VICENTE DE BEAUVAIS - Tratado sobre la educación moral del príncipe

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VICENTE DE BEAUVAIS TRATADO SOBRE LA EDUCACIN MORAL DEL PRNCIPE

Introduccin, traduccin y notas a cargo de Irina Nanu Universitat de Barcelona Irina Nanu y Memorabilia: Boletn de literatura sapiencial

A Marta, con gratitud

Introduccin

Con la traduccin castellana del tratado De morali principis institutione de Vicente de Beauvais quisiramos facilitar el acceso a uno de los textos menos conocidos del fraile dominicano, pero, sin lugar a dudas, imprescindible para aqullos que quieran tener un panorama completo de los espejos de prncipes prearistotlicos, en cuya trayectoria constituye una ltima etapa junto al De principis instructione de Giraldo de Cambrai y el De eruditione regum et principum de Gilberto de Tournai. A pesar de las no pocas vacilaciones e inexactitudes de nuestra traduccin, esperamos que el lector la encuentre til y, por qu no, disfrute con su lectura.

Gestacin, estructura y contenido

Muy poco se sabe de la vida de Vicente de Beauvais, indudablemente, uno de los nombres ms destacados del enciclopedismo medieval, sucesor, en Francia, de San Isidoro de Sevilla y digno heredero del movimiento naturalista del siglo XII. La mayora de los datos biogrficos que poseemos provienen de los prlogos de sus tratados y es as como tenemos noticia de la estrecha amistad que una a Beauvais con el Rey Luis IX, a quien le dedica su opus uniuersale de statu principis. Nombrado lector en el monasterio de Royaumont, Beauvais se rodea de un equipo de fratres y empieza la redaccin de lo que sera uno de los ms ambiciosos proyectos de enciclopedia poltica de la Edad Media: "Olim dum in monasterio Regalis Montis ad exercendum lectoris officium iuxta sublimitatis uestre placitum, domine mi rex Francorum, moram facerem, ibique uosI

et familiam uestram diuinis eloquiis aurem pariter ac mentem prebere diligenter interdum aduerterem, michi quidem utile uisum est aliqua de multis libris quos aliquando legeram ad mores principum et curialium pertinentia summatim in unum volumen per diuersa capitula distinguendo colligere, quatinus et ego et fratres ceteri de ista materia, de que nimirum pauca inueniuntur scripta, speciale quid in promptu haberemus ad quod opportune possemus recurrere, si quando nobis incumberet huiuscemodi generibus hominum, uidelicet principibus, militibus, consiliariis, ministris, balliuis, prepositis, ac ceteris siue in curia residentibus siue foris rempublicam administrantibus, ea que ad uite honestatem et anime salutem spectant, unicuique, prout statui suo competit, priuatim uel publice suadere." (Schneider 1995: 3) Como se puede desprender de las palabras de nuestro autor, el cometido de dicha compilacin era doble: en primer lugar, reunir una informacin dispersa y, en muchos casos, difcil de conseguir; en segundo lugar, ofrecer a la familia real y a los oficiales de la corte una gua moral y un manual para la salvacin del alma. En el prlogo del De eruditione puerorum regalium Beauvais expone el mtodo de trabajo empleado en la redaccin de sus tratados poltico-morales. Se trata de la misma tcnica compilatoria del Speculum Maius, basada en una cuidadosa seleccin de textos clsicos, patrsticos y medievales, escritos tanto en verso como en prosa: "Cum igitur, in illo articulo temporis, ob amorem et honorem illustrissimi domini nostri regis, opus quoddam uniuersale de statu principis ac tocius regalis curie siue familia necnon et de reipublice amministratione ac tocius regni gubernatione, non solum ex diuinis scripturis, sed etiam ex doctorum Catholicorum sententiis, insuper etiam philosophicis et poeticis conficere iam cepissem, ut uestre petitioni, que apud nos merito precepti uigorem optinet, cicius satisfacerem, ordine pretermisso, partem illam prefati operis, que ad puerorum regalium instruccionem pertinet, componere festinaui (...)." (Amerbach 1481) Efectivamente, la peticin de la Reina Margarita determina un cambio en el esquema de trabajo de Beauvais, quien se ve obligado a empezar su opus politicum con el ltimo de los cuatro tratados en que lo haba dividido, esto es, con el De eruditione puerorum regalium que, una vez terminado, entrega al clrigo Simn, ayo del infante Felipe III. La alteracin del orden de redaccin arroja an ms incertidumbre sobre la cronologa y estructura de la compilacin. Siguiendo a Berges (1938: 305-308) y Schneider (1990: 285-299; 1995: XXI-XXIV), el proyecto del opus de statu principis debe de haber arrancado a finales de 1247 o principios de 1248 y, segn se puede inferir de los fragmentos citados, Beauvais ya se haba confeccionado un borrador de trabajo, donde quedaba reflejada la estructura exacta de la obra, dispuesta por captulos y materias: el opus iba a comprender cuatro tratados, de los cuales se nos han transmitido slo el primero y el ltimo, sin que haya noticia alguna de la redaccin de los otros dos. Ahora bien, a peticin de la Reina Margarita, Beauvais redact primero el De eruditione puerorum regalium, que termina a finales de 1249. Unos cuantos meses despus, siguiendo el deseo de Teobaldo V, Rey de Navarra y Conde de Champaa, retoma su obra poltica, pero termina el primer tratado, esto es, De morali principis institutione, poco antes de su muerte en 1264, ya que, mientras tanto, se dedic plenamente a la revisin y ampliacin del Speculum Maius. A partir de algunas alusiones contenidas en el texto del De eruditione puerorum regalium, Schneider (1990: 298-299; 1995: XXIII-XIV) ha intentado reconstituir el contenido del opus uniuersale de statu principis: "In book one Vincent discourses on the origin and purpose of political power and the attitude which the prince should take to it. He exhorts the prince to excell others in power, wisdom and goodness, and advises him to govern wisely in leading his people both morally and politically, choosing advisers, and conducting legislative, judicial, financial, and military affairs. Finally, heII

emphasizes the need for the prince to preserve his goodness against the vices prevalent in royal courts, especially flaterry and slander. In books two and three Vincent intended to counsel the prince to order his life and acts in ways consonant with his responsabilities and purposes, this is, to develop good character and discipline; decency of expression, dress and comportment; proper guidance of the senses; reverence toward God, the family and others; and other appropiate virtues and patterns of behaviour. In the fourth book Vicent provides advice for instructing the royal children, male and female, in sound patterns of moral and intellectual life."

Transmisin textual y circulacin medieval

La circulacin medieval del De morali principis institutione es otro aspecto que se ha de tener presente a la hora de acercarse al opus politicum de Beauvais. Schneider (1991: 189-227; 1995: LXXVIII-LXXXII) distingue entre dos grandes familias de manuscritos: , representada por manuscritos annimos, en los cuales se omite el prlogo; y , cuyos cdices circulan bajo el nombre de su autor, mientras que el texto del De morali principis institutione viene asociado con el De eruditione puerorum regalium y, algunas veces, tambin con el Liber consolatorius. De esta segunda familia de manuscritos Schneider deriva otras familias menores, caracterizadas, principalmente, en funcin del rea geogrfica de su difusin. El nico manuscrito atestado en la Pennsula, BN 10254 (S), datable del siglo XV, es un representante de la familia y rene los tres textos mencionados anteriormente, adems del De eruditione regum et principum de Gilberto de Tournai, De regimine principum de Toms de Aquino y la tabla de captulos del De regimine principum de Egidio Romano. Con respecto a la circulacin medieval del opus de statu principis, en general, y del De morali principis institutione, en particular, no existe parangn con la celebridad que conoci el Speculum Maius desde su primera edicin. Adems, segn explica Schneider (1995: LXXXLXXXI), no hay evidencia alguna de su difusin antes de 1300 y su circulacin siempre ha sido ms reducida que la de las dems obras menores de Vicente de Beauvais: "There is no evidence of its circulation before 1300. This fact probably accounts for the lack of any reference to the treatise in the continental Dominican bio-bibliographies, beginning with the earliest, the Chronicle of Bernard Gui (1304). Bernard lists among the works of Vincent the De eruditione filiorum nobilium and the Liber consolatorius ad Ludouicum regem de morte filii but not the De morali principis institutione, even though these three circulate together in all the surviving continental Beta codices."

Criterios de traduccin

Hemos elegido como texto base de nuestra traduccin la nica edicin crtica del tratado De morali principis institutione, preparada por R. J. Schneider y publicada por la editorial Brepols en 1995. El mtodo que hemos empleado no ha sido uno literal, es decir, preocupado por reflejar el contexto gramatical del original latino, sino que hemos optado por una traduccin de ideas, lo que supone ciertas discrepancias, sobre todo, de orden sintctico con respecto al texto fuente.III

Asimismo, quisiramos reconocer nuestra profunda deuda con el exhaustivo apparatus fontium de Schneider, de donde hemos extrado las referencias bibliogrficas de los textos citados o parafraseados por el autor. Otra mencin se tendra que hacer con respecto a los fragmentos de la Biblia, cuya versin castellana sigue, con leves modificaciones, las traducciones dirigidas por E. Martn Nieto (Madrid: San Pablo, 1989) y R.P. Serafn de Ausejo (Barcelona: Herder, 1986). Por razones que atienden a la claridad y coherencia del texto, nos hemos tomado la libertad de ampliar algunas citas bblicas, especialmente cuando van seguidas de la abreviatura etc. En la misma lnea, hemos completado las referencias a los libros y captulos de la Biblia con los respectivos nmeros de versculos. Toda informacin que no est explcita en el texto y sea resultado de nuestra intervencin va entre corchetes rectangulares.

Bibliografa

AERTS, W.J., SMITS, E.R., y VOORBIJ, J.B. (1986). Vincent of Beauvais and Alexander the Great. Studies in the Speculum Maius and its Translations into Medieval Vernaculars. Groningen: Egbert Forsten, col. Mediualia Groningana, fasc. VII. AMERBACH, J. de, ed. (1481). VINCENTIUS BELLOVACENSIS, Opuscula. Basilea. BERGES, W. (1938). Die Frstenspiegel des hohen und spten Mittelalters. Leipzig: Hiersemann, col. Monumenta Germani Historica, nm. 2. BORN, L.K. (1928). "The Perfect Prince: a Study in 13th and 14th Century Ideals" en Speculum, 3, pgs. 470-504. BRAUN, E.A.R. (1990). "Vincent de Beauvais and the reditus regni francorum ad stirpem Caroli imperatoris" en LUSIGNAN, S., PAULMIER FOUCART, M. y NANDEAU, A. Intentions et rceptions d'une uvre enciclopdique au Moyen-ge. Actas del 14. Coloquio del Instituto de estudios medievales, organizado conjuntamente por el Taller Vicente de Beauvais (A.R.Te.M., Universidad de Nancy II) y el Instituto de estudios medievales (Universidad de Montreal), 27-30 abril de 1988. Vrin-Pars: Casa Bellarmin y Saint-Laurent, pgs. 167-197. CADERA, M.., ed. (1984). JUAN DE SALISBURY, Policraticus. Traduccin espaola de Manuel Alcal, Francisco Delgado, Alfonso Echnove et al. Madrid: Editora Nacional, col. Clsicos para una biblioteca contempornea. Pensamiento, nm. 28. HELINANDUS FRIGIDIMONTIS (1995). "Flores a Vicente Bellouacensi collecti: De bono regimine principis" en la Patrologia Latina Database, texto digital basado en la edicin de J.P. Migne, Pars: 1844-1865. Alejandra: Chadwick-Healey. JUREZ BLANQUER, A. y RUBIO FLORES, A., eds. (1991). Partida Segunda de Alfonso X el Sabio: manuscrito 12794 de B.N. Granada: Impredisur, col. Romania. Biblioteca Universitaria de Estudios Romnicos, nm. 3. LIEBESCHTZ, H (1943). "John of Salisbury and Pseudo-Plutarch" en Journal of the Warburg and Courthauld Institutes, 6, pgs. 33-39.IV

MARTN NIETO, E., ed. (1989). La Santa Biblia. Madrid: San Pablo. McCARTHY, J.M. (1976). Humanistic Emphases in the Educational Thought of Vincent of Beauvais. Leiden: Brill, col. Studien und Texte zur Geistesgeschichte des Mittelalters, nm. 10. OROZ RETA, J. y MARCOS CASQUERO, M., eds. (1994). SAN ISIDORO DE SEVILLA, Etimologas. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, vols. 433-434. SCHNEIDER, R.J. (ed.) (1995). Vincentius Belvacensis, De morali principis institutione. Turnhout: Brepols, col. Corpus Christianorum: Continuatio Mediualis, nm. CXXXVII. SCHNEIDER, R.J. (1990). "Vincent of Beauvais' Opus uniuersale de statu principis: a Reconstruction of Its History and Contents" en LUSIGNAN, S., PAULMIER FOUCART, M. y NANDEAU, A. Intentions et rceptions d'une uvre enciclopdique au Moyen-ge. Actas del 14. Coloquio del Instituto de estudios medievales, organizado conjuntamente por el Taller Vicente de Beauvais (A.R.Te.M., Universidad de Nancy II) y el Instituto de estudios medievales (Universidad de Montreal), 27-30 abril de 1988. Vrin-Pars: Casa Bellarmin y Saint-Laurent, pgs. 285-299. SERAFN DE AUSEJO, R.P., ed. (1986). Sagrada Biblia. Barcelona: Herder. TOBIN, R.B. (1984). Vincent of Beauvais' De eruditione filiorum nobilium: The Education of Women. Nueva York: Lang, col. American University Studies, nm. 5

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VICENTE DE BEAUVAIS

TRATADO SOBRE LA EDUCACIN MORAL DEL PRNCIPE

Prlogo

Vicente de Beauvais, fraile de la Orden de Predicadores, saluda en nombre de Nuestro Salvador a Sus Majestades Don Luis, con la gracia de Dios, Rey de Francia, 1 y Don Teobaldo, con la magnanimidad del Mismo, Rey de Navarra y Conde de Champaa, 2 varones de inigualable gloria y esmeradsima religiosidad, ilustrsimos seores y prncipes dignos del ms alto honor y acatamiento. Tiempo atrs, cuando, por mandato de Vuestra Majestad, mi Seor Rey de Francia, desempeaba el oficio de lector3 en el monasterio de Royaumont, advirtiendo yo la diligencia con la que Vuestra Majestad y la real familia prestaban no solamente los odos, sino tambin el alma a las palabras de mis sermones, se me ocurri que sera til reunir en un solo libro, ordenado por captulos, algunas observaciones pertinentes a la educacin de los prncipes y sus cortes, que antes haba ledo en varios tratados.4 Adems, tanto yo como los hermanos de la orden, quienes bien sabemos cun poco hay sobre esta materia, contaramos con una compilacin de fcil alcance, a la que podramos recurrir en el caso de que nos incumbiese aconsejar en pblico o en particular sobre cmo llevar una vida honesta y conseguir la salvacin del alma, segn cada estado en parte, esto es, prncipes, militares,

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San Luis IX, Rey de Francia (1214-1270), hijo de Luis VIII y Blanca de Castilla, organizador de las ltimas dos cruzadas a los Santos Lugares de Jerusaln. Prototipo del prncipe cristiano erudito, mantiene estrechas relaciones con la Orden de Predicadores, sobre todo, con Santo Toms de Aquino, San Buenaventura y Vicente de Beauvais. Para mayor informacin, vase: "Luis IX" en arteHistoria (en lnea). 2 Teobaldo II, Rey de Navarra y Conde de Champaa (1253-1270), hijo de Teobaldo I y Margarita de Borbn, contrae matrimonio con Isabel, hija de Luis IX de Francia. 3 Profesor de teologa en los conventos dominicanos. Cargo acadmico similar al grado de catedrtico en el sistema educativo espaol. 4 Una mencin del mismo proyecto se puede encontrar en el prlogo del De eruditione filiorum regalium: "Cum igitur, in illo articulo temporis, ob amorem et honorem illustrissimi domini nostri regis, opus quoddam vniuersale de statu principis ac tocius regalis curie siue familia necnon et de reipublice amministratione ac tocius regni gubernatione, non solum ex diuinis scripturis, sed etiam ex doctorum catholicorum sententiis, insuper etiam philosophicis et poeticis conficere iam cepissem [...]." (Transcripcin nuestra de Amerbach 1481: Prologus, ln. 25-34). Para el contenido de dicho trabajo, vase: R.J. Schneider, "Vincent of Beauvais' opus universale de statu principis: a Reconstruction of its History and Contents" en S. Lusignan, M. Paulmier Foucart y A. Nandeau, Intentions et rcepcions d'une uvre enciclopdique au Moyen-ge, Vrin-Pars: Casa Bellarmin y Saint Laurent, 1990, pgs. 285-289.

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consejeros, ministros, alguaciles, prepsitos5 y dems oficiales del reino, sea que residan en la corte, sea que ejerzan cargos administrativos en las provincias. Fue en aquel entonces cuando, animado por Vuestra Majestad, mi Seor Rey de Francia, empec a redactar dicho tratado, pero, con tantos otros asuntos urgentes, me vi obligado a interrumpirlo. Ahora, a peticin de Vuestra Majestad, mi Seor Rey de Navarra, y a instancias de vuestro mensajero, el venerable fraile Humberto, prior y mentor de toda nuestra orden, 6 lo he retomado con la ayuda de Dios. No obstante, como me encuentro absorbido por tantos otros asuntos y, francamente, no hay manera de acelerar la redaccin del tratado tanto como yo quisiera, os envo, por ahora, tan slo la primera parte, ya acabada y ordenada por captulos.

I. Sobre el cuerpo del Estado

Segn muestra el Apstol en Romanos XII, [5]: "As nosotros, siendo muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo, pero somos miembros unos de otros." En el mismo sentido, comenta Hugo en De sacramentis II: "La Santa Iglesia, es decir, la totalidad de los fieles se conoce tambin con el nombre de cuerpo de Cristo por haber recibido su espritu, cuya participacin se denomina con el mismo trmino. Los fieles, a su vez, reciben el nombre de cristianos, en cuanto partcipes de la uncin de Cristo. La totalidad de los fieles comprende dos rdenes, los clrigos y los legos, que son como los dos lados de un mismo cuerpo. El lado izquierdo les corresponde a los legos, porque obedecen a la necesidad de la vida temporal; el derecho, a los clrigos porque regulan la vida espiritual. En cualquier sociedad organizada segn esta distribucin bipartita se han instituido dos autoridades diferentes, a saber, la seglar y la espiritual. El poder terrenal tiene como cabeza al prncipe; mientras que el espiritual, al Sumo Pontfice." stas son las palabras de Hugo.7 No pienso insistir ahora sobre el poder espiritual. Ms bien, me gustara comentar brevemente sobre la educacin moral de los que tienen las riendas del Estado. Segn Plutarco, preceptor del emperador Trajano, "el Estado es algo as como un cuerpo animado por la gracia divina, que se rige por los principios de la suma equidad y se gobierna por el timn de la razn. El lugar del nima le pertenece a la religin. El prncipe es la cabeza de este cuerpo, sujeto solamente a Dios y a sus vicarios en la tierra. El senado y los consejeros del prncipe ocupan el lugar del alma. Los proveedores del Estado, los jueces, los gobernadores de las provincias y los alcaldes de las ciudades reclaman para s las funciones de los ojos, la lengua y los odos. Las manos les corresponden a los oficiales y los soldados. Los que siempre asisten al prncipe se asemejan a los costados; los tesoreros del rey, al vientre; y los agricultores, a los pies."85 6

Ttulo que se les otorga a los superiores de algunas comunidades eclesisticas. San Humberto de Romans, Maestro General de la Orden de Predicadores y cuarto sucesor de Santo Domingo de Guzmn (1200-1277), autor de tratados fundamentales en la organizacin de la orden dominicana, como seran: De eruditione prdicatorum o De officiis ordinis. 7 Hugo de San Vctor, De Sacramentis II, 2, 2, 3. 8 Se desconoce la obra de Plutarco a la que alude Vicente de Beauvais, aunque Juan de Salisbury, en su Policraticus (Cadera 1984: 346-347), cita una carta de Plutarco a Trajano, con la que, supuestamente, se abra el Tratado sobre la

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Empecemos por la cabeza, esto es, el prncipe o, como dice el verso: "En Jpiter es el principio".9 Y, si acaso escribiese algo que fuese de una verdad mordaz, no le causar, segn espero, ninguna molestia a un lector prudente y, sobre todo, adepto de aquella verdad que no profiere adulaciones. Porque, segn dice San Jernimo en el Commentarius in Isaiam XI: "No se debe adular a los prncipes de semejante manera que se haga caso omiso de la verdad de las Sagradas Escrituras, ni se debe interpretar una discusin de carcter general en trminos de afrenta personal."10 De hecho, el sermn es como el libro que vuela del que podemos leer en Zacaras V, [1], porque de algo que vuela nunca se puede decir con exactitud dnde va a caer. Lo mismo se puede afirmar con respecto a las invectivas del sermn, segn San Jernimo en su Epistula ad Neopacianum: "La discusin sobre los vicios es de carcter general; si alguien se siente ofendido por lo que digo, l mismo admitir que se reconoce en mis palabras."11 ste es el significado de III Reyes XXII, [34], donde se lee que un sirio dispar al azar la flecha de su arco e "hiri al rey de Israel entre las junturas de la coraza". De hecho, la verdad es siempre amarga y molesta para los mentirosos y los hiere en lo ms hondo de sus almas. Como dice San Agustn en sus Confessiones, todos los hombres aman la verdad mientras los alumbre con su luz, pero la mayora la odian cuando los reprende.12 En el mismo sentido dice Terencio en Andria: "Los regalos traen amigos; la verdad, odio."13 Y Salomn en Proverbios XV, [12]: "El insolente no quiere que lo reprendan." Tambin se nos dice en Ams V, [10]: "Han abominado del que les hablaba la verdad." Lo mismo dice San Bernardo en su Apologeticus: "Cuando censuro los vicios, s muy bien que ofendo a los viciosos."14 Asimismo, me gustara recordar, con San Bernardo, aquella famosa mxima gregoriana: "Que se desate todo un escndalo, pero que se oiga la voz de la verdad." 15 Y lo que dice Sneca en De clemencia: "Prefiero ofender con verdades a complacer con falsedades."16 En la misma direccin dice el Apstol a los Glatas IV, [6]: "Y ahora he pasado a ser enemigo vuestro slo por haberos dicho la verdad?" Como dicho queda, los hombres de carcter no se deben irritar ni indignar por la verdad, sino, ms bien, congratularse con ella, como se infiere de I Corintios XIII, [6]: "El amor se alegra de la verdad." Lo mismo se dice en Proverbios IX, [8]: "No reprendas al escptico para que no te odie; reprende al sabio y te amar." Tambin Proverbios XV, [32]: "Quien desecha la instruccin menosprecia su propia alma; pero el que se somete a las correcciones se enseorea de su corazn." Dicho de otro modo, escuchar la reprensin equivale a estar de acuerdo con el adversario, segn el precepto del Seor en Mateo V, [25]: "Procura conciliarte con tu contrario [mientras ests con l por el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez te entregue al alguacil, yeducacin de Trajano. A este respecto, vase: H. Liebeschtz, "John of Salisbury and Pseudo-Plutarch" en Journal of the Warburg and Courthauld Institutes, 1943, 6, pgs. 33-39. Quiz la asociacin con Plutarco no sea del todo accidental, ya que el moralista griego propone, en La vida de Galba I, una comparacin entre el ejrcito y el cuerpo humano, donde la cabeza simboliza al comandante supremo y el resto del cuerpo a los soldados que ste tiene bajo su mando: "La mayora son del parecer que el cuerpo de un ejrcito, tal como un cuerpo natural cuando est en perfecta salud, no tendra que funcionar por s solo, sino de acuerdo con la cabeza." (Traduccin nuestra) Con todo, es muy probable que la fuente directa de Vicente de Beauvais no fuese Juan de Salisbury, sino ms bien Helinando de Froidmont, quien recoge dicha metfora tanto en su Chronicon XI, 38, como en el De bono regimine principis XVIII, tratado transmitido fragmentariamente gracias a una recopilacin hecha por el propio Beauvais. 9 Virgilio, Eclog, III, 60. 10 San Jernimo, Commentarii super Isaiam XI, Prlogo. 11 San Jernimo, Epistol, XLII 17, 2. 12 San Agustn, Confessiones X, 23, 34. 13 Terencio, Andria 1, 68. 14 San Bernardo de Clairvaux, Apollogia ad Guillelmum XII, 30. 15 San Gregorio Magno, Homeli in Ezechielem I, 7, 5. 16 Sneca, De clementia II, 2, 2.

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te metan en la crcel]." Segn San Agustn, nuestro adversario es el sermn, porque condena nuestros vicios y placeres carnales, y, ante las invectivas del sermn, nos tenemos que mostrar obedientes, esto es, aceptar las reprensiones con sumisin y corregir nuestra conducta moral segn las recomendaciones que se impongan.17 Por lo dems, el sermn nos pone delante del Juez, es decir, nos descubre la causa de nuestra condena, segn Juan XII, [48]: "[Quien me menosprecia y no recibe mis palabras ya tiene juez que lo juzgue:] la palabra que yo he predicado, sa le juzgar en el ltimo da." Y Apocalipsis XX, [12]: "Y los muertos fueron juzgados segn el contenido de los libros, cada uno segn sus obras." Es por eso por lo que se dice en Santiago III, [17] que la sabidura celestial es conciliadora y llena de buenos frutos. Y, por el contrario, se nos dice en Eclesiasts I, [18] que la sabidura vanidosa no admite correccin: "Cuanta ms sabidura, ms pesadumbre."

II. Sobre la institucin de la monarqua

El trmino princeps significa, aproximadamente, 'el ciudadano ms importante del Estado', 'el primero que coge' o 'el que tiene la primaca'.18 Este concepto poltico no se debe a la jerarqua de la primitiva sociedad humana, organizada segn principios igualitarios, sino a la ambicin de los infieles, alimentada por una creciente maldad. Nimrod, del linaje de Cam, fue el primero en atribuirse prerrogativas monrquicas y, a este fin, consigui ganarse los nimos de los suyos. Del cual se lee en Gnesis X, [8-9] que fue "el primer hroe sobre la tierra, un cazador valiente delante del Seor", esto es, verdugo y opresor de los hombres, cegado por la sed de poder. Ocup el trono de la ciudad de Babilonia, donde rein sobre los hijos de Cam. "Siguiendo su ejemplo", segn narra la Historia, "Jectn se proclam rey sobre los hijos de Sem; y Sufene, sobre los de Jafet." Adems, Nimrod obligaba a los hombres a idolatrar y adorar el fuego. De modo que, aos despus, al fallecer Belo, hijo de Nimrod, su hijo Nino se hizo una estatua del padre con la esperanza de apaciguar el dolor causado por su desaparicin. Tanta reverencia le mostraba que hasta perdon a unos reos que se haban refugiado all. Los hombres de su reino, a su vez, empezaron a otorgar honores propios de los dioses a la estatua y la mayora, siguiendo a Nino, consagraron estatuas en memoria de sus muertos queridos. De donde se dice en Sabidura XIV, [21]: "Esto se convirti en lazo para los vivientes; porque los hombres, vctimas de la desgracia y de la tirana, impusieron el nombre incomunicable a las piedras y a los leos." Cuntos males ha ocasionado la sed de poder! Y todo esto surgi entre los gentiles. Dominados por la misma ambicin de poder, los primeros reyes de los egipcios y de los griegos no slo se apropiaron el dominio sobre los dems pueblos de sus reinos, sino que tambin sometieron y, segn el caso, hasta derribaron los reinos vecinos. Despus de la famosa cada de la ciudad de Troya, parte de los troyanos que sobrevivieron a la victoria de los griegos se marcharon con Eneas a Italia, donde fundaron el Imperio Romano; otra parte, unos doce mil, llegaron, bajo el mando de Antenor, hasta17 18

San Agustn, Sermones IX, 3. San Isidoro de Sevilla, Etymologi (Oroz Reta y Marcos Casquero 2000: I, 769): "El significado de princeps deriva de capere (coger), porque es el primero que coge [...]."

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las extremidades de Panonia, junto a la laguna Meotides; all edificaron una ciudad, a la que le pusieron Sicambria en memoria de su propio pueblo, donde se quedaron durante muchos aos y se fundieron en un pueblo poderoso. Y, entre las numerosas expediciones que organizaban en territorio romano, dejaron huellas de su ferocidad incluso en las Galias.19 Ascanio, hijo del susodicho Eneas, tuvo de su hijo Silvio un nieto llamado Bruto. Su madre muri en el parto, mientras que a su padre lo mat, por casualidad, en una caza. Aborrecido por sus parientes, fue expulsado de Italia y se fug a Grecia, donde obtuvo por sorteo el mando de los cautivos troyanos de all. Le reclam al rey, al principio reticente, el derecho de ir a otros pueblos y, despus de casarse con su hija, carg ms de trescientas naves y empez a recorrer los caminos del mar. Sin embargo, mientras estaban pasando por frica y Mauritania, cambiaron de rumbo y se encaminaron hacia Aquitania, donde estall un terrible combate con los galos, que, en aquel entonces, tenan diez reyes. Despus de matar a gran parte de ellos, Bruto se volvi con los suyos a las naves. Finalmente, llegaron a la isla prometida, territorio de los gigantes del sol, con los cuales se tuvo que enfrentar en numerosas ocasiones. A la isla le puso, por su nombre, Bretania y sus habitantes pasaron a llamarse britones o britanos, hoy en da conocidos como nglicos. Los godos primero habitaron Escancia, una isla de Escitia. Pero, descontentos con esta posesin, salieron de all bajo el mando del Rey Berrith y, recorriendo islas y territorios vecinos, provocaban a sus pueblos al combate y los sometan con slo el terror de su nombre. Ahora bien, en tiempos del emperador Decio, pasaron al otro lado del Danubio bajo el mando del Rey Guina y se convirtieron en una seria amenaza para el Imperio Romano. Se precipitaron contra los romanos y, provocados por Decio, arrasaron su ejrcito. A raz de estas victorias y de su constante superioridad en las luchas contra los caudillos romanos, infundieron terror a todo el Imperio. Los vndalos, oriundos de Escitia, vencidos por los godos, empezaron a invadir tierras ajenas que, sin embargo, una vez conquistadas, no pudieron guardar. Por ltimo, en tiempos del emperador Valiente, los hunos, que tambin devastaban Escitia como unos salvajes, aprovecharon las luchas intestinas que haba entre los godos, invadieron sus tierras de improviso y, una vez los vencieron en la guerra, los hicieron esclavos o los echaron de sus casas. De esta manera, los godos, que tantos pueblos haban enseoreado, se vieron sometidos por los hunos. Y tanto acrecentaron su poder que todos los pueblos que servan a los godos admitieron su autoridad. De esta manera, los hunos trabajaron durante unos ochenta aos para el hundimiento y la ruina del mundo. De la misma manera, Ciro, rey de los persas, dominado por la ambicin de poder, venci a Astiages, rey de los medas, que era su abuelo materno, y traslad el reino a los persas. Como someta a todos contra quienes iba, conquist a los asirios y la ciudad de Babilonia, una de las ms ricas y poderosas, y, despus de matar a Baltasar, obtuvo la monarqua. Alejandro, rey de los macedonios, se alz contra Daro, hijo de Arsanes, y, despus de vencerlo, su increble sed de poder le hizo anhelar el dominio del mundo entero. Fue por eso por lo que le contest a Anaxarco, uno de sus compaeros, el cual sostena la tesis de Demcrito sobre una infinidad de universos: "Ay, msero de m, que hasta ahora no he podido apoderarme ni siquiera de uno solo!" De hecho, cuenta Quinto Curcio que uno de los nobles de su cortejo le coment: "Si los dioses hubiesen querido que tu cuerpo se igualase a la avidez de tu alma, no tendras dnde estar en19

Para la leyenda troyana en la Edad Media, vase: J. Poucet, "Le mythe de l'origine troyenne au Moyen ge et la Renaissance: un exemple d'idologie politique" en Folia Electronica Classica, 2003, 5 (en lnea).

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este mundo, ya que con una mano alcanzaras el Levante y, con la otra, el Occidente. Acaso no sabes que los rboles tardan aos en crecer, pero que se pueden arrancar en un solo instante? Un len se puede convertir en comida de unos pobres pajarillos y nada es tan firme como para no verse amenazado por lo ms dbil. En suma, si eres dios, brinda tu proteccin a los mortales y no les quites los beneficios de los que gozan; sin embargo, si eres hombre, nunca se te olvide quin eres. Es estpido acordarte solamente de aquellas cosas que hacen que te olvides de ti mismo."20 En la misma direccin, cuenta San Agustn, en De ciuitate dei IV, cmo Dionides, un jefe de piratas, fue cautivado por Alejandro mientras estaba recorriendo la costa del Mar Mediterrneo con sus barcos. Preguntado por Alejandro: "Para qu te sirve una posesin tan hostil del mar?, el pirata le contest: Exactamente para lo que te sirve a ti el dominio del mundo entero. Slo que yo, porque lo hago con este maldito barco, soy ladrn. En cambio t, que lo haces con toda una escuadra, eres emperador." stas son las palabras de San Agustn. Y, nunca mejor dicho, aade: "En la ausencia de cualquier forma de justicia, qu otra cosa son los reinos sino unos verdaderos actos de bandidaje? Y, de igual manera, los actos de bandidaje son como unos pequeos reinos."21 Despus de la huida del senado y de Pompeyo, Julio Csar someti las Galias, se apoder de toda Roma y se atribuy el ttulo de emperador, que se ha transmitido, de forma ininterrumpida, hasta nuestros das. Sin embargo, como observa San Gregorio en su Regula pastoralis: "Nuestros antepasados no fueron reyes sobre los hombres, sino pastores de sus rebaos. Y se les dice a No y a sus hijos: Todos los animales de la tierra os temern y os respetarn. Y, claro est, no se trata del temor entre los hombres, porque buscar el temor del prjimo ira contra la naturaleza." stas son las palabras de San Gregorio.22 En el pueblo de Dios no hubo ningn rey hasta los tiempos de Samuel. Y se les acusa gravemente de la peticin que hicieron, segn I Reyes VIII, [7]: "Obedece la voz del pueblo en todo lo que te diga, porque no te han rechazado a ti, sino a m, para que no reine sobre ellos." Mientras tanto, en los dems pueblos haba reyes. Por lo cual se nos dice sobre la institucin del rey en Deuteronomio XVII, [14-15]: "Cuando hayas entrado en la tierra que te da el Seor, [tu Dios, te hayas posesionado de ella y vivas en ella]: Yo quiero poner sobre m un rey como lo tienen todas las naciones comarcanas. Pondrs a aqul [que el Seor, tu Dios, seale de tus hermanos. No podrs alzar por rey a hombre de otra nacin y que no sea tu hermano.]" De donde se sigue que Dios no recomienda que el hombre sea instituido rey sobre su propio pueblo, sino que, si el pueblo pide la institucin de un rey, que ste sea elegido y se comporte segn all se muestra. En el mismo sentido, dice San Agustn: "Nos podemos preguntar por qu el pueblo de Israel ofendi a Dios cuando pidi un rey, puesto que Dios mismo se lo permiti por ley."23 Dice Samuel al pueblo en I Reyes XII, [17]: "Pues bien, voy a invocar al Seor y l mandar truenos y lluvia, para que sepis y veis el gran mal que le habis hecho a los ojos del Seor al pedir para vosotros un rey." Y lo que dice Dios en Oseas XIII, [11]: "Un rey en mi clera te he dado." Con todo, el estado de rey no le es en absoluto odioso a Dios: de hecho, los reyes y los prncipes reinan gracias a l, segn se lee en Proverbios VIII, [15-16] y en sus manos estn todas las leyes de los reinos, segn Daniel, IV, [14]: "El Altsimo domina sobre el imperio de los hombres; a quien quiere se lo da y eleva a l al ms humilde de los hombres."20 21

Quinto Curcio, Historia Alexandri VII, 8, 12, 14, 15, 26. San Agustn, De ciuitate dei IV, 4. 22 San Gregorio Magno, Regula pastoralis II, 6. 23 San Agustn, Qustiones in Heptateuchum V, 26.

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As pues, aunque el pueblo de Israel pec contra la voluntad de Dios al pedir un rey, Sal y su linaje, que fueron elegidos por voluntad divina, hubieran permanecido en el trono si no hubiesen ofendido a Dios con su soberbia. En cambio, David, porque se sujet a Dios, guard el reino para l y sus hijos. Por fin, en la primitiva Iglesia, no hubo ningn fiel que fuese nombrado rey o emperador, sino que, anteriormente, Constantino Magno se qued las prerrogativas imperiales que haba obtenido antes del bautismo. De la misma manera, Clovis, rey de los francos, convertido a la fe cristiana cuando ya era rey, se guard la dignidad real para s y sus hijos, segn Corintios VII, [20]: "Que cada uno permanezca en la condicin que Dios le ha asignado, la que tena cuando fue llamado."

III. En virtud de qu necesidad los hombres deben ser regidos por hombres

Dada la precariedad de este siglo, la monarqua a pesar de tener sus inicios en el mal se debe mantener para que los que obran mal sean corregidos por castigos, mientras que los que obran bien sean premiados y recompensados, segn se dice en Romanos XIII, [3]: "Los gobernantes no estn para amedrentar a los que obran bien, [sino a los que obran mal]"; y I Pedro II, [13-14]: "Sed sumisos a toda autoridad humana por amor al Seor: al emperador como soberano, a los gobernadores como delegados suyos para castigar a los que obran mal y premiar a los que obran bien." En el mismo sentido, comenta San Gregorio en su Regula pastoralis: "La naturaleza engendr iguales a todos los hombres, pero la culpa los fue diferenciando segn el distinto grado de sus pecados. Ahora bien, el juicio divino hall una compensacin a la diversidad surgida de la culpa, esto es, que los hombres sean regidos por hombres, puesto que no pueden vivir en condiciones igualitarias. Por tanto, los gobernantes no deben interpretar su poder como una forma de superioridad, sino de igualdad y, en vez de alardear de su primaca, se deben mostrar tiles a sus sbditos."24 Como es consabido, la igualdad de los seres humanos que al principio dictaba la ley natural implicaba la posesin comn de todos los bienes. Can fue el primero en apropiarse bienes de posesin comn, cuando, cegado por la avaricia, delimit la tierra y amurall su ciudad y, de este modo, pec como un criminal. Siguiendo sus pasos, Nimrod, fue el primero en atribuirse prerrogativas de rey. ste pec por codicia; aqul, por ambicin. Y los dos obraron mal, porque violaron la ley natural, que haba sido instituida por voluntad divina. En este mismo sentido, comenta San Agustn en su Encheridion: "Dios omnipotente, gracias a su dispensacin, no permitira ningn tipo de accin perniciosa si no fuese tan poderoso y tan clemente como para convertir el mal en bien."25 Ms an, consider mejor convertir el mal en bien que no permitir en absoluto el mal. De esta manera, convirti el mal que aqullos haban hecho en saludables instituciones de la sociedad humana. De hecho, si ahora mismo, en este estado tan corrupto de la naturaleza humana, con tanta maldad, todava existiese la posesin comn, todo se disipara y el Estado se disolvera. Y, si no fuese por el poder monrquico, los hombres terminaran lacerndose24 25

San Gregorio Magno, Regula pastoralis II, 6. San Agustn, Encheridion III, 11.

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entre s. Pero la divina providencia, mostrndose tolerante ante acciones malas o surgidas del mal, se vio obligada a admitirlas a causa de la precariedad de este siglo. En conformidad con este nuevo estatuto, promulg leyes contra el hurto y el homicidio. Sin embargo, si an estuviese vigente la propiedad colectiva, el hurto y la rapia no iran contra el derecho natural, que permita que cada uno se apropiase del bien que quisiera, como si fuese suyo. Asimismo, si los hombres hubiesen permanecido en el estado de igualdad e inocencia de su primitiva naturaleza, no habra por qu prohibirles el homicidio ni el adulterio. Aunque en aquel entonces la ley natural vena respaldada por el estado de inocencia o naturaleza bien dispuesta, hoy por hoy tambin podemos reconocer este mismo instinto natural en el deseo con el que se contempla y se ansa la beatitud del reino celeste, donde todo ser comn y todos los reinos se convertirn en uno solo, el de Dios, segn Corintios XV, [24, 28]: "Entonces vendr el fin, cuando l destruya todo seoro, todo poder y toda fuerza y entregue el reino a Dios Padre. Cuando todo le est sometido, entonces tambin el Hijo se someter al Padre, que le someti todo a l para que Dios sea todo en todas las cosas." Evidentemente, la propiedad comn y la igualdad se deben entender no en el sentido de que todos reciban las mismas recompensas, sino ms bien en el de que estarn bajo el dominio de un solo Dueo. Tal como pec Nimrod cuando asi el reino sobre los hombres, lo hizo el pueblo de Israel al pedir otro rey que no fuese el Seor. Sin embargo, Dios, gracias a su dispensacin, satisfizo su deseo de pusilanimidad, pero no recomend, segn ya hemos visto en San Agustn, 26 la institucin de un rey, sino que "se la permiti a los que la pidieron impacientemente", diciendo a Samuel en I Reyes VIII, [7]: "Obedece la voz del pueblo en todo lo que te diga, porque no te han rechazado a ti, sino a m, para que no reine sobre ellos." He dicho gracias a su dispensacin, porque Dios no lo hubiese permitido de manera alguna si no hubiese entrevisto que su desordenado deseo poda rendir cierta utilidad. Segn dice San Gregorio en Moralia in Iob: "Dios, que ordena las acciones de los mortales con su justicia y misericordia, admite algunas de sus acciones con benevolencia; otras, con ira; y aquellas que admite con ira, las tolera siempre y cuando se puedan aprovechar. De donde se deduce que lo que se hace contra la voluntad de Dios no le es contrario, porque, mientras tenga el poder de convertir las acciones humanas de malas en buenas, cualquier accin, por reprobable que sea, puede ser aprovechada. Por lo cual se ha dicho: Grandes son las obras del Seor, dignas de estudio para los que las aman." stas son las palabras de San Gregorio. Y pone el ejemplo de Jos, que fue vendido por sus hermanos: "Jos haba visto en sueos que las gavillas de sus hermanos se inclinaran ante la suya y que el sol, la luna y las dems estrellas se postraran ante l. Sus hermanos temieron caer bajo su dominio, as que lo echaron en un pozo y lo vendieron a los ismaelitas. Aos despus, los que lo haban vendido porque no queran adorarlo, llegaron a adorarlo justo porque lo haban vendido y, completamente arrepentidos, cumplieron as la voluntad de Dios." stas son las palabras de San Gregorio.27 Y Dios hizo esto no slo para el bien de Jos, sino tambin para ayudar a sus hermanos. Segn l mismo les dice en Gnesis, XLV, [5]: "No temis, [ni os desconsolis por haberme vendido por estas regiones]: porque, para conservar vuestras vidas, dispuso Dios que viniese yo antes que vosotros a Egipto." Tambin en el ltimo captulo del mismo libro: "Vosotros pensasteis hacerme mal; pero Dios lo convirti en bien." Es evidente que incluso los que se empean en resistir a la divina providencia, terminan complacindole, porque, segn San Gregorio: "Todos los resultados de los esfuerzos humanos trabajan al servicio de la divina providencia."2826 27

San Agustn, Qustiones in Heptateuchum V, 26. San Gregorio Magno, Moralia in Iob VI, 18, 33. 28 San Gregorio Magno, Moralia in Iob VI, 18, 33.

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Sobre lo cual se lee en Proverbios, XXI, [30]: "Ni sabidura, ni inteligencia, ni consejo existen ante el Seor." Por eso he dicho que Dios, gracias a su dispensacin, acept la peticin de los judos, porque, muchas veces, se pone al nivel de los dbiles y malhechores de tal manera que, por un lado, les lleva la corriente y, por otro, obra para su salvacin. Por ejemplo, comenta San Juan Crisstomo en sus Homeli in Matthum VI: "Leemos que los filisteos cumplieron el consejo que sus adivinos les haban dado sobre cmo devolver el arca de Dios en un carro nuevo, tirado por dos terneras indmitas. Dios, con su conocida condescendencia, confirm la previsin de los adivinos y no consider indigno de su grandeza llevar a realizacin sus palabras. Y lo hizo precisamente para que se viese la veracidad de su consejo. Porque era una prueba ms de su grandeza que sus propios enemigos viniesen a testificar a favor de su virtud y que los mismos maestros de la gentilidad aportasen una prueba tan concluyente de su inmensa potestad. Otra prueba de su dispensacin la tenemos en la nigromante que, a peticin suya, evoc a Samuel. Y se pueden encontrar muchos otros casos similares de dispensacin divina. Por ejemplo, la misma dispensacin se manifest en el caso de los Reyes Magos, a quienes mostr la ingente y brillante estrella para atraerlos con su magnitud, belleza y novedad del curso. De hecho, fue gracias a su dispensacin que se mostr condescendiente con los Reyes Magos y no los llam ni por profetas, ni por ngeles, sino por algo que les fuese familiar. Y si acaso alguien considera que fue indigno llamar a los Reyes Magos por una estrella, no har ms que reprobar, de este modo, las ceremonias, los ritos, las purificaciones y el templo de los judos. Porque todas estas tradiciones tenan sus orgenes en la tosquedad de los gentiles. Pero, para salvar a los que vivan en error, Dios acept ser adorado de la misma manera que antes se haba adorado a los demonios, slo que introdujo algunos cambios en el culto. Hizo lo mismo en el caso de los sabios a los que llev al pesebre guiados por la estrella, pero a quienes habl despus por boca de un ngel, para que, poco a poco, les pudiese conferir ms dignidad." stas son las palabras de San Juan Crisstomo.29 Lo mismo se debe entender del reino de los judos, porque tanto su organizacin poltica como su vida religiosa prefiguraban la venida de Cristo como Rey y Sacerdote. Sin embargo, segn se nos dice, los judos instituyeron un sacerdote para servir a Dios y un rey para administrar la justicia. Dios, gracias a su dispensacin, admiti tanto al rey como al sacerdote. Ahora bien, toler la decisin de los judos para corregirla despus. En el mismo sentido aconseja San Bernardo al Papa Eugenio que las pompas pontificales, surgidas de los ritos de los gentiles y no de la doctrina evanglica, y que pasaron a los pontfices romanos por largueza de Constantino, no deben constituir objeto de deseo, sino que se deben tolerar por la precariedad de este siglo. Y le dice: "Pedro, cuya silla ocupas, jams apareci con joyas y vestidos de seda, ni cubierto de oro, ni llevado por caballos blancos, ni escoltado por soldados, ni seguido por criados ruidosos. Aun as, estaba convencido de que, lejos de todo lujo, poda cumplir perfectamente el mandato que se le haba encargado: Apacienta mis ovejas. Desde este punto de vista, eres ms bien sucesor de Constantino que de Pedro. Y te aconsejo que todo esto no lo reclames como un derecho, sino que lo toleres por la precariedad de este siglo." Esto es lo que dice San Bernardo.30

29 30

San Juan Crisstomo, Homeli in Matthum VI, 3. San Bernardo de Clairvaux, De consideratione VI, 3, 6.

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IV. En virtud de qu derecho se pueden guardar los reinos usurpados antiguamente

Puesto que, segn dicta la ley humana, las posesiones adquiridas a escondidas o por la fuerza no se pueden usucapir, muchos se preguntan en virtud de qu derecho los reyes de hoy pueden guardar sus reinos, como ya he dicho, usurpados o conquistados por sus predecesores. A tal efecto concurren cuatro circunstancias que les confirman el derecho sobre sus reinos, a saber, la dispensacin de la gracia divina; el consenso o voto del pueblo; el asentimiento de la Iglesia; la ley prescriptiva y la buena fe de tantos siglos de historia. Con esto me refiero exclusivamente a los reinos de los cristianos y, en ningn momento, a los reinos paganos. Segn dice San Ambrosio en su Commentarius in Epistulam ad Corinthios I, los matrimonios de los infieles no son vlidos y, analgicamente, es de suponer que tampoco lo son sus reinos, a pesar de que nada le sea ajeno a la divina providencia que, de forma disimulada, brinda su dispensacin incluso a los paganos. Segn est escrito, la vida de los infieles es pecado, y el pecador, segn San Agustn, no es digno del pan que come, de donde se sigue que los infieles tampoco son dignos de reinar sobre los hombres. An ms, segn dicen los santos, el hombre ha sido engendrado para servir a Dios y el mundo para servir al hombre, y es obvio que slo los fieles, en cuanto servidores de Dios, tienen derecho a reinar en este mundo. Por lo cual dice el Apstol a los fieles en I Corintios III, [22-23]: "Todo es vuestro; vosotros de Cristo y Cristo de Dios." En el mismo sentido, comenta San Agustn: "Bienaventurada la religin cristiana, que lo posee todo en cada uno de sus poseedores."31 Por esta razn he dicho que los reinos de los infieles no tienen validez, porque, por un lado, no son dignos de reinar; por otro, como Dios se lo permita segn el grado de sus pecados, se consolidan los propios reinos fraudulenta y violentamente, y, si se da la posibilidad, llegan a invadir como unos salvajes reinos ajenos, sin miramientos al temor de Dios ni a la justicia. Por lo cual, el profeta Habacuc, silenciando la intervencin oculta de Dios en tales casos, grita con voz lastimera: "T tratas a los hombres como a los peces del mar", donde el ms fuerte aplasta y devora al ms dbil, como si fuese un reptil sin cabeza. Sin embargo, si alguno de los infieles es nombrado rey por consentimiento del pueblo y no excede los lmites de su territorio, entonces su reino tiene validez jurdica. ste es el concepto que se debera tener del Imperio Romano, el cual, al principio, llev una agresiva poltica expansionista determinada por la sed de poder, pero, despus, se gan el apoyo de los pueblos integrantes que, incluso, aceptaron espontneamente las leyes que los romanos haban recogido de las palabras de varios sabios. Lo mismo se debe pensar del reino de los francos, del de los nglicos y, evidentemente, de los dems reinos cristianos. Cuando la historia universal y, sobre todo, la de la Antigedad no nos aportan suficientes testimonios, nos tenemos que apoyar en la autoridad de la Iglesia, que aprob y confirm el reino de los conversos a la fe cristiana. De hecho, la autoridad de la Iglesia y el consentimiento del pueblo son lo nico que vale en tales casos. Dice el Papa Clemente, acerca de la autoridad de la Iglesia, que San Pedro exhortaba tanto a los prncipes como a sus sbditos a obedecer a los obispos. l mismo, en calidad de emperador terrenal, dice en el tercer libro de su cdice: "Es patente que en cualquier caso de dudas, lo nico que vale es la autoridad de la Iglesia Catlica, confirmada por toda la serie31

San Ambrosio, Commentarius in Epistulam ad Corinthios I, 7, 15.

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de obispos que se han sucedido desde la institucin de los Apstoles hasta nuestros das, as como por el consentimiento de tantos pueblos."32 En verdad, hay Sumos Pontfices que han confirmado o, segn el caso, infirmado a los emperadores romanos, por ejemplo el caso del Papa que depuso a Hilderico, rey de los francos. Hizo esto aconsejado por los grandes de aquel reino, lo que no se aplica para el emperador romano. De hecho, la deposicin del emperador le corresponde por derecho al Papa, ya que el emperador es su vasallo y del Papa depende su examen y confirmacin. Dice Inocencio III que Dios ha puesto en el cielo, esto es, en la Iglesia universal, dos grandes astros, que simbolizan las dos autoridades instituidas por l: la pontifical y la real. El astro que alumbra el da, que es smbolo de lo espiritual, es ms grande; mientras que el que alumbra la noche, que es smbolo de lo carnal, es ms pequeo. De modo que la distancia que mide entre el sol y la luna se puede equiparar perfectamente a la diferencia que hay entre los Pontfices y los reyes.33 Aunque Galia fue antiguamente conquistada por los romanos, no recuerdo haber ledo en ninguna parte que los francos de donde el nombre de Francia la restituyesen a los romanos despus de que viniesen de Sicambria y ocupasen Galia. Y leemos en las crnicas que, desde que San Remigio bautiz en la gracia de Dios al rey Clovis y a sus sbditos, el linaje de Clovis rein en paz hasta el ao 750, slo que durante unos ochenta aos a partir del reinado de Clotario y Santa Baltida, el poder real, que haba perdido el valor de antao, se administr por mayordomos. Y fue as como Pipino, mayordomo del rey Hilderico, fue ungido rey junto con su esposa e hijos por el Papa Esteban en la iglesia de San Dionisio. Su linaje, que haba recibido la bendicin perpetua del Papa, dur en el trono de los francos hasta el ao 926, cuando Hugo Capeto, Conde de Pars y Mariscal de Francia, invadi el reino y lo traslad de la dinasta carolingia al linaje de los condes parisienses. Se puede leer en las crnicas de los Santos Ricardo y Valerico cmo sus reliquias fueron trasladadas de sus propias iglesias a la iglesia de San Bertino, donde, por temor a los normandos y daneses, fueron guardadas en un lugar de mayor seguridad. Pero, cuando en tiempos de Carlomagno los normandos se convirtieron a la fe de Cristo, las reliquias de los dos santos se tenan que devolver a sus iglesias. Pese a la insistencia de los monjes de all, los de San Bertino no las quisieron devolver. Entonces San Valerico se le apareci a Hugo Capeto en sueos y le dijo: "Ve a hablar con Arnulfo, Conde de Flandes, y dile que devuelva nuestras reliquias, que tiene en San Bertino, a nuestras iglesias." Preguntado por Hugo quines eran l y su compaero, le contest: "Yo me llamo Valerico y mi compaero es Ricardo. No tardes en cumplir lo que Dios te pide en mi persona y no disimules." Acto seguido, Hugo fue a ver a Arnulfo y le expuso lo que se le haba mandado. Pero Arnulfo, por soberbia, se neg a devolver las reliquias de los santos. Entonces Hugo le dijo con firmeza de nimo: "T procura devolver las reliquias de los santos tal da y en tal lugar. Si no lo haces ahora y de buena fe, ms tarde lo hars contra tu voluntad." Asustado por las palabras y, sobre todo, por el poder de Hugo, Arnulfo encarg dos atades de oro y plata en los cuales puso las reliquias de los santos y, el da establecido, los envo con un numeroso ejrcito armado a Mosteriolo, donde Hugo tena su campamento. Hugo restituy las reliquias de los santos a sus respectivas iglesias. La noche siguiente, San Valerico se le apareci a Hugo en sueos y le dijo: "Como has cumplido con tanta diligencia lo que se te ha ordenado y nos has devuelto a nuestras iglesias, t y tus sucesores reinaris sobre los francos por siete generaciones." En no pocos libros, sin embargo, se lee siempre en vez de siete, pero se puede demostrar que entre Hugo y Luis, hijo de32 33

San Gregorio IX, Decretales I, 33, 4. San Inocencio III, Decretales II.

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Felipe, hay exactamente siete generaciones. Porque Hugo engendr a Roberto, Roberto a Enrique, Enrique a Felipe, Felipe a Luis el Gordo, Luis el Gordo a otro Luis, ste a Felipe, que tuvo a otro Luis con Isabel, hija del Baldovino, conde de Hainault. Este tal Baldovino era del linaje de Hermenegarda, hija de Carlos el Simple, hasta quien en el trono slo haba habido sucesores de Pipino y Carlos. Como Luis sucedi a su padre en el trono, el reino volvi a la dinasta carolingia. De la historia de los dos santos que acabo de relatar se puede ver cmo dicho traslado del reino fue fruto de la voluntad divina.34 Lo mismo se puede decir de la divisin del reino de Salomn, sobre la cual leemos en III Reyes XII, [20-21]: Dios le quit a Robon diez de sus tribus y se las dio a Jerobon. Por lo cual Robon quiso luchar con Jerobon, pero Dios lo prohibi por medio del Profeta Semeia, dicindoles: "No vayis a luchar contra vuestros hermanos, pues esto ha sucedido porque yo lo he querido." Y dicha divisin tuvo varias causas: en primer lugar, el pecado de David hacia Uras, segn se lee II Reyes XII, [9-11]; en segundo lugar, la divisin de la posesin de Misiboset, segn la Glosa de San Jernimo y II Reyes 19, [29-30]; en tercer lugar, la prevaricacin de Salomn; en cuarto lugar, la estulticia y soberbia de Robon, quien, al desdear el consejo de los ancianos y al seguir el de los jvenes, quiso agravar el yugo sobre el pueblo; finalmente, la voluntad divina como causa eficiente, lo que no excluye las causas anteriores. Del mismo modo, el traslado del reino de los francos tuvo como causa eficiente la voluntad divina, pero tambin concurrieron otras causas sea manifiestas, sea ocultas, por parte de los prncipes o pueblos. En la historia de los aquitanos se lee que el linaje de Carlos fue maldecido porque, en vez de edificar iglesias, las descuidaba. Pero dejemos esto al juicio de Dios, quien cambia los tiempos y traslada los reinos segn los pecados de los hombres. Es exactamente lo que se nos dice en Eclesistico X, [8]: "El imperio pasa de unas naciones a otras a causa de la injusticia, el orgullo y la avaricia." Y, en el mismo sentido, [Eclesistico X, 17]: "Derrib Dios los tronos de los prncipes soberbios y coloc en su lugar a los humildes." Leemos en el Canon XV, que "el Pontfice Romano absolvi a muchos del juramento de fidelidad, mientras que a otros los depuso de sus cargos."35 El Papa Zacaras ces al rey de los francos no tanto por sus enemistades, cuanto por su inutilidad, y nombr rey a Pipino, padre de Carlomagno, y absolvi a todos los francos del juramento de fidelidad hacia el rey." De hecho, Hilderico, el ltimo rey del linaje de Clovis, fue depuesto por Zacaras y tonsurado monje. Pipino, nombrado rey por la autoridad del mismo Papa, fue ungido y consagrado por el arzobispo San Bonifacio, y recibi para l y sus sucesores la bendicin perpetua del Papa Esteban. Aunque en las crnicas se puede leer que Hugo Capeto, Mariscal de Francia, usurp el reino de los francos, la historia que he relatado nos muestra que lo recibi por voluntad divina. De la misma manera, Santiago no rapt la primogenitura de su hermano, sino que la recibi como suya.

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Los reyes enumerados por Vicente de Beauvais se corresponden, en el orden de su mencin, con: Hugo Capeto (987-996), Roberto II (996-1031), Enrique I (1031-1060), Felipe I (1060-1087), Luis VI el Gordo (1087-1137), Luis VII el Joven (1137-1180), Felipe II Augusto (1180), Luis VIII (1180-1214). A este respecto, vase: E.A.R. Braun, "Vincent de Beauvais and the reditus regni francorum ad stirpem Caroli imperatoris" en S. Lusignan, M. Paulmier Foucart y A. Nandeau, Intentions et rceptions d'une uvre enciclopdique au Moyen-ge, Vrin-Pars: Casa Bellarmin y SaintLaurent, 1990, pgs. 167-197. 35 Graciano, Decretales II, 15.

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V. Que todo poder terrenal es concesin del poder divino

Es caso resuelto que todo poder terrenal es concesin de Dios, segn dice el Apstol en Romanos XIII, [1]: "Que cada uno se someta a las autoridades que estn en el poder, [porque no hay autoridad que no venga de Dios; y los que hay han sido puestos por Dios]." Palabras que la Glosa matiza de la siguiente manera: "Que cada uno se someta voluntariamente a las autoridades que estn en el poder. Aunque la tendencia a hacer dao sea propia de la naturaleza humana, el poder tanto de los buenos como de los malos, slo puede ser concedido por Dios. Y los que hay han sido puestos por Dios, es decir, puestos racionalmente por Dios." Esto es lo que se explica en la Glosa.36 De donde se sigue que, en este mundo, tanto los buenos como los malos deben su poder a la divina providencia, y esto segn los pecados de los pueblos. En este sentido, habla Elih sobre el orden de Dios: "l es el que permite que entre a reinar un hipcrita, por causa de los pecados del pueblo." Sobre el mismo tema comenta San Gregorio: "Dice el Seor, en otro sitio, por boca del Profeta: Un rey en mi clera te he dado, y en mi furor te lo vuelvo a quitar. Y me pregunto por qu tanto desdeamos la autoridad de aqullos que Dios nos dio en su furor. Porque el talante de los gobernantes est directamente relacionado con los pecados de los sbditos, tanto que, muchas veces, los que, inicialmente, parecen buenos, cambian de nimo despus de obtener el poder, como es el caso de Sal, cuya subida al trono determin un cambio radical en su personalidad: No es cierto que, siendo t bien poca cosa, has llegado a ser jefe de todas las tribus de Israel? Por qu no has obedecido la orden del Seor? Dicho de otro modo, la manera de ser de los sbditos influye decisivamente en la personalidad de los gobernantes, de suerte que, por culpa del rebao, puede errar incluso el pastor." stas son las palabras de San Gregorio.37 El mismo San Gregorio propone en Moralia in Iob XVIII un paralelo entre el poder del diablo y los tiranos o reyes malos: "Toda voluntad del diablo es injusta, pero con el permiso de Dios se puede convertir en justa. Por lo cual se podra interpretar que el diablo es la faceta negativa de Dios, porque ejerce su maldad tanto por sus propios impulsos destructivos, como por contar con la permisin de Dios."38 Esto comenta San Gregorio acerca del diablo, lo que se puede extender a cualquier otro espritu maligno. En el mismo sentido, dice San Agustn en De ciuitate dei V: "Todo lo que el hombre tenga que soportar contra su propia voluntad, no lo debe atribuir a la voluntad ni de los hombres, ni de los ngeles ni de ningn otro espritu inventado, sino a la voluntad de Aqul que solo potencia las voluntades de los dems."39 Y prosigue San Agustn en De diuersis qustionibus LXXXIII: "Dios omnipotente ofrece a los hombres recompensas dignas de su conducta y dispone de las almas segn el grado de sus pecados. De manera que, si alguien es digno de ser engaado, no lo engaa l mismo, ni recurre a profetas u hombres honestos, sino a alguien que an no se haya liberado de los bajos placeres de este mundo o bien a un ngel de voluntad perversa, que haya sido degradado para redencin de los pecados y prctica de las virtudes. Leemos que el Rey Achab fue engaado por un falso vaticinio, precisamente porque se mostr digno de ser engaado as. Y el engao no se hizo por un ngel bueno que no debera asumir semejante36 37

Glossa ordinaria ad Romanos XIII, 1. San Gregorio Magno, Moralia in Iob XXV, 16, 34, 35. 38 San Gregorio Magno, Moralia in Iob XVIII, 2, 4. 39 San Agustn, De ciuitate dei V, 10.

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oficio, sino por un ngel cado, que se prest para tal papel con gusto y voluntariamente. Tal ordenacin de las cosas por la divina providencia hizo que el alma racional adoptase la ley natural, lo que hace que los hombres sigan las pautas de una determinada distribucin. Es por esto por lo que el juez se considera indigno de herir al condenado; sin embargo, por orden del juez y al amparo de la ley, el verdugo lo atormenta cruelmente. Del mismo modo, el ladrn es digno de ser mordido por los perros, pero el hombre lo castiga sin recurrir a sus propias fuerzas ni a sus hijos o esclavos, sino con la ayuda de los perros, ya que el morder forma parte de su naturaleza. Y, como a algunos les corresponden cargos que otros no pueden desempear, hay una serie de oficios intermedios que aseguran la conexin entre los oficios dignos y de los cuales la justicia se sirve de tal manera que, por un lado, cada uno reciba la pena que le corresponda y, por otro, la pena sea aplicada por la persona adecuada. De la misma manera, los egipcios merecieron ser engaados por los israelitas, y el engao se hizo con el permiso de Dios, que los quera castigar por su avidez y permiti que los israelitas les robasen los vestidos y vasos que ellos mismos les haban dejado. Y el castigo no fue injusto, porque perdieron exactamente lo que tenan que devolver. El Seor no da malos preceptos, sino que trata a cada uno segn sus mritos: hay cosas que hace l solo, como la iluminacin y beatificacin del alma; y cosas que ordena o permite a sus servidores, segn leyes muy estrictas, y que llegan hasta el mantenimiento de los pjaros, el brillo del heno o el nmero de nuestros cabellos. Todo esto depende de la divina providencia, que se extiende poderosa de un extremo a otro y lo gobierna todo convenientemente." stas son las palabras de San Agustn.40

VI. Que los malos gobernantes son el azote de Dios

Los malos gobernantes son, por el poder recibido de Dios, as como un azote en sus manos. Un ejemplo en este sentido sera Senaquerib, rey de los asirios, que azot a los israelitas, por lo cual se nos dice en Isaas X, [5]: "Ay de Asiria! Vara de mi clera y bastn de mi furor." La causa de dicha conminacin se tiene que buscar en la altivez de Senaquerib, que, sin reconocer la ayuda de Dios, se atribuy a s mismo la victoria reputada en Judea, donde Dios lo haba enviado para azotar al pueblo malvado: "Con el poder de mi mano hice lo que hice, y con mi sabidura lo trac; y he mudado los lmites de los pueblos y despojado sus prncipes, y con el poder que tengo he derribado a los que estaban en altos puestos. Y el podero de los pueblos fue respecto de mi valor como una nidada de pajarillos; [y como se recogen los huevos que han sido abandonados, as reun yo bajo mi poder toda la tierra y no hubo quien moviese un ala, ni abriese el pico, ni piase]." Y, ms adelante, el Profeta dirige sus invectivas contra el que se jacta de victorias ajenas y usurpa la gloria de Dios y, mediante toda una serie de metforas, nos muestra que Senaquerib no es ms que un mero instrumento en manos de la voluntad divina: "Por ventura se gloriar la segur contra el que corta con ella, o se ensoberbecer la sierra contra el que la mueve? Como si se levantase la vara contra el que la maneja, o se envaneciese el bastn, que, al cabo, no es ms que un palo." Dicho de otro modo: "Senaquerib se alza contra Dios y se vanagloria de haberlo hecho todo por fuerzas propias, cuando l no fue ms que un instrumento de la voluntad divina, cuando Dios slo haba permitido40

San Agustn, De diuersis qustionibus LIII, 2.

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su intervencin porque lo enviaba contra una nacin malvada; lo mandaba contra un pueblo que me ha irritado."41 A estas alturas, alguien se podra preguntar por qu lo habr enviado Dios precisamente a l, si su accin e intencin resultaron destructivas y lo que l quera no era precisamente azotar al pueblo de Dios para corregirlo, sino, todo lo contrario, derrocharlo y aniquilarlo. Sin embargo, la decisin de Dios se debe entender de la siguiente manera: Dios lo envi, esto es, le dio a conocer que los judos eran dignos de flagelacin y, por tanto, indignos de proteccin divina. Acto seguido, Senaquerib decidi ir contra los judos, pero no para azotarlos y corregirlos, sino para saquearlos y destruirlos, cuando Dios no lo haba enviado como espada, sino como vara y bastn. De la misma manera, envi a los egipcios contra el reino de Jud y, despus, a los asirios y caldeos, de los que se habla en Isaas VII, [18-19]: "Y suceder que en aquel da el Seor dar un silbido esto es, llamar, segn la Glosa a las moscas que estn en el extremo de los ros del Egipto y a las abejas que estn en la tierra de Asiria. Y vendrn y posarn todos en las caadas de los torrentes, [y en las aberturas de las peas, y en todos los matorrales, y en todos los pastizales]." Dicho de otro modo: "Los egipcios, cobardes y manchados de la inmunda sangre de la idolatra, se congregaron cuales moscas que responden al silbido; y tambin acudieron los asirios y caldeos, demasiado salvajes y maestros del dardo, lo que se sugiere por el aguijn de la avispa." De la misma manera, envi a los medas y persas contra la ciudad de Babilonia, segn se lee en Isaas XIII, [3]: "He dado rdenes a mis santos guerreros esto es, a Ciro y a Daro; he llamado a los agentes de mi clera, a mis gloriosos campeones." Antes haba enviado al rey de Babilonia contra Tiro y despus contra Egipto, segn se lee en Ezequiel XXIX, [18, 20]: "Nabucodonosor, rey de Babilonia, ha fatigado mucho a su ejrcito en la guerra contra Tiro; [han quedado calvas todas las cabezas y pelados todos los hombres]; y no se ha dado recompensa alguna ni a l ni a su ejrcito, [por el servicio que me han hecho contra Tiro. Por tanto, esto dice el Seor Dios: He aqu que yo pondr a Nabucodonosor, rey de Babilonia, en tierra de Egipto]." Leemos en las crnicas eclesisticas que Lobo, obispo trecasino, le sali en el camino a Atila, rey de los hunos, cuando se estaba dirigiendo hacia Trecas, despus de haber devastado las Galias, y le dijo: "T quin te crees para devastar nuestras tierras y perturbar nuestros pueblos? A lo que Atila respondi: "Soy Atila, el azote de Dios". Entonces, el santo orden que se abriesen las puertas de la ciudad y lo recibi dicindole: "Bienvenido, azote de Dios!" Y los hunos, cegados como por milagro, cruzaron la ciudad de puerta a puerta, sin lastimar a nadie. Aunque Dios envi a todos estos reyes sea para corregir los pueblos contra los que iban, sea para vengarse de ellos, sus acciones, segn observa San Ambrosio, slo se pueden definir en funcin de sus intenciones y disposicin de nimo, de modo que cada uno de ellos recibi, segn su intencin, la recompensa o el castigo de Aqul que es juzgador de los pecados. De hecho, en una misma situacin, los hombres actan cada uno a su manera y as es como los observa el Escudriador de los corazones. Por ejemplo, no slo Dios sacrific a su Hijo, sino que el Hijo, en cuanto hombre, se sacrific a s mismo, as como Judas junto con los fariseos y los sacerdotes de los judos traicionaron al Hijo. Slo que Dios lo hizo por misericordia; el Hijo, por obediencia; mientras que los sacerdotes, por envidia; y Judas, por avidez y avaricia. De ah que el versculo de Oseas VIII, [4]: "[Ellos tuvieron prncipes, pero no por m;] fueron prncipes, [mas yo no los41

Isaas X, 6.

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reconoc. De su plata y de su oro forjaron dolos para su perdicin]" venga interpretado de la siguiente manera por San Jernimo en su Glosa: "Lo que Dios quiere que se haga en aras de la utilidad, cuando sus rdenes se cumplen por ignorantes y por detractores suyos para su condena, como es el caso de Judas. El hijo del hombre tiene que ser entregado, pero ay del hombre que lo entrega!"42 Segn se lee en el Canon XXIII, [5]: "Los pecados se castigan, la mayora de las veces, mediante pueblos incitados por la voluntad divina, como, por ejemplo, los judos que pagaron sus ofensas con la sumisin a los extranjeros enviados por Dios." Segn Graciano: "Se debe notar cmo, algunas veces, Dios castiga los pecados por ignorantes y, otras veces, por sabios. Por ejemplo, afligi e, incluso, someti a los malvados judos por ignorantes como Senaquerib, Nabucodonosor, Antoco y otros. Similarmente, castig a los amorreos, los cananeos y otros pueblos por los sabios hijos de Israel, a quienes dio sus tierras y les pidi que no se apiadasen de nadie y matasen a todos. Tanto es as que los judos derramaron la sangre criminal de los pueblos pecadores que ocupaban la Tierra Prometida, y encontraron buenos usos para las posesiones que aqullos empleaban mal. Algunos, sin embargo, persiguen a los pecadores movidos por intenciones ocultas, como es el caso de Senaquerib y otros que azotaron al pueblo malvado. Y, por muy pecadores que sean los pueblos que persigan, no estn del todo exentos de culpa, ya que no les interesa castigar los pecados de los perseguidos, sino robar sus bienes o someterlos a su dominio." stas son las palabras de Graciano.43 As como el padre tira al fuego la vara con que ha amonestado al hijo, as Dios mete en el fuego eterno a los poderosos insumisos por los cuales azota a los pecadores. Un buen ejemplo en este sentido sera el ejrcito de los asirios, azote del pueblo de Dios, los cuales, guiados por un ngel, pegaron fuego a cerca de ciento ochenta y cinco mil hombres, segn la prediccin de Isaas X, [17]: "La luz de Israel se har un fuego y su Santo una llama que prender y devorar sus abrojos y sus cardos en un da." Nos dice Daniel44 que era San Miguel Arcngel el que haca la guardia sobre los hijos de Israel y, segn San Jernimo, el fuego quem los cuerpos de los muertos hasta dejarlos polvo, pero sin tocar sus vestidos. Por lo cual, venan judos y, cogiendo los vestidos por la parte de arriba, les sacudan el polvo.45

VII. Que todos los reinos terrenales estn sujetos a la voluntad divina

Ahora bien, la voluntad divina no slo ordena los reinos de los fieles, sino que tambin vela sobre los dems pueblos, segn las palabras del Apstol en Romanos III, [29]: "O es que Dios es solamente Dios de los judos? No lo es tambin de los paganos?" Lo mismo dice Elih al hablar del orden de Dios: "Pero an sigue vigilando sobre naciones e individuos." Palabras que San Gregorio desarrolla de la siguiente manera: "El juicio que se ejerce sobre un solo pueblo, se da a conocer entre todos los hombres. De manera que los juicios divinos que se intentan contra una sola42 43

Glossa ordinaria ad Isaiam VII, 18-19. Gratianus, Decretales II, 23. 44 Daniel XII, 1. 45 San Jernimo, Commentarii in Isaiam IV, 10, 16/19.

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alma se pueden extender a toda una ciudad, as como los que se intentan contra un solo pueblo, a toda la humanidad. En efecto, Dios se dirige a cada uno, como si se dirigiera a todos. Por tanto, si se dirige a uno solo, no descuida a los dems ni descuida a nadie si se dirige a todos."46 Acerca de la providencia de Dios en la disposicin de los reinos, comenta San Agustn en De ciuitate dei V: "Dios omnipotente que engendr al hombre y, despus de su cada, lo castig, pero sin quitarle su misericordia; que dio a los buenos y a los malos dureza como la de las piedras, vida seminal como la que tienen las plantas, vida sensual como la de las bestias, vida intelectual como la que tienen slo los ngeles; que no ha dejado sin hablar del cielo y la tierra, de los ngeles y los hombres ni siquiera las entraas de los animales ms exiguos, el plumaje de los pjaros, las hojas de los rboles o las hebras de la hierba sin cierta paz y armona entre sus diferentes partes componentes; este Dios no pudo haber dejado los reinos de los hombres fuera de las leyes de su providencia."47 Efectivamente, ha asignado un ngel para cada reino o provincia, segn nos dice San Pedro en su Itinerarius II: "Cada pueblo tiene su propio ngel, que ha recibido la dispensacin de Dios."48 Y segn Deuteronomio XXXII, [8]: "El Altsimo estableci las fronteras de los pueblos segn el nmero de los ngeles de Dios." De donde se lee en Daniel X, [20-21] que el ngel hizo levantar a Daniel, que se haba postrado en tierra y, confortndolo, le dijo que sus palabras sobre el regreso del pueblo haban sido escuchadas, pero que el prncipe de los persas le haba opuesto resistencia. Y le dijo: "Ahora me marcho otra vez a luchar con el prncipe de Persia. Cuando haya terminado, vendr el prncipe de Grecia. Sin embargo, te comunicar lo que est consignado en el libro de la verdad. Nadie me presta ayuda contra ellos, excepto Miguel, vuestro prncipe." San Jernimo es del parecer que estos dos ngeles, el de los persas y, respectivamente, el de los griegos, eran ngeles cados, porque haban sido puestos en dichos reinos para prctica de las virtudes. En efecto, comenta Orgenes en Homeli in Lucam XII: "As como los hombres tienen cada uno dos ngeles, lo mismo debe de pasar con las provincias, es decir, que cada una tenga dos ngeles diferentes, uno bueno y otro malo."49 El ngel de los persas trabajaba para que los hebreos no se liberasen del dominio de los persas, porque, por un lado, stos se deleitaban con los tormentos con que afligan a los hebreos; por otro, cuanto ms crueles eran los tormentos de los persas, ms grave era su pecado. A su vez, el ngel de los griegos trabajaba para que los persas y, junto con ellos, sus cautivos hebreos, pasasen bajo la autoridad de los griegos. San Gregorio, sin embargo, considera que aqullos fueron ngeles buenos, porque se esforzaban para que los hebreos no se liberasen tan pronto y, si haba algn pecado suyo que se pudiese purgar, que se purgara y volatilizara al fuego de la tribulacin. Adems, nos habla de la repugnancia con la que se trataban mutuamente: "Cuando los pueblos se enemistan y piden la ayuda de sus protectores espirituales, los ngeles, que estn cada uno al servicio del pueblo que tengan asignado, empiezan a enfrentarse entre s. Y nunca luchan al lado de sus protegidos si stos obran mal, sino que, antes, examinan sus acciones con justicia. Si la culpa o justicia de un pueblo se lleva a las cortes supremas, los ngeles de dicho pueblo no tienen ms remedio que ganar o perder el pleito. Sin embargo, la nica victoria posible depende de la voluntad divina, por lo cual nunca

46 47

San Gregorio Magno, Moralia in Iob XXV, 15, 33. San Agustn, De ciuitate dei V, 11. 48 Seudo Clemente, Recognitiones II, 42, 3. 49 Orgenes, Homeli in Lucam XII, 946.

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quieren conseguir lo que no merecen. Con todo, se enfrentan entre s cuando se enemistan sus pueblos protegidos." stas son las palabras de San Gregorio.50 Segn San Jernimo en el Commentarius super Isaiam V: "Antiguamente, Dios destruy, en el momento oportuno, varios reinos por la gravedad de sus pecados, sobre todo, por la soberbia que le haban mostrado, tal como haba anunciado por los Profetas. Evidentemente, es digno de toda admiracin el orden de la divina providencia que organiza a los hombres con su inefable juicio. A pesar de la ira de Dios, Israel no perdi la esperanza que haba puesto en Damasco. Por lo cual fue destruida aquella ciudad que haba brindado su ayuda a unos sacrlegos contra la voluntad de Dios. Jud puso su esperanza en los egipcios, pero stos fueron derribados por los caldeos. Los egipcios en los etopes, los cuales fueron superados por los asirios. Los asirios, convencidos de que la victoria contra los etopes se deba ms bien a sus propias fuerzas que a la intervencin de Dios, fueron vencidos por los babilonios. La ciudad de Babilonia levant su cabeza delante de Dios y termin arrasada por los medas y los persas. Los medas y los persas persiguieron al pueblo de Dios, pero un carnero salvaje los disip al Oriente y al Occidente. Vino despus un macho cabro, esto es, Alejandro Magno y los dej hechos polvo. Este Alejandro no quiso admitir sus lmites y muri envenenado; su reino se dividi en varias partes y, despus de mucho tiempo, fue conquistado por los romanos. Los romanos laceraron a los santos con sus dientes y uas de hierro, y los devoraron con su boca sangrienta. Cay una piedra desprendida del monte y, bajo ese peso, el Imperio, al principio, potentsimo y como de hierro, pero, despus, frgil y sin fuerza, se pulveriz como un ladrillo." stas son las palabras de San Jernimo.[5] Dios nunca confi ningn reino a los fieles o creyentes, sino que los entreg todos a los cultivadores de dolos. En el Salmo LXXI [12], titulado De Salomn, que empieza con el verso: "Oh Dios, haz que el rey ejerza tu justicia", le promete a Salomn, hijo de David el dominio del mundo entero: "Dominar de mar a mar, desde el ro hasta los lmites del mundo: ante l se rendirn todos los reyes, le servirn todas las naciones." Un dominio que Salomn nunca consigui, porque estaba reservado para Cristo, del que se dice que tambin era hijo de David y cuya prefiguracin fue Salomn. Sobre lo cual dice San Agustn en De ciuitate dei XVII: "Salomn prefigur la venida de Cristo en que edific el templo, instaur la paz (segn el significado de su nombre) y, en el principio de su reino, se mostr merecedor de los ms inauditos elogios; sin tener el semblante de Cristo, anunci su venida como si fuese una sombra. Por lo cual, algunas predicciones que se han escrito sobre Cristo parecen relacionadas con Salomn, mientras que la Sagrada Escritura, en la que se profetiza por hechos, nos muestra a Salomn como una prefiguracin de Cristo. En el Salmo LXXI, titulado De Salomn, se relatan tantos hechos que se podran relacionar con Salomn, pero que, de hecho, le corresponden al que vendr, que nadie podra dudar de que en aqul tenemos una figura apenas delineada, mientras que en ste se nos revela la plena luz de la verdad." stas son las palabras de San Agustn.51 Todos aquellos reyes que usurparon reinos con la permisin de Dios o sin ella tuvieron una muerte funesta. Ciro fue el primer rey de toda Asia, del que habla Isaas XLV, [1, 2]: "Esto dice el Seor a Ciro, su ungido, a quien yo tom de la mano para someter a las naciones y desatar las cinturas de los reyes; [para abrir puertas ante l sin dejar que se cierren]. Yo marchar delante de ti, allanando las alturas; [destrozar las puertas de bronce; har pedazos las puertas de hierro]." El rey,50 51

San Gregorio Magno, Moralia in Iob XVII, 12, 17. San Agustn, De ciuitate dei XVII, 8.

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impulsado por estas palabras, orden que se proclamaran por escrito en todo su reino, segn se lee en Crnicas XXXVI, [23]: "El Seor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusaln." Despus de subyugar muchas gentes en la guerra y de derramar mucha sangre, Ciro mismo fue vencido y asesinado por Tamara, reina de los masogetas, la cual le cort la cabeza, la meti en un odre lleno de sangre humana y le dijo con asco: "Sacia ya tu sed de sangre!" A su vez, Alejandro Magno, rey de los macedonios y monarca del Oriente, despus de someter muchas gentes, volvi a la ciudad de Babilonia, donde muri envenenado por Antpatro, el cerebro de la conjuracin. Y la fuerza del veneno era tal que no lo pudieron poner en ningn tipo de recipiente, ni de bronce, ni de hierro, ni de barro, y lo tuvieron que traer en una ua de caballo. Llevado medio muerto del banquete, padeci un dolor tan profundo que peda el hierro como ltimo remedio y senta el toque de los dems como una llaga. Por ltimo, Julio Csar, el primero en atribuirse la dignidad imperial, encontr su fin en los veintitrs golpes de espada que le propinaron los conspiradores dirigidos por Bruto y Casio.

VIII. Sobre la vanidad del poder o de las dignidades terrenales

He hecho esta introduccin sobre el surgimiento, la expansin y la decadencia de los reinos con el propsito de demostrar que el poder o la dignidad real no se deben codiciar, sino ms bien tolerar por la precariedad de este siglo. De hecho, la autoridad o el poder terrenal son excesivamente superficiales y vanos, segn aquel verso de Sneca en Thyestes: "Creme, las cosas grandes agradan por falsos nombres."52 La misma idea se desprende de la Epistula ad Lucilium LXXX: "Todos aquellos que son conducidos en sus literas por encima del vulgo llevan puesta la mscara de la felicidad. Si se la quitases, los despreciaras. Si quieres comprar un caballo, le mandas quitar la silla; haces desnudar a los esclavos en venta, para que no se les oculte algn defecto fsico. Acaso estimas al hombre maniqu? Por qu hablo de los otros? Si quieres sopesarte a ti mismo, deja aparte el dinero, la casa, la dignidad y contmplate por dentro."53 El mismo en la Epistula XLVII: "As como es necio quien, a la hora de comprar un caballo, le examina slo la silla y los frenos, as es necio el que estima al hombre por el vestido o la condicin social."54 En la misma lnea le habla San Bernardo a Eugenio en De consideratione I: "Qutate ahora y despedaza el taparrabos de hojas que te cubre las vergenzas, sin que te sane la llaga. Borra la prpura de la fugaz dignidad y el esplendor de la mal colorada gloria, hasta que te quedes completamente desnudo, porque desnudo saliste del vientre de tu madre. Verdad que no adornado con nfulas? Ni con el cuerpo cuajado de brillantes gemas o envuelto en vestidos de resplandeciente seda, ni con la cabeza coronada de plumas, ni sobrecargado de metales? Si todo esto lo disipas y lo ahuyentas de la faz de tu consideracin como si se tratase de las nubes de madrugada que pasan con rapidez, se te mostrar el hombre desnudo, pobre y desgraciado, llorando su venida al mundo, murmurando que ha nacido para el sufrimiento y no para el honor;52 53

Sneca, Thyestes 446. Sneca, Epistul LXXX, 8-10. 54 Sneca, Epistul II, XLVII, 16.

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que ha nacido de mujer y, por eso, con culpa; corto de das y, por eso, con temor; harto de miserias y, por eso, con llanto." stas son las palabras de San Bernardo.55 Con razn dice Sneca que la felicidad de aqullos es como una mscara, esto es, superficial, porque se limita toda a adornos, pompas y cortejos. De donde se dice en la Sagrada Escritura que honrar a alguien por semejantes razones es adular. Explica San Gregorio, en Moralia in Iob, que por adular se entiende cultivar a alguien no por lo que es, sino por las cosas que lo rodean. Sobre lo cual comenta en Moralia in Iob XXV: "Porque cerramos los ojos a lo interior e invisible y los abrimos a lo visible, muchas veces honramos a alguien no por lo que es, sino por las cosas que lo rodean. Y, puesto que no llegamos a descubrir quin es, sino lo que puede, nos dejamos llevar por la tendencia de juzgar a los hombres no por sus personas, sino por sus posesiones. Tanto es as que podemos llegar a despreciar por dentro a alguien a quien honramos por fuera, ya que tendemos a honrarlo por lo que tiene a su alrededor y no por lo que es. Pero Dios omnipotente no adula a nadie, porque juzga a los hombres slo en funcin de sus mritos. De ah Job XXXIV, [19]: Que no hace acepcin de prepotentes [ni considera al rico ms que al pobre, porque son todos obra de sus manos]." stas son las palabras de San Gregorio.56 Y aade que, antiguamente, el trmino mscara tambin poda significar 'estatua' o 'pintura', de ah que se les llamase as a los fantasmas, esto es, a las sombras infernales y a las almas de los condenados, segn Sabidura XVII, [4]: "Sombros fantasmas de rostros tristes se les aparecan." Dicho de otro modo, la mscara simboliza una felicidad fingida, irreal, imaginaria, as como adular es atender a alguien por lo que le es exterior, esto es, por lo que lo rodea. Y no sin razn le llama Dios a Herodes zorro, cuando dice en Lucas XIII, [32]: "Id y decid a ese zorro: [hoy y maana seguir echando demonios, y pasado maana terminar]." Porque, exceptuando la astucia vulpina, que no le faltaba en absoluto a Herodes, la comparacin con el zorro tambin podra implicar una referencia a los poderosos. En efecto, las zorras, cuya carne no es comestible, se cazan nicamente por tres razones, a saber, por el puro placer de la caza, por su piel y por el dao que causan a otros animales. De manera similar, los poderosos son requeridos por la amenidad de su compaa y conversacin. Y se hace caso omiso de Eclesistico XIII, [2]: "No tomes peso superior a tus fuerzas, no trates con el ms fuerte que t", donde por ms fuerte se entiende ms honorable; y una primera interpretacin de la palabra peso remitira a la idea de temor, porque es peligroso ofender a los superiores. Y leemos a continuacin: "Cmo vamos a juntar la olla de barro con la caldera? Esta chocar con ella y la romper." Dice Boecio en De consolatione III: "El poder monrquico, tanto si es inclume, como si est debilitado, echa por tierra a los familiares de los reyes."57 Y Lucano en Pharsalia I: "No hay lealtad entre los que comparten el trono y ningn seoro admitir un copartcipe."58 Por lo cual, los que frecuentan la corte, si hacen uso de un comportamiento excesivo, son vilipendiados; mientras que, si se sustraen demasiado, caen en olvido. Y se nos dice ms adelante en Eclesistico XIII, [13]: "Nunca te apresures, para que no seas rechazado; pero no andes muy lejos, para que no seas olvidado." Y se lee en los proverbios de los sabios: "Si llegas a ser cliente de alguien importante e influyente, tendrs que escoger entre la sinceridad y la amistad." Dicho en palabras de Terencio en Andria: "Hoy en da los regalos traen

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San Bernardo de Clairvaux, De consideratione II, 9, 18. San Gregorio Magno, Moralia in Iob XXV, 1, 1, 2. 57 Boecio, De consolatione philosophi III, 5, 9. 58 Lucano, Pharsalia I, 92-93.

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amigos; la verdad, odio."59 La segunda acepcin de peso se traducira en la multitud de ruegos, razonables o no, con que se les asalta a los familiares de los poderosos. Si los rechazan, se les tacha de soberbios e incurren en odio; en cambio, si los transmiten, se les desprecia por su importunidad. Por lo cual dice Horacio en Epistol: "La amistad de un poderoso slo puede agradar a alguien sin experiencia. Un hombre experimentado la temera."60 Otros siguen a los poderosos por su piel, es decir, por su apariencia, con la esperanza de sacarle algn provecho a su situacin material o social, sobre lo cual dice Sneca en De remediis fortuitorum: "Muchos persiguen a alguien as como las moscas buscan miel; los lobos, cadveres; y las hormigas, granos. Lo que sigue esta turba es una presa y no un hombre."61 En otras palabras, lo siguen como los cazadores a las zorras y es exactamente lo que les pasa a los poderosos, segn Sabidura VI, [3]: "Prestad odos los que dominis a las masas, los que presums de la multitud de vuestras gentes. Y Ams VI, [1]: "[Ay de los que ponen su seguridad en Sin y de los que confan en el monte de Samaria], los que se consideran los jefes del primero de los pueblos y a los cuales viene la casa de Israel!" Otros siguen a los poderosos movidos por el deseo de aniquilar y suprimir las rapias, las violencias y otros vicios de la corte. Y, aunque la corte sea el lugar menos adecuado para la prctica del bien, es, sin embargo, importante que haya gente dispuesta a luchar contra el mal. Porque en las cortes de los poderosos siempre han proliferado males como la avidez, la ambicin, la envidia, la calumnia, la detraccin, la adulacin y otros de la misma ndole. Sobre lo cual dice Lucano: "Que salga de la corte el que quiera ser honesto."62 Tambin Sneca en Agamemnon: "La fidelidad nunca atraviesa el umbral de los reyes."63 Y, para no ser acusado de poner solamente ejemplos de los clsicos, voy a citar a San Bernardo en De consideratione IV: "Nosotros intentamos mejorar a todos los que recibimos en nuestros monasterios, pero, si pensamos en las cortes, son ms los hombres buenos que reciben que los que se forman all." Por lo cual y a raz de los males que acabo de sealar, la presencia de los hombres religiosos en la corte ha de ser conveniente y benfica. Y no deben adoptar las costumbres de los seglares despus de convivir con ellos, segn se dice de los judos en el Salmo [CV] [35]: "Se mezclaron con los paganos y adoptaron sus costumbres." San Pedro, a su vez, rehus la dignidad papal, segn Mateo XXVI. Y, sobre todo, se ha de tener en cuenta lo que se dice en Jeremas XV, [19]: "Ellos volvern a ti, no t a ellos."

IX. Sobre los mltiples aspectos negativos del poder terrenal

Como ya he dicho, el poder real o bien las dignidades de la corte, que tantos codician, carecen de valor y consistencia. Adems, son caducas y pasajeras, segn Eclesistico X, [11-12]: "Breve es la vida de todo potentado. La enfermedad prolija es pesada para el mdico. [El cual la acorta59 60

Terencio, Andria I, 67-68. Horacio, Epistul I, 18, 86-87. 61 Seudo Sneca, De remediis fortuit