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Los Cuadernos de Viaje VA DE PASO DIARIO DE FILMACION DE UN REPORTAJE: EUGENIO O'NEILL Paco Ignac Taibo D urante doce días viajé, lentamente, en automóvil, desde Boston hasta Nueva York. Estábamos filmando un documen- t sobre la vida de Eugenio O'Nel. El tiempo era ío (la primavera entró este año len- tente en Nueva Inglaterra) y en ocasiones llu- vioso. El viaje no pretendía perseguir cronológi- camente la vida del escritor; lo iniciamos en el lugar en donde está enterrado y se terminó bus- cando el hotel en donde nació. De Boston a Nueva York · se puede trasladar el viajero a lo largo de l a carretera 90, pasando luego por la 86, entrando en la 91 y desviándose en New Haven por la 95; este sería el camino mas rápido. Yo, con el equipo de filmación, seguimos un camino más sinuoso, por carreteras secundarias, entrando en universidades, como la de Yale y en escuelas de teatro; nos desviamos, también, por el sinuoso cabo del Bacalao y llegamos hasta Provincetown; en donde Eugenio vivió y escribió. Al proyectar todo el material filmado, más de cinco horas, des- cubrimos que teníamos cuarenta y cinco minutos dedicados mar, al ío y gris mar de Cape Cod Bay. Pienso que no e casualidad. Este es el ario del vie; está redactado sobre las notas que i tomando en una libreta negra; esto significa que a las directas anotaciones del instante, adí algo de literatura posterior. Acaso hubiera sido mejor que me quedara únicamente con las emocionadas ases iniciales. Pero no me puedo desprender de la manía del retoque ... PRIMER DIA. DOMINGO Eugenio O'Neill murió a los sesenta y inco os; las manos le temblaban y no pudo escribir en sus últimos tiempos. Vamos a rodar unas escenas en el Forest Hills Cemetery. El lugar está situado en Jamaica Plain, sobre una colina muy suave a la que se sube por una carretera que se abre camino entre árboles. El día está muy gris y estamos temiendo que la noche nos impida el trabajo. No queremos us luces artificiales. En el despacho del señor Cl H. Wiedemann nos pregunt a quién vamos a ver. - -A -Eugenio O'Neill. -Es poco visitado. Tenemos tumbas más famo- sas. Una señorita, con gafas y pelo rubio, nos en- trega un folleto del cementerio: «Bello e histó- rico». La entrada es fsamente gótica, las paredes 144 CAPECOD BꜼ Mapa de la bah ÊPE COD. están cubiertas de hiedra, allá al fondo hay una toe curiosa que parece estar edificada para vigi- lar los cadáveres. El lugar es romántico, triste y hoy está húmedo. La señorita nos entregó, también, un plano en el que señaló con una cruz el lugar en donde está hundido en la tierra O'Neill. Pero no encontramos el sitio; los siete integrantes del equipo nos espar- cimos por los campos buscando la piedra con el nombre del dramaturgo. Las piedras se esconden entre los árboles, se ocultan tras montículos, se esconden entre los arbustos muy cuidados. El camarógrafo se queja: -El día se nos está yendo. Se nos está yendo. Al fin: ¡Aquí está! Soy yo quien la descubre; pensé que ese sitio, entre dos árboles grandes que gotean, serían el adecuado. Curiosamente, en un atardecer lánguido, apa- rece una luz muy clara que viene burlando los abetos y los sauces para quedarse sobre la piedra, vertical, de algo más de un metro de alta, de cuarenta centímetros de ancha. Debajo está O'Neill. Muy cerca, la descubrimos por casualidad, está otra piedra vertical con el nombre de la mer que O'Neill amó: Carlota Monteey. -Tomemos este instante. ¡ Es la luz ideal para un cementerio! El camarógro está muy contento. Mis compa- ñeros se mueven sobre la hierba y yo voy a poner una mano sobre la piedra de Carlota, después tocaré la de Eugenio. Durante todo el tiempo que estuvimos en el cementerio no vimos a nadie. Al salir la señorita nos explicó: -Los visitantes vienen en la mañana y ahora, con el ío, la gente no acude. La piedra de O'Nel es piedra, no es mármol; está rugosa, gris, muy ía. Cuando bajábamos, de pronto, cayó la noche sobre nosotros y tuvimos que encender los ros de los dos automóviles.

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Los Cuadernos de Viaje

VIDA DE PASO

DIARIO DE FILMACION DE UN REPORTAJE: EUGENIO O'NEILL

Paco Ignacio Taibo

D urante doce días viajé, lentamente, en automóvil, desde Boston hasta Nueva York. Estábamos filmando un documen­tal sobre la vida de Eugenio O'Neill. El

tiempo era frío (la primavera entró este año len­tamente en Nueva Inglaterra) y en ocasiones llu­vioso. El viaje no pretendía perseguir cronológi­camente la vida del escritor; lo iniciamos en el lugar en donde está enterrado y se terminó bus­cando el hotel en donde nació. De Boston a Nueva York · se puede trasladar el viajero a lo largo de la carretera 90, pasando luego por la 86, entrando en la 91 y desviándose en New Haven por la 95; este sería el camino mas rápido. Y o, con el equipo de filmación, seguimos un camino más sinuoso, por carreteras secundarias, entrando en universidades, como la de Yale y en escuelas de teatro; nos desviamos, también, por el sinuoso cabo del Bacalao y llegamos hasta Provincetown; en donde Eugenio vivió y escribió. Al proyectar todo el material filmado, más de cinco horas, des­cubrimos que teníamos cuarenta y cinco minutos dedicados al mar, al frío y gris mar de Cape Cod Bay. Pienso que no fue casualidad.

Este es el diario del viaje; está redactado sobre las notas que fui tomando en una libreta negra; esto significa que a las directas anotaciones del instante, añadí algo de literatura posterior. Acaso hubiera sido mejor que me quedara únicamente con las emocionadas frases iniciales.

Pero no me puedo desprender de la manía del retoque ...

PRIMER DIA. DOMINGO

Eugenio O'Neill murió a los sesenta y ¡;inco años; las manos le temblaban y no pudo escribir en sus últimos tiempos.

Vamos a rodar unas escenas en el Forest Hills Cemetery. El lugar está situado en Jamaica Plain, sobre una colina muy suave a la que se sube por una carretera que se abre camino entre árboles. El día está muy gris y estamos temiendo que la noche nos impida el trabajo. No queremos usar luces artificiales.

En el despacho del señor Carl H. Wiedemann nos preguntan a quién vamos a ver. - -A -Eugenio O'Neill.

-Es poco visitado. Tenemos tumbas más famo-sas.

Una señorita, con gafas y pelo rubio, nos en­trega un folleto del cementerio: «Bello e histó­rico».

La entrada es falsamente gótica, las paredes

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CAPECOD BAY

Mapa de la bahía CAPE COD.

están cubiertas de hiedra, allá al fondo hay una torre curiosa que parece estar edificada para vigi­lar los cadáveres. El lugar es romántico, triste y hoy está húmedo.

La señorita nos entregó, también, un plano en el que señaló con una cruz el lugar en donde está hundido en la tierra O'Neill. Pero no encontramos el sitio; los siete integrantes del equipo nos espar­cimos por los campos buscando la piedra con el nombre del dramaturgo. Las piedras se esconden entre los árboles, se ocultan tras montículos, se esconden entre los arbustos muy cuidados.

El camarógrafo se queja: -El día se nos está yendo. Se nos está yendo.Al fin: ¡Aquí está!Soy yo quien la descubre; pensé que ese sitio,

entre dos árboles grandes que gotean, serían el adecuado.

Curiosamente, en un atardecer lánguido, apa­rece una luz muy clara que viene burlando los abetos y los sauces para quedarse sobre la piedra, vertical, de algo más de un metro de alta, de cuarenta centímetros de ancha. Debajo está O'Neill.

Muy cerca, la descubrimos por casualidad, está otra piedra vertical con el nombre de la mujer que O'Neill amó: Carlota Monterrey.

-Tomemos este instante. ¡ Es la luz ideal paraun cementerio!

El camarógrafo está muy contento. Mis compa­ñeros se mueven sobre la hierba y yo voy a poner una mano sobre la piedra de Carlota, después tocaré la de Eugenio.

Durante todo el tiempo que estuvimos en el cementerio no vimos a nadie. Al salir la señorita nos explicó:

-Los visitantes vienen en la mañana y ahora,con el frío, la gente no acude.

La piedra de O'Neill es piedra, no es mármol; está rugosa, gris, muy fría.

Cuando bajábamos, de pronto, cayó la noche sobre nosotros y tuvimos que encender los faros de los dos automóviles.

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Los Cuadernos de Viaje

Los O' Neill retratados por Steichen en New York en 1926. 145

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Lo¡¡ Cuadernos de Viaje

El camarógrafo, mexicano, me dijo: «Es un ce­menterio muy triste».

SEGUNDO DIA: VIDA DE PASO

Celebramos una reunión con el asesor nortea­mericano. Piensa que debemos explicar con clari­dad que hizo O'Neill. Nosotros aseguramos que el documental va dedicado a quienes ya saben lo que hizo. El piensa que ese es un error; O'Neill nunca fue un hombre popular.

-Ganó el Premio No bel y, tres Premios Pulitzer.-Eso no quiere decir que fuera popular en los

Estados U nidos. El asesor quiere que hablemos con los especialistas y que éstos aparezcan elo­giando a O'Neill en el documental. Mientras dis­cutimos, el camarógrafo y dos auxiliares buscan el hotel en donde el escritor murió. Más tarde busca­remos en Nueva York, el hotel en donde el escri­tor nació.

-Fue una vida de paso; de hotel en hotel y lacasa que le dejó huella es el infiernq.

Iremos a la casa que le marcó; la casa en la que escribe «Long Days Journey into Nigth». Iremos a ver en donde vivía en 1941, cuando de su vida y de la vida de los suyos hizo un espectáculo teatral estremecedor.

-Sí; vida de paso.Mi compañero me pide que si un día escribo

sobre este viaje lo titule así: Vida de paso.

LA BABIA DEL BACALAO; MARTES

A las siete de la mañana salimos hacia Province­town; el lugar en donde O'Neill descubrió que era escritor. Tomamos la carretera de Boston a Quincy y pasamos por Plymountn; hace un frío intenso, muy seco. El camarógrafo maldice pen­sando en los guantes que dejó en casa.

, -Con este pinche frío los dedos se quedan pega­dos al disparador de la cámara.

En Sandwich descubrimos que el famoso Cabo del Bacalao es una isla en forma de hoz, con la punta.hacia el norte, hundiéndose en el mar. La carretera, en ocasiones, pasa por lugares de tan estrecha tierra que el mar se nos ofrece a iz­quierda y derecha. Después ya no es tierra, sino arena y sobre ella gaviotas. Eugenio O'Neill es­cribió:

«Fue un gran error haber nacido hombre. Yo habría sido más feliz como pez o cdmo gaviota».

Después se resignó: «Pero así son las cosas, no me queda más re­

medio que ser siempre un extraño que nunca se siente en casa» (recuerdo; vida de paso. Tenía razón). «Que no es, ,realmente, amado ni ama de verdad, que no puede pertene<;er a ningún sitio. Un extraño ,que está siempre un poco enamorado de la muerte».

Las nubes están bajando hacia nosptros- hasta el punto de que las gaviotas se hunden en ellas para aparecer luego, desprendidas de lo gris, de pronto.

Entramos en Provincetown; por el verano este

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lugar es bullicioso; ahora está apaciblemente de­sierto. De pronto me enamoro de Provincetown; me apetece comprar una de estas casas de ma­dera, de doble puerta, de chimeneas de ladrillo, de contraventanas. Quisiera tener una casa aquí.

-¿Para el verano?-Para el invierno.No hay casas altas, pero a algún alcalde loco se

le ocurrió construir, junto al puerto, una torre veneciana, altísima, coronada por un doble alme­nado. Una torre de piedras _grises, cuadrada, que surge del suelo como si hubiera crecido por sí misma. Es la torre homenaje a los Padres Peregri­nos. Resulta que este fue el primer lugar ameri­cano que tocó el «Mayflower» el día 21 de no­viembre de mil seiscientos veinte.

La torre proclama 'el advenimiento de los pione­ros ingleses, la semilla de la norteamericanidad.

Eugenio O'Neill vivió en este pueblo de marine­ros hoscos, de playas bláncas, de mares helados. Lo recuerda en el acto segundo de «Anna .Chris­tie»:

«Escenario: diez días después, la popa de un l<!fichón muy cargado, el «Simeón Winthrop». Es­tá anclado en el puerto de Provincetown, Massa­chusetts. Son las diez de la noche. Una densa niebla rodea el lanchón y la embarcación flota inmóvil en la calma... El quejumbroso tañido de las campanas de los barcos anclados en Long Point interrumpe el silencio a intervalos regula­res».

El asesor norteamericano nos anuncia: «Alquilé una casa para ustedes, por tres días. Estarán ihás­cómodos».

Y es cierto, tenemos una casa en Provincetown que llenamos con , los artefactos de filmar, con nuestras maletas y con los gritos para llegar a-la , ducha en primer lugar.

Yo salgo a caminar solo, míentras los compañe­ros van a filmar el mar, los muelles, los barcos de pesca, las calles estrechas. Aquí O'Neill llega después de Qn matrimonio salvaje y rápido y Ull segundo amor, Agnes Boulton, que le dará dos hijos. Viene porque ama el mar y porque quiere escribir. Aquí estrena su primer obra: «Rumbó a Cardiff».

El pueblo está formado por dos calles paralelas, una serie de casitas dispuestas a luchar contra el viento y un puerto en el que se recogen los barcos de pesca; un puerto salpicado por los chillidos de

, las gaviotas y sometido a un viento helado, del Atlántico que se abre inmenso ante esta lengua � . tierra. A muy pocas millas. de aquí está Chappa­quiddick, el sitio en el que, junto con un auto y una secretaría, ahogó su futuro político el senador Kennedy.

En li;t tarde tenemos una reunión ,con los super­vivientes de la compañía de teatro de aficionados, los actores de Provincetown que descubriéron a Eugenio.

Bebemos jerez y tomamos pastas; la casa s.e sitúa _sobre la playa, mantenida ert alto pqr una

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Los Cuadernos de Viaje

Gene y Agnes en Cape Cod en 1919.

serie de troncos y maderos. Los supervivientes se dejan invadir por cámaras y reflectores. Contem­plan nuestro esfuerzo sin prisa, casi sin curiosi­dad.

Un viejo paraplégico intenta darnos una idea de cómo era el O'Neill de aquellos años. Una anciana con peluca habla inclinándose hacia adelante m�teniendo milagrosamente su copa sobre u� platillo de porcelana. Hay una mujer más joven, b:lla, de unos cuarenta y dos o cuarenta y cinco anos.

-He sido la esposa de Mailer, de Norman Mai­ler.

Nos cue_nta que Mailer quiere quitarle, ahora, lacasa que tiene en Provincetown.

-Es un tramposo; la entregó al fisco para satis­facer sus deudas por impuestos. Y ahora yo peleo contra el Estado por mi casa.

Los ocho o nueve sobrevivientes lamentan que Norman Mailer haya metido al Estado en este problema.

-Eugenio tenía una casa de madera· una vezdurante una tormenta el mar se la ll;vó. Se l� llevó de cuajo, sin dejar ni tan siquiera los troncos que la sostenían sobre la arena. Desapareció la casa. Un hombre de setenta años cuenta esto

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frente a la cámara; moviendo las manos parsimo­niosamente, después mira a sus vecinos y suelta, con un efecto teatral y muy probado, la noticia:

-Pero el mar devolvió la casa de O'Neill. Apa­reció como a treinta millas de aquí. Se fue flo­tando hasta otra playa.

Todos ríen a pesar de que la vieja historia de la casa que navega por la bahía de Cape Codd es bien conocida.

-En el museo tenemos una maqueta de la casa.Puede verla.

Porque -hay un museo en Provincetown. La anciana de peluca pide turno frente ·a la

cámara: -Yo estrené «Rumbo a Cardiff».Y un aire de nostálgico pasado, de reverencia

hacia el escritor de tristeza porque ya todo esto se ha perdido y el reúma molesta y la vida se escapa y se están diciendo las últimas palabras; un aire desolado, que no viene del océano, sino del fondo de una gran tristeza, invade el cuarto, en el que hay fotos de Eugenio, libros encuadernados y ta­pices hechos con retazos de telas desgastadas.

-Yo estrené «Rumbo a Cardiff».-¿Cómo era O'Neill entonces?-Era un joven, muy joven. Tenía veintiocho

años, pero ya había recorrido el mundo. La señora, me mira inquieta: -¿Sería oportuno decir que entonces O'Neill

bebía mucho? Me traducen la pregunta; yo digo que no es

secreto. Ella sonríe y lo afirma, pero sin gran convición.

-El había bebido bastante, quiero decir bebidasfuertes; no cerveza. Ustedes me entienden.

Y disculpa a O'Neill su vieja compañera de teatro.

-¿El estreno fue ... ?-En el año mil novecientos dieciséis. Y o tam-

bién era muy joven. Y todos los concurrentes mueven la cabeza afirmándolo. Incluso el antiguo actor aficionado, ahora paraplégico, ahora ansioso de contar frente al cine su relación personal con el Premio Nobel. Ansioso, también, de demostrar que una paraplegia no tiene porqué colmar de angustias y miedos a un viejo de ochenta y dos años.

A las once de la noche salimos de la casa caminamos sobre la playa y yo me despido de mi� compañeros; voy a quedarme un rato por ahí, solo. La luna pone una blancura fosforescente en la arena. Todo parece tan irreal en este momento; los antiguos actores, las borracheras de O'Neill, el mar que se llevó la casa y, sobre todo, la altísima y delgada torre que proclama la llegada de los puritanos a lo que sería Nueva Inglaterra.

CUARTO DIA

Necesitamos tomas de ambientes; las calles, el museo, la torre, el cine de madera para cincuenta personas (ahora cerrado), los bares que fueron de pescadores y ahora están ocupados por jóvenes de

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pelo largo y muchachas escondidas en enormes jerseys.

Y o me enamoré de algunos rincones y me voy a dirigir algunas toinas; después, a medio día, entro en una taberna y me tomo dos martinis. La ta­berna está servida por una muchacha de blusa blanca sin manga. Han encendido la chimenea y el lugar está caliente.

En la noche descubrimos que tenemos material como para hacer un largo reportaje del cabo del Bacalao.

¿QUIEN TIENE MIEDO A EUGENIO O'NEILL?

Quinto día; mientras mis compañeros siguen filmando playas, barcos, gaviotas, yo apunto en mi libro algunas ideas.

En el año 1912, Eugenio enferma de tuberculo­sis. La muerte está a su lado, la enfermedad con­dena irremediablemente, es el fin. Sin embargo el hombre, espigado, duro, hermético, se recupera, se alza. Y toma una decisión: será escritor.

Resulta curioso, la tuberculosis se llevó a mu­cha gente pero convirtió en creadores a otros mu­chos. Es como si la verdad se mostrara de pronto de forma tan descarnada que hiciera imposible reanudar una vida conformista. La verdad de la muerte nos enfrenta a la vida. O escritor o nada, o vivir o dejarse morir. Eugenio O'Neill sale de la zona de penumbra y toma una segunda decisión: escribirá de aquéllo que ha vivido. De los que lo rodearon, de sí mismo, de los cercanos.

Y entra en la vida rompiendo con todo; días de vino y desastre, viajes hacia el cálido sur, el mar como experimento. Un amor desastroso y un hijo. Y entre todas estas cosas va escribiendo y con­tando. De pronto el mismo adquiere conciencia de que está haciendo un teatro tan nuevo como clá­sico, tan distinto a cuanto teatro había vivido y sufrido. Un teatro que rompía con el teatro.

El padre de Eugenio era un actor al que decían admirable. Eugenio sabía, sin embargo, que era un actor al que el amor al éxito inmediato había im­pedido un verdadero éxito. Haciendo el Conde de Montecristo por Nueva Inglaterra el viejo O'Neill se ganaba muy bien la vida. Este teatro chaba­cano, en q1ya escena aparece alguna vez el propio Eugenio, es el lugar del cual huye.

Se casa de nuevo, tiene otros dos hijos. Se mete aquí, en este cabo de pesadumbre invernal, a es­cribir y aquí estrena su primer obra.

-¿Era cordial O'Neill?-¿Era simpático?-¿Era triste?«Bueno, era duro, pero tenía talento». (Y los

viejos procuran dulcificar su imagen a beneficio de quienes vienen a filmar la sombra del escritor).

-Yo ( dice la anciana) no quisiera que mis pala-bras empañaran la gloria de un premio No bel.

Y sonríe, como disculpando que la realidad haya de ser dulcificada y maquillada.

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Pero algo comienza a surgir en este viaje: la gente no quería a Eugenio O'Neill; por lo menos no lo querían en Nueva Inglaterra. Se decía que había roto con demasiadas cosas demasiadas vo­ces y con demasiado escándalo. La conciencia de los padres peregrinos le recriminaba tan absoluta falta de discreción.

La gente le tenía miedo, tenía miedo a todos los O'Neill: un padre actor petulante, dos hijos neuró­ticos, una madre drogadicta. Ni todo un talento literario, aún no reconocido, podía hacer que se olvidarán tantas cosas.

En la taberna encienden un fuego muy vivo en las noches, arden los leños y se bebe un buen ron de Jamaica mezclado con refrescos. Los viejitos ya se fueron hacia sus casas, la esposa de N orman Mailer me dice:

-Creo que ya comprendió. Hay escritores, enlos Estados Unidos, que fueron amados y otros que siguen siendo odiados. Mi ex marido prefiere reunir a su alrededor enemigos: yo creo que O'Neill no los buscaba, como Norman, pero los conseguía.

En la taberna quieren saber qué hace ese grupo de estruendosos latinos que cargan cámaras, luces y cajas de metal.

-Un documental sobre O'Neill.-Aquí pensábamos que estaban filmando un re-

portaje sobre la pesca. -No, no, sobre O'Neill.-Ah. Creo que vivió aquí.

DIA NUMERO SEIS

Era alto, muy elegante, con un aire aristócrata. Se retrataba sobre una roca, con un traje de baño completo, a rayas. Dejaba su perfil visible sobre el cielo y no sonreía.

Las fotografías están ahora en el Museo, bajo la pretenciosa torre centinela, puestas en una pared. Muy cerca de las fotos de Eugenio hay un lobo blanco, disecado.

El museo contiene objetos que trajeron las gen­tes del «Mayflower». Y hasta una maqueta del buque: se mezcla el pasado de este pueblecito con la presencia del premio No bel.

Alto, con pantalón blanco, con su sueter sobre la camisa blanca. Con las manos en los bolsillos, con la mirada encerrada entre unas cejas apreta­das, muy tensas.

Eugenio mira de nuevo hacia el mar. Rumbo a Cardiff.

Su presencia es tan palpable como la del cama­rógrafo, como la del redactor, como la de los ayudantes. Su presencia es manifiesta en todo momento y a ninguno de nosotros nos extrañaría si nos estuviera mirando desde una de estas rocas de un gris ceniciento.

Jamás ningún escritor estuvo tan cerca de mí como lo estuvo esta mañana Eugenio O'Neill en Provincetown; tan distantemente cercano, tan im­penetrablemente vecino.

La gente no lo quería y a Eugenio esta falta de

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Corriendo en la playa en 1920.

amor de la gente no parecía importarle. El hubiera querido ser gaviota, dijo.

UN LARGO VIAJE

El padre quiso elevar un homenaje a la obra de teatro que le permitió llegar a la riqueza, así que llamo «Montecristo Coatagge» a la casa cons­truida frente a la bahía, en la que navegan algunos cisnes blancos. La casa está separada del agua por un jardín breve, la línea de una carretera estrecha y una parcela de tierra que se hunde en el mar.

Estamos en New London, en donde vivió la familia O'Neill y en donde aún se guardan desa­gradables recuerdos suyos.

Frente a la casa nos esperan dos señoras bien vestidas, bien perfumadas. Una de ellas es de carnes blancas y blandas, mueve los pechos en­vueltos en un jersey de lana esponjosa. Son dos directivas de la sociedad que ha comprado la vieja casa de madera para convertirla en Museo.

-Hemos encontrado muchos inconvenientes. Escurioso, pero el mal recuerdo que dejaron aquí los O'Neill no fue disperso ni aún por la fama del gran dramaturgo.

-Sí, es curioso.-Yo diría (dice la mujer de los senos esponja-

dos) que había razones para que los vecinos con­sideraran al «Montecristo Coatagge» como sitio desagradable. Los O'Neill eran gente de teatro, eran católicos y además los dos hermanos jóvenes eran camorristas. Y si añadimos lo de la madre ...

Lo añadiremos. Por eso me enseñan el armario en donde la

mujer guardaba la cocaína. La casa rechina, cruje,

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se encrespa. La casa es de madera, de tres pisos, con un porche para ver el mar, con un patio poste­rior para lanzar basura. La casa tiene el tejado inclinadísimo y las ventanas estrechas.

Es la casa de « Viaje de un largo día hacia la noche», es el lugar en donde se vivió la áspera historia que Eugenio cuenta en su patética obra de teatro. Entrar en la casa es como descubrir, de pronto, que el teatro nunca fue una ficción, sino una realidad brutalmente copiada, exhibida. El es­cenario es esta casa, o por mejor decir, no hay escenario. Lo que quiero sugerir es que sería ne­cesario que esta casa se llevara a todo lugar en donde el drama quiera ser representado. O que solamente aquí se representara la historia de los O'Neill.

-En este pequeño armario ella guardaba... Yasabe usted.

El pequeño armario es de madera pintada de un color tabaco enrojecido. Bajé al sótano y encontré carteles de «El Conde de Montecristo», en donde se ve al viejo con barba, en un gesto furibundo, preparándose para la venganza.

Dirijo una larga escena: la cámara parte, llevada a brazo, desde la carretera, se va abriendo camino entre los árboles del jardín, después sube las esca­leras de madera, entra en el porche y se dirige hacia la puerta. La cámara empuja la puerta, entra en la casa y se encuentra con el largo día hacia la noche. El camino de la cámara es también el de un largo viaje, al final una mecedora.

-En ella se sentaba el joven O'N eill.La mecedora queda en el centro de la pantalla.

Inmóvil. Nos hospedamos en un hotel de New London:

yo como un arenque con salsa agria y una botella de vino californiano.

De pronto ha comenzado a caer una lluvia muy fría, muy separada entre sí, como si la soltaran allá arriba con una regadera. Me compro una go­rra de visera negra y me envuelvo en un chaque­tón negro. Un taxi me lleva, de nuevo, frente a la casa y ahí estoy, bajo la lluvia en un homenaje literario, casi infantil, elemental. Cuando la lluvia me cala, vuelvo al hotel. Homenaje cumplido. Pero lo que empapa la suave nostalgia no se seca rápidamente, así que paso una mala noche.

DIA NUMERO OCHO: YALE 1

La Universidad Gótica cercana a Nueva York ha celebrado ya muchos homenajes al dramaturgo. Se trata de entrevistar a uno de sus mejores bió­grafos. Yo camino por la Universidad mientras filman la larga entrevista.

En una librería ofrecen un tomo de «Más allá del horizonte», la obra que lanzó a Eugenio a la fama, en 1920, en Nueva York. La lluvia se ha quedado en New London y aquí hace un suave frío que permite a los estudiantes una exhibición de ropas voluminosas y coloreadas.

Yale es el gótico que atravesó el mar. Sería estupendo que estas fachadas hubieran

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Los Cuadernos de Viaje

llegado hasta aquí navegando sobre la cubierta de inmensos buques; pero no, aquí nacieron y esto, de alguna forma, las convierte en extrañas, en torres exiliadas.

LOS CHICOS DEL BRYANT COLLEGE

Ya llevamos diez días en esto, el coordinador norteamericano está preocupado.

-Habría que cuidar la imagen de nuestro premioNobel. No quisiéramos que apareciera de forma desaliñada.

Le decimos que no hay desaliño, sino una fu­riosa carga vital. Eso no sólo no le tranquiliza, sino que le crispa.

-Hay que conservar un cierto respeto ...-Conservaremos una cierta furia ...Pero ya estamos ante el «Bryant College», de

Srnithfield, Rodhe lsland. U na profesora delgada con aire de codorniz sapientísima, esta llevando a cabo un curso intensivo de tres meses sobre O'Neill. Son en total treinta y dos alumnos, gran parte de muchachas. El grupo ha aceptado que nuestras cámaras filmen una de sus sesiones de trabajo. La profesora quiere comenzar con una serie de datos sobre su sistema pedagógico. Acep­tamos y habla nerviosa y aceleradamente a la cá­mara.

-Bien es sabido que O'Neill no era un hombretípico americano. El resultaba ser un hombre con­tra el sistema.

La palabra «sistema» ha puesto en marcha a los muchachos.

De pronto ya nadie habla de O'Neill sino del sistema.

Una muchacha pide permiso para que: «Escuchemos la voz de O'Neill». Y lee un fragmento del «Largo viaje»: de nuevo

la magia del teatro se traga la realidad, la engull�y se impone.

Eugenio, de perfil, sobre el mar, con su cabello ya blanco, las manos en los bolsillos hablando de sí mismo, de lo que fue.

Recogemos las cámaras y damos un paseo por el campus: los muchachos se reúnen en corros y algunas muchachas se dejan besar.

Parece imposible, pero ha salido el sol y todo resulta apaciblemente adecuado.

NEW YORK, NEW YORK

Siempre que llego a Nueva York, yo me digo: «Al fin, en casa». La cámara se va a buscar el hotel, el teatro, los lugares en donde O'Neill triunfó. Yo me voy a buscar los lugares en donde viví mis últimos viajes a la ciudad. Así que me despido y me alejo.

-No seas cabrón, sólo quedan unas diez tomasmás.

Pero soy cabrón y los dejo trabajando solos. El «The O'Neill Theater Center's» acogerá con

simpatía a mis gentes y a mí me acogerán con calor los bares ya probados y amados.

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En el año pasado esta institución ha ganado el « Ton y Award», el «Drama desk A ward» y la me­dalla de la «Comissión on the arts», Y más pre­mios, bastante más. En Nueva York, Eugenio O'Neill es amado. Quedan lejos los rencores de Nueva Inglaterra y los vecinos que ni tan siquiera se asomaban a las ventanas cuando nosotros fil­mábamos los sitios en donde el genio vivió, escri­bió, sufrió o murió.

Murió en un hotel, temblándole las manos de tal forma que ya no podía trabajar.

En Broadway un teatro pone, una vez más, una obra suya.

El coordinador norteamericano me ha dejado una nota en el hotel que yo recojo ya en la noche:

«Estamos seguros de la buena voluntad de to­dos ustedes y de que la imagen del Premio Nobel será mostrada adecuadamente».

Eugenio O'Neill hubiera puesto en duda la pa­labra «adecuado».

ULTIMO DIA

Ayer, me dicen, se hicieron entrevistas muy interesantes. Me alegro mucho, pero les digo que ya me despedí del escritor. Ahora vendrá, en Mé­xico, la tarea de poner en orden todo el material, pero a _mí me ha caído otro trabajo muy urgente y no estaré en esta última etapa.

Pido que mi nombre no aparezca en los créditos del documental. En México protestan pero acep­tan.

-¡Piensas que no quedará un buen trabajo! No pienso nada, o acaso pienso que después de

estos días tras la huella de Eugenio, no quiero más de él.

Y ni tan siquiera consigo explicarme esto, o no me lo quiero explicar. Ya estuvo bien. Estuvo demasiado bien.

Lo que quisiera, ahora, es comprarme una casa en el Cabo del Bacalao, Nueva Inglaterra, y po­nerme a escribir cerca de donde él escribió.

¿Por nostalgia?; ¿Por reverencia? No, no; creo que solamente porque la sombra

del hombre me ha tocado en el alma y siento que no tiene sentido el documental, ni las peticiones del coordinador norteamericano, ni la ta- � rea de intentar mostrarlo tal como quisie- e ran que hubiera sido. �

Y no fue.

NOTA FINAL

El documental para televisión, fue creado en dos versiones, una en inglés y otra en español. Lo produjo el Canal 13 de México y tiene una duración de cincuenta y dos minutos.

Paco Ignacio Taibo dirigió las secuencias de Boston, el Cabo del Bacalao y New London.

Los textos son de Alberto Díaz Lastra y la dirección de cámaras de Julián Gómez. El productor fue José Luis Peral.

Estas notas sobre el rodaje se comenzaron a escribir en Nueva York, se continuaron en la casa de Culiacan, número 76 de México D. F. y fueron corregidas, finalmente, en Barce­lona.

En cierto modo son también el trabajo de una tarea de paso.

Page 8: VIDA DE PASO - CVC. Centro Virtual Cervantes · Paco Ignacio Taibo D urante doce días viajé, lentamente, en automóvil, desde Boston hasta Nueva York. Estábamos filmando un documen

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