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HISTÓRICAS PEQUEÑECESVERTIENTES NARRATIVAS EN RAMÓN LÓPEZ VELARDE

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JUAN VILLORO

Fotografía: Pablo La Rosa

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Juan Villoro

HISTÓRICAS PEQUEÑECES

VERTIENTES NARRATIVAS

EN RAMÓN LÓPEZ VELARDE

DISCURSO DE INGRESO(25 de febrero de 2014)

SALUTACIÓN

Manuel Peimbert

CONTESTACIÓN

Eduardo Matos Moctezuma

EL COLEGIO NACIONALMéxico, 2014

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Primera edición: 2014

D. R. © 2014. EL COLEGIO NACIONALLuis González Obregón núm. 23, Centro HistóricoC. P. 06020, México, D. F.Teléfonos 57 89 43 30 • 57 02 18 78 Fax 57 02 17 79

Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in Mexico

Correo electrónico:[email protected]ágina:http://www.colegionacional.org.mx.

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PALABRAS DE SALUTACIÓN Y BIENVENIDA

Manuel Peimbert Sierra

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COLEGAS DE EL COLEGIO NACIONALSEÑORAS, SEÑORESBIENVENIDOS TODOS

Le tocaba presidir esta reunión al poetaJosé Emilio Pacheco, quien por desgraciaya no está con nosotros. Soy Manuel Peim -bert, presidente en turno de El Cole gioNacional.Es para mí un honor dar la bienvenida

a esta Casa al maestro Juan Villoro. Meacompaña en la mesa el maestro EduardoMatos Moctezuma, quien dará respuesta asu discurso de ingreso.El maestro Villoro ha publicado 34 libros,

un buen número de los cuales ha sido tra-ducido al francés, al alemán, al italiano y al

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portugués. A su vez, él ha traducido delalemán y del inglés una docena de obras,incluyendo El general de Graham Greene,Un árbol de noche de Truman Capote yAfo rismos de Lichtenberg.Ha obtenido más de una docena de

premios literarios, entre los que destacanel Premio Herralde por la novela El testigoen 2004, y el Premio Iberoamericano deLetras “José Donoso” por el conjunto de suobra en 2012.Como escritor, la obra de Juan Villoro

es multifacética y comprende —ademásde novela y traducción— crónica, ensayo,cine, teatro, radio, televisión, periodismode varia índole y narrativa infantil.Quiero poner de relieve su enorme ca -

pacidad para producir aforismos, como sedecía antes, o de twittear como se diceahora, basta ver el magistral uso que elmaestro Villoro hace de los 140 caracteresque el Twitter autoriza.También sobresale por su labor docen -

te en la Facultad de Filosofía y Letras dela UNAM y en otras universidades de Méxi -

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co, Estados Unidos y Europa. En 1995obtuvo el Premio Universidad Nacionalpara jóvenes académicos concedido por laUNAM. En abril de 2012 ocupó la Cátedra“Julio Cortázar”, fundada por Carlos Fuen -tes y Gabriel García Márquez en la Uni -ver si dad de Guadalajara.Ha colaborado en un sinnúmero de pu -

blicaciones periódicas, ha sido jurado dediversos premios, y quisiera mencionaruna actividad más que considero impor -tan te, la de promotor cultural: de 1983 a1984 fue Jefe de Actividades Culturales dela UAM Iztapalapa y en 2012 fue conductory guionista de la serie “Piedras que ha -blan” producida por el Instituto Nacio nalde Antropología e Historia y el Canal 22.Juan Villoro viene a sumarse a la ilustre

lista de otros escritores de la talla de Al fon -so Reyes, Enrique González Martínez yMa riano Azuela, miembros fundadores deEl Colegio Nacional, que a su vez prece -die ron a otros como Octavio Paz, CarlosFuentes y José Emilio Pacheco, por nom-brar a algunos.

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HISTÓRICAS PEQUEÑECESVERTIENTES NARRATIVAS

EN RAMÓN LÓPEZ VELARDE

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UN CLÁSICO REVISITADO

Muerto a los 33 años, Ramón López Velar -de ingresó de inmediato en la leyenda.José Vasconcelos, ministro de Educación,editó 60 mil ejemplares de la revista ElMaes tro con su poema “La suave Patria” yel presidente Álvaro Obregón decretó tresdías de luto cívico.

No hay nada más equívoco que un“poe ta nacional”, como se ha llamado aLópez Velarde. Nadie puede suplantar consus versos a un país. El autor de La san-gre devota ha contado con el dudoso pri-vilegio de representar las esquivas esen-cias vernáculas. También ha sido el poetamás y mejor leído de México, de la tem-

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prana interpretación de Xavier Villaurrutiaa las rigurosas ediciones preparadas porJosé Luis Martínez, pasando por los ensa -yos decisivos de Allen W. Phillips, MarthaCanfield, Octavio Paz, Gabriel Zaid y JoséEmilio Pacheco. Autores de mi generacióno cercanos a ella, como Luis Miguel Aguilar,Marco Antonio Campos, Guillermo Sheri -dan, David Huerta, Gonzalo Celorio, Vi -cen te Quirarte, Víctor Manuel Mendiola yEduar do Hurtado han contribuido a man-tener viva la flama de su poesía.

En 1946 afirmaba José Luis Martínez:

Todos coincidimos, caso excepcional en estepaís de díscolos, en la preferencia, en la adhe-sión y en el amor por la poesía y la prosa deLópez Velarde.

Desde entonces nada ha escapado a lapericia crítica. Se han discutido minuciascomo la referencia al “ala de mosca”, telatranslúcida ideal para el truco poético deocultar y revelar un cuerpo, y sus influen-

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cias han sido aclaradas; nuestro poeta des -ciende de Góngora, Valle-Inclán, Nervo,La forgue, Lugones, Othón, Rodenbach yBaudelaire. En un brillante ensayo, el es -cri tor potosino Luis Noyola Vázquez escla -reció las deudas de López Velarde con elespañol Andrés González Blanco, que en -tendió la provincia como un sitio abando -nado al que regresa la memoria adolorida:

aquella melancólicacapital de provinciadesoladamente burocrática.

En estos versos se insinúa la “tristezareaccionaria” del poeta mexicano.

Ramón Modesto López Velarde nacióen Jerez, Zacatecas, en 1888. Alcanzó lamadurez poética de 1908 a 1921, año desu muerte, lo cual significa que escribiódu rante la Revolución. Su acendrado cato -licismo no le impidió colaborar con Fran -cisco I. Madero. Esta militancia y su tardíopoema “La suave Patria” permitieron que

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fuera visto como un autor “nacionalista” eincluso “revolucionario”. No faltó quien leatribuyera fragmentos del Plan de San Luis.

López Velarde creía, para decirlo conpalabras de Enrique Krauze, en una “de -mo cracia sin adjetivos”. Apoyó a Madero,pero repudiaba la violencia y lanzó dardoscontra Zapata.

En junio de 1914, una división villistamató a Inocencio López Velarde, tío delpoeta y sacerdote en su bautizo. El asesi -nato reforzó su rechazo a la lucha arma-da. No sabemos cómo habría reaccionadoante la Guerra Cristera o ante el Méxicoja cobino y postrevolucionario.

En un ejercicio desmitificador, José Emi-lio Pacheco lo imagina favorecido por elpresidente Miguel Alemán, quien fue sualumno en la preparatoria, ocupando car-gos en la burocracia cultural, convertido enuna parda gloria oficialista. En ese mun doparalelo fabulado por Pacheco, el poetave nerado es Pedro Requena Lega rreta,quien murió a los 25 años y que hoy casinadie recuerda. Ignoramos lo que López

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Velarde habría hecho para consolidaro en torpecer su trayectoria con una vidadi latada.

La posteridad está hecha de malenten-didos y modifica la vida de sus favoritos.López Velarde es un personaje central delrelato de la modernidad mexicana. Vivióen crisis con su país, pero su destino fuesimilar al de José Guadalupe Posada. Elgrabador murió en el anonimato, sin sa berque era un artista. En forma póstuma, fueconvertido en precursor de una revoluciónen la que no creía. Su talento para trazarcuadros de costumbres y sintonizar con elhumor del pueblo, hizo que, por exten-sión, se asumiera que militaba en causasprogresistas. No fue así. Revolucio nó elgra bado sin compartir la ideología revolu-cionaria.

A diferencia de Posada, López Velardesí fue maderista, pero no creyó en las pro -mesas de los demás caudillos. Como haseñalado Gabriel Zaid, su nacionalismo esel del criollo que defiende la identidad

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ame nazada por la influencia norteameri-cana. No busca el pintoresquismo ni laaco razada permanencia de la tradición. Suestilo para buscar lo propio es audaz. Zaidresume esta tensión con una frase maes-tra: en López Velarde encontramos “lamala conciencia originalísima que exaltalos valores de una manera muy pocotradicional”. Al defender la costumbre, latransforma.

Octavio Paz precisó los límites del fer-vor patrio velardiano:

Su nacionalismo brota de su estética —y no a lainversa. Es parte de su amor a esa realidadque todos los días vemos con mirada desatentay que espera unos ojos que la salven. Su nacio -na lismo es un descubrimiento.

El cantor de “La suave Patria” recuperalo propio con el asombro sensorial dequien nunca lo ha visto. Como Quevedo,puede afirmar: “Nada me desengaña, elmundo me ha hechizado”.

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Las discusiones en torno a los dos li brosque publicó en vida (La sangre devota yZozobra) y a sus tres libros póstumos (Sondel corazón, El minutero y El don de fe -brero) han sido suficientes para mitificarloy desmitificarlo. “El muchacho de Zaca te -cas nos plantea, dentro de sus diez añosde ejercicio, más de mil referencias biblio -gráficas”, comentó Juan José Arreola.

De un poeta así queremos saberlo todo.Al respecto escribe Pacheco: “No nos bastacon tus poemas: queremos entrar a sacoen tus papeles privados, revisar tus sába -nas, descubrir tus huellas digitales, exhu -mar tu cuenta bancaria (tú ni siquiera lle-gaste a tenerla), tu historia clínica”. Y re -ma ta: “Has caído en manos de la policíajudicial literaria”.

Convertido en estatua, santo milagrero,calle y sitio web, López Velarde sirve depretexto para que un tequila se llameLa suave Patria y para que se bautice a lasniñas con el nombre de Fuensanta, su inal -canzable musa. Mártir cristiano, héroe cívi-

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co, leyenda digna de un corrido, el hom-bre que murió a la edad de Cristo se so -mete al fecundo placer de la lectura y alos equívocos de la adoración.

Por otra parte, se trata de un clásico“hacia dentro”, que rara vez rebasa nues-tras fronteras. Borges, Bioy Casares y Silvi -na Ocampo lo admiraron; Guillermo Sucre,Martha Canfield y Allen W. Philips le handedicado páginas notables, y Samuel Be -ckett lo tradujo, pero no deja de ser un au -tor que apenas se conoce fuera del país.

La mejor semblanza que le dedica unextranjero es ficticia. Pablo Neruda inven-tó que había vivido en la casa de los Ló -pez Velarde en Coyoacán:

[…] todos los salones estaban invadidos dealacranes, se desprendían las vigas atacadas poreficaces insectos y se hundían las duelas de lossuelos como si caminara por una selva hume -decida […]. La casa fantasmal conservaba aúnun retazo del antiguo parque, colosales palme -ras y ahuehuetes, una piscina barroca, cuyastrizaduras no permitían más agua que la de la

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luna, y por todas partes estatuas de náyades delaño 1910.

El poeta jerezano, que nunca compróuna casa, merecía el paraíso lunar que leimaginó Neruda.

Celebrado hasta la devoción en México,López Velarde aún depara zonas de miste-rio. Una de ellas es su influencia en la na -rra tiva.

LA POESÍA DE LA PROSA

Cuando un alumno de la Universidadde Cornell se acercaba a Vladimir Nabokoven busca de consejo para escribir una no -vela, el dramático emigrado ruso contesta-ba: “Lee poesía”.

La gran narrativa del siglo xx fue unaintensa aventura poética que llevó losnom bres de Jorge Luis Borges, WilliamFaulkner, Hermann Broch, Thomas Mann,Marcel Proust, James Joyce, Italo Svevo,

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Juan Carlos Onetti, Ramón María del Valle-Inclán, Vladimir Nabokov o Juan Rulfo.

En alemán, la palabra “Dichter” se refie -re a un poeta pero también a un narradorde envergadura. Goethe extendió su bús -que da poética a la novela entendida comouna forma absoluta e íntima del conoci -miento. No buscaba imitar los discursosde la ciencia o la filosofía, sino investigarlo real con los medios de los que sólodispone la literatura. En 1933, HermannBroch llamó a proseguir esta tarea en suensayo “La figura del mundo en la nove la”.Ahí exalta la condición polifónica de laprosa y la necesidad de ejercer una “im -paciencia del conocimiento”, donde lascon jeturas son llenadas por la imagina ción.

En nuestra época, determinada por elmercado, la mayoría de las novelas carecede textura literaria y apenas se distinguende los guiones de cine. Sin embargo, estabanalización de la prosa no impide laexistencia de obras resistentes que sobre-vivirán a los best-sellers de cada verano.

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No es extraño que autores como ÁlvaroMutis, Martín Adán o Gilberto Owen hayanprolongado el incendio de su poesía en laprosa. A propósito de las deslumbrantesnarraciones de El minutero, Marco Anto nioCampos recuerda la sentencia de Bau -delaire: “Sé poeta, aún en prosa”. Los gran -des narradores del idioma, de Felis bertoHernández a Fernando Vallejo, si guen esemismo impulso.

La repercusión de López Velarde en losprosistas aún está por estudiarse, pero nohay duda de que buena parte de nuestranarrativa le está en deuda, de Juan JoséArreola a Álvaro Enrigue, pasando porDaniel Sada y Fernando del Paso.

En su descripción de personajes, MartínLuis Guzmán suele contrastar el aspectoanimal —físico— de un cuerpo, con el to -que cultural —psicológico— que le im -pone el corte de pelo o la elección de lasropas. Algo le debe a las estampas logra -das por López Velarde. En El minutero elpoeta metido a cronista escribe:

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Cuando Othón llegaba a San Luis Potosí con sucabeza a rape y embutida en los hombros, con-templábamos su marcha sobrecogidos comopárvulos ante una fiera suelta.

Este retrato del poeta dominador en -cuentra un eco sugerente en Martín LuisGuzmán: “El Caudillo tenía unos sober-bios ojos de tigre, ojos cuyos reflejos ha -cían juego con el desorden algo tempes -tuo so de su bigote”. Othón es una fieraimpetuosa con cabeza a rape, mezcla deimpulso y disciplinado rigor; el Caudilloes un tigre que lleva la astucia en la mira-da y promete el caos en su bigote.

Jesús Gardea revela en su tensión esti -lística y en las agobiantes atmósferas quedefinen sus historias la huella de Onetti,pero también el toque sensual de LópezVelarde para dar vida a los enseres coti-dianos. Uno de sus cuentos trata del valorcasi sagrado que adquiere una guitarra.Los protagonistas son mineros, hombressolos. A medida que avanza la trama, en -

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tendemos que el instrumento musical eslo único que los acerca, feliz y amarga-mente, al cuerpo de una mujer. Imposibleno asociar esto con el sensualismo velar-diano ante los objetos: “No hubo cosa decristal, terracota o madera, que abrazadapor mí, no tuviera movimientos humanosde esposa”.

La ironía de Ibargüengoitia para des -cribir los peinados de las señoras decentesde provincia, el ambiente de un cuentocomo “Muñeca reina”, de Carlos Fuentes,y los diálogos a un tiempo arcaicos y re -no vadores de Juan Rulfo muestran lahuella del poeta.

EL TESTIGO, narrar entre comillas

En algún momento del año 2000, elpoeta Luis Miguel Aguilar me dijo en unadilatada sobremesa: “Se ha dicho todosobre López Velarde; lo que hace falta esconvertirlo en personaje”.

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Recordamos la forma en que José Sara -mago resucitó a Pessoa en El año de lamuerte de Ricardo Reis. El ejemplo servíade estímulo, pero también de freno. “Si telanzas”, prosiguió Luis Miguel, “te doy dosconsejos: no publiques ningún fragmentoantes de terminar y usa comillas”. Sara ma -go fundió su prosa con los versos del poetasin establecer límites entres ambos. Enopinión de Luis Miguel, ese logrado artifi-cio se podía hacer con Pessoa, que asu-mió los nombres de diversos heterónimosy cuya obra, al decir de Antonio Tabucchi,es “un baúl lleno de gente”. Él mismo sehabía despersonalizado, era todos y nin -gu no, el afluente de un río común. Encambio, López Velarde no podía disol-verse en otro autor.

A principios de 2001 leí un capítulo dela novela en ciernes en la Casa del Poeta,ubicada en Álvaro Obregón, antes Ave nidaJalisco. Ahí murió López Velarde. El poetaAntonio Deltoro, organizador del acto,pre guntó al final de mi lectura: “¿Usas co -

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millas en las citas?” Le contesté que sí.“¡Quí talas!”, ordenó. Él había escuchado eltexto y, según sabemos, las comillas no seoyen. Su comentario fue estimulante, perosentí que quien leyera las páginas tendríala tentación de saber dónde comenzaba ydónde terminaba la voz de López Velarde.

Durante un año me dije a mí mismoque escribía una novela. En realidad pen-saba en las comillas. La duda es menossuperficial de lo que parece. Saramagobasó su libro no sólo en la obra de Pessoasino en la biografía de uno de sus hete -rónimos, Ricardo Reis, inventada por elpropio poeta. El dato más enigmático deese autor imaginario es que se ignora lafecha de su muerte. Desde el título, Sara -mago prolonga una historia previa. Alocuparse de El año de la muerte de Ricar -do Reis pone sus pasos en las huellas tra -zadas por Pessoa.

El testigo trabaja el tiempo de otro modo.La novela se sitúa en el presente. Despuésde 24 años en el extranjero, el investiga-

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dor literario Julio Valdivieso regresa a Mé -xi co. El país vive la alternancia democráti-ca. En ese contexto, Julio intuye que sufamilia puede tener papeles perdidos deLópez Velarde. En El año de la muerte deRicardo Reis volvemos a la época de Pe s -soa y su fantasma preside la narración; enEl testigo, un filólogo busca el pasadodesde el presente y utiliza a López Velar -de como un espejo de su propia vida. Lanovela no resucita al poeta; lo convoca;dialoga con él a la distancia. Las comillasson imprescindibles.

LA INTIMIDAD DE LA NOSTALGIA

Buena parte de El testigo se ubica enuna hacienda en los linderos de San LuisPo to sí y Zacatecas. La llamé Los Cominosen alusión a Bledos, hacienda de mis tíos(que algo importe un bledo equivale a queimporte un comino).

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Algunos lectores han confesado que elmundo de López Velarde les queda lejos.Pacheco escribió su ensayo “Las alusionesperdidas” para enumerar las muchas cosasque hemos dejado de comprender en susversos. Otras quizá nunca se compren -die ron. Pero sus imágenes decisivas no re -quie ren de contexto. Mientras los transgé -nicos no reinventen los vegetales, podre -mos disfrutar la descripción de la “pecosapera” y la “temerosa legumbre” (en estaúltima incluso se advierte el pavor a lostransgénicos). Aunque las panaderías hantratado de modernizarse con el nombrede “panificadoras”, aún podemos respirarel “santo olor de la panadería”. ¿Y qué decirde la eterna ilusión de medir a una mu -chacha “con dedos maniáticos de sastre”?

Es difícil que el encanto de los ambien -tes velardianos se pierda del todo porqueno depende de una reconstrucción realis -ta, sino de la evocación de una realidadperdida. El poeta no celebra la provinciapara mantenerla intacta; muestra sus en -trañables ruinas.

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Cuando Italo Calvino leyó la obra delutopista Fourier se sorprendió de que labrillante descripción de una ciudad futurale produjera un asombro desprovisto deemoción. Su indiferencia se debía a unhecho significativo: esos espacios carecíande vida. Planeados para el futuro, no ha -bían sido usados. Sólo nos conmueve loque incluye un desgaste, la huella de unapresencia. Calvino aquilató esta enseñan-za al componer Las ciudades invisibles,donde describe parajes nunca vistos conla nostalgia de quien sabe que estuvieronhabitados.

Para López Velarde, el terruño tiene elmismo signo. No es un lugar de idilio,sino un “edén subvertido”, como lo llamaen un poema de título elocuente (“El re -tor no maléfico”), una región emocional ala que sólo se puede volver en el recuer-do, vale decir, en la literatura. No necesi -ta mos conocerla para sentirla. El autormismo es víctima de un extrañamiento.En la prosa “En el solar”, el lugar del ori-

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gen se convierte en un erial. ¿Qué hay ahí?“Fantasmas, fantasmas, fantasmas”.

Las inevitables “alusiones perdidas”pueden frenar a un tipo de lector, pero noa la mayoría. En mi caso, la primera lec-tura de López Velarde me remitió a unmundo del que me sentía parte, al menosde un modo tangencial. Conocía las viejascasonas de San Luis Potosí porque ahívivían mis primos. La disminuida haciendade Bledos y el vecino pueblo de Villa deReyes tenían todas las característicasde Je rez. Además, una pariente nuestra,Te resa Toranzo, de “ojos verdes como es -me raldas expansionistas”, había sido noviadel poeta en sus tiempos de juez en Vena-do. López Velarde dijo que abandonó esepuesto porque no soportaba expulsar delas casas a la gente que no pagaba la renta.Según la leyenda familiar, en realidad huyóde las consecuencias de una rela ción com-prometedora con la ojigarza Teresa.

Esta aproximación autobiográfica mepreparó para uno de los temas decisivos

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de López Velarde: la sensación de perte-nencia. No me refiero a la nacionalidadcon que nos define un pasaporte ni al du -do so orgullo promovido por las gestaspatrias. El poeta reclama una adhesiónsensorial. En una de sus prosas más cono-cidas, “Novedad de la patria”, habla de losestragos de la Revolución y extrae de ahíun aprendizaje. El país roto le permiteconcebir “una patria menos externa, másmodesta y probablemente más preciosa”.Vivida desde la emoción, la historia nacio -nal es un “instante subjetivo”.

Sin embargo, fatalmente somos de unsitio y no de otro. López Velarde encuen-tra las señas de identidad en los sentidos.Ciertas palabras, la coloración de la luz,una melodía perdida, los sabores de la in -fancia, nos hacen sentir que ese lugar es“nuestro”.

La patria es el único sitio al que se re -gresa. Podemos ir por el mundo pero sólohay un lugar al que volvemos de verdad.No es casual que muchos poemas velar-dianos cuenten la historia de un retorno.

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El “color local” es una invención litera -ria y López Velarde lo ejerce con maestría.Ajeno al pintoresquismo, crea un entornoque nunca ha existido de ese modo peroresulta más genuino que la realidad.

Octavio Paz juzga que su visión de laHistoria es anticuada para su tiempo:

[…] insensible al rumor del futuro que en esosaños se levanta en todos los confines del plane-ta […]. Lo que desveló a Marx, Nietzsche oDos toievski, a él no le quita el sueño.

Ciertamente, López Velarde no creyó enla aurora del progreso, las utopías, el im -pul so mesiánico de modificar el horizon -te. Fue escéptico, desconfió del papelregenerador de la violencia y enfrentó laHistoria en clave personal. Esto, que loaparta de su época, lo acerca a la nuestra.La falta de sed de futuro que le reprochaPaz coincide con la desconfianza y elescep ticismo con que hoy juzgamos lasmodificaciones extremas y los entusias-

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mos utópicos de la especie, de la insu-rrec ción armada a la ingeniería humana.

En El testigo quise vincular un momentode la historia de México con las clavesín ti mas de quienes lo vivieron. La ideapro vino de un veloz diálogo entre Paz yBorges.

Descendiente de militares, el autor deFicciones afirmaba con ironía que las ges-tas históricas le producían la admiraciónque sólo puede sentir un cobarde. Escri -bió sobre la carga de Junín y urdió tramasde traiciones ejemplares. En “La suave Pa -tria” encontró una evocación contraria,an tiépica, de los valores nacionales: un te -rritorio soñado por un niño donde “el trenva por la vía como aguinaldo de ju gue te -ría”, las alacenas son un “paraíso de com-potas” y el cielo es rayado por “el re lám -pa go verde de los loros”.

Borges no podía admirar sin memo-rizar. “La suave Patria” se incorporó a suvasto repertorio. Pero le intrigaban algu -nos localismos que pronunciaba sin en -

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ten der. Uno de ellos era “Patria, vendedo-ra de chía”. ¿A qué producto nacional sealudía? Al encontrarse con Paz supo quese trataba de una semilla. Borges admiróque el poeta de las cosas mínimas descri-biera a su país como un vivero de semi-llas. La idea se perfeccionó al saber que lachía sirve para hacer agua fresca. “¿Y aqué sabe?”, preguntó. La respuesta de Pazfue simple y poética: “Sabe a tierra”. Elsentido de pertenencia de López Velardese resume en esa frase. La patria es la tie-rra que bebemos sin darnos cuenta.

Ese breve diálogo me sugirió una histo-ria. Incapaz de la concisión de los poetas,escribí una novela de 470 páginas.

Abundan los recursos velardianos quepueden pasar a la narrativa. Escojo los si -guientes al modo de una Carta de Creen -cia: la exaltación y confusión de los senti-dos; la importancia de lo infraordinariocomo clave psicológica de los personajes,la ironía ante la fracasada elegancia de loampuloso; la tensión entre la fe y los im -

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pulsos; el epigrama que condensa lo quese dijo antes; los ámbitos espectrales (la“alcoba submarina”); el entendimiento delmundo a través de la mujer; la fuerza de -moledora de la Historia y la resurrecciónsentimental de sus reliquias.

SOMBRAS PARALELAS: JOYCE Y LÓPEZ VELARDE

La literatura comparada sigue las reglasde la metáfora descritas por Roman Jakob -son: mientras más alejados estén los térmi -nos equiparados y más fuerte sea el vín cu-l o que los une, mayor será el efecto.

Asociar a un poeta de la provincia me -xi cana que escribió un puñado de versoscon el máximo torrente narrativo de lalite ratura inglesa cumple con el requisitode relacionar elementos distantes. ¿En ver-dad existe una línea de fuerza entre elloso se confunde el efecto con el efectismo?

Joyce y López Velarde son ríos aparta-dos y distintos. Ninguno de los dos cono-

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ció al otro. Joyce recibió los primeros ejem -plares de Ulises el 2 de febrero de 1921,día de su cumpleaños. López Velarde mu -rió pocos meses después, de modo que nopudo leer la novela. La primera versiónen español del célebre monólogo interiorde Molly Bloom apareció en 1924, en la re -vista argentina Proa, en traducción deJorge Luis Borges.

Beckett fue muy cercano al autor deUlises y tradujo “El retorno maléfico”, perolo hizo en 1952 y su versión se publicó en1958, mucho después de la muerte deJoyce, ocurrida en 1941.

El diálogo entre ambos es conjetural.Un juego de sombras.

Sus biografías guardan semejanzas sig-nificativas pero genéricas. Compartieron lamisma época; fueron lectores de la Biblia,Laforgue y Baudelaire; se criaron en unambiente obsesivamente católico y des-preciaron a una potencia extranjera queamenazaba la cultura local (el celo antibri -tánico de Joyce es comparable al repudio

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por lo norteamericano de López Velarde).Ambos conocieron la pobreza, abandona -ron su ciudad natal, asumieron el erotis -mo con un escatológico fervor carnal y re -li gioso, admiraron la tradición y procura -ron transgredirla.

Joyce es un rupturista que aprecia lasformas (de ahí que le importe alterarlas).Antes de Ulises, escribe poesía, teatro ycuento con canónica brillantez; en pintu-ra, admira sólo los retratos; en música,pre fiere la canción popular.

Gabriel Zaid ha señalado la influenciaque la encíclica del papa León XIII, Re -rum novarum, promulgada en 1891, tuvoen la comunidad católica internacional:

Transformó la militancia defensiva en conquistadel mundo moderno, bajo la consigna nova etvetera: unir lo nuevo con lo antiguo.

Dicha renovación “también apoyó quelos laicos tomaran la palabra, lo cual fuedecisivo para las letras católicas”.

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Joyce se rebela contra el catolicismo; noreconoce otro linaje que el de su eleccióny refunda su estirpe en un falso palíndro-mo: “Madam, I am Adam”. Es, para sí mis -mo, el Primer Hombre.

López Velarde conserva su catolicismopero lo sublima sensualmente. Villaurrutiaobserva con acierto que “la religión católi-ca con sus misterios y la Iglesia católicacon sus oficios” le sirven para alcanzar susmás íntimas y secretas intuiciones:

En mí late un pontífice que todo lo posee y todo lo bendice.

En su personal adaptación de la con sig -na nova et vetera, el poeta jerezano alter-na recuerdos de provincia y frases de laliturgia con inauditas búsquedas formales.Comienza un poema en alejandrinos demanera llana, propia de un corrido: “Yotuve en tierra adentro una novia muy po -bre”, y lo subvierte en la siguiente estrofa:“ojos inusitados de sulfato de cobre”.

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Como Joyce, busca la exactitud científicaen sus metáforas (los ríos sulfatados tie -nen un color azul verde) y renueva prece-dentes literarios (Nervo había comparadounos ojos verdes con el sulfato de cobre;al prescindir del color, López Velarde hacemás sugerente el símil).

En Ulises y “La suave Patria” los mitosoperan en la esfera cotidiana. LeopoldBloom encuentra su Ítaca en Dublín yCuauhtémoc es el “joven abuelo” de unanación casera y pudibunda, que tiene “lablusa corrida hasta la oreja”.

Ambos autores muestran una fijacióncon la paternidad. Interrogado sobre larazón para elegir a Odiseo como modelode su gran novela y no a otra figura máscercana a su formación, como Jesús, Joycerespondió: “Cristo no fue padre”. Un des -ti no sólo estaba completo si tenía descen-dencia. La técnica del stream of counscious -ness o flujo de la conciencia es, en sí mis -ma, una refutación de la esterilidad.

Joyce escribe antes de las pruebas deADN, cuando la paternidad puede ser “una

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ficción legal”. Lo único que el padre otor-ga con certeza es el nombre. En el capítulode la biblioteca de Ulises, se discuten losendebles cimientos de una religión quedepende del padre y del hijo, vínculoque representa una duda. La Iglesia estáfundada “sobre el vacío, sobre la incerti -dumbre, sobre la improbabilidad”.

La paternidad le importa a Joyce por loque tiene de transmisión de vida, perotambién porque se trata de algo incierto,una apuesta en la ruleta del destino. Todaherencia está en entredicho.

También lo desvela otra incertidumbre.Bloom vuelve a casa y encuentra el lechoaún caliente por la posible presencia deun intruso y, algo aún más agraviante, mi -ga jas de lo que comieron en la cama.

Amar con plenitud no significa exigir laincomprobable fidelidad del otro, sinosobrellevar la vacilación. En su obra deteatro Exiliados, un personaje afirma: “Noes en la oscuridad de la fe como yo tequie ro sino en la viviente, incansable, hi-

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riente duda”. Para Joyce, el verdadero amorno es ciego; es incierto: querer al otro im -plica aceptar la duda.

Tampoco López Velarde cree en la po-sesión absoluta. Sus musas son intocables(de una de ellas dice: “la refinada dichaque hay en huirte”) y las mujeres de carney hueso, provisionales. Siguiendo a Denisde Rougemont, Pacheco propone que elamor velardiano sea entendido bajo el con -cepto de “posesión por pérdida”.

En su caso, la paternidad no es la arries -gada necesidad que asume Joyce. Su acti-tud se acerca a la de Hamlet, soltero inco -rregible del que tanto se discute en Ulisesy que le anuncia a Ofelia: “No habrá másmatrimonios”.

En su prosa “Obra maestra”, habla delsoltero como un tigre enjaulado “que es -cribe ochos en el piso de la soledad”. Paraavanzar, para salir de la jaula, debería serpadre, pero “la paternidad asusta porquesus responsabilidades son eternas”. Puestoque toda existencia desemboca en el de -

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terioro, “vale más la vida estéril a prolon-gar la corrupción más allá de nosotros”. Aloír el cortejo amoroso de unos gatos, se -ñala que están forjando “una patria espe -luz nante”. Se refiere a los maullidos, perotambién a la insensatez de procrear. Enesto coincide con Bioy Casares, a quienBorges atribuye la frase: “Los espejos y lacópula son abominables porque multipli-can el número de los hombres”.

Para sublimar la ansiedad de la pro-creación, el poeta jerezano entiende laobra literaria como su “hijo negativo”. Lafecundidad se nutre de esa privación. Asíengendrará sus textos y así se convertirá,al decir de Hugo Gutiérrez Vega, en “elpadre soltero de la poesía mexicana”.Evo dio Escalante comenta al respecto:“Crea pero negativamente. Es suya la li-bertad negativa, la libertad del no”. El celi-bato le permite una filiación imaginaria.

Esta actitud no es del todo distinta a lade Joyce. En Ulises, Stephen Dedalus sesiente “el padre de su nieto no nacido

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aún”. Años antes, el mismo personajehabía proclamado en Retrato del artistaadolescente: “Salgo […] a forjar en la fra -gua de mi espíritu la conciencia increadade mi raza”. ¿Hay algo más próximo a la“conciencia increada” del espíritu que el“hijo negativo” encarnado literariamentepor López Velarde?

Para estas reflexiones soy deudor de unlibro impar: Ulises. Claves de lectura, deCarlos Gamerro, novelista argentino queha dedicado décadas a la enseñanza deJoyce y Shakespeare. A propósito del temade la filiación, Gamerro recuerda la ideade Borges de que “cada autor crea a susprecursores”. Leer, asumir influencias, esuna paternidad hacia atrás.

Más allá de los cruces temáticos y anec -dóticos, me interesa señalar que, por ca -mi nos muy diversos, Joyce y López Velardeemprenden una búsqueda parecida. Lapoesía del jerezano y la prosa del irlandésfluyen de manera muy distinta pero se ali-mentan de un agua común.

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Los poemas de López Velarde cuentanhistorias: el fracaso de un romance conuna chica que vivía cerca de una estaciónde ferrocarriles (¿qué amor sobrevive alnerviosismo de oír tantas máquinas y sil-batos?), el recuerdo de una prima seduc-tora, el regreso a la aldea castigada por laguerra, el sueño de una mujer con guan -tes negros… Este componente narrativodel poema no se opone a la métrica. Elpoeta alterna el endecasílabo con el ale -jan drino, conservando la cesura en la sép-tima sílaba; sus rimas, caprichosas peroconstantes, pueden ocurrir en los versosimpares, en dísticos o en tercetos. Esta -mos, como señala Eduardo Hurtado, anteun discípulo del modernismo que utilizala retórica con una libertad precursora delverso libre, que no llegó a ejercer.

En su devaneo narrativo, estos poemassiguen los caprichosos saltos de la mente.Octavio Paz observó en ellos:

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[…] la marcha zigzagueante del monólogo:confesión, exaltación, interrupción brusca,comentario al margen, saltos y caídas de lapala bra y el espíritu.

Esta alusión al monólogo —recursoemblemático de Joyce— resulta definitiva.En su peculiar stream of consciousness,López Velarde pone su yo en escena yavanza por asociación libre, buscando “lospasos perdidos de la conciencia, el caerde un guante en un pozo metafísico”.

¿Hacia dónde se precipita esa prendaque no hace ruido? “Mi corazón, leal, seamerita en la sombra”, dice el poeta. Elsen timiento madura en una cavidad um -bría. Ahí, el inconsciente toma la palabra.Guillermo Sucre señaló el papel afrodisía-co que le asigna al color negro. El almadel poeta está escindida entre la adora -ción de una musa intangible y el placercarnal de las prostitutas, “mariposas desangre”, “distribuidoras de experiencia /pro visionalmente babilónicas”. El negropermite reconciliar ambos extremos; es la

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promesa de una unión en el más allá. Lapasión carnal no se extingue en esta trans -figuración póstuma: el alma se erotiza.

Ya Noyola Vázquez había advertido laimportancia de “la moda como vestidorade la muerte y velo de la inocencia” enlas mujeres de López Velarde. No es ca-sual que privilegiara la ambivalente telade ala de mosca. Al evocar la infancia, suprima se presenta “con un contradictorio /prestigio de almidón y de temible / lutoceremonioso”. Tiempo después evoca auna mujer a través de “aquel vestido / deluto y aquel rostro de ebriedad”. En supoema final, “El sueño de los guantesnegros”, reaparece la prenda que caía enun pozo metafísico para protagonizar un“amor constante más allá de la muerte”,como quería Quevedo.

Joyce es afín a esta unión de Eros yTanatos. En “Los muertos”, relato maestrode Dublineses, el protagonista descubre lafuerza del amor a partir de la certeza deque todos sus conocidos desaparecerán

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como las sombras. Sólo quien se atreve aconcebir el paso al “otro lado”, dondeimpera la muerte, conoce el verdaderoamor.

En el penúltimo capítulo de Ulises, Joyceenlista los temas de los que hablan Bloomy Dedalus. Asombrosamente, se trata delrepertorio, casi íntegro, de López Velarde:la música, la literatura, la comida, la pa -tria, la prostitución, la Iglesia católica, elcelibato eclesiástico, la identidad y la edu-cación religiosa.

Ulises narra la historia de un regreso.Joyce prepara a su protagonista para volvera casa, la Ítaca doméstica, del mismo modoen que López Velarde vuelve al hogar en“El retorno maléfico”, “El viejo pozo” y “Elsueño de la inocencia”. En ambos autores,el “eterno retorno” involucra a los objetos.Bloom marca un florín para ver si lo reco -noce al volver a sus manos. Pero la mone-da circula sin regresar (por eso en “ElZahir” Borges menciona “el florín irrever -sible de Leopold Bloom”).

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En el intrincado sistema de relacionesde Ulises, ciertos utensilios reaparecencomo talismanes, cumpliendo la funciónde la rima en la poesía o el leitmotiv en lamúsica. Las cosas más sencillas —un riñón,la papa que Bloom lleva en el bolsillo,una pastilla de jabón, un florín— regresancon alguna modificación, enfatizando lapoética del retorno.

López Velarde se sirve de los enseresdiarios con el mismo propósito. Su “tris-teza reaccionaria” tiene menos que vercon la política que con la nostalgia de lascosas perdidas. Sólo a través de la memo-ria se regresa al “perímetro jovial” que lasmujeres formaban en la plaza del pueblo.

La epopeya de Ulises conmueve por lahumildad de su meta. Enfrenta toda clasede portentos pero su historia es, a fin decuentas, la de un hombre que quierevolver a casa. Joyce y López Velarde enfa-tizan el tono común de esta saga. LeopoldBloom no enfrenta al cíclope ni a las sire-nas en parajes lejanos; deambula por

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Dublín. ¿Qué encuentra al volver a su Íta -ca personal? “Un tarro vacío de carne en -va sa da marca Ciruelo, una canasta ovalde mimbre que contiene una pera deJer sey…”. El sentido de pertenencia de -pende de esos productos caseros, comola “sua ve Patria” depende de “un pa-raí so de compotas” y “la picadura del ajon -jolí”.

Arrobado ante el regreso, el judío Leo-pold Bloom observa los alimentos provi-dentes “con la luz de la inspiración bri-llando en su semblante y llevando en susbrazos el secreto de la raza”. Al igual queMoisés, avista su Tierra Prometida. Estasacralización de lo hogareño coincide conla de López Velarde. Pensemos en los es-tímulos caseros que llegan a su nariz, del“denso / vapor estimulante de la sopa” al“perfume de hogareños panqués”.

En consonancia con esta liturgia de losalimentos, Joyce alude al chocolate comomass product, ambigüedad que al es-cu charse puede significar “producto ma -

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sivo”, pero también “producto de misa”.Lue go se refiere a la “criatura cocoa”.Como la sangre de Cristo, el chocolate ca -liente, sustancia viva, permite una comu -nión y una transubstanciación.

La despedida de Bloom y Dedalus es aun tiempo común y trascendente. Salen aljardín a orinar y contemplan la bóvedaceleste. Se trata, como observa Gamerro,de una repetición del momento en queVirgilio y Dante emergen del Infierno yreconocen las estrellas, pero también re -suena ahí el final del Paraíso y el “amorardiente que mueve las estrellas”.

En “El viejo pozo”, López Velarde vuelvea su Ítaca y se asoma al brocal que tieneuna condición de oráculo. Ahí se hanvisto reflejadas las fragantes frondas de losárboles y los rostros de los novios que ce -lebraron sus primeras nupcias con un besode “fresco gozo a manantial”. Ahí buscóde niño los “vaticinios de la tortuga” quepurificaba el agua al fondo. En un líquidofluir de la conciencia, toda su historia

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emana de ese sitio; de ahí provienen las“suaves antepasadas” en las “que ardíala devoción católica y la brasa de Eros”, laguerra de Reforma, la fortuna familiar dila -pi dada “con un estrépito de plata” y la ilu -sión del amor. Esta revisión del destinodesemboca, como en Dante y Joyce, en lacontemplación de las estrellas: el últimoamor imposible está en el cielo.

En 1916, a los 28 años, López Velardese asoma a un espejo de agua hundida:

El pozo me quería senilmente; aquel pozoabundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud…

Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos[me falta,

comprendo que fui apenas un alumno vulgarcon aquel taciturno catedrático,porque en mi diario empeño no he podido

[lograrhacerme abismo y que la estrella amada,al asomarse a mí, pierda pisada.

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El poeta quiere atraer a la amada conuna tentación de abismo; ser el pozo enel que un astro se precipita.

Cuando Bloom y Dedalus contemplanel cielo ven una estrella fugaz. Para mayorsimilitud con López Velarde, el astro sedes plaza “hacia el signo zodiacal de Leo”(el poeta jerezano, que era Géminis, sehabía asignado el imaginario horóscopoerótico del León y la Virgen). En ese ins -tante se ilumina la ventana de Molly, ver-sión terrestre de una estrella y anuncio delamor.

Extasiado, Bloom escucha el sonar deuna campana. Una iglesia mide el tiempo.El florín no regresó a Bloom. Lo únicome tálico que vuelve es ese sonido. Unverso de López Velarde podría servirle deexplicación: “las campanadas caen comocentavos”.

Bloom queda listo para el auténtico re -greso: el encuentro amoroso. El último ca -pí tulo, narrado por el inconsciente deMolly, representa el mayor logro formal

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de la novela. Ocho frases sin puntuaciónrecuperan el fluir de la conciencia. Elnúmero no es casual: Molly nació el 8 deseptiembre, día de la Virgen. Acostado, elnúmero representa el signo del infinito,el mismo que el soltero de López Velardetraza en el suelo de la soledad.

Las palabras finales del monólogo, en latraducción de Salas Subirat, son las si -guien tes:

[…] y después le pedí con los ojos que me lopreguntara otra vez y después él me preguntósi yo quería sí para que dijera flor de la mon-taña y yo primero lo rodeé con mis brazos sí ylo atraje hacia mí para que pudiera sentir enmis senos todo su perfume sí y su corazón gol-peaba como loco y sí yo dije quiero sí.

Al comentar este párrafo, Anthony Bur -gess resumió el entusiasmo de legionesde críticos: “No hay júbilo mayor en todala literatura”.

Esa frase musical guarda íntima simili-tud con el poeta jerezano. Cuando López

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Velarde escribió que en su juventud habíasido un seminarista “sin Baudelaire, sinrima y sin olfato”, Bernardo Ortiz de Mon -tellano pensó que “olfato” equivalía a“ma li cia”. Villaurrutia lo sacó de su erroren un ensayo donde se ocupa de la sen-sualidad olfativa de López Velarde.

Molly Bloom desea que su marido sien-ta “todo su perfume”. El sentido del olfatoopera en proximidad, como lo sabe LópezVelarde, que celebra “la aromática vecin-dad de tus hombros” y “la quintaesenciade tu espalda leve”. Pero es en la últimalínea donde Joyce es totalmente velardia -no: “su corazón golpeaba como un loco”,variante del ameritado “son del co razón”.Y las palabras de clausura, “y sí yo dijequiero sí”, remiten a la expresión pre di -lecta de López Velarde, el “monosílabo in -mortal” pronunciado por una mujer: “sí”.

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RÍOS, GOTAS, AGUA SUELTA

Nuestros autores entienden el lenguajecomo un material fluido. Al asomarse alvie jo pozo, López Velarde escucha “la estro -fa concéntrica en el agua”, en otro poemaad vierte “los rítmicos sollozos de unafuente” y en otro más escucha una “gotacategórica” (la esdrújula traza la ruta delagua en su caída “ca-te-gó-ri-ca”). En “Elsueño de la inocencia” el poeta llora contal fuerza que causa un diluvio que inundaJerez. Los ni ños lanzan barcos de papelsobre sus lágrimas. Este regreso líquidocierra un círculo: el poeta recibe, simultá -nea men te, los Santos Óleos y el Bautismo.

Por su parte, Joyce señala en una cartaque su literatura es “un intento de subor -di nar las palabras al ritmo del agua”. Segúncuenta su insoslayable biógrafo, RichardEllman, la noche en que concluyó el pasa jede Anna Livia Plurabelle, en FinnegansWake, tuvo dudas respecto a la forma enque fluía. Por entonces vivía en París y se

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acercó al Sena para escuchar el río desdeun puente, tratando de averiguar si sutono era el correcto. “Regresó satisfecho”,comenta Ellman.

Afecto a la “oración continua” de SanSil vino, forma religiosa del monólogo,López Velarde abunda en imágenes lí -quidas: “el cándido islote de burbujas / na -vega por la taza de café” y la historia pa -tria es protagonizada por “ídolos a nado”.

El sistema de comparaciones, la explo-ración de las posibilidades naturales delhabla, la mitologización de lo cotidianoy la libertad rítmica del lenguaje empa -rentan a ambos autores. Señalo una con-cordancia menos fácil de advertir y másprofunda: la manera en que educan suestilo literario.

La historia de un estilo es un aprendiza-je de lo real, el modo en que la experienciase transforma en hecho estético. A pro pó -sito de la relación epistolar de Joyce consu esposa, Nora Barnacle, escribe CarlosGamerro:

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Las cartas de Nora eran no sólo sexualmenteexplícitas sino sintácticamente anárquicas, y enlo que otros hubieran visto mera falta de edu-cación, Joyce descubrió un estilo. Como Ste -phen, era mejor alumno que maestro: dondeotros hubieran cedido a la tentación de ense -ñar, él supo aprender.

No es otra la misión de López Velarde,quien se declara “un espontáneo / quenunca tomó en serio los sesos de su crá-neo” y busca el desaprendizaje como unapropositiva recuperación de la inocencia:“fuérame dado remontar el tiempo, y enuna reconquista feliz de la ignorancia, serotra vez la frente pura y bárbara del niño”.Critica “la crasa dicción de la ralea” perose beneficia de ella. Su lengua “pura” y“bárbara” convierte el habla común enlite ratura, crea una ilusión de espontanei-dad perfectamente trabajada. El lenguajepopular le permite decir que una mujerlleva “la falda hasta el huesito”. Su inventi-va aumenta al reciclar frases hechas conuna insólita adjetivación (“la erótica ficha

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de dominó”, “la novedad campestre desus nucas”). De manera aún más audaz,hace poesía desde el error, sirviéndose depleonasmos y reiteraciones: “el viejo pozode mi vieja casa”, “vas dibujada en mícomo un dibujo”, “el amor amoroso” de“las parejas pares”.

Como Joyce, es el voluntario aprendizde una realidad imperfecta. Educado en elequívoco, busca el reverso de lo real y evi -ta la grandilocuencia como una forma delo ya dicho. Ante la leyenda de las OnceMil Vírgenes, se concentra en sus “peque -ños gritos modestos”. Las auténticas lec-ciones llegan en miniatura. Al acercarse alpozo, entiende que los mensajes que deahí emanan tienen la imborrable impor-tancia de las “históricas pequeñeces”.

La escritura literaria busca un idioma nosólo personal, sino privado. Se trata, porsupuesto, de una meta inalcanzable. Ensentido estricto, todo idioma comunica.El habla de una sola persona es un sinsen-tido. Incluso los lenguajes herméticos ape -

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lan a la comprensión (descifrar sus códi-gos permite conocer su oculta claridad).

En Finnegans Wake Joyce se acercó másque nadie a la creación de un len guajeúnico que, sin embargo, pudiera transmitircomunicados. Este empeño radical es imi-tado en mayor o menor medida por todoescritor de relieve. La voluntad de estilotransforma un instrumento común —laspalabras diarias— en algo propio. Escribiren clave literaria significa escribir “de otramanera”, aniquilar la literalidad.

La literatura no es un lenguaje privado:es la ilusión de un lenguaje privado. Re co -nocemos a Borges o a Rulfo en cada línea.Estamos dentro del secreto. No es casualque Jorge Cuesta haya dicho que LópezVelarde fue “el poeta más personal que enMéxico ha existido”. Lo mismo po de mosdecir de Joyce en la literatura inglesa.

La paradoja es que ambos nos admitenen su peculiar órbita. En Cartas creden-ciales, discurso de ingreso a El ColegioNa cional, Alejandro Rossi habló del des-

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cubrimiento que hizo en la infancia al des -plazarse de un país a otro. Entendió, deuna vez y para siempre, que la experien-cia particular puede ser universalizada.Admitimos sin trabas que Dostoievski searuso y Kawabata japonés, pero lo hace-mos porque su sentido de pertenencia estan individual como el de cada uno denosotros.

J. M. Coetzee ha hablado de la “autori-dad de la voz” para referirse al pacto queel autor establece con su lector. En princi-pio no tenemos por qué creerle. ¿Con quéautoridad habla? ¿Cómo nos convence?

La verosimilitud de un texto dependede una lógica de sentido, pero tambiény sobre todo, de un lazo emocional. La in -teligencia es el cartero del arte: lleva men-sajes de un lado a otro. El efecto de lasmisi vas es patrimonio del sentimiento.Ante la inminencia del hecho estético, larazón deja de pensarse a sí misma y cedesu sitio, como quería Nabokov, al escalo -frío en el espinazo. En palabras de López

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Velarde: “El pensamiento, en su fracaso,es sostenido alegremente por los cincosentidos corporales”. Podemos agregarque esta caída de la razón es racional: lainteligencia fija sus límites.

“La historia es una pesadilla de la queintento despertar”, escribió Joyce. ¿A quérealidad despierta el escritor? A la dela vida íntima, olorosa a sábanas, donde lahis toria del cosmos es un descubrimientosensorial.

“No se puede vivir sin amor”, escribióel sufrido Malcolm Lowry. La literatura esuna afirmación de la vida. Ahí, el “mono-sílabo inmortal” anuncia que el amor esposible, noticia a un tiempo atractiva e in -quietante, pues no hay forma más compli-cada de la felicidad.

UN REGRESO

López Velarde viajó incontables vecesentre Jerez, Zacatecas, Aguascalientes, San

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Luis Potosí y la ciudad de México. Ése fuesu mundo. No conoció el mar ni tuvo unacasa. Tampoco usó reloj. Amó a cuatro mu -jeres que lo correspondieron espiritual-mente. Ninguna se casó con él y todasmurieron solteras. Vestía de luto desde lamuerte de su padre. Era un hombre altopara la época, de voz discreta y modalessencillos.

A las siete de la tarde salía a caminardesde su despacho en Avenida Maderonú mero 1. Pasaba por la Casa de los Azu -le jos y seguía hacia la calle de Mesones,donde visitaba al pintor Saturnino Herrán,otro artista hechizado por la belleza feme -ni na. Ramón lo acompañaría en su lechode muerte y escribiría una estampa imbo -rrable del momento en que el pintor sin-tió que las manos se le adormecían y pidióa las mujeres que lo rodeaban que se lasmordieran para devolverle el tacto.

La ciudad era para López Velarde un“jeroglífico nocturno” (frase, por cierto,digna de Joyce). Su pasión por las largas

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caminatas lo llevó a resfriarse mientras ha -blaba de Montaigne con un amigo. De sa -tendió la enfermedad y contrajo una pul-monía que poco después se transformó enpleuresía. Al recibir los Santos Óleos, pre-guntó si la Iglesia ya aceptaba la cre -mación. Su cadáver no pudo arder, perosu poesía no ha dejado de hacerlo.

Ramón, o el fantasma que nuestro fer-vor mantiene vivo, camina en 2014 porMesones, pero no se detiene en casa deSaturnino Herrán. Sigue rumbo a la callede las librerías de viejo. La plaza de SantoDomingo vuelve a traerle recuerdos de Za -catecas. Ahí, los escritores públicos es cri -ben cartas para los novios a los que lessobra amor y les falta ortografía. En unkiosco, un periódico le informa que al finun Papa lleva el nombre de Francisco,pobre entre los pobres. El beneplácito dela noticia se mezcla con un sobresalto. Unencabezado habla de la reforma energéti-ca. El poeta recuerda un dístico de “Lasuave Patria”:

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El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo el Diablo.

Ve con repudio los muchos anuncios demarcas norteamericanas. Fastidiado, siguepor Donceles. El Templo de la Enseñanzalo cautiva con un barroco a escala, propiode una devoción de juguetería. Prosiguehasta un zaguán en el que se anuncia unaconferencia: “Históricas pequeñeces. Ver -tien tes narrativas en Ramón López Velar -de”. No sabe lo que significa con preci -sión esa palabra que le suena forzada: “na -rrativa”. Entra porque siempre ha creídoen citas con los espectros y el cartel infor-ma que es uno de ellos; pertenece, comotantas veces lo soñó, a la legión trans pa -rente.

Escucha lo que se dice de él. Su corte síaes del tamaño de nuestro entusiasmo. Estopermite un acuerdo que acaso no sea sinouna ilusión literaria: hablamos su idio ma.

Se ha hecho tarde. Una campana suenaen alguna parte. Una ventana se enciendeen una alcoba. Es hora de que el silencio

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recupere sus derechos. La noche es ya“perfume y pan y tósigo y cauterio”.

El poeta que se fue, acaba de volver.

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CONTESTACIÓNAL DISCURSO DE INGRESO

DE JUAN VILLORO

Eduardo Matos Moctezuma

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La respuesta al discurso de ingreso de JuanVilloro representa para mí un gran privile-gio y una enorme responsabilidad. Privi-le gio, porque considero a Juan uno de losgrandes exponentes de la literatura mexi-cana actual que lo mismo nos dice delviento, de la tarde, de la tristeza y de la ale -gría. Su versatilidad es impresionante y hatransitado a través de la novela, el ensayo,la crónica, el cuento, el cine, el teatro, enfin, que nada dentro del mundo de las pa -labras le es ajeno. De su pluma brotanpalabras que retratan situaciones y perso -na jes que transitan por la vida con su pro-pia carga y con cargas ajenas. Responsabilidad, porque ante las razo-

nes expuestas no puedo menos que re-

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leer su vasta obra para estar al día en elque hacer de quien hoy ingresa a El Co le -gio Nacional. El tema que acaba de abor-dar con el título de “Históricas pequeñe-ces. Ver tientes narrativas en Ramón Ló pezVe lar de”, viene a ser un agregado más a lade por sí enorme montaña literaria queJuan ha creado con profundo conocimien-to, inteligencia, pasión, humor y bue napluma. Hagamos un recuento de la vida y obra

de Juan Villoro. Lo primero que llamó miatención es la diversidad de acciones queha emprendido: ha sido maestro en laUNAM; en Boston University; en la Univer -si dad Pompeu Fabra de Barcelona y laUniversidad de Princeton. A esto se unenlas conferencias que ha dictado en las uni -versidades de Tokio, La Sorbona, Prince -ton, Brown, La Sapienza de Roma, Bolonia,Lovaina, Darmouth College, la Complu -tense de Madrid, la Central y la Autónomade Barcelona; Rouen, Cambridge, Oxford,Essex y muchas más en que su voz ha

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sido escuchada. También ha ocupado di -versas cátedras entre las que hay que des-tacar la “Julio Cortázar” en Gua da la jara,fundada por Carlos Fuentes y Ga brielGarcía Márquez, entre algunas más. Pero no para aquí el asunto. A lo ante-

rior debemos agregar los estímulos a queha sido acreedor: el Premio IBBY por sunovela para niños El profesor Zíper yla fabulosa guitarra eléctrica, en 1992; Lacasa pierde le valió en 1999 el PremioXavier Villaurrutia; en el año 2000 recibióel Premio Mazatlán por su libro de ensa-yos Efectos personales; la Editorial Ana -grama le otorgó el Premio Herralde por lanovela El testigo en 2004, en la que nosacerca a la figura de Ramón López Velar -de; en 2007 se le adjudicó el Premio An -tonin Artaud por su libro de cuentos Losculpables, otorgado por críticos de Méxicoy Francia. Recibió en el año 2009 el Pre -mio “Las Pérgolas” entregado por la Aso -cia ción de Libreros de México y en 2012recibió el de la Asociación de Críticos de

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Espectáculos de Argentina, quienes consi-deraron a Filosofía de vida como la mejorcomedia del año. En el rubro del periodismo los recono-

cimientos de que ha sido objeto son nota-bles. Hay que destacar Dios es redondo,libro de crónicas de futbol, que ganó en2006 el Premio Internacional de Periodis -mo Manuel Vázquez Montalbán; dos añosdespués ganaba el Premio Ciudad de Bar -celona en la categoría de periodismo porel reportaje sobre las fotografías de RobertCapa encontradas en México referentes ala guerra civil española y el Premio Ibe -roa mericano de Periodismo Rey de Espa ñapor la crónica “La alfombra roja. El impe-rio del narcoterrorismo”, misma que fuepublicada en el Periódico de Catalunyaen 2009. A esto se une el reciente Premio“Fernando Benítez” que se le entregó enla Feria Internacional del libro de Guada -la jara a finales de 2013. Como colofón deesta impresionante lista de reconocimien-tos debemos mencionar el Premio Iberoa -

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me ricano “José Donoso” al que se hizoacreedor en 2012 por parte de la Univer -sidad de Talca, Chile, por el conjunto desu obra.Hablar de las publicaciones de Juan Vi -

lloro es reiterar la enorme gama de temaspor él tratados. Baste decir que alrededorde 34 libros han sido editados por dife-rentes casas editoriales. Pero, a todo esto,ustedes se preguntarán: ¿Por qué un ar -queó logo da la bienvenida a un hombrede letras? La respuesta está, precisamente,en que dentro de esa gran variedad de suobra tenemos títulos que, de una u otramanera, acuden al pasado prehispánicode nuestro país. Allí está, por ejemplo, elcuento “La noche navegable” que se ubicaen Monte Albán. O la delicia de Palmerasde la brisa rápida en donde el mundomaya aparece envuelto en pasajes familia-res. Antonio Suárez, personaje de El dis-paro de Argón, utiliza símbolos prehispá-nicos en el portal de su clínica y los des-parrama en el interior de ella. En el libro

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Los once de la tribu incluye un reportajecon el título de “El patio del mundo” quetrata acerca del juego de pelota, en dondevierte su conocimiento de fuentes como elPopol-Vuh y la manera en que aún hoydía se practica el juego. En la novelaMateria dispuesta hay un capítulo en elque se enfrentan los vestigios del pasadoy el interés por construir sobre él unaobra pública. Este dilema o lucha entredos posiciones la vemos los arqueólogosen nuestro cotidiano quehacer y nos incli -na mos, desde luego, por preservar elpasa do. Otros escritos acuden a ese pasa-do y lo vemos en “El crepúsculo maya” oen el cómic “La calavera de cristal”, ade-más del guión para la película Vivir mata,bajo la dirección de Nicolás Echeverría,que alude a los aztecas dentro del Méxicoactual y en algo que todos hemos padeci-do: un embotellamiento. Recientementeelaboró los guiones y fue conductor de laserie “Piedras que hablan” del Canal 22,presentando veintiocho sitios arqueológi-

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cos en que se dialoga con las piedras ycon los arqueólogos que las en cuentran.Más recientemente tenemos su novelaArrecife, en donde los personajes se en -cuentran en la Riviera Maya en un resortllamado “La Pirámide” cuyo decorado re -pro duce motivos prehispánicos. Pu bli cadaen 2012, esta novela ha sido traducida alfrancés y el diario Le Monde aca ba de sa -car una reseña en que valora al autor y suobra. De igual manera, el ensayista vene-zolano José Balza le dedica un co mentarioque intitula “La media realidad”. No resistíal deseo de mencionarlo, ya que estamosante la última novela de Juan y las másrecientes reseñas sobre ella. La opinión deBalza se incluyó en el número de febrerode este año en la Re vista de la Univer si -dad de México y co mien za así:

Este es un libro de desarrollo zigzagueante,como ocurre con los relatos de Maupassanty ciertas novelas de Henry James, en los que ladirección previsible para el lector, una línea

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continua, va tomando ángulos inesperados,cuya lógica se endereza al final. O al menos asíqueremos creerlo. Como en sus otras narracio-nes, tal mecanismo esconde una de las clavespara sentir la incesante vitalidad que Juan Vi llo -ro capta con sus ficciones, notable hasta en eseimantado recorrido por una vida real (la deRamón López Velarde, El testigo, 2004).1

La cita anterior me lleva a comentar eldiscurso de ingreso. La figura de RamónLópez Velarde siempre será tema apasio-nante y más cuando se nos presenta unaimagen sin retoques del poeta jerezano, adiferencia de muchos que han pretendidoentrar, unos para bien y otros no tanto,para tratar de entender cada palabra queel poeta vertió en “La suave Patria”.2 Nues -tro autor ha podido tallar esa imagen hasta

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1 José Balza, “La media realidad”, en Revista de laUni versidad de México, México, UNAM, núm. 120, febrero2014.2 Ramón López Velarde, La suave Patria, recopi-

lación y notas de Víctor Manuel Mendiola, México, ElTucán de Virginia, 2013.

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dejarla libre de pecado nacional. Allí estáel López Velarde “celebrado hasta la devo-ción…” como dice, pero también el literatodel que aún hay mucho por estudiar y enel que Villoro destaca la narrativa comouno de estos ejes. No voy a repetir aquí loque ya hemos escuchado sobre el tema,pero sí deseo comentar que las facetas deun escritor no se agotan y en este caso lanarrativa comparada abre caminos queaportan datos relevantes. Las similitudesque se hace de grandes personajes de lasletras con nuestro poeta y prosista, espe-cialmente cuando se acude a las “sombrasparalelas” en alusión a Joyce y López Ve -larde, nos dan contrastes y semejanzascomo lo plantea Villoro entre el autor deUlises con el de “La suave Patria”. Esto es,sin lugar a dudas, revelador y es la partemás extensa de la presentación de Juan.Ambos, como se desprende de lo que sedijo, “son ríos apartados y distintos, perose alimentan de un agua común a la poe-sía y la narrativa”. Convergen de manera

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impresionante. Joyce recibe ejemplares desu naciente Ulises en 1921, año en quemuere López Velarde y nace, a su vez, “Lasuave Patria”. Y si de nacimientos y pater -ni dades hablamos, los dos atienden eltema. El primero es antibritánico, el se gun -do antiyanqui. Ambos se forman en me -dios profundamente católicos aunque loresuelven de manera distinta.

En el penúltimo capítulo de Ulises —nos diceVilloro— Joyce enlista los temas de los quehablan Bloom y Dedalus. Asombrosamente, esel repertorio, casi íntegro, de López Velarde:la música, la literatura, la comida, la patria, laprostitución, la Iglesia católica, el celibato ecle-siástico, la identidad y la educación religiosa.

Y así sigue enumerando muchas simili-tudes que nos llevan a reflexionar paradejar en claro una cosa: en el caso de es tosdos autores los paralelismos son coin ci -dentes, no así en otros escritores en dondela toma de frases o ideas son evidentes.Por otra parte, cuando pensamos que ya

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todo está dicho acerca de un tema especí-fico, resulta que una observación ati nadaplantea nuevas perspectivas a la investiga-ción. Éste es el caso. El final que hemos escuchado ocurre

hoy, en esta noche del 25 de febrero delaño 2014. La esencia del poeta entra a unzaguán en donde se anuncia “Históricaspequeñeces. Vertientes narrativas en Ra -món López Velarde”. Escucha atento laspalabras de Juan. Con ellas ha logrado elre greso: “El poeta que se fue acaba devolver…”.

Querido Juan:

No sé si llené las expectativas que espera-bas cuando me elegiste para dar respuestaa tus palabras. Si es así, qué bueno; si nolo es, la culpa es mía. Como pretexto pue -do decir que el mundo de la literatura meapasiona y he tratado de penetrar en él acosta de que la vista se desgaste y el espí-ritu se enriquezca. Soy rilkeano de cora-

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zón y también un villorista empedernido.Pero decía que quizá un buen pretexto siacaso estas palabras se quedan cortas paraelogiar tus escritos y tus aportes, es quemi quehacer cotidiano es estar en con tac -to con los hombres que fueron y que eltiempo los dejó ocultos en la tierra. Soy,simplemente —recordando a Proust—, unbuscador del tiempo perdido. La ar queo -logía, esa máquina del tiempo que nostransporta al tiempo ido y que no te esajena, pues en tus trabajos has incursiona-do en ella como quedó dicho, nos lleva adevelar el rostro de la vida y de la muerte.Mi agradecimiento por tu confianza; mi

agradecimiento por tus incontables escri-tos y por los que habrán de venir; mi ale-gría de que hoy ingreses a El Colegio Na -cional en donde nombres como los de Al -fonso Reyes, Mariano Azuela y EnriqueGonzález Martínez fueron parte del grupofundador del mismo. Les siguieron perso-nalidades del mundo de las letras comoJaime Torres Bodet, Antonio Castro Leal,

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Agustín Yáñez, Octavio Paz, Jaime GarcíaTerrés, Salvador Elizondo, Rubén BonifazNuño, Carlos Fuentes y recientemente lapartida siempre llorada de José EmilioPacheco. Todos ellos fueron consagradoshacedores de letras que han privilegiadoal Colegio con su presencia. Te integrasasí al grupo de distinguidos escritores quehoy son parte de nuestra institución: Ra -món Xirau, Gabriel Zaid y Fernando delPaso. Los que fueron y los que son formanun Parnaso que hicieron y han hecho dela palabra su razón de ser.Gracias, en fin, que por méritos propios

hoy formes parte de este grupo selectoque tanto ha dado a la literatura. Todosustedes honran al Colegio Nacional, elColegio Nacional los honra a ustedes…

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El doctor Manuel Peimbert, Presidente en Turno de El Colegio Nacional

y el doctor Eduardo Matos Moctezuma.

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El doctor Jaime Urrutia Fucugauchi, el doctor Pablo Rudom

in, el doctor Guillerm

o Soberón

y el maestro Juan Villoro.

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El maestro Juan Villoro pronunciando su discurso de ingreso.

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El maestro Juan Villoro muestra a la concurrencia el diploma que lo erige

como miembro de El Colegio Nacional.

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Francisco Bolívar Zapata, Luis Villoro y Teodoro Gonzálezde

León.

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ÍNDICE

Palabras de salutación y bienvenida,Manuel Peimbert Sierra . . . . . . . . . . . . . . . 9

Históricas pequeñeces, vertientesnarrativas en Ramón López Velarde,Juan Villoro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Contestación al discurso de ingreso de Juan VilloroEduardo Matos Moctezuma . . . . . . . . . . . . 71

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Históricas pequeñeces, vertientes narrati-vas en Ramón López Velarde se terminóde imprimir el 28 de noviembre de 2014,en Uricua 40-B, Bosques Camelinas 58290,Morelia, Michoacan, Mé xico. En su com -po si ción se usó tipo New Basker ville12:14, 10:12, 9:11 puntos. La edición cons -ta de 2000 ejemplares. Coor dina ción edi-torial: María Elena Ávila Ur bina. Cuidadode la edición: Hilde bran do Jai mes Acuña

y Carlos Francisco Zúñiga. Fotografía y diseño de portada:

Gerardo Márquez Lemus