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¡¡VENTE A CUBA, MI AMOL!! Martes 16 de Agosto de 2011. Ese fue el día en que un nutrido grupo de ocioviajeros, unidos a la tropa madrileña, se subieron al avión rumbo a la isla caribeña más española de todas: CUBA. El viaje resultó más corto de lo esperado…-bueno, para los que se durmieron en el avión, claro-; para el resto, en el viaje se sucedieron un sinfín de preguntas: ¿Hará calor en la isla? ¿Aparecerá algún tifón? ¿Bailarán en todos los rincones como dicen? ¿Será un país seguro? ¿L@s cuban@s tendrán esa gracia y simpatía de la que presumen? ¿Las playas serán verdaderamente paradisíacas? ¿Bailaremos hasta el amanecer? ¿Tomaremos cerveza y ron, o nos fumaremos un puro a las 10 de la mañana, como nos decía Josebe en las reuniones? ¿Los profes…? ¡¡Ehhh!! Hasta aquí se puede leer. I. En Santiago: salseros ricos, ricos… El desembarco en Santiago fue algo inesperado. Nada más salir del avión, la primera sorpresa: no hacía tanto calor como esperábamos. Caminamos hasta la aduana y… ¡zas!, la segunda sorpresa cubana: en 30 minutos estábamos todos en el autobús con casi todos los bocadillos intactos (o en el estómago) y con una maleta… ¡rumbo a La Habana! Alguno la había enviado de reconocimiento por toda la isla, aunque la gran eficacia cubana hizo que este pequeño detalle se olvidara rápidamente, pues al día siguiente la maleta había regresado hasta su dueño, no sin antes comunicarle que todo estaba preparado para que el grupo recorriera la isla bailando en cada rincón cubano. ¡Qué maleta más inteligente! Con el “Ok” de la maleta, y sin darnos cuenta, nos encontrábamos en el bus iniciando la primera visita de este viaje: la ciudad de Santiago aguardaba a unos incansables salseros segovianos y madrileños. Los “autobuses privados” se sucedían por las calles, los coches de época de los años 50, 60 y 70 aparecían en cada esquina y los mensajes castristas empezaban a aparecer en las fachadas o en las vallas “publicitarias” que veíamos. Alguno tenía “mono” de fútbol y el autobús nos llevó al cuartel donde se inició la Revolución Cubana. Allí estaban jugando el Real Madrid contra el Barcelona, y evidentemente, no podíamos dejar pasar esta gran oportunidad de pedirles, a los jugadores, utilleros, entrenadores…, que posaran con nosotros para recordar ese evento único en el mundo. Pero al hacer la foto, alguien dijo: “Viva el Atlético de Madrid”, y los jugadores comenzaron a correr y correr tras el balón para demostrarnos que ellos NO eran de ese equipo. …Je Je Je!!! Posteriormente nos bajamos en la plaza de la Catedral de Santiago y unos graciosísimos cubanos nos recibieron al ritmo del son cubano. Enseguida el grupo cambió de tercio y nos lanzamos a conquistar la plaza a ritmo de enchuflas, dames, croquetas… -¿No hace mucho calor?-, comentaban los bailarines de la rueda. Pero, nada más acabar el baile, su rostro era el reflejo de sus palabras: -¡Somos agua!-. -¡Pues vamos a jugar al ajedrez, que es más tranquilo!-, dijeron algunos, mirando a l@s cuban@s, concentrados en sus partidas y pidiendo silencio. Por fin, nuestros guías “cogieron el toro por los cuernos” y lograron que los 50 entráramos en la casa más antigua de Santiago. Unas dulces voces nos cantaban en su patio con tanto ánimo que no pudimos “resistirnos” en lanzarnos a bailar salsa. Después de recorrer las calles y mezclarnos con sus gentes llegamos hasta la Casa de la Trova de Santiago. Sólo decir que “alguna” casi es “pescada” por algún cubano que sólo tenía ojos para las rubias, morenas, castañas, pelirrojas…

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¡¡VENTE A CUBA, MI AMOL!!

Martes 16 de Agosto de 2011. Ese fue el día en que un nutrido grupo de ocioviajeros,

unidos a la tropa madrileña, se subieron al avión rumbo a la isla caribeña más española de todas:

CUBA. El viaje resultó más corto de lo esperado…-bueno, para los que se durmieron en el avión,

claro-; para el resto, en el viaje se sucedieron un sinfín de preguntas: ¿Hará calor en la isla?

¿Aparecerá algún tifón? ¿Bailarán en todos los rincones como dicen? ¿Será

un país seguro? ¿L@s cuban@s tendrán esa gracia y simpatía de la que

presumen? ¿Las playas serán verdaderamente paradisíacas? ¿Bailaremos

hasta el amanecer? ¿Tomaremos cerveza y ron, o nos fumaremos un puro a

las 10 de la mañana, como nos decía Josebe en las reuniones? ¿Los profes…?

¡¡Ehhh!! Hasta aquí se puede leer.

I. En Santiago: salseros ricos, ricos…

El desembarco en Santiago fue algo inesperado. Nada más salir del avión, la primera sorpresa: no hacía tanto calor como esperábamos. Caminamos hasta la aduana y… ¡zas!, la segunda sorpresa cubana: en 30 minutos estábamos todos en el autobús con casi todos los bocadillos intactos (o en el estómago) y con una maleta… ¡rumbo a La Habana! Alguno la había enviado de reconocimiento por toda la isla, aunque la gran eficacia cubana hizo que este pequeño detalle se olvidara rápidamente, pues al día siguiente la maleta había regresado hasta su dueño, no sin antes comunicarle que todo estaba preparado para que el grupo recorriera la isla bailando en cada rincón cubano. ¡Qué maleta más inteligente!

Con el “Ok” de la maleta, y sin darnos cuenta, nos encontrábamos en el bus iniciando la primera visita de este viaje: la ciudad de Santiago aguardaba a unos incansables salseros segovianos y madrileños. Los “autobuses privados” se sucedían por las calles, los coches de época de los años 50, 60 y 70 aparecían en cada esquina y los mensajes castristas empezaban a aparecer en las fachadas o en las vallas “publicitarias” que veíamos.

Alguno tenía “mono” de fútbol y el autobús nos llevó al cuartel donde se inició la Revolución Cubana. Allí estaban jugando el Real Madrid contra el Barcelona, y evidentemente, no podíamos dejar pasar esta gran oportunidad de pedirles, a los jugadores, utilleros, entrenadores…, que posaran con nosotros para recordar ese evento único en el mundo. Pero al hacer la foto, alguien

dijo: “Viva el Atlético de Madrid”, y los jugadores comenzaron a correr y correr tras el balón para demostrarnos que ellos NO eran de ese equipo. …Je Je Je!!!

Posteriormente nos bajamos en la plaza de la Catedral de Santiago y unos graciosísimos cubanos nos recibieron al ritmo del son cubano. Enseguida el grupo cambió de tercio y nos lanzamos a conquistar la plaza a ritmo de enchuflas, dames, croquetas…

-¿No hace mucho calor?-, comentaban los bailarines de la rueda. Pero, nada más acabar el baile, su rostro era el reflejo de sus palabras: -¡Somos agua!-.

-¡Pues vamos a jugar al ajedrez, que es más tranquilo!-, dijeron algunos, mirando a l@s cuban@s, concentrados en sus partidas y pidiendo silencio.

Por fin, nuestros guías “cogieron el toro por los cuernos” y lograron que los 50 entráramos en la casa más antigua de Santiago. Unas dulces voces nos cantaban en su patio con tanto ánimo que no pudimos “resistirnos” en lanzarnos a bailar salsa. Después de recorrer las calles y mezclarnos con sus gentes llegamos hasta la Casa de la Trova de Santiago. Sólo decir que “alguna” casi es “pescada” por algún cubano que sólo tenía ojos para las rubias, morenas, castañas, pelirrojas…

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-¿Pero aquí también os detenéis a bailar?-, comentaba Ismar -nuestro guía- sorprendido. -¡Si a la

noche venimos aquí a bailar!-, aclaró él de nuevo. -Es que tenemos que reponer fuerzas-, comentaban mientras iniciaban el baile. -¿Reponer fuerzas bailando?-, seguía preguntando Ismar, cada vez más sorprendido. -Ya te lo explicaremos Ismar-, respondieron ellos y le preguntaron de nuevo: -Pero, ¿ahora adónde

vamos? ¿No íbamos a tomarnos algo?-.

-Al salir de la visita os lo explicaremos todo-, nos dijeron Eddy e Ismar. -Pero, ¿qué vamos a ver, que yo ya no puedo más?-, dijo uno de los bailones ya agotado. -El morro de Santiago y su bahía-, contestaron ambos guías al unísono. -¡Anda que “no tiene morro” ese tal Santiago-, le replicó alguno. …Je, Je, Je!

Después de atravesar, con algo de miedo, el puente de madera sobre el foso del morro, el

grupo comenzó la visita entre cañones, rampas y escaleras. Las vistas eran espectaculares, y el colorido de la vegetación, indescriptible.

-Perdone, ¿estas escaleras bajan hasta el mar?-, preguntó Josebe. -Sí, pero son más de 250 escaleras-, le aclaró el guarda.

Sin más, todo ocurrió en un instante: no había terminado de hablar el guarda y Josebe se había esfumado y ya había bajado los 250 escalones junto a otros cuantos “valientes”.

-¡Yo salto al agua!-, gritó el “profe” segoviano. -¡Estás loco Josebe!-, le sugirió “un valiente”. -¡Pues yo también salto!-, añadió Félix. -¡Pero si hay casi 10 metros hasta el mar!-, les replicaban. -¡Es igual! Son las 13:30 h. y hace un calor que te… ¡Yo me tiro!-, insistió Josebe. -¿Y cómo vas a subir luego, si es un acantilado?-, le dijeron entre risas. En medio de esta animada conversación, y en ese momento, apareció -para sorpresa de todos- un cubano en bañador y chanclas, con un pez espada recién pescado.

-Si ese sube, nosotros también-, decían Félix y Josebe.

Por fin, los dos se acercaron al borde del acantilado y reflexionaron: -¡¡Uff!! Os vamos a

hacer caso porque nos están esperando para comer, ¡que si no!…-, concluyeron con un toque pícaro de sensatez.

Ya en la comida, las anécdotas se sucedieron sin parar…

-¡Cumpleaños feliz! ¡Cumpleaños feliz!-, cantaron todos a un tiempo.

Carmen y Antonio recibían el tirón de orejas entre plato y plato, con un grupo tocando en directo son, salsa, cha cha chá, casino…

-¿Pero ya estáis bailando otra vez?-, se repetía Ismar mirando asombrado cómo bailaban los segovianos y los madrileños. -Vamos a ver Ismar… Cómo te lo explico yo… ¿Tú bailas?-, le preguntó directamente Josebe. -¡Yo no… contigo no…¿¿eeeehhhh?? ...Es que, aquí, en Cuba, si ven a dos tíos

bailando…¡¡eeeehhhh!!...no está muy bien visto…eeeehhhhh!-, aclaró el guía sonrojándose.

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-¡Para! ¡Para! ¡Tranquilo!!!...¡Que yo no quiero bailar contigo!, le contestó al instante un Josebe preocupado. -Te lo pregunto para saber si tú sabes bailar-, le dijo tranquilizándole. -¡¡Ahhhhhh!!... Pues llevo 15 años sin hacerlo y es que ustedes lo hacen muy bien…

-¡Chicas, sacad a bailar a Ismar, que lo está deseando!-, gritó Josebe.

El pobre guía (ya amigo) comenzó a dar sus primeros pasos con nuestras chicas… Y hasta aquí se puede leer… ¡Je, Je, Je…!

Tras la cena tuvimos la primera salida

nocturna a una Casa de la Trova. En este caso, a la de Santiago, que habíamos conocido en la mañana. La planta alta disponía de un escenario en el que, durante más de 2 horas, disfrutamos de la música en directo. No pararon de sonar sones, salsas, cha- cha- chás acaramelados y suavitos, enérgicos, pícaros, y dulcemente envolventes.

Raudas y veloces, las cubanas salieron a la pista y los cubanos con ellas. Baile y baile y

espectáculo de baile con ellos. Tras hacernos una pequeña exhibición, ¡de repente!, sacaron a Josebe a la pista. La cubana no paraba de moverse para arriba, para abajo, hacia los lados, las caderas, las costillas, el cuello… Y entonces Josebe, nerviosito perdido, invitó a otra cubana a bailar… con Oscar. Enseguida se formó una mini-rueda de dos parejas, y por fin Josebe y Oscar se hicieron con la pista y con las cubanas. Ahora eran ellos los que se movían y ellas las que les seguían. Al acabar, y con el orgullo un poco herido, se lanzaron a la pista los cubanos para hacer una rueda de casino con ellos. Fueron 10 minutos que sirvieron para que el resto de ocioviajeros se lanzara a la pista y no la abandonaran hasta que nos cerraron la Trova. ¡Bonita primera noche para todos los que cerramos la casa!. ¿Por qué? Porque tuvimos una experiencia cubana que hay que vivirla para poder contarla, y como yo la viví, aquí os la cuento.

Tras las dos horas de rigor, bailando sin parar, éramos 20 los que estábamos en medio de Santiago y a varios Kilómetros del hotel.

-¿Qué hacemos?-, preguntaban algunos mientras apuraban su ron.-

¿Taxis?-, dijo un cubano acercándose.

Después de negociar el precio hasta el hotel, el cubano empezó a gesticular con las manos y los “ferraris” empezaron a aparecen por todas las calles. Aquello parecía la Gran Vía, y todos nos íbamos montando en esos coches ahora ya típicos de Cuba. Cada uno de los 20 tendrá una experiencia que contar: unos con los sillones rajados, otros con los pies en alto porque se quemaban, otros sin luces por las calles y otros… Bueno, el caso es que todos llegamos a buen puerto y antes de acostarnos visitamos…todas las plantas del hotel…

¡Y hasta aquí se puede leer!

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II. El interior de Cuba, verde que te quiero verde. A la mañana siguiente, nos montábamos en el bus y un

nuevo viajero apareció entre nosotros. Un “cubanito”, con su “mango” incluido, se hizo una foto de presentación con cada uno de nosotros y se acomodó en el único lugar que era visible fácilmente para todos. Desde ese día, fue el protagonista cada vez que subíamos o bajábamos del autobús. De hecho, y tras la primera parada de la jornada, con su lógica ración de baile y de ron (10:30 de la mañana y los 6 ó 7 cubanos tocando como si fuese su último concierto), al acercarnos a nuestro asiento, todos nos chocábamos con el “mango” o con “cubanito” y su nuevo sombrero con puro incluido.

El día transcurrió visitando nuevas ciudades, bailando en todas las plazas, comiendo en miradores y hasta abriendo las puertas de los coches antiguos para tirarnos la foto típica con un “ferrari” de la “época colonial”. Así fue transcurriendo el día hasta que, sin darnos cuenta, nos habíamos dado el primer baño en la playa, algunos habían simulado jugar al vóley playa y otros habían tomado sus primeros rayos del sol. Pero casi sin descansar, ya estábamos ante una piscina viendo un espectáculo de natación sincronizada en la que nadie quitó el ojo… a los socorristas.

La tranquilidad no duró mucho, y tras recibir la clase de baile, tomar unos rones de rigor y bailar y bailar de forma sugerente…en el escenario, un grupo de intrépidos se dirigió hacía la playa para darse un baño nocturno en el que los tiburones aparecieron…y ¡hasta aquí se puede leer! -¡A las 12 en la piscina!-, habían quedado la noche anterior. -¿Has ido a desayunar?-, preguntó alguien. - Yo no. ¿Y tú?-, contestó otra voz. -Yo tampoco, ¿pero ha ido alguien?, susurraron varios. -Creo que sí, alguno ha ido. Pero ahí te pueden dar algo de

desayunar-, aclaró alguien finalmente-.

Los platos de sándwich y patatas fritas aparecieron entre las hamacas junto al agua de Valencia y los cócteles de todos los colores. Así, entre risas y comentarios, el día fue bastante relajado: playa, piscina, siesta, vóley, tomar el sol, bucear, ver los “escualos” que nos traían nuestros “vigilantes de la playa”, además de comer, bailar, refrescarnos los pies tras las clases… hasta que llegó la noche. Claro que, la noche fue muy, muy larga para algunos que apenas durmieron entretenidos jugando al ajedrez o arreglando las farolas que se caían al paso de los ocioviajeros… Y una vez más, ¡¡hasta aquí se puede…Leer!!

Para retomar el viaje y como decía, después de una larga noche, nos pusimos rumbo a Trinidad. En el camino hubo más baile, más ron, compras, fotos, visitas y más visitas hasta que llegamos a la Casa de la Trova y nuevamente comenzamos a bailar “codo con codo” junto a un sinfín de parejas cubanas. Pero esta vez, no fueron 20, sino un gran grupo de 35 ó 40 intrépidos quienes les desafiaron en una gran rueda cubana en las mismas puertas de la casa. Aunque el cansancio hacía mella entre nosotros, nuestros guías nos llevaron a un ambiente más popular cubano. ¡No podíamos creerlo! Al doblar la esquina aparecieron unas escaleras, y en sus descansillos, unas mesas y unas sillas y una pista de baile ¡adoquinada! (si se puede decir que estaba adoquinada, claro).

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Allí, por fin, el guía se lanzó a la pista… Unos pasitos, unas vueltas y enseguida salió para llevar a casi todo el grupo hasta la orilla de la playa del hotel, plagada de cangrejos y ermitaños. Unos pocos, habían vuelto al hotel, ¡y cómo! Increíblemente acoplados en un taxi diminuto en el que el taxista ocupaba todo su asiento: su barriga se pegaba al volante, las caderas le quedaban a unos milímetros escasos de la palanca de cambios y su perfil izquierdo presionaba la puerta del conductor “peligrosamente”·

-¡Qué vas a despegar!-, le decía Oscar cuando tomábamos una curva y nos acercábamos a la cuneta del carril izquierdo. -¡Que me quemo!-, decía Josebe desde un rinconcito trasero. -Es que el motor está en ese lado del asiento-, contestó el conductor riéndose mientras Josebe no se podía ni mover. -¡Oye, que no estamos en Inglaterra!-, gritaba Oscar riéndose al cubano mientras éste llevaba más de 2 minutos por el carril izquierdo. -Es que hay menos baches-, comentaba el conductor mientras los cuatro ocioviajeros no paraban de darse con la cabeza en el techo debido al gran estado de la carretera y a la velocidad alcanzada por el “bólido”.

No saben cómo, pero no despegaron, Josebe no se quemó y el carril izquierdo era mejor que el derecho, pero llegaron al hotel cuando el motor estaba a punto de necesitar…un extintor.

La visita a Trinidad fue, para muchos, la mejor visita hasta el momento. Una gran ciudad de estilo colonial en la que las decoraciones y el colorido de antaño perduran entre todas sus calles y sus gentes. La alegría de sus habitantes, unida al estilo empedrado de sus calles, hacen de este pueblo cubano un lugar único e inconfundible. Y es aquí donde vimos, por fin, llover y llover. Para nosotros, la tormenta duró lo que tardamos en levantarnos de la mesa y acercamos al bus, porque una vez allí casi todos dormimos hasta La Habana. Mientras, en el exterior, diluviaba tanto que los autocares iban “haciendo aquaplaning” por las carreteras.

Como no todos dormíamos, alguien tuvo una excelente idea: -vamos a jugar a Black Stories-. Y todo comenzó con esta imagen sugerida: va un bus por Cuba con turistas españoles dormidos, se despiertan, ven la carretera y se suicidan. ¿Qué les ha sucedido?...

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III. Llegué a La Habana, mami.

…Y, por fin, llegamos a La Habana. El recorrido hasta el hotel hizo que tuviéramos una primera impresión de la ciudad, sobre todo viendo a los cuban@s sentados en el Malecón, refrescándose con las olas del mar y su brisa caribeña. Esa sensación, unida a la clase de rueda cubana y el posterior baño nocturno en la piscina del hotel, quedará para siempre en el recuerdo de los madrileños y segovianos, que ya “eran un poquito cuban@s”.

Madrugamos para conocer distintos puntos clave

de La Habana, y tras la visita a la Casa de Habanos, algunos ya iban un poquito “fumados”… Varios veían dos cúpulas en el Malecón e incluso se subían en otros autobuses… Podría estar horas y horas escribiendo acerca de las maravillas de La Habana, ciudad pobre pero alegre, colonial pero cubana, con sus gentes en las calles, con sus daiquiris y mojitos, su baile…¡Quieto! El baile. Sí, el baile. Esto me vuelve a traer recuerdos… En este primer día en la capital de la isla tuvimos la gran suerte de comer en uno de los mejores restaurantes del viaje: los mojitos volaban de las mesas y hasta alguno cantaba a Fidel con la mano en alto y…hacia una pared. Otros, no paraban de observar a una de las mejores parejas que vimos bailando en todo el viaje. Seguro que algunos como Mª Luz, Margarita, Fabiola, Álvaro, Víctor, Sergio… no olvidarán nunca su participación “improvisada” bailando en la pista con ellos. ¡Inolvidable, una vez más!

El día terminó con la visita a una discoteca cubana en la que Fabiola nos volvió a mostrar

sus grandes dotes para hacernos reír. Ya nos había deleitado en días anteriores con sus dotes de traductora para sordos, pero en esta ocasión no tardó en mostrar sus grandes dotes de imitadora y bailarina, haciéndolo muchísimo mejor que las de la sala de fiestas.

El segundo día de estancia en La Habana amanecía y fue un día más en el que a las 10 de la mañana ya nos tomábamos un ron con azúcar de caña natural… ¡Qué ritmo llevábamos! El día libre en la ciudad pasó por disfrutar de los encantos de La Habana Vieja: algunos fueron hasta “Sevilla” y otros vieron a Hemingway; unos visitaron el morro y otros pasearon por sus calles; los menos, se metían en las casas, pero también hubo quienes descubrieron la fábrica de cerveza… Llegaba la hora de despedirse de la ciudad con una comida y nuestros guías nos llevaron a comer frente a la catedral, precisamente el lugar en el que el día anterior otros turistas nos tiraban fotos al ver a 50 bailando en la plaza con 8 cubanos tocando unos instrumentos muy peculiares.

Por la noche, el “cocodrilo” sorprendió tanto a todos, incluido a los profesores, que no hace falta escribir sobre ello. Tan sólo decir, que la gracia cubana hizo que todos nos olvidáramos momentáneamente del “reptil”.

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IV. El final: Un cayo, Viñales y un mirador.

El viaje se estaba acabando y el día relajado en un Cayo hizo que recuperáramos fuerzas para

la última noche en Cuba. Los masajes, la excursión a ver corales y hacer snorkeling, el paseo en kayak o a

pie por la playa, e incluso nadar casi 1 Km. hasta el coral, fueron algunos de los atractivos del islote.

¡Ah!, hablando de encantos, “alguna” casi se queda con “algún autóctono” más que atractivo…para ellas.

Llegamos al hotel y la noche llegó, el baile volvió, el ron se terminó, los juegos se acabaron, los mosquitos se escondieron y la selva apareció. La última noche en Cuba pasó por nosotros tan deprisa…¡Y hasta aquí…!

-¡No me quiero ir!, ¡El año que viene un viaje de 15 días!-, le decían a Josebe. -¿Josebe?, ¿Dónde está Josebe?-, preguntaban a los profes.

Y en esos momentos se oía por el walkie de Fabiola: -¡Félix, despierta que

te has quedado dormido.- -¡No me digas. Me cagüen…!, contestó dando un tremendo salto. -¡Fabiola!-, llamaba Josebe. -Tranquilo que ya lo he oído. Anda, dale una ducha rápida que nos vamos-, respondió la Fabi intentando ocultar un ataque de risa de los suyos.

Félix llegó y partimos en bus hacía una cueva…a la que llegamos en tan sólo 30 segundos: ¡Para que luego diga alguno que los trayectos por la isla son largos!. Una vez allí, el paseo en barca, la piña colada en el mural y la visita a Viñales parecía que cerraban un viaje con un montón de recuerdos imborrables. ¿Imborrables? -¡Oscar, date prisa que nos falta de ir a uno de los lugares más bonitos, sino el más

bonito, de toda Cuba!-, le dijo Josebe al “profe” madrileño.

Descendimos del autocar… ¡et voilà! Una impresionante vista del paisaje de la zona de Pinar del Río se abría ante la cara incrédula de todos. ¡¡¡Qué vistas!!! Únicas en el mundo. Foto, rueda, foto, rueda, foto, rueda, foto, rueda…-¡No me quiero ir!-… Foto, rueda… -¡Esto se acaba!... Foto, rueda… -¡Qué vistas!-… Foto, rueda, -¡Nos vamos!-. Foto, rueda…¡snif!.

Alguien dijo, “lo que ocurra en Cuba se queda en Cuba” y así ha sido. Aquí sólo hemos contado pequeñas anécdotas del viaje. La realidad supera cualquier crónica, relato o power point. En las imágenes o vídeos sólo se ve reflejada la gran alegría que nos transmitía cada Cuban@, cada cantante, cada músico, cada bailarín, cada niño, cada madre, cada rincón, cada… Las palabras y las imágenes siempre se quedarán cortas para poder explicar o entender lo allí vivido. En la memoria de cada uno de los 50 viajeros, ya “cuban@s”, es donde verdaderamente quedan los verdaderos recuerdos. Para todos ellos Cuba residirá en algún rincón de su corazoncito. Para todos ellos… ¡GRACIAS! ¡GRACIAS POR COMPARTIR CADA MOMENTO! ¡GRACIAS POR HACER DISFRUTAR A LOS COMPAÑER@S! En definitiva… ¡¡GRACIAS!!