron ocupar la capital de la gobernación oriental, los ingleses no pudieron tomar Buenos Aires, que resistió sin ceder. Por ello, los agresores fueron deinitivamente obligados a reembarcar, en julio de 1807.

Al llegar a Sudamérica en 1808 las noticias de la invasión napo-leónica a la península ibérica, los comerciantes de Montevideo –en su mayoría españoles adictos a la metrópoli- temieron que el vi-rrey Liniers pudiera implantar alguna disposición contraria a sus intereses. Y para evitar cualquier medida en dicho sentido, el 24 de septiembre de ese año formaron una Junta de Gobierno que pro-clamó su idelidad al depuesto Fernando VII. Pronto, sin embargo, las causas de sus preocupaciones desaparecieron, pues un nuevo Virrey español ocupó el gobierno de Buenos Aires en julio de 1809.

La política represiva del recién nombrado funcionario absolutista se evidenció en toda su magnitud, cuando las criollas juntas guber-namentales altoperuanas de Chuquisaca y La Paz proclamaron sus propósitos separatistas. Sobre esos patriotas marcharon entonces las tropas del virreinato rioplatense –así como las enviadas desde el Perú-, las cuales liquidaron toda resistencia en el mes de diciembre. Estos sangrientos hechos, unidos a las informaciones acerca de la caída de Sevilla a manos de los franceses, pusieron en efervescencia a la opinión pública del Virreinato. Ante dicha situación, ganaderos y comerciantes porteños exigieron que se formara el 25 de mayo de

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1810 una Junta de Gobierno, en la cual preponderaron las tenden-cias más progresistas debido a las presiones populares.

Mariano Moreno y la Junta de Mayo

El muy inluyente Secretario del movimiento juntista bonaerense era un joven revolucionario llamado Mariano Moreno, quien ha-bía alcanzado notoriedad con su famoso alegato de 1809 conocido como Representación de los Hacendados. Aunque dicho documento en parte defendía a los comerciantes portuarios, pues se pronunciaba a favor de la libertad del comercio –no del librecambio-, tenía tam-bién en cuenta los intereses de los artesanos; su propuesta se basaba en un sistema que lograse la igualdad de intercambio mercantil con el exterior, para que no fueran importados valores superiores a los vendidos en el extranjero. Con tal propósito sugería que se esta-bleciera un recargo proteccionista del 20 por ciento sobre el lienzo inglés, a in de evitar la ruina de los tucuyos o producciones artesa-nales de las provincias interiores rioplatenses.

En tanto que miembro de la Junta Provisional Gubernativa, Moreno expuso el 30 de agosto de 1810 un audaz Plan de Operaciones ins-pirado en criterios jacobinos, el cual consistía en coniscar todos los bienes de los enemigos de la independencia, con el objetivo de que dichas riquezas sirvieran a la manutención del ejército patriota en formación. El radical proyecto contemplaba también nacionalizar los yacimientos mineros, realizar una reforma agraria, y controlar a los comerciantes porteños mediante una estricta reglamentación del intercambio con los demás países. Después, durante los meses de octubre y noviembre del propio año, Moreno delineó su convo-catoria a un Congreso Constituyente; sus miembros deberían ser verdaderos representantes de la voluntad e intereses de sus distin-tas regiones de procedencia, pues decía que sólo así primaría la so-beranía popular mediante un auténtico pacto social entre pueblo y gobierno. A la vez, periló las características que un posible texto a sugerirle a dicha convención pudiera tener, y en el cual se pronun-

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ciaba a favor de una república centralizada; ésta debería ser capaz de transformar homogéneamente la sociedad, y susceptible de esta-blecer sólidas alianzas defensivas con los países vecinos. Asimismo abogó porque la futura Constitución señalara límites a la autoridad de los gobernantes, contemplara el equilibrio entre los poderes del Estado, e indicara con claridad los deberes y derechos de los ciu-dadanos.

Gran adepto a la revolucionaria doctrina de Rosseau, Moreno reedi-tó su Contrato Social (46) cuyo prólogo escribió.

La oposición a la llamada Junta de Mayo por parte de los reacciona-rios –fuesen éstos del Alto Perú o españolistas de Montevideo-, no se hizo esperar, por lo que Moreno decidió pasar a la ofensiva. Entonces nombró a un abogado “jacobinista” y vocal del equipo gu-bernamental llamado Juan José Castelli, jefe del denominado Ejér-cito del Norte, el cual de inmediato marchó contra los terratenientes feudales altoperuanos. En su avance, Castelli liquidó un complot absolutista en Córdoba –del que formaba parte Liniers-, obtuvo una gran victoria en Suipacha el 7 de noviembre de 1810, y alcanzó las villas de Chuquisaca y Potosí. Luego emitió trascendentales decre-tos que implicaban profundas transformaciones; eliminó el pago del tributo indígena, repartió en pequeñas propiedades –entre quienes las habían trabajado- las grandes haciendas, proclamó la igualdad de los hombres y a todos sin distingos los declaró ciudadanos.

En lo concerniente a la Banda Oriental y con el propósito de forta-lecer las posiciones de la Junta, Moreno habilitó como puerto a la bahía de Maldonado; así evitaba que las poblaciones uruguayas de-pendieran de los mercaderes de Montevideo. También dispuso, el 30 de agosto de 1810, que se atrajera a José Gervasio Artigas, tanto “por su conocimientos, que nos consta son muy extensos en la cam-paña, como por sus talentos, opinión, concepto y respeto”. Este va-liente soldado era el más prestigioso representante de los ganaderos orientales, exportaba por medio de su propia barraca o almacén, y

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se había distinguido por su heroísmo en los combates contra las dos invasiones británicas.

En tanto que Secretario del gobierno, Moreno por sus concepcio-nes había aterrorizado a muchos que a su lado formaban también parte de la Junta, sobre todo a los grandes comerciantes porteños o importantes ganaderos, quienes planearon su eliminación. Para culminar sus propósitos, dichos moderados elementos convocaron a hombres de las provincias del interior, adictos a criterios socioe-conómicos conservadores. Tal vez un buen ejemplo de ello fuese el deán Gregorio Funes, reaccionario sacerdote que representó a Cór-dova en la Junta Ampliada, en la cual fue activo conspirador contra el radical Moreno. De esa manera éste y sus simpatizantes queda-ron en minoría, por lo cual fueron obligados a renunciar. A ello se unió la derrota del ejército revolucionario de Juan José Castelli en Huaqui, el 20 de junio; esta batalla se perdió, porque los podero-sos terratenientes feudales del altiplano traicionaron al movimiento emancipador, luego del anuncio de las ya mencionadas radicales medidas transformadoras. Entonces la Junta Ampliada aprovechó el desafortunado combate, para liquidar la subsistente inluencia pequeño burguesa en la tropa, y a la vez lanzar a Castelli a la cárcel, donde al poco tiempo falleció.

Artigas y el Reglamento Provisorio de 1815

A partir del llamamiento que Moreno le hiciera desde la Junta de Mayo, Artigas comenzó el trabajo de sumar prosélitos, actividades que le condujeron incluso hasta Entre Ríos donde captó un gran número de seguidores. Pero las tareas organizativas se diiculta-ron mucho en la Banda Oriental, con la llegada a Montevideo de un nuevo Virrey absolutista para el Río de la Plata; éste, al no ser autorizado a desembarcar en Buenos Aires, le declaró la guerra a la Junta Ampliada el 12 de febrero de 1811. Entonces Artigas cru-zó el estuario con el propósito de preparar en territorio libre una expedición que le permitiera desarrollar las hostilidades contra el

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colonialismo, en su tierra natal. Mientras, un grupo de sus antiguos compañeros también ex-oiciales de Blandengues (47), apoyados por algunos grandes ganaderos y saladeristas, junto a medianos y pequeños burgueses vinculados a la tierra o al comercio minorista, así como campesinos y trabajadores rurales, se sublevaron el 28 de febrero de 1811 mediante el llamado Grito de Ascensio. De inme-diato Artigas regresó a su región de origen por La Calera y sostuvo los combates de San José y Las Piedras; estas victorias redujeron el control españolista a la sitiada ciudad de Montevideo, y colocaron al prócer en la vanguardia del movimiento revolucionario oriental. Pero en Buenos Aires, el ahora conservador movimiento juntista desconiaba de cualquier lucha que adquiriese ribetes populares. Por ello encomendó el asedio del puerto uruguayo a un jefe de ilia-ción moderada llamado José Rondeau, quien pactó en breve tiempo con los absolutistas y suspendió las acciones bélicas.

Al principio Artigas acató disciplinadamente esta orden. Sin em-bargo, dada la repulsa generalizada de la población a esas medidas conciliatorias, decidió en octubre de 1811 emprender hacia la sep-tentrional zona de Ayuí una épica retirada. El éxodo fue masivo, porque las gentes preferían abandonar sus moradas antes que acep-tar otra vez la dominación absolutista. Esta patriótica y multitudi-naria respuesta, fundió a Artigas con vastos y humildes sectores de la sociedad, cuya idelidad jamás traicionó.Los turbios manejos de la Junta Ampliada le granjearon el repudio total del pueblo bonaerense, razón por la cual dicho gobierno tuvo que renunciar. En su lugar surgió en diciembre de 1811 el primer Triunvirato –cuyo secretario era Bernardino Rivadavia-, quien pron-to demostró la misma orientación elitista de los comerciantes por-teños encabezados por Cornelio Saavedra. En esas circunstancias desembarcó en el Río de la Plata, el 9 de marzo de 1812, el teniente coronel José de San Martín. Este correntino de nacimiento, de estirpe y profesión militares, se había destacado durante la guerra contra la invasión napoleónica en España, donde ingresó en la ilial de la

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mirandina Gran Reunión Americana. En ella juró batallar por la in-dependencia del Nuevo Continente y sólo reconocer por gobiernos legítimos, los elegidos por la libre o espontánea voluntad de los pue-blos. En Buenos Aires se le encargó a San Martín que organizase un escuadrón ecuestre, el cual con el tiempo se convirtió en el núcleo central del legendario regimiento de granaderos a caballo; también fundó junto con otros jóvenes oiciales la Logia Lautaro, con el pro-pósito de inluir por medio de ella en el rumbo político del proceso rioplatense. Uno de los preceptos de esta asociación estipulaba, que al resultar electo cualquiera de sus miembros para el supremo go-bierno del Estado, no podía tomar por sí mismo resoluciones tras-cendentales sin consultarlas antes en el seno de la organización. La pujanza de esta notable sociedad independentista se evidenció, al decidir sus integrantes deponer al triunvirato en funciones. Con el in de cumplir dicho acuerdo San Martín se sublevó en octubre, tras lo cual se formó el Segundo Triunvirato que sobre todo respondía a los intereses de los ganaderos, entre los cuales había ya un fuerte sector saladeril. El nuevo equipo de gobierno tenía como principal función, celebrar comicios para elegir en 1813 un Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Los términos de la convocatoria a la Asamblea del año XIII, no alteraban en nada los conocidos sueños hegemónicos de la élite bo-naerense sobre los demás territorios rioplatenses; el gobierno esta-blecido en esa ciudad, deseaba mantener en la región el monopolio portuario que sus comerciantes habían heredado del absolutismo colonial. Dichos anhelos hacía ya dos años habían chocado con la irme oposición de los burgueses del Paraguay, quienes deseaban negociar sus mercancías con Europa sin transitar por el exclusivista y lejano puerto de la antigua capital virreinal. Por ello en 1811 las milicias paraguayas habían compelido al gobernador peninsular –que no disponía de tropas propias- a que les permitiera rechazar el ejército enviado desde Buenos Aires. Pero una vez alcanzada la victoria en las batallas de Tacuarí y Paraguarí, los milicianos de-

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pusieron a las autoridades absolutistas. Y al unísono convocaron a un Congreso General de la gobernación, cuya elección debería rea-lizarse mediante el voto censatario. Debido a esos restringidos pre-ceptos electorales, en dicha asamblea los delegados de la pequeña burguesía dirigidos por Gaspar Rodríguez de Francia, quedaron en minoría. Entonces la tendencia mayoritaria reconoció la soberanía de Fernando VII, aprobó la libertad de comercio, eliminó el estanco del tabaco, y a pesar de los choques armados que se habían produ-cido, se esforzó por negociar un acuerdo con los bonaerenses. En esa capital portuaria, sin embargo, el gobierno de turno no solo se negó a considerar las peticiones de los referidos provincianos me-diterráneos, sino que aumentó los gravámenes a pagar por sus ex-portaciones. La insolente actitud porteña colocó a los comerciantes y latifundistas paraguayos en una crucial disyuntiva: someterse a Buenos Aires o proclamar la independencia.

Ante el dilema, la presión ejercida por la pequeña burguesía chacrera fue decisiva, pues entonces el mencionado Dr. Francia tuvo que ser incorporado al ejecutivo gubernamental en Asunción y autorizado a organizar sus propias tropas. También se acordó convocar en 1813 a un nuevo Congreso General, en el cual podrían ser electores todos los partidarios de la independencia paraguaya, con el in de consti-tuir un cuerpo legislativo basado en la representación proporcional de las diversas zonas del país. De esta manera se eliminó a muchos comerciales españolistas, mientras los latifundistas quedaban en mi-noría; la mayor parte de los delegados a la segunda Asamblea fueron artesanos de las ciudades así como pequeños o medianos producto-res rurales (48). Acorde con esta composición social, en sus sesiones la referida convención constituyente estableció el sufragio universal masculino, proclamó la República del Paraguay, y por ende rechazó participar en la anunciada Asamblea del año XIII.

En la Banda Oriental, Artigas celebró comicios basados en el sufragio masculino prácticamente universal; sólo excluyó a contrarrevolucio-narios y a españoles, del importante proceso de elegir delegados al

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Congreso Constituyente de 1813. A quienes fueron seleccionados, el célebre caudillo impartió sus famosas Instrucciones del año XIII –inluidas por criterios girondinos- cuyos principales acápites esta-blecían: tripartición de poderes del Estado, libertad civil y religiosa así como de pensamiento, e independencia completa de España en una república instituida con autonomía e igualdad para todas las provincias; éstas deberían deinir –por ellas mismas- las muy preci-sas atribuciones de las autoridades nacionales. Luego, las referidas ideas quedaron plasmadas en el llamado Pacto del 19 de abril de 1813, que delineaba el federalismo artiguista de la siguiente manera:

“La provincia Oriental entra en el rol de las demás provin-cias unidas. Ella es parte integrante del Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata. Su pacto con las demás provincias es el de una estrecha e indisoluble confederación ofensiva y defensiva. Todas las provincias tienen igual digni-dad, iguales privilegios y derechos, cada una de ellas renun-ciará al proyecto de subyugar a otra” (49).

Los principios políticos expuestos por Artigas resultaban inacepta-bles para la ambiciosa élite burguesa de Buenos Aires; ella anhela-ba mantener el régimen centralista heredado del absolutismo, para conservar en beneicio propio el monopolio de las percepciones aduaneras, que generaba el intenso tráico mercantil del exclusivis-ta puerto. A la vez, dicho grupo social deseaba impedir transforma-ciones de cualquier índole, por lo cual anhelaba que se implantara un conservador sistema monárquico-constitucionalista. Por eso, el Segundo Triunvirato anuló el mandato de los delegados orientales, y efectuó en dicho territorio nuevas elecciones, para las cuales im-puso un limitado voto censatario bajo estricta supervisión guberna-mental. Aunque el Congreso General de 1813 estuvo controlado por los sectores moderados de la burguesía bonaerense, la presión po-pular obligó al referido cónclave a: prohibir las torturas como prue-ba judicial, abolir la Inquisición, supeditar la jerarquía eclesiástica a la civil, dar asilo a los esclavos que se fugaran del Brasil, proclamar

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la libertad de vientres, y asumir la soberanía en nombre del pueblo. Sin embargo, formalmente no declaró la independencia rioplatense, a pesar de que se había puesto –de hecho- in al gobierno de Espa-ña sobre esta región.

Luego, el mencionado cónclave dispuso que el Segundo Triunvirato cediera el puesto a Gervasio Posadas, nombrado Director Supremo.

Artigas se rebeló contra la arbitraria orden de los triunviros, que habían destituido a los representantes populares de la población oriental para en su lugar colocar a otros, aristocratizantes. Aban-donó entonces con sus fuerzas el segundo asedio de Montevideo, e hizo la guerra contra el centralismo conservador y oligarquizante de Buenos Aires. También, con el propósito de alcanzar sus objeti-vos federalistas, forjó alianzas con las provincias del Litoral –Co-rrientes, Santa Fe, y Entre Ríos- donde predominaban concepciones similares a las suyas. Esos territorios se rebelaron entonces contra la prepotencia tradicionalista de la antigua capital, bajo el lema de ¡Viva Artigas y la Federación!, tras lo cual otorgaron al prestigioso caudillo el honroso título de Protector de los Pueblos Libres. Éste, a partir de ese momento, coniscó las haciendas que sus enemigos tenían en los dominios de la Liga Federal, y con el propósito de con-vertirla en un ámbito económico integrado, se empeñó en estruc-turar una verdadera unión aduanera; ésta debería incluir a todos y reglamentar sus nexos con el exterior, pues deseaba compaginar los intereses exportadores de los ganaderos con los de quienes reclama-ban protección para sus artesanías.

El empuje militar del federalismo obligó a los bonaerenses a retirar todas sus tropas de la banda oriental después de la batalla de Gua-yabo, el 10 de enero de 1815. Alcanzado este gran triunfo, Artigas no consideró indispensable residir en el liberado Montevideo y se dedicó a fortalecer los gobiernos provinciales autónomos, para que resolvieran por sí mismos sus asuntos internos. No obstante tam-poco olvidó a Buenos Aires, con el cual la Liga Federal que dirigía

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entabló negociaciones. Pero de inmediato se evidenció que los cen-tralistas sólo deseaban ganar tiempo para restablecer sus deteriora-das fuerzas.

Al comprender que ningún acuerdo se podría realizar con dicha tendencia conservadora, Artigas convocó a un Congreso rioplaten-se en la entrerriana ciudad de Concepción del Uruguay al que asis-tieron las provincias ya incorporadas a la Liga, así como Córdoba. Sus sesiones comenzaron el 23 de junio con el propósito de organi-zar una federación aún más amplia, razón por la cual los delega-dos acometieron un nuevo esfuerzo por lograr un entendimiento con Buenos Aires. Pero dicha ciudad lo rechazó. Luego, durante sus deliberaciones, la Asamblea Federal aprobó el 10 de septiembre de 1815 un revolucionario proyecto de Artigas denominado Reglamen-to Provisorio. Éste planteaba llevar a cabo una reforma agraria en las tierras baldías y coniscar los dominios rurales de los adeptos a España, en cuya distribución se establecería una clara preferencia por los criollos pobres, los negros libres y los indios, así como por los zambos; se denominaba así, a los mestizos descendientes de la unión de éstos dos últimos.

Esa forma de repartir en pequeñas propiedades los terrenos incau-tados a los enemigos, tenía por objetivo forjar una sólida alianza de clases bajo la dirección de la burguesía. Pero los grandes ganade-ros federalistas la aceptaron con disgusto, y solamente debido a su tenso enfrentamiento con Buenos Aires; en realidad, ellos deseaban adquirir en subasta dichos predios con el propósito de incremen-tar sus posesiones. Por ello, desde entonces, los que formaban ese grupo social buscaron una oportunidad apropiada para deshacer-se del “demasiado” radical Protector. Así se evidenciaba que, diri-gidos por Estanislao López y Francisco Ramírez, esos moderados burgueses sólo representaban a uno de los grupos de la ascendente nacionalidad, en conlicto con los demás, en la lucha por constituir un Estado Nacional.

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Además, a instancias de Artigas, dicha Asamblea Federal también aprobó un arancel general que eximía de tasas el comercio interpro-vincial, descentralizaba el pago de los impuestos al tráico mercantil con el extranjero, gravaba la importación de los artículos foráneos competitivos de los autóctonos, auspiciaba la exportación de pro-ductos rioplatenses, y favorecía el intercambio entre las distintas re-giones hispanoamericanas. Asimismo el importante documento pro-piciaba la unión aduanera de las provincias mediante el irrestricto empleo de las facilidades portuarias orientales, necesario punto de partida para lograr primero la integración económica, y después la política. También en lo relacionado con el sufragio, Artigas evidenció de nuevo sus simpatías por las ideas más avanzadas, pues otra vez favoreció su ejercicio por los hombres humildes, y en la medida de sus facultades se esforzó por que fuese lo más amplio posible.

Las perspectivas conservadoras de Buenos Aires decayeron a me-dida que el empuje artiguista se fortaleció. Por ello tras la derrota del Guayabo, Posadas tuvo que abandonar el poder ejecutivo, aun-que inalmente todo quedó igual, pues heredó el cargo su sobri-no Carlos Albear, quien pronto dispuso que se organizaran otros contingentes para enviarlos contra los federalistas. Con ese mismo propósito, el nuevo Director Supremo también intentó presionar a San Martín –entonces gobernador de Cuyo-, para que sus efectivos militares los traspasara a las órdenes de oiciales bonaerenses, y así poder lanzarlos contra Artigas.

San Martín rechazó esta sugerencia, a la vez que las tropas despa-chadas hacia Santa Fe bajo el mando de Ignacio Álvarez Thomas se sublevaban, en reclamo de un entendimiento con el federalismo. Ambos hechos tuvieron grandes consecuencias; el acobardado Al-bear precipitadamente abandonó el gobierno y huyó hacia Río de Janeiro, lo cual dejó en el limbo a la misión que él y otros monár-quico-constitucionalistas habían enviado a Europa. Dicha comitiva, encabezada por Rivadavia, Manuel de Sarratea y Manuel Belgrano, acababa de inicialar el 16 de mayo de 1815 un documento según el

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cual en Buenos Aires sería nombrado Rey un príncipe español. Éste, a su cargo tendría la administración del país, y crearía una casta de nobles compuesta por duques, condes y marqueses. Pero el nuevo clima político rioplatense resultaba cada vez menos favorable para el establecimiento de un Trono; por lo que esta propuesta borbónica no prosperó. Además, el Congreso que se celebraba en Concepción del Uruguay atraía cada vez más el interés de amplios sectores, y provocaba un mayor apoyo a la causa republicana. De forma que ni siquiera la ulterior sugerencia hecha por Belgrano, de entregar la Corona a un recién excarcelado –de la prisión colonialista en Ceuta- hermano de Tupac Amaru, logró tener aceptación.

Entonces se discutía mucho en todas partes. No sólo sobre las for-mas asumibles por la independencia, sino también acerca de la irri-tación popular existente a causa de los decretos del 30 de agosto de 1815. Éstos concernían al trabajo y las obligaciones de las peonadas en el campo, pues la élite deseaba que gauchos y campesinos sin tierra fueran adscriptos de manera ija a determinados hacendados so pena de considerarlos vagos, lo cual contrastaba notablemente con lo estipulado en el Reglamento Provisorio de Artigas.

La designación de Álvarez Thomas como Director Supremo interi-no tornó diicilísima la situación política de los comerciantes y ga-naderos de Buenos Aires. A esto se añadió el hecho de que Martín Güemes, caudillo de los guerrilleros que en Salta detenían la in-vasión absolutista procedente del Alto Perú, también defendiera la causa de la Federación, mientras la provincia de La Rioja adoptaba una actitud separatista. Parecía que el mundo defendido por los porteños centralistas se iba a desmoronar. Eso indujo a la burguesía bonaerense a echar mano a un último recurso para esconder sus posiciones, por lo cual convocó a un Congreso General en Tucumán que esperaba no suscitase desconianza; dicha ciudad del interior aparecía como alejada de la inluencia de Buenos Aires. A pesar de esta hábil maniobra, a la pequeña asamblea solo asistieron delega-dos de la capital, Cuyo, y algunos otros representantes del interior.

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Se llegó así al 9 de julio de 1816, cuando se proclamó la Repúbli-ca de las Provincias Unidas de Sud América, nueva entidad estatal cuyo primer Director Supremo fue Juan Martín de Pueyrredón. Éste concertó enseguida un empréstito con Gran Bretaña para abastecer a sus tropas y pactó en secreto con el colonialismo portugués, que prometió luchar contra Artigas desde el territorio brasileño. En fun-ción de este acuerdo y a partir de la frontera septentrional, en agosto de 1816 el ejército lusitano avanzó por la Banda Oriental, mientras desde el sur los soldados bonaerenses la invadían. La desigualdad de fuerzas hizo su tarea, y en enero del 1817 los regimientos de Por-tugal ocuparon Montevideo a pesar de la heroica resistencia de los tupamaros, como se denominaba entonces en honor a la gesta de Tupac Amaru II, a los humildes combatientes artiguistas.

En 1819 el Congreso de las Provincias Unidas se trasladó a Bue-nos Aires y emitió una Constitución unitaria, la cual otorgaba al puerto monopolista prerrogativas aún mayores que las heredadas de la colonia; confería al Poder Ejecutivo facultades todavía más amplias que las detentadas por los virreyes absolutistas; e implan-taba el precepto de altos censos para ejercer el sufragio. Pero dado que esas reaccionarias disposiciones en la práctica sólo se aplicaban en la propia provincia capitalina, Pueyrredón dispuso que el Ejérci-to del Norte así como el de los Andes de inmediato se dirigieran a entablar combate con las rivales fuerzas del Litoral. Sin embargo la tropa del frente norteño se negó a cumplir la orden, lo cual obligó al frustrado Director Supremo a renunciar. En su lugar los poderosos comerciantes del puerto trataron de imponer a José Rondeau como sustituto, quien no fue reconocido por San Martín –ya jefe en Chile del victorioso Ejército de los Andes- el cual se negó a guerrear al lado de los porteños en el renovado conlicto contra los federalistas. Desde ese momento, el nuevo ejecutivo temió por el futuro de los proyectos perilados con Luís XVIII, con quien se había estipulado la coronación del Duque de Luca –de la Casa Borbón- como sobe-rano del Río de la Plata. A cambio, el mencionado Rey de Francia

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trataría de inluir sobre Fernando VII, para que desviase hacia otra parte de América el ataque de un gran ejército absolutista acanto-nado en Cádiz.

Buenos Aires resultó derrotado por las fuerzas del federalismo en el combate de la Cañada de Cepeda, el 7 de febrero de 1820. Dicha batalla puso también in a la efímera preponderancia de los comer-ciantes porteños en el seno de la burguesía bonaerense. Ésta, a nom-bre de su provincia, inició entonces conversaciones con los exitosos caudillos de Corrientes, Santa Fe, y Entre Ríos, encabezados por Estanislao López y Francisco Ramírez. Gracias a esa negociación, a los trece días del decisivo choque armado se logró un acuerdo de índole federalista –llamado Tratado de El Pilar-, que sólo mantenía al litigioso puerto algunos de sus antiguos privilegios comerciales; así, Buenos Aires reconocía la libre navegación por los ríos Paraná y Paraguay, a la vez que abandonaba sus proyectos monárquicos. Por su parte, los ganaderos del Litoral renunciaban a su alianza con el Protector de los Pueblos Libres, quien debido a esa traición se encontró en una situación muy desventajosa; luego de cuatro años de cruel guerra contra las tropas portuguesas, la campiña oriental estaba tan desolada que a duras penas sobrevivía en ella la mitad de su pretérita población.

El Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia

El Paraguay, desde los inicios de su independencia sufrió un férreo bloqueo bonaerense, que mucho limitó su comercio con el extran-jero. Dicha agresiva política, unida a la creciente contrarrevolución interna, impulsó al ya jefe del poder ejecutivo Gaspar Rodríguez de Francia –más conocido como “El Pequeño Jacobino”- a incre-mentar la seguridad de la república; entonces se desarrollaron las defensas fronterizas, y se destituyeron de sus cargos públicos a to-dos los enemigos del radical proceso. Después se convocó en 1814 a otro Congreso, en el cual gracias al apoyo del campesinado, los chacreros emergieron como el sector dominante en el país. Tras ser

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proclamado Dictador por un período de cinco años, el Dr. Francia abolió la Inquisición; estableció aranceles proteccionistas; implantó el monopolio gubernamental sobre las exportaciones de madera; nacionalizó todas las propiedades de la Iglesia; convirtió los lati-fundios expropiados a los apátridas en propiedades estatales deno-minadas Estancias de la Patria; prohibió enviar metales preciosos al exterior; e impuso la enseñanza pública, gratuita, laica y obligatoria para todos, hasta los catorce años de edad.

Artigas arribó al Paraguay, entonces colindante por Misiones con la Banda Oriental, con un puñado de gauchos e indios charrúas, y al decir de Francia (50): “Sin más vestuario ni equipaje que una chaqueta colorada y una alforja, reducido a la última fatalidad, vino como fugitivo al paso de Itapuá y me hizo decir que le permitiese pasar el resto de sus días en algún punto de la república por verse perseguido. Era un acto no solo de humanidad, sino aún hermoso para la república el concederle asilo” (51).

IV.5) Fracasos populares en México y Centroamérica

La rebeldía de Hidalgo y Morelos

En el enorme territorio de Nueva España, el absolutismo colonial obtenía dos tercios de sus ingresos totales percibidos en Améri-ca. En dicho virreinato, a principios del siglo XIX, la sociedad se caracterizaba por la existencia de tres tipos básicos de actividad económica. En primer lugar se encontraba la agricultura, formada sobre todo por las inmovilizadas propiedades colectivas de la Igle-sia Católica y de las Comunidades Agrícolas Indígenas, que entre ambas compartían –casi en términos de igualdad cuantitativa- dos tercios de todos los predios rurales; en menor medida existían ha-ciendas de terratenientes privados –transmisibles en herencia se-gún el principio feudal del mayorazgo-, latifundios ganaderos, así como plantaciones en la costa y pequeñas o medianas incas agro-pecuarias por doquier. En segundo sitio estaba la minería, cuyo

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origen se remontaba a la época precolombina, que tenía enorme importancia monetaria y laboral. Y al inal venían los talleres que trabajaban para el mercado interno. Éstos se componían de “obra-jes” rurales de autoconsumo indígena –que a menudo producían telas con lana-, y las artesanías comerciales, dedicadas sobre todo a los textiles de algodón. Ambas producciones sobrevivían, porque las rivales manufacturas europeas tenían mayor precio, dado que transitaban por el monopolio comercial español. Y tras llegar al Nuevo Mundo, debían abonar múltiples gravámenes adicionales en beneicio del isco real. Dichas artesanías, en las ciudades alcanzaban notable importancia como fuente de trabajo, fuese para los desposeídos urbanos o para quienes emigraban de campos y minas; siempre existía demanda de mano de obra explotable, debido a la abundancia de materias pri-mas cuyo inanciamiento con frecuencia lo realizaban comerciantes. Por eso, la principal diicultad para la multiplicación de los referi-dos talleres residía en los gremios oiciales; ellos imponían el requi-sito de ser Maestro Tejedor para llegar a ser propietario de uno, y hasta cuatro, puesto que mayor cantidad no se podía legalmente poseer. Sin embargo, las incipientes manufacturas textiles no pade-cían dichas regulaciones. Pero casi siempre sus dueños carecían del suiciente capital para aumentar la producción. Y en las feudales colonias americanas no existían los bancos, que hubieran podido interesarse por realizar algún préstamo.

A comienzos de la nueva centuria, en el Norte minero de México se inició una conspiración criolla cuyo centro se encontraba en Do-lores, y a la cual pronto se integró Miguel Hidalgo y Costilla. Éste había nacido en Guanajuato medio siglo antes, y como adolescente realizó estudios eclesiásticos en el Colegio de San Nicolás –en Va-lladolid, actual Morelia-, del cual más tarde fue profesor y hasta su rector. En la referida zona, los conlictos se acentuaban porque los terratenientes criollos expandían sin cesar sus haciendas, en detri-mento de las tierras de los aborígenes quienes además del oneroso

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tributo real, sufrían el constante ascenso del precio de los productos imprescindibles.

Al enterarse de que las autoridades colonialistas habían descubier-to el complot, Hidalgo decidió en la noche del 15 al 16 de septiem-bre de 1810 proclamar la rebeldía mexicana por medio del llamado Grito de Dolores. Desde ese momento, el audaz cura se reveló como descollante dirigente revolucionario; tenía avanzadas proyecciones ideológicas, estaba deseoso de que se reconocieran los derechos de la Patria y del pueblo, así como los del hombre y el ciudadano; so-ñaba con el surgimiento de un Estado independiente, que se encon-trara en las antípodas del existente, colonial y feudal.

Secundado por los indígenas de la región septentrional del valle del Anáhuac, y antes de haber transcurrido tres meses del alzamiento, Hidalgo había: decretado que se expropiaran bienes de europeos y dispuesto la abolición de la esclavitud así como de la Trata; supri-mido las castas y el pago del tributo real; prohibido las imposicio-nes feudales y los monopolios coloniales; orientado la devolución de las tierras arrebatadas a las poblaciones campesinas originarias e ilegalizado su ulterior arriendo. El célebre cura, más tarde conió a su querido amigo y discípulo –pues también era sacerdote- José María Morelos, que se proponía convocar a un Congreso. Éste sería una instancia superior al gobierno del país, en cuyo proceso de forja estatal debería crear un Banco Central; se desplazaría de ese modo a la Iglesia Católica de su privilegiada posición de única institución inanciera en la sociedad.Con el ferviente apoyo de peones e indígenas, junto a “gañanes” o trabajadores de minas y campesinos pobres, al lado de artesanos e intelectuales y hasta de algunos burgueses –como Ignacio Allende e Ignacio López Rayón-, acompañado de miembros del bajo clero, y con el estandarte de la Virgen de Guadalupe al frente, Hidalgo tomó Celaya, luego ocupó Guanajuato, y por último entró en Va-lladolid. Aquí, luego de enterarse que había sido excomulgado por

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el arzobispo de la ciudad, aceptó su nombramiento como Capitán General del Ejército de Redención de las Américas, título que lue-go trocó por el de Generalísimo. El desplazamiento de la inmensa garulla insurrecta, sin embargo, era una operación muy difícil. Sus integrantes marchaban en tal desorden, que el conjunto asemejaba una cola gigantesca; unos cargaban a sus hijos y otros carneros o cuartos de res, algunos llevaban puertas y mesas o sillas en los hom-bros; todos llevaban algo, pues en su avance las masas saqueaban con tanto furor como indisciplina las propiedades que encontraban a su paso. Eso aterrorizaba a todos los criollos, fuesen comerciantes y plantadores o ganaderos, quienes a pesar de ser miembros de la ascendente nacionalidad, empezaron a considerar como algo mejor cualquier acuerdo con los terratenientes indianos.

El punto culminante de la vertiginosa ofensiva rebelde fue la san-grienta y larga batalla del Monte de las Cruces, donde el 30 de octu-bre decenas de miles de sus desorganizados partidarios alcanzaron una difícil victoria sobre las disciplinadas tropas realistas. Después, por delante sólo les quedaba recorrer el camino hasta la capital del Virreinato. Pero el Generalísimo dijo que prefería regresar hacia el norte, para eludir con esa imprevista maniobra otro costoso cho-que con las fuerzas realistas, cuyos refuerzos se dirigían a marchas forzadas rumbo a ciudad México. Dicha decisión, sin embargo, revelaba en realidad las contradicciones internas del movimiento emancipador; mientras las desposeídas masas sublevadas empu-jaban hacia una revolución popular, la mayoría de los pudientes mexicanos pensaban ya en una alianza con la burocracia metropoli-tana, el alto clero peninsular, y los propietarios españoles asentados en el país.

Tras su derrota militar en Aculco (Querétaro) el 7 de noviembre de 1810, la insurgencia inalmente se escindió, tras lo cual Hidalgo se dirigió rumbo a Guadalajara –segunda villa en importancia en el Virreinato-, donde organizó un gobierno. Un tiempo después, du-rante uno de sus habituales desplazamientos en función de su au-

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toridad, una delación permitió su captura y posterior envío a Chi-huahua, donde se le condenó a muerte. Luego de ser ejecutado el 30 de julio de 1811, su cercenada cabeza fue durante diez años exhibi-da en una elevada jaula de hierro.

El moderado Ignacio López Rayón pretendió sustituir a Hidalgo en tanto que jefe de los rebeldes, con la Junta de Zitacuaro. Pero la revolución exigía otro hombre, y lo encontró en José María Mo-relos, hijo de carpintero y exitoso caudillo militar; había organiza-do muy bien una formidable tropa, estructurada con los pequeños propietarios rurales seguidos de sus peones. Su criterio selectivo era: “Escoger la fuerza con que debo atacar al enemigo, más bien que llevar un mundo de gente sin armas ni disciplina. Cierto que pueblos enteros me siguen a la lucha por la independencia, pero les impido diciendo que es más poderosa su ayuda labrando la tierra para darnos el pan a los que luchamos y nos hemos lanzado a la guerra” (52).

Esta vigorosa fuerza llevó a cabo cuatro grandes campañas milita-res. En la primera obtuvo las victorias de Petlatán, Tecpán, Chilpan-cingo, Tuxtla y Chilapa; en la segunda puso sitio a Cuautla (1812); en la tercera derrotó a los realistas en Huajuapán, y luego tomó Oriza-ba, Oaxaca, hasta que liberó Acapulco el 20 de agosto de 1813. Des-pués Morelos convocó al Congreso de Chilpancingo, que proclamó la Independencia de la República y lo designó Generalísimo de sus ejércitos. Fue entonces cuando pronunció ante dicha magna asam-blea su célebre “Sentimientos de la Nación”, en los cuales expuso sus criterios acerca de las tareas de una revolución democrático-bur-guesa en México. En dicho documento, muy semejante a su previo “Proyecto de coniscación de bienes españoles y criollos españoliza-dos”, Morelos señalaba como enemigos a todos los nobles y ricos, a quienes se debía coniscar sus bienes mediante la proscripción de todas las grandes propiedades –fuesen de la burguesía o de los terratenientes-, pues el sólo defendía o auspiciaba las pequeñas. En ese texto se anunciaba también la expropiación de los bienes de la

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Iglesia, la abolición de la esclavitud así como todos los gravámenes o trabas del absolutismo, los cuales debían ser sustituidos por un im-puesto del 5 por ciento sobre las ganancias. A la vez el referido pro-grama disponía el control del comercio exterior, y formulaba altos aranceles para defender las artesanías y manufacturas autóctonas.

El Congreso, no obstante, se apartó de los radicales lineamientos jacobinistas trazados por Morelos, y en octubre de 1814 emitió en Apatzingan una constitución burguesa que en nada alteraba la opu-lencia de los ricos ni la indigencia de los pobres. Además, a partir de entonces la actividad militar del Generalísimo fue diicultada por la acción de los congresistas, en constante pugna con él. De esta forma, la cuarta campaña militar de Morelos marchó rumbo al de-sastre, pues una parte de su tropa se inmovilizaba, al tener siempre que acompañar a los congresistas con el in de protegerlos. Mien-tras, en otros lados se carecía de fuerzas suicientes para defender los territorios liberados. Este fraccionamiento militar y los litigios políticos entre los propios independentistas, provocaron en deini-tiva la gran derrota de Puruarán, así como la ulterior pérdida de Oaxaca y Acapulco.Las fuerzas realistas, entre cuyos dirigentes iguraba el sanguinario coronel michoacano Agustín de Itúrbide, capturaron a Morelos en Texmalaca –actual Estado de Puebla- y lo fusilaron el 22 de diciem-bre de 1815. Este golpe selló la disolución del ejército revoluciona-rio que operaba bajo su mando, y dio inicio a la tercera etapa de la insurgencia, caracterizada por la autodefensa guerrillera. Sólo las ofensivas militares de Vicente Guerrero en el sur y las de Guadalu-pe Victoria en los alrededores de Veracruz, se apartaban de las típi-cas manifestaciones de resistencia. El desbalance de poderío entre ambos campos era tan grande, que ni siquiera la generosa ayuda aportada por la expedición del valiente liberal español Francisco Javier Mina –sobrino de Espoz y Mina-(53) cambió la correlación de fuerzas. Debido a ello, el aguerrido Mozo terminó fusilado en noviembre de 1817, tras siete meses de combate (54).

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Frustrada independencia de América Central

En Centroamérica, la intranquilidad creció desde la invasión de Es-paña por Napoleón, pues en 1809 hubo un conato insurreccional en Ciudad Real de Chiapas. Y a mediados de 1810, el ayuntamiento de Guatemala pretendió negar su reconocimiento al pro-absolutis-ta Consejo Supremo de Regencia, con el propósito de alcanzar la autonomía para la Capitanía General. Pero no fue hasta el 5 de no-viembre de 1811 que se produjo una importante sublevación; ese día en San Salvador, respaldados por los grandes plantadores de añil, se alzaron en armas diversos grupos dirigidos por Manuel José Arce, Matías Delgado y Nicolás Aguilar. En las cercanías –San Pedro Grande y Santiago Moncalvo- también ocurrieron hechos semejan-tes, seguidos poco después por levantamientos en Usulután, Chala-tenango, Tejutla, Santa Ana, Metapán, Cojutepeque y Sensutepeque.

Los revolucionarios de San Salvador, luego de ocupar los cuarteles de la ciudad, proclamaron la independencia de América Central, lo cual inluyó en que pronto el movimiento independentista se ex-tendiera a otras provincias. Así, en Nicaragua, el 13 de diciembre se rebeló la villa de León, seguida a los nueve días por la de Granada. Mientras, en Honduras, Tegucigalpa fue tomada por cien partida-rios de la independencia el primero de enero de 1812, entre los que se encontraba Francisco Morazán. Incluso en Guatemala, la zona de Chiquimula fue sacudida por la agitación, así como en Costa Rica la villa de San José, donde en el mes de junio de 1812 hubo protestas contra instituciones coloniales como los estancos del tabaco y del aguardiente. La rebeldía, sin embargo, no pudo estabilizarse en el poder. La insurrección salvadoreña sólo pudo resistir un mes frente a las fuerzas represivas enviadas desde Guatemala. León fue perdi-do, y a pesar de haber sido arrebatado de nuevo a los realistas el 26 de diciembre, pasó por último al control absolutista. Granada logró rechazar hasta el 28 de abril de 1812 el empuje de los adeptos a la causa metropolitana, quienes avanzaban desde Masaya con refuer-zos provenientes de Costa Rica, pero inalmente cayó.

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La Constitución española de 1812, aplicada formalmente en Centro-américa a partir de septiembre de ese mismo año, no logró captar las simpatías de muchos integrantes de la causa del progreso, que en su mayoría seguían comprometidos con la independencia. Ese fue el caso de los involucrados en la llamada Conspiración del Con-vento de Belén, que sobre todo integraban artesanos y personas de origen humilde –blancos y mestizos- encabezados por José Francis-co Barrundia, Tomás Ruiz y Víctor Castillo. Pero ésta fue descubier-ta por las autoridades el 21 de diciembre de 1813.

Al mes en San Salvador, el 24 de enero de 1814, otro conato insurrec-cional –dirigido por Manuel José Arce, Francisco Córdova y Juan M. Rodríguez-, también fracasó cuando los revolucionarios apenas lograron resistir a las fuerzas colonialistas durante setenta y dos horas. De esa forma el año 1815 encontró en relujo al movimiento independentista de América Central.

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CAPÍTULO V

La avalancha independentista

V.l) Imperio esclavista en Brasil

Junta republicana de Martins y Teotonio

Una vez refugiado en Brasil –8 de marzo de 1808-, el monarca por-tugués decretó la apertura de todos sus puertos a quienes estu-vieran en paz con él. Además, dispuso que al terminar la guerra europea, dicho decreto se generalizara para todos los países, con lo cual se establecería una plena libertad de comercio. Al mismo tiempo, se autorizaron las actividades económicas o industriales hasta entonces prohibidas, se abolieron los monopolios –salvo los de diamantes y palos tintóreos-; se fundaron un banco estatal y una imprenta oicial. Después surgieron órganos administrativos antes sólo existentes en Lisboa. Luego, en 1810, la reinante Casa de los Braganza irmó con el gobierno de Londres un tratado mediante el cual le otorgaba a Inglaterra la cláusula de nación más favorecida en su intercambio con Brasil. De esa forma, a partir de entonces las mercancías británicas pagarían tasas arancelarias del 15 por ciento ad valorem, aún menores que el 16 por ciento abonado por los artícu-los antes provenientes de Portugal.

En 1813 al ser expulsados los franceses de Portugal, el Trono abso-lutista lusitano rechazó volver a la Península Ibérica. Incluso, tras celebrarse el Congreso de Viena que restauraba el viejo régimen en Europa, el recién coronado Juan VI igualó los derechos de la me-trópoli con los de su colonia; a tal in, creó el denominado Reino de Portugal, Algarves y Brasil, con capital ad hoc en Río de Janeiro, pues el potencial económico brasileño lo deslumbraba.

La reaccionaria y desmedida ambición del monarca se puso de ma-niiesto poco después, cuando de acuerdo con Pueyrredón –Direc-tor Supremo de las Provincias Unidas de Sud América- invadió en

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agosto de 1816 la Banda Oriental, con el propósito de anexársela bajo el nombre de provincia Cisplatina y eliminar de allí a Artigas.

Pero el mayor peligro para el absolutismo de este rey no se encon-traba en las vecinas tierras meridionales, sino dentro de sus propias fronteras; los orgullosos plantadores de Pernambuco, imbuidos del ascendente sentimiento de su nacionalidad, anhelaban cambios que implantaran la añorada superestructura burguesa. El líder del nue-vo movimiento revolucionario era Domingos José Martins, quien desde su estancia en Londres militaba en la Gran Reunión America-na fundada por Francisco de Miranda. Los integrantes de ese com-plot habían seleccionado el 6 de abril de 1817 para comenzar su le-vantamiento, pero un imprevisto incidente ocasionó la detención de los principales dirigentes. Entonces, con el propósito de salvarles la vida, los demás revolucionarios adelantaron un mes la sublevación, que estalló al grito de ¡Viva la Patria! y ¡Mueran los Marinheiros! Esta era la nueva denominación que los pernambucanos daban a los comerciantes portugueses -a los cuales antes llamaran mascates-, quienes a pesar de su naturaleza burguesa conformaban el princi-pal sostén del régimen absolutista en el Brasil. Dichos mercaderes, gracias a sus privilegiados vínculos con la Corona, expoliaban a los plantadores en el proceso de inanciar y comprar sus cosechas.Vencida la resistencia inicial de los desprevenidos portugueses, en Recife se organizó una Junta de Gobierno cuyo Presidente era Mar-tins, e integraban además Domingos Teotonio, José Lins de Men-dosa, Manuel Correia de Araújo y Joao Ribeiro. De inmediato se proclamó la “Segunda era da liberdade pernambucana” y se aprobó una “Lei Organica”, esbozo de una futura Constitución republicana. Dicho texto abolió títulos de nobleza, monopolios reales, impuestos abusivos, y cualquier denominación que no fuese la de usted, ciuda-dano o patriota; expropió los bienes de los comerciantes portugue-ses; creó una bandera; proclamó la soberanía del pueblo y la libertad de imprenta así como la tolerancia religiosa. Pero dado el carácter girondino de la insurrección, nada se dijo acerca de la esclavitud.

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Después, la Junta de Recife envió delegados a las capitanías vecinas, para levantarlas contra el gobierno de Juan VI. Así el movimiento se extendió hasta Itamacará, Alagoas, Paraiba y Río Grande do Norte.

La contraofensiva absolutista, sin embargo, solo esperaba la llega-da de tropas metropolitanas de refuerzo; con ellas después avanzó fulminante contra los escasos efectivos armados de los plantadores y demás hombres libres, que no fueran portugueses. Al caer Mar-tins prisionero, Domingos Teotonio proclamó la Patria en peligro, y bajo la presión jacobinista de la pequeña burguesía, decretó –13 de mayo- una movilización general que incluso emancipaba a los esclavos, a condición de que lucharan con las armas a favor de la República. Aunque esa era una medida de índole conciliatoria ha-cia los esclavistas –pues no abolía totalmente dicho abominable régimen-, el pragmático decreto aterrorizó a los plantadores; ellos, con pavor aún recordaban la gran rebelión esclava que había tenido lugar cuatro años antes en Pernambuco. En consecuencia los ricos burgueses anómalos abandonaron el combate, por lo que el 25 de mayo de 1817 el movimiento revolucionario sucumbió.

Pedro de Braganza, Emperador del Brasil

En Portugal, la inluencia de la sublevación de Rafael del Riego en España, no tardó en repercutir sobre la oicialidad liberal; dichos militares estaban muy descontentos por la supeditación de la me-trópoli a la colonia, el mantenimiento del absolutismo, y la conti-nua presencia en el país de las tropas británicas (55), cuyos man-dos controlaban el Consejo de Regencia que gobernaba en Lisboa. No sorprendió por ello, que en septiembre de 1820 se produjese en Oporto un levantamiento militar que instituyó una Junta Central Gubernativa, la cual convocó a Cortes –no se reunían desde 1698-, ordenó el regreso de Juan VI, y anunció la recolonización del Brasil. Esto era imprescindible para la burguesía mercantil lusitana, pues hasta 1808 sus negocios habían dependido en un 75 por ciento de su obligada mediación entre la colonia y el resto del mundo.

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En Brasil, las disposiciones de la revolucionaria Junta de Oporto, provocaron la división de los portugueses en dos bandos. Uno, mi-noritario y liberal, favorable a los cambios acontecidos en la me-trópoli; el otro, conservador y opuesto a éstos. Sucedía, que los marinheiros serían perjudicados en sus relaciones con el extranjero por la recolonización anunciada, y perderían su inluencia sobre el monarca en caso de que éste retornase a Portugal. Aunque esa co-rriente partía de posiciones políticas distintas a las de los plantado-res “moderados”, ambos intereses convergían en el punto de evitar una nueva dependencia. En Brasil, además, artesanos, comercian-tes-distribuidores o al menudeo, e intelectuales, así como los demás estratos sociales intermedios, siempre habían sido anticolonialistas. Por lo tanto, estaban dispuestos a brindar su apoyo a cualquier mo-vimiento proclive a declarar la independencia de jure del país.

Los tres grupos partidarios de la emancipación política de la co-lonia, divergían sin embargo, en lo concerniente a las formas de estructurar el nuevo Estado; los primeros defendían la idea de una monarquía absolutista, con el propósito de mantener la supremacía de la privilegiada minoría portuguesa; los segundos aplaudían el establecimiento de una monarquía-constitucional, que les permitie-ra transitar hacia la independencia sin acudir a los esclavos y les brindara el papel hegemónico en un régimen parlamentario; los terceros, verdaderos demócratas, propugnaban un régimen repu-blicano, que aboliera la esclavitud e implantara una completa igual-dad burguesa.

En Brasil, la efervescencia provocada por el enfrentamiento de las diferentes proyecciones políticas, se agudizó al regresar a Portu-gal –el 24 de abril de 1821- el rey Juan VI; mientras, su primogé-nito quedó en Río de Janeiro como Regente. Pero en esta colonia los acontecimientos se precipitaron, cuando las Cortes de Lisboa cancelaron su autonomía y disminuyeron las facultades del hijo del monarca, al que dejaron con menos poder del que antes poseyeran los virreyes.

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Pedro de Braganza, el 9 de enero de 1822, rechazó la orden de regre-sar a Portugal. De esa forma catalizó, a su alrededor, toda oposición a cualquier nueva dependencia hacia la metrópoli. Luego nombró al rico paulista José Bonifacio Andrada e Silva como su primer mi-nistro, desarmó las menos coniables guarniciones portuguesas, derrotó las pocas que se sublevaron, organizó algunos batallones con burgueses nativos o criollos, y formó otros con mercenarios contratados en Europa. Preparó así las condiciones, para que el 7 de septiembre de 1822, al conocerse el decreto de las Cortes que le ordenaba poner in a su auto-gobierno, proclamara en Ipiranga (Sao Paulo) su conocida frase de “Independencia o Muerte”. Después constituyó un Consejo de Estado, se escogieron el escudo y la ban-dera del Brasil, se convocó a una Convención Constituyente, y se reconoció al Regente como Pedro I, Emperador del Brasil.

Esta coronación provocó gran rebeldía en las tropas portuguesas, acantonadas en Bahía, Maranhao, Pará y en la provincia Cisplatina, las que batallaron durante dos años, hasta ser derrotadas y expulsa-das del país por las fuerzas del naciente Imperio.

Efímera República Confederada en Pernambuco

El nuevo monarca inauguró el 3 de mayo de 1823 el Congreso Constituyente, cuando todavía sus efectivos combatían contra los colonialistas en el norte y sur del país. Por ello toleró, durante un tiempo, que se manifestaran libremente los delegados de las men-cionadas tres corrientes independentistas. La máxima pugna tenía lugar entre los diputados demócratas y los absolutistas, algo que beneiciaba a los monárquico-constitucionalistas, quienes deseaban liquidar el predominio foráneo en el ejército y demás órganos esta-tales; ampliar la libertad de producir y comerciar mercancías, abolir monopolios y tributos; excluir a los portugueses del Parlamento; establecer un exclusivista voto censatario.

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El peligro de que la Constituyente aprobase el progresista –aunque moderado- texto propuesto por los partidarios de José Bonifacio, unido a las victorias de la reaccionaria Santa Alianza europea (56) –cuyas tropas habían ocupado España y logrado el restablecimiento del absolutismo en Portugal-, animaron a Pedro I a clausurar el 12 de noviembre de 1823 dicha Convención. Luego, a los cuatro meses, el Emperador emitió un texto absolutista muy semejante al impues-to por su padre en Lisboa; era evidente su propósito de preparar el camino para reuniicar bajo una sola Corona ambos Estados.Pero no hubo que esperar mucho para que la rebeldía de la ascen-dente nacionalidad, bien representada otra vez por los pernambu-canos, volviera a manifestarse en una sublevación. Dichos insurrec-tos proclamaron el 2 de junio de 1824 la Confederación del Ecuador, inspirada en la Carta Fundamental de la Colombia bolivariana. Después proclamaron la República –presidida por Manuel de Car-valho Pais de Andrade-; condenaron a Pedro I por traicionar al Bra-sil; expresaron su solidaridad con las paralelas insurrecciones de Paraiba, Río Grande do Norte, Ceará, y Bahía; decretaron una mo-vilización general semejante a la dispuesta en 1817. De nuevo, sin embargo, la ambigua medida atrajo a pocos esclavos e irritó mucho a los plantadores esclavistas. Éstos, al igual que siete años atrás, abandonaron en masa la lucha. Entonces la feroz ofensiva de las fuerzas imperiales, nutridas con mercenarios europeos al estilo de Lord Cochrane (57), logró imponerse sobre el heroísmo de los pa-triotas, cuya capital cayó el 17 de septiembre de 1824.

Algunos combatientes lograron retroceder hasta Ceará, donde los últimos revolucionarios murieron durante el mes de noviembre en las batallas de Missao Velha y Río de Peixa, a las órdenes del irre-ductible José Martiniano de Alencar.

Aunque derrotada, la Confederación del Ecuador demostró que los cimientos del imperio absolutista eran endebles. Y éstos se debili-taron aún más, cuando a causa de las presiones británicas, el Brasil

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irmó en diciembre de 1826 un acuerdo mediante el cual se compro-metía a suprimir en 1830 la trata, vital para los intereses de los plan-tadores esclavistas. Luego vino el desfavorable tratado comercial de 1827 con Gran Bretaña, y las irritantes deudas por 5,4 millones de libras esterlinas contraídas con los banqueros de Londres, por empréstitos dilapidados y despilfarros similares.

La ya crítica situación del Emperador se agravó durante la Guerra Cisplatina (58), con la derrota de su ejército en Ituzaingó el 20 de febrero de 1827. A ello se añadieron vejaciones inlingidas por Fran-cia en 1828; la sublevación de las tropas mercenarias ese mismo año debido al atraso en sus pagos; la quiebra en el año siguiente del Banco do Brasil, con sus nefastas secuelas de miseria e inlación. Más tarde, el asesinato en 1829 de un destacado periodista opositor desencadenó las pasiones. Éstas se expresaron en la noite das garra-fadas (noche de los botellazos) –el 13 de marzo de 1831-, cuando se produjeron violentos choques callejeros. En ellos se opusieron civiles –representantes de la relegada aunque ascendente nacionali-dad brasileña- contra miembros de los cuerpos armados de la domi-nante minoría portuguesa. Ante esa situación, tras ciertos titubeos, Pedro I se inclinó del lado de sus paisanos, y formó entonces el llamado Ministerio de los Marqueses, de tendencia ultra-absolutis-ta. Pero a los dos días, el 7 de abril, la cúspide nativista del ejército imperial –encabezada por los hermanos Francisco, José Joaquím y Manuel da Fonseca da Lima e Silva- retiró su apoyo al Emperador, y lo obligó a abdicar a favor de su hijo de cinco años de edad: Pedro de Alcántara. Se hizo irreversible así, la independencia del Brasil.

V. 2) Separatismo conservador en México y Centroamérica

Levantamiento Constitucionalista de 1820 en España

Tras derogar la Constitución de 1812, Fernando VII pretendió igno-rar las conquistas populares alcanzadas durante la lucha frente a los invasores franceses, aliados de la reacción interna. Sin embargo

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los sectores más avanzados de España no pensaban claudicar, y en especial la oicialidad que no era de extracción aristocrática. Dicha progresista tendencia militar, en parte conformada por antiguos guerrilleros que habían luchado contra los ejércitos napoleónicos, conspiraba junto con artesanos, comerciantes, manufactureros e in-telectuales. De esa manera, múltiples pronunciamientos tuvieron lugar en el ejército hasta 1818. Pero todos fracasaron debido a la falta de amplitud unitaria entre sus miembros.

La situación política en España comenzó a evolucionar, cuando los ejércitos independentistas sudamericanos empezaron a obtener grandes victorias, lo cual hizo comprender a los más lúcidos mi-litares que la metrópoli no podía ganar ya la guerra colonial. No obstante, el terco monarca peninsular no compartía esa opinión, y ordenó que se organizara una poderosa fuerza expedicionaria des-tinada a combatir contra los sublevados en Hispanoamérica. No imaginaba el torpe rey que su edicto facilitaría el éxito a sus ene-migos, al agrupar tanta tropa en la provincia de Cádiz. Gracias a esa gran concentración de soldados, el teniente coronel Rafael del Riego pudo encabezar el levantamiento del primero de enero de 1820 en Cabezas de San Juan, cerca de Sevilla. Y en muy poco tiem-po La Coruña, Zaragoza, Barcelona, Pamplona y Cádiz secundaron la rebeldía, que obligó al monarca a jurar de nuevo la Constitución.

El Plan de Iguala: Agustín de Itúrbide, Emperador

La victoriosa sublevación liberal española implicó una gigantesca amenaza para los propietarios feudales en México; de aplicarse en esta colonia los revolucionarios acápites del referido texto constitu-cional, los intereses medievales serían heridos de muerte. Temero-sos de ver su poderío liquidado, la suprema curia eclesiástica, junto a terratenientes, dueños de minas y grandes comerciantes, se reu-nieron en la hacienda “La Profesa”; tenían el propósito de imponer en el Virreinato una monarquía independiente, tras la destrucción del movimiento revolucionario por un ejército absolutista al mando

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de Itúrbide. Pero dichos objetivos no pudieron ser alcanzados; la insurgencia se fortalecía desde 1818, cuando en la inca “La Balsa” las distintas tendencias constituyeran una Junta de Gobierno presi-dida por Vicente Guerrero.

Entonces, el 24 de febrero de 1821 Itúrbide ofreció un decoroso acuerdo a los revolucionarios, quienes con sagacidad no lo recha-zaron.

Ese pacto, conocido como Plan de Iguala, establecía tres compro-misos o garantías básicos: unión de europeos y americanos para lograr la independencia de México; aceptación de la Iglesia Católica como única institución religiosa oicial; establecimiento de una mo-narquía constitucional. Dicho programa reconocía también la igual-dad entre todas las razas y eliminaba los tradicionales estamentos o castas; respetaba las propiedades de todos los habitantes del país; conservaba para el clero sus fueros y bienes; mantenía en sus pues-tos a todos los burócratas y militares del virreinato; aceptaba que la independencia había sido inicialmente declarada en Dolores, aunque precisaba que por medio de formas “horrorosas”; prome-tía convocar a unas Cortes Constituyentes. Pero antes de que éstas inaugurasen sus sesiones, en México desembarcó un nuevo Virrey español, que era liberal, quien irmó con Itúrbide el 24 de agosto de ese mismo año el Tratado de Córdoba. Por medio de éste se ratiicaba el plan de Iguala, pero se hacía la precisión de que el virrey y el ge-neral –conjuntamente- encabezarían una Junta Provisional Guber-nativa, hasta la puesta en vigor de la nueva constitución. Luego las fuerzas españolas evacuaron la capital mexicana para que en ella penetrase el criollo Ejército Trigarante (59).

El transitorio equipo gubernamental convocó a un Congreso Cons-tituyente a partir del voto censatario; redujo las alcabalas hasta el 6 por ciento; estableció la libertad de comercio y el librecambio mercantil -salvo para el tabaco, la cera y el algodón-; disminuyó los aranceles para los medios de producción importados; creó una tarifa

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aduanera única ascendente al 25 por ciento ad valorem; diicultó la salida del oro y la plata; reconoció el positivo desempeño de la So-ciedad Económica de Amigos del País. Luego, al cumplirse un año de la promulgación del Plan de Iguala, se inauguró la referida con-vención; ésta acordó instituir un imperio constitucional, disolvió el gobierno provisional y reconoció un Consejo de Regencia presidido por Itúrbide, quien al poco tiempo evidenció crecientes ansias de poder. Con el propósito de cercenar esas desmedidas ambiciones, la bancada liberal –encabezada por Guadalupe Victoria- pasó a la oposición, donde se encontraban ya los partidarios de imponer en México a un monarca Borbón. Furioso, Itúrbide propició el 18 de abril de 1822 un motín militar cuyos integrantes lo proclamaron Em-perador. Muy hábil, a la semana el reaccionario aspirante a monarca juró ante el Congreso que aceptaría cualquier institucionalización emitida por dicha instancia, aunque lo dijo porque estaba casi se-guro de que a él se le endilgaría la Corona. Pero no obstante que la recibió –y se declaró hereditaria-, se instituyó una Corte imperial, se mantuvieron los mayorazgos así como las relaciones serviles en el campo y la esclavitud en las plantaciones, el novel Emperador no estaba satisfecho; deseaba convertirse en monarca absoluto, con pre-rrogativas semejantes a las que disfrutaba Fernando VII en España. Por eso, gradualmente, dispuso la represión contra las más radicales iguras independentistas y demás peligrosos adversarios suyos, has-ta que el 31 de octubre de 1822 disolvió el Congreso. Pudoroso, sin embargo, a los dos días Agustín quiso encubrir su absolutismo con una Junta que el mismo designó, y cuyos miembros aparentaron dis-poner de poderes legislativos semejantes a los del disuelto cónclave.

Sublevación Maya de Atanasio Tzul

En Centroamérica el letargo político fue sacudido en 1820, cuando en la zona guatemalteca de Totonicapán se produjo una insurrec-ción del campesinado maya dirigida por Atanasio Tzul, debido a los elevados tributos pagaderos a la Corona. Pronto a estos rebeldes se añadieron los de San Francisco El Alto, Momostenango, San An-

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drés Xecaul, y San Cristóbal. Luego, el 12 de julio del mismo año, todos los alzados reconocieron como rey a ese prestigioso cacique descendiente de los últimos gobernantes quichés. Esto, unido a la sublevación liberal de Riego que poco antes había conmocionado a España y sus colonias, aterrorizó a la aristocracia centroamerica-na cuyos privilegios estaban amenazados, tanto por los aborígenes como por los metropolitanos. Entonces los reaccionarios grupos eli-tistas de la región se nuclearon alrededor de Gabino Gainza, Capi-tán General, y lo urgieron a buscar un entendimiento con los ricos criollos que deseaban emanciparse. Se llegó así, de común acuerdo, a la proclamación de la independencia el 15 de septiembre de 1821, con lo cual la vida política de la región se dinamizó acorde con las peculiaridades de cada provincia.

En Costa Rica, los plantadores de cacao y la pequeña burguesía agraria irmaron un documento al que se llamó “Pacto Social Inter-no”, que originó un progresista gobierno local. En El Salvador, el 21 de septiembre se organizó una Junta presidida por José Matías Delgado, e integrada por Manuel José Arce y Juan Manuel Rodrí-guez. Pero debido a que en Guatemala la oligarquía gestionaba su anexión a México, el Capitán General logró un acuerdo con la nue-va y contigua monarquía, y el 5 de enero de 1822 incorporó a toda Centroamérica al vecino imperio.

La arbitraria disposición anexionista provocó repulsas y protestas, que en julio se transformaron en luchas armadas tras penetrar en El Salvador un ejército mexicano al mando del general Filísola. Y al mes, elementos disconformes se sublevaron también contra la an-ti-popular medida en Granada y León.

La resistencia salvadoreña fue tan empecinada, que solamente el 9 de febrero de 1823 pudieron los invasores ocupar la ciudad de San Salvador. Pero entonces en México se generalizaba ya el disgusto contra la Corona de Agustín I, que entró en crisis en febrero a cau-sa de las sublevaciones de Nicolás Bravo y Vicente Guerrero. Éste

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dirigía a los antiguos insurgentes, que sólo habían apoyado una in-dependencia monárquico-constitucionalista para escindir las ilas del absolutismo, pues con acierto consideraban a la metrópoli como el principal enemigo a vencer. Por su parte, Bravo representaba los intereses de los grandes comerciantes, quienes habían respaldado a Itúrbide con la esperanza de mantener los privilegios recibidos de los Borbones. Sin embargo dichos mercaderes también lo aban-donaron, porque más temían una prolongada guerra popular que integrarse al resto de la burguesía, muy descontenta por carecer de derechos políticos bajo el imperio.

Reducida su base de sustentación, Agustín tuvo que abdicar en marzo de 1823. Entonces, mientras en México se proclamaba la Re-pública, en Centroamérica de nuevo independiente, se constituía el primero de junio de 1823 una Federación.

Federación Centroamericana y República Mexicana

Una vez derrocado en México el imperio, el nuevo gobierno insti-tuido coniscó los bienes de la Inquisición, abolió los mayorazgos, suprimió el principio de la indivisibilidad de las grandes propieda-des territoriales, deshizo el sistema militar-administrativo concebi-do por Itúrbide, liberó los presos políticos, retiró las tropas mexi-canas de Centroamérica, y convocó a un Congreso Constituyente cuyas sesiones comenzaron el 7 de noviembre de 1823. La Iglesia Católica entonces reivindicó para sí el Patronato, con lo cual sur-gió la primera disputa entre los poderes clericales y seglares en el país, hasta que los débiles órganos republicanos cedieron luego de la publicación de una Encíclica Papal en la cual se reprobaba la in-dependencia. Ni siquiera la Constitución mexicana emitida el 31 de enero de 1824 afectó a los poderosísimos sacerdotes, cuya religión siguió siendo la única reconocida, y autorizada a mantener todos sus privilegios y propiedades. No obstante, dicho texto federalista fue progresista, porque establecía las libertades de prensa y pensa-miento, implantaba la igualdad de derechos políticos para todos

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los ciudadanos, eliminaba los tributos a los indígenas aunque no les otorgara el voto, y suprimía los títulos nobiliarios así como la mayoría de las molestas organizaciones gremiales.

El prestigioso guerrillero Guadalupe Victoria, primer presidente de la recién proclamada república mexicana, al ocupar su alto cargo tuvo que enfrentar la delicada situación fronteriza creada en Texas por el gigantesco e ilegal lujo inmigratorio procedente de su nor-teño vecino. Por eso el 3 de octubre de 1823 México y la Colombia bolivariana establecieron un Tratado de Alianza y Confederación, cuyo articulado contemplaba la cooperación entre las fuerzas ar-madas de ambos países, así como la necesidad de unir a los demás Estados hispanoamericanos, en una Liga de Unión Perpetua me-diante una asamblea general de plenipotenciarios a celebrarse en Panamá. Además, el gobierno mexicano planteaba que dicho Con-greso debería crear algún tipo de estructura militar, que le ayudase a defender su integridad territorial contra las agresiones de Estados Unidos, planteamiento que disfrutaba del apoyo de Bolívar.

V.3) Gesta liberadora de San Martín

Alzamiento indígena de Pumacagua

San Martín obtuvo un gran triunfo en febrero de 1813 en la batalla de San Lorenzo, en la cual venció a una fuerte expedición españolista salida de Montevideo, que tenía el objetivo de abatir la artillería rio-platense cercana al luvial puerto de Santa Fe. En contraste, el con-tingente enviado por Buenos Aires en junio de 1813 para frenar la contraofensiva de los terratenientes del Alto Perú, sufría constantes derrotas. Entonces, en enero de 1814 se designó a San Martín Jefe del referido Ejército del Norte, cuyos efectivos se encontraban en lenta retirada hacia Jujuy; los absolutistas avanzaban con mucha diicul-tad debido a una intensa actividad de guerrillas en su retaguardia altoperuana. Éstas allá habían surgido tras el repliegue de Castelli, cuando los indígenas rehusaron regresar a los trabajos de la mita y

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se negaron a reiniciar el pago del tributo. Más tarde, cuando dichos guerrilleros liberaban un territorio, lo organizaban bajo formas que los colonialistas despectivamente llamaban “republiquetas”.

La correlación de fuerzas en este frente norteño se alteró, cuando el 2 de agosto de ese año en el Cuzco se produjo una gran insurrección campesina; la dirigía el legendario cacique Mateo García Pumaca-gua, célebre desde los tiempos de Tupac Amaru II. De inmediato, los sublevados apresaron a destacados funcionarios coloniales de la antigua capital incaica, y después ocuparon las ciudades de La Paz, Huamanga y Arequipa. Entonces, para enfrentar ese enorme peli-gro, los absolutistas retiraron grandes contingentes del campo de batalla argentino, lo cual fue bien aprovechado por San Martín para avanzar con sus fuerzas hasta Potosí. Pero el esforzado y mal arma-do movimiento indígena, carente además de una eicaz estrategia de lucha, fue derrotado en marzo de 1815, lo cual forzó al Ejército del Norte a repetir su repliegue hasta Salta.

San Martín, ante lo sucedido, comprendió la inutilidad de cualquier ofensiva terrestre hacia el Alto Perú, por lo que entonces concibió una estrategia nueva. Consistía ésta en trasladarse a Chile, para allí construir una lota y con ella desembarcar en las costas peruanas, donde esperaba encontrar el apoyo de los plantadores cuyas pro-piedades se extendían a lo largo del referido litoral. Esa concepción, sin embargo, requería que el avance absolutista fuese por completo detenido en el frente altoperuano, y para lograrlo, se apoyó en el teniente coronel Martín Güemes, jefe de su vanguardia. Este joven caudillo guerrillero de tendencia federalista, quien se había distin-guido en la guerra contra los invasores británicos y en las ilas de los efectivos armados que inspirase Mariano Moreno, sabía utilizar con gran provecho las condiciones geográicas de esa provincia. Salta estaba conformada por un macizo de serranías enclavado en los pri-meros contrafuertes de la cordillera andina, en el cual se sucedían valles abiertos, planicies y desiladeros, con bosques y corrientes de agua. Sobre la eicacia de los llamados –con desprecio- por sus

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enemigos “rotosos volantes”, San Martín escribió: “Los gauchos de Salta, solos, están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible, que lo han obligado a desprender una división con el único objeto de extraer mulas y ganado” (60).

Asegurada su retaguardia, San Martín obtuvo que se le designara gobernador de Cuyo, donde acometió la difícil tarea de crear –a partir de la nada- el fabuloso Ejército de los Andes. Esta empresa se encontraba en sus inicios, cuando columnas de emigrados empeza-ron a cruzar la imponente cordillera en busca de refugio. ¡Víctima de las divisiones entre independentistas, en Chile había sucumbido la llamada “Patria Vieja”!

Incorporación de O’Higgins al Ejército de los AndesEl proceso emancipador chileno se había iniciado en septiembre de 1810, cuando el abogado Juan Martínez de Rozas organizara una Jun-ta de Gobierno entre cuyas primeras disposiciones estuvo la libertad de comercio. Esta ley disgustó a la burguesía mercantil monopolis-ta de Valparaíso, que se sublevó en abril de 1811 con el objetivo de conservar ese irritante privilegio heredado del absolutismo. Luego, aplastada la reaccionaria intentona, se convocó por medio del voto censatario al llamado Primer Congreso, que se inauguró en julio.

Desde un inicio, el diputado que más se distinguió en sus sesiones fue Bernardo O´Higgins y Riquelme, rico ganadero electo por Con-cepción, que se había formado ideológicamente en la londinense Gran Reunión Americana. Los dos hombres mencionados, junto a José Miguel Carrera, dirigían en el cónclave legislativo la tendencia patriótica, que era minoritaria frente a los miembros conservadores y moderados. Esto hizo evidente la imposibilidad de diseñar cual-quier transformación de la sociedad con semejante composición política, por lo cual la membresía del referido congreso fue depu-rada por los revolucionarios, quienes casi sin excusa expulsaron a los retardatarios. Entonces los restantes delegados decretaron que

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fuese suprimida la Inquisición, abolidos los derechos parroquiales, disuelta la Real Audiencia, creada una Corte de Justicia, y emitida una ley de vientres libres para quienes nacieran de la procreación de los pocos esclavos existentes en el país.

A pesar de estos progresos legislativos, Carrera consideraba dema-siado lento el avance logrado por la Junta de Gobierno, criterio que –pensaba- respaldaban los artesanos de Santiago. Ello lo indujo a disolver dicho órgano ejecutivo, e instituir un triunvirato presidi-do por él mismo. Tan inconsulta forma de actuar provocó un gran malestar entre los diputados al Congreso, y produjo una tensa ri-validad entre ambos poderes estatales paralelos. La pugna termi-nó el 2 de diciembre de 1811, al disolver el personalista caudillo el órgano electo, y enviar al exilio a Martínez de Rozas. Después, el precipitado dirigente dispuso la apertura de escuelas gratuitas en todos los conventos; proclamó la libertad de imprenta; reorganizó la Hacienda Pública –cuyas percepciones se duplicaron-; prohibió la salida del metal argentífero; suprimió el estanco del tabaco; abo-lió el diezmo y ordenó el pago de los sacerdotes con salarios guber-namentales; acometió la creación de un ejército patriota. Con el pro-pósito de alcanzar ese importante objetivo militar, se instituyeron establecimientos artesanales del Estado donde se fabricaban armas, cañones, cureñas, municiones y demás abastecimientos requeridos. Luego, el impulsivo político jacobinista desarrolló una fuerte cam-paña ideológica mediante la creación del periódico La Aurora de Chi-le, que difundió las radicales ideas de Juan Jacobo Rousseau.

El Virrey del Perú aprovechó las disputas y lipidias que dividían a los chilenos para reorganizar las fuerzas de la reacción. Una vez preparadas, éstas desembarcaron por la zona meridional de la re-belde Capitanía General y en enero de 1813 ocuparon el puerto de San Carlos, capital de la sureña provincia de Chiloé. Desde allí to-maron rumbo norte para ocupar Santiago, en una rápida ofensiva que los contingentes de Carrera no fueron capaces de frenar. Enton-ces, algunos oiciales le acusaron de incompetencia y lo depusie-

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ron del mando militar. En su lugar se nombró general del ejército a O´Higgins, quien dispuso una serie de victoriosas campañas que lograron preservar la capital.

Los timoratos y oportunistas, sin embargo, conspiraban, y hasta lo-graron en marzo de 1814 deponer al triunvirato para entregar el poder al acaudalado y oligarquizante Francisco de Lastra, quien fue nombrado Dictador Supremo. Temeroso de una guerra popu-lar, éste irmó dos meses después –con el comandante del cuerpo expedicionario enemigo- el tratado de Lircay, mediante el cual se reconocía la soberanía de Fernando VII sobre Chile. El propio texto, sin embargo, le otorgaba a la Capitanía amplia autonomía, y esti-pulaba la retirada en treinta días de las tropas enviadas desde Perú. El pacto, no obstante, resultaba inaceptable para la mayoría de los integrantes de ambos campos. Así, mientras en Lima el Virrey se negaba a ratiicarlo, en Santiago el depuesto Carrera regresaba al ejecutivo, tras derrocar al pusilánime Lastra. Pero en virtud de esta acción surgieron nuevas divisiones entre los chilenos, cuyos bandos opuestos iban a enfrentarse ya con las armas, cuando llegó la noticia de que se acercaban grandes refuerzos absolutistas.

En zafarrancho, O´Higgins se colocó a disposición de Carrera y pi-dió dirigir la vanguardia. Autorizado, al frente de sus hombres se adelantó hasta la villa de Rancagua, en la que esperaba detener al invasor. Allí, cuando el combate se encontraba en todo su fragor, los emocionados patriotas vislumbraron a kilómetro y medio a las poderosas fuerzas bajo el mando de Carrera, quien fue vitoreado. Pero quedaron estupefactos o atónitos, al ver a dichos efectivos vol-ver grupas, y en ordenada marcha desaparecer en el horizonte. ¡El sectarismo se había impuesto sobre la necesaria unidad!

A las cuatro de la tarde apenas quedaban trescientos –de los dos mil- soldados de O´Higgins, quien entonces cargó a degüello con sus jinetes contra el enemigo. Sólo unos pocos revolucionarios lo-graron salvarse, gracias a su bravura y al ilo de sus sables.

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Al llegar la terrible noticia sobre Rancagua, el temor a la represión absolutista golpeó a los chilenos, quienes en multitudes sólo pensa-ron ya en arriesgarse a cruzar los Andes, para buscar refugio en el contiguo Río de la Plata.

La Independencia de Chile y Manuel Rodríguez

En Cuyo, todos salieron a recibir a quienes habían atravesado la elevadísima cordillera, los cuales de inmediato se integraron a los incipientes campamentos rioplatenses del nuevo cuerpo armado en formación. Hubo, sin embargo, quienes no sacaron lecciones perti-nentes de la horrible tragedia, y pretendieron reavivar las pugnas. Al respecto San Martín tomó una sabia decisión, y separó a José Mi-guel Carrera junto a sus fraccionalistas, del Ejército de los Andes; el destacado correntino entonces dijo, que “no quería emplear solda-dos que servían mejor a su caudillo que a su patria” (61). Después nombró a O´Higgins su lugarteniente. El recién engrosado contingente internacionalista se encontraba to-davía en surgimiento, cuando el Director Supremo en Buenos Ai-res, Carlos Albear, ordenó a San Martín que enviara esos efectivos militares hacia la capital portuaria, con el propósito de combatir al federalismo artiguista. Pero dado que éste no cumplió con di-cha fratricida exigencia, fue depuesto del cargo. Entonces las masas de la provincia cuyana se proclamaron en rebeldía con respecto al gobierno central bonaerense, y mantuvieron a San Martín al frente de la gobernación, que desde ese momento dejó de recibir refuer-zos o abastecimientos desde la lejana Buenos Aires. Sin embargo el jefe del Ejército de los Andes no se amilanó, y para suplir el cese de los referidos recursos, concibió un audaz plan; éste auspiciaba la cooperación entre trabajadores y soldados; coniscaba los bienes de los absolutistas prófugos; subastaba las tierras públicas para recaudar fondos; gravaba a los ricos con impuestos y obligatorias contribuciones de guerra; transformaba el diezmo eclesiástico en percepción estatal para inanciar al ejército. Así, los gastos bélicos

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incrementaron las producciones locales y dinamizaron la economía, lo cual engendró un auge patriótico y revolucionario en medio del cual muchos del abundante artesanado acordaron trabajar sin suel-do en los talleres militares; en ellos se fundían cañones y cartuchos, se construían armazones de artillería, se confeccionaban uniformes. Pero faltaban soldados. Entonces San Martín emancipó a los escla-vos de las artesanías y del agro, para que engrosaran los batallones de infantería. Esa medida fue tan exitosa, que los negros liberados llegaron a conformar la tercera parte de todo su ejército (62).

A punto de culminar sus preparativos para atravesar la Cordillera de los Andes y reiniciar en Chile la guerra contra el colonialismo, San Martín dispuso que se desencadenara la lucha guerrillera del otro lado de las montañas. La región escogida fue la comprendida entre los ríos Cachapoal y Maule, con el in de que en ellas se movi-lizara a los campesinos y de esa manera obligar a las tropas absolu-tistas a disgregarse. La persona seleccionada para realizar la difícil tarea fue Manuel Rodríguez, joven abogado que había encontrado refugio en Cuyo después de la caída de la Patria Vieja, y quien pre-viamente fuera secretario de José Miguel Carrera, antiguo condiscí-pulo suyo. Pero dada la reiterada actuación personalista de éste, y su ulterior orden de destierro contra Martínez Rozas, la conianza del subordinado en el jefe se quebró. Y aún más, en enero de 1813 Rodrí-guez encabezó una conspiración para deponer al arbitrario caudillo. Descubierto el complot, se le envió preso a la apartada isla de Juan Fernández. Luego llegó el sectarismo y la fuga a través de los Andes.

En su campamento de Plumerillo, en Cuyo, San Martín coordinó con Rodríguez las acciones a desarrollar. Después el joven regresó a Chile, donde encontró un país sometido al terror, pues los abso-lutistas aplicaban de manera indiscriminada rigurosas leyes de ex-cepción; cualquier acto se castigaba con azotes, la cárcel o la muerte; en cada plaza había amenazadoras horcas; nadie podía alejarse de su casa, ni siquiera una pocas leguas, sin permiso oicial. No obs-tante esas medidas, Rodríguez transitaba con asombrosa facilidad

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entre los celosos destacamentos punitivos. Vivió en ciudades y pue-blos, recorrió campos, entregó armas y proclamas subversivas, y tras un análisis detallado, escogió a Colchagua como principal zona de acción. Allí estableció estrechas relaciones con los montoneros o guasos y con los llamados inquilinos. Aunque eran hombres libres, estos explotados aparceros mestizos tenían que entregar considera-bles partes de sus cosechas a los terratenientes, por concepto de la renta del suelo.

Una vez organizada la resistencia, en el otoño de 1816, Manuel Ro-dríguez volvió a cruzar la Cordillera y se presentó ante San Martín; junto a él estuvo dos meses. Luego atravesó de nuevo los Andes para desatar la guerra de zapa, cuyos primeros ataques se realiza-ron contra haciendas y dispersos destacamentos de ocupación. Más tarde, paulatinamente, se llevaron a cabo operaciones de mayor en-vergadura. Así, en la primera quincena de enero de 1817, las gue-rrillas pudieron ocupar localidades de importancia como Melipilla y San Fernando.

El poderoso Ejército de los Andes cruzó la imponente cordillera en el veraniego inicio de 1817. Esto no evitó que sus integrantes sufrie-ran gélidas temperaturas de hasta ocho grados bajo cero, debido a las extraordinarias alturas por las que atravesaron. Culminada la epopéyica marcha, dichos soldados combatieron el 12 de febrero en Chacabuco, donde las tres veces más numerosas tropas absolutistas fueron derrotadas, lo que permitió a los patriotas entrar en Santiago a las cuarenta y ocho horas.

San Martín rechazó el puesto de Director Supremo de la República de Chile, porque deseaba limitarse a las funciones de General en Jefe de las fuerzas internacionalistas, con las cuales pensaba liberar al Perú. Entonces O´Higgins aceptó el cargo, pues había que enfren-tar una pujante contraofensiva absolutista. Ésta lo obligó a decretar una retirada en la que no se dejara nada al enemigo, por lo cual la orden impartida fue: ¡Tierra arrasada! Pero ella no evitó la derrota

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republicana del 19 de marzo de 1818 en Cancha-Rayada, la cual su-mió a Santiago en incertidumbres, dado que se rumoraba la muerte en combate de San Martín y O´Higgins. La historia de cuatro años antes, sin embargo, no se repitió, pues la aleccionada ciudadanía encontró en Manuel Rodríguez al hombre que, junto al Director Delegado, asumiera las necesarias tareas ejecutivas y organizara la defensa de la ciudad, a in de evitar un vacío de poder. Herido, O´Higgins regresó y retomó el mando, tras lo cual impri-mió nuevo vigor a la lucha. Se llegó así al decisivo 5 de abril, cuando la independencia fue asegurada con la gloriosa batalla de Maipú.

Garantizada la república, el Director Supremo abolió la esclavitud, prohibió los títulos nobiliarios, emitió decretos anticlericales ten-dentes a laicizar la vida estatal, impuso un sistema de franquicias al comercio, nacionalizó los bienes de los enemigos prófugos de la jus-ticia, estableció empréstitos obligatorios a los ricos españoles para inanciar la guerra, y convocó a un Congreso Constituyente (63).El Ejército Libertador del PerúSan Martín necesitaba que O´Higgins creara talleres estatales, en los cuales construir una poderosa lota de guerra susceptible de barrer del Pacíico a la escuadra española, y poder así alcanzar las costas del Perú. Con el propósito de ayudarlo en esas tareas, el correntino fue como su delegado al Río de la Plata, donde en febrero de 1819 logró que se irmara una alianza entre Chile y las Provincias Unidas con el siguiente objetivo:

“poner término a la dominación española en el Perú por medio de una expedición combinada, costeada por las dos naciones, respondiendo a los votos manifestados por los ha-bitantes del país dominado, a in de establecer por la libre voluntad de las personas el gobierno más análogo a su cons-titución física y moral, garantizando mutuamente la inde-pendencia del nuevo Estado” (64).

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El acuerdo, que establecía la simultaneidad de esfuerzos en aras de garantizar el éxito del proyecto liberador, no pervivió; en Buenos Aires se emitió la Constitución centralista de 1819, que los adeptos al federalismo rechazaron mediante una sublevación. Entonces, tanto Pueyrredón como Rondeau, exigieron que San Martín regresara al Río de la Plata a combatir junto a los porteños. Pero éste rehusó to-mar parte en esa nueva guerra fratricida, y hasta el nombre cambió al ejército, pues sólo anhelaba luchar contra los absolutistas. Esto se plasmó en su célebre maniiesto del 26 de marzo de 1820 a las tropas argentinas acantonadas en Chile, llamado Acta de Rancagua, que des-de entonces ha sido el mejor testimonio de solidaridad rioplatense con los demás países latinoamericanos, en lucha por su emancipación.

Al mando de San Martín, la lota creada por O´Higgins tomó a bor-do el 20 de agosto al que había sido redenominado como Ejército Libertador del Perú, y lo desembarcó el 7 de septiembre de 1820 en tierras de dicho virreinato. Éste, en ese momento, se encontraba conmocionado por la noticia de la exitosa rebelión liberal en Espa-ña encabezada por Rafael del Riego. En efecto, los terratenientes feudales de la colonia no ocultaban su disgusto por los aconteci-mientos en la metrópoli, pues entendían que los peligros conjura-dos al aplastar la sublevación campesina de Pumacagua y derrotar al rioplatense Ejército del Norte, les acechaban de nuevo. Pero la amenaza en esta oportunidad provenía de la península.

En dicho propicio contexto, San Martín desplegó sus fuerzas. Pri-mero envió un destacamento rumbo a los valles aledaños a la Sie-rra, con el in de renovar la efervescencia de los indígenas y obtener su respaldo para el movimiento independentista. Después trasladó por mar al resto de sus efectivos, con el propósito de apearlos en las costas del Ancón, e interponerlos así entre los dueños de planta-ciones esclavistas del litoral norteño y las tropas bajo mando abso-lutista en las montañas. Esa perspicaz estrategia facilitó que el 9 de octubre en Guayaquil se organizara una Junta Independentista, y que un par de meses más tarde lo hicieran también los plantadores

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de Trujillo, región en la cual el alzamiento lo dirigió el riquísimo criollo José Bernardo Torre Tagle, quien se colocó a las órdenes del jefe de los internacionalistas.

La ampliación de los territorios liberados por los patriotas aumentó la pugna entre los españoles, la cual se agravó el 29 de enero de 1821 cuando militares peninsulares favorables a la Constitución de 1812 depusieron al reaccionario Virrey. Este éxito liberal disgustó a los terratenientes del Perú, quienes no estaban dispuestos a mantener su respaldo a un dominio colonial que pudiera perjudicar sus inte-reses. Entonces muchos de ellos decidieron correr el riesgo de res-paldar la emancipación, pues coniaban poder en el futuro inluir de manera determinante en cualquier Estado nuevo que surgiese en el Perú. Por lo tanto, aceptaron la presencia de San Martín y sus efectivos militares como tropa capaz de vencer a los predominantes soldados liberales de la metrópoli; pensaban que una vez indepen-dientes, ellos lograrían expulsar a los combatientes de las vecinas repúblicas, con los cuales circunstancialmente se habían aliado. Sa-bían que dada la correlación de fuerzas internas en el país, sólo los hermanos contingentes latinoamericanos podían implantar en el Perú concepciones políticas revolucionarias, pues los débiles plan-tadores de la costa no tenían posibilidades de imponer su prepon-derancia. Debido a esta calculadora y oportunista decisión, la resis-tencia contra el empuje de San Martín se debilitó, lo cual facilitó que éste ocupara Lima el 12 de julio de 1821. Dieciséis días más tarde, un Cabildo Abierto proclamaba la independencia de la República, y entregaba su primera magistratura al destacado prócer rioplaten-se bajo la denominación de Protector del Perú.

Al ocupar la presidencia, San Martín en seguida emitió una serie de trascendentes disposiciones; suprimió la mita, abolió los tributos y servicios personales sufridos por el campesinado indígena, extrañó al Arzobispo de la capital, reformó el sistema monopólico de co-mercio, proclamó la libertad de vientres, emancipó a los esclavos que tomaran las armas a favor de la república, extinguió la Inquisi-

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ción, prohibió aplicar tormentos en los procesos judiciales, estable-ció la inviolabilidad del domicilio. Pero los decretos del Protector fueron mucho más avanzados de lo que habían imaginado los te-rratenientes, parte de los cuales se espantó y volvió a dar su apoyo a las tropas realistas; sus jefes metropolitanos no habían tomado aún medida concreta alguna, para implantar en el Perú las dispo-siciones liberales contempladas en la temida constitución peninsular. De esa forma la guerra se hizo más prolongada y terrible; mientras en La Sierra y el Alto Perú se mantenía fuerte la soberanía de Es-paña, los soldados independentistas debían por doquier acometer desgastadoras batallas. Hasta que inalmente se desembocó en la trágica derrota de los patriotas en Ica.

Se hizo evidente así, que para culminar la emancipación del Perú se requería mayor ayuda internacionalista.

V.4) Coalición revolucionaria bolivariana

Carta de Jamaica y solidaridad haitiana

Bolívar permaneció breve tiempo en Jamaica, donde escribió en sep-tiembre de 1815 su célebre “Contestación de un Americano Meridio-nal a un caballero de esta isla”; en ella realizó un análisis del régi-men colonialista y retomó los postulados integradores de Miranda; expuso sus criterios acerca de cómo tal vez sería la América Latina independiente: “Los estados del istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizás una asociación”; “La Nueva Granada se unirá con Venezuela (...) esta nación se llamará Colombia.” Y añadió:

“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus par-tes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres, y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes esta-dos que hayan de formarse” (65).

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Y al inal de la trascendental carta, sentenciaba: “Lo que puede poner-nos en actitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por pro-digios divinos sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos.”

Después, al no encontrar en Jamaica apoyo inglés para la causa in-dependentista, Bolívar zarpó hacia Port au Prince, ciudad en la que se entrevistó con Petión el primero de enero de 1816, al día siguien-te de su llegada. El presidente de la meridional república haitiana se interesó en colaborar con el destacado revolucionario venezolano de manera igual a como una década atrás lo había hecho con Miran-da, y además le mostró el funcionamiento de esa sociedad; en ella, hacía diez años una constituyente había proclamado los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se reconocía la libertad de absoluta-mente todos los seres humanos, se había establecido la tripartición de poderes estatales, y aunque se garantizaba las propiedades a sus dueños, se acometía la distribución de tierras estatales en pequeñas y medianas incas, en las cuales trabajaban como asalariados los antiguos esclavos.

A partir de ese encuentro Bolívar empezó a trazar una avanzadísi-ma estrategia política, pues el contacto con la novedosa y pujan-te realidad haitiana le hizo comprender la posibilidad efectiva de construir una duradera alianza entre los propietarios criollos y los demás grupos y clases sociales, fuesen humildes o desposeídos. ¡No existía otra forma revolucionaria de alcanzar la independencia!

Acorde con sus nuevas concepciones, Bolívar decidió reanudar la lucha por medio de una vasta coalición anti-absolutista, en la cual junto a los plantadores se agrupara a todos los interesados en el progreso y mejoras sociales. Así, a inales de marzo, gracias a la solidaria ayuda del persistente Petión y decidido a liberar los escla-vos, llevar a cabo transformaciones populares, y continentalizar la guerra, Bolívar zarpó rumbo a Isla Margarita y las costas orientales.

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En esos territorios, contingentes de mulatos aliados a negros que habían escapado de su condición de esclavos, se mantenían fuera del dominio colonialista. Tras el desembarco, Bolívar despachó par-te de las armas de su expedición a los patriotas que batallaban en la Güiria y en los llanos del Este, luego se dirigió a Carúpano y allí el 2 de junio de 1816 proclamó el in de la esclavitud. Al mes, en Ocu-mare de la Costa reiteró así su decreto abolicionista:

“Esa porción desgraciada de nuestros hermanos que ha ge-mido bajo las miserias de la esclavitud ya es libre. La natu-raleza, la justicia y la política, piden la emancipación de los esclavos; de aquí en adelante solo habrá en Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos” (66).

Pero como antes ya sucediera, la radical medida hizo que muchos plantadores rechazaran a Bolívar y abandonaran su ejército, por lo cual las fuerzas de éste menguaron con rapidez y a la postre no tuvo más remedio que regresar a Haití. En esa república, el infatigable y solidario Petión de nuevo le brindó su ayuda, de manera que en no-viembre de 1816 Bolívar pudo con una segunda expedición navegar rumbo al litoral de Barcelona, donde volvió a chocar con la inmuta-ble negativa de los esclavistas a suprimir la odiosa institución.

Bolívar entonces relexionó profundamente, pues había descubierto que por la costa le resultaba imposible construir el amplio frente revolucionario deseado; si por dicha zona no abolía el repugnante régimen de explotación, los esclavos no se incorporaban a sus ilas, y si lo hacía, los plantadores lo traicionaban. ¡Tenía, por lo tanto, que encontrarle al agobiante dilema una solución!

Mientras en la franja caribeña Bolívar padecía sus complejas angus-tias, hacia el interior del continente, por la zona del Casanare-Apure, se producía la conluencia de quienes huían de la represión neogra-nadina –encabezados por el coronel Francisco de Paula Santander-, con las guerrillas venezolanas dirigidas por José Antonio Páez. Este

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indiscutible caudillo de los Llanos, después comentó la forma en que había eliminado con sus efectivos la presencia absolutista de la región:

“Después de haber con tropas colecticias (67) derrotado a los españoles en todos los encuentros que tuve con ellos, orga-nicé en Apure un ejército de caballería (...) en su mayor parte se componía de los mismos individuos que a las órdenes de (...) Boves habían sido el azote de los patriotas (...) Yo logré atraérmelos; conseguí que sufrieran, contentos y sumisos, todas las miserias, molestias y escasez de la guerra, inspirán-doles al mismo tiempo amor a la gloria, respeto a las vidas y propiedades y veneración al nombre de la patria” (68).

Luego de encontrarse, ambos grupos de insurrectos acordaron es-tructurar un gobierno regional conjunto cuya presidencia recayó en el antiguo gobernador republicano de Pamplona; éste designó en-tonces como máxima autoridad militar a Santander, quien nombró a Páez su lugarteniente. Pero en septiembre de 1816 los indómitos llaneros se amotinaron y exigieron que se nombrara jefe a su ver-dadero líder. Al ocupar el mando, el notable centauro venezolano anunció que lo conservaría hasta la llegada de Bolívar, tras lo cual reorganizó los efectivos armados, y al frente de uno de sus princi-pales destacamentos nombró a Santander.

Al comprender que los llaneros podían constituir la fuerza que arrastrase a plantadores y esclavos a la lucha contra el enemigo co-mún –a pesar de sus contradicciones recíprocas-, Bolívar marchó a la Guayana para dirigirse después a los Llanos. Y una vez allí, para estimular la pertenencia de los recios jinetes a su tropa, ordenó el 10 de Octubre de 1817 que los bienes coniscados al enemigo fuesen repartidos entre los combatientes según su rango. Era un notable es-fuerzo por apartarse de los principios de redistribución basados en la subasta, los cuales sólo beneiciaban a la burguesía; la propuesta bolivariana, en cambio, se sustentaba en una proporcionalidad entre

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la riqueza y la jerarquía, pues se acercaba a la prédica de multiplicar las pequeñas posesiones. El reglamento dictado al efecto, textual-mente decía: “asignar a cada individuo una propiedad con arreglo a las cantidades señaladas por dicha ley a cada grado”. Así, el proceso revolucionario independentista adquirió rasgos democráticos, al no limitarse ya a beneiciar exclusivamente a los ricos criollos (69).Bolívar también dispuso que se intervinieran la mayor parte de las producciones agropecuarias de las regiones liberadas, para inter-cambiarlas por armas y pólvora con el exterior; la falta de abundan-tes artesanías en Venezuela impedía que sus ejércitos obtuviesen en el país los recursos bélicos requeridos.

Bolívar culminó la primera parte de su nuevo proyecto emancipa-dor con la toma de Angostura, el más relevante puerto luvial de los Llanos, al que proclamó su capital. Después se desplazó hacia el oeste para toparse con Santander, quien navegaba por el Apure y el Orinoco con el propósito de encontrarle. A él, Bolívar le enco-mendó el 26 de agosto de 1818 que se desplazara al Casanare, con el objetivo de que allá –con las guerrillas de la zona- organizara el Ejército Libertador de Nueva Granada, con el cual pretendía cruzar más tarde la imponente Cordillera de los Andes. Y poco después, en Caribena, preparó con Páez la Campaña de los Llanos.

El Congreso de Angostura

El 15 de febrero de 1819 Bolívar convocó al Congreso de Angostura, en el que trazó importantes lineamientos para la ascendente nacio-nalidad, al decir:

“Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de la Europa; pues que hasta la España misma, deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos.

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La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo.”

“¿No dice el Espíritu de las Leyes que éstas deben ser pro-pias para el pueblo que se hacen? ¿Qué es una gran casua-lidad que las de una nación puedan convenir a otra? ¿Qué las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos? ¿Referirse al grado de libertad que la Constitución puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡He aquí el Código que de-beríamos consultar y no el de Washington” (70).

En su intento por conciliar los intereses vitales de los plantadores con los de los humildes o explotados, Bolívar propuso la creación de un prestigioso ejecutivo vitalicio, que fungiese como poder moderador entre un senado burgués hereditario –el cual garantizaría la suprema-cía de esa clase, como en Gran Bretaña- y una Cámara de represen-tantes populares electa mediante el sufragio casi universal (71); era una original adaptación creadora del pensamiento de Montesquieu en relación con el equilibrio de poderes divididos, pero inluido por las ideas democráticas de Rousseau, y adecuadas a las necesidades verdaderas del momento venezolano (72). Por eso concluyó:

“El sistema de gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política (...) que no se pierdan, pues, las lecciones de la experiencia; y que las es-cuelas de Grecia, Roma, de Francia, de Inglaterra y de Amé-rica nos instruyan en la difícil ciencia de crear y conservar las naciones con leyes propias, justas, legítimas, y sobre todo útiles. No olvidando jamás que la excelencia de un gobierno no consiste en su teoría, en su forma, ni en su mecanismo,

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sino en ser apropiado a la naturaleza y el carácter de la na-ción para quien se instituye.

Nada es tan contrario a la armonía entre los poderes, como su mezcla. Nada es tan peligroso con respecto al pueblo, como la debilidad del Ejecutivo.

Mi deseo es que todas las partes del Gobierno y la Adminis-tración adquieran el grado de vigor que únicamente puede mantener el equilibrio, no solo entre los miembros que com-ponen el gobierno, sino entre las diferentes fracciones de que se compone nuestra sociedad (...) Para formar un Gobierno estable se requiere la base de un espíritu nacional, que tenga por objeto una inclinación uniforme hacia dos puntos capita-les, moderar la voluntad general y limitar la autoridad públi-ca (...) todas nuestras facultades morales no serán bastante, si no fundimos la masa del pueblo en un todo, la composición del Gobierno en un todo. Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa” (73).

Los plantadores que dominaban la Constituyente desestimaron el llamamiento bolivariano a erigir una república democrática, pues rechazaron la abolición de la esclavitud y mantuvieron la exigencia de tener propiedades de cierto valor para disfrutar del sufragio. Por lo tanto, ya no era necesario contar con un Senado hereditario com-puesto por ricos criollos en equilibrio con una Cámara popular elec-ta por el voto casi universal, pues todo el legislativo sería burgués. Tampoco resultaba entonces necesario un poder ejecutivo vitalicio, con funciones moderadoras entre ambos cuerpos legisladores. En síntesis, la referida convención sancionó una república de corte gi-rondino y federalista. ¡Así empezaron las diicultades instituciona-les en la estrategia política bolivariana!

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Conformación de Colombia e Integración Latinoamericana

Proclamado presidente de Venezuela y general en jefe de sus ejérci-tos, Bolívar dispuso el cruce de los Andes por su porción más difí-cil, para sorprender a los absolutistas. La travesía fue una tarea de titanes y varias decenas de soldados perecieron congelados en el empeño. Vencido el gigantesco obstáculo, Bolívar acometió como una tromba a los asombrados colonialistas, por lo que obtuvo las victorias de Tunja y Pantano de Vargas, seguidas en agosto de 1819 del extraordinario triunfo de Boyacá. Después se produjo la apoteó-sica entrada de las fuerzas patriotas en Bogotá. Pero allí Bolívar no se detuvo mucho, pues a los cuatro meses, urgido de impulsar la in-tegración latinoamericana, regresó a Angostura donde un Congreso nuevo en diciembre de 1819 constituyó la República de Colombia, integrada por neogranadinos y venezolanos.

Una vez alcanzado ese primer hito, Bolívar se dirigió otra vez a Bogotá, desde la cual reglamentó las coniscaciones de bienes ene-migos, orientó acerca de las rentas del isco, convirtió conventos en escuelas, dispuso medidas concernientes a la emisión de mo-nedas y su circulación. Y en Rosario de Cúcuta, el 20 de mayo de 1820, expidió un decreto para restablecer en sus derechos a los in-dígenas expropiados hacía una década por los terratenientes. Di-cha medida ordenaba que se les devolvieran “como propietarios legítimos, todas las tierras que formaban los resguardos según sus títulos, cualquiera que sea el que aleguen para poseerlas los actua-les tenedores” (74). El bando de Bolívar revelaba su comprensión acerca de las necesidades del campesinado, cuyo respaldo a toda causa dependía, en primer lugar, de las medidas concretas que se adoptaran con respecto a la tierra; las grandes masas rurales sólo se colocaban bajo las banderas independentistas, cuando la revo-lución las beneiciaba. Bolívar preparaba su gran campaña hacia el litoral venezolano, cuando en Cúcuta el 6 de mayo de 1821 se instaló el nuevo Con-

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greso Colombiano (75) dominado por los grandes plantadores y co-merciantes, a cuyo respecto, mes y medio más tarde escribió:

“Por aquí se sabe poco del Congreso y de Cúcuta (…) esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército (...) Todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad o con más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos (…) Piensan esos caballeros que Colombia está cubierta de lanu-dos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pam-plona. No han echado sus miradas sobre las cumbres del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los ban-didos del Patia, sobre los indómitos pastusos, sobre los gua-jiros del Casanare y sobre todas las hordas salvajes de África y de América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia” (76).

Muy irritado con dicho Congreso porque había establecido altos censos para ejercer el derecho al voto y otros aún mayores para aspirar a ser electo, Bolívar decidió aprovechar su extraordinaria victoria de Carabobo del 24 de junio, para solicitar a los “suaves ilósofos de la legítima Colombia” –como en privado denominaba a los referidos congresistas-, que en recompensa por su trascenden-te éxito militar concedieran a los esclavos, al menos, la libertad de vientre. Aunque la moderada petición fue aceptada nunca se puso en vigor, lo cual de nuevo evidenció que los plantadores toleraban a Bolívar sus prácticas democráticas, mientras se tratara de ganar la guerra. Sin embargo tras la victoria, la burguesía esclavista se opo-nía a institucionalizar dichas revolucionarias concepciones.

El segundo jalón integrador latinoamericano tuvo lugar cuando el 28 de noviembre de 1821 Panamá se emancipó del yugo absolutista, y por voluntad propia se incorporó como nueva provincia a la gran re-

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pública que Bolívar construía. Pero el tercer intento de integración no avanzó por los mismos derroteros, pues los acontecimientos estuvie-ron relacionados con la evolución del contiguo territorio hispánico liberado por Louverture en 1801, y el cual, luego de la independencia haitiana, había quedado bajo dominio del colonialismo francés.

Siete años más tarde, al producirse la invasión napoleónica a Es-paña, la incipiente nacionalidad dominicana encabezada por Juan Sánchez se rebeló en solidaridad con la idealizada antigua metró-poli. Aunque en la práctica los dominicanos se autogobernaron des-pués con entera libertad, fue con la bandera peninsular que el jefe insurrecto ejerció el cargo de Capitán General, mientras José Núñez de Cáceres desempeñaba el de Teniente Gobernador. Ello funcionó así hasta 1814, cuando París aceptó devolver al Trono español esta parte de la isla, a la que retornaron los funcionarios absolutistas. Entonces se terminaron las libertades burguesas aportadas por la Constitución de Toussaint, y que en buen grado mantuviera el con-trol bonapartista.

El 30 de noviembre de 1821 una insurrección dirigida por el men-cionado Núñez de Cáceres proclamó la independencia de Santo Do-mingo, que de inmediato solicitó su incorporación a la Colombia bolivariana. Todo se desarrolló normalmente hasta enero de 1822, cuando el sucesor del fallecido Petión ordenó la invasión de la re-cién emancipada y colindante zona; en efecto, Jean Pierre Boyer se había erigido en tiránico gobernante de su propio pueblo y anhela-ba además anexarse la referida región oriental. Y al llevarse a efecto ese despreciable plan, se propinó un rudo golpe al hermoso empe-ño colombiano de integración.

Las fuerzas latinoamericanas de San Martín no pudieron inicial-mente socorrer a los plantadores y comerciantes de Guayaquil, que se habían sublevado en octubre de 1820. Éstos, al no poder resistir más el empuje de las fuerzas absolutistas compuestas por peninsu-lares aliados a los feudales de la sierra quiteña, solicitaron entonces

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el auxilio de Bolívar, que en mayo de 1821 envió a su más joven y brillante general: Antonio José de Sucre.

Tras recibir en Huachi el único revés de su carrera, ese extraordina-rio militar pidió ayuda a San Martín, quien le pudo en ese momen-to enviar desde el Perú un cuerpo de granaderos, comandado por Andrés de Santa Cruz. Con estos refuerzos atacó a los colonialistas a partir de las nevadas cimas del volcán Cotopaxi, y los derrotó en la formidable batalla de Pichincha. Cinco días más tarde, el 29 de mayo de 1822, toda la región de Quito, ya liberada, se incorporó a la gran República de Colombia.

Entrevista de Guayaquil: Bolívar y San Martín

Bolívar acometió una etapa nueva de sus proyectos integradores con la irma del tratado de Alianza y Confederación eternas entre Perú y Colombia, el 6 de julio de 1822. Su articulado planteaba acuerdos de complementación económica, y el compromiso de incorporar a los demás Estados hispanoamericanos a una Liga de Unión Perpe-tua, que debería constituirse mediante una Asamblea General de Plenipotenciarios a celebrarse en el istmo de Panamá. El histórico acuerdo fue ratiicado a los veinte días, cuando en Guayaquil se entrevistaron Simón Bolívar y José de San Martín: era un 26 de julio (77). En esa fecha ambos próceres se reunieron para dialogar acerca del futuro de la América meridional, dentro de cuya temática ana-lizaron las perspectivas de la federación creada unas tres semanas antes, y debatieron sobre la conveniencia de establecer su capital en Guayaquil. También se estudió la probable incorporación del Chile de O’Higgins a la alianza establecida, así como la de otros países hermanos. Durante la entrevista San Martín se manifestó enfermo –vomitaba sangre- y expuso a Bolívar su disgusto por las constantes intrigas de la oligarquía peruana. Llegó incluso a confesar su in-tención de renunciar a la primera magistratura del Perú tan pronto regresara a Lima.

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Conforme a lo que había expresado a Bolívar, ante el Congreso, San Martín depuso el 20 de septiembre de 1822 los mandos supremos de los que estaba investido –político y militar-, a la vez que anunció su retorno deinitivo a la vida civil. Esa misma noche, envuelto en la mayor modestia, al embarcar en el puerto de Ancón dijo:

“Presencié la declaración de los Estados de Chile y el Perú; existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para escla-vizar el imperio de los incas y he dejado de ser hombre pú-blico; he aquí recompensados con usura diez años de revolu-ción y de guerra. Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas; hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos” (78).

Bolívar alcanzó el segundo eslabón confederativo de su proyecto integrador a los tres meses de la Entrevista de Guayaquil, cuando el 21 de octubre con el Chile de O’Higgins, Colombia irmó un tratado similar al anterior, que de igual manera establecía la unión en la paz como en la guerra. También la República de México presidida por Guadalupe Victoria rubricó un convenio semejante a los pre-cedentes, pero además éste subrayaba lo imperioso de expulsar a España de sus remanentes colonias en Cuba y Puerto Rico, así como la necesidad de establecer un acuerdo defensivo para enfrentar el expansionismo de Estados Unidos.

A las cuarenta y ocho horas de celebrada la Entrevista de Guaya-quil, Simón Bolívar despachó hacia el Perú en solidaria ayuda, a los batallones colombianos vencedores en Boyacá y Pichincha, en-cabezados por Antonio José de Sucre. Ello fue necesario, porque en la hermana república andina la correlación de fuerzas cambiaba mucho con el anunciado retiro de San Martín a la vida privada. En el Congreso, por ejemplo, los terratenientes impusieron el voto con un altísimo censo, mantuvieron los privilegios aristocráticos, y entregaron el poder ejecutivo a un triunvirato dirigido por José de La Mar. Pero las rivalidades de grupos provocaron un motín mi-

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litar que impuso a José de la Riva Agüero, como jefe del ejecutivo. Este ex-alto funcionario del absolutista Tribunal Mayor de Cuentas y descendiente de la más rancia nobleza castellana, originó el caos dentro de las ilas independentistas, cuyas fuerzas periclitaron. En ese contexto, los contingentes metropolitanos respaldados por los feudales del Altiplano contraatacaron de manera tan impetuosa, que pusieron en peligro a Lima. Entonces el espantado Congreso encargó a Sucre el mando de las tropas, lo que no fue aceptado por el advenedizo presidente, quien evacuó la ciudad y se replegó a Trujillo junto con sus partidarios. Y desde allí pactó con los colonia-listas, a pesar de lo cual Sucre reocupó la capital donde entregó el poder a Torre Tagle.

Así esta guerra retomó sus tradicionales contornos imprecisos, pues los grandes propietarios de ambos campos tenían muchas dudas en relación con sus perspectivas en el futuro. De un lado, la relati-va debilidad de los plantadores de la costa los impulsaba a actuar con indecisión, pues carecían de conianza en sus propias fuerzas. Del otro, los feudales titubeaban entre los atractivos de una inde-pendencia a su guisa, y el temor a un destino imprevisible con la metrópoli cuyo colonialismo había perdido crédito.

Revolucionarios decretos de TrujilloEl Congreso del Perú emitió un decreto el 14 de mayo de 1823, que solicitaba a Bolívar su presencia en Lima con el in de otorgarle ple-nos poderes. Pero el impaciente general tuvo que soportar una lar-ga espera, hasta que el Congreso de Colombia lo autorizara a partir al extranjero. Recibido el anhelado permiso, el venezolano arribó el primero de noviembre a dicha ciudad, expulsó del país a Riva Agüe-ro, denunció los turbios manejos de Torre Tagle –quien se entregó a las autoridades españolas-, instaló su cuartel general en Trujillo tras declararla capital de la república, y allí emitió radicalísimas disposi-ciones; ordenó el embargo de víveres y ganado, coniscó la plata de

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las iglesias, gravó con cuantiosos impuestos a los ricos, se vinculó con las diversas montoneras o guerrillas populares, y además emitió su conocido decreto del 8 de abril de 1824 destinado a eliminar los realengos –herencia de las tierras del Inca-, así como la arcaica forma de propiedad comunal sobre los suelos (79), engendrados en los an-tiguos Estados precolombinos. La supervivencia de esos vetustos y primitivos resguardos siempre había favorecido el enriquecimiento de reaccionarios caciques feudales, cuyo dominio conservador sobre los expoliados Ayllus o comunidades campesinas originarias era to-tal. Entonces, con el propósito de crear pequeñas propiedades, Bolí-var orientó repartir las referidas tierras estatales así como las perte-necientes a las viejas comunidades agrícolas, entre los empobrecidos indígenas que tradicionalmente las habían cultivado.

El revolucionario despertar de las aletargadas conciencias de las masas rurales, beneiciadas por las novedosas disposiciones agra-ristas, ayudó al fortalecimiento de quienes luchaban por la inde-pendencia, cuyo ejército dirigido por el propio Bolívar ganó el 6 de agosto de 1824 la gran batalla de Junín (80), seguida a los cuatro me-ses por la concluyente victoria de Sucre en Ayacucho (81). Ese día un virrey, catorce generales y nueve mil trescientos diez soldados se rindieron a los batallones internacionalistas de los revolucionarios latinoamericanos.

Casi enseguida culminó la liberación del Alto Perú, en donde Bolí-var emitió sus también famosos decretos del 4 de julio en Cuzco y diciembre de 1825 en Chuquisaca, en los que reiteraba su decisión de multiplicar los nuevos predios campesinos, erradicar los tribu-tos, y abolir todo tipo de mita o servidumbre; los acápites uno, dos y cinco del primer texto jurídico mencionado, establecían que nin-gún individuo podía exigir un servicio personal sin que precediera un contrato libre concerniente al precio del trabajo, a pagar de in-mediato, en cuantía adecuada, y dinero “contante”.

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Bolívar también defendía avanzadísimas concepciones educaciona-les, opuestas a los entonces prevalecientes criterios burgueses de enseñanza religiosa, masculina, privada y elitista. Por eso: dispuso la fundación de la Universidad de Trujillo, laica, gratuita y popular, así como la de Quito, en la que se enseñaría la lengua quechua; en-vió a diez jóvenes a estudiar economía política a Inglaterra; inaugu-ró en Cuzco una escuela para hembras, porque –dijo- “la educación de las niñas es la base moral de la familia”; entregó todos los fon-dos de la orden monástica de los betlemitas a la educación pública, abrió un Colegio de Estudios de Ciencias y Artes –también en la an-tigua capital incaica-, y destinó los conventos de monjes agustinos (recoletos) a la enseñanza.

Bolívar hizo más amplia y profunda su siembra de escuelas, cuando en Chuquisaca el 11 de diciembre de 1825 emitió una extraordinaria ley que establecía la educación de todos los niños huérfanos pobres a cargo del Estado. Éste inanciaría dicha actividad, al dedicar to-dos los bienes raíces y derechos eclesiásticos así como sus rentas y capellanías a una Dirección General de Enseñanza Pública, a cargo de su antiguo preceptor: Simón Rodríguez. Luego, en su empeño por generalizar la instrucción, orientó que se organizaran escuelas primarias para todos los niños de ambos sexos –con las divisiones co-rrespondientes-, tras lo cual mandó que se constituyera en la capital de cada departamento una Escuela Normal para formar maestros. Y sentenció: “El primer deber del gobierno es dar educación al pueblo”.

Constitución de Bolivia

Bolívar aceptó la solicitud de elaborar una Constitución para el Alto Perú, y a dicha tarea dedicó todas sus capacidades y experiencias, pues pretendía redactar un texto democrático. Éste debería abolir la esclavitud así como la aparcería y servidumbre feudales, a la vez que sentaría los principios de igualdad y libertad para todos, e im-pediría tanto la anarquía como la tiranía.

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Finalmente, en el mencionado documento, Bolívar no sólo estable-ció la consabida trilogía de poderes independientes –ejecutivo, le-gislativo, judicial-, sino que añadió otro, el cuarto, por él llamado Moral o Electoral.

El primero sería ejercido por un presidente vitalicio, con funciones de moderador entre los otros dos pertenecientes a la tríada, quien sólo podría nombrar a los empleados de hacienda, paz y guerra, así como al vicepresidente que lo sustituiría, en caso de ser aprobado éste por el segundo poder. El Legislativo constaba de tres cuerpos electos, –ninguno ya de carácter hereditario, lo cual evidenciaba un notable desarrollo ideológico-, que serían: la cámara de los tribu-nos, encargada de la hacienda y de la paz o guerra; la de senadores, referente a la emisión de leyes; la de censores, celadora de la Cons-titución y de los tratados públicos. El Judicial gozaba de completa autonomía así como de la judicatura inamovible, y su máxima ins-tancia residiría en la Corte Suprema, nombrada por los censores a propuesta de los senadores. El Poder Moral o Electoral, proponía al legislativo a quienes estimaba deberían ser jueces, y recibía de los ciudadanos las quejas de las infracciones a las leyes o sobre el pro-cedimiento incorrecto de algún magistrado (82).

Al inalizar su obra constitucional, Bolívar la describió así:El Electoral ha recibido facultades que no le estaban señaladas en otros gobiernos que se estiman entre los más liberales. Estas atribuciones se acercan en gran manera a los del Sistema Federal. Me ha parecido no solo conveniente y útil, sino también fácil, conceder a los Representantes inmediatos del pueblo los privilegios que más pueden desear los ciudadanos de cada Departamento, Provincia o Cantón. Ningún objeto es más importante a un ciudadano que la elección de sus Legisladores, Magistrados, Jueces y Pastores. Los Colegios Electorales de cada Provincia representan las necesidades y los intereses de ellas y sirven para quejarse

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de las infracciones de las leyes y de los abusos de los Magistrados. Me atrevería a decir con alguna exactitud que esta representación participa de los derechos de que gozan los gobiernos particulares de los Estados Federados. De este modo se ha puesto un nuevo peso a la balanza contra el Ejecutivo, y el Gobierno ha adquirido más garantías, más popularidad y nuevos títulos para que sobresalga entre los más democráticos (83).

La constitución de la República de Bolívar, o Bolivia como se rede-nominó el Alto Perú en honor al Libertador, se nutría de la Declara-ción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, del Bill of Rights esta-dounidense, y de los textos franceses emitidos en 1791, 1793 y 1799. Incluso el poder vitalicio del presidente recordaba las atribuciones del Primer Cónsul, acorde a lo que indicaba la ley primada de Fran-cia del año VIII. Asimismo el sistema de elecciones en dos grados, se encontraba en las cartas magnas francesas de 1791, 1795 y 1799 así como en la Constitución de Cádiz (84). Lo concerniente al sufragio sin exigencias de riquezas –pues en su texto Bolívar sólo requería virtudes y capacidades-, era propio de la avanzadísima concepción jacobina plasmada en el muy radical documento de 1793. Y dicha revolucionaria inluencia también se revelaba en el democrático precepto, según el cual el gobierno boliviano debía ser: “popular y representativo”, pues “la soberanía emana del pueblo y su ejercicio reside en los poderes que establece esta Constitución” (85).

El Congreso Anictiónico de PanamáEn su calidad de presidente del Perú, Simón Bolívar convocó el 7 de diciembre de 1824 a los gobiernos de Colombia, Chile, México, Río de la Plata y Centroamérica, a enviar sus delegados al istmo de Panamá para formar una Confederación. En su misiva escribió: “Diferir más tiempo la asamblea general de los plenipotenciarios de las repúblicas que de hecho están ya confederadas, hasta que se

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veriique la accesión de las demás, sería privarnos de las ventajas que produciría aquella asamblea desde su instalación” (86).

Con respecto al lugar añadió:

Parece que si el mundo llega a elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado como está en el centro del globo, viendo por una parte el Asia, y por la otra el África y la Europa. El Istmo de Panamá ha sido ofrecido por el gobierno de Colombia para este in, en los tratados existentes. El Istmo está a igual distancia de las extremidades; y por esta causa podría ser el lugar provi-sorio de la misma asamblea de los confederados (87).

Y concluyó:

El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se ijará en la historia diplomática de América una época inmortal. Cuando, después de cien siglos, la posteri-dad busque el origen de nuestro derecho público y recuer-de los pactos que consolidaron su destino, registrarán con respeto a los protocolos del Istmo. En él encontrarán el plan de las primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo. ¿Qué será entonces el Istmo de Corinto comparado con el de Panamá? (88).

Bolívar excluyó de participar en el cónclave anictiónico a sólo dos Estados latinoamericanos. Haití, a quien no se invitó a causa del anexionismo practicado por Boyer contra los independentistas domi-nicanos, y Brasil. Este país tras su emancipación política no se había constituído en república, sino en un Imperio que además oprimía a la Banda Oriental. Al mismo tiempo, la magnitud de su enorme masa esclava sólo era superada en el mundo por la de Estados Unidos.

Por su parte el Paraguay, mediante una carta del Dr. Francia fechada el 23 de agosto de 1825 declinó concurrir al Congreso de Panamá;

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en su respuesta, el máximo dirigente de los chacreros dejaba cons-tancia de que sus contradicciones de clase con la burguesía planta-dora y comercial, le impedían aceptar la invitación (89).

Entusiasmado por las perspectivas de crear una gran Confederación, Bolívar escribió a los delegados colombianos al Congreso de Panamá sus célebres instrucciones, en las cuales ante todo planteaba aprobar la liga militar reclamada con persistencia por México. Pero también Bolívar pensaba que el referido acuerdo defensivo resultaba impres-cindible, debido a su trágica experiencia en la península de la Florida; como es sabido, en junio de 1817 ciento cincuenta combatientes des-pachados por él habían desembarcado en la Isla Amelia –situada en la costa atlántica- donde proclamaron una República independiente, cuya capital gubernamental se estableció en el estratégico puerto de La Fernandina. Esta audaz operación tenía por objetivo permitir el almacenamiento allí de los materiales bélicos que fuesen adquiridos en los Estados Unidos, con el propósito de luego enviarlos hacia Sud-américa (90). Al mismo tiempo los navíos de dicha avanzada revolu-cionaria, por estas aguas debían capturar los suministros adquiridos por los colonialistas a los comerciantes de ese país norteño, quienes luego los embarcaban para las fuerzas absolutistas en Venezuela. Eso fue lo que sucedió cuando una lotilla de los patriotas capturó las goletas norteamericanas Tigre y Libertad, que transportaban armas y abastecimientos estadounidenses para las tropas del Rey de España. Entonces Bolívar escribió al representante del gobierno de Washing-ton –país formalmente neutral ante la guerra de independencia- en Angostura, una protesta que decía:

“La imparcialidad que es la gran base de la neutralidad desaparece en el acto en que se socorre a una parte contra la voluntad expresa de la otra.

Hablo de la conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independentistas del Sur, y de las rigorosas

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leyes promulgadas con el objetivo de impedir toda especie de auxilio que pudiéramos procurarnos allí.

El resultado de la prohibición de extraer armas y municiones caliica claramente esta parcialidad. Los españoles que no las necesitan las han adquirido fácilmente, mientras que las que venían para Venezuela se han detenido” (91).

Los sucesos inmediatos corroboraron la inadecuada conducta esta-dounidense respecto a los revolucionarios latinoamericanos, pues el 23 de diciembre del propio año las fuerzas armadas norteame-ricanas –al mando de Andrew Jackson, futuro presidente de ese país- ocuparon la Florida y expulsaron a los independentistas de La Fernandina. Luego el gobierno estadounidense en 1819 propuso al Trono absolutista un acuerdo general sobre límites en Norteaméri-ca, que determinaba la intangibilidad de la frontera en Texas a cam-bio de una compensación económica para el reaccionario monarca, quien debía también reconocer la pérdida por España de La Florida. Fernando VII, por supuesto, aceptó.

El éxito alcanzado en la aventura loridana revitalizó las tendencias expansionistas de los Estados Unidos sobre el Caribe, que en 1823 reiteraron sus deseos –expuestos desde tiempos de Thomas Jefer-son- de anexarse a Cuba. Pero esas pretensiones fueron detenidas por Gran Bretaña, con ambiciones propias, que despachó en este momento hacia las Antillas una poderosa lota de guerra. Esa pug-na entre ambas potencias indujo al presidente Monroe a publicar en diciembre de 1823 su ambigua doctrina, que en realidad anunciaba las apetencias estadounidenses sobre América Latina. Pero la inca-pacidad entonces de ese gobierno para llevarla a cabo, condujo a la política llamada de la “fruta madura”, mediante la cual los Estados Unidos preconizaron que la isla se mantuviera en las débiles manos de España, en espera de condiciones propicias para efectuar su pro-yectada anexión.

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En contraste con tan repudiable oportunismo, Bolívar señaló a los delegados colombianos a la anictionía, que uno de los temas de mayor importancia era el de liberar las islas de Cuba y Puerto Rico, y en ellas abolir la esclavitud. Sabía él que, en relación con ésta, existían en la mayor de las Antillas diversas posiciones políticas. En efecto, una conspiración de adeptos a la independencia había sido descubierta en 1810, cuya Constitución esclavista redactara Joaquín Infante, quien huyó a Venezuela. Pero a los dos años un movimiento de artesanos libres y esclavos, llamado la “Sublevación de Aponte”, aterrorizó a los plantadores y los apartó de las tenden-cias emancipadoras. La actividad revolucionaria resurgió en Cuba a partir de 1821, al ser creada la sociedad secreta “Soles y Rayos de Bolívar”, que tenía por objetivo proclamar la República de Cubana-cán; pero en 1823 esos proyectos fueron descubiertos poco antes de que se produjera el alzamiento. Entonces muchos de quienes logra-ron escapar buscaron refugio en Colombia, donde pensaban junto a Bolívar promover nuevos planes de independencia para la Isla. En ésta, por esa época, el presidente mexicano Guadalupe Victo-ria también auspiciaba una conspiración, llamada Gran Legión del Águila Negra, que tenía un propósito similar al anterior.

El gobierno estadounidense conminó en términos muy enérgicos a Colombia y México a abstenerse de incitar a los esclavos de las Anti-llas a sublevarse, y a no realizar expedición alguna para emancipar a dichas colonias insulares hispanas (92). También en diciembre de 1824, Monroe rechazó el planteamiento colombiano de prohibir la Trata y perseguirla por doquier. Tan prolongada sarta de contradic-ciones, indujo a Bolívar a excluir los Estados Unidos de cualquier participación en la reunión anictiónica, pues además dicho país era el mayor esclavista del mundo. Quizá por ello estalló en ira, cuando Santander –encargado interino del poder ejecutivo colombiano en ausencia del Libertador-, le comunicó haber “creído conveniente invitarles a la augusta Asamblea de Panamá”. Indignado, Bolívar le respondió que los estadounidenses “por solo ser extranjeros tienen

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el carácter heterogéneo para nosotros. Por lo mismo jamás seré de la opinión de que les convidemos para nuestros arreglos” (93).

En cambio, sí invitó en calidad de observadores a Holanda y Gran Bretaña, únicas potencias europeas que no participaban en la Santa Alianza. Este reaccionario pacto, que había restablecido el absolutis-mo en España a ines de agosto de 1823, tenía como otra de sus princi-pales metas, reimplantar el régimen colonial sobre toda Iberoamérica.

El Congreso Anictiónico o Asamblea de Diputados a la Confedera-ción, se inauguró en Panamá el 22 de junio de 1826 con delegados de cuatro Estados: Colombia, México, Perú, y Centroamérica. No estuvo presente el gobierno de Buenos Aires, porque Rivadavia du-rante su presidencia rechazó participar, y tras su renuncia quien lo sustituyera aceptó enviar a sus representantes, pero ellos no tuvie-ron ya la posibilidad de llegar a tiempo. Por su parte el Alto Perú no había sido emancipado, aún, en el momento de la convocatoria. Y cuando la nueva república se instituyó, Sucre –presidente interino por Bolívar- tampoco logró mandar a sus diputados antes de que dicho cónclave inalizara. En Chile la situación fue distinta, pues los conservadores –eclesiás-ticos, aristócratas, comerciantes monopolistas o vinculados con los estancos-, estaban tan disgustados con O´Higgins, a quien acusa-ban de haber aprobado la Constitución liberal emitida en 1822, que inalmente le obligaron a abandonar el poder ejecutivo. Después, los nuevos gobernantes esgrimieron los argumentos más banales para no tomar parte en la magna reunión.

Los Estados Unidos tampoco llegaron a participar en la anictionía, aunque habían aceptado la invitación de Santander, pues uno de sus delegados murió en camino y el otro arribó al sitio cuando todo había terminado.

En la sesión inaugural del referido Congreso en Panamá, se produ-jo el canje de credenciales de los diputados y se aprobó el sistema

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de trabajo. A la mañana siguiente el Perú adelantó un proyecto de Confederación que se puso en debate. Luego se acordó elegir una comisión que elaborase una contrapropuesta. Dicha tarea absorbió el trabajo de los congresistas durante diecisiete días. Y después, a partir del 10 de julio, se acometió la aprobación del texto, por par-tes, en reuniones plenarias que ocuparon hasta el día trece. Veinti-cuatro horas más tarde se discutió la posible mediación británica en el conlicto remanente con España. Asimismo se discutieron las po-sibilidades de trasladar las actividades a otro lugar, pues en el istmo se confrontaban demasiadas diicultades materiales. Por último, a las once de la noche del 15 de julio de 1826, en la sala capitular del antiguo Convento de San Francisco, los delegados irmaron el tex-to. Solo faltaba que las instancias pertinentes en cada república lo ratiicaran para que el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua fuera efectivo y entrara en vigor. Poco después el general Andrés de Santa Cruz, presidente interino peruano en ausencia del Libertador, cumplió los anhelos de éste y irmó el 15 de noviembre el acuerdo mediante el cual Bolivia y Perú se convertían en una Federación.

V.5) Involución conservadora en países emancipados

Una vez alcanzada la independencia, en América Latina por lo gene-ral no fueron los sectores burgueses los que emergieron con mayor poderío económico, pues muchos de ellos habían perdido conside-rables porciones de sus bienes -o todos ellos- durante el conlicto; buena parte de los plantadores vieron sus propiedades destruidas por la guerra o sus esclavos emancipados en la lucha, mientras no pocos mercaderes se arruinaron por las coniscaciones llevadas a cabo, o a causa del deterioro de la actividad comercial. Era, por lo tanto, sólo una cuestión de tiempo hasta que los despojaran de la supremacía política temporalmente alcanzada.

En contraste, los intereses más conservadores –por no decir reac-cionarios- apenas habían sufrido menoscabos, pues las leyes revo-

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lucionarias se aplicaban exclusivamente en los sitios donde perma-necían los ejércitos liberadores. Así los terratenientes, y en primer lugar la Iglesia Católica, siguieron viviendo de la aparcería y de la servidumbre indígenas, prácticas con frecuencia acompañadas de monopolios portuarios y estancos de cultivos o productos.

La ofensiva conservadora se había iniciado en Chile, al perder O´Higgins la primera magistratura. Luego continuó por el Perú, donde los oligarcas crecientemente diicultaban el abastecimiento de las tropas internacionalistas, a las que tildaban de “ejército de ocupación”. Hasta que lograron el retiro de los soldados colombia-nos, a partir de cuyo momento cambió en ese país la correlación de fuerzas en perjuicio de la revolución. Los terratenientes convocaron entonces a un Congreso nuevo, que derogó las leyes de Bolívar y San Martín, con lo cual fueron restablecidos la mita y el tributo, arrebatadas las tierras repartidas a los indígenas, reimplantada la esclavitud de los negros, y emitida una Constitución que eliminaba las libertades públicas.

A la represión interna siguió la guerra hacia el exterior, contra los regímenes bolivarianos donde quiera que éstos se encontraran. Y en ninguna parte era éste más débil que en Bolivia, en la cual se repetían los acontecimientos ya acaecidos en el vecino país andino. Pero aquí la reacción altoperuana fue auxiliada por una invasión de los terra-tenientes procedentes del Perú, lo cual indujo a Sucre a renunciar al poder y marcharse hacia Colombia junto con sus fuerzas, para no convertirse en una excusa que justiicara la conducta de los agresores.En la propia gran Colombia el panorama político se hacía cada vez más complejo; en Venezuela, los conservadores auspiciaban el se-paratismo escudándose en la recia igura de Páez; en Quito, los te-rratenientes feudales llegaron a sublevarse; en Cundinamarca, los conspiradores enemigos de Bolívar se aglutinaban alrededor del vicepresidente Santander.

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Con el propósito de estabilizar el caldeado ambiente político, Bo-lívar convocó a un Congreso –más conocido como Convención de Ocaña- que se desarrolló de abril a junio de 1828 y en el cual pre-ponderaron los santanderistas, quienes derogaron la llamada Cons-titución Vitalicia e incluso intentaron asesinar al presidente. En la noche nefanda del 28 de septiembre, Bolívar sólo salvó la vida gra-cias a la corajuda actuación de su querida Manuela Sáenz, apodada desde entonces como la Libertadora.

Frustrado el magnicidio, Bolívar destituyó a Santander, suprimió su cargo, asumió poderes omnímodos, y dictó nuevas medidas transformadoras como: reducir las alcábalas, afectar el Diezmo, su-primir los mayorazgos, y aumentar los aranceles de aduana a los productos rivales de los autóctonos, mientras rebajaba los impues-tos pagados por las exportaciones. De esta forma deseaba auspi-ciar el restablecimiento del quebrantado potencial económico de los plantadores, sin afectar la capacidad productiva de los artesanos ni establecer el librecambio.

Estas adicionales disposiciones de Bolívar, por doquier exacerbaron todavía más los ánimos de los reaccionarios. En Pasto y Popayán se sublevaron los terratenientes feudales. El Perú envió en enero de 1829 una belicosa lotilla a ocupar Guayaquil, a la vez que su ejér-cito penetraba en Colombia. El exiliado Santander se confabulaba con William Henry Harrison, agente norteamericano en Bogotá –y futuro presidente de ese país-, para derrocar a Bolívar. Exasperado por esa inaudita actitud, Bolívar el 5 de agosto de 1829 escribió: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad” (94). Luego se enteró de la gran victoria de Sucre contra los invasores peruanos en Tarqui, así como de la recuperación de la estratégica ciudad por-tuaria guayaquileña.

El régimen bolivariano, sin embargo, estaba condenado a muer-te. La poderosa coalición que lo había engendrado, se deshacía con

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rapidez tras su colosal victoria sobre el colonialismo. Las variadas fuerzas que la integraran, luego de la desaparición del enemigo co-mún, tomaban rumbos opuestos. Cada una en busca de satisfacer sus propios objetivos. Por lo tanto en noviembre de 1829 los con-servadores venezolanos deinitivamente se escindieron, seguidos a principios de año por los de Quito, que hicieron lo mismo. Y hacia allá Sucre marchó, anhelante de impedir lo inevitable. Pero lo ase-sinaron en las montañas de Berruecos, el 30 de junio, para que ni siquiera lo intentara.

Muy afectado por el crimen contra el Mariscal de Ayacucho, Bolívar decidió no sumir al país en una larga y sangrienta guerra civil. Tam-poco deseaba convertirse en centro de polémicas. Sólo quería paz y estabilidad en la república. Para sí, nada pedía. Se había convertido en un hombre pobre, al emancipar sus esclavos, distribuir sus tie-rras, donar sus casas de Caracas, repartir entre sus oiciales y ami-gos en diicultades el dinero heredado. Rechazaba, además, cual-quier pensión que gravara las inanzas estatales. En reconocimiento a su gesta, le bastaba el respeto y generalizado agradecimiento, que a su paso la gente humilde le patentizaba.

Enfermo de gravedad, muy delgado, el rostro descolorido, apenas lograba subir la escalera de la casa con la ayuda del hijo de Miranda. Sufría intensos dolores de cabeza y del hígado. ¡Estaba tuberculoso!

Pasaba los días contemplando el espléndido paisaje de la Sierra Ne-vada, desde su ventana en la inca de un conocido, en Santa Marta. Poco antes de morir, a un íntimo amigo musitó: “Hemos arado en el mar” (95). Después, a la una de la tarde del 17 de diciembre de 1830, falleció, Simón Bolívar: el Libertador.

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Capítulo VI: Contradicciones en el surgimiento de los Estados Nacionales

VI.1) Proteccionismo vs. Librecambio y Federales vs. Unitarios

Desarrollo Económico Paraguayo

En el Paraguay, los pequeños burgueses tomaron el poder y dedica-ron todas sus fuerzas a la construcción de un Estado Nacional, así como a su defensa (96). En ese contexto una de las primeras preo-cupaciones gubernamentales fue la diversiicación de la agricultu-ra, y en dicho proceso se hizo énfasis en los cultivos destinados al mercado interno, por encima de los dedicados a la exportación. A la vez, aunque una determinada cantidad de lotes se entregó a los peones de las antiguas plantaciones que habían sido expropiadas, la mayor parte de dichos latifundios permaneció en manos del Es-tado; el régimen del Dr. Francia prefería crear Estancias de la Patria en los predios que habían pertenecido a la oligarquía emigrada. En las referidas tierras estatales, las carnes producidas se destinaban al abastecimiento del mercado nacional, mientras los cueros iban a la exportación. En lo concerniente a las tribus guaraníes se man-tuvieron criterios similares, pues se respetó la posesión y cultivos colectivos de los tradicionales suelos comunales. Pero de su admi-nistración, se eliminó a los caciques.

En lo relacionado con las artesanías e incipientes manufacturas, el Estado adoptó una política protectora al prohibirse la competencia de artículos foráneos, para que se desarrollaran las producciones nacionales. De esta forma se comenzó a vigorizar la economía pa-raguaya, que trabajaba sobre todo para el consumo interno, cuyas magnitudes eran respetables; en un área bien delimitada y relativa-mente compacta, el número de habitantes se asemejaba al existen-te en las tres extensas –y distantes- regiones argentinas. Gracias a dicha peculiaridad geo-demográica, la vinculación entre todas las zonas del Paraguay se hizo fortísima, y el sólido mercado nacional

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creció. Junto a ese proceso se produjo una acumulación de riquezas en manos de los más hábiles y fuertes productores, que a la muerte del Dr. Francia en el año 1840, deseaban y estaban capacitados para dejar de pertenecer a su antigua clase social, y empezar a componer otra: la burguesa.

Tras un breve forcejeo político, la burguesía nacional ocupó el poder en Paraguay dirigida por Carlos Antonio López. Este individuo, fa-moso por las ideas liberales que había expuesto en su “Tratado de los Derechos y Deberes del Hombre Social”, era un buen exponente de las proyecciones socio-económicas de ese grupo, cuyos integran-tes sobre todo producían para el mercado interno, sin estar asocia-dos con capitales foráneos (97).

El nuevo gobierno modernizó el sistema de impuestos iscales, ela-boró un avanzado reglamento proteccionista de aduanas, restable-ció el comercio con la provincia argentina de Corrientes, permitió a extranjeros adquirir la ciudadanía paraguaya, decretó una ley de vientres libres y emancipó a los esclavos de propiedad estatal. Éstos eran la mayoría, ya que en el país ese odioso régimen tenía poca importancia, pues dicha fuerza laboral en el ámbito privado se em-pleaba mayormente en funciones doméstico-patriarcales. Luego, en 1844, esas proyecciones liberales se oicializaron mediante una Constitución llamada “Ley que establece la Administración Política de la República”. Ésta instituía el voto censatario y garantizaba un desarrollo económico sostenido e independiente a la vez que evi-taba el surgimiento de un sector privado agro-exportador, que hu-biese engendrado al interior de la misma clase a un grupo hermano pero rival por el poder, y adepto al librecambio. Por ello, sin impor-tar quien poseyera las tierras, el gobierno decretó la propiedad es-tatal sobre la yerba mate y los árboles, cuyas maderas se empleaban en la construcción de buques.

Después los suelos de las veintiuna comunidades agrícolas guara-níes existentes fueron incorporados a los bienes del Estado. Una

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parte de esos terrenos fue transformada en nuevas Estancias de la Patria, que entonces llegaron a ser 64, de cuyos pastos comían más de doscientas mil cabezas de ganado vacuno y caballar. Otras tie-rras fueron arrendadas en parcelas a muchos de sus antiguos culti-vadores. El resto fue entregado a los propietarios que anhelaban ex-tender sus cosechas destinadas al mercado nacional, con el empleo de la fuerza de trabajo aborigen disponible tras la desaparición de sus antiguas colectividades agrícolas.

Las positivas consecuencias económicas de las referidas transfor-maciones se evidenciaron a partir del surgimiento de la vecina Confederación Argentina (1852-1861), encabezada por Justo José de Urquiza, quien proclamó la libertad de navegar por los ríos de la cuenca del Plata y reconoció diplomáticamente al Paraguay, lo cual le permitió a este país negociar por sus propios medios con las na-ciones más avanzadas del mundo.

En el Paraguay la vida demostró que la burguesía nacional, fuerte en el agro y débil en las manufacturas, aún no tenía la capacidad económica para acometer el importante desarrollo industrial inde-pendiente necesitado por el país. Por eso dicho grupo social fue el primero en América Latina en recurrir al capitalismo de Estado, con el propósito de impulsar una moderna actividad fabril en diversas esferas de la economía. Dichos recursos gubernamentales permitie-ron construir en Asunción una impresionante marina mercante na-cional, la mayor del Río de la Plata, integrada por cincuenta veleros. Incluso en dichos astilleros se llegaron a botar al agua once buques de acero provistos de calderas a vapor, cuyos insumos de hierro y acero se forjaban en la fundición estatal de Ibicuy –inaugurada en 1854- con magníicas instalaciones en las que trabajaban casi dos-cientos obreros. Mientras, en el arsenal del gobierno en la capital se fundían cañones de hasta doce pulgadas, armas ligeras, proyectiles, implementos agrícolas y otros artículos más, gracias al empeño de casi trescientos asalariados. Dicha fábrica, además, en 1854 empezó a proveer los recursos necesitados para construir el primer ferro-

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carril de trocha ancha del Río de la Plata, que debía llegar desde la capital hasta Guaira, departamento densamente poblado donde se encontraban las mejores haciendas privadas y Estancias de la Patria.

El esplendor económico del país se relejó en poco tiempo en su co-mercio exterior, que se cuadruplicó en menos de diez años, debido a lo cual a principios de la séptima década del siglo, más de trescien-tos buques a vapor atracaban anualmente en el puerto de Asunción.

Así, en Paraguay, el capitalismo de Estado y el proteccionismo constituyeron recursos fundamentales mediante los cuales se ca-pitalizaron los medios de producción y de vida, para abreviar el tránsito a un moderno sistema económico. Sólo una gran derrota militar podía eliminar el continuo inanciamiento gubernamental a las fábricas y abolir los altos aranceles aduaneros exigidos por la burguesía nacional.

Crecimiento Industrial Brasileño

En el Imperio del Brasil, mientras tanto, las diicultades experimen-tadas por el isco llevaron al gobierno liberal a emitir circunstan-cialmente en 1844 la tarifa proteccionista llamada Alves Branco. A partir de ese momento una pléyade de burgueses se comprometió con el desarrollo del país, y llegaron incluso a auspiciar su creci-miento industrial a pesar del impacto negativo de la esclavitud, que restringía en el mercado interno la demanda solvente. Los más des-tacados representantes de dicha incipiente burguesía nacional fue-ron los hermanos Otoni (Cristian y Teoilo), aunque no alcanzaron la notoriedad de Irinéo Evangelista de Souza, Barón de Mauá. Este individuo, el más poderoso banquero e industrial del Brasil, no per-tenecía sin embargo a dicho grupo social porque estaba estrecha-mente ligado a capitalistas de Inglaterra. En 1845 Irinéo compró un taller de fundición en Nitheroy (Río de Janeiro) e incrementó mu-cho sus volúmenes productivos al amparo del mencionado arancel proteccionista; a los dos años la fábrica agrupaba ya a trescientos

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obreros y producía a la semana ciento cincuenta grandes tubos de hierro para las obras públicas. Un poco de tiempo después dicho establecimiento contaba con unos mil trabajadores; era la instala-ción fabril más grande del país y elaboraba múltiples rubros, como por ejemplo buques mercantes y de guerra –fuesen de vela o vapor- capaces de superar las doce millas náuticas por hora. En once años construyeron 72 navíos, desde cañoneras hasta barcos para largas travesías marítimas. Luego empezó la fabricación de piezas para ingenios azucareros, calderas para máquinas a vapor. Pero la com-pañía tenía un peligro; el control del Estado brasileño se encontraba en manos de los ricos plantadores que producían con fuerza de tra-bajo esclava, no interesados principalmente en el mercado interno. Bastaría un giro político librecambista en el gobierno, para que los referidos negocios fabriles quedaran arruinados. Y fue esto lo que sucedió en 1860, cuando se sustituyó la tarifa Alves Branco por otra más conveniente al sector agro-exportador, que requería de grandes capitales con los cuales comprar más esclavos y tierras para sus cul-tivos en expansión.

De esa manera se evidenció que la gran diferencia entre los regíme-nes del Brasil y el Paraguay era el grupo social burgués que deten-taba el poder. En el primer caso estaba compuesto por esclavistas anómalos que producían para el exterior. En el otro lo constituían productores nacionales orientados hacia el mercado interno.

Pacto federal Rioplatense

En la región del antiguo Virreinato del Río de la Plata que actual-mente conforma la Argentina, luego del Tratado del Pilar el 20 de febrero de 1820, los ganaderos se fortalecieron mucho; esto, sobre todo a partir de la eniteusis (98) dictada para ellos por el liberal Rivadavia, pues dicho edicto les permitió extender sus dominios a dos tercios de todas las tierras. Pero la desvinculación económica entre los distintos territorios hoy argentinos, y la incapacidad en-tonces de cualquier sector de la heterogénea y ascendente burgue-

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sía del área para imponerse sobre los demás, provocó una situación de constantes luchas de todo tipo.

Al respecto, los intereses del Interior deseaban proteger sus produc-ciones de la concurrencia de las manufacturas europeas, y debido a ello les disgustaban los reclamos de libertad de comercio exigidos por el Litoral. También se oponían a las tendencias librecambistas defendidas por los comerciantes de Buenos Aires; este grupo mer-cantil –en el que había ingleses dueños de 39 casas comerciales-, además defendía en política tesis unitarias pues sus integrantes de-seaban apropiarse de los ingresos aduaneros del exclusivista puerto, sin compartirlos con los otros territorios. El Litoral, por su parte, repudiaba tanto el monopolio mercantil porteño –que rechazaba el empleo de cualquier facilidad portuaria ajena a la suya- como el proteccionismo del Interior; pues anhelaba comerciar directamente con el exterior, sin pagar altos derechos arancelarios y mediante sus propios puertos, ubicados aguas arriba de las grandes vías luviales. Esas contradicciones desembocaron en la llamada “anarquía del año XX”, de la cual emergió como igura de gran relieve Juan Ma-nuel de Rosas. Este era un rico ganadero bonaerense, quién junto a dos socios había fundado el primer saladero con rasgos industriales de la región, y tenía una tropa compuesta por gauchos que lo ido-latraban pues les protegía de la temida “Ley contra la Vagancia de 1815”. Este grupo vinculado al negocio saladeril exportaba tasajo hacia las zonas de plantaciones esclavistas (el Caribe inglés y Brasil; Cuba se sumó después de la pérdida de Texas por México, donde antes lo comprara), lo cual les brindaba una relativa independencia con respecto al comercio y las concepciones propugnadas por Ingla-terra. Por eso no buscaban el apoyo inglés para realizar la unidad nacional argentina, que deseaban llevar a cabo mediante un enten-dimiento con las demás provincias.

La legislatura bonaerense en diciembre de 1829 designó a Rosas como nuevo gobernador, quien de inmediato cesó el pago de intere-

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ses engendrados por los empréstitos que Rivadavia y demás gober-nantes centralistas o unitarios habían concertado con Gran Bretaña (99). Después acometió las “Reuniones de Santa Fe”, que concluye-ron en el Pacto Federal irmado en enero de 1831, el cual vinculaba a Buenos Aires con la Liga del Litoral o descoyuntada asociación que aglutinaba Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos. Luego todos se aliaron con La Rioja y derrotaron a Córdoba. Pero como el equilibrio entre las áreas debía alcanzarse sobre todo en lo económico, y no exclusi-vamente debido a una contienda militar –que solo había abierto las puertas al compromiso político-, en 1835 se dictó una Ley de Adua-nas, que prohibía la importación de muchos artículos concurrentes con los autóctonos –en especial textiles y metalurgia- y ratiicaba la prohibición de navegar por los ríos del Plata. Esto implicaba que el gran perdedor sería el Litoral, por lo cual dichos territorios se apar-taron de Buenos Aires y se acercaron al Uruguay –ya independien-te y respaldado por Inglaterra- que gobernaban los comerciantes “colorados” aliados del Brasil; así, todos emplearían el puerto de Montevideo como vía de escape por el Atlántico hacia el exterior.

En el Litoral, sin embargo, había quienes abogaban por reincorporar-se políticamente a la Federación. Entre ellos descollaba Justo José de Urquiza, quien tomó en 1841 el poder en Entre Ríos y se alió con Bue-nos Aires, lo cual permitió a las tropas federales derrotar en una larga guerra a las del Uruguay, república aliada con Inglaterra y Francia; al inal, los europeos se vieron forzados a reconocer la exclusiva juris-dicción de Buenos Aires sobre las vías luviales del Plata.La gran victoria obtenida confundió a Juan Manuel de Rosas, acerca de la verdadera correlación de fuerzas en la región. Por ello se em-peñó en suprimir la libre navegación que de hecho existía por los ríos. Pero esa decisión resultaba inaceptable para el Litoral, que se consideraba también vencedor, y sobre todo salía muy fortalecido del conlicto; había aprovechado bien los cinco años del bloqueo anglo-francés a Buenos Aires. Por ejemplo y en solo doce meses, a Entre Ríos habían entrado más de dos mil buques extranjeros. Se

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gestó entonces una coalición nueva, que integraron los tres interesa-dos (Litoral, Brasil, Uruguay) en evitar el dominio bonaerense sobre el estuario del Plata. De esa forma, en 1852 Buenos Aires perdió la guerra y Rosas el poder; en esta provincia la importancia de los sa-laderos había menguado mucho, pues ya no tenían el mercado del Brasil (debido a las leyes proteccionistas de 1844) ni el del Caribe inglés, donde la metrópoli había abolido la esclavitud.

El viejo proyecto de construir la unidad alrededor de Buenos Aires caducó. En su lugar surgió otro, el del enriquecido Litoral, cuyo primer peldaño se alcanzó en el propio 1852 al irmarse los acuer-dos de San Nicolás, que instituían la Confederación Argentina. Esta implicaba un esfuerzo muy serio por erigir un Estado nacional a partir de concepciones liberales, pues la avanzada Constitución de 1853 implicaba la convocatoria a un Congreso (dos diputados por provincia); libre tránsito por los ríos del Plata, con reconocimiento de la independencia del Paraguay; supresión de las aduanas inter-nas y nacionalización del puerto bonaerense; impulsar el desarrollo de la agricultura, industria y comunicaciones; elevar la educación; libertades individuales (de pensamiento, palabra, propiedad, co-mercio), así como igualdad jurídica para todos los ciudadanos ante las leyes. A la vez se acometieron las tareas correspondientes al es-tablecimiento de una administración federal.

Las provincias del Interior no rechazaron la Confederación porque las leyes proteccionistas de 1835, aún vigentes, defendían en cierta medida sus mercados tradicionales. Pero la anuencia de Buenos Ai-res era imposible. La burguesía comercial porteña recién había con-quistado el gobierno de la provincia y rechazaba todos los objetivos de la Confederación, menos el de crear el mercado nacional. Por eso erigió un poder autónomo y se dotó de una constitución unitaria, que le conservaba los privilegios aduaneros.

El prolongado conlicto entre federales y unitarios oponía dos con-cepciones políticas distintas, en el marco de la misma ideología libe-

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ral. Dicha pugna se expresaba, incluso, en dos individuos que habían tenido un origen similar; Juan Bautista Alberdi (100) y Domingo Faustino Sarmiento eran fruto de la llamada Generación del 37, que también comprendía a otros brillantes intelectuales como Esteban Echeverría (101), quienes pretendían identiicar los problemas de la Argentina para luego transformarla en un país moderno. Pero Al-berdi y Sarmiento diferían en los métodos para alcanzar el objetivo.

En sus principales escritos (Fragmento preliminar al estudio del De-recho; Cartas sobre la prensa y la política militante de la República Argentina –más conocidas como Cartas Quillotanas-; Grandes y pequeños hombres del Plata) Alberdi mostró su adhesión a las tra-diciones criollas y a las masas populares, lo cual –entre otras cosas- se evidenciaba en su respeto por la igura de José Gervasio Artigas y sus simpatías hacia los gauchos. Entendía que la Confederación heredaba dichos valores, y hasta reconocía que los caudillos repre-sentaban a las masas incultas, pero por medio de una deiciente ins-titucionalización. Por eso defendía el voto censatario como algo adaptado al carácter y naturaleza de una sociedad mestiza formada por “hombres de tierra adentro”.

Sarmiento, en contraste, se puso al servicio de los aristocratizantes y exclusivistas “unitarios”, que rechazaban el sufragio masculino universal y enarbolaban criterios de perfección étnica; en sus libros más importantes (Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga; Conlictos y armonías de las razas en América; Carta de Yungay) condenaba por degenerante la mezcla de sangres, y defen-día una inmigración proveniente del norte europeo que ayudase a erradicar a gauchos e indios.

En contraste con la bonanza económica de Buenos Aires –cada día más vinculada y dependiente del comercio inglés-, el Litoral sufría una creciente asixia mercantil, pues los buques europeos casi nun-ca atracaban en los puertos confederados. Así, Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos vieron su decisión laquear. Hasta que bajo el empu-

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je de las tropas bonaerenses dirigidas por Bartolomé Mitre –nuevo caudillo de los mercaderes del puerto monopolista-, la Confedera-ción se disolvió en septiembre 1861 luego de su derrota en la batalla de Pavón.

La República Argentina heredó el aparato administrativo federal, lo transformó y unió al de Buenos Aires, y de esa manera se acercó aún más a lo que sería el Estado Nacional. Pero los vínculos de esta provincia no tenían la misma fuerza con el Litoral y el Interior; en esta última región, la penetración de los productos británicos im-portados por la burguesía comercial porteña no era todavía muy importante. La evolución conocida hasta ese momento les había preservado –en cierto grado- su dominio sobre los mercados loca-les. Y la victoria de Buenos Aires respaldada por Inglaterra ponía a la orden del día la eliminación de dicho proteccionismo, que de-bido a la ausencia de otra alternativa se expresaba por medio de sublevaciones; no quedaba otro recurso a los dueños de artesanías e incipientes manufacturas. En contra de éstos el presidente Mitre enviaba a sus mejores armas: los ferrocarriles ingleses.

En Argentina las grandes concesiones ferroviarias se hicieron a par-tir de la Ley Mitre en 1862, que otorgaba en propiedad a las compa-ñías británicas considerables porciones de tierra a ambos lados de las vías. Sarmiento, al respecto dijo:

“multiplicar los ferrocarriles es, pues, reconquistar para la civilización, para la industria, para el litoral, el terreno que nos había arrebatado la barbarie, la holgazanería y el arbi-trio...” (102).

La resistencia popular inalmente se nucleó en el Interior alrededor de la igura de Angel Vicente “El Chacho” Peñaloza, quien se había destacado como militar en la Confederación y era gobernador de La Rioja. Luego de una cruel y sangrienta guerra las montoneras de este caudillo fueron derrotadas en 1863, lo cual marcó el surgimien-

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to del Estado nacional argentino, caracterizado entonces por una creciente penetración de Inglaterra.

Al Paraguay le llegó el turno después. Cinco años de continuos ata-ques por sus vecinos –inanciados y abastecidos desde Inglaterra- fueron necesarios, para sojuzgar a dicha república. En la horrible guerra perecieron dos terceras partes de la población paraguaya, lo que implicó la muerte del 90 por ciento de todos los hombres. Por ello, en campos y ciudades sólo sobrevivió la desolación.

Las provincias Unidas Centroamericanas

En Centroamérica, el Congreso Constituyente que inició sus sesio-nes el 24 de junio de 1823 estableció una Federación conocida por el nombre de Provincias Unidas, la cual aglutinaba a Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Aunque dominada en un inicio por la burguesía liberal, que abolió los estancos, procla-mó la libertad de comercio, estableció el voto censatario, y ofreció a plantadores o comerciantes algunas tierras baldías y realengas, dicha convención casi no afectó los poderosos intereses de los terratenien-tes laicos ni los de la Iglesia Católica. Luego se estableció una Junta ejecutiva encabezada por Manuel José Arce, José Cecilio del Valle y Tomás O’Haran, que gobernaría durante dos años, hasta las eleccio-nes generales a celebrar. Pero los conlictos políticos generalizados se incrementaban sin cesar; no sólo pugnaban liberales y conservadores por el control de las diversas instancias de poder, sino también se producían crecientes choques entre los gobiernos provinciales y el fe-deral, pues sus respectivas funciones estaban muy mal delimitadas.

Las discrepancias, luego gradualmente comenzaron a resolverse por las armas, tanto en el interior de cada uno de los territorios asociados, como entre éstos y el poder central. En Guatemala, por ejemplo, la conservadora ciudad capital tuvo grandes litigios con los plantadores de Quetzaltenango; en Nicaragua la lucha opuso a la liberal León contra Granada; en Honduras se enfrentaban Teguci-

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galpa y Comayagua. La situación sólo tenía características distintas en El Salvador, donde primaba la gran burguesía latifundista, y en Costa Rica. En ésta, la inexistencia de terratenientes y de una fuerza de trabajo indígena servil –la cual aquéllos hubieran podido explo-tar-, permitió que desde un inicio se instituyera un régimen liberal muy progresista respaldado por los inqueros –propietarios de pe-queñas incas rurales-, quienes sembraban tabaco y café que empe-zaban a exportar hacia Inglaterra. Así, durante una década gobernó Juan Mora Fernández, quien emitió una moneda local; introdujo la imprenta; publicó el primer periódico; creó ferias agrícolas con productos destinados al mercado interno; distribuyó en parcelas terrenos baldíos; eximió a los pequeños propietarios del pago del Diezmo; fundó un alto centro de estudios que después se converti-ría en la Universidad de Santo Tomás; prohibió la construcción de nuevas iglesias sin permiso gubernamental; y mantuvo alejada la provincia de las sangrientas guerras civiles que tanto afectaron al resto de Centroamérica.

En 1833 la Federación entró en crisis y Mora cesó en su cargo, ocu-pado durante dos años por un gobernante interino, que inalmente lo entregó a Braulio Carrillo. Éste proclamó a San José como capital, lo cual motivó la revuelta de los departamentos de Cartago, Here-dia y Alajuela, que formaron una liga opositora con el apoyo de los conservadores nicaragüenses. Los inqueros, sin embargo, obtuvie-ron el ilimitado respaldo del campesinado, y juntos lograron vencer. Después se trazaron caminos hacia el Pacíico, lo cual beneiciaba las exportaciones, y se impulsaron medidas democrático-burguesas al expropiar todas las tierras no cultivadas en los últimos diez años. Y ese era, precisamente, el período en que los grandes plantadores de-jaban en barbecho parte de sus latifundios cacaoteros. Luego dichos predios se distribuyeron en parcelas a nuevos dueños. También Ca-rrillo ordenó el fraccionamiento de muchas tierras estatales, con las cuales multiplicó el número de pequeños propietarios e incrementó su poderío, fortalecido con ventajosos créditos gubernamentales.

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En Centroamérica, una guerra civil generalizada duraba ya dos años, cuando en 1829 el hondureño Francisco Morazán organizó en la pro-vincia de Nicaragua un gran ejército liberal, y con él triunfó en su patria chica. Después marchó a unirse con sus congéneres salvadore-ños, que resistían una ofensiva de los conservadores guatemaltecos, quienes a su vez enfrentaban la sublevación de Quetzaltenango. En deinitiva la coalición forjada por los liberales resultó demasiado po-derosa para sus enemigos, que perdieron el ejecutivo federal en Ciu-dad Guatemala. Entonces Morazán expulsó al obispo de la capital, suprimió algunas órdenes monásticas, abolió el fuero eclesiástico, y recordó a Roma que las bulas papales sólo eran válidas tras su san-ción por el ejecutivo federal (103). Luego trasladó a San Salvador, baluarte de comerciantes y plantadores, la sede de la Federación.

En las elecciones provinciales de 1831 en Guatemala ganó Mariano Gálvez, político liberal que suprimió el Diezmo, decretó la libertad de testar, y dispuso la entrega a propietarios privados de los anti-guos realengos. Pero si al traspasar dichas tierras estatales, se bene-iciaba a unos y se perjudicaba a pocos, no sucedió lo mismo con la disolución de las comunidades agrícolas indígenas pues dejaba sin tierras a los aborígenes, cuyos resguardos habían sido relativamen-te protegidos por la legislación feudal del colonialismo absolutista. Fue entonces cuando la pobreza surgió entre esas poblaciones, por lo cual no asombró que la referida disposición liberal empujase a esas desposeídas tribus al bando conservador.

Morazán se disgustó mucho con Gálvez, pero cuando éste enfren-tó la sublevación de Rafael Carrera al mando de los terratenientes guatemaltecos y del despojado campesinado maya, el presidente centroamericano envió a su homólogo provincial un fuerte apoyo en tropas federales, que por el momento le dieron el triunfo. Sin embargo, otra insurrección del perseverante caudillo mestizo, aho-ra al grito de “viva la religión y mueran los extranjeros” fue exito-sa, pues permitió a dicho jefe conservador expulsar a los militares salvadoreños y separar de la Federación a Guatemala. Ésta, por su

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parte, en 1838 enfrentó la escisión de Quetzaltenango, que formó un gobierno propio y seudo-independiente junto con los departamen-tos de Sololá, Totonicapán, Huehuetenango, y San Marcos, bajo el nombre de “Provincia de los Altos”.

Nicaragua también se apartó de las Provincias Unidas el 30 de abril, y Honduras la imitó el 26 de octubre, ambas ya bajo dominio con-servador. Se evidenciaba de esa manera, que dicha federación sólo había constituido un conjunto administrativamente unido, poco articulado, con la facultad de unirse o separarse según la victoria o derrota de una tendencia política, pues no existían entre sus di-versos integrantes sólidos vínculos económicos. Carecían, por lo tanto, de una nacionalidad común y hasta de importantes nexos mercantiles entre sí. Guatemala, por ejemplo, comerciaba más con México que con el resto de Centroamérica; Honduras, por su par-te, negociaba de manera intensa con Cuba por el puerto de Omoa; Nicaragua tenía fuerte intercambio de productos con Colombia; El Salvador exportaba sus cosechas hacia Europa, donde compraba gran cantidad de manufacturas. Por ello la uniicación temporal de los territorios centroamericanos sólo abarcaba el nivel de la supe-restructura, razón por la cual aquélla podía romperse o reconsti-tuirse en cualquier momento, ante la indiferencia de la mayor parte de la población, ajena a lo que sucedía fuera de su reducida esfera de actividad. Como se sabe, más de la mitad de los habitantes de la Federación vivían en Guatemala, y en ésta preponderaba el campe-sinado maya, agrupado todavía en múltiples grupos tribales.

Carrera culminó en 1840 su predominio en Centroamérica –menos en Costa Rica-, al invadir y ocupar El Salvador. Pero dicha supre-macía fue puesta en peligro, porque en ese pequeño país los con-servadores se dividieron en partidarios y rivales del presidente guatemalteco, lo cual facilitó que a los dos años allí tuviera lugar una insurrección liberal. Aunque entonces derrotados, los referidos salvadoreños volvieron a rebelarse en 1846, cuando triunfaron. Y de inmediato auspiciaron el alzamiento y segregación de Los Altos, en

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Guatemala, cuyo territorio más tarde se constituyó en república in-dependiente. Derrotado, Carrera se exilió en Yucatán, lo cual acele-ró la victoria liberal en Honduras, que ulteriormente envió fuerzas hacia Nicaragua con el mismo propósito. En Guatemala, sin embar-go, la concordia no imperaba en las ilas liberales, que se dividieron en dos corrientes. La moderada, dirigida por el acaudalado comer-ciante Juan Martínez, y la progresista, –compuesta en su mayoría por plantadores de café-, encabezada por los hermanos Francisco, Vicente y Serapio Cruz, así como por el joven Justo Ruino Barrios. Éstos no se sometieron a aquéllos, y en Quetzaltenango mantuvie-ron la segregación de la “República de Los Altos”. Para vencerla los liberales moderados se aliaron con los conservadores, quienes así inalmente en octubre de 1851 pudieron regresar al poder, acaudi-llados de nuevo por Carrera. Y a los dos años, con toda solemnidad, bajo el título de Alteza, a éste se le nombró Presidente y Capitán General vitalicio, con derecho a nombrar sucesor.

El renovado empuje conservador indujo a los gobiernos liberales de El Salvador, Nicaragua y Honduras, a irmar un pacto tripar-tito, pero una ofensiva militar guatemalteca derrotó a los salva-doreños en el combate de La Arada. Luego de tamaño revés, aun-que Honduras y Nicaragua irmaron el 13 de octubre de 1852 un Estatuto Provisorio que recreaba la disuelta Federación, el poder de los liberales estaba ya en crisis. A éstos se les desplazó del go-bierno en Managua debido al empuje de los conservadores loca-les, mientras Carrera ordenaba en 1853 la invasión de Honduras, que triunfó al cabo de dos años de combates. Los éxitos militares del caudillo conservador guatemalteco lo convirtieron –de hecho- en tutor de las tres vecinas repúblicas centroamericanas; en ellas puso y depuso presidentes a su antojo, no sólo por motivos ideo-lógicos sino también teniendo en cuenta la idelidad personal que tuvieran hacia él.

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El ilibustero William WalkerEn Nicaragua la supremacía de los conservadores se había hecho evidente desde que éstos retornaran al poder sin gran ayuda del exterior. Entonces los liberales, carentes del suiciente sostén inter-no, tuvieron la peregrina ingenuidad de recabar el apoyo de una fuerza mercenaria estadounidense llamada Falange Americana, a las ordenes del aventurero William Walker. Éstos se apresuraron en aprovechar la oportuna coyuntura que les permitía burlar el tratado Clayton-Bulwer (104), y penetraron por el puerto de Realejo. Allí recibieron la ciudadanía nicaragüense así como altos grados de ma-nos de sus patrocinadores liberales, y pronto controlaron todos los mandos militares. Luego derrotaron a los conservadores y el 30 de octubre de 1855 colocaron en la presidencia a Patricio Rivas, quien mantuvo a Walker y sus asociados en la dirección del ejército. Pero casi de inmediato una intensa pugna se desató entre ambos hom-bres, debido a la cual el primero perdió el cargo y el segundo lo ocupó. El norteamericano de inmediato se apresuró a preparar las condiciones para anunciar la anexión de Nicaragua a Estados Uni-dos, en tanto Rivas acudía a la solidaridad centroamericana. El ili-bustero, sin embargo, no tuvo tiempo para alcanzar sus propósitos pues Juan Rafael Mora Porras, gran inquero de café y nuevo presi-dente liberal de Costa Rica, envió un contingente militar compuesto por labradores y artesanos en defensa de la soberanía nicaragüense, el cual fue seguido poco después por efectivos armados de Guate-mala, Honduras y El Salvador, que recibían importante ayuda i-nanciera del Perú. Esto a su vez facilitó que en la propia Nicaragua pactaran liberales y conservadores, con el objetivo de luchar juntos contra el usurpador enemigo.

La referida y sagaz política de alianzas cambió la correlación de fuerzas en la región, debido a lo cual Walker pudo ser arrinconado en el istmo –entre los lagos y el Pacíico-, de cuyo sitio solamente pudo escapar en mayo de 1857 gracias a la ayuda de la marina de guerra de Estados Unidos.

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El prestigio de los liberales nicaragüenses, como era de esperar, sa-lió muy deteriorado de esta odisea, en parte ocasionada por su des-comunal desacierto, lo cual facilitó que durante más de treinta años los conservadores mantuvieran su hegemonía en el país.

En El Salvador la situación era bastante diferente, pues cada vez le resultaba más difícil a los conservadores impuestos por Carrera mantenerse en el poder; los plantadores dominaban por completo la economía y su vitalidad se demostró con la exitosa insurrección del 26 de junio de 1860, encabezada por un afamado veterano de la gesta contra Walker: Gerardo Barrios. Después, éste ayudó a sus conmilitones de Honduras a rebelarse, quienes en 1862 lograron dar muerte al presidente y controlar todo el país. Barrios en segui-da dispuso que las tierras de los ejidos indígenas fueran subasta-das entre los plantadores de café, mientras obligaba a sus antiguos propietarios colectivos a vender barata su fuerza de trabajo a los nuevos dueños, mediante la emisión de una serie de leyes que san-cionaban por “vagabundaje” a los que no tuvieran un centro labo-ral ijo y reconocido. La irritación causada por estas medidas entre el campesinado sal-vadoreño coincidió con otra invasión lanzada por Carrera, factores que unidos obligaron a Barrios a abandonar el gobierno en octubre de 1863. Luego la furia del conservador caudillo guatemalteco se dirigió contra Honduras, cuyo régimen liberal destruyó mediante una expedición armada.

La muerte de Rafael Carrera en 1865 fue un golpe duro para los con-servadores centroamericanos, que además veían declinar su pri-macía económica pues la exportación de sus tradicionales rubros –como la grana- se desplomaba, debido a la aparición en Europa de tintes artiiciales. En esa crítica coyuntura el conservador régimen guatemalteco tuvo, contra su voluntad, que auspiciar las exporta-ciones de café para incrementar el alujo de las imprescindibles mo-nedas foráneas. Ambos hechos estimularon a los plantadores, quie-

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nes al año estimaron que su oportunidad había llegado, por lo que de nuevo se rebelaron en Quetzaltenango. Pero fueron aplastados.

VI.2) Conservadores Vs. Liberales: Trascendencia Revolucionaria de Juárez

Constituyente mexicana de 1824

En la época de las luchas por la independencia, la sociedad mexica-na se caracterizaba por desarrollar tres tipos básicos de actividades económicas.

En primer lugar se encontraba la agricultura, que ocupaba la mayor parte de la fuerza de trabajo. Dicha práctica estaba conformada sobre todo por las inmovilizadas propiedades colectivas de la Iglesia y las Comunidades Indígenas; entre ambas compartían, casi en términos de igualdad cuantitativa, dos tercios de todos los predios rurales. Luego, en menor medida, se encontraban: terratenientes privados, haciendas ganaderas, plantaciones y minifundios. Sin embargo la minería –cuyos orígenes se remontaban a la época precolombina-, tenía relevancia monetaria insubvalorable. Después se situaban las artesanías, tanto de autoconsumo (obrajes indígenas, con frecuencia dedicados a la lana), como comerciales (sobre todo textiles de algo-dón), cuyas producciones rivales europeas tenían mayor precio; éstas debían transitar por el monopolio comercial de España y luego por múltiples gravámenes en México con objetivos iscales. En las ciudades las artesanías tenían descollante connotación la-boral, pues quienes emigraban de campos y minas no tenían más recurso que emplearse en talleres de artesanos como medio de sos-tenerse; en México no escaseaba la materia prima ya que había lana en abundancia, y el cultivo del algodón con frecuencia lo inancia-ban los comerciantes. La principal diicultad para la multiplicación de los talleres eran los gremios, que habían impuesto el requisito de antes ser Maestro Tejedor para aspirar a convertirse en propietario de uno y hasta cuatro; más, no se podían legalmente poseer. Pero

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al calor de las luchas independentistas dicha reglamentación feu-dal-colonialista fue derogada.

Los representantes de la mayoría de estos intereses se habían en-frentado en la Constituyente, en la cual se diseñaron diversas ten-dencias –no muy bien periladas aún- compuestas por brillantes intelectuales. Sus debates habían girado en torno a los polémicos asuntos del “Laissez Faire”, la religión y la Iglesia, el centralismo, la herencia hispana, el federalismo, el desarrollo del país. Entre todos los congresistas tal vez los más sobresalientes hayan sido José María Luís Mora, Lorenzo de Zavala y Lucas Alamán.

Los dos primeros deseaban la transformación de la sociedad mexi-cana, esgrimiendo los criterios liberales de que el Estado debería ser un simple guardián del orden, separado de cualquier credo es-piritual. Pero diferían en algunas cuestiones; Zavala (presidente del Congreso Constituyente de 1824) era ferozmente federalista, mien-tras que Mora predicaba la conveniencia de mantener al menos por algún tiempo la práctica unitaria. Coincidía en esto con Fray Ser-vando Teresa de Mier, quien también temía ver a la República esta-llar en disgregación. Mora, además, tenía una visión poco afortuna-da sobre los indígenas, que constituían la población mayoritaria del país; deseaba excluirlos como ciudadanos por considerarlos perso-nas incapaces de decidir por si mismas, pues decía que se habían acostumbrado a la servidumbre y no merecían suerte mejor. Por eso argumentaba que México debía atraer inmigrantes españoles e ingleses, para fortalecer la ascendente nacionalidad en contra de las inluencias despojantes de los estadounidenses; siempre airma-ba que “en la raza blanca debe buscarse el carácter mexicano de la nueva república”.

En deinitiva, ambos representaban de alguna manera los anhe-los de medianos hacendados vinculados al incipiente mercado, así como los de profesionales y comerciantes.

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Frente a ellos se alzaban los conservadores, quienes esgrimían las tra-diciones de religión, monarquía, autoridad, legislación y propiedad emanadas de la colonia. Nadie como el descollante Lucas Alamán defendía estos criterios, orientados a regresar al orden y la tranquili-dad precedentes para encauzar la maltrecha economía; era enemigo de la agitación política, pues decía que ella podría quebrar la inci-piente unidad del país, amenazada por la voracidad de los vecinos del Norte. Alamán deseaba, además, impulsar la industria transfor-madora en México por medio de la mecanización de los talleres y manufacturas existentes, con maquinaria moderna importada cuyas producciones luego se beneiciarían con un régimen proteccionista. Sin embargo este planteamiento resultaba endeble, dada la escasa capacidad inversionista de los propietarios. Los mayores dueños de capital eran la Iglesia, los comerciantes españoles, y algunos extran-jeros. Pero la primera invertía en hipotecas sobre bienes raíces; los se-gundos se habían ido del país o se aprestaban a hacerlo; y los terceros preferían el comercio o la minería, en la que pronto se constituyó la importante Compañía Minera Anglomexicana.

En la Constituyente también se había discutido acerca de las garan-tías a la libertad, la seguridad y los derechos ciudadanos, así como sobre los fueros de religiosos y militares, enajenados del Poder Ju-dicial. Los partidarios de que éste fuese independiente, criticaban la extensión a civiles de los tribunales militares, susceptibles de es-grimir leyes de excepción y con ellas encarcelar durante meses a ciudadanos por “delitos políticos”.

En relación con las propiedades comunales indígenas, había quien argumentaba que deberían seguir inmovilizadas, pero alquilando parcelas a los individuos; así la producción aumentaría y se evitaría que inescrupulosos grandes propietarios privados usurparan parte de dichos predios, o que imprudentes aldeanos vendiesen sus tierras. Otros deseaban disolverlas, y algunos mantenerlas como estaban.

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La Constitución de 1824, en deinitiva, había establecido un siste-ma federal con 19 estados y cuatro territorios; desentendiéndose de muchas cuestiones que remitió a las constituciones estaduales para que fuesen resueltas según la correlación de fuerzas en cada lugar; mantuvo los privilegios jurídicos del clero y los militares; aseguró la protección oicial a la Iglesia Católica –el Patronato se transformó, de Real en Nacional- y ésta se convirtió así en eiciente aparato buro-crático eclesial, o brazo del gobierno con funciones jurisdiccionales.

Al iniciarse el mandato de Guadalupe Victoria, en el país con ra-pidez se habían diseminado las obras de los economistas liberales europeos –como Juan Bautista Say-, que vituperaban la prohibición de importar así como el intrusismo gubernamental en la economía. Esos criterios el presidente los convirtió en política oicial, cuando estableció que el Estado se limitaría a construir obras públicas, y anunció sólo algunos reajustes arancelarios a la ley aduanera libre-cambista emitida en diciembre de 1821. Éstos fueron en beneicio exclusivo de los sastres o fabricantes de ropas pero no en el de los productores de textiles, a quienes se limitó a socorrer mediante la compra de tejidos para uniformar al ejército. No obstante, hubo gobiernos estaduales como los de Jalisco y Puebla que prestaron o invirtieron fondos públicos en empresas privadas dentro de su jurisdicción, sobre todo en las dedicadas a fabricar papel. Dichas producciones, sin embargo, luego tenían que pagar aranceles al pe-netrar en los demás territorios nacionales, como si procediesen del extranjero, pues las aduanas internas no habían desaparecido.

Hasta 1825 la principal fuerza que en México desarrollaba activi-dades políticas –aunque de corte ideológico no muy bien deinido-, era la Logia del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (105), que había cumplido funciones decisivas tanto en la consecución de la indepen-dencia como en el Congreso Constituyente. Pero su ambigüedad se notaba en el hecho de que, hombres tan diferentes como José María Luís Mora y Lucas Alamán, eran miembros de ella. Su contenido empezó a deinirse cuando en 1825 la rival logia del “Águila Negra”

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adoptó el rito de los Antiguos Masones Yorkinos, con el objetivo de hacer un llamado al pueblo para que se organizara según principios liberales y democráticos, contra las “clases aristocráticas”. Entre sus fundadores se encontraban Vicente Guerrero y Lorenzo de Zavala, quienes acusaban a los “escoceses” de defender los intereses del ejército y el clero, así como todos los privilegios conservadores del antiguo orden colonial. Algunos otros masones liberales trataron de crear, paralelamente, la del Rito Nacional Mexicano, pero sin lograr imprimir a dicha corriente la misma vitalidad de las otras dos.

En las elecciones de 1828, la candidatura de los generales Vicente Guerrero y Anastasio Bustamante prometía disposiciones protec-cionistas, unidas a otras medidas populares. Aunque en las urnas la mayoría de los votantes fue proclive a ellos, en dichos comicios para designar al presidente y su vice se empleaba el método de se-leccionar un llamado “cuerpo electoral”, que en este caso utilizó arbitrariamente sus atribuciones, y proclamó vencedor al otro bi-nomio de aspirantes. Entonces las descontentas masas de artesanos se lanzaron a las calles y saquearon los almacenes importadores de tejidos. Hasta que se produjo la rebelión de la Acordada, que entre-gó el poder a Guerrero. Luego el Congreso, encabezado por Zavala y dominado por los “yorkinos”, lo ratiicó en el cargo.El nuevo presidente prohibió importar tejidos extranjeros; envió al Congreso un proyecto auspiciado por Lucas Alamán de fundar un Banco de Avío, que prestaría dinero o efectos; expulsó del país a los españoles; abolió la esclavitud; incluyó el problema de los indios en la política; rechazó vender Texas a los Estados Unidos; prohibió la inmigración estadounidense en los territorios fronterizos; exigió pasaporte a los extranjeros que desearan entrar en la república y les hizo difícil la compra de tierras. También durante su gobierno surgió una tendencia liberal, republicana y federalista, llamada Par-tido Popular. Esta nueva fuerza política –apoyada por la “Logia Na-cional”, aún cuando era ajena a cualquier rito masónico-, tenía entre

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sus principales impulsores a Valentín Gómez Farías, muy conocido por su destacada participación en la Constituyente.

Guerrero fue derrocado y muerto por orden de Bustamante, quien desde la presidencia apoyó a Mora para que desplazara a Zava-la de la jefatura del Congreso. Éste, en octubre de 1830 aprobó el referido banco y le otorgó un capital de un millón de pesos, que había sido recaudado por los aranceles impuestos a la compra en el extranjero de concurrentes géneros de algodón. La misión de esta entidad inanciera consistía en estimular a los empresarios priva-dos a dedicarse a la industria, para lo cual se les prestaba capital y maquinaria pagaderos con réditos del cinco por ciento anual. Ese empeño en alejarse del Laissez Faire, pretendía impulsar el tránsito de los talleres artesanales a la industria mecanizada, sobre todo en lo relacionado con tejidos de algodón y lana, fábricas de papel y vi-drio, elaboración de cera y miel de abejas, explotación de minerales férreos, fundiciones y talleres mecánicos.

Como Director del referido banco, Alamán incluso trató de que se le autorizara a erigir sus propias empresas, sin mediación privada, pero el Congreso no autorizó dicha tentativa de capitalismo de Es-tado. Este revés, sin embargo, no tenía entonces gran importancia, pues en aquel momento lo trascendente eran las enormes propie-dades territoriales de las comunidades agrícolas aborígenes y de la Iglesia Católica. La inmovilización de esos gigantescos predios mediante la legislación vigente relativa a los resguardos indígenas o a las clericales Manos Muertas, apartaba del desarrollo al mayor núcleo económico de la sociedad, cuyo mercado estaba además fraccionado por innumerables aduanas internas. ¡Había que elimi-nar primero las formas feudales de propiedad –y consecuentemen-te las relaciones de producción emanadas de ellas- antes de poder plantearse el problema del avance integral del país! Se requería una revolución social, pues las inversiones y avances técnicos, por sí so-los, no podían resolver el problema cualitativo –o fundamental- de la república mexicana.

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La reforma de Valentín Gómez Farías

La sublevación en Veracruz del general Antonio López de Santa Anna inició un período de gran turbulencia bélica, que duró todo el año 1832, hasta que los rebeldes respaldados por la burguesía liberal federalista (ganaderos y plantadores) y los pequeño-burgue-ses (artesanos y rancheros), impusieron sus condiciones. Entonces se celebraron elecciones, en las cuales triunfó aquél como primer magistrado, mientras que Valentín Gómez Farías ocupaba la Vice-presidencia. De inmediato éste dispuso un sustancioso conjunto de reformas a la Constitución, que entre otros aspectos contemplaban reducir los privilegios del clero, limitar la creación de nuevos con-ventos, suspender la coacción civil para el cumplimiento de los vo-tos monásticos, transferir los inmuebles de la Iglesia a sus inquili-nos mediante moderados pagos a plazos, entregar a las autoridades estaduales todos los predios que hubiesen pertenecido a la orden de los jesuitas, abolir el pago del Diezmo, combatir las primicias de la Iglesia sobre la usura, secularizar (agosto de 1833) los bienes de las misiones religiosas en ambas (Alta y Baja) Californias –medida que se extendió al resto de la república el 16 de abril de 1834-, encargar al Estado la educación pública y laica, disolver todos los cuerpos del ejército que en alguna oportunidad se hubieran pronunciado contra la Constitución, y dedicar parte fundamental de las tropas a la de-fensa de las amenazadas fronteras norteñas de México. Este aspecto era importante, pues la economía de los territorios septentrionales mexicanos estaba en auge por aquellos tiempos, debido al desarro-llo ascendente y generalizado de la actividad minera. Además, en Nuevo México, por ejemplo, se incrementaba mucho la ganadería –vacuna y ovina-, mientras la ciudad de Santa Fe adquiría inusitado dinamismo en la esfera mercantil debido a sus fuertes vínculos con la importante villa luvial de Saint Louis –en las márgenes del río Missouri- así como con los notables centros portuarios oceánicos de los Ángeles y San Francisco, en las costas del Pacíico. En Alta Cali-fornia, sin embargo, el comercio no era la principal actividad econó-

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mica, ya que preponderaba la ganadería –ovejas, cerdos, reses-, en adición a la cual se cultivaban viñedos, frutas y algunos granos. Por eso los artesanos tenían allí gran importancia, pues elaboraban ex-quisitos vinos con las célebres uvas locales, transformaban el sebo y la grasa en magníicos jabones y velas, producían gran cantidad de famosas monturas y botas o arreos debido a la abundancia de cue-ros, confeccionaban muchas lonas y telas o ropas y frazadas gracias al constante suministro regional de una excelente lana.

Tiranía centralista de Santa Anna

Las reformas adelantadas por Gómez Farías provocaron la violenta oposición de la Iglesia Católica, poseedora de la tercera parte de las riquezas mexicanas, así como la repulsa del ejército cuyos gastos absorbían más de la mitad del presupuesto republicano. Entonces Santa Anna se erigió en defensa de los intereses del clero y de los militares, destituyó a Gómez Farías –quien se refugió en Zacate-cas, mientras Mora y Zavala huían hacia Francia-, y bajo el lema de “Religión y Fueros” clausuró el Congreso y derogó la legislación liberal. Después, en 1835, el presidente-dictador decretó las llama-das “Siete leyes constitucionales”, las cuales –entre otras medidas- establecían una rígida administración centralista (que se apropió de las rentas hasta entonces percibidas por las antiguas autoridades estaduales), la obligatoriedad de ser católico, un alto censo para ser congresista, y el proteccionismo para los productores de algodón y manufacturas textiles.

La tiranía de Santa Anna enfrentó el más decidido rechazo popu-lar, que en la zona central (Zacatecas) se expresó por medio de una poderosa rebelión, la cual sólo pudo ser aplastada por el empleo de enormes contingentes militares. Sin embargo, la repulsa al restable-cido régimen conservador se orientó por otros derroteros en los te-rritorios situados al sur y al norte de México; en ellos, considerados ahora como simples provincias por el gobierno central, los liberales decidieron temporalmente separarse de la república, mientras en

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ésta no se restableciera el sistema federal. Ese procedimiento de-mostraba que no existían vínculos materiales indisolubles entre to-das las regiones mexicanas, pues las mismas tenían la facultad de separarse o unirse según el grupo que se encontrara en el gobierno; el Estado no había alcanzado todavía suiciente unidad, como para fundir en un haz indestructible sus diversas partes. Cierto es que en México existía ya una colectividad social históricamente formada, pero al carecer la economía de una importante vida común –rasgo primordial y muy difícil de alcanzar- se evidenciaba que el país no había culminado aún todo su desarrollo nacional.

Esta realidad permitió que en Yucatán, a pesar de las múltiples ofensivas militares del régimen dictatorial, el circunstancial sepa-ratismo se mantuviera hasta 1846, cuando el federalismo fue resta-blecido en el país. En Alta California los sucesos se desarrollaron de forma parecida, pues allí las autoridades conservadoras tuvieron que huir ante el avance del liberalismo en armas; en su lugar se es-tableció un gobierno independiente que disfrutaba del respaldo de los fortalecidos rancheros, en cuyas manos habían terminado casi todas las tierras de las misiones religiosas secularizadas. Éste se mantuvo en el poder hasta 1840, fecha en que se reincorporó a la re-pública a cambio de ciertas concesiones. En Nuevo México, a pesar de que el equilibrio de fuerzas entre conservadores y liberales era mayor, el gobernador nombrado por Santa Anna en 1835 pereció a manos de los insurrectos federalistas. Sin embargo, esta rebelión liberal no pretendió proclamar una independencia, pues los nexos económicos de la ascendente burguesía local –compuesta por co-merciantes y ganaderos- tenían bastante solidez con el resto de Mé-xico, y en especial con Chihuahua. Por eso la acción política de estos simpatizantes con el federalismo se orientó a través de cauces mo-derados, y establecieron un pacto con sus enemigos conservadores para juntos buscar el reconocimiento del gobierno central, lo cual lograron. Esta mesurada gestión obtuvo también el respaldo de la inmigración estadounidense, numéricamente demasiado pequeña

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para actuar por sí sola, en busca de objetivos propios o diferentes a los de sus congéneres mexicanos.

En Texas los acontecimientos tomaron por rumbos muy distin-tos aunque tuvieron un inicio semejante. El gobierno centralista y conservador también fue rechazado allí por los liberales, que de manera similar a los de Yucatán y California; proclamó el 7 de noviembre de 1835 su separación temporal de la República, hasta que en ella se restableciera la Constitución de 1824. El inicio de dicha declaración decía:

“El pueblo de Texas se considera con derecho, en tanto que dure la desorganización del sistema federal y reine el des-potismo, a segregarse de la Unión, a establecer un gobierno independiente o a adoptar aquellas medidas que conside-ren las más adecuadas para proteger sus derechos y liber-tades conculcadas pero que permanecerá iel al Gobierno mexicano siempre que se gobierne por la Constitución y leyes que se dio la nación para el gobierno de la asociación política” (106).

El primer gobierno tejano tuvo a David G. Burnet por Presidente, a Lorenzo de Zavala –quien había pasado de Francia a Estados Uni-dos, y de ahí a Texas- como Vicepresidente, y a Samuel Houston en tanto que general en jefe.

Lo que no se imaginaban los ingenuos federalistas liberales mexi-canos era que la enorme oleada de inmigrantes estadounidenses pretendía segregar deinitivamente la provincia, con el in de incor-porarla a Estados Unidos. Este proyecto fue facilitado por la cap-tura de Santa Anna el 21 de abril de 1836 por los tejanos, quienes devolvieron la libertad personal al dictador a cambio de que reco-nociera la independencia del territorio. Luego los estadounidenses hostigaron a Zavala hasta que presentó su renuncia. Después vino la anexión.

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El Congreso estadounidense incorporó Texas a la Unión como es-tado federal esclavista el 29 de diciembre de 1845, y a los cuatro meses el ejército de ese país invadió a la República Mexicana. La re-sistencia a los agresores –ejemplarmente simbolizada en la heroica conducta de los Niños Héroes de Chapultepec- no pudo compen-sar el desequilibrio militar. Los vencedores impusieron en 1848 un tratado de paz, que arrebataba a México su mitad septentrional y separaba a los ciudadanos de esa región, de sus hermanos al sur del Río Grande. Empezaba así la insólita existencia de una población, a la que de súbito se le consideraba extraña en la tierra que siempre había sido suya, al ser transformado el norte mexicano en el sudoes-te de los Estados Unidos.

Al tener lugar la agresión estadounidense de 1846, el movimiento liberal impulsado por Gómez Farías resurgió, debido a lo cual sus simpatizantes se lanzaron a ocupar el poder en toda la república. En ella los conservadores habían devuelto a la Iglesia todos sus fueros y privilegios, incluido el cobro del Diezmo, así como el monopolio de los cementerios y de cualquier tipo de registro, fuesen matri-monios y nacimientos o defunciones. Claro, mediante las previas y onerosas ceremonias religiosas de bautizo y casamiento o extre-maunción.

Los centralistas, también hacía cuatro años, habían sustituido el Banco de Avío –en quiebra por deudas no cobradas, entre ellas las de Lucas Alamán-, por una Dirección General de la Industria Na-cional. Esta especie de gremio cuasi-obligatorio inspirado en los existentes durante la era colonial, y cuyo primer director volvió a ser Lucas Alamán, al año había logrado que se estableciera –en con-tra de los deseos de los comerciantes- un amplio proteccionismo aduanero. Eso permitió que los productos de algodón elaborados en el país pronto equiparasen, por el monto general de su valor, al de la acuñación de metales preciosos, considerada hasta entonces la principal fuente de riqueza nacional.

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El Plan de Ayutla

Benito Juárez, indio zapoteca que aprendiera el castellano a los once años de edad, tuvo un origen tan humilde, que siendo estudian-te de derecho había tenido que fungir como sirviente –descalzo- a Santa Anna, en casa de un catedrático que homenajeaba al general; luego se había graduado en 1831 con una tesis muy inluida por las obras de Benjamín Constant de Rebecque y las de Montesquieu, en la cual defendía la trilogía de poderes constitucionales, la soberanía popular y el principio de elecciones presidenciales directas. Juárez después había entrado en política, y durante el primer empeño de reforma liberal llevado a cabo por Gómez Farías, había sido electo a la Legislatura estadual de Oaxaca; desde este foro, él había rendido homenaje a Guerrero, apoyado la abolición de los mayorazgos y propuesto coniscar en beneicio del Estado mexicano las enormes heredades de los descendientes de Hernán Cortés.

Derrotado por los conservadores el primigenio intento liberal, Juárez había sido perseguido, coninado y preso. Al respecto el mis-mo escribió:

“Estos golpes que veía sufrir casi diariamente a todos los desvalidos, que se quejaban contra las arbitrariedades de las clases privilegiadas en consorcio con la autoridad civil, me demostraron de bulto que la sociedad jamás será feliz con la existencia de aquellas y su alianza con los poderes públicos y me airmaron en mi propósito de trabajar constantemente para destruir el poder funesto de las clases privilegiadas” (107).

En 1846 el nuevo Congreso Federal, al cual Juárez se incorporó como diputado liberal por Oaxaca, restableció la Constitución de 1824 pero la reformó al establecer la venta por el Estado de los bie-nes eclesiásticos acogidos a la legislación de las “Manos Muertas”. Fue así, porque se necesitaba de inmediato recaudar fondos para defender la república. Pero además, ya muchos habían comprendi-

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do que el patrimonio de la Iglesia era el baluarte, detrás del cual se atrincheraba el arcaico régimen feudal de propiedad territorial.

Durante la agresión estadounidense a México, en Yucatán se inició una importantísima insurrección indígena llamada Guerra de las Castas, que duró de 1847 a 1849, y la cual en seguida formó parte del debate nacional entre liberales y conservadores. Aquéllos decían, que los aborígenes mayas se estaban rebelando contra tres siglos de abusos bajo el sistema colonial, pues se habían acostumbrado a ver a los blancos únicamente como usurpadores de sus tierras y de-rechos. Éstos respondían, que al ser proclamado el “dogma liberal de la igualdad”, había quedado borrada de un solo golpe “la sabia legislación de Indias” que les había garantizado privilegios y exen-ciones; añadían, que los ataques liberales contra el sistema comunal pretendían sumir a los pobladores originarios en otro tipo de explo-tación, pues no era cierto que se fueran a convertir en iguales de los hacendados, plantadores y ganaderos, si perdían sus tradicionales comunidades agrícolas heredadas de la época precortesiana.

La insurrección yucateca fue derrotada y en todo México los con-servadores retomaron el poder, pero esta vez decididos a realizar sus viejos anhelos monarquizantes. Y con el propósito de llevarlos a cabo, convencieron a Santa Anna para que regresara al ejecutivo con el título de Alteza Serenísima y con derecho a nombrar sucesor.

Benito Juárez junto a otros jóvenes liberales decidieron renovar la lucha revolucionaria, y se pusieron en contacto con el viejo caudi-llo guerrillero Juan Álvarez quien combatiera en la insurgencia a las órdenes de Vicente Guerrero. Surgió así el Plan de Ayutla, que engendró una poderosa insurrección mediante la cual lograron de-rrotar a Santa Anna, quien renunció deinitivamente al poder.El Partido Liberal formó entonces gobierno, pero en su seno había dos corrientes políticas divergentes. La de los llamados “puros”, aus-piciada por la pequeña burguesía que anhelaba multiplicar las pro-

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piedades, en la cual militaban Juárez –ministro de Justicia, Instruc-ción Pública y Asuntos Eclesiásticos- y Melchor Ocampo, así como Ponciano Arriaga e Ignacio Ramírez. Estos dos últimos defendían un “liberalismo social”, que exigía la participación de los asalariados en las ganancias de las empresas, y representaba una mezcla de pre-ceptos liberales con el Proudhonismo (108). La otra tendencia era la “moderada”, animada por la burguesía, que encabezaba el general Ignacio Comomfort –ministro de la Guerra-, la cual no deseaba qui-tar al clero su derecho de votar ni quería reformar el ejército.

En la puja entre las corrientes “pura” y “moderada”, Juárez tomó la iniciativa e hizo aprobar el 25 de diciembre de 1855 la ley que porta su nombre, mediante la cual se suprimían los fueros eclesiástico y militar; a partir de ese momento ambos grupos hasta entonces pri-vilegiados estarían sujetos a la misma legislación que los miembros de la sociedad civil. Luego propuso que se disolvieran las fuerzas armadas profesionales como única garantía para evitar un retorno al pasado. Entonces el choque de intereses adquirió dimensiones colosales; los conservadores se levantaron en armas al grito de “Re-ligión y Fueros”; el viejo Álvarez renunció a la presidencia en favor de Comomfort, quien formó un nuevo gabinete sin Juárez, aunque cedió ante los «puros» al convocar una Asamblea Constituyente.

En esa convención, la Ley Juárez pronto fue secundada por otra auspiciada por Miguel Lerdo de Tejada, que decretaba la desamor-tización de los bienes inmovilizados de las comunidades –fuesen del clero o resguardos indígenas-, pero sin expropiar dichas tie-rras, pues sólo obligaba a sus dueños colectivos a venderlas con el propósito de introducirlas en la circulación mercantil. También se dispuso eliminar las aduanas internas, prohibir los gremios feu-dales, abolir los privilegios y títulos nobiliarios, suprimir todos los monopolios y estancos; abandonar el precepto de un parlamento bicameral; decretar el voto universal masculino. Pero éste se atem-peró con el procedimiento de sólo celebrar comicios para conformar “colegios electorales”, que luego seleccionarían al Congreso y pre-

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sidente nacionales. En in, la Constitución aprobada el 5 de febrero de 1857 asimismo estableció la soberanía del pueblo, los derechos del hombre, la igualdad ante la ley, la supremacía del poder civil, la propiedad exclusivamente privada, y caliicó al nuevo régimen como “representativo, democrático y federal”. Después se realiza-ron elecciones para el cargo de Presidente, así como para el de pri-mer magistrado de la Suprema Corte de Justicia que implicaba tam-bién la vicepresidencia de la República. Aquél puesto fue ocupado por Comomfort y éste por Juárez, que a la vez recibió la cartera más importante del gabinete: el ministerio de gobernación.

Las pugnas entre ambas concepciones del liberalismo fueron incre-mentándose, a medida que los “moderados” se tornaban más tole-rantes hacía los trajines conspirativos de la Iglesia Católica y los terra-tenientes; se rumoraba que el general Zuloaga –hombre de conianza de Comomfort- encabezaba un complot con el propósito de derogar la recién emitida Constitución, y nada se hacía para prevenirlo.

El Plan de Tacubaya dirigido por Zuloaga, impulsó el reaccionario golpe militar que depuso al presidente y encarceló a Juárez, quien no obstante logró ser liberado por Comomfort y pudo escapar ha-cia Guanajuato, donde estableció la sede legal del gobierno y fue reconocido como presidente de la República por diez gobernadores liberales. Entonces se inició un trienio de guerra, entre los conserva-dores y las fuerzas de la revolución.

Transcurrido un tiempo y con el propósito de establecer la sede constitucional en el sitio más estratégico, el gobierno se trasladó a Veracruz, puerto que junto a los territorios norteños representaba un bastión militar liberal. Fue en ese momento cuando Juárez deci-dió profundizar el proceso revolucionario, pues nacionalizó el 12 de julio de 1859 –sin indemnización- los bienes del clero, para con di-chos recursos inanciar la Guerra de la Reforma. Después separó la Iglesia del Estado; exclaustró a monjas y frailes; extinguió las corpo-raciones eclesiásticas; transformó el matrimonio en acto contractual

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reversible y laico; instituyó el registro civil; secularizó cementerios y conmemoraciones festivas o de duelo; dictó (diciembre de 1860) la libertad de cultos. Gracias a estas disposiciones se eliminó la base material del poderío clerical en México, estableciéndose la sobera-nía estatal en todo lo concerniente a la vida pública del país.

Luego del triunfo de las armas liberales, Juárez entró victorioso en Ciudad México el 11 de enero de 1861. Apretaba en sus manos un pliego en el que poco antes escribiera:

A cada cual, según su capacidad y a cada capacidad según sus obras y su educación. Así no habrá clases privilegiadas ni preferencias injustas (…)

Socialismo es la tendencia natural a mejorar la condición o el libre desarrollo de las facultades físicas y morales (109).

Reinstalado en la capital federal, el gobierno constitucional multipli-có las medidas transformadoras: decretó la secularización de los hos-pitales y demás establecimientos ilantrópicos administrados por el clero, así como las incas, dineros y rentas de capellanías de la Iglesia; convirtió en escuelas trece conventos de la capital; permitió que en otro, los artesanos fundaran el centro cultural Gran Familia Artística.

El imperio de Maximiliano y su derrota

Elegido a la presidencia de la república –en propiedad, por primera vez-, Juárez tuvo que ocuparse de la economía del país, destroza-da por años de conlicto armado. En especial resultaba agobiante la situación de la deuda externa, que era abultadísima a causa del prolongado período de despilfarro gubernamental de los conser-vadores; casas bancarias de París exigían el pago de los enormes pasivos contraídos durante lustros por Santa Anna y sus continua-dores. Además compañías comerciales de Londres insistían en reci-bir compensaciones por los daños ocasionados a sus bienes durante la guerra civil; y Madrid reclamaba indemnizaciones para súbdi-

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tos suyos, expropiados por los liberales debido a la colaboración de aquéllos con los golpistas. Pero dada la objetiva incapacidad del erario mexicano para enfrentar tales erogaciones, Juárez ordenó el 17 de julio de 1861 el receso por dos años de cualquier pago por di-chos conceptos. La respuesta europea no se hizo esperar. Reunidos en la capital británica, los representantes de Francia, Inglaterra y España acordaron una agresión tripartita contra México, la cual se inició el primero de diciembre de 1861 con el bloqueo a Veracruz.

Mediante negociaciones, el gobierno mexicano logró la retirada de las tropas de Inglaterra y España. Pero el ejército francés continuó su ofensiva, hasta imponer en Ciudad México una regencia com-puesta por connotados políticos conservadores, más el Arzobispo. Juárez, por su parte, decidió atraer a su lado a la mayor cantidad posible de “moderados”, y por eso designó ministro de la guerra al general Comomfort, quien le sirvió con lealtad hasta la muerte. Sin embargo, muchos de esa tendencia se dejaron seducir por el encan-to del Archiduque de Austria, quien decía profesar vocación liberal. Incluso, luego de ser proclamado Emperador, Maximiliano quiso atraerse a Juárez a su lado, pero éste rechazó la indigna propuesta, y dirigió la resistencia armada de los patriotas hasta cruenta victo-ria militar republicana.

El Imperio se terminó el 19 de junio de 1867, cuando tras ser cap-turado en el Cerro de las Campanas durante su fuga, un consejo de guerra enjuició y condenó a muerte a Maximiliano, quien fue fusilado junto a sus principales generales, el conservador Miguel Miramón y el indio otomí Tomás Mejía, los tres por haber traiciona-do a la Nación.

En México, la Constitución de 1857 se consideraba como la “ley de leyes”: protectora de libertades civiles, instituciones representati-vas, garante de la tripartición de poderes, federalismo y autonomía municipal; establecía la idea del hombre libre sin ataduras guber-namentales e igual a los demás bajo el imperio de la legalidad. Todo

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para proteger al individuo del “despotismo” asociado con entida-des corporativas, las cuales deberían desaparecer, tales como Igle-sia, ejército, gremios, comunidades agrícolas indígenas.

En dicha Constitución, la libertad y el derecho a la vida se asociaban a la propiedad privada, cuya magnitud dividía a los liberales en “puros” y “moderados”. Los primeros querían multiplicar la pe-queña, mientras los segundos no deseaban establecer límite alguno a las grandes; decían que la “mano invisible” del mercado –según Adam Smith- (110), se encargaría de distribuir armoniosamente las riquezas generadas por la iniciativa de las personas, la división na-tural del trabajo, y el libre intercambio entre los seres humanos.

Benito Juárez algo se apartó de los más estrictos criterios liberales, al permitir la formación del gremio sindical llamado Círculo Obre-ro, y en mayo de 1872 autorizar que se organizara la sección mexi-cana de la Asociación Internacional de Trabajadores, creada ocho años antes por Carlos Marx .

Muerto Juárez el 18 de julio de 1872, el vicepresidente Sebastián Lerdo de Tejada ocupó la primera magistratura de la república y decidió seguir las huellas políticas de su predecesor; aceptó que se constituyera en noviembre de 1872 el Gran Círculo de Obreros de México, cuyo órgano oicial se denominó El Socialista. Dicha asocia-ción proletaria –que pronto alcanzó los ocho mil ailiados- impulsa-ba en beneicio de sus miembros la educación, así como el mutualis-mo y el cooperativismo. Aquél funcionaba mediante cajas de ahorro para socorrer a los accidentados o enfermos e incluso auxiliar a las familias desamparadas de los trabajadores incapacitados o muertos. Sin embargo, como buena parte del dinero recaudado permanecía estancado u ocioso, la directiva del círculo decidió crear cooperati-vas. Éstas podían ser de consumo, para adquirir productos y entre-garlos barato a sus miembros; de crédito, asumiendo funciones de bancos; de producción, para conformar talleres, pequeñas fábricas, molinos, y hasta –pensaban- empresas ferrocarrileras. En dicho ge-

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mio se creía, que al poseer acciones o algo semejante, los trabajado-res serían convertidos en propietarios que forjarían entonces una sociedad nueva, de abundancia y justa, bajo la forma de propiedad colectiva. Esas unidades económicas –proyectaban- se vincularían entre sí en cada municipio, que imaginaban después podrían en-trelazarse por medio de una confederación de ayuntamientos. Así, soñaban, el cooperativismo se desarrollaría hasta el colectivismo y ulteriormente llegarían al comunismo, sin necesidad de arrebatar el poder político a la burguesía para tomar la conducción del Estado con manos propias.

En marzo de 1876, durante el cuatrienio de Lerdo, los asalariados mexicanos celebraron su primer congreso, en el cual los delegados se dividieron en anarco-sindicalistas y socialistas. Esa gran asam-blea proletaria contó con la presencia de algunos representantes de otros países latinoamericanos, entre los que descollaba el cubano José Martí.

Lerdo también se opuso a la penetración en México de capitales ex-tranjeros, incorporó a la Constitución de 1857 las grandes Leyes de la Reforma y dictó para ellas reglamentos progresistas, pues com-partía los criterios de los liberales “puros” sobre la propiedad. En especial fue importante su decreto de mayo de 1875 concerniente a los terrenos baldíos, mediante el cual pretendía entregar a los cam-pesinos sin tierra, algún suelo que cultivar.

Poririo Díaz, general famoso por sus campañas en el sur de México contra el Imperio de Maximiliano, llevó a cabo el 26 de noviembre de 1876 una asonada militar que realizó bajo los auspicios de la alta burguesía –comercial y agro-exportadora-, la cual discrepaba del rumbo anti-oligárquico tomado por la República. Entonces se aca-bó, con dicho golpe de Estado, la herencia democrática de Juárez y su avanzado proyecto de Revolución.

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Triunfos liberales en la República Centroamericana

En Centroamerica, tras la victoria de Juárez en México, los planta-dores y comerciantes liberales empezaron a ocupar deinitivamente el poder, al iniciarse la octava década del siglo diecinueve. El pri-mer triunfo duradero tuvo lugar en El Salvador, mediante una po-derosa insurrección que estalló en abril de 1871. A partir de ese mo-mento, en el país fueron secularizados los cementerios, se reformó el sistema bancario, se acometió la construcción de las primeras lí-neas telegráicas y ferrocarrileras, y se disolvieron las comunidades agrícolas indígenas. Se hacía gran énfasis en esta medida, porque los plantadores exigían más tierra para ampliar sus cafetales. La ex-propiación de los aborígenes y la entrega de dichos suelos a la gran burguesía agraria, convirtió a esta pequeña república –y en primer lugar a su región occidental- en el Estado con mayor concentración de propiedad territorial en el área.

La victoriosa rebelión salvadoreña estimuló a los liberales guate-maltecos, cuyas ilas se robustecieron al sumarse la tendencia mo-derada a la lucha iniciada por los más radicales, que organizaban en México un Ejército de Liberación. Con dicha fuerza armada los revolucionarios cruzaron la frontera y avanzaron hasta Quezalte-nango, donde a mediados de 1871 constituyeron un gobierno pro-visional. Unas semanas después, el 30 de junio, los insurrectos ocu-paron Ciudad Guatemala. Pero los conservadores no aceptaron su derrota, por lo cual se alzaron al grito de “Viva la religión” con el respaldo de Honduras. Este apoyo engendró una guerra que solo terminó en mayo de 1872, con el deinitivo establecimiento en suelo hondureño de un régimen liberal.

En Honduras la Reforma tuvo menor trascendencia que en los paí-ses vecinos, pues en esta República la Iglesia tenía pocas propie-dades territoriales, no existían numerosas comunidades agrícolas indígenas, ni tampoco había una abundante fuerza de trabajo abo-rigen. Las transformaciones, por lo tanto, se efectuaron principal-

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mente en el ámbito super-estructural, en el cual se manifestaban con persistencia las huellas del feudalismo. En dicha esfera se suprimió el Diezmo y se abolieron los fueros eclesiásticos, la Iglesia fue se-parada del Estado, los cementerios secularizados, e instituidos la enseñanza laica y el matrimonio civil, pues se decretó la libertad de culto. Asimismo, se estableció la posibilidad de testar libremen-te, pues suprimía los mayorazgos. A la vez la Ley de Agricultura emitida, sólo repartía las tierras realengas o estatales, y los escasos suelos hasta entonces propiedad del clero. Dichos predios fueron entregados a burgueses que practicaban la ganadería, cultivaban el coco, y acometían la siembra del banano en plantaciones de la costa norte. Pero la escasez de dinero inactivo que pudiera situarse en ferrocarriles y telégrafos o minas, indujo al gobierno a favorecer la entrada de capitales extranjeros.

En Guatemala, con el triunfo de la Reforma Liberal, se proclamó la libertad de prensa, así como la de comercio y la de cultivar el tabaco, al prohibirse los estancos o monopolios estatales; también se expulsó la Orden de los jesuitas y se coniscaron sus bienes, se clausuraron los monasterios y se expropiaron sus dominios. Des-pués las Manos Muertas fueron derogadas y desamortizadas las propiedades de la Iglesia –el principal terrateniente-, las cuales se pusieron bajo el control de un banco estatal constituido al efecto. El objetivo de esta institución era propiciar la entrega de dichos pre-dios a los burgueses agro-exportadores. Luego se evidenció que el Estado guatemalteco se había puesto al servicio de los plantadores de café, al disolverse las comunidades agrícolas indígenas. Al mis-mo tiempo, se emitieron unos “mandamientos”, que signiicaban una versión guatemalteca de las “leyes contra los vagos”; según és-tas, cada poblado indígena tenía que suministrar a las plantaciones de café una determinada cantidad de fuerza de trabajo.

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VI.3) República Artesana en Colombia y Guerras de Independencia en Cuba

En Colombia, muerto Bolívar y derogadas sus medidas revoluciona-rias, el régimen conservador se consolidó mediante la Constitución de 1831, que implantaba una república oligárquica muy centraliza-da; garantizaba privilegios o fueros a militares y grandes propie-tarios, fuesen estos laicos o eclesiásticos. Incluso bajo la égida de Santander, el nombre del país fue sustituido por el que usaba en la época del colonialismo: Nueva Granada. Entonces se restablecieron el Diezmo y los mayorazgos, las alcabalas y Manos Muertas, así como el sistema tributario feudal, que gravaba con exorbitantes im-puestos las actividades productivo-mercantiles, y disponía el pago de onerosos peajes por concepto de comunicaciones y transportes. Para colmo, en 1834 Santander concertó con Inglaterra un gran em-préstito mediante la entrega en garantía del “quinto” percibido por el Estado sobre las extracciones de oro, así como buena parte de las rentas obtenidas por el estanco del tabaco, que era una superviven-cia del conocido monopolio colonial.

A esas prácticas conservadoras se opuso la pequeña burguesía in-tegrada sobre todo por dueños de talleres artesanales urbanos, en los cuales se realizaba una producción mercantil en escala menor y con formas primitivas de capital. Éstas, para desarrollarse, nece-sitaban incrementar la cooperación así como una mayor división social del trabajo, lo que signiicaría transformarse en manufactu-ras. De conseguirlo, ello sería un paso de gran importancia en su progreso hacia el capitalismo industrial. Alcanzar ese objetivo, sin embargo, requería antes suprimir las aduanas internas y reducir o eliminar los gravámenes al acarreo de mercancías entre provincias; así se podrían disminuir los costos, y facilitar las ventas de sus con-fecciones de telas, objetos de papel, muebles, lozas, vinos, jabones, velas, monturas, cristales, mantas, frazadas, artículos de ferretería.

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El Presidente (1845-49) Tomas Cipriano Mosquera, representante de la burguesía plantadora y comercial, intentó alterar el viejo sistema tributario y iscal por uno que facilitase la compra de manufacturas foráneas, a cambio de exportar productos agropecuarios. Esos pro-pósitos chocaron con los intereses de los propietarios de artesanías, y en primer lugar los de Bogotá, cuya tendencia “extremista” orga-nizó entonces una asociación que terminó llamándose “Sociedad Democrática”. Ella, en poco tiempo extendió sus funciones a las ac-tividades militares, pues formó un batallón compuesto por cuatro compañías, germen de la futura Guardia Nacional.

En política, la referida organización artesana respaldó en 1849 la elección de un congreso liberal y de José Hilario López como pre-sidente. Pero la decepción fue mayúscula cuando ambos poderes emitieron sus primeros decretos: in de los resguardos, libre nave-gación por el Magdalena, y abolición de la esclavitud. Los dos pri-meros afectaban negativamente al mercado interno, hasta entonces dominado por las producciones autóctonas; debido a la nueva ley, los indígenas perderían sus tierras y se empobrecerían, por lo cual dejarían de adquirir productos artesanales. A su vez estos artículos criollos serían invendibles, dada la fácil penetración ulterior de las rivales y baratas manufacturas foráneas. Sólo el in del régimen es-clavista incrementaba la demanda, pero como nada más quedaban dieciséis mil personas por emancipar, su eliminación no representa-ba un elevado número de consumidores adicionales, quienes ade-más tenían una ínima capacidad adquisitiva. El descalabro de los pequeños burgueses empezó en 1851 cuando numerosas capacidades productivas artesanales se arruinaron, por lo cual la Sociedad Democrática exigió del gobierno medidas pro-teccionistas a la vez que rompía sus vínculos con el liberalismo y la burguesía. Por su parte, los asalariados de los referidos talleres incrementaron su lucha al quedar sin trabajo, lo que llevó a su van-guardia a esgrimir el programa del socialismo utópico concebido por Charles Fourier (111) y Saint Simon (112). Después, gradual-

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mente, comenzaron los choques callejeros. De un lado, ambos –pro-pietarios y obreros- componentes del artesanado. Del otro, las fuer-zas animadas por los burgueses.

Tras renovarse el Congreso a inales de 1853, las contradicciones en-tre los elementos democráticos y los diputados liberales se agrava-ron, al disponer éstos una lapidaria rebaja de aranceles. Ésta hizo que el ejército se dividiera, porque José María Melo, su General en Jefe, y demás adeptos a los sectores populares, se manifestaron en su contra. Mientras, a favor se colocaban los oiciales de origen aristocratizante u oligárquico, apoyados por los eclesiásticos, terratenientes y bur-gueses. Entonces la mayoría de los congresistas dictó una importante reducción de los efectivos militares, con el objetivo de utilizarla como pretexto para separar de sus ilas a quienes consideraba indeseables. Ante la nueva situación Melo se insubordinó, disolvió el Congreso, y el 17 de abril de 1854 ocupó el poder bajo el acicate de la impactante consigna artesana: “Trabajo y pan o muerte”.

El nuevo gobierno que Melo encabezaba movilizó a los citadinos; sustituyó a los gobernadores provinciales; derogó la Constitución de 1831; reestructuró la Corte Suprema de Justicia; decretó el in de las constricciones gremiales, con lo cual se hacía libre el ejercicio de las artes y oicios o profesiones; abolió cualquier tipo de monopolio; prohibió la usura; persiguió a los acaparadores y agiotistas; obligó a los ricos a que le otorgaran a su gabinete ministerial préstamos y créditos. Pero más allá de las regiones del altiplano, donde los arte-sanos de las ciudades eran fuertes, el movimiento no obtuvo gran respaldo. Esto indujo a la tendencia democrática a concebir tácticas bélicas inmovilistas, pues temían alejarse de los sitios donde se en-contraba su base de sustentación. Tampoco estas fuerzas revolucio-narias incluían en sus reivindicaciones, las de otras clases o sectores y grupos relegados de la sociedad. Por ello no pudieron conformar una poderosa marejada política, susceptible de eliminar los reza-gos feudales o afectar los intereses de los grandes comerciantes y

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plantadores, en beneicio de la pequeña burguesía y demás estratos humildes o explotados en el país.

La contraofensiva oligárquica –ayudada por Estados Unidos- (113) enrumbó sus tropas contra Bogotá, defendida por los efectivos de-mocráticos encuadrados en la Guardia Nacional. Ésta la encabeza-ban hombres como Agustín Toro y el herrero Miguel León, quienes lucharon con heroísmo. Pero fueron vencidos a principios de 1855. Después siguió una catástrofe económica, pues la derrota artesana desquició los vínculos comerciales en el mercado interno, en el cual de súbito faltaron buena parte de los tradicionales abastecimientos.

Se inició entonces una época de interminables guerras civiles, con frecuencia locales, que a veces culminaban en el establecimiento de gobiernos regionales completamente autónomos, por no decir independientes. De esa manera se evidenciaron las nefastas con-secuencias de la victoria conservadora sobre los artesanos, pues a partir de ese momento el proceso de organizar al Estado Nacional colombiano se dilató.

El incipiente movimiento obrero en América Latina

En otras partes de América Latina, el grupo social compuesto por quienes trabajaban en las producciones artesanales no tuvo la ca-pacidad de organizar un importante movimiento político, propio y diferenciado, que optara por el poder. Por ello sus integrantes con frecuencia tendieron a fundirse con el naciente movimiento obrero, a pesar de que procedían de dos clases distintas –dueños y asalaria-dos-, pues en estos casos no resultaba excepcional que las diferen-cias de comportamiento entre ambas fuesen pequeñas; la mayoría de los propietarios trabajaba en los talleres como un obrero más y casi siempre sostenía relaciones fraternales con sus escasos emplea-dos, junto a los cuales a menudo conformaba una especie de fami-lia ampliada. Además, a causa de la desventajosa competencia de las manufacturas extranjeras, quienes ganaban su sustento en dicha

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actividad sufrían un creciente proceso de empobrecimiento, lo cual tendía a emparentar aún más a ambos componentes sociales; en caso de quiebra de la artesanía, no había otra alternativa al hambre y miseria o pauperización completa, que la de todos proletarizarse.

Las primeras organizaciones obreras en América Latina se estructu-raron hacia mediados del siglo XIX, con el objetivo de hacer frente a la voracidad capitalista; entonces no existía legislación laboral algu-na, y no asombraban las jornadas diarias de dieciséis horas de fae-na, sin importar que fuesen mujeres o niños quienes hicieran el tra-bajo. Por lo tanto, con el propósito de auxiliarse recíprocamente, los asalariados comenzaron a crear sociedades de socorro mutuo des-tinadas a constituir fondos para accidentes, o cajas de auxilio para casos de enfermedades y despidos, así como de ayuda a las familias desamparadas de los trabajadores incapacitados o muertos. Pronto, sin embargo, la experiencia enseñó a la incipiente clase obrera, que la simple solidaridad no bastaba; se empezó a tomar conciencia, a veces bajo el inlujo de politizados inmigrantes europeos –muchos de los cuales habían participado en la Comuna de París-, que resul-taba imperioso organizarse en gremios de nuevo tipo o sindicatos, con el propósito de dirigir la lucha contra los patronos por medio de pliegos reivindicativos o protestas y hasta huelgas. Sin embargo, gradualmente surgieron nuevos grupos, que preferían la acción di-recta, cuasi terrorista, orientada a lograr la desaparición inmediata del mundo burgués, aunque sin saber a ciencia cierta cual sociedad lo sustituiría: eran los anarquistas.

Ambas corrientes luego se fusionaron para crear el anarcosindicalis-mo, tendencia predominante en el movimiento obrero latinoameri-cano hasta la Primera Guerra Mundial. Sus impulsores rechazaban incorporarse a los partidos o tomar parte en la lucha política, por considerar que representaban un engendro burgués. Por ello, sólo coniaban en las acciones orientadas a desembocar en una huelga ge-neral proletaria, gracias a la cual se terminaría con la explotación de unos seres humanos por otros. Después –creían- todos serían felices.

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Mientras llegaba el momento de dar el puntillazo inal al capita-lismo, los anarcosindicalistas estructuraron Federaciones Obreras Regionales. Estas denominaciones estaban destinadas a evitar el término “nacional”, pues decían que ese era otro invento de la bur-guesía. “Los proletarios no tienen nacionalidad ni patria”, aseve-raban. Esa airmación, a su vez facilitaba la lucha de los gobiernos contra dicho movimiento de los asalariados, pues lo acusaban de ser anti-nacional y de estar controlado por extranjeros, que pedían la abolición de toda propiedad privada y del Estado.

Guerra de los Diez Años

En Cuba, después de las cuatro frustradas conspiraciones que ha-bían existido entre 1810 y 1830, los empeños independentistas fue-ron momentáneamente abandonados. En ello incidió la existencia de una gran cantidad de esclavos, lo cual indujo a que se estable-ciera una especie de entendimiento entre el poder metropolitano y la burguesía plantadora anómala. Tal vez dicha concordia se ma-nifestara por el ascenso en la isla de un liberalismo reformista cuyo principal dirigente era José Antonio Saco, el más brillante alumno de Félix Varela, extraordinario ilósofo abolicionista cubano que alentara el bien común por encima del individual.

En el Reino de España, mientras tanto, la creciente inluencia de los liberales provocó la subasta de las tierras de la Iglesia y la elimi-nación de las Facultades Omnímodas de los gobernantes en todas partes, menos en la referida isla antillana. Ello se debía al ascendente deseo peninsular por privilegiar a la burguesía comercial española, que anhelaba poner en función suya a la economía cubana. Por eso el Capitán General recién enviado a esos territorios caribeños ex-pulsó en 1834 a la oligarquía criolla de su palacio gubernamental, y en su lugar auspició que la Trata estuviera en manos hispanas. En Madrid, al mismo tiempo, una convención constituyente instituía en la nueva Carta Magna –a diferencia de lo que había establecido la de 1812- la condición colonial de Cuba, que por lo tanto no tendría

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derecho a representación alguna en las Cortes liberales. Esto liquidó la ascendencia del movimiento reformista en la isla y en ella, invo-luntariamente, auspició el desarrollo de sentimientos patrióticos.

La evolución sociodemográica de esta colonia fue notable hasta 1868, pues alcanzó una población de casi millón y medio de perso-nas, caliicada como “blanca” en más de su mitad. Mientras, menos de un tercio de esos habitantes eran esclavos, cuyo número ape-nas aumentaba debido a la prohibición internacional de la Trata. Por eso, era en el azúcar donde podía sobrevivir dicho repugnante sistema, pues ningún otro negocio tenía la capacidad de asimilar el encarecimiento de esta fuerza de trabajo. Debido a esa realidad crecían en la isla tendencias abolicionistas, las cuales se fortalecie-ron mucho cuando en medio de la Guerra de Secesión de Estados Unidos el presidente Abraham Lincoln prohibió la esclavitud.

A principios de la década de los años sesenta en esta isla se había organizado, en secreto, una logia independentista, laica, democráti-ca y republicana, llamada Gran Oriente de Cuba y las Antillas, cuyo lema de “libertad, igualdad, y fraternidad” motivó que algunos con odio la caliicaran de Club Central de Jacobinos. Pronto ella extendió sus actividades por todo el territorio insular, y llegó a contar entre sus militantes a hombres como Salvador Cisneros Betancourt, Pedro (Perucho) Figueredo, Francisco Vicente Aguilera, los hermanos Ma-ceo, Calixto García, Bartolomé Masó, Carlos Manuel de Céspedes, Vicente García, y algunos dominicanos, entre ellos, Máximo Gómez.

El independentista Grito de Lares en Puerto Rico el 23 de septiem-bre de 1868 acicateó el ánimo emancipador en Cuba, y en especial el del abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes, quien conclu-yó que había llegado el momento de iniciar la revolución nacional liberadora. Por eso él, quien devino en Padre de la Patria, el 10 de octubre de ese año proclamó la independencia, liberó a sus escla-vos, e inauguró el mando único cívico-militar en tanto que forma de gobierno. Casi de inmediato el movimiento se amplió por toda la

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zona oriental y culminó con la toma de Bayamo, ciudad proclamada sede gubernamental de la naciente República. Poco después, en Ca-magüey, se produjo otro alzamiento cuyos dirigentes –Ignacio Agra-monte, Salvador Cisneros- proclamaron la abolición total e inmediata de la esclavitud y promovieron el concepto de separar las subordina-das funciones militares de las civiles, que debían ser las preponderan-tes y conformadas según la más clásica tripartición de poderes, como se hacía en todas partes en tiempos de paz.

Contra los sublevados el poder español despachó sus fuerzas, en una campaña conocida como “guerra a muerte” debido a los desmanes que llevaban a cabo, en su desespero por liquidar toda oposición a la presencia colonial en la isla. Dicha ofensiva llegó hasta la capital de los mambises –como se denominaba a los independentistas-, quienes preirieron quemarla antes que entregarla al enemigo. Luego todos se internaron en los campos o manigua.

En abril de 1869 las distintas corrientes emancipadoras se reunieron en la camagüeyana villa de Guáimaro, con el propósito de lograr la necesaria unidad revolucionaria. En la asamblea allí convocada se elaboró una constitución que establecía los tres poderes civiles tra-dicionales así como el militar, cuyo General en Jefe sería nombrado por la Cámara de Representantes y rendiría cuentas al presidente de la República en Armas. Pero esa complicada estructura engendró considerables diicultades en tiempos de guerra, pues la protección a los congresistas absorbió muchos de los pocos recursos existentes, y además demostró que no era una práctica eiciente en la urgencia de los combates. Estas complejidades se evidenciaron en las constantes pugnas entre el presidente Céspedes y el legislativo, que lo depuso en octubre de 1873 y luego terminó fungiendo como centro rector de la contienda, con todas las diicultades que en esas circunstancias una dirección colegiada puede ofrecer para el triunfo de la revolución. No obstante, la mencionada institucionalidad permitió que muchos paí-ses latinoamericanos reconocieran la beligerancia de los cubanos, y en la medida de lo posible, la ayudaran.

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Máximo Gómez, principal autoridad militar de los mambises, com-prendió que resultaba imperativo extender la lucha armada hacia Oc-cidente mediante una invasión. Y hacia allá marchó tras sostener en el departamento del Centro batallas como Las Guásimas, de cinco días de duración en marzo de 1874, en la cual ocasionó unas ochocientas bajas a las tropas colonialistas. Así, a principios del año siguiente cru-zó la casi inexpugnable Trocha de Júcaro a Morón, y se adentró en el oeste. Pero su ulterior avance fue detenido por graves pugnas en el campo insurrecto: no recibía refuerzos; ocurrieron importantes sedi-ciones militares en Lagunas de Varona y Santa Rita; se fortalecía el re-gionalismo hasta con la proclamación de algún Cantón independien-te; jefes locales disintieron de su mando y exigieron la destitución del dominicano; los órganos civiles mostraban incapacidad para resolver los problemas militares; se sucedían cambios frecuentes en el poder ejecutivo. Se quebraba, en in, la imprescindible unidad revoluciona-ria en el esforzado movimiento nacional liberador.

En 1877, mientras el presidente de la Republica en Armas caía preso de los españoles, éstos lanzaron una política de “paciicación” que pretendía imprimir una conducción “humanitaria” al conlicto, con el propósito de borrar el proverbial salvajismo de las huestes colo-nialistas. Se proclamó entonces, para los alzados que desertaran, un indulto con gratiicación monetaria y la entrega de ciertos recursos de subsistencia, así como el cese de los embargos a los insurrectos, con posible devolución de los bienes que hubieran sido coniscados.El Pacto del Zanjón, irmado el 10 de febrero de 1878 entre cubanos y españoles, acordó una paz sin independencia, aunque reconoció la condición de hombres libres a todos los negros esclavos y chinos coo-lies que se encontraran en las ilas rebeldes. Pero un prestigioso gene-ral insurrecto de la región oriental, Antonio Maceo, quien acababa de vencer al afamado batallón de San Quintín ocasionándole unas 250 bajas, se negó a acatarlo. De igual forma actuó en Sancti Spíritus otro destacado mambí, Ramón Leocadio Bonachea, que dejó constancia de su rechazo en la Protesta de Jarao. Más importante, sin embargo, fue

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el repudio llevado a cabo por Maceo en presencia de la suprema autoridad española en la colonia, el general Arsenio Martínez Cam-pos, cuando ambos se entrevistaron delante de algunos destacadísi-mos jefes militares, en un lugar conocido como Mangos de Baraguá, donde el valiente mambí anunció su reinicio de las hostilidades.

Luego los oiciales protestantes eligieron un Gobierno Provisional que juró idelidad al pueblo y a la revolución. La correlación de fuerzas, no obstante, impedía continuar la lucha, y el 9 de mayo el propio Maceo debió embarcar hacia Jamaica. Terminaba así la Gue-rra de los Diez Años.

El Partido Revolucionario Cubano de José Martí

Cuando en los campos orientales de Cuba estalló la primera gue-rra por la independencia, el adolescente habanero José Martí tenía quince años. Y en octubre del año siguiente, fue detenido y conde-nado a trabajo forzados en las canteras, por tildar de apóstata a uno de sus condiscípulos que se había alistado en el ejército metropo-litano. Doce horas diarias al sol, con grillete y cadena en la pierna derecha, picaba piedras Martí, hasta que enfermó y fue deportado a España.

Desde su llegada a Madrid, Martí se vinculó con los cubanos revo-lucionarios que allí se encontraban, y junto a ellos continuó laboran-do a favor de la emancipación de su patria. Pero a inales de 1874 decidió dirigirse a México, donde comenzó a trabajar en la prensa, en la que expresaba una penetrante visión del mundo e insistía en la búsqueda de soluciones autóctonas a los problemas de América Latina. Esos criterios pronto encontraron cálida acogida en las pági-nas del periódico El Socialista.

La vida constitucional en México fue interrumpida en 1876 por un golpe militar oligárquico, hecho que fue públicamente repudiado por Martí y lo forzó a salir del país. Entonces viajó a Guatemala don-de se llevaban a cabo reformas liberales. Pero no transcurrió mucho

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tiempo, antes de percatarse del abuso que se cometía contra los in-dígenas, a quienes se les arrebataban sus tierras y se les coaccionaba para que entregaran barata su fuerza de trabajo a los plantadores. Martí, por supuesto, no concebía un proceso revolucionario sin la completa incorporación de los aborígenes a la sociedad, y volcó di-chos criterios en un libro suyo, cuya publicación lo obligó a irse de allí.

De nuevo en Cuba, tras la paz del Zanjón, José Martí se sumergió en labores conspirativas y en marzo de 1879 llegó a ser electo vice-presidente del Club Central Revolucionario, actividades que fueron para él una valiosa experiencia pues le permitieron comprender los errores y contradicciones que habían dado al traste con la Guerra de los Diez Años. Al mismo tiempo desplegó, dentro de la limi-tada vida política que permitía el régimen colonial, una labor de divulgación de los principios patrióticos y acerca de lo falaz de las soluciones propuestas por los agrupados en el claudicante Partido Autonomista, enemigo de la independencia.

Apenas se inició en Cuba el 24 de agosto de 1879 la llamada Guerra Chiquita, Martí fue detenido por sus actividades revolucionarias y otra vez deportado a España, de donde a ines de año escapó rumbo a Francia, y desde allá viajó a Nueva York, sede del Comité Revolucionario Cubano cuya presidencia interina ocupó. Pero la derrota sufrida por las fuerzas cubanas en la nueva y breve con-tienda militar, hizo renacer las divergencias entre los revoluciona-rios. Esto hizo comprender a Martí que el proceso emancipador se encontraba en una tregua. Entonces marchó a Venezuela, donde se percató de que un tirano liberal-positivista la gobernaba en be-neicio de la burguesía criolla aliada con el incipiente imperialis-mo. Martí criticó dicho régimen, convencido de que mediante esa vía no se podían garantizar las libertades imprescindibles para el desarrollo armónico de la sociedad, ni se lograba la verdadera de-mocracia, y mucho menos se resolvían las profundas desigualda-des imperantes entre las distintas clases y grupos sociales. Pero sus

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constantes denuncias de nuevo motivaron su expulsión, por lo cual regresó a Nueva York.

A pesar de su dependencia colonial con respecto a España, por esta época se incrementaba en Cuba la inversión de capitales de Estados Unidos, que ya dominaban la rama energética y el alumbrado de la capital. Luego dichos monopolios se introdujeron en la minería, así como en las industrias tabacalera y azucarera. Martí, en su trabajo de 1889 acerca de la Conferencia Internacional Americana, criticó esa penetración económica, al decir:

“Jamás hubo en América, de la independencia acá, asun-to que requiera más sensatez, ni obligue más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América Latina a las naciones americanas de menos po-der, ahora (...), después de ver con ojos judiciales los ante-cedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia (114).

Y a principios de 1891 de nuevo fustigó las posiciones de Estados Unidos durante las sesiones de la Comisión Monetaria Internacio-nal Americana, cuando escribió:

Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como úni-co derecho: “esto será nuestro porque lo necesitamos”. Creen en la superioridad incontrastable de la “raza an-glosajona contra la raza Latina” Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india que exterminan (…) Mientras no sepan más de His-pano América los Estados Unidos y la respeten más (…), ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispano Amé-rica a una unión sincera y útil para Hispano América?

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¿Conviene a Hispano América la unión Política y econó-mica con los Estados Unidos?” (115).

Martí realizó una colosal tarea en Estados Unidos, con el propósito de aglutinar a todas las fuerzas independentistas cubanas en un movimiento político único. A esos efectos, en enero de 1892, asistió a la reunión de los presidentes de las agrupaciones patrióticas de Cayo Hueso, en la cual fueron aprobadas las “Bases y Estatutos secretos del Partido Revolucionario Cubano”, para cuyo más ele-vado cargo, el de Delegado, fue electo. Dicha organización unía en sus ilas una amalgama multi-clasista, compuesta por hombres que la represión o arbitrariedades coloniales habían lanzado fuera de su patria: comerciantes, obreros, industriales, campesinos, profe-sionales, militares. Pero dado que la Guerra de los Diez Años había provocado la disminución del caudal inanciero de los más ricos así como el empobrecimiento de muchos otros, y el desarrollo socioe-conómico de la colonia había multiplicado a la clase obrera, ésta –lidereada por los tabaqueros- se convertía en el principal sostén del patriotismo y en el contribuyente más irme de la futura revo-lución. Mientras, contra la independencia, en Cuba se asociaban la oligarquía azucarera y los sectores burocráticos, integrados por cubanos y españoles que defendían el poder colonial.

En febrero de 1895 estalló la guerra preparada por Martí, quien se-manas más tarde desembarcó por las costas de Oriente para morir poco después, el 19 de mayo, en el combate de Dos Ríos. La víspera había escrito:

“( . . ) ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso” (116).

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En Jimaguayú se reunió durante el mes de septiembre, una asam-blea constituyente a la que asistieron delegados de todos los cuerpos de ejército insurrectos existentes en ese momento. Allí se decidió instituir un Consejo de Gobierno que aunase los poderes ejecutivo y legislativo, y además se decidió que si en dos años no se alcanzaba la victoria independentista, se debería refrendar otra constitución que deinitivamente organizara el Estado Nacional. En ese contex-to, el Generalísimo Máximo Gómez y su Lugarteniente General An-tonio Maceo se pusieron de acuerdo, para comenzar la Invasión a Occidente el 22 de octubre de 1895. El proyecto consistía en iniciar el avance desde Mangos de Baraguá y luego cruzar la Trocha de Júcaro a Morón, para adentrarse en las planicies de Matanzas. Cul-minada esa parte del plan, y mediante el combate de Calimete, el 29 de diciembre los mambises penetraron en La Habana y pudieron celebrar el in de año en las inmediaciones de la capital.Ambos jefes después concluyeron que Maceo debía marchar hasta Mantua, último lugar habitado en Pinar del Río, a donde llegó el 22 de enero. Mientras, Gómez permanecía en La Habana en una muy exitosa campaña conocida como La Lanzadera, por la forma de des-plazarse los rebeldes para enfrentar al enemigo. Ese triunfante des-pliegue militar evidenció el fracaso de Arsenio Martínez Campos por detener la revolución, y facilitó que en febrero de 1896 Madrid lo sustituyera por el sanguinario Valeriano Weyler, quien llegó a Cuba para aplicar la inhumana política de “reconcentración”. Ésta obligaba a los campesinos a trasladarse a pueblos y ciudades –para evitar que ayudaran a los sublevados- donde casi doscientos mil civiles cubanos perecieron de hambre y enfermedades.

La lucha independentista en la mayor de las Antillas alcanzó así connotación universal, y sus principales jefes se convirtieron en re-nombrados héroes en muchas partes del mundo. Pero la intensidad del conlicto cobraba sus víctimas, y los más prestigiosos jefes caían unos tras otros: Flor Crombet, Guillermón Moncada, José Maceo, Serafín Sánchez, Juan Bruno Zayas, y sobre todo, Antonio Maceo

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junto a Panchito, el hijo del Generalísimo. Esto, sin embargo, no hizo disminuir el batallar insurrecto. Gómez así lo demostró a lo largo de 1897 en el departamento central, durante su campaña de La Reforma, la cual desgastó por completo al ejército colonialista. A la vez, en Oriente, el nuevo lugarteniente general, Calixto García, ocupaba importantes poblaciones con ayuda de la artillería.

La persistencia del batallar cubano terminó por lograr la remoción de Weyler, sustituido cuando ya los gobernantes españoles admi-tían que la metrópoli se encontraba “al borde del último hombre y la última peseta”. En esas circunstancias, y según lo previamente determinado, se convocó a otra asamblea constituyente en la villa camagüeyana de La Yaya, de la cual emergió como presidente de la República en Armas, el prestigioso general del 68, Bartolomé Masó.

Ocupación estadounidense y República Neocolonial

En noviembre de 1897 España decretó el régimen autonómico para Cuba, debido al cual se estableció un parlamento insular con dos cámaras, la de Representantes y el llamado Consejo de Administra-ción. Ambas estaban conformadas por algunos miembros designa-dos y otros elegidos, luego de cumplir una serie de requisitos que se alejaban de los preceptos del voto masculino universal. Como era de esperar, dichos escaños fueron ocupados en primer lugar por los jefes del Partido Autonomista acompañados de un menor número perteneciente a su congénere Reformista, todos partidarios de man-tener en la isla el poder colonial español.

En 1898 la Guerra de Independencia mantenía sus conocidas ca-racterísticas, cuando a mediados de febrero en la bahía habanera misteriosamente explotó el acorazado norteamericano Maine, bue-na parte de cuya tripulación pereció. En los Estados Unidos la no-ticia originó consternación, lo cual inalmente condujo al Congreso a reconocer que “el pueblo de la isla de Cuba, es y de derecho debe ser, libre e independiente”, tras cuya declaración ese país se incor-

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poró al conlicto armado. Entonces las fuerzas estadounidenses coordinaron con Calixto García las acciones a desarrollar en la zona oriental, por lo que el nuevo Lugarteniente General ordenó inha-bilitar los accesos a Santiago de Cuba, mientras la armada norteña bloqueaba las costas occidentales y en especial el puerto capitalino.

Así, a la Guerra de Liberación Nacional se superpuso la de dos po-tencias –una decadente y otra en ascenso-, en un conlicto único. Las fuerzas norteamericanas por in desembarcaron a mediados de año para combatir junto a los cubanos en San Juan y El Caney, en tanto la lota española era hundida en sólo una hora por la enemiga. Rendidas las tropas colonialistas, las estadounidenses se comporta-ron como un verdadero ejército de ocupación: impidieron desver-gonzadamente la entrada de los mambises en Santiago de Cuba; Máximo Gómez y el Consejo de Gobierno fueron por completo ig-norados; se trató en igualdad a los efectivos armados independen-tistas y a los de la exmetrópoli, sin hacer distinción entre vencedo-res y vencidos; se acordó un armisticio que soslayó a los heroicos soldados insurrectos; luego, con la total ausencia de cubanos, se irmó un Tratado de Paz que traspasaba Cuba, Puerto Rico y las Filipinas –donde también se combatía por la independencia- a los Estados Unidos.

Disuelto el Partido Revolucionario Cubano y licenciado el Ejército Libertador, Cuba padeció un cuatrienio de total dominación mi-litar por su vecino del norte, período en el que éste se apropió de muchas de sus riquezas, y al inal del cual impuso a la emergente República Mediatizada la espuria Enmienda Platt, que cercenaba su independencia al permitir que en cualquier momento se repitie-ra por voluntad norteamericana, la ocupación de la isla. Por eso en Cuba, para alcanzar la victoria, se tenía que continuar la lucha por la vía de una revolución.

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VI.4) Diferencias entre positivistas: los Gobiernos de México y Brasil

La tiranía de Poririo DíazEn México, tras el golpe militar de Poririo Díaz, los adeptos a su régimen criticaron la Constitución de 1857 guiados por las ense-ñanzas de Gabino Barreda. Este ilósofo positivista repudiaba ele-mentos centrales de la teoría liberal –como por ejemplo el “derecho natural”-, los cuales consideraba legalistas, abstractos y de cuestio-nable aplicación universal. Los poriristas también rechazaban la noción del hombre autónomo como la raíz fundamental de la socie-dad, pues decían que el individuo debe ser una parte integral del organismo social, condicionado por lugar y tiempo.

El periódico La Libertad –que tenía el lema de “Orden y Progreso”- era el principal órgano de prensa del gobierno, y su director más importante fue el eminente educador Justo Sierra (117). En sus pági-nas se enfatizaba la necesidad de que los mexicanos cambiaran inte-lectual y socialmente, si deseaban sobrevivir en la lucha por la vida; se airmaba –siguiendo la teoría de Darwin (118)- que sólo los más fuertes podían triunfar. Argumentaban que sólo así México escapa-ría al peligro que lo acechaba desde el Norte. Alcanzar el progreso deseado –añadían-, requería ineludiblemente establecer el orden en la organización social del país. Y decían que en esa empresa la cien-cia sería la base de la nueva educación inspirada ideológicamente en el positivismo, cuya expresión política en México era el “pori-rismo”. La Libertad también criticaba a los liberales por no haber entendido la “simple verdad”, de que al pueblo no se le podían dar derechos para los cuales no estaba educado, pues se terminaría en la anarquía; criticaba la Constitución de 1857 como metafísica y ela-borada por utópicos para un país inexistente, aunque reconocía que la Reforma y la referida Carta Magna habían destruido la vieja so-ciedad teológica y corporativa de los conservadores. Pero acentua-ban que los liberales no tenían la capacidad para construir el nuevo

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orden cientíico e impulsor del impetuoso progreso anhelado por los positivistas. Todos ellos aceptaban que la evolución política de la sociedad debía ser sacriicada en aras del desarrollo social y eco-nómico, pero dos tendencias diferían sobre el rumbo a imprimir a ambas cuestiones. Una minoritaria, compuesta por los adeptos a Comte (119), subordinaba el individuo a la sociedad en todas las áreas materiales, que opinaba debería ser dirigida por una “socio-cracia” en un Estado fuerte. La otra, integrada por los partidarios de Spencer (120) –representados por el ministro de Finanzas, José Ives Limantour-, abogaba por una libertad que permitiera formar y acu-mular capital, a la vez que se limitara al mínimo el intervencionis-mo estatal en la economía; todo debería subordinarse al orden que permitiera adquirir riquezas constantemente incrementadas. Para dicha corriente, los beneicios de la burguesía se convirtieron en si-nónimo de libertades nacionales. Por eso el gabinete de los “cientí-icos” tomaba las luchas sociales y de clase como manifestaciones reaccionarias, provocadas por agitadores ajenos a los humildes y explotados; estaba convencido de que el régimen político impuesto conducía a México de la mejor manera posible, razón por la cual los pronunciamientos en contra resultaban intolerables. Justiicaba así la “honorable tiranía” porirista, que “cientíicamente” impulsaba el orden y progreso. Claro, se le olvidaba siempre añadir: burgués.

El poririato, para eternizarse, decidió satisfacer las insaciables ape-tencias de sus auspiciadores, por lo que tergiversó las leyes de la Reforma en beneicio exclusivo de la cúspide burguesa; las orde-nanzas poriristas de 1883, que alteraban las de 1875, permitieron organizar en México “compañías deslindadoras” cuyo objetivo era delimitar las tierras baldías, eclesiásticas y antiguos realengos, con el propósito de ponerlas a producir sobre todo para la exportación. En pago por sus gastos en esas tareas, dichas empresas recibían la tercera parte de los dominios mesurados. Y una vez que se acaba-ron los suelos estatales y de la Iglesia, las referidas entidades anó-nimas se lanzaron sobre los campos de las comunidades agrícolas

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indígenas. En resumen, a causa de ese proceso de despojo –que arrebató incluso a muchos pequeños campesinos sus parcelas-, en 1889 las “compañías deslindadoras” habían recibido gratis dos millones setecientas mil hectáreas, y comprado a precios ínimos catorce millones ochocientas mil más. También muchos ricos pro-pietarios agrandaron entonces sus ranchos y haciendas, que bajo los preceptos del positivismo especializaron sus producciones en uno u otro cultivo para el mercado. De esa manera se transformó la agricultura, que adquirió un carácter comercial o de empresa, lo cual provocó el auge de la economía mercantil. Por eso las formas de las nuevas haciendas “cientíicas” se asemejaban cada vez más a las de las plantaciones, aunque entre sí hubiera gran diversidad; este novedoso capitalismo agrario porirista variaba según los cul-tivos, las zonas y hasta por dueño. Sin embargo, el tránsito a un sis-tema completamente nuevo no podía operarse de golpe; no existían todas las condiciones para una súbita y masiva producción agra-ria con relaciones de producción capitalistas, pues los indígenas no estaban habituados al trabajo asalariado. Su cultura y tradiciones estaban acostumbradas a la economía natural, con técnicas arcaicas y ligazón inquebrantable con los terratenientes, fuesen laicos o ecle-siásticos; la esencia del viejo sistema feudal autosuiciente estribaba en que la tierra se dividía entre estos propietarios y los campesinos comuneros, cuyo plustrabajo consistía en laborar los suelos de los explotadores. De esa manera los indios trabajaban los campos, unos días para sí y otros para los terratenientes, pues todo se basaba en la prestación personal. Esto motivó que en las haciendas “cientíi-cas” las relaciones de producción burguesas no pudieran surgir de inmediato; el único sistema de economía posible era uno de transi-ción, que reuniese los rasgos de la prestación personal y los del ca-pitalismo. Por eso, paralelamente a la entrega de algún salario a sus peones, muchos hacendados continuaban recurriendo a la coerción extraeconómica –estado de dependencia, caución solidaria, castigos corporales, condenas a trabajos públicos- o a la amenaza de enviar-los a servir largo tiempo en el ejército. Pero también con el nuevo

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sistema la fuerza de trabajo logró mayor productividad, pues se le empleaba de manera especializada. Ello permitió que la parte de los indígenas no mantenida en los antiguos predios para continuar laborándolos, fuese enviada a la construcción de una extensa red ferrocarrilera. Ésta se desarrollaba impetuosamente bajo el pori-riato por el capital foráneo, con el objetivo de transportar hacia los puertos de embarque las crecientes producciones mineras y agrope-cuarias vendidas al extranjero.

En México, bajo el inlujo de los preceptos positivistas –y sobre todo a partir de 1890-, se produjo el surgimiento de la burguesía nacional formada por intereses bancarios, industriales, agrícolas y comercia-les, vinculados exclusivamente al mercado interno. La importancia de su aparición se comprende, al saber que entre 1886 y 1907 las inversiones de los mexicanos en las diversas ramas industriales su-peraron a las de los extranjeros. Ese innegable desarrollo acarreó, hacia 1910, la existencia de unos doscientos mil obreros industria-les, frente al medio millón de artesanos que sufría –cada vez con más fuerza- la concurrencia de las producciones originadas por la burguesía nacional.

Proclamación de la república en Brasil

En Brasil, la guerra contra el Paraguay (1865-1870) resultó contrapro-ducente para los intereses del Imperio, respaldado por la burguesía esclavista azucarera; los enormes gastos del conlicto agravaron los problemas inancieros del país, y aumentaron la dependencia con respecto a Inglaterra. En este reino europeo, al terminar las guerras napoleónicas se evidenció que los intereses industriales se habían distanciado de los comerciales, y entre ambos la índole de los ne-gocios difería cada vez más; los productores vivían de la plusvalía, mientras que los vendedores se enriquecían en la esfera de la circu-lación. A partir de entonces, los que elaboraban las mercancías de-searon expandir sus mercados, en tanto quienes las ponían en venta sólo querían mantener su control sobre las más valiosas, como por

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ejemplo la mano de obra africana, muy codiciada por los plantado-res. Al inal, bajo presión de su burguesía industrial, el gobierno de Londres abolió la esclavitud en sus propias colonias, a la vez que prohibió en los océanos el horrible tráico de esclavos que sus comer-ciantes tanto habían auspiciado. Desde ese momento, la persecución británica a la Trata hizo cada vez más difícil y costoso adquirir en América esta fuerza de trabajo. Entonces muchos capitales en Bra-sil quedaron ociosos, aunque pronto una parte encontró beneicios al ser invertidos en novedosas plantaciones de café; este aromático grano –en detrimento del encarecido azúcar- se convertía en el as-cendente rubro de exportación. Sus crecientes cosechas se recogían por una avalancha de humildes emigrados europeos, cuya mano de obra hacía innecesario en los cafetales el empleo de africanos. Sin embargo hubo también capitales –previamente dedicados a la com-pra de esclavos-, que se reorientaron hacía las industrias. De esos establecimientos –a principios de la década del ochenta- habían sido inaugurados más de setecientos en Río de Janeiro, Minas Geraes y Sao Paulo, sobre todo dedicados a fabricar hierro, papel y textiles.

Durante la referida Guerra de la Triple Alianza contra la república paraguaya, el ejército brasileño creció mucho y se metamorfoseó, pues la oicialidad pequeño burguesa que ascendió por sus méritos esgrimía criterios abolicionistas. Esto resultaba trascendente porque el principal problema del Brasil en aquellos momentos era el de la esclavitud, inhumano sistema de explotación cuya existencia sólo ha-bía sido posible debido a la Trata. En la mencionada evolución ideo-lógica de las fuerzas armadas desempeñó un papel fundamental la ilosofía de Augusto Comte, que se enseñaba en la Escuela Militar del Imperio donde era sobresaliente el desempeño del coronel Benjamín Constant Botelho de Magalhaes. Éste, sin cesar predicaba la nece-sidad de implantar en el Brasil una dictadura militar republicana. Luego esos oiciales se vincularon con civiles positivistas como Mi-guel Lemus y Teixeira Méndez, también opositores del desprestigia-do consejo de ministros liberal encabezado por el Vizconde de Ouro

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Preto. Así las cosas, en 1888 el ejército se negó a perseguir cimarro-nes, tras lo cual dotaciones enteras abandonaban los ingenios. De esa manera el régimen esclavista entró en crisis. Entonces el gobierno se vió forzado –en mayo 13 de ese mismo año- a proscribir esa repug-nante forma de explotación, medida que fue el puntillazo inal para el decadente Imperio. En tales circunstancias, el 16 de noviembre de 1889 el general Manuel Deodoro da Fonseca ocupó con sus tropas la capital, y publicó un decreto proclamando la República.

El nuevo gabinete instituído representaba una alianza de los po-derosos plantadores cafetaleros con la emergente burguesía nacio-nal, encabezada por la parte de la oicialidad que era positivista. Ésta, desde el gobierno, reformó la enseñanza, separó la Iglesia del Estado, suprimió el Senado Vitalicio, estableció una ley de natura-lización que facilitaba a los extranjeros el cambio de ciudadanía, impuso a las provincias Juntas Interventoras para dominar a las oligarquías locales, auspició una política crediticia favorable a la in-lación que aumentaba la demanda solvente en el mercado interno, incrementó las tarifas aduaneras para proteger la naciente indus-tria nacional, convocó a una Constituyente. En ésta surgieron dos tendencias. Una, formada por el grupo comtiano de la oicialidad –aglutinado en el Club Militar- que deseaba un fuerte régimen cen-tralista y autoritario, cuyo estandarte dijese “Orden y Progreso”. La otra, se organizó con toda la burguesía plantadora; azucarera y cafetalera, que bajo el liderazgo de esta última se habían uniicado y reclamaban una república federal y presidencialista, semejante a la norteamericana.

La constitución de los Estados Unidos del Brasil abolió los títulos nobiliarios y adoptó la bandera positivista. Pero dividió al país en veinte territorios federales con leyes y constituciones propias, regi-das por gobernadores con capacidad para contraer empréstitos, re-caudar impuestos, y organizar fuerzas militares –estaduales- autó-nomas; esto, para escapar al tutelaje del sector de la oicialidad que anhelaba mantener su permanente supervisión sobre todo el país.

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Desde entonces los políticos positivistas fueron perdiendo el con-trol de los distintos territorios del Brasil, los cuales pasaron a manos de las diferentes oligarquías, que inalmente impusieron el sistema llamado del “café con leche”. Ese fue un rejuego antidemocrático que respondía a los intereses de la burguesía cafetalera de Sao Pau-lo, asociada con los ganaderos de Minas Geraes y los plantadores azucareros del Nordeste. Solo Río Grande do Sul representaba una excepción, pues en dicho Estado la tendencia positivista mantuvo su inluencia, encabezada por Julio de Castilho.VI.5) Penetración Extranjera y Reformismo de la Burguesía Nacional

Intereses de Inglaterra, Francia y Alemania

Gran Bretaña, al independizarse América Latina, era un país que se caracterizaba por la libre competencia y la venta de mercancías hacia el extranjero. Por ello de inmediato irmó con los nuevos Es-tados importantes tratados comerciales, y en 1825 llegó a negociar con el subcontinente el equivalente de unos ochenta millones de dólares, la cuarta parte de ellos con Brasil. Este imperio, por sí solo, constituía el tercer mercado de Inglaterra, superado nada más que por Estados Unidos y los territorios alemanes. La creciente penetra-ción mercantil británica en la región desarrolló eicientes mecanis-mos, basados en numerosas sucursales de las más importantes ca-sas comerciales inglesas. Dichos establecimientos abundaban, por ejemplo, en Veracruz, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso. Sin embargo, la superioridad económica de Inglaterra también se evidenció en el control que desde el inicio de la indepen-dencia tuvo sobre las inanzas latinoamericanas. Dicha situación se había originado en la necesidad que tenían las fuerzas patrióticas de recibir suministros para combatir a las metrópolis ibéricas. Y en aquella época solamente Gran Bretaña podía brindarlos, que los vendía a los insurgentes luego de otorgarles empréstitos. Así, todos los emergentes Estados de América Latina –menos Haití y el Para-

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guay- tuvieron que recurrir a los banqueros de Londres, quienes de esa forma les prestaron cerca de veinte millones de libras esterlinas, es decir unos cien millones de dólares de aquel entonces. Después resultó imposible escapar del ciclo infernal; el servicio de los inte-reses de la referida deuda externa y el pago a militares o funciona-rios, exigieron nuevos empréstitos, que al tener lugar el crack de la Bolsa de Londres en 1825 totalizaban unos veinticinco millones de libras. Luego, la llegada de nuevos capitales para reactivar minas y adquirir tierras hizo ascender a doscientos millones de dólares los interes británicos invertidos en Latinoamérica. La magnitud de esta cifra se comprende al saber que, en 1833, el conjunto de capitales situados en la importantísima industria textilera británica sólo lle-gaba a treinta y cuatro millones de libras esterlinas. Y en dicho año, las exportaciones de telas representaron la mitad de las ventas al extranjero de Inglaterra.

A mediados de la década del treinta del siglo XIX esta coyuntura económica cambió, pues se iniciaron las grandes inversiones ingle-sas en los ferrocarriles de la propia Gran Bretaña; ello provocó una notable disminución de la aluencia de dichos capitales hacia Amé-rica Latina. Tres décadas más tarde esos dineros regresaron, pero cargados del contenido imperialista; para entonces las mayores compañías de Inglaterra se habían convertido en verdaderos mono-polios y su principal exportación era de capitales ociosos. Sin em-bargo, en general la economía productiva y comercial británica aún conservaba la preponderancia mundial; sus industrias –sobre todo metalúrgica y textil- no tenían rivales y sus empresas controlaban el lujo de materias primas, que después revendían a las demás na-ciones. También la banca de Londres fungía como centro inanciero del orbe, y los buques de esa bandera primaban en la navegación por todos los mares. Debido a ello, a principios de la octava década del siglo XIX el imperialismo inglés era hegemónico, por no decir el único, en América Latina. En esta región tenía colocado el equiva-lente de setecientos millones de dólares, o sea el veinte por ciento

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de sus capitales exportados. Dicha cifra se componía de cuatrocien-tos millones en empréstitos, sobre todo a tres países: Perú (159 mi-llones), Brasil (96 millones), Argentina (64,5 millones); inversiones directas por doscientos cincuenta millones, de las cuales la mitad se encontraban en dos países: Argentina (70,5 millones) y Brasil (60,5 millones). Y en 1885 el total británico invertido en nuestro subcon-tinente ascendía a ochocientos treinta y cinco millones de dólares, de loa cuales el cincuenta por ciento se encontraba en Argentina, Brasil y México.

Desde el punto de vista de su orientación por tipo de actividades, los inversionistas ingleses preferenciaron la infraestructura y las esferas productivas. De esa manera tenían situados, en ferrocarri-les (97,5 millones de dólares); compañías de agua, gas, electricidad (37,5´); empresas de navegación (35´); telégrafos (30´); irmas co-merciales (15´); haciendas de ganadería ovina (15´). Las inversiones en bancos, aunque sólo ascendían a diecinueve y medio millones de dólares, cumplían funciones estratégicas, pues las pocas institu-ciones inancieras locales existentes servían sobre todo como cajas de depósitos o centros de créditos y emisión monetaria. Mientras, las británicas funcionaban cada vez más en tanto que centros inver-sionistas, los cuales a veces se asociaron con sus pequeños homó-logos latinoamericanos cuando no los absorbieron; surgieron así el “Mauá, McGregor and Co. Bank of Rio de Janeiro” (1854), el “Lon-don and River Plate Bank of Buenos Aires” (1862), el “London Bank of Mexico and South America” (1865), el “Anglo-South America Bank of Tarapacá” (1884), hasta totalizar once semejantes institu-ciones de primer orden a principios de la década del noventa (121).

Francia, a los dos años de terminarse la fracasada aventura de Na-poleón III en México, realizó su primera operación inanciera de envergadura en América Latina. Se trataba de la compañía Drey-fus Freres, que en 1869 irmó con Perú un trascendente contrato de consignación concerniente al guano, codiciado fertilizante natu-ral exportado a Europa. Dicho negocio estaba respaldado por uno

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de los más poderosos bancos del mundo, la “Societé Generale de Paris”, que adelantó sesenta millones de francos para impulsar el acuerdo. Luego la Dreyfus, asociada con la “Scheller et Compag-nie”, suscribió un préstamo por cincuenta millones de francos con Honduras. Pero el ascendente inlujo francés en Latinoamérica se detuvo a consecuencias de la guerra franco-prusiana, e incluso lle-gó a provocar su relujo; hasta el contrato relacionado con el valioso excremento de las aves tuvo que ser cancelado.

El regreso de Francia a sus actividades económicas en América Latina tuvo lugar en el segundo lustro de la propia década, cuando se ins-tituyó la “Societé Civil Internationale du Canal Interoceanique” que dirigía Ferdinand de Lesseps –prestigioso constructor del Canal de Suez-; éste se proponía construir una vía interoceánica –sin esclusas- entre el Pacíico y el Caribe. El audaz proyecto se pudo concretar por no estar los franceses involucrados en el Tratado Clayton-Bulwer, que excluía a ingleses y estadounidenses de cualquier intento semejante, sin tener la aprobación de la nación rival. Sin embargo la operación de Lesseps desde el inicio se vio mancillada por turbios manejos; la empresa debió ser revitalizada con nuevos capitales, que instituye-ron la lamante “Compagnie Universelle du Canal Interoceánique de Panamá”. Esta irma en 1880 obtuvo de Colombia la concesión para construir la ruta acuática en el plazo de dos años, y además compró la “Panamá Railroad Co.” a sus propietarios norteamericanos. Éstos habían construido dicho ferrocarril a través del istmo entonces co-lombiano, luego del arrebato territorial a México –que los puso en contacto con el Pacíico- para facilitar la imprescindible vinculación entre las costas Este y Oeste de los Estados Unidos. Y dado el men-cionado pacto internacional existente, los norteamericanos preferían disponer de un canal francés que no tener ninguno.

De forma complementaria al empeño canalero, Francia se lanzó a una política prestamista en el área del Caribe; a partir de sus co-lonias de Guadalupe, Guayana y Martinica, pretendía crear en la zona una esfera de intereses favorables a su construcción interoceá-

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nica. Así, en Haití se instaló el “Crédit General Francais” que luego fundó la “Banque Nationale D´Haiti”, la cual se apoderó del erario estatal de ese pequeño país; en Costa Rica se implantó la “Societé Eslonges”; en República Dominicana se le concedió a la “Compag-nie Universelle” el control de una estratégica bahía, para que le sir-viese como base de aprovisionamiento en la construcción del canal. Luego, en 1888, en esta república se estableció la “Banque Nationale de Santo Domingo”

Pero el espejismo caribeño de Francia empezó a derrumbarse por donde mismo había comenzado; el anuncio en 1889 de la quiebra de la novedosa compañía canalera provocó un escándalo que llevó a Lesseps a la cárcel, y paralizó las obras en Panamá donde la eco-nomía se estancó. Entonces el gobierno de París decidió labrarse un verdadero imperio en otras partes del mundo por lo cual aban-donó sus sueños antillanos, menos en sus tres pequeñas colonias y en Haití; allí poseía el ferrocarril de Port-au-Prince a Saint Marc, el de Cul de Sac y el de Cap Haitien, era dueña de la mayor parte de los servicios públicos, controlaba el exiguo comercio exterior de la república (122).

Alemania, luego de su uniicación tras la guerra franco-prusiana, se dedicó a hostigar los territorios bajo inluencia de Francia. Por ello en 1872 envió una amenazante lota –bajo el mando del almi-rante Batsch- contra Haití. Allí, con el pretexto de pérdidas sufridas por comerciantes germanos durante revueltas locales, los buques alemanes ocuparon varios navíos haitianos fondeados en Port-au-Prince, aunque el verdadero propósito era hacer ostentación de la fuerza germana. Después el capital alemán hizo su aparición en Guatemala, donde estableció una moderna empresa eléctrica y construyó un ferrocarril. Pero en este país centroamericano el ma-yor interés del gobierno de Berlín era que sus ciudadanos se es-tablecieran en los campos para desarrollar eicientes plantaciones de café. Más tarde en Perú –luego de la Guerra del Pacíico- los inversionistas alemanes adquirieron las devastadas plantaciones de

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la costa. Mientras, en Chile otorgaron préstamos al presidente Bal-maceda. Después Berlín tornó de nuevo su mirada contra Haití, y en diciembre de 1897 dos de sus acorazados volvieron a presentarse frente a Port-au-Prince para renovar sus alardes de fuerza. Éstos se agravaron, cuando en 1902 los alemanes apoyaron la rebelión de los terratenientes negros del norte haitiano, que luchaban contra el régimen ilofrancés de los mulatos sureños; ellos perdieron su apro-visionamiento proveniente de Francia, cuando la armada germana hundió los navíos haitianos que lo transportaban. El triunfo de los insurrectos permitió a los alemanes irrumpir con su banca y comer-cio en Haití, lo cual fortaleció la ascendente posición de éste país europeo en America Latina, donde ya realizaba el diez por ciento de su comercio exterior. Su mercadeo era especialmente fuerte en el Río de la Plata, sobretodo en Uruguay; los germanos utilizaban Montevideo como centro reexportador hacia Sudamérica, y además en la referida capital oriental contaban con el inanciamiento del Banco Trasatlántico –ilial del “Deutsch Reich Bank”-, que ya había propiciado desde 1903 el desarrollo de buena parte de la red de tranvías de esa importante ciudad. A los dos años la banca alemana se estableció en Perú, la cual también se implantó con fuerza –desde 1908- en Brasil con el “Dresden Bank” y el “Disconto Besellschaft”, frecuentemente asociados con la compañía Theodor Wille.

Así, al estallar la Primera Guerra Mundial, la presencia del impe-rialismo germano en América Latina estaba en rápido incremento; había invertido en la región el equivalente de novecientos millones de dólares. Dichos capitales tenían especial importancia en Argen-tina y Brasil, pues contaba en cada uno de ellos con el equivalente de doscientos cincuenta millones de la referida moneda. Mientras, ocupaba ya el tercer lugar por el volumen de su intercambio comer-cial con la región (123).

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La expansión de los Estados Unidos

Estados Unidos se expandió más allá de sus límites originales, cuando en 1803 Francia les vendió su territorio de la Louisiana –incluidas las villas de Saint Louis y Nueva Orleáns-, que sólo tres años antes había recuperado de España. Esto engendró la frontera común con lo que aún era el Virreinato de México. Pero entonces los estadounidenses, prioritariamente, anhelaban todavía imponer su control sobre las estratégicas vías lacustres y luviales del Norte. Por ello desataron la guerra de 1812 contra Inglaterra, durante la cual las tropas canadienses defendieron con éxito Montreal, ocupa-ron Detroit e invadieron Michigan; tuvieron lugar importantes ba-tallas navales en los Grandes Lagos; efectivos británicos ocuparon, en agosto de 1814, la incipiente capital federal. El desenlace adverso de todos los referidos combates indujo a los norteamericanos a ir-mar, a los cuatro meses de la quema de la ciudad de Washington, un Tratado de Paz acorde con el cual se regresó al status quo anterior. Incapacitados de avanzar hacia el norte debido al poderío de las fuerzas anglocanadienses, los Estados Unidos se giraron al sur, hacia La Florida. Allí, aunque a principios de 1817 había desem-barcado una expedición bolivariana que proclamó la republica con capital en La Fernandina, el ejército norteamericano al mando del general Andrew Jackson –cuyo principal subalterno era Samuel Houston- los expulsó en diciembre del propio año de la península, que fue anexada a la Unión. Luego el gobierno de ese país propu-so en 1819 al trono absolutista español un acuerdo general sobre límites fronterizos mutuos. Éste determinaba la intangibilidad de la frontera existente con el Virreinato de Nueva España a lo largo del río Sabina, así como la formal renuncia estadounidense a poseer Texas. Pero en diciembre de 1826 aunque México había alcanzado ya su independencia, James Long, al mando de un grupo de ili-busteros norteamericanos penetró en dicho territorio, proclamó en Nacogdoches una hipotética República de Freedonia –de la cual él sería presidente-, y avanzó hasta tomar Goliat en octubre del propio

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año. Sin embargo, en febrero de 1827 fue derrotado por las fuerzas del gobierno de Guadalupe Victoria. No obstante, en 1835 México sufrió la segregación de Texas, que una década más tarde fue ane-xada como territorio esclavista a los Estados Unidos. Esto alteraba el acuerdo precedente entre el Norte y el Sur estadounidense sobre la incorporación paritaria de nuevos territorios –uno esclavista por otro abolicionista- en la Unión. Entonces en 1850 se forjó un com-promiso político diferente entre septentrionales y meridionales, que endilgaba a cada gobierno estadual el problema de autorizar o no –en su ámbito- la existencia de tan repugnante sistema. A partir de ese momento, los políticos sureños se lanzaron con desenfreno a buscar otros territorios esclavistas que pudiesen incorporar a la Re-pública. De inmediato pensaron en Cuba, donde intentaron repetir la experiencia tejana con ayuda de un aventurero nacido en Vene-zuela llamado Narciso López. Su segundo al mando era William Crittenden, coronel sudista e hijo de un íntimo amigo de Jeferson Davis, futuro presidente de los Estados Confederados de Améri-ca. Pero dichos intentos fracasaron deinitivamente en 1851. Luego lo repitieron en Nicaragua con William Walker y su Falange Ame-ricana, derrotados en 1860 con la ayuda interesada de Inglaterra; ésta hacía una década había irmado con Estados Unidos el tratado Clayton-Bulwer –el cual neutralizaba para los dos países el referi-do istmo y les prohibía a ambos la construcción por él de un canal interoceánico-, y no estaba dispuesta a que se violara ni siquiera in-directamente lo acordado. Por ello, al menos durante un tiempo, los norteamericanos tuvieron que satisfacerse con poseer un ferrocarril transístmico a través de la entonces provincia colombiana de Pana-má. Terminada la Guerra de Secesión, el ex-general en jefe norteño y nuevo presidente norteamericano Ulises Grant, trató de anexarse la República Dominicana, lo cual fue impedido por la gesta patrió-tica de Gregorio Luperón.

Estados Unidos, una década después de inalizar su Guerra Civil, aún sostenía débiles vínculos económicos con América Latina. A

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ella, en 1875, le compraba el doble de lo que le vendía, y allí inver-tía poco y lentamente. Ese proceso se limitaba a las actividades de contados individuos –como Henry Meiggs o Minor Cooper Keith-, que aventuraban en Centroamérica sus escasos capitales. Impulsa-ban de esa forma la interconexión de las diversas redes ferroviarias en la región ístmica, entre sí y con México, para extraer con faci-lidad los anhelados productos tropicales cultivados en las planta-ciones que se establecían en la cuenca del Caribe. Entre los frutos entonces más deseados sobresalía el banano –sabroso, muy barato y nutritivo-, cuyo comercio empezaba a controlar la Standard Steam Navigation de Lorenzo Row Barker, quien en 1885 se asoció con la Andrew Preston Seavern’s para fundar la Boston Fruit Co., que pronto operó también en Jamaica, Santo Domingo y Cuba. Esta co-lonia insular española se había convertido en el principal mercado exterior de Estados Unidos, pues de ella obtenía sus importacio-nes azucareras. Por eso la industria norteamericana reinadora de la sacarosa –en proceso de monopolización- había comenzado a colocar sus dineros en la isla, que en 1895 absorbía ya cincuenta millones de dólares, preferentemente situados en minas y centra-les de caña. Dada esa magnitud, dicha cifra en América Latina sólo se ubicaba detrás de las inversiones estadounidenses en México. Estados Unidos encontró la coyuntura adecuada para impulsar su “Frontera” hacia el Caribe luego del reinicio de la lucha indepen-dentista animada por Martí en Cuba. El pretexto se lo brindó la mis-teriosa voladura en el puerto de La Habana del acorazado Maine. Sus secuelas fueron la interesada participación norteamericana en dicha contienda y el Tratado de Paz de París que en 1898 traspasó Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Guam y las islas Ladrones, de la cadu-ca metrópoli ibérica a sus nuevos dueños.

El salto de calidad que para Estados Unidos representó la domi-nación de ambas islas antillanas, tras su corta y victoriosa guerra contra España, estimuló que en 1899 se organizara la United Fruit Co. (UFCO) –debido a la fusión de la Hoadles and Co. of New Or-

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leáns (propiedad de Keith) con la Boston Fruit- que estructuró sus intereses en el Caribe de forma monopolista. Luego se sustituyó el tratado Clayton-Bulwer por el Hay-Pouncefote, mediante el cual Inglaterra reconoció el derecho norteamericano a construir por el istmo caribeño un canal interoceánico hasta el Pacíico, con sus for-tiicaciones correspondientes y bajo su exclusivo control. Surgía el poderoso imperialismo estadounidense (124).

El gobierno de Balmaceda en Chile

En América Latina, el reformismo de la burguesía nacional comenzó por Chile, república que emegió victoriosa de la Guerra del Páciico (1879-1883) (125) contra Bolivia y Perú. Debido a las consecuencias de dicho conlicto, el meridional Estado se apoderó de unos cien-to ochenta mil kilómetros cuadrados, ricos en yacimientos mine-ros. Entonces en el país se incrementaron mucho las exportaciones, se mejoró el isco republicano, se multiplicaron las ilas de la clase obrera, se amplió el mercado interno, y la burguesía nacional se fortaleció al incrementar sus producciones. Pero la burguesía mine-ro-exportadora tenía el poder político en alianza con Inglaterra, a la que entregaba los recursos naturales, sobre todo el salitre o caliche, excelente fertilizante mineral.

A los tres años de inalizada la sangrienta guerra, el emergente Par-tido Nacional forjó una coalición con el sector progresista del go-bernante Partido Liberal, y propuso la candidatura de José Manuel Balmaceda para los siguientes comicios presidenciales de 1886. Su plataforma se basaba en impulsar los intereses de la ascendente burguesía industrial, a la vez que se atendían los reclamos básicos de las masas populares. Por eso Balmaceda anhelaba desarrollar obras públicas que facilitaran las comunicaciones, aumentar los sa-larios para elevar la demanda solvente, implantar el proteccionismo arancelario, nacionalizar el salitre y los ferrocarriles, establecer el capitalismo de Estado, apoyar los pequeños y medianos negocios, generalizar la instrucción pública, colonizar el territorio meridional

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–recién conquistado a los aborígenes mapuches- con inmigrantes europeos, crear un Banco Nacional en manos del gobierno para tra-zar una adecuada política monetaria.

Una vez en el poder ejecutivo, Balmaceda se empeñó en demo-cratizar las instituciones y auspiciar la industrialización del país gracias al intervencionismo estatal. Para alcanzar estos objetivos, en las aduanas se impusieron altos derechos a las importaciones –sólo se eximían los medios de producción- y se decuplicaron los gravámenes a las exportaciones de salitre, con cuyos ingresos se i-nanció el progreso económico nacional. Después se estatizaron los ferrocarriles, se construyeron mil kilómetros de vías férreas y una cantidad semejante de carreteras, se tendieron millar y medio de kilómetros de líneas telegráicas, se erigieron trescientos puentes y se ediicaron ochenta establecimientos educacionales. Sin embargo el gobierno de Balmaceda no pudo llevar a cabo una política nacio-nalista, de oposición a todos los monopolios foráneos; Chile debía buscar mercados en los cuales colocar sus productos y donde abas-tecerse de capitales y manufacturas, para romper su dependencia con respecto a Inglaterra. En esas circunstancias, Balmaceda deci-dió apoyarse en Alemania y Francia para enfrentar la agresividad inglesa; desde Londres se inanciaban los trajines conspirativos de la burguesía minero-exportadora chilena, que se agrupaba en torno al Congreso, bajo su control.

El conlicto de intereses opuestos, al principio se manifestó como una pugna política entre los poderes ejecutivo y legislativo, pero con rapidez se transformó en sangrienta guerra civil. Hasta que las fuerzas alimentadas por Inglaterra se impusieron y entraron en la capital. Balmaceda se refugió en la legación Argentina, en la cual dejó transcurrir las tres semanas faltantes para que expirase, en septiembre 18 de 1891, su período presidencial. Entonces, al día siguiente, se suicidó.

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Presidencias de Battle Ordóñez en Uruguay

En Uruguay, la prolongada crisis mundial cíclica del capitalismo –iniciada en 1873-, propició que un par de años más tarde se co-menzaran a implantar en las aduanas algunos altos aranceles, con el objetivo de aumentar los ingresos del erario público. Desde ese momento en dicha república oriental muchas artesanías empezaron a metamorfosearse en manufacturas, sobre todo en las produccio-nes de calzado, vestimenta, curtimbres, vinos y licores, muebles, la-drillos, hornos y calderas, papel. Así, en 1883, ya existían en el país más de trescientas fábricas propiedad de nacionales. El auge de este sector favoreció el surgimiento de una coalición armada oriental en 1886, que bajo la bandera del Partido Colorado penetró en el Uru-guay desde la Argentina. La comandaban el comerciante Ruino T. Domínguez, el banquero Claudio Williman, y José Battle Ordoñez, quien aglutinaba a la burguesía industrial y a la pequeña burguesía. Aunque esa tropa fue derrotada en Quebracho por el gobierno, la audaz gesta elevó el prestigio político de sus integrantes. Battle, por ejemplo, pasó a dirigir el periódico El Día, en cuyas páginas recogía las principales reivindicaciones de los fabricantes nacionales y de los asalariados.

El triunfo de esa tendencia reformista “colorada” en los comicios del in de siglo abrió las puertas presidenciales al banquero Juan Lin-dolfo Cuestas, quien inició un período de cambios. Surgió entonces el Banco Central, que trazó la política monetaria de la república; se estatizó la empresa eléctrica de la capital a in de brindar energía barata a los productores; se suprimieron los derechos de aduana para importar medios de producción; se elevaron los aranceles al azúcar y los textiles con el propósito de evitar la competencia forá-nea; se acometió la modernización del puerto de Montevideo.

José Battle Ordoñez ocupó en 1903 la primera magistratura del Uru-guay. Tenía el propósito de realizar reformas en el sistema de te-nencia de tierras para multiplicar en el agro las propiedades y de

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esa manera ampliar el mercado interno. Pero la insurrección de los grandes ganaderos que dominaban el Partido Blanco lo convenció de abandonar dicho rumbo, aunque el gobierno derrotó la rebelión. Battle comprendió además que el país necesitaba las exportacio-nes agropecuarias para obtener las imprescindibles divisas con las cuales importar los requeridos medios de producción. Luego, con el objetivo de calmar la intranquilidad obrera, se dictaron algunas leyes sociales; al inalizar su mandato, en la república existían dieci-séis mil establecimientos fabriles con unos setenta mil asalariados.

Tras el interludio presidencial (1907-1911) del banquero Claudio Wi-lliman, Battle regresó al poder ejecutivo para culminar su gran obra reformista. A in de crear un área pública en las inanzas –como pri-mer paso en el surgimiento de un poderoso capitalismo de Estado- su gobierno decidió instituir el Banco de Seguros; estatizó el Banco Central, cuyas funciones se ampliaron; nacionalizó el Banco Hipote-cario. Después, con inanciamiento estatal, se auspició la industria-lización del país; se formaron los institutos de Geología y Perfora-ciones así como el de Pesca; se monopolizó la producción de energía eléctrica en las “usinas” del Estado, y también todo el cabotaje por las extensas costas uruguayas; se estatizó buena parte de los muelles del puerto de Montevideo; se comenzó a formar la red de ferrocarri-les estatal mediante la compra a los ingleses de distintos ramales; se nacionalizó el suministro de agua a hogares e industrias.

Terminada la fase de transformar el sistema de propiedad en ciertas esferas, Battle acometió los cambios en la superestructura jurídica. Con ese in auspició que se emitiera la Constitución de 1918, que ampliaba las atribuciones del Parlamento, implantaba el voto secre-to y la representación proporcional, daba a jornaleros y analfabetos el derecho al sufragio, establecía la autonomía municipal, creaba un Consejo Nacional de Administración para dirigir la marcha del capitalismo de Estado. Este era un recurso muy apropiado para cumplir el objetivo de fortalecer un industrialismo autóctono, pues relejaba la simultánea pujanza y debilidad relativas de la burgue-

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sía nacional. Fortaleza, porque no se podía negar que dicho grupo social ponía el poder estatal a su servicio. La endeblés se hacia pa-tente por la incapacidad de los industriales de abordar determina-das producciones; había algunas –por la magnitud de la inversión o debido a su composición técnica-, que no podían acometer aún. Y para eternizar la supremacía política de la burguesía nacional, se instituyó la ley de Lemas. Esta era una forma organizativa de las elecciones según la cual la tendencia preponderante en cada par-tido sumaba a su caudal político los votos de las demás; cada una podía acudir a los comicios por separado, y de esa manera la hege-monía “batllista” entre los “colorados” la convertía prácticamente en inderrotable, ante los “blancos”.

Irigoyen y la Reforma Universitaria en Argentina

En Argentina, tras distintas insurrecciones fallidas el Partido Radical logró en 1912 que se modiicase la ley de ciudadanía, a in de otorgar el voto a los numerosos inmigrantes establecidos de manera deini-tiva en el país. La nueva realidad jurídica neutralizó el apoliticismo anarcosindicalista y alteró la correlación de fuerzas en el panorama electoral. Esto permitió que en los comicios presidenciales de 1916 triunfase Hipólito Irigoyen, candidato de dicho partido, respaldado por la ascendente burguesía nacional, la pequeña burguesía urbana y rural, así como por elementos del proletariado. Desde el ejecutivo Irigoyen rebajó la jornada de trabajo, lo cual aumentaba el consumo nacional al tener que emplearse más asalariados para lograr la mis-ma producción; creó jubilaciones con el propósito de garantizar a los retirados cierto poder adquisitivo; estableció el pago en moneda nacional; emitió las primeras leyes favorables a los arrendatarios, lo que ampliaba la capacidad de consumo de éstos en detrimento de los terratenientes aburguesados, que en dinero cobraban la renta de la tierra. Durante su mandato las industrias argentinas aumentaron mucho sus producciones; se implantaron fábricas de aceites, talle-res metalúrgicos, establecimientos textiles, de vidrio y de muchos otros rubros más. Pero gran parte de ello se debió a la merma de

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las importaciones a causa de la Primera Guerra Mundial, pues su gobierno sólo estableció determinados aranceles proteccionistas; en cierta medida esto era una consecuencia del enorme poderío de la oligarquía agro-exportadora ganadera y cerealista, aliada de Ingla-terra, a quienes Irigoyen no deseaba irritar. No obstante, durante su presidencia se impulsó la marina mercante nacional –para obviar las diicultades engendradas por el conlicto bélico en el arriendo de buques extranjeros-; también se creó la Dirección Nacional de Petróleos –luego trasformada en Yacimientos Petrolíferos Fiscales-, germen del capitalismo de Estado.

A pesar de sus concesiones a los obreros Irigoyen reprimió al pro-letariado –durante la Semana Trágica y los sucesos de la Patagonia Sangrienta- cuando los asalariados manifestaron su independencia de clase. En contraste, el presidente auspició la emancipación del estudiantado pequeño burgués, que durante 1917 en Córdoba pro-testó contra la enseñanza dogmática y a favor de la autonomía en los centros de altos estudios. En dicha gesta los participantes emi-tieron su famoso Maniiesto Liminar, que inició en América Latina el proceso de Reforma Universitaria y lanzó a los estudiantes al pri-mer plano de la vida política del subcontinente.

Debido a las escasas medidas arancelarias de Irigoyen, al terminarse la Primera Guerra Mundial las aduanas argentinas estaban relativa-mente abiertas a las baratas mercaderías foráneas. A causa de ello, tras ese gran conlicto internacional las manufacturas extranjeras regresaron en abundancia y arruinaron a muchos productores au-tóctonos. Se debilitó así la burguesía nacional, mientras la peque-ña y mediana burguesías agropecuaria-exportadoras se fortalecían. Por eso una mayoría de militantes “radicales” escogió a Marcelo T. de Alvear como nuevo candidato presidencial, ya que representa-ba a los importantes intereses rurales en el partido y defendía la doctrina del “laissez faire”. Electo en 1922, las consecuencias de sus proyecciones socoeconómicas en poco tiempo se pudieron ver en las urbes; muchas industrias locales quebraron, bajaron los salarios

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de los obreros, se multiplicó el desempleo citadino. Esto provocó que dentro del “radicalismo” se estructuraran dos tendencias bien diferenciadas. Una, respaldaba a Alvear bajo el pretexto –al parecer cierto- de que Irigoyen era un déspota; mientras, la otra apoyaba al ex-presidente y acusaba a sus rivales de ser “anti-personalistas”. Esta corriente, que se revigorizó en las ciudades, en los comicios de 1928 apoyó a Irigoyen, quien ganó y retornó a la primera magistra-tura. Al año, sin embargo y proveniente del extranjero, la más pavo-rosa crisis cíclica del capitalismo conocida hasta ese momento gol-peó la economía argentina. Entonces el anciano presidente esbozó un tímido proyecto nacionalista, que no pudo poner en práctica por-que el ejército –aún dominado por la oligarquía agroexportadora- lo derrocó en septiembre de 1930. Comenzaba una infame década.

VI.6) De la Independencia a la Guerra de Secesión: Estados Unidos

En la historia de los Estados Unidos, la “frontera” resulta toda una leyenda simbólica. Es así porque desde el inicio de la colonización inglesa, la vida en tierras norteamericanas había tenido por esencia la constante expansión hacia Occidente. “Ir al Oeste” representaba el paradigma de quien deseaba convertirse en un “self made man”; allá uno tenía que “probarse a si mismo” hasta triunfar, morir o ser un fracasado. Este era –y es- el peor epíteto de la sociedad estadou-nidense, más aplastante que deshonesto o mala persona; en ese país el éxito –o su equivalente en dinero- lo limpia todo. Pero la “fronte-ra” tenía dos caras, y de la otra estaban los perdedores, cuyo bando principalmente lo componían indios y mexicanos. Ellos resistían, se defendían y a veces atacaban los ranchos y diligencias del aluvión de recién llegados; por eso se les consideraba bandidos y se les tra-taba como tales. Hasta que la construcción del ferrocarril socavó la importancia de los antiguos habitantes, a los cuales con frecuencia se les empezó a denominar “chicanos”. Contra éstos los nuevos po-bladores desarrollaron la discriminación racial, cultural, religiosa y de todo tipo; no sólo se les despojaba de sus tierras, sino que se les pagaba menor salario y se les obligaba a vivir en áreas segregadas.

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El proceso de expansión hacia el Oeste –aún antes de la anexión de Texas y la premeditada agresión contra México- había provocado ya diicultades institucionales, pues el país estaba dividido en estados libres y esclavistas. Este odioso régimen –en contra de lo que podría pensarse- había sido incentivado por el desarrollo tecnológico; la invención de la máquina Whitney, que separaba la ibra de algodón de su semilla, multiplicó la necesidad de suelos y fuerza de tra-bajo para aumentar aún más las crecientes exportaciones agrarias. Esto había conducido en 1820 al llamado Compromiso de Misouri, que buscaba mantener en el Senado el equilibrio entre los veintidós miembros de cada bando, al acordarse que los futuros ingresos en la federación debían hacerse de manera igualmente proporcional: un estado abolicionista por cada uno que no lo fuera. Se impulsó así el empuje hacia Occidente, por lo cual en 1830 se emitió la ley que autorizaba a desalojar a todos los aborígenes –llamados indios- al Oeste del río Mississippi. Pero la anexión de los territorios arrebata-dos a México –donde la esclavitud había sido erradicada hacía años por Vicente Guerrero-, alteró inesperadamente las relaciones entre el Norte y el Sur.

Proteccionismo del Norte versus libre cambio del Sur

Durante la primera mitad del siglo XIX en Estado Unidos el avan-ce de la economía había sido extraordinario. Pero mientras que el Sur crecía –una medida cuantitativa-, el Norte se desarrollaba –un concepto de calidad-. Así, a mediados de la centuria, de los casi seis mil kilómetros de canales y aproximadamente cuarenta y cinco mil de vías férreas, la inmensa mayoría se encontraba en la parte sep-tentrional del país. Allí también lorecían las industrias, el comercio y las inanzas. Por ejemplo, el pequeño Massachussets producía un poco más de manufacturas que todos los territorios meridionales, y Pennsylvania el doble. Por su parte, Nueva York tenía más capitales en sus bancos que el total de los depositados en el Sur. A la vez, en las grandes ciudades yankees –como se les denominaba a los vein-tidós millones de norteños- asombraba el progreso de la educación

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pública y de las innovaciones tecnológicas. Éstas habían provocado un inconmensurable adelanto material, como el de introducir en la fabricación de máquinas el principio de “partes intercambiables”, lo cual abarataba muchísimo los costos.

En contraste, los sureños se ufanaban de que más de la mitad de las exportaciones de la Unión proviniera de sus tierras, que cosecha-ban el ochenta por ciento del algodón del mundo. Después estaba el tabaco, cultivado en Virginia y Carolina del Norte; el arroz, en Carolina del Sur; la caña de azúcar, en Louisiana. También se vana-gloriaban que el Sur, con sólo un tercio de los habitantes libres de Estados Unidos, contara con el sesenta por ciento de los más ricos. Pero sus capitales se encontraban inmovilizados por la esclavitud, padecida por la tercera parte de los pobladores meridionales, que en un setenta y cinco por ciento laboraban en la agricultura; esa fuerza de trabajo sojuzgada era la única empleada en las plantacio-nes. Por ello había más dinero invertido en esclavos –cuyo precio se duplicó en la década del cincuenta-, que en tierras e implementos o aperos, tomados en conjunto. Debido a esto, el inanciamiento de las cosechas lo realizaban norteños e ingleses, pues los sureños no contaban con suiciente circulante. La referida polarización extre-ma de la sociedad engendró una poderosa élite constituida por una ínima minoría enriquecida y culta, que gustaba de las tradiciones militares; la mitad de los esclavos pertenecían al doce por ciento de los propietarios, pues sólo un tercio de las familias tenía alguno, y nunca más de cuatro. Además, apenas uno de cada dos meridiona-les blancos sabía leer y escribir. Sin embargo, muchos de los que en esta región eran humildes o no poseían esclavos, veían esa institu-ción como la única forma de mantener alguna superioridad social.

Pero la esclavitud no era el único punto contencioso entre ambos rivales, pues el Norte producía para el mercado interno y exigía el proteccionismo, frente al Sur agro-exportador que defendía el libre-cambio. Y en 1852 los meridionales crearon una importante Con-vención Comercial dedicada a luchar contra la dependencia hacia

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los septentrionales; entre otras cuestiones, los sureños aducían que un escaso seis por ciento de la capacidad de manufacturar el al-godón del país estaba en el Sur. Pero al no poder remediar dicha situación, pronto el mencionado cónclave se tornó en un verdadero foro de secesionistas.

Guerra civil y abolición de la esclavitud

Abraham Lincoln, humilde hijo de granjeros nacido en Kentucky, autodidacta que luego se hizo abogado, cuya fama se había genera-lizado por su oposición a la guerra contra México, así como por su profunda aversión a la esclavitud, fue postulado candidato presi-dencial por el Partido Republicano para las elecciones de 1860. Este asimismo prometió entonces aranceles proteccionistas, y anunció una ley que otorgaría tierras de forma gratuita a quienes se lanzaran a colonizar –muchos de ellos inmigrantes- el Oeste. Dado el triunfo de Lincoln, Carolina del Sur, que deseaba uniicar a todas las fuerzas enemigas del abolicionismo, declaró que se escindía de la Unión, lo cual casi de inmediato fue imitado por otros seis gobiernos estadua-les, que el 7 de febrero de 1861 instituyeron los Estados Confedera-dos de América. Pocos días después Lincoln juró como presidente de los Estados Unidos, y airmó que la decisión de los meridionales no tenía validez legal. Pero el 12 de abril los soldados de la Confede-ración atacaron a las tropas de la Unión en el puerto de Charleston, Carolina del Sur. ¡Había empezado la Guerra Civil o de Secesión!

Tras el inicio de las hostilidades bélicas, el resto de los Estados Su-reños se sumó a la Confederación, con lo que los campos quedaron bien delimitados, y ello se evidenció cuando el virginiano Robert E. Lee declinó el mando supremo de los ejércitos de la Unión, para asumir el de los contingentes meridionales. Éstos coniaban en la victoria porque pensaban llevar a cabo una contienda defensiva, pues su mera supervivencia signiicaría un gran éxito dado el gigan-tesco desbalance existente entre las fuerzas que se enfrentaban. La primera de las grandes batallas del conlicto tuvo lugar en Virginia,

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cerca de Washington –en Bull Run, también llamada Primera Ma-nassas-, y desvaneció las ilusiones acerca de un rápido o fácil triunfo de cualquiera de los dos bandos; se estableció, por un tiempo, que el Sur obtenía sangrientos y favorables desenlaces en dichos com-bates, aunque éstos no se tradujeran en una decisiva ventaja militar. Las constantes derrotas de los norteños en los campos del Este, sus-ceptibles de ser ejempliicadas en sus reiterados fracasos por tomar Richmond –la capital de los confederados- contrastaban, sin embar-go, con los sucesivos éxitos de la Unión en el mar y por los valles del Mississippi, lo cual condujo a la temprana pérdida de la mayor ciudad sureña: Nueva Orleáns. De esta forma, un creciente bloqueo impidió cualquier intercambio de la Confederación con el exterior.

Luego de la nueva victoria confederada en Bull Run –o segunda Manassas-, el general Lee y su más brillante subordinado Thomas (Stonewall) Jackson decidieron cruzar el río Potomac e invadir Maryland. Pero con el mortífero choque de Antietam –cuatro mil muertos y más del cuádruplo de heridos- se llegó a un equilibrio. Así los sureños se vieron obligados a desandar lo que habían avan-zado, mientras Gran Bretaña y Francia abandonaban sus proyectos de reconocer diplomáticamente a la Confederación. Entonces Lin-coln decretó en su Proclamación Preliminar de Emancipación, que a partir del primero de enero de 1863 todos los esclavos en los re-beldes Estados sureños debían quedar en libertad. Pero la extraor-dinaria victoria confederada en Chancellorsville (mayo de ese año) ofreció a Lee la posibilidad de penetrar en Pennsylvania. Hasta que en Gettysburg topó con el ejército yanqui en tres días de cruento guerrear: siete mil muertos y seis veces esa cantidad de heridos. Después, el presidente nombró a Grant comandante en jefe de las fuerzas de la Unión y éste, a principios de 1864, penetró en Virginia. Mientras, desde el Oeste, y luego de su gran triunfo en Chattanooga (Tennessee), el general William Sherman invadió Georgia y ocupó Atlanta, su capital. A continuación avanzó hacia el Atlántico a pesar de no contar con abastecimientos desde su retaguardia; pudo con-

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tinuar, porque en su ofensiva saqueaba las comarcas y arrasaba con todo, hasta que inalmente tomó la ciudad de Charleston en febrero de 1865. Lee, por su parte, rodeado de enormes ejércitos norteños, se rindió ante Grant el 9 de abril de ese año en Appomattox. Termi-nó así la guerra en que más estadounidenses murieran en la historia de los conlictos –pasados o futuros- de ese país. Derrota Confederada y reconstrucción sureña

Asesinado Lincoln por un fanático sureño pocos días después del triunfo de la Unión, su vicepresidente –Andrew Johnson- ocupó el ejecutivo y se dedicó a lo que se conoce como la Reconstrucción. En ese proceso, el Congreso Federal abolió constitucionalmente la esclavitud. Luego, a muchos sureños se le devolvieron sus derechos políticos –al indultarlos- con el propósito de captarlos para la com-pleja etapa que se iniciaba, y se designó a un gobernador para cada uno de los ex-estados rebeldes. En éstos, en asambleas controladas por los ocupantes, se repudió la secesión, se desconoció la deuda inanciera confederada, se abolió la esclavitud, y se reconoció la ciu-dadanía a todos los nacidos en Estados Unidos. Pero también en las nuevas Iegislaturas sureñas fueron emitiéndose “Códigos Negros”, que implantaban la discriminación racial y perpetuaban el someti-miento de los antiguos esclavos a los propietarios blancos. Eso moti-vó que el irritado Congreso Federal aprobara en marzo de 1867 una ley mediante la cual se depuso a los nuevos gobiernos estaduales su-reños, y en ellos se entregó el poder a los oiciales norteños hasta que se otorgara el derecho al voto a los negros. Al año esto había sido aceptado en casi todas partes, pero eso lo habían aprobado nuevas legislaturas, ahora compuestas por yanquis recién llegados –cono-cidos como carpetbagers- que frecuentemente establecían alianzas con los ex-esclavos. Para luchar contra esta igualdad política entre las razas, muchos antiguos confederados recurrieron entonces a mé-todos violentos e ilegales, tales como el Ku Klux Klan, organización terrorista que asesinaba a negros y alimentaba el odio a norteños.

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El general Grant fue electo a la presidencia dos veces sucesivamen-te, aunque desconocía la política por completo. Su gobierno se ca-racterizó por los fraudes y escándalos inancieros que se hicieron a sus espaldas, auspiciados por ejecutivos de su propio gabinete. Durante sus ocho años en la Casa Blanca –o Palacio Presidencial- los estados del Sur fueron readmitidos paulatinamente en la Unión, hasta que en 1877 cesó la ocupación militar. En esos territorios meri-dionales, arruinados durante la guerra, tanto los hacendados sin ca-pitales como los libertos sin tierras, recurrieron al sistema de apar-cería en la agricultura, con lo cual la economía no prosperó.

Monopolios e imperialismo yanqui

En contraste, en el norte, las necesidades de la Guerra Civil fue-ron un enorme acicate para su desarrollo económico; se fomentó la energía eléctrica, la explotación del hierro y el avance de la inventi-va y de las ciencias. Mientras, amparadas en el proteccionismo, se incrementaban las industrias del hierro y el acero. Luego, termina-do el conlicto bélico originado por la secesión, la burguesía yanqui se lanzó a un desenfrenado proceso de inversión de capitales en las regiones del Sur y el Oeste de la Unión. Uno de los empeños más importantes de aquel período fue la culminación del primer ferro-carril intercontinental, que vinculó de “costa a costa” al país, con lo cual surgió entonces un verdadero mercado nacional uniicado. A la vez, algunas de las más importantes empresas comenzaron a dominar determinadas ramas de la economía. Dicha tendencia se puede ejempliicar en Andrew Carnegie, con fuertes intereses en la metalurgia, fábricas de insumos para locomotoras, lotas de barcos a vapor y yacimientos minerales. Esos negocios después se fusiona-ban con otros para impulsar el surgimiento de nuevas compañías, cuyos capitales se centralizaban y concentraban hasta constituir corporaciones o consorcios, que atraían accionistas de diversa pro-cedencia y llegaban a controlar los mercados, lo cual las dotó de inconmensurable inluencia política. Otras manifestaciones del re-ferido proceso aglutinador pudieran ser la Standard Oil Company,

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fundada por Rockefeller, o la Armour y la Swift en el comercio de las carnes, así como el de la Western Union en las comunicaciones. De forma tal que en pocas décadas brotaron unos trescientos mo-nopolios en esferas en las cuales antes funcionaban unas cinco mil entidades independientes. Pero el acelerado proceso de crecimiento y reorganización de la economía era tan impetuoso, que a pesar de comenzar Estados Unidos a rivalizar desde 1880 con Inglaterra por el volumen de su producción industrial –cada país representaba un veintiocho por ciento del total fabril del mundo-, la Unión continua-ba requiriendo capitales europeos, pues no contaban con suicientes propios que estuviesen ociosos. Semejante impulso permitió, que en una década esa rama de la economía estadounidense sobrepasa-ra en el producto interno bruto (PIB) al sector agrícola, aunque en éste se transitó asimismo del trabajo manual al mecanizado. Ello se puede simbolizar bien en las cosechadoras Mc Cormick, cuyo uso facilitó duplicar la supericie cultivada en toda la Unión, sobre todo en los territorios previamente arrebatados a México. De esa manera, aunque innumerables inmigrantes europeos –dieciocho millones entre 1880 y 1910- incrementaron la población, había suicientes ali-mentos para dar comida a todos los habitantes de Estados Unidos, y aún quedaban excedentes para exportar.

Desde el punto de vista social, en aquella época fue precisamente en la Mc Cormick Harvesting –ubicada en Chicago para encontrarse más cerca de su mercado-, donde se produjo lo que tal vez fuera el más connotado conlicto vinculado con los obreros. En esas déca-das, en los Estados Unidos no existían leyes federales concernientes a las actividades de los proletarios –no las hubo hasta después de la gran crisis cíclica del capitalismo de 1929 a 1933-, por lo cual todos los asalariados, y en especial las mujeres y los niños, sufrían horri-bles condiciones laborales. Y cualquier protesta sistemáticamente enfrentaba las adversas decisiones judiciales. Por ello surgió la No-ble Orden de los Caballeros del Trabajo, sociedad secreta con ritual masónico y credo cooperativista, que en 1886 dirigió numerosas

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huelgas. Una de ellas tuvo lugar en la Mc Cormick, cuya patronal despidió a más de mil ailiados a dicha asociación para sustituirlos por esquiroles. Al producirse choques entre los recién contratados y los cesanteados, la policía reprimió salvajemente a los que habían sido expulsados de sus plazas, dejando cuatro muertos entre los huelguistas. Entonces la Noble Orden y los anarquistas convocaron a una protesta en el sitio conocido como Haymarket. Contra quie-nes manifestaban la policía también arremetió, pero alguien lanzó entonces una bomba contra los efectivos uniformados y les ocasio-nó siete muertos. De inmediato las autoridades de la ciudad acusa-ron del hecho terrorista a los organizadores del acto, y arrestaron a un número de ellos; ocho fueron condenados a muerte, pero a tres se les conmutó dicha pena por la cadena perpetua, que años más tarde sería anulada por falta de pruebas. Fue en honor a la injusta ejecución de estos Mártires de Chicago que, en 1889, un Congreso Obrero Internacional –reunido en París- acordó celebrar el primero de mayo de cada año, como día del trabajo. Los mencionados acon-tecimientos en dicha ciudad estadounidense afectaron a la orden de los Caballeros, sustituida gradualmente en la ailiación proletaria por la American Federation of Labor (AFL), que bajo la dirección de Samuel Gompers abandonó cualquier proyección socialista por una conducción apolítica y elitista.

El siglo XX estadounidense comenzó con la reelección de William McKinley, cuya candidatura estaba acompañada por la del joven Teodoro Roosvelt como aspirante a la vicepresidencia. Éste había alcanzado notoriedad cuando dimitiera de su puesto de Secreta-rio Asistente de la marina de guerra, con el propósito de crear el regimiento de Rough Riders (Jinetes Rudos) para con dicha tropa guerrear en Cuba, donde ganó aureola de carismático hombre de acción. Al año de haber iniciado McKinley su segundo mandato fue asesinado por un inmigrante anarquista, debido a lo cual Roosvelt ocupó el cargo de presidente. Estados Unidos aún era entonces un país eminentemente rural pues menos del cuarenta por ciento de la

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población vivía en áreas urbanas, considerados así los núcleos ha-bitados por más de dos mil quinientas personas. Y en el Sur, donde se encontraba la inmensa mayoría de los negros, ocho de cada diez de ellos habitaban fuera de los referidos poblados. A pesar de todo esto, la sociedad en general se movía de manera creciente alrededor de los intereses del capital inanciero, que empezaba a situar en po-sición de jaque a las pequeñas y medianas empresas; en síntesis, el cinco por ciento de los propietarios poseía la mitad de la riqueza na-cional, mientras un tercio de los ciudadanos se encontraba por de-bajo de los umbrales de pobreza. En ese contexto, los defensores de los tradicionalistas criterios sobre la libre empresa clamaban porque el gobierno federal los respaldara ante el avance de los monopolios, lo cual originó el llamado “progresismo”. Este movimiento no ra-dical pedía que se frenara a las grandes corporaciones, se luchara contra la corrupción política estadual, se otorgara el voto femenino, se detuviera el fundamentalismo agrarista, se mostrara mayor to-lerancia hacia las nuevas costumbres de cosmopolitismo citadino.

Roosvelt respondió a los reclamos “progresistas” mediante la es-tructuración de un ejecutivo fuerte y eiciente, como una especie de árbitro regulador entre los divergentes intereses de las empresas de distinta envergadura, práctica que luego extendió a los ascenden-tes conlictos entre el capital y el trabajo; los asalariados laboraban como promedio algo más de sesenta horas a la semana. También para atraerse a dicha explotada clase, Roosvelt más tarde implantó la obligatoria mediación gubernamental en los conlictos relaciona-dos con los proletarios, y les concedió un diez por ciento de au-mento en los sueldos. A la vez beneició a la reformista AFL que nucleaba a la aristocracia obrera, en detrimento de la anarcosindi-calista Industrial Workers of the World (IWW), que auspiciaba la irrestricta lucha social. La habilidad política de Roosvelt le brindó amplio apoyo, con cuyo respaldo logró en 1904 su reelección bajo el lema de Fair Deal (Trato Justo), que prometía más escuelas laicas y gratuitas, mejores condiciones de trabajo, horarios laborales diur-

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nos y más cortos, impuestos sobre los ingresos elevados y las gran-des herencias, regulación de las faenas infantiles, multiplicación de servicios públicos, control de ciertos precios, sistemático intrusismo federal en la sociedad.

En materia internacional Roosvelt decidió aprovechar al máximo las consecuencias del éxito estadounidense en la guerra contra Es-paña; a Cuba con la Enmienda Platt le castró su soberanía, que por completo eliminó para Puerto Rico y Filipinas, donde desató un cruel combate para aniquilar a los independentistas. Después inte-resadamente colaboró con los panameños en que establecieran su república, pero sólo para imponerles la aberrante Zona del Canal. Y en 1904 anunció su famoso “corolario” que para el Caribe inaugu-raba la política del Big Stick (garrote), mediante la cual se arrogaba el derecho de intervenir en los países que estimara pertinente, y en ellos alterar tarifas aduaneras, tasas iscales o disposiciones lega-les. Su heredero en la presidencia, el conservador William Howard Taft, mantuvo la práctica del Corolario Roosvelt y lo complementó con la denominada Diplomacia del Dólar, destinada a incentivar la presencia de los monopolios estadounidenses en la región. Por eso ocupó Nicaragua, atropelló a Honduras, y auspició que todos los ferrocarriles del istmo fuesen uniicados por la International Rai-lways of Central América perteneciente a la UFCO, también propie-taria de la Great White Fleet (Flota Blanca) hegemónica en todo el negocio naviero caribeño.

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Capítulo VII: Concepciones Revolucionarias y Nacionalismo Burgués

VII.1) La Revolución Mexicana: Etapas y Tendencias

Plan San Luis de Potosí

En México, el atropellado crecimiento económico, la aparición y for-talecimiento de nuevos sectores sociales, la injusticia generalizada, los intentos de Poririo Díaz por eternizarse en el poder, condujeron a un poderoso estallido revolucionario. Se inició en noviembre de 1910, cuando alrededor del programa anti-reeleccionista enarbola-do por Francisco Madero en el Plan de San Luis de Potosí, se nucleó el descontento de la mayoría de la nación. Millones de campesinos sin tierra –setenta y siete por ciento de la población-, cientos de mi-les de empobrecidos artesanos y mal pagados obreros u otros asa-lariados, los sectores latifundistas no beneiciados por el arrebato del suelo a los indígenas, la ascendente burguesía nacional cuyo crecimiento se diicultaba por la penetración de capitales foráneos y la estrechez del mercado interno, la pequeña burguesía disgusta-da con el antidemocrático régimen existente, se alzaron para luchar contra el poririato y sus defensores de la alta burguesía agroexpor-tadora, dirigida por el despótico gabinete de los “cientíicos”.El problema de la revolución, sin embargo, no consistía tanto en derrocar al viejo don Poririo –quien renunció en mayo de 1911-, como en determinar cuál grupo, clase o coalición social emergería triunfador después.

La primera etapa de la lucha comenzó con insurrecciones en el nor-te del país, en las que se destacaron Francisco Villa –sobrenombre de Doroteo Arango- y otros caudillos, al frente de pequeñas par-tidas rurales. Después en Morelos se formó un verdadero ejército campesino al mando de Emiliano Zapata, prestigioso cacique here-ditario del calpulli de Anenehuilco. Un hito a principios de mayo fue la captura de Ciudad Juárez por Villa mientras a la semana los

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zapatistas ocupaban Cuautla, y a las pocas horas Cuernavaca, ca-pital estadual. Esas victorias rebeldes provocaron el abandono del poder de Poririo, y permitieron la triunfal entrada de Madero en Ciudad México el 7 de junio de 1911. Con ello muchos dieron por concluida la revolución. Pero en realidad ésta fue sólo una etapa, la cual terminó al negarse el ya presidente Madero y los latifundistas que lo seguían a reconocer la legitimidad de las exigencias campe-sinas sintetizadas en el Plan de Ayala, lanzado por el líder agrarista Emiliano Zapata.

Con el asesinato de Madero el 22 febrero de 1913 –cuya deposición había sido organizada en la Embajada de Estados Unidos-, empezó la segunda fase de la revolución. Ésta se caracterizó por los empeños de los desplazados del poder político, en hacer que el país regresa-ra al porirismo, ahora bajo la conducción del sanguinario general Victoriano Huerta. Entonces se rebeló el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, reconocido por muchos como el heredero de Madero al estructurar el Plan de Guadalupe. Dicha propuesta, no obstante, deseaba retomar el sendero constitucionalista sin recono-cer el problema de las masas campesinas, que en el sur continuaban su lucha al mando de Zapata. Mientras, por el norte, el heterogé-neo constitucionalismo desataba una ofensiva –que se desplazaba siguiendo las vías férreas- con tropas insurgentes al mando de los generales Pancho Villa y Álvaro Obregón. Pero la masividad cons-titucionalista sólo se alcanzó gracias al Pacto de Torreón el 8 de julio de 1914, cuando Pancho Villa obligó a los latifundistas partidarios de Carranza a reconocer su validez. Este acuerdo estableció la pues-ta en práctica de repartos agrarios entre los desposeídos campesi-nos, y dispuso la convocatoria a una Convención Militar.

Convención militar de Aguascalientes

Dicha Asamblea se celebró en Aguascalientes a partir del 5 de octu-bre de 1914, y en ella se invitó a participar a una delegación zapatis-ta que enarboló el Plan de Ayala, el cual agrupó a su alrededor a los

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campesinos y elementos progresistas carentes hasta ese momento de un verdadero programa de acción. La Convención de Aguasca-lientes señaló el comienzo de la tercera etapa, e implicó una derro-ta para las posiciones burguesa y pequeño-burguesa dentro de la revolución. Después los ejércitos campesinos con Villa y Zapata al frente entraron triunfantes en Ciudad México el 24 de noviembre de 1914, donde se produjo el encuentro de ambos caudillos. Sin embar-go este período terminó en un fracaso, debido a las proyecciones del campesinado, cuyas características clasistas hacían imposible que bajo su propia y exclusiva dirección se condujera una revolución social hasta su deinitivo triunfo. Además en este caso, la carencia por el proletariado mexicano de una conducción organizada, capaz, decidida y irme, también impidió que los obreros cumplieran su papel histórico; no realizaron una alianza con los campesinos para juntos marchar hacia la victoria. Los hechos sucedieron a la inversa.

La dirección burguesa emitió la primera ley agraria de carácter oi-cial el 6 de enero de 1915, luego su tendencia progresista constitu-yó los “batallones rojos” formados por proletarios –cuya clase al mismo tiempo recibió algunas mejoras- y con esos efectivos venció en la cuarta etapa a los ejércitos campesinos. La sangrienta derrota militar de esta fuerza social –y sus graves consecuencias políticas- permitieron que las diferencias latentes en la alianza dominada por la burguesía se manifestaran. A partir de ese momento la tendencia constitucionalista moderada dispuso la disolución de los “batallo-nes rojos”; los efectivos obreros –cuyos principales núcleos se en-contraban en la capital, Monterrey, Veracruz y Puebla- se tornaban peligrosos luego de la primera huelga general en la historia de Mé-xico, el 31 de julio de 1916.

El Congreso Constituyente de Querétaro

En el Congreso Constituyente de Querétaro, los burgueses se escin-dieron en progresistas –encabezados por Alvaro Obregón- y modera-dos acaudillados por Carranza. Los primeros resultaron vencedores

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al imponer en la Constitución de 1917 la prohibición del latifundio, la propiedad nacional del subsuelo, acápites que hablaban sobre derechos de los trabajadores –legalizar las huelgas y los sindicatos, disfrute de retiros y jubilaciones, jornadas laborales de ocho horas- así como preceptos referentes a una educación pública generalizada. En deinitiva, los principios de la nueva constitución mexicana es-tablecían que los intereses de la sociedad estaban por encima de los individuales. Por eso, aunque la esencia de la Carta Fundamental era burguesa, el documento resultaba democrático y nacionalista. La participación popular en la gesta revolucionaria y el recuerdo de la reciente ocupación de Veracruz por Estados Unidos en 1914, que a los dos años también envió la llamada “Expedición Punitiva” dirigida por el general Pershing contra Pancho Villa, así lo determinaron.

Después de proclamada la nueva constitución, Carranza ocupó la presidencia y desde ese elevado cargo se empeñó en derogar los acápites más radicales del magno texto. A la vez frenaba los anhelos populares; se produjo el asesinato de Emiliano Zapata el 10 de abril de 1919, se reprimió al movimiento obrero, y se trató de restablecer alguna variante de liberalismo.

El plan de Agua Prieta

Frente a esos intentos se produjo en 1920 una reagrupación de fuer-zas dirigidas por el imponente caudillo manco: Alvaro Obregón. Éste, con el respaldo de Plutarco Elías Calles y otros notables jefes militares de Sonora, arrastraron tras sí a la mayoría del ejército, lo cual forzó a Carranza a huir. Dicha insurrección, conocida como Plan de Agua Prieta, fue apoyada por la burguesía nacional –enca-bezada por rancheros e industriales- en alianza con la pequeña bur-guesía; ambas clases sociales retomaron entonces las aspiraciones de obreros y campesinos, lo cual facilitó que Obregón ocupara el poder. Terminó así la fase armada de la cruenta revolución mexica-na, en cuyos combates entregaron la vida un millón doscientas mil personas, o sea el diez por ciento de la población.

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Una vez en la presidencia Obregón dirigió sus esfuerzos a dismi-nuir la inquietud social; se otorgaron mejoras al proletariado y se acometió la reforma agraria destinada a aplacar al campesinado. Ambas medidas también convenían a rancheros e industriales, pues se aumentaban los niveles de consumo y por ende se incrementaba la producción. Ello enriquecía a los propietarios y al mismo tiempo daba trabajo a los desempleados. Obregón asimismo se pronunció en un Reglamento Agrario, contra el fraccionamiento de las gran-des haciendas constituidas por los poriristas; las mantuvo como propiedad colectiva ejidataria. Dicha disposición tenía por objetivo, bridar seguridad a una población rural aprensiva de los repartos de tierra en lotes individuales; la experiencia de la Reforma Liberal ha-bía demostrado a los minifundistas que podían perder con facilidad sus pequeñas parcelas. Bajo esos lineamientos se entregó la mayor parte del millón de hectáreas distribuidas a lo largo de su cuatre-nio gubernamental. Pero durante dicho período, y no obstante los esfuerzos llevados a cabo por acelerar el desarrollo económico del país, la burguesía nacional siguió siendo relativamente débil, lo cual impidió que México se enfrentara con éxito al poderoso vecino del Norte. Obregón, por lo tanto, se vio obligado a irmar con Estados Unidos los tratados de Bucareli, que estipulaban el reconocimiento diplomático de su gobierno a cambio de garantías a las inversiones extranjeras. Pero el gabinete presidencial quiso dar una muestra de su voluntad de independencia, y por eso fue el primer Estado del continente americano en establecer relaciones diplomáticas con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

VII.2) De la Primera a la Segunda Guerra Mundial: Importancia de Roosvelt

Presidencia de Woodrow Wilson

A principios de la segunda década del siglo XX, en el Caribe pre-ponderaban los capitales de Estados Unidos, los cuales en dicha zona llegaban a mil quinientos millones de dólares, repartidos sobre

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todo entre México (800´); Cuba (515´); Centroamérica –en conjun-to- (112´). En cambio, las inversiones estadounidenses en Sudamé-rica apenas superaban los 200 millones de dólares. Por esta época la importancia económica de la Unión norteamericana aumentaba sin cesar; se había erigido en el principal país capitalista del mun-do por el volumen de su producción industrial, que ya ascendía al treinta y ocho por ciento de la de todo el planeta. También ocupaba el primer lugar en lo concerniente a la agricultura, pues cosecha-ban el sesenta y cinco por ciento del algodón bruto del orbe, y las grandes llanuras del Oeste constituían la más importante región del globo en lo referente a la ganadería y el cultivo de cereales. En vir-tud de ello, su comercio exterior se amplió y alcanzó más de cuatro mil millones de dólares, cuyo saldo dejaba una balanza favorable de seiscientos millones. En la orientación geográica mercantil so-bresalía Europa, que adquiría el sesenta y siete por ciento de las exportaciones estadounidenses y le vendía a ese país el cuarenta y siete por ciento de sus compras. En segundo lugar –en rápido ascenso- se colocaba América Latina, en especial el Caribe. El resto del orbe sostenía un intercambio mediocre con los norteamericanos, que importaban algún caucho de los actuales territorios de Malasia e Indonesia, así como seda japonesa y té chino. A cambio, Estados, Unidos exportaba ciertos productos industriales, y en lo referente al Japón, algodón y petróleo. Nada más. Sin embargo, el cambio cualitativo experimentado en la estructura del comercio foráneo es-tadounidense en los últimos veinte años asombraba; la participa-ción de las exportaciones agropecuarias había disminuido de casi el ochenta por ciento a sólo la mitad del volumen total, pues las ventas al extranjero de combustibles y materias primas destinadas a las in-dustrias se incrementaban con rapidez. Por su parte, las produccio-nes manufacturadas vendidas al exterior casi se habían duplicado, al llegar al treinta y dos por ciento de todo lo exportado. A pesar de esos progresos, en 1914 la posición de Estados Unidos como país imperialista era todavía relativamente débil; mientras que en su propio territorio albergaba inversiones europeas por cinco mil qui-

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nientos millones de dólares, las suyas en el extranjero no rebasaban los tres mil seiscientos setenta millones. Es decir, que el monto de los capitales estadounidenses fuera de sus fronteras no llegaba a la mitad de los franceses o de los alemanes, y no era ni la cuarta parte de los británicos. Pero en el Caribe los Estados Unidos alardeaban de su hegemonía, pues al dominar a Cuba –como previsoramente alertase Martí- empezaban a caer con esa fuerza más sobre el resto de América Latina.

Woodrow Wilson, al ser electo a la presidencia en 1912 tenía fama de ser un intelectual de profundas convicciones democráticas, lo cual no le impidió ordenar –contra la Revolución Mexicana- la ocu-pación del puerto de Veracruz y la fracasada “Expedición Punitiva” para liquidar a Pancho Villa. Tampoco dudó en disponer que sus tropas invadiesen Haití y la República Dominicana, países en los cuales –como en Nicaragua- los “marines” permanecieron durante casi veinte años. En contraste, en política interna se apropió del pro-grama “progresista” que implicaba el intrusismo gubernamental en múltiples esferas. Ello se hizo evidente con la reorganización de la banca, proceso que en el país estableció doce distritos inancieros, cada uno con un banco supervisor, coronados todos por una Junta de la Reserva Federal en la cúspide del nuevo sistema. También lo-gró emitir la Ley Federal de Crédito Agrario que ofrecía préstamos a bajos intereses a los granjeros, con lo cual satisizo una de las prin-cipales reivindicaciones del movimiento llamado “populismo”.

Durante la presidencia de Wilson la economía se dinamizó acicatea-da por la fabricación de automóviles. En breve lapso éstos se multi-plicaron de tal manera, que de unos pocos miles existentes cuando había accedido al ejecutivo, en 1916 se llegó a producir un millón de unidades en solo doce meses. Dicha industria deglutía cantidades antes inimaginables de acero, caucho, vidrio, textiles, petróleo, y estimuló la construcción de buenas carreteras. Asimismo la pros-peridad se incrementó debido al estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando los europeos mucho engrandecieron sus pedidos

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de pertrechos militares a Estados Unidos. Ello ocasionó que las in-dustrias norteamericanas implantaran nuevos turnos laborales y se vieran compelidas –debido al cese de la inmigración europea- a contratar mujeres, chicanos y negros. Éstos, entonces aceleraron su “gran migración” hacia el Norte, donde su dimensión demográi-ca se triplicó en menos de dos décadas. Pronto los sectores más avanzados de esa población comenzaron a expresarse por medio del “nacionalismo negro”, cuyo principal dirigente era el líder obre-ro jamaicano Marcus Garvey quien fundó la Asociación Unida para el Progreso del Negro, opuesta a la moderada Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color.

El envío de un ejército de dos millones de hombres a la guerra europea estimuló en Estados Unidos la movilización paciista en-cabezada por la IWW y el Partido Socialista, que fueron inmise-ricordemente reprimidos y miles de sus militantes condenados a largos períodos de cárcel. Poco después la efervescencia contra la carnicería en los campos de batalla aumentó al triunfar en Rusia la Revolución Socialista de Octubre. Con el propósito de limitar el ejemplo del derrocamiento del capitalismo y disminuir el atractivo del llamado de Lenin a los pueblos para que hiciesen la paz, Wil-son lanzó sus famosos catorce puntos en los que alentaba la auto-determinación de las minorías europeas oprimidas, transformó a los antibelicistas estadounidenses en agentes del bolchevismo y los persiguió, y envió unos diez mil soldados que desembarcaron por las zonas de Murmansk y Arcángel, para que lucharan contra los revolucionarios en la guerra civil rusa.

El año 1919 comenzó en Estados Unidos con la disposición del 16 de enero que prohibía fabricar y vender o transportar bebidas alcohó-licas. Dos días más tarde en París comenzó la Conferencia de Paz a la cual Wilson asistió, y se mantuvo en élla durante casi medio año. Esa prolongada estancia en Europa le hizo perder contacto con la realidad de su país y propició que se deshiciera la coalición que lo había impulsado a la presidencia. Estas desastrosas –para él- conse-

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cuencias políticas, tuvieron su complementación física en la severa enfermedad que súbitamente lo aquejó el 2 de octubre del propio año, debido a la cual quedó paralizado del costado izquierdo para el resto de su vida.

La década del veinte se inició en Estados Unidos con la autorización del voto femenino en un país con leve mayoría demográica urbana. Esto signiicó el enfrentamiento de la tolerancia cosmopolita y laica citadina con el fundamentalismo religioso, conservador y banal de los pequeños conglomerados humanos rurales; éstos veían a las cre-cientes megalópolis como grandes centros infestados de corrupción política, prostitución, juego, alcoholismo y forasteros delincuencia-les que aprovechaban la “prohibición” para obtener enormes ingre-sos, fruto del ilegal tráico de bebidas importadas desde Canadá, Cuba y México. En el otro bando, los más decididos defensores de la lucha contra el tradicionalismo fueron los estudiantes universi-tarios –que formaban una pequeña porción del sector más encum-brado de la sociedad- cuyas más audaces alumnas inauguraron la moda del pelo recortado, con sayas aún más cortas y escotes muy bajos, que participaban de iestas desenfrenadas sin inhibición se-xual alguna, y las cuales –junto a los varones- se embriagaban pú-blicamente en tabernas clandestinas donde se deleitaban a los com-pases del charleston y el jazz. Surgió así la fábula de que la década del veinte fue para todos los estadounidenses los “ruidosos años locos”, símbolo de un pedestre materialismo sensualista.

En contraste, para los asalariados, sobre todo si eran inmigrantes y con ideas avanzadas, así como para los negros, fue una época de “cacería de brujas”, pues la prensa había generalizado el criterio de que los extranjeros ailiados a sindicatos fomentaban la subversión para imponer el “terror rojo”. Este sentimiento xenófobo y aisla-cionista desembocó en 1920 en la elección del conservador y –ocul-tamente- disoluto republicano Warren Gamaliel Harding, quien se proponía deshacer el “progresismo” mediante la eliminación de to-das las regulaciones federales establecidas por sus predecesores, a

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la vez que implantaba un sistema de cuotas de inmigración que en 1924 desembocó en la Ley de Orígenes Nacionales, la cual redujo al diez por ciento el arribo legal permanente de extranjeros, y los que llegaran en un ochenta y seis por ciento debían ser procedentes del Norte y el Occidente de Europa. Al mismo tiempo Harding permi-tió el resurgimiento del Ku Klux Klan con sus valores blancos, an-glosajones y protestantes –BASP (cuya sigla en inglés es WASP)-, el cual multiplicó el linchamiento de negros así como la persecución de todo lo que se caliicara de “exótico”, como la teoría evolucionis-ta de Darwin. Tal vez ese pavoroso ambiente represivo se relejara bien en el célebre caso de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, anar-quistas nacidos en Italia y inalmente enviados con cargos falsos a morir en la perversa silla eléctrica.

Fallecido Harding en 1923 de una apoplejía, le sucedió su vice, el dormilón –trece horas al día- Calvin Coolidge. Reelecto al año, apoyó el “taylorismo empresarial” o despiadado sistema de explo-tación intensiva de los asalariados; auspició el crecimiento mono-polista como malbaratar la considerable marina mercante estatal a intereses privados. En esa época comenzó a contrarrestarse la tradi-cional ética norteña de abnegación, frugalidad y ahorro, por medio de una masiva publicidad de consumismo y diversión, que deseaba reforzar el criterio calvinista de que el hombre triunfador era un elegido de Dios. Durante este período presidencial, a la ascendente incidencia en la economía de la industria automotriz se sumó la de la incipiente aeronáutica, pues se otorgaron cuantiosos subsidios fe-derales para desarrollar los aeropuertos y el transporte aéreo, lo que facilitó el surgimiento de decenas de compañías de aviación. Dicha actividad fue hiperbolizada por el vuelo trasatlántico de Charles Lindbergh (1927), seguido poco después por uno similar de la he-roína del feminismo: Amelia Earhart.

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La crisis de 1929

A principios de 1929, cuando Herbert Hoover ocupó la presidencia de la nación, el uno por ciento de los ciudadanos estadounidenses poseía el cincuenta y nueve por ciento de casi la mitad de la riqueza mundial. El nuevo mandatario había hecho una fortuna en la mi-nería, y el prestigio intelectual le provenía de su famoso libro “Indi-vidualismo estadounidense”, u oda a la total libertad de empresa. Convencido de su verdad, al ocupar el poder ejecutivo sentenció: “El futuro de nuestro país brilla de esperanza”. Pero a los pocos meses, el martes 29 de Octubre de 1929 el mercado de la Bolsa de Valores de Nueva York –situado en la calle Wall Street- se desplo-mó, con lo cual se inició un cuatrienio de profundísima crisis cíclica mundial del capitalismo. Sus manifestaciones más agudas tuvieron lugar a ines de 1932 y principios de 1933, de forma que en solo tres o cuatro años la producción industrial del mundo cayó en un treinta o cuarenta por ciento. A la vez las inversiones imperialistas en los países colonizados y dependientes mermaron; Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, cuyas exportaciones de capital (sumadas las de los tres países) llegaban hasta entonces a unos tres mil tres-cientos millones de dólares al año, hicieron regresar a sus bancos alrededor de la mitad de dicho monto, como media anual. Además, la tradicional división internacional de las producciones que ellos impulsaban según sus conveniencias, sufrió un rudo golpe, pues la demanda de materias primas perdió su dinamismo como relejo del estancamiento económico en las industrializadas metrópolis. En consecuencia entre 1929 y 1933 el comercio mundial se redujo en una cuarta parte de su previo volumen físico, y los precios de lo que realmente se negociaba cayó en un treinta por ciento con respecto a los anteriores; en total, el valor del tráico internacional cayó en más del cincuenta por ciento en relación a sus niveles precedentes. Por eso resultaba importante comprender que en los territorios colonia-les o países dependientes la profundísima crisis había llegado por medio del comercio exterior, pues no tenía carácter interno.

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En Estados Unidos, durante dicho proceso, la cotización de bonos y acciones cayó a menos de la quinta parte de lo que había sido, múltiples fábricas se paralizaron, la porción más débil de la banca quebró, los ingresos en el agro se redujeron a la mitad, uno de cada cuatro estadounidenses perdió su empleo. El problema residía en la gigantesca disparidad entre la enorme capacidad productiva del país y la disminuida posibilidad de consumo de la población nor-teamericana.

Del New Deal a la bomba atómica

La campaña presidencial de 1932 en los Estados Unidos se con-virtió en multifacético debate alrededor de los posibles remedios a la Gran Depresión, ocasionada –decía el talentoso y pragmático Franklin Delano Roosvelt, gobernador de Nueva York- por la políti-ca económica que había aplicado el Partido Republicano durante la década del veinte. En contraposición a ésta, el aspirante demócrata proponía el New Deal (Nuevo Trato) que implicaría un importante intrusismo gubernamental en la sociedad, inspirado en sus aspectos económicos por las formulaciones del británico John Maynard Key-nes. Por ello prometía que adoptaría una cautelosa inlación mone-taria, cerraría los bancos no solventes, agencias federales ofrecerían generosos créditos a industriales y granjeros, reglamentaría la Bol-sa; se fomentarían los bosques y protegerían los suelos, se descon-taminarían lagos y ríos, se crearían refugios para peces y animales o aves; se acometerían importantes obras públicas como escuelas, represas, canales, carreteras, aeropuertos. Además, se emitiría una Ley Nacional de Relaciones Laborales según la cual los asalaria-dos podrían negociar con los patronos por medio de sindicatos de su propia elección; se derogaría la “prohibición” (antialcohólica); se gravaría a los ricos mediante nuevos impuestos; y –sobre todo- se anunciaba una Ley de Seguridad Social para desempleados, an-cianos y minusválidos, con aportes inancieros de trabajadores y empleadores. Y para América Latina diseñaba un futuro de Buena Vecindad, cuya esencia radicaba en retirar a los “marines” de los

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países caribeños que ocupaban, a la vez que aseguraba cesarían di-chas intervenciones en la región. En las urnas Roosvelt arrasó.

Su reelección presidencial en 1936 consolidó una mayoritaria y nue-va coalición política, conformada por los habitantes de las ciuda-des, los asalariados de ambos sexos, los pertenecientes a cualquier raza o etnia discriminada, y –muy en especial- por los trabajadores sindicalizados y por los negros e inmigrantes, así como por inte-lectuales e interesados en las pensiones de vejez y seguros de des-empleo; incluía también a los blancos del Oeste y a una parte de los titubeantes de ese color en el Sur. En el minoritario Partido Repu-blicano entonces quedaron los ricos y las poblaciones rurales, así como una mayoría de aquellos que alardeaban sobre su pretendido origen WASP. Pero la alianza anti-New Deal gradualmente se fue ampliando con demócratas sureños conservadores y con todos los que tildaban a Roosvelt de ser un protorrevolucionario, o censura-ban sus grandes gastos gubernamentales o criticaban sus litigios con la moderada Corte Suprema de Justicia. La economía además se desaceleraba, mientras crecían los adversos –para el presidente- sentimientos aislacionistas en una población temerosa de verse in-volucrada en otra guerra europea. Con el propósito de vigorizar sus erosionadas posiciones políticas, el mandatario en 1938 presentó su Ley de Normas Laborales Justas, que estableció salarios mínimos, jornadas semanales de 40 horas de trabajo, un cincuenta por ciento de pago adicional para las horas extras, y la prohibición a las em-presas de contratar a menores de edad. Su ulterior fortalecimiento tuvo lugar al año, cuando se produjo la agresión hitleriana a Polo-nia; de nuevo las compras bélicas de Inglaterra y Francia reactiva-ron la industria estadounidense, que al poco tiempo experimentó otro impulso con el inicio del propio proceso rearmamentista nor-teamericano, lo cual redujo muchísimo el desempleo.

En 1940 –por primera y única vez- un presidente estadounidense fue electo para un tercer período. Al año, el 7 de diciembre, un trai-cionero ataque japonés asoló Pearl Harbor (Hawai) con un saldo de

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diecinueve buques hundidos, ciento cincuenta aviones destruidos y más de dos mil cuatrocientas personas muertas. Un día después el Congreso norteamericano declaró la guerra al Japón, mientras a las setenta y dos horas Alemania e Italia proclamaban su beligerancia contra Estados Unidos. De inmediato el país se puso en pie de gue-rra y se dedicó a participar en la contienda, tras haber proclamado Roosvelt –junto al primer ministro británico Winston Churchill- la Carta del Atlántico. Ésta declaraba que luego del conlicto no habría mayor expansión territorial de Estado alguno, no se harían cambios de fronteras sin el consentimiento de los pueblos concernidos, se garantizaría el derecho de todos a elegir su propia forma de gober-narse, se restauraría el autogobierno a la naciones que se le hubiera arrebatado, se protegería la libertad en los mares, y se renunciaría al uso de la fuerza en tanto que instrumento de política internacional. Como una derivación de este último acápite, en noviembre de 1943, en Teherán, Roosvelt y el premier soviético José Stalin, anunciaron que al llegar la paz se fundaría la Organización de Naciones Unidas.Durante la Segunda Guerra Mundial dieciocho millones de perso-nas ingresaron en las fuerzas armadas de Estados Unidos, y poco más de la mitad de esa cifra fue enviada al extranjero pues el terri-torio nacional americano estaba libre de cualquier amenaza enemi-ga. Esta considerable fuerza, concentrada en su mayor parte en el frente occidental europeo, no pudo sin embargo impedir que fuera el Ejército Rojo el que ocupase Berlín y provocara la rendición in-condicional de Alemania el 7 de mayo de 1945. En pie quedaba, además, el compromiso de la URSS –formulado en la capital iraní y ratiicado en Yalta- de atacar a los tres meses exactos al Japón. No obstante, previo a la llegada de esa fecha, el 16 de julio en Ala-mogordo (Nuevo México) se hizo estallar de forma experimental la primera detonación nuclear en la historia de la humanidad.

Franklin Delano Roosvelt ganó su cuarta elección en 1944 cuando en el Partido Demócrata los sureños conservadores aumentaban su inluencia, por lo cual en esta candidatura debió presentar como

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aspirante a la vicepresidencia a Harry S. Truman, senador por Mis-souri. A lo largo de su tercer mandato, la producción de bienes ma-nufacturados se había triplicado y la de materias primas crecido un sesenta por ciento, a la vez que las fabricaciones bélicas llegaron a representar casi la mitad del Producto Nacional Bruto (PNB). Ese auge industrial –simultáneo con la enorme movilización militar- provocó gran carencia de fuerza laboral, por lo cual en las empresas quien lo deseara podía encontrar trabajo.

El 12 de abril de 1945, en la cima de su popularidad, el presidente falleció víctima de una hemorragia cerebral, por lo cual fue Truman quien asistió a la reunión tripartita de Potsdam del 17 de julio al 2 de agosto, donde se convino en someter a juicio en Nuremberg a los líderes nazis acusados de crímenes horrendos. Luego de esta confe-rencia, lo más importante para el nuevo presidente norteamericano fue hacer gala del inmenso poderío de los Estados Unidos con el in de frenar el ascendente inlujo de la Unión Soviética en el mundo, por lo cual decidió destruir la ciudad de Hiroshima con una bom-ba atómica el 6 de agosto. A los dos días la URSS lanzó su previa-mente acordado ataque por Manchuria contra el poderoso ejército nipón allí estacionado. Y el 9 de agosto la aviación estadounidense lanzó sobre Nagasaki otro devastador artefacto nuclear. De hecho, comenzaba la Guerra Fría.

VII.3) Criterios socialistas sobre la toma del poder

En América Latina la gran Revolución de Octubre estremeció a la clase trabajadora y a su movimiento anarcosindicalista, así como a los pocos adeptos al socialismo, entre los cuales se encontraban sobre todo intelectuales, algunos recién conversos al abandonar el positivismo. Pronto muchos militantes de ambas tendencias mani-festaron su solidaridad con los bolcheviques, fuese mediante pu-blicaciones y folletos o mítines en los que se defendía a la Rusia de Lénin. Estas movilizaciones en apoyo a la impactante gesta co-menzada en 1917 en el enorme país eurasiático, contribuían tam-

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bién a la metamorfosis y desarrollo ideológico del proletariado la-tinoamericano; se deslindaban los campos entre quienes insistían en permanecer en el bando anarcosindicalista así como en el de los vinculados a la Segunda Internacional, y los que derivaban aún más a la izquierda. Éstos últimos asumían posiciones notoriamente cla-sistas y contrarias al imperialismo, pues favorecían la construcción de una sociedad nueva, en la cual todo se estatizaría mediante go-biernos que impusieran la dictadura del proletariado.

La lucha política e ideológica en el seno del movimiento de los tra-bajadores al poco tiempo se fundió con la de los intelectuales, que deseaban estructurar fuerzas partidistas basadas en las concepcio-nes ilosóicas del marxismo leninismo, como única vía susceptible de eliminar cualquier tipo de explotación de unos seres humanos por otros, y erigir para todos un futuro mejor. Esto pensaban lo-grarlo al solicitar en Moscú su ingreso a la Internacional Comunista, luego de cumplir con las normas principales de esa organización que entonces fungía como el Partido de los revolucionarios contra el mundo burgués; su experimentada contraparte era el de los bol-cheviques, por haber engendrado ya el imponente poder soviético. Entre los destacados en esta nueva corriente sobresalían el dirigente obrero chileno Luis Emilio Recabarren, quien aportó su experiencia partidista previa; el brasileño Astrojildo Pereira, quien metamorfo-seó sus conocimientos sindicalistas; el intelectual José Carlos Mariá-tegui, quien recogió el “indigenismo” elaborado por su compatriota Manuel González Prada y lo condujo a nuevas alturas en sus fa-mosos “Siete ensayos de la realidad peruana”, y el líder estudiantil cubano Julio Antonio Mella. Éste se relacionó con veteranos del Par-tido Revolucionario fundado por José Martí, a in de protestar con-tra la neo-colonial República liberal instituida luego de cuatro años de ocupación por el ejército de Estados Unidos, que también había impuesto en la isla la indeseada base naval de Guantánamo. Lue-go Mella creó la Federación Estudiantil para luchar por la Reforma Universitaria, pero comprendió que más importante era revolucio-nar la sociedad, por lo cual en 1925 forjó el Partido Comunista de

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Cuba. Al año, sin embargo, la tiranía de Gerardo Machado lo llevó a exiliarse en México, tras lo cual viajó al Congreso Antimperia-lista celebrado en Bruselas durante febrero de 1927. Este cónclave hizo suyas las tesis expuestas por Lenin en el segundo congreso de la Tercera Internacional, las cuales integraban un admirable esque-ma que brindaba a los movimientos revolucionarios de los países oprimidos, la posibilidad de enfocar con sagacidad táctica sus re-laciones con las distintas fuerzas progresistas de cada país. Mella propugnó entonces la formación de un frente con un programa de-mocrático de proyección nacional liberadora; éste debería agrupar a su alrededor a todas las fuerzas y tendencias revolucionarias, pro-gresistas y antidictatoriales, como la única opción política suscep-tible de alcanzar la emancipación y promover las condiciones del ulterior desarrollo hacia el socialismo. Mella deseaba que en dicho movimiento los diversos componentes preservaran su identidad, y que el Partido Comunista no exigiera como condición previa la hegemonía para el proletariado; en su opinión, dicha fuerza de-bía conquistar en la lucha su condición de vanguardia. Con estos criterios Mella acometió los trabajos preparatorios para organizar una expedición armada que liberase a Cuba de la tiranía. En esos trajines, de nuevo en México, estableció relaciones de cooperación con revolucionarios venezolanos –algunos de los cuales con ayuda de Álvaro Obregón acopiaban armas, para derrocar al déspota de su tierra andina-, y fue hasta Veracruz con el propósito de indagar sobre la posible navegación hacia costas cubanas. Al mismo tiem-po Mella participaba de manera activa en el “Comité manos fuera de Nicaragua”, el cual apoyaba intensamente la lucha de Augusto César Sandino contra el ejército de Estados Unidos, que ocupaba su país; al lado del hermano del héroe de las Segovias, en un masivo acto de solidaridad con los nicaragüenses, dijo:

“Así como la Comuna de París demostró que el proleta-riado era capaz de tomar el poder revolucionario y con-servarlo en sus manos –cosa que después realizó la Re-

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volución Rusa- el movimiento de Sandino es precursor del movimiento revolucionario de toda la América Latina contra el imperialismo y ( . . ) sus lacayos” (126).

Pero Sandino y Mella no llegaron a reunirse; el extraordinario jo-ven cayó asesinado en las calles de Ciudad México el 10 de enero de 1929. Sus últimas palabras fueron: “Muero por la revolución”.

Insurrección de Farabundo Martí

En El Salvador, la reanimación de la vida política resquebrajó el control directo que la familia de los Meléndez-Quiñones tenía sobre la República, por lo cual se vió forzada a ceder el poder ejecutivo a un candidato que no pertenecía a su círculo político más íntimo. Así, en 1927 la primera magistratura pasó al prestigioso Pío Romero Bosque, quien hasta ese momento fungiera como Presidente de la Corte Suprema de Justicia. El nuevo mandatario no rompió con la oligarquía pero introdujo en la sociedad cierta liberalización; levan-tó el sempiterno Estado de Sitio, propició el establecimiento formal de algunos derechos democráticos, dictó varias medidas sociales, e incluso constituyó un Ministerio de Trabajo para mediar en los conlictos laborales. Esto fue posible debido al ascenso económico provocado por el incremento de las exportaciones y la multiplica-ción en las urbes de las inversiones foráneas. En esas condiciones, el Partido Comunista de Centroamérica decidió que Farabundo Martí marchara a incorporarse al Ejército Defensor de la Soberanía Nacio-nal forjado por Sandino en Nicaragua, para luchar contra las tropas estadounidenses de ocupación. Hacia ese ejército rebelde se enrum-bó el destacado sindicalista salvadoreño, quien también tenía expe-riencia militar por haber peleado en los Batallones Rojos durante la Revolución Mexicana.

En Nicaragua, Farabundo alcanzó el grado de coronel, y por sus notables cualidades se convirtió en el secretario personal de San-dino. Más tarde, en julio de 1929 y en compañía de algunos otros

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miembros del Estado Mayor insurrecto, ambos revolucionarios se desplazaron hasta Mérida (México) con el objetivo de mejorar el apoyo que el “Comité manos fuera de Nicaragua” le brindaba a su lucha. Pero durante su estancia en la república mexicana, entre los dos centroamericanos surgieron diferencias políticas; como di-rigente comunista, el disciplinado salvadoreño debía someterse al brusco giro realizado en 1928 por el VI Congreso de la Tercera In-ternacional. Sus nuevas directrices orientaban desarrollar cualquier lucha, según la táctica de “clase contra clase” y a la vez “bolchevi-zar los partidos”, para tomar el poder y constituir “soviets de obre-ros, campesinos y soldados”. Dicha sectaria concepción descartaba cualquier otra fuerza política, y rechazaba toda posibilidad de for-mar gobiernos revolucionarios encabezados por iguras ajenas al movimiento proletario, lo cual no era aceptable para Sandino.

El Partido Comunista Centroamericano se disolvió en medio de la debacle socioeconómica del mundo capitalista iniciada en octubre de 1929; tenía el propósito de que sus secciones nacionales adquirie-sen mayor dinamismo ante las coyunturas especíicas de cada país del istmo. En tal contexto Farabundo Martí regresó a El Salvador, donde en unión de Miguel Mármol y Luís Díaz fundó en 1930 el Partido Comunista Salvadoreño, del cual se convirtió al año en su Secretario General. La militancia de esta nueva organización polí-tica revolucionaria era ya bastante inluyente entre los asalariados, e incluso controlaba las posiciones de mando de la muy popular Federación Regional de Trabajadores de El Salvador. En dichas cir-cunstancias, en la pequeña república del istmo tuvieron lugar en 1931 las programadas elecciones presidenciales, en las que triun-fó la progresista candidatura del Partido Laborista encabezada por Arturo Araújo. Este carismático dirigente de la pequeña burguesía, que además arrastraba a los artesanos, a algunos sectores del cam-pesinado así como a grupos del proletariado, prometió llevar agua a todas partes, pues desde las Reformas Liberales dicho líquido es-taba sometido al control de los dueños de tierra; asistencia médica gratuita y generalizada, con medicamentos entregados sin costo al-

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guno para los pobres; proteger a la mujer trabajadora; moralizar la vida del país; otorgar créditos a pequeños y medianos productores; disminuir el desempleo.

Presidente desde el primero de marzo de 1931, Araújo legalizó el Partido Comunista y trató de pactar con él, para derrotar la resis-tencia de la gran burguesía cafetalera. Pero Farabundo no podía llegar a un entendimiento con el gobierno reformista, pues las dis-posiciones del referido congreso de la Komintern se lo impedían. Se facilitó así que el ejército oligárquico al mando del general Maximi-liano Hernández Martínez depusiera al mandatario en diciembre de 1931. Las fuerzas armadas, sin embargo, mantuvieron la convo-catoria a los comicios parciales de enero, en los cuales los partidos progresistas arrasaron; incluso, los comunistas disputaron hasta el último instante el segundo lugar en la capital. Irritados, los milita-res anularon los resultados electorales, mientras los comunistas se orientaron hacia la insurrección.

La fecha acordada para realizarla fue varias veces postergada, y eso permitió que algunos de sus dirigentes fuesen arrestados, entre ellos el propio Farabundo. Pero de todas maneras la rebelión empezó el 22 de enero de 1932, muy fuerte sobre todo en el Occidente. En esta zona preponderaban los humildísimos trabajadores de las planta-ciones de café, cuyas tierras colectivas habían sido arrebatadas a las comunidades campesinas durante la Reforma Liberal. En dicha región, a lo largo de varios días se crearon “soviets” –de obreros y campesinos- en poblados como Tacuba, Sonsonate, Juayúa, Zonza-cate, Izalco, Nahuizalco y varios más. Esta práctica, no obstante, así como la propia palabra que la designaba, empavorecía a la pequeña burguesía –fuese urbana o rural-, y a no pocos campesinos, incluso pobres. Parecía, de hecho, transitarse hacia la revolución socialis-ta de forma inmediata, aunque el proletariado salvadoreño fuese abrumadoramente minoritario.

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Desvinculados de cualquier otra fuerza, casi desarmados, los re-beldes fueron aniquilados por el ejército y la aviación, que masa-craron a más de treinta mil personas. Ni siquiera los que estaban en la cárcel salvaron la vida. Poco antes de ser fusilado, el 1 de febrero, Farabundo expresó: “En estos momentos en que estoy a dos pasos de la muerte, quiero declarar categóricamente, que creo en Sandino” (127).

La revolución del 33 en Cuba

Cuba, en el contexto de la gran depresión iniciada en octubre de 1929, quizás haya sufrido las mayores secuelas de tal catástrofe eco-nómica en América Latina. La realidad material de la isla se agra-vó en 1930 cuando Estados Unidos impuso el Plan Chadbourne, prohijado sin el menor titubeo por la tiranía de Gerardo Machado. Esta coyunda, que limitaba las exportaciones cubanas, contribuyó a comunicarle a la crisis una pavorosa agudeza.

A medida que la depresión avanzaba, los esfuerzos del Partido Co-munista por llevar el aliento de la lucha a las masas explotadas, y organizarlas para esos ines, se abrían paso. Por su parte Antonio Guiteras, joven dirigente revolucionario, se vinculó en 1931 con vie-jos caudillos “nacionalistas”, pues compartía con ellos el criterio de que la forma de alcanzar el poder era mediante la lucha armada. En especíico, el grupo al cual Guiteras pertenecía proyectaba asaltar el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, capital de la provincia de Oriente. Pero descubierta la conspiración, intentaron sin éxito al-zarse en el mes de agosto del propio año en La Gallinita. Apresado, Guiteras terminó en la cárcel por algún tiempo.

Mientras, bajo la dirección del Partido Comunista, en diciembre de 1932 se constituyó el Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera. Éste aglutinó el mayor contingente proletario de la re-pública, y con esa fuerza estructurada, al comenzar la zafra de 1933 desató un importante movimiento huelguístico. Sus repercusiones

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más intensas se produjeron en la provincia de Las Villas –donde se llegaron a sostener incluso encuentros armados con la Guardia Rural por la zona de Nazabal- y en la oriental región de Manzanillo, en la cual se hallaban los centrales Mabay, Niquero, Isabel (Media Luna), Romelia y Esperanza. Estos éxitos permitieron que al inal de la zafra, el Partido Comunista llamara a la revolución bajo la he-gemonía del proletariado mediante el surgimiento de un “gobierno soviético (de Consejos Obreros, Campesinos y Soldados)”. En esos momentos, Guiteras, ya fuera de la prisión, había roto con los viejos y vacilantes caudillos “nacionalistas”, y avanzaba en sus proyectos insurreccionales cuyo centro estaría en Oriente. Él se en-contraba entonces en conexión con el Directorio Estudiantil Univer-sitario, que nucleaba a la porción más radical y revolucionaria de la pequeña burguesía urbana. Guiteras organizó grupos de acción en El Caney, Santiago de Cuba, Holguín, Victoria de las Tunas, Ba-yamo, Manzanillo así como en otras ciudades, y llegó a tener éxitos en la toma de alguna, como San Luis, donde el pueblo se sumó a sus empeños. Pero en general, el alzamiento del 29 de abril de 1933 fracasó. Fue en esas circunstancias cuando los trabajadores de los ómnibus urbanos tomaron la iniciativa en la lucha anti-machadista, al declararse en huelga el 5 de julio. Después vino la avalancha. A los doce días cerró el comercio de La Habana, Santiago de Cuba y demás ciudades; los comerciantes, unidos a grupos industriales, efectuaron una concentración en la capital para esgrimir un pedido de amnistía iscal junto con otras reivindicaciones. El 19, los maes-tros se manifestaron en todo el país contra la rebaja de sueldos y el atraso en sus pagos. Siguieron protestas de empleados públicos y huelgas locales, así como demostraciones de obreros, estudiantes y hasta de veteranos de la Guerra de Independencia. Se avizoraba, en in, una situación revolucionaria cuya posibilidad objetiva radi-caba en la explosiva conjunción de la violenta crisis económica con la prolongada opresión política. Las potencialidades subjetivas se desprendían del alto grado de politización de las clases populares,

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especialmente urbanas –proletariado y pequeña burguesía- en las cuales los sentimientos antinjerencistas, antimperialistas y nacional liberadores, habían cobrado enorme fuerza junto a la creciente con-ciencia de que la fuente de sus miserias materiales provenía, sobre todo, de la explotación sufrida a manos de los monopolios estadou-nidenses. De ese modo la sociedad cubana se encontraba madura para la explosión revolucionaria.

La huelga general política de todo el pueblo, encabezada por la clase obrera bajo la conducción del luchador comunista Rubén Martínez Villena, paralizó al país a partir del domingo 6 de agosto de 1933. Al día siguiente tuvo lugar la más grande masacre del machadato; las masas se habían adueñado de las calles y se dirigían al Congreso cuando la policía atacó de manera salvaje a la muchedumbre. Hubo dieciocho muertos y casi cien heridos. La matanza, sin embargo, enardeció los ánimos en vez de amilanarlos, y repercutió hasta en los más recónditos lugares de la república. Guiteras, por su parte, preparaba en Oriente el asalto al cuartel de Bayamo, como inicio de un proceso insurreccional en esa provincia. Pero el día 11 algunos batallones del ejército se rebelaron para distanciarse del presidente cuyo régimen se desmoronaba, y el 12 de agosto de 1933 Gerardo Machado renunció y huyó al extranjero. Las masas se lanzaron en-tonces por toda la Isla a hacer justicia por su cuenta. Tres días duró la impresionante e incontrolable situación.

El derrocamiento de la tiranía obligó a la nueva jefatura militar a destituir mandos, rebajar de servicio, retirar o expulsar e incluso detener y enjuiciar a decenas de oiciales, notorios por sus faenas criminales durante la dictadura. Por supuesto, la depuración que-brantó la disciplina y autoridad antes existentes en las Fuerzas Ar-madas; a partir de ese momento aloraron múltiples contradiccio-nes entre la oicialidad y la tropa acaudillada por los sargentos. El Estado oligárquico y el poder político del imperialismo se debili-taron. Sobrevino entonces un período de dispersión de las fuerzas más reaccionarias, y un dominio de la escena pública por parte de

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las clases populares. El efímero Gobierno Provisional, hechura gro-tesca de los imperialistas, era la estampa absoluta del desprestigio. En esas circunstancias el Directorio Estudiantil Universitario repre-sentaba el movimiento político capaz de nuclear a los sectores de la población ajenos a la oligarquía y al Partido Comunista. En la diri-gencia del DEU se producía una evolución hacia posiciones de iz-quierda, cuyo “Programa Estudiantil” también correspondía al mí-nimo exigido por las fuerzas proclives al nacionalismo. En resumen esa organización esgrimía un moderado proyecto transformador, con matices antimperialista y democrático, aunque burgués, que podía representar una apertura apoyable por los revolucionarios consecuentes, siempre que explicaran al pueblo sus limitaciones.

La crisis política originada en el machadato tuvo un desfogue a me-dias en los sucesos del 12 de agosto y días inmediatos posteriores. Nadie estaba satisfecho y mucho menos la clase obrera y las masas pequeño-burguesas de las ciudades, que formaban las fuerzas so-ciales más politizadas y dispuestas a la acción en el país. Además, el desajuste económico era espantoso. Los campesinos pobres y medios –e incluso no pocos ricos- se debatían en la miseria o en la ruina; la débil e irrelevante burguesía nacional vivía al borde de la bancarrota; hasta los sectores menos enriquecidos de la burguesía agro-exportadora habían perdido parte de sus propiedades, o pen-día sobre ellos el azote de las hipotecas vencidas. En síntesis, resul-taba imposible para los grupos dominantes mantener inmutable su hegemonía. Los humildes y explotados padecían una agravación, fuera de lo común, de su miseria y sufrimientos. La actividad de las masas se intensiicaba de manera considerable. Se había creado, en in, una situación revolucionaria; ni los de abajo querían, ni los de arriba podían, seguir viviendo como hasta entonces.

La insubordinación de los alistados, el 4 de septiembre de 1933, ex-presión neta del movimiento de masas que profundizaba su inlujo y se materializaba en las ilas del Ejército y de la Marina de Guerra, se convirtió en un acto revolucionario al abrazar el programa del

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Directorio Estudiantil Universitario. El inopinado encuentro de am-bas fuerzas sociales dio vida a un Gobierno revolucionario peque-ño burgués, dejando aislado al Partido Comunista que esgrimía la consigna de “Soviets de obreros, campesinos y soldados”; aunque la oligarquía no podía ya gobernar, el proletariado aún no poseía la fuerza suiciente para asaltar el poder estatal. El gobierno cole-giado de la Pentarquía, a pesar de sus inconsecuencias, se instauró en contra de la voluntad del imperialismo y de la oligarquía. Pero su heterogeneidad, las amenazas de intervención estadounidense –cuya escuadra rodeó la isla-, las conspiraciones de la desplazada oicialidad, y las vacilaciones o temores de algunos pentarcas, lleva-ron al gobierno colegiado a su inal. Sólo Ramón Grau San Martín se dispuso a jugarse el todo por el todo, y aceptó el primero de sep-tiembre la proposición del Directorio Estudiantil Universitario de ocupar la presidencia.

El nuevo gobierno representó un escalón más elevado del avance revolucionario pequeño burgués. En el Gabinete la posición más espinosa y comprometedora era la del secretario de Gobernación, Antonio Guiteras, el dirigente más deinido y audaz de la extrema izquierda pequeño-burguesa, o sea, la parte nacional revoluciona-ria de esta clase. El primer acto gubernamental fue trascendente: repudio a los preceptos de la Enmienda Platt, como muestra de la voluntad antimperialista que respondía a las más profundas aspi-raciones de la nación cubana. Pero el ala derechista de la pequeña burguesía existía; representaba el capitulacionismo, así como la en-trega a la oligarquía y al imperialismo. La dirigía Fulgencio Batista, quien había ganado el liderazgo del movimiento militar del 4 de septiembre tras arrebatarlo al honesto y revolucionario antimperia-lista Pablo Rodríguez. El triunfo de aquel sargento-mayor se debió a que expresaba mejor la voluntad de la masa de alistados; tenía todos los defectos y deformaciones de una institución concebida para reprimir, así como todos sus vicios tradicionales de latrocinio y depravación. Luego Batista alió al ejército con los pequeños bur-gueses del ABC, que en razón de malversaciones y negocios sucios

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cambiaron de clase y se metamorfosearon en parte del bloque enca-bezado por la burguesía dependiente del imperialismo.

En la puja por el poder, las fuerzas se polarizaron alrededor de las dos tendencias extremas, capitaneadas por Batista y Guiteras; Grau quedó en el medio –a veces equidistante-, aunque en la mayoría de las oportunidades se dejó arrastrar por la izquierda. De este modo se emitieron los decretos más avanzados y resueltos del gobierno: leyes sobre el trabajo –jornada laboral de ocho horas, retiros y se-guros por accidentes-, contra la usura, así como acerca de la rebaja de las tarifas del luido eléctrico. Después se extendieron las funcio-nes y el carácter constitucional de los Tribunales de Sanciones, para propender a la expropiación de los bienes malversados por los ma-chadistas. Por último, el 14 de enero, por orden de Guiteras se inter-vino la Compañía Cubana de Electricidad, subsidiaria del monopo-lio norteamericano Electric Bond and Share Company. Sin embargo el Secretario de Gobernación, que además tenía plena conciencia de la necesidad de constituir una fuerza armada verdaderamente revolucionaria y coniable para quienes perseguían objetivos nacio-nal-liberadores, no tuvo ya tiempo para alcanzar sus propósitos. El 15 de enero de 1934 Batista conminó a Grau para que dimitiera, tras lo cual la presidencia fue asumida por un moderado timorato. ¡Se había producido un golpe de Estado contrarrevolucionario sui generis! De tal modo se estrenó el batistato, caracterizado por la en-trega total al imperialismo, y por el más crudo terror anti-popular así como por los robos y malversaciones.

La República Socialista de Marmaduke GroveChile fue otro de los países latinoamericanos más afectados por la gran crisis cíclica del capitalismo en 1929, pues sus exportaciones disminuyeron en un ochenta y cinco por ciento, lo cual afectó mu-chísimo su balanza de pagos. Desde entonces el desempleo creció; se multiplicaron las quiebras de comercios; se paralizaron las obras públicas. En esa coyuntura el presidente de la República, coronel

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Carlos Ibáñez, disolvió el Parlamento y en su lugar designó un dócil Congreso con individuos que le ofrecían alguna simpatía o seguri-dad. A la vez, el “hombre fuerte” del país se apartó del imperialismo inglés para acercarse al norteamericano. Pero estas maniobras nada resolvieron, y en 1931 el descontento social se convirtió en inconte-nible movimiento de repulsa al régimen personalista. Entonces el referido mandatario tuvo que renunciar el 26 de julio de 1931, cargo que entregó a uno de los ministros de su último gabinete. Legaliza-do por medio de expeditas elecciones, el nuevo ocupante del poder ejecutivo creyó que podría detener la oleada de exigencias popula-res mediante el retorno al tradicional orden constitucional burgués y por facilitar el regreso de los exiliados. Su ingenuidad desapareció el 23 de agosto, cuando empezó una huelga general convocada por la Federación Obrera de Chile que entonces dirigía el esforzado lu-chador comunista Elías Laferté. Luego en diciembre, se produjeron en Copiapó y Vallenar graves choques entre los desempleados y los cuerpos represivos como anticipo de más huelgas obreras; también tuvieron lugar ocupaciones de latifundios y tierras ociosas por el campesinado desposeído o jornaleros sin trabajo.

Independientemente del activo movimiento sindical y sus reivin-dicaciones, en la bahía de Coquimbo –el primero de septiembre- se había rebelado la parte de la escuadra chilena allí fondeada. Y en seguida la sublevación se había extendido al resto de la lota ancla-da en las radas de Talcahuano y Valparaíso. Pero la insurrección naval no prosperó pues los indiscriminados bombardeos de la avia-ción la derrotaron. No obstante ese revés, a mediados de 1932 en las fuerzas armadas cobró vigor un complot encabezado por el jefe de la aviación, Marmaduke Grove –más conocido como el Comodo-ro del Aire-, quien pretendía instaurar un sistema de gobierno que permitiera al Estado dirigir la caótica economía nacional y mejorar la terrible situación de los trabajadores.

Para alcanzar sus objetivos Marmaduke estableció contacto con grupos socialistas entre los cuales sobresalía la Nueva Acción Polí-

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tica dirigida por Eugenio Matte Hurtado. El gobierno, sin embargo, descubrió la conspiración y lo destituyó de su importante jefatura militar. Pero Grove de inmediato encontró un baluarte revolucio-nario en la Escuela de Aviación, desde la cual pudo lograr el apoyo de diversas guarniciones. Entonces el Presidente de la República renunció y su lugar fue ocupado por una Junta encabezada por Ma-tte Hurtado y cuyo ministro de defensa era el propio Grove, la cual decretó la instauración de una “República Socialista”.

El 5 de junio comenzaron los primeros decretos del nuevo gobier-no que prohibió los desalojos de los inquilinos con escasos ingre-sos; dispuso la devolución de los utensilios de trabajo y elementos indispensables para el hogar empeñados en las Cajas de Crédito; repuso a los maestros cesanteados; amnistió a los marinos encarce-lados tras su fallida sublevación; estatizó el llamado Banco Central; acometió la revisión de todas las concesiones mineras; anunció un control gubernamental a los sectores claves de la economía y sobre todo del comercio exterior; impuso altos gravámenes a las grandes fortunas. Sin embargo debido a las conocidas directrices emana-das del VI Congreso de la Komintern, la militancia comunista no se pudo incorporar a la nueva gestión que surgía en la sociedad, y constituyó un embrión de poder paralelo al instituir un Soviet de Obreros y Campesinos en la sede de la universidad, cuyo ejemplo deseaba extender al resto del país.

La contrarrevolución, sin embargo, actuaba en el seno mismo de la Junta, pues uno de sus integrantes, Carlos Dávila –jurista de largo aval pro-norteamericano- frenaba cualquier radicalización. Además, casi de inmediato entró en contubernio con reaccionarios altos man-dos de las fuerzas armadas con el propósito de revertir el prometedor proceso revolucionario, lo cual se produjo el 16 de junio cuando se llevó a cabo un golpe militar. Enterado de la asonada en el Palacio de la Moneda, Marmaduke realizó un emotivo llamamiento por radio a los trabajadores, al inal del cual se le apresó y fue deportado junto a Matte Hurtado a un campo de concentración en la isla de Pascua.

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Después un gobierno presidido por el traidor Dávila persiguió con saña a los dirigentes populares; reprimió con crueldad cualquier protesta; implantó el toque de queda en todo el país y para la ciudad de Santiago decretó la ley marcial; estableció la censura de prensa; abolió las libertades sindicales y políticas. Así el terror se apoderó de la nación.

El VII Congreso de la III Internacional

En América Latina, tras las amargas experiencias vividas en El Sal-vador, Cuba y Chile –a partir del rumbo político que había sido trazado por el sexto congreso de la KOMINTERN-, los comunistas latinoamericanos celebraron en octubre de 1934 su Segunda Confe-rencia. En ella, los participantes llegaron a la conclusión de que en nuestro sub-continente la revolución socialista se hallaba precedida e íntimamente vinculada a la lucha de liberación nacional. Por ello se acordó en lo adelante esforzarse por estructurar amplios frentes populares antimperialistas, destinados a combatir la opresión ex-tranjera y lograr reivindicaciones antifeudales y democráticas. No se trataba ya, por lo tanto, de lanzarse a la inmediata toma del poder político –fuese mediante la lucha armada o la vía electoral-, sino de respaldar a las respectivas burguesías nacionales en la consecución de esos hitos; sólo después de culminadas esas transformaciones de-mocrático-burguesas debería pensarse en un proceso de contenido socialista, que entonces la clase obrera si encabezaría. Como se sabe, estos preceptos luego fueron refrendados por el Séptimo Congreso de la Tercera Internacional, que se reunió en julio de 1935 en Moscú.

En Cuba, mientras tanto, Antonio Guiteras se dedicaba a constituir una organización revolucionaria, que nació en octubre de 1934 bajo el nombre de Joven Cuba. En su plataforma propugnaba: “al Esta-do socialista nos acercaremos por sucesivas etapas preparatorias”. A la vez el joven ex-Secretario de Gobernación mantenía sus con-cepciones insurreccionales, las cuales pensaba llevar a cabo sobre todo en las ciudades, vinculadas con el estallido de movimientos

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huelguísticos de masa. Sólo planeaba replegarse al campo en caso de un revés urbano.

Al producirse en marzo de 1935 una huelga general de carácter po-lítico –en la cual participaban diversas organizaciones, entre ellas el Partido Comunista y la Confederación General Obrera de Cuba-, Guiteras se esforzó por convertirla en una sublevación armada. Pero fracasada la huelga –que no llegó a durar ni ocho días- y frustrados sus intentos originales, Guiteras decidió marchar al extranjero. Allá se proponía organizar una expedición armada que luego conduciría hasta las costas de Oriente, donde tras el desembarco desataría la lucha guerrillera. Con el propósito de zarpar de Cuba para iniciar sus proyectos, Guiteras se dirigió al Morrillo –vieja Fortaleza aledaña a la ciudad de Matanzas- en unión de varios compañeros, entre los cuales estaba el venezolano Carlos Aponte, veterano de la gesta de Sandino. Pronto los revolucionarios se dieron cuenta que estaban ro-deados por la tropa de Batista. Para romper la emboscada, Guiteras y Aponte decidieron correr hasta una cerca vecina. Nunca llegaron. Juntos cayeron acribillados a balazos el 7 de mayo de 1935.

VII.4) Sandinismo y Tenentismo

Augusto César Sandino nació en 1895 y desde niño trabajó como obrero agrícola en las plantaciones de café de Nicaragua. Después marchó a México, donde se politizó al contacto con el proletariado en Veracruz. Al tener noticias de un movimiento de rebeldía cons-titucionalista contra un golpe de Estado conservador en su país, Sandino regresó a Nicaragua en Junio de 1926, para formar una vanguardia que lo respaldara en la lucha armada. Así, dentro del constitucionalismo nicaragüense surgieron dos tendencias: la de los liberales, que deseaban regresar al poder para enriquecerse, y la de los demócratas y revolucionarios, deseosos de transformar la sociedad. Esta última corriente, encabezada por Sandino la integra-ban minifundistas, campesinos expropiados durante la prolongada ocupación del país por Estados Unidos (1912-1925), trabajadores

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de las plantaciones de banano y de los aserríos del litoral caribeño así como obreros de las minas, que representaban el núcleo más coherente y concientizado del incipiente proletariado.

En diciembre 24 de 1926, al ver en peligro al gobierno conservador golpista, Estados Unidos de nuevo invadió Nicaragua para mediar entre los contendientes a in de restablecer su zozobrante proyecto de estabilización nacional en ese país. Pero el intruso enemigo no pudo desarmar a las fuerzas de Sandino, quien denunció el pacto irmado con los ocupantes por ambos rivales, al declarar:

“Los dirigentes políticos conservadores y liberales, son una bola de canallas, incapaces de poder dirigir a un pueblo pa-triota y valeroso. Hemos abandonado a esos directores y entre nosotros mismos, obreros y campesinos, hemos im-provisado a nuestros jefes” (128).

Luego añadió:

“El vinculo de la nacionalidad me da derecho a asumir la responsabilidad de mis actos en las cuestiones de Nicara-gua, y por ende, de la América Central y de todo el conti-nente de nuestra habla (...) mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos (...) mi ideal campea en un amplio horizonte de internacionalismo” (129).

Y concluyó:

“Somos noventa millones de hispanoamericanos y solo de-bemos pensar en nuestra uniicación y comprender que el imperialismo yanqui es el mas brutal enemigo que nos ame-naza y el único que está propuesto a terminar por medio de la conquista con nuestro honor racial y con la libertad de nuestros pueblos. Los tiranos no representan a las naciones y a la libertad no se le conquista con lores. Por eso es que, para formar un Frente Unido y contener el avance del con-

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quistador sobre nuestras patrias, debemos principiar por darnos a respetar en nuestra propia casa” (130).

Ejército Defensor de la Soberanía NacionalEl proceso sandinista de organización autónoma de las fuerzas po-pulares logró un gran triunfo al estructurarse el 2 de septiembre de 1927 el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua (EDSN). Poco más tarde en el país se constituyó el Partido de los Trabajadores, que junto al Laborista –al cual se ailiaba la pequeña burguesía- y otras agrupaciones más, uniicaron sus acciones con las del ejército de Sandino. Éste bienvenía a dichos aliados pues formaban parte según decía, “de las organizaciones que hacen opo-sición a la política intervencionista y a cuanto venga en detrimento de la soberanía nacional”.

En julio de 1929 Sandino llegó a México con el objetivo de mejorar el apoyo que el comité “Manos Fuera de Nicaragua” le brindaba. El retorno de Sandino a sus montañas de las Segovias en los inicios de 1930, se produjo cuando Nicaragua –y el mundo capitalista- sufrían la pavorosa crisis cíclica empezada meses antes en Wall Street. Esto ayudó a revitalizar los combates armados y a radicalizar la lucha, que además de antimperialista adquirió un carácter anti-oligárqui-co e incluso anti-burgués. Esa realidad se evidenció en el maniies-to que Sandino entonces publicó. En el decía: “Hasta el presente nuestro ejército reconoce el apoyo que los sinceros revolucionarios le han prestado a su ardua lucha; pero con la agudización de la lucha, con la creciente presión por parte de los banqueros yanquis, los vacilantes, los tímidos, por el carácter que toma la lucha, nos abandonan, porque sólo los obreros y campesinos irán hasta el in, sólo su fuerza organizada logrará el triunfo” (131).

De esa manera, hacia noviembre de 1930 los efectivos revoluciona-rios avanzaron sobre el departamento de León, vecino a Managua, lo que provocó el pánico del gobierno títere presidido por el general

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José María Moncada. Y durante 1931, sólo la región capitalina es-tuvo fuera de las acciones directas de los contingentes insurrectos. Por esa época el ejército rebelde ascendía a unos seis mil hombres, agrupados en ocho columnas, cada una bajo el mando de un gene-ral a cargo de un territorio preciso. Así las actividades bélicas de los revolucionarios aumentaron de forma constante. Por ejemplo, el 15 de abril destacamentos insurgentes combatieron –al mismo tiem-po- en San Lucas, Quizalaya, Santa Bárbara, Chaguitillo, La Puerta y en Los Leones. En julio tomaron la empresa norteamericana Brag-man Bluf Lumber Company en Puerto Cabezas y allí derribaron un avión de los invasores que los bombardeaba, mientras simultánea-mente batallaban en Jinotega. Después el EDSN ocupó la plaza de San Francisco del Carnicero, en las márgenes del lago Managua. Y el 31 de diciembre, todo un destacamento invasor pereció en combate, hecho que sacudió a la opinión pública estadounidense. Frente a esa derrota, el Secretario de Estado norteamericano se vio obligado a anunciar que las tropas intervencionistas serían retiradas luego de las elecciones presidenciales de 1932 en Nicaragua.

Antes de que llegara ese momento, la ofensiva insurgente por el norte, rumbo a la costa atlántica, puso en crisis la ocupación; fueron liquidadas las propiedades de algunas compañías norteamericanas, derogadas las odiadas leyes de medición que habían permitido el desalojo campesino, y devueltas las tierras usurpadas a los peque-ños propietarios o a los misquitos. Se actuaba de esa manera por consideraciones prácticas, pues en lo personal Sandino decía, “soy más bien partidario que la tierra sea del Estado” (132). Pero cons-ciente de la realidad política que su patria vivía, orientó un proceso de gradual reconstitución del campesinado minifundista, dedicado en su mayoría a los cultivos de subsistencia.

El creciente peligro de un triunfo revolucionario indujo a los ocu-pantes a desconocer al incapaz José María Moncada, respaldado hasta ese momento por ellos mismos, pues simbolizaba la traidora sumisión y la existencia –de hecho- de un protectorado. Dado el in-

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cesante avance de las fuerzas populares los norteamericanos prei-rieron romper por completo con sus circunstanciales aliados locales y entregar el verdadero gobierno a un oicial suyo –el comandante de la Marina Calvin B. Mattews-, quien debía preparar el surgi-miento de un régimen que al menos fuese susceptible de aparentar un estado de cosas idedigno. Pero inseguros de la posible evolu-ción política nicaragüense, Estados Unidos se dedicó a fortalecer la oligarquía hondureña con el propósito de que se lanzara al combate contra Sandino a través de la frontera, si resultaba necesario. Enton-ces éste lanzó su célebre advertencia:

“1. Si el gobierno hondureño envía sus ejércitos a combatirnos para provecho del yanqui, en las Segovias proclamaremos la Unión Cen-troamericana, regida la acción por obreros y campesinos de Centro-américa podremos defender (pedazo roto en el documento original) … americanos.

2. Tomaremos como campo de operaciones todo el territorio centroa-mericano, para combatir a los ejércitos yanquis y a los aliados de ellos en Centroamérica. También nosotros contaremos con todos los obre-ros y campesinos para combatir la política yanqui en Centroamérica.

3. Nuestro movimiento de Unión Centroamericana quedaría desli-gado de los elementos burgueses, quienes en todos los tiempos nos han querido obligar a que aceptemos las humillaciones del yanqui, por resultarle más favorable a sus intereses burgueses” (133).

El avance de las columnas rebeldes, que amenazaban la supervi-vencia misma del sistema impuesto por los estadounidenses y sus cómplices locales, permitió a Sandino emitir el 27 de agosto de 1932 la siguiente circular: “Nuestro Ejército se prepara a tomar las rien-das de nuestro poder nacional, para entonces proceder a la orga-nización de grandes cooperativas de obreros y campesinos nicara-güenses, quienes explotarán nuestras propias riquezas en provecho de la familia nicaragüense en general” (134).

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La inminente posibilidad de que en Nicaragua triunfase una revo-lución social, condujo a los ocupantes norteamericanos a organizar elecciones generales con iguras poco mancilladas. Después, en oc-tubre de 1932 se entregó la presidencia al viejo caudillo liberal Juan Bautista Sacasa, y el primero de enero de 1933 los Estados Unidos retiraron por el puerto de Corinto su último contingente militar en Nicaragua. Sin embargo, detrás quedaba –organizada por los ocu-pantes- la Guardia Nacional.

El nuevo gobierno de inmediato organizó una “misión de paz”, que invitó a Sandino a la capital, con el propósito de conversar acerca de sus cuatro condiciones mínimas para cesar la lucha: retiro de las tro-pas estadounidenses; nulidad de los empréstitos concertados con la banca norteamericana; revocación del Tratado Bryan-Chamorro; y rechazo a cualquier intromisión de Estados Unidos en los asuntos internos de Nicaragua.

La llegada del Héroe de las Segovias a Managua, el 2 de febrero de 1933, fue apoteósica. Un aeroplano apodado Tomochic lo había recogido en una pista de aterrizaje contigua a su campamento ge-neral y lo llevó hasta la capital. Allí las multitudes lo aclamaron desde el aeropuerto hasta la Casa Presidencial, donde pocas horas después se irmaba el convenio paciicador entre las tres partes: la insurgencia, y los partidos Liberal y Conservador. El texto estable-cía además el desarme total del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. Así, mientras Sandino emprendía el regreso a sus monta-ñas, por doquier empezaron a llegar las interminables columnas de hombres disciplinados, cubiertos de polvo, sin zapatos, sudorosos, con la bandera roja y negra al frente, que entregaban sus armas para cumplir el pacto acordado.

La Guardia Nacional heredó de la derrotada infantería de marina de los Estados Unidos, la tarea de imponer su control militar sobre la parte que pudiera de Nicaragua. Su primer Jefe Director fue el apuesto Anastasio Somoza García, escogido por el anciano emba-

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jador norteamericano Matthew Hanna a sugerencias de su joven y apasionada esposa, amiga íntima del novel general, cuyo nombra-miento recibió la aprobación del Departamento de Estado en Was-hington. Pero la ausencia de una fuerza aérea y el descontento que de inmediato brotó entre muchos de sus oiciales por el favoritismo en los ascensos, minaron la capacidad de este improvisado cuerpo armado para alcanzar los objetivos que le habían sido trazados. Por eso su alto mando apoyó los acuerdos de paz irmados con Sandino, e incluso éste fue abrazado en público por Somoza, quién pretendía obtener por medios espurios lo que no podía conquistar en los cam-pos de batalla contra los fogueados combatientes revolucionarios.

Desde su jefatura, el Director de la Guardia se dedicó a dar de baja en ella a todos sus enemigos, a la vez que incrementaba el número de sus efectivos y los colocaba en sitios de su interés. Esto con la in-tención de incrementar su poderío en Managua, y perseguir según sus designios a los desmovilizados del antiguo Ejército Defensor de la Soberanía de Nicaragua. Esos constantes atropellos y repre-siones indujeron a Sandino a denunciar ante el Presidente dicha situación, y a exigir su cese. Por eso, junto a sus más apreciados compañeros, marchó a la capital. Poco antes de partir declaró: “Yo de un momento a otro muero. No cumplieron los compromisos del arreglo de paz. Nos están asesinando a nuestros hermanos en todas partes. Voy a Managua: o arreglo la situación o muero, pero esto no es de quedarse con los brazos cruzados” (135).

Anastasio Somoza García, en una reunión con el Estado Mayor de la Guardia Nacional, el 21 de febrero de 1934 expresó: “Vengo de la Embajada americana donde acabo de sostener una conversación con el embajador…; quien me ha asegurado que el Gobierno de Washing-ton respalda y recomienda la eliminación de Augusto Cesar Sandino, por considerarlo un perturbador de la paz en el país” (136).

Ese mismo día, después de haberse entrevistado con el Presidente de la República, Sandino y sus cuatro acompañantes fueron dete-

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nidos al llegar a la garita del Campo de Marte, al frente del pala-cio presidencial. Ahí se les despojó de sus armas y se les condujo al patio de la cárcel del Hormiguero. Después el ex-jefe insurrec-to y sus principales colaboradores fueron llevados en un camión a las afueras de Managua, hasta un sitio llamado La Calavera. En él, frente a una zanja excavada con anterioridad y a la luz de los focos del vehículo, fueron ametrallados. Luego, cientos de sus hombres en las colonias agrícolas de río Coco fueron también masacrados. Empezaba el somocismo.

Desarrollo industrial y movimiento obrero en Brasil

En Brasil, la industria nacional había experimentado un gran im-pulso a consecuencia de la Primera Guerra Mundial; en esos cuatro años surgieron casi seis mil nuevas entidades fabriles, tanto como las fundadas desde la caída del Imperio. La producción industrial entonces llegó a dos mil quinientos millones de dólares anuales. Di-cho proceso fue sobre todo notable en lo relacionado con los textiles y la alimentación, pues entre ambos acaparaban tres cuartas partes de las fábricas del país. Éstas se concentraban en Sao Paulo, segui-do de la Capital y Río Grande do Sul, donde en total había unos trescientos mil obreros industriales. En dichas urbes, las pésimas condiciones de vida de los asalariados y el ejemplo de la triunfante Revolución en Rusia, impulsaban a los proletarios hacia amplios movimientos huelguísticos. En Sao Paulo, por ejemplo, en 1917 tuvo lugar un paro de cincuenta mil personas, que sólo terminó debido a las promesas de aumentos de sueldos, reglamentación del trabajo femenino e infantil, reducción de la jornada laboral, y liberación de los manifestantes presos. Ese éxito animó a los anarcosindicalistas de izquierda, a desarrollar una acción armada que derrumbase al Estado burgués. Para ello, en noviembre de 1918 constituyeron en Río de Janeiro un Comité Revolucionario que dirigiese la insurrec-ción. Aunque los principales organizadores fueron arrestados antes del inicio de la rebelión, ésta de todos modos se llevó a cabo; los tra-bajadores asaltaron depósitos de armas y cuarteles de policía, tras

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lo cual levantaron barricadas en el distrito obrero de San Cristóbal. A la vez los asalariados en Niteroi, Petrópolis y en la propia capi-tal paralizaron sus labores en solidaridad. Pero la insurrección fue aplastada, los sindicatos prohibidos, y sus dirigentes encarcelados. Entre ellos descollaban Astrojildo Pereira, Agripino Zagare, Alvaro Palmeira. A pesar de este revés, en junio de 1919 nuevas huelgas es-tallaron en Niteroi, Porto Alegre, Recife, Sao Paulo y Santos. Al año, en algunas de estas ciudades y en especial en Bahía, los ferroviarios realizaron otros paros obreros.

A principios de la década del veinte, la crisis de la República Velha (vieja) o del “café con leche” no se debía únicamente a la intranquili-dad de los proletarios; los representantes de la burguesía nacional y de la pequeña burguesía también manifestaban su descontento por las arbitrariedades y corrupción existentes en el viejo régimen. Igual que treinta años atrás, nadie defendía tan bien los intereses de ambos grupos sociales como la oicialidad progresista nucleada en el Club Militar. El cierre de esa institución y el arresto de su dirigencia, mo-tivó que un grupo de jóvenes oiciales –predominaban los tenientes- se rebelara en julio 5 de 1922 y ocupara el fuerte de Copacabana así como la Escuela Militar de Realengo, mientras algunas unidades en Río de Janeiro y sus arrabales e incluso en Minas Geraes los secunda-ban. Pero el movimiento “tenentista” fue sangrientamente derrota-do. Entre los sobrevivientes se encontraban Antonio Siqueira Cam-pos, Eduardo Gómez y Joaquím Távora. Este último y su hermano Juárez encabezaron otra insurrección –esta vez en Sao Paulo- el día que se conmemoraba el segundo aniversario de la gesta precedente. A la semana los rebeldes emitieron un “Maniiesto Revolucionario” que exigía un gobierno provisional, convocatoria a una Constitu-yente, elecciones mediante el voto secreto, cese de las reelecciones presidenciales. La ciudad estuvo en manos de los seis mil alzados tres semanas, sin que los políticamente moderados jefes insurrec-tos aceptaran en sus ilas a los obreros deseosos de luchar contra la república oligárquica. Es una cuestión entre militares, decían. Así,

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cuando un ejército cinco veces más grande y con tanques los empe-zó a rodear, la tropa tenentista tuvo que retirarse al Paraná, donde pudo empezar una guerra de posiciones gracias al refuerzo de los destacamentos provenientes de Río Grande do Sul a las órdenes del capitán Luiz Carlos Prestes. Al cabo de siete meses este joven –junto al teniente Joao Alberto Lins- propuso cambiar de táctica y realizar una campaña móvil, con el propósito de sublevar a los habitantes de los secos campos del nordeste o “sertao” dominado por las temidas bandas “cangaceiras” de los llamados “coroneles”, como era la de-nominación política de los grandes hacendados. Pero los tenentistas carecían de un programa de reivindicaciones sociales que atrajera a los campesinos; cuando más, a su paso quemaban los odiados libros de deudas y liberaban a los presos políticos. La legendaria e invicta Columna Prestes recorrió por encima de veintiséis mil kilómetros en trece Estados brasileños, sin lograr adeptos a su vacío “Maniiesto Revolucionario”. Hasta que en febrero de 1927 los supervivientes decidieron refugiarse en Bolivia. Hacia allí se encaminó el ya diri-gente comunista Astrojildo Pereira –anarco-bolchevique, le llama-ban-, quien deseaba politizar a los heroicos “columnistas”. Pero sólo Prestes abrazó el marxismo-leninismo, lo cual provocó en mayo de 1930 la ruptura entre él y sus antiguos camaradas de armas.

La crisis iniciada en 1929 redujo la demanda mundial de café en un treinta por ciento, lo cual incrementó el desempleo y la miseria, pues incluso quienes mantenían un trabajo veían su salario caer a la mitad. Esta explosiva situación social repercutía muchísimo en la campaña electoral que tenía lugar con vistas a los comicios presi-denciales de 1930; en ellas se enfrentaban el continuismo oicialista y la opositora Alianza Liberal que postulaba a Getulio Vargas, go-bernador de Río Grande do Sul. El programa de éste se basaba en reglamentaciones laborales, voto secreto, sufragio femenino, reor-ganización del poder judicial, amnistía para los tenentistas, protec-cionismo arancelario, capitalismo de Estado.

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Toma del poder por Getulio Vargas

Al fraude electoral oicialista siguió el entendimiento de Vargas y los más decididos “aliancistas” con el “tenentismo” –encabezado por Juárez Távora, Joao Alberto Lins y Siqueira Campos-, que el 3 de octubre de 1930 protagonizaron una poderosa sublevación en Río Grande do Sul. Ésta se extendió con rapidez a través de los de-más Estados del país, hasta que al mes exacto Getulio Vargas ocupó el poder en la capital. Las fuerzas armadas no fueron depuradas, pero se reorganizaron al reincorporarse a los antiguos tenentistas a sus ilas ahora con elevados “grados revolucionarios”. Después a los gobiernos estaduales se les retiraron sus privilegios –constitu-ción, inanzas y fuerzas armadas propias-, se clausuró el Congre-so federal, se dictó una amplia amnistía, se desarmaron las bandas “cangaceiras”, se enjuició a los políticos corruptos conocidos como “carcomidos”, se otorgaron poderes de excepción a Vargas y se en-viaron delegados personales suyos como “interventores” o nuevos gobernadores centralistas a las viejas demarcaciones estaduales. La mayoría de éstos eran tenentistas, que en la cima de su gloria crea-ron el “Club 3 de Octubre” con iliales regionales llamadas Legio-nes Revolucionarias, denominación que relejaba su simultánea y contradictoria atracción por las “Legiones Fascistas” de Mussolini y por la Revolución de Octubre. Las nuevas organizaciones se convir-tieron en verdadero azote para la oligarquía –en particular para la de Sao Paulo, cuyo interventor era Joao Alberto-, al exigir mejoras en el nivel de vida popular, fortalecimiento de la industria nacional, planes económicos quinquenales para la República, perduración de las nuevas autoridades revolucionarias. Inclusive en algunas legio-nes se comenzó a hablar de reformas sociales, rebaja de alquileres urbanos, y repartos agrarios que en el caso de Sao Paulo empezaron a llevarse a cabo.

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VII.5) Capitalismo de Estado y Populismo: Vargas, Cárdenas, Perón.

En Brasil, la burguesía agro-exportadora lanzó una contraofensiva política al pedir elecciones generales inmediatas y el establecimien-to de un orden constitucional. Luego fuerzas oligárquicas realiza-ron un ataque contra la sede de la Legión Revolucionaria de Sao Paulo, y de ahí se pasó a la insurrección militar. La guerra civil en Sao Paulo duró tres meses, y por sus características se asemejó a los combates de trincheras con artillería pesada y tanques o aviación de la Primera Guerra Mundial. Pero a ines de septiembre de 1932, exhaustos, los rebeldes se rindieron incondicionalmente.

Getulio Vargas se atemorizó ante las perspectivas revolucionarias que muchos tenentistas imprimían al régimen, y por eso buscó un entendimiento con los derrotados: convocó a un Congreso Consti-tuyente; dispuso que el Banco de Brasil adquiriese la deuda esta-dual paulista; abandonó la política restrictiva a las exportaciones de café, dictada dos años antes; creó el Departamento Nacional para los asuntos del café, el Instituto del Azúcar y Alcohol, así como otros destinados al cacao, hierba mate, caucho. Todos orientados a comprar en moneda nacional, íntegramente, las cosechas de la bur-guesía agro-exportadora, lo que a la vez aseguraba a los jornaleros agrícolas ciertos niveles de vida, pues no marchaban al desempleo. Por su parte, dichas instancias estatales captaban las divisas proce-dentes de las exportaciones, y con ellas impulsaban la industrializa-ción del país cuya economía creció entre 1930 y 1937 al espectacular ritmo de 11,2 por ciento anual.

En la Asamblea Constituyente se evidenció cuanta fuerza política habían perdido los “tenentistas”, pues sus integrantes estaban di-vididos en tres corrientes; una derecha “capitulacionista” dirigida por Juracy Magalhaes, un centro acaudillado por Juárez Távora, una izquierda encabezada por Miguel Costa. Esto permitió que la nueva Constitución promulgada en julio de 1934 fuese un compro-

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miso entre la burguesía agro-exportadora, la nacional y la pequeña burguesía. En ella se mantuvieron los principios abstractos de una democracia burguesa; se dio de lado a los prometidos cambios es-tructurales; se reconocieron derechos a los trabajadores como las ocho horas laborales y el descanso semanal obligatorio, más las va-caciones anuales y los retiros; se otorgó el voto a las mujeres aunque se excluyó del mismo a los analfabetos; se proclamó la progresiva nacionalización de las ramas claves de la economía, y se introdujo un sector corporativo que representaría la quinta parte de los esca-ños congresionales, a ser designados por los sindicatos, los colegios de profesionales y las asociaciones patronales. Después el Congreso eligió a Vargas presidente constitucional sin derecho a reelección.

Los sectores de izquierda en el Brasil conformaron en marzo de 1935 la Alianza Nacional Libertadora, cuyo programa básico giraba alre-dedor de tres puntos: nacionalización inmediata de las empresas extranjeras, congelamiento de la deuda externa, reforma agraria. El presidente de honor de esta fuerza política, Luiz Carlos Prestes –ya destacado militante comunista-, en el décimo-tercer aniversario de los sucesos de Copacabana llamó a establecer una sociedad nueva al grito de “gobierno popular nacional-revolucionario”. En represa-lia a la inesperada convocatoria, la asustada burguesía ilegalizó las actividades de esa fuerza política. Entonces la facción de izquierda de ese amplio frente optó por la lucha armada para derribar a Var-gas. Pero la insurrección fue un completo fracaso al haber hecho suyos los métodos golpistas del tenentismo, y por el insuiciente desarrollo de sus relaciones con las mal coordinadas organizacio-nes populares. Tras esta frustrada revuelta, la corriente derechista que encabezaba la Acción Integralista creada por Plinio Salgado, primó entre todas las tendencias políticas legales, y se lanzó a ga-nar los siguientes comicios presidenciales. Vargas, temeroso por su proyecto de modernización y estabilidad, clausuró el primero de noviembre de 1937 el Congreso, prohibió los partidos políticos y anunció el surgimiento de un régimen nuevo. Entonces, el primero

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de mayo de 1938 se sublevó la Acción Integralista, que también fue derrotada.

El “Estado Novo”

El “Estado Novo”, regido por una constitución corporativa, for-talecía mediante sus proyecciones nacionalistas a la burguesía in-dustrial; este grupo social necesitaba que se impusiera un sistema autoritario y centralista, pues aún no tenía fuerzas suicientes para alcanzar la hegemonía en el país por métodos democráticos. Dicho régimen permitió a Vargas eliminar las autoridades estaduales; li-quidar las aduanas internas; organizar un Consejo Económico y So-cial que velase por el desarrollo estable del país; erigir un poderoso capitalismo de Estado –los famosos “entes”- con empresas naciona-lizadas al capital extranjero, y otras de nueva creación en sectores como el acero, la energía, los transportes, yacimientos minerales, cuyas exigencias en inversiones y tecnología eran de una magnitud que ningún empresario privado nacional podía satisfacer. En poco tiempo –hacia 1940-, debido al éxito económico de esta política, los bienes de capital representaban ya el treinta y ocho por ciento de la producción fabril brasileña, y las ilas del proletariado industrial comprendían a seiscientas mil personas.

Con el propósito de alcanzar algún control sobre las actividades de las masas obreras y mantener un orden social, Vargas dispuso que por cada categoría salarial o profesional hubiese una sola asocia-ción, la cual se aglutinaría después con otras similares en federa-ciones de una rama, que a la postre se vinculaban a nivel nacional. Cada organización de trabajadores tenía su contraparte patronal, y todas se subordinaban al Ministerio de Trabajo y sus órganos de justicia laboral.

La participación del Brasil en la Segunda Guerra Mundial –con tro-pas al mando del general Gaspar Eurico Dutra- integradas al ejérci-to de los Estados Unidos, lexibilizó la vida política del país, que vio

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surgir dos grandes corrientes. Una, reaccionaria y controlada por la Unión Democrática Nacional, que representaba a la vieja oligarquía agro-exportadora. Otra, heterogénea y progresista, encabezada por la burguesía nacional y con participación comunista. Éstos la conce-bían como un frente antifascista con Vargas en la presidencia, pues éste había legalizado ese partido, establecido relaciones diplomáti-cas con la Unión Soviética, liberado a los presos políticos, permitido el regreso de los exiliados, prometido elecciones generales. La con-vergencia progresista se acentuó al emitir Vargas en junio de 1945 el decreto número 7666 con un contenido antimonopolista; esta me-dida acercó aún más a los comunistas con el Partido Trabalhista Brasileiro, que tenía base obrera y una plataforma sindicalista en defensa del sector estatal de la economía. Y ambos se relacionaron, por su apoyo al referido decreto, con el Partido Social Democrático –“varguista” igual que el anterior-, el cual aglutinaba a la burgue-sía nacional. Después, el sindicalismo alcanzó verdadera pujanza al estructurarse el Movimiento de Uniicación de los Trabajadores, conocido popularmente como “queremismo” –derivado de la frase “Queremos a Getulio”- que agrupaba a comunistas y trabalhistas orgánicamente. Eso aterrorizó a los altos mandos militares pro-nor-teamericanos que habían regresado de la guerra en Europa, quienes temieron una maniobra nueva de Vargas. Entonces dichos altos oi-ciales se pusieron de acuerdo con la oligarquía exportadora y los incipientes sectores emergentes del monopolismo industrializador brasileño, quienes obtuvieron el respaldo de la Embajada de Esta-dos Unidos y el 29 de octubre de 1945 derrocaron a Vargas, para que no convocara a una Asamblea Constituyente con apoyo popular.

Golpe de Estado conservador del general Dutra

El nuevo presidente del Brasil –el general Dutra- ilegalizó al Partido Comunista, desató una represión anti-obrera, ofreció a Río de Janei-ro para la irma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca –de carácter militar-, y abrió las puertas del país a las inversiones del capital extranjero, dentro de las cuales preponderaron las de

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Estados Unidos con el cincuenta y cuatro por ciento del total. Un lustro de gobierno antidemocrático fue suiciente para galvanizar de nuevo a la opinión pública detrás de Vargas, quien ocupó la pre-sidencia el 31 de enero de 1951 con el respaldo de dos tercios de todos los votos. Entonces, en 1952 se decretó que los inversionistas extranjeros sólo podrían extraer del país el diez por ciento de sus ganancias; se constituyó el Banco Nacional de Desarrollo Econó-mico; se creó el monopolio estatal de petróleo, encargado de im-portar, extraer y reinar el llamado oro negro. En 1953 se impulsó la producción de acero. En 1954 Vargas propuso el Plan Salte, que signiicaba sustanciales aumentos de salarios y contemplaba una Reforma Agraria; se elaboró el proyecto de Electrobras, que otorga-ba al Estado el monopolio de la energía, se instituyó una política de cambios monetarios múltiples, tendiente a diicultar la importación de bienes de consumo, y a facilitar la compra en el extranjero de me-dios de producción. Pero el gobierno de Vargas provocó el descon-tento de los círculos monopolistas del país, porque obstaculizaba sus vínculos con las trasnacionales. A esto se unió que en junio de 1954, Estados Unidos redujo en sus tres cuartas partes la cuota bra-sileña de exportación de café, lo que lanzó a la burguesía agro-ex-portadora contra la política nacionalista, a la cual acusaba de todos sus males. En ese contexto Vargas no supo que hacer. Escribió un vibrante documento político en el que denunciaba a quienes habían imposibilitado el avance de sus proyectos, y después, el propio 24 de agosto de 1954, se suicidó.

“Maximato” e insurrección “Cristera” en México

En México, durante la presidencia del general Plutarco Elías Calles (1924-28) el sector agrario de la burguesía nacional ocupó el gobier-no; las exportaciones agropecuarias lorecían y dichos propietarios rurales reclamaban el poder político sin enojosos compromisos con la clase obrera o el campesinado. Aunque al principio de este cua-trienio se mantuvo la Reforma Agraria, en su puesta en práctica se introdujeron cambios; al llevar a cabo los decretos concernientes a

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la propiedad de la tierra, se pasó al criterio de favorecer su adquisi-ción privada y el usufructo individual. Por esto se dispuso fraccio-nar los ejidos en parcelas, y se orientó repartir las tierras irrigadas por aguas de presas sólo entre campesinos medios. Incluso en 1927 se llegó a negar explícitamente el derecho de los peones o jornaleros –o de quien residiera como trabajador en una hacienda-, a recibir parcelas; se perseguía el propósito de multiplicar la pequeña y me-diana burguesías rurales. Esto facilitó el surgimiento del llamado Movimiento Cristero –por su grito de “Viva Cristo Rey-, auspicia-do por la Iglesia Católica, que se oponía a la legislación anticlerical de la Constitución de 1917; entonces, muchos campesinos sin tierra que habían luchado por la revolución se volvieron contra ella, al im-pedirles los nuevos decretos ser beneiciados por el reparto de tie-rras. La lucha “cristera” fue sobre todo importante en Jalisco, Gua-najuato y Michoacán, hasta que inalmente fue derrotada en 1929.En los nuevos comicios presidenciales volvió a triunfar Álvaro Obregón, quién al mes fue asesinado por un fanático “cristero”, lo cual permitió a Calles autoproclamarse “Jefe Máximo de la Re-volución”. Por eso, a la década de su indiscutida hegemonía en el país se le conoció como “maximato”, durante la cual se sucedieron presidentes y distintas autoridades sin más poder real que el otor-gado por el propio Calles. Durante dichos años, y con los nuevos lineamientos, se entregaron cuatro millones cuatrocientas ochenta y ocho mil hectáreas, cuyos nuevos propietarios empleaban fuerza de trabajo asalariada. Y para respaldar el desarrollo de estos dueños, el gobierno constituyó el Banco Nacional de Crédito Agrícola, cu-yas actividades las garantizaba el recién surgido Banco Central de México. También a lo largo de ese período se constituyó el Partido Nacional Revolucionario, que aglutinaba a los elementos más im-portantes emergidos con la revolución, y en gran parte organizado por el jóven general Lázaro Cárdenas bajo las órdenes de Calles.

La gran depresión iniciada en 1929 golpeó con rudeza la economía mexicana, pues al cabo de un año el producto interno bruto había

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descendido un doce y medio por ciento. En 1932 el valor total de las exportaciones apenas representaba la mitad del alcanzado hacia treinta y seis meses, y las compras al extranjero llegaron a un nivel inferior al existente a comienzos del siglo. Crecía entonces con in-sospechada rapidez el descontento en el campo; aunque las hacien-das privadas superiores a las diez mil hectáreas ocupaban más de la mitad de la supericie nacional, en 1932 se proclamó concluida la Reforma Agraria en nueve Estados de la federación. Semejante política liquidó cualquier vestigio de alianza entre el campesinado y la gobernante burguesía rural, en progresivo entendimiento con los restos de la oligarquía agraria porirista. Por su parte, el pro-letariado mexicano comenzaba a mostrar inusitada independencia política a pesar de la proscripción del Partido Comunista; surgió, animada por la izquierda, una Confederación General de Obreros y Campesinos que optaba por el incremento de la lucha de clases.

La presidencia de Lázaro Cárdenas

En 1934 la candidatura presidencial de Lázaro Cárdenas triun-fó, auspiciada por los sectores industriales de la burguesía nacio-nal y la pequeña burguesía urbana, que impulsaban una política de entendimiento con el proletariado. De inmediato se liberó a los comunistas encarcelados, se legalizó su periódico, se aumentó la participación de la clase obrera al 30.5 por ciento de la renta nacio-nal, se reuniicó a los asalariados en la lamante Central de Trabaja-dores Mexicanos. Esta organización practicaba formas muy sutiles de colaboración de clases, cuyos mecanismos evidenciaban cuán obsoletos se habían tornado los procedimientos de sus disueltas predecesoras; el inteligente principio paternalista de otorgar hoy a los obreros las mejoras que éstos podrían arrebatar mañana, junto con la norma de no ceder ante medidas de fuerza proletaria, for-jaron una sólida yunta que diicultaba la emancipación ideológica de los trabajadores. El campesinado, en contraste, si fue el objetivo del desvelo gubernamental, pues solamente en caso de ampliar el consumo rural –mediante una profundización de la Reforma Agra-

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ria- se podría restablecer la paz social en los campos. Esto, al mismo tiempo, ampliaría el mercado interno para la burguesía industrial. A tal efecto, en el propio año 1934 se dictó un Código Agrario que retomaba los lineamientos de estructuración comunal para los eji-dos; tenía el propósito de convertirlos en unidades económicas in-fraccionables, como cooperativas modernas con acceso a regadíos, y entregaba parcelas a jornaleros o peones. A los dos años, de nuevo, la Reforma Agraria se radicalizó, al permitirse expropiar las hacien-das dedicadas a cultivos comerciales, aunque se debían mantener como entidades colectivas indivisibles. El conjunto de esas medidas permitió que más de dieciocho millones de hectáreas fueran entre-gadas al campesinado en el sexenio de Cárdenas, de las cuales casi la mitad pasaron al sector ejidal. Y para fortalecerlo, se constituyó el Banco Nacional de Crédito Ejidal –separado del Agrícola-, que otorgaba a los cooperativistas ayuda técnica y monetaria. Luego se organizó la Confederación Nacional Campesina, que agrupaba a la casi totalidad de los beneiciados por las nuevas disposiciones. Así la vieja oligarquía porirista, derrotada política y militarmente entre 1910 y 1917, vio liquidado su poderío rural.

El resultado de la audaz política de alianzas propugnada por la bur-guesía nacional se relejó en las transformaciones experimentadas en 1938 por el Partido Nacional Revolucionario, que devino Partido de la Revolución Mexicana; en el mismo se estructuraron de ma-nera corporativa cuatro sectores: obreros, campesinos, militares y burgueses, todos bajo el liderazgo de los industriales. El conjunto de esas medidas logró que ya en 1935 el producto interno bruto recuperase los niveles existentes seis años atrás. Al mismo tiempo y con el objetivo de evitar la competencia de las mercancías foráneas a las producciones locales, el gobierno –sin nacionalizar el comercio exterior- pasó a controlar las importaciones. Además, el capitalis-mo de Estado experimentó en esos años un considerable desarrollo al adquirir la República importantes ferrocarriles propiedad de ex-tranjeros. A la vez las inversiones estatales se multiplicaron, pues las de Nacional Financiera llegaron a representar el cuarenta por

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ciento de todos los capitales nuevos situados anualmente en el país. Y el sector estatal se fortaleció aún más al expropiarse en 1938 el petróleo, hasta entonces monopolizado por diecisiete compañías de Inglaterra y Estados Unidos. En contraste con el boicot comercial y diplomático decretado contra México por esas potencias, el gobier-no de Cárdenas brindó gran apoyo –el mayor después del soviéti-co- a la República española. También México y la URSS fueron los únicos países del mundo en protestar por la anexión de Austria a manos del imperialismo hitleriano, así como por la invasión a Etio-pía que las tropas de Mussolini realizaron.

El régimen militar argentino

En Argentina, luego de la esplendorosa victoria soviética en Sta-lingrado –a principios de 1943- se percibió el in del prolongado y terrible conlicto bélico, con lo cual se vislumbraron las probabilida-des de que volviera a ocurrir en el país otra crisis de la producción industrial –ya desarrollada para sustituir importaciones-. La situa-ción de la burguesía nacional en esta oportunidad era distinta de la existente durante la Primera Guerra Mundial, cuando el “radicalis-mo” detentara el gobierno; ahora la tendencia “personalista” que la representara había casi desaparecido tras la muerte de Irigoyen, por lo cual dicho grupo social se encontraba políticamente acéfalo.

Un grupo de oiciales nacionalistas aglutinados en una logia militar coordinada por el coronel Juan Domingo Perón, realizó un golpe de Estado el 4 de junio de 1943. De inmediato los nuevos gober-nantes disolvieron el Congreso, clausuraron periódicos, intervinie-ron universidades, prohibieron partidos políticos, y detuvieron a dirigentes sindicales pues deseaban golpear a todos los enemigos de los empresarios manufactureros, fuesen aquéllos liberales o so-cialistas. Al mismo tiempo, con el propósito de atraerse a quienes recientemente se hubieran incorporado al proletariado así como a los pequeños y medianos propietarios, se congelaron los precios de los alquileres urbanos y rurales, lo que ampliaba la capacidad ad-

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quisitiva en el mercado interno de los menos favorecidos. Después se establecieron aranceles proteccionistas y se instituyó el Banco In-dustrial para inanciar el crecimiento fabril. Todas esas disposicio-nes resultaban cruciales en un país en el que las ilas obreras supe-raban el millón de personas –cifra ligeramente mayor a la de peones o jornaleros agrícolas-, cuya población urbana representaba el 65 por ciento del total, y en el cual lo manufacturado sobrepasaba ya el valor de lo agropecuario en el Producto Interno Bruto.

Estados Unidos acusó al gobierno argentino de haber animado a sus colegas bolivianos –dirigidos por el mayor Gualberto Villarroel, tildado de pro-nazi- a ocupar mediante una asonada militar en di-ciembre de 1943 el poder en esa república del Altiplano. Y temeroso de que en esta región sudamericana se ampliaran las simpatías ha-cia Alemania, al mes hizo llegar al Río de la Plata una amenazante lota bajo el mando del contralmirante Howard B. Ingram. En Buenos Aires el desagradable incidente provocó alteraciones en la correlación de fuerzas entre las facciones gobernantes, por lo cual el titubeante Arturo Rawson tuvo que entregar la presidencia al tam-bién general Pedro P. Ramírez. Éste la detentó el tiempo suiciente para romper relaciones diplomáticas a ines de enero con el Tercer Reich, tras lo cual cedió el cargo a su colega Edelmiro J. Farell, quien realizó un profundo reordenamiento ministerial. Dicho militar esta-ba bien apuntalado por Perón, quien ascendió a la vicepresidencia de la República a la vez que simultáneamente ocupaba los ministerios de la Guerra, Asuntos Económicos así como el de Trabajo y Previsión Social. Desde éstos, el audaz coronel se lanzó a captar las simpatías populares con tres consignas básicas: soberanía política, indepen-dencia económica y justicia social. Así, en breve, Perón se convirtió en el hombre más aclamado; por donde pasaba subían los salarios, se dictaban mejoras para los trabajadores y se fortalecían los nuevos sindicatos, que empezaban a autodeinirse como “peronistas”.

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El gobierno militar declaró la guerra contra Alemania el 27 de mar-zo de 1945 e incautó de inmediato los quinientos cuarenta millones de dólares invertidos por esta nación europea en Argentina, y con dichas propiedades estructuró la poderosa Dirección Nacional de In-dustrias Estatales. Esto fortaleció a Perón, cuyas multiplicadas giras y aiebrados discursos populistas irritaban crecientemente al resto del gabinete gubernamental, que buscó una intrascendente excusa para deshacerse de su engorroso compañero y enviarlo preso el 9 de octubre a la isla de Martín García. Pero entonces sucedió lo impre-visible; las calles de las ciudades y sobre todo de Buenos Aires, co-menzaron a ser ocupadas por desorganizadas turbas que exigían la excarcelación de su caudillo. Esas multitudes integradas por aquellos a quienes se caliicaba como “descamisados”, estaban animadas por los nuevos sindicalistas del “peronismo”, con frecuencia puestos en recíproca vinculación por una atractiva y muy carismática mujer lla-mada Eva Duarte, en amoríos con el recién detenido y viudo coronel.

El 17 de octubre de 1945, Perón, expulsado de las fuerzas armadas, fue puesto en libertad. Mientras, los organizadores de la inmensa y efectiva movilización popular instituían un novedoso Partido Laborista, deseoso de aglutinar a “obreros, empleados, campesi-nos, profesionales, pequeños comerciantes e industriales” con un programa de diez puntos que tendía a incrementar el capitalismo de Estado, fortalecer la burguesía industrial, proteger a los peque-ños propietarios, beneiciar al proletariado, liquidar la oligarquía agro-exportadora. Después, esta incipiente organización política propuso a Perón que fuese su candidato a los comicios presidencia-les del 24 de febrero de 1946.

Triunfo electoral de Juan Domingo Perón

Luego de su aplastante victoria electoral sobre la Unión Democrá-tica –que aglutinaba a casi todos los demás partidos políticos, in-cluido el Comunista-, el ex-coronel fue reintegrado al ejército y as-cendido a general, tras lo cual orientó la disolución del “laborismo”

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para estructurar con sus integrantes y junto a otras fuerzas –mili-tantes socialistas, adeptos a la FORJA (137), algunos escindidos del movimiento comunista- su propio Partido Único de la Revolución Nacional. Pero en poco tiempo lo moderó, al transformarlo en “Jus-ticialista” y eliminar de sus postulados la reforma agraria, salvo en lo concerniente al millón de hectáreas que se entregó a los cincuenta mil arrendatarios o chacreros que aún pagaban rentas en dinero a los terratenientes del Litoral. Sin embargo, al iniciarse la llamada “Guerra Fría” entre la URSS y Estados Unidos, el osado presidente inventó la llamada “Tercera Posición”; pretendía alejarse de las pro-yecciones hegemónicas de los Estados Unidos, que metamorfosea-ban la Unión Panamericana en la neocolonial Organización de Es-tados Americanos, e imponían el militarista Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. En éste, Perón logró al menos incluir –sin mencionar- a las Islas Malvinas, debido al meridiano que se acordó para establecer el límite de las aguas bajo soberanía Argentina. Ade-más pretendía eliminar las inversiones foráneas en esta República, que entonces ascendían a más de 2 600 millones de dólares, de los cuales casi un 54 por ciento pertenecían a Inglaterra. Más tarde se nacionalizó el Banco Central así como las compañías extranjeras de ferrocarriles, teléfono, gas, electricidad, elevadores de granos, puer-tos, transportes urbanos, seguros y reaseguros. También se impulsó la marina mercante nacional, se constituyeron las Aerolíneas Ar-gentinas, y se creó el Instituto Argentino de Promoción e Intercam-bio encargado de orientar el comercio exterior mediante el control de divisas, pues a los agropecuarios no se las entregaban en tanto a los industriales se las suministraban baratas.

La Declaración de Independencia Económica dada a conocer el 9 de julio de 1947 en Tucumán, entre otras cosas decía: “proclama-mos frente al mundo la legitimidad de la Resolución tomada por el pueblo y los gobiernos de las provincias y territorios argentinos, de quebrar los lazos dominadores del capitalismo implantado en el país, y de recuperar sus derechos y autonomías propios, así como sus recursos económicos nacionales” (138). Ella fue seguida por

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la emisión de otro texto aún más trascendente, la Constitución de 1949, algunos de cuyos acápites planteaban conceptos referentes a la función social de la propiedad, el capital y la actividad econó-mica; asimismo varios de sus capítulos hablaban de la obligatoria propiedad estatal en los servicios públicos, las fuentes de energía y los yacimientos minerales.

Mientras la economía se reordenaba acorde a esos preceptos nacio-nalistas, los problemas sociales se abordaban según los lineamientos trazados por la muy sensible e inmensamente popular Eva Duarte de Perón, aclamada por casi todos sencillamente como Evita.

En Argentina inalizó el Primer Plan de Desarrollo Económico gu-bernamental durante el año 1951, cuando culminó el proceso de sustitución de importaciones al producir las industrias del país to-dos los bienes de consumo necesitados. Pero este gigantesco logro pronto se convirtió en una enorme diicultad, pues la demanda sol-vente se había saturado con los productos autóctonos, y resultaba imposible ampliarla con mayores salarios ya que los trabajadores percibían el 60 por ciento del producto bruto nacional. Se tenía que transitar, por lo tanto, a la exportación de dichas manufacturas crio-llas o hacia el desarrollo de la industria pesada. Y dado que vender en el extranjero era más difícil que impulsar el sector I de la econo-mía, Perón decidió esto último, pues además soñaba con alcanzar una completa autonomía económica. Tampoco se podían incentivar las exportaciones agropecuarias, ya que debido a su política exterior independiente, Argentina había sido excluida por Estados Unidos de las compras del Plan Marshall, cuyos productos alimenticios sa-turaban el mercado internacional. Esto se vinculó con una merma de la productividad en dicho sector, pues la burguesía latifundista descontenta con los precios de venta al IAPI, no se esforzó por man-tener el rendimiento de sus tierras. De esa manera cosechas menores recibían en el exterior precios más bajos, lo cual frustró la posibili-dad de inanciar con recursos propios la industria pesada argentina.

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Muerte de Evita y decadencia gubernamental

Con el propósito de brindar a la burguesía industrial un mercado más amplio, el gobierno de Perón lanzó una política latinoameri-canista tendente a unir la economía de Argentina con la de los paí-ses vecinos. Pero esos intentos fracasaron debido a la oposición de Estados Unidos. El régimen se vio entonces en una situación muy difícil, pues carecía de divisas, faltaba el petróleo, decaía el comer-cio exterior, no había créditos internacionales, se incrementaba la corrupción, lorecía el peculado. Temeroso de perder popularidad tras el fallecimiento en 1952 de la idolatrada Evita, cuyos apasionados discursos anti-oligárquicos provocaran el delirio de las masas, el reelecto Perón se apoyó cre-cientemente en la pequeña y mediana burguesías, así como en sec-tores del proletariado. Por eso el gobierno trató de impedir que los incipientes monopolios argentinos –que en 1954 ya controlaban el 20 por ciento de la producción industrial- arruinaran a sus débiles contrincantes o se empeñaran en compensar la caída de sus ganan-cias mediante una mayor intensidad en la explotación de la fuerza de trabajo asalariada. Con ese objetivo se impusieron controles de precios y salarios, a la vez que se buscaron nuevas posibilidades al comercio exterior argentino en los países socialistas. Así, a inales de 1953 se irmó con la Unión Soviética un importante convenio mercantil y de pagos, ventajoso para ambas partes. Después ese enorme país otorgó a la Argentina un crédito para adquirir equipos con los cuales perforar o explotar nuevos yacimientos petrolíferos. El ascenso de dichas relaciones fue tan rápido, que ya en 1955 el 9 por ciento del comercio internacional argentino se realizaba con empresas soviéticas.

Pero en lo interno Perón se negaba a tomar medidas profundas que alterasen de manera sustancial la correlación de fuerzas entre las dis-tintas clases y sectores sociales en pugna. En esa diicilísima encru-cijada, el angustiado presidente decidió mejorar sus relaciones con

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Estados Unidos. Por ello inició conversaciones con la California Oil mientras emitía para las inversiones extranjeras otro tipo de regla-mentación, a partir de la cual las empresas foráneas podrían repatriar hasta el 8 por ciento de sus utilidades anuales. Esta nueva política no satisizo a nadie; la oligarquía agro-exportadora liberal así como los emergentes monopolios argentinos aglutinados en la derecha justi-cialista consideraron insuicientes esas medidas, en tanto los obreros así como la pequeña y mediana burguesías no sólo las consideraron excesivas sino que pidieron al régimen su radicalización.

Perdido el equilibrio socio-político de la sociedad, Perón sólo atinó a desatar una violenta campaña anticlerical con la ilusión de frenar una mayor polarización entre las tendencias en conlicto. Con tal objetivo en 1955 abolió las exenciones tributarias a las propiedades eclesiásticas, estableció el divorcio, reimpuso la enseñanza laica en las escuelas públicas, anunció la separación de la Iglesia y el Estado. En revancha, los sectores más reaccionarios de las fuerzas armadas dispusieron que la Aeronaval bombardeara al mediodía del 16 de junio la Casa Rosada, residencia presidencial. A pesar del elevado número de víctimas que dicho ataque provocó, no hubo una deci-siva respuesta gubernamental, lo cual envalentonó a la oposición y desorientó a los peronistas. De éstos, los más decididos retoma-ron entonces la denominación que Evita les diera como “descami-sados”, y dispuestos a hacer algo, se lanzaron a una inútil quema de iglesias y clubes aristocráticos. Por su parte la Confederación General de Trabajadores, muy inluida por la contigua y victoriosa Revolución Boliviana –que había armado a los proletarios organi-zados en batallones- sugirió el 8 de agosto que se formaran milicias obreras para defender al “justicialismo”.

Entre la perspectiva de movilizar a las masas, o doblegarse ante la oligarquía y el imperialismo, Perón no escogió. Eludió la disyun-tiva. Era nacionalista pero no deseaba que se realizara un proceso revolucionario, lo cual sería la consecuencia lógica de armar a los humildes y desposeídos. Y esa era la única vía existente para vencer

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los ulteriores levantamientos militares, que sabía la reacción prepa-raba en alianza con los Estados Unidos. Por ello optó por el exilio, en espera de un posible retorno al poder.

En Argentina –como en México y Brasil- el proceso de sustitución de bienes de consumo importados por otros producidos nacional-mente, culminó a principios de la década del cincuenta. Entonces los logros de la burguesía nacional empezaron a trocarse en dii-cultades, pues la demanda solvente estaba saturada en el mercado interno. A su vez, la caída de los precios mundiales de las exporta-ciones latinoamericanas provocó en el sub-continente –en sólo seis años a partir de 1951- un déicit de treinta y cinco mil millones de dólares a favor de Estados Unidos. Esto frustró la posibilidad de de-sarrollar la industria pesada con los exclusivos recursos inancieros internos de cualquier país de la región.

A partir de entonces la competencia entre los capitalistas de cada república se incrementó. Numerosos pequeños y medianos produc-tores quebraron, y se aceleró el proceso que centralizaba las rique-zas y concentraba la producción. Con el objetivo de retrasar la rui-na de los más débiles fabricantes, algunos regímenes nacionalistas promovieron tratados de unión económica con los Estados vecinos. Pensaban retardar las consecuencias de las inexorables leyes econó-micas, al ampliar las fronteras a sus producciones. Brasil, por ejem-plo, irmó un acuerdo con Perú. Argentina varios, que abarcaron a Chile, Paraguay, Bolivia y Uruguay. México, en contraste, se esforzó por aprovechar las consecuencias de la reforma agraria que había incorporado a nuevos sectores sociales al consumo, aunque mira-ba con interés las posibilidades de vincularse con Centroamérica. Sin embargo los gobiernos que respondían a la burguesía nacional pronto descubrieron, que ir más allá del territorio propio resulta-ba una tarea muy difícil; los capitales latinoamericanos no podían competir con los consorcios imperialistas, que hacia tiempo domi-naban la mayoría de los mercados del sub-continente.

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Los cambios estructurales en la producción condicionaron la cre-ciente importancia de las grandes empresas, que a su vez empeza-ron a obtener superganancias, lo cual enfatizó la concentración del capital. Al mismo tiempo, los proyectos de ampliar las industrias requirieron tales magnitudes de inversión, que con frecuencia ni los más poderosos burgueses alcanzaban a tener semejante cantidad de dinero; resultaba imprescindible centralizar mayores capitales aún. La necesidad de atraer recursos ajenos hizo que se fundaran com-pañías anónimas, y que se recurriera al sistema crediticio dominado por unos cuantos bancos. Además de la venta de acciones, el ca-rácter sistemático y permanente de los vínculos con determinadas irmas bancarias, proporcionó sensibles ventajas a los grandes in-dustriales y les garantizó amplio inanciamiento a largo plazo. Los bancos, a cambio, enviaron sus representantes a los órganos de di-rección de las entidades industriales con las cuales se relacionaban. La fusión del capital bancario con el industrial provocó que unas pocas compañías empezaran a controlar gran parte de las inversio-nes en las principales ramas, con lo cual comenzó a eliminarse la libre competencia. En los países latinoamericanos de mayor avance capitalista se inició así el surgimiento de los monopolios criollos, debido a la pujanza de los más poderosos integrantes de la antigua burguesía nacional, que desaparecía al transformarse aquellos en monopolistas. Pero en América Latina, a diferencia de lo sucedido en las naciones imperialistas, el crecimiento de la industria se había producido de manera preponderante en el Sector II, dedicado a los bienes de consumo. Los empeños por hacer brotar fábricas de me-dios de producción sólo habían alcanzado relativo éxito; los proble-mas de tecnología y inanciamiento representaban valladares casi insuperables, pues la industria pesada exigía enormes inversiones –la parte de las materias primas, así como el papel de las instalacio-nes y equipos de alto precio, era muy importante-, con una rotación de capital muy lenta.

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A in de continuar su proceso de crecimiento, los monopolios crio-llos anhelaban asociarse con las trasnacionales y obtener de esa manera inanciamiento, medios de producción con tecnología mo-derna, y posibilidades de vender en otros mercados; los nacionales resultaban ya demasiado constreñidos. Los monopolios criollos re-tiraron entonces su respaldo a los gobiernos nacionalistas burgue-ses, que periclitaron.

Así, en México, el Partido de la Revolución Mexicana se metamor-foseó en el moderado Partido Revolucionario Institucional, que de 1952 en adelante comenzó a favorecer la tendencia monopolista. En Brasil, tras el suicidio de Vargas, el sustituto en la presidencia abrió el país a los capitales extranjeros. En Argentina, Perón aceptó en 1955 su deposición, y desde lejos observó como el nuevo gobierno se convertía en miembro preterido del Fondo Monetario Internacio-nal, se adhería a los Convenios de Bretton Woods y comenzaba a liberalizar la economía.

VII.6) Frustrados Procesos Democrático-burgueses

En América Latina, la nueva estrategia acordada en la Segunda Conferencia de los Comunistas del sub-continente –avalada por el Séptimo Congreso de la Tercera Internacional-, tuvo importantes consecuencias. Así, en Cuba, dos prestigiosos intelectuales miem-bros de dicha militancia –Carlos Rafael Rodríguez y Juan Marine-llo- integraron como ministros sin cartera el gabinete de Batista.

En Chile, también la mencionada y novedosa orientación de los marxistas-leninistas propició el surgimiento, en 1937, de un Frente Popular. Estaba integrado por el Partido Comunista, el Socialista –recién fundado por Marmaduke Grove-, y el renovado Radical. Dicha alianza se proponía acudir a los comicios presidenciales del año siguiente con la candidatura de un prestigioso militante del “radicalismo”: Pedro Aguirre Cerdá. Éste ganó las elecciones con algo más de la mitad de los votos y formó su gabinete con des-

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tacada iguras, como el joven socialista Salvador Allende Gossens, nombrado ministro de Salud Pública. Durante su gobierno se mul-tiplicó la asistencia social; se impulsó la industrialización del país; se desarrolló el Capitalismo de Estado mediante la Corporación de Fomento (CORFO), que se impuso en rubros como el petróleo, la metalurgia y la electricidad. A la vez, en el campo se eliminaron las formas semi-feudales de explotación, se generalizaron los sistemas de riego, se fomentaron nuevos cultivos como el de la remolacha, se introdujeron tractores. Pero inesperadamente el 25 de noviembre de 1941 el presidente Aguirre Cerdá falleció. Entonces el Frente Po-pular estructurado alrededor de su igura se deshizo, lo cual facilitó que en los siguientes comicios presidenciales triunfara un aspirante moderado, que disfrutaba del respaldo de los latifundistas.

Bloque de la Victoria y guerra civil en Costa Rica

Los escasos progresos alcanzados durante la efímera existencia de los gobiernos de coalición en Cuba y Chile, permiten comprender que en ningún país latinoamericano la inluencia comunista enton-ces fue mayor que en Costa Rica. En efecto, en esta pequeña repú-blica centroamericana, durante la gran crisis cíclica del capitalismo iniciada en 1929, el gobierno duplicó el impuesto pagado por las exportaciones de banano, para el disgusto de la UFCO. También se permitió entonces –junio de 1931- la organización del Partido Comunista, que representaba los intereses de los proletarios en las bananeras y en las incipientes industrias.

En 1933 un prestigioso ex-presidente, Ricardo Jiménez, retornó a la primera magistratura y se dispuso a combatir los restos de la Gran Depresión. Para ello profundizó el capitalismo de Estado al crear el Banco Internacional y el Instituto de Defensa del Café. En-tre las funciones de éstos se encontraba la de comercializar el café costarricense en el exterior. Dichas entidades adquirieron mucha importancia con motivo de la irma de un convenio de intercambio con Alemania, basado en giros y acuerdos de compensación que se

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cuantiicaban mediante los Auskimark (139). Pronto el lujo mer-cantil en ambos sentidos se multiplicó; los alemanes compraban el ochenta por ciento de la cosecha del cacao y el cuarenta por ciento de la del café. A cambio Costa Rica recibía medios de producción que la burguesía nacional compraba, gracias a lo cual se fortale-ció considerablemente y comenzó a buscar las vías para expresar sus intereses en la política. En contraste, los comunistas ya tenían dos diputados en el Congreso y dirigían exitosas huelgas contra la UFCO. Este monopolio, además, recibió entonces la negativa de Jiménez de otorgarle tierras en el litoral del Pacíico; dicho consor-cio las reclamaba con el pretexto de que los suelos de sus predios caribeños estaban agotados.

En el nuevo cuatrienio presidencial el mandatario electo mantuvo la orientación de su predecesor hasta 1938, cuando los prolegóme-nos de la Segunda Guerra Mundial hicieron cesar los notables nexos comerciales con el Tercer Reich Alemán. A partir de ese momento el gobierno costarricense alteró su política; se permitió a la UFCO ex-tenderse a las costas del Pacíico, se reprimió al movimiento obrero, y se introdujo el fraude en las urnas en perjuicio del partido de los proletarios. Con el propósito de parar esta ofensiva conservadora, la dirigencia de esa organización revolucionaria adelantó un programa electoral mínimo y de alianza con las fuerzas democráticas. Era un relejo de la mencionada Segunda Conferencia Comunista, que había tenido lugar en Montevideo durante el mes de octubre de 1934.

Ricardo Jiménez, otra vez candidato a la presidencia por el Partido Republicano Nacional, aceptó en principio la proposición de los comunistas. Pero recibió tantas críticas de sus conmilites y del propio primer magistrado, que abandonó sus empeños y se retiró de la campaña, lo cual fue un triunfo para la reacción. Rafael Cal-derón Guardia, que dirigía la tendencia socialcristiana auspiciada por la burguesía nacional en el seno del PRN, resultó el vence-dor en los comicios de 1940. Durante los dos primeros años de su mandato este hábil político derogó las leyes anticlericales de 1884

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y 1894; declaró la guerra a las potencias fascistas; congeló alqui-leres y arrendamientos; practicó el intervencionismo estatal en la economía por medio de la regulación de algunos precios; impul-só obras públicas; modernizó el sistema iscal impositivo; creó la Universidad de Costa Rica; organizó el Crédito Rural destinado a los pequeños y medianos propietarios; prometió habitaciones para las masas citadinas; estructuró la Seguridad Social, que daba garantía a los trabajadores contra los riesgos vinculados con las enfermedades, la maternidad o la invalidez y la vejez, así como frente al desempleo involuntario. Estas medidas fueron suicien-tes para que todos los grupos conservadores, dentro o fuera del PRN, se opusieran a su gestión y llegaran incluso a planear ex-pulsarlo de inmediato del poder. En esas circunstancias el Parti-do Comunista adoptó la audaz decisión de brindarle a Calderón su apoyo, si se comprometía a profundizar las reformas sociales mediante un relevante programa transformador que fuese de-mocrático, aunque burgués. El Presidente de la República aceptó pero a la vez buscó el respaldo activo de la Iglesia Católica, que se lo brindó por medio de su primera igura en el país. Después se produjo un encuentro entre las tres partes. Entonces el Partido Comunista acordó metamorfosearse, para adquirir características programáticas que no resaltaran las diferencias ilosóico-ideoló-gicas entre cristianos y marxistas-leninistas. Surgió así Vanguar-dia Popular en junio de 1943, abierta a militantes católicos y comu-nistas. De esa manera se pudo aprobar una reforma constitucional que plasmaba los principios de garantías sociales, control estatal sobre la economía, derecho de todos al trabajo, cooperativas, sala-rios mínimos, sindicalización generalizada. También se aprobó la llamada Ley de Parásitos, que autorizaba al Estado –mediante una indemnización a los antiguos dueños- a ocupar las tierras incul-tas para luego distribuirlas. Todo culminó en la conformación del Bloque de la Victoria, en el cual se aliaron el PRN y el VP. Pero no todos veían con simpatías esta nueva fuerza electoral. Dentro del propio Partido Republicano hubo quienes rechazaron esa política,

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y se escindieron para fundar al Partido Democrático bajo los viejos postulados liberales.

En las elecciones de 1944 Teodoro Picado –ex ministro de Educa-ción de Jiménez- ganó la presidencia por amplio margen. Desde la primera magistratura el nuevo mandatario estableció la Tesorería Nacional, una Junta Central sobre el comercio, impuestos sobre la Renta, Juntas Rurales de Crédito con el propósito de beneiciar a la pequeña burguesía. También auspició el desarrollo de las coopera-tivas agrícolas e industriales, dirigidas a incorporar a campesinos y artesanos respectivamente. Asimismo se construyeron viviendas baratas para los obreros y se repartieron algunas tierras a los cam-pesinos pobres.

Durante el cuatrenio de Picado en Costa Rica había tres fuerzas opo-sitoras fundamentales: el conservador Partido Unión Nacional, el Partido Demócrata, y el Partido Socialdemócrata. Éste había surgi-do en 1945 gracias al respaldo de grupos pertenecientes a la peque-ña y mediana burguesía, dirigidos por José Figueres quien deseaba derrocar al régimen “caldero-comunista”. Estas organizaciones an-tigubernamentales se aliaron en el Movimiento de Compactación Nacional, con la esperanza de vencer al Bloque de la Victoria en los comicios parciales de 1946. Pero aunque la votación favorable a éste mermó, aún arrasó en las urnas. Entonces Figueres y otros más pensaron en la lucha armada para ocupar el poder.

El Bloque de la Victoria anunció en febrero de 1947 que Rafael Cal-derón Guardia sería de nuevo su candidato presidencial en las elec-ciones del año siguiente, con una plataforma centrada en la pro-mesa de realizar una reforma agraria. En su contra la oposición legal unida apoyó al candidato del PUN, mientras paralelamente se producía un incremento de la violencia terrorista, cuya cúspide se alcanzó durante el lock-out o huelga patronal iniciada el 19 de ju-lio. El presidente Picado entonces se atemorizó, y para congraciarse con sus opositores creó un Tribunal Electoral en parte controlado

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por Compactación, y colocó bajo aquél a la policía nacional. De esa forma cesó el 3 de agosto el ilegal paro promovido por los grandes propietarios, tras colocar al gobierno a la defensiva.

Los comicios generales se celebraron el 8 de febrero de 1948. Esa misma noche el Tribunal Electoral proclamó vencedor al candidato opositor. Y al día siguiente un gigantesco incendio devoró buena porción de los documentos acumulados en la sede de la judicatu-ra. Calderón clamó que había fraude y estableció un recurso ante el referido Tribunal Electoral, que fue incapaz de tomar decisión alguna y transirió el problema al Congreso Nacional. Al mismo tiempo más de veinte mil ciudadanos estremecían las calles de San José al grito de !Queremos votar! Los manifestantes airmaban que se les habían negado cédulas, y por ello no habían podido ejercer sus derechos electorales. El Congreso de Costa Rica anuló el pri-mero de marzo las elecciones presidenciales pero ratiicó las de los diputados al poder legislativo, que daban mayoría al Bloque de la Victoria. Díez días más tarde los conservadores se sublevaron en las montañas del sur. ¡Era la oportunidad que esperaba Figueres, quien llamó a fundar una Segunda República!

Ante la rebelión conservadora las tradicionales fuerzas armadas costarricenses cayeron en el inmovilismo, en tanto el Ejército de Li-beración Nacional organizado por Figueres con restos de la Legión del Caribe, ocupaba Puerto Limón el 11 de abril. Entonces Vanguar-dia Popular llamó al pueblo a defender el gobierno, consciente de que la supervivencia de las reformas sociales alcanzadas, peligra-ban en caso de triunfar la oposición. Los primeros en responder fueron los trabajadores, quienes dirigidos por los comunistas en las bananeras estructuraron un batallón, mientras en la capital crea-ban milicias populares. Por su parte el presidente Picado solicitó al tirano Somoza que lo respaldara, lo cual éste hizo al ocupar con su ejército parte del territorio costarricense. La renuncia de Picado a la presidencia dejó solos a los comunistas en la defensa de San José, rodeada por las fuerzas de Figueres. Pero tanto él como aqué-

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llos, comprendían que el peligro mayor para el país provenía de Somoza y de un posible triunfo de los conservadores en rebeldía. Por eso ambas fuerzas acordaron irmar un Pacto. Éste acordaba que los elementos populares entregarían las armas y respaldarían al ELN en su enfrentamiento a los enemigos comunes a cambio de que Figueres se comprometiera a respetar todos los derechos de los trabajadores y a profundizar el proceso de reformas. Terminaba así una guerra civil que había costado al país dos mil vidas en cuarenta días de duración.

Una Junta de Gobierno presidida por Figueres se instituyó en Costa Rica, la cual logró la retirada de las tropas de Somoza y la rendición del bando conservador; disolvió las fuerzas armadas tradicionales; otorgó el derecho al voto a las mujeres; negoció con la UFCO para elevarle los impuestos a sus ganancias a cambio de no realizar la reforma agraria; nacionalizó la banca y prohibió al Partido Van-guardia Popular. Empezaba la Segunda República.

Década democrática en Guatemala

Guatemala, al iniciarse la crisis de 1929 se caracterizaba por una economía agraria en la cual trabajaba el 80 por ciento de su pobla-ción, cuyo origen era maya y vivía en los campos. Nueve décimas partes de ese porcentaje aglutinaba a quienes hablaban diferentes dialectos, tales como: quiché (35,5%); mam (17,6%); cakchiquel (16,8%); kecchí (13,2%); canjobal (4,1%); pocomchi (3,7%) además de otros grupos de magnitud más pequeña, entre los cuales sobre-salían Achíes, Ixiles, Chujes y algunos aún menores, pues sólo uno de cada diez habitantes de las zonas rurales podía ser considerado mestizo o ladino.

En la República la propiedad territorial estaba muy desigualmente distribuida, pues la mitad del campesinado no poseía tierras, y el 76 por ciento de los que algo tenían, ocupaba nada más que el 10 por ciento del suelo cultivable. Mientras, el 2,2 por ciento de los propie-

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tarios controlaba el 70 por ciento de la supericie del país. ¡Y ninguno de ellos alcanzaba la importancia de la United Fruit Company, que por sí sola acaparaba el 15 por ciento de los fértiles campos guatemal-tecos, y ni siquiera la mitad de éstos se encontraba en producción!

La relativa normalidad del país empezó a desaparecer a partir del inicio de la referida debacle cíclica de la economía, cuando los in-gresos del país se desplomaron hasta el 40 por ciento de sus niveles tradicionales. Para enfrentar la creciente desesperación de los hu-mildes y explotados, la oligarquía y la United Fruit Co. auspiciaron en febrero de 1931 la toma del gobierno por el severo general Jorge Ubico, quien de inmediato impuso un extraordinario terror e hizo asesinar a la mayoría de los comunistas. También el régimen au-torizó a los grandes dueños para que dieran muerte a quienes sin permiso se encontraran dentro de sus propiedades, con el objetivo de evitar que los campesinos sembraran cultivos de subsistencia en las tierras cafetaleras temporalmente en desuso.

En contraste, a la UFCO, que realizaba con sus bananos la cuar-ta parte del total de las exportaciones, se le permitió extender sus plantaciones a la zona del Pacíico pues aducía el agotamiento de sus tierras ubicadas hacia la Costa Atlántica.

El deterioro generalizado de todos los aspectos de la vida en esta sociedad indujo a elementos de avanzada de la pequeña burguesía a conspirar, hasta que fueron descubiertos en 1940. Esto alarmó en grado superlativo a Ubico, quien dispuso el fusilamiento del presti-gioso profesor universitario Carlos Marín y del renombrado coronel Pedro Montenegro, los más descollantes opositores apresados, cuya insólita ejecución creó un abismo entre el gobierno y la ciudadanía.

La aparición en 1942 de las primeras organizaciones estudiantiles relejó el ascenso de un nuevo núcleo impulsor de la rebeldía, pues a partir de la Juventud Médica y la de Derecho –dirigidas por Julio César Méndez Montenegro, José Fortuni, Manuel Galich y Alfonso

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Marroquín- se forjó luego la Asociación Estudiantil Universitaria, que desde ese momento encabezó al sector más efervescente de la lucha antigubernamental. Poco después los estertores del régimen comenzaron, al transformarse en Ciudad Guatemala un paro estu-diantil –en junio de 1944- en impresionante huelga general.

El primero de julio Ubico renunció al poder a favor de una Junta Mi-litar encabezada por el general Federico Ponce, quien llamó a elec-ciones en las cuáles deseaba fungir como candidato del Partido Libe-ral. En tanto, el recién creado Frente Popular Libertador –auspiciado por los estudiantes- respaldaba al exiliado profesor Juan José Aré-valo. Pero al constatarse el masivo apoyo brindado a su rival, Ponce retornó a los represivos métodos de su predecesor, en contra de lo cual el 16 de octubre estalló otra huelga general. Y a los cuatro días, una sublevación organizada por el honesto capitán Jacobo Árbenz y el oportunista mayor Francisco Javier Arana, puso deinitivamente in al régimen dictatorial. Después se creó una Junta Revolucionaria con ambos oiciales y el civil Jorge Toriello, que pasó a retiro a todos los generales y abolió dicho rango, tras lo cual celebró en noviembre elecciones a la presidencia y a una Asamblea Constituyente.

El 3 de marzo de 1945 fue aprobada la nueva Constitución, que otor-gaba el voto a todos los hombres y a las pocas mujeres alfabetizadas de Guatemala, y a la vez planteaba libertad de prensa, expresión y partidos políticos; endilgaba ingenuamente una función social a la propiedad privada; permitía las expropiaciones en beneicio públi-co; prohibía los latifundios. Pero el recién elegido presidente Arévalo nunca propuso al Congreso ley de reforma agraria alguna, ni reco-noció a la Confederación Nacional Campesina pues aducía que el problema de quienes la integraban era político-psicológico, y no vin-culado con la propiedad de la tierra. No obstante, su gobierno tuvo éxito en la consolidación de las llamadas “incas nacionales”, que en algunos casos representaba una variante agrícola del Capitalismo de Estado; estas plantaciones expropiadas a los alemanes durante la Se-gunda Guerra Mundial adquirían ese carácter, cuando en ellas se im-

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ponía la gestión gubernamental, pero su status era otro en los casos en que se arrendaran a particulares o incluso a cooperativistas.

En el aspecto latinoamericano, Arévalo auspicio el surgimiento de una fuerza militar para luchar contra los regímenes de Somoza y Trujillo, que se denominó Legión del Caribe.

Durante su sexenio presidencial, el gobierno empleó la tercera parte de sus gastos en la construcción de hospitales, viviendas y escuelas; aprobó un código de trabajo que incluía jornada de ocho horas, de-recho de huelga y sindicalización, descanso retribuido, vacaciones pagadas, indemnización por despido injustiicado, contratos obre-ro-patronales obligatorios, salario mínimo, igual paga por semejan-te trabajo. También para los asalariados urbanos se creó el Instituto de Seguro Social, y se permitió el surgimiento de la Central de Tra-bajadores de Guatemala, la cual sin embargo no disponía de mu-cho proletariado para organizar; el país sólo contaba con los 55 000 obreros ferroviarios de la Internacional Railways of Central Améri-ca, más los 15 000 de las plantaciones de la UFCO, y con los que la-boraban en los muelles de la Flota Blanca. Además de éstos, apenas podían contarse unos escasos miles de asalariados que devengaban sus jornales en unas pocas manufacturas de textiles, alimentos y cervezas. No obstante, existía un abundante artesanado susceptible de ser sindicalizado.

A pesar de sus declaraciones anticomunistas (140) Arévalo tuvo problemas con el imperialismo norteamericano, el cual se negaba a aceptar su Decreto 649 que implantaba el control nacional sobre las concesiones de petróleo otorgadas previamente a empresas extran-jeras. Así mismo tuvo roces con la UFCO debido a su respaldo a los obreros cuando un grave conlicto laboral estalló en las bananeras. Por eso el ya coronel Francisco Javier Arana, secretamente inancia-do por el referido monopolio frutero, se sublevó el 18 de julio de 1949. Pero fue derrotado y muerto.

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Arévalo hizo su mayor empeño en impulsar el fortalecimiento de una burguesía industrial, para la cual instituyó el Banco Nacional y un Instituto de Fomento a la Producción, que incentivaban el de-sarrollo de los negocios privados comprometidos con la diversiica-ción económica, mediante la utilización de recursos guatemaltecos. En dicho sentido estuvieron también orientados sus esfuerzos por lograr que la Electric Bond and Share y la IRCA disminuyeran las tarifas cobradas a los empresarios criollos, pues así ellos podrían abaratar sus costos de producción y venta.

En un caldeado ambiente político, Guatemala se preparó para ce-lebrar nuevos comicios presidenciales, caracterizados por el frac-cionamiento electoral. En efecto, al comenzar 1950 la CTG se había manifestado a favor de Jacobo Árbenz, candidato del recién funda-do Partido Acción Revolucionaria, en cuyo seno existían núcleos marxistas-leninistas. A su vez el Frente Popular Libertador estaba dividido en dos tendencias; la de izquierda, dirigida por el Secre-tario General de esa organización (Manuel Galich), y la moderada que respaldaba las aspiraciones de Víctor Giordani. Como ninguno de estos tres aspirantes representaba a la reacción, la oligarquía y el imperialismo recurrieron entonces a un émulo de Arana, el también aventurero y coronel Carlos Castillo Armas, quien se sublevó el 5 de noviembre de 1950. Pero fue derrotado, aunque salvó la vida. Luego la derecha sufrió otro golpe, pues Galich renunció a ser can-didato y urgió a sus simpatizantes a votar a favor de Arbenz, cuya campaña hacía énfasis en un desarrollo económico que beneiciara a las grandes mayorías. Así éste ganó con dos tercios de los votos.

Desde un principio el nuevo presidente dejó constancia de sus pro-yecciones revolucionarias: el 4 de abril de 1951 permitió la forma-ción del Partido Comunista, que pronto devino en Guatemalteco del Trabajo; rechazó la exigencia de la OEA de enviar tropas a la guerra de Corea; empezó a erigir la hidroeléctrica de Jurún-Marinalá, para romper el monopolio de la Electric Bond and Share; comenzó una carretera del Atlántico al Pacíico, con el propósito de quebrar el

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dominio de la IRCA sobre el transporte; inauguró los trabajos para habilitar la bahía de Santo Tomás, que desaiaría las instalaciones de la UFCO en Puerto Barrios. Pero sin lugar a dudas que la medida más importante fue la ley de reforma agraria del 17 de julio de 1952 (o Decreto 900), que disponía la expropiación –mediante el pago en bonos a largo plazo- de todas las tierras no cultivadas, así como las arrendadas por los terratenientes bajo principios no capitalistas. Todos dichos predios, así como los de propiedad estatal, se distri-buirían entre los campesinos sin tierra, quienes serían inanciados por un nuevo Banco Agrario Nacional. De esta manera, la transfor-mación de la propiedad rural se convirtió en el pilar de lo que en Guatemala se conocía como La Revolución de Octubre.Desde entonces se expropiaron a la UFCO decenas de miles de hec-táreas, se inauguró el puerto de Santo Tomás, se avanzó mucho en la construcción de la referida hidroeléctrica, y cuando se produje-ron en la Electric Bond and Share Company así como en la IRCA graves conlictos laborales, se dispuso la intervención o gestión gu-bernamental de ambos consorcios.

La réplica imperialista no se hizo esperar, y el 29 de marzo de 1953 tuvo lugar un levantamiento derechista en el cuartel de Sololá. Pero la precipitada acción fue derrotada.

Los acontecimientos de 1954 se iniciaron de manera dramática, pues en enero el gobierno de Guatemala presentó las irrebatibles pruebas de la conjura de la CIA en su contra. Se demostró que de acuer-do con el tirano Somoza y el presidente de turno en Honduras, el imperialismo entregaba a Carlos Castillo Armas medio millón de dólares mensuales en dinero, elementos bélicos y abastecimientos, con cuyos recursos organizaba el autotitulado Ejército de Libera-ción que debería destruir el proceso revolucionario.

Estados Unidos, por su parte, lograba que la X Conferencia Inte-ramericana emitiera una resolución anticomunista –con los votos

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adversos de Argentina y México- cuyo propósito era condenar a muerte al régimen de Árbenz. Su texto decía: “La dominación o control de las instituciones políticas de cualquier Estado americano por el movimiento comunista internacional, extendiendo a este he-misferio el sistema político de una potencia extra-continental, cons-tituiría una amenaza a la soberanía e independencia política de los Estados americanos, haciendo peligrar la paz en América y susci-taría un encuentro de consulta para considerar la adopción de una política apropiada en acuerdo con los convenios vigentes” (141).

El proyecto imperialista empezó a hacerse realidad el 18 de junio, al comenzar la invasión mercenaria. Una semana después los aviones suministrados por la CIA bombardearon la capital y otras ciudades. Entonces el presidente deseó armar al pueblo, pero gran parte de la oicialidad se opuso, y además exigió que los elementos más revo-lucionarios fuesen expulsados del gobierno.

Se pagaba así el trágico precio de no haber depurado –en su mo-mento- las fuerzas armadas, ni haber eliminado la opresión cultural sufrida por las tribus mayas. En esas aciagas circunstancias, el 29 de junio de 1954, Jacobo Árbenz no encontró más solución que renun-ciar a la presidencia y marchar al exilio. Después sobre Guatemala se desencadenó una desenfrenada represión.

Del “Bogotazo” a la guerra civil colombiana

En Colombia, la crisis cíclica mundial del capitalismo iniciada en 1929 paralizó la economía exportadora de café, lo cual originó pro-testas entre los obreros de las plantaciones y hasta algún levanta-miento campesino en zonas muy afectadas como Tolima y Cundi-namarca. En ese contexto, en 1930 se fundó el Partido Comunista, cuyo llamado a formar Soviets de obreros, soldados y campesinos se vio eclipsado por el rápido ascenso de la popularidad del caris-mático Jorge Eliécer Gaitán; este caudillo de la Unión de Izquier-da Revolucionaria desarrollaba entonces una apasionada defensa

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de los trabajadores bananeros. En ese mismo año el liberal Enrique Olaya Herrera ganó los comicios como candidato de una alianza denominada Concentración Nacional, respaldada por la burguesía industrial y la pequeña burguesía. Una vez en el poder, el nuevo presidente legalizó los sindicatos, impuso aranceles proteccionistas, estableció el control de cambio monetario, decretó el embargo de oro. Pero al mismo tiempo, para reanimar la economía, suscribió empréstitos con la banca extranjera a la vez que entregaba el petró-leo a consorcios foráneos. Sin embargo, el hecho más notable de su cuatrienio fue la guerra con el Perú por el control del amazónico puerto Leticia, que mediante el tratado de paz irmado en Río de Janeiro el 24 de mayo de 1934 quedó bajo soberanía colombiana. En ese ámbito de euforia nacional, en dicho año se produjo la arrolla-dora victoria electoral del liberal Pedro Alfonso López Pumarejo. Éste, con su lema de “La Revolución en Marcha” por amplio mar-gen derrotó a los candidatos de los partidos comunista –el indígena Eutiquio Timoté- y sobre todo del conservador.

Desde el ejecutivo, el nuevo presidente decretó una reforma tribu-taria que incluía un progresivo impuesto sobre la renta, lo cual le permitió al Estado prescindir del inanciamiento externo; se protegió la emergente industria nacional y se mejoraron los salarios, lo cual fa-voreció que durante un quinquenio la economía colombiana creciera al 11 por ciento anual. En 1936 se emitió una constitución nueva que fortaleció el poder ejecutivo; introdujo la participación estatal y el intrusismo gubernamental en la economía; separó la Iglesia del Esta-do; puso límites a la propiedad y decretó su hipotética función social; legalizó la Confederación de Trabajadores de Colombia y las huelgas; estableció la libertad de enseñanza y dispuso que la primaria fuese obligatoria y gratuita; impuso el sufragio universal. Pero tal vez la medida más trascendente de López Pumarejo haya sido su Decreto 200, mediante el cual atacaba el latifundio improductivo; dicho tex-to señalaba que las tierras no trabajadas durante diez años pasaran al Estado, y que las cultivadas en arriendo –monetario o en aparce-ría- por un lustro, fuesen entregadas a quienes las habían puesto en

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producción. Este conjunto de medidas provocó la exasperación de la derecha liberal, que entonces se alió con los conservadores –encabe-zados por Laureano Gómez-, quienes auspiciaron a partir de ese mo-mento movimientos terroristas como los llamados Acción Intrépida y “Los Leopardos”. En ese contexto, Gaitán disolvió su UNIR y se reintegró en el Partido Liberal, cuya izquierda amalgamó.

Para los comicios de 1938 la derecha liberal, con el apoyo de los conservadores, impuso al moderado Eduardo Santos –dueño del importante periódico “El Tiempo”-, quien derrotó al avanzado li-beral Darío Echandía, candidato del Frente Popular avalado por los comunistas. Durante su presidencia se creó el estatal Instituto de Fomento Industrial para promover la sustitución de importaciones; el déicit de dichas mercancías durante la Segunda Guerra Mundial permitió que la industria colombiana continuara durante esos años su rápido desarrollo, lo cual multiplicó las ilas del proletariado ur-bano. El apoyo de la clase obrera y de los comunistas permitió a López Pumarejo ser reelecto a la presidencia en 1942. De nuevo en el ejecutivo, éste legalizó la recién constituida Federación Campesi-na e Indígena que pronto se ailió a la CTC. Dicha autorización, que relejaba los deseos de López Pumarejo por revitalizar la casi difun-ta “Revolución en Marcha”, irritó a la derecha, que el 10 de julio de ese año promovió un golpe de Estado castrense; en dicha fecha un grupo de militares arrestó en la ciudad de Pasto al presidente. Pero su ministro Darío Echandía de inmediato lo sustituyó y promovió el repudio popular a la asonada del ejército, cuyos líderes entonces liberaron al apresado mandatario. De regreso al ejecutivo, López suspendió las sesiones del Congreso y dictó nuevos decretos a fa-vor de los obreros, como salarios mínimos, jornada laboral de ocho horas y contratos colectivos de trabajo. Sin embargo el repuesto presidente no estructuró el amplio apoyo o simpatías que recibía en una fuerza política susceptible de mantenerlo en el cargo; al interior de las distintas instancias de poder –e incluso en su propio gabinete ministerial-, fue siendo acorralado por sus opositores, hasta que sin

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saber que más hacer, el 19 de julio de 1945 renunció a la primera magistratura. Entonces dicho cargo fue ocupado por el moderado Alberto LLeras Camargo, ministro suyo. Éste de inmediato desple-gó una política de conciliación hacia la derecha, por lo cual inclu-yó en el gobierno a distintos miembros del partido conservador. Después se derogó buena parte de las medidas progresistas de su predecesor, sobre todo en lo concerniente a las mejoras para los asa-lariados. A su vez, éstos en noviembre de ese año fracasaron en sus empeños por derrocarlo mediante una huelga general.

En las elecciones programadas para 1946 el Partido Liberal se pre-sentó dividido; estaba de una parte el proestadounidense Gabriel Turbay, y de la otra Jorge Eliécer Gaitán, quien adelantó un avan-zado programa democrático –aunque burgués- que planteaba la reforma agraria, capitalismo de Estado y mejoras para los sectores urbanos humildes. Dicha escisión en deinitiva beneició al candi-dato del Partido Conservador, Mariano Ospina Pérez, gerente de la Federación Nacional de Cafeteros. Éste acometió la tarea de reluir el ascenso de las masas urbanas y rurales, lo cual se llevó a cabo me-diante el asesinato de quince mil personas en sólo dos años. La cima del proceso de terror se alcanzó en abril de 1948, cuando en Bogotá se celebraba la Conferencia Panamericana encargada de constituir la Organización de Estados Americanos (OEA), y los dirigentes es-tudiantiles de toda América Latina protestaban allí por dicho even-to. ¡Y en ese contexto, el 9 de abril, fue asesinado Gaitán!

El horrible crimen tuvo una espontánea y violentísima respues-ta popular, cuya máxima expresión se alcanzó en la capital de la república. El “bogotazo” entró en la historia, como símbolo de la furia ciega y desesperación de las masas no conducidas por una vanguardia política hacia la revolución. Durante las heroicas jorna-das de revuelta, el pueblo –a pesar de estar desorganizado- tomó el poder en la mayoría de los municipios y formó juntas locales de gobierno. Pero la desconcertada avalancha rebelde liberal carecía de una conducción decidida a transformar la estructura socioeco-

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nómica, que disfrutaban por igual los oligarcas de ambos partidos tradicionales. Los choques con frecuencia se convirtieron en fero-ces enfrentamientos por simples cuestiones de rótulos, sin poner en verdadero peligro la esencia de los intereses de los ricos y podero-sos explotadores. Con el propósito de recuperar las posiciones per-didas, la represión conservadora fue extraordinariamente brutal en amplios territorios, lo cual condujo al fortalecimiento y prolifera-ción de la autodefensa campesina surgida en 1946. Se formaron así los primeros comandos. Eran pequeños grupos de campesinos bajo el mando de un caudillo liberal de la región, que en algún grado controlaba. La lucha guerrillera se fue haciendo indiscriminada por todo el país; muchos se alzaban con los liberales porque era la úni-ca manera de sobrevivir a la violencia gubernamental, combatida con altas dosis de igual procedimiento. A partir de 1950 el gobierno acentuó la política de “sangre y fuego en tierra arrasada”, y al año los grandes propietarios de hatos ganaderos decidieron inanciar la creación de fuerzas contraguerrilleras. De esa forma la barbarie fue generalizada. Adquirió carácter devastador y se acentuó con la aparición de las llamadas “cuadrillas”, integradas por víctimas de ambos bandos que a su vez se dedicaban al robo y al saqueo.

El Partido Comunista, que había proclamado en su último Congre-so la política de “autodefensa de masas”, se esforzaba mucho por lograr que las guerrillas abandonaran su visión localista y sectaria de la lucha, con el propósito de forjarlas como una fuerza decisi-va. A tal efecto los destacamentos animados por dicha militancia colaboraron con eicacia en la realización de la Conferencia Nacio-nal de Guerrilleros, efectuada en Boyacá en septiembre de 1952. En ella dicho partido logró que se emitiera una plataforma destinada a vincular la lucha armada con la Reforma Agraria, y con la con-formación de gobiernos populares en las zonas controladas por las guerrillas. Pero estos acuerdos, en deinitiva, sólo fueron aplicados por los núcleos alzados más progresistas; los otros mantuvieron sus conocidos rasgos habituales.

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La violencia puso en crisis al tradicional sistema oligárquico en Co-lombia; las inauditas bestialidades gubernamentales provocaron grandes migraciones hacia las ciudades, cuyo crecimiento fue des-comunal y súbito, con todos los graves problemas sociales que de esto se desprende. También dicha corriente humana motivó la colo-nización espontánea de áreas como El Pato y Guayabero, en Meta; o Marquetalia, en Tolima.

El golpe de Estado militar del 13 de junio de 1953 revitalizó al sis-tema capitalista en Colombia, puesto al borde de la catástrofe por el salvajismo del gobierno conservador; la dictadura personal del general Gustavo Rojas Pinillas anunció el objetivo de poner térmi-no inal a la violencia, bajo el manto del apartidismo. Se salvaba al régimen social esgrimiendo propósitos que resultaban atractivos para las agobiadas masas, cuyas perspectivas eran nulas en la in-sensata lucha entre liberales y conservadores. Por eso mientras al-gunos grupos alzados degeneraban hacia el bandidismo, la hábil práctica paciista condujo a la desmovilización de casi cuatro mil guerrilleros en los Llanos, aunque al poco tiempo cientos de anti-guos alzados cayeran asesinados a manos de bandas paramilitares. Sólo el movimiento guerrillero animado por los comunistas, al sur de Tolima, continuó la lucha; en dicha área incluso ésta se hizo más aguda, porque contra los revolucionarios con frecuencia combatían claudicantes destacamentos liberales junto a las fuerzas del ejército.

En 1954 el incumplimiento de las promesas gubernamentales auspi-ció que muchos campesinos se organizaran en comités y sindicatos, sobre todo en la región de Villarrica. La relativa calma llegó a su in cuando un grupo de éstos, que realizaba una pacíica manifestación de protesta, fue masacrado el 12 de noviembre del propio año por soldados del Batallón Colombia –veterano de la guerra de Corea-. Cinco meses más tarde múltiples zonas del país eran declaradas “áreas de operaciones militares”. Ese deterioro de la situación po-lítica colombiana disminuyó el prestigio del general-dictador que, además, irritó a la oligarquía con su empeño de formar un nuevo

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partido burgués a in de romper el monopolio de los otros dos. El disgusto elitista se agudizó con la caída de los precios del café, lo cual paralizó la economía y acicateó las luchas reivindicativas de los sectores urbanos más expoliados. Entonces las cúpulas liberal y conservadora se entendieron y irmaron en 1956 el llamado “Pacto de Marzo”, que establecía un proyecto conjunto para derribar el go-bierno personalista. La huelga de mayo de 1957 dio al traste con el régimen, sustituido por una Junta Militar que pavimentó el camino para la estructuración del “Frente Nacional”. Mediante este dura-dero acuerdo entre ambos grupos de grandes explotadores, los dos partidos tradicionales decidieron alternarse en el ejercicio del poder y enfrentar la recuperación del movimiento guerrillero. Para alcan-zar ese objetivo el presidente liberal electo –Alberto Lleras Camar-go- en 1958 constituyó una Comisión Nacional de Rehabilitación, que logró una “paciicación temporal”. Dicha tregua, sin embargo –a diferencia de la que se había alcanzado cinco años atrás-, no con-llevó al desarme de las guerrillas, en receso.

La Revolución Boliviana

En Bolivia, la gran crisis cíclica mundial del capitalismo iniciada en 1929, afectó sobre todo a quienes vivían en las ciudades o estaban vinculados con las actividades mineras. En esos años de depresión, el precio de la libra de estaño exportado –principal venta del país al extranjero-, cayó a menos de la mitad de sus cotizaciones tradi-cionales. En ese contexto, el añejo problema de límites en la fron-tera boliviano-paraguaya fue acicateado por las ambiciones de las compañías petroleras extranjeras; la United States Standard Oil Co., asentada en Tarija y Santa Cruz, anhelaba exportar su crudo por las vías luviales que desembocan en el Atlántico. Pero el gobierno de Asunción, presionado por la angloholandesa Royal Dutch Shell –implantada en Paraguay-, se negó a permitir el paso a través de su territorio del petróleo extraído en el país vecino. Entonces en La Paz, el presidente Daniel Salamanca declaró la guerra a la contigua nación. A partir de ese momento, entre los aborígenes que trabaja-

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ban las minas del gélido altiplano, el ejército realizó grandes levas con el propósito de enviarlos a combatir en el tórrido e inhóspito Chaco. Allí las grandes operaciones bélicas comenzaron en 1932, aunque muy pronto se estancaron para dar lugar a una “guerra de posiciones”, donde la lucha por el agua potable se convirtió en la principal motivación para los soldados de ambos bandos. Las ba-tallas se desarrollaron durante tres años, con resultados cada vez más adversos para las tropas bolivianas, cuyo gobierno inalmente debió irmar un tratado de paz. En él se salvaba el petróleo de la Standard a cambio de reconocer la soberanía paraguaya sobre dos tercios del codiciado territorio. Sin embargo, Bolivia obtenía en el luvial Puerto Suárez una salida propia para sus exportaciones ha-cia el Atlántico. Terminó así la terrible Guerra del Chaco, al costo de cincuenta mil paraguayos y setenta mil bolivianos muertos.

Durante las cruentas hostilidades, el oligárquico gobierno que res-pondía a “La Rosca” –aristocrática agrupación de las tres principa-les familias propietarias del estaño-(142) había tenido que alterar su tradicional práctica de selección elitista, y reclutar a muchachos instruídos de extracción pequeñoburguesa para con urgencia for-marlos como oiciales. Éstos después engendraron fuertes senti-mientos nacionalistas que los indujo a inmiscuirse en la vida pú-blica, debido a lo cual se aglutinaron en logias militares. La más inluyente de ellas fue la “Mariscal Santa Cruz” encabezada por el jóven coronel Germán Busch, que decidió tomar el poder a raíz de una huelga general proclamada el 10 de mayo de 1936 por aso-ciaciones proletarias clandestinas; a la semana, los miembros de la referida logia colocaron en la presidencia al coronel David Toro –de la misma generación y procedencia-, y dieron por terminada la llamada República Liberal con su sistema de partidos aristocráti-cos. Entonces se limitaron algunos privilegios de la Standard, se constituyó el Partido Socialista de Gobierno –formado por milita-res y civiles-, y se decretaron insólitas medidas a favor de los obre-ros. Éstos aprovecharon dichas disposiciones, para estructurar en agosto de 1936 las primeras organizaciones proletarias legales, que

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pronto convocaron a un congreso en el cual se instituyó la Confede-ración Sindical de Trabajadores de Bolivia. También al medio año, Toro aprobó la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, tras lo cual el 13 de marzo de 1937 emitió la “Resolución Suprema”. Se-gún su contenido, se entregaba a la novedosa empresa estatal todas las propiedades del monopolio petrolero estadounidense, es decir treintiún pozos del oro negro, dos destilerías y siete millones de hectáreas. Pero el insuiciente desarrollo político del presidente, lo llevó a diferenciar entre “buenos” y “malos” en la alta burguesía propietaria de minas; se inclinó a favor del grupo presidido por Carlos V. Aramayo, al que se le otorgaron cuotas privilegiadas para exportar estaño y se le entregaron concesiones auríferas en la región de Tipuanía. Ello disgustó a la dirigencia del PSG deseosa de afec-tar los incólumes intereses de La Rosca, por lo cual orientó que Toro fuera sustituído por Germán Busch, considerado más radical. Éste organizó en 1938 una Constituyente que lo designó presidente con todas las formalidades y emitió una Carta Magna nueva. En dicho texto se proclamaba al Estado dueño de las riquezas naturales, se aludía a la función social de la propiedad, se diseñaba un Código del Trabajo, y se reconocía el derecho del campesinado aborigen a sus tradicionales tierras comunales. Más tarde Busch conformó un Banco Minero encargado de proteger y fomentar los pequeños ya-cimientos, en cuya dirección colocó a un jóven civil llamado Victor Paz Estensoro. En ese clima de apertura democrática, en el esce-nario político surgieron dos agrupaciones más. La reaccionaria –a pesar de su denominación- Falange Socialista Boliviana, al servicio de los terratenientes, y el trotskista Partido Obrero Revolucionario encabezado por Tristán Marof. Sin embargo el Congreso de la Re-pública, dominado por “La Rosca”, pronto se reanimó y comenzó a nuclear a su alrededor a toda la oposición al progresista régimen. Eso se concretó en leyes liberales concernientes a los impuestos y a las divisas, lo cual provocó la iracunda respuesta del Presidente; éste clausuró dicho órgano legislativo y dispuso la entrega al Esta-do de la moneda extranjera que se percibiera por la exportación de

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minerales, a la vez que imponía un férreo control iscal sobre el co-mercio exterior. Así la causa del progreso avanzaba, hasta que –sor-presivamente- el audaz coronel detentor de todos los poderes fue encontrado, el 23 de agosto de 1939, muerto de un balazo al interior de su casa. Esta “oportuna” y súbita muerte del máximo impulsor del incipiente proceso de cambios –aún mal estructurado-, permitió que La Rosca recuperase el control del Estado gracias a la inluencia que los mandos tradicionales aún tenían sobre el ejército. Esto se evidenció cuando el general Carlos Quintanilla ocupó las funciones de su fallecido predecesor, y desde esa instancia se dedicó a desha-cer o cancelar las principales medidas que habían sido adoptadas.

En la oposición, los elementos recién desplazados de importantes puestos estatales comenzaron a reagruparse. Los civiles del PSG, al cabo de un trienio, constituyeron el llamado Movimiento Naciona-lista Revolucionario, auspiciado por la pequeña burguesía; mien-tras paralelamentre los militares se agrupaban en la logia “Razón de Patria”, más conocida por RADEPA. Éstos, encabezados por el mayor Gualberto Villarroel, llevaron a cabo el 20 de diciembre de 1943 un golpe de Estado que situó a muchos militantes del MNR en posiciones gubernamentales claves. Pronto Estados Unidos pro-clamó su enemistad hacia los nuevos gobernantes bolivianos y ma-niobró para que las repúblicas latinoamericanas no les brindaran su reconocimiento diplomático. Entonces Villarroel convocó a eleccio-nes parlamentarias democráticas el 2 de julio de 1944, en las cuales el triunfo del MNR fue arrollador; de ese modo el nuevo congreso pudo nombrar presidente al osado mayor. Pero la oligarquía ripos-tó con una sublevación, que fue aplastada y sus cabecillas –entre los cuales estaban varios abogados de grandes compañías mine-ras- sumariamente ejecutados. Después se constituyó la Federación Sindical de Trabajadores Mineros encabezada por Juan Lechín; se creó el Ministrerio de Trabajo y Previsión Social; se nombró a Vic-tor Paz Estensoro ministro de Hacienda, para que implementase el primer Plan de Desarrollo Económico de Bolivia; se prohibieron los servicios personales o renta en trabajo de los campesinos a los te-

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rratenientes; se celebró un Primer Congreso Indígena. Luego esas medidas fueron plasmadas en la lamante Constitución de 1945. Pero las acusaciones de nazi-fascistas lanzadas contra el nuevo ré-gimen horadaron el apoyo de muchos elementos progresistas; fue así en el caso del autoproclamado “marxista” Partido de Izquierda Revolucionaria –opuesto a cualquier nacionalismo-, que inluía en algunos sectores proletarios. Y sucedió lo mismo con el POR, con incidencia en otros asalariados. Ambos en 1946, se unieron con ele-mentos aristocráticos en el mal llamado Frente Democrático Anti-fascista, respaldado por los tres periódicos oligárquicos. Se gestó de esa manera una poderosa y heterogénea coalición, que atacó al go-bierno desde todos los ángulos; un grupo inanciado por Aramayo se sublevó en junio, aunque fue derrotado; maestros y estudiantes fueron al paro, pero el ejército los desplazó de su bastión en la Uni-versidad; la Federación Obrera Sindical declaró en julio una huelga general, que pudo ser reprimida; los ricos se manifestaron por las calles de sus barrios y fueron dispersados a balazos, lo cual dejó un saldo de muertos y heridos. Hasta que el domingo 21 de diciembre, las turbas junto a algunas unidades militares, asaltaron el Palacio Presidencial. Allí Villarroel fue ametrallado y lanzado por el balcón, para luego ser arrastrado por las calles hasta ser colgado de un farol en la Plaza Murillo. Mientras, la mayoría de sus adeptos buscaban asilo en la Argentina de Perón.

Durante un sexenio retornó al poder la oligarquía. Ésta desató una generalizada represión que se incrementó a medida que se mul-tiplicaban las protestas de los trabajadores, quienes con celeridad perdían sus recién adquiridas mejoras y derechos. En especial los obreros de las minas vieron como se militarizaban los yacimientos. En respuesta, el MNR alentaba insurrecciones como la de agosto de 1949, que llegó a controlar las ciudades de Cochabamba, Potosí, Sucre, Vallegrande, Camiri y Santa Cruz. En ellas se estableció una fugaz –duró veinte días- Junta de Gobierno. Pero al mismo tiempo, los reiterados desaciertos de las dirigencias del POR y del PIR de-bilitaban al primero y escindían al segundo, cuya fracción de van-

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guardia fundó el Partido Comunista de Bolivia. En ese contexto se celebraron elecciones en 1951, de las cuales emergieron Víctor Paz Estensoro y su MNR como triunfadores, lo que no fue aceptado por el gobierno civil presidido por Mamerto Urriolagoitía, que entregó el poder a una Junta Militar. Entonces se produjo la rebelión del 9 de abril de 1952, llevada a cabo por los obreros de las minas –muchos de los cuales tenían conocimientos bélicos por ser veteranos de la Guerra del Chaco-. Éstos, encabezados por Juan Lechín se estruc-turaron en milicias y derrotaron al ejército en batallas como Papel Pampa y San José de Oruco. Después a los rebeldes se les unieron integrantes del Cuerpo de Carabineros, y juntos ocuparon La Paz luego de tres días de combate. Empezaba la Revolución Boliviana.

El 14 de Abril –proveniente de la Argentina- en la capital aterrizó un avión piloteado por un joven oicial llamado René Barrientos. Traía a bordo a Víctor Paz Estensoro, quién rodeado de obreros armados, recibió las insignias presidenciales. Luego el MNR organizó una fuerza armada propia, integrada por milicias obreras así como por los militares que se habían sumado a las ilas del pueblo. Después se dictaron leyes de beneicio social tales como un aumento salarial del cuarenta por ciento, precios máximos para los productos de primera necesidad y congelación de alquileres. También el triunfo popular permitió alcanzar la anhelada unidad sindical; se creó un sólo sin-dicato en cada fábrica o mina, una federación por rama industrial y una central única de trabajadores en la República: la Confederación Obrera de Bolivia. Esta poderosa organización clasista pronto exigió la nacionalización de la gran minería, que entonces fue estatizada. Más tarde mineros fueron a los campos para auspiciar la agitación revolucionaria; en muchas zonas rurales los indígenas aún sufrían la aparcería o eran siervos. Pero dicha incipiente efervescencia fue calmada en agosto de 1953, al emitirse una contradictoria ley de re-forma agraria; aunque se formaron entonces algunas cooperativas sobre la base de antiguas comunidades agrícolas, el proyecto básica-mente se proponía distribuir entre los desposeídos pequeñas parce-

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las. Ni siquiera se afectaban las grandes propiedades cuyos dueños hubiesen invertido en ellas capitales. De esa forma se creó un amplio sector de la población que tendió al autoconsumo, pues poco produ-cía para el mercado y menos aún compraba en él.

El MNR una vez eliminadas las reminiscencias feudales, expropiada la cúpula burguesa de la minería, establecido el voto universal, reco-nocida la existencia legal de los idiomas quechua y aimará, conside-ró terminadas las transformaciones. Entonces se dedicó a contener la rebeldía obrera mientras mantenía su alianza con el vasto y dócil campesinado minifundista. También la cúpula de dicha fuerza polí-tica se enriqueció, aunque fuera mediante malversaciones o negocios sucios y peculado; anhelaba convertirse en burguesía propiamente dicha, y –sobre todo- entenderse con Estados Unidos. A éstos, dicho partido entregó una parte del petróleo nacionalizado hacia más de tres lustros, mientras a cambio recibía una subvención anual equiva-lente al cuarenta por ciento de los gastos del presupuesto boliviano. Y por presiones de ese país, votó en 1954 a favor de la resolución de la OEA que condenaba a muerte a la Guatemala de Árbenz. Durante el siguiente cuatrienio presidencial –Hernán Siles Suazo: 1956-60-, el gobierno del MNR aceptó las condiciones del Fondo Monetario Internacional al autorizar las inversiones extranjeras, cesar el control estatal sobre el comercio exterior, y congelar los sa-larios de los proletarios. Entonces la COB pasó a la oposición y de-sató grandes huelgas obreras, a lo cual el gobierno respondió con el desarme de los mineros, la construcción de un nuevo ejército pro-fesional, y el fortalecimiento de las milicias campesinas. Después se rompieron relaciones diplomáticas con la Revolución Cubana, rechazaron una oferta de ayuda soviética, se integraron a la Alian-za para el Progreso, y reprimieron a los obreros. En ese contexto Victor Paz Estensoro fue reelecto, pero antes de cinco meses en la presidencia fue separado de su cargo por el ya general René Ba-rrientos, quien comandaba las reconstituidas fuerzas armadas; él, personalmente ocupó el poder en 1964, y de inmediato amplió su

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base política mediante fogosos discursos a las masas campesinas quechuaparlantes. Esta hábil política en poco tiempo le permitió forjar una alianza nueva, denominada “Pacto Militar-Campesino”. El mismo surgió mediante un acuerdo irmado en Ucureña, que es-tablecía el compromiso de no permitir el ingreso de dirigentes co-munistas en las regiones rurales a la vez que postulaba la defensa de valores tradicionales indígenas con el objetivo de desarrollar en dicha población sentimientos conservadores.

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CAPÍTULO VIII: La Revolución Cubana y su inlujoVIII.1) Fidel Castro: Su fragua y participación en la historia

En América Latina, tras la Segunda Guerra Mundial, se desencade-nó una oleada de lucha por la democracia. En ese contexto emigra-dos nicaragüenses y dominicanos –que disfrutaban del respaldo del presidente de Guatemala para combatir a los tiránicos regímenes de Somoza y Trujillo- organizaron en el exilio la Legión del Caribe. Durante 1947, estos grupos armados que totalizaban unos mil dos-cientos hombres, empezaron a entrenarse en territorios apartados de Cuba, donde algunos de sus ciudadanos participaban en el de-mocrático empeño. Entre ellos sobresalía Fidel Castro, descollante líder estudiantil en la Universidad de La Habana, quien se enroló como soldado en el Batallón Sandino, y después sucesivamente fue promovido a jefe de pelotón y de compañía. Cuando llegó la hora de zarpar hacia Santo Domingo las fuerzas armadas de Cuba se negaron a que la denominada “Expedición de Cayo Conites” se efectuara. Todos sus integrantes fueron detenidos, con la excepción de Fidel Castro, quien se tiró a la bahía de Nipe y nadó en aguas llenas de escualos hasta el litoral. Poco después Estados Unidos convocaba a la novena Conferencia Panamericana –a celebrarse en Bogotá- para transformar dicho cónclave en Organización de Esta-dos Americanos. Entonces Fidel Castro concibió la idea de efectuar un Primer Congreso de Estudiantes Latinoamericanos, que parale-lamente al surgimiento de dicha Asamblea se manifestara en contra de ella y de la hegemonía del imperialismo. Y hacia la capital de Colombia el joven partió en los primeros días de abril de 1948. El día 7 de ese mes Fidel se reunió con Gaitán, quien le brindó su en-tusiasta apoyo y le prometió clausurar el magno evento. Antes de la despedida, ambos acordaron volverse a entrevistar cuarenta y ocho horas después, a las dos de la tarde. Los preparativos del congreso estudiantil continuaban, cuando el 9 de abril poco después del me-diodía, una siniestra noticia recorrió la ciudad ¡Habían asesinado a Gaitán! Las manifestaciones de anarquía típicas del “bogotazo”

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preocuparon a Fidel Castro, quien ya en esa época tenía ideas muy claras y precisas de lo que era una revolución, aunque no había com-pletado todavía su madurez política ni la profundidad de sus con-vicciones marxistas-leninistas; inluido aún por las ideas y tácticas de la Revolución Francesa. Fidel tuvo allí una actitud consecuente, con mucha decisión, desinterés y altruismo se esforzó por brindar alguna organización al estallido espontáneo de un pueblo oprimi-do que buscaba justicia. A pesar de estar en completo desacuerdo con las disposiciones militares recibidas, Fidel disciplinadamente se quedó junto a los que anhelaban la revolución, dispuesto a morir en el anonimato, impresionado por la valentía y heroísmo de un pueblo rebelde, que no tenía educación política y carecía de una dirección capaz, decidida y irme. Del Moncada a la Sierra Maestra

En Cuba mientras tanto, el gobierno del Partido Auténtico aumen-taba la represión; clausuraba programas de radio y cerraba perió-dicos, asaltaba sindicatos y se hundía en la más completa corrup-ción. Contra esos desafueros se proyectaba Fidel Castro desde la “ortodoxia”, organización política de masas donde participaban campesinos, obreros, pequeño-burgueses, cuando el 10 de marzo de 1952 –ochenta días antes de las elecciones- el ex-presidente Ful-gencio Batista dio un golpe de Estado y retomó el poder. Dos sema-nas después, en tanto que abogado, Fidel acusaba al dictador ante un Tribunal, pero sin consecuencia legal o práctica alguna. Entonces decidió nuclear grupos combativos de avanzada, para que se pre-pararan a participar en la lucha general de toda la oposición contra el tirano. Al cabo de un año, sin embargo, se convenció de que los partidos tradicionales eran incapaces de acometer una verdadera lucha armada. Por eso Fidel llegó a la conclusión de que los revolu-cionarios aglutinados a su alrededor debían iniciar la insurrección. Fue así como se estructuraron los jóvenes de la llamada Generación del Centenario del Apóstol (José Martí), quienes elaboraron el plan de ataque al principal cuartel de la región oriental; pensaban tomar

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dicha fortaleza, sublevar a Santiago y al resto de la provincia para exhortar después a la huelga general en todo el país. Si el asalto fracasaba, planeaban replegarse hacia la Sierra Maestra y allí iniciar el combate guerrillero. Con esos criterios Fidel Castro y un selecto grupo de revolucionarios atacó el Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, en una acción que no triunfó; el ejército asesinó a decenas de participantes, y el propio Fidel fue capturado en su marcha hacia las vecinas montañas. Después se le sometió a una farsa judicial. En este proceso el joven revolucionario acusó al tiránico e ilegal ré-gimen, y expuso su alegato–programa conocido como “La Historia me absolverá”, en el cual diseñó la posible transformación futura de la sociedad. Luego se le condenó a una larga estancia en prisión.

Desde la cárcel la popularidad de Fidel Castro se multiplicó y el clandestinamente divulgado texto de su defensa se convirtió en bandera de todos los demócratas y revolucionarios, que reclama-ban su liberación. Excarcelados, Fidel y sus compañeros de lucha se esforzaron por emplear medios legales para oponerse a Batista, pero éste lo impidió. Entonces partieron hacia México donde se les unió un joven médico argentino recién expulsado de Guatemala (143). Al poco tiempo se fundó el Movimiento 26 de Julio, que en-cabezado por Fidel seleccionó a ochenta expedicionarios, quienes a bordo del yate Granma zarparon a ines de 1956 hacia las costas orientales de Cuba. Poco después, el 30 de noviembre, en Santiago estalló una breve y violenta sublevación cuyo propósito era apoyar el esperado desembarco. Pero en circunstancias muy difíciles, éste se produjo más tarde, el 2 de diciembre, en un punto cercano al ini-cialmente ijado. Y a los tres días tuvo lugar el adverso combate de Alegría del Pío, tras el cual sólo quedaron doce compañeros, con los cuales Fidel formó el núcleo guerrillero inicial del Ejército Rebelde.

En la Sierra Maestra dicha incipiente fuerza se nutrió de campesi-nos pobres, con los cuales se comenzó a combatir; el 17 de enero de 1957 los insurrectos ocuparon el cuartel militar de La Plata. Luego, tras el fallido asalto al Palacio Presidencial en La Habana realizado

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el 13 de marzo por los jóvenes del Directorio Revolucionario, Fidel obtuvo el triunfo de la batalla de El Uvero –el 28 de mayo-, y termi-nó el año con una sucesión de victorias en Bueycito, Palma Mocha, El Hombrito, Pino del Agua y Mar Verde. El año 1958 comenzó tu-multuoso; en febrero desembarcó una expedición del DR-13-M, en marzo empezó a transmitir desde las montañas la estación Radio Rebelde, poco después se creó el Segundo Frente Oriental coman-dando por Raúl Castro. El 9 de abril se frustró una huelga general revolucionaria, pero la ofensiva de verano lanzada por el ejército de la dictadura terminó en un fracaso. Después de la decisiva victoria rebelde de El Jigue, dos columnas al mando de los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara iniciaron la invasión de las provincias occidentales. En este contexto el M-26-7 juzgó apro-piado convocar en julio a la formación de un amplio Frente Cívico, mediante el cual todos los núcleos oposicionistas –fuesen militares, obreros, estudiantes, profesionales, empresarios- coordinasen sus actividades, lo que fortalecería la lucha armada e incrementaría la movilización popular hasta desembocarse en una huelga general en toda la República. Esta conjunción de fuerzas permitió que en di-ciembre el Ejército Rebelde ocupara numerosas ciudades en Oriente y dejara aislado a Camaguey. Mientras en Las Villas Camilo ganaba la batalla de Yaguajay, el Ché ocupaba Santa Clara –su capital pro-vincial-. Simultáneamente Fidel puso sitio a Santiago, donde esta vez si entraron los rebeldes.

El triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero de 1959, signiicó un gigantesco paso de avance en la historia de América Latina, y un acontecimiento extraordinario en el ascenso del movimiento revolu-cionario mundial; demostró que no existían barreras infranqueables para un proceso decidido a llegar a su máximo desarrollo; todo de-pendía del sector social que ocupase el poder y de quienes lo dirijían.

En Cuba, tras la victoria se intervinieron las propiedades malver-sadas por los antiguos gobernantes, se rebajaron los alquileres para luego entregar la propiedad de los domicilios a sus inquilinos, se

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dictó una ley de Reforma Agraria que expropió los latifundios e hizo surgir al lado de la pequeña propiedad campesina a coopera-tivas y granjas estatales, se transformaron los cuarteles en escuelas, se fundaron milicias –de obreros, campesinos, estudiantes e intelec-tuales-, se nacionalizaron los bancos y demás compañías extranje-ras, se estatizaron cuatrocientas empresas propiedad de criollos, se constituyeron en los barrios Comités de Defensa de la Revolución, y se llegó así a establecer una sociedad de carácter socialista, que ulteriormente se fortaleció al uniicarse las tres principales organi-zaciones revolucionarias (M-26-VII, Partido Socialista Popular, DR-13-M) en las ilas del Partido Comunista. VIII.2) Eclosión guerrillera latinoamericana: La epopeya del Ché

Foquismo insurreccional

En América Latina el triunfo de la Revolución Cubana inluyó pro-fundamente en las conciencias de los más audaces; entendían que amplias perspectivas de liberación se abrían para millones de hu-mildes y desposeídos, cuya lucha podría terminar con la opresión. Y hubo quienes de inmediato se lanzaron al combate. Sucedió así, por ejemplo, en Panamá, donde algunos se alzaron aprovechando la efervescencia generada por las demandas estudiantiles. Dichos jóvenes exigían que se devolviera a la soberanía nacional la zona del Canal ocupada por Estados Unidos. También Haití, en cuyas costas desembarcó en agosto de 1959 una expedición que pretendió derrocar al tiránico régimen de Francois “Papa Doc” Duvalier, y fue aniquilada. Y Ecuador, cuando universitarios armados marcha-ron a una zona de incipiente movimiento campesino, para oponerse a la deposición por el ejército del presidente legalmente electo.

En República Dominicana persistía la tiranía de Trujillo, y contra ella se organizaron algunos veteranos de la Legión del Caribe, en-cabezados por Enrique Jiménez Moya junto a un cubano que alcan-zara el grado de comandante en el Ejército Rebelde. La expedición

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desembarcó por Puerto Plata a mediados de 1959 y pocos escapa-ron vivos de los primeros combates. Los sobrevivientes fundaron el movimiento 14 de Junio.

En el Paraguay los propósitos revolucionarios avanzaron más; era un país donde mil quinientas personas poseían tres cuartas partes de las mejores tierras, y se sufría la dictadura del general Alfredo Stroessner. El Partido Comunista y la Juventud Febrerista crearon en abril de 1960 el Frente Unido de Liberación Nacional. Pero los integrantes de su guerrilla Yororó fueron masacrados. Entonces el Movimiento 14 de Mayo formó el grupo Itororó, que tuvo el mis-mo destino. A pesar de los reveses, el partido Comunista insistió en sus proyectos y organizó la Columna Mariscal López, la cual actuó en la región oriental por las zonas de San Pedro, General Aquino, Rosario –abundantes en campesinado pobre- y en mayo de 1960 llegó a ocupar la ciudad de Eusebio Ayala (Barrero Grande). Esto asustó al régimen “stronista”, que gracias al inanciamiento de la Alianza para el Progreso, desplazó a cien mil “sin tierras” hacia la despoblada periferia, con lo que arrebató a los insurgentes su base social, cuyo apoyo les había permitido subsistir. Esto y la represión acabaron con los alzados.

En Venezuela, luego del desplome de la tiranía en 1958 un gobierno provisional excarceló a los presos políticos, legalizó todos los parti-dos y convocó a elecciones, ganadas por Rómulo Betancourt. Pero tras unos meses de democracia, en agosto de 1959 el nuevo presi-dente suspendió las garantías constitucionales para reprimir a quie-nes protestaban por sus arbitrariedades. Disgustada, el ala progre-sista del gubernamental Partido de Acción Democrática se escindió, encabezada por Domingo Alberto Rangél y Américo Martín, para fundar el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de vocación marxista. Después las universidades fueron cerradas, los estudian-tes reprimidos y la Revolución Cubana vilipendiada. Esto provocó el rechazo de múltiples oiciales del ejército, que se sublevaron: el 2l de diciembre de 1960 en La Guaira; el 20 de febrero en Caracas, y el

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26 de junio en Barcelona. Al año fueron efectivos de la Armada los que se rebelaron: el 4 de mayo en Carúpano, el 2 de junio en Puer-to Cabello. En este último los insurrectos de la marina liberaron a los presos políticos y les entregaron armas, así como también a los contingentes de vecinos que se les unieron. Empezó entonces una lucha popular de tres días, durante los cuales la aviación bombar-deó la ciudad en tanto la artillería la cañoneaba con grueso calibre y cohetes. La victoria del gobierno se alcanzó al precio de quinientas vidas humanas. En este contexto el Partido Comunista aprobó que sus militantes recurriesen a la lucha armada, por lo que muchos de ellos se aliaron con el MIR y la Unión Republicana Democrática para iniciar el combate guerrillero rural, a pesar de que la población de los campos era el 28 por ciento del total venezolano y el gobierno acometía una especie de Reforma Agraria inanciada por la Alianza para el Progreso. Las acciones bélicas comenzaron en el territorio de Lara en abril de 1962. Después surgieron otros “frentes” en sitios tan distantes entre sí como Yaracuy, Miranda, Zulia, Mérida, Cara-bobo, Falcón, Portuguesa; a ellos aluían numerosos y desorganiza-dos los estudiantes, sin entrenamiento, quienes se aglomeraban de inmediato en diferentes destacamentos, sin mando único, acordes con criterios de relativa espontaneidad. Se empleaban tácticas de choque, como para dar un golpe y derribar el gobierno; aunque se hablaba de guerra prolongada, se soñaba con una victoria a corto plazo. A principios de 1963 se decidió estructurar los tres grupos guerrilleros sobrevivientes en una especie de ejército popular, com-puesto sobre todo por militantes de los tres mencionados partidos. Al poco tiempo, sin embargo, la incorporación de antiguos oiciales de las fallidas asonadas nacionalistas, indujo a los alzados a crear una institución militar parecida a la tradicional. Surgieron entonces las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, al mando de ex oicia-les de carrera, dotada de un estricto Código de Honor, que asumían una posición defensiva ante las tropas gubernamentales pues com-batían cuando éstas las atacaban; se coniaba en la solidaridad entre viejos hermanos de armas, y se albergaba la esperanza de captar a

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muchos de ellos para la nueva causa. Con el propósito de politizar más la actividad de las FALN se constituyó el Frente de Liberación Nacional, que supuestamente imprimiría una mayor concepción re-volucionaria en la conducta de la guerra. Pero nada cambió, por lo cual muchos rebeldes entonces preirieron las Unidades Tácticas de Combate que operaban en las ciudades, con acciones comandos cu-yos resultados deberían tener repercusión internacional. Pero el im-pacto principalmente era en la capital; en los Cerros de Caracas se llegaron a ocupar barrios enteros durante la noche, que al amanecer debían evacuarse ante la llegada de las fuerzas gubernamentales.

Terminado el cuatrienio de Betancourt, el gobierno convocó a nue-vas elecciones, y a pesar de que el FLN / FALN decretó el absten-cionismo, el 90 por ciento de la población votó. En marzo de 1964 al ocupar el cargo, el nuevo presidente anunció de inmediato estar dispuesto a reinsertar legalmente en la vida política del país a todos los que abandonaran la sublevación. A partir de entonces la duda comenzó a penetrar en las ilas revolucionarias; muchos airmaban que el combate armado se había iniciado de forma prematura, y ante el pueblo sólo parecía como una lucha sectaria realizada por una élite vanguardista. La polémica condujo a la escisión del MIR y a que el Comité Central de los comunistas priorizara el futuro elec-toral del partido por encima del insurreccional. Esta crisis amenazó la insurgencia como no lo habían logrado las ofensivas militares del gobierno. Hubo, sin embargo, quienes persistieron en la rebe-lión, asentada sobre todo en las sierras de Falcón. Allí se analiza-ron los errores: promulgación de frecuentes treguas, ausencias de operativos militares de importancia, subordinación de los mandos a órganos políticos ajenos a la guerrilla, indeinición de objetivos, desarticulación entre combatientes urbanos y rurales, insuicien-te vinculación con el pueblo, empleo de las FALN como elemento para presionar a la burguesía. Después se reestructuraron todos los órganos de dirección. Fabricio Ojeda, procedente de la URD quedó como presidente del FLN, que debería convertirse en eje de las re-

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laciones políticas con los interesados en llevar a cabo la revolución. Douglas Bravo –del PCV- y Américo Martín, nombrados Primer y Segundo Comandantes de las FALN, deseaban convertir esa fuerza en verdadero ejército popular, con sólida implantación urbana y ru-ral, cuyos efectivos serían engrosados al uniicar la lucha económica con la sociopolítica y encausarlos hacía el combate armado. Con el propósito de frenar la reestructuración del movimiento revolucio-nario, a principios de 1966 el gobierno excarceló a la dirigencia co-munista y a Rangél, para que convencieran a sus antiguos compa-ñeros de cesar la insurrección. No lo lograron. Pero al poco tiempo Ojeda cayó preso y fue asesinado, mientras a Bravo se le expulsaba del partido; la dirección de éste abandonó por completo a los suble-vados y los lanzó fuera de sus ilas. Entre éstos se encontraban los hermanos Luben y Teodoro Petkof, quienes en 1967 desembarca-ron –con la ayuda de cubanos internacionalistas- refuerzos por las costas de Falcón, donde los alzados resistían una violenta ofensiva gubernamental. Ésta no logró la victoria, aunque mucho afectó a los rebeldes, que al poco tiempo vieron al propio Martín ser captu-rado en la zona de El Bachiller. En 1968 se acentuó el deterioro de las fuerzas partidarias de la guerra revolucionaria y al año siguien-te el PCV y el MIR acometieron tareas para proceder a paciicar el país. Sólo quedaba la columna integrada por los adeptos a Bravo, quienes estaban en creciente parálisis por el aumento de las pugnas internas con respecto a la continuación de los combates. Así, en Ve-nezuela, la guerrilla entró en disolución.

Las FARC y el ELN en Colombia

En Colombia, el triunfo de la Revolución Cubana indujo al gobier-no de ese país andino a liquidar la sobreviviente insurgencia comu-nista; tras la relativa tregua de 1953 solamente esa militancia había decidido mantener la lucha de forma organizada. Pero replegán-dose hacia el sur; en Tolima, hombres como Manuel Marulanda se atrincheraron en lo que más tarde se llamaría Marquetalia, mientras otros hacían algo parecido en el Cauca, donde los indígenas tenían

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tradiciones de lucha por la tierra en áreas luego conocidas como Río Chiquito. En ambas zonas, así como en El Pato y Guayabero surgie-ron entonces, lo que la propaganda oicialista caliicaba de “Repú-blicas independientes Comunistas”, que vivían en una situación de tregua armada. Para derrotarlas, el ejército envió en 1962 una fuer-za de siete mil soldados, que fracasó en sus propósitos. Se decidió entonces acopiar mayores recursos, y a los dos años se tuvo prepa-rado un complejo plan que incluía actividades psicológicas y cívi-co-militares, así como el bloqueo de las cuatro zonas de autodefensa campesina. Luego se lanzó una ofensiva con dieciséis mil hombres, concentrados otra vez sobre el mismo bastión rebelde, cuya super-icie abarcaba unos dos mil kilómetros cuadrados. La desigualdad entre ambos contendientes convenció a los revolucionarios acerca de la conveniencia de evacuar las familias y adoptar una táctica de movilidad total, mediante la cual retomaban el tradicional compor-tamiento guerrillero. A la vez se decidieron a luchar por el poder, y llamaron a constituir un frente único basado en la alianza de obre-ros y campesinos como vía para establecer un gobierno democrá-tico de liberación nacional. Por su parte las tropas gubernamenta-les, el 20 de septiembre de 1964, iniciaron el ataque en la Cordillera Central contra El Pato, con miles de efectivos que disponían de ar-tillería, aviones de bombardeo, tanques, lanzallamas, helicópteros. Caído ese baluarte, la embestida se reorientó hacia Guayabero en la Cordillera Oriental, y tras ocuparlo se enrumbaron a Río Chiquito, donde la encarnizada defensa no pudo evitar el desenlace fatal. Ter-minados los combates, el Partido Comunista convocó a su décimo congreso, que se inició el 20 de julio de 1965. En él, los defensores de la lucha armada se dividieron en dos tendencias. Los veteranos de las antiguas cuatro zonas de autodefensa se constituyeron en Blo-que Guerrillero Sur, que en abril de 1966 celebró una conferencia en la cual crearon las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas bajo el mando de Marulanda, con “frentes” conformados por ope-rativos errantes en Marquetalia, Sur de Tolima, Huila, Caquetá y los Llanos Orientales. Los maoístas formaron una agrupación “marxis-

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ta-leninista” en defensa de la guerra popular prolongada del cam-po a la ciudad, previo a cuyo desencadenamiento llevaron a cabo durante dos años un persistente trabajo político por el noroeste del país. Esto les permitió contar con bases de apoyo llamadas Juntas Patrióticas, integradas sobre todo por campesinos del Sinú, San Jor-ge y Cauca, con los cuales después constituyeron en diciembre de 1967 el Ejercito Popular de Liberación, cuyos primeros combates se desarrollaron por el departamento de Córdoba.

El triunfo de la Revolución Cubana estimuló que los llamados “gai-tanistas” del Partido Liberal se desgajaran para crear el Frente Uni-do de Acción Revolucionaria. Otra escisión pero más moderada, fue la del denominado Movimiento Revolucionario Liberal, compuesto en parte por algunos ex-caudillos guerrilleros que reclamaban sa-lud, educación, techo y tierra para los humildes. Pronto, sin em-bargo, los jóvenes del MRL exigieron un proyecto transformador semejante al cubano y formaron por su lado la Juventud del Mo-vimiento Revolucionario Liberal. Y casi al mismo tiempo surgió el Movimiento de Obreros, Estudiantes y Campesinos, también ad-mirador del triunfo insurreccional en la mayor de las Antillas, que en su congreso de julio de 1960 se dividió en dos tendencias; los partidarios de la inmediata sublevación, y los que defendían un tra-bajo de concientizar las masas antes de tomar las armas. Estos mar-charon al Valle del Cauca, en tanto aquellos conluían con los del FUAR –en suma unos doscientos- y juntos fueron hacia Vichada, en los Llanos Orientales fronterizos con Venezuela; pensaban allí removilizar a quienes ya se habían alzado durante “La Violencia”, para enseguida avanzar sobre las ciudades y en ellas tomar el poder. Pero luego de los primeros combates, la incipiente guerrilla cayó en una posición defensiva que la condujo al estancamiento. Algo más tarde, en 1963, quienes pertenecían al JMRL se unieron con unos estudiantes que se habían nucleado en la “Brigada de Liberación José Antonio Galán” –en recuerdo al héroe de la gesta de los Co-muneros del Socorro-, todos fervientes admiradores de la Revolu-ción Cubana, y fundaron en julio de 1964 el Ejército de Liberación

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Nacional. Éste comenzó sus actividades combativas el 7 de enero de 1965, cuando ocupó la villa de Sinacota, cerca de San Vicente, y poco después se implantaba además en el departamento de Santan-der. Sin embargo, su mayor éxito fue político, al incorporarse a sus ilas Camilo Torres, sacerdote muy querido por los humildes, quien se había destacado por organizar a los marginados de las urbes en su Frente Unido de Movimientos Populares. Dicha organización proponía una radical reforma agraria, expropiar los bancos y el sis-tema hospitalario-farmacéutico así como las numerosas riquezas o heredades de la poderosa Iglesia Católica. El notable cura también editaba un semanario con cincuenta mil ejemplares, y constante-mente recorría el territorio nacional sacudiendo la opinión pública como nadie lo había hecho desde el asesinato de Gaitán. Hasta que se incorporó como simple guerrillero al ELN, en cuyas ilas murió el 15 de febrero de 1966.

Maoísmo, Trotskismo y OLASEn América Latina, los Partidos Comunistas por inercia habían se-guido considerando como válidos los acuerdos del séptimo Con-greso de la Tercera Internacional, aún después de haber sido disuel-ta dicha organización el 8 de junio de 1943. Pero con el triunfo de la Revolución Cubana, muchos en dicha militancia reconsideraron la estrategia de los “Frentes Populares”. Quienes rechazaron aquella orientación se sumaron a los partidarios de la lucha armada, que se animaba en la región. La disputa entre los simpatizantes de una u otra tendencia pronto se vio agravada por conlictos políticos ori-ginados allende los mares; se había producido el cisma chino-so-viético, impulsado con vigor por Pekín a partir de 1963, cuando publicara su “Propuesta de Línea General para el Movimiento Co-munista Internacional”. La médula de la polémica radicaba en que Moscú proponía la “coexistencia pacíica” entre el Este y el Oeste, lo cual implicaba que se aceptara exclusivamente la vía electoral como opción política al interior de los países. En cambio, los “maoístas” brindaban una visión simpliicada de las especíicas condiciones

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chinas antes del triunfo socialista en esa enorme república asiáti-ca; allí, el ejército popular de liberación primero había alcanzado la supremacía en las extensas y apartadas áreas rurales –contra los terratenientes, la burguesía compradora y el imperialismo japonés-, y después habían llevado la lucha revolucionaria a las urbes. De ahí que plantearan la necesidad de sostener una “guerra popular prolongada” del campo a la ciudad, en los países subdesarrollados del llamado Tercer Mundo.

En Cuba, con el propósito de analizar cuestiones de tanta trascen-dencia y complejidad, se convocó en 1964 a la tercera Conferencia de los Partidos Comunistas de América Latina, en la cual se trazó una sinuosa línea conciliatoria entre enemigos y proclives de la lu-cha guerrillera. Animada por éstos, a los tres años en La Habana se celebró la Conferencia de Solidaridad de América Latina –más co-nocida por las siglas OLAS- a la que asistieron los abanderados del combate armado. En ella se concluyó que, en nuestra región exis-tían condiciones socioeconómicas y políticas susceptibles de crear –con el desarrollo de la guerra popular- situaciones revoluciona-rias, en dependencia de las concepciones ideológicas y capacidades organizativas de las vanguardias.

La militancia comunista atraída por el “maoísmo”, se esforzó por escindir dichos partidos, añadiendo casi siempre al nombre de su organización de origen, el término de “marxista-leninista” o alguna variación parecida. De esta forma surgieron nuevas agrupaciones políticas en Perú, Bolivia y Colombia.

Al atribulado panorama de tendencias revolucionarias habría que añadir la del trotskismo. Su fundador –en eterna rivalidad teóri-ca con Lénin- sólo aceptaba la insurrección armada como recurso extremo y defensivo de los proletarios, y se oponía al concepto de “alianza obrero-campesina” porque entendía que esta clase no constituía una fuerza positiva para cambiar la sociedad. Y para im-pulsar sus postulados, en 1936 constituyó la Cuarta Internacional.

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Ésta desplegó grandes empeños hacia los países subdesarrollados –tras la Segunda Guerra Mundial, muerto ya Trotski-, donde con-travino sus tradicionales postulados, y defendió una concepción nueva mediante la cual se podía obviar a los obreros, y de todas formas llegar a la revolución socialista con el exclusivo apoyo del campesinado. A éstos se les debía organizar en sindicatos agrarios, que dirigieran movilizaciones permanentes con el propósito de ocupar tierras y demás reivindicaciones históricas de dicha clase. La cuestión de la toma del poder se abordaba de manera nebulosa, aunque se planteara, tal vez para un futuro, la posibilidad de una súbita lucha armada que en breves combates debería triunfar sin realizar alianza alguna con otras fuerzas. Bajo esos criterios, la IV Internacional creó en Buenos Aires una oicina o buró conocido por el nombre de Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Orto-doxo (SLATO), desde el cual se dedicó a constituir partidos, cuyos apellidos incluían los términos de “obreros”, “revolucionarios”, “trabajadores”, en algún tipo de combinación, y cuyo proselitismo básico decidió realizarlo en los países de mayor población rural en América del Sur.

En Brasil jamás se habían alterado las tradicionales formas de pro-piedad rural, por lo que los trotskistas decidieron aprovechar esas condiciones objetivas para desarrollar las reivindicaciones agraristas mediante la formación de Ligas Campesinas. Un abogado de Recife llamado Francisco Juliao constituyó las primeras en Pernambuco, de donde se extendieron al resto del país, sobre todo por el Nordeste y Minas Gerais. Pero la típica carencia trotskista de una estrategia que abarcara a las demás clases y grupos sociales, mantuvo a los sin-dicalistas “camponeses” aislados. Por eso luego del golpe de Estado fascista de 1964, los militares pudieron con facilidad desarticularlas, sin que pudieran fructiicar los esfuerzos de algunos por transfor-marlas en base de sustentación para la lucha guerrillera.

En Perú el trotskista Partido Obrero Revolucionario comenzó su trabajo político por los valles cuzqueños de la Convención y Lares,

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a donde envió a Hugo Blanco con el seudónimo de Cóndor. Él se re-lacionó con explotados campesinos quechuas –que además sufrían una gran opresión cultural- para concientizarlos, enseñarles sus de-rechos y mejorar su salud. Luego, en 1959 orientó a los “inquilinos” o aparceros, que no pagaran más sus rentas de la tierra en trabajo, lo cual en tiempo de cosechas era muy dañino para los patrones. Los hacendados tuvieron que pactar, lo que prestigió al sindicato agrí-cola y los multiplicó por la región. Con el objetivo de generalizar este éxito, el POR celebró un Congreso en el que censuró la “coe-xistencia pacíica”, alabó a la Revolución Cubana, y llamó a formar un frente único con todas las fuerzas de avanzada. Aunque los tra-dicionales partidos progresistas peruanos ni le prestaron la menor atención, los llamados “comunistas-leninistas” así como jóvenes sin militancia encabezados por “el Chino” Juan Pablo Chang, se unie-ron al POR en el Frente de Izquierda Revolucionario cuya platafor-ma proponía: ocupación de tierras, reorganizar la Confederación de Trabajadores del Perú, amnistía para los perseguidos políticos, defensa incondicional de la Revolución Cubana, coniscación de to-dos los latifundios y su entrega gratuita a los campesinos, naciona-lización de las empresas imperialistas, reforma urbana, gobierno de los trabajadores. En poco tiempo el FIR se convirtió en la principal fuerza política del agrarismo en el Cuzco, desde el cual extendió su actividad hacia otras regiones del Perú. Sin embargo pronto en dicha organización surgieron dos corrientes. La denominada “ma-sista” propugnaba que los sindicatos ocuparan tierras y formaran milicias de autodefensa, de manera que surgiese un “poder dual” junto a los tradicionales órganos de gobierno republicanos. La otra planteaba de inmediato acometer la lucha armada. Estos criterios defendidos por Cóndor lo llevaron a enfrentarse con Hugo Bressa-no jefe del SLATO, con el que rompió todos los vínculos, tras lo cual se sublevó. Los rebeldes fueron capturados el 29 de mayo de 1963, luego de un combate con la policía en Pucyura. Después el ejército invadió los valles de la Concepción y Lares, masacrando campesi-nos para reluir la política de ocupar los latifundios.

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El recién legalizado partido Alianza Popular Revolucionaria Ame-ricana –de corte pequeño-burgués- con el triunfo de la Revolución Cubana experimentó una fuerte polémica interna; una parte de la militancia mostraba creciente disconformidad hacia la política de “convivencia” practicada por sus dirigentes con los gobiernos con-servadores. Entonces el abogado y economista Luis de la Puente Uceda encabezó a quienes organizaron el APRA Rebelde, que al poco tiempo sufrió el desgajamiento de la tendencia llamada Van-guardia Revolucionaria. Ésta decidió en 1961 iniciar el combate guerrillero urbano enmarcado en una estrategia de guerra popular prolongada, que tuviese como apoyo al pequeño proletariado in-dustrial del país. Por su parte el APRA-R evolucionó hasta conver-tirse en junio de 1962 en Movimiento de Izquierda Revolucionaria, de convicción marxista, el cual decidió establecer una alianza con el FIR. Pero en el encuentro de octubre entre Hugo Blanco y de la Puente Uceda, en Quillabamba, no se produjo el anhelado entendi-miento. A pesar de ello, el MIR decidió retomar algo de la experien-cia de los sindicatos agrarios pues deseaba emplearlos como base para un proceso insurreccional. Dichos propósitos se fortalecieron con una sorprendente oleada de ocupaciones de latifundios duran-te el gobierno del reformista Fernando Belaúnde Terry, lo que deci-dió a los “miristas” a preparar dos frentes guerrilleros. Uno dirigi-do por de la Puente, en la provincia de la Convención ubicada en el departamento del Cuzco. Otro actuaría en las provincias de Con-cepción y Jauja, pertenecientes al departamento de Junín. Ambos tenían el propósito de politizar a las comunidades rurales de sus respectivas regiones, dispersar las fuerzas del ejército, cercenar las comunicaciones entre la Sierra Andina y la Costa. El 9 de junio de 1965 empezaron los combates; se asaltó la Mina Santa Rosa –donde se capturó mucha dinamita-, se voló el puente de la carretera a Ga-topo, se ocupó la comisaría de Andamarca, se derrotó al ejército en Pucuta y Yahuarina. Entonces de la Puente abandonó el principio de movilidad para constituirse en base permanente de retaguardia, lo cual facilitó que el ejército lo acorralase y diera muerte junto a sus

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compañeros en Amaybamba el 23 de octubre de 1965. Poco después los demás insurgentes del MIR tuvieron el mismo inal.Un poco antes, a mediados de 1963, un grupo de estudiantes pe-ruanos había penetrado en su país a través de la frontera boliviana; pretendían recorrer trescientos kilómetros de selva hasta llegar a la zona donde operaba Hugo Blanco para unirse a su empeño insu-rreccional. Pero en Puerto Maldonado sufrieron un sangriento des-calabro con una patrulla militar, y tuvieron que regresar al punto de partida. En Bolivia los sobrevivientes se reorganizaron, y dirigidos por Juan Pablo Chang así como por Héctor Bejar, fundaron el Movi-miento 15 de Mayo que después se fortaleció con ex-miembros de la Juventud Comunista, y se transformó en el núcleo del Ejército de Li-beración Nacional. Éste comenzó sus acciones armadas por Chinchi-bamba, provincia La Mar del departamento de Ayacucho. Se había escogido esta zona porque estaba situada entre los dos frentes que allí había establecido el MIR, con el cual se forjó al cabo de varios meses un Comando Nacional de Coordinación. Pero casi al unísono los militantes del ELN y del MIR tropezaron con las mismas diicul-tades; no hablaban el quechua, único idioma de los campesinos de la región. Además los pobladores locales miraban con desconcier-to la irrupción de gente desconocida y armada, que les proponían la revolución socialista y la lucha contra el imperialismo, objetivos ajenos a sus intereses concentrados como estaban en las cuestiones concretas del lugar. Esa mutua incomprensión facilitó la tarea del ejército, que tras liquidar al MIR se dedicó a perseguir al ELN, inal-mente derrotado en Tingos a mediados de diciembre del año 1965.

La gesta boliviana de Ernesto Guevara

Ernesto Guevara de la Serna, arquetipo de revolucionario interna-cionalista, se sumó en México al empeño liberador de Fidel Cas-tro, y junto a él navegó en el “Granma” para iniciar la exitosa gesta guerrillera de la Sierra Maestra. Sus narraciones de la guerra son insuperables, con una impresionante profundidad de pensamiento,

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e incluso algunos de sus escritos han pasado a la posteridad como documentos clásicos del ideario comunista.

El Ché airmaba que donde un gobierno hubiese subido al poder mediante alguna forma de consulta popular y mantuviese al me-nos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero resultaba imposible, al no haberse agotado las posibilidades de la contienda cívica. Y acotaba: “Sería error imperdonable desestimar el provecho que puede obtener el programa revolucionario de un pro-ceso electoral” (144), aunque subrayaba que por esa vía “lo más que se lograría sería la captura formal de la superestructura burguesa del poder” (145), tras lo cual –airmaba- el “ejército tomará partido por su clase y entrará en conlicto con el gobierno constituido. Puede ser derribado ese gobierno mediante un golpe de Estado más o me-nos incruento y volver a empezar el juego de nunca acabar” (146).

En el contexto de haber sido rota la legalidad burguesa por las fuerzas opresoras, Ernesto Guevara insistía en que era posible, y más aún, ne-cesario, que los revolucionarios forjaran la alianza obrero-campesina y asimismo establecieran algún vínculo con sectores pequeño-bur-gueses radicalizados y hasta con determinados elementos progre-sistas de la burguesía antimperialista. Todos, bajo la dirección de la ideología cientíica del proletariado, deberían lanzarse hacia el poder mediante el combate armado, para transformar la vieja sociedad sub-desarrollada y construir un mundo nuevo. Por eso decía:

Las condiciones objetivas para la lucha están dadas por el hambre del pueblo, la reacción frente a esa hambre, el temor desatado para aplazar la reacción popular y la ola de odio que la represión crea (147).

En esas circunstancias, el Ché consideraba:

Primero: las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército.

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Segundo: no siempre hay que esperar a que se den todas las condi-ciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.

Tercero: en la América subdesarrollada, el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo (…) (148) que tome las ciuda-des desde el campo (149).Pero advertía: La guerra de guerrillas es una guerra del pueblo, es una lucha de masas. Pretender realizar este tipo de guerra sin el apoyo de la población, es el preludio de un desastre inevitable. La guerrilla es la vanguardia combativa del pueblo…dis-puesta a desarrollar una serie de acciones bélicas tendentes al único in estratégico posible: la toma del poder (150).Debido a estos bien fundamentados criterios, Ernesto Guevara cen-suraba a quienes, en las condiciones de opresión descritas, sólo se empeñaban por retornar a la tradicional legalidad, manteniendo in-tacto el aparato coercitivo burgués. Por eso escribió: En los lugares donde ocurren estas equivocaciones tan graves, el pueblo apronta sus legiones año tras año para conquistas que le cuestan inmensos sacriicios y que no tienen el más mínimo valor. Son pequeñas coli-nas dominadas por el fuego de la artillería enemiga. La colina parla-mento, la colina legalidad, la colina huelga económica legal, la colina aumento de salarios, la colina constitución burguesa, la colina libe-ración de un héroe popular…Y lo peor de todo es que para ganar estas posiciones hay (…) que demostrar que se es bueno, que no se es peligroso, que no se le ocurrirá a nadie asaltar cuarteles, ni trenes, ni destruir puentes, ni ajusticiar esbirros, ni torturadores, ni alzarse en las montañas, ni levantar con puño fuerte y deinitivo la única y violenta airmación de América: la lucha inal por su redención (151). Admirador de la gesta del gran Bolívar, el Ché Guevara compartía su criterio –esta vez aplicado al siglo XX-, de que la lucha revolucio-naria debería adquirir un carácter continental en América Latina. Y airmaba, que en ella “la cordillera de los Andes está llamada a ser la Sierra Maestra, como dijera Fidel” (152). Para alcanzar los nuevos objetivos libertarios, el Ché propugnaba la creación simultánea de

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varios focos de guerra, que de ser llevados con suiciente destreza política y militar se harían prácticamente imbatibles (153). Añadía que los referidos grupos armados deberían “formar algo así como Juntas de Coordinación para hacer más difícil la tarea represiva del imperialismo yanqui y facilitar la propia causa” (154). Defendía el desarrollo de verdaderos “ejércitos proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo que morir bajo las enseñas de Viet-Nam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de Colombia, de Bolivia, de Brasil, para citar sólo los escenarios actua-les de la lucha armada, sea igualmente gloriosa y apetecible para un americano, un asiático, un africano y, aún un europeo” (155).

Comandante del Ejército Rebelde, presidente del Banco Nacional de Cuba, director de la Junta Central de Planiicación, ministro de Industrias, jefe de delegaciones políticas y económicas, el revolu-cionario internacionalista Ernesto Guevara escribió a Fidel Castro en 1965: Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba a la Revolución Cubana en su territorio y me despido de ti, de los compañeros, de tu pueblo que ya es mío. Hago formal renuncia de mis cargos (…) Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos.

Haciendo un recuento de mi vida (…) mi única falta de alguna gravedad es no haber coniado más en ti desde los primeros mo-mentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suiciente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario (…) me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identii-cado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios.

Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos es-fuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabili-dad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos (156).

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Luego de una estancia en África, Ernesto Guevara regresó a la Amé-rica Latina. Deseaba crear un destacamento guerrillero en Bolivia, en el cual participasen combatientes de distintos países latinoame-ricanos, en una especie de escuela revolucionaria para la lucha ar-mada. Con el propósito de acometer su empeño internacionalista, el Ché escogió un pequeño grupo de compañeros suyos con expe-riencia en la Sierra Maestra, cuya capacidad, valor y espíritu de sa-criicio conocía. Al mismo tiempo dinamizó sus relaciones con diri-gentes y militantes del Partido Comunista de Bolivia, con los cuales mediante Tamara Bunke, “Tania”, tenía relaciones desde 1964 (157). Recababa de ellos solidaridad para el movimiento insurreccional en América del Sur, pues en la fase de preparación de su base guerrille-ra, el Ché sabía que dependería fundamentalmente de la ayuda de los revolucionarios bolivianos, aunque su propósito era organizar una fuerza armada a la que pudieran incorporarse todos los que desearan luchar por la liberación de América Latina.

En noviembre de 1966 Ernesto Guevara llegó a Bolivia, y de inme-diato se trasladó de La Paz a Ñancahuazu, donde se encontraba el campamento guerrillero establecido por la vanguardia de cubanos y bolivianos. Aquéllos eran tres (158): José María Martínez Tamayo, “Ricardo”, Harry Villegas, “Pombo” y Carlos Coello, “Tuma”; entre éstos descollaban dos militantes del Partido Comunista de Bolivia, los hermanos Guido “Inti” y Roberto “Coco” Peredo Leigue. Esta organización política presentaba un panorama complejo; se había escindido en su Séptima Conferencia y mayoritariamente el Comité Central presionaba contra la lucha armada, pues en las recientes elecciones convocadas por Barrientos los candidatos comunistas ha-bían obtenido treinta y dos mil votos, y eso lo consideraban un gran éxito. Contra esa tendencia se alzó la acaudillada por Oscar Zamo-ra, quien añadió a la suya el patronímico de “marxista-leninista”, y decía apoyar las concepciones guerrilleras. Pero como esto se reveló falso, con él rompió el grupo encabezado por Moisés Guevara, el cual sí probó que estaba decidido a hacerlo. Ese divisionismo pro-

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vocó la dispersión de los vinculados con el proyecto concreto del Ché, que según escribió Regis Debray tenía el siguiente propósito: El foco boliviano funcionaría…como un centro de adiestramiento militar y de coordinación política de las diversas organizaciones revolucionarias nacionales de América Latina. Los elementos más avanzados de cada país serían sustraídos de sus bases de origen e incorporados por un momento al foco boliviano… y devueltos des-pués a su base nacional como cuadro político militar (…) una red internacional homogénea y lexible a la vez, que cubriera las diver-sas partes de la nación latinoamericana compuesta por organizacio-nes nacionales, político-militares dotada de una estructura común, la del ejército guerrillero, una sigla idéntica ELN, casi una doctrina de guerra única…con un estado mayor políticamente coherente…y con una visión política global. La columna mandada por el Ché hu-biera sido la columna vertebral de esa red (159).

Aunque tras el escisionismo en el partido, los comunistas bolivia-nos comprometidos con el proyecto del Ché quedaron tanto en una como en otra fracción, mayoritariamente permanecieron en la ten-dencia al frente de la cual estaba Mario Monje. Por deferencia con esa militancia, el Ché invitó en primer término a éste a visitar su campamento, a pesar de no experimentar hacia él ninguna simpa-tía. Al reunirse ambos a inales de año, Monje planteó tres puntos: 1) él neutralizaría la hostilidad del Comité Central, extraería cua-dros para la lucha y luego renunciaría a la dirección del partido; 2) la dirección político-militar de la lucha le correspondía a él, mien-tras la revolución tuviera un ámbito boliviano; 3) él manejaría las relaciones con otros partidos sudamericanos, tratando de llevarlos a una posición de apoyo a los movimientos de liberación como el de Douglas Bravo. Pero el Ché no estaba dispuesto a entregarle el mando de un núcleo guerrillero destinado a desarrollar una amplia lucha en toda América Latina, a un inexperto sesohueco de estre-chas miras chovinistas (160), por lo cual escribió después: Le con-testé que el primer punto quedaba a su criterio, como secretario del partido, aunque yo consideraba un tremendo error su posición. Era

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vacilante y acomodaticio y preservaba el nombre histórico de quie-nes debían ser condenados por su posición claudicante. El tiempo me daría la razón. Sobre el tercer punto no tenía inconveniente en que tratara de hacer eso, pero estaba condenado al fracaso. Pedirle a Codovila (161) que apoyara a Douglas Bravo era tanto como pe-dirle que condonara un alzamiento dentro de su partido. El tiempo también sería juez. Sobre el segundo punto no podía aceptarlo de ninguna manera. El jefe militar sería yo y no aceptaba ambigüeda-des en esto (162).

Al respecto, Fidel Castro más tarde opinó: “Monje pide mando, y el Ché era muy recto, rígido… Yo pienso que el Ché debió hacer un mayor esfuerzo de unidad”. (…). “Pienso que realmente no había ninguna razón para exigir aquél mando, simplemente tal vez hu-biera hecho falta un poco, digamos, de mano izquierda. Porque, en realidad, si Monje lo pide, el Ché le podía dar el título de general en jefe, de lo que quisiera, sin mando de tropa” (163).

Cuando se produjo el muy perjudicial rompimiento de vínculos con el PCB, los Peredo y demás militantes bolivianos que estaban en la guerrilla decidieron quedarse en ella, mientras observaban con ra-bia e impotencia como Monje impedía en La Paz que hombres bien entrenados se unieran al Ejército de Liberación del Ché. Luego éste invitó a Moisés Guevara (164), quien le prometió ayuda. Al poco tiempo llegaron algunos hombres enviados por él, así como –por otros conductos- dos internacionalistas: Regis Debray y el peruano Juan Pablo “el chino” Chang Navarro. Aunque en el fondo habría deseado que Debray permaneciera en la guerrilla, el Ché le enco-mendó una importante misión en Europa, hacia el cumplimiento de la cual se dirigía cuando fue capturado por las fuerzas de Barrientos (165). El ”chino” Chang permaneció en las ilas guerrilleras hasta su asesinato el 9 de octubre de 1967 en la escuela de La Higuera.

A inales de enero de 1967 el Ché dio por terminados los trabajos preparatorios de campamento, y comenzó la etapa de exploración

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guerrillera para probar la tropa, que duró hasta el 20 de marzo. Al respecto, el Guerrillero Heroico plasmó en su Diario: Este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres; los que no puedan alcanzar ninguno de estos dos estadíos deben decirlo y dejar la lucha (166).

A inales de marzo empezó la lucha, caracterizada por un golpe preciso y espectacular, tras lo cual el gobierno lanzó una contrao-fensiva dedicada a lograr el aislamiento de la guerrilla. Entonces se organizaron las fuerzas en tres grupos: La vanguardia, en la que se destacaba Roberto “Coco” Peredo; el centro, en el cual se encontraba el Ché y debería contar con la mayor cantidad de hombres así como con Tania; y la retaguardia, al mando del cubano Juan Vitalio “Joa-quín-Vilo” Acuña Núñez, con la que se perdió el contacto al poco tiempo. La inmensa incapacidad del ejército de Barrientos permitió que en unas cuantas semanas, el puñado de guerrilleros decididos le inligiera incontables derrotas y le capturase en combate cerca de doscientas armas. De esta forma la presencia de la guerrilla conmo-cionó al país. En el mes de junio, por ejemplo, la ilegalizada Federa-ción Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia apoyó en un con-greso obrero clandestino la iniciativa de la mina Catavi, de donar al movimiento guerrillero un día de salario y enviarle medicamentos. Al enterarse el ejército del cónclave celebrado y de sus acuerdos, efectivos suyos atacaron los campamentos mineros luego de la tra-dicional iesta de San Juan, al amanecer del 24 de junio. Sólo en el yacimiento conocido por Siglo XX murieron 87 personas, entre las cuales estaban veinte hombres decididos a unirse a la guerrilla. Con esta masacre la imagen del régimen boliviano se deterioró aún más, y los signos de su debilidad se multiplicaron, al punto de que el Ché llegó a pensar: “El gobierno se desintegra rápidamente, lástima no tener cien hombres más en este momento” (167).

Pero no obstante el sugerente comentario, Regis Debray posterior-mente precisó: El objetivo de Ñancahuazu no fue jamás ni a corto ni a

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mediano plazo, la toma del poder en La Paz. Más aún, el Ché conside-raba una verdadera catástrofe que a consecuencia de un encadena-miento precipitado de circunstancias, un desenlace prematuramen-te victorioso hiciera abortar su proyecto histórico, que no podía dar sus frutos sino a largo plazo y diiriendo al máximo sus efectos. Un régimen popular en Bolivia del que hubiese tenido directa o indi-rectamente que asumir la responsabilidad habría sido para él, pue-de decirse, como arrastrar un grillete (…) La lenta creación de una vanguardia político-militar latinoamericana, o más exactamente de un plantel de vanguardia, destinada por destacamentos sucesivos a irradiar hacia los países vecinos del continente. La empresa exigía tiempo, paciencia y en los participantes cierto espíritu de abstinen-cia, exentos de apetitos políticos inmediatos. No habría sido pru-dente acercarse a las ciudades o señalarse como objetivo táctico la entrada en los centros urbanos, ya que esta vanguardia con la forma y el contenido de una columna guerrillera…no podía crecer y con-solidarse más que evolucionando en el campo. En un primer esta-dío Bolivia no debía, no podía por tanto ser otra cosa que el lugar de implantación y crecimiento del núcleo central que al desarrollarse llegaría un día a multiplicarse por división natural (168).

En agosto el contexto alentador empezó a cambiar. El Ché lo en-juició como “el mes más malo que hemos tenido en lo que va de guerra. La pérdida de todas las cuevas con sus documentos y me-dicamentos fue un golpe duro, sobre todo psicológico (…) La falta de contacto con el exterior y con Joaquín y el hecho de que prisione-ros hechos a éste hayan hablado, también desmoralizó un poco a la tropa. Mi enfermedad sembró la incertidumbre en varios más (…) Por otra parte la difícil marcha por las lomas sin agua, hizo salir a lote algunos rasgos negativos de la gente” (169). No obstante, nada tenía tanta incidencia adversa como la pérdida gradual de hombres y la falta completa de incorporación campesina, pues esto resulta-ba nocivo para la capacidad de la guerrilla de ejercer una acción permanente en el territorio sobre el cual operaba. El Ché concluyó “Estamos en un momento de baja de nuestra moral y de nuestra

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leyenda revolucionaria. Las tareas más urgentes siguen siendo las mismas del mes pasado, a saber: Restablecer los contactos, incor-porar combatientes, abastecernos de medicina y equipo” (170). En septiembre la guerrilla estuvo a punto de lograr su recuperación. Además, aunque el número de hombres en sus ilas aún era muy reducido, los combatientes mantenían su capacidad de desarrollo, y algunos cuadros bolivianos como los hermanos Inti y Coco Peredo, se iban destacando con magníicas perspectivas de jefes. Pero una emboscada en la cual cayeron miembros de la vanguardia, el día 26, dejó a los revolucionarios en una posición peligrosa. También la retaguardia acababa de ser liquidada por las fuerzas del ejército, que mostraban más efectividad. Para colmo, en la masa campesi-na –que no ayudaba en nada- (171), comenzaban a surgir delatores (172). Por eso el Ché decidió que en octubre se buscaran otras zo-nas, de mayor desarrollo político (173). Para alcanzar este objetivo la guerrilla decidió pasar por la Quebrada del Yuro, donde sin sa-berlo, la aguardaba una tropa numerosa del gobierno. El reducido núcleo revolucionario se defendió heroicamente hasta el anochecer del 8 de octubre. En el combate el Ché fue herido en las piernas, lo cual le impidió caminar, aunque siguió disparando hasta que agotó las balas de su pistola y su fusil fue roto por un proyectil enemi-go. Sólo así, inmovilizado e indefenso, Ernesto Guevara pudo ser capturado vivo. Entonces los soldados lo trasladaron al pueblo de Higueras. Allí el Ché se negó a discutir una sola palabra con sus captores. Incluso a un oicial del ejército que, borracho, intentó ve-jarlo, le propinó una bofetada en pleno rostro (174). Mientras, en La Paz, Barrientos y otros altos jefes militares tomaban la decisión de asesinarlo. El suboicial encargado de darle muerte en la escuelita, el día 9, completamente embriagado, vaciló en cumplir la orden. Entonces la entereza del Ché se mostró a plenitud: “¡Dispare! ¡No tenga miedo!” (175), fueron sus últimas palabras, antes de que una ráfaga de metralleta lo ultimara.

Empezaba a cumplirse el vaticinio histórico que el propio Ernesto Ché Guevara formulase: “En cualquier lugar que nos sorprenda la

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muerte, bienvenida sea, siempre que éste, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria” (176).

Así, una vez asesinado, el Ché comenzó a vivir eternamente.

Multiplicidad insurreccional argentina

En Argentina, el agotamiento del nacionalismo burgués populista inauguró una época de profunda inestabilidad; mientras la gran burguesía marchaba hacia la monopolización y se aliaba a las trans-nacionales, el proletariado y la pequeña burguesía clamaban por la defensa de sus reivindicaciones, que en diversos grados el peronis-mo había satisfecho. En ese contexto la lucha de clases se acicateó, a la vez que los peronistas agudizaban su división en tendencias. Una de éstas era la de la Juventud, que agrupaba a jóvenes en creciente proceso de radicalización. Algunos de ellos se escindieron y organi-zaron el Movimiento Peronista de Liberación, que inluidos por la Revolución Cubana defendió la lucha armada para tomar el poder, por lo cual el 24 de diciembre de 1959 unas dos decenas de jóvenes se alzaron en la región boscosa de los cerros de Cochuma y El Calao, en la parte septentrional de la provincia de Tucumán. Al poco tiem-po se apoderaron de la pequeña comisaría de Frías, villa cercana de la capital provincial, y se retiraron después a su campamento. Pero allí sus efectivos fueron dispersados el 10 de enero de 1960 por las fuerzas del ejército.

Un origen diferente tuvieron las denominadas Fuerzas Argentinas de Liberación, conformadas a partir de divisiones en las heterogé-neas organizaciones adeptas al marxismo, entre las cuales prepon-deraban los maoístas. Aunque éstos reconocían la importancia del peronismo –por representar la irrupción de las masas en la política del país-, lo censuraban por la herencia paternalista que había de-

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jado en el movimiento obrero, y rechazaban por ello colaborar con sus integrantes. Partidarias de la instauración inmediata del socia-lismo en Argentina, las FAL realizaban sobre todo –con ines pro-pagandísticos- acciones armadas en las ciudades, donde vivía el 80 por ciento de la población nacional.

El Ejército Guerrillero del Pueblo fue creado en junio de 1963 por Jorge Ricardo Massetti, quien antes había alcanzado notoriedad pe-riodística en Cuba. Al principio esas fuerzas radicaron en Bolivia, cerca de la frontera con Argentina, pero a los tres meses los treinta estudiantes penetraron en Salta donde establecieron una base en la Toma o El Mole, para desde ella politizar al campesinado de esa provincia y al de Jujuy. Aún estaba en esa fase, cuando en marzo de 1964 la gendarmería atacó al campamento dispersando a quienes no asesinó.

En mayo de 1965 se fundó el Partido Revolucionario de los Traba-jadores, con integrantes del Frente Indoamericano Popular y de la organización Palabra Obrera; el primero tenía fuerte arraigo en el proletariado azucarero de Tucumán y manifestaba profunda sim-patía hacia la Revolución Cubana, y el segundo inluía mucho a estudiantes y ferroviarios. Al principio el PRT –guiado por Mario Roberto Santucho- se ailió a la Cuarta Internacional, pero a medida que la nueva formación política se inclinaba hacia la lucha armada como vía para derrocar al régimen militar, enfrentaba una crecien-te censura de los sectarios postulados trotszkistas, cuyos nuevos dogmas vinculados con el agrarismo rechazaban el acercamiento al abundante proletariado argentino y a la insurrección.

Dos nuevas organizaciones guerrilleras surgieron en 1968. Las Fuer-zas Armadas Rebeldes constituidas por revolucionarios de hetero-génea procedencia, aglutinaban tanto a los que habían estado vin-culados al proyecto continental del Ché, como a muchos oriundos de la izquierda tradicional, a algunos emanados del peronismo, y hasta a otros sin previa iliación. Sus acciones militares estaban des-

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tinadas a lograr un impacto político y a obtener fondos mediante expropiaciones a bancos y grandes entidades monopolistas, con el propósito de tener recursos para entrenar en las urbes a sus nuevos adeptos. El segundo grupo recibió el nombre de Fuerzas Armadas Peronistas, el cual empezó sus actividades con doce hombres en el campamento de El Plumerillo, en el área rural de Taco Ralo, pro-vincia de Tucumán. Pero al cabo de varias semanas, en septiembre, el foco fue descubierto y sus efectivos casi diezmados. Los sobrevi-vientes trasladaron entonces sus operaciones a las ciudades.

A mediados de 1969 la oposición al régimen militar argentino se producía de dos formas: la guerrilla urbana y la movilización obre-ra. Esta última llegó a su clímax en mayo, cuando proletarios y es-tudiantes ocuparon los barrios céntricos de la ciudad de Córdoba –suceso conocido como “el Cordobazo”. Luego el movimiento se extendió a Rosario, Mendosa y Tucumán. El gobierno respondió con el decreto del estado de sitio, intervino la CGT y clausuró periódi-cos, todo lo cual sólo provocó la multiplicación de la lucha armada. Se aceleró entonces el surgimiento –en las medianías de 1970- del Movimiento Peronista Montoneros, estructurado con la fusión de variadas tendencias revolucionarias; en la nueva fuerza se incluían marxistas y cristianos, junto a los adeptos al peronismo, que pre-ponderaban. Los postulados de los montoneros se proyectaban ha-cia una amplia alianza antioligárquica encabezada por los sectores populares, la cual respetaría el pluralismo político pero haría surgir una Argentina nueva y antimperialista, que aplicase una reforma agraria para que desaparecieran los grandes latifundios. Ese pro-grama representaba una especie de síntesis modernizada de las tres banderas tradicionales del peronismo –independencia económica, justicia social, soberanía política-, que llevaría el país a un socialis-mo nacional en marcha hacia la gran Patria Latinoamericana.

El PRT, a su vez, anunció el 29 de julio de 1970 la creación del Ejérci-to Revolucionario del Pueblo como su brazo armado, que esgrimía la consigna de llegar al socialismo bajo la conducción de la clase

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obrera en alianza con el semi-proletariado, los campesinos pobres y la pequeña burguesía urbana; señalaba como sus principales ene-migos al imperialismo y sus emanaciones –FMI, BID-, a la oligar-quía latifundista y a la burguesía criolla monopolista, cuyos intere-ses todos serían expropiados de inmediato al triunfar la revolución.

El segundo “Cordobazo” –marzo de 1971- hizo comprender a la alta oicialidad el peligro de recrudecer las medidas represivas; és-tas sólo facilitaban la vinculación de las ascendentes fuerzas gue-rrilleras con el creciente movimiento de masas. Para evitar la unión de las dos corrientes que empezaban a conluir, se legalizaron los partidos políticos, se suprimió el odiado Ministerio de la Economía, se eliminaron los topes salariales a los trabajadores, y se anunció el regreso a la constitucionalidad mediante elecciones.

En contraste, los guerrilleros extendieron sus operaciones por todas las ciudades importantes; los Montoneros, por ejemplo, atentaban contra jefes militares, ajusticiaban a corruptos peronistas de la bu-rocracia sindical, recuperaban fondos en los bancos, atacaban guar-niciones militares, realizaban sabotajes y acciones de propaganda, trataban de crear “guerrillas industriales” para boicotear la produc-ción, distribuían alimentos entre los marginados, hasta ocupaban poblados de mediano rango. El ERP, por su parte, tomaba fábricas para explicar a los obreros sus objetivos y distribuirles la prensa clandestina, ocupaba cuarteles para proveerse de armas, protegía manifestaciones, ajusticiaba a esbirros y torturadores, incautaba alimentos que luego distribuía en las “villas miserias”, expropiaba dinero a los grandes bancos. Pero dichas acciones guerrilleras no representaban la vanguardia de insurrecciones populares; sólo eran súbitos ataques sorpresivos que momentáneamente paralizaban a las fuerzas represivas. Después venía el obligado repliegue con su costoso saldo social: muertes, desapariciones y torturas inlingidas a quienes se hubieran solidarizado con los revolucionarios. Las or-ganizaciones armadas no tenían todavía la capacidad de arrastrar a la mayoría de la población tras sus objetivos. Carecían de una

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hábil política de alianzas que englobara a las principales clases y grupos sociales –así como a sus representantes-; sólo nucleaban a los elementos más esclarecidos del proletariado, y de la pequeña burguesía triturada por el proceso monopolizador de la economía. A veces, como el 15 de agosto de 1972, cuando se excarcelaron a los revolucionarios que se encontraban en la prisión de Rawson, las organizaciones guerrilleras –en este caso el ERP, las FAR y Monto-neros- actuaron de forma conjunta. Pero la anhelada colaboración sistemática nunca llegó. Al revés, el ascendente proceso de unión se detuvo, y pronto dio marcha atrás motivado por la cambiante realidad argentina, enrumbada con celeridad hacia un importante proceso electoral.

La mayoría de las Fuerzas Armadas Rebeldes y una parte de las Fuerzas Armadas Peronistas se fusionó con los Montoneros, que se integraron al Frente Justicialista de Liberación creado por el pero-nismo para presentarse en los comicios; su candidato era Héctor Cámpora, quien defendía la nacionalización de la banca y el comer-cio exterior, una Reforma Agraria así como el regreso de los recur-sos naturales a la exclusiva propiedad estatal. Y con dicho progra-ma se ganaron las elecciones en marzo de 1973. De inmediato se derogaron las disposiciones anticomunistas, se enviaron al recién electo Congreso leyes concernientes a las inversiones extranjeras, los bancos y la “reargentinización” de la industria, a la vez que las masas sacaban de las cárceles a los presos políticos y el gobierno restablecía relaciones con Cuba socialista. Mientras, los Montoneros alcanzaban notable inluencia en la Juventud Peronista y comenza-ban a implantar una compleja estructura organizativa propia den-tro del Partido Justicialista.

Ante el establecimiento del régimen constitucional, el ERP dudó so-bre qué hacer. Rompió con la Cuarta Internacional, se fusionó con las FAL y los restos de las FAP, a la vez que adoptaba una posición intermedia hacia el poder; decía que no atacaría al gobierno pero continuaría combatiendo al ejército y a las grandes empresas mono-

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polistas. Esta prolongación del combate guerrillero y la rápida as-cendencia de la izquierda dentro del aparato político del “justicia-lismo” aterrorizó a la derecha peronista, que en poco tiempo obligó a Cámpora a presentar su renuncia para celebrar nuevos comicios, en los cuales sería electo el mismísimo Perón.

Los Tupamaros

En Uruguay, la extraordinaria estabilidad burguesa estuvo repre-sentada por ininterrumpidas décadas de gobierno del Partido Co-lorado. Pero en 1958 el Partido Nacional o Blanco triunfó en las elecciones y ocupó el poder dispuesto a establecer por completo el libre juego del mercado, liberalizar el comercio exterior, abrir el país a los capitales extranjeros, aplicar las orientaciones del Fondo Monetario Internacional. Esta política ocasionó una súbita espiral inlacionaria que mucho perjudicó la capacidad adquisitiva de los asalariados, y en especial de los jornaleros agrícolas. Raúl Sendic descolló al organizar la Unión de Trabajadores Azucareros, y prota-gonizar en 1962 una célebre marcha de los cañeros desde la norte-ña provincia de Artigas hasta Montevideo. Luego recibió el apoyo formal de los tradicionales partidos de izquierda para ocupar los latifundios sin cultivar, aunque en realidad esas fuerzas políticas nada efectivo hicieron, por lo que militantes socialistas decidieron crear el Movimiento de Apoyo al Campesinado. Éste se vinculó con la UTA y decidió pasar a la acción directa; penetró en el Club de Tiro Suizo de Colonia Helvicia, donde ocupó una docena de fusiles. Esta operación comando ocasionó un cisma en el Partido Comunis-ta, cuya minoría en 1963 se escindió, abrazó el maoísmo y fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Al año éste se dividió en tres corrientes. Una airmaba que las condiciones aún no estaban dadas para la revolución; otra decía que sí, y que la lucha se llevaría del campo a la ciudad; la tercera estaba de acuerdo con el primer planteamiento de la segunda, pero airmaba que el combate guerri-llero sería preponderantemente citadino, por ser Uruguay un país

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con más del ochenta por ciento de su población urbana, cuya mitad se aglomeraba en la hipertroiada capital.El MAC prosiguió su evolución al adoptar una estructura organi-zativa sui generis; pues todos los grupos tenían independencia, sal-vo en lo que hubieran resuelto coordinar con los demás. Este ideal esquema organizativo no funcionó pues condujo al fraccionamien-to operativo y a la ulterior ruptura. De los restos de ese empeño surgió en 1965 el Movimiento de Liberación Nacional, que utilizó el apellido de Tupamaros en honor al patronímico empleado por los combatientes del prócer José Gervasio Artigas, quienes en su mo-mento lo habían adoptado en recuerdo a la gesta acaudillada por Túpac Amaru en el Perú. Al MLN-T se integraron revolucionarios provenientes del MAC, así como disidentes anarquistas, trostszkis-tas, la tercera corriente del MIR, grupos católicos radicalizados, y hasta gente sin iliación. En sus ilas se aglutinaban estudiantes, in-telectuales, técnicos, profesionales, así como elementos avanzados de la pequeña burguesía urbana, progresivamente en ruina debido al creciente proceso monopolizador de la economía. También hubo obreros industriales y hasta jornaleros agrícolas, con los cuales se intentó organizar una guerrilla rural. Pero como el predominio de grandes haciendas ganaderas y enormes terrenos baldíos no facilita-ba el surgimiento de un foco insurrecto en el campo, los tupamaros escogieron a Montevideo como territorio fundamental de sus acti-vidades de propaganda armada. Poco después, en noviembre de 1966, el gobierno derogó la vieja constitución democrática con eje-cutivo colegiado e impuso otra, con presidencia unipersonal fuerte. Desde ésta se impulsó aún más la monopolización económica y se dictaron “medidas prontas de seguridad” para reprimir al emergen-te movimiento guerrillero. El MLN-T se caracterizaba entonces por efectuar operativos destinados a conseguir armas –como el ataque a un cuartel de la Marina-, y sobre todo inanciamiento; carente de un amplio sistema de apoyo que pudiera subvencionarlo mediante la compra de bonos o con donaciones –que también hubiesen compro-

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metido a las personas-, la guerrilla asaltó casinos y sucursales ban-carias en acciones no siempre bien comprendidas por la mayoría de la población. También realizaba atentados a iliales de compañías estadounidenses, o contra empresas criollas que mantenían una po-lítica anti-obrera; asimismo repartía ropa y alimentos entre los habi-tantes de los barrios marginales. Su actividad de mayor resonancia fue la fugaz toma de la ciudad de Pando, en homenaje al segundo aniversario de la caída de Ernesto “Che” Guevara. Luego alcanza-ron relevancia las masivas fugas de revolucionarios llevadas a cabo en la Cárcel de Mujeres y en el presidio de Punta Carreta, a inales de 1971. Eran acciones de gran impacto, sólo posibles de efectuar gracias al extraordinario grado organizativo alcanzado por los tu-pamaros. En el Uruguay, sin embargo, paralelamente al fenómeno de la insurgencia se desarrollaba otro, también asombroso pero partidista, al convergir comunistas, socialistas, demócrata-cristia-nos, facciones izquierdistas de los “blancos” y de los “colorados”, así como elementos independientes, en el Frente Amplio, creado en febrero de 1971. Esta novedosa agrupación política fue bienvenida por el MLN-T, pues comprendía lo que signiicaba una gran movi-lización de masas, aunque no dejó de señalar las diferencias entre ambas; se enfrentaban dos concepciones distintas, la electoral y la armada. El gobierno, sin embargo, no hacía distinciones; decretó el estado de guerra interno, incrementó la represión, multiplicó los asesinatos, asaltó locales del Partido Comunista y ametralló sus mi-litantes –a cuyo sepelio asistió el arzobispo de la capital-, y vio sur-gir ante si al Parlamento como única trinchera legal sobreviviente para denunciar torturas y crímenes.

El MLN-T consideró entonces inalizada la etapa previa, y deci-dió dar un salto de calidad en sus actividades para colocar al país en una situación de guerra revolucionaria. Se inició así en abril de 1972 una batalla total entre la guerrilla tupamara y las fuerzas del ejército, que en sólo dos meses inlingieron golpes mortales a los grupos de revolucionarios urbanos armados; se capturó o asesinó a numerosos combatientes clandestinos, se descubrieron refugios,

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depósitos y casas de seguridad. Hasta que en julio el MLN-T pidió una tregua para sacar del país a sus principales efectivos. Se evi-denció de esta forma que los guerrilleros habían sido triunfalistas, y que su organización no representaba todavía una fuerza capaz de arrastrar a la mayoría de la población tras sus objetivos; tampoco había vínculos eicientes entre la militancia del Frente Amplio y los Tupamaros. En síntesis, se había subestimado la capacidad represi-va del régimen, al endilgarle al conjunto de las fuerzas armadas las características de relativa ineicacia mostrada por la policía. La derrota de los guerrilleros abrió el camino a la oicialidad golpis-ta, que transformó la Junta de Comandantes en verdadero centro del poder ejecutivo; desde ella se decretó la ocupación de radiodi-fusoras y periódicos, se decretó la disolución del Parlamento y de la unitaria Confederación Nacional de Trabajadores, se orientó la pri-sión de las principales iguras políticas, se ordenó la intervención de la Universidad, se proscribió al Frente Amplio y demás organi-zaciones partidistas, y se convirtió al principal estadio deportivo en gigantesca y monstruosa cárcel. Se implantaba el fascismo, que impondría plenamente el capitalismo monopolista de Estado.

Persistente rebeldía armada guatemalteca

En Guatemala, derrocado el gobierno democrático de Jacobo Ar-benz se restableció la hegemonía de los grandes “barones del café”. Entonces se suspendieron las garantías constitucionales, se pro-hibieron las organizaciones sociales populares, se disolvieron los partidos progresistas, se amputó lo mejor del avanzado Código del Trabajo, y se anuló la reforma agraria. Por ello desaparecieron las cooperativas campesinas, se devolvieron las tierras a la oligarquía y a la United Fruit Company, y se desató una brutal represión.

Todo eso disgustó a una parte de la oicialidad joven que a inales de 1960 se sublevó. Tres mil soldados y 120 oiciales –entre los cua-les se destacaban Luís Augusto Turcios Lima y Marco Antonio Yon

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Sosa- tomaron parte en el alzamiento, notable en la capital, en Puer-to Barrios y Zacapa. Pero fracasó debido a la falta de coordinación, algunos titubeos, y sobre todo por los bombardeos aéreos de los contrarrevolucionarios cubanos que se preparaban en Guatemala para atacar a Cuba por Playa Girón.

Tras recibir una apresurada amnistía del improvisado gobierno ci-vil existente, Turcios y Yon Sosa prepararon en Honduras el movi-miento revolucionario 13 de noviembre, para regresar a su patria y comenzar la lucha guerrillera por la zona de Izabal, donde la UFCO tenía grandes propiedades. Esta forma de combate irregular fue rechazada por todas las organizaciones políticas menos el ilega-lizado Partido Guatemalteco del Trabajo, que aceptó colaborar con los insurrectos a la vez que forjaba su propia fuerza combatiente en la Baja Verapaz.

La aparición del movimiento armado revolucionario aterrorizó a la oligarquía, que engendró un golpe de Estado para restablecer el tradicional orden social. Los estudiantes se lanzaron entonces a las calles para protestar y fueron masacrados, lo cual condujo a los más decididos a crear el M-12-IV, que junto al MR-13-N y al PGT se unieron en diciembre de 1963 en las Fuerzas Armadas Rebeldes. Éstas pronto contaron con dos “frentes”, el de Izabal comandado por Yon Sosa y el de Zacapa dirigido por Turcios Lima, pues el de Baja Verapaz fue rápidamente derrotado. Ese pronto revés desani-mó al PGT, el cual retomó concepciones “obreristas” coniado en el crecimiento de esa clase, dado el incipiente despegue económico del país auspiciado por el coyuntural crecimiento que originaba el Mercado Común Centroamericano.

Yon Sosa, por su parte, que al principio había mantenido criterios “militaristas”, al sobrevalorar los elementos técnicos del combate y coniar en una próxima nueva sublevación de sus ex-compañeros del ejército, cayó progresivamente bajo la inluencia del Partido Obrero Revolucionario Mexicano ailiado a la SLATO; los enviados por esa

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militancia habían llegado con alguna ayuda y muchas críticas hacia los demás, y lo convencieron de sus tesis “agraristas” para impulsar la toma de latifundios por los campesinos sin tierra, que luego proce-derían a su autodefensa organizados en Comités de Aldeas.

Turcios Lima censuró el sectarismo de los trotszkistas, así como cualquier entendimiento con la burguesía no dirigido a la toma del poder por los revolucionarios. Entonces, durante 1964 se apartó de Yon Sosa y constituyó una fuerza independiente, con la cual se empeñó en estructurar una hábil política de alianzas. Después, en marzo de 1965 convocó a una conferencia de todas las tendencias. El MR-13-N declinó asistir, pero el PGT aceptó, mientras se rees-tructuraba luego de prolongados conlictos internos. En in, los que se entendieron organizaron otras Fuerzas Armadas Rebeldes, que enarbolaron la concepción de una guerra popular prolongada que fuese del campo a la ciudad bajo el liderazgo ideológico del prole-tariado. Pero en realidad este grupo insurgente había caído en una postura “foquista”, al creer que iba a convertirse en el centro de un proceso revolucionario a cuyas ilas se incorporarían las masas de forma espontánea, atraídas por la lucha armada. A pesar de ello las nuevas FAR llegaron a implantarse en el Suroccidente, las Tie-rras Altas, Quetzaltenango y San Marcos, al engrosar sus ilas sobre todo con ladinos o mestizos, en parte propietarios minifundistas.

El campesinado indígena, que formaba el 70 por ciento de la po-blación del país no se incorporaba, pues sólo en una pequeña co-munidad kakchiquel seis personas se le sumaron. Se evidenciaba así las peculiaridades de quienes aún se agrupaban en múltiples y heterogéneas tribus mayas, cada una de las cuales tenía sus propias tradiciones, cultura, idioma y psicología, históricamente muy divi-didas entre sí, aunque formaban en conjunto la mayoría oprimida de Guatemala.

En las ciudades no eran los obreros la principal fuente proveedora de las FAR, que tenía como su más importante actividad urbana el

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envío de hombres y suministros hacia los alzados en las montañas y en menor grado, la realización de propaganda y pequeños sabotajes o ajusticiamiento de esbirros. Este relativo éxito citadino de las FAR al parecer inluyó sobre Yon Sosa, cuyo MR-13-N en mayo de 1966 rompió con los trotszkistas a quienes acusó de desfalcar los fondos de su movimiento.

A pesar de todas las limitaciones de la insurgencia, el ejército guate-malteco se mostró incapaz de quebrarla, por lo cual los más hábiles grupos reformistas de la burguesía propiciaron en 1966 el triunfo electoral de Julio César Méndez Montenegro, heredero –decía- de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, como “tercer presidente de la revolución”. Esa propaganda hizo su efecto pues las FAR se divi-dieron en favorables y contrarios a la tregua, y a pesar de que todos cesaron los combates, sólo algunos se desmovilizaron.

Al comprender la trampa Turcios trató de reanimar la lucha, pero aún se encontraba en esos trajines cuando murió en un embrollado acci-dente automovilístico. Meses después Yon Sosa se reincorporó a las FAR, pero de inmediato rompió con el PGT, y ulteriormente volvió a escindirse, para con su MR-13-N reinsistir en su errónea estrategia de autodefensa, que inalmente lo condujo a la derrota y la muerte. En 1971 las Fuerzas Armadas Rebeldes aceptaron que estaban desor-ganizadas y desvinculadas de las masas, y concluyeron que debían acercarse al pueblo y ganar su conianza, además de generalizar el trabajo político clandestino antes de reactivar la lucha armada. Un grupo de las FAR se escindió pues entendía que no se realizaba sui-ciente énfasis con los indígenas, por lo cual crearon la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas. Ésta se dedicó a una paciente labor de proselitismo entre las diferentes tribus mayas de la Sierra Madre, lo que le permitió avanzar mucho en la comprensión de sus múltiples características. Mientras, por El Quiché, desde principios de 1972 otro grupo revolucionario se dedicó a trabajar con los aborígenes de la zona, para integrarlos a su Ejército Guerrillero de los Pobres.

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Resurgimiento del Sandinismo

En Nicaragua, el audaz ajusticiamiento del tirano Anastasio Somo-za García por el joven Rigoberto López Pérez estremeció las con-ciencias revolucionarias, que a los dos años empezaron a converger hacia Ramón Raudales –veterano del Ejército Defensor de la Sobe-ranía Nacional-, quien en 1958 decidió reiniciar la lucha armada. Su pronta muerte en combate no evitó que los más decididos siguieran su ejemplo, por lo cual medio centenar de hombres comenzó a en-trenarse como guerrilleros en la hacienda Las Lomas, en Idiaguéz, a tres kilómetros de El Chaparral. Era una zona abrupta y selvática, difícil de penetrar; estaba en una hondonada rodeada de cerros con sólo una salida. Esto facilitó que la Guardia Nacional los derrotase y cogiera presos a los sobrevivientes, entre los cuales había cuatro he-ridos; uno, con el tórax perforado, se llamaba Carlos Fonseca Ama-dor, a quien deportaron hacia Honduras para evitarse complicacio-nes. De allí pasó a Cuba, donde topó con su triunfante revolución.

Reestablecido, Fonseca regresó a Nicaragua en 1960, donde fue de-tenido y deportado, esta vez hacia Guatemala, para que lo encarce-laran en la zona del Petén. Fue entonces que trabó amistad con un joven oicial guatemalteco sobre quien inluyó políticamente, y del cual recibió nociones acerca del uso de la dinámita. Se llamaba Luis Augusto Turcios Lima. Después logró fugarse de la prisión, y al inal de un complicado periplo terminó de nuevo en su patria. Entonces impulsó el Movimiento Nueva Nicaragua, que en breve tiempo se fundió con la Juventud Revolucionaria Nacionalista, excombatientes del Ejército Defensor de la Soberanía y el Frente Unitario Nacional. En este empeño junto a él sobresalieron Santos López, Silvio Mayor-ga, Tomas Borges, Germán Pomares, quienes aceptaron para la nue-va organización el nombre que Fonseca proponía: Movimiento San-dinista. Así se unían las tradiciones revolucionarias nicaragüenses con las concepciones más avanzadas sobre la sociedad. Esta nueva fuerza emitió el 23 de julio de 1961 un documento en el cual señalaba que la única vía para tomar el poder era la lucha armada. Luego se

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hicieron exploraciones por el río Coco y Bocay, y se decidió trabajar políticamente a la población de la zona de Wiwilí. Pero cuando los primeros grupos de alzados en 1963 comenzaron a operar lo hicie-ron por un territorio más alejado, pues las condiciones geográicas y climatológicas indujeron a los combatientes –sobre la marcha- a cambiar de sitio. Ese error táctico dentro de una concepción general correcta, reairmó a los revolucionarios lo acertado de sus criterios sobre cuán imprescindible resultaba el trabajo con las masas y les evi-denció la importancia de las líneas de abastecimiento. Además dicho revés guerrillero no implicó la desaparición del Frente Sandinista de Liberación Nacional, pues como organización ya desarrollaba tam-bién en las ciudades actividades clandestinas. Éstas se fortalecieron a los dos años, cuando el FSLN orientó a su militancia establecer fuer-tes contactos con los jóvenes mediante el Frente Estudiantil Revo-lucionario, y forjar nexos con el Partido Movilización Republicana. Cumplida esa etapa en 1966 se decidió que el FSLN sólo trabajara con la población por medio de mecanismos propios; se había com-prendido que nadie estaba predestinado a ser vanguardia, y que esta condición se alcanzaba en la lucha al demostrar la mayor irmeza y comprensión de las vías y objetivos de la revolución.

En el propio año mencionado la situación política del país se cal-deó, pues el Partido Conservador Tradicionalista y otras fuerzas burguesas se aglutinaron en la Unión Nacional Opositora, cuyos integrantes criticaban al primogénito de Somoza por apartarse de los postulados del padre en la conducción del régimen; hacía tres lustros se había acordado que a cambio de aceptar la hegemonía gu-bernamental del tirano, los demás grupos de propietarios podrían desarrollar con total normalidad sus actividades económicas. Para protestar contra el nuevo rumbo que los herederos habían adopta-do, el 22 de enero de 1967 la UNO convocó a una grande y pacíica concentración que fue masacrada por la Guardia Nacional. El cruel escarmiento costó la vida a trescientas personas, y evidenció que de una parte el somocismo se inclinaba a favor del terror, en detrimen-to de las viejas maniobras o acuerdos partidistas. De la otra, desa-

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creditó la legalidad burguesa o cualquier procedimiento semejante como recurso válido para derrocar la dictadura nepotista.

En contraste, el FSLN adquiría ya una envergadura de carácter nacional, que esgrimía la estrategia de guerra popular prolonga-da como un empeño movilizador de todas las capas oprimidas del pueblo, con vistas a integrarlas al proceso revolucionario. Se pensaba entonces que el combate armado en las montañas era lo fundamental, pues se valoraba la lucha urbana sólo como un com-plemento de la rural. Por ello en ese mismo año se llevó a cabo el intento guerrillero de Pancasán, que a pesar de haber sido un revés militar fue exitoso en la política, pues se logró que campesinos se sumaran al contingente insurrecto. La década del sesenta terminó con dos hechos trascendentes; la heroica resistencia armada de Julio Buitrago ante descomunales efectivos de la Guardia Nacional, y el canje de Humberto Ortega, Henry Ruiz y otros dirigentes sandi-nistas, por iguras prominentes del régimen que se encontraban en manos de los revolucionarios.

VIII.3) La riposta del imperialismo: Alianza para el Progreso y Represión

Estados Unidos, con el objetivo de derrotar la Revolución Cubana, suspendió el suministro de combustible a la isla, prohibió la ven-ta de su azúcar en el tradicional mercado norteamericano, rompió relaciones diplomáticas, impuso un bloqueo económico absoluto, alentó la organización de atentados y sabotajes y equipó a grupos de insurrectos contrarrevolucionarios. El fracaso de estos empeños por la irmeza del pueblo cubano así como por la ayuda de la Unión Soviética, indujo al gobierno norteamericano a preparar la invasión mercenaria ocurrida en abril de 1961. Sin embargo la batalla de Pla-ya Girón se convirtió en la primera gran derrota del Imperialismo en América Latina. Tras esa victoria revolucionaria, el presidente estadounidense maniobró para expulsar en enero de 1962 a la isla de la OEA, en complicidad con todos los gobiernos latinoamerica-

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nos menos el de México. Después en Washington se llegó a consi-derar muy seriamente el recurso de la agresión directa, lo cual con-dujo a la Crisis de Octubre de 1962, cuyos resultados no obstante se tradujeron en un éxito de las fuerzas del socialismo.

EL constitucionalismo dominicano

Estados Unidos, casi al mismo tiempo tuvo que enfrentar nuevas di-icultades, esta vez en República Dominicana. En dicho Estado anti-llano el inesperado ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo y la fuga de su familia, abrió el camino para que un improvisado Conse-jo de Estado coniscase en 1962 todas las propiedades del difunto y su parentela, de enorme envergadura; sólo en la industria, el tirano y sus familiares poseían el 51 por ciento del capital invertido. Mien-tras, la débil burguesía nacional apenas alcanzaba el 7 por ciento del total. Pero el proceso democratizador fue cortado por la cúpula militar que apresó al referido Consejo y derogó las disposiciones anti-trujillistas. Entonces sucedió lo imprevisible; las fuerzas arma-das se dividieron, y su sector más sano canceló el golpe de Estado y convocó a elecciones. En éstas resultó triunfador Juan Bosch, quien emitió una nueva y progresista constitución en abril de 1963, que no pudo poner en práctica porque el 25 de septiembre otra asonada golpista de la presidencia lo expulsó. Entonces las violentas mani-festaciones estudiantiles engrosaron el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, que inició los combates guerrilleros en noviembre de 1963; surgieron frentes rebeldes en las montañas del extremo sur y del este así como en las serranías de Nagua y San Francisco de Macorís, también otros focos en las cercanías de San José de Ocoa y en los Quemados, acompañados por el de Puerto Plata y el de las Manaclas. Esta propia dispersión de los insurgentes, su falta de experiencia militar, las diicultades para su abastecimiento facilita-ron que en unas semanas fuesen derrotados. La supremacía reac-cionaria parecía asegurada, cuando el 24 de abril de 1965 un grupo de jóvenes oiciales encabezados por el Coronel Francisco Caamaño Deñó, se sublevó en defensa de la derogada constitución.

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Restablecida la legalidad democrática, el resto del ejército casi de inmediato se volvió contra ella, para reinstaurar el viejo régimen de privilegios. Ante la gran desigualdad de efectivos, Caamaño y sus compañeros tomaron la trascendental decisión de armar a las masas populares, conducidas con frecuencia por los antiguos guerrilleros. Esta conjunción de fuerzas debía ganar el 28 de abril la batalla de-cisiva frente a la reacción, cercada en la base militar de San Isidro. Pero esa misma noche el presidente de Estados Unidos anunció el envió de sus tropas contra la República Dominicana. Al día siguien-te Caamaño llamaba a luchar contra los invasores, mientras el 5 de mayo ambas Cámaras del Congreso lo elegían presidente de la Re-pública. El desequilibrio, no obstante, era abismal y la situación se tornó desesperada cuando la Organización de Estados Americanos bendijo el desembarco de 42 mil “marines”. Sin alternativa, los pa-triotas tuvieron que aceptar un alto al fuego el 20 de mayo seguido el 31 de agosto de 1965 por un “Acta de Reconciliación” que entregaba la presidencia a un dócil moderado. Después se desarmaron las mi-licias constitucionalistas y se preparó el camino para la reacción que venía acompañada de los dineros de la Alianza para el Progreso.

Torrijos y la recuperación del canalEn Panamá también por esa época los acontecimientos agravaban la posición de Estados Unidos, al incrementarse las luchas popula-res contra la presencia estadounidense en la Zona del Canal. Esta situación llegó a su clímax el 9 de enero de 1964 cuando los “zo-nians” –residentes norteamericanos de la usurpada franja canalera- realizaron una infame provocación, pues izaron la bandera yanqui en una escuela secundaria sin que a su lado ondeara la panameña, como se estipulaba en los acuerdos vigentes. Entonces grupos de ofendidos jóvenes penetraron en la zona para hacer efectivos sus derechos en lo concerniente a la enseña nacional. Al día siguiente las tropas imperialistas replicaron con una salvaje agresión contra los manifestantes, la cual ocasionó veintiún muertos y quinientos heridos. Después de este horrendo crimen los panameños no conti-

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nuaron siendo los mismos. Ante la furia popular el gobierno istme-ño rompió momentáneamente relaciones diplomáticas con Washin-gton y por pudor pidió modiicaciones al espúreo tratado canalero en vigor, mientras ordenaba a la Guardia Nacional que reprimiese sin piedad la lucha guerrillera iniciada en la montañosa región de Ciri Grande por algunos elementos progresistas.

Por esos años Panamá soportaba diversos tipos de dominación forá-nea. Una era la de la Zona del Canal, enclave de tipo colonial clásico en la que Estados Unidos controlaba todo y la cual tenía vital im-portancia para la economía del Istmo; generaba alrededor del 20 por ciento del producto interno bruto, y al dar empleo a unos veinte mil panameños representaba la principal fuente de trabajo para el millón y medio de habitantes. Además la República se había convertido en paraíso iscal y plataforma de servicios para las transnacionales, que la utilizaban como base de sus “Paper Companies” –compañías ins-critas por razones legales, iscales y de costos, pero sin actividad pro-ductiva alguna en la nación-, de forma semejante a lo que también realizaban los armadores extranjeros con la bandera panameña por conveniencia para sus lotas en la evasión de impuestos. Acorde con esa práctica, la Zona Libre de Colón –constituida en Panamá a suge-rencia del Departamento de Comercio de Estados Unidos- se con-virtió en el segundo empleador del país con quince mil ciudadanos que laboraban en unas seiscientas irmas, las cuales realizaban un intercambio mercantil ascendente a mil millones de dólares anuales en productos ensamblados y almacenados en las 34 hectáreas dedi-cadas a dicha actividad. Muy vinculado con esos menesteres surgió el Centro Financiero Internacional, con 74 bancos internacionales de-dicados a seguros, inversiones y otras actividades, orientadas en un 80 por ciento hacia el exterior; Panamá no contaba con banco central ni moneda nacional, pues el Balboa no se imprimía. Desde el punto de vista productivo, en el territorio nacional sólo tenían relevancia la Compañía de Fuerza y Luz y la United Brands, subsidiarias respecti-vamente de los monopolios Boise Cascade y United Fruit. Éste alcan-zaba especial pujanza en las apartadas provincias de Chiriquí y Boca

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del Toro, donde poseía latifundios, ferrocarriles, muelles, bosques y tierras baldías, en lo que constituía un enclave no articulado con el resto de la economía panameña. Por esta razón el fuerte y combati-vo proletariado de dichas plantaciones bananeras se veía alejado del resto de la clase obrera istmeña.

La Guardia Nacional de Panamá adquirió mayor nivel de concien-cia al ser lanzada por el gobierno contra las masas populares, que exigían respeto a la soberanía del país. Entonces dirigida por Omar Torrijos, dicha fuerza armada derrocó al presidente de turno el 11 de octubre de 1968 y disolvió el nada representativo Congreso de la República. Luego se suprimieron los partidos burgueses, se decretó una amplia amnistía para los presos políticos, se derrotó un intento de golpe militar derechista y se dictó una ley de Reforma Agraria destinada a expropiar las tierras baldías, para organizar en ellas un tipo de cooperativa llamadas Asentamientos Campesinos. Se tenía el propósito de liberar de su marginamiento a un sector mayori-tario de la población rural, lo cual a la vez mejoraría el abasteci-miento alimentario del mercado nacional gracias a las producciones de las siete mil familias beneiciadas. Al mismo tiempo el gobierno de los militares nacionalistas creó diversas instituciones crediti-cias –MIDA, BDA, IMA, COAGRO y otras más- para ayudar a los asentamientos así como a los pequeños y medianos productores. El Estado también auspició el desarrollo del cobre, la pesquería, el tu-rismo así como diversas industrias agrícolas. Y en 1972 adquirió la Compañía Fuerza y Luz para colocarla al servicio de la nación. Pero nada pudo compararse a la vigorosa campaña a favor de establecer la soberanía panameña sobre el Canal, lo cual se expresó median-te la diplomacia en un complejo proceso de puja entre Panamá y Estados Unidos, que al cabo de siete años desembocó en el tratado Torrijos-Cárter de 1977. Éste dispuso –y se cumplió- que en el plazo de 23 años, paulatinamente todos los derechos jurisdiccionales de la Zona pasaran a las autoridades istmeñas.

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Las masas populares aprobaron el referido acuerdo canalero en vo-tación efectuada el 23 de octubre de 1977. Después el país marchó hacia una original forma de institucionalización: la Asamblea de Co-rregimientos y la elección de un nuevo presidente –Arístides Royo-. Cuando parecía que el horizonte político panameño se despejaba, en Estados Unidos se impuso un equipo gubernamental acérrimo enemigo de los tratados irmados entre ambos países, a lo cual en 1981 se añadió la misteriosa muerte del general Omar Torrijos en un sospechoso accidente de aviación.

Intereses estadounidenses en América Latina

Desde el triunfo de la Revolución Cubana, Estados Unidos comen-zó a buscar para América Latina una alternativa burguesa. Y el primer paso importante lo dio en septiembre de 1960, cuando en la Conferencia de Bogotá revirtió su tradicional postura como inver-sionista y anunció su nueva política de colaboración entre el capital imperialista y las compañías criollas. Éstas, en principio, pondrían el 51 por ciento de los dineros –en ediicios, infraestructura y otros recursos locales-, y en teoría controlarían las empresas conjuntas. El resto –medios de producción relevantes y tecnología- sería aporta-do por las transnacionales. Dichos proyectos alcanzaron mayor en-vergadura al cabo de un año, cuando en agosto de 1961 –durante la Conferencia de Punta del Este- el gobierno estadounidense propuso la llamada Alianza para el Progreso (177), basada en un programa liberal reformista que tenía por objetivo modernizar el capitalismo latinoamericano. Era una política inteligente, inspirada en la idea de frenar el ascenso revolucionario en el sub-continente; el trauma de la victoria cubana había despertado el temor de que existiesen condiciones objetivas para que ese trascendental acontecimiento se reprodujese en otros países. Por ello el presidente John F. Kennedy concibió planes para que se transformaran en América Latina el agro, la educación, el isco, la salud, y ofreció una ayuda económica de veinte mil millones de dólares.

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En aquella época las repúblicas latinoamericanas no conocían la deuda externa, y de los dieciocho mil millones de dólares situados en ellas por los extranjeros, el 75 por ciento pertenecía a inversio-nistas norteamericanos, que en los diez años siguientes colocaron de manera directa cuatro mil millones de dólares más. Pero en la misma década dichos capitales les produjeron trece mil millones de dólares en ganancias, que fueron enviadas a sus casas matrices en Estados Unidos. Desde el punto de vista sectorial, y en relación con el porciento total de sus dineros invertidos en el denominado Ter-cer Mundo, en Latinoamérica las transnacionales norteamericanas tenían situado el 82 por ciento de lo ubicado en manufacturas –Asia y Africa sólo absorbían el 18 por ciento restante-; el 68 por ciento del capital dedicado al sector minero, y sólo el 30 por ciento del emplea-do en petróleo, pues los países árabes tenían en sus territorios más del doble de dicho importe. En síntesis, en 1975, las inversiones es-tadounidenses en América Latina representaban el 64 por ciento del total situado por los Estados Unidos en los países subdesarrollados. Entonces un rasgo novedoso de la exportación de capital norteame-ricano era la creciente participación del Estado imperialista en di-cha actividad, cuyos volúmenes representaban –a inales del citado año- poco menos de la mitad de las inversiones directas estadouni-denses en América Latina. Otras manifestaciones nuevas, por esos tiempos, en la exportación del capital, fueron el incremento de las “inversiones en cartera” así como el de los créditos a las ventas hacia el exterior. El aumento de las primeras estaba sobre todo vinculado al auge de las compañías anónimas latinoamericanas, asociadas con las transnacionales. El crecimiento de la segunda forma estaba rela-cionado con la exportación de mercancías norteamericanas a plazo diferido, a cambio de altas tasas de interés, lo cual suscitaba el rápi-do incremento de la deuda externa de América Latina y empeoraba su situación monetario-inanciera. Debido a ambas modalidades, en 1975 sólo el 36 por ciento del total de capitales estadounidenses colocados en el sub-continente correspondió ya a inversiones direc-tas. Esto condujo al gobierno de los Estados Unidos a emplear cada

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vez más a organizaciones inancieras supranacionales dominadas por ellos –como el Banco Internacional de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional-, en sus empeños por mantener su control sobre las economías latinoamericanas. Así, por ejemplo, el FMI se dedicó a imponer programas llamados de “estabilización iscal”, que en realidad implicaban la reforma o abolición de las reglamen-taciones aduaneras y monetarias, antes de otorgar los préstamos solicitados. De esa manera se obligó a los gobiernos a implantar la libre cotización de sus monedas, liquidar las empresas estatales que dicha instancia internacional considerase no rentables, reducir los gastos gubernamentales de fomento económico, congelar los sa-larios, dirimir cualquier litigio a favor de las transnacionales. A la vez, el avance de la revolución cientíico-técnica, el incremento de la concentración del capital y de la producción, la tendencia a glo-balizar los vínculos económicos mundiales, fueron elementos que reforzaron por doquier el afán de expandirse hacia el exterior. Esto coincidió con la apertura de nuevos sectores económicos latinoame-ricanos a los capitales extranjeros, que a partir de ese momento se dirigieron de manera preferente hacia los grandes países que en la región producían manufacturas. Por eso en 1975, el 73 por ciento de los dineros colocados en esa esfera se encontraban en Brasil, México y Argentina, que fabricaban en conjunto el 78 por ciento de la pro-ducción industrial de América Latina.

La Masacre de Tlatelolco en México

A lo largo de la década del sesenta, en los países latinoamerica-nos de mayor desarrollo relativo, comenzó la puja por implantar el predominio de la oligarquía inanciera criolla. Hasta entonces la principal función económica del Estado burgués había sido, pro-piciar las condiciones más favorables para que los capitalistas –en su conjunto- obtuvieran ganancias en el mercado mediante la libre competencia. Pero al saturarse la demanda solvente interna, los re-presentantes de las grandes industrias que se fusionaban con los principales bancos, desearon que los gobiernos sirvieran en primer

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lugar a los monopolios privados, cada vez más anhelantes de aso-ciarse con las poderosas empresas estatales. En México, por ejemplo –en aquella época ya país industrial agrario- la burguesía inanciera se asoció con las transnacionales, cuyas producciones se orienta-ban al mercado interno; entonces los referidos capitales –públicos y privados, asociados o no con extranjeros-, se convertían en la prin-cipal fuerza de las ramas económicas más importantes. El conjunto dominador se completaba gracias a los vínculos del aparato esta-tal con el Partido Revolucionario Institucional, que en la práctica era hegemónico en todas las esferas de la vida del país desde hacía décadas. A veces las funciones políticas y las de dirigente de una empresa estatal o la de inversionista en un consorcio particular, se encontraban reunidas en la persona de un mismo individuo. De esa manera y de otras parecidas, las relaciones entre los funcionarios del Estado, los representantes de los monopolios y los burócratas del PRI, se hicieron estrechísimas. Así, las empresas estatales y los simples conglomerados privados, comenzaron a transformarse en capitalismo monopolista de Estado. A partir de dicha evolución se estimuló como nunca antes la socialización de la producción y la centralización del capital, a la vez que los funcionarios del Esta-do se supeditaban crecientemente a los intereses de la emergente oligarquía inanciera. Esto permitió que las instancias pertinentes de la república, importaran capitales para ofrecerlos abundantes a los monopolios –del tipo que fuesen-, de tal forma que en vez de endeudarse los consorcios, lo hacía la nación. Ese fácil acceso a las fuentes de capital y su vinculación privilegiada al progreso técnico, facilitaba a las empresas de los oligarcas obtener superbe-neicios, frente a los cuales la mediana y pequeña burguesías solo tenían como futuro la pauperización. Este fenómeno se expresó en un creciente proceso de quejas y demandas, a las cuales se unían las de los asalariados, todo lo cual desembocó en la conocida Masacre de Tlatelolco, en 1968. Sin embargo, ese gigantesco crimen colectivo concitó el repudio de toda la sociedad, a tal punto, que para desfo-garlo el gobierno tuvo que acometer una apertura política gracias a

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la cual aceptó la existencia legal de los partidos de izquierda, antes hasta cierto grado tolerados, pero nunca por completo reconocidos.

VIII.4) Del Fascismo Militar a la Guerra de las Malvinas

En América Latina hubo países donde la burguesía no monopolista –partidaria de un capitalismo autónomo e independiente apoyado por el proletariado y otras fuerzas progresistas- parecía con posibi-lidades de aianzarse en el poder. En dichas repúblicas las oligar-quías inancieras criollas se dispusieron a liquidar los tradicionales sistemas democrático-representativos, que diicultaban imponer el capitalismo monopolista de Estado. Por ello recurrieron a las cús-pides militares que dominaban las fuerzas armadas, con el propó-sito de que ocuparan el tradicional poder político y transformaran al Estado burgués; era necesario imponer un régimen tiránico, que modernizara el capitalismo en función de la hegemonía monopo-lista, para lo cual esos gobiernos castrenses de nuevo tipo debían inmiscuirse en todas las esferas de la vida pública, social y política, al tiempo que intensiicaban la tasa de acumulación del capital por medio de una drástica reducción del salario real y del incremento de la intensidad del trabajo al proletariado. Con el propósito de alcan-zar esos objetivos fueron suprimidos los derechos, garantías y liber-tades democráticas; se destruyeron las organizaciones populares; se prohibieron los partidos políticos y los sindicatos obreros, los cua-les fueron sustituidos por organizaciones verticalmente controladas por los gobiernos. Al mismo tiempo se eliminó la independencia de los poderes del Estado, la autonomía de las instancias locales, y se aianzó la supremacía absoluta del ejecutivo. De esta manera se instalaron nuevos equipos gubernamentales, formados por las cús-pides militares, que utilizaron a la alta oicialidad como sustituta de las inexistentes formaciones partidarias fascistas. Aquella élite de generales o mariscales y almirantes se entrelazó en la adminis-tración pública y en las empresas estatales con los jerarcas de la burocracia civil, que a su vez ocuparon importantes cargos en las compañías monopolistas. En otros casos, los representantes de éstas

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pasaron a desempeñar cargos claves en las funciones administra-tivas nacionales y sus entidades económicas, transformadas todas por el fascismo militar. Así se forjó un sólido mecanismo uniicador de las fuerzas oligárquicas y el ejército; se supeditó el aparato estatal y sus empresas a la burguesía inanciera, mediante la ya conocida unión personal. Estos regímenes fascistas-militares, además de sus habituales rasgos represivos, ayudaron a implantar el capitalismo monopolista de Estado en asociación con las transnacionales; con denuedo promovieron un fuerte y acelerado endeudamiento públi-co externo, acompañado de una política destinada a atraer grandes inversiones foráneas. El éxito de las nuevas recetas indujo a Estados Unidos, en 1974, a cancelar oicialmente la Alianza para el Progreso.El llamado “Milagro económico” brasileño

En Brasil, el candidato presidencial Janio Quadros viajó a Cuba re-volucionaria en mayo de 1960, acompañado de una comitiva inte-grada entre otros por Francisco Juliao. Poco después con un pro-grama moralista –su símbolo era una escoba- ganó las elecciones de octubre de ese mismo año. Al ocupar la primera magistratura, Quadros planteó la necesidad de emprender una reforma agraria y establecer relaciones de todo tipo con los países socialistas. Más tarde criticó la invasión mercenaria contra Cuba por Playa Girón, y el 19 de agosto de 1961 condecoró a Ernesto Che Guevara con la orden Cruzeiro do Sul. Pero a los seis días el presidente renunció –dijo- “vencido por las fuerzas terribles de la reacción”. Estando su vice, el Trabalhista “Jango” Goulart, de visita en la República Popular China, los oligarcas pretendieron forzar el inconstitucio-nal nombramiento de un sustituto, ante lo cual se generó un amplí-simo movimiento popular legalista y democrático, cuyos sectores más avanzados llegaron a pedir que se crearan milicias populares para defender la Constitución. Finalmente Goulart pudo ocupar la presidencia debido al apoyo de los sectores medios de la burgue-sía industrial, al del proletariado y al de otras fuerzas progresistas. Luego estableció relaciones con la Unión Soviética, informó su no

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ingerencia en los asuntos internos de otros países, elevó los salarios a los obreros, anunció la reforma agraria, aumentó los impuestos a los grandes capitales, dispuso el control de las inversiones extran-jeras, y autorizó un Congreso de Solidaridad con Cuba Socialista.

El 31 de marzo de 1964 se llevó a cabo en Brasil un golpe de Estado militar cuyo primer objetivo era frenar y erradicar el proceso de-mocrático que se desarrollaba en el país. De inmediato se emitieron una serie de “Actas Constitucionales” destinadas a transformar la superestructura jurídica; se impuso a un mariscal como presidente, se disolvieron los partidos y se suprimieron las elecciones directas, se intervinieron los sindicatos, se prohibieron las organizaciones es-tudiantiles, se rompieron relaciones con Cuba, se ratiicó un acuer-do militar con Estados Unidos, se ilegalizaron las huelgas, se redujo el salario real, se intensiicaron los ritmos de trabajo, se aumentaron los impuestos indirectos, se derogaron las limitaciones al capital extranjero. Además se eliminaron los órganos de la tradicional de-mocracia representativa, cuyas funciones fueron asumidas por la cúspide de las fuerzas armadas, que se auto-endilgó el derecho de nombrar a quien fuese a ocupar el fortalecido poder ejecutivo. Así, los mariscales se sucedieron en la presidencia unos a otros, en una sistematicidad castrense realizada con todo rigor cuartelero. El nue-vo régimen enseguida auspició la interconexión de los monopolios criollos con las transnacionales y la de ambos con las empresas del Estado, cuando éste era propietario de un tercio de las industrias –las mayores y mejores- y los privados nacionales poseían otro tan-to. El resto pertenecía a las grandes corporaciones extranjeras. Esas nuevas relaciones permitieron que en una década caracterizada por el desarrollismo, la industria brasileña incrementara a más del doble su producción –era el llamado “milagro económico”, en especial en los ámbitos de las empresas electro-energéticas, metalúrgicas, cons-trucciones mecánicas, químicas, cemento, automotriz, con lo cual la burguesía agro-exportadora adquirió un carácter subordinado en la tarea de contribuir a la tasa de acumulación de capital; el principal recurso inanciero pasó a ser la creciente deuda externa, que en 1975

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tocaba la astronómica cifra de treinta mil millones de dólares. Esto permitió que se creara una Industria de Material Bélico, cuyos su-ministros representaban el 78 por ciento del armamento adquirido por las fuerzas armadas brasileñas en equipos tan diversos como tanques, aviones, cohetes, navíos, los cuales también con frecuencia se vendían a otros ejércitos fuera y dentro de la región.

De la Unidad Popular a la tiranía de Pinochet

En Chile el triunfo de la Revolución Cubana creó una situación cualitativamente nueva, que se relejó en la victoria del Frente de Acción Popular en las elecciones parlamentarias de 1961. Esta coa-lición compuesta por socialistas, comunistas y otras fuerzas de iz-quierda venció a la burguesía, dividida entre el viejo Partido Radi-cal y la nueva Democracia Cristiana, recién compuesta por grupos católicos como Falange Nacional, Organización Social Cristiana y algunos más. Entonces la industria transformadora producía un cuarto del producto bruto nacional, y por su importancia económi-ca se situaba inmediatamente detrás del cobre –exportación básica del país-; aquellas manufacturas representaban un 11 por ciento del total vendido al extranjero. Pero la antigua burguesía nacional chi-lena dejaba de existir ante el vigoroso empuje de los emergentes monopolios criollos; sólo trescientos propietarios se apropiaban de casi dos tercios de las ganancias, y sus principales clanes –forma de relacionarse allí los intereses de las más poderosas familias- estaban ya asociados con transnacionales estadounidenses, cuyas inversio-nes se acercaban a los mil millones de dólares. Además el gobierno imprimía al capitalismo de Estado un rumbo acorde con los deseos del sector monopolista, pues había llegado a vincular sus empre-sas de la Corporación de Fomento con consorcios privados, fuesen nacionales o extranjeros. Sin embargo en Chile existía todavía una importante burguesía media, cuyos treinta y dos mil establecimien-tos recibían poco menos del tercio de las mencionadas ganancias, pues había también unos veintidós mil pequeños propietarios –con alguna fuerza asalariada- que a duras penas alcanzaban el 4 por

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ciento de los referidos beneicios. A esto había que añadir seiscien-tas veintiocho mil personas que trabajaban por cuenta propia sin emplear mano de obra ajena, por ejemplo, los dueños de camiones. El resto de la población estaba compuesto en un 45 por ciento por proletarios, y los demás eran campesinos aparceros o jornaleros en haciendas; la agricultura aportaba un escaso 10 por ciento al PNB, y el 73 por ciento de las tierras pertenecían a sólo tres mil trescientos propietarios.

En las elecciones presidenciales de 1964 la burguesía respaldó a Eduardo Frei, candidato de la Democracia Cristiana, que funda-mentalmente esgrimía dos consignas: llevar a cabo –decía- una “revolución en libertad” y acercarse aún más a los Estados Unidos gracias a la Alianza para el Progreso. Y con dicha propaganda ganó los comicios. Durante su sexenio el gobierno acometió una política reformista hacia el campo y las minas. Para aquél se diseñó una reforma agraria cuyo objetivo esencial era ampliar el mercado in-terno, pues nada se exportaba de dichas tierras y sólo se pretendía crear una vasta capa de medianos propietarios; se expropiaron así dos millones quinientas mil hectáreas entregadas a veinte mil fami-lias, o sea el 8 por ciento de quienes podían aspirar a beneiciarse. Después se compró el 51 por ciento de las acciones a las compa-ñías mineras estadounidenses, a las cuales se pagaron hasta los ya-cimientos –parte inalienable del patrimonio del país-, mientras se dejaba en sus manos el control de lo que se producía y la comercia-lización, así como los precios y los salarios. Bajo esa forma se pre-tendía escamotear una tradicional reivindicación nacionalista del movimiento popular. Toda esa patraña, no obstante, se desmoronó cuando una huelga en la mina El Salvador fue liquidada al precio de siete asesinados por los carabineros. Se metamorfoseaba así el mencionado lema electoral democristiano en su contrario, pues se había convertido en “sangre sin revolución”. Esto acentuó la crisis en la Democracia Cristiana, cuyo sector de izquierda se escindió para organizar el Movimiento de Acción Popular Unitaria.

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La Unidad Popular era una poderosa coalición política heredera del FRAP que aliaba a comunistas, socialistas, radicales, gentes del MAPU y otros grupos progresistas que auspiciaban la candidatura presidencial de Salvador Allende, frente a los dos aspirantes de la dividida burguesía. El revolucionario programa electoral de la UP aportaba una concepción muy novedosa de la posible transforma-ción de la sociedad, pues proponía el surgimiento de tres áreas de propiedad bien diferenciadas: la social, la mixta y la privada. En la primera se englobarían las empresas estatales de la CORFO así como todos los monopolios criollos y extranjeros que fuesen nacio-nalizados, además de las riquezas básicas y el comercio exterior. En resumen: bancos, compañías de seguros, energía eléctrica, gran minería –cobre, salitre, yodo, hierro, carbón mineral-, ferrocarriles, transportes aéreos y marítimos, comunicaciones, petróleo –produc-ción y reinación-, siderurgia, cemento, celulosa, papel. El conjun-to signiicaba estatizar unos cien o ciento cincuenta monopolios y transnacionales, que por sí solos producían el 50 por ciento del producto global bruto. El resto no sería tocado, aunque los secto-res donde operaba la burguesía media serían considerados como “mixtos”, pues en ellos también podrían funcionar dependencias del Estado. En cambio, el “área privada” de la economía sería de la exclusiva competencia de los pequeño-burgueses y de los trabaja-dores por cuenta propia. El proyecto político de la UP contemplaba también acelerar la reforma agraria, pero afectando sobre todo las grandes propiedades particulares con el propósito de establecer so-bre ellas formas cooperativas de producción, y a la vez reorganizar a los minifundistas y defender las comunidades indígenas mapu-ches. Fue ese el programa electoral con el cual Salvador Allende ocupó la presidencia el 4 de noviembre de 1970.

De inmediato se restablecieron las relaciones diplomáticas con Cuba, se expropiaron trescientos cincuenta grandes latifundios que abarcaban tres millones y medio de hectáreas, se amplió el área de propiedad social, se nacionalizó todo el cobre –que producía el 10 por ciento del producto nacional bruto y obtenía las tres cuartas

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partes de las divisas-, y se logró un 12 por ciento de crecimiento industrial en el primer año de la nueva gestión gubernamental. Este éxito espectacular en transformar la sociedad facilitó que en las elecciones parciales de abril de 1971, la Unidad Popular obtuviese el 51 por ciento de los votos emitidos. Pero la reacción se recompo-nía orientada por la CIA.

Un bloqueo silencioso fue iniciado por Estados Unidos contra Chile; al gobierno popular sólo le concedían la décima parte de los créditos otorgados a su predecesor. A la vez, en el Congreso Chileno la dere-cha impedía que se aprobara la ley de las tres áreas de la economía, con lo cual se asustaba a los medianos y pequeños propietarios; se acusaba al presidente de actuar por encima de la legalidad y querer estatizarlo todo. Después comenzaron las manifestaciones de la aris-tocracia y el terror oligarca, aunque la clase obrera mantenía irme su apoyo al proceso de cambio, evidenciado en el 44 por ciento de votos recibidos por la Unidad Popular en los nuevos comicios parciales de marzo de 1973. El tácito empate electoral convenció a muchos en el ejército de que los procedimientos constitucionales no servirían para detener, y menos aún revertir, el proceso de transitar a otra sociedad. Por ello los más apresurados generales-traidores promovieron que el 29 de junio de 1973 unidades blindadas del regimiento Tacna lleva-ran a cabo un fallido “tancazo” o intento de golpe militar, a pesar de lo cual el gobierno insistió en dejar incólume los mandos y estructu-ras de la fuerzas armadas. Entonces toda la reacción se sintió segura y pasó a la ofensiva; fue asesinado el edecán presidencial, se obligó a renunciar al general Prats –jefe constitucionalista del ejército-, se realizaron allanamientos contra la militancia progresista. Hasta que se produjo el ataque al Palacio de la Moneda, donde el presidente Salvador Allende murió con un arma en las manos.

Se evidenció así que la Unidad Popular no tenía plan alguno de lucha para defender a su gobierno, lo cual posibilitó la rápida victoria de los conjurados. Luego tuvo lugar la más brutal y sangrienta represión. Se instauraba el fascismo dirigido por el general Augusto Pinochet.

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Muerte de Perón y terrorismo de Estado

En Argentina, al renunciar a la presidencia Héctor Cámpora, tres mil novecientos grandes latifundios poseían el 36 por ciento de la tierra utilizable, frente a doscientos mil minifundistas que en total ocupaban el 3 por ciento de la supericie apta para cultivar. En la industria, el 25 por ciento de las compañías controlaban el 32 por ciento de la producción, la mitad de esa cifra realizada por inversio-nistas europeos y estadounidenses en igual proporción. El resto de ese por ciento señalado se fabricaba por monopolios criollos priva-dos o estatales, en magnitudes semejantes. La industria no mono-polizada englobaba a unos diez mil empresarios, que tenían –cada uno- entre quinientos y treinta obreros; se consideraba que quie-nes empleaban a un número menor de trabajadores correspondían ya a la pequeña burguesía. En ese contexto el binomio de Perón y su tercera esposa apoyado por múltiples organizaciones populares arrasó en las urnas, aunque la primacía de quien hegemonizara la política del país durante tres décadas habría de durar poco; antes de cumplir un año en el ejecutivo, el primero de julio de 1974, Pe-rón murió. A partir de entonces se multiplicó la aguda pugna entre el peronismo de izquierda y la corrupta derecha justicialista. Ésta la dirigía el maioso agente de la CIA José López Rega, creador de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), quien durante el go-bierno de la viuda ex-vicepresidenta fungió como virtual primer ministro. En esas funciones permitió el asesinato del exiliado gene-ral constitucionalista Carlos Prats –junto a su esposa-, quien hasta ser sustituido al frente del mando de las fuerzas armadas chilenas por el fascista Augusto Pinochet, sirviera con lealtad al presidente Salvador Allende, derrocado poco tiempo después. También López Rega ordenó reprimir a la izquierda –fuese o no montonera-, a la combativa Central de Trabajadores Argentinos, al Movimiento de Sacerdotes Tercermundistas promotor de la Teología de la Libera-ción, y aprobó que las fuerzas armadas realizaran en la provincia de Tucumán un despiadado operativo contra insurgentes del Ejército Revolucionario del Pueblo. No obstante esa reaccionaria política, la

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ineicacia de la presidenta o incapacidad de su equipo para gober-nar, propició el 24 de marzo de 1976 un golpe militar que tenía por objetivo establecer en el país un régimen fascista mediante la insti-tucionalización del terrorismo de Estado. Se desató entonces contra la “subversión interna” una sucia guerra total que originó una era de barbarie oicialista, donde la tortura, el maltrato y las vejaciones, con frecuencia culminaban en el asesinato. Todo ello se realizaba gracias a las enseñanzas que los oiciales argentinos recibían de los “boinas verdes” y demás componentes de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, como la tétrica Escuela de las Américas. Des-de entonces se generalizaron los tormentos físicos y psíquicos tales como: aislamiento, capuchas, picanas eléctricas en órganos genita-les y otras partes sensibles, palizas, colgaduras, lanzamientos desde aeronaves -hacia el mar- de prisioneros vivos, violaciones de muje-res y ulterior rapto de sus hijos tenidos fuera o dentro del cautive-rio. Así, cientos de niños fueron entregados en ilegítima adopción a gentes del oicialismo que a sabiendas los aceptaron, horror que originó un fenómeno antes desconocido: el surgimiento de las Ma-dres de la Plaza de Mayo. Estas martirizadas mujeres con hijos o nietos secuestrados por torturadores del régimen irrumpieron por primera vez en esa céntrica explanada, durante una importante vi-sita de amistad de un enviado personal del presidente James Carter al jefe de la Junta Militar. Allí, con sus luego característicos y sim-bólicos pañuelos blancos en la cabeza, realizaron un enérgico recla-mo de sus queridos seres incautados a la vez que denunciaban los treinta mil asesinados y otros tantos desaparecidos por el criminal régimen. Éste, por esa época, también impulsaba el plan concebido por la CIA llamado Operación Cóndor, que se llevaba a cabo en alianza con los reaccionarios generales gobernantes en Bolivia, Bra-sil, Paraguay y Uruguay, y el cual orientaba capturar en cualquiera de esos países a los militantes de causas populares, para asesinar-los o enviarlos a sus patrias de origen con el propósito de que en ellas lo hicieran. Pronto de esa horrenda práctica represiva la Junta argentina pasó al ilegal y clandestino tráico de armas, y después

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a solicitud del presidente Ronald Reagan acometió la exportación del terror reaccionario hacia el resto de América Latina. Esto fue especialmente intenso en el caso de la Nicaragua sandinista, donde oiciales argentinos asesoraban el frenesí destructor de la “contra” organizada por Estados Unidos. Dicho engarce entre ambos gobier-nos fue completo, porque los dos compartían el criterio de que un nuevo conlicto mundial estaba ya en curso sobre el eje de fronteras ideológicas, sintetizadas en el lema de “contraposición Este-Oeste”Pero el propio pueblo argentino puso en jaque a los sucesivos genera-les que ocuparon la presidencia. Así, a inales del año ochenta, el país se encontraba sumergido en la mayor crisis socioeconómica y polí-tica de su historia. Además, ya ni si quiera la violentísima represión lograba aplastar las crecientes y combativas protestas populares, que alcanzaban niveles superiores de unidad en fábricas, barrios, iglesias, grupos juveniles, universidades, e incorporaba incluso hasta algunos sectores de la burguesía. En ese contexto la ilegalizada Confedera-ción General de Trabajadores llamó a los asalariados a desilar bajo la consigna de “Paz, Pan y Trabajo”. De ese modo el 7 de noviembre de 1981, en Buenos Aires se produjo una impresionante marcha de decenas de miles de personas, lo cual signiicó el mayor reto contra las Fuerzas Armadas en los siete años y medio de su tiranía. Ese in-audito desafío indujo al presidente de turno a entregar el mando a otro general, quien de inmediato anunció el congelamiento de todos los salarios; la entrega a las transnacionales de las riquezas del sub-suelo; el traspaso al sector privado de múltiples empresas estatales en las ramas del petróleo, ferrocarriles y telecomunicaciones, o de organismos públicos tales como la Banca Nacional, la Junta Nacional de Granos y Carnes, el Instituto Nacional de Reaseguros.

Con el objetivo de pronunciarse contra el incrementado entreguis-mo gubernamental, al grito de “se va acabar la dictadura militar” las masas convocadas por la CGT fueron a la huelga, y de nuevo se lanzaron a las calles el 30 de marzo de 1982. En la capital, por ejemplo, los manifestantes se enfrentaron durante cinco horas a las

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brutales fuerzas represivas, que arrestaron a dos mil personas e hi-rieron de gravedad a varios cientos. Se evidenciaba de esa manera el abismo existente entre pueblo y gobierno, tal vez ni siquiera sal-vable por algún suceso que produjese una conmoción nacional.

El 2 de abril de 1982, ocho mil infantes de marina argentinos realiza-ron un precipitado desembarco en el enclave colonial británico for-mado por las Islas Malvinas y sus dependencias, en una maniobra destinada a desviar la atención popular de la crisis interna hacia los asuntos exteriores. El gobierno militar estimaba que si la ocupación se realizaba con un mínimo de violencia y contaba al menos con la neutralidad estadounidense, la arriesgada aventura podría tener éxito y prestigiar al desacreditado régimen, pues hubiera satisfecho un justiicado e histórico anhelo del país. Pero desde el principio Estados Unidos apoyó a Inglaterra no obstante lo establecido en el TIAR, y la guerra fue un desastre para Argentina. Aunque los pilo-tos de su Fuerza Aérea hundieron unos buques de guerra británicos y averiaron otros, dos tercios de las bombas lanzadas no estallaron; la alta oicialidad del Ejército rehusó abandonar sus comodidades y enfrentar los sacriicios propios del combate, luego de haber en-viado al archipiélago a jóvenes conscriptos mal entrenados y peor equipados, pues sólo llevaban alimentos para cinco días con morte-ros carentes de proyectiles; la Marina retiró sus buques del campo de batalla y se refugió en aguas seguras. Para colmo, los tres cuerpos armados se desempeñaron de acuerdo a concepciones totalmente distintas, y sin la menor voluntad de mutua cooperación. En sínte-sis, la Guerra de las Malvinas fue para ellos un verdadero desastre.

VIII.5) Estados Unidos: De la Guerra Fría a su debacle en Viet Nam

El McCarthismo

Al heredar la presidencia, el irritable Truman no supo que hacer durante un tiempo, hasta que la derrota Demócrata en las eleccio-

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nes legislativas de 1946 lo sacó de su marasmo. Entonces lanzó su programa de Fair Deal (Trato Justo) fundamentalmente orientado hacia los veteranos, los obreros sindicalizados y los negros. En me-dio de un crecimiento económico inusitado, el presidente decidió que el gobierno federal desempeñara una función protagónica ma-yor, y prometió préstamos y créditos o posibilidades de estudios a una docena de millones de desmovilizados; un programa nacional de salud; derechos civiles; subsidios a los precios agrícolas y mejo-ramiento de los suelos así como control de inundaciones; aumento del salario mínimo; Seguridad Social –retiros, seguro de desempleo, ayuda a madres solteras-; gran impulso a la vivienda pública.

El asombroso poderío de Estados Unidos se evidenciaba en el he-cho de que su PNB equivalía al 61 porciento del total engendrado por los países capitalistas aglutinados en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), lo cual se traducía en el hecho de que el 60 por ciento de todas las manufacturas eran “Made in USA”. En ese contexto no podía asombrar que el dólar emergiera de la conferencia de Breton Woods como única mone-da aceptada universalmente –por tener acumulado en las arcas de Fort Knox casi todo el oro del mundo-, y que por ello ese país fuese hegemónico en el Fondo Monetario Internacional (FMI) así como en la Organización Internacional del Comercio, devenida al poco tiempo en Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (conocido como GATT, por sus siglas en inglés). Con este respal-do, Estados Unidos se enfrentó al creciente prestigio soviético en los países que la guerra había asolado, para lo cual diseñó el Plan Marshall que implicaba una considerable ayuda directa a la recons-trucción europea. En contraste hacia América Latina, donde aún se-ñoreaba el nacionalismo burgués populista, los norteamericanos se limitaron a imponer el TIAR y la OEA, con los cuales garantizaban su control sobre los ejércitos y la diplomacia latinoamericanos. Esos mecanismos además representaban un “balón de ensayo” para lue-go aplicarlos a Europa con la creación de la OTAN.

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El esplendor material y la abrumadora supremacía militar de Es-tados Unidos permitieron que en 1948 Truman fuese electo –en realidad por primera vez- y su partido resultase vencedor en el Congreso. Pero al año el inicio de una recesión cíclica y el hecho de que la URSS hiciera estallar una bomba atómica, unidos a la extraordinaria victoria de las fuerzas revolucionarias dirigidas por Mao Tse Tung en China, impulsaron a la cúspide del poder nortea-mericano a revitalizar la histeria anticomunista ante el creciente “peligro rojo”. Entonces se agigantó el presupuesto militar, que se convirtió en motor de la expansión económica; se hiperbolizaron las actividades de la recién constituida CIA, creada para llevar a cabo “acciones encubiertas” y “desestabilizar gobiernos extranje-ros indeseados”. En ese momento hizo su aparición un tenebroso senador por Wisconsin llamado Joseph McCarthy. A partir de fe-brero de 1950 y durante cuatro años, este fanático individuo pa-ralizó al ejecutivo estadounidense, despreció al Congreso, atacó al Departamento de Estado, arruinó la carrera y la vida a muchos funcionarios o intelectuales u otros, con acusaciones de que tole-raban a, o se relacionaban con, e incluso de que eran, agentes so-viéticos dedicados a destruir el American Way of life. Tal vez uno de los más dramáticos episodios del referido “macarthismo” haya sido el encarcelamiento de Julius y Ethel Rossemberg, ejecutados por espionaje atómico sin pruebas convincentes. La culminación de esa tendencia llegó con la guerra de Corea, iniciada a media-dos del propio 1950, y la cual se prolongó a lo largo de cuarenta y ocho meses, convirtiéndose en el más impopular conlicto –hasta entonces- en la historia de ese país; costó a los estadounidenses más de treinta mil muertos y cien mil heridos, y concluyó sin que alcanzaran la victoria pues la frontera entre las dos repúblicas de esa península quedó prácticamente en el mismo lugar donde ha-bía estado. Quizás una inesperada consecuencia del inal de di-cha conlagración haya tenido lugar, cuando McCarthy arremetió contra el maltrecho ejército norteamericano, lo cual ocasionó que el Senado lo censurase en diciembre de 1954 por “conducta indig-

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na”. Poco después el inquisidor político murió, alcohólico, sin ha-ber descubierto jamás un comunista en el gobierno de esa nación.

Eisenhower y la Revolución Cubana

El paternal y prestigioso Dwight Eisenhower ganó los comicios de 1952 bajo el lema de “es hora de cambiar”, luego de que Truman re-nunciara a una remota posibilidad de reelegirse debido al desplome de su popularidad. Curiosamente, el ex-general de cinco estrellas, ex-Jefe de la Fuerza Expedicionaria Aliada en el frente de batalla de Europa Occidental durante la Segunda Guerra Mundial, y ex-Co-mandante Supremo de la OTAN, había hecho su campaña electoral con la promesa de una pronta paz en Corea. Insistía, asimismo, en que era un “republicano moderno”, pues respetaba el marco gene-ral de bienestar creado por Roosvelt pero atenuado por una orien-tación pro-empresarial, dedicada a disminuir la envergadura de la administración federal con el propósito de reducir la inlación, aun-que ello generase desempleo. En efecto, la proyección de su gabine-te –denominado “de los millonarios”, en el que se autoendilgó un papel limitado- ocasionó pronto una severa contracción económica de un año de duración, y debido a la cual muchas granjas familiares quebraron al no poder competir con las grandes empresas. A éstas se le disminuían los impuestos, práctica iscal que al mismo tiempo auspiciaba la fusión de corporaciones y las hacía incesantemente mayores. La referida política al mismo tiempo comenzó a priorizar los contratos gubernamentales con los consorcios privados en vez de los públicos, como antes se hiciera. Un ejemplo de ello fue el colosal impulso dado a la construcción de autopistas así como al portentoso empeño de facilitar a embarcaciones marítimas la nave-gación por el río San Lorenzo hasta los Grandes Lagos, ambas ta-reas realizadas en detrimento de los decadentes ferrocarriles. Otra muestra quizás pudiera ser, la privatización –a muy bajo costo- de las centrales que producían electricidad con energía atómica.

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Desde el punto de vista socio-demográico en el país en esa época se produjeron cambios importantes, pues las poblaciones del Oeste y del Suroeste –el Sunbelt, o Cinturón del Sol- crecieron con mucha más rapidez que las demás, al punto de que en poco tiempo el te-rritorio estadual de California pasó a tener más habitantes que el de Nueva York. Asimismo en las urbes se producía una mutación adicional, pues las capas medias emigraban del centro de las ciuda-des hacia los suburbios, donde surgían enormes centros comercia-les en lugar del tradicional sistema de tiendas, evidencia de que se cambiaba de la economía fabril hacia una de servicios. Y en el Sur, desde 1955 los negros empezaron a reclamar sus derechos civiles con perseverancia, lucha en la que el reverendo Martín Luther King emergió como la igura descollante. Durante la segunda presidencia de Eisenhower de nuevo se produ-jo una recesión cíclica, lo que llevó a muchos a decir que eso ocurría porque la nación pasaba de ser eminentemente productora a consu-midora. A esto algunos replicaban con el argumento de que la causa se encontraba en la rápida sustitución de la ética puritana por el he-donismo de quienes consideraban el placer como el único bien. En ese mismo cuatrienio el prestigio internacional de los Estados Uni-dos fue notablemente conmovido. Primero, debido al lanzamiento de un Sputnik por la Unión Soviética, cuando los norteamericanos aún no habían colocado en órbita satélite artiicial alguno. Después, por la veloz conversión en oro de 6,000 millones de dólares que estaban en manos de gobiernos extranjeros. El puntillazo a la supre-macía Republicana en el país fue el triunfo de la revolución de Fidel Castro en Cuba, y el casi simultáneo derribo de un avión espía esta-dounidense –se le denominaba U-2- que secretamente volaba sobre la URSS. En su discurso de despedida presidencial –puesto que el acápite bélico representaba el 49.7 por ciento de todo el presupues-to federal- Eisenhower consideró prudente alertar a sus conciuda-danos acerca de la injustiicable inluencia que sobre la economía adquiría el llamado Complejo Militar-Industrial; éste deseaba crear –dijo- una sociedad en permanente función de la guerra.

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La Crisis de los Misiles y el asesinato de Kennedy

El joven –43 años- y enérgico John F. Kennedy, quien se autocalii-caba de “idealista sin ilusiones”, ganó las elecciones de 1960 con la propuesta de alcanzar una “Frontera Nueva” para sacar al país de la recesión. Pero en realidad el principal asunto que lo aquejaba era la Revolución de Fidel Castro. Ésta había acometido las reformas agrarias, urbana, educacional; estatizaba monopolios extranjeros y grandes propiedades criollas; formaba milicias populares y transi-taba aceleradamente al socialismo.

Con el propósito de enfrentar el reto cubano, antes de abandonar su cargo el presidente Eisenhower había autorizado a la Agencia Cen-tral de Inteligencia que organizase una invasión de exiliados contra la isla rebelde. Entonces dicho desestabilizador centro de espionaje internacional estaba coronado por la exitosa aureola de haber de-rribado al gobierno nacionalista del premier iraní Mohamed Mos-sadegh, así como por haber organizado el ataque mercenario que derrocó al progresista régimen de Jacobo Árbenz en Guatemala. Después Eisenhower rompió todo tipo de relaciones –diplomáticas y comerciales- con la pequeña república del Caribe, para encauzar las actividades contrarrevolucionarias del futuro candidato presi-dencial triunfador. Éste inalmente aceptó que se realizara la agre-sión a Cuba por Playa Girón –o Bahía de Cochinos-, que terminó en una estrepitosa derrota del imperialismo norteamericano. Pero en 1962 Estados Unidos regresó a los trajines bélicos al descubrirse que la URSS había emplazado en Cuba cohetes con ojivas nuclea-res. Debido a esta confrontación el mundo se encontró al borde del abismo atómico durante la crisis conocida como de Octubre o de los Misiles. Después entre ambas superpotencias se encontró una solución, de la cual Fidel Castro discrepó ya que se omitió la parti-cipación de Cuba y la defensa de sus intereses. Al año la presidencia de Kennedy o sus “mil días” terminaron abruptamente, cuando en Dallas (Texas) éste recibió un tiro en la garganta y otro en la cabe-za. Se acusó a un francotirador que al poco tiempo fue muerto por

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otro asesino a sueldo. Pero tres lustros más tarde un Comité de la Cámara de Representantes estadounidenses concluyó que más de una persona habían realizado los disparos. Esto se vinculaba con el argumento de que exiliados cubanos de Miami, veteranos de Girón y reclutados por la CIA –dirigida por George Bush (padre)- habían estado vinculados con el magnicidio.

A mediados de los años sesenta en Estados Unidos súbitamente se abrieron paso en la agenda política nacional muchos males sociales que se habían gestado durante décadas. Por ejemplo, el sociólogo Michael Harrington en su libro “La otra América” probó que en el país existían entre 40 y 50 millones de personas carentes de bienes-tar. Éstos por generaciones habían vivido –sin esperanza- en una “cultura de la pobreza”. Dicha situación la heredó el vicepresiden-te Lyndon Johnson, que accedió a la primera magistratura sin la elegancia ni el carisma y carente del conocimiento sobre política exterior de su asesinado predecesor. Sin embargo expertísimo nego-ciador en el Congreso Federal, este hábil manipulador de senadores y representantes ganó las elecciones de 1964 con el llamado a crear una “gran Sociedad”. La misma se enrumbaría hacia la abundancia y la libertad para todos; convocaba a combatir incondicionalmente la pobreza en el país, detener la decadencia de las grandes ciuda-des, abrir a los jóvenes sin excepción las universidades, proteger la salud de los ancianos, elevar el nivel cultural de la nación, limpiar el agua y el aire. Con ese propósito Johnson logró que se aprobaran un seguro para la atención médica de quienes alcanzaran la deno-minada tercera edad (Medicare) y un fondo para cubrir gastos a los indigentes (Medicaid); estableció un programa de ayuda escolar a las educaciones elemental y secundaria en los distritos de mayor pobreza; una ley de Vivienda y Desarrollo Urbano para renovar ciudades y subsidiar el alquiler de familias con bajos ingresos; dos legislaciones orientadas a beneiciar a la población negra. La prime-ra de éstas concernía los Derechos Civiles ya que declaraba ilegal la discriminación racial en lugares públicos, mientras la otra airmaba el Derecho Universal al Sufragio que desautorizaba las pruebas de

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analfabetismo y demás prácticas peyorizantes aplicadas contra los posibles electores negros en el Sur. También puso in al sistema de cuotas de inmigración por naciones –sustituido por un tope gene-ral-, lo cual alteró de manera trascendental los patrones demográ-icos estadounidenses, pues al cabo de treinta años la población de origen hispano llegó a ser más numerosa que la de los negros.

Las proyecciones exteriores de Johnson tomaron por completo otro matiz, al respaldar en 1964 el llamado “incidente del golfo de Ton-kin” provocado por acciones preparadas por la inteligencia militar norteamericana. Ese choque naval armado indujo al Congreso en agosto de ese año a autorizar el incremento ilimitado de efectivos –la cifra inicial había sido dieciséis mil soldados- que apoyaran al ejército de Viet Nam del Sur, el cual apuntalaba al corrupto régimen surgido en Saigón tras la derrota francesa en Diem Bien Phu. Lue-go, a medida que los revolucionarios sudvietnamitas fortalecieron sus posiciones guerrilleras en la parte meridional de ese territorio indochino, la fuerza aérea estadounidense incrementó sus devas-tadores bombardeos sobre la región septentrional emblematizada en Hanoi. Pero la multiplicación de las bajas estadounidenses en combate engendró una oleada de descontento entre los pobres –por ser ellos la mayoría de los conscriptos- lo cual amenazaba con originar un movimiento antibelicista susceptible de unirse con el ya existente activismo de los negros, importante no sólo en las ciu-dades del Sur sino de rápido incremento en los guetos de las urbes del Norte. En éstos vivía el 50 por ciento de toda esa discriminada población del país, que expresaba una desconianza en aumento ante cualquier concesión otorgada por los blancos. Tal vez quien mejor expresara la ira de los que empezaban a autocaliicarse de “afro-americanos” fuese el carismático Malcom X –usaba esa letra para señalar la pérdida de su apellido nativo-, quien fue asesina-do en febrero de 1965 mientras hablaba en público, tras lo cual su inluencia se hiperbolizó. Entonces resurgió el recuerdo de Marcus Garvey, mientras los más audaces jóvenes de esos concientizados habitantes rechazaban las tácticas paciistas de sus hermanos de

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color, y al grito de “Poder Negro” esgrimían la lucha armada como vía para liberarse. La tendencia más decidida dentro de esta co-rriente parece haber sido la de las “Panteras Negras”, cuyas iguras cimeras quizás hayan sido Huey Newton y Eldrige Cleaver. En ese contexto el 11 de agosto de 1965 en Watts (Los Ángeles, California) estalló un frenesí armado de negros en revuelta, que sólo terminó cuando las fuerzas represivas dieron muerte a treinta y cuatro alza-dos e hicieron más de cuatro mil prisioneros. Ese fue el comienzo de cuatro largos y fogosos veranos de conlagración racial que tu-vieron lugar en cuarenta ciudades, entre las cuales descollaron Chi-cago, Cleveland, Newark y Detroit. En esta última fueron tanques de la famosa 101 División aerotransportada los que impusieron la calma, tras haber eliminado con el fuego de sus ametralladoras a los francotiradores apostados por doquier.

Martin Luther King y el movimiento antibelicista

Su baja popularidad condujo a Lyndon Johnson el 31 de marzo de 1968 a renunciar a ser reelecto. Cuatro días más tarde, Martín Luther King –quien presionado por los sectores más radicales del movimiento negro había comenzado a vincular los derechos civiles con otros temas, como la pobreza y la guerra- fue asesi-nado de un disparo (en el balcón de su hotel en Tennessee) por un hábil tirador, lo cual desencadenó en más de 60 ciudades una serie de fuertes revueltas, notables en Chicago y Washington D.C. Y el 6 de junio Robert Kennedy, ex-Fiscal General Federal y her-mano del asesinado presidente, fue muerto a tiros cuando asumía dentro del Partido Demócrata el liderazgo de los contrarios a la guerra en Viet Nam. Entonces Estados Unidos tenía desplegado en Indochina medio millón de soldados, y había lanzado sobre los tres países –Viet-Nam, Laos y Cambodia- de esa región siete millones de toneladas de bombas, más del doble de las que se ha-bían dejado caer sobre Europa y Asia durante la Segunda Guerra Mundial.

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Pero en los sectores medios blancos, el disgusto con el gobierno de-mócrata se agigantaba por razones diferentes a las de los pobres, se-gregados y conscriptos; tenían resentimiento –argumentaban- por el alto costo y despilfarro de los programas sociales impulsados por el ejecutivo federal, y rechazaban la estridencia y/o violencia que asociaban con la defensa de los negros por sus derechos. Esto, y el anuncio de que inalizaría la guerra iniciada por el Partido Demó-crata, dieron a Richard Nixon el triunfo en las urnas por un escaso uno por ciento de margen. Ese individuo, de religión cuáquera y conocido como “Ricky el Marrullero” por su fama de camaleón as-tuto, que atacaba procazmente a sus opositores –sobre todo a sindi-calistas y demás defensores de los conceptos asociados con políticas semejantes al New Deal- decía representar a la “mayoría silenciosa” de la nación, que deseaba orden y estabilidad.

Watergate y la renuncia de NixonUna vez en el Ejecutivo, y a pesar de su propaganda electoral de que priorizaría un posible acuerdo de “Paz con honor”, Nixon in-crementó la agresión contra los indochinos, lo cual le enajenó cual-quier simpatía entre los universitarios susceptibles de ser movili-zados por las fuerzas armadas. El clímax de esa animosidad tuvo lugar a mediados de 1970, cuando la policía mató a cuatro estu-diantes en la Kent State University de Ohio, y a los once días (15 de mayo) asesinó a dos jóvenes negros en el Jackson State College de Mississippi. Esto desató gigantescas jornadas anti-bélicas, esti-muladas sobre todo por centros élites de altos estudios, como Co-lumbia, Chicago, Harvard, y Cornell; muchos jóvenes blancos de familias cultas y adineradas entonces desertaron del ejército y se entregaron a las drogas y a una vida de placeres desenfrenados, a la vez que entre las manifestantes universitarias de semejante rango aparecían consignas exigiendo legalizar el aborto u otras airmando que “las lesbianas somos feministas y no homosexuales”. Todo esto engrosó al desorganizado y decadente movimiento paciista “Hi-ppie”. Ese desolador panorama político en la cúspide juvenil de la

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sociedad burguesa, indujo a Nixon a variar el rumbo; decidió “viet-namizar” la guerra al reducir los efectivos militares estadouniden-ses en Indochina, aunque en secreto incrementaba salvajemente los bombardeos contra Viet Nam socialista, con el propósito de obligar a su dirigencia a negociar el in del conlicto. Simultáneamente el presidente norteamericano realizó espectaculares avances en asun-tos exteriores al visitar China en febrero de 1972. Tenía el objetivo de establecer relaciones diplomáticas; tres meses después viajó a la Unión Soviética para promover la distensión. Con ese aval Nixon arrasó en las elecciones de 1972, y llegó a la cima de su popula-ridad al disminuir –ese año- hasta 50,000 la cantidad de soldados norteamericanos en Indochina. Pero al mismo tiempo comenzó su debacle; el recién electo vice-presidente tuvo que renunciar al des-cubrirse que había aceptado sobornos, y en abril de 1973 el nuevo director de la CIA también se vio compelido a abandonar el cargo debido a manejos turbios en el desempeño de sus funciones. Luego, el Comité Demócrata Nacional acusó a Nixon de haber ordenado la penetración de un comando partidista republicano en su sede electoral. Ésta se encontraba en el complejo de apartamentos Wa-tergate, en Washington D.C., donde dicho clandestino grupo bus-caba información conidencial de la agrupación política opositora. Dichos elementos, organizados bajo el mando de un exagente de la CIA encargado de la invasión a Cuba en 1961, estaba conformado además por tres emigrados veteranos de Playa Girón. El truculen-to melodrama tomó ímpetu con la confesión de otro exagente de la CIA y jefe de seguridad para la reelección del Presidente. Esto condujo al arresto de cuatro miembros del gabinete presidencial, al encarcelamiento de veinticinco funcionarios dependientes de dicha instancia, y terminó con la renuncia el 9 de agosto de 1974 del pro-pio Nixon, al evidenciarse que desde la Casa Blanca se dirigía todo un mecanismo de criminalidad y corrupción.

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CAPÍTULO IX: Segundo Período de Ascenso Revolucionario

IX.1) El triunfo Sandinista en Nicaragua

El terremoto que asoló a Nicaragua el 23 de diciembre de 1972 fue la línea divisoria tras la cual empezó la descomposición del somo-cismo. En esa fecha, a las 12 y 34 a.m. en Managua la tierra tembló durante treinta segundos, lo que destruyó el 60 por ciento de la ciu-dad y el 95 por ciento de su zona céntrica. En el sismo murieron unas quince mil personas y doscientas mil quedaron sin hogar, pues se de-rrumbaron cincuenta mil casas. También más del 80 por ciento de los establecimientos de la capital desaparecieron, sobre todo empresas artesanales y pequeñas o medianas industrias. Después empezaron los saqueos sin que nadie los controlase, ya que hasta la Guardia Na-cional durante esos días en la práctica se desintegró; unos soldados –en vehículos todo-terreno del ejército- se dedicaron a llevarse lo que podían de los comercios derruidos, otros acudieron en ayuda de sus angustiadas familias, algunos simplemente desaparecieron.

A partir del horrible desastre natural, tanto militares como encum-brados representantes del régimen decidieron convertir la recons-trucción del país en un negocio particular, en perjuicio de los demás grupos burgueses. A medida que avanzaban los trabajos para res-tablecer la normalidad, la familia gobernante y los oiciales de alto rango encontraron variadas formas de utilizar las consecuencias del devastador terremoto, para aumentar su riqueza propia: aceptar so-bornos por proteger propiedades dañadas; entregar permisos para construir, conceder licencias de importación; autorizar líneas de transporte por buses, trazar vías de comunicación. Todo se convertía en negocios privados de los privilegiados por el gobierno, que inclu-so constituyó un Comité de Emergencia para la Reconstrucción de Managua, a cuyo frente se encontraba el mismísimo “Tachito” (178). Éste se apropió así de cientos de millones de dólares, provenientes del exterior en calidad de préstamos y donaciones. Con ese dinero el tirano organizó un poderoso consorcio dedicado a rehacer la ciudad,

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y erigió su propia entidad inanciera: el Banco de Centroamérica. Dicha institución pronto desarrolló fuertes lazos con el multimillo-nario estadounidense Howard Hughes, lo que le permitió al grupo nepotista rebasar –al in- la pujanza de los otros dos, con los cuales rivalizaba. Por eso en la burguesía no somocista creció el rechazo al gobierno, lo que indujo a la UNO en 1974 a transformarse en Unión Democrática de Liberación animada por el inluyente Pedro Joaquín Chamorro. Después el director de La Prensa se vinculó al Partido Socialista y a diversos sindicatos en un empeño por desestabilizar al corrupto régimen. Sin embargo el problema de la nueva coalición opositora era que no sabía cómo triunfar.

En antítesis, por aquellos mismos tiempos el FSLN se presentaba ya como una fuerza organizada, capaz de atraer a muchos descon-tentos y cuyas acciones guerrilleras alcanzaban cada día mayor im-portancia; su área de operación llegaba incluso hasta la región de Ziniga en el departamento de Jinotega –zona montañosa central del país-, donde numerosos campesinos aluían a las ilas rebeldes. Pero a la vez, las duras normas de compartimentación y clandestinidad tornaban muy difíciles los contactos entre las dirigencias revolu-cionarias de las distintas regiones. Esto facilitó que surgiera la Ten-dencia Proletaria, cuyos integrantes deseaban incentivar la lucha de los pobres en las ciudades; estimaban que se debía organizar mejor a la clase obrera urbana y fortalecer el partido, para con su labor desarrollar la conciencia de las masas y conducirlas –incluso- hasta un proceso insurreccional. Y tras la muerte en combate de Carlos Fonseca Amador –noviembre de 1976- culminó la eclosión sandi-nista; apareció la Tendencia Tercerista, que insistía en la convenien-cia de unir a todos los sectores, grupos y clases sociales opuestos al régimen, en un proceso de creciente actividad político-militar bajo la hegemonía armada y partidista del FSLN. Fue también durante 1977 cuando la guerrilla pudo superar sus prácticas defensivas, al tomar los estratégicos cuarteles de San Carlos, Masaya y Ocotal, tras lo cual impulsaron los combates por las montañas del Norte –Estelí,

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Matagalpa, Waslala- y hasta por las serranías cercanas a la capital. Luego, mediante el recién creado Grupo de los Doce –formado por prestigiosas personalidades e intelectuales-, los revolucionarios en-traron en contacto con los tradicionales partidos oposicionistas.

El conservador diario La Prensa –con el propósito de desprestigiar al gobierno- publicó en septiembre de 1977 las estafas y turbios manejos realizados por el gobierno alrededor de la reconstrucción de Managua. Somoza no perdonó la valiente denuncia, y el 10 de enero de 1978 Pedro Joaquín Chamorro cayó asesinado. El cobar-de crimen dividió de manera deinitiva a la burguesía e indignó a todos los nicaragüenses, que así lo manifestaron durante el sepelio del prestigioso dirigente. Dicho entierro se convirtió en masivo acto de repudio a la dictadura, cuando a lo largo del trayecto fúnebre el pueblo coreó las consignas del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Esto fue bien aprovechado por el Grupo de los Doce para incorporar la oposición pasiva a la lucha activa; en la práctica di-cha agrupación empezó a servir de enlace entre las tradicionales fuerzas opositoras y el FSLN, cuyo primer éxito se alcanzó en el propio enero, al efectuarse una gran huelga política de protesta. Y en febrero de 1978, mientras la guerrilla lanzaba otras ofensivas, la comunidad indígena de Monimbó (barrio de Masaya) llevó a cabo una espontánea insurrección que alertó a la dirigencia sandinista acerca de la verdadera disposición de las masas.

El creciente rechazo a la tiranía, impulsó a la UDEL a ensanchar sus ilas para unirse con otros partidos burgueses y antisomocistas en el Frente Amplio Opositor, que organizó en agosto otro paro nacional. Sin embargo, los impetuosos avances rebeldes por los departamen-tos de Granada y Rivas junto a la toma del Palacio Nacional el 22 de agosto de 1978, demostraban quien era en realidad la vanguardia. Esos triunfos decidieron al FSLN a llamar en septiembre a la insu-rrección general, debido a lo cual tuvieron lugar las sublevaciones urbanas de León, Estelí, Masaya y Chinandega. Éstas no obstan-te haber sido derrotadas por medio de intensos e indiscriminados

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bombardeos, fortalecieron políticamente a los revolucionarios, cu-yas columnas guerrilleras se desplegaban con fuerza por el norte bajo el mando de Germán Pomares. A la vez en las ciudades se for-maban los Comités de Defensa Civil y Popular, que junto a otras organizaciones formaron el Movimiento del Pueblo Unido.

La multiplicidad de acciones urbanas y rurales, fuesen civiles o militares, evidenciaba la riqueza analítica de las tres corrientes del sandinismo, así como su capacidad de interpretar los más variados matices y singularidades de la realidad nicaragüense. Faltaba, sin embargo, una óptica totalizadora o de conjunto que elaborase una síntesis o proyecto común hacia la toma del poder. Hasta que en di-ciembre de 1978 se publicó un trascendental comunicado, mediante el cual se anunciaba la reuniicación del FSLN para incrementar el batallar sincronizado, que tendiese hacia el triunfo deinitivo por medio de simultáneas ofensivas guerrilleras en las montañas, suble-vaciones en las ciudades, y una huelga política general. Con el pro-pósito de alcanzar esta elevada coordinación, que exigía un mando único, se constituyó en Marzo de 1979 la Dirección Nacional Con-junta del FSLN presidida por Daniel Ortega, la cual de inmediato emitió un Plan General de Insurrección. Éste diseñaba seis frentes de batalla –norte, nororiental, oriental, sur, interno y occidental-, cuyos combates debían estar acompañados por levantamientos po-pulares en las ciudades. A partir de entonces el empuje sandinista se redobló, y tras la toma del estratégico cuartel de El Jícaro, se cons-tituyó el Frente Patriótico Nacional, creado para brindar un espacio en la lucha a todos los enemigos de la tiranía. El masivo alujo hacia el FPN sentó las bases para decretar el 4 de junio la huelga política general, que paralizó la vida económica del país. Cinco días más tarde estallaba en Managua la insurrección y el 17 se conformaba el Gobierno Provisional de Reconstrucción Nacional. Era el puntillazo inal; los restos de la Guardia Nacional, en fuga, por todas partes se rendían.

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Junta de Gobierno de reconstrucción Nacional

El nuevo equipo gubernamental instituido proclamó cuatro prin-cipios rectores: no alineamiento internacional; relaciones con todos los países del mundo; autodeterminación de las naciones; estatiza-ción de los bienes somocistas, así como de la banca, el comercio exterior, la minería y las tierras ociosas. Este programa de liberación nacional obtuvo tanto apoyo, que hasta la OEA rechazó una semana más tarde un proyecto de fuerza interventora ideado por Estados Unidos. Después, el 19 de julio de 1979, los sandinistas ocupaban la capital y en ella establecían la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que nacionalizó el comercio exterior y el sistema banca-rio, estableció una política tributaria nueva –que descontaba a los burgueses el cuarenta por ciento de sus ganancias-, e impulsó la reforma agraria. Ella expropió el treinta y un por ciento de todas las tierras del país, que habían sido de las familias de Somoza y sus allegados, así como las abandonadas u ociosas, las cuales fueron es-tatizadas o distribuidas en parcelas y luego agrupadas en coopera-tivas, acorde con las condiciones especíicas de cada lugar. Este pro-ceso fue sumamente importante pues de esa manera se cohesionó al campesinado semi-proletarizado, mucho más abundante en el país que la pequeña clase obrera; como se sabe, en Nicaragua los peque-ños y medianos productores generaban la mayor parte del valor agregado, ya que proliferaban los trabajadores por cuenta propia tales como artesanos, campesinos y comerciantes al menudeo.

Con los intereses nacionalizados se constituyó el Área de Propiedad del Pueblo, que en 1982 aportaba ya el 40.8 por ciento del Producto Interno Bruto, generado en unas dos mil empresas o cooperativas agropecuarias y cerca de noventa fábricas o manufacturas. Así, a pesar de que el sector privado era mayoritario en la economía, el social –incluido el Estado- se había convertido en una pieza clave de ésta, pues regulaba la actividad productiva, la de distribución y la inversionista. En ese mismo año, mientras los capitales burgueses sólo ascendían al 29.2 por ciento de las inversiones ijas, el gobier-

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no revolucionario reorientaba el comercio exterior, pues decaía el intercambio con Estados Unidos que imponía un creciente bloqueo económico. En contraste, aumentaban los vínculos con América La-tina y con los países socialistas.

La mejoría económica experimentada por Nicaragua pronto se vio afectada por la agresividad de Estados Unidos, cuyo nuevo pre-sidente –Ronald Reagan- ordenó: minar puertos y sabotear indus-trias; establecer bases de las fuerzas armadas norteamericanas en la vecina Honduras; engendrar bandas mercenarias que incursio-naran dentro del pequeño país y asesinaran gentes o asolaran bie-nes. A pesar de esta grosera intromisión imperialista en los asuntos internos nicaragüenses, el sandinismo, que defendía la patria y sus conquistas populares, en 1984 convocó a los comicios desde antes prometidos, para elegir una Constituyente y el poder ejecutivo. Y aunque en la República funcionaban once partidos políticos, que re-presentaban desde liberales y conservadores hasta socialcristianos, el FSLN obtuvo un arrollador triunfo electoral al obtener más del 60 por ciento de los votos, e inaugurar así una estable vida constitucio-nal, caracterizada por sucesivos períodos presidenciales.

EL escándalo “Irán-Contras”

En Nicaragua la lucha armada se agudizó (179) a partir de la gran e ilegal ayuda brindada por el gobierno de Reagan a los contrarre-volucionarios, que incluían a importantes grupos llamados “indi-genistas” de la Costa Atlántica (180); el presidente norteamericano de esa forma les entregó decenas de millones de dólares que había recibido por sus ventas de armas a Irán, a pesar de que ambas ope-raciones en 1985 habían sido proscritas por el Congreso. Por esa época la ”contra” –integrada por más de 15,000 efectivos- no sola-mente actuaba en Honduras sino también desde Costa Rica, cuyo gobierno le había facilitado una pista aérea en Llano Grande –en una antigua hacienda de Somoza-, así como una radio subversiva. En contraste, los sandinistas tenían que incrementar de modo cons-

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tante sus descomunales gastos en la defensa con los casi exclusi-vos recursos nacionales, a la vez que debían mantener el puntual desembolso ocasionado por la enorme deuda externa heredada del régimen anterior. Esto repercutió mucho en los abastecimien-tos y engendró una impresionante hiperinlación, lo que redujo los niveles productivos y de vida. Al mismo tiempo se acentuaba el saldo negativo de la balanza comercial y de pagos; del exterior no provenía un sustancial socorro económico, salvo el susceptible de ser aportado por la pequeña y bloqueada Cuba socialista que ma-terializó su principal colaboración sobre todo en un impresionante alujo de médicos y maestros, algunos de los cuales incluso fueron asesinados por la “contra”.

En discrepancias con la política de Estados Unidos que impulsaba la subversión en Nicaragua, así como las prácticas anti-insurgen-tes en El Salvador y Guatemala, representantes de los gobiernos de México, Venezuela, Colombia y Panamá se reunieron en la isla de Contadora en 1983. Allí se constituyeron en grupo mediador empe-ñado en extraer los conlictos de América Central de la contrapo-sición Este-Oeste, engendrada por la “Guerra Fría”. Este conjunto de repúblicas latinoamericanas realizó avances hasta que el nuevo presidente de Costa Rica –Oscar Arias-, deseoso de asumir una po-sición protagónica, se opuso a este extra-ístmico conglomerado de países e impulsó el llamado “Foro Pro Paz y Democracia”. Confor-mado sólo por los centroamericanos, y con el anunciado propósito de “democratizar” Nicaragua y paciicar El Salvador y Guatemala, Arias se vio compelido a clausurar las facilidades brindadas a la “contra” en Costa Rica, motivo por el que tuvo fuertes roces con Estados Unidos. Sin embargo fueron las reiteradas victorias arma-das sandinistas y el inicio del escándalo “Irán-Contras” –el cual se destapó en el Congreso estadounidense-, lo que forzó al presidente costarricense a lanzar un nuevo plan, no ya en contradicción con el Grupo de Contadora sino como complemento de éste, y que in-cluía el cese de toda ayuda militar a la “contra”. Dado que dicha

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propuesta no implicaba la eliminación del sandinismo en el poder, Nicaragua aceptó participar en las reuniones que se venían cele-brando en Esquipulas –nombre del lugar de las citas-, con lo cual los cinco países del área comenzaron a dialogar de conjunto. Hasta que el 15 de febrero de 1987 entre todas las partes se acordó el cese del fuego, el desarme de las fuerzas irregulares, la suspensión de toda ayuda militar extra-regional, la reducción de armamentos, el no uso del territorio nacional para agredir a otros Estados, la recon-ciliación nacional, la democratización generalizada, la celebración de elecciones libres, la supervisión internacional, la creación del Parlamento Centroamericano, y un cronograma del cumplimiento de lo acordado. Esta solución implicaba una acrecentada lucha po-lítica pero no militar, y permitía la supervivencia del proceso revo-lucionario pues no pedía renunciar a la soberanía nacional ni a la autodeterminación del país. Tal vez por eso no tuvo la aprobación de Reagan ni la de El Salvador y tampoco la de Honduras, verdade-ra punta de lanza militar contra el sandinismo.

Estos éxitos sandinistas coincidieron con la promulgación de la nue-va Constitución, que implantó los preceptos de pluralismo político, tripartición de poderes –ejecutivo, legislativo, judicial-, economía mixta, no alineación internacional, sexenios presidenciales. Dicho texto incluía también el reconocimiento de las especiicidades de la Costa Atlántica, en la cual se crearon dos regiones autónomas –nor-te y sur-, acorde con sus variados rasgos lingüísticos, así como las peculiaridades multiétnicas y pluriculturales de sus poblaciones.

IX.2) El Salvador: De la lucha armada a los Acuerdos de Paz

De la “Guerra del Fútbol” a la Junta Democristiana-Militar

En El Salvador, y sin declaración previa alguna, el gobierno ordenó a sus muy bien preparadas tropas que atravesaran la frontera con Honduras el 14 de julio de 1969. Empezaba la mal llamada “Guerra del Fútbol” (181). Durante dicho conlicto, también conocido como

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“De las Cien Horas”, el ejército de El Salvador ocupó más de 1600 kilómetros cuadrados de territorio hondureño. Mientras, la eicien-te aviación de este país bombardeaba el aeropuerto de Ilopango y las instalaciones portuarias de la bahía de Acajutla, así como la re-inería de petróleo establecida en sus alrededores. Pero muy pron-to los Estados Unidos intercedieron mediante la Organización de Estados Americanos, para que los enfrentamientos bélicos cesaran entre ambos gobiernos a ellos subordinados. En Washington se es-timaba que los referidos choques armados desestabilizaban el área, lo que sólo podía convenir a los revolucionarios.

Durante las hostilidades el gubernamental Partido de Conciliación Nacional logró el apoyo de todas las fuerzas políticas del país, in-cluso del Partido Comunista, lo que originó una gran polémica den-tro de la militancia de este último. En consecuencia, parte de ella se escindió al año, para fundar las Fuerzas Populares de Libera-ción Farabundo Martí que esgrimieron la lucha armada prolongada como vía para la revolución. En contra de esa tendencia insurrec-cional, la Democracia Cristiana y el Partido Unión Democrática Na-cionalista –heredero del ilegalizado Partido de Renovación (PAR)-, se aliaron con el novedoso Movimiento Nacional Revolucionario y otras agrupaciones políticas menores en la Unión Nacional Oposi-tora. Ésta se planteó uniicar al pueblo en un amplio movimiento electoral, que desenmascarase al tiránico régimen y triunfase en los comicios presidenciales de 1972. En ellos el candidato de la UNO fue Napoleón Duarte –con Guillermo Ungo del MNR como aspi-rante a la vicepresidencia-, a quienes se le despojó de la victoria mediante el escamoteo en las urnas de la voluntad popular. Des-pués se desató una violentísima represión que provocó el exilio de la mayoría de las iguras políticas nacionales.El rechazo de Duarte a convocar a las masas para realizar algún tipo de oposición activa, motivó que jóvenes del Partido Demócra-ta-Cristiano abandonaran esa agrupación política, y se unieran con disidentes de la Juventud Comunista en el Ejército Revoluciona-

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rio del Pueblo (ERP). En esta organización a los dos años (1974) surgieron discrepancias entre una línea que preferenciaba la acción militar, y quienes dirigidos por Roque Dalton defendían los crite-rios de primero impulsar la movilización popular. Las diferencias surgieron al constituirse la primera gran organización de masas, el Frente de Acción Popular Uniicada (FAPU), que aglutinaba a ele-mentos que habían integrado la antigua UNO, así como a grupos de sindicalistas, campesinos y estudiantes. El asesinato de Dalton tornó insuperable la pugna, por lo cual sus simpatizantes crearon las Fuerzas Armadas de Resistencia Nacional, que mantuvieron los vínculos con el FAPU. También en 1975 y como amplio frente de masas, se constituyó el Bloque Popular Revolucionario –integrado por la Federación Sindical Revolucionaria, la Federación de Tra-bajadores del Campo, la Federación Cristiana de Campesinos, la Asociación Nacional de Educadores- que estableció lazos con las Fuerzas Populares de Liberación. La última gran organización de masas en surgir en esta década se denominó Ligas Populares 28 de Febrero –fecha de una masacre perpetrada por el régimen, en ese día del año 1977- que aglutinaba a las Ligas Populares campesinas, obreras y universitarias, las cuales se aliaron con el ERP.

La victoria sandinista en Nicaragua, a mediados de julio de 1979, acicateó mucho la lucha revolucionaria en El Salvador. Este hecho trascendental para Centroamérica se relejó asimismo en las fuerzas armadas salvadoreñas, cuya oicialidad joven –dirigida por los co-roneles Jaime Abdul Gutiérrez y Adolfo Majano- impulsó un exitoso golpe de Estado el 15 de octubre de 1979. Ellos argumentaban que los sucesivos gobiernos del PCN habían violado los derechos hu-manos; fomentado la corrupción pública, administrativa y judicial; generado un desastre económico y social; desprestigiado el país y al ejército. Dichos militares convocaron después a todas las agru-paciones político-sociales a colaborar con ellos para transformar la República. Se conformó entonces una Junta Revolucionaria de Go-bierno integrada por los dos coroneles mencionados y tres civiles:

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Guillermo Ungo, Mario Andino y Román Mayorca Quiróz. El pri-mero se había destacado desde 1968, cuando fundara el Movimiento Nacional Revolucionario, que luego forjara relaciones con el muy progresista Foro Popular, así como con la Federación de Trabajado-res de la Industria de Alimentación, Vestidos, Textiles y similares, aliada también con otros pequeños gremios obreros. Mario Andino, como dirigente de la Cámara de Comercio, respondía a los secto-res más dinámicos de la burguesía. Por su parte Mayorca Quiróz era el rector de la Universidad Católica, muy vinculado con algunas asociaciones estudiantiles y sobre todo con monseñor Oscar Arnulfo Romero. Dicho prestigioso clérigo hacía dos años había ocupado el cargo de Arzobispo, y desde entonces se apartó de sus tradicionales posiciones conservadoras. A partir de ese momento se acercó cada vez más a las progresistas Comunidades Cristianas de base, cuya membresía estaba compuesta en primer lugar por gente humilde.

La Junta, con semejantes miembros, recibió el apoyo de sindicalis-tas, profesores, industriales, socialdemócratas, así como de la De-mocracia Cristiana. Pero entre quienes encabezaran la asonada mi-litar no existía homogeneidad de criterios. Gutiérrez, respaldado por el poderoso Ministro de Defensa y también coronel José Guiller-mo García, se caliicaba de “duro” y rivalizaba crecientemente con la llamada “juventud militar”, encabezada por Majano al que tilda-ba de moderado. En la puja este grupo fue desplazado del poder, lo que indujo a los civiles a separarse de la Junta, que entonces pasó a ser exclusivamente militar. Para eludir el aislamiento, Gutiérrez y acólitos negociaron un pacto el 9 de enero de 1980 con Napoleón Duarte, quien se comprometió a apoyarlos. Esa decisión dividió a la Democracia Cristiana, cuya militancia de izquierda rechazó di-cho compromiso y se escindió para fundar el Movimiento Popular Social Cristiano. Éste pasó entonces a la oposición, que hacía tres meses había engrosado sus ilas con el surgimiento –en octubre- del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos, nue-va organización político-militar salvadoreña.

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La Junta Democristiana-Militar se comprometió a expropiar los pre-dios superiores a quinientas hectáreas para cooperativizarlos, con lo cual se liquidaría a la oligarquía latifundista dominada por las “Catorce Familias”; nacionalizar la banca y el comercio exterior de los productos tradicionales –café, azúcar, algodón-; elevar el nivel de vida de las masas; implantar un régimen pluralista. En tres meses los primeros postulados comenzaron a ponerse en práctica, pero los dos últimos brillaban por su ausencia, pues la economía se deterioraba rápidamente, y la ultraderechista represión paramilitar de los lla-mados “Escuadrones de la Muerte” llegaba al paroxismo. Su clímax tuvo lugar cuando el jefe de dichos terroristas, el ex-mayor Roberto D´Aubuisson, a principios de año ordenó la muerte del arzobispo Arnulfo Romero (182), quién cayó asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras oiciaba una misa. Poco después la progresista “Juventud Militar” fue también objeto de persecución. Incluso Adolfo Majano cayó preso y luego, en septiembre de 1980, fue deportado.

Surgimiento y desarrollo del FMLN

En respuesta al proceso reformista–represivo que tenía lugar bajo la Junta Democristiana-Militar, los revolucionarios iniciaron su unii-cación. Primero, para estructurar a grupos opositores aún relativa-mente desvinculados, el PRTC auspició que se creara el Movimiento Popular de Liberación; estaba integrado por las Ligas para la Libe-ración, los Comités de Base Obreros, y las Brigadas Revolucionarias de Estudiantes Secundarios, así como las de Trabajadores del Cam-po. Después, el 10 de enero de 1980, las FPL, las FARN y el Partido Comunista –plenamente incorporado ya a la lucha guerrillera bajo la conducción del habilísimo Schaic Jorge Handal- (183), constitu-yeron la Dirección Revolucionaria Uniicada. Ella contaba con una Comisión Ejecutiva integrada por tres miembros designados por cada una de las referidas organizaciones. Y a las veinticuatro horas se estructuró la Coordinadora Revolucionaria de Masas, que aglu-tinaba a la comunista Central Unitaria Sindical, al Bloque Popular Revolucionario, al FAPU, a las LP-28 y al Partido Unión Democrá-

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tica Nacionalista, a los cuales se añadió el MPL cuando terminó su etapa de fortalecimiento. Luego el primero de abril surgió el Frente Democrático Salvadoreño, integrado por el MNR, el MPSC, el Mo-vimiento Independiente de Profesionales y Técnicos, la Asociación General de Estudiantes Universitarios, las Universidades Católica y Nacional, así como la Federación Nacional de la Pequeña Empresa. Al cabo de dos semanas, la unión del FDS y de la CRM engendra-ba al Frente Democrático Revolucionario presidido por Guillermo Ungo. Por su parte, en diciembre de 1980 la DRU se integró con el ERP y el PRTC en el frente Farabundo Martí de Liberación Nacio-nal, en el cual una colectiva Comandancia General sustituyó a la antigua Comisión Ejecutiva, bajo los preceptos ya conocidos. Como era de esperar, las dos grandes organizaciones revolucionarias des-pués se aliaron en una Comisión Político-Diplomática, formada por siete miembros en total.

Culminada su forja uniicadora, el FMLN lanzó el 10 de enero de 1981 una ofensiva militar que tenía por objetivo sublevar a las ma-sas rurales y con ellas erigir un verdadero ejército, puesto que los combates citadinos no arreciaban dado el terror desatado en las ur-bes por los elementos represivos. En el empeño de construir unas fuerzas armadas populares, fue relevante el acuerdo irmado en febrero por la Comandancia de los insurrectos con los más escla-recidos miembros de la relegada “Juventud Militar”, en el que se delineaban incluso los rasgos básicos de un posible futuro gobierno democrático-revolucionario.

Durante el resto del año, a pesar de la ayuda estadounidense as-cendente a cuatrocientos millones de dólares, las tropas guberna-mentales no avanzaron. En contraste, en el campo los efectivos su-blevados se multiplicaban, y pasaban de acciones bélicas aisladas a operaciones planiicadas a escala nacional. Gracias a ello pronto se convirtieron en una fuerza político-militar que dominaba vastos territorios en los departamentos de Morazán, Chalatenango, Caba-ñas, Usulután y la Unión. También era notable el control rebelde en

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la zona de Suchitoto-Guazapa y en la del volcán Chichontepeque del departamento de San Vicente. Luego, desde las áreas rurales, el FMLN comenzó a llevar a cabo incursiones militares sobre algunas importantes ciudades, cuyo peldaño más alto se alcanzó en la villa de Usulután, ocupada parcialmente durante casi una semana. Pero ahí el avance revolucionario se detuvo, pues no se produjo el anhe-lado proceso insurreccional citadino, lo cual condujo al movimiento guerrillero a relexionar acerca del futuro.Dado que las constantes ofensivas contra los bastiones insurrectos –fuertes sobre todo en la franja norteña del país-, no alcanzaban el codiciado triunfo, la Junta decidió realizar una maniobra política diversionista, al convocar a elecciones para una Asamblea Consti-tuyente. Ellas se celebraron el 28 de marzo de 1982 por medio de un gobierno provisional encabezado por el empresario Álvaro Maga-ña, al que la Junta le entregó el poder. En esos comicios, limitados por la escasa votación popular, los principales contendientes fueron el viejo Partido de Conciliación Nacional, el Demócrata-Cristiano y Acción Republicana Nacionalista (ARENA). Ésta era una fuerza política nueva organizada por D´Aubuisson, que empezaba a cap-tar las simpatías de algunos ambiciosos capitalistas emergentes, de sectores tradicionalistas de las llamadas clases medias, así como de elementos desclasados y pobres con ideología conservadora. Todos inanciados desde Miami por ricos emigrados salvadoreños. En de-initiva ARENA logró la presidencia de la Constituyente, desde la cual su cabecilla impidió que fuese incorporado al texto en redac-ción cualquier intento de legalizar una verdadera reforma agraria. Pero las pugnas no se limitaban a los asambleístas, pues dentro del ejército ellas también se manifestaban; la oicialidad de extracción oligárquica, se empeñaba en deponer de sus altos cargos en las fuer-zas armadas a quienes los habían ocupado a raíz del pretérito golpe de Estado. Fue este litigio el que animó las insubordinaciones contra el Ministro de Defensa –José Guillermo García-, lo cual inalmente condujo a que las distintas fracciones militares irmaran en agosto

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de 1982 el Pacto de Apaneca. Dicho acuerdo estableció puntos mí-nimos de entendimiento, entre los que el más importante planteaba no aceptar negociaciones, reiteradas múltiples veces por el movi-miento guerrillero. El cuerpo de oiciales expresaba de esa forma tan rotunda, su conianza en alcanzar la victoria en los campos de batalla; el ejército gubernamental disfrutaba de una creciente ayuda estadounidense, cuyos asesores incluso participaban –a veces- en los enfrentamientos bélicos.

A pesar del involucramiento cada vez mayor de Estados Unidos en el conlicto salvadoreño, en diciembre de 1982 el FMLN superó la fase de resistencia en su lucha armada, con lo cual derrotó la estra-tegia enemiga que pretendía sumir la guerra en un estancamiento. Y en enero de 1983 los guerrilleros lanzaron una serie de ofensivas, debido a las cuales se tomaron decenas de poblados y se sitiaron las ciudades de Suchichoto y Tejutla ¡Se llegó hasta ocupar la de Ber-lín! Y el penúltimo día de diciembre, luego de dos horas de intenso cañoneo guerrillero y tras haber liquidado veinticinco posiciones periféricas del cuartel de la cuarta brigada de infantería –la más importante del norte de El Salvador- situado en El Paraíso (depar-tamento de Chalatenango), dichas instalaciones castrenses cayeron totalmente en manos rebeldes. La debacle ocasionó a las fuerzas gubernamentales más de trescientas bajas entre muertos o heridos, y doscientos prisioneros. El resto de la tropa, con sus oiciales, huyó en vergonzosa desbandada.

Los propios éxitos insurgentes demostraban que las diicultades del FMLN en sus proyecciones hacia el futuro no concernían bási-camente a la guerra, sino al espinoso problema de cuál estrategia seguir con respecto a la política de alianzas. Esto se evidenciaba en la creciente pugna que oponía a los dos principales dirigentes del FPL, pues Salvador Cayetano Carpio y Nélida Anaya Montes (comandantes Marcial y Ana María, respectivamente), defendían puntos de vista opuestos. Aquél sostenía posiciones de militarismo vanguardista, contrarias a la lucha por reivindicaciones populares,

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susceptibles de reiniciar el movimiento de masas en las ciudades y de implementar un entendimiento con sectores sociales no incorpo-rados todavía al combate revolucionario. Hasta que el dogmatismo sectario, en declive frente a la lexibilidad creadora, condujo al cri-men. Derrotado políticamente en el seno de su organización, el jefe instigó el asesinato de su segunda al mando, para luego –desespe-rado- suicidarse.

Terminada la Constituyente se celebraron elecciones, en las que se opusieron dos candidatos; por la Alianza Renovadora Nacional –redenominación de ARENA- se postulaba el siniestro D’Aubisson, mientras que por la Democracia Cristiana aspiraba su fundador, José Napoleón Duarte. Éste, que aún disfrutaba de mucho apoyo en la pequeña y mediana burguesías, y de alguna simpatía entre los grupos de asalariados ideológicamente menos avanzados, ganó. De inmediato dispuso un gran empeño guerrerista al contar con la abundante ayuda bélica estadounidense, pero no pudo derrotar a la insurgencia (184). Entonces el presidente dio un giro y aceptó el reiterado planteamiento del FMLN-FDR concerniente a una salida negociada al conlicto.La entrevista entre los representantes de ambas partes se celebró el 15 de octubre de 1984 en el poblado de La Palma, en la cual los jefes de las dos delegaciones –Duarte y Ungo- acordaron crear una comi-sión bilateral encabezada por un obispo, que buscara la forma de hacer la paz. Esto, sin embargo, no desarmó al ejército, que a inales de año lanzó una gigantesca ofensiva con más de cinco mil soldados, la cual no alcanzó sus objetivos; el jefe de la gran columna guber-namental pereció en las acciones, los insurrectos mantuvieron sus áreas de dominio y Radio Venceremos continuó sus transmisiones.

El relativo equilibrio militar entre ambos bandos durante 1985, con-dujo a los revolucionarios a adoptar la “guerra de movimientos”, cuyo propósito era desarrollar por todas partes las relaciones entre el pueblo y los alzados. Cumplido ese objetivo, al año el FMLN-

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FDR acometió la tarea de reanimar el accionar de masas en las ciu-dades, cuyas manifestaciones de protestas se vincularon pronto con el rechazo de los empresarios hacia el nuevo “impuesto militar para inanciar la guerra”, todo lo cual desembocó en la huelga nacional del 22 de enero de 1987. Así se evidenciaba que el gobierno comen-zaba a quedar aislado. Estados Unidos entonces aumentó su ayuda al régimen democristiano hasta la astronómica cifra de tres mil mi-llones de dólares anuales, dedicados en sus siete décimas partes a los gastos militares. Pero eso no detuvo tampoco a la insurgencia, que el 31 de mayo volvió a destruir la reconstruida fortaleza de El Paraíso. Después le tocó el turno al Cuartel General del ejército en la propia capital, lo cual hizo ver que la balanza militar se inclinaba a favor de los rebeldes.

En ese favorable contexto, el FMLN-FDR renovó el 26 de mayo su ofrecimiento de lograr una salida política al conlicto, lo cual des-trabó las negociaciones que al reiniciarse en octubre incluyeron as-pectos como un cese al fuego bilateral, una Comisión Nacional de Reconciliación, y amnistía para ambos contendientes.

La Comisión Nacional de Reconciliación

En 1988 los aliados y simpatizantes del FMLN-FDR organizaron la Convergencia Democrática, que tenía por objetivo presentarse a las elecciones del año siguiente. Esa propuesta originó la visita a El Salvador del Vicepresidente norteamericano, quien deseaba estu-diar con sus asociados locales la actitud a mantener ante la nueva situación. Se decidió entonces instituir una Reunión Permanente de los partidos políticos ya registrados, y debatir en ella la novedosa oferta. Sin embargo antes de tomar una decisión, los representantes de esta multipartidaria asamblea se reunieron con la Comandan-cia General del FMLN en México, donde dialogaron acerca de los términos de un entendimiento. Pero la resistencia del ejército y los titubeos de las organizaciones políticas derechistas, frustraron un acuerdo.

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El muy inluyente empresario Alfredo Cristiani, logró que el sector civilista y moderado predominase al interior de ARENA, por lo cual emergió como su candidato presidencial para las nuevas elec-ciones, que ganó. Al ocupar el cargo, el nuevo mandatario constató que por concepto de la prolongada guerra en el país habían muerto setenta y cinco mil personas, cifra a las que se añadían incontables cantidades de heridos o mutilados y traumatizados; la industria del algodón había sido destruida; las redes eléctricas estaban desbara-tadas; las carreteras y caminos eran inutilizables; la agricultura se encontraba casi paralizada; los daños generales a viviendas y edii-caciones ascendían a miles de millones de dólares; se multiplicaban los secuestros y asesinatos. De éstos, quizá el más repugnante haya sido el de seis sacerdotes jesuitas masacrados el 16 de noviembre de 1989, por un Escuadrón de la Muerte en las instalaciones de la Universidad Centroamericana. El propio rector de ese alto centro docente, el famoso teólogo Ignacio Ellacuría, fue uno de los ametra-llados. Tal vez toda esa macabra realidad inluyó en Cristani para que se condujera haciendo gala de mucho tino y mesura, lo cual pronto lo llevó a reconocer al FMLN como legítimo beligerante e in-terlocutor necesario en la búsqueda de una solución negociada. Por ello el gobierno y los rebeldes se reunieron en México y acordaron impulsar un proceso de diálogo constante, aunque sin detener las hostilidades. Éstas alcanzaron su cima cuando el FMLN lanzó su mayor y casi indetenible ofensiva –durante la que sus efectivos ocu-paron incluso parte de la capital-, a pesar de lo cual no se produjo una insurrección generalizada. Todos se convencieron entonces, de que resultaba imprescindible encontrarle al intenso conlicto arma-do una salida política mutuamente aceptable.

En enero de 1990 el gobierno salvadoreño y el FMLN solicitaron la mediación del Secretario General de la Organización de Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, quien aceptó la tarea. Durante ese año y el siguiente, las negociaciones se llevaron a cabo en Ginebra, Oaxtepec, Caracas, de nuevo en México, Nueva York, Ciudad Mé-

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xico una vez más, y otro retorno a Nueva York –sede de la ONU-. Hasta que a principios de diciembre de 1991 un fracasado intento de golpe de Estado debilitó al sector del ejército más opuesto a un entendimiento con el FMLN, lo cual fortaleció el diálogo. Por ello, al ilo de la medianoche del último día de ese año, ambas partes irmaron un acta con acuerdos deinitivos, tras lo cual sólo quedaba establecer el calendario de su ejecución, aunque se precisaba que el cese de la guerra comenzaría el 1 de febrero de 1992.

El primer capítulo del Tratado de Paz se dedicaba al ejército, en lo relacionado con la reducción y depuración de sus ilas. El segundo establecía la creación de una Policía Nacional Civil, su doctrina, es-tructura y conformación. Otros apartados abordaban delicados te-mas económicos y sociales, tales como la Reforma Agraria y el Plan de Reconstrucción Nacional. El sexto deinía las garantías para que el FMLN abandonara las armas y se transformara en partido político, susceptible de participar en todos los aspectos de la vida del país, con derecho a esgrimir y defender su ideología revolucionaria. El último capítulo ijaba los plazos precisos de ejecución para lo negociado.IX.3) Fraccionamiento social, guerrillas y desmovilización en Guatemala

Reinicio de la lucha armada

En Guatemala, la repercusión del triunfo de la Revolución Sandi-nista en 1979 impulsó el reinicio de la lucha guerrillera, tras lo cual las Fuerzas Amadas Rebeldes y el Ejército Guerrillero de los Pobres se vincularon a una pequeña escisión del Partido Guatemalteco del Trabajo dispuesta a sumarse al combate armado urbano. Más tarde, junto a la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas, todos se integraron el 8 de febrero de 1982 en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca. Poco después, y tal vez inluido por la exi-tosa y precedente experiencia nicaragüense del Grupo de los Doce, se creó el Comité Guatemalteco de Unidad Patriótica, integrado

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por destacadas personalidades progresistas simpatizantes con la URNG. Dicha instancia cívica esperaba atraer a quienes anhelaran alguna mediación entre los bandos combatientes; los choques ar-mados eran cada vez más sangrientos, y sólo el ejército había tenido mil muertos en los enfrentamientos sostenidos durante tres años en veinte departamentos del país. Pero sucedió lo contrario. Bajo el mando del general Efraín Ríos Montt se reorganizó el ejército y la policía, se instituyeron tribunales especiales con poderes para dic-tar penas de muerte, se acometió la táctica de tierra arrasada en el Altiplano a cuya población se le reconcentró en las llamadas “al-deas estratégicas”, se crearon “patrullas civiles” compuestas por aborígenes encabezados por enriquecidos caciques para oponerse a cualquier avance revolucionario. La violencia de la guerra, sin em-bargo, no inclinó la balanza a favor del gobierno, por lo cual dentro del ejército –que dirigía el país desde hacía casi veinte años- los elementos políticamente más avanzados de la oicialidad compren-dieron la necesidad de repetir la eiciente maniobra de antaño, y devolverle a principios de 1986 una faz civil a la conducción de la sociedad. Recurrieron para ello a la Democracia Cristiana, que nun-ca había participado del poder e incluso a veces hasta había sufrido alguna persecución. Sin abandonar las armas ni cesar los combates, la URNG aprovechó la oportunidad y propuso en octubre de ese año al recién estrenado presidente Vinicio Cerezo, la celebración de conversaciones para alcanzar la paz.

Negociaciones de Paz

El nuevo mandatario aceptó a mediados del año siguiente y envió una delegación a que dialogara con los rebeldes, lo cual ocasionó una isura en el ejército al oponerse los llamados “Oiciales de la Montaña” al proceso negociador. Ante los reiterados intentos de golpe de Estado –mayo y agosto de 1988 así como mayo de 1989- promovidos por ese grupo ultraderechista, el gobierno abandonó las conversaciones directas aunque organizó una Comisión Nacio-nal de Reconciliación, para que mantuviera los contactos con la in-

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surgencia. Se inició así un llamado Diálogo Nacional gracias al cual la CNR y la URNG sostuvieron reuniones en Oslo (Noruega). Tras ellas –en marzo de 1990- se irmó el “Acuerdo básico para la bús-queda de la paz por medios políticos”, el cual creó la igura de un “conciliador” –que sería el Obispo de Guatemala- y estableció la presencia de un “observador” representante del Secretario General de la ONU. Después se decidió: que las negociaciones se desarrolla-rían dentro de los parámetros constitucionales; se iniciaría un pro-ceso para reformar las instituciones así como la propia Ley Funda-mental del país; se impulsarían medidas políticas para incorporar la URNG a la vida legal en la sociedad. Luego, a lo largo de ese año –en pleno conlicto bélico- hubo encuentros con los empresarios, en Ottawa; religiosos (Quito); sindicalistas –Metepec, en México-; académicos, profesionales y pequeños propietarios de comercios y talleres, de nuevo en México pero esta vez en Atlixco.

En enero de 1991 un nuevo presidente electo, Jorge Serrano –que había sido miembro de la CNR- ocupó la primera magistratura bajo el lema de “Paz total para la nación”, pues propugnaba el cese in-mediato de los combates, la desmovilización de los alzados y su reincorporación a la política, así como programas para alcanzar al-guna equidad en la vida social y económica, a in de impulsar un proceso democrático en el país. Ese criterio abrió las puertas a ne-gociaciones directas entre el gobierno y la URNG, que en abril del mismo año empezaron en Ciudad México con tres partes concep-tuales bien deinidas: 1) aspectos sustantivos –derechos humanos e indígenas, poder civil, funciones del ejército-; 2) de procedimiento –confrontación armada y desmovilización de los rebeldes-; 3) verii-cación de lo acordado. Después del referido entendimiento, ambos litigiantes hicieron públicos nuevos elementos con los cuales desea-ban inluir en la ciudadanía; la insurgencia emitió su “Guatemala: una paz justa y democrática. Contenido de la negociación”, al cual la presidencia replicó mediante un “Documento del gobierno de la República de Guatemala en respuesta al planteamiento global de

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la URNG hecho en mayo de 1992”. La diferencia entre ambos con-cernían a la militarización del país, las funciones del ejército y la democratización de la sociedad, ya que en alguna medida ambas partes aceptaban la necesidad de reducir las fuerzas armadas, lo imperioso de re-localizar a los desplazados por la guerra; la discri-minación que sufrían los indígenas. En virtud de ello, desde enero hasta mayo de 1993 las negociaciones giraron en torno a la cuestión de procedimientos, pues se habían logrado acuerdos sobre la ma-yoría de los aspectos relacionados con los derechos humanos. Pero el autogolpe de Estado promovido por el propio presidente de la república detuvo todo el proceso de diálogo.

El reordenamiento institucional efectuado a principios de junio condujo a la presidencia a Ramiro De León Carpio, quien reanu-dó las conversaciones –luego de que se disolviera la CNR- bajo un proyecto llamado Plan Nacional de Paz. Éste contemplaba el sur-gimiento de un “foro permanente” con representación de la socie-dad civil, que realizaría recomendaciones a tener en cuenta por el gobierno. Además, se convocó a la ONU para que desempeñara las funciones de tercera parte, junto a los dos beligerantes. Las ges-tiones de ese organismo internacional fructiicaron en la forma de un “Acuerdo marco para la reanudación del proceso de negocia-ción entre el gobierno de Guatemala y la URNG” el 10 de enero de 1994. Y a los tres meses se irmaron dos convenios: el “Acuerdo global sobre derechos humanos”, así como el “Acuerdo calendario de las negociaciones para una paz irme y duradera en Guatemala”. Más tarde se concluyó un “Acuerdo sobre el establecimiento de la Comisión para el esclarecimiento histórico de las violaciones a los derechos humanos y hechos de violencia que causaron sufrimientos a la población guatemalteca”, aunque en el mismo no se incluía el hecho de identiicar a los responsables de las atrocidades. Después de este logro, la principal diicultad estribaba en la cuestión de los “derechos indígenas”, cuyo texto inalmente fue rubricado el 31 de marzo de 1995, y el cual reconocía a Guatemala como país multiét-nico, pluricultural y multilingue.

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Al concluir el cuatrenio presidencial en curso se convocaron a elec-ciones generales, para las cuales la Comandancia General de la URNG orientó la participación popular con el voto contrario a los candidatos más reaccionarios. De esta forma resultó triunfador Al-varo Arzú del Partido Avanzada Nacional, cuyo programa principal era la paz. Aún sin haber ocupado el cargo, Arzú se entrevistó con la referida Comandancia, y luego mantuvo con ella una serie de en-cuentros conidenciales, lo cual facilitó el surgimiento de un ambien-te de conianza entre ambas partes. Hasta que en marzo de 1996 éstas proclamaron el cese al fuego, con lo cual concluyeron las operaciones bélicas. A los dos meses se suscribió el “Acuerdo sobre aspectos so-cioeconómicos y la situación agraria”, que apuntaba hacia relaciones más equitativas en el país. Este fue seguido por otro relacionado con el “Fortalecimiento del poder civil y el papel del ejército en una so-ciedad democrática”. Quedaron así pendientes, de manera exclusiva, las reformas constitucionales y el régimen electoral, que legalizarían jurídicamente los acuerdos establecidos y posibilitarían la integra-ción de la URNG a la vida política guatemalteca, según lo acordado en la reunión celebrada en Madrid durante ese año. Finalmente el 29 de diciembre de 1996, en Ciudad Guatemala se irmó el “Acuerdo de Paz Firme y Duradera”, que ponía in al prolongado y cruel conlicto armado, que había dejado una secuela de casi 250 000 muertos e in-numerables cantidades de heridos o mutilados de guerra.

El año 1997 comenzó con la aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU del envío de un centenar y medio de observadores a Guatemala, a la vez que en Bruselas se decidía una ayuda inancie-ra internacional ascendente a casi dos mil millones de dólares para el programa paciicador. Después se redujo al ejército en un tercio, se desarmó la URNG, entró en funciones la Oicina de Asistencia Legal y Resolución de Conlictos sobre la Tierra, se instalaron la Co-misión para la Reforma Educativa y el Foro Nacional de la Mujer. Pero a mediados de año se constató que la Reforma Constitucional no avanzaba; algunos opuestos al proceso argumentaban que se re-

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quería el apoyo de dos tercios de los miembros del Congreso, para que la docena de enmiendas propuestas fuera aprobada. Se desató entonces una aguda lucha política entre partidarios y detractores de los cambios constitucionales, hasta que el 16 de octubre de 1998 el Congreso los validó, lo cual implicaba transformar 47 artículos del referido texto básico republicano. Sin embargo, en enero de 1999 la Corte de Constitucionalidad Nacional suspendió la aplicación de buena parte de los referidos acápites, a la vez que el Tribunal Su-premo Electoral convocaba a la ciudadanía a un referéndum para ratiicar o revocar en bloque las mencionadas reformas. Y en esas circunstancias, el Congreso tampoco aprobó las alteraciones a la Ley Electoral y de los partidos políticos, planteadas en los Acuer-dos de Paz. Para colmo de males, los resultados del referéndum del domingo 16 de mayo de 1999 fueron adversos –por un cincuenta y seis por ciento- a las modiicaciones a la Constitución. El TSE los aceptó como buenos, a pesar de que la participación de votantes a penas había sido del dieciocho por ciento de aquéllos con derecho al sufragio, y menos de la décima parte de los indígenas estaban empadronados para las elecciones.

En Guatemala, a inales de la presidencia de Álvaro Arzú el país fue devastado por el huracán Mitch. Para ayudar en el alivio de las graves consecuencias, Cuba brindó notable ayuda médica, y ello fa-cilitó que se restablecieran las relaciones diplomáticas entre ambas repúblicas. Poco después, en los comicios de 1999, la URNG parti-cipó integrada en la Alianza Nueva Nación, que se forjó con el Par-tido Desarrollo Integral Auténtico. Ese frente electoral llevó como candidato al empresario Álvaro Colom, que obtuvo el 12 por ciento de los votos. En deinitiva el triunfador fue Alfonso Portillo, quien llegó al poder respaldado por el ex dictador Ríos Montt. Su presi-dencia se caracterizó por ignorar los graves problemas sociales exis-tentes, y sobre todo por rechazar cualquier reivindicación indígena. Mientras, en el país se multiplicaba el narcotráico, la violencia y la corrupción; se hizo frecuente que los altos mandos militares realiza-

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ran desfalcos millonarios, lo cual auspició el surgimiento de nuevos sectores burgueses. Éstos se vinculaban con la droga, el tráico ilegal de personas, el contrabando, los robos en caminos y carreteras, los asaltos bancarios, los secuestros extorsivos y la venta de niños. Todo ello acompañado por el crecimiento de bandas callejeras y pandillas juveniles. Ese fenómeno lo engendraba el empobrecimiento cada vez mayor de la población –un 54 por ciento-, mientras el 10 por ciento más rico de los guatemaltecos acaparaba el 40 por ciento de los ingresos del producto nacional. Esa difícil situación económica motivó el despertar del movimiento indígena, cuyos habitantes eran los más afectados por el recrudecimiento de la pobreza. Entonces surgió la Asamblea Nacional del Pueblo Maya, que inició la parti-cipación sociopolítica de esas etnias en el país. Sin embargo en las elecciones presidenciales del 2003, el centroizquierdista Álvaro Co-lom fue derrotado por Oscar Berger, quien estaba respaldado por Arzú. El nuevo presidente se proponía continuar con las medidas neoliberales que favorecían al tradicional sector empresarial, pero excluyendo del poder al corrupto sector burgués emergente. Para lo-grar su objetivo, Berger fortaleció el papel del Estado en la economía y propició una mayor integración con los vecinos centroamericanos; hacia ellos incrementó las exportaciones producidas en novedosas maquilas (185), mientras las tradicionales exportaciones guatemalte-cas se deprimían. No obstante, la principal fuente de ingresos prove-nientes del exterior ya eran las remesas enviadas por los emigrados guatemaltecos, cuyos montos en el 2004 ascendieron a 2 500 millo-nes de dólares, cuatro veces la suma de las exportaciones de café.

Presidencia de Álvaro Colom

En los comicios del 2007 triunfó Álvaro Colom con su Unión Nacio-nal de la Esperanza, que en la segunda vuelta obtuvo el cincuenta y cuatro por ciento de la votación. Desde el inicio de su presidencia se incrementó la ayuda cubana, lo que facilitó una mejoría de la salud, reducir la mortalidad infantil y neonatal, disminuir el anal-fabetismo y auspiciar la educación. Esto, al ser incorporados un mi-

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llón y medio de niños adicionales a las escuelas. La nueva gestión gubernamental también desclasiicó archivos sobre las actividades represivas del ejército, que durante la guerra interna había siste-máticamente violado los derechos humanos y cometido crímenes de lesa humanidad. Además, desde el in de los choques bélicos, la URNG denunciaba el alto grado de violencia y criminalidad, así como los mecanismos de irresponsabilidad institucional existentes. La apertura de los expedientes militares fue pronto acompañada de la creación de una Comisión Presidencial contra la Impunidad, con el objetivo de aplicar justicia a delitos pasados; esto permitió que poco después –por primera vez-, se enjuiciara en un histórico proceso a un ex-comisionado militar acusado de haber masacrado durante el conlicto a indígenas, y se le condenara a ciento cincuen-ta años de cárcel. Al mismo tiempo dicha instancia acometió: de-purar de corruptos la policía, disminuir la creciente inseguridad, y combatir los grupos delincuenciales o pandillas callejeras. También desde la Presidencia se impulsó el programa Mi Familia Progresa, que entregaba fondos a familias pobres que asegurasen enviar sus hijos a las escuelas y a los puestos de salud, lo cual engendró mayor apoyo popular. Y casi simultáneamente comenzó el mega-proyecto Franja Transversal del Norte, que beneiciará a más de un millón de personas y estará terminado en dos años; su principal aspecto es el trazado de una súper carretera desde el océano Atlántico hasta la frontera con México en el oeste, que tendrá casi 400 kilómetros y costará 240 millones de dólares. Al mismo tiempo el FTN cuen-ta con seis planes complementarios que cubren el desarrollo rural, urbano, social, infraestructural u otros, y comprenderá los territo-rios de Izabal, Alta Verapaz, Quiché y Huehuetenango. A la vez, el gobierno declaró el estado de calamidad pública debido a la crisis alimentaria padecida por la población “a causa de la inequidad so-cial” –dijo-; ésta se agravaba por la sequía, ocasionada por los cam-bios climaticos que provocaron la pérdida de las cosechas de frijol, maíz y arroz. Quizás el colofón al referido decreto haya sido una trascendente frase del presidente de la república, Álvaro Colom,

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cuando expresó: “La pobreza y la desnutrición no deben ser temas de moda, sino más bien asuntos de interés nacional que competen a todos los guatemaltecos”.

IX.4) Del Plan Inca a los fracasos de Sendero Luminoso y del MRTA en Perú

El régimen militar de Velasco Alvarado

A mediados de la década de los sesenta, el desarrollo de la sociedad en el Perú era muy heterogéneo, pues tres áreas bien diferenciadas conformaban la República. La de las fértiles tierras de la costa, aca-paradas por las plantaciones de caña y algodón, y donde además se encontraban las principales ciudades, en especial Lima, con el 80 por ciento de la capacidad fabril del país. Luego la región cor-dillera, conocida como La Sierra, verdadero laberinto montañoso con cumbres nevadas y valles profundos, de vegetación impenetra-ble, a los cuales se añaden los inmensos altiplanos conocidos como Jalcas. Allí vivía entonces la mayor parte de la población, pues en dicha zona alrededor de siete millones de personas trabajaban la agricultura; unos, en las atrasadas comunidades agrícolas o Ayllus quechuas, y los demás como semi-siervos explotados por los ga-monales –o especie de mayorales- en las tradicionales haciendas de los terratenientes. En esas cordilleras también se ubicaban los más importantes centros mineros, donde los monopolios extranjeros contaban con unos doscientos mil trabajadores –muchos eventua-les- procedentes de las vecinas zonas rurales. Por último La Selva, extensa región casi despoblada, en la cual la vegetación era exu-berante y sólo los ríos fungían como vías de acceso, en cuyas con-luencias había poblados; en ellos las gentes se dedicaban al comer-cio de maderas, hierbas medicinales y de pieles o animales salvajes.

La Fuerza Armada del Perú encabezada por el general Juan Velasco Alvarado, depuso el 3 de octubre de 1968 al ineicaz presidente Be-laúnde Terry, y desde el primer instante demostró que dicha acción no constituía un golpe militar tradicionalista; en lugar de invocar

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al “peligro comunista”, se llamó a todos los habitantes a rescatar la dignidad nacional violada por el imperialismo y sus acólitos. Además, a los seis días el ejército ocupó los yacimientos de La Brea y Pariñas, y sin pago alguno los revirtió al patrimonio estatal. Se iniciaba así el cumplimiento del llamado Plan Inca, diseñado por los generales mestizos o “cholos” para revolucionar la sociedad. Acorde con él se dictó una radicalísima ley de reforma agraria, que terminó con la injusta tenencia de tierra mientras preservaba la inte-gridad de las grandes unidades productivas. En los antiguos Ayllus se conformaron “sociedades agrícolas de interés social”, y en las haciendas se fundaron cooperativas campesinas. Se creó la Confe-deración Nacional Agraria y se hizo del quechua la segunda lengua oicial. Después se expropiaron los complejos agroindustriales así como la Internacional Telegraph and Telephone Company, y el poderoso monopolio cuprífero Cerro de Pasco Mining Corporation. Esos consorcios fueron integrados al pujante capitalismo de Estado, que realizaba más del 50 por ciento del conjunto de las inversiones en el país; había cincuenta grandes empresas totalmente públicas en las actividades de petróleo, hierro, electricidad, siderurgia, pes-ca, ferrocarriles, comunicaciones, aviación; en otras cien compañías la participación estatal ascendía a la mitad de las acciones; e incon-tables entidades más, tenían algún por ciento menor. Tampoco la banca ni el comercio exterior escaparon al dominio gubernamental.

Las transformaciones nacionalistas trascendieron el carácter de-mocrático y burgués, cuando el primero de mayo de 1974 Velasco Alvarado anunció en una gran concentración por el Día de los Tra-bajadores, nuevas leyes de contenido muy popular, sobre la propie-dad en general y la prensa en particular. La contundente primera medida signiicaba una reestructuración integral de la economía, en la cual el Estado sería el pivote principal al preservar bajo su control los servicios básicos y las mayores industrias. En segundo lugar se encontraba el resto de las compañías aún pertenecientes a los capitalistas criollos, cuya esencia se deseaba alterar mediante la

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creciente participación de los trabajadores en la posesión de unos bonos que ese nuevo tipo de “comunidad” debería emitir. Esto re-presentaría un avance sui-generis, paulatino pero sistemático, hacia la desaparición de los intereses privados en dichas empresas. En un tercer peldaño estaba la pequeña propiedad, que se dejaba incólu-me (186). Por su parte el decreto sobre la prensa, entregaba los diez principales periódicos nacionales a las representaciones organiza-das de los más importantes sectores laborales del país.

Ambas disposiciones, sin embargo, traspasaban los límites de lo to-lerable para la burguesía, la cual de inmediato se incorporó a la con-trarrevolución que auspiciaba la Sociedad Interamericana de Pren-sa y dirigía la CIA. Frente a ese reaccionario peligro, los proclives al progreso se encontraban divididos; no existía una fuerza política común que los aglutinara, ni tampoco los asalariados se encontra-ban estructurados en una confederación sindical única. Había dos, y ellas no siempre coincidían en sus propósitos.

En dichas adversas circunstancias, el gobierno trató de aunar a todos los revolucionarios al crear el Sistema Nacional de Movili-zación Social, encabezado por un general de muy avanzadas con-cepciones quien estaba secundado por el antiguo y prestigioso gue-rrillero Héctor Béjar. Pero SINAMOS no llegó a vincular la efectiva participación de las masas con las diversas instancias del poder. Y éste seguía siendo militar, con la verticalidad jerárquica tradicional de las fuerzas armadas, cuyos efectivos no habían sido depurados y sólo tenían en su cúspide a un grupo de radicalísimos “generales cholos”, decididos a revolucionar la sociedad.

A partir de las nuevas disposiciones la lucha social y de clases se incrementó muchísimo, pues la Guardia Civil se declaró en huel-ga en la capital, hubo atentados contra dirigentes del gobierno, un gran incendio devastó el Centro Cívico de Lima. En esa críticas cir-cunstancias, a principios de 1975, el general Juan Velasco Alvarado enfermó de gravedad, lo cual debilitó rápidamente el control que

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sus adeptos tenían sobre el resto de los mandos, de heterogénea composición. Entonces grupos moderados de la oicialidad encabe-zados por el general Francisco Morales Bermúdez, llevaron a cabo un sutil golpe de Estado, mediante el cual desplazaron a sus colegas de izquierda, aceptaron los dictados del Fondo Monetario Interna-cional, eliminaron cualquier limitación al “gran capital”, frenaron la reforma agraria –en seis años se habían repartido siete millones de hectáreas-, disolvieron la Confederación Nacional de los cam-pesinos, re-privatizaron muchas empresas, disminuyeron el control estatal sobre el comercio exterior, derogaron el novedoso estatuto de la prensa, clausuraron locales sindicales, reprimieron protestas obreras, lo cual en febrero de 1978 generó –por primera vez en diez años- una huelga general en todo el país.

La insurgencia maoísta

El gobierno de los militares que habían desplazado del poder a los generales “cholos”, convocó en 1978 a una Asamblea Constituyen-te para darle una salida a la difícil situación del país. Entonces se presenció un fenómeno antes desconocido; grupos de quienes se proclamaban “senderistas”, recorrían por la madrugada las calles de Huamanga llamando al abstencionismo y dando vivas a la lucha armada. Era la evidencia pública de una compleja evolución polí-tica, cuyos remotos orígenes se encontraban casi tres lustros atrás; en efecto, en la IV Conferencia del Partido Comunista Peruano –ce-lebrada en enero de 1964- se había producido una escisión maoís-ta, que organizó la tendencia llamada Bandera Roja. Entre otros, la dirigía el profesor de ilosofía Abimaél Guzmán, conocido como Camarada Gonzalo, favorable a la lucha guerrillera para tomar el poder. Pero el PC-BR nunca inició los combates, por lo cual éste y sus adeptos se apartaron de dicha formación para crear una de ape-llido “marxista-leninista”. Dicha agrupación, sin embargo, tampo-co se decidió a la insurrección, lo que indujo a quienes la defendían a desgajarse en una corriente denominada Patria Roja. En febrero de 1970, durante el Segundo Pleno del PC-PR, ésta se dividió entre

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opuestos y propugnadores del trabajo clandestino. El jefe de ese cri-terio era Guzmán, quien propuso formar el Partido Comunista por el Sendero Luminoso de José Carlos Mariátegui, grupo que logró controlar las bases de la militancia en la región de Ayacucho. Así el PC-SL obtuvo mucha inluencia en las organizaciones campesinas de la zona y entre los pertenecientes a la Universidad de San Cris-tóbal de Huamanga, que animaban al Frente Estudiantil Revolu-cionario. A partir de entonces y durante años, los “senderistas” se dedicaron a una intensa labor política y de preparación militar en función de los futuros combates guerrilleros. Durante esa etapa el PC-SL forjó una rígida, vertical y autoritaria estructura que recha-zaba cualquier vínculo con la legalidad y absolutizaba los preceptos de llevar a cabo una guerra prolongada que fuese del campo a la ciudad; decían que la sociedad peruana era cuasi-feudal y semi-co-lonial, por lo que la experiencia china se asemejaba mucho a las necesidades de la revolución en este país andino. Y concluían que la base social del proceso democrático-nacional, antifeudal y contrario al imperialismo, sería la alianza de obreros y campesinos, en la cual los proletarios tendrían la dirección con su ideología cientíica pero cuya fuerza motriz principal serían los indígenas. Desde el punto de vista de las cuestiones internacionales, el PC-SL fustigaba al “so-cial-imperialismo soviético”, criticaba las posiciones no maoístas de la nueva dirigencia china –post “banda de los cuatro” (187)-, y se distanciaba de la Revolución Cubana a la que censuraba; éstos eran relejos del “pensamiento Gonzalo”, al que se proclamaba continua-dor del “marxismo-leninismo-maoísmo”, ya en su cuarta fase de lucha por la revolución mundial y contra todos los revisionismos, desde el bastión ortodoxo situado en el corazón de los Andes.

En el Noveno Pleno del Comité Central de Sendero Luminoso, en mayo de 1979, Abimaél Guzmán logró que se aceptara iniciar el combate armado al año siguiente, pese a la oposición de quienes airmaban que el partido no tenía todavía suiciente fuerza en el seno de la clase obrera. Al exterior de su organización, el “camara-

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da Gonzalo” obtuvo el apoyo de los llamados “proletarios” dentro de Vanguardia Revolucionaria, así como el de Puka Llacta, nombre que tenía el grupo ultra-vanguardista del PC-maoísta.

La estrategia de lucha senderista comprendía tres fases: boicotear las elecciones presidenciales de ese año e impulsar a los campesi-nos a ocupar tierras; realizar propaganda y agitación así como sa-botajes; conformar destacamentos armados y guerrillas. En abril de 1980 Abimaél asistió a la clausura del primer curso de la escuela militar senderista, y de inmediato quemaron urnas electorales en la provincia de Cangallo del departamento de Ayacucho, al sudoeste de Huamanga. Luego comenzaron los atentados y sabotajes que as-cendieron a 219 en ese año. De enero a octubre del siguiente habían realizado ya 692, cuando el 11 de ese mes los senderistas ocuparon el cuartel de la guardia civil en Tambo, provincia de La Mar, en lo que fue su primera operación mayor. Entonces el recién reelecto pre-sidente Belaúnde Terry proclamó el “estado de emergencia” en seis provincias, y hacia ellas envió los destacamentos punitivos conoci-dos como Sinchis, temidos por su crueldad. A pesar de ello, en esa región se produjo un auge insurreccional que evidenciaba la des-esperación de las masas. En ese contexto, el 2 de mayo de 1982 los senderistas ocuparon la ciudad de Huamanga –con ochenta mil ha-bitantes-(capital de Ayacucho), en la que excarcelaron a más de tres-cientos cuadros suyos, entre los cuales se encontraba la célebre Edith Lagos. Medio año más tarde, al ser ella asesinada, su sepelio originó un gran duelo popular pues su féretro fue acompañado por más de 15 mil personas hasta el cementerio. Después, gradualmente, el PC-SL extendió su radio de acción hacia otras regiones, hasta Lima, que llegó a sufrir dos gigantescos apagones en medio de los cuales una multitud de teas representando la hoz y el martillo iluminó el impo-nente cerro de San Cristóbal, contiguo a la capital nacional.

Ese año llegó a su inal con la militarización total de los departa-mentos de Ayacucho y Andahuaylas, lo cual inició una época de terror, muy acentuado en las provincias de Huamanga, Tuanta, La

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Mar, Víctor Fajardo y Cangallo. Pero el ejército acabó por compren-der, que su ilimitada violencia reforzaba la voluntad popular de apoyar a los rebeldes –para salvar la vida-, y entonces cambió de estrategia. También los militares se dieron cuenta de que existían heterogeneidades entre las comunidades campesinas, por lo que decidieron acicatear la lucha de unos comuneros contra otros, para ver si de ese modo podían aislar a los senderistas. Dicha práctica tuvo relativo éxito, facilitada por el dogmatismo maoísta del PC-SL que aplicaba de manera mecánica la experiencia china; cuando Sendero controlaba una zona, pretendía imponer un régimen autár-quico o de autoconsumo, con el propósito de privar a las ciudades de alimentos y así forzarlas a entenderse con los revolucionarios. No tenían en cuenta los vínculos ya forjados entre campesinos y comerciantes, lo cual provocaba el disgusto de aquéllos –que per-dían el mercado- e inducía a éstos a comprar en otros sitios, pues siempre había comunidades dispuestas a vender, o productos enla-tados provenientes del exterior que se podían adquirir en la capital. En respuesta el PC-SL ejecutó a algunos comerciantes, lo cual sólo ahondó el alejamiento de los habitantes urbanos con respecto a esta organización. A la vez, el desenfreno campesino daba rienda suelta a su sed de venganza contra quienes siempre los habían oprimido, por lo cual aplicaban directamente su propia justicia a jueces, al-caldes, usureros, mayorales, terratenientes. También Sendero inició entonces la práctica de aplicar represalias contra las comunidades que se hubieran sumado a la estrategia anti-subversiva del ejército, como en el caso de Lucanamarca en abril de 1983, cuando una co-lumna de cientos de guerrilleros dio muerte a un grupo local que había ahorcado a seis revolucionarios.

El año 1983 culminó con el VIII Congreso del PC-SL, que decidió: retomar las áreas ocupadas por el ejército durante su ofensiva; am-pliar las actividades bélicas en Lima, Cuzco y Apurimac; efectuar una intensa campaña de adoctrinamiento entre sus simpatizantes. Meses después, en 1984, su III Conferencia Nacional llevó a cabo

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una evaluación de lo realizado e informó que la guerrilla contaba con más de doscientas bases de apoyo como retaguardia segura; en las ciudades se actuaba más abiertamente y en ellas funcionaban escuelas de entrenamiento para los recién reclutados; los insurrec-tos empezaban a estructurarse en un Ejército Guerrillero Popular, en tanto que integrantes de unas Fuerzas Armadas Revoluciona-rias compuestas además por milicias de las áreas liberadas; en lo adelante, Abimaél Guzmán sería denominado como “Presidente Gonzalo”. Y otro balance a inales del propio año airmó, que el EGP se había establecido en Pasco, Huanuco, Sierra de la Libertad, Leoncio Prado, Anubo, Huanta, Daniel Carrión, Yanahuanca, Ya-cón, que junto a las demás provincias en las cuales los senderistas operaban desde antes, sumaban veintiséis, todas declaradas por el gobierno en “estado de emergencia”. Se subrayaba, asimismo, que menos la de Mariscal Cáceres, las demás se encontraban situadas en las sierras Central y Sur, donde predominaba la población indíge-na y persistían arcaicas formas andinas de organizar la producción. También se señaló entonces, que en algunas ciudades empezaban a actuar destacamentos urbanos nutridos con desclasados de los ba-rrios marginales, quienes con frecuencia procedían del campo.

A lo largo de 1985, el PC-SL llevó a cabo miles de acciones consis-tentes en interrumpir carreteras, atacar fundos y minas, sabotear vías férreas, volar torres eléctricas, realizar apagones, embanderar calles con sus distintivos partidistas, combatir patrullas del ejército y “rondas campesinas” o dispositivos paramilitares anti-senderis-tas, tomar pequeños cuarteles, formar cientos de Comités Populares en las áreas bajo su poder.

Gobiernos del APRA y FujimoriTambién durante 1985 en Perú se celebraron comicios en los que triunfó Alan García, candidato de la Alianza Popular Revoluciona-ria Americana, la cual nunca había ocupado la presidencia a pesar de haber sido fundada hacía 60 años por Víctor Raúl Haya de la

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Torre. Los propósitos que éste inicialmente había formulado fueron retomados por el joven político, quien los modernizó bajo el dema-gógico lema de que “el aprismo es un socialismo latinoamericano” y con una oportunista crítica a la “Pirámide de la Injusticia”. Ésta había sido engendrada por la élite de la sociedad, que sólo vivía para la capital y en ella deseaba vivir inspirada en el “American way of life”, repudiado por la mayoría del país. A esta aberración el nuevo presidente oponía su Plan Perú, consistente en retomar el control del petróleo, expropiar los bancos, reducir el pago de la deuda externa al 10 por ciento del valor de las exportaciones, des-concentrar la industria fuera de Lima, otorgar mayor autonomía a los departamentos y provincias. Al mismo tiempo, mientras el hábil García decía expresar su comprensión hacia “el justo y secular re-clamo de los condenados de la tierra comunera y campesina”, sen-suraba “los crímenes cometidos en nombre de una ideología dog-mática, totalitaria, ciega, equivocada y peligrosa”.

En esos momentos Sendero no era el único empeñado en impulsar la lucha armada en el Perú, pues el 6 de noviembre de 1983 el Mo-vimiento Revolucionario Tupac Amaru se había dado a conocer, al provocar la explosión de unas bombas en el albergue de los U.S. Ma-rines dedicados a custodiar la Embajada de los Estados Unidos. El MRTA se había conformado con oriundos de diferentes sectores de izquierda, principalmente urbanos, que admiraban las revoluciones de Cuba y Nicaragua. Dicha organización anunciaba su propósito de impulsar una adecuada política de alianzas, y se proclamaba he-redera de todos los próceres o iguras heroicas desde Bolívar al Che, pasando por Sandino y Martí, aunque enarbolaban el marxismo-le-ninismo como concepción del mundo –enriquecida por los aportes interpretativos de la realidad peruana efectuados por José Carlos Mariátegui-, para tomar el poder y construir el socialismo.

En 1984 el MRTA intentó formar una guerrilla rural en el Cuzco pero no tuvo éxito. Después, tras la victoria electoral del APRA, proclamaron una tregua hacia el gobierno y dijeron que no lo ataca-

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rían mientras él respetara al pueblo, pero precisaron que seguirían hostigando a las empresas imperialistas, a la oligarquía y a las fuer-zas represivas. Durante ese tiempo los tupacamaristas se unieron con el MIR, que había decidido retomar el combate armado bajo el nombre de Comandos Revolucionarios del Pueblo, y bajo la sigla conjunta de MRTA-MIR dieron por terminada en agosto de 1986 su compás de espera al proclamar al APRA “enemigo del pueblo”. Luego desarrollaron actividades de propaganda en las ciudades como tomas de estaciones de radio y televisión, distribución de ví-veres a los habitantes más humildes, hasta que el 8 de noviembre de 1987 sus efectivos conmovieron al país cuando ocuparon Juanjui –ciudad de dieciocho mil habitantes, capital de la provincia Mariscal Cáceres-, y a las veintiocho horas hicieron lo mismo con el poblado de San José del Tezón.

También el MRTA desplegó esfuerzos por acercarse al PC-SL, a pe-sar de las respectivas discrepancias conceptuales, estratégicas y tác-ticas. Incluso gracias al diálogo entre las bases, militantes de ambas organizaciones llegaron a realizar unidos operaciones en Lima, así como juntos coordinar los motines de presos políticos en las cár-celes de El Frontón y Lurigacho, tras los cuales la policía asesinó a 250 reclusos sin diferenciar ailiaciones. Pero el empuje unitario fue cortado de manera tajante por el Comité Central de Sendero enca-bezado por el Presidente Gonzalo, quien exigió una profunda au-tocrítica a los que hubieran participado –aunque sólo hubiese sido de forma operativa- de la referida alianza entre revolucionarios; la cúspide del PC-SL fue muy incisiva hacia lo que denominaba “des-viaciones cubanistas”, y para ponerles coto llamó a fortalecer el tra-bajo ideológico maoísta.

En los comicios de 1990 Alberto Fujimori derrotó al candidato de la coalición derechista llamada Frente Democrático, gracias a que en la segunda vuelta electoral el APRA y algunas fuerzas de izquierda lo apoyaron. El nuevo presidente de inmediato impuso un programa de austeridad dirigido a detener la hiperinlación, a la vez que or-

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denaba un incremento en la lucha contra la ascendente insurrección de Sendero y la persistente actividad armada del MRTA. Pero como estos empeños para derrotar a los rebeldes no tuvieron las conse-cuencias deseadas, Fujimori culpó al “democratismo parlamenta-rio” y al poder judicial, de bloquear sus esfuerzos anti-insurgentes. Después, en abril de 1992, el presidente llevó a cabo un “autogolpe” mediante el cual disolvió al Congreso, impuso la censura de prensa, suspendió diversos artículos de la Constitución y de esa forma se hizo con el pleno control del Estado, lo que le facilitó desatar contra los alzados una ilimitada guerra. En ella, desde entonces el gobier-no se anotó una serie de triunfos, pero ninguno tan grande como la captura en septiembre de altos dirigentes del PC-SL, entre los que descollaba Abimaél Guzmán.

Tras ese logro, en las elecciones legislativas de noviembre los parti-darios del presidente arrasaron. Luego, en 1993 comenzaron a re-gresar al país los créditos de Estados Unidos así como de los prin-cipales organismos inancieros internacionales. Ese año llegó a su inal con el referéndum constitucional por el cual se aprobaba un régimen muy presidencialista, que además permitía al primer ma-gistrado ser reelecto. Esto ocurrió en abril de 1995, cuando variados sectores de la población lo aclamaban debido a su oportunista y autoproclamada victoria en la fronteriza “Guerra del Cóndor”, que tuvo lugar contra el Ecuador. No obstante, fue en 1996 cuando Fu-jimori alcanzó la cima de su aureola de éxitos; el 17 de diciembre un comando del debilitado MRTA ocupó en Lima la Embajada de Japón –durante una importante recepción-, y a cambio de evacuarla o liberar a los rehenes, exigió la excarcelación de 440 compañeros suyos. El gobierno pareció negociar durante 126 días, hasta que el 22 de abril tropas especiales suyas asaltaron la referida sede diplo-mática y dieron muerte a todos los “tupacamaristas”.

Muy fortalecido, a partir de 1997 el presidente acentuó sus antes sólo insinuadas prácticas neoliberales concernientes a imponer una severa “política de ajustes” en las inanzas –como orientaba el FMI-;

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privatizar numerosas empresas públicas del ámbito petrolero y de los servicios públicos; restringir derechos y libertades fundamenta-les de la población, con la excusa de “liquidar el terrorismo”. Estas medidas empeoraron la situación material de las mayorías, e incen-tivaron sus protestas por el deterioro de los derechos humanos. Así la inquietud social se fue haciendo cada vez más amplia, y ni siquie-ra los constantes cambios de gabinetes o equipos gubernamentales lograban calmarla. En julio de 1999 el gobierno pensó dar un gol-pe de efecto con el anuncio de la captura del nuevo principal diri-gente del diezmado PC-SL –Oscar Ramírez Durand, más conocido como Camarada Feliciano-, pero la lucha anti-subversiva no tenía ya la importancia de siete años atrás, cuando el aprisionamiento del “Presidente Gonzalo” había conmovido a la sociedad peruana.

Meses más tarde, cuando Fujimori anunció su proyectada reelección, el disgusto público se multiplicó tanto que los hermanos Ollanta y Antauro Humala –ambos oiciales en activo del ejército, y dirigen-tes del clandestino Movimiento Nacionalista Peruano-, decidieron llevar a cabo una insurrección para exigir el retorno de la sociedad a los tradicionales valores autóctonos. Pero dicha gesta fracasó y en los comicios nadie alcanzó el requerido 50 por ciento de los votos, por lo cual se debía acudir a una segunda vuelta. Sin embargo antes de que ésta se celebrase, el principal oponente –Alejandro Toledo, candidato de la agrupación Perú Posible-, alegó fraude y anunció que no se presentaría a la nueva ronda. Por lo tanto en ella, único participante, Fujimori se proclamó vencedor, lo que engendró una generalizada indignación.

Con el propósito de aplacar la ira de la población, el 16 de sep-tiembre el habilidoso presidente anunció la convocatoria a nuevas elecciones y la disolución del repudiado Sistema de Inteligencia Nacional, dirigido por quien tal vez había sido su más cercano e inluyente asesor, Vladimiro Montesinos. Ese tenebroso individuo, quien acababa de ser públicamente desprestigiado al difundirse sorpresivamente un clandestino video que lo mostraba en repudia-

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bles prácticas de soborno a connotados personajes políticos, pasó de inmediato a la clandestinidad. Entonces el primer mandatario en persona encabezó una aparatosa búsqueda de su antiguo colabo-rador, pero el vergonzoso espectáculo repugnó a muchos “fujimo-ristas”, que asqueados pasaron a las ilas de la oposición. Ésta, con esos refuerzos, controló el Congreso y escogió a nuevas autoridades parlamentarias.

En dicho contexto, y con una intrascendente excusa, el presidente viajó al Japón y desde allí envió la noticia de que renunciaba al cargo y no regresaría al Perú (188). Ese vacío de poder impulsó el 8 de abril del 2001 las elecciones, en las cuales nadie obtuvo la mitad más uno de los sufragios, y por ello los dos candidatos de mayor votación –Alejandro Toledo y Alan García- debieron concurrir a la segunda vuelta. El primero obtuvo el triunfo y ocupó la presiden-cia el 28 de julio del propio año, con lo cual terminó una década de “fujimorismo”.

El catastróico y desprestigiado gobierno de Toledo se caracterizó por la corrupción, el clientelismo y la entrega del país al capital ex-tranjero, situación que impulsó nuevamente al mayor (retirado) An-tauro Humala a sublevarse en Andahuaylas el primero de enero del 2005, con la exigencia de que el presidente renunciara a su cargo. Aunque el empeño fue derrotado, la acción popularizó la igura del tenaz rebelde, cuyo hermano Ollanta acudió a las elecciones gene-rales del 9 de abril del 2006 con su nuevo Partido Unión por el Perú. Y en la primera vuelta obtuvo 3.6 millones de votos, contra los 2.8 de Alan García y una cifra algo menor de la candidata derechista. En la segunda ronda ambas fuerzas conservadoras se presentaron unidas para proponer la igura del ex-presidente, a pesar de lo cual Humala estuvo al borde del triunfo y ganó en 15 de los 25 departa-mentos del país, pero el aspirante aprista logró su reelección.

Al ocupar el poder Alan García pronto demostró que había dejado atrás sus convicciones populistas, a las que achacaba su mal des-

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empeño económico durante su primera presidencia; se había hecho converso del neoliberalismo, y para demostrarlo evidenció ímpetu porque se ratiicara el Tratado de Libre Comercio. Éste había sido irmado por su predecesor Toledo con George W. Bush, hacia cuyo país viajó para hacer notoria su simpatía. De regreso al Perú, el pre-sidente ordenó bombardear las pozas de maceración de coca (189) cumpliendo sus nuevos compromisos con el mandatario norteame-ricano, a pesar de que dicho tradicional cultivo era el sustento de miles de familias campesinas, las cuales durante varios días se lan-zaron a los caminos y carreteras en protesta. A dichas manifestacio-nes le siguieron las de trescientos mil maestros estatales, que recla-maban más aulas públicas y se oponían a su privatización, cuando en la república había casi tres millones de niños fuera del sistema escolar y el analfabetismo ascendía al doce y medio por ciento de toda la población. El campesinado no cocalero se unió también a las quejas, dado el conocimiento de lo sucedido a sus hermanos de clase mexicanos tras la irma del TLCAN (190). En contraste el go-bernador de Puno, Hernán Fuentes, inauguró en su jurisdicción la primera Casa del ALBA (191), dedicada a mejorar gratuitamente la salud y educación de los pobladores. Dicha medida local irritó pro-fundamente a las autoridades centrales, quienes desataron fuertes críticas contra ella. Sin embargo la humanitaria instalación obtuvo tanto éxito, que el gabinete gubernamental debió variar su conducta y solicitar a Venezuela y Cuba la inclusión del Perú en la Operación Milagro; consistente en intervenciones quirúrgicas –sin costo- de la vista a cargo de oftalmólogos cubanos.

A mediados de julio el gran malestar popular desembocó en una huelga nacional, convocada por la CGTP –la mayor de las cuatro centrales sindicales- para exigir cambios en la política socioeconó-mica del gobierno. La respuesta de éste fue brutal, pues reprimió la protesta al precio de diecisiete muertos y cientos de heridos. Al go-bierno también se le oponía el Congreso, en el que la oposición tenía mayoría, conformada sobre todo por el Partido Nacionalista, enca-

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bezado por Ollanta Humala. Entonces el APRA derivó hacia una alianza tácita con los legisladores “fujimoristas” –cuyo líder estaba ya en prisión- puesto que las concepciones neoliberales de ambas fuerzas partidistas convergían. Terminaba así el primer año de la se-gunda presidencia de Alan García, cuya gestión apenas la aprobaba ya la tercera parte de los peruanos. Esto facilitó algún acercamiento entre los movimientos de izquierda, como el Frente Amplio, de Hé-ctor Béjar; el Partido Socialista, de Javier Diez Canseco; el Frente Obrero, Campesino, Estudiantil y Popular, de Genaro Ledesma; la Nueva Izquierda, de Rolando Breña; y hasta el Partido Comunista.

Al ser ratiicado el TLC por el Congreso de Estados Unidos y entrar en pleno vigor durante el mes de enero del 2008, Alan García se sin-tió victorioso y proclamó que en el futuro al Perú sólo podría ame-nazarlo una desaceleración económica en Estados Unidos. Algo im-posible, acotó. En su contra la CGTP llamó a otro paro general, pues decía que se había aprobado un acuerdo que legitimaba una com-petencia desigual, que aumentaría la miseria de los pobres –el 54 por ciento de la población- e incrementaría el bienestar de los ricos. También se protestaba junto con la Confederación Nacional Agra-ria –cuyo presidente era Antolín Huáscar-, por el proyecto apris-ta de privatizar tierras iscales, las de comunidades campesinas y aborígenes, así como bosques, montañas y fuentes de agua, para entregarlo todo a transnacionales o inversionistas foráneos. Esas tensiones sociales en crecimiento casi de inmediato fueron acompa-ñadas de nuevos problemas políticos; se denunció que a causa de la reactivación de la IV lota estadounidense –dedicada a supervisar la América Latina y el Caribe-, el gobierno del Perú le brindaría fa-cilidades. Éstas consistirían en posibilidades de emplear El Callao como puerto permanente para sus buques de guerra; una base uti-lizable por las aeronaves de los portaviones, en Iquitos; un cuartel con sus instalaciones complementarias destinado a los “marines”, en Ayacucho. Luego los habitantes de Tacna se insubordinaron, por el deseo gubernamental de reducirle en ciento quince millones de

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dólares sus tradicionales ingresos provenientes del Canon Minero. Por último, el distanciamiento de Alan García del resto de Sudamé-rica –con la excepción de la Colombia del presidente Álvaro Uribe-; el mandatario peruano fue el único ausente a la reunión de UNA-SUR (192) convocada para brindar apoyo al legítimo gobierno de Evo Morales en Bolivia, amenazado por una sedición. Se justiicó al decir que dicho conlicto interno lo debería resolver la OEA, don-de Estados Unidos tiene una presencia. Entonces la aceptación po-pular del máximo dirigente aprista cayó al 22 por ciento. Y fue en esas circunstancias que estalló el mayor escándalo público del Perú desde el de la Internacional Petroleum; sucedió que fueron descu-biertos los sobornos realizados por la Discover Petroleum (193) con funcionarios partidistas y gubernamentales del APRA, quienes los aceptaron a cambio de brindar su apoyo a determinadas concesio-nes en ciertos prometedores yacimientos. La algarabía en el país fue tal, que el primer ministro Jorge del Castillo renunció con todo su gabinete. En dichas funciones fue sustituido por el tránsfuga Yehu-de Simón, quien había sido amnistiado tras cumplir ocho años de prisión durante el gobierno de Fujimori, acusado de vínculos con el MRTA. Pero una vez en el premierato, el ex-convicto político se negó a liberar a sus antiguos compañeros todavía encarcelados; “no ha llegado aún el momento; ahora debo luchar contra la corrup-ción”, aseveró. Después Simón ratiicó a diez de los dieciséis minis-tros renunciantes, y marchó a Quito, donde todos los integrantes de la Comunidad Andina de Naciones (194) acordaron negociar en bloque y con posiciones comunes con la Unión Europea. Pero en las reuniones con dicha entidad del Viejo Continente, su gobierno –junto al de Colombia- de inmediato asumió una posición indivi-dualista, diferente a la del resto de las naciones del CAN, que por ello protestaron.

Una vez desregulada la economía peruana, las transnacionales se lanzaron sobre las inmensas riquezas de la Amazonía, lo cual pro-vocó el rechazo de las poblaciones que allí viven. De esa forma, por

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ejemplo, grupos de habitantes aborígenes en La Bagua ocuparon en abril una estación de bombeo de petróleo; exigían que fuesen dero-gados los nueve decretos presidenciales que privatizaban cuarenta y cinco millones de hectáreas en dicha región. Quienes protestaban estaban encabezados por la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana, que dirigía las actividades de unas mil doscien-tas comunidades. Pero el gobierno preirió no negociar y ordenó la expulsión de los ocupantes, que al ser desplazados por la policía se resistieron, lo cual ocasionó la muerte violenta de 34 personas. De inmediato el presidente acusó al Partido Nacionalista de Ollanta Humala y a otras fuerzas de izquierda de haber instigado los acon-tecimientos, los cuales replicaron con la airmación de que todo se debía a la brutalidad de la represión, consecuencia de la rigidez e incapacidad gubernamental. Pronto la resistencia se extendió de la selva norte a la del centro, y de allí a los Andes del sur del país, in-cluso con bloqueos de carreteras y movilización en varias ciudades. Sobre todo en Lima, donde trabajadores, maestros, universitarios, obreros de la construcción, con el apoyo de congresistas del Par-tido Nacionalista, se concentraron en un gran acto de masas en la importante plaza Dos de Mayo. En él se explicó la inconstituciona-lidad de las disposiciones gubernamentales, establecidas mediante decretos en vez de hacerlo cumpliendo el riguroso proceso de una ley orgánica. Acorde con este criterio, los diputados progresistas en el Congreso establecieron un proceso de anulación de los dos más importantes decretos, vinculados con el TLC que se irmó con Esta-dos Unidos. Éstos concernían a los temas forestales y de fauna en la selva, así como el régimen de uso de la tierra. Además la AIDESEP reclamaba la renuncia de Yehude Simón y la formación de un ga-binete ministerial nuevo. La solución al grave problema comenzó a mediados de junio, cuando el Congreso anuló los dos referidos decretos y el Primer Ministro anunció su dimisión. Sin embargo esto no incrementó el apoyo de la ciudadanía a Alán García, pues apenas la tercera parte de los peruanos –según las encuestas- apro-baba su gestión presidencial. Tamaño rechazo popular provocó tan

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graves conlictos al interior del APRA, que dicho partido fue inca-paz de presentar una candidatura a los comicios presidenciales de mediados del 2011. A la primera vuelta de los mismos se presenta-ron múltiples aspirantes pero ninguno obtuvo más de la requerida mitad de los votos. Por eso a la segunda ronda los rivales fueron, la conservadora Keiko Fujimori –Primera Dama durante la gestión presidencial de su padre- y Ollanta Humala, candidato respaldado por todas las fuerzas progresistas. Éste, el 5 de junio del 2011, ganó por amplio margen y con su victoria evidenció que una época más democrática se inciaba para el Perú.

IX.5) Persistente Violencia en Colombia

Multiplicidad guerrillera

La caída en combate de Camilo Torres fue como una señal de que se había iniciado una etapa de relujo en el movimiento guerrillero de Colombia; se discutía mucho acerca de la táctica a seguir ante la política reformista del gobierno y el crecimiento de la economía monopolista. En las FARC hubo fuertes disensiones internas; el EPL sufrió la pérdida de varios dirigentes, mientras el PC-ML padecía desprendimientos; el ELN vio su red urbana desecha en Bogotá, Bu-caramanga y Barranca-Bermeja a la vez que padecía graves conlic-tos dentro de la organización, los cuales llegaron incluso a niveles fratricidas. Así los frentes de lucha se escindieron y subdividieron, para luego reunirse y volver a fraccionarse, de una forma muy pa-recida en la mayoría de las fuerzas insurrectas. Fue entonces que tuvo lugar el gran fraude electoral del 19 de abril de 1970, en el cual la tradicional oligarquía bipartidista logró que los dirigentes de la novel Alianza Nacional Popular aceptaran los alterados resultados, en perjuicio propio. Esto fue rechazado por quienes seguían a Car-los Toledo Plata, quien desde ese momento se dedicó a fomentar la ANAPO-Socialista en proceso de rápido crecimiento; a sus ilas aluían los discrepantes de las paralizadas fuerzas guerrilleras, en las cuales mucho se debatía acerca de las tácticas a seguir debido a

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la inversión de la estructura demográica colombiana, pues el país se había convertido en un cuarto de siglo en preponderantemente urbano. Gracias a las nuevas incorporaciones, la ANAPO-S pronto se convirtió en el Movimiento Político-Militar 19 de Abril, o simple-mente M-19, que se dio a conocer a principios de 1974 cuando en Bogotá ocupó la “Casa de Bolívar”, del cual se reclamaba heredero, así como de Galán, Gaitán, Martí, el Che, Camilo Torres y Salvador Allende. Al mismo tiempo el EPL hacía formal renuncia al maoísmo e inauguraba un “frente” urbano.

En las ciudades, por esos años aumentaba la inquietud de los asala-riados cuya dirigencia llegó a convocar a un Paro Cívico Nacional el 14 de septiembre de 1977, el cual se trató de evitar por el gobierno al costo de cien asesinados. A partir de entonces comenzó a ma-nifestarse la Autodefensa Obrera, organización político-militar que deseaba impulsar la guerrilla urbana y cuyo operativo más publici-tado fue el ajusticiamiento de quien había dirigido las sangrientas represalias el día de la mencionada huelga general. Después de ese hecho la ADO extendió sus operaciones al campo, con el propósito de allí estructurar las Fuerzas de Autodefensa Populares. Ante el renacer insurgente, el 6 de septiembre de 1978 el gobierno emitió un Estatuto de Seguridad, mediante el cual en muchos casos has-ta se sustituían los habituales tribunales civiles por otros militares. Esto no impidió que el ELN culminase su etapa de auto-análisis crítico y re-organizativo, tras lo cual impulsó el surgimiento de ba-ses urbanas a la vez que multiplicó los frentes rurales. Por su parte las FARC, luego de sus V y VI conferencias guerrilleras, eviden-ciaron tal incremento de su capacidad combativa, que decidieron formar un verdadero ejercito revolucionario; se organizó entonces un Secretariado del Estado Mayor Central, que debía trazar los li-neamientos generales a escala nacional del funcionamiento de sus más de veinte frentes. Éstos no solo se desempeñaban en sus tradi-cionales teatros de operaciones sureñas, sino también en las zonas aledañas al curso del río Magdalena, en Caquetá, el Meta, Ubara,

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áreas meridionales de Córdoba (18 frente), Arauco (10 frente), norte de Antioquia (4 frente), Vichada (16 frente), sur de Huila (13 frente), así como en las partes montañosas de Bolívar.

En contraste, el M-19 se dedicó a realizar acciones más espectacula-res, de gran impacto y repercusión; en Bogotá, por ejemplo, captura-ron cinco mil armas en el arsenal de Cantón Norte, y meses después ocuparon durante diez semanas la embajada de República Domini-cana, en demanda de un dialogo nacional. Después, en marzo de 1981, dicha organización protagonizó un importante desembarco guerrillero por las costas del Pacíico, cuyos integrantes avanzaron por la selva hasta llegar a Caquetá y Putumayo, donde establecie-ron nuevos frentes de guerra que más tarde ramiicaron hacia Huila y Nariño. Desde entonces los distintos grupos revolucionarios for-talecieron su control sobre las vías luviales y terrestres, multiplica-ron la toma de poblaciones y los ataques a cuarteles, así como a las columnas del ejército. Se evidenciaba de esa manera el avance de los insurrectos en las vastas zonas rurales. Pero en las ciudades, la movilización popular y los combates seguían retrasados.

La campaña electoral del conservador Belisario Betancourt en 1982 giró alrededor de los posibles acuerdos de paz, la desarticulación de las bandas paramilitares, y la represión al narcotráico. Luego, aunque al ocupar el cargo el recién electo mandatario decretó una amnistía política, el ejército mantuvo sus ofensivas contra las zo-nas bajo dominio insurgente. Y a pesar de que en febrero de 1983 la Procuraduría Nacional reconoció la frecuente participación de militares –retirados y en servicio activo- en las bandas asesinas, el gobierno nada pudo hacer; las tradicionales fuerzas armadas tenían una vida en extremo independiente.

Negociaciones y represión

El presidente llegó a demandar públicamente la renuncia del de-testado Ministro de Defensa, irmó a mediados de 1984 un cese al

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fuego con las organizaciones guerrilleras, convocó a un gran dia-logo nacional, puso en práctica reformas económicas y políticas o sociales. Pero todo quedó igual; la guerra continuó y hasta se hizo más intensa, pues en diciembre del propio año diez mil soldados atacaron el campamento del M-19 en Yanumala. A pesar del em-peño belicista del ejército, la insurgencia no alteró su respaldo al desarrollo político de la sociedad, y auspició el surgimiento de la Unión Patriótica, tercera fuerza política por su importancia en el país, abierta a todos por la amplitud de su programa, que se podría sintetizar en tres puntos: depuración de las fuerzas armadas, para separarlas del narcotráico y de las bandas paramilitares; diálogo con la guerrilla, como incluso reclamaba la Iglesia Católica; refor-mas profundas a la Constitución. La respuesta no se hizo esperar. El 11 de octubre de 1987 el presidente de la UP fue asesinado.

El cuatrenio presidencial de Virgilio Barco se caracterizó por un cambio de estilo en la búsqueda de la paz, pues pretendió reducir toda negociación a los temas vinculados con el desarme y la desmo-vilización de los insurgentes, para que luego se reincorporasen a la vida política electoral. Con tal propósito, el mandatario se decidió a convocar a una reunión cumbre –con representantes de la Iglesia, los partidos tradicionales, la UP, diversos movimientos guerrilleros, los sindicatos y grupos indígenas- que se celebró en Usaquén el 29 de julio de 1988, la cual terminó con la convocatoria a una Comisión de Convivencia Democrática. En este contexto el M-19 se concentró en el Cauca y declaró un cese al fuego unilateral, tras lo cual Barco anunció el inicio de conversaciones con esa organización. De éstas surgió una Declaración Conjunta que instituyó una Mesa de Tra-bajo, cuyo objetivo era facilitar el tránsito hacia una “democracia plena” mediante el análisis de los principales problemas del país. Luego se deberían realizar propuestas conducentes a medidas o le-yes que transformasen la realidad en sus ámbitos legales, socio-eco-nómicos y políticos. La conclusión ulterior de todo fue la irma en julio de 1989 de un Pacto Político entre el gobierno y el M-19. A

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los tres meses esta organización guerrillera decidió abandonar las armas, reintegrarse a la vida civil y constituirse en partido legal, debido a la promesa gubernamental de reformar la Constitución y promover una ley de indulto en el Congreso. Pero dado que en éste ninguno de esos dos asuntos prosperó, surgió entonces la propues-ta de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente.

Con el objetivo de crear una fuerza capaz de quebrar el tradicional bipartidismo colombiano, el M-19 inició conversaciones con la UP para acudir a las elecciones generales de mayo 1990. Dicha estrate-gia se mantuvo a pesar de los asesinatos en marzo del nuevo diri-gente principal de la UP, y en abril el de Carlos Pizarro León Gómez, candidato presidencial de la novedosa Alianza Democrática-M-19; a ines de año, durante un acto público en el Ministerio de Gober-nación –en Bogotá-, se instalaron las comisiones bilaterales de nego-ciación entre funcionarios gubernamentales y representantes de las organizaciones guerrilleras EPL, PRT y Quintín Lame. Luego estos tres movimientos se reunieron con los partidos irmantes del acuer-do para la Constituyente y con enviados de la presidencia, lo cual facilitó que hacia principios de 1991 se acometiera el proceso de concentración de los rebeldes, para su posterior desmovilización. Más tarde, muchos de ellos integraron la AD-M-19, y como parte de ésta acudieron a las elecciones para la nueva Ley Fundamental, en las cuales dicha agrupación obtuvo el 28 por ciento de los votos, lo que le signiicó sólo ser superada –por estrecho margen- por el Partido Liberal, debido al número de delegados elegidos. Al inal, no obstante, la nueva Constitución no resultó muy avanzada, y su principal logro estribó en contar con disposiciones especiales que facilitaban la reinserción en la vida civil de los ex-guerrilleros. Sin embargo la lucha armada no se debilitó, pues los vacíos ocasiona-dos por los insurgentes que habían dejado las armas, con rapidez eran ocupados por las dos fuerzas rebeldes subsistentes –aglutina-das en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolivar-, las cuales in-centivaron la guerra aún más.

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El nuevo presidente de Colombia, Cesar Gaviria, al principio mostró mayor lexibilidad en las negociaciones con los que persistían en la insurgencia, pues incluso hizo suyas algunas de sus reivindicaciones, al aceptar: una veeduría internacional, contactos directos con los alza-dos, y una Comisión de Notables para que elaborase una agenda de trabajo recíprocamente aceptable. Pero esos preparativos no detuvie-ron los combates, que incluso se incrementaron, a pesar de lo cual el diálogo entre ambas partes comenzó en Caracas en junio de 1991. De inmediato, sin embargo, surgió un problema de fondo: ¿se conversa-ba para que la guerrilla se desmovilizara, o para encontrar soluciones a la crisis nacional? Aunque la balanza se inclinó hacia la segunda disyuntiva, los temas del cese al fuego y la delimitación del ámbito territorial para que se ubicaran los rebeldes durante la celebración de los debates, pronto se convirtieron en lo fundamental. Después los encuentros se trasladaron –marzo de 1992- para Tlaxcala (México), pero allí el gobierno cambió su énfasis, de la situación económica ha-cia los derechos humanos, lo cual estancó un entendimiento. Luego el presidente declaró la “guerra integral” a los insurrectos y ordenó la captura de sus representantes en las negociaciones, alegando que aquéllos y éstos se encontraban vinculados con los narcotraicantes. La CGSB respondió a ines de año con argumentos que legitimiza-ban su lucha y subrayaban el carácter político de la misma, negando cualquier rasgo delincuencial a sus integrantes.

La unidad de los revolucionarios, no obstante, se deterioraba, pues tanto en el seno del ELN como de las FARC se iban desarrollando estrategias de lucha que divergían. Así la CGSB dejó de existir, lo cual fue tomado por el gobierno como índice de que podría darle una solución militar al conlicto. Esto ocasionó que la AD-M-19 se distanciara del oicialismo, mientras las FARC convocaban en 1993 a su Octava Conferencia Guerrillera. En ella se acordó el cese de los vínculos con el Partido Comunista de Colombia, y se propuso la for-mación de un gobierno de reconciliación que debería alcanzar la paz y llevar a cabo las reformas necesitadas por el país. El ELN por su

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parte anunció que jamás se rendiría y reiteraba sus reclamos de paz y justicia social. En respuesta, Gaviria emitió un Plan de Conmoción que se proponía derrotar a la insurgencia en dieciocho meses.

Ernesto Sampér asumió la presidencia en 1994 con una posición muy debilitada, pues había sido acusado de recibir fondos del nar-cotráico para su campaña electoral. Poco después las FARC dejaron saber que reiniciarían las negociaciones de paz, si el gobierno reti-raba sus tropas del municipio de La Uribe (en Meta) y desarmaba a los grupos paramilitares. El presidente accedió parcialmente a lo primero y negó que la guerrilla fuese una banda de traicantes, a la vez que aceptaba lo establecido en el Convenio de Ginebra para hu-manizar la guerra. Pero el ejército rehusó replegarse, ni siquiera de las áreas rurales, como Sampér prometiera. Entonces los combates se reanudaron con más crudeza que nunca, los cuales en la mayoría de los casos terminaron con victorias rebeldes; en año y medio las FARC capturaron nueve bases gubernamentales y extendieron sus acciones a casi todo el territorio colombiano. Hasta el ejército debió aceptar retirarse del Caguán, a cambio de que los insurrectos libe-rasen a los numerosos militares capturados en sus grandes y fraca-sadas ofensivas. En cambio, a principios de 1998, el ELN buscó pre-sionar al débil presidente para que se convocara a una Convención Nacional con una participación activa y directa de la sociedad civil.

En la siguiente campaña electoral, a pesar de la furiosa oposición de la derecha y de las fuerzas armadas, los candidatos presidencia-les empezaron a tender puentes hacia los insurgentes; en especial el conservador Andrés Pastrana, quien prometió retirar al ejército de cinco municipios y entrevistarse directamente con Manuel Ma-rulanda, líder histórico de las FARC. Tras su victoria electoral, el nuevo presidente cumplió su palabra y de esa forma sentó las bases para acometer otra vez las negociaciones. De esa manera el diálogo se reanudó en enero de 1999, y cobró mayor impulso después de un par de reuniones entre Pastrana y Marulanda. En consecuencias, ambas partes acordaron dialogar sobre un cese al fuego, la políti-

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ca económica, el desempleo, los derechos humanos, las cosechas ilegales y sus alternativas, así como acerca de las reformas agra-ria, militar y política. En contraste, al mismo tiempo el recién electo presidente viajó a los Estados Unidos en demanda de “ayuda para la paz, la prosperidad y el fortalecimiento del Estado”. Surgió en-tonces el Plan Colombia, que implicaba un mayor involucramiento estadounidense contra las guerrillas, crecientemente acusadas de ser terroristas y agentes del narcotráico internacional. Ocaso del bipartidismo tradicional

En ese desalentador contexto se convocaron a elecciones generales para el año 2002, ganadas por el derechista Álvaro Uribe. Este con-travino la tradicional política de los presidentes anteriores, al iniciar una violenta escalada guerrerista para darle al prolongado conlicto interno una solución militar. En consecuencia, su gobierno menos-preció las negociaciones con la FARC y el ELN, cuyos efectivos en conjunto sobrepasaban los veinte mil insurgentes. En ese complejo contexto, en la oposición electoral, además de conservadores y gru-pos liberales empezó a conformarse una tendencia centro izquier-dista. Era la del llamado Polo Democrático Alternativo, que atrajo a la cuarta parte de los votantes durante el proceso de reelección pre-sidencial de Uribe en el 2006. Poco después el gobierno, carente de importantes éxitos contra la guerrilla, decidió anotarse un ilegítimo triunfo con el bombardeo por sus fuerzas armadas de un territorio ecuatoriano situado a 10 kilómetros de la frontera. Allí se encontra-ban veinte dirigentes de las FARC para negociaciones con repre-sentantes de los gobiernos de Francia, Venezuela y Suiza; se habían reunido por razones humanitarias con el objetivo de analizar la po-sible liberación de las iguras políticas retenidas por los guerrilleros en Colombia. A pesar de tamaña atrocidad, en el 45 aniversario de su fundación, las FARC pusieron en libertad a todos los menciona-dos civiles. Y nuevamente propusieron el intercambio de comba-tientes que estuviesen prisioneros en ambos bandos, en busca de una solución negociada al conlicto armado. Pero Uribe no aceptó

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el canje. A este desalentador panorama se añadían, el crecimiento de los asesinatos extrajudiciales y la multiplicación del narcotráico, cuya producción en diez años se había triplicado hasta llegar a la astronómica cifra de 640 toneladas anuales. Ese tenebroso proceso culminó en un nuevo y belicista acuerdo con Estados Unidos –ante el evidente fracaso del Plan Colombia-, al que se concedieron faci-lidades para utilizar siete importantes bases militares colombianas con la excusa de combatir el narcotráico y el terrorismo. Al parecer, la más apetecida era la base de Palanquero en Cundinamarca, se-guida por la de Apiay –en el Meta-, y la de Malambo –muy cerca de La Guajira-; la ubicación de éstas –dedicadas a las fuerzas aéreas- conformaba un semicírculo que virtualmente rodeaba a Venezuela. Mientras, dos bases navales –en Cartagena y Málaga- asegurarían el desplazamiento de los buques de guerra estadounidenses por el Caribe y el Pacíico; en éste, la nueva instalación reemplazaría a su perdido enclave en Manta, recién recuperado por el gobierno del presidente Rafael Correa en Ecuador.

En realidad, –como se conoce- este acuerdo sólo era un avieso in-tento por atemorizar a Venezuela, y tratar de vencer la insurgencia mediante el involucramiento del imperialismo en el prolongadísi-mo conlicto interno; los efectivos armados gubernamentales del país no habían sido capaces de ganar el enfrentamiento bélico a pesar de que eran los mayores de Sudamérica –cuatrocientos mil soldados-, y era poco probable que por esa vía se encontrara a la guerra una solución.

IX.6) Conservadurismo, Corrupción y Crisis en Estados Unidos

Estanlación interna y agresividad internacionalAl ser designado Gerald Ford Presidente de la nación por el Con-greso de Estados Unidos, ese país se encontraba en la más profunda recesión económica desde la ocurrida en 1929. La inlación llegaba al 12 por ciento –y se mantuvo así durante una década- mientras

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el desempleo se había duplicado; apareció entonces el término de “estanlación”, pues convergía una gran expansión monetaria –que acababa de obligar a desvincular el dólar del oro, como se había establecido en Breton Woods- con un persistente estancamiento in-dustrial. A la vez, ello se unía con la asombrosa cuadruplicación de los precios del llamado “oro negro” tras el surgimiento de la Orga-nización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).Bajo el lema de “nunca mentiré al pueblo norteamericano”, un in-dividuo ajeno a los manejos públicos tradicionales de la cúpula de poder estadounidense, ocupó en 1976 la presidencia. Se llamaba James –Jimmy- Carter, quien en su campaña electoral revivió algo similar a la coalición que había existido durante el New Deal, pues unió a blancos sureños, minorías étnicas (negros e hispanos), tra-bajadores urbanos, feministas y homosexuales. Después abolió el servicio militar obligatorio y amnistió a quienes habían eludido la conscripción para no ir a la guerra de Viet Nam; anunció una políti-ca exterior basada en los “derechos humanos”; propició un acuerdo de paz entre Egipto e Israel; irmó el tratado Torrijos-Carter, que ini-ciaba el proceso destinado a devolver el Canal y su Zona a Panamá; estableció una “oicina de intereses” –algo así como una embajada no oicial- de Estados Unidos en Cuba. Pero durante el año 1979 los acontecimientos internacionales toma-ron un rumbo adverso a los intereses de su gobierno; en enero su iel aliado el Sha de Irán fue derrocado por un movimiento popular encabezado por los clérigos musulmanes chiítas o Ayatolas, y poco después las multitudes penetraron en la propia embajada estadou-nidense y en ella tomaron como rehenes a cincuenta y tres funcio-narios, a quienes prometían liberar si se les entregaba al derrocado monarca asilado en Estados Unidos. En julio triunfó en Nicaragua la insurrección armada que inició la Revolución Sandinista. Y en di-ciembre tropas soviéticas ocuparon posiciones estratégicas dentro de Afganistán, en respaldo al nuevo gobierno republicano de ese país. Carter clamó entonces a “detener el avance soviético” hacia el

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petróleo del Golfo Pérsico, y en abril de 1980 autorizó el rescate por Comandos Especiales de los apresados en la sede diplomática de Teherán. Pero el intento fue un inimaginable desastre.

El realista político republicano y mediocre actor de cine –aunque con dotes de “gran comunicador”- Ronald Reagan, ocupó la presi-dencia en medio de una generalizada “crisis de conianza” en Esta-dos Unidos, aún sumido en una profunda estanlación. Su campaña se había basado en promesas de enaltecer la posición internacio-nal del país; promover el renacimiento espiritual norteamericano mediante un retorno a la fe y a los tradicionales valores morales, opuestos al aborto y al feminismo; desmantelar el Welfare State (Es-tado Benefactor), al cual acusaba de haber engendrado la pésima situación económica –dijo- debido a los impuestos excesivos e in-trusismo gubernamental en el mercado. Desde el ejecutivo, Reagan incrementó mucho los gastos de defensa y redujo los gravámenes a los ricos, lo cual –a pesar de la merma del inanciamiento federal a los programas sociales de los pobres- ocasionó enormes déicits presupuestales. Esto provocó, en sólo siete años, que la deuda fede-ral duplicase la cifra acumulada desde la independencia hasta 1981. Para disponer de más dinero sin agravar la inlación, la Reserva Federal incrementó considerablemente el interés bancario, debido a lo cual se disparó en ascenso la deuda externa de los países subde-sarrollados –contraídas a tasas lotantes-, mientras enormes masas monetarias luían hacia el país desde el extranjero. Por ello Estados Unidos pudo seguir consumiendo más de lo que producía, pues pagaba su creciente y desfavorable balanza comercial con dólares cada vez más depreciados.

En 1984, a pesar de que el 15.3 por ciento de la población vivía en la pobreza absoluta y el 10.4 por ciento de los ciudadanos en capa-cidad de laborar estaba desempleado, Reagan fue clamorosamente reelecto gracias a la imagen de prosperidad que su oportunista po-lítica inanciera había creado, en medio de una atmósfera cada vez más conservadora. Este ambiente había colocado a la defensiva a

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los abanderados de los Derechos Humanos, a los del feminismo y a los sindicatos (AFL-CIO) cuya membresía había disminuido hasta solo el 17 por ciento de los asalariados.

En política exterior, con el propósito de revertir la deteriorada ima-gen estadounidense, Reagan asumió una postura muy agresiva que tuvo su primera manifestación en el ataque a la diminuta isla cari-beña de Granada, donde un aeropuerto estaba en construcción por obreros cubanos, los cuales se defendieron con heroísmo al tener lu-gar la invasión. A la vez Reagan hostigaba con intensidad a la Revo-lución Sandinista, a partir del momento en que –a través de la CIA- ordenara a exiliados cubanos en Miami colocar minas en los puertos de Nicaragua. Más tarde –aunque el presidente norteamericano res-paldara a Irak en su guerra contra Irán- vendió ilegalmente armas a la República de los Ayatolas, para con dichos dineros inanciar las bandas contra-revolucionarias implantadas en Honduras, y con ellas asolar las áreas fronterizas nicaragüenses. Hasta que en 1986 estalló el escándalo llamado “Iran-Contras”, que enfureció al Congreso y provocó el deterioro de la popularidad del actor-presidente. Después llegó el 19 de Octubre de 1987 o “lunes negro” de Wall Street, cuando el mercado bursátil se hundió –debido al creciente endeudamiento presupuestal y abultamiento del déicit comercial- de una forma que recordaba la violenta caída de 1929. Se desvanecieron de esa forma, súbitamente, quinientos sesenta mil millones de dólares.

George Bush (padre), nuevo presidente republicano electo, confor-mó su gabinete con miembros de la más alta sociedad, para gober-nar un país en crisis debido a los escándalos ocurridos al inal de la administración de su predecesor. Sobre todo se incrementaba la pobreza –en primer lugar, entre negros e hispanos-, mitigada sólo por el hecho de que los más necesitados sobrevivían gracias a los pagos del bienestar social federal y porque moraban en viviendas del Estado. También la nación sufría la más larga recesión ocurrida desde la Gran Depresión. Esta angustiosa realidad provocó el rápi-do incremento de la deuda privada de los hogares, la cual se tripli-

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có, lo que a su vez se manifestó en una depauperación moral de las personas más débiles, crecientemente entregadas al falso escapismo de consumir drogas, sobre todo heroína inyectable y aspirando la llamada cocaína “crack”.

Bush comenzó su agresiva política exterior con el ataque de 26,000 soldados a la pequeña República de Panamá. Al año le tocó el turno a Irak –que había invadido Kuwait en Agosto de 1990-, el cual fue ocupado en su quinta parte (meridional) para mantenerlo debilita-do, pero como contrapeso a Irán. Sin embargo, esa política de gran incremento de los gastos bélicos originó que el déicit federal du-rante su mandato fuese más del doble del alcanzado a lo largo de los años de Reagan, lo cual catapultó en ascenso la deuda pública nacional y debilitó aún más al dólar.

El cuatro veces gobernador demócrata de Arkansas, William –Bill- Clinton, hizo una campaña electoral que en todo recordaba a la rea-lizada por el asesinado JFK un tercio de siglo atrás, y en 1992 ocupó la presidencia del país con las promesas de recortar el presupuesto militar de la nación; aliviar los impuestos de los sectores medios de la sociedad; incrementar los préstamos a los estudiantes universita-rios, pero sin caer –acotó- en las prácticas “derrochadoras” de algu-nos de sus conmílites partidistas que habían ocupado la Casa Blan-ca. Sus dos períodos presidenciales, sin embargo, transcurrieron sin logros trascendentes, aunque plagados de escándalos de diferen-te índole, entre los cuales los sexuales no fueron los de menor en-vergadura; el propio presidente debió reconocer que en su Oicina Oval había tenido con una estudiante “relaciones impropias”, en las que incluso llegó a participar mediante un uso indecoroso algún ta-baco (a veces llamados “habanos”). Y a pesar de su autoproclamada “moderación política”, Clinton aprobó las draconianas leyes Torri-celli (1992) y Helms-Burton (1994), que agravaban el bloqueo contra Cuba y lo proyectaban extraterritorialmente fuera de las fronteras de Estados Unidos; tenía el propósito de obtener el respaldo de los votos de los contrarrevolucionarios cubanos en la Florida.

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El 11 de septiembre del 2001

La puja por esos exiliados alcanzaba tal importancia, que en las elec-ciones para escoger al siguiente mandatario estadounidense, fue el fraude en las urnas de Miami realizado por dicha maia allí asentada, la que ilegalmente le facilitó la presidencia al candidato republicano George W. Bush (hijo). Éste se apresuró en aprovechar los criminales ataques terroristas del 11 de Septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas (Nueva York) y el Pentágono (colindante con Washington D.C.) –que ocasionaron más de dos mil muertos-, para legitimizar su posición en la Casa Blanca; con ese objetivo, anunció que la Unión norteamericana estaba amenazada por el “Eje del Mal”, constitui-do –según él- por algunos Estados como Afganistán, Irak, Corea del Norte, Irán, Cuba. Contra esta rebelde isla caribeña el “nuevo” Bush arreció el bloqueo, al prohibir –inconstitucionalmente- a los ciuda-danos estadounidenses viajar a ella, y disminuir el derecho de los cu-bano-americanos a visitar a sus familiares o enviarles remesas mone-tarias. Dichas prácticas, sin embargo, experimentaban un creciente rechazo en todas partes del mundo, pues muchos las tomaban como una política sin perspectivas. La sociedad estadounidense, además, enfrentaba graves problemas internos que de continuo se agudiza-ban, sin avizorarse para ellos fáciles soluciones. Ese era el caso, por ejemplo, de la desfavorable –y en aumento- balanza comercial, que se sufragaba con dólares cada vez más desvalorizados, a lo que se unía un gigantesco déicit presupuestario, parcialmente ocasionado por abrumadores gastos militares. El gobierno pretendía justiicar dichas erogaciones belicistas mediante una proyección muy agresi-va hacia el exterior, como la realizada con los crueles y sangrientos ataques a Afganistán e Irak, cuya prolongada ocupación no se con-solidó a pesar de los grandes contingentes invasores. Con el propó-sito de enfrentar esa debacle inanciera, el grupo fascistoide que se había adueñado del poder ejecutivo en Estados Unidos decidió cer-cenar importantes acápites de la Seguridad Social, así como buena parte de los rubros dedicados a frenar la depauperación de las gran-

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des ciudades. En éstas, la brecha entre ricos y pobres rápidamente se ensanchaba, al grado de que en ese país ya se caliicaba a quienes moraban en sus tugurios, de vivir en un cuarto mundo; dicha cu-riosa expresión sugería que aquellos se encontraban en condiciones del tercero, pero dentro del primero. También en los mencionados gastos federales se disminuyeron mucho las partidas encaminadas a la previsión ecológica o a socorrer a quienes sufrían catástrofes naturales, como en el caso de Nueva Orleáns con el devastador hu-racán Katrina. Y a todo ello se añadían las tensiones raciales. Éstas se agravaban debido a los cambios en la ciudadanía, provocados por la acelerada multiplicación de los habitantes de origen hispano –ya la minoría más numerosa en el país- y negro o asiático; ello contrastaba con el casi nulo incremento de la población que tradicionalmente se consideraba blanca de verdad -para ni siquiera decir WASP-, que avisoraba en un futuro cercano la posibilidad de perder la mayoría demográica en la nación. Por si todo esto fuera poco, en Estados Unidos crecían geométricamente los ya alarmantes índices de dro-gadicción (195), criminalidad y corrupción, lo cual ofrecía el lamen-table y desolador panorama de una sociedad violenta que se dirigía hacia una gran crisis. Ésta se inició a ines del 2007, cuando tuvo lugar la gigantesca quiebra en el sector inmobiliario que arrastró tras sí a los mayores bancos, en un proceso que alcanzó la horrible gravedad del crack de 1929. Además dicha debacle ocurrió, cuando las fuerzas armadas norteamericanas se empantanaban –cada vez más- en las inganables guerras de Afganistán e Irak, y el país se en-caminaba a trascendentes comicios generales; se evidenciaba que la popularidad del desprestigiado Partido Republicano se despeñaba tan aceleradamente como la del reelecto presidente Bush. Dicha co-yuntura multiplicó las expectativas de una victoria para el Demó-crata, lo cual engendró en su interior ambiciones electorales inten-sas, que terminaron en una doble polarización de tendencias. Una moderada, y otra liberal –acorde a la terminología estadouniden-se- o progresista. La primera la encabezaba Hillary Rodman Clinton –esposa del ex-presidente-, quien dirigió una furiosa campaña con

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el propósito de obtener el respaldo de su partido. Su contrincante era un ecuánime e innovador joven político negro –mulato, según los cánones latinoamericanos-, que había alcanzado fama como se-nador por Illinois al proponer diversas transformaciones radicales. Se llamaba Barak Obama –hijo de un musulmán oriundo de Kenya-, quien inalmente logró la candidatura demócrata y después, con tres promesas básicas –reformar el sistema de salud, reducir el déicit iscal y no aumentar los impuestos a la llamada clase media- venció arrolladoramente en las urnas a su rival republicano en noviembre del 2008. Dicho trascendente triunfo –primer hombre de piel oscura que ganaba la primera magistratura en la Unión Americana- lo con-dujo a principios del nuevo año a instalarse en la Casa Blanca, luego de ofrecer el cargo de Secretario de Estado (Relaciones Exteriores) a la Clinton, quien lo aceptó.

Presidencia de Barak ObamaAl ocupar Obama el poder ejecutivo, en Estados Unidos la recesión había eliminado ya casi siete millones de empleos, por lo cual exis-tían unos quince millones de personas sin trabajo; cinco millones de familias habían perdido sus viviendas y crecientemente debían alojarse en “asentamientos de carpas”; 31 millones de norteame-ricanos, para comer, dependían de los exiguos cupones alimenti-cios gubernamentales. Además el país sufría una elevada inlación debido a la masiva inyección de dólares realizada por el gobierno de Bush en forma de pretendidos “paquetes de salvamento”. Por ello el crecimiento de la deuda pública era astronómico y alcanza-ba la cifra de 12,5 millones de millones, es decir, el equivalente del Producto Interno Bruto estadounidense. Se engendró así una peli-grosísima combinación inlación-deuda, que de vincularse con la amenazadora posible crisis o estallido de la ascendente “burbuja” que representaban las tarjetas de crédito –correspondiente a un mi-llón de millones de dólares-, la situación se tornaría explosiva. En ese contexto quebraron emblemáticas empresas norteamericanas como el gigantesco banco de inversiones Lehman Brothers, con ac-

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tivos por 691,000 millones de dólares; las famosísimas compañías automotrices General Motors y Chrysler –que respectivamente re-presentaban valores por 82,300 y 39,300 millones de dólares- así como el archiconocido consorcio hipotecario Thornburg Mortage, cuya bancarrota signiicó la pérdida de 36,500 millones de dólares; y hasta la entidad propietaria de la muy leída revista Readers Di-gest. En total, en los primeros siete meses del 2009 dejaron de existir 98 instituciones bancarias, y la supervivencia de otras 416 estaba en peligro. A esto se añadían los multimillonarios timos o engaños detectados en operaciones de las bolsas de valores, así como en ile-gales transferencias bancarias y cuentas falsas, o en fraudulentos sistemas inancieros piramidales tales como el llevado a cabo por el destacado e inescrupuloso inancista Bernard Madof –llamado el “mago de Wall Street”-, con el cual estafó a sus poderosos clientes cincuenta mil millones de dólares.

El nuevo presidente de inmediato decidió enfrentar la catástrofe económica interna, mediante un plan de reactivación que implicaba solicitar al Congreso 775 000 millones de dólares, así como realizar recortes impositivos por otros 300 000 millones de dólares a las em-presas y clase media, aunque las consecuencias de la mitad de dicha rebaja redundaría directamente –dijo- en beneicios para los traba-jadores. El mandatario además anunció, que heredaba de Bush un déicit presupuestal de un millón de millones de dólares –el doble del año precedente-, el cual no se podría eliminar en menos de un sexenio. Pero la médula del proyecto gubernamental de Obama, la reforma del sistema de salud, pronto enfrentó serias diicultades; en su contra se proyectaban los inluyentes grandes monopolios ase-guradores y farmacéuticos, todo el Partido Republicano y la por-ción más moderada o conservadora del Demócrata, así como una creciente parte de la clase media, asustada de verse recargada con nuevos gravámenes. Temían que el costo de extender la cobertura médica a 46 millones de personas carentes de ella, signiicaría un peso excesivo para el deicitario presupuesto nacional, cuyo inan-

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ciamiento el gobierno federal luego trasladaría a los contribuyentes mediante nuevos impuestos; en Estados Unidos no existe una ley de salud pública social, a excepción del Medicare –para mayores de 65 años- o Medicaid para familias de bajos ingresos.

La penosa situación condujo al gabinete de Obama a reconocer – im-plícitamente- que su país ya no tenía la supremacía de antaño, por lo cual se dispuso a dialogar en términos de igualdad con el gobierno de Pekín, bajo el lema:”Las relaciones entre Estados Unidos y China determinarán el siglo XXI”. Era cierto, pues mientras las economías capitalistas –y en especial la norteamericana- se debatían en medio de una creciente crisis, el socialismo chino se había convertido en el mayor acreedor de Washington mediante la posesión de 801,500 millones de dólares en títulos o bonos del tesoro norteamericano, y su economía –ya la tercera del mundo- estaba próxima a reanudar su tradicional ritmo de crecimiento anual de dos dígitos. También en el ámbito de la política internacional, el nuevo presidente ordenó el repliegue del ejército de ocupación norteamericano fuera de las ciudades iraquíes, y anunció el próximo retiro de todas las tropas de ese masacrado país árabe. A la vez dispuso la clausura de la cárcel -muy asociada con todo el sistema de torturas y vejaciones a los pri-sioneros de guerra-, situada en la base naval de Guantánamo, ilegal-mente ubicada en el extremo oriental de Cuba. Con relación a esta pequeña república rebelde, lexibilizó las restrictivas disposiciones –establecidas por Bush- concernientes a las visitas de cubanoame-ricanos a sus familiares y al envío a éstos de remesas. Sin embargo al mismo tiempo, prorrogó por otro año el inmoral bloqueo econó-mico que se le había impuesto a la isla mediante una ley de 1962. En contraste, la más importante central sindical norteamericana, la AFL-CIO, votó en el marco de su 44 congreso nacional –celebrado en septiembre del 2009 en la norteña ciudad de Pittsburg-, una resolu-ción donde reclamaba el levantamiento inmediato de esa inhumana medida, así como la derogación de las limitaciones que todavía se aplicaban al resto de los ciudadanos norteamericanos para viajar a

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Cuba. En dicho cónclave la conservadora asociación de asalariados estadounidenses sorprendió a muchos, con un texto que denunciaba el “impacto negativo” para Estados Unidos de las legislaciones an-ticubanas existentes. Asimismo los congresistas -por primera vez en catorce años- cambiaron a su principal dirigente, al designar para el cargo a un ex-minero de carbón.

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CAPÍTULO X: Auge Democrático, Revolucionario y Unitario

X.1) Del Caracazo al Gobierno de Chávez en Venezuela

En Venezuela el in de la lucha armada engendró el desconcierto en-tre los revolucionarios, por lo que el Partido Comunista convocó en 1970 a su Cuarto Congreso. En éste sus ilas se dividieron al surgir el Movimiento al Socialismo encabezado por Teodoro Petkof, que se presentaba –decía- como una alternativa al capitalismo explota-dor y al socialismo autoritario y burocrático. Un tiempo después al MAS se unió lo que sobrevivía del MIR, y juntos llegaron a captar un 10 por ciento del electorado, que en lo fundamental se bene-iciaba del populismo burgués desarrollista. Dicho régimen había surgido con el Pacto de Punto Fijo –auspiciado en 1958 por las orga-nizaciones políticas Acción Democrática y COPEI-, el cual instauró la práctica de redistribuir los petrodólares en constante incremen-to, acorde con los preceptos de conciliación clasista concebidos por esa llamada democracia bipartidista. La cima del “punto ijismo” fue alcanzada durante el quinquenio presidencial de Carlos An-drés Pérez (1974-79), cuando los referidos ingresos exportadores se quintuplicaron gracias al auge de los precios del crudo negro en el mercado mundial; entonces se nacionalizó el petróleo y las princi-pales minas del país, a la vez que se aumentaban los salarios y se fortalecían las pequeña y mediana burguesías. También se acometió entonces una etapa superior del proceso industrializador, que sus-tituía importaciones mediante la multiplicación de las propiedades estatales en la esfera productiva, inanciadas con frecuencia por una ascendente deuda externa.

El desplome de los precios del petróleo y la reducción de esos ingre-sos condujo al “Viernes Negro” del 18 de febrero de 1983, cuando entró en crisis el modelo rentista distribuidor al decidir el gobierno una maxi-devaluación de la moneda nacional, con lo cual se limitaba drásticamente la demanda solvente en el mercado interno. A partir de este momento cada vez se evidenció más el divorcio entre los par-

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tidos oicialistas y la sociedad civil, que padecía la creciente corrup-ción de un régimen que se deslegitimizaba y perdía su capacidad de mediar en los conlictos sociales. Por ello en diciembre de 1984 se creó una Comisión Presidencial para la Reforma de la Constitución puntoijista de 1961. En ese contexto Carlos Andrés Pérez regresó al poder ejecutivo (1989), pero esta vez con un programa neoliberal de ajuste estructural que implicó una brutal alza de precios del combus-tible y por ende del transporte. Esto provocó el 27 de febrero de dicho año el estallido de violencia conocido como “El Caracazo”. Éste fue una colosal manifestación popular, espontánea, masiva y sorpresi-va, inicialmente dirigida contra las unidades de pasaje citadino e in-terurbano pertenecientes a pequeños y medianos propietarios. Lue-go los asaltos y saqueos se extendieron a locales comerciales y áreas residenciales de sectores medios y altos de la burguesía, no sólo del área metropolitana de la capital sino también de Maracay, Valencia, Barquisimeto, Guayana, Mérida. Al desaparecer la paz social por la desesperación de los humildes, marginados y desposeídos, el gobier-no suspendió las garantías constitucionales y empleó las fuerzas ar-madas en la represión, cuyo saldo nadie lo situó por debajo de los quinientos muertos. Así cambió, de súbito, la situación del país cuyas tradicionales vías de comunicación política se obstruyeron. Esto se evidenció en las elecciones parciales de inales del año, en las que más de la mitad de la población se abstuvo de participar.

Rebeliones fallidas

Con motivo del bicentenario del nacimiento del Libertador, un gru-po de oiciales de rango medio encabezados por el Teniente Coro-nel Hugo Chávez organizó en las fuerzas armadas el Movimiento Bolivariano Revolucionario-200, que se reclamaba de tres fuentes históricas: Simón Rodríguez –el Preceptor-, por sus concepciones originales y solidarias en lo relacionado con las formas políticas de organizar la sociedad; Simón Bolívar, por su sentido del equilibrio alejado de cualquier extremismo; y Ezequiel Zamora, por su gesta democrática y anti-oligárquica de mediados del siglo XIX. El MBR-

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200, que se proyectaba contra la corrupción de los altos mandos castrenses –así como la del resto del régimen- y el neoliberalismo, llevó a cabo un intento de golpe de Estado el 4 de febrero de 1992 con insurrecciones en Caracas, Valencia, Maracaibo y Maracay, en el cual se entregaron armas a civiles. Aunque el empeño fracasó, un segundo conato –sin vínculos con el primero- tuvo lugar el 27 de noviembre del propio año, lo que evidenciaba el malestar existente entre los militares, quienes desde el Caracazo se habían visto invo-lucrados en la política.

El creciente desprestigio del régimen se volvió a manifestar el 20 de mayo de 1993, cuando el Congreso depuso a Carlos Andrés Pérez de la primera magistratura. Y se agravó poco después, al procesar el Tribunal Supremo de Justicia al ex-presidente Jaime Lusinchi por irregularidades cometidas durante el ejercicio de sus funciones. En-tonces Rafael Caldera –quien ocupara el poder ejecutivo entre 1969 y 1974- desplegó una campaña de incisivas críticas contra el punto-ijismo, abandonó el partido COPEI para fundar Convergencia Na-cional, se alió con el MAS, buscó las simpatías del PCV, y se postuló exitosamente para los siguientes comicios. De nuevo en el cargo, Caldera amnistió a los oiciales presos y trató de beneiciar a los humildes con aumentos de salarios así como con un control de pre-cios; también desaceleró las privatizaciones y limitó el movimiento de capitales. Pero las fraudulentas quiebras del Banco Latino y otras instituciones inancieras a las que el gobierno decidió auxiliar, moti-varon una reversión de la política económica estatal; unos diez mil millones de dólares –la mitad de la deuda externa- fueron dedica-dos al referido salvamento iscal. Después se irmó con el FMI otro programa anti-inlacionario y de ajuste estabilizador, se liberalizó el mercado, se reanudaron las privatizaciones –hasta del petróleo-, y se nombró en el gabinete a Teodoro Petkof. Así se transnacionali-zaba la economía y se polarizaba la riqueza, mientras se arruinaban los pequeños y medianos propietarios a la vez que se pauperizaban los humildes.

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Después de ser excarcelado, Hugo Chávez se nutrió del MBR-200 y de civiles revolucionarios para conformar su Movimiento por la Quinta República, que llamaba a convocar a una Asamblea Nacio-nal Constituyente luego de las elecciones presidenciales de 1998. Para acudir a éstas surgió el Polo Patriótico, dentro del cual las fuer-zas más inluyentes eran el MVR y el Partido Patria Para Todos, una escisión de La Causa Radical. Ésta inicialmente había sido or-ganizada por comunistas que abandonaron el partido tras la forma-ción del MAS, y que en los años noventa lo desplazó como tercera fuerza política del país al lograr la elección de Aristóbulo Istúriz como Alcalde de Caracas. Pero al negarse en 1997 LCR a forjar una alianza con Chávez, Aristóbulo y la mayoría se desgajaron de su antiguo partido para organizar el PPT e integrar el Polo Patrióti-co junto con el Partido Comunista y una parte de la militancia del MAS, que rechazaba la oposición de Petkof al MVR. En deinitiva el 6 de diciembre de 1998 el Polo Patriótico ganó las elecciones con la candidatura de Chávez y su proyecto populista revolucionario, que reconocía el apego de las masas a la democracia representativa sin que ello signiicara una adhesión al caduco modelo económico y político del puntoijismo.A principios de 1999 Hugo Chávez ocupó la Presidencia y de acuer-do con lo prometido, disolvió el Congreso para convocar a una Asamblea Nacional Constituyente que dotase al país de otra Carta Magna. En dicho cónclave, sus partidarios del Polo Patriótico ob-tuvieron 120 de 131 escaños, tras lo cual el nuevo texto redactado fue aprobado en diciembre del propio año en un referéndum por el 71.9 por ciento de los votantes. Surgió así la República Bolivariana de Venezuela, que reforzó el poder ejecutivo; estableció un mayor control estatal sobre la economía y los medios de comunicación; llamó a forjar una sociedad democrática, participativa, protagóni-ca, multi-étnica y pluri-cultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado; eliminó al Senado y creó un legislativo unica-meral; convocó a nuevas elecciones generales. En los comicios del

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30 de julio del 2000, el Polo Patriótico alcanzó la mayoría absoluta en el Parlamento y Chávez volvió a ser electo. Este clamó entonces por realizar profundas transformaciones socioeconómicas y en la administración pública, para lo cual solicitó poderes especiales al Congreso, que le otorgó la denominada Ley de Habilitación. Esta lo facultaba para llevar a cabo, durante un año, los anhelados cam-bios mediante decretos. Por ello, en noviembre del 2001 el gobierno aprobó cuarenta y nueve disposiciones trascendentales, sobre todo la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario –que permitía expropiar la-tifundios-, y la Ley Orgánica de Hidrocarburos que ijaba en 51 por ciento la participación estatal, y grababa con un impuesto del 30 por ciento las utilidades de los extranjeros en dicho rubro.

El sector empresarial guiado por los propagandistas de los medios masivos de comunicación, enseguida desencadenó fuertes protes-tas públicas. Hasta que la organización patronal FEDECAMARAS y la ADECA Confederación de Trabajadores –presididas respectiva-mente por Pedro Carmona y Carlos Ortega- convocaron a un paro nacional de doce horas el 10 de diciembre. Tras semanas de fuertes luchas callejeras, la CTV proclamó un cese laboral indeinido el 9 de abril del 2002, con el objetivo de derribar al Gobierno. En este con-texto, a los dos días el jefe de las fuerzas armadas falsamente anun-ció que Chávez había renunciado, tras lo cual Carmona asumió la presidencia. Éste de inmediato disolvió todos los poderes públicos y dejó saber que al cabo de un año habría nuevas elecciones.

Hugo Chávez estuvo depuesto y preso cuarenta y ocho horas, pero el 13 de abril del 2002 el pueblo se lanzó a las calles exigiendo su retorno, lo cual junto a la acción de los militares institucionalistas, provocó que fuera excarcelado y conducido de regreso al palacio de Miralores. Entonces la heterogénea oposición, que se agluti-naba en la mal llamada Coordinadora Democrática preferenció la paralización de la economía, y en primer lugar de su estratégica industria petrolera. Para ello diseñó una huelga general en la em-presa estatal Petróleos de Venezuela, gracias al apoyo de la mayoría

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de los elitistas gerentes –con sueldos fabulosos- y una parte de la aristocracia obrera, que aún disfrutaba de los injustiicables privi-legios concedidos durante la era del “boom” petrolero puntoijista. Así a principios de diciembre del 2002, a la vez que la alta jerarquía de PDVSA abandonaba sus funciones, comenzaban los sabotajes a equipos estratégicos así como el cese del transporte de combustible por mar y tierra. Pero la decisiva respuesta de las fuerzas armadas y el fundamental respaldo de asalariados, humildes y desposeí-dos, gradualmente venció el propósito fascista de quienes ya antes habían fallado con el golpismo. Hasta que a principios del 2003 la normalidad se recuperó en la vida del país, cuyo proceso revolucio-nario bolivariano emergió fortalecido de la confrontación. Esto de nuevo se evidenció en las elecciones del 2004, conocidas como Refe-rendo Revocatorio –que más bien fue de Ratiicación- así como para Gobernadores estaduales y alcaldes, que dieron un aplastante y de-cisivo triunfo al presidente Chávez y a sus partidarios. Al siguiente año y con motivo de comicios para seleccionar los Consejos Muni-cipales, el mandatario venezolano llamó a votar por los integrantes del Bloque del Cambio. A éste, que se componía de su Movimiento Quinta República así como de los partidos Podemos, Patria Para To-dos, Comunista y 20 organizaciones más, se le endilgó entonces el propósito de “crear el socialismo desde abajo”. Esa orientación fue reiterada para la contienda del 4 de diciembre, cuyos resultados de-inieron la composición de la nueva Asamblea Nacional que entró en funciones a principios de enero del 2006. Pero la oposición había preferido retirarse de la lid antes que sufrir otra aplastante derrota, por lo cual el poder legislativo recién electo quedó compuesto por los partidarios de una sociedad “rumbo al socialismo”. Después se acometió una profunda renovación militar, en cuya doctrina se arti-culó una relación efectiva entre elementos regulares y movilizados civiles. A la vez, ante la negativa del Pentágono de vender piezas de repuestos para el mantenimiento de los aviones de guerra y otros medios bélicos estadounidenses –comprados por los precedentes gobiernos venezolanos-, y la semejante prohibición al Brasil de ven-

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der aviones de patrullaje Tucanos –fabricados por EMBRAER con componentes tecnológicos estadounidenses-, el regimen bolivaria-no adqurió modernos medios de defensa rusos para su ejército, ma-rina y aviación. Luego el presidente anunció la petición de ingreso venezolana al MERCOSUR, y después viajó a China con el objetivo establecer con ese país una importantísima alianza estratégica.

El Partido Socialista Unido

El 3 de diciembre del 2006 Chávez ganó su reelección con el 62.89 por ciento de los votos, tras haber anunciado que la revolución se profundizaría con una mejor distribución de riquezas y la confor-mación de un Partido Socialista Unido. Éste se organizaría con los partidarios del proceso de cambios, mediante un mayor poder po-pular, una economía favorable al colectivismo y mucha justicia so-cial. Más tarde el parlamento entregó al reelecto presidente poderes especiales durante 18 meses, concretados en una Ley Habilitante que lo facultaba para legislar en once esferas estratégicas. Se de-seaba agilizar de ese modo el proceso transformador destinado a establecer la función social de la propiedad, aunque se fomenta-ran las pequeñas y medianas producciones o servicios al lado de los incrementados bienes estatales. Éstos se multiplicarían debido a las proyectadas nacionalizaciones de las transnacionales en las esferas claves de telecomunicaciones, electricidad y otras. Después la Asamblea Nacional aprobó la celebración de un referendo que permitiera la continua reelección de los cargos de presidente de la República, gobernadores, alcaldes y legisladores. Dichos comicios se llevaron a cabo el 15 de febrero del 2009, en ellos fue aprobada la referida enmienda constitucional por el 54.85 por ciento de los votantes. Esa victoria popular tuvo lugar, en momentos en que la reacción y el imperialismo promovían como estrategia contrarre-volucionaria el secesionismo en regiones limítrofes como el Táchira y Zulia. En ellas, asociaciones conservadoras tales como la Federa-ción Nacional de Ganaderos y similares, promovían la formación de ilegales agrupaciones de efectivos paramilitares llamados de au-

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todefensa, a veces integrados por colombianos y otros extranjeros. Entonces el gobierno anunció la creación de milicias campesinas en áreas rurales para luchar contra ese lagelo; las mismas se asenta-rían en latifundios recuperados y otros predios. Se ayudaría así a resolver la inseguridad, considerada por la mayoría de los venezo-lanos como el principal problema de la nación; Venezuela tiene una frontera de 2,200 kilometros con Colombia, frecuentemente trans-gredida por contrabandistas y narcotraicantes. En ese contexto, el presidente colombiano Álvaro Uribe dio a cono-cer que facilitaría el uso de siete bases militares a las fuerzas arma-das de los Estados Unidos. Esto fue caliicado de gran peligro por Chávez, quien anunció que ante dicho acto inamistoso, Venezuela duplicaría en dicha frontera occidental todos sus efectivos milita-res, ya fuesen blindados y artillería o infantería y aviación. Además, dijo que se buscaría sustituir el comercio bilateral entre ambas repú-blicas norandinas –ascendente a siete mil millones de dólares anua-les-, mediante mayores intercambios con Ecuador, Brasil –cuyas compra-ventas recíprocas representaban ya unos 5,700 millones-, y sobre todo con Argentina. Con esta república pronto se irmaron acuerdos que duplicarían el comercio mutuo hasta la cifra de 2,600 millones, gracias a la exportacion –sobre todo- de vehículos que re-emplazarían a los diez mil colombianos tradicionalmente impor-tados. La rapidez de la respuesta del gobierno bolivariano recibió el entusiasta respaldo de la Federación de Industriales Pequeños, Medianos y Artesanos así como el de Empresarios por Venezuela, que agrupaban a cientos de miles de propietarios. Pero no pasó mu-cho tiempo antes de que la situación interna venezolana volviera a caldearse, cuando se dispuso la emisión de una Ley Orgánica de Educación que abolía la enseñanza religiosa católica como parte del currículum de las escuelas –para tratar con equidad todos los cre-dos-, suprimía los elitistas exámenes de ingreso en dichos centros, establecía en los mismos una representación paritaria de profesores y alumnos, abolía el pago de las matrículas, y reglamentaba el in-

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greso a las escuelas privadas; la educación en el futuro tendría que ser democrática, de calidad, gratuíta, obligatoria y laica, pues deja-ría de ser un negocio. Luego, al iniciarse el curso escolar, el gobierno dejó saber que crearía diez universidades nuevas al costo de casi ochenta millones de dólares. Esas medidas opacaron la irritación de conservadores y derechistas, al elevar la popularidad de Chávez al 70 por ciento del total de la población; el índice de pobreza había disminuído en un 54 por ciento durante los años de régimen boli-variano, que además había creado unas 500 policlínicas en las que se atendían gratuítamente –con la ayuda médica de Cuba- a más de 15 millones de personas. Sólo en el último trimestre del 2009, el go-bierno dedicó unos 5,200 millones de dólares para actividades so-ciales –salud, educación- y fondos de pensiones. Esto permitió que el Partido Socialista Unido de Venezuela engrosara sus ilas hasta la cantidad de 7.253,691 militantes –la mitad de los cuales tenía me-nos de treinta años-, y contara entre sus mejores aliados a los par-tidos Comunista y Patria Para Todos. El PSUV entonces programó su nuevo congreso para los meses de diciembre y enero próximo, donde planeaba reestructurarse en patrullas o núcleos de base que tendrían hasta 30 personas. En dicho cónclave también se decidiría cuál estrategia seguir para profundizar la revolución, y encaminar el país hacia un socialismo nuevo, del siglo XXI, indoamericano, martiano y bolivariano.

X.2 Del Trabalhismo al Gobierno de Lula en Brasil

En Brasil, desde mediados de la década del setenta se incrementó un movimiento a favor de una apertura democrática, que contemplase la amnistía de los presos políticos así como la convocatoria a una Constituyente. La redemocratización se convirtió en la palabra de orden, sobre todo de la reaparecida Unión Nacional de Estudiantes, que también exigía la derogación de la represiva “Ley de Seguri-dad Nacional” y el castigo a las bandas terroristas de ultraderecha. Hasta la Confederación Nacional de Obispos Católicos Brasileños acordó luchar por una reforma agraria y defender los derechos de

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los indígenas. Pero nada se pudo comparar con el resurgimiento de la lucha proletaria para exigir libertades sindicales y protestar por el deterioro del nivel de vida de los asalariados; el primero de mayo de 1978 los obreros cesaron el trabajo en las fábricas de automóviles de Sao Paulo, lo que de inmediato se extendió a las otras industrias. La enorme huelga de medio millón de trabajadores estaba dirigida por el combativo líder metalúrgico Luiz Ignacio da Silva (más co-nocido como Lula), quien obligó al gobierno y a los empresarios a conceder aumentos salariales. Después el gobierno tuvo que supri-mir el uso de las “actas institucionales”, restablecer el habeas cor-pus, otorgar independencia al poder judicial, suprimir la censura de prensa, autorizar un Primer Congreso Nacional por la amnistía. Éste se inauguró simbólicamente presidido por los nombres de los héroes y mártires del movimiento antidictatorial, y se clausuró exi-giendo total libertad de manifestación y pensamiento, así como el in de todas las leyes represivas. El ascenso democratizador coincidía con el estancamiento econó-mico, el auge de la inlación, la caída de las reservas monetarias nacionales, el déicit de la balanza de pagos, y una creciente deuda externa que rondaba los cien mil millones de dólares.

Asamblea Constituyente

La década de los ochenta se inauguró con la ley que autorizaba la desnacionalización de las industrias estatales, acompañada de otra que decretaba una amplia amnistía, debido a la cual regresaron al país una pléyade de políticos exiliados. Luego se legalizaron todos los partidos, lo que permitió el resurgimiento de algunos antiguos y la creación de otros. Entre éstos descollaba el Partido Trabalhista, formado por gentes de pensamiento avanzado y líderes sindicales, encabezados por Lula. El PT fue el único que se legalizó mediante movilizaciones populares en los diferentes estados del país, lo cual forzó a su inscripción en los padrones electorales; contaba con el fer-voroso respaldo de los sindicatos obreros, de los trabajadores agrí-

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colas, los campesinos sin tierra, y hasta de muchas comunidades re-ligiosas de base. Así el trabalhismo pudo participar en la Asamblea Constituyente de 1987, que instituyó un régimen presidencialista y convocó a elecciones generales en noviembre de 1989. En ellas los principales candidatos eran el conservador Fernando Collor de Me-llo, Leonel Brizola –antiguo político cercano al ex-presidente Gou-lart- y Luiz Ignacio Lula da Silva. El primero ganó los comicios con su partido Reconstrucción Nacional gracias a una multimillonaria campaña publicista, y ocupó el poder ejecutivo en enero de 1990. Collor de Mello aplicó un drástico programa anti-inlacionario que tuvo por consecuencia una profunda recesión. Esta crisis, unida a la corrupción generalizada en su gobierno provocó que fuese lleva-do a juicio ante la Cámara de Diputados, por lo que el mandatario dimitió a ines de 1992. Su vice-presidente, Itamar Franco, ocupó entonces la primera magistratura con el propósito de dar un espacio en su gabinete a otras fuerzas políticas. Así el socialdemócrata Fer-nando Henrique Cardoso ocupó el Ministerio de Hacienda con la encomienda de reestructurar la enorme deuda externa del Brasil. Su relativo éxito en el empeño incrementó su prestigio, y 1994 fue electo presidente del quinto Estado más poblado del mundo, al frente de una coalición compuesta –además de su partido- por el Frente Libe-ral y por el Movimiento Democrático Brasileño. Luego de reducir la inlación mensual de la nación del 50 por ciento al 1.5 por ciento, Cardoso fue reelecto al derrotar en los nuevos comicios a Lula y su PT. Ambos candidatos habían prometido reformas económicas y po-líticas de gran envergadura así como una mayor justicia social. En el Brasil esto resultaba trascendente, pues a pesar de que era una de las diez mayores economías del planeta, las desigualdades entre sus ha-bitantes resultaban abismales: el uno por ciento de los propietarios poseía la mitad de las tierras del país, o más gráico aún, veintisiete mil personas tenían ciento setenta y ocho millones de hectáreas; la mitad de la población acaparaba el noventa por ciento del ingreso nacional; en la Amazonía sobrevivía el trabajo forzado o esclavo; el sector informal contaba con el 58 por ciento de los aptos para labo-

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rar; en las grandes ciudades el desempleo abarcaba al 20 por ciento de los adultos. Fernando Henrique Cardoso no pudo cumplir sus promesas sociales; la crisis inanciera, la devaluación de la moneda nacional, la elevada deuda pública, la dependencia del capital ex-tranjero, los bajos salarios, el alto índice de pobreza, lastraron su se-gundo período gubernamental. Este desolador panorama hizo que sectores empresariales –perjudicados por las altas tasas de interés bancario, la trans-nacionalización de la economía y la privatización de diversas áreas- se inclinaran hacia una alianza con Lula y su PT. La campaña electoral de éste se basó en respetar durante un tiempo la ortodoxia macroeconómica acordada con el FMI por su predece-sor, que incluía los pagos de la deuda externa, para después adoptar una política de crecimiento, en la cual otra vez el Estado desempe-ñaría una función esencial; impulsar la Reforma Agraria reclama-da por el prestigioso Movimiento de los Sin Tierra –que agrupaba a millones de desposeídos en los campos-; desarrollar una fuerte campaña urbana para mejorar los peores aspectos sociales que su-frían los humildes y desposeídos. Para llevar a cabo tales propósitos Lula contaba con la prolongada y exitosa historia de gobierno del PT en múltiples municipios y diferentes estados de la federación, así como por su destacada participación en el Congreso; con su Central Unitaria de Trabajadores, que aglutinaba a más de 22 millones de asalariados; con la Articulación Nacional de Movimientos Popula-res y Sindicales, inspirada por él. En síntesis, Lula representaba una fortísima corriente política basada en grandes exigencias éticas, una elevada competencia administrativa, y una notable sensibilidad so-cial. Con esos valores Luis Ignacio Da Silva y su partido –aliado con otras fuerzas políticas- ganaron las elecciones de Octubre gracias al respaldo del 61 por ciento de los votos, lo que le permitió ocupar la presidencia del Brasil el primero de Enero del año 2003.

Gobierno Popular

De inmediato, el nuevo equipo gubernamental con acierto desarro-lló una serie de programas sociales como el denominado Hambre

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Cero, que a la vez inducía a los necesitados a enviar sus hijos a las escuelas; mientras, paralelamente impulsaba una eicaz lucha con-tra el analfabetismo con la ayuda del práctico método cubano de enseñanza conocido como “Yo si puedo” (leer y escribir). Al mismo tiempo, el equipo dirigido por el presidente mantuvo la estabilidad inanciera; rechazó renovar el acuerdo con el FMI rubricado por su predecesor; disminuyó el desempleo; acordó con Venezuela una alianza estratégica en los ámbitos comercial, energético y inanciero.Avalado con esos éxitos, en los siguientes comicios municipales el Partido de los Trabajadores ganó el doble de los municipios que antes controlara, lo cual le allanó el camino para la lid presidencial del 2006. Con el propósito de acudir a ésta, el máximo dirigente “trabalhista” deshizo su previa alianza electoral para construir otra, la “Fuerza del Pueblo”, conformada por su partido, el Comunista del Brasil y el Republicano Brasileño. Se pensaba así derrotar en las urnas durante la primera ronda, a Geraldo Alckmin, principal candidato opositor al cargo, quien estaba apoyado por los parti-dos Social Demócrata Brasileño y Frente Liberal. Pero la división de la izquierda impidió la esperada pronta reelección del presidente, pues su rival Heloísa Helena con el respaldo del Partido Socialismo y Libertad así como con el del Socialista de los Trabajadores Unidos y el Comunista Brasileño, logró el 6.85 por ciento de los votos que le hubiera permitido a Lula arrasar. Por eso hubo que acudir a una segunda vuelta electoral, en la cual el fundador del “trabalhismo” obtuvo el respaldo del 60.8 por ciento de los ciudadanos para que iniciase otro mandato presidencial.

Antes de comenzarlo, Lula anunció que en su cuatrienio siguiente impulsaría reformas en política, previsión social y en los sindica-tos, a la vez que fortalecería el aparato estatal, aumentaría el sa-lario mínimo y generaría más empleos mediante la recuperación de producciones abandonadas a causa del neoliberalismo. Asimis-mo aseguró que mantendría el desarrollo petrolero, privilegiaría la integración sudamericana, promovería una equitativa tributación

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iscal e impulsaría inversiones en la infraestructura, sin olvidar la lucha por la suiciencia alimentaria de los humildes y la reducción de la pobreza, a la vez que mantendría una simultánea atención al Movimiento de los Sin Tierra para proseguir con la reforma agra-ria. Todo auspiciado por su novedoso Programa de Aceleración del Crecimiento Económico, y en especial de la industria, con el ánimo de convertir al Brasil en una poderosa y justa nación cuya magni-tud productiva situara a este país entre las ocho principales poten-cias del mundo, con la privilegiada posición de comerciar un 27 por ciento con América Latina, el 24 por ciento con la Unión Europea, y sólo el 15 por ciento con Estados Unidos.

En el último trimestre del 2008, las consecuencias de la crisis eco-nómica mundial llegaron al Brasil. Pero el Ministerio de Hacienda impulsó una recuperación desde el segundo semestre del año 2009 mediante una ampliación del consumo interno; el gobierno brasile-ño dispuso un aumento salarial de 3,000 millones de dólares para los empleados públicos federales con salarios bajos. También proyectó incrementar el monto y el número de personas beneiciadas con la Bolsa Familia o subsidio de entre diez y noventa dólares entregados a 12 millones de núcleos pobres, es decir 45 millones de personas; hasta ese momento dicha suma ascendía a 5,800 millones de dólares anuales, lo anunció así la ex-guerrillera y probable candidata presi-dencial del PT en el 2010, la ministra Dilma Roussef. Además, en lo internacional se coordinó con las principales naciones emergentes –que integran el BRIC (Brasil, Rusia, India y China)- para discutir respuestas conjuntas a la crisis. En ese entorno el presidente Lula vaticinó que en diez años Brasil sería la quinta mayor economía del mundo, si retoma su tradicional ritmo de expansión; -dijo- “Vamos a aprovechar lo que tenemos de bueno: capacidad de producción y capacidad de consumo.” Después orientó un incremento de las inversiones estatales en prospección minera y petrolera, a la vez que el gigante PETROBRAS dedicaba 500 millones de dólares para inanciar investigaciones en universidades e institutos de ciencia

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y tecnología; gracias a ese programa, por ejemplo, se inauguró la Ciudad Universitaria de la Isla de Fundao (en Río de Janeiro) es-pecializada en el estudio de la extracción de petróleo a grandes profundidades. Luego el presidente brasileño irmó con el de Para-guay un acuerdo histórico relacionado con la represa hidroeléctrica binacional de Itaipú –la de mayor potencia en el mundo-, debido al cual Brasil aumentará su compensación por la cesión de energía paraguaya que recibirá. En ese ámbito también se irmaron enten-dimientos de colaboración política, solidaria y formativa, entre la Central Única de Trabajadores (CUT) de Brasil –bajo la dirección del Partido de los Trabajadores- y la Confederación Unitaria de Tra-bajadores Auténtica (CUT-A) de Paraguay. Poco después Lula y el presidente de Guyana inauguraron el puente sobre el río fronterizo Tacutú –primera conexión terrestre entre ambos países-, y coinci-dieron en caliicar el acto como un paso más hacia la integración del Caribe con Sudamérica.

Pero mientras esta colaboración inter-latinoamericana avanzaba, el sub-continente se preocupaba por la alianza militar forjada entre Colombia y Estados Unidos; así fue expresado por Lula en la re-unión de UNASUR en Quito, cuando manifestó su inquietud por la posibilidad de que se sustituyera la abandonada base de Manta (Ecuador) por siete nuevas en territorio colombiano. Poco más tarde los presidentes de Brasil y Francia irmaron acuerdos militares que comprendían una alianza en las áreas naval y aeronáutica. Entre los convenios destacaba, la compra a París de 36 supermodernos avio-nes de combate (Rafale). Estas adquisiciones implicaban la transfe-rencia de tecnología así como la posibilidad de que Brasil fabrique dichas aeronaves y pueda venderlas a otros países de América La-tina. El reconocimiento mundial a ese conjunto de éxitos ocurrió a principios de octubre del 2009, cuando el Comité Organizador In-ternacional otorgó –por primera vez a una urbe sudamericana- la sede de los Juegos Olímpicos del 2016 a Río de Janeiro, bellísima ciudad de Brasil.

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X.3 Del Gobierno de Raúl Alfonsín al de la Kirchner en Argentina

El desprestigiado y oportunista equipo militar gubernamental, tras la catastróica Guerra de Las Malvinas, entregó en junio el mando del ejecutivo al moderado general Reynaldo Benito Bignone, quien de inmediato anunció el retorno a un régimen civil constitucional mediante elecciones en Octubre de 1983. En éstas venció el candida-to de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín –que había acercado su partido a posiciones socialdemócratas-, el cual desde la presidencia estableció la indiscutible supremacía del poder civil sobre el militar, reorganizó las fuerzas armadas, enjuició a los tres jefes de la antigua Junta Militar, y ratiicó las condenas a cadena perpetua de varios oiciales de alto rango acusados de violación de los derechos huma-nos. Después, visitó a Cuba Socialista.

Desprestigio de Ménem

El peronista Carlos Saúl Ménem resultó electo presidente en 1989, cuando la economía del país estaba deprimida y sufría una inlación de cuatro dígitos. Ante esa realidad, el recién instituido gobierno de-cidió atar la moneda nacional al dólar norteamericano y dispuso que la circulación de aquélla estuviese garantizada en un 80 por cien-to con valores extranjeros, mediante lo cual se cortó la práctica de imprimir pesos devaluados para inanciar los déicits iscales. Este “plan de convertibilidad”, que establecía la paridad del billete ar-gentino con el estadounidense, recibió el apoyo de los más inluyen-tes sectores inancieros internacionales que de inmediato empezaron a enviar sus capitales a la Argentina, cuya producción se reanimó. Pero desde 1994, la sobrevalorada moneda austral comenzó a perju-dicar la competitividad de los productos criollos, lo cual originó un desbalance negativo en sus cuentas corrientes. Esto coincidió con el impacto adverso del llamado “efecto tequila” (196), cuyos inlujos desvanecieron el arribo de nuevos capitales al Río de la Plata. En esas circunstancias Ménem decidió emplear las reservas en divisas de la nación, para sufragar los referidos desequilibrios comerciales

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con el exterior, sin aumentar las emisiones monetarias. Esa política, sin embargo, provocó una gran recesión económica, debido a la cual disminuyó la percepción de los impuestos y con ello se desnutrió el presupuesto nacional. Así la república llegó a la disyuntiva, de aban-donar la austeridad iscal o sacriicar los gastos públicos y sociales. El reelecto Ménem drásticamente suprimió buena parte de dichos rubros, lo que hizo muchísimo más difícil la vida de los humildes. Además, en esa época en el mercado interno se presentaba la dra-mática alternativa de comprar caros productos nacionales o baratas manufacturas importadas, con la lógica consecuencia de que se in-crementaban el desempleo y las quiebras de negocios. Entonces el gabinete “menemista” vendió empresas estatales a consorcios forá-neos, los cuales impusieron a los antiguos servicios públicos –agua, electricidad, transporte- altos precios monopolistas. Esto perjudicó a la población en general, y sobre todo a sus estratos más pobres. La política económica de Menem provocó la censura de los secto-res sindicales del peronismo, que estaban apoyados por Eduardo Duhalde, gobernador de la provincia de Buenos Aires. Luego, al ascender el monto de la deuda gubernamental a la mitad del PNB, dichas críticas se volvieron franca oposición, que se exacerbó cuan-do Brasil dejó lotar su moneda, la cual perdió casi la mitad de su valor. Así de golpe, los productos argentinos se hicieron carísimos para su principal socio comercial, por lo que una parte considerable de las inversiones extranjeras –sobre todo en la industria automo-triz- abandonó el país para establecerse en tierras de su gigantesco vecino. De esa manera la referida práctica iduciaria gubernamental condujo a la recesión, al desempleo y a un mayor déicit iscal. En vez de corregir sus inoportunas concepciones “monetaristas”, Me-nem las profundizó al declarar que si la situación continuaba por el mismo rumbo, decretaría el abandono del peso para adoptar el dólar como billete nacional. Mientras, el FMI orientaba al gobierno que redujera aún más sus gastos en educación pública o en cual-quier otro rubro vinculado con asuntos sociales.

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En los comicios de octubre del año 1999 la alianza del Partido Ra-dical con el Frente de un País Solidario triunfó sobre el desgarra-do peronismo, en una república cuya profunda crisis se agravaba ante el inminente pago de doce mil trescientos millones de dólares, por concepto de intereses de la deuda externa. Con el objetivo de obtener fondos del presupuesto para realizar dicho desembolso, al ocupar la presidencia Fernando de la Rúa dispuso amplias medi-das de austeridad y decretó alteraciones al Código Laboral, todo en perjuicio de los trabajadores. Esa conducta deshizo el endeble pacto electoral, ya desde antes resquebrajado por la renuncia del vice-pre-sidente –miembro del FREPASO-, debido a la negativa del primer mandatario a enjuiciar a su corrupto predecesor. El gabinete “radi-cal”, no obstante, mantuvo el esquema socio-económico del “me-nemismo”, hasta que a mediados del 2001 se evidenció que el país marchaba hacia un precipicio; la fuga de capitales era indetenible, y el propio FMI se negaba a socorrer al desconcertado gobierno, que poco después anunció su incapacidad de pagar los referidos intere-ses externos. Pero dada la vinculación de la moneda argentina con la estadounidense, dicha noticia provocó el pánico de quienes habían colocado algún dinero en los bancos, y sobre éstos las multitudes se precipitaron en busca de sus ahorros. La respuesta de La Rúa fue, congelar todos los activos de la ciudadanía mediante un “corralito”. Entonces la población, cuyo desempleo atenazaba a la quinta parte de los asalariados, se lanzó a las calles, desesperada, sin dinero, con multitud de arruinados pequeños y medianos propietarios que ha-bían visto desaparecer sus negocios, así como gran número de per-sonas pobres ya hundidas en la miseria o deslizándose hacia ella.

El país vivía la peor crisis de su historia tras haber seguido ielmen-te los postulados del FMI, y la gente no aguantaba más. Ante la colosal hecatombe política, económica y social, el pusilánime o mo-ralmente diminuto de La Rúa sólo atinó a renunciar al cargo, como evidencia fehaciente de que el modelo neo-liberal había fracasado.

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Triunfos electorales de los Kirchner

En los comicios del 2003, para ocupar el vacante cargo presiden-cial se presentaron las candidaturas antagónicas de dos peronistas. La del muy progresista Néstor Kirchner resultó vencedora frente a la del emblemático payaso del neoliberalismo Carlos Saúl Ménem, quien pretendía retornar a la primera magistratura con el respaldo de la perversa derecha “justicialista”. En muy poco tiempo el nuevo gobierno argentino rompió con el FMI, acometió la favorable re-negociación de la enorme deuda externa heredada, e impulsó una asombrosa recuperación de la economía con un crecimiento al año siguiente del 10.7 por ciento. Ello estuvo acompañado de un impor-tante acuerdo de complementación energética con Venezuela, como primer eslabón del surgimiento de la gigantesca empresa sudame-ricana que se llamaría Petrosur. Ésta sería constituida por Pdvsa, Petrobrás y la argentina Enarsa, a la cual después se podrían sumar todas las demás compañías estatales del ramo en América Latina. A la vez Kirchner permitió la existencia y desarrollo de un fenómeno desconocido, al que se le dio el nombre de Empresas Recuperadas. Mediante dicho inédito e impactante proceso, un centro laboral que hubiera sido abandonado por sus dueños durante la era neoliberal –estuviese en quiebra o simplemente se encontrara cerrado- podía ser reabierto y puesto a funcionar por los trabajadores en su propio beneicio, como si se tratara de una cooperativa.A pesar de que sobre todo deseaba impulsar el despegue económi-co, el gobierno también se empeñó por enviar a los tribunales a unos mil torturadores. A ellos antes se les había excluido de cualquier jui-cio vinculado con sus crímenes durante la dictadura militar, porque estaban protegidos por las ahora derogadas leyes de Punto Final y Obediencia Debida, aprobadas en favor de los mandos subalternos en 1986 y 1987.

El prestigio brindado por tantos triunfos, permitió que en los co-micios legislativos de inales de Octubre del 2005 el peronismo

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resultara vencedor, y en ese partido Kirchner emergiera como su líder indiscutible. Pero además, en dicha fuerza política se había engendrado una metamorfosis, pues al margen de la vieja institu-cionalidad partidista el presidente argentino había organizado una estructura paralela y propia que denominó “Frente para la Victo-ria”, el cual logró el 70 por ciento de los cargos en discusión en el Senado. Con este respaldo electoral el primer mandatario hizo nuevo énfasis en la integración latinoamericana, lo cual se expre-só en su decidido apoyo junto a Venezuela, Uruguay y Cuba, al surgimiento del canal televisivo continental conocido como Telesur. También se relejó en su preocupación porque el vigorizado Merco-sur no fuera meramente un acuerdo económico, sino una palanca efectiva en promover dentro de la región el poder popular, median-te una alianza de la llamada clase media con los trabajadores, que incluyese a los intelectuales y a los empresarios nacionales. Y así mismo se evidenció en su respaldo a la creación del Banco del Sur, cuya acta de nacimiento se irmaría en Buenos Aires el último día de su ejecutoria presidencial.

En ese promisorio contexto, a ines del 2007 se acometió un nuevo proceso de elecciones presidenciales, para el cual de inmediato la senadora Cristina Fernández –con tres décadas de militancia en lo más avanzado del peronismo- encabezó las encuestas como candi-data del Frente para la Victoria. Recogía los resultados de la exitosa gestión gubernamental de su esposo –Néstor Kirchner-, y proponía en sus aiebrados discursos combatir la pobreza y el desempleo, a la vez que aseguraba mejoraría la salud pública y la educación. Tam-bién, en más de una oportunidad airmó que la república había re-gresado a Latinoamérica, después de habérsele hecho creer en una falsa asociación con los países grandes y poderosos. Y con sencillez añadía, que antes deseaba transformar al mundo, y ahora sólo de-seaba cambiar a su país y al sub-continente.

En los comicios Cristina obtuvo una amplia ventaja sobre todos los demás aspirantes, con lo cual se convirtió en la primera mujer electa

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para la presidencia de esta nación, en la que gobernaría con un Con-greso integrado por una mayoría de sus partidarios. Poco después, al asumir el 10 de diciembre de ese año el mando del poder ejecuti-vo, aseguró que durante su cuatrienio lucharía por una Argentina digna, con soberanía política, independencia económica y justicia social, en marcha hacia una América Latina cada vez más integrada.

Una vez en la presidencia, la Fernández impulsó una campaña para sustituir importaciones mediante el auspicio a las producciones lo-cales. Luego, con el propósito de obtener inanciamiento para sufra-gar sus ambiciosos proyectos sociales, anunció un nuevo impuesto móvil que gravaría diferenciadamente los beneicios de los agro-pecuarios exportadores. Pero en vez de dialogar, los afectados se lanzaron en marzo del 2008 a la confrontación, aglutinados en una Mesa de Enlace que coordinaba a las cuatro entidades de propieta-rios rurales. En ellas se agrupaban tanto pequeños y medianos ha-cendados como grandes, pues el gobierno no logró isurar el interés de los oligarcas del de los demás; quienes protestaban se mantuvie-ron unidos en sus bloqueos de carreteras con paros a camiones con alimentos –granos y carnes-, lo cual ocasionó fuertes desabasteci-mientos y escaceses con el consiguiente disgusto de la población. En deinitiva tres meses más tarde, al ser discutida la ley en el Con-greso, la votación fue contraria al proyecto lo cual dividió las ilas del gobierno y de su partido. Entonces se formó un “peronismo di-sidente” –opuesto a la política estatizadora oicialista-, con iguras como el millonario Francisco de Narváez, el exgobernador de Santa Fe –Carlos Reutemann- y el propio vicepresidente de la República Julio Cobos, que acusaron a los Kirchner de “rigidez política”, y se aliaron al conservador partido PRO encabezado por el acaudalado empresario Mauricio Macri. Esto debilitó las ilas del gubernamen-tal Frente Justicialista Para la Victoria –cuyo lema electoral era:”pro-fundizar el cambio”-, lo cual se manifestó en los resultados de los importantes comicios legislativos parciales de mediados del año si-guiente. En ellos el propio ex-presidente cedió ante Narváez en sus

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aspiraciones por lograr una diputación nacional, y el FJPV perdió su mayoría en ambas cámaras del Congreso. Kirchner de inmediato aceptó su derrota y entregó la conducción del partido al goberna-dor de Buenos Aires, Daniel Scioli. Poco después otra puja política empezó a acaparar la atención pública, cuando ante el Congreso en funciones –cuya composición precedente se mantenía hasta di-ciembre- se presentó el proyecto sobre “Regulación de los Servicios de Comunicación Audiovisual”. Enseguida todas las grandes cade-nas periodísticas y televisivas se lanzaron con frenesí contra lo que llamaban “Ley Mordaza contra la libertad de prensa”, porque de ser instituída quedarían prohibidos los monopolios en esa impor-tante esfera, que de esa manera sería democratizada. Finalmente, a principios de Octubre la novedosa legislación fue aprobada, con lo cual se derogó una de las leyes más elitistas que emitiera la última dictadura; en el futuro dicha actividad se tendría que dividir en tres áreas: la privada, la pública o estatal, y la social.

En el ámbito latinoamericano, luego del congelamiento de relaciones entre Venezuela y Colombia –a causa de las bases militares cedidas por este país a Estados Unidos-, Argentina respondió solícita al reclamo del presidente Chavez de fortalecer la cooperación recíproca. Por tal motivo, y en el marco del bicentenario del mutuo inicio de las luchas independentistas, los gobiernos de Buenos Aires y Caracas irmaron 22 acuerdos que duplicarían con creces el intercambio comercial, y a la vez consituirían empresas mixtas –con transferencia de tecnología- en áreas tan importantes como la farmacéutica y la agricultura. En esta última se destacaba la exportación de leche, lo que permitiría a la red comercializadora estatal venezolana incrementar su venta –a precios solidarios- del vital producto alimenticio al pueblo.

X.4) De los Tupamaros al Gobierno del Frente Amplio en Uruguay

En Uruguay, la represión fascista del ejército empezó a ser puesta en jaque por el reinicio de las movilizaciones populares, en buena parte impulsadas por el proscrito Frente Amplio. Con el objetivo de

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brindar una salida política al régimen que se deterioraba, la cúspide militar decidió en 1980 legalizar los tradicionales partidos Blanco y Colorado, a la vez que elaboraba una Constitución nueva. Pero ésta fue rechazada en un referéndum, por lo cual hubo que realizar un recambio en la cúpula gobernante. El general Gregorio Álvarez, nuevo ocupante del ejecutivo, convocó entonces a elecciones para el año 1984, en las cuales –sin embargo- las fuerzas armadas se re-servaban la posibilidad de vetar a los candidatos que no fueran de su agrado. En esas condiciones, en Marzo de 1985 el colorado Julio María Sanguinetti ocupó la presidencia y al año dictó una ley de amnistía para los militares que hubieran atropellado los derechos humanos durante los años de dominio castrense. Después, en 1989 tuvieron lugar elecciones municipales, en las que un militante del Partido Socialista y líder de la coalición Encuentro Progresista –lla-mado Tabaré Vázquez-, ganó en la importantísima Intendencia de Montevideo. ¡Por vez primera se rompía en dicha ciudad la tradi-cional hegemonía bipartidista “colorado-blanca”! Ese trascendental acontecimiento indujo al Frente Amplio encabezado por su fun-dador y dirigente, el general (retirado) Líber Seregni, a celebrar al poco tiempo un decisivo Congreso en el cual se acordó fortalecer su política de alianzas a partir de criterios antioligárquicos, antim-perialistas e integradores de América Latina, rumbo a un proyecto nacional, popular y democrático. De este modo se pudo efectuar la unión de ambas organizaciones, encabezadas a partir de 1996 por Tabaré dada la jubilación de Seregni.

La democratización del país

Los éxitos en la conducción de los asuntos públicos de la capital bajo la égida del EP-FA produjeron tal crecimiento electoral de la iz-quierda, que en los comicios generales de 1999 ella estuvo a punto de imponerse en la referida lid. Esto se explica porque dicha urbe, que representaba el corazón económico del país y albergaba la mi-tad de su población, experimentó bajo el nuevo gabinete municipal considerables transformaciones tales como: una efectiva descentra-

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lización democrática, la equitativa redistribución de los impuestos y recursos llevada a cabo con verdaderos preceptos de justicia so-cial, una profunda reforma del aparato estatal en el ayuntamiento, así como el desarrollo de vastas obras de infraestructura citadina. Esos avances contrastaban con el fracaso de la política neoliberal del gobierno republicano, que privilegió la actividad inanciera so-bre la productiva, abrió el mercado nacional a las importaciones y provocó la ruina de muchos pequeños y medianos propietarios, aumentó el desempleo y devaluó los salarios, mientras buena parte del proverbial y considerable patrimonio estatal se vendía a precios irrisorios a grandes inversionistas nacionales y sobre todo extran-jeros, mediante un muy cuestionable proceso de privatizaciones. Además la debacle económica argentina, principal socio comercial del Uruguay, signiicó una catástrofe para los orientales pues inclu-so el vital lujo turístico de los vecinos se redujo de manera consi-derable. Entonces el gobierno colorado tomó adicionales disposi-ciones restrictivas con los sueldos públicos y los subsidios sociales, lo cual agravó la miseria de los humildes e incluso la de muchos de los que hasta entonces habían pertenecido a los estratos medios de la sociedad. En ese deplorable contexto el país se aproximó a nue-vas elecciones, para las cuales Tabaré lanzó un llamado Proyecto de Reconstrucción Nacional sintetizado en el lema de un Uruguay Social y Mejor, en interés de las grandes mayorías dado que un ter-cio de los habitantes vivía en la pobreza y cien mil en la indigencia, la mitad de las personas carecía de seguridad social, y trescientos mil seres humanos no tenían cobertura médica. Al mismo tiempo el salario mínimo era sólo ya la cuarta parte del existente casi cua-tro décadas atrás, y con apenas tres millones de pobladores, unos treinta y cinco mil de ellos emigraban anualmente, en primer lugar los jóvenes. Con ese trasfondo, en los comicios nacionales de no-viembre del 2004 la aún más ensanchada coalición, ahora denomi-nada Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nuevo Espacio, obtuvo el 50.45 por ciento de la votación y ganó la presidencia.

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Éxitos electorales del Frente Amplio

En febrero del 2005 Tabaré conformó su gabinete con representantes de las distintas fuerzas de izquierda que integraban su vasta alian-za electoral, entre cuyos componentes sobresalía el legendario José Mujica –más conocido como “El Pepe”-, uno de los fundadores del Movimiento Tupamaro, y Senador electo con una avalancha de vo-tos. El nuevo equipo gubernamental de inmediato puso en marcha un plan de emergencia social a favor de los desvalidos y afectados por el neo-liberalismo, restableció con Cuba plenas relaciones di-plomáticas –rotas por el colorado Jorge Batlle, su predecesor en la presidencia-, apoyó multifacéticamente la integración latinoameri-cana, impulsó el esclarecimiento de los horrendos crímenes cometi-dos durante la dictadura militar, dictó la jornada de ocho horas para los trabajadores rurales, y auspició el comercio con China que se convirtió en el tercer socio comercial –en rápido ascenso- del país, después de Brasil y Estados Unidos.

En Uruguay, el gobierno del Frente Amplio logró que se recono-ciera al Estado gobernado por los militares como responsable de prácticas terroristas, de todo tipo de represiones, de violación de los derechos humanos y delitos de lesa humanidad durante los horri-bles años de la dictadura castrense. En consecuencia, se ofrecieron reparaciones gubernamentales a los afectados por dicha política, y se argumentó que los tribunales deberían enjuiciar a los culpables. En ese ambiente, la República Oriental se encaminó al importante proceso electoral del 25 de octubre del 2009, para el cual se oicia-lizaron 17 precandidatos presidenciales por ocho partidos. Dos de ellos, José Mujica y Danilo Astori –destacado profesor universita-rio- representaban al Frente Amplio, en cuyo gobierno habían fun-gido como ministros de Agricultura y Economía, respectivamente. Los otros con verdaderas posibilidades electorales –el neoliberal ex-mandatario (de 1990 a 1995) Luis Alberto Lacalle, y el senador Jorge Washington Larrañaga- militaban en el conservador Partido Nacional o Blanco, principal fuerza de la oposición en Uruguay.

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Finalmente ambas duplas fueron oicializadas mediante comicios internos en las dos organizaciones, que escogieron al viejo ex-preso político –14 años en la cárcel- y al antiguo presidente derechista, como aspirantes al poder ejecutivo durante el período 2010-2015. En su campaña electoral, el antiguo guerrillero hizo énfasis en el desarrollo, la equidad, la integración interna y externa, la transpa-rencia en la gestión pública y la seguridad de la ciudadanía, como bases de su programa gubernamental, que incluía el diálogo so-cial como propulsor de las relaciones laborales. Mientras, Lacalle insistía en privatizar u oponerse a más estatizaciones, y además era férreo enemigo del plebiscito sobre la vigente Ley de Caducidad, que impedía juzgar a ex-militares y policías acusados de violar los derechos humanos en tiempos de la dictadura. Pero ante las pers-pectivas de un triunfo popular en este último aspecto, la Corte Su-prema Constitucional –indolente hasta entonces- pocos días antes de los mencionados comicios, declaró ilegal la referida legislación de amnistía. Esto abrió la vía para enjuiciar a dichos represores, que para sus actividades criminales se habían escudado en el uniforme de los cuerpos armados.

En la primera vuelta electoral, Mujica y Astori superaron por am-plio margen a todos los demás aspirantes pero sin alcanzar el de-initivo cincuenta por ciento más uno de los votos. Esto los llevó a una segunda ronda, en la cual de sumársele las simpatías de las organizaciones de izquierda que se presentaron en la anterior con candidatos propios –aunque sin esperanza alguna de triunfar-, el Frente Amplio retendría la presidencia. Parecía así posible que se convirtiera en realidad, el ocurrente graiti escrito en un muro de Montevideo en el cual se podía leer: “Cuidado oligarcas, un sin cor-bata puede entrar en el Palacio Presidencial”. Y sucedió, debido a que en la segunda votación –el 29 de noviembre- el binomio “fren-teamplista” obtuvo el 51,2 por ciento de las simpatías electorales, con una ventaja de siete puntos sobre el candidato derechista.

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X.5: De la caída del Ché en Bolivia al Gobierno del MAS con Evo Morales

En Bolivia, desde el asesinato del Che la evolución de la sociedad es-tuvo caracterizada por el protagonismo político directo de las fuer-zas armadas, cuyo más prolongado y represivo exponente fue el ge-neral Hugo Bánzer. Durante su septenio gubernamental (1971-78), este individuo hizo su mayor énfasis en impulsar la colonización y desarrollo de Santa Cruz, Beni y Pando, departamentos donde se multiplicaron haciendas ganaderas y modernas plantaciones de arroz o azúcar u otros cultivos intensivos exportables, como la soya. Entonces, debido al contraste con el estancamiento económico del Altiplano, muchos grandes propietarios del Este del país comen-zaron a acariciar ideas autonomistas, por no mencionar algún que otro delirio de independencia “camba” (oriental). Al inicio del go-bierno de Bánzer (1971) se creó la Confederación Nacional de Colo-nizadores de Bolivia –ailiada a la COB-, a la vez que paralelamente se celebraba el VI Congreso de la Confederación Nacional de Cam-pesinos de Bolivia, donde fue electo como su Secretario Ejecutivo Genaro Flores Santos –con amplia experiencia previa en la referida COB-, quien asimismo tenía sólidos vínculos con el movimiento ai-mará Tupac Katari. Pero el auge de los precios del estaño en esos momentos permitió multiplicar el salario de los mineros, lo cual diicultó el ascenso del sindicalismo agrario, cuyos ailiados aluían a la –momentáneamente atractiva- actividad extractiva. A los sie-te años, sin embargo, el desplome de dichas cotizaciones revirtió el contexto político, lo que permitió a la mencionada organización rural rechazar el Pacto Militar-Campesino, que se deshizo. Luego, en 1979, bajo los auspicios de la COB se conformó la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos, que acogió a quienes por un tiempo se habían convertido en asalariados del subsuelo, de-clarados cesantes en las minas después. Muchos de éstos retornaron entonces a sus lugares de origen, pero otros empezaron a colonizar las zonas bajas del país. Así esos obreros se recampesinaron, pero

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sin olvidar la concientización proletaria que habían experimentado a lo largo de muchos años.

A partir de 1982 viejos politiqueros civiles que habían sido auspi-ciados por la Revolución acaecida treinta años antes, como Hernán Siles Suazo y Víctor Paz Estensoro, retornaron al poder ejecutivo. Durante sus nuevos períodos gubernamentales, ellos mismos re-virtieron la política económica que habían practicado previamente; acometieron la privatización de las empresas estatales –en primer lugar las mineras-, lo cual facilitó que cesantearan a unos treinta mil trabajadores, y se les desplazara de los campamentos en los cuales habían morado junto con sus familias. Los despedidos entonces se recampesinaron también, llevando consigo las experiencias acumu-ladas durante su vida anterior. Esto propició que en 1986 se irmara en Cochabamba un Pacto Minero-Campesino, que dio inicio a una importante alianza de clases. A la vez, de una parte de los obreros recampesinados surgió el movimiento cocalero, cuyos cultivos ini-cialmente se dedicaban al consumo local, pero que de forma gradual se extendió a la selva y a El Chapare, en el central departamento de Cochabamba. Desde dichas áreas se exportaba a mercados foráneos para transformarse en cocaína. Entonces el narcotráico tomó auge, lo cual multiplicó el precio de la “hoja sagrada”, que se convirtió en el centro de la economía de la región.

Los mencionados añejos gobernantes del MNR pronto fueron des-plazados por una generación más avezada en las intrigas y com-ponendas parlamentarias, representable en un sobrino de Víctor llamado Jaime Paz Zamora. Ese individuo de tortuosa vida ideo-lógica, empujaba hacia la derecha al que ya no se debía denominar Movimiento de Izquierda Revolucionaria, con el cual presidió los asuntos de la República durante un cuatrienio. Expirado su manda-to en 1993, fue electo presidente el neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada –más conocido como “El gringo”, por su pro-americanismo y forma de pronunciar el castellano-, destacado multimillonario in-tegrante de la élite neo-oligárquica, quien privatizó el resto de las

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empresas estatales –como los ferrocarriles-, redujo los gastos socia-les así como los de educación, y cerró yacimientos de estaño adu-ciendo los bajos precios internacionales de dicho mineral. Tras él, y por la vía electoral gracias al apoyo de Zamora y su desprestigiado MIR, retornó al elevado cargo ejecutivo el ex-dictador Hugo Banzer.

El Movimiento Cocalero

En ese contexto, en Bolivia se desarrolló el mayor empuje de la Confederación Sindical Unitaria de Trabajadores Campesinos Bo-livianos, dirigida por Genaro Flores Santos, que se esforzaba por impulsar la resistencia de los indígenas cultivadores de coca contra las pretensiones de erradicar ese tradicional cultivo; lo hacía esgri-miendo la ideología del legendario caudillo aimará Tupac Katari, sintetizada en sus cuatro preceptos básicos de: Ama Sua, Ama Llu-lla, Ama quella (no robar, no mentir, no ser vago) y ser siempre so-lidario con los compañeros en su lucha por la dignidad o contra las injusticias. A partir de la referida base sindical, en 1995 se en-riqueció el panorama partidista del país al surgir el denominado Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos, muy fuerte en la región de El Chapare, donde enseguida participó en los comicios municipales con el membrete de Izquierda Unida bajo la conduc-ción del aimará Evo Morales Ayma. Tras obtener medio centenar de concejales y diez alcaldías en el departamento de Cochabamba, el IPSP-IU se metamorfoseó en el Movimiento Al Socialismo. Éste se enfrentó en 1998 a la mal llamada “guerra contra el narcoterroris-mo”, cuando el presidente Banzer lanzó a cinco mil soldados encua-drados por oiciales estadounidenses a destruir treinta y ocho mil hectáreas de la controversial hoja de coca, en una acción que pro-vocó decenas de víctimas. Con ese prestigio el MAS, paralelamente al movimiento quechua Pachacuti –encabezado por Felipe Quispe Huanta, el Mallkú o Condor- acudieron a las elecciones del 2001 con el lema de “Votar por nosotros mismos”, en un confesado empeño mutuo por lograr que la mayoritaria población indígena dejara de ser escalera política de la tradicional y corrupta partidocracia van-

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güardista, sectaria y vertical, para iniciar así el tránsito hacia la an-helada sociedad descentralizada, tolerante, lexible, anti-estatista y profundamente democrática de sus sueños. En deinitiva en dichos comicios el MAS quedó en segundo lugar, pues de nuevo Sanchez de Lozada logró la presidencia en alianza con el MIR. Pero desde el inicio su retorno al poder ejecutivo tuvo un desempeño muy dis-tinto al de su primer cuatrienio; ya se desarrollaba en Cochabamba un poderoso movimiento contrario a privatizar en manos de una transnacional el agua de la ciudad, y los sistemas de riego campe-sino tradicionalmente administrados por los ayllus como pertene-cientes al bien público de las comunidades. Y en respaldo a ellos, la población del Altiplano encabezada por el movimiento Pachacuti realizó imponentes marchas y bloqueos de carreteras; reclamaban también reconstruir el Kollasuyo, con sus comunidades o ayllúes y bajo su bandera de siete colores a cuadros o Wiphala. A ellos pronto se sumó la movilización de maestros así como de obreros y coope-rativistas en defensa de sus ingresos. De esta forma se suscitó un ambiente generalizado de reclamos que exigía la renacionalización de los hidrocarburos así como profundas reformas político-econó-micas, tal vez sintetizables en la demanda de convocar a una Asam-blea Constituyente para “refundar” el país. Después la creciente oleada de protesta comenzó a reclamar la renuncia del “gringo”, acusado de ordenar las masacres represivas que habían ocasionado cientos de víctimas. Hasta que el 17 de octubre el presidente aban-donó el poder y se refugió en Estados Unidos. Apenas año y medio logró mantenerse en el poder el sustituto legal, que tampoco pudo detener las constantes manifestaciones opositoras, por lo cual en ju-nio del 2005 cedió su puesto en el Palacio Quemado a un ex-titular de la Corte Suprema de Justicia, el cual anunció elecciones genera-les anticipadas. Éstas fueron ganadas por Evo Morales, candidato del MAS, con el 53.8 por ciento de los votos, quien ascendió a la presidencia el 22 de enero del 2006.

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Transformación del país

El nuevo mandatario de Bolivia a los tres meses nacionalizó los hi-drocarburos, convocó para julio una Asamblea Constituyente, pro-puso un Tratado de Comercio de los Pueblos como complemento del ALBA, al que esta República se sumó tras lograr cierta asocia-ción con el MERCOSUR. Después, el gobierno rindió homenaje al Che Guevara en el septuagésimo octavo aniversario de su natali-cio, allí en la Higuera, donde un digno memorial se construyó a los treinta y nueve años de su asesinato.

En Bolivia, la presidencia de Evo Morales aumentó los salarios mí-nimos, impulsó la electriicación rural, culminó el proceso de alfa-betizar a toda la población, estableció la llamada “Renta Dignidad” o ingreso vitalicio para las personas de la tercera edad, así como el bono “Juancito Pinto” –niño héroe de la Guerra del Chaco- con el objetivo de evitar la deserción escolar, así como ayuda económica a más de sesenta mil mujeres gestantes y sus hijos de hasta dos años de edad. La nacionalización de importantes empresas y recursos naturales permitieron que el crecimiento económico superase el 6 por ciento anual, y que el Estado contara con 1 800 millones de dó-lares destinados a la inversión pública; a la vez, la República llegó a disponer de ocho mil millones de dólares como reserva en divisas convertibles, lo cual quintuplicaba la cifra heredada del gobierno anterior. Entusiasmados por tantos éxitos, el 25 de enero del 2009, el 61.4 por ciento de los votantes aprobaron el nuevo texto consti-tucional. Éste metamorfoseaba a la República en el unitario y nove-doso Estado Plurinacional de Bolivia, que reconocía la existencia de una sociedad intercultural, descentralizada y con autonomías, que retomaba la idea bolivariana de instituir un cuarto poder –el elec-toral-, y señalaba que la máxima extensión de tierras de propiedad personal eran 5 000 hectáreas. Además, la nueva Ley Suprema pro-tegía los derechos de los ayllúes o comunidades originarias con sus bienes colectivos, a la vez que respetaba la propiedad privada y la libertad religiosa. Dicho texto garantizaba también el respeto a los

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derechos humanos, el acceso a los servicios de salud, a la educación y el empleo, así como al agua potable, mientras prohibía que se es-tableciera cualquier base militar extranjera en el país. De inmediato se acometió la creación de un padrón biométrico que abriera el ca-mino para el registro de votantes –4.8 millones, así como 200,000 en el extranjero-, con vistas a los comicios generales a celebrarse el 6 de diciembre; sus objetivos eran, seleccionar las nuevas autoridades, y expresarse en los referendos sobre autonomías –asentamientos in-dígenas, municipios, departamentos- y descentralización estatales. Después se conoció que Cochabamba había sido designada sede de la VII reunión del ALBA –redenominada Alianza, en vez de Al-ternativa-, donde paralelamente se celebraría un foro de los movi-mientos sociales de Latinoamérica; éste no tendría en esa oportuni-dad el propósito de protestar contra los regímenes abusivos, sino el de apoyar los procesos de cambio progresistas o revolucionarios en la región. Poco más tarde, durante las conmemoraciones por el 30 aniversario de la CSUTCB, Morales anunció que su gobierno había destruído casi 17 mil hectáreas de coca, supuestamente destinadas a la producción de droga. Con ello ripostaba las acusaciones nor-teamericanas de que Bolivia laqueaba en la lucha contra ese abo-minable lagelo, argumento por el cual le retiró a esta República andina los beneicios comerciales que se habían otorgado al régi-men precedente. Pero entonces la solidaridad latinoamericana se manifestó, pues Brasil y Venezuela –seguidas de Chile- enseguida le ofrecieron a este hermano país facilidades –como aranceles cero-, y otras medidas muy favorables que compensaron con creces el daño hecho por Estados Unidos, cuyo embajador al mismo tiempo fue expulsado por entrometerse en los asuntos internos bolivianos; desde su inmunidad diplomática, dicho individuo criticaba dife-rentes decisiones presidenciales, como el anuncio de la próxima es-tatización de las foráneas empresas eléctrica y ferroviaria. Entre los créditos recibidos de naciones vecinas sobresalían los de Brasil, que entregó casi cuatrocientos millones de dólares para la construcción de aeropuertos, canales luviales, tres gigantescos puentes –sobre

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caudalosos aluentes del Amazonas-, ferrocarriles y carreteras. En-tre éstas descollaba el colosal proyecto de un corredor bioceánico, que a través del territorio boliviano uniría los puertos de Iquique –en Chile- con el de Santos en Brasil. También entonces se dejó sa-ber que Corea del Sur incrementaba sus compras de plomo, plata y zinc boliviano hasta representar la mitad del valor de todos los minerales bolivianos exportados, cuyo monto se había triplicado hasta 6,500 millones de dólares. A la vez la empresa LG de ese país asiático informó que estaba dispuesta a colaborar –con la Bolloré francesa y las japonesas Sumitomo y Mitsubishi- en la explotación de los valiosísimos yacimientos de litio, elemento imprescindible en todo lo referente a equipos electrónicos o de computación y ba-terías o acumuladores; Bolivia posee el 50 por ciento de las referidas reservas mundiales.

En ese contexto, la Comisión Nacional Electoral comunicó el regis-tro de ocho fuerzas políticas inscritas para los próximos comicios, cuyo espectro abarcaba desde la derecha y los separatistas –de la Media Luna- hasta Evo Morales. Éste destacó en su campaña que en el MAS convergían mujeres, profesionales, ex-militares, dirigen-tes sociales, indígenas y representantes de la llamada clase media. Acerca de dicho estrato, el presidente boliviano destacó la impor-tancia de construir lazos de conianza entre su partido y sectores empresariales e intelectuales, así como con las juventudes citadinas, para mejor servir al pueblo. Y anunció que de ser reelecto, gracias a los ingresos provenientes de los grandes consorcios estatizados, se brindarían facilidades crediticias a las pequeñas y medianas empre-sas y se implantaría un seguro de salud universal y gratuíto para tres millones de personas. También en dicho proceso convocó a los abogados del país a llevar a cabo una revolución profunda en el Poder Judicial. La misma debía acabar con los jueces y iscales que estuviesen atados a intereses políticos caducos y no protegieran al pueblo y al Estado.

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Con semejantes anticipos pocos dudaban de que Evo Morales triun-fara en sus empeños por reelegirse, para impulsar –aún más- la re-volución. Y sucedió así el domingo 6 de diciembre, cuando la dupla presidenciable del MAS obtuvo por encima del 63 por ciento de los votos. Al mismo tiempo sus simpatizantes elegidos para el Congreso rebasaron los dos tercios del total de diputados, lo cual le brindaba a esa militancia la posibilidad de controlar dicha instancia legislativa en cualquier situación. Ello resultaba una garantía para poner en pleno funcionamiento la nueva Constitución Plurinacional, y emitir enseguida las correspondientes e imprescindibles leyes complemen-tarias. Sin lugar a dudas, para Bolivia una era nueva comenzaba.

X.6: Del Pinochetismo a la Presidencia de la Bachelet en Chile

En Chile, tras casi un lustro de cruel represión, el régimen fascis-ta del general Pinochet realizó una farsa plebiscitaria en enero de 1978, con el propósito de emitir un remedo de constitución. Ese texto planteó que las atribuciones extraordinarias del presidente en función serían prolongadas hasta 1989; suprimió la democracia re-presentativa; liquidó cualquier forma de participación efectiva del pueblo en el ejercicio del poder; otorgó las tradicionales funciones legislativas a una cúspide militar; estableció períodos presiden-ciales de ocho años de duración. Pero la violenta crisis económica mundial capitalista, corroyó aún más los vestigios de simpatías que el tirano y sus adláteres hubieran podido tener en algún sector so-cial no oligárquico. De esta manera, la creciente parálisis económica del país –810 empresas quebraron en 1982- fue acompañada de una rebeldía popular en ascenso; en el primer semestre de ese año, mas de ocho mil chilenos fueron detenidos por cuestiones políticas, y en el segundo dicha cifra casi se duplicó. Al mismo tiempo la deuda externa se elevó hasta 23,000 millones de dólares, y el desempleo alcanzó un nivel récord entre los países latinoamericanos: 18.6 por ciento de la fuerza laboral. Esta realidad auspició en mayo de 1983 la celebración de la Primera Jornada Nacional de Protesta, convoca-da por el Comando Nacional de Trabajadores, en la cual decenas de

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miles de personas se manifestaron en todo Chile contra Pinochet y su régimen. A partir de entonces se multiplicaron semejantes exte-riorizaciones de disgustos, aunque una sorda puja por encabezarlas se produjo entre las dos corrientes aglutinadoras de partidos po-líticos; en septiembre de 1983 se organizó el Movimiento Popular Democrático, cuyos integrantes mayoritarios eran los socialistas y comunistas así como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, no admitidos en la llamada Alianza Democrática. Ésta había sido formada un mes antes por fuerzas de carácter burgués centristas, encabezadas por la Democracia Cristiana, con el propósito de su-primir la tiranía mediante una “transición pacíica y ordenada” al régimen democrático. Al poco tiempo, sin embargo, la oposición comprendió que cualquier exclusión servía en primer lugar al régi-men, por lo cual en marzo de 1984 se fundó el Comando Unido de Movilización Social, debido al acuerdo de realizar acciones conjun-tas por parte de ambas tendencias políticas. Bajo este signo se llevó a cabo la Octava Jornada Nacional de Protesta por cientos de miles de personas, cuya composición social se amplió mucho; junto a los asalariados desempeñaron notable papel en el paro, comerciantes, taxistas y propietarios de autobuses. Se empezó a estructurar así un contexto nuevo en la resistencia, debido al cual incluso la Iglesia Católica llamó a buscar una salida política a la crisis, “para evitar la violencia” –dijo-. El régimen, no obstante, comprendió que la situa-ción amenazaba con írsele de las manos, por lo cual decidió acome-ter una apertura limitada mediante un “pluralismo constreñido”. Esto signiicaba la imposición de restricciones ideológicas al excluir la participación de cualquiera que promoviese la lucha de clases. Así se abordaron las elecciones en los colegios de profesionales, las asociaciones estudiantiles y los sindicatos, con lo cual emergieron moderadas agrupaciones deseosas de resolver los conlictos me-diante negociaciones que permitieran llegar a compromisos para evitar la intervención de los militares. Coniado en su “democra-cia-tutelada”, en octubre de 1988 Pinochet convocó a un plebiscito para continuar en la presidencia por ocho años más. Pero fue derro-

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tado. Entonces el tirano diseñó un proceso de retorno a mecanismos representativos mediante un diálogo con la opositora Concertación de Partidos por la Democracia –compuesta por los Demócratas Cristianos, el Partido Socialista y el Radical-, al frente de la cual se encontraba el conservador Patricio Aylwin, un antiguo colaborador suyo. Se llevó a cabo de esa manera en 1989 una reforma a la Cons-titución “pinochetista”, que metamorfoseaba los rasgos más odia-dos del régimen. Pero el Consejo de Seguridad Nacional, la Corte Suprema, el Tribunal Constitucional, los directorios autónomos de las entidades estatales no privatizadas –como la Banca Central y la Corporación del Cobre-, continuaron siendo controladas por los adictos a Pinochet, quien anunció que seguiría al frente de las fuer-zas armadas por ocho años más.

Moderadas reformas constitucionales

En las elecciones generales celebradas para retornar a un gobierno civil triunfó el candidato de la CPPD –Aylwin-, quien ocupó la pre-sidencia a principios de 1990 y comenzó a gobernar en un régimen frecuentemente caliicado como “democracia supervisada”. Se le llamaba así porque a diferencia de los países que habían derroca-do el fascismo-militar, en esta república austral las fuerzas armadas habían regresado a sus cuarteles sin desmoralizarse y con Pinochet aún como su General en Jefe; desde ese cargo, él velaba por el man-tenimiento de las instituciones que su régimen había engendrado. Pero el ascenso de la lucha popular primero lo forzó a dejar su alta jerarquía en el ejército y luego lo envió a un arresto domiciliario, mientras se investigaban los delitos cometidos durante su tiranía; entonces los tribunales civiles comenzaron a enjuiciar a oiciales connotados por sus previas prácticas represivas. Entre éstos sobre-salía un odiado general retirado y ex-jefe de la ya disuelta y temida Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), quien inesperadamente denunció las criminales órdenes del ex-dictador. Dicha conducta y otras semejantes provocaron serias isuras entre la oicialidad en ac-tivo, e indujo a muchos políticos derechistas a distanciarse del “pi-

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nochetismo”. Esto facilitó que se iniciara un pleito contra el propio ex-tirano acusado de violar el pago de los impuestos, tras revelarse en el Senado de Estados Unidos que su fortuna personal acumulada fraudulentamente durante su régimen, superaba los cien millones de dólares. Y el desprestigio del ejército se incrementó al producirse el desastre militar que ocasionó la muerte de cuarenta y cinco jóve-nes reclutas, debido al excesivo rigor de la oicialidad durante un entrenamiento en las gélidas cimas de los Andes; esto a su vez oca-sionó nuevas divisiones en los mandos y provocó adicionales cen-suras realizadas por la sociedad civil. Dicho contexto propició que al inal de la presidencia del socialista Ricardo Lagos, el Parlamento aprobase reformas a la Constitución de 1980, debido a las cuales se puso in a la existencia de Senadores vitalicios y designados, así como a la inamovilidad de los jefes de las fuerzas armadas.

En el año 2005, en un país con seiscientos mil desempleados, hos-pitales públicos carentes de recursos, medio millón de estudiantes sin acceso a las universidades, se convocaron a las elecciones pro-gramadas para el poder ejecutivo, a las cuales acudieron diversos candidatos. Por el conservador Partido de Renovación Nacional se presentó el empresario Sebastián Piñera, dueño de una impre-sionante fortuna ascendente a mil doscientos millones de dólares; era el caudillo de los tres más grandes grupos económicos del país –Matte, Lucsic, Angelini-, cuyo patrimonio conjunto superaba los seis mil millones de dólares. Frente a él se alzó la igura de Mi-chelle Bachelet, militante del Partido Socialista, reprimida durante la tiranía e hija de un general asesinado por su idelidad al presi-dente Allende, la cual prometió combatir el desempleo y la injusta distribución de riquezas. Pero en los comicios del 11 de diciembre ella quedó a escasos puntos de alcanzar la mitad más uno de los votos, por lo cual tuvo que acudir el 15 de enero del 2006 a la se-gunda ronda, en la que deinitivamente se impuso. Esa victoria la pudo alcanzar gracias al apoyo electoral que en esa oportunidad le brindó una parte de la alianza de izquierda, conocida como Juntos

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PODEMOS (apocopación de Poder Democrático y Social), integra-da –entre otros partidos- por el Comunista y el Humanista, únicos legalizados dentro de ese conglomerado político.

La Revolución de los “Pingüinos”

El primer gran conlicto al que la nueva presidenta se enfrentó fue el de la “Revolución de los Pingüinos”, denominado así porque es-tuvo protagonizado por jóvenes de entre 14 y 17 años, quienes por su tamaño y uniforme escolar –chaqueta oscura, camisa blanca y corbata- se asemejaban a esos graciosos pájaros de la antártica chi-lena. Dicha adolescente masa estudiantil se lanzó a manifestar con-tra la política neoliberal, que había privatizado y comercializado las escuelas mediante la pinochetista Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza, que en esa esfera redujo al Estado a mero gestor inanciero; el referido reglamento jurídico colocaba al negocio esco-lar por encima del derecho a la educación, y permitía a los colegios discriminar a cualquier alumno sin justiicaciones. Por ello, desde inales de abril los “pingüinos” ocuparon escuelas y exigieron gra-tuidad en las pruebas de ingreso universitarias, así como beneicios en el pago del transporte y la eliminación de la deleznable ley edu-cacional. A las tres semanas el gobierno de la Bachelet negoció con la prestigiada dirigencia de los jóvenes rebeldes y asumió parte de las demandas. A la vez prometió mejoras en los alimentos de los co-medores y condiciones sanitarias e instalaciones deportivas de los establecimientos de enseñanza. Luego la mandataria reprendió a su gabinete por falta de sensibilidad y reconoció errores cometidos en el manejo de la crisis.

El segundo gran conlicto se engendró en la gigantesca mina cuprí-fera privatizada que tiene por nombre “La Escondida”, donde los trabajadores se declararon en huelga para que se investigara po-sibles fraudes al isco, a lo cual pronto se añadieron peticiones de mejoras salariales. El problema para el gobierno residía en que las leyes pinochetistas en vigor diicultaban mucho su participación en

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cualquier conlicto que surgiera –entre los trabajadores y la patro-nal- en una compañía transnacional. Pero inalmente los dos mil asalariados de esa enorme empresa que producía el 20 por ciento del cobre chileno vieron satisfechas sus principales demandas y re-gresaron al trabajo, conscientes de que ensanchaban el camino de lucha abierto por los ahora famosos “pingüinos”.

El colofón al nuevo ambiente que se empezaba a respirar en el país tuvo lugar poco después, al ocurrir la muerte del ex-dictador, pues el gobierno anunció que no se le rendiría homenaje alguno. Pese a ello, la cúspide de las fuerzas armadas decidió rendir honras fúnebres a quien había sido su General en Jefe durante un cuarto de siglo. Y en dicha ceremonia el capitán Augusto Pinochet Molina, nieto del difunto, con la anuencia del general Ricardo Hargreaves, emitió una declaración pública loatoria al fallecido y a su inconstitucional golpe de Estado contra Allende. Ante lo acontecido, la presidenta exigió prontas medidas disciplinarias, por lo cual de inmediato ambos fue-ron dados de baja del ejército. No obstante la rapidez de los mandos en ejecutar lo ordenado, muchos pensaban que eso no garantizaba la inexistencia de simpatías hacia el pinochetismo en la alta oicialidad; estimaban que dichos elevados mandos castrenses se encontraban en discreto entendimiento con: los tres bloques económicos neo-oligár-quicos, la curia eclesiástica y los políticos de derecha.

En Chile, el complejo equilibrio que el gobierno de la Bachelet tuvo que practicar entre los diferentes factores sociales, no impidió que durante su período presidencial se redujeran los niveles de pobre-za y se trabajara para establecer un moderno sistema de seguridad social, orientado a pensionados o ancianos. También se desarrolla-ron novedosos programas de salud, así como se inauguraron Casas Cunas y se brindó un buen apoyo a las embarazadas. Durante esos años, en la educación cuatro de cada diez estudiantes llegaron a la universidad, y de ellos siete de cada diez fueron los primeros de su familia en lograrlo. Además, se preparó una reforma constitucional para reconocer oicialmente la presencia de aborígenes en Chile, lo

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cual le brindaría a la República un carácter multicultural. Vincula-do con esto, a 115 comunidades mapuches se les entregó 46 mil be-cas, así como 650,000 hectáreas de tierra. Sin embargo, estas dispo-siciones no satisicieron a los emergentes sectores más radicales del indigenismo, quienes soñaban con algún tipo de autonomía para La Araucania. Tampoco se olvidó censurar al régimen de Pinochet, ni a sus consecuencias. “¡Nadie puede negar, desconocer, minimi-zar o banalizar la tragedia de las violaciones de los derechos huma-nos en Chile!”, exclamó la presidenta; con esas palabras anunció la apertura del Museo de la Memoria –relacionado con las víctimas de la dictadura-, noticia que estuvo acompañada por el enjuiciamien-to de unos 120 ex-agentes de la DINA, que habían participado en los criminales operativos represivos: Cóndor, La Calle, Colombo y Caravana de la Muerte. Después la Bachelet promulgó la polémica –por las diatribas entre sus defensores y detractores- Ley General de Educación, luego de casi tres años de dilatados y complejos trá-mites en el Congreso. Pero a la vez diirió su veredicto, acerca de la convocatoria a una consulta ciudadana –en las elecciones generales del 13 de diciembre del 2009-, para decidir si se instalaba una cuarta urna en la cual los votantes expresaran su deseo sobre la convocato-ria a una Asamblea Constituyente.

Desde el punto de vista económico, lo más relevante durante esos años fue el desvío de las principales exportaciones cupríferas chi-lenas hacia China, convertida en el primer socio comercial –com-praba anualmente más de diez mil millones de dólares de dicho mineral- del austral país sudamericano.

X.7 De la ingobernabilidad al popular presidente Correa en Ecuador

Inluído –tal vez- por el nacionalismo revolucionario de los milita-res en las contiguas repúblicas de Panamá y Perú, el jefe del ejército ecuatoriano general Guillermo Rodríguez Lara llevó a cabo un gol-pe de Estado el 15 de febrero de 1972. Pronto dicho militar anun-

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ció un plan quinquenal de gobierno que abarcaría los sectores de agricultura, vivienda e industria. Acorde con esta concepción, en poco tiempo comenzaron a venderse al extranjero los crudos de los recién descubiertos yacimientos petrolíferos del oriente amazónico, propiedad de las trasnacionales, cuyo lujo convirtió al Ecuador en el segundo exportador de ese rubro en América Latina. Aunque di-chos ingresos iscales engrosaron las arcas del Estado e impulsaron el crecimiento económico hasta un seis por ciento anual, los benei-cios fueron mal distribuidos pues en el país se ensanchó la brecha entre ricos y pobres. No obstante, el militar-presidente defendió la soberanía ecuatoriana sobre los recursos naturales al imponerles un efectivo control estatal. Luego ingresó en la Organización de Países Exportadores de Petróleo, o cartel internacional que empezó a inci-dir de manera positiva en lo concerniente al mercado mundial del oro negro. Pero la gigantesca inlación y crecientes desigualdades sociales cambiaron la correlación de fuerzas al interior del ejército, por lo que tuvo lugar la sustitución de Rodríguez Lara por una Jun-ta Militar, que en 1979 celebró un referéndum para otra Constitu-ción y convocó a elecciones generales.

Los nuevos comicios fueron ganados por la alianza llamada “la fuerza del cambio”, estructurada por la Concentración de Fuerzas Populares junto a la reformista Democracia Popular, cuyos candida-tos eran el progresista Jaime Roldós Aguilera con Osvaldo Hurtado como vice. Pero al año el novel presidente murió en un enrevesa-do accidente de aviación nunca investigado. En esos momentos se producía un ascenso de la combatividad indígena en Ecuador, que había comenzado una década antes, cuando las masas rurales de la provincia de Chimborazo impulsaran las luchas contra los terra-tenientes cuasi-feudales o huasipungueros. Esta fuerza de trabajo semi-servil campesina entonces se había organizado en la Confe-deración de Pueblos Kichwa (quechua) del Ecuador, cuyo ejemplo con rapidez se generalizó por toda la república. Después los demás aborígenes también se agruparon, y en 1980 todos se estructura-

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ron en el Consejo Nacional de Coordinación de las Nacionalidades del Ecuador. Y a los seis años ésta se convirtió en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, sin iliación partidista alguna. La CONAIE abarcaba aproximadamente un tercio de los habitantes del país y estaba compuesta por instancias parroquia-les y provinciales. Luego ellas se unían según su procedencia, dada la existencia de tres grandes regiones: la de la Amazonía, donde además había muchos pobladores de las etnias shuar y ashuar; La Sierra, en la que predominaban los quechuas; y La Costa, en la cual surgió la Coordinadora de Organizaciones Indígenas y Negros, pues contaba con muchos adeptos de lejano origen africano, quie-nes eran numerosos por esa zona, y sobre todo en Esmeralda. La apolítica confederación de pobladores originarios se declaró inde-pendiente de cualquier gobierno de turno, sobre los cuales deseaba ejercer el máximo de presión para que aceptaran la educación bilin-güe y laica, una reforma agraria con tenencia comunitaria de las tie-rras, adecuada atención médica, respeto a los ancestrales derechos de los indígenas sobre su territorio, derogación de la odiada Ley de Colonización Amazónica.

Ineicaces presidentesEn mayo de 1984 nuevas elecciones colocaron en la presidencia ecuatoriana al conservador León Febres Cordero –rico empresario y caudillo de la vieja oligarquía, así como de los emergentes sectores inanciero y agroindustrial- a través de su Partido Social Cristiano; estaba en algún tipo de entendimiento con la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia, mediante el llamado Frente de Reconstruc-ción Nacional. Pero ciertos grupos de oiciales no veían con agrado al gobierno, por lo que promovieron diversas rebeliones fracasadas, incluso una en la que el propio mandatario estuvo apresado por unas horas. En el siguiente cuatrienio, la llamada Izquierda Demo-crática y su presidente Rodrigo Borja debieron enfrentar el agrava-miento de la crisis, provocada por las secuelas de una década de crecimiento económico casi nulo. Pero el inmovilismo se agudizó,

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al no cumplir el gobierno sus promesas de realizar grandes cambios socioeconómicos. Al revés, durante su gestión la deuda externa se agigantó y subió el costo de la vida, lo que revitalizó a la oposición y avivó las protestas de trabajadores e indígenas. Éstos realizaron una especie de levantamiento en 1990, que se intentó aplacar con el repartimiento de tierras en la Amazonía, lo cual contrastaba con la parálisis de la reforma agraria en la Sierra y en la Costa.

El descontento generalizado con la Izquierda Democrática auspi-ció el triunfo electoral en 1992 de la derecha, que a pesar de estar dividida ganó con el pro-estadounidense Sixto Durán Ballén y su conservador Partido de Unidad Republicana. Durante su campaña este individuo hizo suyos los postulados neoliberales formulados por Milton Freeman y sus colegas de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago. Éstos censuraban cualquier ingerencismo gubernamental en la economía y propugnaban privatizar las em-presas estatales, eliminar los déicits públicos y lograr una competi-tividad internacional mediante una apertura productiva, comercial y inanciera. Este proyecto respondía a una estrategia consciente-mente dirigida por Estados Unidos, para imponer un “nuevo or-den” mundial basado en la transnacionalización de la economía. De esta manera en América Latina se fortaleció la presencia de las grandes corporaciones extranjeras, cuya participación en las ventas de la región ascendió hasta el 38,7 por ciento, mientras que la de las empresas públicas disminuyó hasta el 19,1 por ciento.

Una vez en el gobierno, Durán anunció que modernizaría al Estado por medio de su reducción para así realizar un ajuste iscal que eli-minase los subsidios y elevase los precios a niveles internacionales. Claro, sin aumentar los salarios. Después cesanteó a miles de em-pleados públicos y privatizó empresas estatales, con el consiguiente despido masivo de trabajadores –caliicados de supernumerarios- lo que generó múltiples huelgas y manifestaciones. A la vez la co-rrupción alcanzó tal magnitud que el propio vicepresidente de la República –Alberto Dahik- fue enjuiciado, depuesto y desterrado.

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El colofón de dicho desastroso cuatrienio fue la desafortunada Gue-rra del Cóndor, desatada en enero de 1995 por el oportunista presi-dente peruano Alberto Fujimori, cuyas consecuencias afortunada-mente lograron ser atajadas a las pocas semanas con un acuerdo de paz deinitivo.En las elecciones de 1996 ganó el caudillo populista Abdalá Buca-ram Ortiz, quién había sido alcalde de Guayaquil y allí reprimiera con brutalidad al movimiento estudiantil. En contraste, El Loco –como se denominaba casi siempre al mandatario- de manera siste-mática se desplayaba contra la oligarquía y con rigor hacía cobrar puntualmente los impuestos a los burgueses, lo que rellenaba las arcas del isco. Pero desde un inicio su informal y arbitrario estilo de gobierno agudizó los conlictos regionales, y lo hizo topar con empresarios, sindicatos, pequeños propietarios e indígenas, a la vez que recortaba las subvenciones estatales al gas, la electricidad, los teléfonos, y la gasolina, cuyos precios se dispararon en ascenso.

En ese contexto se celebró una asamblea general de la CONAIE, que impulsó la creación del Movimiento Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País, con el propósito de que participara en los asuntos políticos ecuatorianos y ayudara desde el parlamento a lu-char contra la oligarquía capitalista neoliberal. Se dio así un consi-derable respaldo al esfuerzo popular en derribar a Bucaram, acusa-do en el poder legislativo de “incapacidad mental” y suspendido de sus funciones en febrero de 1997. En ese momento las marchas de la CONAIE-Pachakutik aumentaron las exigencias para convocar a otra Constituyente en un país convulsionado y casi sin gobierno, hasta que en mayo un referéndum aprobó la destitución deinitiva del semi-depuesto y errático mandatario. Entonces una Asamblea Nacional se dedicó a elaborar otra constitución, cuyo texto inal fue muy ambivalente; de una parte promovía que se privatizaran las empresas estatales subsistentes y reducía la representación popular en los órganos legislativos. Pero de la otra, ampliaba la ciudadanía a todos los ecuatorianos, reconocía la diversidad étnica del país, y

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aceptaba derechos especíicos para los aborígenes. Esto relejaba el ascenso de las concepciones culturales indigenistas que se expre-saban en creaciones literarias como la novela Huasipungo, y sobre todo por medio de la plástica cuyo más renombrado creador era Oswaldo Guayasamín.La Constitución de 1998 fue aprobada el mismo día que Jamil Ma-huad ocupó la presidencia del Ecuador, desde cuyo cargo privatizó empresas públicas, decretó mayores alzas de precios y sustituyó al Sucre como dinero oicial por el dólar, lo cual exasperó a las enar-decidas masas. Entonces éstas multiplicaron sus movilizaciones y levantamientos, hasta poner sitio al Congreso Nacional y la Corte Suprema de Justicia, tras lo cual se depuso al incapaz presidente, sustituido por un triunvirato que integraban: por la CONAIE, An-tonio Vargas; por las fuerzas armadas, el coronel Lucio Gutiérrez; y por la sociedad civil, el abogado Carlos Solórzano.

En el 2002 Lucio Gutiérrez con su llamada Sociedad Patriótica ganó abrumadoramente las elecciones generales, después de haber ilu-sionado al pueblo con la imagen de ser un émulo del popularísimo ex-coronel y ya presidente venezolano, Hugo Chávez. Sin embar-go, el oportunista e improvisado político ecuatoriano con el paso del tiempo demostró su oculta tendencia pro-estadounidense, pues apoyó al imperialista Plan Colombia que autorizaba al ejército nor-teamericano a establecer una base militar en Manta, desde la cual podían hostigar a las guerrillas de las FARC en el vecino país noran-dino. Al constatarse la burla se alteró el sentimiento de los ecuato-rianos hacia el voluble mandatario, por lo que desde principios del 2005 comenzaron multitudinarias movilizaciones en Guayaquil y Quito, en demanda de su destitución. En la capital, mientras los ma-nifestantes voceaban frente al Congreso Nacional el grito de “que se vayan todos” (los políticos), al interior del Palacio Legislativo la opositora Izquierda Democrática y los diputados de Pachakutik así como los socialcristianos, maniobraban para enjuiciar al presidente. Hasta que el 20 de abril se depuso a Gutiérrez, sustituido en el cargo

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por Alfredo Palacio. Aunque el ascendido vicepresidente no tenía iliación política, reconocía que resultaba imprescindible refundar el país, cuya población en un 80 por ciento vivía en la pobreza, des-coniaba de las instituciones tradicionales, rechazaba las negocia-ciones del derrocado mandatario para irmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, y exigía el cierre de la base nortea-mericana en Manta así como la convocatoria a otra Constituyente.

El Movimiento Alianza País

En ese convulso panorama Rafael Correa, joven ministro de econo-mía del novísimo gobierno y fundador del Movimiento Alianza País (apocopación de Patria Altiva y Soberana), anunció sus propósitos presidenciales para los comicios de octubre del 2006. A éstos, junto a él concurrieron otros doce candidatos, entre los cuales descollaba el riquísimo magnate bananero (poseedor de más de mil millones de dólares) Álvaro Noboa con su Partido Renovador Institucional. En sus discursos y polémicas sobre las elecciones, este viejo políti-co defendía la privatización de las restantes empresas públicas y el desmontaje de las leyes laborales. Mientras, el carismático aspirante de PAÍS proponía una Revolución Ciudadana, que inspirada en Bo-lívar y Eloy Alfaro (197) tomara rumbo hacia un socialismo del siglo XXI; éste daría más a los pobres y a las clases desfavorecidas a la vez que pondría coto a la riqueza ilimitada, pues recogía las demandas populares de privilegiar la esfera social con énfasis en la educación y la salud. Pero en la primera ronda nadie obtuvo la mitad más uno de los votos, por lo cual se anunció una segunda vuelta para el 26 de noviembre. Entonces, ante la perspectiva de un posible triun-fo de Noboa, el movimiento Pachakutik, el Popular Democrático, el Partido Socialista e Izquierda Democrática apoyaron a Correa, quien prometía convocar a una Constituyente, exigir la evacuación de la base norteamericana en Manta, liquidar la añeja plutocracia partidista, promover una mayor intervención del Estado en la eco-nomía, renegociar los contratos petroleros con las transnacionales y cesar las relaciones con el FMI, beneiciar a los más pobres y humil-

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des, limitar el pago de la deuda externa, incentivar con créditos las micro o pequeñas y hasta medianas empresas, entregar títulos de propiedad a los campesinos que no los tuvieran, eliminar las gran-des extensiones de tierras abandonadas y sin cultivar o mal apro-vechadas, combatir la corrupción por medio de grandes cambios en la policía –con el empleo de gente nueva y joven-, e impulsar la integración latinoamericana en una sola patria multinacional inspi-rada en el ideal de Bolívar. Con ese programa Rafael Correa triunfó en las elecciones por más del 13 por ciento de ventaja, y ocupó el 15 de enero del 2007 la primera magistratura de la República. Al día si-guiente acordaba con Hugo Chávez un trascendental y estratégico entendimiento entre PDVSA y Petroecuador, en cuya ceremonia de rúbrica el nuevo presidente sentenció: “América Latina no vive una época de cambios, sino un cambio de época”.

La ratiicación del lapidario aserto en la política interna del Ecua-dor tuvo lugar a los tres meses, cuando el referéndum popular del 15 de abril sobre la propuesta hecha por Correa para convocar una Asamblea Constituyente fue aprobada por el 81.7 por ciento de los votantes. Y de nuevo constatada casi medio año después, al reali-zarse el 30 de septiembre los comicios para escoger a los integrantes de la misma; en ellos, la Alianza País del presidente obtuvo más de la mitad de las representaciones, al recibir el 61.4 por ciento de las boletas válidas emitidas.

En el plano internacional también se hizo patente el nuevo contex-to, tras el bombardeo hecho por las fuerzas armadas colombianas al territorio ecuatoriano, con el pretexto de que en él se cobijaban elementos de las insurgentes FARC. En realidad se trataba de un pequeño grupo de veinte personas, aniquiladas luego de cruzar y haber subrepticiamente avanzado varios kilómetros hacia el interior de la frontera; se encontraban en el desempeño de funciones de ne-gociación con diversos gobiernos, para liberar por razones humani-tarias a los retenidos por las guerrillas en su vecino país. De inme-diato proliferaron las censuras latinoamericanas –y de otras partes

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del mundo- por el artero ultraje a la integridad ecuatoriana, lo cual se concretó en la XX Cumbre del Grupo de Río, donde el gobierno de Colombia pidió perdón por el ataque y se comprometió a no repetir la agresión contra ninguna república hermana. Días más tarde, el 18 de marzo del 2008, hasta una resolución de la Organización de Es-tados Americanos –con el aislado voto adverso de Estados Unidos, que justiicó la inaceptable operación aerotransportada- rechazó la violación de la soberanía del Ecuador. En ese ámbito, el presidente Rafael Correa propuso celebrar un referendo para convocar a una Asamblea Constituyente que redactase una nueva Carta Magna, lo cual fue aprobado por la mayoría de los votantes. Su gobierno tam-bién se dedicó a luchar contra la corrupción y a renegociar la deuda externa; sólo estaba dispuesto a reconocer los contratos crediticios celebrados sobre bases legítimas. También impulsó las inversiones en industrias estratégicas como hidroeléctricas o reinerías de petró-leo y en la reconstrucción vial. Pero sobre todo, en el 2008 el gasto en actividades sociales superó por primera vez el pago de los adeudos foráneos, mientras se incentivaba el fomento de la producción nacio-nal con el propósito de alcanzar la soberanía alimentaria. Asimismo se aprobó la Ley de Extinción de Dominios, que permitía la estatiza-ción dentro del país de cualquier propiedad mal habida; impulsó la construcción de viviendas populares; entregó el Bono del Desarrollo a las familias de bajos ingresos; aprobó programas contra la desnu-trición infantil y la mendicidad de niños; elevó el sueldo mínimo; renegoció con éxito un tercio de la deuda externa; incrementó los impuestos a las compañías petroleras extranjeras.

Una vez aprobada la nueva Constitución –que facilitaba el sur-gimiento de un Estado plurinacional, aunque unitario- Correa se presentó a otras elecciones presidenciales. En ellas, el 26 de abril del 2009 triunfó con el 51.94 por ciento de los votos; en un distante segundo lugar quedó el ex presidente Lucio Gutiérrez con el 28.24 por ciento, seguido de Álvaro Novoa con menos del 8 por ciento. Con ese respaldo popular, el 24 de junio del 2009 el reelecto pre-

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sidente dispuso el ingreso oicial de Ecuador al ALBA. Después restringió la importación de 627 artículos con el objetivo de favo-recer las producciones nacionales; anunció que las reservas en dó-lares alcanzaban los dos mil quinientos millones; informó que se habían adquirido 24 aviones de combate brasileños Supertucanos, para disminuir las compras militares en Estados Unidos; comunicó la transformación del importante puerto de Manta –luego de ser evacuado por las fuerzas armadas norteamericanas- en terminal de un corredor bioceánico que se inicia en el Amazonas, gracias a un inanciamiento del Brasil. Al poco tiempo se efectuó en Quito la Cumbre de la Unión Sudamericana de Naciones, cuya presidencia pro-tempore Correa ocupó. Algo más tarde, el presidente planteó a los ecuatorianos la necesidad de constituir los Comités de De-fensa de la Revolución Ciudadana, con el objetivo de proteger o impulsar el proceso de cambios iniciado en el país; dicha organi-zación en los barrios colaboraría en tareas como culminar la alfa-betización –iniciada hacía dos años, en español, quichua u otros idiomas-, y se opondría a demagogos o extremistas. El surgimiento de los CDRC resultaba necesario, porque en esos momentos grupos minoritarios en la dirigencia de la Unión Nacional de Educadores, creaban diicultades al gobierno con planteamientos oportunistas o desacertados e imposibles de cumplir, lo cual creaba malestar en la población. También entonces algunos seudo-cabecillas de ciertas comunidades indígenas –incorporadas a la CONAIE-, practicaban la violencia en reclamaciones mal orientadas; ocurrió así en la pro-vincia Morona Santiago, donde 40 policías desarmados fueron heri-dos con disparos de escopetas por quienes protestaban, acción en la cual además resultó muerto de un perdigonazo en la cabeza un in-dígena shuar, profesor bilingüe de la comunidad Sagrado Corazón. Este conlicto comenzó tras la publicación –a ines de septiembre del 2009- de una ley de recursos hidráulicos, discutida ampliamen-te con todos los sectores sociales del país, incluyendo pobladores y dirigentes originarios. A pesar de ello, algunos quisieron creer las malintencionadas informaciones de ciertos medios de prensa, los

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cuales falsamente adujeron que la referida ley de aguas promovería la privatización del vital líquido. Después de esclarecer estos he-chos en prolongado diálogo –transmitido en vivo por radio y tele-visión- con la dirigencia de la CONAIE, el presidente Correa emitió un decreto que anunciaba un plan para eliminar la discriminación racial y exclusión étnica o cultural de cualquier ámbito del gobierno y el Estado. Al mismo tiempo se dispuso que los hitos históricos de aborígenes, negros y mestizos fuesen incluídos oicialmente entre los acontecimientos y festividades del Ecuador, en el proceso de construir un Estado plurinacional. Después se entregaron 130,000 hectareas de tierras baldías o estatales a las comunidades origina-rias. Más tarde el propio mandatario dejó saber que visitaría Rusia, el principal comprador del banano ecuatoriano; además –dijo- que ambos países estaban muy interesados en estrechar lazos de amistad y de cooperación bilaterales en esferas como la minería, petróleo, infraestructura y defensa. Y enseguida tomó rumbo a Cochabamba con el propósito de participar en la VII Cumbre del ALBA, donde públicamente expresó que, luego de seis horas de conversación en Cuba con Fidel Castro, éste le había aconsejado “No intentar hacer más allá de lo posible”.

En la intensa puja por el poder que se desarrollaba en Ecuador una acción desesperada tuvo lugar el 30 de septiembre del 2010. Ese día sectores de las fuerzas policiales y armadas auspiciados por Lu-cio Gutierrez y su partido político –junto con el MPD y dirigentes vinculados al movimiento indígena- protagonizaron un intento de golpe de Estado; cuando Correa visitaba una instalación estatal, una parte de dichos elementos contra su voluntad allí lo enclaus-traron, mientras otros ocupaban aeropuertos y algunas instalacio-nes estratégicas más, sin que el cuerpo de inteligencia del ejército alertara al mandatario de lo que se gestaba. Liberado horas después mediante una audaz operación comando realizada por leales des-tacamentos de tropas especiales, que recibieron un amplio respal-do popular a pesar de las diatribas oposicionistas de los potentes

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medios de comunicación, el Presidente dispuso la depuración de las instancias militares involucradas. Luego, con el apoyo de los sectores progresistas, Correa convocó a un nuevo referendo para transformar el conservador, ineiciente y corrupto sistema judicial, y también eliminar prácticas nocivas en la vida pública, mediante cambios constitucionales. Con ese propósito el 7 de mayo del 2011 el pueblo fue a las urnas para con su voto: impedir la caducidad de la prisión preventiva; prohibir que las instituciones inancieras y de comunicación privadas –así como sus directores y principales accionistas- tuvieran cualquier participación fuera de sus respecti-vos ámbitos; frenar el enriquecimiento ilícito; implantar el Seguro Social Estatal obligatorio; establecer la responsabilidad por el in-adecuado uso de los medios de comunicación. Pronto el Consejo Nacional Electoral ratiicó el triunfo del Sí por amplia mayoría, con lo cual se empezó a hacer realidad la posibilidad de incrementar la seguridad ciudadana, y a la vez terminar con la impunidad de los elementos más poderosos y negativos en la sociedad.

X.8: Retorno al poder del Sandinismo en Nicaragua

En los comicios del 25 de febrero de 1990 se produjo la sorprendente victoria electoral de Violeta Barrios –viuda de Pedro Joaquín Cha-morro- y otrora uno de los cinco integrantes de la Junta de Recons-trucción Nacional. Ella ganó la presidencia nicaragüense con el apo-yo de una reconformada Unión Nacional Opositora, que disfrutaba del respaldo estadounidense. Entonces la nueva ocupante del poder ejecutivo logró desmovilizar a los mercenarios mientras reducía el Ejército Nacional al veinte por ciento, suprimió el Servicio Militar Obligatorio y llevó a cabo una reforma monetaria, que redujo la inlación aunque aumentó el desempleo y el malestar social. Ade-más, fue muy criticada por su forma de gestionar la devolución de las propiedades nacionalizadas durante el gobierno revolucionario; dicho proceso fue popularmente apodado como “la piñata”, debido a la arrebatiña que se engendró entre algunos de quienes controla-ban los sindicatos y personeros de la cúspide gubernamental. Éstos

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durante 1990 y 1991 desmantelaron el Área de Propiedad del Pue-blo, pues se repartieron más de trescientas empresas estatales –con ochenta mil asalariados-, que fueron divididas. En su lugar surgió una multitud de pequeñas propiedades –en poder de antiguos sin-dicalistas, ex-militares y iguras del gobierno-, las cuales contaban con una participación de los trabajadores en sus activos ascendente al 25 por ciento del total privatizado. Sin embargo entidades muy importantes como las del agua o la electricidad, simplemente fue-ron vendidas a transnacionales o inversionistas foráneos.

En los siguientes comicios al poder ejecutivo (1997) triunfó “El gor-do” Arnoldo Alemán. Este ex-dirigente del ala juvenil del partido liberal somocista y gran empresario del café –cuya Asociación Na-cional de Propietarios alguna vez presidiera-, siete años antes había ocupado el cargo de alcalde de Managua. Aunque disfrutaba de un respaldo parecido al de quién lo precediera durante dos mandatos, su equipo ministerial desde el inicio se caracterizó por el latrocinio y la malversación, así como por las prácticas de nepotismo. Esto provocó el fraccionamiento de las fuerzas políticas gubernamenta-les, por lo que desde ese momento la república fue víctima de una dispersión partidista; las alianzas se forjaban sólo para deshacerse, y luego recomponerse de una u otra manera. Así, a mediados de 1999 la grave crisis socio-política se agravó al añadirse a los abun-dantes y profundos problemas existentes, una gran cantidad de ma-yores y numerosas protestas de estudiantes y trabajadores, quienes exigían que cesara el deterioro de su cada vez más depauperado nivel de vida. Hasta que en el 2001 el obeso político fue depuesto de su cargo, y después se le condenó a veinte años de prisión, culpable de blanquear dinero, malversar fondos públicos y llevar a cabo no-torios fraudes electorales, entre otros graves delitos comprobados.

En ese complejo escenario, durante noviembre del propio año se celebraron nuevos comicios, en los que el Partido Liberal Constitu-cionalista –controlado por el depuesto Alemán- propuso al ex-vi-ce presidente Enrique Bolaños como aspirante al poder ejecutivo.

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Este antiguo director del Consejo Superior de la Empresa Privada de Nicaragua, muy vinculado al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial –así como iel seguidor de sus directrices-, triunfó en la segunda vuelta de la lid electoral. Sin embargo en la Asamblea Nacional o Parlamento, su partido sólo llegó a tener cuatro diputa-dos más que los sandinistas.

En el 2004 se evidenció una considerable recuperación del sandi-nismo, tras la notable victoria de su candidato en los comicios para el importante cargo de alcalde de Managua. Entonces en Nicara-gua se organizaron algo así como tres coaliciones. Una conformada por el reaccionario Partido Liberal Constitucionalista y sus aliados. Otra, centrista y muy ambigua, llamada Alianza por la República. La tercera encabezada por el FSLN, que se denominó “Gran Unidad Nicaragua Triunfa”, la cual incluso acogía a “ex-contras”. Esa agru-pación política realizaba su principal esfuerzo en borrar los recuer-dos del Servicio Militar Obligatorio –durante la cruel guerra- y del simultáneo penoso período de desabastecimiento; predicaba Paz y Reconciliación.

Nueva estrategia socioeconómica

Fue de esa manera como en el 2006 Daniel Ortega regresó a la pre-sidencia, después de dieciséis años de neoliberalismo aplicado por los gobiernos de la UNO. Ésta había privatizado la mayoría de las propiedades públicas, incrementado al triple el analfabetismo, su-mido en la pobreza a gran parte de la población, generalizado la in-salubridad. Mientras, una ínima minoría se enriquecía sin cesar. En contraste, al ocupar el cargo y en un bello gesto, el reelecto manda-tario se quitó la banda presidencial y proclamó que ella pertenecía a los trabajadores, campesinos y esperanzados jóvenes nicaragüen-ses. Auguraba así un futuro combate contra el hambre, la pobreza, las enfermedades y la ignorancia. Al mismo tiempo dio a conocer la creación, con Venezuela, de una empresa mixta para solucionar la aguda crisis energética que Nicaragua padecía, y anunció la in-

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corporación de su país a la Alternativa Bolivariana para América Latina. Meses más tarde, en Managua, los ministros de agricultu-ra del ALBA, Centroamérica y el Caribe analizaron los retos de la emergencia nutricional y soberanía alimentaria. Allí el ministro ni-caragüense de Agricultura e Industria Forestal alertó acerca de la necesidad de producir alimentos de manera acelerada. En ese con-texto se irmó un acuerdo que auspiciaba programas integrales de desarrollo agroindustrial en rubros como cereales –arroz y maíz-, leguminosas, oleaginosas, carnes, leche, agua, regímenes de riego, y otros más. Así mismo estableció la posibilidad de crear una red comercializadora de dichos productos por el ALBA. Todo esto era posible, por el compromiso ya existente del recién constituido Ban-co del ALBA –con capitales iniciales ascendentes a dos mil millones de dólares-, de crear un fondo de cien millones de dólares para ese objetivo especíico. A la vez se dejó saber que dos mil nicaragüenses ya estaban en Cuba para estudiar en la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas. Esta noticia coincidió con la llegada a Nicara-gua del primer envío de petróleo venezolano, en virtud del acuerdo anual de entregar diez millones de barriles. Dicho entendimiento había sido suscrito al incorporarse este país centroamericano a una iniciativa de cooperación concebida por el presidente Chávez. La misma, denominada PETROCARIBE contemplaba la entrega de crudo a precios diferenciados, muy por debajo de las cotizaciones imperantes en el llamado mercado mundial.

En Nicaragua, con el retorno del sandinismo al poder se profundi-zaron los planes sociales, se hicieron completamente públicos los nuevos sistemas educativo y de salud, a la vez que se consolidaba el seguro social antes semi-privatizado. También se creó el Banco de Fomento para inanciar en campos y ciudades la producción de los pequeños y medianos empresarios. Se aseguraron el desayuno y mochila escolar para la mitad de los niños que estudiaban. Se avan-zó mucho en la electriicación rural debido a los programas conjun-tos del ALBA; con la ayuda de Venezuela se construyó un enorme

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complejo petrolero, que aspiraba a suministrar sus producciones a toda América Central. De igual forma se adelantó el programa de viviendas “Una Casa Mejor”, pues el gobierno brindaba materia-les de construcción a las familias pobres, a la vez que disminuía el índice de mortalidad infantil. Todo esto a pesar de la grave crisis económica internacional, que no mutiló las esperanzas nicaragüen-ses de crecer un 3 por ciento anual en su economía. Y el 19 de julio del 2009, en la gigantesca celebración del trigésimo aniversario del triunfo de la rebelión anti-somocista que abrió el camino hacia la revolución popular, el país se declaró territorio libre de analfabetis-mo. Tras dicho anuncio, de inmediato se inició la tarea de trabajar –con ayuda inanciera del ALBA- para llevar a toda la población hasta el sexto grado en el 2015, mientras por la república se entre-gaban miles de títulos de propiedad a nuevos dueños en campos y ciudades, paralelamente al desarrollo de programas de microcrédi-tos y otros como Hambre Cero y Seguridad Alimentaria. Después, a Nicaragua llegó una importante delegación rusa con el objetivo de retomar los acuerdos suscritos en la década del ochenta con la extinta Unión Soviética en áreas de pesca, maquinaria, petróleo y la esfera militar, así como para irmar nuevos convenios concernien-tes a otras ramas de la economía.

X.9: De los gobiernos de ARENA al del FMLN en El Salvador

El Salvador inició el proceso de reconstrucción nacional a partir de los Acuerdos de Paz, que se convirtieron en elemento normativo y orientador de los ritmos de desarrollo en la república, fuese en los ámbitos socioeconómico y político así como en el institucional. Su cumplimiento pasó a constituir una obligación no sólo para ambos irmantes, sino para el conjunto de la sociedad. Hasta el Secretario General de la ONU lo testiicó cuando dijo que para El Salvador se anunciaba una era nueva. Sin embargo alcanzarla exigía mucho tra-bajo y esfuerzos; en ese momento en el Pulgarcito centroamericano más del 55 por ciento de los habitantes se encontraba en situación de miseria o extrema pobreza; el 67 por ciento de las madres campe-

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sinas daban a luz sin asistencia médica alguna; 60 de cada mil niños nacidos fueras de las urbes morían antes del año de vida; era analfa-beta la mitad de la población rural, y el 65 por ciento de ella no tenía acceso libre al agua; la violencia era mayúscula; el desempleo gol-peaba a nueve de cada diez adultos; ciento catorce familias contro-laban mil setecientas dieciséis sociedades anónimas y empresas no agrícolas; las Catorce Familias sólo habían perdido el 16 por ciento de sus tierras –en las zonas central y oriental-, debido al proceso de cooperativización impulsado por las pretéritas Juntas. Pero no obstante esa amarga realidad y lo difícil que resultaría cambiarla, lo crítico para iniciar el camino hacia el futuro tal vez fue constreñir los plenos poderes otorgados por la Constitución a las fuerzas ar-madas y subordinarlas a las autoridades civiles. En el empeño por lograr dicho objetivo fue necesario reformar el magno texto vigente, y después disolver la Guardia Nacional así como el Cuerpo de Poli-cía y toda la Dirección de Inteligencia. Más tarde se depuró el ejérci-to, se redujo su oicialidad y se limitaron sus funciones a las de una institución apolítica y no deliberante, con una doctrina respetuosa de la dignidad humana y los valores democráticos, que existía para defender la soberanía e integridad de la nación.

El Sistema Judicial también se caracterizaba por los rasgos del régi-men anterior, pues era corrupto, arbitrario, carecía de profesionales honestos y capaces, mostraba indolencia para investigar los hechos criminales, permitía que se le sobornara o amedrentase y dejaba im-pune los delitos cometidos por las autoridades. Entonces se refor-mó la Corte Suprema y se implantó una metodología nueva para seleccionar a los magistrados; se le asignó a dicha rama de la tríada del poder una cuota del presupuesto estatal; se creó la Procuraduría Nacional para velar por los Derechos Humanos; se estableció una Escuela de Capacitación para quienes trabajasen en dichas funcio-nes, y se transformó el plan de estudios en la carrera de jurispruden-cia. Esa metamorfosis fue acompañada por la conformación de una imparcial Comisión de la Verdad, cuyas conclusiones señalaron a la

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cúpula militar como culpable de las peores matanzas ocurridas du-rante la guerra. Sin embargo, también dicha instancia pesquisidora responsabilizó por transgresiones de la legalidad, a Joaquín Villalo-bos y a Guadalupe Martínez –del FMLN-, quienes al mismo tiempo fueron censurados al interior de esta organización. Entonces, iracun-dos, ambos la abandonaron para fundar su propia fuerza política, a la cual pusieron por nombre Partido Demócrata, que después apoyó la orientación económica neoliberal de los gobiernos de ARENA.

Decadencia de las “Catorce Familias”

La nueva Asamblea Legislativa salvadoreña inició sus funciones al emitir una Ley del Perdón, que amnistiaba los hechos reprobables llevados a cabo por cualquier bando durante el conlicto. Por ello quedaron libres todos los señalados con alguna violación. Después, en lo relacionado con la posesión de la tierra estableció un lími-te constitucional de 245 hectáreas, más allá de cuya extensión los suelos deberían ser entregados a campesinos, que no poseyeran nada y fuesen ex-combatientes de alguna de las dos partes. En el ulterior desarrollo de sus funciones, los legisladores aprobaron una democrática aunque idílica orientación, que planteaba fomentar el incremento de la participación social –incluso de trabajadores- en la propiedad de las empresas privadas. Dichas disposiciones tenían lugar cuando, a causa de la guerra, las actividades agrícolas habían quebrado como eje fundamental de la economía salvadoreña, y en su lugar emergían con alguna fuerza ciertas industrias y sobre todo el comercio y las inanzas, con el consiguiente auge del sector tercia-rio. Ello, por lo tanto, condujo a que dichos intereses reclamaran la plena vigencia del mercado, y la privatización de los bienes estati-zados por las Juntas o que siempre hubieran pertenecido a la repú-blica, como los bancos, la energía eléctrica, las telecomunicaciones, y las pensiones o retiros.

En las elecciones generales de 1994 el FMLN –cuyo Coordinador General era ya Shaik Jorge Handal-, obtuvo importantes alcal-

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días en la capital y otras ciudades de relevancia como Ilopango y Soyapang. Pero el ganador de la presidencia por un quinquenio fue el candidato de ARENA, Armando Calderón Sol, quién ocupó el cargo el día primero de junio. Durante su gobierno se evidenció que las antiguas Catorce Familias habían perdido el protagonismo que otrora las caracterizara, y se impuso en el país una orientación neoliberal. Ello se evidenció en los créditos otorgados por el Banco Central de Reserva, destinados en un 80 por ciento a los bancos mercantiles e hipotecarios o de la construcción. Surgieron entonces grandes complejos comerciales en detrimento de los pequeños –y hasta de una parte de los medianos- propietarios en dicha esfera. A la vez la economía se abrió al exterior según las recetas del Fon-do Monetario Internacional y el Banco Mundial; dichas instancias condicionaban el alujo de créditos o capitales foráneos, a la puesta en práctica de programas de ajuste estructural, de estabilidad i-nanciera, de desregulación gubernamental en todo lo concerniente al mercado, de disminución de los gastos sociales. Así comenzó un proceso acorde con el cual los humildes –62 por ciento de la pobla-ción- se empobrecían cada vez más, mientras los poderosos no ce-saban de enriquecerse; las 518 familias en la cúspide de la sociedad –élite que sólo se matrimoniaba entre sí-, ganaban 23 veces más que la media nacional.

En las elecciones presidenciales de 1999 se presentaron cinco aspi-rantes, de los cuales sólo dos tenían posibilidades de triunfar: Fa-cundo Guardado, ex-comandante guerrillero del FMLN apoyado también por la Unión Social Cristiana, y un economista de ARENA llamado Francisco Flores. En los comicios el rasgo distintivo fue una abstención superior al 60 por ciento de los electores, lo cual afectó al candidato de izquierda pues fueron mayormente los humildes quienes dejaron de votar. Por ello el derechista se impuso en la pri-mera vuelta con el 52 por ciento de las boletas depositadas, luego de haber publicitado su propósito de abrir el país por completo a la banca extranjera y ser muy duro con la delincuencia. Ésta se había

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incrementado notablemente desde el surgimiento y proliferación de grupos compuestos por jóvenes y adultos de ambos sexos, orga-nizados en bandas de malhechores, de las cuales las más temidas tal vez fuesen las conocidas por “Maras”. Sus integrantes eran perso-nas que habían perdido la esperanza de algún cambio para mejorar la sociedad, u ocupar en ella un lugar que les satisiciera. Por ello sus miembros deseaban hacerse notar por medio de cualquier acti-vidad que les diera relevancia, aún cuando fuese una destructiva o reprobable agresividad desplegada en la capital y demás ciudades de importancia. Otro relejo de la profunda crisis socioeconómica en el país era la emigración, que fue legalizada mediante un am-paro conocido como Pases Temporales de Trabajo. Éstos posibilita-ban a los desocupados ir a buscar empleo a Estados Unidos, donde vendían barata su mano de obra en labores mal pagadas, que sin embargo les permitían el envío de dinero a sus familiares en El Sal-vador. De esa manera, dos millones y medio de pobres emigrados remitían a sus antiguos hogares casi cuatro mil millones de dólares anuales como remesas, las cuales superaban con creces el monto de lo que se percibía nacionalmente por las exportaciones, con sus deteriorados precios. Ese considerable alujo monetario, que se con-virtió en la principal fuente de ingresos procedente del extranjero, tuvo sin embargo una consecuencia inesperada; muchas familias, con dicha ayuda desde el exterior, establecieron pequeños negocios propios. Ese fenómeno, junto a la redistribución ocurrida en la te-nencia de la tierra, produjo un incremento en la magnitud de los sectores medios de la sociedad salvadoreña, lo cual no pudo ser obviado por los políticos de los diferentes partidos.

En el contexto de la dinámica sociopolítica salvadoreña, la importan-cia del FMLN no cesó de incrementarse; en las elecciones municipa-les de marzo 12 del 2000 –a pesar de una abstención del 62 por ciento, engrosada sobre todo por los más pobres-, sus candidatos emergieron con el 39,2 por ciento de las boletas emitidas, frente al 36,9 percibido por los de ARENA. Por ello la organización partidista revolucionaria

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obtuvo las alcaldías de 8 de las 14 capitales de los Departamentos. Y en los siguientes comicios legislativos el FMLN de nuevo tuvo más votación que sus rivales, lo que le permitió mantener sus 31 diputa-dos. No obstante los derechistas todavía controlaban la unicameral Asamblea Nacional, pues a los 27 escaños de ARENA se sumaban los 16 logrados por el Partido de Conciliación Nacional.

El avance electoral del FMLN hizo presumir que Shaik J. Handal obtendría la mayoría en las elecciones presidenciales del 2004 –como presagiaban los pronósticos-, pero la amenaza del mandata-rio estadounidense George W. Bush de suspender el envío de reme-sas si ganaba el candidato izquierdista, logró revertir la situación. Entonces el aspirante de ARENA se impuso. Él era Elías Antonio Saca González, miembro de una prominente familia, rica en bienes raíces y otros negocios así como accionista mayoritaria en el sector de las telecomunicaciones. Al ocupar el cargo, el nuevo mandatario anunció que: mantendría un contingente de soldados salvadoreños en el Irak ocupado por Estados Unidos; vería si podía hacer algo para equilibrar el colosal déicit en cuenta corriente, pues las impor-taciones –8,000 millones de dólares- más que duplicaban lo vendido al extranjero –3,600 millones-; estudiaría como abordar el problema de la astronómica deuda externa, que no cesaba de acrecentarse; trataría de disminuir el desempleo; se esforzaría por detener el alza de los precios en la canasta básica; se empeñaría en aumentar los salarios y frenar el aumento de la pobreza; perseguiría a los narco-traicantes en proliferación; combatiría la multiplicada corrupción. Pero durante su quinquenio presidencial la crisis económica inter-nacional no cesó de agravarse, y ello provocó en El Salvador –sólo en el 2007- un descenso en la inversión pública del 2,4 por ciento. Esta caída, además, no fue equilibrada por los nuevos capitales ex-tranjeros colocados en el país; el 87 por ciento de ellos –800 millones de dólares- se dedicó a comprar acciones en bancos salvadoreños y en las empresas privadas que se dedicaban a los seguros, o al nego-cio de las pensiones.

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Una era nueva

En esta compleja situación socioeconómica y política, El Salvador comenzó el año 2009 con un largo y generalizado proceso de elec-ciones, iniciado el 18 enero para seleccionar a 262 alcaldes y 84 di-putados a la Asamblea Legislativa. Sus resultados fueron muy po-sitivos para el FMLN que obtuvo casi la mitad (49.54 por ciento) de los votos emitidos, debido a lo cual sus diputados ascendieron a 37, mientras las alcaldías que dirigían pasaron de 58 a 85. Ese incre-mento en popularidad electoral, sustentado en campañas a favor de crear más empleos, mejorar la salud de la población y fortalecer la participación del Estado en la economía, indujo al gobierno a variar algunas de sus posiciones. Entonces el presidente Saca anunció la retirada del batallón salvadoreño de Irak, y promovió que los par-tidos Demócrata-Cristiano y Conciliación Nacional abandonaran sus propios candidatos a los siguientes comicios para la primera magistratura. Esta maniobra tenía por objetivo fortalecer los anhe-los del propuesto por ARENA para dicho elevado cargo, Rodrigo Ávila, ex–Director del Cuerpo de Policía. Dicha alianza tácita, sin embargo, condujo a que muchas bases y directivos demócrata-cris-tianos así como diversos líderes de Conciliación Nacional, junto a toda la militancia de Cambio Democrático y del FDR, brindaran su apoyo al nominado para el poder ejecutivo por el FMLN, el perio-dista Mauricio Funes. Éste, en sus actividades proselitistas insistía mucho en el compromiso de brindar mayor seguridad a la ciuda-danía, que además de atracos y otros males sufría cuatro mil qui-nientos homicidios al año; esas calamidades alarmaban tanto a las personas, que hasta el Procurador para la Defensa de los Derechos Humanos reconoció que la política represiva gubernamental había fracasado, pues la esencia del asunto era, que en el país no se re-solvían los gravísimos problemas sociales ni existían las necesarias medidas preventivas contra la delincuencia.

Se llegó así al domingo 15 de marzo, cuando se enfrentaron las dos grandes coaliciones políticas, tras haber realizado la derecha en el

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poder todo tipo de presiones como una desvergonzada campaña mediática, atizar los más inverosímiles temores anticomunistas –típicos de la pretérita “Guerra Fría”-, sufrir la nación el retiro de catorce empresas maquiladoras –en tanto que amenaza anticipada de lo que decían podría suceder si ganaba la izquierda-, falsas acu-saciones de vínculos con el narcotráico, declaraciones amedrentan-tes de los últimos cuatro presidentes acerca del futuro del país. Pero las simpatías engendradas por Funes y su plataforma programática vencieron todos los obstáculos; en un ambiente tranquilo y de in-usual participación masiva, el 60 por ciento de los cuatro millones y cuarto de salvadoreños susceptibles de elegir, acudieron a las urnas a depositar su voto. El resultado fue aplastante, pues el 51,3 por ciento de los electores optó por el candidato de la unidad nacional, la reconciliación, la paz, el respeto a las diferencias, la inclusión, la tolerancia y el progreso –sobre todo para los más humildes-.

El triunfador para la primera magistratura –acompañado en la vi-cepresidencia por el prestigioso ex-Comandante guerrillero Salva-dor Sánchez Cerén- era un periodista de profesión, que en su juven-tud había abandonado los estudios para alfabetizar a campesinos, y luego se hizo popular por sus denuncias contra los militares en su programa “Entrevista del Día”. Desde el ejecutivo, Funes anunció su proyecto de generar empleos, otorgar créditos a pequeños y me-dianos empresarios, recaudar dinero gravando el consumo de alco-hol, aumentar las inversiones en actividades sociales, y apoyarse en los anteriores beneicios recibidos del ALBA y PETROCARIBE por las alcaldías desde antes controladas por el FMLN.

Para garantizar los nuevos objetivos, Mauricio Funes y el presiden-te venezolano Chávez irmaron un amplio acuerdo que diseñaba la futura cooperación entre ambas repúblicas. Tras asumir el poder, el nuevo gobierno salvadoreño estableció relaciones diplomáticas con Cuba –único país latinoamericano que aún no lo había hecho- y garantizó que el siguiente curso escolar comenzara con total gratui-dad para todos los alumnos. A éstos, además, les entregó los unifor-

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mes escolares sin costo alguno y les mejoró su alimentación en los centros de estudios.

En lo concerniente a la salud, el nuevo presidente dispuso de in-mediato la total eliminación de pagos en los hospitales públicos. Luego se anunció una reforma impositiva para contrarrestar la eva-sión tributaria y aumentar algunos gravámenes a los enriquecidos, con lo cual se buscaba equilibrar el enorme déicit iscal heredado del régimen anterior. Al mismo tiempo ello facilitaba el desembolso gubernamental de 587 millones de dólares para construir viviendas populares, impulsar la agricultura y generar empleos; esto, porque las remesas provenientes de Estados Unidos –debido a la crisis en ese país- habían disminuído un trece por ciento.

A pesar de la envergadura de estos propósitos económicos, lo que en ese momento más impactó a la sociedad fue el Plan Contra la Criminalidad, pues la delincuencia causaba 12 muertes violentas diarias; la presidencia de la república se proponía mejorar de ma-nera considerable la seguridad ciudadana, y para lograrlo deseaba involucrar en el empeño a todos los sectores sociales. Pero el esfuer-zo principal lo representaba la creación de 65 nuevos Grupos de Patrullaje junto a prometedores programas de prevención.

Más tarde se dejó saber que El Salvador analizaba la posibilidad de incorporarse como miembro pleno a Petrocaribe, pues de hecho di-versos municipios ya estaban asociados a Albapetróleos y disfruta-ban de precios más bajos en la venta del oro negro a los consumido-res. En lo concerniente a la educación, se acometió un ambicioso Plan Nacional para alfabetizar a todos los necesitados –con la ayuda del método cubano Yo Sí Puedo- en un plazo máximo de cuatro años.

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X.10: La Integración latinoamericana

ALALC

Fidel Castro, al triunfar la Revolución Cubana, estaba conscien-te de lo imperioso que resultaba la integración latinoamericana; comprendía que debido al impetuoso avance cientíico técnico –así como por la creciente internacionalización de las actividades productivas-, dicho proceso podía convertirse en un arma para la defensa de sus recursos naturales y su soberanía. Por ello, el 5 de mayo de 1959, en Montevideo, expresó: “Unámonos primero en pos de nuestros anhelos económicos, en pos del mercado común y des-pués podremos ir superando las barreras aduaneras, y algún día las barreras artiiciales habrán desaparecido. Que en un futuro no muy lejano nuestros hijos puedan abrazarse en una América Latina uni-da y fuerte. Ello será un gran paso de avance hacia la unión política futura, como fue el sueño de nuestros antepasados” (198).

Pero Estados Unidos, con el propósito de contravenir el desarrollo de la Revolución Cubana, abandonó entonces su tradicional oposi-ción a los proyectos integracionistas a cambio de que se excluyera de ellos a la isla antillana. Así, en febrero de 1960 surgió la Asocia-ción Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) que inicialmen-te agrupó a Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Esta forma repre-sentaba la posibilidad más primaria de cuantas existían, pues sólo se planteaba terminar con el bilateralismo mercantil e iniciar pau-latinamente el tránsito hacia nuevos objetivos; en el acuerdo no se incluían disposiciones concernientes a los pagos derivados del lujo de productos, ni se adoptaron medidas sobre el transporte. Desde entonces el comercio “intrazonal” casi se duplicó, y llegó a represen-tar el trece por ciento del total intercambiado. Pero a partir de 1965 el porcentaje no creció más. Al mismo tiempo, los beneicios fueron muy desiguales; la participación de Argentina, Brasil y México, que antes del acuerdo representaba el cuarenta y cinco por ciento del

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tráico mercantil dentro de la zona, alcanzó el sesenta y seis por ciento en el año referido. Mientras, los países menos industrializa-dos de la región acumularon notables déicit comerciales. Esto se relejó en una cifra: el setenta y nueve por ciento de las exportacio-nes de manufacturas en el interior de la ALALC era efectuado por las tres naciones señaladas, que albergaban las mayores inversiones foráneas. En realidad, fueron las transnacionales asociadas con los monopolios criollos las que mejor aprovecharon las mayores econo-mías de escala; incluso con frecuencia esos intereses de los grandes consorcios industriales promovieron acuerdos de complementa-ción productiva entre las repúblicas, con el in de incrementar sus ganancias. Los perjuicios sufridos por los burgueses fabricantes de los países de menor desarrollo económico relativo, no protegidos en forma alguna de la penetración de capitales extranjeros por el tratado en vigor, y los reiterados saldos negativos en su intercambio con los Estados más industrializados de la región, provocaron el rechazo de Bolivia, Perú, Chile, Ecuador y Colombia a las prácticas de que eran objeto. Por eso, dichos cinco países irmaron en mayo de 1969, dentro del marco de la ALALC, el acuerdo de Cartagena.

Este Tratado que originaba el Pacto Andino tenía como objetivo propiciar que sus integrantes llegaran a competir con los de mayor desarrollo relativo dentro de la Asociación. Para alcanzar la meta de intensiicar la industrialización subregional, el nuevo acuerdo contemplaba programas conjuntos e, inclusive, el surgimiento de empresas multinacionales. Éstas, cuya creación fue aprobada por la Decisión 46, podrían reunir capital de los integrantes y contar también con inversiones de otros países de América Latina. En lo concerniente al intercambio comercial, el Pacto establecía plazos progresivos, automáticos e irreversibles, de once años de duración en total, al inal de los cuales la uniicación mercantil culminaría con un arancel exterior común. Se contemplaba, no obstante, un tratamiento preferencial a Bolivia y Ecuador pues se les considera-ba como de menor desarrollo económico relativo. El progreso del

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comercio “intrazonal” fue acelerado y en sólo cinco años su magni-tud se multiplicó por seis. Además este acuerdo instituyó un banco inanciero multinacional llamado Corporación Andina de Fomento; aprobó la Decisión 24, que regulaba la inversión extranjera en vista de la cual las compañías foráneas tenían un plazo de quince años para transformarse en nacionales o mixtas; prohibió nuevos capi-tales provenientes del exterior en bancos e instituciones inancieras, seguros, servicios públicos, empresas de transporte interno y publi-cidad o medios masivos de comunicaciones. En febrero de 1973 el Pacto Andino se engrandeció con la adhesión de Venezuela, pero en julio de 1974 el gobierno de Pinochet en Chile emitió el Decreto–ley 600 que contravenía lo estipulado por la Decisión 24, con lo cual se inició una pugna resuelta a los dos años, cuando del Acuerdo de Cartagena a Chile se le excluyó.

El Tratado de Managua irmado en diciembre de 1960 agrupó a Gua-temala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Su meta era establecer en el plazo de cinco años un mercado común para impul-sar el crecimiento fabril mediante la sustitución de importaciones, aunque dicho proceso no implicaba la exclusión de capitales forá-neos pues la burguesía industrial del área tenía poca importancia. A la vez se creó un Banco Centroamericano de Integración Económica, que funcionaba en un 86 por ciento con créditos extranjeros. En sólo once años el comercio “intrazonal” se multiplicó por ocho y la unii-cación arancelaria alcanzó un 95 por ciento del tráico mercantil con tarifa externa común. Se debe señalar, no obstante, que los veintiún rubros no incluidos en el libre comercio abarcaban las exportacio-nes tradicionales que representaban las principales ventas al exte-rior: café, algodón, azúcar, bebidas alcohólicas y bananos. Además, el saldo deicitario de la balanza comercial común se incrementó en unas tres veces y media, sobre todo en provecho de Estados Unidos.

En 1963, durante la Segunda Reunión Ministerial del Consejo Inte-ramericano Económico y Social, se acordó crear la Comisión Espe-cial de Coordinación Latinoamericana. Entre los objetivos básicos

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perseguidos con su constitución, se encontraba el de excluir a la Revolución Cubana de las discusiones económicas sobre América Latina, pues sólo los Estados representados en el CIES podían parti-cipar en dichas reuniones. Y en 1964 la OEA dispuso que sus miem-bros rompieran los vínculos con Cuba, lo cual fue cumplimentado por todos los países menos México.

El triunfo de la Revolución Cubana puso en crisis al dominio colo-nialista en el Caribe. Entonces para tratar de encubrir esta anacróni-ca forma de sojuzgar, Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Holanda constituyeron en 1961 la Organización del Caribe, cuya sede estaría en Puerto Rico. En ella participaron los territorios coloniales de las referidas cuatro potencias, y su existencia representó una variante caribeña de la Alianza para el Progreso. Sin embargo la indepen-dencia de Jamaica y Trinidad-Tobago, en agosto de 1962, asestó un golpe mortal a dicha agrupación que languideció hasta ser disuelta a los tres años. Luego la emancipación de Guyana y Barbados en 1966, inclinó deinitivamente a todo el Caribe Anglófono hacia el in del colonialismo. En esa circunstancia surgió el primer esfuerzo autóctono de integración económica en el área; en mayo de 1968 Barbados, Guyana, Jamaica, Trinidad-Tobago y siete territorios bajo régimen autonómico formaron la Asociación de Libre Comercio del Caribe. Su objetivo era expandir y diversiicar el intercambio mer-cantil, estimular el desarrollo equilibrado de los países miembros y dar un trato especial a los de menor desarrollo económico relativo. Para cumplir su objetivo, dentro del conjunto se creó un subgru-po integrado por las islas de Sotavento –Antigua, Montserrat, San Cristóbal, Nevis, Anguila- y las de Barlovento –Dominicana, Gra-nada, Santa Lucía, San Vicente-, al que se otorgaba el doble de tiem-po (diez años) para eliminar sus aranceles. En lo concerniente a su progreso industrial, el CARIFTA –por sus siglas en inglés- plantea-ba sustituir los artículos manufacturados de importación por otros que se produjeran en la zona, cuyo inanciamiento sería realizado mediante la creación del Banco Caribeño de Desarrollo, que tenía

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como entidad especializada para el subgrupo a la Corporación de Inversiones del Caribe, dedicada a disminuir la brecha con los de mayor desarrollo relativo. A partir del surgimiento de la referida asociación librecambista, la tasa de crecimiento del comercio “in-trazonal” se triplicó, hasta alcanzar el veinte por ciento anual, de forma que sus integrantes pronto pasaron a ser sus principales so-cios mercantiles, superados exclusivamente por Gran Bretaña. Así, a principios de 1973 CARIFTA podía ufanarse de haber cumplido dos postulados básicos: implantación de un arancel aduanero exter-no único para todos y el ejercicio de una política comercial exterior común. Semejantes logros indujeron a los asociados a reunirse para ampliar sus perspectivas.

La Octava Conferencia de los Jefes de Gobierno de los países del Ca-ribe miembros de la Comunidad Británica de Naciones, celebrada en Georgetown en abril de 1973, decidió establecer la Comunidad del Caribe que incluiría como subconjunto al Mercado Común Caribeño. Los participantes se plantearon de esa forma perfeccionar el proceso de integración iniciado precedentemente. El Tratado de Chaguara-mas, irmado en julio del propio año por Barbados, Guyana, Jamaica y Trinidad-Tobago, planteaba tres objetivos; integración económica; cooperación en áreas como transporte –aéreo y marítimo-, servicios meteorológicos, salud pública, asistencia técnica, enseñanza, legis-lación; coordinación de la política exterior de los signatarios, lo cual devino como punto más importante tras la incorporación a la Co-munidad de Antigua, Dominica, San Cristóbal–Nevis-Anguila, San-ta Lucía, San Vicente, Belice, Monserrat y Bahamas.

El Sistema Económico Latinoamericano surgió al irmarse el Con-venio de Panamá en Octubre de 1975. Del mismo se excluyó a Esta-dos Unidos pero en él se incorporaron con todos los derechos a los Estados caribeños anglófonos. La pertenencia de Cuba socialista al SELA evidenciaba que, por mediación de este organismo lexible se podían identiicar coincidencias y propósitos comunes en una etapa cualitativamente superior de la integración de América Latina. En-

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tre los más notables objetivos que el convenio establecía podían ci-tarse los siguientes: auspiciar la formación de empresas multinacio-nales latinoamericanas que contribuyesen a una mejor utilización de los recursos naturales, humanos, técnicos y inancieros de los países miembros; estimular niveles deseables de producción y suministros básicos, en especial de alimentos, en los cuales el sub-continente pu-diera ser autosuiciente; propiciar que en la región se transformaran las materias primas para exportar productos elaborados; diseñar y reforzar mecanismos y asociaciones de productores para la defensa de los precios internacionales del café, banano y el azúcar. El SELA también llamó al disfrute para todos sus miembros de las concesio-nes comerciales y arancelarias que estipulara la primera ronda de negociaciones llevada a cabo por la Asociación Latinoamericana de Integración. Ésta se había organizado en 1980 para sustituir a la ALALC, y a diferencia de su predecesora incorporó a Cuba como in-tegrante plena, y denunció que los países de la región como prome-dio destinasen el cuarenta por ciento de sus ingresos por concepto de exportaciones, a la amortización de los intereses de la inmensa y creciente deuda externa.

MERCOSUR

La derrota de las dictaduras militares fascistas y el restablecimiento de los gobiernos civiles en Brasil y Argentina, facilitó el surgimiento de una política de paz y cooperación entre esos dos países. Un rele-jo de ello fue la irma entre los presidentes brasileño y argentino en 1985, del Acta de Foz de Iguazú, que patentizaba la voluntad de im-pulsar el desarrollo e integración regional. Al año veinticuatro pro-tocolos se habían acordado entre ambos Estados, los cuales deberían conducir en diez años al surgimiento de un mercado común me-diante la desaparición de todas las barreras –arancelarias o no- y la armonización de las políticas comerciales. El éxito del proceso atrajo al poco tiempo a los contiguos Paraguay y Uruguay, por lo cual en marzo de 1991 entre los cuatros mencionados países se formó el Tra-tado de Asociación que daba vida al Mercado Común del Sur, cuyo

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período de transición debería culminar en diciembre 31 de 1994. El MERCOSUR se caracterizó por la simultánea apertura arancelaria, gradualmente aplicada con igual ritmo para todos los productos acordados, a diferencia del complejo y lento criterio utilizado para la negociación de cada producto, empleado en experiencias anteriores. También se redujeron las listas de productos que se exceptuaban de los procesos acordados para la desgravación, lo cual facilitó que el régimen de libre comercio abarcara en poco tiempo al noventa por ciento de las mercancías. A la vez, el Arancel Externo Común desti-nado a las importaciones provenientes de fuera de la zona entró en vigor a partir de 1995, y constituyó el principal instrumento de po-lítica comercial de la asociación en su primera etapa. La estructura básica del AEC incluía once niveles de tarifas, con valores de entre el dos y el veinte por ciento. Los sectores o productos transitoriamente excluidos debían ser objeto de una transición gradual, desde los ni-veles nacionales de protección hasta el AEC, y toda la convergencia se debía lograr para el año 2006. Asimismo se dinamizaron los lujos de capital dentro de la asociación y creció la inversión extranjera, sobre todo en los sectores automotores, alimenticio, petroquímico y textil. Todavía quedaban, sin embargo, negociaciones difíciles sobre los productos en las listas de excepciones o en los sectores temporal-mente excluidos, y en el ámbito de los bienes de capital y las teleco-municaciones e informática. A la vez subsistían grandes diferencias en las regulaciones nacionales sobre inanzas, seguros, transporte aéreos y algunas áreas más. De igual forma se deberían acercar las legislaciones sobre condiciones y asuntos laborales, para facilitar el surgimiento de un mercado integrado en lo concerniente a la fuerza de trabajo. Y contemplarse el apoyo y ayuda a las regiones con situa-ciones económicas desfavorecidas. Por lo tanto, a diferencia de los acuerdos proteccionistas sustitutivos de importaciones precedentes –que pretendían aislar las economías internas de la competencia ex-tranjera-, este acuerdo generó la interdependencia, notable en la in-dustria automotriz, modernizada y ampliada.

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Otra peculiaridad del MERCOSUR, es la importancia que en él des-empeñaban las pequeñas y medianas empresas (PYME), aunque dadas las diferentes estructuras productivas en cada país, ese con-cepto implicaba tamaños distintos en las diversas economías; por ejemplo las PYME del Brasil, pudieran ser como de gran enverga-dura en Paraguay. Dichas pequeñas o medianas empresas con fre-cuencia fabricaban productos intermedios como piezas y partes o componentes, o participaban de procesos de sub-ensamblaje que se integraban a otras manufacturas, de forma que estaban fuertemen-te insertadas en variadas actividades industriales por su eiciencia, calidad y productividad, lo cual las convertía en muy competitivas en todos los países miembros.

Chile, no perteneciente a ninguna entidad integracionista, irmó un acuerdo de asociación con MERCOSUR el 25 de junio de 1996. Le si-guió Bolivia, incorporada al Pacto Andino, pero con fuerte atracción hacia las economías de Argentina y Brasil. También en esta oportu-nidad los bolivianos lograron que los demás miembros del tratado le otorgasen la condición –como al Paraguay- de país de menor desa-rrollo relativo, lo cual implicaba condiciones preferenciales.

La Unión Europea era el principal socio comercial del MERCOSUR, a donde aquella –además- enviaba el setenta por ciento de las inver-siones que ubicaba en América Latina. No extrañó, por lo tanto, que entre ambas entidades integracionistas se irmara un Acuerdo Inte-rregional de Cooperación Comercial y Económica, que se proponía incrementar y diversiicar los intercambios comerciales, promover la cooperación económica, fortalecer la competitividad internacio-nal, fomentar el desarrollo tecnológico, profundizar los lazos en la cultura y la educación.

Dentro del ámbito de la integración de América Latina, en 1991 sur-gió el fenómeno político de las Cumbres Iberoamericanas, la prime-ra de las cuales tuvo lugar en Guadalajara, México. Esto fue trascen-dente, pues aunque en ella participaron España y Portugal, de las

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mismas se excluyó a Estados Unidos. Asimismo se decidió celebrar-las anualmente, con un tema especíico y diferente cada vez, a partir del criterio de que la cooperación política implicaba una interac-ción entre las naciones; ésta, fundamentada en el respeto irrestricto a la soberanía, la integridad territorial, la autodeterminación y la independencia de todos los países, mediante el acatamiento a sus tradiciones nacionales. Se consideraba, por lo tanto, que las nacio-nes latinoamericanas podían seleccionar por sí mismas los medios, mecanismos e instrumentos de gobernación que se estimara perti-nente en cada sociedad. En virtud de ello, las declaraciones de las cumbres se caracterizaron por su reiterada condena a toda legisla-ción unilateral de sesgo extraterritorial, por lo cual reiteradamente repudiaron la agresiva y anti-cubana Ley-Helms-Burton.

La Asociación de Estados del Caribe se constituyó el 24 de julio de 1994 por veinticinco países de la cuenca; participaban en ella doce Estados del CARICOM, cinco de Centroamérica, dos pertene-cientes al Pacto Andino, México –incorporado al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, junto a Estados Unidos y Canadá-, así como Cuba, República Dominicana, Haití y Surinam, no inte-grados previamente a ningún acuerdo. También tomaban parte los territorios dependientes de Holanda, Francia y Gran Bretaña; sin embargo Puerto Rico e Islas Vírgenes no fueron autorizados por su metrópoli a incorporarse a la AEC. Este convenio se proponía “promover, consolidar y fortalecer el proceso de cooperación e in-tegración regional del Caribe, a in de establecer un espacio econó-mico ampliado, que contribuyera a incrementar la competitividad en los mercados internacionales y a facilitar la participación activa y coordinada del área en los foros multilaterales”. No obstante, las naciones que se asociaron presentaban un alto grado de heteroge-neidad; el 84 por ciento del PIB se concentraba en Colombia, Méxi-co y Venezuela; el 10 por ciento en las Antillas –anglófonas e hispa-nas-; sólo el 6 por ciento en Centroamérica. Además, con frecuencia el comercio exterior de dichos países era competitivo entre ellos y

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no complementario; algunos casi no tenían relaciones mercantiles entre sí, mientras otros las sostenían en un sentido nada mas, pues exclusivamente importaban o exportaban de sus vecinos. Y las tres mayores economías sostenían un comercio importantísimo con Es-tados Unidos; México, su inmensa mayoría; Venezuela, la mitad; Colombia, un 40 por ciento.

En 1995 la Asociación celebró su Primera Cumbre de Jefes de Es-tado y de Gobierno, que formuló una Declaración de Principios y Plan de Acción sobre Turismo, Comercio y transporte. A pesar de ello la AEC se ha proyectado más como un espacio de cooperación que de integración. En sus empeños sobresalía la decisión de los gobiernos participantes de concebir una estrategia que promoviese al área como Zona de Turismo Sostenible, lo cual deinía un estilo de crecimiento de esa actividad a través de una serie de principios y estrategias que la convirtiesen en un conjunto armónico y cohe-rente. Se podría así impulsar el multi-destino, lo cual provocaría avances en los transportes aéreos y marítimos, que redundarían en la ampliación de los lujos comerciales de la región. EL ALBA

El ALBA, redenominada al tiempo como Alianza Bolivariana para América Latina y el Caribe, fue una propuesta del presidente Hugo Chávez, realizada en el 2004 para contrarrestar los funestos empe-ños de los Estados Unidos por imponer a las repúblicas latinoa-mericanas el ALCA o Asociación para el Libre Comercio en las Américas. El ALBA resultaba novedoso y justo porque rechazaba la rivalidad o competencia económica, al auspiciar la complementa-riedad productiva e impulsaba un comercio avalado por una acer-tada práctica inversionista, que además propiciaba la interconexión energética y de las comunicaciones.

Tras exponer sus atractivos propósitos integracionistas, Chávez rea-lizó una visita a Cuba donde se entrevistó con Fidel Castro y juntos

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irmaron los primeros planes conjuntos acordados en el marco del ALBA. A esta novedosa concepción integradora después se suma-ron Bolivia y Nicaragua mientras Ecuador anunciaba su intención de hacerlo también.

Una Cumbre Extraordinaria del ALBA –integrada ya por Venezue-la, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Honduras, Dominica, San Vicente y Las Granadinas, y con Ecuador, Paraguay, Antigua y Barbuda como observadores-, se produjo el 16 de abril del 2009. En dicho cónclave se anunció el surgimiento del novedoso Sistema Único de Compen-sación Regional (SUCRE), que no utilizaría divisa extranjera alguna e inicialmente fungiría como moneda virtual de cuenta entre las na-ciones y cuyo funcionamiento se regiría por un Consejo Monetario que regularía la política inanciera y bancaria de todos los miembros de la zona monetaria común. También se dejó saber que el recién creado Banco del ALBA inanciaría con 70 millones de dólares un proyecto para desarrollar un sistema latinoamericano de telecomu-nicaciones, que incluiría un cable submarino de ibra óptica entre Venezuela, Cuba, y Jamaica, y en su segunda etapa sumaría a Nica-ragua y Haití a la red. Igualmente se conoció que el referido Banco del ALBA ejecutaba más de cien planes de desarrollo en diversos países y entregaba fondos para proyectos como: ALBA-Salud, AL-BA-Cultura, ALBA-Educación y otros, gracias al cual Honduras, por ejemplo, recibió un lote de implementos agrícolas venezolanos y es-peraba declararse en enero del 2010 territorio libre de analfabetismo. Pero lo fundamental de esta Reunión Extraordinaria del ALBA fue, la unánime censura de sus miembros al impedimento que la Organi-zación de Estados Americanos hacía a la participación de Cuba en la mal llamada V Cumbre de las Américas del 17 de abril del 2009. En ella, todos los Estados latinoamericanos y caribeños exigieron a Es-tados Unidos que se reparase la injusticia histórica de haber expul-sado a Cuba de la OEA y que cesara incondicionalmente el injusto bloqueo impuesto a la isla por más de 48 años; como se sabe, dicha medida había sido acordada el 31 de enero de 1962, acompañada de

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la urgencia de que los Estados de la región rompieran sus vínculos con la Revolución Cubana. Casi medio siglo después, en la 39 Asam-blea General de la OEA, por consenso de los 34 países miembros de esa organización se dejó sin efecto la referida exclusión de Cuba del Sistema Interamericano. Tamaño éxito político de Cuba evidencia-ba, sin lugar a dudas, que en América Latina se había producido un trascendental cambio de época.

Una Cumbre nueva del ALBA aprobó la movilidad universitaria entre los Estados miembros, el reconocimiento recíproco de los tí-tulos emitidos por las respectivas instancias de educación superior, y un acercamiento en los enfoques de formar profesionales a nivel de pre y post-grado. Luego la integración tomó cuerpo mayor con la decisión de crear un Consejo Político y otro de Complementación Económica. Éste se concentraría en la planiicación e intercambios así como en las inversiones productivas y los programas de coo-peración para impulsar el surgimiento de una zona comercial con respeto a las asimetrías. A la vez se anunció que se realizaban estu-dios para establecer una Secretaría Permanente. Entonces también se dejó saber que Ecuador, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda se integraban junto a Bolivia, Cuba, Dominica, Honduras, Nicaragua y Venezuela en el ALBA. Ésta, de esa manera pasó de ser una propuesta teórica a convertirse en plataforma de poder, como expresión de la Nueva Izquierda Latinoamericana. Dicha corrien-te política estaba sustentada en pilares importantes; tenía espíritu democrático, era lexible y abierta, pero sobre todo se adaptaba al contexto propio de cada país. Por eso cada uno de éstos tenía su propia forma de gobernar, pues todos eran diferentes. Así, el cam-bio se daba a partir de concepciones propias, debido a lo cual se podía alcanzar gran éxito. Meses más tarde, en la VII Cumbre –celebrada en Cochabamba-, se conformó un Tribunal de Arbitraje Internacional del ALBA, en tanto que mecanismo para solucionar conlictos entre países; éste representaría una alternativa al Centro Internacional de Arreglo de Diferencias del Banco Mundial. Tam-

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bién en dicha cita, y a instancias del gobierno boliviano, en la referi-da cumbre participaron por vez primera empresarios privados. Al inal, en la declaración de clausura, se plasmó la decisión común de que el primero de enero del 2010 comenzaría a funcionar el siste-ma monetario de pagos conocido como SUCRE, el cual permitiría abandonar la dependencia al dólar estadounidense. A partir de la fecha indicada, empezarían las operaciones técnicas para imple-mentar su funcionamiento entre los países pertenecientes al Banco del ALBA; en un futuro, tal vez se podría extender dicha moneda virtual a quienes pertenecieran al Banco del Sur. También se deci-dió entonces encomendar al Consejo Político, la elaboración de un proyecto que permitiese constituir un Consejo de Seguridad, el cual promovería la creación de una Escuela Superior para el desarrollo de las Fuerzas Armadas de los Estados miembros de la alianza. En el encuentro, Hugo Chávez terminó sus palabras con la airmación de que el ALBA era un gran espacio geopolítico en construcción, que se consolidaba como instrumento fundamental para construir “un mundo mejor” bajo el nuevo modelo socialista del siglo XXI.

UNASUR

El surgimiento de una región latinoamericana y caribeña verdade-ramente libre y soberana, ha sido un complejo proceso ascendente en el que se mezclaron las luchas democráticas con las revoluciona-rias junto a los renovados empeños por la integración. Tal vez nada exprese mejor dicha tendencia, que el hecho de haberse convertido China socialista en el tercer socio comercial de América Latina y en el primero del Brasil. Ese intercambio creció al asombroso ritmo del 40 por ciento anual y se acercó a la colosal cifra de 200 000 millo-nes de dólares al año. En tanto las relaciones con Estados Unidos, cuya economía se encontraba en profunda recesión, se estancaban o decaían, en detrimento de sus principales socios como México. Se anunciaba de esa forma la pronta aparición de un interdependiente mundo multipolar.

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En nuestro subcontinente, a la vez, se incrementaron los rasgos de unidad y progreso común; evidencia de ello fue el fortalecimiento de la empresa multinacional PETROCARIBE, a la cual pertenecían 18 países y varios más aspiraban a integrarla. Se constituyeron, ade-más, novedosas instituciones como la Unión de Naciones del Sur. Ésta abarcaba a todos los países sudamericanos, que aspiraban a una integración completa en lo social, económico, político e institucional. Incluso planteaba una ciudadanía regional, así como sistemas de se-guridad social y políticas económicas y sociales comunes. También preveía el diseño de estrategias consensuadas ante los organismos internacionales o multilaterales. La UNASUR debía llegar a contar con un fondo de reserva y una moneda común, cuyo primer paso fue el acta de fundación a inales del 2007 del Banco del Sur. Esta ins-titución inanciera debía sustituir en el área las funciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. A cuya pertenencia ya renunciaron de mutuo acuerdo Argentina y Venezuela al cance-lar viejas deudas con ambos. EL Banco del Sur auspiciaría proyectos estratégicos en los países de la región sin tener en cuenta diferencias económicas ni tamaño de los miembros. Dentro de UNASUR se con-formó el 9 de marzo del 2009 el Consejo de Defensa Sudamericano, que declaró a la región como Zona de Paz en tanto que base necesa-ria para la estabilidad democrática y el desarrollo integral del área. Poco después surgió también el Consejo de Salud, cuya prioridad era erigir un escudo epidemiológico en Sudamérica. Uno de los pri-meros pasos al interior de UNASUR fue el entendimiento entre los presidentes Lula, Chávez, Bachelet, Evo, y Correa en trazar el bos-quejo de unir ambos océanos que bañan la América Latina por medio de carreteras, ferrocarriles y vías luviales, cuyos ejes fundamentales serían los importantes puertos brasileños de Santos –en el Atlántico Sur- y el amazónico de Manaos, así como la ecuatoriana ciudad de Manta y la chilena bahía de Iquique, ambos en el Pacíico.Pronto los países del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) compuesto por Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras,

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Nicaragua, Costa Rica, Panamá y al cual está asociado República Dominicana, acordaron fortalecer al máximo posible sus relaciones de todo tipo con UNASUR.

Con posterioridad, este mecanismo de integración aprobó el Pro-yecto de Estructura del Tratado Energético de Suramérica, el con-cepto de Empresa Grannacional de Energía y el uso de las monedas locales en el intercambio comercial regional, en sustitución del dó-lar como dinero de referencia. Luego, en Bariloche (Argentina) el 28 de agosto del 2009, la Cumbre extraordinaria concluyó con una resolución de condena a la presencia de enclaves militares extranje-ros que amenacen la soberanía de los países. En la declaración inal de dicha cita se evidenció la fragilidad de los argumentos sosteni-dos por Colombia, para ceder el uso de siete bases a militares esta-dounidenses; los mandatarios manifestaron su deseo de defender la región como una zona de paz, aunque reairmaron su compro-miso de fortalecer la lucha y cooperación contra el terrorismo y la delincuencia organizada. Dentro del marco de UNASUR un paso importante fue el encuentro de las presidentas de Argentina y Chi-le en este último país donde se rubricó un Tratado de Integración; este acuerdo, llamado de Maipú, prevé un sitema de jubilaciones recíproco, fuerzas armadas conjuntas para la paz y el desarrollo de un ferrocarril transandino.

El estrechamiento de vínculos inter-latinoamericanos alcanzó otro hito cuando en noviembre del 2008 Cuba oicialmente ingresó en el llamado Mecanismo Permanente de Consulta y Concertación Polí-tica, más conocido como Grupo de Río. Éste es el distante heredero del Grupo de Contadora, creado en la década de los 80 para bus-car la paz durante los conlictos armados en Centroamérica. En ese contexto, la marcha unitaria del subcontinente alcanzó tal vez su cima cuando Brasil convocó a celebrar en diciembre del 2008 la Pri-mera Cumbre de América Latina y el Caribe. En dicha reunión, por primera vez desde la consecución de la independencia contra las metrópolis coloniales, los 33 países que integran la región –con la

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notable presencia de Cuba- se reunieron sin participación foránea, fuese de Estados Unidos o Europa. En dicho cónclave se emitió una Declaración Final en la que se expresaba total acuerdo en la defensa de la soberanía de las naciones latinoamericanas, el derecho de los Estados a construir su propio sistema político, libre de amenazas y agresiones o medidas coercitivas; se subrayaba que siempre debe-ría prevalecer un ambiente de paz, estabilidad, justicia, democracia y respeto a los derechos humanos, con igualdad soberana de los Estados y solución pacíica de las controversias. En esa referida Pri-mera Cumbre también se emitió una declaración especial sobre la necesidad de poner in al bloqueo inanciero, comercial y económi-co –incluida la aplicación de la Ley Helms-Burton- impuesto por el gobierno de Estados Unidos contra Cuba. En dicho ámbito, además, el presidente ecuatoriano Rafael Correa propuso que el llamado Grupo de Río se transformara en Organización de Estados Latinoa-mericanos y Caribeños, sin participación alguna de cualquier país ajeno a la región. En concordancia con esa propuesta, México reali-zó la convocatoria para celebrar en febrero del 2010 otra Cumbre de América Latina y el Caribe, que tendría lugar simultáneamente –en su caribeña Riviera Maya- con una reunión del Grupo de Río. Y en dicho cónclave, el día 23 de ese mes, ambas entidades se fusionaron en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Esta novedosa organización deberá promocionar la integración y el de-sarrollo sostenible regional, e impulsar los intereses del área en los foros globales ante acontecimientos de relevancia mundial.

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EPÍLOGO

México

En América Latina, la ascendente marcha de los países con gobier-nos democráticos y progresistas o revolucionarios en los últimos tiempos, ha contrastado cada vez más con la realidad de los pocos Estados que han mantenido regímenes conservadores o tradiciona-listas. Un buen ejemplo de esto último es México. En esta república, la sociedad se conmovió a causa de los sangrientos sucesos de 1968 –conocidos como la masacre de Tlatelolco- y nunca volvió a ser la misma. Por ese motivo, Luís Echeverría –durante su sexenio presi-dencial (1970-76)- trató de mantener un cuidadoso equilibrio social mientras se empeñaba en lograr el desarrollo nacional. Pero ya en las tres cuartas partes de las ramas industriales, los monopolios de-terminaban la manera de funcionar al conjunto de las empresas, y –como promedio- las cuatro mayores compañías de cada sector generaban casi la mitad de la producción. En el centenar de bancos privados existentes, el 61 por ciento de los recursos pertenecía a sólo tres de ellos. En síntesis, los siete consorcios hegemónicos domina-ban actividades superiores a los cuatro mil millones de dólares, e inluían en otras que ascendían a una cifra aún mayor. A su vez, las inversiones directas foráneas totalizaban más de cinco mil millones de dólares, en tanto la deuda externa era cuatro veces esa cantidad. Por ello, su gobierno debió limitarse a realizar cambios cosméticos muy propagandizados, como el reparto de algunas tierras que fue-ron indemnizadas y otras pequeñas modiicaciones más. En cambio durante su mandato se experimentó un estancamiento económico y se disparó la espiral inlacionaria, al grado que motivó la devalua-ción del peso en un 50 por ciento y el establecimiento para él de una tasa cambiaria lotante. Esto, a pesar del hallazgo de gigantescos yacimientos petrolíferos al sur del país.

El candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y casi obligado sucesor al cargo, José López Portillo, al ocupar el poder

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ejecutivo estableció un notable programa de austeridad y desarro-llo que nacionalizó la banca y estableció un control monetario, im-puso a los trabajadores el congelamiento de sus salarios y pidió a los propietarios estabilidad en los precios, duplicó la extracción de petróleo. Sin embargo eso tampoco resolvió el problema del acele-rado endeudamiento con el extranjero, en parte debido a la caída de los precios de exportación del hidrocarburo, algo que fue agravado por el terrible y devastador terremoto de la capital, el cual ocasionó más de veinte mil muertos.

La situación de crisis generalizada debido a la suma de infortu-nios, aceleró el debilitamiento de la unidad interna del cuasi oicial partido, cuya pugna de tendencias llegó al extremo de ocasionar el desprendimiento de su corriente más progresista encabezaba por Cuauhtémoc Cárdenas –hijo del famoso presidente-, quien gestio-nó la uniicación con la mayoría de las fuerzas de izquierda que iniciaban un proceso rumbo a su fusión. Comenzó a cambiar así el panorama político mexicano, al punto de que la ascendente opo-sición denunció al presidente Miguel de la Madrid por haber per-mitido o provocado irregularidades en los comicios al Congreso. Y las acusaciones de fraude electoral se multiplicaron cuando en 1988 Carlos Salinas de Gortari, candidato priísta a la presidencia fue proclamado vencedor. Éste, a pesar de esas protestas, de inme-diato acometió la acelerada privatización del 80 por ciento de las in-dustrias estatales, sobre todo las más prósperas o rentables, y abrió por completo la economía a las inversiones foráneas. El colofón de esa nefasta política fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), irmado con Estados Unidos y Canadá, que en nada alteró el rápido ritmo de crecimiento de la ya colosal deuda externa mexicana.

Al mismo tiempo que entraba en vigor el TLCAN el primero de enero de 1994, se producía en el sur de Chiapas la impactante in-surrección de un grupo armado rebelde encabezado por quien sólo se conocía como Sub-Comandante Marcos (199). En dicha zona la

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precaria situación de los indígenas de origen maya se deterioraba continuamente, por lo cual ellos vieron con agrado el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuyos inte-grantes exigían autonomía para las áreas habitadas por poblacio-nes originarias, restitución de las tierras a sus ancestrales dueños, eicientes servicios médicos, adecuada educación, un régimen de-mocrático para la república. La nueva situación creada profundi-zó los choques al interior del PRI, donde se debatía acerca de cuál candidato presentar para los siguientes comicios presidenciales. Del embrollo partidista inalmente emergió la respetada igura de Luís Donaldo Colosio, quien prometía cambios profundos en to-dos los ámbitos. Pero el popular candidato no llegó a los comicios, pues en marzo fue sospechosamente asesinado durante un mitin de su campaña electoral en Tijuana. Su lugar lo ocupó entonces el descolorido Ernesto Zedillo Ponce de León, bajo cuyo sexenio tuvo lugar una gigantesca quiebra inanciera provocada por un déicit de treinta mil millones de dólares en cuenta corriente, que el gobierno palió gracias al rápido e importante apoyo monetario de Estados Unidos. Después vinieron nuevas medidas de austeridad contra los asalariados, así como la privatización de mucho de lo poco rema-nente de las otrora abundantes propiedades estatales. Ese contexto de verdadera debacle provocó que en los comicios de 1997, el PRI reconociera por vez primera en su historia haber quedado en mino-ría en la Cámara de Diputados; en ella, el nuevo y progresista Parti-do de la Revolución Democrática (PRD) junto con el tradicionalista y conservador Partido de Acción Nacional (PAN), obtuvieron cada uno la cuarta parte de los escaños, lo cual sumado a los represen-tantes de pequeños partidos como el del Trabajo (PT), conformaba una mayoría nueva.

En el año 2000 acudieron a las elecciones generales tres fuerzas po-líticas fundamentales; el PRl, la Alianza por México integrada por el PRD y el PT con Cuauhtémoc, y la llamada Alianza por el Cambio formada por el PAN y el Partido Verde Ecologista con su candidato

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Vicente Fox. Este ex-subgerente de una archiconocida transnacional ocupó la presidencia luego de 71 años de supremacía del PRI, con la promesa de presentar ante el Congreso una Ley sobre Derechos y Culturas Indígenas exigida por el EZLN, en defensa de las etnias minoritarias. Luego el nuevo mandatario propuso unas reformas en detrimento de la paternalista legislación laboral en vigor, y otras de índole iscal en provecho de los más enriquecidos contribuyentes. Y a pesar de que para congraciarse con su poderoso vecino del norte tuvo serios incidentes con el máximo dirigente de la Revolución Cubana, Fox no logró que su estrecha relación de amistad personal con el presidente George W. Bush facilitara el tránsito de emigrantes mexicanos hacia Estados Unidos, donde se les cazaba cada vez con más frecuencia esgrimiendo la excusa de que no poseían apropiada documentación. De esa manera la tirantez en la zona limítrofe au-mentó, pues cada año quinientos jóvenes –como promedio- perdían la vida en el intento de cruzar la frontera, con la ilusión de huir del creciente desempleo provocado por el TLCAN. Hasta que la ten-sión llegó al máximo cuando en Washington se anunció la futura construcción de un imponente muro que impidiese la llegada de los indocumentados.

El popularísimo jefe del gobierno del Distrito Federal capitalino, Andrés Manuel López Obrador, anunció sus aspiraciones presiden-ciales con una plataforma anti-neoliberal basada en crear nuevas: legalidad, economía, política y convivencia social; su propósito era –dijo- que hubiese menos desigualdad y más justicia, con mayor dignidad. Pero de inmediato las autoridades “panistas” se agiliza-ron con el propósito de impedir que pudiera hacer efectiva su can-didatura, para lo cual lo acusaron de múltiples delitos y llegaron a desaforarlo de su inmunidad constitucional. Las gigantescas pro-testas populares sin embargo, obligaron al gobierno a dar marcha atrás y aceptar la participación de AMLO (como se le conocía por las iniciales de su nombre) como aspirante de la coalición “Por el Bien de Todos”, que integraban el PRD, el PT y Convergencia De-

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mocrática. Contra él se lanzaron Roberto Madrazo del PRI y Felipe Calderón por el PAN. En ese fogoso ambiente electoral, la crispa-tura se hiperbolizó cuando en Oaxaca –segundo territorio más po-bre del país-, una combativa huelga de maestros fue violentamente reprimida. Entonces la movilización de amplias masas aumentó y se radicalizó, incluso con la erección de barricadas y nuevas deman-das, como la de que el propio gobernador estadual renunciase. Y en ese contexto, en la jornada de los comicios, el conteo de votos favorable a AMLO súbitamente cambió a partir de la medianoche, para terminar al amanecer con una discretísima ventaja de 0.58 por ciento en las urnas en beneicio de Calderón. Por supuesto, López Obrador no aceptó la inaudita estafa gestada por el PAN y la cúpula del PRI –partido que resultó el gran perdedor-, y llamó a organizar un Frente Amplio Progresista que aglutinara a todos los deseosos de combatir por una sociedad justa y sobre bases democráticas, me-diante el ejercicio de la soberanía popular, para construir una Cuar-ta República Mexicana.

Tras el inaudito fraude electoral la sociedad se hundió en un verda-dero caos, que se agudizó por la profunda crisis económica trasla-dada desde Estados Unidos; ésta agravó la ya existente depaupera-ción de la industria maquiladora, cuyos rivales asiáticos producían más barato, por lo cual desplazaron las exportaciones mexicanas del mercado estadounidense. Ello engendró un mayor desempleo, lo que estimuló el incremento acelerado de la delincuencia, del nar-cotráico y de la violencia en general. Esa crítica situación llegó a tal extremo, que el ejército tuvo que desplegar unos 40,000 hombres –de manera permanente- en los territorios estaduales más afectados por las bandas delincuenciales, sobre todo en la franja fronteriza con Estados Unidos; en ella existían soisticados “narcotúneles” –entre ambos países-, de hasta trescientos metros de longitud, con drenaje, luces, ventilación y ascensor. En dicha zona los cárteles de Juárez y Sinaloa eran los más poderosos, que además operaban en unos 230 centros urbanos estadounidenses, sobre todo en Chicago,

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Denver, Houston y Los Ángeles. Más al sur –como en Michoacán- otros actuaban, como el llamado “La Familia”, el cual incluso dio muerte a doce policias federales que habían capturado a un cabe-cilla del referido grupo delincuencial. Dicho auge criminal provocó la sustitución de aduaneros –1,100 fueron destituídos acusados de corrupción- por soldados, y la militarización de docenas de ciuda-des; se calculaba que los narcotraicantes habían penetrado o con-trolaban el 60 por ciento de los municipios de la república y algo semejante sucedía con las gobernaciones e incluso llegaban a incidir en miembros del Congreso. Tal violencia originó 13,600 homicidios –uno por hora-, sólo bajo el gobierno de Calderón, lo cual casi se puede equiparar con una verdadera guerra civil.

Durante el 2009 la economía mexicana se redujo un 7,5 por ciento, índice de contracción cuatro veces mayor que el de América Latina en su conjunto. Esto provocó el paro adicional de casi un millón de trabajadores e incrementó la fuga de mexicanos hacia Estados Uni-dos, que desde antes –como promedio- ascendía a quinientas mil personas al año. En esos momentos, cuando había 60 millones de seres humanos –poco más de la mitad de la población- en la pobre-za y 35 millones se encontraban en la miseria: 34 grupos familiares en total poseían una fortuna superior a los 107,500 millones de dó-lares; la empresa estatal PEMEX anunciaba, que sólo había reservas descubiertas para continuar la extracción de petróleo –con la misma intensidad- durante siete años más; el turismo caía a ínimos nive-les, producto de la inluenza o pandemia del AH1N1 que a partir de México se irradió por el mundo; las remesas descendían un 20 por ciento debido a la crisis en Estados Unidos; el gobierno comunicaba que dentro de dos décadas los recursos hídricos no podrían abaste-cer a toda la ciudadanía, pues ya 12 millones de personas carecían de agua, el 75 por ciento de las 718 cuencas hidrográicas –ríos, la-gos, lagunas- estaban contaminadas a causa del desordenado creci-miento urbano, y el 58 por ciento de los bosques así como el 98 por ciento de las selvas habían desaparecido en los últimos veinte años.

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En tan catastróicas circunstancias, el presidente Calderón recono-ció públicamente la existencia de redes de cobertura o protección al narcotráico y al crimen organizado –se producían 18 secuestros diarios- tanto dentro de la policía como en las demás instancias gu-bernamentales. Además, explicó que la paralización económica se debía a la excesiva dependencia en los Estados Unidos, cuya crisis era profundísima. Aunque tardíamente, se reconocían por voz suya las nefastas consecuencias del TLCAN, censurado desde el inicio por una multitud de críticos que en su momento adujeran seme-jante veraz razonamiento; dicho asimétrico pacto comercial sólo beneició a las trasnacionales y monopolios mexicanos a ellas aso-ciadas, así como a las exportaciones estadounidenses subsidiadas, que desplazaron a los productores nativos de su propio mercado. Sucedió de tal manera, por ejemplo, con el maíz, cuyas importa-ciones transgénicas sustituyeron las tradicionales mazorcas nacio-nales. Algo semejante ocurrió con el transporte, a través de cuyas vías terrestres se enviaba al vecino septentrional el 80 por ciento de las exportaciones; con un banal pretexto, las autoridades estadouni-denses impidieron circular por las carreteras de su país a los camio-nes propiedad de mexicanos: “No son seguros”, dijeron.

En tan angustioso contexto, la presidencia del PRI fue ocupada por Beatriz Paredes –muy experimentada en política y ex-embajadora en Cuba-, quien lo renovó, democratizó, y llevó al triunfo en las elecciones legislativas de mediados del 2009. Debido a dichos comi-cios el PAN perdió su mayoría en la Cámara Baja, y la desilusionada miltancia del PRD exigió que se reorganizara el equipo de dirección de su partido. En virtud de ello, al poco tiempo se relanzó la coali-ción que ya se presentara en el 2006; entonces las tres fuerzas de iz-quierda con representación en el Congreso (PRD, PT y Convergen-cia) dejaron saber que su nuevo coordinador sería el ex-canciller y ex-alcalde del capitalino Distrito Federal, Manuel Camacho, quien de esa forma inició el proceso de unidad de las organizaciones pro-gresistas con rumbo a las elecciones del 2012.

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Honduras

Honduras, tras la mal llamada “Guerra del Futbol”, continuó hasta principios de la década del ochenta bajo régimen militar. Pero Es-tados Unidos necesitaba mejorar la imagen de este país, para em-plearlo como elemento determinante en su lucha contra el triunfante sandinismo. Por eso Ronald Reagan, aunque fortaleció muchísimo al ejército de Tegucigalpa, impuso en dicha capital un gobierno ci-vil, acompañado a partir de 1982 de una constitución oligárquica y neoliberal. A la vez, estableció en Palmerola una base militar impe-rialista y auspició desde esas tierras hondureñas, las devastadoras incursiones armadas de la “contra” hacia el interior de Nicaragua. De esa manera, para la élite bipartidista Liberal-Conservador (o Na-cional), la referida política agresiva contra la contigua república se convirtió en un gran negocio, junto con su simultáneo y creciente involucramiento en el narcotráico y el consiguiente lavado de ese espurio dinero. Todo ello se supo al ser reveladas dichas prácticas por el Coronel Oliver North –gestor desde la Casa Blanca del plan “Irán-Contras”- cuando el Congreso en Washington lo interrogó a causa del estallido de ese escándalo. Entonces, en Honduras el 75 por ciento de la población vivía en condiciones de pobreza o miseria, mientras doce opulentas familias controlaban el 80 por ciento de la riqueza nacional, junto a empresas extranjeras. Dicha situación algo cambió desde que el 27 de enero del 2006 ocupara el poder ejecutivo –electo por el Partido Liberal- Manuel Zelaya. Este rico ganadero, con sensibilidad social, intentó mejorar en algo la desesperada situa-ción de las masas; inició programas destinados a mejorar las difíci-les condiciones de campesinos y trabajadores, cuyos salarios elevó. Entonces los poderosos grupos empresariales se le opusieron, a los cuales pronto se sumaron los políticos tradicionalistas; el presidente retardaba el envío al Congreso del siguiente presupuesto iscal, que les inanciaría sus campañas electorales para los próximos comicios generales del 29 de noviembre del 2009. Y para colmo, Zelaya res-pondió positivamente a los reclamos populares, los cuales exigían

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que en ellos se instalara una urna adicional para decidir si la ciu-dadanía deseaba la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Al mismo tiempo, apremiado por el alza de los precios internacionales del petróleo, el detentor de la primera magistratura incorporó Hon-duras al ALBA; de ese modo, simultáneamente retiraba al ex-pre-sidente Carlos Roberto Flores su autoendilgada concesión sobre el “oro negro”, que lo había convertido en el exclusivo importador del país. A esta justiicada medida pronto siguió otra, que derogaba los monopolistas permisos disfrutados por unos pocos compradores en el extranjero de medicamentos, cuyos precios en el mercado interno eran elevadísimos. Eso bastó para que en contra de Zelaya –seis me-ses antes de inalizar su período presidencial- se desatara una furio-sísima propaganda mediática, la cual además denostaba la campaña gubernamental para alfabetizar al 16,4 por ciento de los hondureños que no sabían leer o escribir. La pugna culminó en la sustitución del jefe de las fuerzas armadas, cuando éste se negó a repartir por todo el país la famosa cuarta urna electoral. Dicha decisión presidencial ocasionó la censura del Poder Judicial, que la tildó de ser ilegal. En-tonces el presidente convocó al pueblo a respaldar sus propuestas en el referendo del domingo 28 de junio del 2009. Pero el ejército se apropió de las conlictivas “cajas de votación”, las cuales Zelaya luego retomó acompañado de una multitud de manifestantes; ellos rompieron los portones de la base de la fuerza aérea donde estaban amontonadas, y las llevaron al Palacio Presidencial. Sin embargo la noche anterior a los referidos comicios, y con el apoyo del Congreso –presidido por Roberto Micheletti-, militares encapuchados secues-traron al primer mandatario para enviarlo –en ropa de dormir- al exilio en Costa Rica. Allí, Oscar Arias –de nuevo presidente de la república-, se empeñó en retomar su antiguo protagonismo centroa-mericano al inaugurar una serie de “reuniones conciliatorias” entre golpistas y desplazados del poder.

El pueblo hondureño fue, no obstante, quién dio la verdadera res-puesta a la quiebra constitucional. Desde el primer día las masas

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citadinas se lanzaron a protestar pacíicamente, convocadas por sus organizaciones sindicales, estudiantiles, feministas u otras fuerzas políticas progresistas; enseguida se multiplicaron las manifestacio-nes contra el régimen de facto, encabezado por Micheletti, promi-nente miembro del Partido Liberal. Este ilegítimo ocupante de la presidencia, de inmediato restringió la libertad de prensa e impuso el toque de queda. A pesar de tantas limitaciones, a las pocas horas surgió el Frente Nacional contra el Golpe de Estado, vasta alianza social que también abarcaba a defensores de los derechos humanos y ambientalistas e indígenas, cuyo coordinador era el presidente de la Federación Unitaria de Trabajadores, Juan Barahona; esta in-cipiente coalición incluía asimismo a Vía Campesina –dirigida por Rafael Alegría-, al izquierdista Partido de Uniicación Democráti-ca –uno de los tres principales en el país-, y a las bases liberales “zelayistas”. El objetivo del Frente era restablecer el orden legal en ruta a una Asamblea Constituyente, que garantizara la democracia participativa para efectuar cambios en el sistema social vigente; la esperanza de lograr una vida mejor impulsaba a manifestantes en campos y ciudades contra el régimen golpista, totalmente aislado en la comunidad internacional. En ese contexto la dirigencia del Frente rindió homenaje al prócer Francisco Morazán, y anunció que fortalecería las estructuras de resistencia por todo el país –barrios, colonias, departamentos- mediante una Asamblea el 6 de septiem-bre. Tras celebrarla, se desarrollaron incesantes marchas de protesta en la república, y a veces se ocuparon lugares importantes como la Universidad Pedagógica o la Nacional Autónoma, así como otros sitios de relevancia.

Zelaya, mientras tanto, desde cualquier lugar en que se encontra-ra –fuera del país- insistía: “No he renunciado; ha sido un golpe de Estado; sigo siendo el presidente constitucional de Honduras”. Y siempre añadía:”regresaré”. El depuesto mandatario lo intentó, primero en avión y luego a pie, pero sus empeños fueron en ambas ocasiones frustrados. Hasta que, sorpresivamente, el 21 de septiem-

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bre burló los controles fronterizos y se adentró en Honduras hacia Tegucigalpa, donde se asiló en la Embajada de Brasil. Y desde ella alentó a sus conciudadanos a proseguir la lucha pacíica, lo cual enardeció a los manifestantes. Además, su presencia en la capital hondureña ayudó a isurar el apoyo a los golpistas, pues sectores en el Congreso y grupos empresariales –que hacía cuatro meses habían apoyado la remosión del mandatario- comenzaron a cuestionar el prolongado mantenimiento del estado de sitio y la represión gu-bernamental. Incluso el Obispo Juan José Pineda visitó al depuesto presidente en la referida sede diplomática. En este nuevo contexto, Micheletti aceptó la llegada al país de una misión de la OEA, con el propósito de que mediara entre las partes en conlicto. El Frente, por su lado, anunció que participaría en dichas conversaciones si realmente se buscaba resolver la crisis, aunque precisó que resul-taban innegociables la restitución de Zelaya y la convocatoria a la Constituyente. Después se seleccionaron a los tres representantes de la Resistencia contra el Golpe, que discutirían con otros tantos miembros de la parte del régimen de facto. En las reuniones ambos bandos convinieron en formar un gobierno de unidad nacional y acordaron que no hubiera amnistía. Pero al poco tiempo Baraho-na se retiró del diálogo, por estar en desacuerdo en renunciar a la Asamblea Constituyente, tras lo cual fue sustituído en el trío por el abogado Rodil Rivera. A inales de octubre se llegó a un entendi-miento, con los siguientes puntos adicionales: el Congreso Nacio-nal debía ser quien decidiera si Zelaya retornaría a la presidencia, previa consulta con la Corte Suprema de Justicia; se crearía una Co-misión de la Verdad sobre el golpe de Estado; se supervisaría con observadores internacionales las elecciones del 29 de noviembre y se rechazaría la convocatoria a una Constituyente. Parecía iniciarse así un largo y tortuoso camino de regreso a la legalidad, aunque el comportamiento inmediato posterior gubernamental lo covirtió en algo poco probable. El pueblo hondureño, sin embargo, volvió a de-jar constancia de su voluntad en la jornada de los anunciados y frau-dulentos comicios; en esa fecha el abstencionismo alcanzó los dos

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tercios de los posibles votantes, lo cual representó el mayor rechazo posible al ilegítimo régimen golpista y sus anhelos de perpetuarse en el poder. A pesar de ello, en las ilegales elecciones se declaró ven-cedor a Poririo Lobo, derechista candidato del conservador Parti-do Nacional que anunció cesaría todas las relaciones con el ALBA tras ocupar el poder. A la vez el Congreso rechazó reinstalar en el ejecutivo al depuesto Zelaya, mientras la amplia coalición oposito-ra se transformaba en Frente Nacional de Resistencia Popular. Éste impulsó desde entonces múltiples actividades de protestas, que re-cogían todo tipo de reivindicación a la vez que mantenía el recla-mo de retornar a la constitucionalidad. A la vez se incrementaron las presiones de los países latinoamericanos para que en Honduras se restableciera la legalidad. La conjunción de factores internos y externos provocó el aislamiento del gobierno de Lobo y lo forzó a ceder. Por ello a mediados de mayo del 2011 en el puerto de Carta-gena de Indias, y con la mediación de los mandatarios colombiano (Juan Manuel Santos) y venezolano (Hugo Chávez), se celebró una mini-cumbre centroamericana a la que asistieron los presidentes de El Salvador, Guatemala y Nicaragua junto a Lobo y Zelaya. Ambos políticos hondureños irmaron un pacto de reconciliación y todos los centroamericanos asistentes acordaron que Honduras se reinte-grara a la OEA y al SICA, mientras también se reconocía al FNRP como una fuerza política cuya legalidad debería ser aceptada por el Tribunal Supremo Electoral en Tegucigalpa.

El retorno del depuesto Zelaya a Honduras no implicó, sin embar-go, que el FPRN abandonara sus exigencias de que cesara la impu-nidad de los crímenes cometidos por las fuerzas represivas golpis-tas, ni abandonara su reclamo de convocar a una Constituyente y una Ley Electoral nueva. De este modo parecía que para el país se abría un futuro promisorio.

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Paraguay

En Paraguay, el derrocamiento de la prolongada dictadura del gene-ral Alfredo Strossner y la corrupción de los sucesivos gobiernos del Partido Colorado, condujeron al régimen oligárquico y derechista a su desprestigio. Esto facilitó que se multiplicaran las protestas, en las cuales pronto se destacó Fernando Armindo Lugo Méndez. Este joven obispo –ordenado en 1994- se había destacado por su intensa actividad a favor de los pobres y humildes, hasta que en el 2004 el papa Juan Pablo II lo retiró de su alto cargo en la Iglesia Católica. Entonces Lugo se sumergió en la vida pública paraguaya, en la que el 29 de marzo del 2006 encabezó una multitudinaria mar-cha de protesta contra las reiteradas violaciones constitucionales, en las que incurrían miembros de la Corte Suprema de Justicia. A partir de ese momento el carismático político se convirtió en igura nacional, con el respaldo cada vez mayor de los partidos de centro e izquierda. Éstos lo postularon como candidato presidencial de una novedosa Alianza Patriótica para el Cambio, que pronto obtuvo el apoyo del Partido Liberal Radical Auténtico, principal fuerza opo-sitora durante las seis décadas del régimen colorado. Se conformó así una coalición cuya amplitud nunca antes había sido vista en Pa-raguay, la cual recibió el respaldo de múltiples y heterogéneos sec-tores. De ese modo Lugo triunfó en los comicios del 20 de abril del 2008, al recibir el 40.82 por ciento de los votos. Cuatro meses más tarde, al ocupar la primera magistratura, anunció que trabajaría en seis ejes programáticos fundamentales. El primero sería la reforma agraria, trascendental en un país donde el 77 por ciento de las tie-rras pertenecían a sólo el 1 por ciento de los propietarios. Luego se situaban la salud, la educación, la pobreza o miseria, el desempleo y las vías de comunicación.

Entre las primeras actividades del nuevo gobierno estuvo la forma-lización del in del diferendo fronterizo Bolivia-Paraguay, pendien-te desde la Guerra del Chaco. En su discurso para celebrar dicho deslinde deinitivo, Lugo expresó que al in estaban en marcha los

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sueños de Bolivar, San Martín, Artigas y Gaspar Rodríguez de Fran-cia. Después su país ocupó la presidencia pro-tempore del MER-COSUR, en cuyo ámbito se preocupó por implementar un sistema de jubilación que abarcara a los ciudadanos con años de trabajo en los distintos países de ese bloque sudamericano. También los pre-sidentes paraguayo y brasileño abordaron las reclamaciones de la mediterránea república sobre los beneicios de la represa hidroeléc-trica binacional Itaipú, la de mayor potencia en el mundo; en dicho encuentro, el Brasil acordó aumentar su compensación al Paraguay por la parte que éste le cedía de su energía sobrante. Y con Chile, re-pública asociada al MERCOSUR, el gobierno de Asunción logró un protocolo que eliminaba todos los aranceles al comercio bilateral. En el plano interno, el primer mandatario acometió un programa de asistencia a los pueblos originarios, los que se agrupaban en 496 comunidades distribuidas en 13 departamentos; asimismo, para ellos inauguró un canal educativo bilingüe llamado Arandú Rapé –camino a la sabiduría, en guaraní-, destinado a multiplicar sus co-nocimientos. Después, por San Pedro, Lugo acometió la reforma agraria con una distribución inicial de tierras que abarcó a cinco mil quinientas familias, en seis departamentos. Además instruyó que se construyeran caminos rurales, puentes, casas de salud, escuelas, y se entregaran a los nuevos dueños semillas. Esto formaba parte de los avances sociales, entre los cuales sobresalían los de salud; se dispuso la gratuidad en urgencias y consultas externas, la cual luego se amplió a curaciones, cirugía menor, anestesia, radiografía, ecografía, tomografía, analisis de laboratorio. Después dicha prác-tica exoneradora de pagos se extendió a las áreas odontológica y oftalmológica, en la ruta hacia su generalización en esos servicios. En lo relacionado con las universidades, el nuevo gobierno promo-vió transformaciones para convertirlas en motores del cambio; ellas alcanzaron la autonomía e incrementaron el acceso a estudiantes pobres –con gratuidades-, a la vez que se impulsaba el vínculo de la docencia con la investigación y se auspiciaban las relaciones en-tre obreros y estudiantes. En ese contexto, Fernando Lugo aseguró

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que el socialismo en el siglo XXI se aianzaría en el Paraguay, pues en los comicios del 2013 la ciudadanía podría elegir presidente a un candidato de izquierda. Después, sorpresivamente, y para con-trarrestar rumores sobre un posible golpe de Estado, el presidente depuso a la jefatura del Estado Mayor de las fuerzas armadas; se le consideraba muy atenta a los criterios de la embajada estadouni-dense, y fue sustituída por mandos que se estimaba responderían a la progresista orientación gubernamental.

Cuba

En Cuba, el agotamiento de un patrón de desarrollo basado en el uso extensivo de los recursos, el descenso de los precios a sus pro-ductos de exportación, y a partir de 1990 la desaparición de los re-gímenes socialistas de Europa del Este así como la desintegración de la Unión Soviética –con los cuales la isla realizaba más de dos tercios de sus intercambios-, provocó una profunda crisis económi-ca. A esto se añadió el recrudecimiento del bloqueo estadounidense con leyes extraterritoriales como la Torriceli y la Helms-Burton, lo cual creó en la mayor de las Antillas una situación diicilísima, que se expresó en una caída –acumulada- del producto interno bruto (PIB) de un 36 por ciento en tres años. Además, la decisión guberna-mental de asumir el costo de las vicisitudes y mantener en lo posi-ble los niveles de ocupación y salario, provocó un déicit iscal cuya magnitud en 1993 era tres veces y media mayor que cuatro años antes, con lo cual en la fecha de referencia llegó al 73,2 por ciento del PIB. Entonces en el país se reconoció la existencia objetiva de la Ley del Valor aún en el socialismo, y el gobierno revolucionario adoptó un Programa de Emergencia Económica –denominado Pe-ríodo Especial-; tenía el propósito de atenuar las afectaciones a la población, reducir los gastos presupuestarios, y priorizar lo que en mayor medida contribuyese a superar las diicultades, hasta que se pudiera retomar el proceso de desarrollo.

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En el ámbito estructural, la creación de las Unidades Básicas de Producción Cooperativa agrícola representó la medida de mayor trascendencia, en lo concerniente a la metamorfosis de las formas de gestionar la propiedad; hasta 1993 el Estado cubano poseyó el 75,2 por ciento de las tierras, y regía el cien por ciento de lo que en ellas se producía. Con las UBPC no cambió el dueño, pero el usufructo de los terrenos fue cedido permanentemente a los colecti-vos de trabajadores, que desde entonces se agruparon en pequeñas empresas autogestionadas según el precepto “salario-productivi-dad-precio-costo”. Asimismo se entregaron tierras ociosas a dece-nas de miles de familias y personas; de esa manera, cientos de mi-les de hectáreas cultivadas por pequeños productores empezaron a producir para el autoabastecimiento, y comenzaron a vender sus excedentes en numerosos mercados agropecuarios, creados a partir de 1994. A éstos podían acudir quienes trabajaran bajo cualquie-ra de las diferentes formas de propiedad existentes en la economía nacional. Ello permitió que en doce meses la caída de los precios de venta fuese de un 50 por ciento; creció así la producción agríco-la –sobre todo de viandas y hortalizas-, que alcanzó entonces los mayores niveles de su historia. Después la reactivación del trabajo por cuenta propia también tuvo un fuerte impacto; se legitimaba de esa manera otra forma de actividad privada, esta vez en esferas de la producción mecánica y los servicios –antes reservadas para el Estado-, lo cual facilitaba una vida más agradable a la población. A ésta, además, se le autorizó la tenencia legal de dinero foráneo, que se podía trocar en las casas de cambio; ellas lo compraban y vendían por moneda convertible nacional, con la que se podía adquirir mer-cancías en las tiendas recaudadoras de divisas. Al mismo tiempo se aprobó la Ley de Inversión Extranjera, que permitía a capitales de otros países –de forma regulada- establecerse en Cuba. También se acometió la reestructuración del sistema inanciero, delimitando las funciones entre los bancos comerciales y el central. Esto facilitó la introducción de un nuevo modelo tributario, y que se redujeran paulatinamente los subsidios a las empresas estatales. A la par se

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acometió la descentralización del monopolio estatal del comercio exterior, debido a lo cual diversas entidades operaban de manera autónoma en dicha actividad. Por último –entre las cuestiones fun-damentales-, se comprendió que en el mercado mundial no había ya espacio para las grandes producciones azucareras cubanas; por ello se decidió cerrar la mitad menos eiciente de los centrales que procesaban caña. A partir de entonces, el lugar de esa histórica in-dustria en la economía de la isla debería ser ocupado por el turismo, en ascenso; dicha actividad en la esfera de los servicios, tendría que convertirse en el verdadero motor del desarrollo nacional.

El conjunto de medidas adoptadas por la dirección revolucionaria con el objetivo de reinsertar a Cuba en el globalizado mercado inter-nacional, provocó el positivo impacto deseado en la recuperación económica del país. Pero al mismo tiempo, afectaron los niveles de equidad alcanzados antes de la crisis de los años noventa en la república. En ésta, sin embargo, se perseveraba en construir una sociedad muy humanista, con impresionante acceso de las masas a la salud y la educación. Ello se relejaba en una elevada cultura, entendida no sólo como acumulación de conocimientos, sino como un modo nuevo de pensar. En éste se conjugaban, asombrosa dig-nidad, gran audacia, mucha inteligencia y enorme apego a la rea-lidad. Esos rasgos, y la calidad de vida alcanzada por dicha pobla-ción durante el proceso revolucionario, fueron la prueba fehaciente de que mediante la lucha es posible lograr un mundo mejor.

En Cuba socialista, a pesar de la persistencia del férreo e inhuma-no bloqueo estadounidense, el país continuaba siendo una potencia mundial en la salud, con cifras mínimas de mortalidad infantil –4,7 por cada mil nacidos vivos-, y una esperanza de vida de 78 años para los hombres y 80 para las mujeres. El país contaba con 488 mil trabajadores en la esfera de la salud y un médico por cada 158 habitantes; en las instalaciones médicas de la isla estudiaban cerca de 32 mil alumnos de 123 países. Como ayuda internacional, Cuba ha facilitado a 21 Estados 38 brigadas médicas especializadas; man-

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tenía 185 mil médicos en misiones en 103 países; ha realizado un millón y medio de operaciones oftalmológicas –dentro y fuera de la isla-; ha donado 59 centros oftalmológicos a 15 naciones. Y desde el punto de vista de su desarrollo farmacéutico, el país produce el 80 por ciento de los medicamentos básicos que necesita. También en lo concerniente a la política, Cuba ha obtenido éxitos descollantes; su solidaridad y respeto hacia los demás pueblos latinoamericanos propiciaron que entre el 2008 y el año siguiente, la república oi-cialmente recibiera a los presidentes de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Panamá, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Haití, República Dominicana, así como a los mandatarios de casi todos los Estados del CARICOM. Esas visitas eran una forma de reconocer la importante ayuda cubana brindada a múltiples naciones del sub-continente en las esferas del deporte, salud y educación y sobre todo hacer fehaciente el respaldo y la aceptación a Cuba como integrante pleno de la región.

Una grave e inesperada enfermedad indujo a Fidel Castro a sepa-rarse de la jefatura del Partido así como de la presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros a mediados del 2006. Para di-chos cargos fue designado su hermano Raúl, hasta entonces minis-tro de las prestigiosas Fuerzas Armadas Revolucionarias, y siempre considerado por la población como su posible relevo. Éste, al poco tiempo anunció la celebración del VI Congreso del Partido Comu-nista en el 2011, ocasión en la que el país decidió la actualización del modelo económico socialista. Esto implicó la entrega en usufructo de las tierras no cultivadas a quienes las solicitaran, una amplia-ción considerable de las actividades por cuenta propia –incluso con empleo de asalariados-, nuevas modalidades de asociación guber-namental con los capitales extranjeros, y el reforzamiento de la le-galidad institucional.

En 2013, Cuba fue designada para ocupar la presidencia pro-tem-pore de la CELAC. Y al inal de ese año, con todo éxito, se celebró en La Habana la Segunda Conferencia de mandatarios de la región. La importancia del surgimiento de la CELAC se manifestó en el

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contexto internacional. La agrupación integracionista latino-caribe-ña en poco tiempo forjó crecientes relaciones con China y Rusia, a la vez que su existencia forzó a Estados Unidos a reconsiderar su sistemática política de hostilidad contra la Revolución Cubana. Se evidenciaba que en el hemisferio –y en el resto del mundo- las pretensiones estadounidenses de aislar a Cuba no habían funciona-do; en ese aspecto el gobierno de Washington se encontraba solo, mientras que el de La Habana atraía las simpatías de toda la hu-manidad. Ello se reiteraba en las casi unánimes votaciones anuales de la Asamblea General de la ONU contra el bloqueo económico, comercial y inanciero aplicado por los poderosos Estados Unidos contra el pequeño Estado caribeño.

En semejante situación, el 17 de diciembre del 2014 el presidente Obama públicamente reconoció que la agresiva política estadou-nidense hacia Cuba había fracasado, luego de medio siglo de ser aplicada. Y anunció el deseo de enrumbar su país hacia la normali-zación de relaciones con la vecina república antillana. Raúl Castro estuvo de acuerdo con el nuevo enfoque y propuso adoptar medi-das mutuas para mejorar los vínculos bilaterales, aunque recono-ció que entre ambos gobiernos existían profundas diferencias en materia de soberanía nacional, democracia, derechos humanos y política exterior. El presidente cubano además precisó que el res-tablecimiento de relaciones diplomáticas era sólo el inicio de todo un proceso, cuya culminación se alcanzaría con el cese del bloqueo contra Cuba, la devolución del territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval de Guantánamo, y la compensación al pueblo cuba-no por los daños humanos y económicos debidos a la injustiicable agresividad imperial llevada a cabo durante más de cincuenta años.

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DESGLOSE TEMÁTICO

Pág.

Capítulo I AMÉRICA ORIGINARIA .............................................11

I.1) Corrientes Inmigratorias Iniciales ................................................11

-Paleolíticos y Mesolíticos ..............................................................11-Caribes, Arahuacos y Tupí-guaraníes .........................................14

I.2) Sociedades Clasistas Aborígenes .................................................17

-Cacicazgos Chibchas .....................................................................17-Ciudades Estados Mayas ..............................................................22-Liga de Mayapán ...........................................................................27-Teotihuacán, Culhuacán, Azcapotzalco, Texcoco ......................30-Confederación Azteca en Tenochtitlán .......................................34-Civilización Mochica, Estado Chimú, Tiahuanaco ...................39-Cuzco, Quito e Imperio Quechua de los Incas ..........................42

I.3) Conquista Europea de América....................................................52

-Expediciones Marítimas Portuguesas .........................................52-Unión de Castilla y Aragón: Los Reyes Católicos .....................55-Capitulaciones de Santa Fe y Viajes de Colón ...........................57-Colonización de La Española .......................................................58-Tratado de Tordesillas ...................................................................61-Dominio Lusitano del Brasil ........................................................66-Conquista de México por Cortés .................................................69-Conquista de la Civilización Maya .............................................73-Carlos I de España y V de Alemania ...........................................77-Conquista de Venezuela y Nueva Granada: alemanes e hispanos ........................................................................................ 78-Conquista de Panamá y Centroamérica .....................................82-Conquista del Imperio de los Incas: Conlictos entre Pizarro y Almagro ............................................................................................84

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Capítulo II AMÉRICA LATINA COLONIZADA .........................93

II.1) Feudalismo Colonialista e Implantación del Absolutismo .....93

-Cabildos, Audiencias, Gobernaciones y Virreinatos .................93-Mercedes de Tierras ......................................................................95-La Iglesia Católica ..........................................................................96-Encomiendas de Indios .................................................................99-Rebeliones contra el Absolutismo y Leyes Nuevas de 1542 ........102-Mita y Coatequil Coloniales .......................................................109

II.2) Plantaciones Criollas Versus Palenques y Quilombos ...........114

-La Trata de esclavos africanos ....................................................114-El Contrabando: Piratas y Corsarios .........................................117 -Brasil en el Siglo XVI ...................................................................121-Los holandeses en Pernambuco .................................................125-Reino de Ganga Zumba en Palmares ........................................131

II.3) Colonialismo Inglés y Francés en el Caribe ............................135

-Reinado de Tudores y Estuardos ...............................................135-La Revolución de Cromwell .......................................................137-Barbados, Jamaica y la Mosquitia..............................................141-Gobiernos de Richelieu y Colbert ..............................................144-Martinica, Guadalupe y Haití ....................................................147

Capítulo III CRISIS DEL COLONIALISMO EN AMÉRICA ....149

III.1) Reformas Metropolitanas al Sistema Colonial ......................149

-La Guerra de Sucesión Española ...............................................149-Heterogeneidad en el Río de La Plata .......................................150-Las Reformas Borbónicas ............................................................154-Obrajes y Artesanías ....................................................................158

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III.2) Conspiraciones, Motines, Alzamientos y Rebeliones ...........160

-Los Chacreros del Paraguay .......................................................160-Los Vegueros en Cuba .................................................................168-Tupac-Amaru y Tupac-Catari ....................................................171-Los Comuneros del Socorro .......................................................176-Espejo y Nariño en Nueva Granada .........................................180-O Bequimao, Felipe Dos Santos, Bernardo Vieira, Tiradentes ..... 182

III.3) Pugnas Coloniales y Conlictos en Norteamérica .................190

-Virginia y Nueva Inglaterra versus Québec y la Louisiana ...190-La Guerra de los Siete Años y sus consecuencias ...................196-Independencia de los Estados Unidos ......................................200

Capítulo IV INICIOS DEL MOVIMIENTO LIBERADOR LATINOAMERICANO .....................................................................203

IV.1) Precoz Emancipación Haitiana ................................................203

-Inlujo de la Revolución Francesa .............................................203-Insurrección de los esclavos: Toussaint Louverture ...............205-La Independencia de Haití: Dessalines y Petión .....................209

IV.2) Dominio Napoleónico sobre las Metrópolis Ibéricas ............210

-La Corte Portuguesa en Brasil....................................................211-El Movimiento Juntista en Quito: Los Marqueses ..................212-La Constitución Española de 1812.............................................215

IV.3) Frustraciones Republicanas Norandinas ................................216

-Gran Reunión Americana: Francisco de Miranda ...................216-La Junta Suprema de Santa Fe ...................................................222-Antonio Nariño en Cundinamarca ...........................................224-Bolívar en Venezuela y Nueva Granada ...................................228

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IV.4) Fraccionamiento Rioplatense ...................................................233

-Invasiones inglesas a Buenos Aires y Montevideo .................233-Mariano Moreno y la Junta de Mayo ........................................235-Artigas y el Reglamento Provisorio de 1815 ............................237-El Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia .........................247

IV.5) Fracasos Populares en México y Centroamérica ...................248

-La rebeldía de Hidalgo y Morelos .............................................248-Frustrada Independencia de América Central ........................254

Capítulo V LA AVALANCHA INDEPENDENTISTA ...............257

V.1) Imperio Esclavista en Brasil .......................................................257

-Junta Republicana de Martins y Teotonio ................................257-Pedro de Braganza, Emperador del Brasil ...............................259-Efímera República Confederada en Pernambuco ...................261

V.2) Separatismo Conservador en México y Centroamérica .........263

-Levantamiento Constitucionalista de 1820 en España ...........263-El Plan de Iguala: Agustín de Itúrbide, Emperador ...............264-Sublevación Maya de Atanasio Tzul .........................................266 -Federación Centroamericana y República Mexicana .............268

V.3) Gesta Liberadora de San Martin ...............................................269

-Alzamiento indígena de Pumacagua ........................................269-Incorporación de O’Higgins al Ejército de los Andes ............271-La Independencia de Chile y Manuel Rodríguez ...................274-El Ejército Libertador del Perú ...................................................277

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V.4) Coalición Revolucionaria Bolivariana ......................................280

-Carta de Jamaica y solidaridad haitiana...................................280-El Congreso de Angostura ..........................................................284-Conformación de Colombia e integración latinoamericana ....287-La Entrevista de Guayaquil: Bolívar y San Martín .................290-Los revolucionarios Decretos de Trujillo ..................................292-Constitución de Bolivia ...............................................................294-El Congreso Anictiónico de Panamá .......................................296

V.5) Involución Conservadora en Países Emancipados .................302

Capítulo VI CONTRADICCIONES EN EL SURGIMIENTO DE LOS ESTADOS NACIONALES ......................................................307

VI.1) Proteccionismo versus Librecambio y Federales versus Unitarios ...............................................................................................307

-Desarrollo económico Paraguayo ..............................................307-Crecimiento industrial Brasileño ...............................................310-Pacto Federal Rioplatense...........................................................311-Las Provincias Unidas Centroamericanas ................................317-El ilibustero William Walker .....................................................322

VI.2) Conservadores versus Liberales: Trascendencia Revolucionaria de Juárez ...................................................................324

-La Constituyente mexicana de 1824 ..........................................324-La Reforma de Valentín Gómez Farías .....................................330-Tiranía centralista de Santa Anna ..............................................331-El Plan de Ayutla ..........................................................................335-El imperio de Maximiliano y su derrota ..................................339-Triunfos liberales en las Repúblicas Centroamericanas .........343

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VI.3) República Artesana en Colombia y Guerras de Independencia en Cuba.....................................................................345

-El incipiente movimiento obrero en América Latina ..............348-Guerra de los Diez Años .............................................................350-El Partido Revolucionario Cubano de José Martí ...................354-Ocupación estadounidense y República Neocolonial ...........359

VI.4) Diferencias entre Positivistas: Los Gobiernos de México y Brasil .....................................................................................................361

-La tiranía de Poririo Díaz ..........................................................361-Proclamación de la República en Brasil ....................................364

VI.5) Penetración Extranjera y Reformismo de la Burguesía Nacional ................................................................................................367

-Intereses de Inglaterra, Francia y Alemania ............................367-La expansión de los Estados Unidos .........................................373-El gobierno de Balmaceda en Chile...........................................376-Presidencias de Battle Ordóñez en Uruguay ...........................378-Irigoyen y la Reforma Universitaria en Argentina .................380

VI.6) De la Independencia a la Guerra de Secesión: Estados Unidos ................................................................................................ 382

-Proteccionismo del Norte versus Librecambio del Sur ..........383-Guerra civil y abolición de la esclavitud ..................................385-Derrota Confederada y Reconstrucción sureña ......................387-Monopolios e imperialismo yanqui ..........................................388

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Capítulo VII CONCEPCIONES REVOLUCIONARIAS Y NACIONALISMO BURGUÉS ........................................................393

VII.1) La Revolución Mexicana: Etapas y Tendencias ...................393

-Plan San Luis de Potosí ...............................................................393-La Convención Militar de Aguascalientes ..........................394-El Congreso Constituyente de Querétaro ................................395-El Plan de Agua Prieta ................................................................396

VII.2) De la Primera a la Segunda Guerra Mundial: Importancia de Roosvelt ................................................................................................397

-Presidencia de Woodrow Wilson ...............................................397-La Crisis de 1929 ..........................................................................403-Del New Deal a la bomba atómica ............................................404

VII.3) Criterios Socialistas sobre la Toma del Poder ......................407

-Insurrección de Farabundo Martí en El Salvador ...................410-La Revolución del 33 en Cuba ...................................................413-La “República Socialista” de Marmaduke Grove en Chile ....418-El VII Congreso de la Tercera Internacional ............................421

VII.4) Sandinismo y Tenentismo .......................................................422

-Ejército Defensor de la Soberanía Nacional .............................424-Desarrollo industrial y movimiento obrero en Brasil .............429-Toma del poder por Getulio Vargas ..........................................432

VII.5) Capitalismo de Estado y Populismo: Vargas, Cárdenas, Perón .....................................................................................................433

-El “Estado Novo” .........................................................................435-Golpe de Estado conservador del general Dutra ....................436-“Maximato” e insurrección “Cristera” en México ..................437-La presidencia de Lázaro Cárdenas ..........................................439

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-El Régimen Militar argentino .....................................................441-Triunfo electoral de Juan Domingo Perón ................................443-Muerte de Evita y decadencia gubernamental ........................446

VII.6) Frustrados Procesos Democrático-burgueses ......................450

-Bloque de la Victoria y guerra civil en Costa Rica ..................451-Década democrática en Guatemala ...........................................456-Del “Bogotazo” a la guerra civil en Colombia .........................462-La Revolución Boliviana .............................................................468

Capítulo VIII LA REVOLUCIÓN CUBANA Y SU INFLUJO ...... 477

VIII.1) Fidel Castro: Su fragua y participación en la historia .......477

-Del Moncada a la Sierra Maestra .....................................................478

VIII.2) Eclosión Guerrillera Latinoamericana: La Epopeya del Ché .................................................................................................... 481

-Foquismo insurreccional .............................................................481-Las FARC y el ELN en Colombia ..............................................485-Maoísmo, Trotskismo, y OLAS ..................................................488-La gesta boliviana de Ernesto Guevara ....................................493-Multiplicidad insurreccional Argentina ...................................503-Los Tupamaros .............................................................................508-Persistente rebeldía armada guatemalteca ...............................511-Resurgimiento del Sandinismo ..................................................515

VIII.3) La Riposta del Imperialismo: Alianza para el Progreso y Represión ..............................................................................................517

-El Constitucionalismo dominicano ...........................................518 -Torrijos y la recuperación del Canal ..........................................519-Intereses estadounidenses en América Latina .........................522-La Masacre de Tlatelolco en México .........................................524

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VIII.4) Del Fascismo Militar a la Guerra de las Malvinas .............526

-El llamado “Milagro Económico” brasileño ............................527-De la Unidad Popular a la tiranía de Pinochet ........................529-Muerte de Perón y Terrorismo de Estado ................................533

VIII.5) Estados Unidos: de la Guerra Fría a su debacle en Viet-Nam ................................................................................................... 536

-El McCarthysmo ..........................................................................536-Eisenhower y la revolución cubana ..........................................539-La Crisis de los Misiles y el asesinato de Kennedy .................541-Martin Luther King y el movimiento anti-belicista ................544-Watergate y la renuncia de Nixon .............................................545

Capítulo IX SEGUNDO PERÍODO DE ASCENSO REVOLUCIONARIO ........................................................................547

IX.1) El Triunfo Sandinista en Nicaragua ........................................547

-Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional .....................551-El escándalo “Irán-Contras” .......................................................552

IX.2) El Salvador: de la lucha armada a los Acuerdos de Paz ......554

-De la “Guerra del fútbol” a la Junta Democristiana-Militar .... 554-Surgimiento y desarrollo del FMLN .........................................558-La Comisión Nacional de Reconciliación .................................563

IX.3) Fraccionamiento Social, Guerrillas y Desmovilización en Guatemala ............................................................................................565

-Reinicio de la lucha armada .......................................................565-Negociaciones de paz ..................................................................566-Presidencia de Álvaro Colom ....................................................571

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IX.4) Del Plan Inca a los Fracasos de Sendero Luminoso y del MRTA en Perú ......................................................................................573

-El régimen militar de Velasco Alvarado ...................................573-La insurgencia maoísta ...............................................................576-Gobiernos del APRA y Fujimori ................................................580

IX.5) Persistente Violencia en Colombia ..........................................590

-Multiplicidad guerrillera ............................................................590-Negociaciones y represión ..........................................................592-Ocaso del bipartidismo tradicional ...........................................597

IX.6) Conservadurismo, Corrupción y Crisis en Estados Unidos ... 598

-Estanlación interna y agresividad internacional ....................598-El 11 de septiembre del 2001 ......................................................603-Presidencia de Barak Obama .....................................................605

Capítulo X AUGE DEMOCRÁTICO, REVOLUCIONARIO Y UNITARIO ..........................................................................................609

X.1) Del “Caracazo” al Gobierno de Chávez en Venezuela ..........609

-Rebeliones fallidas .......................................................................610-El Partido Socialista Unido .........................................................615

X.2) Del Travalhismo al Gobierno de Lula en Brasil ......................617

-Asamblea Constituyente .............................................................618-Gobiernos populares ...................................................................620

X.3) Del Gobierno de Raúl Alfonsín al de la Kirchner en Argentina .......................................................................................... 624

-Desprestigio de Ménem ..............................................................624-Triunfos electorales de los Kirchner .........................................627

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X.4) De los Tupamaros al Gobierno del Frente Amplio en Uruguay ............................................................................................ 630

-La democratización del país .......................................................631-Éxitos electorales del Frente Amplio .........................................633

X.5) De la caída del Ché en Bolivia al Gobierno del MAS con Evo Morales .................................................................................................635

-El Movimiento Cocalero .............................................................637-Transformación del país ..............................................................639

X.6) Del Pinochetismo a la Presidencia de la Bachelet en Chile ...642

-Moderadas reformas constitucionales ......................................644-La “Revolución de los Pingüinos” ............................................646

X.7) De la Ingobernabilidad al Popular Presidente Correa en Ecuador .................................................................................................648

-Ineicaces presidentes ..................................................................650-El Movimiento Alianza País .......................................................654

X.8) Retorno al Poder del Sandinismo en Nicaragua ....................659

-Nueva estrategia socioeconómica .............................................661

X.9) De los Gobiernos de ARENA al del FMLN en El Salvador ..... 663

-Decadencia de las “Catorce Familias” ......................................665-Una era nueva ..............................................................................669

X.10) La Integración Latinoamericana .............................................672

-ALALC ..........................................................................................672-MERCOSUR .................................................................................677-El ALBA .........................................................................................681-UNASUR .......................................................................................684

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EPÍLOGO ..............................................................................................688

MÉXICO ...............................................................................................688

HONDURAS ........................................................................................695

PARAGUAY .........................................................................................700

CUBA ....................................................................................................702

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NOTAS y CITAS:

(1) Bulas Papales: Documento del Supremo Pontíice cristiano que contiene alguna gracia, privilegio o providencia.

(2) Cortes: La institucionalidad en Castilla desde 1484 se basaba en tres poderes: La Monarquía, los Municipios y las Cortes. A su vez, éstas se formaban con tres estamentos conocidos como “Estados”. El primero formado por la nobleza, el segundo por la jerarquía ecle-siástica, y el tercero por los burgueses que pagaban impuestos. A éste se le denominaba también Estado Llano.

(3) Herejía Albijense: Se denominaba así a ciertos católicos de Francia meridional –cuya inluencia se extendió hasta Aragón- que rechazaron el uso de los santísimos sacramentos, se negaban a par-ticipar en manifestaciones religiosas en el exterior de las iglesias, y repudiaban la jerarquía eclesiástica. Dado que dicho fenómeno se inició en la ciudad de Albi, se caliicó como “herejes albijenses” a los que participaban de dicha tendencia.

(4) Fueros: Leyes o códigos que durante la Edad Media se daban a una jurisdicción, municipio o estamento como los eclesiásticos y militares.

(5) Adelantado: Antiguamente gobernador militar y político de una provincia fronteriza que se deseaba conquistar. También fungía como Justicia Mayor de dicho territorio.

(6) Cada peonía contaba con un solar de cincuenta pies de ancho y cien de largo, cien fanegas de tierra de labor y pastos para diez puercos, veinte vacas, cinco yeguas, cien ovejas y veinte cabras.

(7) Esta colonia de Santa Marta no debe confundirse con la de Santa María, fundada en 1511 por Martín Fernández de Enciso en la re-gión del Darién.

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(8) Pizarro ideó apoderarse de Atahualpa durante la entrevista acor-dada con el Sapa Inca a celebrarse en una plaza de la urbe. Con tal propósito, secretamente, situó de manera estratégica dos escuadro-nes de caballería, sus dos cañones y la infantería. Estas fuerzas de-berían entrar de forma simultánea en acción, una vez que él lograse apresar al Monarca, para sorprender y aterrorizar a la corte incaica; e impedirle cualquier reacción. Atahualpa, coniado en la fuerza de su imperio e incapaz de sospechar la felonía de los castellanos, acu-dió desprevenido a la reunión. Al atardecer, sin que se percibiera un soldado castellano, el Sapa Inca entró en la plaza y conversó con un sacerdote dominico enviado por Pizarro, quien en un momen-to dado, dio la orden de ataque. Éste empezó con una cañonada, seguida de una carga de caballería y acompañada del fuego de los mosquetes de los infantes, mientras el audaz exporquerizo se adue-ñaba del asombrado monarca, ahora cautivo.

(9) Anatas: Se llamaba así al pago de la renta anual que se debía abonar por haber recibido algún beneicio, pensión o empleo. A ve-ces ascendía hasta la mitad de lo que se percibía.

(10) Se denominaba “Almagristas” a los seguidores de Diego Al-magro. Tras la ejecución de éste en 1538, los partidarios suyos que sobrevivían se aglutinaron alrededor de su hijo mestizo –conocido como Almagro el Mozo-, y atacaron a Francisco Pizarro en su pa-lacio, donde le dieron muerte junto a su medio hermano materno Francisco Martin de Alcántara. Después el joven se autoproclamó gobernador y Capitán General, pero casi de inmediato fue derro-tado por sus enemigos, que lo decapitaron. El resto de los “Alma-gristas” huyó hacia los Andes, donde fueron acogidos por las hues-tes de Tito Cussi Yupanqui que aún resistían la Conquista. Al poco tiempo, sin embargo, por una nimia discusión durante un juego de pasatiempo, un díscolo “almagrista” mortalmente apuñaleó al Sapa Inca rebelde, tras lo cual al resto de los refugiados españoles se les exterminó.

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(11) Al morir, Francisco Pizarro había sido ennoblecido con el título de Marqués, se había unido con una princesa incaica hija de Ata-hualpa con la cual tuvo un hijo varón y una hembra, tenía veinte mil encomendados, y aún era analfabeto.

(12) Felipe II: Hijo de Carlos de Habsburgo e Isabel de Portugal, re-cibió dos veces la regencia de España. Su primer matrimonio fue con María de Portugal, el segundo con María Estuardo Tudor, el tercero con Isabel de Valois y el último con Ana de Austria. Sus regencias estuvieron motivadas por las ausencias de su padre, electo en 1519 como Carlos V de Alemania, quien tuvo que enfrentar en los territo-rios bajo su soberanía múltiples conlictos; con el rey Francisco I de Francia sostuvo cuatro guerras, en una de las cuales por orden del Emperador se saqueó a Roma –sede del Papa-; con los turcos los fre-cuentes combates fueron por tierra y mar; tras el Concilio de Trento –convocado por el Supremo Pontíice católico, con el propósito de enfrentar la Reforma religiosa planteada por Lutero, Zwinglio y Cal-vino- rompió hostilidades con los protestantes. A partir de enton-ces surgió la Contrarreforma, cuyo adalid fue Felipe II y una de sus principales fuerzas la Compañía de Jesús u Orden de los Jesuitas, fundada por el austero, disciplinado y agresivo Ignacio de Loyola.

(13) Asiento: Contrato u obligación que otorgaba la Corona a un individuo para proveer determinada mercancía, en lugares estable-cidos, magnitudes y precios acordados.

(14) Burguesía Anómala: El célebre economista escocés Adam Smi-th en el siglo XVIII observó que en América los plantadores por regla general eran agricultores y terratenientes, por lo cual la renta de la tierra se confundía con la ganancia. Este aporte Carlos Marx lo reconoce en su “Historia crítica de la teoría de la plusvalía”, que luego –en el tomo I de sus “Fundamentos de la crítica de la econo-mía política” así como en su tomo III de “El Capital”-, profundiza al constatar que la “forma americana” de esclavitud individual era por completo distinta, de la “fase patriarcal o grecorromana” del

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modo de producción esclavista. Esta última se debía al escaso desa-rrollo de la división social del trabajo y de las fuerzas productivas, debido a lo cual la masa de esclavos sólo engendraba un pequeño producto adicional dedicable al comercio. En cambio, Marx precisa que la “forma americana” de esclavitud –surgida en las plantacio-nes- producía sobre todo para el mercado mundial, y estaba oca-sionada por la ausencia de mano de obra explotable; luego añade: “Allí donde impera la concepción capitalista, como ocurre en las plantaciones (…) toda la plusvalía se reputa ganancia”. Y concluye: “Si hoy día llamamos con justo título capitalistas a los propietarios de las plantaciones americanas, es que ellos representan una ano-malía en el mercado mundial basado en el trabajo libre”. De ahí la caliicación de “burguesía anómala”, que se aplica a los dueños de las plantaciones esclavistas.

(15) Henry Morgan: Con posterioridad a su desembarco en Barba-dos, este individuo se convirtió en pirata, corsario y ilibustero. Lue-go asoló las costas de Cuba y se apoderó de Puerto Bello. Notable por su audacia y ferocidad, se adueño de la isla de Santa Catalina y saqueó e incendió la villa de Panamá. Más tarde, Carlos II de Ingla-terra lo nombró Teniente Gobernador de Jamaica, pero su inacepta-ble conducta y sus constantes rapiñas provocaron su destitución en 1683. Murió un lustro después, a los cincuenta y tres años de edad.

(16) Enrique IV de Francia: En su calidad de rey de Navarra –que profesaba la religión protestante-, aspiraba al vacante trono francés. Pero la Santa Liga Católica –con el apoyo de Felipe II de España- se opuso. Entonces Enrique abjuró de sus convicciones religiosas y bajo el lema de “Paris bien vale una misa” se convirtió al catoli-cismo. Después fue coronado como rey de Francia, se dedicó a la reconstrucción político-administrativa del país, y emitió el Edicto de Nantes, que garantizó la libertad religiosa de sus antiguos corre-ligionarios, llamados “hugonotes”.

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(17) Richelieu: Armando Juan Du Plessis, Cardinal y Duque de Ri-chelieu, había sido nombrado Obispo de Lucon tras renunciar su her-mano a dicha jerarquía católica. Después fue ministro de Luis XIII y buscó minimizar la privilegiada situación de los hugonotes, a quienes consideraba como un Estado dentro del reino. También se empeñó en disminuir el poderío de los nobles, para lo cual creó las Intendencias, que entregó a los burgueses adictos al absolutismo monárquico.

(18) Colbert: Juan Bautista Colbert, Ministro de Luis XIV, comba-tió la corrupción administrativa y favoreció el mercantilismo con el propósito de auspiciar el desarrollo manufacturero y comercial de Francia. Su inluencia disminuyó al oponerse a los ilimitados dis-pendios de la Corte, que exigía mayores impuestos para mantener su desenfrenado estilo de vida.

(19) Edicto de Nantes: Promulgado en 1598 por Enrique IV rey de Francia, fue revocado por Luis XIV en 1685. Entonces, la amenaza de una renovada represión provocó la emigración de cincuenta mil familias, temerosas de que pudiera repetirse otra matanza como la ocurrida en la Noche de San Bartolomé (23-24 de agosto de 1572), en la cual se produjeron incontables asesinatos de hugonotes.

(20) Paz de Ryswick: En 1697 en este barrio de la ciudad holandesa de La Haya, se irmó la paz entre Inglaterra, España, Alemania, Ho-landa y Francia; la guerra había sido originada por las ambiciones expansionistas de Luis XIV, lo que engendró en contra suya una amplia coalición europea.

(21) Guerra de Sucesión Española: La dinastía o Casa Real de los Austrias había sido entronizada por Carlos I de España –y V de Alemania-, hijo de Felipe de Habsburgo. Su linaje continuó en el Trono de Madrid hasta Carlos II sobrenombrado “El Hechizado” quien murió sin descendencia. Este rey español, a pesar de sus mul-tiples guerras con Luis XIV de Francia, desposó a la esteril sobrina de éste, y al morir dejó por heredero a Felipe de Anjou, nieto de su

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hermana María Teresa con el mencionado Luis XIV. Esto provocó la Guerra de Sucesión Española, en la cual el otro pretendiente era el Archiduque Carlos de Austria.

(22) Boleadoras: Instrumento de cazar que se compone de dos o tres bolas de piedra, forradas de cuero y sujetas fuertemente a sendas guascas o ramales de cuerda, empleado para atrapar animales.

(23) Mantuano: En Venezuela, persona noble o de alcurnia, consi-derado que pertenece a la “raza blanca” y ha recibido autorización para usar una especie de capa o manto.

(24) Despotismo Ilustrado: Corriente política favorable al resurgi-miento del absolutismo monárquico, mediante alguna vinculación con la cada vez más inluyente burguesía.(25) Iluminismo: El Iluminismo o doctrina de la Ilustración, fue un movimiento ilosóico y cultural del siglo XVIII inspirado por la ascendente burguesía europea. Sus integrantes, en general, sen-tían haberse emancipado de todos los prejuicios tradicionales y de toda tutela dogmática; pensaban inaugurar una época nueva en la sociedad y creían que, a partir de entonces, ésta podría forjar cons-cientemente su porvenir. Era una concepción optimista del mundo y del ser humano, basada en el poder de la razón, aunque se dife-renciaba del racionalismo de la centuria precedente por su orienta-ción antropológica y práctica, es decir, utilitaria. La Ilustración, por lo tanto, fue contraria a toda especulación metaisica y preconizó el método empírico, así como el estudio cientíico de la naturale-za, con el propósito de reconocerla, dominarla y ponerla al servicio de las personas. A partir de esos criterios, la Ilustración trató de tranformarlo todo: el Estado, las relaciones sociales, la educación, la economía. Sin embargo, el dominio feudal de las instituciones estatales así como el racionalismo seco y árido de la Ilustración, que ignoraba la fantasía, el sentimiento y lo irracional en la conducta y

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la creación humanas, provocaron su metamorfosis, que –en deini-tiva- condujo al liberalismo.

(26) Sociedad Económica de Amigos del País: La Ilustración sufrió cambios en cada país y prácticamente en ninguno tuvo peculiarida-des idénticas a las de otro. Así fue en el caso de España, en la que debido a su relativo retraso con respecto a Inglaterra y Francia, los “ilustrados” trataron de conciliar y reunir en un todo más o me-nos orgánico las tradiciones del mercantilismo, la isiocracia y el liberalismo económico; ellos eran mercantilistas con respecto a las colonias, pues con las mismas trataban de mantener una balanza comercial favorable y excluirlas del comercio internacional. Pero esgrimían los criterios de los isiócratas, quienes decían que los fe-nómenos de la sociedad estaban regidos por las mismas leyes de la naturaleza y del universo. Defendían, po lo tanto, un “orden natu-ral” de competencia irrestricta a partir de la gran propiedad agraria burguesa. Aunque se apartaban de los postulados de la libertad de comercio, en el resto de los asuntos eran por completo proclives al criterio de que el mundo marchaba por sí solo; no había más que “laissez faire, laissez passer” –“dejar hacer, dejar pasar”-, debido a lo cual el Estado exclusivamente serviría para proteger las vidas y las propiedades, sin inmiscuirse en las cuestiones sociales.

El liberalismo económico, además, convenció a los “ilustrados” es-pañoles de que el individuo debía ser agente del movimiento econó-mico, sin intervención gubernamental o de patronato alguno. Enten-dían que el interés social no era más que la suma de los individuales, los cuales deberían alcanzar sus objetivos mediante la libre compe-tencia. Esos criterios y el proceso de Reformas Borbónicas incidieron en el surgimiento de las Sociedades Económicas de Amigos del País, que fueron a la vez relejo e instrumento de la Ilustración. Pero en Hispanoamérica, a pesar de que dichas inluyentes asociaciones se asemejaron en muchos aspectos a sus homólogas de la metrópoli, se diferenciaron en lo concerniente al comercio, cuya libertad defen-dían. También por lo general respaldaban el librecambio –comercio

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con bajas tarifas o aranceles-, lo cual implicaba relegar los intereses de artesanos y demás productores para el mercado interno; esto sig-niicaba aceptar la especialización internacional de las produccio-nes, que Inglaterra impulsaba según sus conveniencias.

(27) Carioca: En Brasil se designa como “carioca” al nacido en Río de Janeiro.

(28) Guerra de las Dos Rosas: La expulsión de los ingleses de Fran-cia en 1453 puso in a la Guerra de los Cien Años. Pero casi de in-mediato estalló la lucha dinástica entre las Casas de York y la de Lancaster. Ésta usaba como distintivo una rosa roja, mientras que aquélla la empleaba blanca. Dicha guerra civil duró treinta años (1455-1485) y fue extremadamente cruel. Pero el odio entre conten-dientes fortaleció las dudosas pretensiones de Enrique Tudor, con-de de Richmond y descendiente por su madre de una rama –consi-derada entonces- bastarda de la línea Lancaster.

Desterrado de Inglaterra, Enrique Tudor desembarcó en 1485 por Mil-ford Hervor y venció en la batalla de Bosworth, tras lo cual el Parla-mento le conirmó en la Corona. Luego, con el propósito de aplacar a sus opositores, el ya rey Enrique VII se casó con Isabel –hija de Eduar-do, Duque de York-, última superviviente de la referida Casa. El hijo de ambos fue coronado en 1509 como Enrique VIII de Inglaterra.

(29) Tomás Moro: Nacido en 1478, llegó a presidir la Cámara de los Comunes y después fue nombrado en 1529 Canciller por Enrique VIII. Fue decapitado en 1535 por negarse a reconocer al rey como cabeza de la Iglesia en Inglaterra. Antes de morir escribió Utopía, en la que describe los males de la sociedad que conoció, cuyo principal negocio entonces era la producción de lana. En dicha célebre obra aparece la muy elocuente frase: “las ovejas han devorado a los hom-bres”, que relejaba la triste realidad de los campesinos, a quienes se les expulsaba de sus tierras para cercarlas y criar en ellas esos útiles animalitos.

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En Utopía, Moro contrasta la pobreza de la mayoría con el desmedi-do lujo de unos pocos, y propone como solución a ese problema un Estado ideal; en éste, la propiedad sería común y el bien de todos se sobrepondría por encima del individual. Por ello se le considera el primero en esbozar una sociedad socialista, aunque su estudio ado-leciera de un enfoque utópico; como se sabe, el análisis cientíico de la sociedad fue realizado con posterioridad por Carlos Marx.

(30) Estados Generales: En Francia se denominaba así a lo que en Castilla se conocía como “las Cortes”, formadas en ambos casos con tres estamentos conocidos como “Estados”. El primero lo constituía la nobleza, el segundo la jerarquía eclesiástica y el tercero estaba compuesto por los burgueses que pagaban impuestos.

(31) Voto Censatario: Es el voto susceptible de ser realizado por los hombres que se encuentran censados o en un padrón que indica quienes tienen propiedades o pagan impuestos debido a los ingre-sos percibidos.

(32) Gobierno Termidoriano: Durante la Revolución Francesa se sustituyó el tradicional calendario cristiano por otro, republicano. El undécimo mes del nuevo calendario era Termidor –o caluroso-, que abarcaba del 19 de julio hasta el 17 de agosto. En 1794, el 9 de Termidor –27 de julio- Robespierre fue derribado del gobierno por la Convención.

(33) El moderado gobierno termidoriano derogó la Constitución ja-cobina de 1793 y puso en vigor otra –la de 1795- que entregaba el poder ejecutivo a un Directorio de cinco miembros. Éste nombró jefe del ejército francés en Italia a un joven de veintisiete años llama-do Napoleón Bonaparte, que en dicha península entonces obtuvo sus primeros grandes triunfos militares.

(34) Haití: A la llegada de Colón a la isla que nombraron La Espa-ñola, los indígenas la denominaban de formas diversas, pero sobre todo Quisqueya a la región oriental y Haití –o zona montañosa- a la

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parte occidental. Toussaint Louverture retomó dicho témino para sustituir el colonialista de Saint Domingue, y cuando la indepen-dencia se proclamó el primero de enero de 1804 oicialmente se denominó así al primer Estado latinoamericano en alcanzar su in-dependencia.

(35) Una vez que se disolvió la Convención, sus funciones en cierta medida fueron sustituídas por una especie de Asamblea Legislativa denominada Consejo de los Quinientos. (36) En la batalla de Trafalgar pereció el almirante inglés Horacio Nelson, quien en su juventud había sido designado al frente de los efectivos británicos encargados de lograr la supremacía naval en el lago Nicaragua, y en sus márgenes apoderarse de la importante villa mercantil de Granada. El Vizconde Nelson, entonces capitán de la Fragata Hichinbrook, encabezó el ataque de la lotilla bajo su mando contra el Castillo de la Inmaculada Concepción, al que doblegó a pe-sar de sus treinta y seis piezas de artillería. Pero la ulterior defensa de los criollos de la valiente ciudad frustró los anhelos ingleses, quienes se retiraron con sus heridos, entre los cuales se encontraba –con un ojo de menos- el futuro héroe de la gran batalla de Trafalgar.

(37) El pueblo francés reconoció los extraordinarios méritos de Mi-randa, inscribiendo su nombre entre los grandes de la Revolución Francesa, grabados en el Arco de Triunfo de París.

(38) Inspirada en la Revolución Francesa, en España se formó una logia –que la historia conocería como San Blas, por el día en que fue descubierto el complot (3 de febrero de 1796)- dirigida por Juan Ma-riano Picornell y Comila, la cual tenía por objetivo “transformar el orden político en España, en sentido republicano”. Al ser arrestados los complotados ya habían traducido y distribuido la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por lo cual se les con-denó a muerte. Pero gracias a la intervención del Embajador francés –que acababa de irmar en 1795 con España el Tratado de Basilea- a

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Picornell se le conmutó la pena por el destierro a Panamá, de donde se fugó rumbo a La Habana y de ella pasó a Caracas. Allí fundó la Logia Colón para trabajar por la emancipación republicana del país “para y por los americanos”. Apresados, Picornell y cinco dirigentes más fueron ahorcados y sus cabezas luego colocadas en jaulas de hierro colgadas en postes. Mientras, las demás partes de los cuer-pos –destrozados- se clavaron en garios por distintos caminos para el horror y escarmiento de los transeúntes. Al tener noticias de lo ocurrido en Venezuela, Miranda –quien fuera iniciado en la misma logia a que pertenecieran George Washington y Benjamin Franklin- decidió crear en Londres (1800) su “Gran Reunión Americana”.

(39) Inspirada en la Revolución de Haití, en esta región se había producido en 1795 una importante sublevación de negros y mes-tizos bajo la dirección de José Leonardo Chirinos, que a pesar de haber sido sangrientamente aplastada, engendró entre los planta-dores y gentes que alardeaban de pertenecer a la “raza blanca” un enorme apego al colonialismo español.

(40) Bolívar, Simón: Obras Completas, Tomo I, Editorial Lex, La Ha-bana, 1947, pág. 1099

(41) Pombo, Manuel A. y Guerra, José J.: Constituciones de Colom-bia, Tomo I, Editorial Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1951.

(42) Cantidad de dinero que tradicionalmente las capitales de los virreinatos enviaban a sus dependencias regionales con el objetivo de que en ellas sobreviviera la administración pública.

(43) Marx, Carlos: Simón Bolívar, Ediciones de Hoy, Buenos Aires, 1959, pág. 27.

(44) Bolívar, Simón: Ob. Cit. Tomo II, pág. 1014.

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(45) Barros Arana, Diego: “La acción del clero en la Revolución de Independencia Americana”, En: La Iglesia frente a la Emancipación Americana, Ensayos, La Habana, 1967.

(46) Juan Jacobo Rousseau, célebre ilósofo francés del siglo XVI-II, demócrata, ideólogo de la pequeña burguesía, precursor de los jacobinos. En su obra “El Contrato Social” reconoce al pueblo el derecho soberano y se pronuncia por un Estado que garantice los derechos democrático-burgueses.

(47) Blandengues: Célebre cuerpo de vigilancia fronterizo, famoso por sus acciones en la frontera lusitano-brasileña.

(48) Lenin entendía que el pequeño productor que administra su hacienda o empresa en el sistema de economía mercantil tiene las características que forman el concepto de “pequeño burgués”. En él se comprende, por lo tanto, al campesino y al artesano que son productores para el mercado. Ver: Lenin, Vladimir Ilich: “El Con-tenido Económico del Populismo y la Crítica del mismo en el libro del Señor Struve” págs. 330-376, En: Marx, Engels, Lenin, Sobre el Comunismo Cientíico. Editorial Progreso, 1972, págs. 86-90. (49) Artigas, José: Documentos. Colección Nuestra América, Edito-rial Casa de las Américas, La Habana, 1971.

(50) Lasplaces, Alberto: José Artigas, Protector de los Pueblos Li-bres, Editorial Espasa-Calpe sa, Madrid, 1933. pág. 212.

(51) Artigas nunca más volvió a su tierra natal; quedó viviendo en una chacra en Ibiray, cerca de Asunción.

(52) Cué Cánovas, Agustín: Historia Social y Económica de México (1521-1854), Ediciones Revolucionarias, La Habana, 1963, pág. 219.

(53) Francisco Espoz y Mina: General español hijo de labradores, desplegó junto con su sobrino –Mina el mozo- tan extraordinaria

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actividad guerrillera, que para combatirlo los franceses dedicaron en Navarra más de treinta mil soldados.

(54) En esta expedición de Mina participaba el célebre Fray Servan-do Teresa de Mier, quien fue hecho prisionero; había sido iniciado en las actividades conspirativas en la Gran Reunión Americana del venezolano Francisco de Miranda.

(55) La fuerza británica al mando de Arturo Colley Wellesley, Du-que de Wellington, desembarcó en Portugal en 1808 y se mantuvo allí hasta la insurrección liberal de los militares portugueses.

(56) Tras la derrota de Napoleón en Waterloo, en Francia se produjo con Luis XVIII la Restauración borbónica, que integró la reacciona-ria Santa Alianza europea conformada por todos los países menos Inglaterra y Holanda. En 1822, en el Congreso de Verona, la referi-da coalición encargó a Francia la invasión de España con un ejérci-to denominado “Los Cien Mil Hijos de San Luis”, que inalmente derrotó a los revolucionarios liberales encabezados por el coronel Rafael del Riego.

(57) Tomas Alejandro Cochrane, célebre marino inglés, luego de una brillante carrera naval en los mares europeos, fue expulsado del Parlamento y perseguido por la justicia británica debido a sus turbios e ilegales negocios, por lo cual alquiló sus servicios como marino de ocasión a Chile y a Pedro I del Brasil.

(58) Se llama así a la lucha del pueblo Oriental o Uruguayo por lo-grar su independencia del Imperio del Brasil.

(59) Se denominaba así al ejército conformado por mexicanos que debería garantizar los tres compromisos o garantías básicas acorda-dos en el Plan de Iguala.

(60) Mitre, Bartolomé: Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana. Editorial Félix Lajoaune, 5t. Buenos Aires, 1890.

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(61) Mitre, Bartolomé: Ob. cit.(62) El Ejército de los Andes de San Martín alcanzaba los 5000 hom-bres, de los cuales, 1500 eran antiguos esclavos y constituían su vanguardia. Véase Soler, Ricaute: Idea y Cuestión Latinoamerica-na. En: Revista Historia y Sociedad, No. 7, 1976.

(63) En agosto de 1822 Bolívar aconsejó a O’Higgins la convenien-cia de establecer un “gobierno fuerte por su estructura y liberal por sus principios” Ver: O’Higgins pintado por sí mismo. Ediciones Er-cilla, Santiago de Chile, 1941. p. 100. Poco después, el 30 de octu-bre de 1822 se emitió la Constitución chilena, que a pesar de tener un carácter girondino, concedió –bajo el inlujo de O’Higgins- la ciudadanía y el derecho al sufragio a los “mayores de 25 años o ca-sados que sepan leer y escribir, pero esta última calidad no tendrá lugar hasta el año 1833”. Como se ve, dicha disposición se acercaba mucho al reclamo jacobino sobre el voto universal masculino. Ver Valencia, Avaria: Anales de la República. T.1. Imprenta Universita-ria, Santiago de Chile, 1951, p.72.

(64) Mitre, Bartolomé: Ob. cit. p. 325.(65) Bolívar, Simón: Obras Completas. Ob. cit. T. I p. 159 y ss.(66) Bolívar, Simón: Tomado de Miguel Acosta Saignes: Acción y Utopía del Hombre de las Diicultades. Editorial Casa de las Amé-ricas, La Habana, 1977. p. 208.

(67) Tropas novicias.

(68) Páez, José Antonio: Autobiografía. T.1. Librería y Editorial del Maestro, Caracas, 1964. Citado por Miguel Acosta Saignes, Ob. cit. p. 240.

(69) Lenin, Vladimir Ilich: Dos Tácticas de la Socialdemocracia. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. p. 49.

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(70) Bolívar, Simón: Obras Completas. Ob. cit. T. II. p.1532 y ss.(71) La Ley electoral bolivariana dejaba atrás, incluso, a los avan-zados –para la época- preceptos censatarios girondinos y estable-cía que “Todo hombre libre tendrá derecho de sufragio, si además de esta calidad fuese ciudadano de Venezuela, mayor de 21 años siendo soltero, o menor siendo casado, y si cualquiera que sea su estado, tuviere una propiedad de cualquier clase de bienes raíces, o profesase alguna ciencia o arte liberal, o mecánica”. El propio texto precisaba, además, que todo miembro del ejército desde el grado de Cabo, tendría derecho al voto, así como todos los inválidos de la guerra de Independencia. Véase Acosta Saignes, Miguel: Acción y Utopía del Hombre de las Diicultades. Ob. cit. p. 269.(72) Se debe tener presente, como Bolívar recuerda con insistencia, que en los Estados Unidos –cuya Constitución consideraba la más reinada y por eso inadaptable a una sociedad de muy diferente de-sarrollo socioeconómico- había esclavos, y éstos no tenían derecho al voto. Tampoco existían allá grandes masas de mestizos, mulatos, llaneros, aborígenes y negros, incorporados desde el ejército a la vida política; Washington y demás independentistas estadouniden-ses no abolieron la esclavitud, ni forjaron sus fuerzas armadas con los oprimidos.

(73) Bolívar, Simón: Obras Completas. Ob. cit. T. II. p.1532.(74) Doctrina del Libertador. Compilación de Manuel Pérez Vila. Colección Las Raíces Sur, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1976. p. 140. Véase además Salcedo-Bastardo, J. L.: El Primer Deber. Edi-ciones de la Universidad Simón Bolívar, Caracas, 1973. pp. 540-541.

(75) Desde que Nariño fue liberado en España por la revolución de Riego y llegó a Colombia, Bolívar lo consideró como candidato favo-rable para la presidencia de la República. Así lo hace constar en su cartadel 9 de marzo de 1821. Véase Bolívar, Simón. Obras Comple-tas. T.1. Ob. cit. p. 543. Además véase en su misiva al propio Nariño

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del 21 de abril de 1821 en la cual de manera explícita le dice –Ob. cit. p.552-: “Si usted no quiere ser presidente, puede usted indicar otro, que lo sea tan dignamente como usted mismo”. En realidad Bolí-var estaba muy atraído por las positivas características que Nariño había desarrollado durante la primera etapa de la lucha, al frente del gobierno de Cundinamarca. Pero el Congreso, dominado por los grandes plantadores y comerciantes –temerosos del radicalismo de Nariño-, urdió pretextos baladíes para elegir a Santander.

(76) Bolívar, Simón: Obras Completas. Ob. cit. T. I. pp.565-566. (77) Al respecto debe estudiarse la abundante historiografía de Le-cuona, Vicente: La Entrevista de Guayaquil. Restablecimiento de la Verdad Histórica. Imprenta López, Caracas, 1948. Además véase s/a Cartas Apócrifas sobre la Conferencia de Guayaquil. Litografía y Tipografía del Comercio, Caracas, 1945.

(78) San Martín, José: San Martín pintado por sí mismo. Ediciones Ercilla, Santiago de Chile, 1941.

(79) Al respecto de ese tipo de propiedad Carlos Marx medio siglo más tarde escribió: “Los bienes comunales eran una institución que se mantenía en vigor bajo el manto del feudalismo”. Ver: Marx, Car-los: El Capital. Ediciones Venceremos, La Habana, 1965. p. 664.

(80) En Junín, Bernardo O’Higgins combatió al frente de un cuerpo colombiano y después en Huancayo fue incorporado por Bolívar a su Estado Mayor. Véase: Prieto, Alberto: Próceres Latinoamerica-nos. Editorial Gente Nueva, 1981. p. 51.

(81) En esta batalla el ejército colonialista estaba compuesto por 9 310 hombres, de los cuales sólo 500 eran españoles, -sobre todo, oi-ciales- y los demás elementos habían nacido en América y fueron movilizados por los feudales de la región. Véase: Prieto, Alberto: Bolívar y la Revolución en su Época. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1990. p. 128.

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(82) Prieto, Alberto: Bolívar y la Revolución en su Época. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1990. p. 95.

(83) Bolívar, Simón: Fuentes de la Doctrina Bolivariana. Compila-ción sin Editor, Quito, 1940. p. 164 y ss.

(84) Esta Constitución también se conoce como de 1812 y fue emitida en la Metrópoli durante la lucha contra la ocupación napoleónica, comprendía múltiples acápites muy progresistas, pero no otorgaba la independencia a las colonias hispanoamericanas, por lo cual no fue aceptada por los próceres revolucionarios.

(85) Bolívar, Simón: Fuentes de la Doctrina Bolivariana. Ob. cit. p. 165 y ss.

(86) Bolívar, Simón: Obras Completas. Ob. cit. T. II. p.1013.(87) Ídem.

(88) Ídem.

(89) Barreiro-Seguier, Rubén: Le Paraguay. Editions Bordas, París, 1972. La mencionada carta del Doctor Francia está incorporada en este libro como un anexo.

(90) Prieto, Alberto: Bolívar y la Revolución en su Época. Ob. cit. p. 97.

(91) Bolívar, Simón: Obras Completas. Ob. cit. T. II. p. 313 y ss.(92) Es famosa la conocida carta de John Quincy Adams sobre Cuba y Puerto Rico, en la cual se reiere negativamente acerca de los es-fuerzos de Bolívar y México para impulsar la independencia de esas dos Islas en el Congreso de Panamá. Al respecto consúltese de: Guerra, Ramiro: La Expansión Territorial de los Estados Unidos. Editora Universitaria, La Habana, 1964. p. 155.

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(93) Bolívar, Simón: Carta a Santander en: Formación del Capitalis-mo en Colombia. Editorial Colombia Nueva Limitada, del Centro de Estudios Anteo Quimbaya. s/f.

(94) Bolívar, Simón: Obras Completas. Ob. cit. T. I. p. 737.(95) Frank, Waldo: El Nacimiento de un Mundo. Editorial de Cien-cias Sociales, La Habana, 1978.

(96) Guerra, Sergio: El Paraguay del Doctor Francia, un caso singu-lar de independencia en América Latina, en: Revista Universidad de La Habana. No. 202, 1975.

(97) Guerra, Sergio: Paraguay, de la Independencia a la Dominación Imperialista: 1811-1870. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1984.

(98) Eniteusis: Este decreto entregaba al Estado toda la tierra no escriturada que luego podía ser cedida con un mínimo de gravá-menes a quien el gobierno estimara pertinente, fuesen personas naturales o jurídicas, nacionales o extranjeros, tanto a perpetuidad como en usufructo. Los mayores beneiciados fueron los ya exis-tentes latifundios ganaderos así como otros nuevos adquiridos por comerciantes porteños y ciudadanos británicos.

(99) Gran Bretaña en esa época contaba en Buenos Aires con 79 es-tancias vacunas, de las 293 existentes. Los ingleses además eran dueños de otras 19 dedicadas a criar ovejas, actividad que también practicaban 25 escoceses y unos 4 mil pequeños propietarios irlan-deses.

(100) Desterrado en tiempos de Rosas, elaboró las bases que sirvie-ron a los legisladores argentinos para elaborar la Constitución. Se opuso a la Doctrina Monroe, así como a la ofensiva política de Mitre y Sarmiento contra el Paraguay.

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(101) Fundó con 35 amigos la Asociación de Mayo, especie de logia en la que leyó “Palabras Simbólicas”, profesión de fe que más tarde desarrolló en el Dogma Socialista. Exiliado en Montevideo, descolló como poeta romántico, tal vez el primero en Latinoamérica.

(102) Sarmiento, Domingo Faustino, EN: Castro, Juan José, Los fe-rrocarriles en América del Sur, Montevideo, S/E, 1950, Pag. 35.

(103) Acorde con el Tratado entre el Papa y la Corona de Castilla en 1508, conocido como el Concordato, en los territorios coloniales españoles sólo entraban en vigor las bulas papales luego de su apro-bación por la corona madrileña debido a la uniicación de la Iglesia y el Estado, que se expresó en el surgimiento de la Inquisición como institución rectora de la ideología. Con la independencia en América se abolió la Inquisición, pero continuó la uniicación Iglesia-Estado hasta que las reformas liberales separaron a éste de aquélla.

(104) A mediados del siglo XIX la intensa rivalidad entre Inglaterra y Estados Unidos por el dominio de la posible zona canalera en el Istmo centroamericano desembocó en un equilibrio, el cual condujo a que ambos países irmaran un tratado de neutralidad en lo rela-cionado a ese asunto en dicha región.

(105) En México en 1806 y al parecer sin vínculos con la organiza-ción de Miranda, se fundó la Logia “Arquitectura Moral” y existen muchos indicios que sugieren que en 1811 ésta se metamorfoseó en la Logia conocida como “Legión del Águila Negra”, que se proponía independizar a toda Hispanoamérica. Por su parte los anti-consti-tucionalistas –con referencia a la llamada Constitución española de 1812- fundaron en 1813 una Logia que adoptó el Rito Escocés.

(106) Prieto, Alberto: La Época de Juárez. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1984. p. 24.

(107) Pérez Martínez, Héctor: Juárez. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973. p. 32.

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(108) Proudhonismo: Corriente precursora del anarquismo, que criticaba la gran propiedad capitalista y defendía la pequeña.

(109) Prieto, Alberto: La Época de Juárez. Ob.cit. p. 70.(110) Célebre ilósofo y economista escocés (1723-1790). Se le consi-dera fundador de la Economía Política como ciencia independiente y su obra constituye el punto de partida de las consideraciones his-tóricas de los problemas político-económicos. Tal vez su principal escrito sea “Acerca de la Naturaleza y las causas de la riqueza de las Naciones”.

(111) Socialista utópico francés que realizó una profunda crítica de la sociedad burguesa y evidenció las contradicciones entre la ideo-logía de la Revolución Francesa y la realidad material que ella en-gendró.

(112) Socialista utópico francés que se manifestó contra el deísmo y el idealismo pues defendía criterios deterministas y consideraba que la historia debería convertirse en una ciencia tan objetiva como las naturales. Estimaba que la historia pasaba por tres fases de de-sarrollo: la teológica, la metafísica y la positiva, que engendraría un futuro régimen social basado en la ciencia.

(113) En esta época los estados Unidos poseían el ferrocarril tran-sístmico de Panamá, que vinculaba el Mar Caribe con el Océano Pa-cíico y temían que cualquier victoria revolucionaria en Colombia, cuya soberanía entonces abarcaba la provincia panameña, pudiera afectar sus intereses comerciales.

(114) Martí, José: Obras Completas. t. II. Editorial Lex, La Habana, 1947. p. 130.

(115) Ibid. p. 262.

(116) Ibid (Carta a Manuel Mercado, campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895) p. 79.

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(117) Abogado mexicano y maestro ejemplar, en 1905 se le nombró Ministro de Instrucción Pública, cargo desde el cual restableció en 1910 la Universidad Nacional de México.

(118) Naturalista inglés, fundador de la teoría del desarrollo his-tórico del mundo orgánico, quien llegó a la conclusión de que la naturaleza viva evoluciona.

(119) Filósofo francés, secretario y colaborador de Saint Simon y más tarde fundador del positivismo, cuya tesis fundamental estri-ba en recabar de la ciencia que se limite a describir el aspecto exter-no de los fenómenos.

(120) Sociólogo inglés fundador del positivismo y representante en éste de las concepciones ideológicas de la burguesía liberal en vísperas de la época imperialista. Sus principales inluencias eran Hume, Kant y John Stuart Mill.

(121) Prieto, Alberto: Apuntes para la Historia Económica de Amé-rica Latina. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1986. p. 72-81.

(122) Ibid. p. 81-83.

(123) Ibid. p. 83-86.

(124) Ibid. p. 86-99.

(125) Al expropiar los gobiernos de Perú y Bolivia las salitreras chi-lenas en Tarapacá y Antofagasta, el gobierno de Chile se lanzó a la guerra contra esos dos países al considerar que sus intereses vitales habían sido violados.

(126) Periódico El Machete, 14 de julio de 1928, Apud: Roa, Raúl: El fuego de la semilla en el surco, La Habana, Editorial Letras Cuba-nas, 1982, Pag.279.

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(127) Prieto, Alberto: Centroamérica en Revolución. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, Pág. 132.

(128) Sandino, Augusto César: El pensamiento vivo de Sandino, La Habana, Editorial Casa de las Américas, 1980, Pag. 44.

(129) Ibid., Pag. 75.

(130) Ibid., Pag. 125.

(131) Sandino, Augusto César: El pensamiento vivo de Sandino, La Habana, Editorial Casa de las Américas, 1980, Pag. 186.

(132) Ibid., Pag. 277.

(133) Ibid., Pag. 204.

(134) Fonseca, Carlos: Sandino, Guerrillero y Proletario. Editorial EDUCA, San José, 1974, Pág. 24.

(135) Ortega, Humberto: 50 años de lucha sandinista, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1980, Pag. 115.

(136) Selcer, Gregorio: “Sandino, el guerrillero”, EN: Revista Casa de las Américas, La Habana, 1968, Número 49, Pag. 24.

(137) FORJA: Sigla apocopada de la denominación Fuerza Orienta-dora Radical de la Joven Argentina. Grupo que heredó las concep-ciones políticas defendidas por Irigoyen en su tendencia llamada “personalista”.

(138) León, Pierre: Economies et Societés de L’Amerique Latine, So-cieté d’Edition d’Enseignement Superieur, París, 1961, Pág. 210.

(139) En Alemania, tras ocupar el poder, Adolfo Hitler decidió in-crementar el exiguo comercio existente entre su país y América La-tina, por lo cual diseñó para esta parte del mundo una variante de

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su “ostpolitik” practicada con la Unión Soviética y Turquía. Enton-ces en 1934 el gobierno “nazi” envió hacia Centroamérica, Brasil, México, Chile, Colombia y Argentina una importantísima misión que debería establecer equilibrados acuerdos mercantiles sobre la base de una moneda nominal, sin cotización internacional, llamada “Auslander Sonder Konto fuer Inlandszahlungen” o simplemente “Auskimark”, que mediría el intercambio recíproco y mutuamente ventajoso. De esta manera en poco tiempo la compra-venta entre las partes se multiplicó.

(140) Un ejemplo de esto es la siguiente frase de Arévalo: “Sabemos exactamente quiénes son los comunistas y qué están haciendo. En cualquier momento que pasen a ser una verdadera amenaza para nuestra seguridad nacional o interamericana los atraparemos y los encarcelaremos tan rápidamente que apenas se darán cuenta de lo ocurrido”. Ver Arévalo, Juan José: Discursos. Imprenta Nacional, Ciudad Guatemala, 1951, p. 46.

(141) Organización de Estados Americanos: Documentos de la X Conferencia Interamericana. Washington DC, 1954, pág. 453.

(142) Los principales integrantes de “La Rosca” eran: Simón I. Pa-tiño, Carlos V. Aramayo, Mauricio Hochschild. Ellos extendieron progresivamente su inluencia sobre los demás sectores económicos y pusieron o quitaron presidentes a su antojo, quienes enarbolaron el más anacrónico laissez faire.

(143) Se trata de Ernesto Guevara, más conocido como el Ché, quien tras salir de Argentina se dirigió a Bolivia, cuyo proceso revolucio-nario lo defraudó. Después se dirigió a Guatemala donde presenció la debacle del régimen de Jacobo Arbenz, luego de cuyo derroca-miento fue expulsado hacia México.

(144) Guevara, Ernesto: Obras 1957-1967, Editorial Casa de las Amé-ricas, La Habana, 1970, tomo I, Pág. 32.

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(145) Ibíd, tomo 2, Pág. 495.

(146) Ibíd, tomo 2, Pág. 414.

La trascendencia del análisis del Ché sobre la toma de la superes-tructura burguesa del poder mediante la vía electoral, y el ulterior conlicto entre el ejército y el gobierno constitucional, se debe a que fue realizado muchos años antes del proceso de la Unidad Popular encabezado por presidente Salvador Allende, en Chile. Allí se for-mó un gabinete que luego con facilidad fue liquidado por el golpe de Estado fascista dirigido por el general-traidor Augusto Pinochet.

(147) Ibíd, tomo 2, Pág. 410.

(148) Ibíd, tomo 1, Pág. 31.

(149) Ibíd, tomo 2, Pág. 416.

(150) Ibíd, tomo 1, Pág. 162.

(151) Ibíd, tomo 2, Pág. 505.

(152) Ibíd, tomo 2, Pág. 504.

(153) Ibíd, tomo 2, Pág. 593.

(154) Ibídem.

(155) Ibíd, tomo 2, Pág. 590.

(156) Ibíd, tomo 2, Pp. 697-698.

(157) Aunque en menor medida, Tania había desarrollado también contactos con la oposición burguesa, e incluso en el interior de la Junta Militar con el propósito de estructurar el aparato urbano de apoyo a la guerrilla. Debido a que en la izquierda se había priori-zado los vínculos con el PCB, las relaciones con el Partido Revolu-

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cionario de Izquierda Nacional y el Partido Obrero Revolucionario estaban menos desarrolladas.

(158) Las primeras actividades de estos internacionalistas cubanos previamente habían sido en ayuda del grupo guerrillero peruano del que participaba Javier Heraud. También establecieron una base logística en Tarija para apoyar al Ejército Guerrillero del Pueblo, que al mando de Jorge Ricardo Massetti deseaba operar en el terri-torio argentino de Salta.

(159) Debray, Regis: La Guerrilla del Ché, Siglo XXI, México D.F. 1979, Pág. 75.

(160) Castro, Fidel: “Una Introducción Necesaria”, en: El Diario del Ché en Bolivia, ob. cit., Pág. XIX.

(161) Vitorio Codovila, primer secretario del Partido Comunista Ar-gentino. Nació en Italia en 1894 y murió en 1970.

(162) Guevara, Ernesto: El Diario del Ché en Bolivia, Instituto del Li-bro, La Habana, 1968, Págs. 46-47.

(163) Castro, Fidel en “Cien Horas con Fidel” de Ignacio Ramonet, suple-mento del periódico Granma, La Habana, año 2006, Capítulo 14, p.14.

(164) Moisés Guevara se unió sin vacilación al Ché, como le había ofrecido desde hacía mucho tiempo antes de que éste llegara a Bo-livia; le brindó su apoyo y entregó su vida heroicamente a la causa revolucionaria.

(165) A pesar de que vivió una odisea en las garras de los cuer-pos represivos, Debray mantuvo ante sus captores y torturadores una actitud irme y valerosa. Fue condenado a 30 años. En la cárcel escribió lo que más tarde publicó bajo el nombre de Escritos de la Prisión, en los cuales inició su renuncia a los principios expuestos en Revolución en la Revolución, que luego culminó con en su obra La Crítica de las Armas, aparecida en 1974. Liberado por el gobierno

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del general Juan José Torres, Debray marchó a Francia, donde se convirtió en asesor para los Asuntos Latinoamericanos de Francois Mitterrand, quien fue electo más tarde presidente de la república como candidato del Partido Socialista francés.

(166) Guevara, Ernesto: El Diario del Ché en Bolivia, Ob. Cit., Pág. 275.(167) Ibíd, Pág. 244.

(168) Debray, Regis. Ob. Cit., p. 78.(169) Guevara, Ernesto: El Diario del Ché en Bolivia, Ob. Cit., Pág. 297.(170) Ibíd, Pág. 298.

(171) Este criterio el Ché lo reitera en los resúmenes mensuales de abril, mayo, junio, julio, agosto y septiembre.Ver las páginas 195, 234, 268, 303, 327 y 383 de su diario.

(172) En su resumen de septiembre el Ché escribió: “la masa campe-sina no nos ayuda en nada y se convierten en delatores”.Ver página 335 de su diario.

(173) Castro, Fidel: “Una Introducción Necesaria”, en: El Diario del Ché en Bolivia, Ob. Cit., p. XXI.(174) Ibíd, Pág. XXVII.

(175) Castro, Fidel: “Una Introducción Necesaria”, en: El Diario del Ché en Bolivia, Ob. Cit., Pág. XXVIII.(176) Guevara, Ernesto: Obras 1957-1967, ob. cit., 1970, tomo II, p. 598. Luego de la muerte del Ché, tres cubanos sobrevivientes de la guerrilla lograron cruzar la frontera y refugiarse en Chile. En tanto, los bolivianos Inti y Darío se dedicaban en su país a reorganizar la guerrilla. Con ese propósito, aquél publicó su Volveremos a las Mon-tañas, en 1968, tras lo cual cayó en combate el 9 de septiembre de

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1969. Al cabo de un año, otro grupo perteneciente al ELN, dirigi-do por el Chato Peredo, estableció un foco guerrillero en Teopon-te, pero tampoco tuvo éxito pues fue aniquilado en dos meses. Al asumir el poder en Bolivia el general Juan José Torres, en 1970, los remanentes del ELN se sumaron a sus empeños nacionalistas re-volucionarios, truncados al poco tiempo debido al golpe de Estado reaccionario del general Hugo Banzer.

(177) Sobre la Alianza para el Progreso, Fidel Castro dijo: “Después de Roosevelt, fue el único presidente de Estados Unidos que tuvo una política para América Latina, que fue la política de la Alianza para el Progreso, una política inteligente, que estuvo inspirada en la idea de frenar la revolución. A partir del trauma que produce la Revolución Cubana, el hecho de que se produjera una revolución y tan próxima a Estados Unidos despertó el temor de que pudieran existir condiciones objetivas para la revolución en América Latina. Y Kennedy no concibió una estrategia de represión, sino de reformas sociales para frenar la revolución en América Latina. Entonces habló de Reforma Agraria, de Reforma Fiscal, planes de educación, planes de salud, muchas de las cosas que nosotros hemos hecho, ofreció ayuda económica, 20 mil millones de dólares. En esa época la Amé-rica Latina no debía un centavo” Ver Castro, Fidel: Entrevista con la periodista norteamericana María Shriver, de la cadena de televisión NBC, En: Suplemento Especial de Granma, febrero 29 de 1988, p.11.

(178) Hijo menor del ajusticiado tirano Anastasio Somoza García, Jefe de la Guardia Nacional y Presidente de la República en ese mo-mento; había heredado la jefatura política de la familia al morir su hermano Luis, quien lo había precedido en la primera magistratura de Nicaragua.

(179) La magnitud de esta lucha armada en Nicaragua se compren-de al saber que unas sesenta mil personas perecieron en ella a pesar de no rebasar la población del país la cifra de cuatro millones de personas.

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(180) Tal vez la más notable de esas agrupaciones haya sido Misu-rata o apocopación de su nombre completo, conformado por ele-mentos de las etnias Miskita, Sumu y Rama establecidas en la Costa Atlántica.

(181) Poco antes de estallar dicho conlicto armado, entre los equi-pos nacionales de fútbol de Honduras y El Salvador se celebraron una serie de juegos, alternativamente desarrollados en una y otra capital de cada Estado. Durante la celebración de ellos se produje-ron trifulcas entre los espectadores que respaldaban a sus respecti-vos jugadores, lo cual originó que la prensa de ambos países des-atara furibundas campañas de improperios contra las poblaciones de la vecina república. Esto fue empleado por las oligarquías para iniciar la guerra, con la excusa de defender el supuestamente man-cillado orgullo patrio.

(182) Arnulfo Romero, poco antes de morir, había expresado: “Cuan-do una dictadura atenta gravemente contra los derechos humanos y el bien común de la nación, se torna insoportable y se cierran los canales del diálogo, el entendimiento, la racionalidad; cuando esto ocurre, entonces la Iglesia habla del legítimo derecho a la violencia insurreccional”.

(183) Hijo de emigrantes palestinos cristianos, que en 1944 inició su vida política a los catorce años de edad. Ingresó en el Partido Comunista Salvadoreño en 1950, luego fue fundador del FMLN, in-tegró su Comandancia General y encabezó la comisión que negoció y irmó los Acuerdos de Paz. Fue varias veces electo diputado a la Asamblea Legislativa y candidato presidencial del FMLN en las elecciones del 2004. Murió en el 2006.

(184) Fidel Castro, en su entrevista con Ignacio Ramonet conocida como “Cien horas con Fidel”, expresó: “Los vietnamitas, a raíz de su victoria en 1975 sobre Estados Unidos, nos entregaron muchas armas norteamericanas recuperadas por ellos después de la caída

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de Saigón. Nosotros las transportamos en barco, pasando por el sur de África, y una parte se las entregamos a los salvadoreños del FMLN”.

(185) Maquiladora es la denominación aplicada a una fábrica o gran taller erigido en un país por capital foráneo, en busca de mano de obra barata; sus producciones no están orientadas hacia el mercado interno, ni en dicho proceso se utilizan otros recursos o insumos locales.

(186) Esta concepción impulsada por Velasco Alvarado se asemeja mucho a la elaborada en Chile por la Unidad Popular dirigida por Salvador Allende (1970-73).

(187) Se denominó “banda de los cuatro” al grupo dogmático y oportunista encabezado por la viuda de Mao, que a la muerte del gran revolucionario chino acaparó el poder. Ese conjunto de diri-gentes fue desplazado de sus cargos por la tendencia encabezada por Ten Siao Ping, que propugnó reformas trascendentes.

(188) Fujimori –tiempo después de su renuncia- se trasladó a Chile, del que se le deportó al Perú, donde se le impuso juicio por sus múl-tiples delitos y luego se le condenó a la cárcel.

(189) La resistencia de los cultivadores de coca contra las preten-siones de erradicar dicho tradicional cultivo es proverbial. A partir de 1998 Estados Unidos proclamó su mal llamada “guerra contra el narcoterrorismo”, y dispuso que efectivos suyos participaran en la destrucción de la controversial “hoja sagrada”.

(190) Durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, México ir-mó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con Estados Unidos y Canadá, que entró en vigor el primero de enero de 1994. Desde entonces el desempleo creció pues la tradicional economía agraria mexicana cayó en crisis debido a la ilimitada importación del subsidiado maíz estadounidense, así como de otros productos

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similares. Esto provocó la ruina de muchos pequeños y hasta me-dianos campesinos, gran parte de los cuales habían recibido sus tierras como consecuencia de la Revolución Mexicana y el ulterior gobierno del general Lázaro Cárdenas.

(191) EL ALBA o Alternativa Bolivariana para América Latina es una propuesta del presidente venezolano Hugo Chávez realizada en el 2004, para contrarrestar los funestos empeños de los Estados Unidos por imponer a las repúblicas latinoamericanas el ALCA o Asociación de Libre Comercio en las Américas. Por su parte, las Ca-sas del Alba, son instituciones creadas con el espíritu humanista de la solidaridad, que se dedican sin intereses de lucro a mejorar la salud y educación de las poblaciones.

(192) UNASUR es la sigla de la recién creada Unión de Naciones del Sur, que abarca a todos los países Sudamericanos sin excepción.

(193) Discover Petroleum es una compañía noruega.

(194) Comunidad Andina de Naciones está formada por Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, luego de la salida de Venezuela en 2006 y de Chile en 1976, actual miembro asociado.

(195) En Estados Unidos el número de fallecidos a causa de la dro-gadicción, ha equiparado y empieza a superar el ocasionado por los accidentes de tránsito, el principal motivo de muertes –hasta ese momento- en el país.

(196) Efecto Tequila: Se denomina así a las consecuencias de lo su-cedido en México durante la presidencia del descolorido Ernesto Zedillo Ponce de León, cuando tuvo lugar una gigantesca quiebra inanciera provocada por un déicit de treinta mil millones de dó-lares en cuenta corriente, que su gobierno palió gracias al rápido e importante apoyo monetario de Estados Unidos.

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(197) Eloy Alfaro, nacido en Montecristi durante el año 1842, luchó contra el conservador y calambuco presidente ecuatoriano Gabriel García Moreno. Más tarde cuando el moderado liberal Ignacio Vein-timilla se negó a convocar elecciones, se sublevó como Jefe Supre-mo de la Revolución en la provincia de Esmeralda. Vivió exiliado en la Nicaragua del avanzado liberal anti-estadounidense –por el proble-ma del canal interoceánico a construir- y presidente de la república desde 1893, José Santos Zelaya; allí Alfaro se relacionó también con los más radicales sectores del liberalismo de Venezuela y Colom-bia, y junto a ellos irmó el Tratado de los Cuatro para luchar por un mundo mejor. Esos mismos propósitos lo vincularon en Costa Rica con los independentistas cubanos Antonio Maceo y José Mar-tí. En Ecuador, Alfaro encabezó la gran insurrección del 5 de junio de 1895, debido a la cual –a los dos meses- ocupó el poder en Qui-to. Luego, el 26 de diciembre de ese año, convocó a los presidentes hispanoamericanos a participar en un Congreso Internacional cuyo primer punto sería el reconocimiento de la independencia de Cuba; se esforzaba por arrebatar a Estados Unidos el protagonismo que seis años atrás alcanzaran con su Conferencia Internacional Ameri-cana, tan censurada por Martí. Alfaro separó la Iglesia del Estado, implantó las libertades de culto e imprenta, secularizó la enseñan-za, nacionalizó las propiedades de la Iglesia, eliminó los impuestos eclesiásticos, implantó el matrimonio y registros civiles, abolió los fueros y privilegios de militares y curas, mejoró la situación de los indígenas, culminó la construcción del ferrocarril de Guayaquil a Quito, rechazó el arriendo de las Islas Galápagos a Estados Unidos, propuso gravar con impuestos las propiedades de los ricos, deseó democratizar la Ley Electoral, anheló reconstruir la Confederación organizada por Bolívar con los tres países norandinos. Alfaro renun-ció a la presidencia el 11 de agosto de 1911 –veinte días antes de ter-minar el mandato de su última elección-, para acallar las calumnias de querer eternizarse en el poder. Poco después, el 25 de enero de 1912, una feroz turba atizada por oligarcas, le dio horrible muerte.

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(198) Castro, Fidel: “Declaraciones”. En: Periódico “Hoy”, La Haba-na, Marzo 6 de 1959.

(199) En México, previamente habían tenido lugar las insurgencias de Lucio Cabañas –líder sindical de la enseñanza-, y Genaro Váz-quez, maestro rural, quienes de forma separada en 1967 se alzaron en las Sierras del estado de Guerrero, luego de una matanza perpe-trada por las fuerzas represivas; esas gestas tenían más bien un ca-rácter de autodefensa armada, pues no representaban un verdadero empeño para tomar el poder. Cabañas organizó el movimiento que indistintamente se llamó Frente de Liberación Emiliano Zapata y Brigadas Campesinas de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres. En uno de los múltiples comunicados que el grupo emitió durante sus siete años de lucha, puede leerse como aspectos programáticos para un futuro gobierno popular, el enunciado de que “la cultura burguesa, por ser contrarrevolucionaria e incompatible con intere-ses de los trabajadores, será destruida”. Lucio Cabañas murió el 2 de diciembre de 1974, en un enfrentamiento con el ejército en un sitio conocido como Ototal, perteneciente al municipio Tecpán de Galena.

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