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    Cueva, Agustn.El velasquismo: ensayo de interpretacin (1972). En publicacin: Entre la ira y la esperanzay otros ensayos de crtica latinoamericana. Fundamentos conceptuales Agustn Cueva. Antologa ypresentacin Alejandro Moreano. Bogot: !iglo del "ombre # C$AC!%& '(().ISBN 978-958-665-108-0

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    EL VELASQUISMO:ENSAYO DE INTERPRETACIN1

    INTRODUCCIN

    El velasquismo constituye, a no dudarlo, el fenmeno polticoms inquietante del Ecuador contemporneo. Baste recordar queVelasco ha logrado triunfar en cinco elecciones presidenciales yacaudillar un movimiento insurreccional (el de 1944), fascinan-do permanentemente a los sectores populares pero sin dejar defavorecer desde el gobierno a las clases dominadoras. Sorprende,adems, su habilidad para apoyarse en los conservadores y buenaparte del clero sin malquistarse con los liberales ni descartar endeterminados momentos una alianza de factocon los socialistas

    y aun los comunistas.As, Velasco ha conseguido dominar el escenario polticoecuatoriano por un lapso de cuarenta aos: desde 1932, cuandoapareci por primera vez como personaje pblico relevante enel Congreso, hasta 1972, ao en que concluy su quinta adminis-tracin.

    Por lo dems, en qu casilla ideolgica ubicar a este hombreque respondi lo siguiente a un periodista que le inst a definir-

    1 Extrado de Agustn Cueva, El proceso de dominacin poltica en el Ecuador,Quito, Planeta-Letraviva, 1997, pp. 123-150.

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    se polticamente?: Yo me siento ligado a una misin divina delhombre en la vida, cual es la de cooperar para que toda la natu-raleza y la humanidad salgan del caos a la organizacin y de lastinieblas a la luz.2

    CRISISEIMPASSEPOLTICO

    Lo primero que llama la atencin de quien investiga el perodohistrico inmediatamente anterior al aparecimiento del velasquis-mo, es que en un lapso de apenas diez aos se haya producido

    el fracaso de tres frmulas de dominacin en el pas. En efecto,entre 1922 y 1925 se desmorona el mecanismo montado por laburguesa de Guayaquil (frmula liberal); en 1931 cae, abatidopor la crisis econmica y por sus propias debilidades, el gobiernojuliano pequeoburgus (frmula militar-reformista); en fin,en 1932 fracasa en el campo de batalla la solucin de los terra-tenientes de la Sierra (frmula conservadora).

    Desembocamos con esto en una especie de vaco de poder,que durar largo tiempo y ser el terreno abonado para que pros-pere el velasquismo. Pues, por una parte, la burguesa agroex-portadora no poda retomar el poder poltico por la va electoral,dada su impopularidad y el debilitamiento sufrido por efecto delas crisis econmicas de los aos veinte y treinta; ni con las armas,ya que el ejrcito se opona abiertamente a la llamada dominacinplutocrtica. Por las razones que se analizarn ms adelante,

    aun el fraude, sustituto caricaturesco de la democracia repre-sentativa, y que por s solo era indicio de debilidad poltica denuestra burguesa, se haba vuelto inviable.

    Por otra parte, los terratenientes serranos, que s estaban encapacidad de triunfar en elecciones, movilizando a los sectorescontrolados ideolgicamente por el clero, no podan acceder algobierno sin la aquiescencia de una oficialidad que les era hostil ycontando, como contaban, con la fuerte oposicin de la burgue-sa de la Costa.

    2 RevistaMaana,Quito, No. 25.

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    En fin, y como ya se vio, en el momento en que surgi el velas-quismo tampoco caba que la clase media retomaramanu militariel control del Estado, luego de que su fracaso de 1931 haba pues-to de manifiesto la imposibilidad de llevar adelante una polticareformista en poca de crisis.

    As que la paradoja de una situacin que no haba permitidola concentracin de todos los elementos del poder social en unasola clase, sino que ms bien los haba distribuido entre varias, alconferir la hegemona econmica a la burguesa agromercantil, lahegemona ideolgica a los terratenientes de la Sierra y la facultad

    de arbitrar con las armas a una oficialidad muy ligada a la clasemedia, se convirti en una encrucijada verdadera.Esta crisis del poder es el primer elemento que debe tenerse

    presente para una explicacin correcta del fenmeno velasquis-ta, pero sin olvidar que ella toma cuerpo en el marco de la crisiseconmica de los aos treinta. Dato importante si se recuerdaque los triunfos ms impresionantes de Velasco han coincididocon coyunturas similares: la apoteosis de 1944 ocurri cuandose hizo patente en el pas el fenmeno de la inflacin monetariacon su secuela de especulacin, elevacin del costo de la vida,depreciacin de la moneda, y el triunfo arrollador del caudilloen 1960 se produjo en un momento crtico para la economa delbanano.

    SITUACINDEMASASYSUBPROLETARIADO

    Sin embargo, ni la crisis econmica ni la de hegemona bastan, pors solas, para explicar el nacimiento y desarrollo de una solucinpopulista como la del velasquismo. Si sta termina por impo-nerse es gracias a la conformacin de un nuevo contexto socialy poltico en las urbes ecuatorianas a partir de los aos treinta(proceso ligado, claro est, a la crisis del sistema en su conjunto).Aquel contexto se caracteriza por lo que denominaremos situa-cin de masas, sobre la cual disponemos ya de ciertos datos queconviene recapitular.

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    En 1931-1932 la Compactacin Obrera Nacional se presentacomo movimiento democrtico y de masas, pese a su carctereminentemente retrgrado.

    El presidente Martnez Mera, durante el corto lapso de sugobierno (1932-1933), sufri el hostigamiento constante del po-pulacho, los grupos de muchachos y la gente del hampa,segn el decir de los historiadores burgueses.

    El velasquismo principia, como afirma su lder, por el mer-cado de Guayaquil y por las modestas barras que se dignaban es-cucharme en la Cmara de Diputados.3

    En fin, Velasco triunfa en 1933 gracias a una campaa din-mica, callejera y exaltada, llena de promesas de acabar con losprivilegios, las trincas, los estancos y todos los vicios de la Rep-blica.

    Urge preguntar, entonces, qu significado puede tener esto deque la propia reaccin se haya visto obligada a presentarse comomovimiento democrtico y de masas; el que un presidente delEcuador haya sido forzado a abandonar su puesto por el hosti-gamiento popular y que un movimiento poltico haya nacido enlos mercados y triunfado gracias a una campaa de las caracters-ticas sealadas.

    Para nosotros, la respuesta es clara: la composicin social delas urbes se alter de tal suerte en esos aos que se volvi ob-soleta la tradicional poltica de elites, con los viejos partidos denotables, y fue necesario aceptar una forma poltica indita que,

    sin atentar contra los intereses de la dominacin en su conjunto,fuese adecuada al nuevo contexto. Era imprescindible tomar enconsideracin las reacciones eventuales de las masas, que en ade-lante ya no intervendran, como antes, slo en casos extremos de

    3 Discurso del 27 de marzo de 1960. Salvo indicacin contraria, los textos de losdiscursos o declaraciones de Velasco son tomados de las siguientes fuentes: a)para los aos 1944-1945,El 28 de mayo: balance de una revolucin popular, Quito,Talleres Grficos Nacionales, 1946; b) para los aos 1952-1956, Obra doctrinariay prctica del gobierno ecuatoriano,tomos I y II, Quito, Talleres Grficos Na-cionales, 1956; c) para 1960, Ral Touceda, El velasquismo: una interpretacinpotica y un violento perodo de lucha,Guayaquil, Editorial Royal Print, 1960.

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    insurreccin o motn, sino tambin en las contiendas cvicasconvencionales. Por ello, el fraude tornse riesgoso, como po-co redituables las decisiones tomadas a nivel de pequeo clubelectoral. Haba, pues, que tolerar cierto grado de participacinpopular en la poltica nacional.

    De qu masas se trataba y cmo se haban desarrollado en losltimos aos? Para responder a esta pregunta es necesario anali-zar, aunque sea en forma somera, los efectos de la crisis capitalistade los aos treinta en algunos sectores de nuestra sociedad.

    Empecemos por la suerte corrida por los campesinos. Los

    de la Sierra fueron los menos afectados, no slo en la medida enque la agricultura de consumo domstico sufri menos que la deexportacin, sino tambin porque el sistema de remuneracinpredominante en el callejn interandino, en recursos naturales oen especies, era menos sensible a las fluctuaciones del mercado.Sin embargo, una parte de esos campesinos, de la provincia dePichincha sobre todo, que era la de mayor desarrollo por encon-trarse en ella la capital de la Repblica, cayeron en la desocupa-cin y tuvieron que emigrar a la ciudad de Quito. Lo cual ocurri,sin duda, con los trabajadores ocasionales, quienes segn una es-timacin de 1933 ascendan a 300.000 en el pas.4

    El campesino de la Costa, por su parte, sufri rpidamente losefectos de la depresin, como se anota en un informe de 1932:

    En la poca de una ms o menos normal y satisfactoria actividad de

    los negocios, los productores de cacao han acostumbrado pagar unjornal diario de 1,20 a 1,40 sucres, mientras que en la actualidad noslo ha disminuido el nmero de peones ordinariamente emplea-dos en dichas haciendas de cacao, sino que ha bajado tambin su

    jornal a un sucre por da.5

    4 Cfr. Po Jaramillo Alvarado,Del agro ecuatoriano,Quito, Imprenta de la Uni-versidad Central, 1936, p. 127.

    5 Exposicin de Luis Alberto Carbo, 1932, transcrita por el mismo autor,p. 526.

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    Mas resulta que ni esa desocupacin ni la baja del nivel de vi-da originaron conflictos graves en el agro costeo, sino que mo-tivaron el xodo de campesinos a la ciudad de Guayaquil, porlo cual esta ciudad creci, entre 1929 y 1934, a un ritmo anualde 5,33%, nunca antes alcanzado. De 1909 a 1929, su poblacinhaba crecido al 1,45% anual; y aun despus, entre 1934 y 1946,por ejemplo, aument al ritmo de 2,5%. Elevadsima tasa, pues,la de aquel quinquenio clave, que mal podra explicarse por elsolo crecimiento vegetativo, muy bajo en ese entonces.6

    Ahora bien, el xodo rural a las ciudades de Quito y Guayaquil

    (a esta ltima sobre todo), en un momento en que ninguna de di-chas urbes se encontraba en condiciones de emplear esa mano deobra, equivala a una transferencia de la desocupacin del sectorurbano. Es cierto que con ello se descongestionaba el agro, evi-tndose que el conflicto estallara all; pero esta descongestin tuvosu precio: la creacin de nuevas reas de tensin en las ciudadespor la conformacin de un sector marginal urbano.

    Por lo dems, este sector no se constituy nicamente con di-

    chos migrantes, sino tambin por el impacto de la depresin delos sectores populares urbanos que no gozaban de empleo estable,remuneracin fija y un mnimo de garantas legales similares a lasdel proletariado. Los vendedores ambulantes, peones de obras,cargadores, estibadores y, en general, todos aquellos pequeosvendedores de bienes ocasionales que en nuestro pas constitu-yen la mayora de la poblacin urbana pobre, o cayeron pura yllanamente en la desocupacin o vieron reducidos sus ingresos ysu campo de actividad de manera considerable.

    En esta forma se constituy, por efecto de la crisis capitalistade los aos treinta y no por una crisis del sector tradicional co-mo corrientemente se afirma, un grupo especfico de comporta-miento poltico, al que denominaremos subproletariado.

    Al principio, ste fue controlado en Quito, polticamente,por aquellos que secularmente haban dominado a la poblacin

    6 Cfr. Tudor Engineering Company-Junta Nacional de Planificacin,Informe defactibilidad para el proyecto de rehabilitacin de terrenos,Guayaquil, Junta Na-cional de Planificacin, s.f.

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    andina. Los terratenientes y el clero organizaron, como se recor-dar, la Compactacin Obrera Nacional. Pero tal control se lesfue rpidamente de las manos, tan pronto como los subproleta-rios adquirieron comportamientos ms acordes con su situacineconmica y social.

    Si hubo razones para que estos marginados escaparan alcontrol clerical-conservador, tambin las hubo para que no ca-yesen bajo la frula ideolgica de la burguesa liberal. En suma,ninguno de los grupos dominantes logr imponer sus normas decomportamiento poltico al subproletariado porque la margi-

    nalidad de ste, que implicaba una desubicacin con respectoa los roles econmico-sociales bsicos y previstos por el sistema,colocaba al subproletariado relativamente al margen, tambin,de los mecanismos de control social antes usados. El ex pen dehacienda, por ejemplo, convertido en libre vendedor de ser-vicios ocasionales en la urbe, ya no poda ser dominado ideol-gicamente del mismo modo y con la misma facilidad que en suantigua situacin.

    As que este sector social qued polticamente disponibley en espera de un redentor. Inconformes con su nuevo destino;pauprrimos a la par que psicolgicamente desamparados; tantoms insumisos cuanto que en ellos ya no impactaban, con sufi-ciente fuerza, los controles sociales tradicionales; pero incapaces,al mismo tiempo, de encontrar una salida revolucionaria, esossubproletarios no podan impulsar otra cosa que un populismo

    como el que Velasco inaugur y que, por supuesto, no ha sidoel nico en el Ecuador. La Concentracin de Fuerzas Popularescon base en los suburbios de Guayaquil, y otros movimientos demenor envergadura, responden a la misma situacin y presentaninfinidad de rasgos comunes con el velasquismo, aunque no ha-yan alcanzado como ste magnitud nacional.

    Luego analizaremos la forma en que el caudillismo de Velas-co respondi a las condiciones objetivas y subjetivas de estesector social. Antes de hacerlo, consignemos algunos datos ms,que prueban la relacin existente entre los marginados y el ve-lasquismo.

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    En 1952, 1960 y 1968, Velasco ascendi al gobierno graciasa la abrumadora mayora de votos obtenida en tres provincias:Guayas, Los Ros y El Oro,7que son justamente las que mayornmero de migrantes han recibido en las ltimas dcadas (porejemplo, en el perodo intercensal 1950-1962, absorbieron el 80%del total de las migraciones internas del pas).8

    Y el baluarte del velasquismo en Guayaquil han sido los ba-rrios suburbanos, como puede comprobarse analizando a nivelparroquial los resultados de cualquiera de las elecciones en que haintervenido Velasco. En las dems ciudades, el caudillo ha sentado

    tambin sus reales en las circunscripciones habitadas por genteen situacin socioocupacional comparable a la de los pobladoresde los suburbios del puerto. Aun en las reas no urbanas de laSierra la votacin velasquista parece provenir de aquellos lugaresdonde las estructuras entran en crisis, permitiendo la formacinde grupos sociales que escapan al poder tradicional, en las aldeas,anejos y otros tipos de pueblos. El informe del Comit Interame-ricano de Desarrollo Agrcola (CIDA) afirma, refirindose a estosltimos, que son ellos los que

    [] bajo una bandera populista, con su apoyo decisivo, han hechoposible que llegase al poder un poltico (uno de los poqusimos pre-sidentes de origen serrano que no es ni ha sido terrateniente), variasveces presidente de la Repblica, desafiando el esquema tradicionaly el poder terrateniente.9

    7 En 1952, Velasco obtuvo el 80% de los votos de Guayas y Los Ros, y 65% deEl Oro. En 1960, 68% de la votacin de Los Ros, 66% de El Oro y 58% deGuayas. En 1968 triunf en las mismas tres provincias y en ninguna otra; perola ventaja obtenida en ellas fue tan grande que le permiti ascender a la Presi-dencia una vez ms.

    8 Cfr. Osvaldo Hurtado, Ecuador: dos mundos superpuestos, Quito, Inedes, 1969,

    p. 137.9 Comit Interamericano de Desarrollo Agrcola, Tenencia de la tierra y desarrollo

    socio-econmico del sector agrcola: Ecuador, Washington, Comit Interamericanode Desarrollo Agrcola, 1965, p. 478.

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    Poca duda cabe, entonces, de que la base social popular delvelasquismo est constituida por todos aquellos grupos a los queel desarrollo del capitalismo dependiente convierte en margina-dos, sea arrancndolos de las posiciones antes estables del sectortradicional, sea desplazndolos peridicamente de las precariasubicaciones modernas en que l mismo los haba colocado.

    LAALTERNATIVAREVOLUCIONARIAENLAERAVELASQUISTA

    Queda ahora la inquietud de saber por qu, una vez produci-da la crisis econmica de los aos treinta, rotos los mecanismostradicionales de dominacin poltica y creada una situacin demasas en las urbes, ello no fue aprovechado por los partidos mar-xistas.

    Al respecto, slo podra admitirse como explicacin parcialque se debi a errores cometidos por la direccin comunista osocialista (nos referimos, naturalmente, al ala marxista del so-cialismo, pues la otra no tena ms inters que el de promover elascenso de la clase media) o a la incapacidad de adaptar el mar-xismo a la situacin de nuestro pas. Sobre lo primero, creemosque en efecto pudo haber habido errores; pero de all a explicar ladebilidad del movimiento marxista por esa sola causa, media ungran trecho. En cuanto a lo segundo, tambin pensamos que hayparte de verdad. Pero no estara de ms preguntarse si el proyecto

    revolucionario marxista es tan flexible como para adaptarse a unabase popular predominantemente subproletaria, sin convertirseen populismo puro y simple.

    En sntesis, ms objetiva parece la hiptesis de que el desarro-llo del marxismo en el Ecuador fue incipiente porque los sectorespopulares urbanos tuvieron, en el perodo que aqu se analiza, unacomposicin netamente subproletaria; y el subproletariado es ungrupo que, dada su ubicacin econmica y social, se presta malpara una politizacin en sentido revolucionario, salvo en situacio-nes en que el proletariado ya ha creado un contexto apropiado.

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    Sobre el predominio cuantitativo del subproletariado entre lapoblacin urbana, nada ms elocuente que las cifras. En Guaya-quil, que es la ciudad ms industrializada del Ecuador, tenamosen una fecha reciente como 1962 la siguiente composicin so-cioocupacional: profesionales y tcnicos, 7,79% de la poblacineconmicamente activa; gerentes y administradores, 1%; ofici-nistas, 13,06%; vendedores, 20,57%; pescadores, 8%; agricul-tores y leadores, 1,97%; madereros, canteros y afines, 0,16%;transportadores, choferes, ferroviarios, etc., 6,22%; artesanos,3,79%; obreros y jornaleros, 9,67%; trabajadores domsticos,

    18,09%; otros, 9,68%.Ahora bien, la sola suma de vendedores y trabajadoresdomsticos, que en su mayora son subproletarios, alcanza acerca del 40% de la poblacin econmicamente activa; mien-tras los obreros y jornaleros ni siquiera representan el 10% (sincontar con que muchos de los jornaleros pertenecen de hechoal subproletariado por sus condiciones objetivas de trabajo y devida).10

    Sobre la base de datos como stos, que demuestran la casiinexistencia de proletariado urbano en el Ecuador (en los aosa los que nos venimos refiriendo, hay que insistir), cabe formu-lar algunas preguntas: ser fcil convencer a un vendedor am-bulante, por ejemplo, de las ventajas de socializar los medios deproduccin? Hacer ver a un cargador los beneficios de una re-forma agraria o de la estatizacin de las fbricas? Qu consigna

    revolucionaria, vlida para el caso concreto de todos y que no seaparte de la meta, lanzar en un medio como el subproletariado?Cmo organizar, si no es en torno a la vecindad, a elementoscuyo trabajo individual o en el mejor de los casos en pequeosgrupos los dispersa en lugar de concentrarlos? Cmo evitar, sise los organiza en torno al nico vnculo visible, que para ellosno sea ms concreto el relleno de una calle o la construccin deuna escuela o un dispensario mdico, es decir, las medidas po-

    10 Tudor Engineering Company-Junta Nacional de Planificacin,Informe de fac-tibilidad para el proyecto de rehabilitacin de terrenos,op. cit., pp. 3-13.

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    pulistas, que el socialismo? Cmo, en fin, lograr que percibancomo concreto el problema estructural del pas estos margina-dos cuyo quehacer diario se desarrolla, precisamente, en el polomarginal de la economa?

    Si se acepta el criterio marxista de que para que prospere unaconciencia revolucionaria no basta la pobreza, sino que es me-nester la concurrencia de otras condiciones sociales, se imponela conclusin de que era extremadamente difcil que en nuestrosubproletariado se desarrollara tal conciencia, a no ser por elempuje de otra clase social.

    Pero sucede que en el perodo que venimos analizando losagentes sociales de la revolucin eran demasiado dbiles paraimpulsarla. El principal de ellos, el proletariado, ha tenido uncarcter incipiente desde todo punto de vista; y el campesinado,disperso, aislado de las ideologas modernas, heterogneo inclusoculturalmente, sometido a la peor opresin material y espiritual,no ha podido ir ms all de una actuacin histrica jalonada dejornadas heroicas, pero sin real perspectiva revolucionaria.

    En circunstancias tan desfavorables, el subproletariado ecua-toriano devino la base de un populismo caudillista, mesinico yasistencialista, que a sus ojos se presentaba como smbolo de lavoluntad popular y de desafo abierto a los proyectos ms or-todoxos de dominacin.

    LASCLASESDOMINANTESYELVELASQUISMO

    En una visin histrica de conjunto, el velasquismo no puedeaparecer sino como lo que objetivamente es: un elemento de con-servacin del orden burgus, altamente funcional por haberpermitido al sistema absorber sus contradicciones ms visibles ysuperar al menor costo sus peores crisis polticas, manteniendouna fachada democrtica, o por lo menos civil, con aparen-te consenso popular. Desde este punto de vista, que es el nicovlido, puede afirmarse que el velasquismo ha sido la solucinms rentable para las clases dominantes. Quin, por ejemplo,habra sido capaz de capitalizar y mistificar mejor que Velasco el

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    movimiento popular de 1944, que alcanz dimensiones verdade-ramente insurreccionales? Cul de los hombres o partidos habraconseguido, mejor que l, captar primero y disolver despus elsentimiento antiimperialista y antioligrquico de 1960?

    Sin embargo, el velasquismo se ha desarrollado en medio deuna tensin constante con los principales grupos dominantes ylos partidos polticos que ms ortodoxamente los representan(conservador y liberal). Cmo explicar esta aparente contradic-cin?

    Ella se disipa teniendo en cuenta que la respuesta histrica

    concreta tendiente a la autoconservacin del sistema nunca coin-cide de manera estricta con el proyecto particular de dominacinde uno solo de los grupos hegemnicos (clase o fraccin de clase).Por este hecho, el velasquismo adquiere complejidad y aparececomo una frmula no ortodoxa, casi bastarda de dominacin,en la medida en que representa, por una parte, un compromisoentre los proyectos de dominio en competencia y, por otra, unaadecuacin del conjunto de ellos a las posibilidades objetivas deejercerlo.

    Es obvio, por ejemplo, que las clases dominantes hubieranpreferido que no se creara en las urbes una situacin de masascomo la descrita, a fin de seguir aplicando frmulas ms cmodasde dominacin poltica, a travs de los partidos clsicos y el me-canismo del fraude. Pero, una vez que el proceso de urbanizacinse aceler, sin que nada pudieran hacer esas clases para frenarlo,

    no les quedaba ms remedio que adaptarse a la nueva situacindentro de la cual el caudillismo populista era el mal menor.Resulta evidente, asimismo, que dichas clases han visto con

    alarma la elevacin peridica de la temperatura poltica del pas,inquietndose, incluso, por el desfogue psicolgico que Velascoha desatado en las masas portadoras de malestar social. Pero yaque tal malestar exista independientemente de la presencia deVelasco, la mise mort simblica de la oligarqua por parte delcaudillo era preferible a una mise mort real.

    Igual cosa ha sucedido en lo que se refiere al gobierno y la ad-ministracin del pas. Los grupos dominantes no han dejado de

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    protestar por la falta de una poltica econmica clara (entin-dase: desarrollista) de Velasco; mas cabe preguntar si esa mismaambigedad no habr sido polticamente rentable para ellos, en lamedida en que tambin para el pueblo presentaba una faz ambi-gua capaz de alimentar ilusiones de transformacin. Habida cuen-ta de que el desarrollismo, como todo proyecto de dominacin,slo es viable en determinadas condiciones econmicas, socialesy polticas, que en el Ecuador no se han dado sino en contadosmomentos (durante la administracin Plaza, o en la poca delauge petrolero, por ejemplo), puede afirmarse que en realidad la

    burguesa no ha renunciado a l en favor de la poltica intuitivade Velasco, sino que ha tenido que allanarse ante situaciones con-cretas, en las cuales aquel proyecto resultaba inaplicable.

    En fin, es indiscutible que tanto la burguesa liberal como losterratenientes conservadores habran preferido gobernar direc-tamente, sin la mediacin de un veleidoso caudillo. Pero a faltade un consenso para sus partidos y ante la dificultad de supe-rar sus propias contradicciones, les era preferible permitir quegobernase un tercero, que presentaba ventajas tan evidentes co-mo la de haber dado garantas contra las hambrientas fauces dela demagogia (que pretenden) suprimir la propiedad particular,nica creencia real de la burguesa del Ecuador,11de haberseproclamado liberal al mismo tiempo que cristiano y de ser po-pular entre los sectores ms pobres e insumisos de la poblacinurbana. Serrano amado por el subproletariado de la Costa, Ve-

    lasco hasta result una frmula ideal para superar la oposicinregionalista.Por eso Velasco, a pesar de haber representado con acertada

    intuicin y habilidad los intereses de la dominacin en su con-junto, ha mantenido tensas relaciones con cada uno de los gru-pos hegemnicos en particular. Plenamente, el velasquismo sloha satisfecho las aspiraciones del sector especulador de la bur-guesa, es decir, de esa especie de lumpen que trafica con divisas,

    11 Jos Mara Velasco Ibarra,Democracia y constitucionalismo,Quito, s.e., 1929,p. 292.

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    artculos de primera necesidad, etc., o saca tajada de los clebresnegociados, al amparo, precisamente, del caos velasquista. Eseste sector el que ha financiado las campaas electorales de Ve-lasco Ibarra.

    RELACIONESCONLASCLASESMEDIAS

    Las relaciones de Velasco con las clases medias tambin revistencierta complejidad. De una parte, Velasco ha contado con el apo-yo de algunos sectores de ellas, como es el caso de los choferes,

    cuya fidelidad al caudillo ha sido uno de los fenmenos ms no-tables de las ltimas dcadas; y, en menor grado, de los peque-os y medianos comerciantes y artesanos, cuando estos ltimoshan logrado escapar al control tradicional de los terratenientes yel clero.

    Poco interesados en la realizacin de cambios estructurales,aunque insatisfechos con la dominacin oligrquica, estos tra-bajadores por cuenta propia12(pequea burguesa propiamente

    dicha), han encontrado beneficiosa la poltica populista de cons-truir escuelas, dispensarios mdicos, carreteras, etc. Y, dada suextraccin generalmente mestiza, han visto en el velasquismouna manera de desafiar simblicamente a una sociedad aristocra-tizante en muchos aspectos, que antes los despreciaba en formaabierta. El caudillo les ha devuelto, como l dira, el sentido desu dignidad humana.

    No hay sino que revisar los discursos de Velasco Ibarra paracomprobar hasta qu nivel de demagogia ha llegado esta cura-cin por el espritu: Vuestra profesin es tan sublime! Cun-tas veces he pensado si hubiera sido chofer! Por eso, porquevuestra profesin es tan sublime, tiene tanto de sublimidad, poreso vuestra alma es tan independiente y tan libre,13dir a los

    12 Entre nuestros choferes predomina la situacin y la mentalidad (la aspiracin)

    de trabajador-propietario de vehculo.13 Discurso del 19 de marzo de 1955. Palabras que no dejan de recordar estas otras,

    dirigidas al cuerpo de aviadores: La aviacin es lo ms excelso de la especiehumana. Es el hombre en busca de la aventura, es el ser que se desprende de la

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    choferes. Y hasta les inculcar un ideolgico sentido de gran-deza, alentando sus tendencias individualistas derivadas de laexperiencia concreta de un trabajo que no se efecta en equipo(sa es la psicologa del chofer: el hombre individual, el hombresolo, el hombre tcnicamente solo, amigo del viento, etc.); y sugi-rindoles insidiosamente que, por lo mismo, son muy superioresa la clase obrera: a esos pobres hombres [que] no son personas,esos pobres hombres [que] a duras penas son un cuarto de serindividual, un dcimo de ser individual.

    A estos sectores, Velasco los ha redimido, pues, psicolgica-

    mente, del doble pecado original de ser trabajadores manuales yser mestizos, lo cual ha servido de complemento de su integracintcnica y econmica en la sociedad moderna, en algunos casos(pensamos en los choferes, por ejemplo), o de sustituto funcionalde sta, en otros (el caso de los artesanos, por ejemplo).

    En cambio, las relaciones de Velasco con la clase media pro-piamente dicha (intelectuales y tecnoburocracia) han sido suma-mente tirantes. La misma coyuntura en que naci el velasquismoexplica, siquiera parcialmente, este fenmeno; pues el caudillo seirgui sobre los escombros del reformismo juliano, inspiradopor esa clase. De suerte que sta ha tenido la impresin de queVelasco le haba arrebatado el liderazgo poltico al que crea te-ner derecho, en el momento mismo en que el grupo empezaba aadquirir personalidad y peso poltico.

    Por lo dems, el caudillo ha manifestado siempre y sin tapujos

    su desprecio por los intelectuales ecuatorianos:

    Esclavos del ltimo libro europeo, de la ltima revista, de la ltimamala traduccin, nuestro anhelo es ostentar erudicin, datos y cifras.Incapaces de crear nada, hemos sido ineptos para ensear a los niosa reflexionar y a meditar poco a poco por cuenta propia.

    vulgaridad de la tierra para comulgar con la pureza del cielo, y luego purificarla tierra, despus de haber recibido la comunin de lo infinito. Citado por elcapitn John Maldonado en Taura: lo que no se ha dicho, Quito, El Conejo, 1988,p. 25.

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    Dice, por ejemplo, a los educadores; y a cierto periodista yescritor no vacila en recordarle que no hace falta que un mesti-zo ecuatoriano escriba largos estudios sobre Cervantes, Lope deVega y Hurtado de Mendoza, si pensadores espaoles verdade-ramente doctos y eruditos han profundizado doctamente estostemas.14

    Nuestra intelligentsia de clase media, que es la aludida con eltrmino mestizo, ha sido tanto ms sensible a este tipo de ata-ques cuanto que se trataba de un grupo poco seguro de s, dadasu reciente formacin (intelectuales de extraccin popular en su

    mayora, promovidos a raz de la revolucin liberal). Y como yase haban redimido de su condicin de mestizos gracias altrabajo intelectual y a la ideologa del mestizaje como esenciade nuestra cultura, Velasco ni siquiera les fue til en el sentidoen que lo fue para el grupo antes analizado. Al contrario, les re-sult perjudicial en la medida en que el populismo velasquistaensanchaba la brecha entre las ideologas de los doctores y laidiosincrasia popular.

    Tampoco es difcil descubrir, en los textos transcritos arriba,el menosprecio del letrado tradicional que es Velasco, por el in-telectual mestizo recin promovido. Las mismas frases del cau-dillo en el sentido de que el indio del campo no hace males. Ali-menta al pas con su trabajo. En cambio el indio de las ciudadeses sumamente peligroso. Ha ledo libros, etc.,15no atestiguansu desprecio al pueblo, como han dicho sus contrincantes, sino

    su aversin, ella s evidente, a la nueva clase intelectual del pas.Aversin acentuada en la medida en que con defectos y todo, esegrupo ha intentado por lo menos pensar por s mismo y afirmarsu independencia, cosa inadmisible para un caudillo que jams haadmirado en los dems otra virtud que la fidelidad para con l.

    De otra parte, es necesario recalcar que, para la tecnoburocra-cia, el caos velasquista ha constituido una constante pesadilla.

    14 Jos Mara Velasco Ibarra, Conciencia o barbarie,Quito, Editorial Moderna,pp. 39 y 133.

    15 Ibid.,p. 156.

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    La remocin peridica e indiscriminada de empleados pblicos,16los caprichos imprevisibles que determinan las sanciones y losascensos, la poca confianza del caudillo en la burocracia y en losconsejos tcnicos, han mantenido en permanente zozobra aeste sector.

    Por ello, en la medida en que la tecnoburocracia ha mejoradosu situacin (a raz del boom del banano sobre todo), su antive-lasquismo no ha hecho ms que aumentar. Anhelosa de alcanzarun estatus de seguridad, en el ao 1960 prefiri sin duda la alter-nativa desarrollista propuesta por Galo Plaza; en 1963 le pare-

    ci ms sensato un gobierno militar tecnocrtico que el popu-lismo equvoco del caudillo. Y en 1968, cuando los empleadospblicos agrupados en federacin estaban decididos a pasar dela tradicional actitud individualista-clientelista a una conductaclara de grupo organizado, el choque con Velasco se produjo demanera abierta.

    Ello no obstante, el velasquismo ha sido til para los desem-pleados de clase media, aspirantes a incrustarse en la burocraciapor la va del oportunismo. Gracias a sus clebres barridas deempleados, Velasco ha permitido a estos clientes incorporarse ala administracin pblica, creando as un mecanismo de curiosaalternabilidad burocrtica que, a fin de cuentas, bien puedehaber sido otro elemento de equilibrio, aunque sea precario, delsistema.

    Todo ocurre, pues, como si en este nivel tambin el velasquis-

    mo funcionase como movimiento poltico de los marginados.

    RELACIONESCONLASORGANIZACIONESDEIZQUIERDA

    En cuanto a las relaciones polticas del caudillo con la izquierdacabe recalcar que, en teora y como es obvio, tanto los comunistascomo los socialistas y marxistas en general se han manifestado

    16 Jaime Chvez Granja afirma que en 1960 Se dio el caso del Ministerio del Teso-ro en el que se impusieron ms de dos mil cambios de empleados para satisfacerlas frenticas exigencias de los velasquistas. En Las experiencias polticas enlos ltimos diez aos, en El Comercio,Quito, 1 de enero de 1970.

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    siempre antivelasquistas y han combatido doctrinariamente al l-der populista. Pero en la prctica, ms de una vez lo han apoyadodirecta o indirectamente.

    Esta flexibilidad se explicara, naturalmente, por razones tc-ticas; mas lo curioso est en que tambin por este lado Velasco hasacado ventaja casi permanente de su condicin de mal menor.As lo han considerado algunos sectores de izquierda, frente aalternativas de extrema derecha, como la de Camilo Ponce en1968, o la prepotencia de la burguesa liberal, caso ms frecuentean (1940, 1944 y 1960).

    De otra parte, es comprensible que un hombre de tanta popu-laridad haya tentado siempre a los partidos y grupos de izquierda.Entonces, o bien se ha justificado una alianza de hecho aduciendorazones como la de que ella no es con el lder sino con sus bases,bien arguyendo la posibilidad de infiltracin o, simplemente,para no perder contacto con el pueblo. Lo cual ha sido, por su-puesto, ilusin, la que ha aprovechado el caudillo para debilitarms an a la izquierda.

    Algunos sectores revolucionarios no han dejado de alimentarla esperanza de que el caos velasquista agravara las contradic-ciones del sistema y creara as una coyuntura favorable a la revo-lucin; y ha existido la conviccin de que Velasco, con su dema-gogia, contribuye a elevar la efervescencia social, o que su faltade planes coherentes de gobierno es preferible al desarrollismo yal reformismo. En fin, no han faltado sectores de izquierda que,proyectando sus anhelos sobre la ambigedad ideolgica de este

    poltico dispuesto, segn l, a acoger los enunciados aceptablesdel comunismo, han credo que con Velasco se puede avanzar,al menos, por el camino del reformismo y el nacionalismo.

    Actitudes muchas veces contradictorias entre s, que no ha-cen ms que revelar la desorientacin y diversidad de posicionesconcretas dentro de la izquierda ecuatoriana.

    LASCADASDELCAUDILLO

    El hecho de que Velasco-candidato y Velasco-gobernante se mue-ven en rbitas distintas da cuenta del fenmeno aparentemente

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    inslito de que el dolo de las multitudes haya sido derrocadotantas veces, con relativa facilidad y sin que nada hicieran suspartidarios para defenderlo.

    Adems, su misma ambigedad doctrinaria y programtica,tan til durante el perodo electoral ya que permite aglutinar alos elementos ms heterogneos en torno de un ideal abstractoen el que cada uno proyecta sus esperanzas e intereses, se vuelvecontra el caudillo cuando est gobernando.

    Para comenzar, la base propiamente popular se desintegradespus del triunfo por falta de organizacin y metas concre-

    tas del subproletariado. El mismo Velasco escribi, despus desu primera cada: Ningn presidente se mantiene si, fuera de loselementos burocrticos, no est apoyado por algn grupo socialcoherente, conocedor del ideal y del sendero.17

    En segundo lugar, el oportunismo no tarda en aparecer, sobretodo en los sectores medios que lo han apoyado. Aun refirindo-se a las bases aldeanas de Velasco, el informe del CIDA, ya citado,hace notar con razn que, en buena parte, al basar su apoyoen este tipo de sectores (que poseen una actitud evidentementeoportunista, poco clara y con una visin slo inmediata de susperspectivas), sus mismas posibilidades de mantenerse en el po-der se han visto amargadas.18

    Por fin, llega una fase en que Velasco queda enfrentado ya noa su pueblo, sino a los grupos organizados de la sociedad.

    La primera parte de sus administraciones ha sido siempre,

    por eso, un momento incoloro, pero de gran expectacin. To-dos le solicitan definirse y ejercen presin para llevar el agua a sumolino. Al principio el caudillo resiste, tratando de mantenersepor encima de los intereses particulares, clasistas o partidistas.Busca la unidad de todos los ecuatorianos y procura mantener,verbalmente, una lnea poltica suficientemente equvoca comopara que ni las oligarquas se alarmen ni el pueblo se desilusione.

    17 Jos Mara Velasco Ibarra, Conciencia o barbarie,op. cit.,p. 192.18 Comit Interamericano de Desarrollo Agrcola, Tenencia de la tierra y desarrollo

    socio-econmico del sector agrcola: Ecuador,op. cit.,p. 487.

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    Pero nadie queda satisfecho con esto. Las presiones aumentan yla situacin empieza a deteriorarse en todos los rdenes cuando,cansados de las palabras, algunos grupos organizados, como lossindicatos, toman actitudes de hecho, y los sectores hegemnicos,exasperados por lo que consideran indecisiones y veleidades delcaudillo, le lanzan el ultimtum.

    Velasco tiene entonces que descender del Olimpo y decidirsepor uno de los contendores. Termina por pactar abiertamente,sea con los conservadores, sea con los liberales (en todo caso conalgn sector hegemnico, pues Velasco nada tiene de revolucio-

    nario), o por apoyarse en el ejrcito y hasta tentar un golpe deEstado. Slo que al hacerlo, lanza a la oposicin no nicamente alos sectores organizados del pueblo, sino tambin a las fraccionesde la clase dominante que no han entrado en el pacto.

    La oposicin de izquierda se hace presente a travs de manifes-taciones estudiantiles y huelgas obreras, y la tensin aumenta. Laclase o fraccin de clase con que el caudillo ha pactado evala en-tonces la situacin: si Velasco, que ha sido aceptado como instru-mento de manipulacin del pueblo, pierde ese papel y se conviertems bien en el elemento perturbador, lo echan del poder y laclase dominante en su conjunto busca la solucin ms cuerda.

    En cuanto al subproletariado con el que el caudillo ha per-dido entretanto contacto, lo abandona con tanta mayor faci-lidad cuanto que el eco mesinico del discurso velasquista de lafase electoral se ha diluido ya. Solo y desamparado, el apstol

    de las multitudes tiene que resignarse a partir.

    LOSPLANES DEGOBIERNO

    Los intelectuales ecuatorianos han reprochado a Velasco su des-conocimiento de las cuestiones econmicas y hasta su menospre-cio por ellas, en el aspecto tcnico; y a partir de cierto momentolas clases altas y medias lo han acusado de carecer de planes degobierno, acusacin fundada si lo que se reclama es un plan eco-nmico y social aparentemente coherente, en el sentido desarro-llista del trmino.

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    Por su parte, el caudillo ha expresado abiertamente su desin-ters por este tipo de planes, a los que ha opuesto su concepcinasistencialista del gobierno:

    Ir por calles y plazas y campos buscando dnde hay dolores querestaar, casas que construir, puentes que levantar, abismos quecerrar, viviendas, amigos, servicios de asistencia social en todas lasescuelas, mdicos y libros en todo establecimiento agrario eso esla conciencia nacional que todos debemos tener.19

    Asimismo, ha llamado la atencin que Velasco, en sus ltimascampaas, ni siquiera mentara el tema tan en boga de las llamadasreformas estructurales.

    A pesar de todo esto, el pueblo no ha visto pecado en ello y loha elegido en cinco ocasiones. En tal hecho, que a muchos llenade asombro y a no pocos de indignacin, nosotros no hallamosmisterio alguno. Por el contrario, encontramos estricta corres-pondencia entre la concepcin meramente asistencialista de go-

    bierno que posee Velasco y las aspiraciones inmediatas de su basesocial. En efecto, qu puede ser ms atractivo y palpable para elsubproletariado que lo sigue: una concepcin global y armo-niosa del Desarrollo Econmico, con maysculas, o la promesade construir obras y ampliar servicios tales como la vivienda, laeducacin o la atencin mdica?

    Es comprensible que para las poblaciones marginales queviven en la ms absoluta miseria y abandono, la posibilidad de

    encontrar trabajo en las obras por construirse o de contar conciertos servicios haya sido ms tangible que un abstracto plandesarrollista que, por lo dems, implica una visin a por lo me-nos mediano plazo, que no poseen esos grupos sumidos en unasituacin de inmediatez. Y, como lo insinuramos ya, qu puedesignificar la promesa aun la verdadera de cambios estructu-rales para esos subproletarios cuya experiencia social concreta se

    realiza precisamente en la periferia de las situaciones estructuralesbsicas del sistema?

    19 Discurso del 27 de marzo de 1960.

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    En cuanto a la aversin del caudillo por la tcnica, ello corres-ponde, claro est, a su mentalidad de letrado tradicional. Pero loque importa recalcar es que tal actitud ha encajado con la de lasbases subproletarias, cuya actividad cotidiana est regida por lalgica del bricolage,antes que por las normas del trabajo tcnico.Adems, dichos sectores populares parecen haber intuido, no sinfundamento, que una racionalizacin capitalista de la sociedadecuatoriana se hara necesariamente a sus expensas.

    RURALIDADYCAUDILLISMO

    Muchos de los aspectos aparentemente originales del velasquismopueden explicarse teniendo en cuenta el origen rural o semirruralde sus bases. Para comenzar, el propio fenmeno del caudillismotiene, a nuestro juicio, races en ello.

    Provenientes del campo o de la aldea, donde las institucio-nes y funciones tienden a encarnarse en los hombres concretosque las ejercen, mal caba esperar que nuestros marginados seagruparan de inmediato en un partido y en torno a principiosideolgicos, antes que alrededor de un caudillo con carisma. Alcontrario, era normal que trasladaran a la urbe sus modelos decomportamiento sociopoltico (en este sentido, la urbanizacindel Ecuador ha implicado tambin un proceso de ruralizacin), yque tales modelos se conservasen en el nuevo contexto con tantamayor fuerza cuanto menores eran las posibilidades objetivas de

    desarrollo doctrinario y organizativo.Adems, la propia ubicacin socioeconmica del subprole-tariado, cuya experiencia cotidiana apenas sobrepasa el marcode las relaciones esencialmente primarias (vecindad, paisanaje,familia), parece haberse proyectado al terreno poltico en formade caudillismo.

    LAAMALGAMAIDEOLGICA

    Repetidas veces, los intelectuales y polticos ecuatorianos hanmanifestado su asombro por el caos ideolgico de Velasco

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    Ibarra, quien, ya en 1929, escribi que en las entraas de la so-ciedad guardadas estn tendencias de las ms diversas ndoles yque entre esas tendencias no hay en el fondo contradiccin,20y pocos meses antes de ascender por primera vez a la presiden-cia ratific que su ideologa es definida: liberal-individualista,pero que si el socialismo tiene cuestiones aceptables, benficas,hay que tomarlas de all. Si el conservadurismo posee algo quesea conveniente, no debe rechazarse. Ni excluirse tampoco lasenunciaciones aceptables del comunismo.21

    Fiel a estos propsitos, Velasco no ha tenido reparos en seguir

    proclamndose liberal a la par que catlico, y hasta en poner derelieve su admiracin por el socialismo: He aqu, seores, lo quees el velasquismo: una doctrina liberal, una doctrina cristiana,una doctrina del socialismo, ratific en su discurso del 23 denoviembre de 1960. Ahora bien, lo asombroso no es que la menteindividual de Velasco haya llegado a fabricar tal amalgama, sinoel hecho social, l s inquietante, de que esa mixtura ideolgicahaya tenido tanto xito.

    Para comprender cmo pudo ocurrir este fenmeno es nece-sario partir de una constatacin fundamental: la de que AmricaLatina, y en este caso particular el Ecuador, es una sociedad de-pendiente, cuya superestructura ideolgica se caracteriza, por unaparte, por su origen extico (en el sentido de que no ha nacidoenteramente en la formacin histrico-social latinoamericana) y,por otra parte, por la tensin permanente que supone la necesidad

    de adaptacin de esos elementos ideolgicos a la realidad parti-cular de Amrica Latina. Ello determina, en primer trmino, unrelajamiento de la cohesin interna de las ideologas tericas (ouna redefinicin, a veces total, de los elementos de las ideologasprcticas), as como la prdida de muchas de las implicacioneso connotaciones que originariamente tuvieron en la formacinsocial que las produjo. Examinemos algunos ejemplos.

    20 Jos Mara Velasco Ibarra,Democracia y constitucionalismo,op. cit.,p. 1.21 El Comercio,Quito, 3 de noviembre de 1933.

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    Arturo Uslar Pietri habla del carcter aluvial de la literaturahispanoamericana, en el sentido de que cada corriente se super-pone a la anterior sin cancelarla:

    En ella nada termina y nada est separado. Todo tiende a super-ponerse y a fundirse. Lo clsico con lo romntico, lo antiguo conlo moderno, lo popular con lo refinado, lo racional con lo mgico,lo tradicional con lo extico. Su curso es como el de un ro, queacumula y arrastra aguas, troncos, cuerpos y hojas de infinitas pro-cedencias. El aluvial.22

    Por su parte, Walter Palm advierte un fenmeno semejante ennuestra arquitectura, al decir que se habr ganado mucho parael entendimiento de la historia del arte colonial hispnico cuandose llegue a aunar el concepto de la sucesin de estilos histricoscon el de su coexistencia.23Y, en el terreno de la filosofa, Au-gusto Salazar Brondy constata que no es inslito encontrar losmismos filsofos europeos acogidos como mentores doctrinariosa la vez por escritores liberales y conservadores, y cita el casoaberrante del bergsonismo, que no slo es acogido y exaltadopor los sectores conservadores sino tambin por los liberales eincluso por los marxistas.24

    Qu significa todo esto? Que, en suma, los trasplantesliterarios, artsticos y filosficos a Amrica Latina se realizan encondiciones tales que hasta pierden el carcter negativo o exclu-

    sivo de algo, que tuvieron en su lugar de origen.Una cosa similar sucede con las doctrinas polticas. Carentesde arraigo histrico suficiente en la sociedad concreta en quetienen que funcionar, devienen entidades equvocas, con reso-

    22 Arturo Uslar Pietri,Las nubes,Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1956,pp. 70-71. No aceptamos, por supuesto, las conclusiones que l extrae de estaconstatacin.

    23 Citado por Fernando Chueca Goitia, Invariantes en la arquitectura hispano-americana, enRevista de Occidente, mayo de 1966, p. 259.

    24 Augusto Salazar Brondy, Existe una filosofa de nuestra Amrica?,Mxico, SigloXXI, 1968, pp. 19 y 22.

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    nancias existenciales sumamente vagas. Debilitadas en su rigorterico, sin embargo, adquieren una impronta a veces importanteen la poblacin local.

    Segn el mayor o menor tiempo de afincamiento, llegan aintroducir en el subconsciente colectivo ciertos modos de per-cepcin de la realidad (el caso del catolicismo); a simbolizar de-terminadas aspiraciones (el ejemplo del liberalismo), o a des-pertar penosamente tendencias latentes (el caso de las doctrinassocialistas).

    Velasco parece haber comprendido o al menos intuido estas

    evidencias y combinado sabiamente (en funcin de la domina-cin) los elementos ideolgicos acumulados en nuestra sociedad.Del catolicismo ha tomado los modelos de percepcin y los sm-bolos, que han devenido, respectivamente, la matriz ideolgica yel repertorio semntico fundamental de su mensaje poltico; delliberalismo ha retenido una abstracta aspiracin a la libertad y,del socialismo, un no menos abstracto anhelo de justicia social (delsocialismo no cientfico, claro est). Reducindolos a principiosequvocos, a sentimientos meramente formales, no ha tenido di-ficultad en volverlos compatibles. Despus de todo, por qu ha-bran de excluirse necesariamente un catolicismo definido comoblsamo para los dolores e inextinguible luz en las tinieblas delhumano destino; un liberalismo que se reduce (sic) a respetarla conciencia del hombre y su personalidad, y un socialismo queno sera otra cosa que un sentimiento de amor, de generosidad,

    de desprendimiento, segn Velasco Ibarra?25

    Si los mismos literatos, artistas y filsofos de Amrica Latina, osea, sus elites intelectuales, no han tenido reparos en amalgamarlas corrientes y estilos ms diversos, con qu derecho reprocharal subproletariado ecuatoriano, que por primera vez intervenaen las contiendas cvicas organizadas por la burguesa, el queno haya encontrado contradiccin en este sincretismo polticoelaborado con lo mejor y ms puro de cada doctrina?

    25 Jos Mara Velasco Ibarra, Conciencia o barbarie,op. cit.,pp. 48 y 65.

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    ELENFOQUERELIGIOSODELOSPROBLEMASPOLTICOS

    Suficientemente perspicaz para advertir que le tocaba actuar enun momento histrico en que el poder institucional de la Iglesiase debilitaba, Velasco no intent, como los polticos del PartidoConservador, apoyarse en ese poder temporal, es decir, en elclero. Al contrario, se pronunci desde los comienzos de su carre-ra contra la intervencin de ste en los asuntos del Estado.26Pe-ro fue, asimismo, bastante sagaz para comprender que el secularproceso de colonizacin catlico haba dejado huellas ideolgicas

    indelebles en nuestra poblacin y que a ese nivel convena actuar.Toda su astucia consisti, pues, en no recurrir al clrigo con hbi-tos, que poca autoridad ejerca ya sobre la poblacin marginal,sobre todo de la Costa, sino ms bien al clrigo invisible que sub-sista en el fuero interno de este sector social.

    Examnense con detenimiento los discursos de Velasco y seconstatar que el caudillo jams enfoca los problemas en trmi-nos sociopolticos, sino desde un ngulo estrictamente religioso ymoral. Aparte de sus mltiples afirmaciones en el sentido de queel problema del Ecuador es moral (cosa que no ha dejado de re-petir durante cuarenta aos de actividad poltica), su doctrinaconsiste en enfocar la problemtica del pas como resultado delenfrentamiento entre el bien y el mal. En 1929, invit ya a losecuatorianos a consagrarse a la lucha contra el mal;27en 1969,encontramos que no ha modificado un pice de su visin:

    Los filsofos persas explicaban la trgica agitacin humana entreabismos lbregos y alturas luminosas por la lucha entre el Mal, sus-tantivamente personificado, y el Bien, asimismo sustantivamentepersonificado. La batalla deba decidirse a favor del Bien gracias a lacooperacin de los hombres. Tal vez esta versin metafsico-potica,como todo lo que es poesa, contenga muy grande verdad.28

    26 Ibid.,pp. 25 y ss.27 Jos Mara Velasco Ibarra,Democracia y constitucionalismo,op. cit., p. 287.28 Mensaje al Congreso Nacional, 10 de agosto de 1969.

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    Que una visin como sta, claramente religiosa, haya podidotrasladarse al terreno poltico y ser acogida y aplaudida hasta eldelirio por amplios sectores de la poblacin, slo se explica por

    el hecho de que stos se encontraban fuertemente impregnadospor los modelos catlicos de percepcin de la realidad, que hanservido, incluso, para redefinir los principios liberales y socia-listas incorporados a la amalgama velasquista.

    Aun esa tendencia al rescate mtico-ritual que se observa cla-ramente en la conducta del subproletariado ecuatoriano, slo escomprensible a partir del ceremonial cristiano y su simbologa.

    Pensemos, por un momento, en lo que tales smbolos puedenrepresentar para nuestros campesinos. En la tierra y el cielo,por ejemplo, como verdad y espejismo. Y que, entre los dos, laprctica religiosa se ofrece como mediadora. Es ella la que colmael vaco de la tierra arrebatada con la ilusin de una Tierra Pro-metida; la que diluye la imagen del amo rubicundo en la ascticafigura del hombre-dios sufrido; la que, trastocando smbolos,articula mticamente el amor, el ltigo y la sangre, en una especie

    de cruel, confusa poesa. Es ella la que convierte al blanco mar-tirizador, en la ceremonia momentnea, en objeto de martirio; laque por medio del ritual salva la distancia entre la realidad y suideologa; la que de la palabra hace brotar el Verbo, encarnacindel carisma. De este modo, el poder terrenal se justifica. Nace dela pasin, del sacrificio de los oprimidos. Gracias a una serie demediaciones mticas, el sistema se rescata, se bautiza cada da.

    sta es la escuela real y suprarreal en que han sido ideologiza-

    dos los dominados del pas durante tantos siglos. Qu de raro,entones, que ese modelo de liberacin los haya guiado en susprimeros pinos polticos, como subproletarios, y que en el mismomomento en que parecan desligados del sacerdote con hbitoshaya reflotado en ellos el clrigo interiorizado?

    Incapacitados para transformar la realidad, nuestros margi-nados se limitaron, pues, a exorcizarla con ceremonias y ritosreligioso-polticos. Y eligieron como sumo sacerdote a un caudilloque fuera la contraimagen del amo aborrecido y que parecierareunir, ms bien, los atributos morales y hasta fsicos del hombreideal del cristianismo.

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    Por esto, se vuelve imprescindible decir algo siquiera sobrelos aspectos mtico-simblicos del velasquismo.

    LOSCONTORNOSDELMITO

    De Velasco profeta y apstol guardamos recuerdos muyprecisos, que no pueden desprenderse del impresionante repi-quetear de campanas que, mezclado a los ensordecedores vtores,constituy el fondo sonoro de su triunfal arribo al Ecuador, enmayo de 1944. Magro y asctico, el caudillo elevaba sus brazos,

    como queriendo alcanzar igual altura que la de las campanas quelo reciban. Y en el momento culminante de la ceremonia, ya en elxtasis, su rostro tambin, y sus ojos, su voz misma, apuntaban alcielo. Su tensin corporal tena algo de crucifixin y todo el ritoevocaba una pasin, en la que tanto las palabras como la mise enscne destacaban un sentido dramtico, si es que no trgico, de laexistencia. Comprendimos, entonces, que esas concentracionespopulares eran verdaderas ceremonias mgico-religiosas y queel velasquismo, hasta cierto punto, era un fenmeno ideolgicoque desbordaba el campo estrictamente poltico.

    En efecto, no sern los detalles brevemente reseados, in-dicios inequvocos de la explotacin de una simbologa de estir-pe religiosa? No ser la figura distante y austera del mesinicocaudillo, el correlato de la del asctico Cristo en el subconscientedel subproletariado ecuatoriano? No habrn identificado as, al

    Hombre, esas masas de ex campesinos desamparados que, comoluego se ver, jams exigieron a Velasco palmadas en la espaldani sonrisas coquetas, sino nicamente que jugara a comprender-las y a sufrir?

    Velasco no ha sido solamente el profeta del subproletaria-do, ms bien su sacerdote supremo. En 1933, l mismo escribi:La profesin especial del clero [] es elevar a los humildesindicndoles la trascendencia del racional destino.29Tres d-

    29 Jos Mara Velasco Ibarra, Conciencia o barbarie, op. cit.,p. 26.

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    cadas ms tarde, un periodista nos lo describe desempeandoestrictamente ese papel:

    Hace pocos minutos yo haba visto, en esa misma casa, llorar a suspartidarios. l les haba hablado con acento pattico, crispando lasmanos. La tierra es demasiado pequea para el ser humano lviene del cielo. Vuela hacia el cielo.30

    Indicarles la trascendencia del racional destino, he ah laprimera cosa que Velasco ha hecho con nuestros marginados.

    Ha sabido hablarles del paso triunfante de tu direccin sublimehacia el insondable mar de lo bello, de lo integralmente justo ylo profundamente humano;31y estas frases huecas, demaggi-cas para otros sectores sociales, han impresionado a esta gentedesamparada, ansiosa de sentirse integrada a la sociedad y dereivindicar aunque slo fuera una abstracta dignidad humana.Rescate subjetivo, ideolgico, pero de gran impacto entre aque-llos olvidados que alguna vez declararon a un investigador queen Guayaquil no tenan ms proteccin que la de Dios, la Virgeny una seora del barrio Urdesa que regala pltanos.32

    Por lo dems, y explotando el modelo paternalista de la re-ligin y de las prcticas rurales tradicionales, Velasco ha procu-rado encarnar tambin el papel simblico de padre de nuestrosmarginados. Declaraciones como la siguiente dejan poco lugara dudas sobre el particular: Usted es el padre de los pobres y

    los desamparados y por tanto nuestro padre; de ah que nues-tras esposas lucharon por usted en la campaa electoral.33Fra-ses pronunciadas por un polica, en el momento en que Velascodesbarataba una huelga de stos amonestndolos, precisamente,como un indignado padre.

    30 El Tiempo,Quito, 7 de agosto de 1966.31

    Jos Mara Velasco Ibarra, Conciencia o barbarie,op. cit.,p. 53.32 Javier Espinosa,Aculturacin de indgenas en la ciudad de Guayaquil,Guayaquil,Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1965, p. 22.

    33 El Comercio,Quito, 5 de enero de 1969.

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    Figura paternalista, pues, pero de padre chapado a la anti-gua. Usted sonre poco, por qu?, le pregunt un periodista.Comprendo el dolor de los hombres, contest lacnicamenteel entrevistado.34Y es cierto que, fiel al papel dramtico que seha impuesto desempear, el caudillo sonre rara vez.

    Asctico en sus costumbres, la iconografa popular lo ha con-sagrado como el hombre que no fuma ni ingiere licor. Severo ensu vestir, ni siquiera el calor del trpico consigui hacerle aban-donar su traje oscuro en la reunin de presidentes americanos enPanam, hace algunos aos. Magro y austero como un cura de

    aldea, como lo retrat entonces la revista O Cruzeiro.Su panegirista Ral Touceda anota que tanto en inviernocomo en verano quin sabe por qu pudor personal usachaleco.35Y mal podramos imaginar a Velasco trivializndosea la manera norteamericana en sus campaas electorales. A suspartidarios les extiende, cuando ms, su huesuda mano; del resto,se mantiene siempre distante, circunspecto, rodeado de un hlitode extracotidianidad. Un periodista lleg a afirmar, por esto, que

    es imposible suponer a Velasco en la silla de un lustrabotas o enel silln de una peluquera.36

    En cuanto a la pobreza del profeta, ella tambin ha sidoelevada a un plano mtico, o por lo menos colocada en el nivel deuna leyenda que empieza con el relato de una anciana que asegu-raba haberlo visto volver de su primer exilio con el mismo vestidocon que parti, y termina con la afirmacin del propio Velasco

    en el sentido de que, pese a su amor por las piezas trgicas y dra-mticas, se priv de verlas en el Teatro Coln de Buenos Aires,debido al alto costo de las entradas.

    Y sus turiferarios no dejan de insistir en detalles como stos:que sali desterrado a la Repblica de Colombia sin un centa-vo en los bolsillos, o que en 1947 cae de nuevo del poder y lo

    34 El Tiempo, Quito, 7 de agosto de 1966.

    35 Ral Touceda, El velasquismo: una interpretacin potica y un violento perodode lucha,op. cit.,p. 16.

    36 Cfr. Luis Monsalve Pozo, Introduccin, en Estudios filosficos de Jos Peralta,Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Ncleo del Azuay, 1961, p. 1.

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    expatrian a la Argentina en la misma insolvencia econmica deantes,37situacin que le obliga a vender hasta sus medallas ycondecoraciones.38

    Naturalmente, Velasco ha explotado al mximo esta leyenda.Yo soy tan pobre como vosotros y quiero quedar siempre pobre,para no amar otra cosa que el ideal y el combate por el ideal,39dir y repetir al pueblo, asegurndole: No busco nada para m.No busco el bienestar y el dinero. Quiero seguir siendo pobre pa-ra tener el alma revolucionaria.40

    Cultiva, pues, una imagen de desapego y renuncia a los bie-

    nes de este mundo, y a su ascetismo fsico y moral, de cuoevidentemente religioso, aade la garanta de una naturalezainmutable, que lo abriga de cualquier contingencia social. Yono os he de traicionar moralmente. Es imposible por mi tempe-ramento. En esto no hay mrito alguno, porque mi temperamen-to es as,41afirma, y en repetidas ocasiones ha manifestado queno puede dormir ms de cuatro o cinco horas diarias, porque sunaturaleza se lo impide.42

    Ser natural y no social, Velasco se yergue entonces, invulne-rable, en el ciclo de su mitologa. Ubicado en sitial tan alto, ni si-quiera le son imputables las inmoralidades o errores cometidosdurante sus administraciones: de tales debilidades humanasslo pueden responder sus malos colaboradores.

    En realidad, el nico papel verdaderamente profano, dehombre de carne y hueso, que el pueblo haya atribuido a Velas-co, es el dedoctorcito. Es decir, el de letrado. Mas no cabe olvi-dar que tal papel est revestido en nuestro pas de un contenidosimblico especial.

    37 Jorge Rivera Larrea, Veinte y siete aos de velasquismo,Quito, Editorial SantoDomingo, 1960, pp. 24 y 16.

    38 Ral Touceda, El velasquismo: una interpretacin potica y un violento perodode lucha,op. cit., p.6.

    39 Discurso del 17 de noviembre de 1945.40 Discurso del 11 de julio de 1945.41 El Comercio,Quito, 5 de agosto de 1944.42 Cfr. El Comercio,Quito, 6 de junio de 1968, por ejemplo.

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    Los libros, las letras, la escritura se ofrecieron y se ofrecenal aborigen ecuatoriano como un componente importante de lamagia extranjera. La Biblia del padre Valverde fue la magia ne-gra que secretaba muerte. El misal, con sus efluvios esotricos,sigue siendo un continente cargado de admoniciones, ilusin ymisterio. El papel sellado, es un vaticinio siniestro.

    Pero junto a esto existe tambin la magia blanca de las letras;la del Cdigo del Trabajo o la Ley de Reforma Agraria, para citardos ejemplos. Y es precisamente el doctorcito el encargado deconvencer a la poblacin dominada de que all, entre tantos mo-

    dernos jeroglficos, est la Justicia.Velasco ha desempeado, pues, el papel de profeta, sacerdote

    y padre de nuestros subproletarios, y adems el de su abogado.Ha sido la figura simblica tutelar que les ha permitido tener lailusin de incorporarse a una sociedad que los marginaba y que,despus de cuarenta aos de velasquismo, los sigue marginando.Ha sido, en suma, la mscara ms sutilmente ideologizada de la

    dominacin.Aun el tan mentado nacionalismo de Velasco debe ser in-terpretado en este plano, ya que no ha consistido en una posicindoctrinaria coherente, capaz de producir efectos objetivos. Ape-nas si es un abstracto sentimiento de orgullo patrio, ubicado,como lo confiesa el propio caudillo, en el interior del hombre.43Verbalismo demaggicamente rentable, sin embargo, en la me-dida en que ha contribuido a que el subproletariado tenga la

    sensacin, ilusoria por cierto, de incorporarse a la comunidadnacional tambin por ese camino.

    PARACONCLUIR

    He aqu los aspectos ms relevantes del velasquismo, fenmenoque ha impuesto su marca aparentemente original a la poltica

    ecuatoriana durante los ltimos cuarenta aos. Como hemos tra-

    43 Discurso del 28 de mayo de 1945.

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    tado de demostrarlo a lo largo de este estudio, no es cuestin deun simple fenmeno de caudillismo, reductible a la personalidaddel lder, sino de un hecho complejo, profundamente arraigado enla particularidad histrica de la formacin social ecuatoriana.

    Esta particularidad, claro est, debe ser definida en primertrmino por la situacin de dependencia, sin la cual resulta im-posible explicar un fenmeno poltico que, como el velasquismo,nace precisamente en el momento en que la gran crisis del sistemacapitalista mundial sacude la frgil estructura de una sociedad ar-ticulada a l a travs del sector agroexportador, predominante en

    la formacin interna de nuestro pas. Pero tambin cabe recalcarque aquella crisis, que de hecho implica un relajamiento temporalde los vnculos con la metrpoli, no signific para el Ecuador unaoportunidad de iniciar el despegue industrial ni mucho menos,sino que tuvo por efecto la acentuacin de ciertas contradiccionesinternas especficas, originadas en la profunda heterogeneidadestructural de la sociedad ecuatoriana.

    Dada la importancia que an segua teniendo el modo de pro-duccin servil a nivel nacional, fueron las fuerzas sociales arrai-gadas en l las que resurgieron en el primer plano de la escenapoltica al amparo de la crisis de 1929. As que el velasquismo nonaci como una frmula de arbitraje entre burguesa industrialy oligarqua agroexportadora, ni como instrumento de manipu-lacin del proletariado naciente, como parece ser el caso de lospopulismos argentino y brasileo, sino como una frmula de

    transaccin entre una burguesa agromercantil en crisis y unaaristocracia terrateniente todava poderosa y, en otro plano, comoun medio de manipulacin de unas masas predominantementesubproletarias. Despus, el velasquismo continu desarrollndo-se como factor de equilibrio precario entre los intereses de unaclase dominante, en su conjunto dbil y fraccionada hasta el ex-tremo, a la vez que como expresin completa de aquel fenmenode marginalidad, consecuencia inevitable, tanto de la crisis yavatares del modo de produccin capitalista predominante, comode la conflictiva articulacin de ste con la economa mundial ycon los sectores precapitalistas nacionales. Por ello, aun a nivel

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    ideolgico, el velasquismo represent una combinacin de ele-mentos estructurales heterogneos, amalgamados al calor de unademagogia mistificadora.

    Ligado a un momento preciso de nuestra historia, es natural,entonces, que el velasquismo entre en su zona crepuscular porrazones que van ms all del agotamiento personal del caudillo.44Esta forma sutil de perpetuar al menor costo social las condicio-nes poltico-ideolgicas de la dominacin, agoniza no solamenteen funcin de la elevacin del nivel de conciencia de las masas,sino de la extincin histrica de la coyuntura que lo engendr.

    44 Velasco Ibarra falleci en Quito, el 30 de marzo de 1979, a la edad de 86 aos.