Viajes por el Scriptorium...2007/02/27  · Paul Auster Viajes por el Scriptorium Traducción de...

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Viajes por el Scriptorium

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Paul Auster

Viajes por el ScriptoriumTraducción de Benito Gómez Ibáñez

EDITORIAL ANAGRAMABARCELONA

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Título de la edición original:Travels in the Scriptorium

Diseño de la colección:Julio VivasIlustración: foto © Nick Vaccaro

© Paul Auster, 2006c/o Guillermo Schavelzon & Asoc., Agencia [email protected]

© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2007Pedró de la Creu, 5808034 Barcelona

ISBN: 978-84-339-7117-3Depósito Legal: B. 201-2007

Printed in Spain

Liberdúplex, S. L. U., ctra. BV 2249, km 7,4 - Polígono Torrentfondo08791 Sant Llorenç d’Hortons

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para Lloyd Hustvedt(in memoriam)

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El anciano está sentado al borde de la estre-cha cama, las manos apoyadas en las rodillas, lacabeza gacha, mirando al suelo. No sabe que hayuna cámara instalada en el techo, justo encima deél. El obturador se acciona silenciosamente cadasegundo, realizando ochenta y seis mil cuatro-cientas instantáneas a cada rotación de la tierra.Aunque supiera que lo están vigilando, le daría lomismo. Está como ausente, perdido entre los fan-tasmas que pueblan su imaginación mientrasbusca una respuesta a la pregunta que lo ator-menta.

¿Quién es? ¿Qué está haciendo ahí? ¿Cuándoha llegado y cuánto tiempo se quedará aún? Consuerte, el tiempo nos lo dirá todo. De momento,nuestro único cometido consiste en estudiar las

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fotos con el mayor detenimiento posible y abste-nernos de extraer cualquier conclusión prematura.

En la habitación hay una serie de objetos, ycada uno de ellos lleva pegado un trozo de cintablanca, con una sola palabra escrita en mayúscu-las. En la mesilla de noche, por ejemplo, la pala-bra es MESILLA. En la lámpara, la etiqueta diceLÁMPARA. Incluso en la pared, que estrictamentehablando no es un objeto, hay un trozo de cintaadhesiva donde se lee PARED. El anciano levantaun momento la vista, mira la pared, ve la etique-ta pegada en ella y, con voz queda, pronuncia lapalabra pared. Lo que en este momento no pode-mos saber es si está leyendo la palabra escrita enla tira blanca o si sólo se refiere a la pared propia-mente dicha. Puede que se le haya olvidado leerpero sepa reconocer las cosas y llamarlas por sunombre o, a la inversa, que haya perdido la capa-cidad de distinguirlas pero que aún sepa leer.

Lleva un pijama azul con rayas amarillas, ycalza unas chancletas de cuero negras. No tienemuy claro dónde se encuentra exactamente. En lahabitación, sí, pero ¿en qué edificio está? ¿Es unacasa? ¿El hospital? ¿La cárcel? No recuerda cuán-to tiempo lleva ahí ni la naturaleza de las circuns-tancias que precipitaron su traslado a ese sitio.Quizás nunca se ha movido del cuarto; a lo me-jor es ahí donde ha vivido desde que nació. Lo

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que sí sabe es que está consumido por un impla-cable complejo de culpa. Y al mismo tiempo nopuede evitar la sensación de ser víctima de unatremenda injusticia.

En la habitación hay una ventana, pero tienela persiana bajada, y que él recuerde, nunca se haasomado a ella. Lo mismo puede decir de la puer-ta con su blanco picaporte de porcelana. ¿Está en-cerrado, o es libre de entrar y salir cuando le plaz-ca? Aún debe investigar esa cuestión; porque,según hemos visto en el primer párrafo, estácomo ausente, perdido en el pasado y vagando sinrumbo entre los fantasmas que desfilan por su ca-beza, luchando por contestar la pregunta que loatormenta.

Las fotografías no mienten, pero tampoco locuentan todo. Son simplemente un testimonio delpaso del tiempo, la prueba visible. La edad delpersonaje, por ejemplo, es difícil de determinar apartir de las imágenes en blanco y negro, un tan-to desenfocadas. El único dato que puede estable-cerse con cierta seguridad es que no es joven, perola palabra viejo es un término aleatorio y puedeaplicarse a cualquiera que esté entre los sesenta ylos cien años. Prescindiremos por tanto, del califi-cativo viejo y en lo sucesivo llamaremos MísterBlank a la persona que está en la habitación. Demomento no será necesario su nombre de pila.

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Míster Blank se levanta por fin de la cama, sedetiene brevemente para no perder el equilibrio y,arrastrando los pies, se dirige hacia el escritorio, alotro extremo de la habitación. Se siente cansado,como si acabara de despertarse después de unanoche de dormir poco y mal, y mientras las sue-las de sus chancletas se deslizan por el entarima-do, le viene a la cabeza como un rumor de papelde lija. A lo lejos, fuera de la habitación, más alládel edificio en que se encuentra el cuarto, oye eltenue grito de un pájaro: un cuervo, o tal vez unagaviota, no sabría decirlo.

Míster Blank se sienta despacio en el sillóndel escritorio. Es una butaca muy cómoda, pien-sa él, de suave cuero marrón, y está provista deamplios brazos para apoyar los codos, por nomencionar el invisible mecanismo de resortes quepermite mecerse de atrás hacia delante a volun-tad, y eso es precisamente lo que hace nada mássentarse. El movimiento de vaivén le tranquilizael ánimo, y mientras disfruta del agradable balan-ceo, se acuerda del caballito que tenía en su habi-tación cuando era pequeño, y entonces empieza arememorar los viajes imaginarios que emprendíaen aquel caballo, que se llamaba Whitey y que, enla imaginación del joven Míster Blank, no era unobjeto de madera pintado de blanco, sino un serviviente, un caballo de verdad.

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Tras esa breve excursión a su primera infan-cia, una angustia irrefrenable lo atenaza de nuevo.Dice en voz alta, con aire cansino: No debo per-mitirlo. Luego se inclina hacia delante para exa-minar los montones de documentos y fotografíaspulcramente colocados sobre el escritorio de cao-ba. Primero coge las fotos, tres docenas de retra-tos en blanco y negro de veinticinco por veinte dehombres y mujeres de diversas razas y edades. Laprimera muestra a una joven de poco más deveinte años. Lleva el pelo muy corto, y hay unavehemente e inquieta expresión en sus ojos mien-tras mira al objetivo. Está parada en la calle de al-guna ciudad, probablemente italiana o francesa,porque da la casualidad de que se encuentra de-lante de una iglesia medieval, y como lleva abrigoy bufanda, cabe suponer que la instantánea setomó en invierno. Míster Blank mira fijamente alos ojos de la joven y se esfuerza en recordar quiénes. Al cabo de unos veinte minutos, musita unasola palabra: Anna. Lo inunda un sentimiento deamor incontenible. Se pregunta si no habrá esta-do casado con Anna, o si, tal vez, no estará con-templando el retrato de su hija. Un momentodespués de asimilar tales pensamientos, lo invadeuna nueva oleada de culpa, y entonces compren-de que Anna ha muerto. Aún peor, sospecha queél ha sido el responsable de su muerte. Incluso

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podría ser, dice para sus adentros, que fuera élquien la mató.

Míster Blank gime de dolor. No soporta mi-rar las fotos, de modo que las aparta a un lado ycentra su atención en los documentos. Hay cua-tro montones en total, de unos quince centíme-tros de altura cada uno. Sin motivo aparente al-guno, alarga el brazo hacia el último montón dela izquierda y coge la primera hoja. El texto escri-to a mano, en mayúsculas semejantes a las que seven en las tiras de cinta adhesiva blanca, dice losiguiente:

Vista desde los confines del espacio exterior,la tierra no es mayor que una mota de polvo. Re-cuérdalo la próxima vez que escribas la palabrahumanidad.

Por la expresión de contrariedad que se apo-dera de sus rasgos mientras recorre esas frases conla vista, podemos estar casi seguros de que a Mís-ter Blank no se le ha olvidado leer. Pero la cues-tión de quién pueda ser el autor de esas frases si-gue siendo una incógnita.

Míster Blank coge la siguiente hoja del mon-tón y descubre que se trata de un texto mecano-grafiado. El primer párrafo dice así:

En cuanto empecé a contar mi historia, metiraron al suelo y me dieron una patada en la ca-beza. Cuando me puse en pie, uno de ellos me

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cruzó la cara, y a continuación otro me pegó unpuñetazo en el estómago. Me derrumbé. De nue-vo logré incorporarme, pero justo cuando co-menzaba mi narración por tercera vez, el Coronelme arrojó contra la pared y me quedé sin sentido.

La página contiene otros dos párrafos, peroantes de que Míster Blank pueda empezar a leer elsegundo, suena el teléfono. Es un aparato negro,de disco, un modelo de finales de los cuarenta oprincipios de los cincuenta del siglo pasado, ycomo está sobre la mesilla de noche, se ve obliga-do a levantarse del mullido sillón de cuero y diri-girse arrastrando los pies al otro extremo de la ha-bitación. Coge el teléfono al cuarto tono.

Diga, dice Míster Blank.¿Míster Blank?, pregunta la voz al otro lado

de la línea.Si usted lo dice...¿Está seguro? No puedo correr riesgos.Yo no estoy seguro de nada. Si usted quiere

llamarme Míster Blank, con mucho gusto aten-deré a ese nombre. ¿Con quién hablo?

Con James.No conozco a ningún James.James P. Flood.Refrésqueme la memoria.Ayer le hice una visita. Estuvimos dos horas

juntos.

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Ah. El policía.Ex policía.Eso. El ex policía. ¿En qué puedo servirlo?Quisiera verlo otra vez.¿Es que no tiene bastante con la conversación

de ayer?En realidad, no. Ya sé que sólo soy un perso-

naje secundario en este asunto, pero me han dadoautorización para entrevistarme dos veces con usted.

Me está diciendo que no me queda otro re-medio.

Eso me temo. Pero no tenemos que hablar ensu habitación si no quiere. Podemos salir y sen-tarnos en el parque, si lo prefiere.

No tengo nada que ponerme. Ahora estoy enpijama y zapatillas.

Eche una mirada al armario. Ahí tiene toda laropa que necesita.

Ah. El armario. Gracias.¿Ha desayunado ya, Míster Blank?Creo que no. ¿Es que puedo comer?Tres veces al día. Aún es algo temprano, pero

Anna no tardará mucho en llegar.¿Anna? ¿Ha dicho Anna?Es la persona que se ocupa de usted.Creí que estaba muerta.De ningún modo.A lo mejor es otra Anna.

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Lo dudo. De todas las personas implicadas eneste asunto, ella es la única que está totalmente desu parte.

¿Y las otras?Digamos que hay mucho resentimiento, de-

jémoslo así.

Cabe observar que además de la cámara hayun micrófono oculto en una pared, y hasta el úl-timo sonido que produzca Míster Blank quedarágrabado y archivado en un magnetófono digitalde gran sensibilidad. El menor gemido o sorbo dela nariz, la tos más nimia o cualquier impercepti-ble flatulencia que surja de su organismo tambiénserá, por tanto, parte integrante de nuestro rela-to. Ni que decir tiene que esa información audi-tiva incluye asimismo las palabras que de diversamanera articula, murmura o grita Míster Blank,como, por ejemplo, la llamada telefónica de Ja-mes P. Flood que acabamos de describir. La con-versación concluye con Míster Blank cediendo demala gana ante la solicitud del ex policía de ha-cerle una visita aquella misma mañana. Cuandocuelga el teléfono, se sienta al borde de la cama,adoptando una postura idéntica a la descrita en laprimera frase del presente informe: manos apoya-das en las rodillas, cabeza gacha mirando al suelo.

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Considera si debe levantarse y empezar a buscarel armario que ha mencionado Flood, y en casode que lo encuentre, si tendrá que quitarse el pi-jama y ponerse ropa de vestir; suponiendo quehaya ropa en el armario, y si es que existe efecti-vamente tal armario. Pero Míster Blank no tieneprisa por acometer esas tareas mundanas. Quierevolver al texto mecanografiado que estaba leyen-do antes de que le interrumpiera el teléfono. Demanera que se levanta de la cama y da un paso va-cilante hacia el otro extremo de la habitación, sin-tiendo entonces un súbito desfallecimiento. Se dacuenta de que se derrumbará si continúa mástiempo de pie, pero en lugar de volver a sentarseen la cama hasta que se le pase el mareo, extiendela mano hacia la pared, apoya todo su peso enella, y va dejándose caer poco a poco. Ya de rodi-llas, Míster Blank se echa hacia delante y plantala palma de las manos en el suelo. Mareado o no,tal es su determinación de llegar al escritorio queempieza a arrastrarse hacia él.

Cuando logra subirse al sillón de cuero, sebalancea unos momentos hasta que se le calmanlos nervios. A pesar de todos sus esfuerzos, com-prende que le da pánico seguir leyendo el textomecanografiado. No se explica por qué se ha apo-derado de él ese súbito terror. Sólo son palabras,se dice a sí mismo, y ¿desde cuándo tienen las pa-

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labras la facultad de dejar a un hombre mediomuerto de miedo? No puede ser, murmura en vozqueda, apenas audible. Luego, para tranquilizar-se, repite la misma frase, gritando a pleno pul-món: ¡NO PUEDE SER!

Inexplicablemente, esa descarga de sonido leinfunde valor para seguir leyendo. Respira hon-do, fija la mirada en las palabras que tiene delan-te, y lee los dos párrafos siguientes:

Desde entonces me tienen en este recinto. Porlo que puedo deducir, no es una celda corriente, yno parece formar parte de la prisión militar ni delcentro de detención territorial. Se trata de una es-tancia pequeña, sin muebles, que medirá unoscuatro metros de ancho por cinco de largo (suelode tierra, paredes de piedra), y es posible que enotro tiempo sirviera de almacén para guardar ví-veres, quizás sacos de trigo y harina. Hay una solaventana con barrotes en la pared de la izquierda,pero está muy alta y no la alcanzo con las manos.Duermo sobre una esterilla, en un rincón, y medan dos comidas al día: gachas frías por la maña-na, sopa tibia y pan duro por la noche. Según miscálculos, llevo aquí cuarenta y siete noches. Estacifra, sin embargo, puede ser errónea. Mis prime-ros días en la celda estuvieron salpicados de nu-merosas palizas, y como soy incapaz de recordarcuántas veces perdí el sentido –ni el tiempo que

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duraban los periodos de inconsciencia cuando medesmayaba–, es posible que en cierto momentoperdiera la cuenta y algún día dejara de fijarme encuándo salía o se ponía el sol.

El desierto empieza justo debajo de mi ven-tana. Siempre que viene el viento del oeste, mellega un olor a salvia y enebro, las únicas plantasque crecen en esa yerma extensión. He vividosolo en esos parajes cerca de cuatro meses, vagan-do libremente de un lado a otro, durmiendo a laintemperie con toda clase de tiempo, y encon-trarme entre los angostos confines de este recintonada más volver de los espacios abiertos de esa re-gión no ha sido fácil para mí. Puedo soportar laobligada soledad, la ausencia de conversación ycontacto humano, pero ansío estar de nuevo alaire libre, sentir la luz, y paso los días consu-miéndome por ver algo aparte de estos ásperosmuros de piedra. De vez en cuando pasan solda-dos bajo mi ventana. Oigo cómo cruje la tierrabajo sus botas, la intermitente andanada de susvoces, el traqueteo de carros y caballos en el calordel día inalcanzable. Es la guarnición de Ultima:el extremo occidental de la Confederación, un lu-gar que está al borde del mundo conocido. Nosencontramos a tres mil kilómetros de la capital,frente a las inexploradas latitudes de los Territo-rios Distantes. La ley prohíbe pasar a esas regio-

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nes. Yo fui porque me lo ordenaron, y ahora hevuelto para presentar mi informe. Puede que meescuchen y puede que no, pero luego me sacaránde aquí y me fusilarán. De eso estoy completa-mente seguro. Lo importante es no hacer-me ilu-siones, no dejarme tentar por la esperanza. Cuan-do al fin me pongan contra la pared y meapunten con sus armas, sólo les pediré que mequiten la venda de los ojos. No es que tenga elmenor interés en ver la cara de los hombres quevan a matarme, sino que deseo contemplar denuevo el cielo. Eso es todo lo que quiero ahora.Encontrarme al aire libre, alzar la cabeza hacia elinmenso cielo azul y acabar con la mirada perdi-da en el infinito.

Míster Blank deja de leer. El miedo da paso ala confusión, y aunque ha comprendido hasta la última palabra de lo que lleva leído, no sabecómo interpretarlo. ¿Se trata efectivamente de uninforme, se pregunta, y qué es ese sitio llamadoConfederación, con su guarnición de Ultima ysus misteriosos Territorios Distantes? ¿Y por quéle da la impresión de que se trata de un texto es-crito en el siglo XIX? Míster Blank es muy cons-ciente de que la cabeza no le funciona muy bien,de que ignora completamente dónde se encuen-

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tra y por qué lo han llevado allí, pero casi contoda seguridad sabe que el momento actual pue-de situarse a comienzos del siglo XXI y que vive enun país llamado Estados Unidos de América. Eseúltimo pensamiento le trae a la memoria la ven-tana o, para ser más precisos, la persiana, sobre laque han pegado un trozo de cinta blanca con lapalabra PERSIANA. Afirmando las plantas de lospies en el suelo y apoyándose con los codos en losbrazos del sillón de cuero, da un giro a la derechade entre noventa y cien grados para situarse fren-te a la persiana; porque la butaca no sólo está do-tada de la capacidad de balancearse hacia atrás yhacia delante, sino que también puede moverseen círculo. Ese descubrimiento le resulta tan agra-dable que olvida por un instante por qué queríamirar la persiana, regocijándose en cambio en esacaracterística del sillón, hasta ahora desconocida.Lo hace girar una vez, luego dos, después tres, yentonces recuerda que de niño iba a la peluqueríay Rocco, el peluquero, antes y después de cortar-le el pelo, le daba unas vueltas en el sillón exacta-mente como él hacía ahora. Afortunadamente,cuando Míster Blank queda de nuevo inmóvil, elsillón acaba más o menos en la misma posiciónque antes de empezar a moverse, lo que significaque está otra vez frente a la persiana, y una vezmás, después de aquel placentero interludio, se

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pregunta si no debería acercarse, levantarla, yechar una mirada al exterior para ver dónde está.A lo mejor se lo han llevado de Estados Unidos,dice para sus adentros, y se encuentra en otropaís, secuestrado en plena noche por agentes se-cretos al servicio de una potencia extranjera.

Con la triple rotación en la butaca se ha que-dado, sin embargo, algo mareado, por lo que va-cila en moverse del sitio, temiendo la repeticióndel episodio que hace unos minutos lo ha obliga-do a cruzar la habitación a gatas. Lo que en esemomento aún no sabe es que, además de ofrecerla posibilidad de mecerse de atrás hacia delante ygirar en círculo, el sillón también está provisto decuatro pequeñas ruedas, por medio de las cualespuede desplazarse por el cuarto y llegar a la ven-tana sin necesidad de levantarse del asiento. Aldesconocer que tiene a su alcance otros medios depropulsión aparte de sus piernas, Míster Blank sequeda donde está, sentado en la butaca de espal-das al escritorio, con la vista fija en la persiana,blanca en otro tiempo pero amarillenta ahora, in-tentando recordar su conversación de la tarde an-terior con James P. Flood, el antiguo policía. Bus-ca una imagen en su memoria, un indicio que ledescubra el aspecto de ese hombre, pero en vez deevocar una clara representación visual, su mentese inunda de una paralizante sensación de culpa.

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Sin embargo, antes de que ese nuevo acceso detormento y horror se convierta en verdadero pá-nico, llaman a la puerta y, acto seguido, MísterBlank oye el ruido de una llave girando en la ce-rradura. ¿Significa eso que está encerrado en lahabitación, sin poder salir salvo por la gentileza ybenevolencia de otras personas? No necesaria-mente. Puede que Míster Blank haya cerrado lapuerta por dentro y que ahora quien desee entraren la habitación tenga que utilizar la llave, evi-tándole así la molestia de tener que levantarse yabrir personalmente.

En cualquier caso, ahora se abre la puerta yentra una mujer menuda de edad indeterminada;entre los cuarenta y cinco y los sesenta años, pien-sa Míster Blank, aunque es difícil saberlo con se-guridad. Tiene el pelo entrecano y lo lleva corto,viste pantalones azul oscuro y blusa de algodónde un azul más claro, y lo primero que hace al en-trar es sonreír a Míster Blank. La sonrisa, que pa-rece combinar ternura y afecto, destierra sus mie-dos y le infunde un estado de calma y serenidad.No sabe quién es, pero de todos modos se alegramucho de verla.

¿Ha dormido bien?, pregunta la mujer.Pues no sé, contesta Míster Blank. Si quiere

que le diga la verdad, no recuerdo si he dormidoo no.

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Eso está bien. Significa que el tratamiento daresultado.

En lugar de hacer algún comentario sobre esaenigmática afirmación, Míster Blank estudia ensilencio a la mujer durante unos momentos, lue-go pregunta:

Disculpe mi torpeza, pero por casualidad nose llamará usted Anna, ¿verdad?

Una vez más, la mujer le dirige una sonrisatierna y afectuosa.

Me alegro de que se haya acordado. Ayer noera capaz de recordarlo.

Súbitamente perplejo y nervioso, MísterBlank da media vuelta en el sillón, se coloca fren-te al escritorio y saca el retrato de la joven de en-tre el montón de fotografías en blanco y negro.Antes de que pueda volverse de nuevo para mirara la mujer que atiende al nombre de Anna, se laencuentra a su lado con la mano suavemente po-sada en su hombro derecho, contemplando a suvez la fotografía.

Si usted se llama Anna, dice Míster Blank,con la voz trémula de emoción, entonces ¿quiénes ésta? También es Anna, ¿verdad?

Sí, contesta la mujer, examinando atentamen-te el retrato, como si recordara algo con sentimien-tos encontrados de repulsión y nostalgia. Ésta esAnna. Y yo también soy Anna. Ésa es una foto mía.

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Pero..., tartamudea Míster Blank, pero la chi-ca de la foto es joven. Y usted..., usted tiene el pelocano.

El tiempo, Míster Blank, responde Anna.Comprende usted el significado del tiempo, ¿noes así? Ésa soy yo, hace treinta y cinco años.

Antes de que Míster Blank tenga ocasión decontestar, Anna vuelve a poner el retrato de cuan-do era joven entre el montón de fotografías.

Se le está enfriando el desayuno, le advierte,y sin decir una palabra más sale de la habitación,pero sólo para volver un momento después, tra-yendo un carrito de acero inoxidable con unabandeja de comida que coloca al lado de la cama.

El desayuno consiste en un zumo de naranja,una tostada con mantequilla, dos huevos escalfa-dos en un pequeño tazón blanco y una tetera conté Earl Grey. A su debido tiempo, Anna ayudaráa Míster Blank a levantarse del sillón y lo condu-cirá hacia la cama, pero antes le da un vaso deagua y tres pastillas: una verde, otra blanca y otramorada.

¿Qué es lo que me pasa?, pregunta MísterBlank. ¿Estoy enfermo?

No, en absoluto, contesta Anna. Las pastillasforman parte del tratamiento.

Me parece que no estoy enfermo. Un pococansado y aturdido, quizás, pero aparte de eso no

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me siento mal. Teniendo en cuenta mi edad, meencuentro bastante bien.

Tómese las pastillas, Míster Blank. Luego po-drá desayunar. Seguro que tiene mucha hambre.

Pero no quiero las pastillas, contesta él, resis-tiéndose tenazmente. Si no estoy enfermo, no voya tragarme esas asquerosas pastillas.

En vez de replicarle bruscamente después desu grosera y áspera contestación, Anna se agachay lo besa en la frente.

Querido Míster Blank, le dice. Sé cómo sesiente, pero ha prometido tomarse las pastillas to-dos los días. En eso quedamos. Si no se las toma,el tratamiento no servirá de nada.

¿Que lo he prometido?, protesta el anciano.¿Y cómo sé que es verdad?

Porque se lo digo yo, Anna, y yo nunca lementiría. Le tengo demasido cariño para andar-me con embustes.

La mención de la palabra cariño ablanda laintransigencia de Míster Blank, y en un impulsodecide volverse atrás.

Está bien, accede. Me tomaré las pastillas.Pero sólo si me da otro beso. ¿De acuerdo? Y estavez ha de ser un beso de verdad. En la boca.

Anna sonríe, se inclina de nuevo y le da unbeso en los labios. Como la presión dura sus bue-nos tres segundos, puede considerarse que es algo

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más que un simple ósculo, y aunque no ha habi-do lengua de por medio, ese íntimo contactohace que Míster Blank sienta que un hormigueode excitación le corre por todo el cuerpo. Cuan-do Anna se incorpora, ya ha empezado a tomarselas pastillas.

Ahora están sentados uno junto a otro al bor-de de la cama. Tienen delante el carrito del desa-yuno, y mientras Míster Blank se bebe el zumo denaranja, da un bocado a la tostada y toma unprimer sorbo de té, Anna le pasa suavemente lamano izquierda por la espalda, tarareando unacanción que él no consigue identificar pese a es-tar seguro de que la conoce, o de que en otrotiempo le resultaba familiar. Luego empieza a ata-car los huevos escalfados, rasgando una de las ye-mas con la punta de la cuchara y recogiendo unapequeña porción de clara y yema en la parte hon-da del cubierto, pero al tratar de llevársela a laboca, se queda perplejo al descubrir que le tiem-bla la mano. No se trata de un ligero estremeci-miento, sino de un marcado y convulsivo tem-bleque que es incapaz de controlar. Cuando lacuchara se ha alejado quince centímetros del ta-zón, los espasmos son tan pronunciados que se leha caído la mayor parte de la mezcla blanca yamarilla, salpicando la bandeja.

¿Quiere que le dé de comer?, pregunta Anna.

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Pero ¿qué me pasa?No es nada, no se preocupe, le dice ella, dán-

dole unas palmaditas en la espalda para tranquili-zarlo. Una reacción natural a las pastillas. Se lepasará dentro de un momento.

Vaya tratamiento que me han preparado us-tedes, murmura Míster Blank en tono sombrío,compadeciéndose de sí mismo.

Es por su bien, le asegura Anna. Y no va a du-rar toda la vida. Créame.

De modo que Míster Blank deja que Anna ledé de comer, y mientras ella se dedica paciente-mente a darle a cucharaditas los huevos escalfa-dos, a llevarle a los labios la taza de té y a lim-piarle la boca con una servilleta de papel, elanciano empieza a pensar que Anna no es unamujer sino un ángel, o, si se prefiere, un ángel enforma de mujer.

¿Por qué es usted tan amable conmigo?, lepregunta.

Porque le quiero, contesta Anna. Así de sen-cillo.

Ahora que se ha terminado el desayuno, llegael momento de las excreciones y abluciones, y deponerse la ropa después. Anna aparta el carrito dela cama y extiende la mano hacia Míster Blankpara ayudarlo a levantarse. Lleno de asombro, elanciano se encuentra frente a una puerta que has-

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ta ahora le ha pasado inadvertida, y en cuyo pa-nel hay otra tira de cinta adhesiva blanca, marca-da con la palabra BAÑO. Se pregunta cómo no laha visto antes, ya que sólo está a unos pasos de lacama, pero, como bien sabe el lector, MísterBlank se pasa la mayor parte del tiempo con lacabeza en otra parte, perdido en un nebuloso te-rritorio de seres fantasmales y recuerdos fragmen-tarios mientras busca una respuesta a la preguntaque lo atormenta.

¿Tiene que ir?, pregunta Anna.¿Ir?, contesta él. ¿Adónde?Al cuarto de baño. ¿Necesita ir al retrete?Ah. El retrete. Sí. Ahora que lo menciona,

creo que sería buena idea.¿Quiere que lo ayude, o puede arreglárselas

solo?No estoy seguro. Déjeme probar, a ver qué

pasa.Anna gira el pomo de porcelana blanco, y la

puerta se abre. Cuando Míster Blank, arrastrandolos pies, entra en la pequeña estancia blanca, sinventanas, con suelo de baldosas negras y blancas,Anna cierra la puerta tras él y, durante unos mo-mentos, el anciano permanece allí parado, miran-do la inmaculada taza del retrete al fondo, sin-tiendo de pronto que le falta algo, suspirando porestar de nuevo con aquella mujer. Finalmente,

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murmura para sí: Domínate, viejo. Te estás por-tando como un crío. Sin embargo, mientras se di-rige lentamente al retrete y empieza a bajarse lospantalones del pijama, siente unas ansias inconte-nibles de echarse a llorar.

Los pantalones se le caen a los tobillos; sesienta en la taza del retrete; su vejiga y sus intesti-nos se preparan para evacuar los líquidos y sólidosacumulados. Del pene le fluye orina, del ano se ledesliza primero una deposición y luego otra,y le sienta tan bien relajarse de esa manera que seolvida de la tristeza que lo ha invadido momen-tos antes. Claro que puede arreglárselas solo, dicepara sus adentros. Lleva haciéndolo desde que eraun crío, y en lo que se refiere a mear y cagar, estan capaz como cualquier otra persona en elmundo. Y no sólo eso, sino que también es un ex-perto en limpiarse el culo.

Dejemos que Míster Blank tenga su pequeñomomento de orgullo, porque a pesar de que hayalogrado llevar a buen término la primera parte dela operación, la segunda no le sale tan bien. Ex-perimenta cierta dificultad para levantarse delasiento y tirar de la cadena, pero cuando lo con-sigue se da cuenta de que, como tiene los panta-lones del pijama en torno a los tobillos, para po-nérselos debe, o bien agacharse, o ponerse encuclillas y cogerlos por la cintura con ambas ma-

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nos. Ninguno de esos dos ejercicios le parece hoyespecialmente agradable, pero el que en ciertomodo le da más miedo es el de agacharse, porquesabe que al bajar la cabeza puede perder el equi-librio, y si efectivamente llega a perderlo, temecaerse al suelo y romperse la crisma contra las bal-dosas negras y blancas. Por tanto concluye queponerse en cuclillas constituye el mal menor,aunque está lejos de confiar en que sus rodillassoporten la tensión a que van a verse someti-das. Nunca sabremos si aguantarán o no. Alerta-da por el sonido de la cisterna, Anna, suponien-do sin duda que Míster Blank ha concluido susquehaceres, abre la puerta y entra en el cuarto debaño.

Cabría pensar que a Míster Blank le daríaapuro encontrarse en situación tan comprometi-da (allí de pie, con los pantalones bajados, el penefláccido, colgando entre sus escuálidas piernas),pero no es así. Delante de Anna, Míster Blank noadopta una actitud de falsa modestia. En todocaso, se alegra mucho de que vea todo lo que hayque ver, y en vez de ponerse apresuradamente encuclillas para luego incorporarse con los pantalo-nes puestos, empieza a desabrocharse los botonesde la chaqueta del pijama con idea de quitárselatambién.

Me gustaría lavarme ahora, dice.

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¿Quiere meterse en la bañera, pregunta ella, osólo que le pase la esponja?

Lo mismo da. Decida usted.Anna mira su reloj y dice:Sólo pasarle la esponja, supongo. Se me está

haciendo un poco tarde, y todavía tengo que ves-tirlo y hacer la cama.

Para entonces, Míster Blank se ha quitado lachaqueta y los pantalones del pijama así como laschancletas. Impertérrita ante la visión del cuerpodesnudo del anciano, Anna se acerca a la taza delretrete y baja la tapa, sobre la que da un par depalmaditas como invitando a sentarse a MísterBlank. Así lo hace el anciano, y Anna se sientajunto a él en el borde de la bañera, abre el aguacaliente y pone bajo el grifo una manopla blancapara que se empape.

En cuanto Anna le empieza a pasar el pañocaliente y húmedo por el cuerpo, Míster Blankcae en un trance de lánguida sumisión, deleitán-dose al sentir las suaves manos sobre su piel. Ellaempieza por arriba y va bajando despacio, laván-dole las orejas por dentro y por fuera, el cuellopor delante y por detrás, haciendo que se vuelvaun poco sobre el asiento con objeto de pasarle lamanopla por la espalda en sentido longitudinal, yluego otra vez en dirección contraria para repetirla misma operación por el pecho, deteniéndose

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cada quince segundos o así a fin de poner la ma-nopla bajo el grifo, añadiéndole jabón unas vecesy escurriéndola otras, en función de si va a lavar-le una parte concreta del cuerpo o a quitarle es-puma de una zona que acaba de enjabonar. Mís-ter Blank cierra los ojos, la cabeza súbitamentevacía de los terrores y seres espectrales que lo hanatormentado desde el primer párrafo del presenteinforme. Para cuando la manopla desciende sobresu vientre, el pene le ha empezado a cambiar deforma, creciendo en tamaño y grosor y ponién-dose parcialmente erecto, y Míster Blank se ma-ravilla de que incluso a su avanzada edad elmiembro siga manteniendo el comportamientode siempre, manifestando la misma disposicióndesde su ya remota adolescencia. Desde entonceshan cambiado mucho las cosas, pero eso no, des-de luego que no, y ahora que Anna ha puesto lamanopla en contacto directo con esa parte de sucuerpo, lo siente endurecerse y llegar a su máxi-ma extensión, y mientras ella sigue frotando y pa-sándole el paño empapado de agua jabonosa, ape-nas puede contenerse para no dar un grito ysuplicarle que termine de una vez la faena.

Hoy estamos un poco retozones, Míster Blank,observa Anna.

Eso me temo, murmura él con los ojos aúncerrados. No puedo evitarlo.

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Cualquiera que estuviese en su lugar, se sen-tiría muy orgulloso. No todos los hombres de suedad siguen..., siguen siendo capaces de esto.

El caso es que no tiene nada que ver conmi-go. Ese aparato parece que tiene vida propia.

De pronto, la manopla se traslada a su piernaderecha. Antes de que Míster Blank pueda acusarsu decepción, siente que la mano de Anna em-pieza a deslizarse a lo largo de su pene, en plenaerección y bien lubricado. Ella continúa pasándo-le el paño con la mano derecha, pero emplea la iz-quierda en esa otra tarea, y en el mismo momen-to en que sucumbe a los expertos cuidados de esamano izquierda, Míster Blank se pregunta lo queha hecho para merecer tan generosa atención.

Jadea cuando le brota el semen con fuerza, ysólo entonces, una vez concluido el acto, abre losojos y se vuelve hacia Anna. Ya no está sentada alborde de la bañera sino arrodillada en el suelofrente a él, limpiando la eyaculación con la ma-nopla. Tiene la cabeza inclinada, por lo que nopuede verle los ojos, pero de todos modos se echahacia delante y le acaricia la mejilla izquierda conla mano derecha. Anna levanta entonces la cabe-za, y cuando sus miradas se encuentran ella le di-rige otra de sus tiernas y afectuosas sonrisas.

Eres muy buena conmigo, le dice.Quiero que sea feliz, contesta ella. Está pa-

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sando una mala época, y si puede procurarse al-gún momento de placer entre todo esto, me ale-gro de poder ayudarlo.

Yo te he hecho algo horrible. No sé de qué setrata, pero es algo horroroso..., incalificable...,que no tiene perdón. Y ahí estás, cuidando de mícomo una santa.

No fue culpa suya. Usted hizo lo que teníaque hacer, y no puedo reprochárselo.

Pero lo pasaste mal. Te hice sufrir, ¿verdad?Sí, mucho. Casi no sobreviví.¿Qué es lo que hice?Me envió a un lugar lleno de peligros, donde

reinaba la desesperación, un sitio de muerte ydestrucción.

¿De qué se trataba? ¿Una especie de misión?Creo que podría llamársele así.Eras joven entonces, ¿verdad? La chica de la

foto.Sí.Qué guapa eras, Anna. Ahora tienes ya cierta

edad, pero me sigues pareciendo preciosa. Casiperfecta, no sé cómo decirte.

No es preciso exagerar, Míster Blank.No exagero. Si me dijeran que tengo que es-

tar mirándote las veinticuatro horas del día du-rante el resto de mi vida, no pondría objeción al-guna.

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Una vez más, Anna sonríe, y otra vez le aca-ricia Míster Blank la mejilla izquierda con lamano derecha.

¿Cuánto tiempo estuviste en ese sitio?, le pre-gunta.

Unos años. Mucho más de lo que esperaba.Pero lograste salir de allí.Con el tiempo, sí.Me siento muy avergonzado.No tiene por qué. El caso es, Míster Blank,

que sin usted yo no sería nadie.Pero aun así...Nada de peros. Usted no es como los demás.

Ha sacrificado su vida por una causa importante,y sea lo que sea lo que haya hecho o dejado de ha-cer, no habrá sido por motivos egoístas.

¿Has estado enamorada alguna vez, Anna?Varias veces.¿Estás casada?Lo estuve.¿Ya no?Mi marido murió hace tres años.¿Cómo se llamaba?David. David Zimmer.¿Qué pasó?Padecía del corazón.También soy yo el causante de eso, ¿verdad?En realidad, no... Sólo indirectamente.

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Lo lamento mucho.No lo sienta. Para empezar, de no haber sido

por usted no habría conocido a David. Créame,Míster Blank, no es culpa suya. Usted hace lo quetiene que hacer, y luego ocurren cosas. Buenas ymalas, indistintamente. Así es como tiene que ser.Nosotros podremos ser los que sufren, pero siem-pre habrá un motivo, una buena razón, y el quese queje es que no entiende lo que significa estarvivo.

Cabe observar que hay otra cámara y otromagnetófono instalados en el techo del cuarto debaño, lo que posibilita la grabación de todo loque ocurra en ese espacio, y como la palabra todoes un término absoluto, la transcripción del diá-logo entre Anna y Míster Blank puede compro-barse hasta el último detalle.

El lavado con la manopla dura varios minu-tos más, y cuando Anna ha terminado de enjabo-nar y aclarar las restantes zonas del cuerpo deMíster Blank (piernas, por delante y por detrás;pies, tobillos y dedos; brazos, manos y dedos; es-croto, nalgas y ano), se levanta, coge un albornoznegro de una percha en la puerta y ayuda a Mís-ter Blank a ponérselo. Luego recoge el pijamaazul con rayas amarillas y vuelve a la habitación,

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asegurándose de que deja la puerta abierta. Mien-tras Míster Blank se queda de pie frente al pe-queño espejo del lavabo afeitándose con una má-quina eléctrica que funciona con pilas (porrazones evidentes, las tradicionales navajas deafeitar están prohibidas), Anna dobla el pijama,hace la cama y abre el armario para elegir la ropaque Míster Blank tendrá que ponerse ese día. Semueve con rapidez y precisión, como intentandorecuperar el tiempo perdido. Lleva a término esastareas a tal velocidad que cuando Míster Blankacaba de afeitarse, su ropa ya está dispuesta sobrela cama. Sin haber olvidado su conversación conJames P. Flood y la referencia a la palabra arma-rio, el anciano albergaba la esperanza de sorpren-der a Anna en el momento de abrir la puerta delropero, si es que había alguno, para saber dóndeestaba situado. Ahora, mientras recorre la habita-ción con los ojos, no ve señales del armario, conlo que queda sin resolver otro misterio.

Naturalmente, podría preguntar por él aAnna, pero en cuanto la ve, sentada en la cama ysonriéndole, se emociona tanto al encontrarseotra vez en su presencia que la cuestión se le va dela cabeza.

Ya empiezo a acordarme de ti, anuncia. No detodo, sólo de momentos fugaces, retazos aislados.Yo era muy joven la primera vez que te vi, ¿verdad?

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Unos veintiún años, calculo, confirma Anna.Pero te perdía continuamente de vista. Esta-

bas conmigo una temporada, y luego te esfuma-bas. Pasaba un año, dos, cuatro años, y entoncesvolvías a aparecer de pronto.

Usted no sabía qué hacer conmigo, por esoera. Tardó mucho en decidirse.

Y entonces te envié a tu..., tu misión. Recuer-do que tenía miedo por ti. Pero en aquellos tiem-pos eras una verdadera luchadora, ¿no es cierto?

Una chica fuerte y combativa, Míster Blank.Exactamente. Y eso es lo que me daba espe-

ranza. Si no hubieras sido una persona de recur-sos, no lo habrías conseguido.

Deje que lo ayude a vestirse, le interrumpeAnna, echando una mirada al reloj. El tiempo si-gue su marcha.

La palabra marcha induce a Míster Blank apensar en sus anteriores mareos y problemas paracaminar, pero ahora, mientras recorre la corta dis-tancia que separa el baño de la cama, se sientemás seguro al comprobar que tiene la cabeza des-pejada y no corre peligro de caerse al suelo. Sinnada en que sustentar la hipótesis, atribuye esamejora a la bondadosa Anna, al mero hecho deque desde hace veinte o treinta minutos está a sulado, irradiando el cariño que tan desesperada-mente ansía.

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Resulta que la ropa es toda blanca: pantalo-nes de algodón, camisa con botones en el cuello,calzoncillos, calcetines de nailon y zapatillas dedeporte. Todo blanco.

Extraña elección, observa Míster Blank. Mevoy a parecer al simpático heladero.1

Ha sido una petición especial, explica Anna.De Peter Stillman. No el padre, el hijo. PeterStillman, hijo.

¿Quién es ése?¿No se acuerda?Me temo que no.Es otro de sus agentes. Cuando le encargó su

misión, tuvo que vestirse todo de blanco.¿A cuántos he enviado de misión?A centenares, Míster Blank. Ni siquiera pue-

do hacer un cálculo.Bueno. Sigamos con lo nuestro. Supongo que

da lo mismo.Sin más, se desata el cinturón y deja que el al-

bornoz caiga al suelo. Una vez más, está desnudodelante de Anna, sin sentir el más leve asomo devergüenza o modestia. Agachando la cabeza y se-ñalándose el pene, dice:

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1. Alusión a The Good Humor Man, película dirigi-da por Lloyd Bacon en 1950 cuyo protagonista es un ri-sueño vendedor de helados vestido de blanco. (N. del T.)

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Fíjate lo pequeño que está. Don Importanteya no tiene tantas ínfulas, ¿eh?

Anna sonríe y luego da unas palmaditas sobrela cama, indicándole que se siente a su lado. Alsentarse, Míster Blank se encuentra transportadouna vez más a su primera infancia, a la época deWhitey, el caballito de madera, y a sus largos via-jes con él por los desiertos y montañas del LejanoOeste. Piensa en su madre y en cómo lo vestía,casi de la misma manera, en su habitación delpiso de arriba, con el sol matinal entrando por lasrendijas de las persianas, y entonces, dándosecuenta de que su madre está muerta, de que pro-bablemente ha fallecido hace mucho, se preguntasi en cierto modo, a pesar de que ya sea un ancia-no, Anna no se habrá convertido en una nuevamadre para él, pues si no, ¿por qué iba a encon-trarse tan a gusto con ella, cuando suele ser tan tí-mido y sentir tanta vergüenza de que lo vean des-nudo?

Anna baja de la cama y se coloca en cuclillasfrente a Míster Blank. Empieza con los calcetines,poniéndole primero el izquierdo y luego el dere-cho, sigue después con los calzoncillos, subiéndo-selos por las piernas, y cuando él se incorporapara que pueda pasárselos hasta la cintura, desa-parece de la vista el otrora Don Importante, quesin duda resurgirá de nuevo para afirmar su do-

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minio sobre Míster Blank antes de que pasen mu-chas horas.

Se sienta en la cama por segunda vez, y se re-pite la misma operación con los pantalones. Alsentarse por tercera vez, Anna le calza las zapati-llas de deporte, primero la izquierda, luego la de-recha, e inmediatamente empieza a atarle los cor-dones, primero en el pie izquierdo, luego en elderecho. Y después se incorpora de su posición encuclillas y se sienta en la cama junto a él para ayu-darlo con la camisa, guiándolo primero para queintroduzca el brazo izquierdo por la manga iz-quierda, luego el derecho por la manga derecha yabrochándole por último los botones del cuello, ydurante toda esa lenta y laboriosa operación,Míster Blank tiene la cabeza en otra parte, en lahabitación que compartía con Whitey cuando eraniño, recordando cómo lo vestía su madre con lamisma cariñosa paciencia, tantísimos años antes,en los lejanos comienzos de su vida.

Anna se ha ido ya. El carrito de acero inoxi-dable ha desaparecido, la puerta está cerrada yMíster Blank se encuentra solo de nuevo en la ha-bitación. Las preguntas que pensaba formularle–relativas al armario, a si la puerta está cerradapor fuera o no, al texto mecanografiado sobre la

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extraña Confederación– han quedado todas en elaire, con lo que Míster Blank permanece tan a os-curas sobre lo que hace en ese sitio como antes deque llegara Anna. De momento, está sentado alborde de la estrecha cama, las manos apoyadas enlas rodillas, la cabeza gacha, mirando al suelo,pero pronto, en cuanto sienta la energía o la vo-luntad de hacerlo, se pondrá en pie y recorrerá denuevo el trayecto que lo separa del escritorio paraexaminar el montón de fotografías (si puede ar-marse de valor para volver a mirar esas imágenes)y proseguir la lectura del texto mecanografiadosobre el hombre encerrado en la estancia de Ulti-ma. Por ahora, sin embargo, no hace otra cosaque estar sentado en la cama y suspirar por Anna,deseando que vuelva a su lado, ansiando abrazar-la y apretarla contra su pecho.

Ya se ha puesto otra vez en pie. Intenta ir ha-cia el escritorio arrastrando los pies, pero olvidaque ya no lleva las chancletas, y la suela de gomade su zapatilla izquierda se adhiere al suelo de ma-dera: de forma tan brusca e imprevista que Mís-ter Blank pierde el equilibrio y a punto está de caerse. Coño, exclama, joder con las putas zapa-tillitas blancas. Siente el deseo de quitárselas yvolverse a poner las chancletas, pero son negras, y si lo hace, entonces ya no irá todo vestido deblanco, como Anna le ha pedido de manera ex-

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plícita: a solicitud de un tal Peter Stillman, hijo,quienquiera que sea ese individuo.

Míster Blank deja por tanto de caminarcomo solía hacer cuando llevaba las chancletas,sin levantar los pies del suelo, y se dirige al escri-torio con algo que parece un paso normal. Noapoyando primero el talón para luego impulsarsecon la puntera, como hacen las personas jóvenesy vigorosas, sino con un movimiento lento y pe-sado que implica alzar un pie seis o siete centí-metros, llevar la pierna correspondiente a dichopie aproximadamente veinticinco centímetroshacia delante, y luego plantar en el entarimado lasuela entera de la zapatilla, tacón y puntera a lavez. Hace una ligera pausa, y luego repite la ope-ración con el otro pie. Puede que no sean unosandares muy elegantes, pero bastan para su pro-pósito, y no tarda mucho en hallarse frente al es-critorio.

El sillón está metido hacia dentro, lo que sig-nifica que, para sentarse, se ve obligado a sacarlo.Y entonces por fin descubre que está provisto deruedas, porque en vez de salir a rastras, tal comoespera, la butaca se desliza suavemente, sin apenasesfuerzo por su parte. Míster Blank se sienta, sor-prendido de que se le haya pasado por alto ese de-talle durante su primer contacto con el escritorio.Apoya los pies en el suelo, da un ligero impulso y

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se desplaza hacia atrás, cubriendo una distanciade metro o metro y medio. Lo considera un des-cubrimiento importante, pues por agradable quesea balancearse de atrás hacia delante y dar vuel-tas en círculo, el hecho de que el sillón puedamoverse por todo el cuarto tiene en potencia ungran valor terapéutico; por ejemplo, cuando se lecansen mucho las piernas, o cuando note que leva a dar otro de esos mareos. En tales ocasiones,en vez de tener que levantarse y echar a andar, po-drá servirse del sillón para desplazarse de un sitioa otro en posición sentada, reservando así suenergía para asuntos más urgentes. Se siente re-confortado por esa idea, y sin embargo, mientrasvuelve lentamente con el sillón al escritorio, laaplastante sensación de culpa que en gran medi-da ha desaparecido durante la visita de Anna rea-parece súbitamente, y cuando llega a la mesacomprende que la causa de esos pensamientosopresivos está allí mismo; no en el escritorio encuanto tal, quizás, sino en las fotografías y docu-mentos apilados sobre el tablero, que sin dudacontienen la respuesta a la pregunta que lo ator-menta. Porque de ellos emana su angustia, y auncuando sería bastante sencillo volver a la cama yolvidarlos, se siente obligado a proseguir sus in-dagaciones, por tortuosas y desagradables quepuedan resultar.

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Baja la cabeza y se fija en un cuaderno y unbolígrafo: objetos que, si la memoria no le falla,no estaban allí la última vez que se sentó delantede la mesa. No importa, dice para sí, y sin pen-sarlo dos veces coge el bolígrafo con la mano de-recha y abre el cuaderno por la primera páginacon la izquierda. Con objeto de no olvidar nadade lo que ha ocurrido durante el día hasta el mo-mento –porque Míster Blank es bastante desme-moriado–, escribe la siguiente lista de nombres:

James P. FloodAnnaDavid ZimmerPeter Stillman, hijoPeter Stillman, padre

Una vez realizada esa pequeña tarea, cierra elcuaderno, deja el bolígrafo, y los pone a un lado.Entonces, al alargar el brazo hacia el último mon-tón a la izquierda, descubre que las primeras ho-jas, quizás unas veinte o veinticinco en total, es-tán grapadas, y cuando se las pone delante, se dacuenta además de que se trata del texto mecano-grafiado que estaba leyendo antes de la llegada deAnna. Supone que ha sido ella quien las ha gra-pado –para facilitarle las cosas– y viendo que eltexto no es muy largo, se pregunta si tendrá tiem-

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po de terminarlo antes de que James P. Flood lla-me a la puerta.

Vuelve al cuarto párrafo de la segunda páginay empieza a leer:

En los últimos cuarenta días, no me han pe-gado, y ni el Coronel ni ningún miembro de suEstado Mayor se han asomado por aquí. La úni-ca persona que he visto es el sargento que me traela comida y me cambia el cubo de los excremen-tos. Intento comportarme con él de manera ci-vilizada, haciendo siempre alguna pequeña ob-servación cuando entra, pero al parecer tieneórdenes de guardar silencio, y nunca he podidosacar una sola palabra a ese gigante de uniformemarrón. Entonces, hace menos de una hora, haocurrido un acontecimiento extraordinario. Elsargento abrió la puerta, y entraron dos jóvenessoldados llevando una pequeña mesa de madera yuna silla de respaldo recto. Las dejaron en el cen-tro de la estancia, y entonces pasó el sargento ycolocó un grueso montón de papel blanco sobrela mesa junto con un tintero y una pluma.

–Se le permite escribir –anunció.–¿Es una forma de entablar conversación –le

pregunté–, o me está dando una orden?–El Coronel dice que se le permite escribir.

Puede interpretarlo como le dé la gana.–¿Y qué pasará si no quiero escribir?

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–Es usted libre de hacer lo que se le antoje,pero el Coronel dice que no es probable que al-guien que se encuentre en su situación desperdi-cie la oportunidad de defenderse por escrito.

–Supongo que piensa leer lo que escriba.–Sería una suposición lógica, sí.–¿Y después lo enviará a la capital?–No me ha dado explicaciones. Sólo ha di-

cho que se le permite escribir.–¿De cuánto tiempo dispongo?–No se ha mencionado esa cuestión.–¿Y si me quedo sin papel?–Se le proporcionará tanto papel y tinta

como necesite. El Coronel insistió en que se lo di-jera.

–Dé las gracias al Coronel de mi parte, y dí-gale que comprendo sus intenciones. Me estádando una oportunidad de mentir sobre lo suce-dido para ver si puedo salvar el pellejo. Es muyconsiderado de su parte. Dígale, por favor, que leagradezco el gesto.

–Le transmitiré su mensaje.–Gracias. Ahora déjeme en paz. Si el Coronel

quiere que escriba, escribiré, pero para eso tengoque estar solo.

Sólo eran conjeturas, desde luego. Lo ciertoes que no tengo idea de cuáles son los motivos delCoronel. Me gustaría pensar que ha empezado a

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compadecerse de mí, pero dudo que sea tan sen-cillo. De Vega no es una persona proclive a lacompasión, y si de pronto quiere hacerme la vidamás llevadera, darme papel y pluma es desde lue-go una extraña manera de conseguirlo. Si le en-tregara un manuscrito plagado de embustes le es-taría bien empleado, pero no puede esperar quevaya a cambiar mi historia a estas alturas. Ya haintentado varias veces que me retractara, y si nolo he hecho cuando estuvieron a punto de matar-me a palos, ¿por qué iba a hacerlo ahora? En rea-lidad no es más que una medida de precaución,creo yo, una manera de curarse en salud. Dema-siada gente sabe que me encuentro aquí para queél me mande ejecutar sin juicio. Además, un pro-ceso es algo que deben evitar a toda costa; porquesi el asunto llega a los tribunales, todo esto pasa-rá a ser del dominio público. Al permitir queponga mi historia por escrito, lo que el Coronelpretende es recopilar pruebas, evidencias irrefuta-bles que justifiquen cualquier medida que decidatomar contra mí. Supongamos, por ejemplo, quesigue adelante y ordena fusilarme sin juicio. Unavez que el mando militar en la capital se entere demi muerte, se verá obligado legalmente a poneren marcha una investigación oficial, pero en esemomento el Coronel sólo tendrá que entregar laspáginas que yo haya escrito, y quedará exonerado.

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Sin duda lo premiarán con una medalla por ha-ber resuelto el problema tan hábilmente. Puedeque, en realidad, ya disponga de instruccionescon respecto a mí y que ahora yo esté escribiendoporque ellos le han ordenado ponerme una plu-ma en la mano. En circunstancias normales, unacarta tarda tres semanas en llegar de Ultima a lacapital. Si llevo mes y medio aquí, entonces talvez haya recibido hoy la respuesta. Que el traidorponga su historia por escrito, puede que le hayandicho, y luego tendremos vía libre para deshacer-nos de él como mejor convenga.

Ésa es una posibilidad. Aunque, por otrolado, a lo mejor estoy exagerando mi propia im-portancia, y el Coronel no tiene otra intenciónque la de jugar conmigo. ¿Quién sabe si no ha de-cidido entretenerse con el espectáculo de mi su-frimiento? En un pueblo como Ultima no abun-dan las distracciones, y a menos que se dispongade suficientes recursos para inventárselas unomismo, se puede perder fácilmente la cabeza deaburrimiento. Me imagino al Coronel leyendomis palabras a su amante, incorporados los dos enla cama por la noche y riéndose de mis breves ypatéticas frases. Qué divertido sería, ¿verdad?Qué pasatiempo tan agradable, qué regocijo tanperverso. Si le tengo lo bastante entretenido, qui-zás me deje seguir escribiendo para siempre, y

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poco a poco me iré convirtiendo en su bufón par-ticular, en un payaso que le describe una y otravez mis cómicos batacazos en inacabables rauda-les de tinta. Y aunque llegue un momento en quese canse de mis historias y mande fusilarme, elmanuscrito siempre permanecerá, ¿no es así? Éseserá su trofeo: otro cráneo que añadir a su colec-ción.

Sin embargo, me resulta difícil reprimir laalegría que siento en estos momentos. Cuales-quiera que sean los motivos del Coronel De Vega,por muchas trampas y humillaciones que me ten-ga reservadas, puedo afirmar sinceramente queme siento ahora más conforme conmigo mismoque en todo el tiempo que ha transcurrido desdemi detención. Estoy sentado a la mesa, escuchan-do el rasgueo de la pluma al deslizarse por la su-perficie del papel. Me detengo. Mojo la pluma enel tintero, veo cómo se van formando los negroscaracteres a medida que muevo la mano de iz-quierda a derecha. Llego al margen y vuelvo en-tonces al otro lado, y cuando los trazos empiezana difuminarse, alzo la pluma y la mojo de nuevoen el tintero. Y mientras voy bajando así por lapágina, cada grupo de signos forma un vocablo,cada término resuena en mi cabeza, y cada vezque escribo una palabra oigo el sonido de mi pro-pia voz, aunque no llegue a despegar los labios.

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En cuanto el sargento cerró la puerta, cogí lamesa y la llevé a la pared de la izquierda, colo-cándola justo debajo de la ventana. Luego volvípor la silla, la puse encima de la mesa, y me subí:primero a la mesa, luego a la silla. Quería ver si,agarrándome a los barrotes, podía levantarme apulso hasta la ventana y quedarme colgado lo su-ficiente para echar un vistazo al exterior. Por mu-cho que me esforzaba, sin embargo, siempre mefaltaba poco para alcanzar mi objetivo con laspuntas de los dedos. No queriendo cejar en elempeño, me quité la camisa y la lancé hacia laventana, con idea de introducirla entre los barro-tes para luego cogerme bien fuerte de las mangas,y de ese modo poder izarme. Pero la camisa noera lo bastante larga, y sin una herramienta decualquier tipo con que guiar el tejido entre los ba-rrotes metálicos (un palo, el mango de una esco-ba, incluso una ramita), no conseguía más queagitar la prenda de un lado a otro, como mos-trando una bandera blanca en señal de rendición.

Al final, más vale que todos esos sueños ha-yan quedado atrás. Si no puedo pasarme el tiem-po mirando por la ventana, entonces no tendrémás remedio que concentrarme en la tarea quetengo entre manos. Lo esencial es dejar de preo-cuparme por el Coronel, alejar de mi mente cual-quier idea que pueda recordármelo y relatar los

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hechos tal como los he vivido. Lo que De Vegaresuelva hacer con el presente informe es estricta-mente cosa suya, y nada puedo hacer yo para in-fluir en su decisión. A lo único que puedo aspirares a contar la historia. Dada la gravedad de losacontecimientos que he de narrar, ya me esperanbastantes dificultades.

Míster Blank se detiene un momento paradescansar la vista, y pasándose los dedos por elpelo, se pregunta por el sentido de los párrafosque acaba de leer. Al pensar en el intento fallidodel narrador de subirse a la mesa y mirar por laventana, recuerda de pronto la de su propio cuar-to, o, para ser más precisos, la persiana que tapala ventana, y ahora que tiene el medio de despla-zarse sin necesidad de ponerse en pie, decide queha llegado el momento de levantarla y echar unvistazo al exterior. Si puede hacerse una idea de loque hay alrededor, quizás le venga algún recuerdoque le ayude a explicar lo que está haciendo enese cuarto; tal vez la simple visión de un árbol, lacornisa de un edificio o un retazo de cielo le faci-litará el dato preciso para comprender su situa-ción. Abandona temporalmente, por tanto, la lec-tura del texto mecanografiado para desplazarsehacia la pared donde está la ventana. Cuando lle-

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