Veinte años después

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Alejandro Dumas Veinte años después Continuación de los tres mosqueteros ÍNDICE I. La sombra de Richelieu II. Ronda nocturna III. Dos adversarios antiguos IV Ana de Austria a la edad de cuarenta y seis años V Gascón e italiano VI. Artagnan a los cuarenta años VII. Un personaje muy conocido nuestro saca a Artagnan de un aprieto VIII. En que se ve cuánto puede influir medio doblón en un bedel y en un niño de coro IX. De cómo yendo Artagnan a buscar a Aramis muy lejos, vio que Planchet lo conducía a la grupa X. El padre Herblay XI. Los dos Gaspares XII. El caballero Porthos Du-Vallon de Bracieux de Pierrefonds

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  • Alejandro Dumas

    Veinte aos despus

    Continuacin de los tres mosqueteros NDICE I. La sombra de Richelieu II. Ronda nocturna III. Dos adversarios antiguos IV Ana de Austria a la edad de cuarenta y seis aos V Gascn e italiano VI. Artagnan a los cuarenta aos VII. Un personaje muy conocido nuestro saca a Artagnan de un aprieto VIII. En que se ve cunto puede influir medio dobln en un bedel y en un nio de coro IX. De cmo yendo Artagnan a buscar a Aramis muy lejos, vio que Planchet lo conduca a la grupa X. El padre Herblay XI. Los dos Gaspares XII. El caballero Porthos Du-Vallon de Bracieux de Pierrefonds

  • XIII. En que Artagnan, hablando con Porthos, comprende que la felicidad no consiste precisamente en ser rico XIV Donde puede verse que si Porthos no estaba satisfecho con su posicin, Mosquetn lo estaba con la suya XV Dos ngeles XVI. El castillo de Bragelonne XVII. La diplomacia de Athos XVIII. El seor de Beaufort XIX. En que se trata de los entretenimientos del duque de Beaufort en la torre de Vincennes XX. Grimaud entra en el ejercicio de sus funciones XXI. Lo que contenan los pasteles del sucesor del to Marteau XXII. Una aventura de Mara Michon XXIII. El abate Scarron XXIV San Dionisio XXV Uno de los cuarenta medios de fuga del seor de Beaufort XXVI. Artagnan llega a tiempo XXVII. El camino real XXVIII. El encuentro XXIX. El buen consejero Broussel XXX. Preparativos para la entrevista de cuatro amigos XXXI. La Plaza Real XXXII. La barca del Oise XXXIII. La escaramuza XXXIV El fraile XXXV La absolucin XXXVI. En el que por fin habla Grimaud XXXVII. La vspera de la batalla XXXVIII. Una comida de antao XXXIX. La carta de Carlos I XL. La epstola de Cromwell XLI. Mazarino y la reina Enriqueta XLII. Donde se ve que los desdichados confunden a veces la casualidad con la Providencia XLIII. To y sobrino XLIV Paternidad XLV Otra reina solicitando auxilio XLVI. La primera idea es siempre la ms excelente XLVII. El Te Deum de la accin de Lens XLVIII. El pobre de San Eustaquio XLIX. La torre de SaintJacqueslaBoucherie L. El motn LI. El motn va en aumento LII. La desgracia da memoria LIII. Una entrevista LIV La evasin LV Un coche LVI. Donde se refiere cmo vendiendo paja Artagnan gan doscientos diecinueve luises y Porthos doscientos quince LVIL Athosy Aramis

  • LVIII. La traicin LIX. La venganza LX.OliverioCromwell LXI. Los caballeros LXII.Jess! LXIII. Donde se ve que aun en las situaciones ms desesperadas no pierden los corazones generosos el nimo ni los buenos estmagos el apetito LXIV Salud a la majestad cada LXV Artagnan propone un plan LXVI. El sacanete LXVII. Londres LXVIII. El plan LXIX. WhiteHall LXX. Los operarios LXXI. Remember LXXIL El enmascarado LXXIII. La casa de Cromwell LXXIV La conversacin LXXV El falucho Relmpago LXXVI. El vino de Oporto LXXVII. Fatalidad LXXVIII. Mosquetn en peligro LXXIX. La vuelta LXXX. Los embajadores LXXXI. Los tres lugartenientes del generalsimo LXXXII. La accin de Charenton LXXXIII. El camino de Picarda LXXXIV El agradecimiento de Ana de Austria LXXXV El trono de Mazarino LXXXVI. Precauciones LXXXVII. La cabeza y el brazo LXXXVIII. El brazo y la cabeza LXXXIX. Los calabozos subterrneos de Mazarino XC. La conferencia XCI. Donde se empieza a creer que Porthos llegar a ser finalmente barn y Artagnan capitn XCIL Una pluma y una amenaza XXIII. Donde se ve que a veces cuesta ms trabajo a los monarcas entrar en la capital de su reino que salir de ella EPLOGO 1. LA SOMBRA DE RICHELIEU En un cuarto del palacio del cardenal, palacio que ya conocemos, y junto a una mesa llena de libros y papeles, permaneca sentado un hombre con la cabeza apoyada en las manos. A sus espaldas haba una chimenea con abundante lumbre, cuyas ascuas se apilaban sobre dorados morillos. El resplandor de aquel fuego iluminaba por detrs el traje de

  • aquel hombre meditabundo, a quien la luz de un candelabro con muchas bujas permita examinar muy bien de frente. Al ver aquel traje talar encarnado y aquellos valiosos encajes; al contemplar aquella frente descolorida e inclinada en seal de meditacin, la soledad del gabinete, el silencio que reinaba en las antecmaras, como tambin el paso mesurado de los guardias en la meseta de la escalera, poda imaginarse que la sombra del cardenal de Richelieu habitaba an aquel palacio. Mas ay! slo quedaba, en efecto, la sombra de aquel gran hombre. La Francia debilitada, la autoridad del rey desconocida, los grandes convertidos en elemento de perturbacin y de desorden, el enemigo hollando el suelo de la patria todo patentizaba que Richelieu ya no exista. Y ms an demostraba la falta del gran hombre de Estado, el aislamiento de aquel personaje; aquellas galeras desiertas de cortesanos; los patios llenos de guardias aquel espritu burln que desde la calle penetraba en el palacio, a travs de los cristales, como el hlito de toda una poblacin unida contra el ministro; por ltimo, aquellos tiros lejanos y repetidos, felizmente, disparados al aire, sin ms fin que hacer ver a los suizos, a los mosqueteros y a los soldados que guarnecan el palacio del cardenal, llamado a la sazn Palacio Real, que tambin el pueblo dispona de armas. Aquella sombra de Richelieu era Mazarino, que se hallaba aislado, y se senta dbil. Extranjero! murmuraba entre dientes Italiano! No saben decir otra cosa. Con esta palabra han asesinado y hecho pedazos a Concini, y me destrozaran a m, que no les he hecho ms dao que oprimirles un poco. Insensatos! Ignoran que su enemigo no es este italiano que habla mal el francs, sino los que saben decirles bellas y sonoras frases en el ms puro idioma de su patria. S, s continuaba el ministro, dejando ver una ligera sonrisa que en aquel momento pareca algo extraa en sus descoloridos labios, s, vuestros rumores me hacen conocer que la suerte de los favoritos es muy variable; pero si sabis eso, tambin debis saber que yo no soy un favorito como otro cualquiera. El conde de Essex tena una rica sortija guarnecida de brillantes, regalo de su real amante, y yo no tengo ms que un simple anillo con una cifra y una fecha; pero este anillo fue bendecido en la capilla del Palacio Real,1 y no me derribarn tan fcilmente. No conocen que a pesar de sus gritos incesantes de Abajo Mazarino! yo les hago gritar a mi antojo: Viva el seor de Beaufort! lo mismo que: Viva el prncipe! o Viva el Parlamento! Pues bien, el seor de Beaufort permanece en Vicennes, el Prncipe ir a juntarse con l de un momento a otro, y el Parlamento... 1. Es sabido que no habiendo Mazarino recibido rdenes que le impidieran contraer matrimonio, casse con Ana de Austria. Vanse las Memorias de Laporte y las Memorias de la Princesa Palatina. Al pronunciar esta palabra la sonrisa de Su Eminencia tom una expresin de odio, impropia de su fisonoma, generalmente dulce. Y el Parlamento... prosigui bien; ya veremos lo que debemos hacer con l: por de pronto ya tenemos a Orlans y a Montargis. Ah! Yo me tomar tiempo; pero los que han gritado contra m acabarn por gritar contra toda esa gente. Richelieu, a quien odiaban mientras viva y de quien no cesaron de hablar despus de muerto, se vio peor que yo todava, porque fue despedido no pocas veces y otras tantas temi serlo. A m no me puede despedir la reina, y si me veo obligado a ceder ante el pueblo, ella tendr que ceder conmigo; si huyo, tambin ella huir, y entonces veremos qu hacen los rebeldes sin su reina y sin su rey... Oh!, si yo no fuera extranjero!, si hubiera nacido en Francia!, si fuera caballero! Con esto slo me contentaba! Y volvi a sus meditaciones.

  • Efectivamente la situacin era difcil, y el da que acababa de terminar la haba complicado ms todava. Aguijoneado por su insaciable codicia, Mazarino cada vez oprima al pueblo con ms impuestos, y el pueblo, al que, segn la frase del abogado general Talon, no le quedaba ya ms que el alma, y esto porque no poda venderla; el pueblo, a quien se trataba de aturdir con el ruido de las victorias, pero que conoca que los laureles no pueden usarse como alimento, empezaba a murmurar. Pero no era esto lo peor, porque cuando slo es el pueblo el que murmura, la corte, alejada de l por la nobleza, no lo oye; pero Mazarino haba cometido la imprudencia de meterse con la magistratura, vendiendo doce nombramientos de relator; y como estos cargos daban pinges derechos, que necesariamente haban de disminuir aumentando el nmero de magistrados, se haban stos reunido y jurado no consentir semejante aumento, y resistir a todas las persecuciones de la corte; prometindose mutuamente que en el caso de que alguno de ellos perdiese el cargo a consecuencia de aquella actitud rebelde, los dems le resarciran de sus prdidas por medio de un reparto. He aqu lo que hicieron unos y otros: El da 7 de enero reunironse tumultuariamente unos setecientos u ochocientos mercaderes de Pars a causa de una nueva contribucin que se trataba de imponer a los propietarios de casas, y delegaron a diez de entre ellos para que hablasen en nombre de todos al duque de Orlans, el cual, segn su tradicional costumbre, trataba de hacerse popular. Recibidos por el duque, le manifestaron que estaban resueltos a no pagar aquel nuevo impuesto, aunque tuvieran que rechazar a los cobradores por medio de la fuerza. El duque de Orlens, despus de escucharles con benevolencia, les dio algunas esperanzas, ofrecindose a hablar con la reina, y les despidi con la palabra sacramental de los prncipes: Veremos. Los relatores, por su parte, presentronse al cardenal el da 9, y uno de ellos, que tom la palabra en nombre de los dems, se expres con tal vigor y atrevimiento, que el cardenal, sorprendido, les despidi como el duque de Orlens a los suyos, dicindoles: Veremos. Entonces reunise el consejo, y se llam a Emery, el superintendente de rentas. Era ste un hombre odiado por el pueblo, en primer lugar por razn de su cargo, que parece que lleva consigo el hacer odioso a todo el que lo ejerce; y en segundo, porque l daba motivos para serlo: Su padre, banquero de Lyon, que se llamaba Particelli, haba cambiado su nombre por el de Emery a causa de una quiebra. Reconociendo en l el cardenal de Richelieu un gran talento rentstico, lo present al rey Luis XIII con el nombre de Emery, como hombre experto para intendente de rentas; hablando de l con mucho elogio. Tanto mejor dijole el rey; me alegro mucho de que me hablis del seor Emery para este destino, que debe ser ocupado por un hombre honrado. Me haban dicho que protegais a ese bribn de Particelli, y tema que me obligaseis a nombrarlo. Seor contest el cardenal, en ese punto puede Vuestra Majestad estar tranquilo, pues el Particelli a que se refiere ha sido ahorcado. Muy bien! exclam el rey. As vern que no en vano me llaman Luis el Justo. Y firm el nombramiento del seor de Emery. Este mismo Emery consigui ser luego superintendente de rentas. Habiendo ido a llamarle de parte del consejo, acudi muy azorado, diciendo que su hijo haba estado expuesto aquel mismo da a ser asesinado en la plaza de Palacio, donde hall una turba que le ech en cara el lujo de su mujer, que tena una habitacin tapizada de terciopelo con adornos de oro. Esta era hija de Nicols Lecamus, secretario del rey en 1617, el cual haba llegado a Pars con veinte libras por todo capital, y

  • acababa de distribuir entre sus hijos nueve millones, reservndose una renta de cuarenta mil libras. El hijo de Emery haba corrido gran peligro de morir trgicamente, por habrsele ocurrido a un chusco proponer que le estrujasen hasta que vomitase todo el oro que haba tragado. El consejo no pudo resolver nada aquel da, pues el superintendente no tena la cabeza para hacer cosa de provecho. Al da siguiente, el primer presidente, Mateo Mol, cuyo valor en aquel entonces, segn testimonio del cardenal de Retz, igual al del duque de Beaufort y al del prncipe de Cond, que pasaban por ser los hombres ms intrpidos de Francia, fue tambin acometido: el pueblo amenazaba con hacerle responsable de todos los males que se le iban a ocasionar; pero el primer presidente contest con su acostumbrada serenidad, que si los alborotadores desobedecan la voluntad del rey, iba a mandar levantar cadalsos en todas las plazas para ejecutar en el acto a los revoltosos. A lo cual replicaron stos que deseaban que se levantaran, pues serviran para ahorcar a los malos jueces que lograban el favor de la corte a costa de la miseria del pueblo. Pero hubo ms: el da 11, yendo la reina a misa a Nuestra Seora, segn haca todos los sbados, fue seguida por ms de doscientas mujeres que gritaban pidiendo justicia. No haba en ellas ninguna mala voluntad, y slo deseaban arrojarse a los pies de la reina para moverla a lstima; pero los guardias se lo impidieron, y la reina atraves con altivez por entre la muchedumbre, sin dignarse or sus clamores. Por la tarde volvi a celebrarse consejo, y se decidi sostener a todo trance la autoridad del rey, convocando el Parlamento para el da siguiente. Este da, en cuya noche comienza nuestra historia, el rey, que contaba entonces diez aos de edad y acababa de pasar el sarampin, con motivo de ir a dar gracias a Nuestra Seora por su restablecimiento, form sus guardias, sus suizos y sus mosqueteros alrededor del Palacio Real, en los muelles y en el Puente Nuevo; y despus de la misa fue al Parlamento, donde con general asombro, no slo sostuvo sus anteriores decretos, sino que promulg otros cinco nuevos, a cual ms ruinoso, segn dice el cardenal de Retz, de tal modo, que el primer presidente, que antes estaba al lado de la corte, no pudo menos de expresarse con grande energa acerca de aquel modo de llevar al rey a semejante sitio para sorprender y coartar la libertad de los votos. Mas los que ms especialmente levantaron la voz contra los nuevos impuestos fueron el presidente Blancmesnil y el consejero Broussel. Dados aquellos decretos, volvi el rey al palacio por entre un gento inmenso que apenas dejaba paso; pero como se saba que haba ido al Parlamento, y no se saba si era para mejorar o para agravar la situacin del pueblo, no se oy ni una sola exclamacin para felicitarle. Antes al contrario: todos los semblantes estaban inquietos y sombros y haba algunos hasta amenazadores. A pesar de que ya el rey haba vuelto a Palacio, las tropas permanecieron en sus puestos por miedo a que cuando se supiese el resultado de la sesin del Parlamento estallase alguna asonada. Y en efecto, en cuanto comenz a cundir el rumor de que el rey, lejos de disminuir las cargas las haba aumentado, formronse grandes grupos, y se oyeron por todas partes los gritos de: Muera Mazarino! Viva Broussel! Viva Blancmesnil! Porque el pueblo ya saba que stos eran los que haban abogado por l, y no dejaba de agradecerles su inters, por ms que hubiese sido infructuoso. Se trat de disolver los grupos y ahogar aquellas voces; pero como sucede muchas veces en semejantes casos, los grupos aumentaron y las voces se hicieron cada vez ms amenazadoras. Acababa de darse orden a los guardias del rey y a los suizos, no slo de mantenerse en sus puestos, sino de destacar algunas patrullas por las calles de San Dionisio y San Martn, donde el desorden era mayor, cuando anuncise en el Palacio Real la llegada del preboste de los mercaderes.

  • Introducido inmediatamente, manifest que si no cesaban aquellas demostraciones de fuerza por parte del gobierno, en dos horas se pondra en armas a la poblacin de Pars. Estaban deliberando sobre lo que convendra hacer, cuando entr Comminges, teniente de guardias, con el traje destrozado y el rostro lleno de sangre. Al verle entrar, la reina dio un grito y pregunt qu aconteca. La previsin del preboste se haba cumplido en parte, pues los nimos empezaban a exasperarse con la vista de las tropas. Algunos alborotadores se haban apoderado de las campanas y tocaban a rebato. Comminges quiso demostrar energa, y haciendo arrestar a uno que pareca cabeza de motn, mand que para hacer un escarmiento lo ahorcasen en la cruz del Trahoir. Disponanse los soldados a cumplir esta orden; pero al llegar al Psito fueron atacados por la multitud con piedras y alabardas, y el preso, aprovechando el tumulto, huy por la calle de Tiquetonne, refugindose en una casa. Los soldados forzaron la puerta, pero intilmente, pues no lograron dar con el fugitivo. Comminges dej un piquete en la calle, y con el resto de su fuerza fue al Palacio Real para dar cuenta a la reina de lo que suceda. En todo el camino fue perseguido con gritos y amenazas; muchos de sus soldados haban sido heridos, a l mismo habanle partido una ceja de una pedrada. La relacin de Comminges vena a confirmar lo manifestado por el preboste de los mercaderes, y como las circunstancias no permitan hacer frente a un levantamiento serio, el cardenal hizo decir que las tropas haban sido situadas en los muelles y el Puente Nuevo, slo con motivo de la ceremonia del da, y que al instante iba a retirarse: efectivamente, a eso de las cuatro de la tarde se concentraron todos hacia el Palacio Real, situse un destacamento en la barrera de Sergens, otro en la de Quince-Vingts y otro en la altura de San Roque. Se llenaron los patios y pisos bajos de suizos y mosqueteros, y se decidi esperar los acontecimientos. A esta altura se encontraban los sucesos cuando introdujimos al lector en la habitacin del cardenal Mazarino, que antes haba pertenecido a Richelieu. Ya hemos visto en qu situacin de nimo escuchaba los clamores del pueblo y el eco de los tiros que llegaban hasta l. De repente levant la cabeza con las cejas medio fruncidas, cual un hombre que ha tomado una resolucin, fij los ojos en un enorme reloj que iba a dar las seis, y tomando un pito de oro que haba sobre la mesa, silb dos veces. Abrise silenciosamente una puerta oculta detrs de la tapicera, y un hombre vestido de negro se adelant, quedndose en pie detrs del silln que ocupaba el cardenal. Bernouin dijo el cardenal, sin volver siquiera la cabeza, pues habiendo dado dos silbidos, saba que sera su ayuda de cmara, qu mosqueteros estn de guardia en palacio? Los mosqueteros negros, seor. Qu compaa? La de Trville. Est en la antecmara algn oficial de esa compaa? El teniente Artagnan. Creo que se es de los buenos? S, seor. Traedme un uniforme de mosquetero, y ayudadme a vestir. El ayuda de cmara sali, y un momento despus, volvi con el deseado uniforme de mosquetero. El taciturno cardenal comenz a quitarse el traje de ceremonia que se haba puesto para asistir a la sesin del Parlamento, y a ponerse la casaca de mosquetero, que llevaba con soltura gracias a sus antiguas campaas de Italia. Cuando estuvo vestido dijo:

  • Id a llamar a M. Artagnan. Y el criado sali esta vez por la puerta del centro; pero siempre tan taciturno, que ms bien que un hombre pareca una sombra. Luego que Mazarino qued solo, se mir con satisfaccin al espejo. No era viejo todava, pues apenas contaba cuarenta y seis aos: su estatura era algo menos que mediana; pero su cuerpo estaba bien formado, tena el cutis fresco, la mirada llena de fuego, la nariz grande pero bien proporcionada, la frente ancha y franca, los cabellos castaos y algo crespos, la barba ms oscura que los cabellos, y siempre rizada, lo cual le favoreca mucho. Se puso el tahal; examin con complacencia sus manos, que eran lindas, y las cuidaba esmeradamente, arroj unos guantes de gamuza que eran los que correspondan al uniforme, y se puso otros de seda. En aquel instante, volvi a abrirse la puerta. M. d'Artagnan dijo el ayuda de cmara. Y se present un oficial. Era ste un hombre de cuarenta aos, pequeo de cuerpo, pero bien formado, delgado, de ojos expresivos: tena la barba negra y los cabellos entrecanos, como sucede generalmente al que ha pasado una vida muy agitada, principalmente si es moreno. Artagnan dio cuatro pasos en el gabinete, que ya conoca por haber estado en l una vez, cuando viva el cardenal Richelieu, y viendo que no haba ms que un mosquetero de su compaa, puso en l la vista, pero al momento reconoci al cardenal. Entonces se detuvo en actitud respetuosa y digna, como convena a un hombre de alguna condicin, que haba tenido en su vida frecuentes ocasiones de tratar con personas de elevada categora. El cardenal dirigile una mirada ms bien curiosa que escrutadora, y dijo despus de un momento: Sois el caballero Artagnan? El mismo, seor contest el oficial. El cardenal examin por un momento aquella cabeza de hombre inteligente, y aquel rostro cuya extremada movilidad haba cambiado con los aos y la experiencia; pero Artagnan sostuvo el examen como quien ya ha sido sondeado en otro tiempo por ojos ms perspicaces que los que entonces le miraban. Caballero dijo el cardenal, vais a venir conmigo, o mejor dicho, yo voy a ir con vos. Estoy a vuestras rdenes, seor respondi Artagnan. Deseara visitar por m mismo las guardias que rodean el Palacio Real: creis que hay algn peligro? Algn peligro, seor? pregunt Artagnan. Y cul? Parece que el pueblo est bastante excitado. El uniforme de los mosqueteros del rey es generalmente respetado, y aun cuando no lo fuera, con cuatro hombres me comprometo a hacer correr a ciento de estos vagos. Ya habis visto, no obstante, lo que le ha pasado a Comminges. El seor de Comminges pertenece a los guardias y no a los mosqueteros contest Artagnan. Lo cual quiere decir repuso sonriendo el cardenal que los mosqueteros son mejores soldados que los guardias. Cada uno tiene el amor de su uniforme, seor. Menos yo repuso Mazarino con la misma sonrisa, pues ya veis que he cambiado el mo por el vuestro. Eso es pura modestia, seor; y por mi parte os aseguro, que si tuviera el de vuestra eminencia, me dara por muy satisfecho.

  • Lo creo, pero para salir esta noche entiendo que no sera el ms a propsito. Bernouin, mi sombrero. El ayuda de cmara llev al momento un sombrero de alas anchas. El cardenal se lo puso, y volvindose a Artagnan, dijo: Supongo que tendris caballos dispuestos en las cuadras? S, seor. Pues bien, marchemos. Cuntos hombres hemos de llevar? Habis dicho que con cuatro os comprometais a poner en fuga a cien revoltosos; pero como pudiramos encontrar doscientos, llevad ocho. Pues cuando gustis. Vamos... O si no repuso el cardenal, mejor es por aqu. Alumbrad, Bernouin. El criado tom una buja, Mazarino sac una llavecita de su escritorio, y abriendo la puerta de cierta escalera secreta, se encontr al cabo de pocos instantes en el patio del palacio. II. RONDA NOCTURNA Algunos minutos despus, sala el cardenal con su pequea escolta por la calle de Bons-Enfants, situada detrs del teatro que Richelieu haba hecho edificar para representar su tragedia Miramo, y en el cual Mazarino, ms aficionado a la msica que a la literatura, acababa de mandar poner en escena las primeras peras que se estrenaron en Francia. El aspecto de la ciudad presentaba todos los sntomas de una temible agitacin; numerosos grupos recorran las calles, y a pesar de la opinin de Artagnan sobre la superioridad de los soldados, lejos de demostrar el menor temor, s detenan para verlos pasar en actitud burlona y algn tanto provocativa. De vez en cuando se oan murmullos que procedan del Psito, y algunos tiros sueltos mezclbanse al sonido de las campanas, movidas a intervalos por el capricho del pueblo. Artagnan continuaba su camino con la mayor indiferencia como si nada le importase todo aquello. Cuando se encontraba un grupo en la calle, echaba sobre l su caballo sin avisar siquiera, y los paisanos se apartaban y le dejaban paso, como si adivinaran la clase de hombre con quien tenan que habrselas. El cardenal envidiaba aquella serenidad que atribua a la costumbre de correr peligros; pero no por eso dejaba de manifestar al oficial, bajo cuyas rdenes se haba puesto momentneamente, la consideracin que el valor inspira siempre. Al aproximarse a la guardia de la barrera de Sergens, dio el centinela, el quin vive? Artagnan contest, y habiendo preguntado al cardenal el santo y sea, que eran San Luis y Rocroy, acercse a rendirlos. Hecha esta formalidad, pregunt Artagnan si el comandante de la guardia era el seor de Comminges. El centinela le indic un oficial que estaba a pie hablando con un jinete, con la mano sobre el cuello del caballo de su interlocutor: aqul era por quien le preguntaban. All est el seor de Comminges dijo Artagnan volviendo donde estaba el cardenal. Adelant ste su caballo, mientras Artagnan se retiraba por discrecin: no obstante, en el modo con que el oficial de a pie y el de a caballo se quitaron los sombreros, not que haban conocido al cardenal. Bien, Guitaut! dijo ste al jinete. Veo que a pesar de vuestros sesenta y cuatro aos, os conservis siendo el mismo tan fuerte y tan robusto. Qu decais a este joven?

  • Le deca, monseor respondi Guitaut, que vivimos en un tiempo muy singular y que el da de hoy se pareca mucho a algunos de los del tiempo de la Liga que presenci en mi juventud. Sabis que en las calles de San Dionisio y de San Martn se intentaba nada menos que levantar barricadas? Y qu deca a eso Comminges, mi querido Guitaut? Seor respondi Comminges, le deca que para formar una Liga les faltaba una cosa que me pareca muy esencial, y es un duque de Guisa; por otra parte, las cosas no se hacen dos veces. No, pero harn una Fronda, como ellos dicen replic Guitaut. Y qu es eso de Fronda? pregunt Mazarino. Seor, es el nombre que ellos dan a su partido. Y de dnde les viene ese nombre? Parece que el consejero Bachaumont dijo hace pocos das en el palacio, que los autores de motines se parecen a los estudiantes que se apedrean con hondas [frondes] en los fosos de Pars, y que se dispersan cuando ven al teniente civil, para volver a reunirse en cuanto pasa. Han cogido al vuelo la palabreja, como los hambrientos de Bruselas, y hcense llamar fronderos. Desde ayer todo se hace a la Fronda, el pan, los sombreros, los guantes, los manguitos, los abanicos... y si no, od. En aquel momento se haba abierto una ventana y un hombre asomado a ella cantaba: Se ha levantado un viento como de Fronda, que contra Mazarino dicen que sopla. Si al fin aumenta, es posible que traiga fuerte tormenta. Insolente! murmuri Guitaut. Seor dijo Comminges, a quien su herida haba puesto de mal humor y deseaba tomar la revancha. deseis que enve una bala a ese tunante para ensearle a cantar de falsete? Y al decir esto, ech mano a una de las pistoleras del caballo de su to. No, no exclam Mazarino. Diablo! amigo, que lo vais a echar a perder todo; las cosas no pueden ir mejor hasta ahora. Conozco a vuestros franceses como si todos ellos desde el primero hasta el ltimo fuesen obra de mis manos. Ahora cantan; ya lo pagarn. Durante la Liga de que hablaba hace poco r itaut, no se cantaba otra cosa que la misa. Vamos, Guitaut, vamos y veremos si hay tanta vigilancia en el puesto de Quince-Vints, como en la barrera de Sergens. Y saludando a Comminges fue a reunirse con Artagnan, quien volvi a ponerse al frente de la patrulla, seguido de Guitaut y del cardenal, detrs de los cuales iba el resto de la escolta. Es cierto murmur Comminges vindole alejarse; me olvidaba de que a l le basta con que le paguen. La patrulla sigui por la calle de San Honorato, dispersando los grupos, en los que no se hablaba de otra cosa que de los decretos del da: compadecan al joven rey, que arruinaba a su pueblo sin saberlo, echaban la culpa de todo a Mazarino, proponan dirigirse al duque de Orlens y al prncipe, y aplaudan a Blancmesnil y a Broussel. Artagnan pasaba por entre los grupos sin ocuparse de ellos, como si l y su caballo fueran de hierro.

  • Mazarino y Guitaut hablaban en voz baja; y los mosqueteros, que haban conocido al cardenal, marchaban silenciosos. De este modo llegaron a la calle de Santo Toms de Louvre, donde estaba el puesto de Quince-Vingts, y Guitaut llam a un oficial subalterno, que acudi al momento. Qu hay? pregunt Guitaut. Todo est tranquilo por aqu, mi capitn; slo creo que debe suceder algo de particular en esa casa. Y diciendo esto, sealaba una magnfica casa que ocupaba el mismo sitio que ms adelante ocup el Vaudeville. En esa casa? repuso Guitaut. Es el palacio de Rambouillet! Yo no s de quin es ese palacio; pero s que he visto penetrar en l mucha gente y de muy mal aspecto. Bah! Seran poetas! dijo Mazarino, queris hablar con ms comedimiento de esos seores? No sabis que en mi juventud fui yo tambin poeta, y compona versos del gnero de los del seor de Benserade? Vos, seor? S, yo. Queris que os recite algunos? Sera intil, seor; no entiendo el italiano. Bien, pero conocis el francs replic Mazarino, ponindole familiarmente la mano sobre el hombro, y cualquiera orden que se os diera en esta lengua sabrais ejecutarla al momento, no es as, leal y valiente Guitaut? As es, seor; y ya lo he hecho varias veces; siempre, sin embargo, que la orden emane de la reina. Ah! S dijo Mazarino mordindose los labios, no ignoro que sois acrrimo partidario suyo. Soy capitn de sus guardias hace ms de veinte aos. Adelante, caballero Artagnan, no hay novedad por este lado dijo el cardenal. Artagnan se puso a la cabeza de la patrulla sin hablar una palabra, con esa obediencia que es en los veteranos una segunda naturaleza. Encaminse a la altura de San Roque, donde se hallaba el tercer puesto, pasando por la calle de Richelieu y la de Videlot. Aquel punto era el ms aislado, pues estaba casi contiguo a los baluartes, y la ciudad estaba muy despoblada por aquel lado. Quin es el comandante de este puesto? pregunt el cardenal. Villequierdijo Guitaut. Diantre! exclam Mazarino Habladle vos solo, pues ya sabis que no es muy partidario mo, desde que se os confi el encargo de prender al duque de Beaufort; Villequier pretenda, que como capitn de los guardias reales, a l le corresponda el honor de prestar ese servicio. Ya lo s, y mil veces le he dicho que no tena razn: el rey no poda darles esa orden, porque apenas contaba entonces cuatro aos. S, pero yo hubiera podido drsela, mas prefer comisionaros a vos, amigo Guitaut. Guitaut adelant su caballo sin responder, y dndose a conocer al centinela, hizo llamar al seor de Villequier. Este sali al momento. Ah! Sois vos, Guitaut? pregunt en el tono de mal humor que le era habitual. Qu diablos vens a hacer aqu? Vengo a preguntaros si ha sucedido alguna novedad. Qu diantres queris que ocurra? Se oye gritar: viva el rey! y muera Mazarino! Pero esto no es una novedad y hace tiempo que estamos acostumbrados a orlo.

  • Y vos hacis coro! dijo Guitaut rindose. Buenas ganas tengo de hacerlo; pues creo que los que gritan tienen razn: dara con gusto cinco anualidades de mi paga que no me pagan, porque el rey tuviese cinco aos ms. Y qu ganarais con esto? Con eso sera mayor de edad, dara las rdenes por s mismo, y al nieto de Enrique IV se le obedece con ms gusto, que a un hijo de Pedro Mazarino. Lo que es por el rey me dejara matar de buen grado voto al diablo! pero si llegara a morir por Mazarino, como ha estado a punto de suceder hoy a vuestro sobrino, os juro que no me hara maldita la gracia. Est bien, seor de Villequier dijo el cardenal, no tengis cuidado, que yo har presente vuestra adhesin al rey. Y al momento aadi volvindose a su escolta: Vamos, caballeros, todo est en buen orden, volvmonos. Cmo! dijo Villequier. Estaba ah Mazarino! Me alegro; ya hace tiempo que deseaba manifestarle cara a cara mi modo de pensar. Vos me habis proporcionado esta ocasin, Guitaut, y aun cuando tal vez vuestra intencin no haya sido muy buena, no por esto dejo de agradecroslo. Y volviendo la espalda, entr en el cuerpo de guardia, silbando una cancin de la Fronda. Mazarino regresaba a Palacio muy pensativo; todo lo que haba odo lo mismo a Comminges que a Guitaut y a Villequier, le confirmaba cada vez ms en la idea de que si los sucesos llegaban a adquirir cierta gravedad, no podra contar ms que con la reina, y como esta seora haba abandonado a sus ntimos con tanta frecuencia, su mismo apoyo, a pesar de las precauciones que haba tomado, pareca a Mazarino cosa muy insegura. En todo el tiempo que dur aquella ronda nocturna, que sera cerca de una hora, el cardenal, sin dejar de observar a Comminges, Guitaut y Villequier, haba dedicado singular atencin a examinar a un hombre. Este hombre, que escuchaba impasible las amenazas populares, y cuyo rostro no se haba inmutado poco ni mucho ni por las chanzonetas que haba dicho, ni por las que haba sufrido Mazarino, le pareca un ser excepcional y a propsito para los sucesos que empezaban a desarrollarse. Por otra parte, el nombre de Artagnan no le era del todo desconocido, y aunque Mazarino no haba llegado a Francia hasta los aos 1634 y 1635, esto es, siete u ocho despus de los sucesos que hemos referido en Los Tres Mosqueteros, le pareca al cardenal haber odo expresar aquel nombre como el de un individuo que en cierta ocasin que no recordaba, se haba dado a conocer como un modelo de lealtad, ingenio y valor. De tal manera se apoder esta idea de su imaginacin, que resolvi aclarar inmediatamente su duda; pero no era a Artagnan a quien deba preguntar lo que quera. Por las escasas palabras que haba pronunciado el teniente de mosqueteros, haba conocido el cardenal su procedencia gascona, e italianos y gascones se conocan perfectamente y se parecen demasiado para poder decir unos de otros lo que todos pudieran decir de s mismos. Al llegar a la tapia que rodeaba el jardn del palacio del Rey, llam Mazarino a una puertecilla situada entonces poco ms o menos donde hoy se encuentra el caf de Foy, y despus de dar las gracias a Artagnan, mandle que le aguardase en el patio de palacio e hizo sea a Guitaut de que le siguiera. Echaron los dos pie a tierra, entregaron las riendas al criado que haba abierto la puerta, y desaparecieron por el jardn.

  • Apreciable Guitaut dijo el cardenal, apoyndose en el brazo del antiguo capitn de guardias, me decais hace poco que haca veinte aos que estis al servicio de la reina. As es respondi Guitaut. He notado continu el cardenal, que adems de vuestro valor incontestable y de vuestra lealtad a toda prueba, tenis una excelente memoria. Eso habis notado, seor? Diantre, tanto peor para m dijo el capitn de guardias. Por qu? Porque una de las principales cualidades del cortesano es saber olvidar. Pero vos no sois cortesano, Guitaut, sino un buen militar, y uno de los pocos capitanes que quedan del tiempo de Enrique IV y de los que por desgracia no quedar ninguno dentro de pocos aos. Diablo, seor! Me habis hecho acompanaros para decirme mi horscopo? No dijo Mazarino rindose, os he hecho venir conmigo para interrogaros si habis observado al teniente de mosqueteros que nos ha acompaado. A M. Artagnan? S. No ha habido necesidad de observarle porque le conozco hace mucho tiempo. Y qu clase de hombre es? Qu clase de hombre es? repiti Guitaut con asombro. Un gascn. Eso ya lo s, pero pregunto si es hombre que puede inspirar confianza. El seor de Trville, que, como no ignoris, es uno de los mayores amigos de la reina, le profesa grande estimacin. Deseara saber qu pruebas ha dado de sus buenas cualidades. Si queris hablar de l como militar, puedo deciros que, como he odo decir, en el sitio de la Rochela, en el paso de Suze y en Perpignan, se ha distinguido extraordinariamente. Ya conocis, Guitaut, que los pobres ministros necesitamos muchas veces hombres que sean algo ms que valientes, necesitamos hombres hbiles. No se ha visto ese Artagnan, en tiempos del cardenal, enredado en alguna intriga que exigiese una gran destreza, y de la cual haya salido airoso? Seor dijo Guitaut conociendo que el cardenal quera sonsacarle, me veo obligado a decir a vuestra eminencia que no s lo que la voz pblica puede haber hecho llegar a sus odos. Jams me ha gustado intrigar por mi cuenta, y si alguna vez se me han confiado intrigas ajenas, como el secreto no me pertenece, espero, seor, que no llevar a mal lo guarde. Mazarino mene la. cabeza diciendo: Hay ministros muy dichosos, que saben todo lo que necesitan. Esto consiste respondi Guitaut en que no miden a todos por el mismo rasero, y saben dirigirse a los hombres de armas cuando se trata de guerra, y a los intrigantes para las intrigas. Dirigos a cualquier intrigante del tiempo a que os refers, y sabris todo lo que queris, pagndole bien por supuesto. Eh! exclam Mazarino. Se le pagar... si no hay medio de lograrlo de otra manera. Y me pide formalmente monseor que le indique un hombre que haya estado metido en todas las intrigas de aquella poca? Por Baco! exclam el cardenal, que se iba impacientando. Hace una hora que no estoy preguntando otra cosa. Uno hay de quien me atrevo a responder, siempre que l quiera hablar. Eso corre de mi cuenta.

  • Ah, seor! No siempre es fcil despegar una boca que se empea en permanecer cerrada. Bah! Con paciencia todo se consigue. Quin es ese hombre? El conde de Rochefort. El conde de Rochefort! Por desgracia, desapareci hace unos cinco aos, y no s qu habr sido de l. Yo lo sabr dijo Mazarino. Era el diablo familiar del cardenal, seor, pero os advierto que vuestro deseo os costar caro: el cardenal era prdigo con los suyos. S, s contest Mazarino; era un grande hombre, mas tena ese defecto. Gracias, Guitaut; esta misma noche aprovechar vuestro consejo. En aquel momento, llegaron los dos interlocutores al patio del Palacio Real; Mazarino salud con la mano al capitn de guardias; y viendo un oficial que se paseaba de un extremo a otro, acercse a l, y le dijo con voz ms melosa: M. Artagnan, venid, tengo que daros una orden. Artagnan se inclin con respeto, y sigui al cardenal por la escalera secreta. Un momento despus, se encontraron los dos en el gabinete de donde haban salido. El cardenal se sent al lado de una mesa, y cogiendo un pliego de papel, escribi algunos renglones. Artagnan, en pie, inmvil, impasible, esperaba que acabara sin impaciencia y sin curiosidad, pues en fuerza de la costumbre haba llegado a convertirse en una especie de autmata que obedeca sin darse cuenta de ello. El cardenal dobl la carta y sellla. Caballero Artagnan le dijo, vais a llevar este despacho a la Bastilla, y a traerme a la persona que reclamo en l; tomad un carruaje y una escolta, y guardad con el preso mucha vigilancia. Artagnan tom el papel, salud, gir sobre los talones con la misma precisin con que lo hubiera hecho un sargento instructor, y un momento despus oysele mandar con acento seco y montono: Cuatro hombres de escolta, un carruaje y mi caballo. A los cinco minutos oyronse las ruedas del coche, y las herraduras de los caballos. III. DOS ADVERSARIOS ANTIGUOS Cuando lleg Artagnan a la Bastilla, tocaban las ocho y media. Se hizo anunciar al gobernador, el cual, apenas supo que iba en nombre del primer ministro y con una orden suya, sali a recibirle al pie de la escalera. Era entonces gobernador de la Bastilla el seor de Tremblay, hermano del popular capuchino fray Jos, aquel terrible favorito de Richelieu, a quien llamaban la eminencia gris. Cuando el mariscal de Bassompierre se hallaba en la Bastilla, donde permaneci ms de doce aos, y sus compaeros de prisin hacan clculos ms o menos acertados sobre la poca en que podran lograr su libertad, l sola decir: Yo saldr cuando salga el seor de Tremblay; queriendo manifestar con esto que a la muerte del cardenal, el seor de Tremblay perdera su empleo, y l recobrara su puesto en la corte. Su profeca estuvo a punto de cumplirse, pero de un modo muy distinto de lo que l haba pensado, pues habiendo muerto el cardenal, todo continu en el mismo estado: el seor de Tremblay prosigui desempeando su empleo, y Bassompierre corri gran peligro de seguir prisionero. El seor de Tremblay continuaba, por tanto, siendo gobernador de la Bastilla cuando Artagnan se present a cumplir la orden del ministro. Recibi a nuestro gascn cortsmente, y como iba a sentarse a la mesa le invit a comer con l.

  • Con mucho gusto lo hara dijo Artagnan; pero si no me engao, en el sobre de ese pliego est escrita la palabra urgentsimo. Es cierto respondi el seor de Tremblay. Hola mayor! Que baje el nmero 256. En la Bastilla un hombre dejaba de ser hombre, y convertase en nmero. A Artagnan le hizo mal efecto el ruido de las llaves, y continu a caballo, sin querer apearse, mirando las rejas, las sombras ventanas y los murallones que nunca haba visto sino desde el otro lado de los fosos, y que tanto temor le producan veinte aos antes. En aquel momento se oy una campanada. Os dejo le dijo el seor de Tremblay, porque me llaman para vigilar la salida del prisionero. Hasta la vista, M. Artagnan. Llveme el diablo si deseo volver a verte! exclam Artagnan con una sonrisa. Slo con estar cinco minutos en este patio se me figura que me he puesto malo. Vaya, preferira morir sobre un montn de paja, lo cual probablemente me acontecer tarde o temprano, a ser gobernador de la Bastilla con diez mil libras de sueldo. Al terminar este monlogo presentse el prisionero. Artagnan, al verle, no pudo menos de hacer un movimiento de sorpresa, que pas desapercibido, a causa de la presteza con que lo reprimi; y el prisionero subi al carruaje sin dar ninguna seal de haber reconocido al que se dispona a escoltarle. Caballeros dijo Artagnan a los mosqueteros, se me ha encargado la mayor vigilancia con el preso, y como las portezuelas del carruaje no cierran bastante bien, voy a meterme dentro con l. M. de Villabone, hacedme el favor de conducir mi caballo de la brida. Con mucho gusto, mi teniente respondi el mosquetero a quien Artagnan se haba dirigido. Este apese, entreg al otro las bridas de su caballo, entr en el coche y dijo con la voz ms tranquila del mundo: Al Palacio Real y al trote. El carruaje parti inmediatamente, y aprovechando Artagnan la oscuridad que reinaba en la bveda bajo la cual pasaba, se arroj en brazos del prisionero exclamando: Rochefort! Sois vos? No me equivoco...! Artagnan! dijo a su vez Rochefort con la mayor sorpresa. Ay, infeliz amigo mo! continu Artagnan. Como hace cuatro o cinco aos que no os veo, os daba por muerto. Diantre! dijo Rochefort. No creo que haya mucha diferencia entre un muerto y un enterrado, y si yo no estoy enterrado, poco me falta. Y por qu estis en la Bastilla? Deseis que os diga la verdad? S. Pues no lo s. Desconfiis de m, Rochefort! No, por mi honor; pero es imposible que est en la Bastilla por el delito que se me imputa. Cul? El de ladrn nocturno. Os chanceis? Me explicar. Es preciso. Una noche de orga, estando con el duque de Harcourt, Fontrailles, Rieux y otros en casa de Reinard en las Tulleras, propuso el duque de Harcourt ir al Puente Nuevo para quitar capas, cuya diversin haba puesto de moda el duque de Orlens.

  • Estabais loco? A vuestra edad, amigo Rochefort... No estaba loco, mas estaba borracho, que es casi lo mismo. La diversin me pareci entrenida, y propuse a Rieux que en lugar de actores fusemos espectadores, y para ver la escena concretamente le invit a que subisemos sobre el caballo de bronce. As lo hicimos, y gracias a las espuelas, que nos sirvieron de estribos, conseguimos encaramarnos hasta la grupa del caballo, donde nos encontrbamos perfectamente. Ya se haban quitado cuatro o cinco capas con gran destreza y sin que sus dueos se atrevieran a decir una palabra, cuando uno de los robados tuvo la desgraciada ocurrencia de gritar a la guardia! atrayendo una patrulla de arqueros. El duque de Harcourt, Fontrailles y los dems huyeron; Rieux quiso hacer lo propio, y por ms que yo le dije que no haban de ir a buscarnos a nuestro nido, puso el pie en la espuela para bajarse; partise la espuela y l cay, rompindose una pierna, y gritando como un desesperado. Yo quise saltar entonces, pero ya era tarde, y fui a caer en medio de los arqueros que me llevaron al Chatelet, donde no tard en dormirme, seguro de que al siguiente da me pondran en libertad. Sin embargo, pasaron das y ms das y continuaba preso. Escrib al cardenal, y el mismo da me trajeron a la Bastilla, donde estoy hace cinco aos. Decidme francamente: creis que sea por el desacato de haber montado a la grupa de Enrique IV? No por cierto, querido Rochefort, es imposible, y ahora sin duda vais a saber a qu ateneros. Es verdad, se me olvidaba preguntaros: adnde me llevis? A visitar al cardenal. Y qu me quiere Su Eminencia? No lo s, pues ni siquiera saba que erais vos a quien vena a buscar. Es posible! Vos? Un favorito! Yo favorito! dijo Artagnan. Pues estoy lucido! Soy todava ms segundn de Gascua que cuando os encontr en Meung. Os acordis? Har veintids aos! aadi suspirando fuertemente. No obstante, trais una comisin... dijo Rochefort. Por la casualidad de encontrarme de guardia: el cardenal se ha dirigido a m como lo hubiese hecho a cualquier otro: lo cierto es que contino siendo teniente de mosqueteros, y que hace ya veintin aos que tengo este empleo. Finalmente, no os ha sucedido ninguna desgracia, y esto es algo. Y qu desgracia me haba de suceder? Segn un verso latino que no recuerdo, o por decir verdad, que no he sabido nunca, el rayo no cae en los valles, y yo soy un valle y de los ms profundos. Conque Mazarino contina siendo el mismo? El mismo: dicen que est casado con la reina. Casado? Si no es su esposo, es su amante. Resistir a un Buckingham y ceder a un Mazarino! As son las mujeres! dijo Artagnan filosficamente. Pero las reinas... Las reinas son dos veces mujeres. Y el seor de Beaufort sigue preso? S, por qu lo decs? Porque le apreciaba bastante y podra haberme sacado de mi situacin. Me parece que vos estis ms cerca que l de la libertad, y podris favorecerle. Qu hay de guerra? Que me parece inevitable y prxima.

  • Con los espaoles? No, con Pars. Es cierto? No os esos tiros? S, y qu? Pues son los paisanos que se divierten jugando a la pelota hasta que se presenta partida. Y creis que se puede hacer algo con ellos? Me parece que no falta ms que un jefe que supiera dirigirlos. Qu lstima que yo no est en libertad! No hay por qu desesperarse. Si Mazarino os llama, es porque os necesita, y en ese caso os doy mi enhorabuena. Yo estoy tan atrasado, porque hace muchos aos que nadie necesita de m. No os quejis. Escuchad, Rochefort, hagamos un trato. Cul? Ya sabis que somos buenos amigos. Tengo en el cuerpo tres seales de vuestra amistad. Tres estocadas terribles! Pues bien, si volvis a estar en favor no me olvidis. Os lo prometo. Y vos haris lo mismo? Convenido. De modo que a la primera ocasin en que podis hablar de m... Hablo. Yo har otro tanto. Ahora que me acuerdo, y de vuestros amigos, hay que hablar tambin? Qu amigos? Athos, Porthos y Aramis. Los habis olvidado ya? Casi, casi. Qu ha sido de ellos? No s nada. De veras? Cierto. Ya sabis cmo nos separamos. Lo nico que puedo deciros es que viven. De tarde en tarde suelo tener indirectamente noticias suyas, pero ni siquiera s dnde se hallan. Hoy por hoy, no tengo ms amigo que vos. Y el ilustre?... Cmo se llama aquel mozo a quien hice sargento del regimiento de Piamonte? Planchet. Es cierto: qu ha sido de l? Se cas con una confitera de la calle de Lombardos; l siempre estuvo por las cosas dulces. Ahora est hecho un ciudadano de Pars, y probablemente ser uno de los amotinados. Ya veris cmo este belitre llega a regidor antes que yo a capitn. Ea, amigo Artagnan, ms nimo. Qu diablo! Cuando se est en lo ms bajo de la rueda, da la vuelta y empieza uno a elevarse. Quiz desde esta noche comience a cambiar vuestra fortuna. As sea dijo Artagnan mandando detener el carruaje. Qu hacis? pregunt Rochefort. Hemos llegado, y no deseo que me vean salir del coche: conviene que aparentemos no conocernos. Tenis razn. No olvidis vuestra promesa. Adis.

  • Y montando a caballo, volvi Artagnan al frente de la escolta. Pocos minutos despus entraba la comitiva en el patio del Palacio del Rey. Artagnan condujo a Rochefort por la escalera principal, hacindole atravesar la antecmara y la galera. Al llegar a la puerta del gabinete de Mazarino, cuando iba a hacerse anunciar, Rochefort psole la ruano sobre el hombro y le dijo sonriendo: Queris que os diga lo que pensaba durante el camino, al ver los grupos de paisanos que os miraban con actitud no muy afectuosa? Qu pensabais? Que no tena ms que gritar socorro! para que vos y vuestros cuatro jinetes fueseis destrozados y yo quedase libre dijo Rochefort. Por qu no lo habis hecho? Y la amistad que nos hemos prometido? Si mi guardin hubiera sido otro... Artagnan baj la cabeza pensando: Si se habr vuelto mejor que yo? Y se hizo anunciar al ministro. Que pase el seor de Rochefort dijo con impaciencia Mazarino en cuanto oy los dos nombres, y decid al teniente Artagnan que espere un poco, porque tengo que hablar con l. Artagnan oy con satisfaccin estas palabras. Segn haba dicho a Rochefort, haca mucho tiempo que nadie necesitaba de l, y la insistencia que entonces demostraba el ministro le pareca de muy buen agero. Respecto a Rochefort, no le causaron ms efecto que ponerle en guardia. Entr en el despacho y encontr a Mazarino sentado a su mesa, con su traje de cardenal, que era casi como el de los clrigos de la poca, sin ms diferencia que ser morados los manteos y las medias. Volvi a cerrarse la puerta y se cruzaron dos miradas indagadoras, que Rochefort y Mazarino se dirigieron mutuamente. El ministro estaba, `como siempre, muy acicalado, peinado y lleno de perfumes, con aquel esmero que le haca aparecer hasta de menos aos. Rochefort haba envejecido en extremo con sus cinco aos de prisin, sus cabellos se haban vuelto blancos, y el color bronceado de su tez se haba convertido en amarillento. Al verle Mazarino mene la cabeza como diciendo: Creo que ste ha de servir para poco. Despus de una espera, que a Rochefort parecile que duraba un siglo, y que en realidad fue bastante larga. Mazarino sac una carta de un legajo de papeles y dijo al prisionero: He hallado aqu una carta en que peds vuestra libertad, caballero Rochefort. Es decir que estis preso? Rochefort, al or semejante pregunta, sinti un movimiento de clera. Me parece dijo que Vuestra Eminencia deba saberlo mejor que nadie. Yo? No tal. Hay an en la Bastilla muchos presos de la poca del seor cardenal de Richelieu, cuyos nombres ignoro. S, pero no podais olvidar el mo, puesto que me trasladaron del Chatelet a la Bastilla por mandato vuestro. De veras? S, seor. S, ahora creo que recuerdo. No fuisteis vos el que en cierta ocasin rehus hacer un viaje a Bruselas en servicio de la reina? Enhorabuena! exclam Rochefort. Esa es la causa verdadera! Cinco aos hace que la estoy buscando sin poder dar con ella.

  • No, no es esto decir que por eso se os prendiera. Os dirijo una simple pregunta: No rehusasteis ir a Bruselas en servicio de la reina, mientras que por servir al difunto cardenal habais ido? Precisamente por ello no poda ir. Yo haba estado en Bruselas en circunstancias muy crticas: cuando la conspiracin de Calais. Fui para sorprender la correspondencia de ste con el archiduque, y ya entonces, cuando me conocieron, falt poco para que me despedazaran. Cmo querais que volviera? En lugar de servir a la reina, la hubiera perdido. Ya veis cmo las cosas mejor pensadas se prestan a una mala interpretacin. La reina slo vio una mera negativa, y como en tiempos del difunto cardenal tuvo muchos motivos de queja contra vos... Rochefort sonri desdeosamente, diciendo: Me parece que por lo mismo que haba servido bien al cardenal Richelieu contra la reina, debisteis pensar, monseor, que os servira lo mismo contra todo el mundo. Yo, caballero Rochefort respondi Mazarino, no soy como mi antecesor, que aspiraba a un poder absoluto: soy un ministro que no necesita servidores; en fin como Su Majestad es muy suspicaz considerara vuestra negativa por una declaracin de guerra de una persona de talento, y por lo mismo peligrosa, y me encargara que os prendiese. Por eso os encontris en la Bastilla. Pues bien, seor, creo que si estoy por una mala inteligencia... S, s todo puede arreglarse interrumpi Mazarino; vos sois hombre que conocis bien ciertos negocios y que sabis realizar vuestros proyectos... Esa era la opinin del cardenal de Richelieu, y mi admiracin hacia aquel grande hombre aumenta al ver que vos pensis lo mismo. As respondi Mazarino: el seor cardenal era muy diplomtico, y esto le daba una gran superioridad con respecto a m, que soy hombre sencillo y franco. Ese es mi defecto, tengo una ingenuidad enteramente francesa. Rochefort mordise los labios para contener la risa. Pues bien, vamos al asunto: tengo necesidad de rodearme de buenos amigos, de servidores fieles; y al hablar de este modo, quiero decir que es la reina quien los necesita. Yo no hago nunca nada sin orden de Su Majestad, pues no me parezco al cardenal Richelieu, que todo lo haca por su iniciativa. Seguramente nunca llegar a ser tan grande como l, pero en cambio soy hombre de bien, y espero demostrroslo, amigo Rochefort. Rochefort, que conoca muy bien aquella voz melosa, en la que de vez en cuando se notaba una especie de silbido semejante al de una vbora, le dijo: Seor, estoy dispuesto a creeros, por ms que hasta ahora no haya experimentado los efectos de esa bondad. No olvide Vuestra Eminencia aadi Rochefort, para aminorar el mal efecto que estas palabras haban causado en el ministro, que hace cinco aos estoy en la Bastilla, y nada extrava ms las ideas, que ver las cosas a travs de la reja de un calabozo. Ya os he dicho, caballero Rochefort, que soy enteramente ajeno a vuestra prisin. La reina... qu queris?... arrebatos de mujer y de princesa... pero son cosas que pasan como vienen y despus se olvidan. Comprendo, pues, seor, que la reina, que ha pasado esos cinco aos en el Palacio Real rodeada de fiestas y cortesanos, no piense en ellos, pero yo que los he pasado en la Bastilla... Creis, amigo Rochefort, que el Palacio Real es muy alegre? No hay tal cosa. Tambin en l hemos pasado muy malos ratos. Pero dejemos esto a un lado, y vamos a mi principal objeto. Francamente, Rochefort, queris ser de los nuestros?

  • Bien podis figuraros, seor, que no deseo otra cosa; pero no estoy enterado de nada de lo que sucede. En la Bastilla no se habla de poltica nada ms que con los soldados y carceleros, y os aseguro que esa gente est muy poco al tanto de los acontecimientos. Yo les pregunto siempre por el seor de Bassompierre. Sigue siendo uno de los diecisiete caballeros? Ha muerto, amigo mo, y fue una gran prdida. Los hombres leales son escasos... Ya lo creo! Cuando hallis uno lo enviis a la Bastilla! Y con qu se demuestra la lealtad? Con hechos. S, con hechos repiti Mazarino, pero dnde se encuentran los hombres capaces de ejecutarlos? Rochefort sacudi la cabeza. No faltan, seor repuso, pero no sabis buscarlos. Qu queris decir con eso? Explicaos francamente, Rochefort, vos que debis haber aprendido mucho con el trato del finado cardenal. Era tan profundo aquel hombre!... Me permite, seor, que moralice un poco? Con mucho gusto. Pues bien: en la pared de mi calabozo hay un proverbio escrito con un clavo. Qu proverbio es? pregunt Mazarino. El siguiente, seor: A tal amo... Tal criado; ya lo conozco. No, seor, tal servidor. Es una ligera variante que las personas leales de que os hablaba hace poco han introducido. Y qu quiere decir ese proverbio? Que el cardenal de Richelieu supo encontrar por docenas servidores adictos y leales. l? l, que era blanco de todos los odios... que pas la vida en defenderse de los golpes que de todas las partes le asestaban? Pero al fin se defendi, a pesar de que los golpes eran terribles, y eso consista en que si tena muchos y terribles enemigos, no eran menos, ni despreciables sus amigos. Pues eso es lo que yo deseo. He conocido hombres continu Rochefort creyendo llegada la oportunidad de cumplir a Artagnan su promesa que burlaron con su astucia la sagacidad del cardenal, y derrotaron con su valor a todos sus agentes; hombres que sin posicin, sin crdito, conservaron la corona a una augusta persona y obligaron a pedir gracia al cardenal. Contento Mazarino de ver llegar a Rochefort al punto que l deseaba, le dijo: Pero esos hombres no eran adictos al cardenal, puesto que luchaban contra l. Es claro, y por eso fueron tan mal recompensados. Y vos, cmo sabis todas esas cosas? Porque en aquella poca, esos hombres eran adversarios mos; lucharon contra m, les hice todo el mal que pude, y me pagaron con la misma moneda: uno de ellos, con el cual tuve que habrmelas ms particularmente, me dio hace siete aos una estocada, que es la tercera que reciba de su mano... y el saldo de una deuda antigua. Ah! exclam Mazarino aparentando la mayor candidez. Si yo conociera hombres de ese temple!... Pues hace seis aos, seor, que tenis uno a vuestra puerta y no se os ha ocurrido emplearle. Quin es? M. de Artagnan. Ese gascn! dijo Mazarino simulando sorpresa.

  • Ese gascn salv la vida a una reina e hizo contestar al cardenal Richelieu que en materia de astucia no era ms que un nio de teta. Es cierto? Sin duda ninguna. Contadme eso, amigo Rochefort. No puedo, seor. Entonces me lo contar l mismo. Lo dudo. Por qu? Porque es un secreto. Y realiz esa empresa l solo? No, seor, tena tres amigos, tres hombres valientes que le ayudaban a todo trance. Y decs que esos hombres estaban bien unidos? Pareca que no formaban ms que uno, no tenan ms que una sola voluntad y un solo corazn. Habis excitado mi curiosidad de tal suerte, que quisiera que me contarais esa historia. Ya os he dicho, seor, que me es imposible; pero si me lo permits os contar un cuento. Decid, yo soy muy aficionado a los cuentos. Lo queris? pregunt Rochefort, procurando descubrir una intencin en aquel rostro disimulado y astuto. S. Pues escuchad... rase una reina... muy poderosa, la reina de una de las primeras naciones del mundo, a quien un ministro odiaba a muerte... por haberla querido antes demasiado. No os cansis, monseor, porque no adivinaris de quin hablo, y todo esto aconteci mucho antes de que llegaseis vos a la nacin en que reinaba aquella seora. Sucedi que habindose presentado en la corte un embajador tan valiente, tan esplndido y elegante que todas las damas volvanse locas por l, la misma reina, en memoria sin duda de lo bien que haba manejado sus asuntos diplomticos, tuvo la imprudencia de regalarle una joya tan valiosa que no poda ser reemplazada por ninguna otra. Como esta joya la haba recibido la reina de su esposo, el ministro pidi al rey que se exigiese de su esposa que se presentara adornada con ella en un baile que iba a darse prximamente. Creo intil deciros, seor, que el ministro saba con entera seguridad que la joya se la haba llevado el embajador y que ste se hallaba muy lejos, separado hasta por el mar, de la reina. La ilustre seora estaba perdida, y slo un milagro poda salvarla. Indudablemente. Pues este milagro lo hicieron cuatro hombres que no eran ni prncipes, ni grandes, ni poderosos, ni siquiera ricos: no eran ms que cuatro soldados valientes y sagaces. Partieron en busca de la joya, y el ministro, que lo supo, situ en el camino gentes que impidieran su viaje. Tres fueron puestos fuera de combate en las diferentes emboscadas que se les tena dispuestas: uno slo lleg al puerto, mat e hiri a los que intentaron detenerle, pas el mar y trajo su joya a la reina, que pudo lucirla el da designado, lo cual, por cierto, estuvo a punto de costar el poder al ministro. Qu os parece mi cuento? Hermoso dijo Mazarino pensativo. Pues lo menos podra contaros diez como ese. Mazarino estaba entregado a sus meditaciones. Los dos pasaron en silencio cinco o seis minutos.

  • No tenis nada que preguntar, seor? dijo Rochefort despus de una pausa. Y era Artagnan uno de esos cuatro? Fue el que dirigi la empresa y el que la llev a trmino. Y quines eran los otros? Permitidme, seor, que deje a M. Artagnan el cuidado de revelaros sus nombres. Eran amigos suyos, y slo l podr tener alguna influencia sobre ellos: yo desconoca hasta sus verdaderos nombres. Veo, caballero Rochefort, que desconfiis de m, y sin embargo, si he de hablar francamente, necesito de vos, de l, de todo el mundo. Principiemos por m, seor, puesto que me habis hecho venir y me tenis en vuestra presencia; luego podris ocuparos de los otros. Me parece que no extraaris mi curiosidad, pero cuando uno lleva cinco aos de prisin, est impaciente por saber lo que ha de ser de l en lo sucesivo. Vos lograris el cargo de ms confianza, mi querido Rochefort. Iris a Vincennes, donde se halla preso el seor de Beaufort, a quien deseo que vigilis... Qu es eso? Qu os sucede? Seor respondi Rochefort con desaliento, lo que me proponis es imposible. Y por qu? Porque ese caballero es amigo querido, o por mejor decir, yo lo soy suyo. Olvidis que l fue quien respondi de m a Su Majestad? Y a esto llamis estar dispuesto a servirme? No os comprometeris mucho con vuestra adhesin. Comprender, seor, que salir de la Bastilla para entrar en Vincennes, no es ms que cambiar de prisin repuso Rochefort. Decid mejor que pertenecis al partido de Beaufort, tendris al menos el mrito de la franqueza. Seor, he estado tanto tiempo encerrado, que no pertenezco a otro partido que al del aire libre. Empleadme en cualquier otra cosa. Dadme comisiones activas, que precisen energa, audacia, y si es posible que sean en campo raso. La voluntad os engaa, amigo Rochefort dijo MazarinoSents latir en vuestro pecho el mismo corazn que cuando tenais veinte aos, y os parece que no habis pasado de aquella edad. Pero si os hallarais en el caso que deseis os faltaran las fuerzas. Ahora necesitis tranquilidad, reposo... Y dijo cambiando de tono: Hola! No determinis nada acerca de m, seor? Al contrario, ya he determinado. En aquel momento entr Bernouin. Llamad a un portero le dijo Mazarino. Y aadi en voz baja: No te vayas muy lejos. Entr el portero, y Mazarino le entreg un papel donde haba escrito rpidamente algunos renglones. Luego salud a Rochefort, dicindole: Adis, caballero. Veo, seor, que me volvis a la Bastilla dijo Rochefort. Tenis mucha penetracin. Cmo ha de ser! Pero os aseguro que no andis acertado en no serviros de m. De vos? Del amigo de mis enemigos? Debisteis hacerme antes enemigo suyo.

  • Creis que no hay en el mundo ms hombres que vos? Estis engaado. Yo encontrar otros que valgan tanto. Me alegrar mucho. Gracias. Podis marcharos... Ah!... y no os cansis en escribirme ms, porque todo ser en vano. Pues seor pensaba Rochefort retirndose, slo para Artagnan ha sido provechosa esta conferencia... Pero a dnde diantre me llevan? Esta pregunta la motiv el ver que le guiaban por la escalera pequea, en lugar de llevarle por la antecmara, donde esperaba Artagnan. Al llegar al patio encontr el carruaje y los cuatro hombres de escolta, pero intilmente busc a su amigo. Hola! pens para s. Esto vara de especie, y si ahora encontramos grupos de paisanos, yo har conocer a Mazarino que gracias a Dios, sirvo para ms que para espiar a un prisionero. Y salt al carruaje con tanta agilidad como si tuviera veinticinco aos. IV. ANA DE AUSTRIA A LA EDAD DE CUARENTA Y SEIS AOS Una vez solo con Bernouin, Mazarino estuvo pensativo algunos momentos. Saba ya mucho de lo que deseaba, pero an no saba lo bastante. Mazarino, segn ha referido Brienne a las generaciones futuras, era tramposo en el juego, y a esto llamaba tomar ventajas. Aplicando esta cualidad a la poltica, no deseaba entablar su partida con Artagnan, hasta no conocer bien todas las cartas del gascn. Se ofrece algo, seor? pregunt Bernouin. S, alumbra que voy al cuarto de la reina. Bernouin cogi una buja y sali adelante. Haba un corredor secreto que conduca desde las habitaciones de Mazarino hasta las de la reina, por el cual pasaba el cardenal a cualquier hora que deseaba ver a Ana de Austria.1 1. Este corredor existe todava en el Palacio Real. (Memorias de la Princesa Palatina). Al llegar al dormitorio en que terminaba aquel pasadizo, hall Bemouin a madame Beauvais. Esta y Bernouin eran los confidentes ntimos de aquellos antiguos amores legitimados por la Iglesia y la seora se encarg de anunciar a Ana de Austria, que estaba en su oratorio con el nio Luis XIV, la visita de Mazarino. La reina, sentada en un silln, teniendo el codo apoyado sobre una mesa y la cabeza recostada, estaba mirando a su augusto hijo, que echado sobre la alfombra hojeaba un hermoso libro de estampas. Ana de Austria era la reina que con ms majestad saba aburrirse, y pasaba horas enteras en su cuarto o en su oratorio sin rezar ni leer. El libro con el cual jugaba el rey era un Quinto Curcio, ilustrado en grabados que representaban las hazaas de Alejandro. Madame Beauvais presentse en la puerta y anunci a Mazarino. El nio se incorpor sobre una rodilla, frunci las cejas y dijo mirando a su madre: Por qu pasa de ese modo, sin pedir antes audiencia? Ana de Austria se ruboriz ligeramente. Es de gran importancia dijo en estos das que un primer ministro pueda venir a todas horas a darme cuenta de lo que ocurre, sin excitar la curiosidad o los comentarios de la corte. Creo que el cardenal Richelieu no entraba de ese modo respondi el nio con esa insistencia propia de su edad. Cmo podis tener presente lo que haca el cardenal Richelieu, cuando entonces erais tan pequeo? No es que me acuerde, pero lo he preguntado y me lo han manifestado.

  • Quin os lo ha dicho? pregunt Ana de Austria sin poder contener su mal humor, ni siquiera disfrazarlo, dado que lo intentase. S que nunca he de nombrar a los que me dicen lo que les pregunto, porque entonces no sabra nada. En aquel momento entr Mazarino. El rey se levant inmediatamente, tom el libro, lo cerr y lo dej sobre la mesa, quedndose en pie junto a ella para obligar a Mazarino a permanecer del mismo modo. El ministro examinaba con su mirada investigadora toda aquella escena, procurando explicarse por ella lo que haba sucedido anteriormente. Se inclin respetuosamente ante la reina e hizo al rey una gran reverencia, a la que l contest con una desdeosa inclinacin de cabeza: una mirada de su madre reproch al joven rey aquellos sentimientos de odio que desde la niez sinti contra Mazarino, y concedi al ministro una sonrisa. Ana de Austria procuraba conocer en el semblante del recin llegado la causa de aquella inesperada visita, pues el cardenal no sola ir a las habitaciones de la reina hasta que todos habanse retirado. Mazarino hizo una seal imperceptible de cabeza, y sta dijo entonces a madame Beauvais: Ya es hora de que el rey se acueste; llamad a Laporte. Era ya la tercera vez que Ana de Austria haba dicho a su hijo que se retirase, pero ste haba insistido cariosamente en quedarse; en presencia del cardenal no dijo una palabra, pero cambi de color y se mordi los labios. Un momento despus entr Laporte. Luis XIV se fue derecho a l sin abrazar antes a su madre. Qu es eso, Luis? dijo sta. No me abrazis? Me pareca que estabais disgustada conmigo, seora: como me echis... No os echo; pero acabis de pasar el sarampin, y temo que el acostaros tarde os haga dao estando todava convaleciente. No temais eso esta maana, cuando me habis hecho ir al Parlamento a dar esos fatales decretos que tanto han disgustado al pueblo. Seor dijo Laporte para cambiar de conversacin; a quin quiere Vuestra Majestad que entregue la buja? A quien gustis, en no siendo a Mancini. Este era un sobrino del cardenal, que Mazarino haba colocado al lado del rey, y a quien Luis XIV haca extensivo el aborrecimiento que profesaba al ministro. Y el rey sali sin abrazar a su madre y sin saludar al cardenal. Mucho me alegro dijo Mazarino, de saber que se educa al rey imbuyndole sentimientos de aversin al disimulo. Por qu decs eso? pregunt la reina casi tmidamente. Creo que la despedida del rey no necesita comentarios. Por lo dems, aun cuando Su Majestad no se tome gran molestia en disimular el poco afecto que me profesa, eso no impide que me consagre enteramente a su servicio, lo mismo que al de Vuestra Majestad. Os ruego que lo perdonis, cardenal dijo la reina; el rey es un nio que no est todava en el estado de conocer las grandes obligaciones que os debe. El cardenal se sonri. Pero indudablemente os ha trado algn motivo importante continu la reina. Qu sucede? Mazarino se sent, o ms bien se dej caer en un silln, y con aire triste dijo:

  • Sucede que, segn toda probabilidad, nos veremos precisados a separarnos muy pronto, a menos que no llevis vuestro afecto hasta el punto de seguirme a Italia. Y por qu? pregunt la reina. Porque como dicen en la pera Tisbe: El hado se conjura En contra nuestra, y del amor la llama El orbe entero dividir procura. Os estis chanceando dijo la reina procurando recobrar algo de su antigua dignidad. Ay! no, seora dijo Mazarino; no estoy de humor para chancearme, y ms bien tengo motivo para afligirme. Advertid bien que he dicho: El orbe entero dividir procura Y como vos formis parte de ese mundo, quiero dar a entender que tambin vos me abandonis. Cardenal! No os vi hace pocos das sonrer con el duque de Orlens por las cosas que os deca? Y qu me deca? Os deca, seora: Vuestro Mazarino es el principal y tal vez el nico escollo; que se marche, y todo ir bien. Y qu querais que hiciese? Me parece, seora, que an sois reina! Buena majestad, ciertamente! Expuesta a la merced del primer embadurnador de papel del Palacio Real o a la del primer hidalguillo de aldea! Sin embargo, tenis el suficiente poder para separar de vuestro lado a las personas que os desagradan. Que os desagradan a vos, queris decir respondi la reina. A m? Seguramente. Quin ha desterrado a la seora de Chevreuse, que sufri una persecucin de doce aos en el reinado anterior? Una intrigante que deseaba continuar en contra ma todos los enredos principiados contra Richelieu! Quin ha desterrado a la seora de Hautefort, a esa excelente amiga que supo rechazar la amistad y el favor del rey por conservar los mos? Una necia que os mola todas las noches al desnudaros con la cantinela de que era perder vuestra alma el querer a un sacerdote, como si por ser,uno cardenal hubiese de ser a la fuerza sacerdote! Quin ha hecho arrestar a M. de Beaufort? Un chismoso que trataba nada menos que de asesinarme! Ya veis, cardenal dijo la reina, que vuestros enemigos son los mos.' Pero no basta eso, seora; sera preciso, adems, que vuestros amigos fuesen mos tambin. Mis amigos, seor! dijo la reina moviendo la cabeza. Ay! Ya no los tengo. Cmo no habis de tener amigos en la prosperidad cuando los tenais en la desgracia?

  • Porque en la prosperidad me he olvidado de todos; porque hice como la reina Mara de Mdicis, que de vuelta de su primer destierro, despreci a cuantos haban sufrido por su causa, y que proscrita por segunda vez, muri en Colonia abandonada del orbe entero y hasta de su propio hijo, porque todo el mundo la despreciaba a su vez. Pues bien dijo Mazarino, no sera an tiempo de reparar el mal? Buscad entre vuestros amigos ms antiguos. Qu queris decir? Nada ms que lo que digo: que busquis. Por ms que busco no hallo a nadie. El duque se halla dominado, como siempre, por su favorito, que ayer fue Choisy, hoy es la Riviere, y maana ser cualquier otro. El prncipe est sojuzgado por la seora de Longueville, la cual se encuentra a su vez sojuzgada por su amante, el prncipe de Marsillac. El seor de Conti se halla dominado por el coadjutor, quien a su vez est dominado por la seora de Gumene. Por esto, seora, no os aconsejo que escojis entre vuestros amigos del da, sino entre los antiguos. Entre mis amigos antiguos? dijo la reina. S; entre vuestros antiguos amigos, entre los que os ayudaron a luchar contra el duque de Richelieu, y an a vencerle. Adnde desear ir a parar? murmur la reina, mirando al cardenal con inquietud. S continu ste, yo s que en cierta ocasin supisteis contrarrestar los ataques del cardenal, gracias al auxilio que os dieron vuestros amigos. Yo no he hecho ms que sufrir toda mi vida. Habis sufrido, vengndoos, que es como sufren las mujeres. Pero vamos al asunto. Conocis al conde de Rochefort? Rochefort no era amigo: todo lo contrario, yo crea que sabais que era uno de los servidores ms leales del cardenal, y, por lo tanto, mi enemigo ms encarnizado. Tanto lo saba que lo encerr en la Bastilla. Ha sido puesto en libertad? pregunt la reina. No, calmaos; contina preso, y si os he hablado de l ha sido Para llegar a otro, conocis a M. Artagnan?.continu el cardenal mirando fijamente a Ana de Austria. La reina experiment toda la fuerza de la estocada, y pens: Habr cometido ese hombre alguna imprudencia? Artagnan? exclam en voz alta. S, lo tengo presente: es un mosquetero que amaba a una de mis doncellas, la cual muri envenenada por mi causa. Y nada ms? pregunt Mazarino. Me estis haciendo sufrir un interrogatorio? dijo la reina altivamente. En todo caso vos no contestis sino a vuestro capricho respondi Mazarino con su voz melosa y sin abandonar su eterna sonrisa. Explicad con claridad lo que queris, y yo contestar del mismo modo respondi la reina con impaciencia. Pues bien, seora, deseo que me contis en el nmero de vuestros amigos, as como yo estoy dispuesto a hacer en vuestro servicio todo lo que sea necesario. Las circunstancias son graves y ser preciso proceder con energa. Ms an? Crea que bastaba con haber preso al caballero de Beaufort. Ese no era ms que el torrente que amenazaba destruirlo todo, y a los torrentes se les vence con facilidad. Lo que hay que temer es el agua mansa. Terminad. Todos los das estoy sufriendo las impertinencias y los insultos de vuestros prncipes y vuestros lacayos titulados, imbciles que ignoran que los tengo en mis manos y que bajo mi aparente tranquilidad y mi constante sonrisa, no han adivinado la resolucin del

  • hombre que se ha propuesto ser ms fuerte que todos y lo ser. Hemos hecho prender a Beaufort, es verdad; pero an quedan otros; queda el prncipe... El vencedor de Rocroy! Pensis en eso? S, seora... y no es esto slo, pienso adems en el duque de Orlens. El primer prncipe de la sangre? El to del rey? No veo en l ms que el miserable conspirador que en el anterior reinado, movido de miserables rencores, devorado por una codicia innoble, envidioso de todo lo que vala ms que l, irritado por su nulidad, se hizo eco de todos los rumores siniestros, alma de todas las intrigas y aparent ponerse a la cabeza de todos los intrpidos que cometieron la necedad de fiar en su palabra, para que renegara de ellos cuando los vio subir al cadalso. No veo en l ms que al asesino de Chalais, de Montmorency y de CinqMars, que hoy trata de volver a las andadas, figurndose que ganar la partida, porque en lugar de un hombre que amenaza, tiene enfrente un hombre que sonre. Pero se equivoca como un estpido, y ha de sentir no tener que luchar con Richelieu. No pienso dejar a vuestro lado ese semillero de discordias con que el difunto cardenal hizo hervir muchsimas veces la sangre del rey. La reina se ruboriz y ocult la cabeza entre las manos. No quiero humillar a Vuestra Majestad prosigui Mazarino, ya ms tranquilo pero con gran firmeza: quiero que se respete a la reina y a su ministro, puesto que a los ojos de todos no soy ms que eso. Vuestra Majestad sabe que no soy un juguete trado de Italia, como dicen esos imbciles, y es preciso que todos lo sepan de una vez. Qu debo hacer? dijo Ana de Austria dominada por aquella voluntad imperiosa. Buscar en vuestra memoria los nombres de aquellos hombres que, a pesar de los esfuerzos de Richelieu, hicieron un viaje, dejando en el camino el rastro de su sangre, para traer a Vuestra Majestad el adorno que se dign regalar al duque de Buckingham. Me estis insultando! exclam Ana de Austria levantndose majestuosa e irritada, como movida por un resorte de acero. Quiero, en fin prosigui Mazarino completando el pensamiento que haba cortado en su mitad la accin de la reina, quiero que hagis hoy por vuestro marido lo que hicisteis en otra poca por vuestro amante. An esa calumnia! exclam la reina. Ya la crea olvidada viendo que hasta ahora nada me habais dicho; pero al fin ha llegado el instante en que me hablaseis... y me alegro en el alma! Porque se pondrn en claro los hechos y concluiremos de una vez, lo entendis? Pero, seora dijo Mazarino asombrado de la energa que manifestaba la reina; yo no os pido que me digis... Y yo quiero decroslo todo repuso Ana de Austria. Od. Quiero deciros que haba entonces efectivamente cuatro corazones leales, cuatro almas nobles, cuatro espadas fieles que me salvaron mas an que la vida, pues me salvaron el honor. Ah, confesis por fin! Pues qu! Slo los criminales pueden tener su honor en peligro? No se puede deshonrar a nadie, y especialmente a una mujer, Con apariencias? S, las apariencias estaban en contra ma, e iba a quedar deshonrada, y no obstante, juro que no era culpable, lo juro... Busc la reina un objeto santo por el cual pudiese jurar, y tomando de un armario oculto bajo la tapicera un cofrecillo de palo de rosa incrustado de plata, lo puso sobre el altar. Lo juro continu por estas sagradas reliquias! Cierto es que amaba al duque de Buckingham, pero no era mi amante.

  • Y qu reliquias son esas por las cuales hacis tal juramento, seora? dijo Mazarino sonrindose. Porque os participo que en mi cualidad de romano soy bastante incrdulo; hay reliquias de reliquias. La reina quitse del cuello una llavecita de oro, y presentndola al cardenal: Abrid le dijo, y examinadlas vos mismo. Mazarino tom asombrado la llave y abri el cofrecillo, en el cual no hall ms que un cuchillo y dos cartas, una de ellas manchada de sangre. Y qu es esto? pregunt Mazarino. Qu es eso, caballero? repiti Ana de Austria con su dignidad de reina y extendiendo sobre el cofrecillo un brazo que haba conservado toda su belleza a pesar de los aos. Voy a decroslo. Estas dos cartas son las nicas que le he escrito, y este cuchillo es el mismo con que Felton le asesin. Leed las cartas, caballero, y conoceris si he faltado a la verdad. A pesar del permiso que tena Mazarino, por un sentimiento natural, en lugar de leer las cartas tom el cuchillo que Buckingham se arrancara, al morir, de su herida, envindolo por medio de Laporte a la reina. La hoja estaba completamente tomada, pues la sangre se haba convertido en moho. En seguida, y despus de un momento de examen, durante el cual se puso la reina ms blanca que la sabanilla del altar sobre el que estaba apoyada, volvilo a colocar en el cofrecillo con un estremecimiento involuntario. Bien, seora dijo; me es suficiente vuestro juramento. No; no, leed, leed; lo quiero y lo mando, a fin de que todo quede concluido de una vez y no se vuelva a hablar del asunto. Os parece aadi con una terrible sonrisa que est dispuesta a abrir ese cofrecillo a cada una de vuestras futuras acusaciones? Dominado Mazarino por aquella energa, obedeci casi maquinalmente y ley las dos cartas. Una era en la que peda la reina sus herretes a Buckingham, carta de la que fue Artagnan portador y que lleg tan oportunamente; y la otra la que Laporte dio a Buckingham, en la cual le avisaba la reina que trataban de asesinarle y que lleg demasiado tarde. Perfectamente, seora dijo Mazarino; nada hay que replicar a eso. S, caballero dijo la reina, cerrando el cofrecillo y poniendo encima la mano; s, algo hay que replicar, y es que he sido una ingrata con hombres que me salvaron a m y que hicieron cuanto estuvo de su parte por salvarle a l, y que nada he hecho en favor de ese valiente Artagnan, de que me hablabais no hace mucho, sino darle a besar mi mano y regalarle este diamante. La reina extendi su hermosa mano hacia el cardenal y le ense una piedra riqusima que brillaba en su dedo. Lo vendi, segn tengo entendido. en un momento de apuro, y lo vendi por salvarme a m por segunda vez, pues fue a fin de enviar un mensajero al duque y prevenirle que estaba resuelta su muerte. Conque, Artagnan lo saba? Todo absolutamente. El cmo es lo que no conozco. Pero en fin, l lo vendi al seor Des-Essarts, en cuyo dedo lo vi y de quien lo he rescatado; mas este diamante es suyo, caballero; devolvdselo de mi parte, y puesto que la suerte ha colocado al lado vuestro a un hombre semejante procurad valeros de l. Gracias, seora dijo Mazarino; me servir de vuestro consejo. Y ahora dijo la reina, como aniquilada por la emocin que senta, se os ofrece alguna otra cosa?

  • Nada, seora respondi el cardenal con voz afectuosa, sino suplicaros que me perdonis mis injustas sospechas; pero os amo tanto, que no debis extraar que tenga celos hasta de lo pasado. Una sonrisa de inexplicable expresin entreabri los labios de la reina. Bien est dijo; si no se os ofrece nada ms, dejadme, pues debis conocer que despus de esta escena deseo estar sola. Mazarino se inclin. Me retiro, seora repuso; cundo me permitiris volver? Maana; para reponerme de mi emocin quiz no baste ese tiempo. El cardenal bes galantemente la mano de la reina y se retir. Un momento despus, pas Ana de Austria a la habitacin de su hijo y pregunt a Laporte si ya se haba acostado el rey. El fiel servidor le ense el nio profundamente dormido. La reina acercse al lecho, bes la frente ceuda de Luix XIV y se retir, diciendo a Laporte: Cuidad de que el rey ponga mejor cara al cardenal, a quin l y yo debemos buenos servicios. V. GASCN E ITALIANO Entretanto, el cardenal volva a su gabinete y preguntaba a Bernouin, que le aguardaba en la puerta, si haba ocurrido alguna novedad durante su ausencia. El ayuda de cmara contest negativamente, y entonces Mazarino indicle con un gesto que se ausentara. En cuanto qued solo, se acerc a abrir la puerta de la galera y despus la de la antecmara. Artagnan estaba durmiendo sobre una banqueta. M. Artagnan! exclam. Artagnan no se movi. M. Artagnan! repiti ms alto. Artagnan sigui durmiendo. El cardenal se acerc y le toc en el hombro con la extremidad de los dedos. Artagnan entonces despertse, se levant y se cuadr militarmente. Presente grit: quin me llama? Yo dijo Mazarino, con el semblante ms risueo. Perdonad, seor repuso Artagnan; pero estaba tan cansado... No me pidis perdn, caballero dijo Mazarino, porque os habis fatigado en servicio mo. Artagnan se sorprendi del tono afable del ministro. Calla! se dijo para s . Si ser cierto el proverbio de que la fortuna viene en sueos? Seguidme, caballero dijo Mazarino. Vamos, vamos se dijo Artagnan. Rochefort ha cumplido su palabra; pero, por dnde diablos habr pasado? Y aun cuando mir a todos los rincones del gabinete, no vio a su amigo. Caballero Artagnan dijo Mazarino, sentndose en su silln, os he tenido siempre por hombre valiente y honrado. Bien podr ser dijo Artagnan para s, pero no ha dejado de estar pensndolo bastante tiempo para decrmelo. Esta idea, no obstante, no impidi que se inclinara profundamente. Ahora bien continu Mazarino, ha llegado el momento de utilizar vuestro talento y valenta. Los ojos del oficial se pusieron radiantes de alegra, la cual se extingui al punto, pues ignoraba adnde quera Mazarino ir a parar. Mandad, seor dijo; estoy dispuesto a obedecer a vuestra eminencia.

  • M. Artagnan continu Mazarino, habis hecho durante el ltimo reinado algunas hazaas... Vuestra Eminencia es demasiado bondadoso al hacerme ese recuerdo... Cierto es; he hecho la guerra con bastante fortuna. No hablo de vuestros hechos de armas, pues aun cuando hayan hecho mucho ruido, han sido sobrepujados por los de otra clase. Artagnan aparent sorpresa. Qu! dijo Mazarino Nada contestis? Espero contest Artagnan, que monseor me diga de qu hechos quiere hablar. Hablo de aquella aventura... Ya sabis lo que quiero decir. No por cierto, seor respondi Artagnan. Sois prudente, tanto mejor! Aludo a aquella aventura de la reina, a los herretes, al viaje que hicisteis con tres amigos vuestros. Hola!, hola! dijo interiormente el gascn. Ser esto un lazo? Estemos sobre aviso. Y revisti su semblante de una expresin de asombro que le hubieran envidiado Mendori o Bellerose, los dos cmicos ms notables de la poca. Bien! dijo Mazarino rindose. Bravo! Veo que no me han engaado al hablarme de vos como del hombre a quien necesitaba. Sepamos: qu harais por m? Todo cuanto Vuestra Eminencia tenga a bien mandarme dijo Artagnan. Todo lo que hicisteis en otro tiempo por una reina? No hay duda pens Artagnan, quiere hacerme hablar. Dejmosle venir, qu diablos! No es ste ms astuto que Richelieu. Por una reina, seor?... No comprendo. No comprendis que necesito de vos y de vuestros amigos? Qu amigos, seor? Vuestros tres amigos de antao. De antao, monseor? repuso Artagnan. Antiguamente no tena yo tres amigos, sino cincuenta. A los veinte aos llama uno amigo a cualquiera. Bien, bien dijo Mazarino; la discrecin es una cualidad muy recomendable, pero hoy podrais tal vez arrepentiros de haber sido demasiado discreto. Seor, Pitgoras haca guardar silencio a sus discpulos por espacio de cinco aos para ensearles a callar. Y vos lo habis guardado por veinte, que son quince ms que los de un filsofo pitagrico, y esto no me parece razonable. Hablad hoy, pues, porque la reina misma os releva de vuestro juramento. La reina! dijo Artagnan con una admiracin que esta vez no era disimulada. S, la reina; y en prueba de que os hablo en nombre suyo, me ha encargado que os ensee este diamante, el cual cree debis reconocer, y ha rescatado del seor Des-Essarts. Y Mazarino extendi su mano hacia el oficial, que lanz un suspiro al reconocer el anillo que la reina le diera en la noche del baile de la casa de Ayuntamiento. Efectivamente dijo Artagnan reconozco ese diamante, que ha pertenecido a la reina. Ya veis que os hablo en nombre suyo. Contestadme, pues, sin rodeos. Os lo he dicho, y lo repito: va en ello vuestra fortuna. Y a fe ma, seor, que tengo mucha necesidad de hacerla. Hace tanto tiempo que todos me tienen olvidado! Bastan ocho das para ganar el tiempo perdido. Vos ya veo que estis aqu. Dnde se hallan vuestros amigos? Seor, lo ignoro.

  • Es posible? Hace mucho tiempo que nos separamos, porque los tres retirronse del servicio. Y dnde podris encontrarlos? En este momento lo ignoro; pero respondo de conseguirlo. Qu necesitis para ello? En primer lugar dinero. Cunto? Todo el que exijan las empresas que tengis a bien confiarnos. Me acuerdo de los apuros en que nos puso muchas veces la falta de metlico, y a no ser por este diamante que me vi precisado a vender, no hubiera podido salir airoso de un lance bien comprometido. Mucho dinero! exclam Mazarino torciendo el gesto. Eso se dice pronto. Ya conocis que las arcas reales estn exhaustas. En tal caso, seor, haced lo que yo: vended los diamantes de la corona. No os paris en el dinero. Las cosas grandes no se hacen sino con medios proporcionados. Bien contest Mazarino; ya veremos. Richelieu pensaba para s Artagnan, ya me hubiera dado quinientos doblones. Con que estis resuelto a ser de los mos? S, seor, con tal que mis amigos quieran. Pero aunque ellos se nieguen, puedo contar con vos? Yo solo dijo Artagnan sacudiendo la cabeza no he hecho nunca cosa de provecho. Pues id a buscarlos. Y qu les he de decir para inclinarles a servir a Vuestra Eminencia? Vos, que los conocis mejor que yo, podis hacerles promesas segn el carcter de cada uno de ellos. Pero qu puedo prometerles? Que mi reconocimiento no tendr lmites si me sirven como han servido a la reina. Y qu hemos de hacer? Todo, puesto que para todo sois aptos. Seor, cuando se tiene confianza y se quiere inspirarla, lo mejor es hablar francamente. En el momento oportuno ya os enterar, no tengis cuidado. Y entretanto?... Buscad a vuestros amigos. Para eso necesito viajar, y el bolsillo de un teniente de mosqueteros no est muy repleto. No quiero que os presentis con gran lujo: por el contrario, mis proyectos necesitan misterio, oscuridad... Perfectamente; pero tened presente que no puedo viajar con mi paga, porque no me la dan hace tres meses, ni con mis ahorros, porque en los veintids aos que llevo de servicio no he reunido ms que deudas. El cardenal qued algunos segundos pensativo, y como luchando consigo mismo. Por fin se dirigi a un armario de triple cerradura, y tomando de l un saco, entreglo a Artagnan lanzando un suspiro. Tomad le dijo, aqu tenis para el viaje. Si son onzas espaolas o por lo menos escudos de oro, del mal el menos dijo para s Artagnan. Y se guard el saco en su enorme bolsillo. Conque quedamos dijo el cardenal en que vais a poneros en camino.

  • S, seor. Me escribiris diariamente para darme cuenta de vuestros progresos. Est muy bien. Ah! Y los nombres de vuestros camaradas? Los nombres?... pregunt Artagnan con inquietud. S,