VILLORO La Ciudad de México

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La ciudad de México: mujer barbuda (1) Por Juan Villoro Disponible en http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/villoro/mapas/ mex-ven01.html En México Distrito Federal el paso del tiempo significa una desaforada multiplicación de la especie. Nací en 1956, cuando la ciudad tenía cuatro millones de habitantes, y ahora tiene unos 18 o 20. Aunque los conteos de población son inciertos, no hay duda de que somos demasiados. Estamos ante un fenómeno insólito: la metrópoli nómada. Sin movernos de sitio, hemos cambiado de ciudad; por convención seguimos hablando de “México, D.F.”, pero es obvio que el paisaje anda suelto y se transfigura en otro y otro. Hace mucho que la naturaleza fue replegada hasta desaparecer de nuestra vista. El aeropuerto ya está en el centro y las tareas agropecuarias se ejercen en el único espacio disponible, las azoteas. Secamos el lago que definía la ciudad flotante de los aztecas, asfaltamos el valle entero, destruimos el cielo azul. ¿Por qué vivimos aquí? No nos retiene la ignorancia. Los capitalinos estamos muy al tanto de los horrores ecológicos (somos expertos en las ronchas que salen con la contaminación, la peligrosidad de los terremotos, las tasas de plomo en la sangre); sin embargo, en franco desacato de la evidencia, consideramos que ninguna de estas amenazas es para nosotros. ¡Bienvenidos a la cultura del postapocalipisis! En nuestra peculiar percepción del entorno juzgamos que somos el resultado (nunca el anuncio) de una tragedia. De ahí la vitalidad de un sitio al borde del colapso, cuyo mayor misterio es que funcione. Recorrer México D. F. depara sorpresas numerosas. Todos los días circulan bajo tierra cinco millones de usuarios del metro. Se trata de una ciudad alterna que prefigura el México por venir, donde la gente nacerá y crecerá en la cripta de los aztecas sin necesidad de salir a la intemperie. Hoy en día, los metronautas disponen de cafeterías, tiendas, exposiciones y cursos subterráneos. También cuentan con su propia

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Crónica urbana de Villoro sobre la ciudad de México.

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La ciudad de Mxico: mujer barbuda (1)Por Juan VilloroDisponible en http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/villoro/mapas/mex-ven01.html

En Mxico Distrito Federal el paso del tiempo significa una desaforada multiplicacin de la especie. Nac en 1956, cuando la ciudad tena cuatro millones de habitantes, y ahora tiene unos 18 o 20. Aunque los conteos de poblacin son inciertos, no hay duda de que somos demasiados. Estamos ante un fenmeno inslito: la metrpoli nmada. Sin movernos de sitio, hemos cambiado de ciudad; por convencin seguimos hablando de Mxico, D.F., pero es obvio que el paisaje anda suelto y se transfigura en otro y otro.Hace mucho que la naturaleza fue replegada hasta desaparecer de nuestra vista. El aeropuerto ya est en el centro y las tareas agropecuarias se ejercen en el nico espacio disponible, las azoteas. Secamos el lago que defina la ciudad flotante de los aztecas, asfaltamos el valle entero, destruimos el cielo azul. Por qu vivimos aqu? No nos retiene la ignorancia. Los capitalinos estamos muy al tanto de los horrores ecolgicos (somos expertos en las ronchas que salen con la contaminacin, la peligrosidad de los terremotos, las tasas de plomo en la sangre); sin embargo, en franco desacato de la evidencia, consideramos que ninguna de estas amenazas es para nosotros. Bienvenidos a la cultura del postapocalipisis! En nuestra peculiar percepcin del entorno juzgamos que somos el resultado (nunca el anuncio) de una tragedia. De ah la vitalidad de un sitio al borde del colapso, cuyo mayor misterio es que funcione.

Recorrer Mxico D. F. depara sorpresas numerosas. Todos los das circulan bajo tierra cinco millones de usuarios del metro. Se trata de una ciudad alterna que prefigura el Mxico por venir, donde la gente nacer y crecer en la cripta de los aztecas sin necesidad de salir a la intemperie. Hoy en da, los metronautas disponen de cafeteras, tiendas, exposiciones y cursos subterrneos. Tambin cuentan con su propia patrona, la Virgen del Metro, que apareci por una filtracin de agua en la estacin Hidalgo, en 1997.En la superficie circulan los taxis que se han rendido a la evidencia de la macrpolis y no saben adnde ir. Cuando el despistado pasajero da una direccin, el conductor confiesa su ignorancia y pide seas para llegar ah: Usted me dice por dnde.Cuando Gnter Grass estuvo en Mxico a principios de los aos ochenta pregunt con rigor teutn: "cuntos habitantes tiene la ciudad?" El vrtigo lleg con la respuesta que entonces se juzgaba apropiada: "entre l2 y l6 millones". La diferencia, elmargen de error, era del tamao de Berln Occidental, la ciudad donde viva Grass.Adems las calles repiten sus nombres como si as pulieran la gloria de los hroes. Quien abra el popular plano de la capital conocido comoGua Rojiencontrar 179 calles Zapata, 215 Jurez, 269 Hidalgo, lo cual basta para construir unas veinte urbes suficientemente patriotas. En nuestro mapa movedizo ni siquiera las estatuas son estables. El monumento ecuestre a Carlos IV ha ocupado tres lugares distintos al modo de un caballo de ajedrez.La ciudad de Mxico: mujer barbuda (y 2)Para la prensa internacional, el D. F. se ha convertido en algo as como la mujer barbuda del circo; ejerce la elocuente fascinacin del defecto: los reportajes hablan de la contaminacin, la inseguridad, los temblores, las amenazas intestinales y el incierto folklor de nuestras salsas. Y sin embargo, no podemos romper el cordn umbilical con Mxico (cuya posible etimologa es "ombligo de la luna"). Lunticos y edpicos, nos parecemos al Don Juan deRake's Progress, la pera de Stravinski con libreto de Auden: acabamos enamorados de la mujer barbuda.

En la ciudad de Mxico la costumbre no se repite, se improvisa. Incluso la corteza terrestre confunde las pocas con inestable actitud. El terremoto de 1985 desconcert a los expertos porque el subsuelo se movi como si ignorara las leyes de la fsica. Despus de seis aos de estudiar el enigma, el sismlogo Cinna Lomnitz lleg a la siguiente conclusin: en la maana del 19 de septiembre de 1985, la ciudad de Mxicofue un lago; las ondas ssmicas se desplazaron como olas.Los aztecas fundaron su capital en un islote y ganaron terreno al agua. Los conquistadores espaoles que haban hecho la guerra de Italia no vacilaron en comparar a Tenochtitlan con Venecia. La ciudad fue secada durante siglos y las calles surgieron del lecho de los ros. En el casco urbano, el principal recuerdo lacustre son los edificios coloniales que se hunden como navos a punto de naufragar.La memoria del agua establece un vnculo con los orgenes. Desde el punto de vista sismolgico, an estamos en una cuenca navegable: nuestros coches viajan sobre unlago implcito.En un sitio donde la corteza terrestre responde a un pasado primigenio, ignorado por la superficie, no es de extraar que las temporalidades se crucen. No hay forma de instalar lneas de telfonos en el centro de la ciudad sin practicar una arqueologa accidental. Aunque los tcnicos no busquen otra cosa que un resquicio para sus cables de fibra ptica, encuentran puntas de obsidiana, noticias del mosaico indgena.Pero hay comunicados ms recientes de los antiguos pobladores del valle. De acuerdo con el Instituto Nacional Indigenista, en la actual Tenochtitlan cerca de dos millones de indios conservan sus usos y costumbres.

Aunque toda metrpoli se erige contra la naturaleza, pocas han tenido la furia destructora de Mxico D. F. Una vez anulada el agua, el horizonte de destruccin fue el cielo. El paisaje urbano est determinado por estas prdidas fundamentales. Hace algunos aos, al visitar una exposicin de dibujos infantiles, comprob que ningn nio usaba el azul para el cielo; sus crayones escogan otro matiz para la realidad: el caf celeste.Quien aterriza de noche en la ciudad de Mxico siente que llega a una galaxia desordenada. Sin embargo, esa marea encendida, que ocupa el valle entero, sigue creciendo. Su lgica exige la expansin continua. Hacia dnde puede proseguir? Todas las flechas apuntan hacia abajo. El subsuelo recorrido por el metro es nuestra ltima frontera. Ms all de los imperativos geolgicos, esta dinmica tiene una fuerta carga simblica. En la mitologa prehispnica, la vida comienza y termina bajo la tierra.Borges resumi en dos versos su atribulado fervor por Buenos Aires: "No nos une el amor sino el espanto/ ser por eso que la quiero tanto". Los contradictorios placeres de la ciudad de Mxico son de este tipo. A diario juramos abandonarla y a diario nos entregamos a su abrazo; es la irrenunciable compaa que merecemos. Que otros vivan en las ciudadelas del orden y el trnsito feliz. Nosotros exigimos el carcter complicado y la belleza ambigua de la mujer barbuda.