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En el plano del discurso manifiesto y de la conciencia profesional, se diria que !as ciencias antropologicas se aplican al estudio de las sociedades primit!- vas con el proposito de beneficiarlas 0 de revertir los conocimientos que se ob- tengan para una inteleccion mas lucida de nuestra propia circunstancia cultu- ral. La antropologia, sobre todo en sus vertientes social y politica, goza aim de cierta aureola de conocimiento contestatario y de cierto prestigio ganado a traves de su reivindicacion de 10atipico, de 10marginal, de 10sujeto a discrimi- nacion; las prohibiciones recurrentes que ha sufrido esta ciencia constituyen en su conjunto algo asi como la cronica de un martirologio muy bien vistopor quienes sustentan opiniones progresistas y democraticas. Pero esindudable que como aporte epistemol6gico abstracto y mas aun como fundamento cien- tifico de una praxis, la antropologia parece haber fracasado en algunos aspec- tos de su incumbencia que hoy resultan de importancia crucial; y este fracaso resulta mas palpable cuando se investiga la relacion entre sus contenidos dis- ciplinariosy algunas de las violaciones y omjsiones mas flagrantes perpetradas en los ultimos tiempos contralos derechos del hombre. En 10que a nuestro pais atane, la situaci6n desesperada de los grupos aborigenes (que en buena proporcion fueron los primerosdesaparecidos ar- gentinos, como bien senalaraMagrassi) aguarda que la antropologia se deci- da entre dos estrategias academicasantagonicas: la una, que aconseja la in- tegraci6nde dichos grupos en la civilizacion triunfante, mediante medidas drasticas desaneamiento, de alfabetizacion, de promoci6n de fuentes de tra- bajo; la otra, que propugna el reconocimiento de las etnias indigenas como entidades culturales independientes, postulando la necesidad de preservar hastacl ultimo fragmento de 10scomportamientos e instituciones arcaicas. Ambas propuestas no pueden dejar de reconocer sus respectivos incon- venientc: la politica de integracion, por una parte, sabe que no podra lograr mucho mas que desarraigar individuos arrojandolos entre los mecanismos de

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En el plano del discurso manifiesto y de la conciencia profesional, se diriaque !as ciencias antropologicas se aplican al estudio de las sociedades primit!-vas con el proposito de beneficiarlas 0 de revertir los conocimientos que se ob-tengan para una inteleccion mas lucida de nuestra propia circunstancia cultu-ral.

La antropologia, sobre todo en sus vertientes social y politica, goza aimde cierta aureola de conocimiento contestatario y de cierto prestigio ganado atraves de su reivindicacion de 10atipico, de 10marginal, de 10sujeto a discrimi-nacion; las prohibiciones recurrentes que ha sufrido esta ciencia constituyenen su conjunto algo asi como la cronica de un martirologio muy bien visto porquienes sustentan opiniones progresistas y democraticas. Pero esindudableque como aporte epistemol6gico abstracto y mas aun como fundamento cien-tifico de una praxis, la antropologia parece haber fracasado en algunos aspec-tos de su incumbencia que hoy resultan de importancia crucial; y este fracasoresulta mas palpable cuando se investiga la relacion entre sus contenidos dis-ciplinarios y algunas de las violaciones y omjsiones mas flagrantes perpetradasen los ultimos tiempos contra los derechos del hombre.

En 10 que a nuestro pais atane, la situaci6n desesperada de los gruposaborigenes (que en buena proporcion fueron los primeros desaparecidos ar-gentinos, como bien senalara Magrassi) aguarda que la antropologia se deci-da entre dos estrategias academicas antagonicas: la una, que aconseja la in-tegraci6n de dichos grupos en la civilizacion triunfante, mediante medidasdrasticas de saneamiento, de alfabetizacion, de promoci6n de fuentes de tra-bajo; la otra, que propugna el reconocimiento de las etnias indigenas comoentidades culturales independientes, postulando la necesidad de preservarhasta cl ultimo fragmento de 10s comportamientos e instituciones arcaicas.

Ambas propuestas no pueden dejar de reconocer sus respectivos incon-venientc : la politica de integracion, por una parte, sabe que no podra lograrmucho mas que desarraigar individuos arrojandolos entre los mecanismos de

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una spciedad competitiva que s610los aceptara a titulo de mana de obra ba-rata, descalificada y explotable; la ponencia conservacionista. por su lado,admite que el ~e~petopor IlI:str~dici,!nes involucra tam bien la to.1erancia (yhasta el patrocmlo) de praCtlcas maclOnales, como ser mutilaciones iniciflti-cas, sacrificios rituales de bienes de consumo, actos de segregaci6n de la mu-jer, de resistencia contra medidas sanitarias de interes nacional, y asi sucesi-vamen~. Algunos antrop610gos, por ejemplo, afirman que no debe interve-nirse cuando la cultura primitiva realiza la escisi6n del clitoris 0 la costura delos labios vaginales de las mujeres puberes, ya que con tal intromisi6n se per-turbarian pautas culturales delicadisimas; pero los mismos estudiosos yen

1 ~o~ malos ojos q~e los.aborigenes rechacen la vacunaci6n, un acto que, ob-Jetlvamente conslderado. constituye una pauta igualmente intrusiva y un ac-to brutal de colonialismo interno.

De todos modos, ambas propuestas, como demostraci6n de una sagaci-dad malsana. prefieren hacer caso omiso de los impedimentos senalados ycontinuan queriendo imponer sus consignas. Asi, la politica integracionistaopta por poner punto final a su trabajo de analisis y a su propuesta practicajusto en el instante en el que las medidas de incorporaci6n se lIevan a cabo,despreocupandose por 10 que sucede despues con el indio trasculturado 0bien presuponieildo que por alguna causa imponderable todo ira bien par~ elde alli en mas; pese a encontrarse con las peores perspectivas en el estratomas bajo de la sociedad de c1ases. De hecho, esta indiferencia no refleja sinoel establecimiento de rigidas fronteras interdisciplinarias, poniendo de relievela hueHa del aula en la actividad del profesional: 10que suceda con el indiosemicivilizado en el contexto del proletariado industrial 0 campesino ya esasunto del soci610go 0 del folklorista. respectivamente (cuando no compe-tencia de las asociilciones beneficas 0 de la policia) y el etn610go que impulsoy administr6 el cambio puede dormir con la conciencia tranquiJa.

La postura conservacionista, mientras tanto, soporta el dilema de la jus-tificaci6n de las conduct as mas aberrantes, gracias al consabido pretexto delrelativismo cultural: hasta la ultima necedad del salvaje, que es tan capaz deperpetrarla como nosotros mismos, deviene entonces sacrosanta, y hasta lasaccioiles mas tremendas en contra de sus semejantes resultan encomiables ala luz de su Weltanschauung.

Tampoco ha faltado el caso en que, imposibilitados de vindicar moral-mente una practica, abrumados por el tone unanime de los testimonios, losanttop610gos se consagren a negar su existencia. EI ejemplo mas patetico esel de W. Arens, quien :1ieg;1q~e jamas haya existido el canibalismo, porcuanto "t1ingun ai1trop6!o~~ -,;0 nunCa que un indio se comiera a OtTO".I

~arshal1 Sahlins, por citar un.a actitud mas habitual, afirma que' "Iacult.ura es signilicatlva por derecho propio" y emplea este principio para jus-tificar el canibalismo y los sacrificios humanos que lIevaban a cabo los azte-cas; discute inclusive la pertinencia de denominar "canibalismo" a dichaspracticas, e insiste en que es propio de la mojigateria positivista imponer ca-42

tegorias condenatorias a ritos sagrados que configuran "Ia forma mas ultu tll'comuni6n". Entre nosotros, Rodolfo Kusch acostumbraba tambien a en·eontrarle el lade conmovedor alas rituales sangrientos y agonisticas lipicosdel Altiplano, en tanto que O. Zerries y Ewald Volhard se esf<>rzaronen'describir la antropofagia y la caceria de cabezas con la mas enorme de lassimpatias.2 .

Elexceso de relativismo cultural, ayudado por la lejania de los fen6me:lnos y por una verdadera falta de solidaridad para con las'victimas implica-das, ha hecho que much os antrop610gos consideren que las pnkticas san-guinarias son "meras costumbres" no sujetas a estima~i6n etica. Da~~ que'la antrapologia sostiene que tadas las culturas son equlvalentes, es facil verque este relativismo desmesurado puede tambien alcanzarnos, haciendo quesea naturalliegar a la conclusi6n de que las formas represivas mas violentasque tienen lugar en nuestra sociedad son asimismo culturalmente justifi-cables, y de que no existe ninguna conduct a humana que objetivamente sea I

merecedora de condenaci6n.Devereux cita el caso de un estudioso que presenci6 el entierro de una

persona viva, de la que se decia que habia perdido el alma y que por ello esta,-ba tecnicamente muerta; cuando Devereux Ie pregunto si no habia tratado qeimpedirlo, el otro respondi6 con altaneria: "En mi caUdad de antrop610go,mi obligaci6n no es acabar con las costumbres de los indigenas, sinQ estu-diarlas." 3 En estos enunciados creemos escuchar algo asi como el eco de 105argument os del Doctor Mengele.

Pero existen referencias de que las mismas sociedades que practican cui-tos que afectan a 105derechos elementales de sus miembros, reciben la aboli-ci6n compulsiva de esos ritos con mas alivio que conflicto. Tambien MarvinHarris pone el dedo en la lIaga cuando desenmascara los rituales cruentoscomo violaciones no voluntarias, confusa e ideologicamente impuestas, de lapersona humana:

"Muchos pondran en entredicho la autoridad de Sahlins paradecirnos que es 10 que significaba ser arrastrado por los peloshasta la cuspide de una piramide, ser tendido con 10smiembros separados y abierto en canal. El canibalismo aztecaera la forma mas alta de comuni6n para los que 10practicaban,no para los que eran comidos. Para estos, no s610era canibalis-mo, sino la forma suprema de explotaci6n." 4

No hay mas que hablar cuando los propios mteresados, victimas pot en-tiales, agradecen el advenimiento de la razon: sera tarea primordial de unaantropo!ogia respetuosa de los derechos del hombre guardar la debida reve~rencia alas cosmovisiones arcaicas, pero cuidandose de no justificar aberra-ciones (que no por lejanas son menos reales) en funciDn de criterios tras-nochados de vanguardia erudita. .

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Si bien los procedimientos han de ser polemicos, esta perfectamente cla-ra la responsabilidad que cabe al antropologo en cuanto a los fines de la poli-lica indigenista: su mision consiste en evitar los conflictos entre los gruposhumanos, extirpar gradual mente la violencia del cuadro de las relaciones so-ciales, y preservar los derechos y la dignidad de los grupos administrados; yen cuanto se Ie planteen disyuntivas culturales que pongan en crisis la ra-cionalidad, debera optar apasionadamente por la mas humanitaria.

EI que promueva el conservatismo, debera preguntarse por que 10hace:si por genuino interes para con los primitivos 0 por fascinacion nostalgica,por un capricho estetico, para preservar el disfrute de una pureza presuntapor parte de unos pocos universitarios; quienes, no obstante, seguiran deplo-rando que las culturas jamas sean tan impolutas como a ellos les gustaria quefuesen. Y el que prefiera la integracion hara bien en deshacerse de sus tarasprofesionales, en olvidar los alcances estrechos y contingentes de sus progra-mas de estudio, y, despreocupandose acerca de si 10que hace es antropologiau otra cosa, tener en cuenta que su tarea no se agota en la cumplimentacionde un desarraigo; debera preyer que sucedera con el aborigen despues de quese integre a una sociedad de cuya justicia dudamos nosotros mismos, y quedebe realizar mas de una revolucion antes de postularse mejor que la que elaborigen tenia.

No interesa en que ciencia incurra ni que territorios invada; la labor delantropologo debe ser critica, integral y responsable, y no meramente civiliza-toria. Y a la opinion publica debe recordarsele, hasta el hartazgo, que todoese trabajo esta todavia por hacerse, y que permanecer indiferente a ese res-pecto sera como ejercer la forma mas sutil del etnocidio.

de los temas mas perentorios, convirtiendose en una disciplina especializadacon su propia escolastica, con sus propias discusiones internas y sus propio~y enrevesados objetos de interes. En lugar de convertirse en teoricos de su so-ciedad 0 de todas las sociedades, los antropologos terminaron siendo los cro-nistas modernos del ccmportamiento y las costumbres primitlvas.

La antropologia politica no dispone, pongamos por caso, de una solacategoria pasible de afrontar el analisis de la figura del torturador, ni de unsolo metodo capaz de denunciar en todo 10 que tienen de apocrifos los su-puestos ideologicos y las autojustificaciones de la represion.

A nivel popular, se debate todavia si los torturadores son 0 no cabal-mente humanos, 0 si la naturaleza pasional del pensamiento politico no dariacabida legitima a la subjetividad, al furor y a cierto monto de exaltaci6n yviolencia. Para la mentalidad vulgar, habilmente manipulada por los mediasde comunicacion, la brutalidad represiva seria solo materia de estupefaccion;ircunstancial, en tanto que algunas facetas de los der-echos del hombre se-cian tan subjetivas y polemicas como la mas trivial cuesti6n de gustos. Es pa-voroso que la antrapologia politica no tenga nada mas serio y consistente quedecir a este respecto. No digamos ya de plantear una praxis, un metodo (porejemplo) para diagnosticar con suficiente antelacion cuales han de ser las cir-cunstancias, los contextos y los perfiles psicol6gicos necesarios para producircon mayor probabilidad torturadores, dictadores 0 asesinos, y para que lasociedad prevea 0 reaccione en consecuencia. Si algo se ha investigado a esterespecto, no ha side para impedir la proliferaci6n de semejantes amenazassociales, sino, como veremos, para contratarlos y ponerlos al servicio de Oc-cidente y de la Doctrina de la Seguridad Nacional. ..

Asi y todo, la antropologia politica sigue jactandose de su enorme efica-cia critica y de sus virtudes corrosivas, y sus docentes siguen dictando sus ca-tedras inocuas con un guino de complicidad hacia los oprimidos.

Examinemos por un momento su tematica: en la era de los precursores,Sir Henry Maine y L. H. Morgan estudiaron fundamentalmente aspectos deldesarrollo hist6rico primordial de las instituciones politicas primitivas sobrebases totalmente conjeturales; despues, W. C. McLeod, R. H. Lowie y unoscuantos mas se dedicaron a adivinar, haciendo abuso del sentido comun,cuaJes habrian sido los origenes del estado, en tanto que los antropologos so-ciales ingleses, desde Evans Pritchard hasta Max Gluckman, describian conuna prolijidad exasperante todas los detalies propios de los sistemas politicosafricanos y asiaticos que se encontraban ya entonces en trance de desapari-ci6n; finalmente, Sahlins, Ba!andier, Clastres, Wright, Price, McEvan,Dickson, Beattie y muchos otros trataron de formular las definiciones de unpunado de rasgos politicos (Ia jefatura, la guerra, el poder, la territorialidad)y de delerminar, con procedimientos discursivos casi propios de la metafisi-ca, su universalidad, su valor y su esencia. Este esquema de la historia de laantropologia politica es demasiado simple, pero no es falaz; en un momentoen que es imperativo y urgente hallar respuestas teoricas y practicas a la

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EI ambito de las situaciones inusitadas 0 extremas dentro de la cultura esuna tematica que pertenece a la antropologia por tradicion academica y porderecho propio; a fin de cuentas, el habito antropol6gico de rebuscarejemplos en sociedades ex6ticas no tiene por objeto coleccionar excepcionesni pintar la teratologia de ia conducta humana; sino mas bien forzar los limi-tes de la analizable hasta trascender 10inmediato, en busca de la amplia pers-pectiva que requiere el trabajo cientifico.

Pero el estudio de las sociedades agrafas y de su realidad politica no pa-rece haber arrojado demasiada luz sobre nuestra propia circunstancia; eIanunciado retorno del conocimiento, que daria sentido a una ciencia que deotro modo seria s610un entretenimiento erudito, no ha tenido aun lugar. Re-sulta exasperante que por motivos a fin de cuenta tecnicos (Ia exigencia deprecision etnognHica, eI enfasis en la observaci6n participante en el conoci-miento pormenorizado de la lengua, en la necesidad de convivir largamentecon el grupo bajo estudio, etc.) la antropologia se haya alejado gradualmente144

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"EI sistema politico es el que realiza, en toda sociedad indepen-diente, las fundones de integraci6n y adaptaci6n, mediante elrecurso 0 con la amenaza de recurrir al empleo legftimo de lacoacci6n fisica. "5

oblicuas de los tratados marxistas y elogios ditinimbicos de la existencia sal-vaje.

Estas trivialidades conforman el temario de 10 que, no sin alguna reti-eencia, el orden establecido impone 0 deja subsistir como propio de la antro-pologia politica: reserva para uso de los estudiosos un farrago profuso de na-derias te6ricas y guarda para si las investigaciones que pudieran derivar enpraxis.

Vease este caso extrema: en la Divisi6n de Sistemas Aeronauticos de laFuerza Aerea norteamericana, en la Base Wright-Patterson, en Ohio, se re-aliz6 un detail ado estudio intercultural a cargo de psic610gos sociales yantrop610gos sabre las sensaciones olfativas de las distintas razas, prestimdo-se especial atenci6n alas olores que cada una de ellas encontraba mas repul-sivos. La investigaci6n fue liderada por R. Huey Weight y Kenneth Michels,graduados en humanidades, y tal parece que la idea, luego abortada, era de-sarrollar "bombas de olor" selectivas para usar en la selva durante la guerrade Viet Nam.6

Existen centenares de estudios semejantes, la mayoria de ellos secretos,sobre el aprovechamiento de diferencias raciales para lograr ventajas belicas,y en casi todos ellos participan sin verguenza antrop610gos y cientifieos so-eiales de toda ra!ea. Uno de los principales centros de este tipo fue la Acade-mia Internaeional de Policia de Washington, clausurada por el Congreso es-tadounidense en 1975despues de ser "visitada por mas personal de seguridadextranjero que ninguna otra agencia del gobierno". 7 Pero el verdaderopa-raiso de estas investigaciones se ~neuentra en Fort Bragg, en Carolina delNorte, donde funciona la Escuela Especial de Guerra del Ejercito, y donde,can entera seguridad, docenas de militares latinoamericanos son instruidosen antropologia, sociologia y psicologia belicas, con especial acento en 10quese refiere a "guerras sucias". Alii se estudia, verbigracia, todo 10relacionadocon operaciones antisubversivas, tratando de comprender las motivacioneste6ricas de las guerrillas, los efeetos sl)ciales y psicol6gicos del subdesarrolloccon6mico y su relaci6n con los connictos, los factores humanos involucra-dos en las organizaciones c1andestinas, y asi sueesivamente"

Mientras en los circulos academicos prosigue la defensa algo esceptica delas humanidades en tanto ciencia, los expenos de la represi6n las instrumen-tan e pecifica, eficaz y cientificamente contra el hombre.

La antropologia y la psicologia de uso militar que se ensenan en FonBragg a lo~oficiales beeados de America Latina se utilizan tam bien para pre-definir cl tipo de personalidad mas propenso a aceptar indiscriminadamentela pauta~ de la "obediencia debida" y a ejercer la atrocidad y la masacre co-mo pr resi6n."

La v r5i n publica de todas las ciencias humanisticas sufre de identicosproeesos de desinformaci6n y de delimitaci6n tematica; es perfectamente po-ible eslar al dia en materia de drogas psicotr6pieas, de teoria del parenteseo

y de elnolillg(llstil:f1,pero no se cuenta con ninguna informaci6n sobre las ac-

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represi6n indiscriminada, la disciplina que nos ocupa sigue sumida en su pa-si6n exotista y en su. alejamiento de los problemas mas inmediatos.

Lejos de ser constestataria 0 relativizadora, la antroplogia poiiticapareceria legitimar el poder; y hasta las definiciones de que dispone tienden 0bien a ser justificatorias, 0 bien 10 suficientemente amplias como para queninguna situaci6n politica parezca extremada:

Siguiendo los lineamientos de Hobbes, Radcliffe-Brown y Max Webersostienen que la fuerza es el medio de la politica, la ultima ratio, puesto quela dominaci6n, el sefiorio, esta en el meollo mismo de 10politico.

Las pocas definiciones que no 10 reputan legitimo, hacen referencia alpoder con un desapasionamiento estremecedor. M. C. Smith, por ejemplo,precisa que el poder es la capacidad de influir efectivamente sobre las perso-nas y sobre las cosas, recurriendo a una gama de medios que se extiende des-de la persuasi6n a la coerci6n. Para J. Beattie, el poder es una categoria espe-cifica de las relaciones sociales; implica la posibilidad de obligar a los demasdentro de tal 0 cual sistema de relaciones entre los individuos y los grupos. Setiene por segura que la estructura social no puede mantenerse por la imica in-tervenci6n de la eostumbre 0 la ley, por una especie de conformidad esponta-nea alas normas. Se enfatiza por doquier la necesidad de la obediencia co-mun y del sometimiento para garantizar el orden social. Ni por un momento.se plantea el hecho de que la relativa independencia de un estado constituidono es un elemento de juicio suficiente como para legitimar sin mas tramite el.uso de la fuerza por su parte; a la antropologia politica Ie falta aim incorpo-rar la noci6n y considerar la posibilidad de un estado terrorista establecidosin el menor grade de consenso. Y Ie falta tambien orientarse en el sentido deuna linguistica politica comparativa para investigar, por ejemplo, por que enArgentina se sigue llamando disidente al contestatario de la Union Sovieticay subversivo al rebelde politico local, siendo que ambos guard an respecto delpoder estatal una relaci6n semejante.

EI fracaso de la antropologia politica no es s610 una cuesti6n de eticaequivocada 0 tendenciosa, 0 de incapacidad para suscitar la indignaci6n.Aun en 10puramente cientifico constituye un fiasco excepcional; al no poderreducirse a un c6digo (como ellenguaje, la musica 0 el mito) ni a una estruc-tura ordenada (como el intercambio 0 el parentesco), 10politico sigue siendoun sistema que todavia no obtuvo un tratamiento formal satisfactorio. Ca-rente de contenidos y de herramientas idiosincniticas, la antropologia politi-·ca formulada por Pierre Clastres, por ejemplo, se diluye entre teorizacionesimpugnables, anecdotas escatol6gicas de la vida de campamento, lecturas

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tividades antropol6gicas, psiquiatricas, medicas y sociol6gicas que de hechoutilizan las fuerzas represoras. Mientras al pueblo se Ie ofrece el usufructo li-mitado de los aspectos te6ricos mas anodinos, la praxis permanece por ente-ro en mana de sus enemigos.

Se sabe que el estudio sistematico para establecer los limites humanos,psicol6gicos y biol6gicos ante la tortura, sus variantes mas adecuadas segunlos sujetos y las tecnicas de ensefianza de interrogatorio cruento 0 de sofoca-ci6n de motines, son procedimientos que han experimentado un particularprogreso en los paises latinoamericC).nosen los ultimos afios. Como expresaraLuis Rivas, "consideramos que es de importancia ideol6gica y te6rica tratarde explicar por que esta area de producci6n profesional es desconocida por10spropios profesionales, que sin embargo pucden discutir a Laing 0 a La-can, denigrar a Skinner 0 defender 0 ridiculizar a Cooper". 9 Resulta adem asimpostergable revertir la direcci6n, el sentido y la iniciativa de estas investi-gaciones, a fin de que sea el pueblo el que controle a aquel a quien confia susarm as (y no a la inversa), y de prestar asi a la antropologia politica y a sus de-rivaciones el prestigio y la confianza que hasta ahora no han demostrado me-receT.

poder suficiente como para negarse a ser tralados como tales. A este particulares paradigmcitica la investigaci6n, en terminos psicol6gicos, de subculturastales como las de los inmigrantes 0 las de las barriadas sumidas en la pobreza;(6picos que, en ultimo analisis, estan predeterminados por las categorias anali-ticas que se aplicaron en los Estados Unidos al estudio de la marginaci6n.

Mientras tanto parece increible, dada la potencial utilidad social de unainquisici6n semejante, que el uso militar de c6digos gestuales, pautas ideol6-gicas estereotipadas y habitos interjectivos excentricos hasta la ridiculez nohaya suscitado entre nosotros ningun tipo de investigaci6n. Yes que, en efec-to, la subcultura militar en tanto secta 0 casta se erige y se piensa a si mismacomo sujeto permanente y -privilegiado, no admitiendo que se la indague co-mo una manifestaci6n cultural tan estudiable y tan sujeta a critica comocualquier otra. Entrometerse en 'fa vida intima de los inmigrantes provincianoses ya casi un habito irreflexivo de los antrop610gos; cuestionar la cordura delcomport/lmiento militar, por mucho que este tenga de infantil y hasta de eto-16gico, es visto en cambio como una profanaci6n institucional, como unaaudacia 0 como un desplante punible. De hecho, no parece existir base eticani juridica para esta singular prerrogativa.

Mientras.en Europa y en Estados Unidos, por ejemplo, las organiza-ciones militares son estudiadas habitualmente segun los esquemas te6ricos dela psicologia social, y sus personajes mas perniciosos son abordados en losmarcos de una rigurosa psicopatologia, cabria pensar que en Latinoamericano se los estudia tanto en consideraci6n alas escasas consecuencias pTl'lcticasque entre nosotros se derivan del hecho de estudiar como, mas pragmatica-me:lte, en previsi6n de una represalia siempre latente.

Donde esta prudencia no es necesaria, se ha llegado a aplicar la psico-metria y el tratamiento critico a asuntos tales como la ineptitud militar y laconveniencia 0 no de impartir instrucci6n castrense a la poblaci6n civil; tal esel caso de "The Donkeys", un texto de Alan Clark, 10 que gener6 el habito decxaminar inquisitivamente los comportamientos militares y de proponer me-didas preventivas y cautelares por parte del conjunto de la sociedad. En este~cntido son ejemplares los estudios de Jaensch sobre la personalidad autori-faria. 0 los de Roger Brown, Adorno, Levinson, Brunswik, Sanford,lilly thorn, Couch Haefner, Langham, Carter y muchisimos mas sobre losp,~i'6palas profesionales proclives al exceso y sobre la tendencia de las institu-dOll .~ oficiales a generarlos: todos estos estudios, superfluo es decirlo, han~id()Iil(urosamente excluidos de los planes de estudio de la antropologia psi-'o16gka lal como se la concibe en nuestro pais.

Mucho se ha dicho del psicoanalisis como practica ritual y simbolo deostentaci6n de una clase privilegiada y como ideologia justificatoria del or-den establecido. La antipsiquiatria, su enemigo te6rico mas acerrimo, ha l:n-fatizado incluso la selecci6n malintencionada y hasta la invenci6n que el psi-coanalisis hace de su objeto -el neur6tico- dejando fuera de su area de in-teres, par poco rentable y por fatigoso, todo cuanto tenga relaci6n con laverdadera psicopatia y con los usos sociales del conocimiento sobre la con-ducta humana. ,

Cuando ei psicoanalisis freudiano materializa su contubernio con laantropologia en la llamada escuela de "cultura y personalidad" , la aso-ciaci6n de ambas disciplinas tiende a robustecer las generalidades incontrola-das, los juegos ret6ricos, las especulaciones retorcidas que cada una de ellashabia venido cultivando en su propia esfera, como parte inherente a susfueros y privilegios.

No menos vergonzante ha sido la participaci6n de los antrop610gos en elnuevo racismo de los tests de inteligencia interculturales, que han proliferadohasta el punto de que Eysenk, apoyandose en informaci6n etnografica y entrabajos de campo realizados por psic610gos, ha podido reflotar viejas opi-niones sobre la desigualdad de los grupos humanos en publicaciones que nodejan de ser best seller. /

Pero el fen6meno mas criticable de la Hamada Antropologia Psicol6gicatal vez radique en su elecci6n como objeto de estudio de grupos humanos sin

1.11~ III Irop()\ogos han librado desde los inicios una dura batalla contradill. blllO,d' la que aparentemente han salido fortalecidos y victoriosos. Ya

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nadie puede afirmar impunemente, como 10 hada el democrat a Thomas Jef-ferson, que "Ios negros, bien porque sean una raza originariamente distintao porque se hayan hecho distintos con el tiempo y con las circunstal1cias, soninferiores a los blancos en las dotes corporales y espirituales",

La igualdad basica de todos los hombres, y la inutilidad e imprecisiondel propio concepto de raza, son datos cientificos firmes e incontestables, yconstituyen un baluarte teorico perfecto contra todo intento de discrimina-ci6n racial. .

Sin embargo, la antropologia parece tambien responsable de haber mi-nimiz~do el problema del racismo, quiza por no haber podido trascenderoportunamente los cenaculos intelectuales en los que tiene vigencia, Si bienalgunos marxistas insisten en que el racismo es patrimonio exclusivo del pe-riodo capitalista y de los paises que detent an la hegemonia mundial, \I 10 cier-to es que el racismo "folk", en tanto sistema popular de prej\licios y discri-minadones dirigido contra un grupo endogamo, sigue siendo hoy tan vigoro-so como pudo haberlo side en tiempos de Jefferson,

Es palmario que en nuestra cultma subsiste una fuerte animadversioncontra 105 judios y contra los descendientes de aborigenes, que se traducentanto en estereotipos jocosos como en evitaciones e impediment os socialesconcretos, Deberia resultar llamativo que pnl.cticamente no se hayan realiza-do estudios sobre la concepci6n popular de las diferencias raciales, sobre elolor, la inteligencia, la laboriosidad 0 la avaricia que se atribuye a uno u otrode esos grupos, 0 sobre el acceso nulo que 105 indigenas y los judios tienen aun ambito de poder tal como la ofidalidad de las fuerzas armadas. Y apart~de las preguntas que no se form ulan para no conocer las respuestas, persistencomo apoteosis de. un racismo insidioso y oculto 105 mitos oficialistas y do-centes de la conquista del desierto y de la vlrtud de la evangelizacion entre losaborigenes. A este respecto cabria proponer la reescritura critica de los ma-nuales escolares, en consonancia con la verdad y con una preocupacion mini-ma por ios derechos de los grupos avasallados: porque, en efecto, la miseria,la esclavitud, el hambre 0 el genocidio, realidades todas que debieran conmo-vernuestra sensibilidad, no son mencionados sino ocasionalmente en los tex-tos de historia, mientras que el oropel de las dinastias gobernantes, la gestionde oscuros burocratas, las anecdotas de los heroes patrioticos y las hazanasmilitares son present ad as minuciosamente.

Pensamos que la falta de inquisiciones te6ricas y la perpetuaci6n de fa-lacias son concomitantes de una fuerte anomia social y de una autoconcien-cia hipocrita que puede admitir males mayores pero no la culpa, y que perte-nece a la misma familia de fenomenos que e! sesgo sexista del comportamien-to que nos caracteriza como cultura,

La prueba mas elocuente del sexismo imperante radica en el hecho deque incluso en ambitos bien informados las reivindicadones feministas masrazonables sean todavia materia de discusion, Es que el caracter indebida-mente polemico, controversial y poco taxativo, Y la escasa trascendencia

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pllhli 'n del discurso feminista se debe tanto a manipulaciones ideologic as des-d' ·1pinaculo del eswblishmenl como a la ineficacia ocasional de sus propiasIII lIrnenlaciones criticas. Es penoso, por ejemplo, que estas tengan que ape-hll tllll1 al milO del matriarcado arcaico para justificar la posibilidad de un,'1111 io: por un lado, no existe continuidad 16gica ni causal entre la sociedadI11rhi5t6rica y la nuestra; y por el otro, el cambio de be mostrarse como legiti-1110y realizable por si mismo, mas aHa de todo antecedente evolutivo mas 0

II1cn S conjetural. Insistir en el matriarcado, con su ambigtiedad semantica y'on ~u secuela fantastica de amazonas y de luchas pristinas entre hombres ynllljrre, , es hacer el juego a los que, refutandolo facilmente, creen impugnarlllmbicn los fundamentos de las exie.encias feministas.

Entre el movimiento feminista Y la etnologia existio desde siempre unacspecie de simbiosis natural; toda vez que aquel se propone demostrar la in-111\1 icia de una situacion apela a informacion antropol6gica, en procma demiradas criticas, de relativizacion, de ampliaci6n de perspectivas, de suges-li6n de opciones. Pero por 10 generallos datos que se escogen no parecen so-portar un escrutinio severo, y ocasionalmente (como en el caso de la pinlurapuradisiaca que Margaret Mead hace de la vida sexual en Samoa, despiadada-lI1ente desmentida por Derek Freeman) traspasan los limites de 10 verosimil.

Sucede ademas que el sexismo no se encuentra solamente fuera de laalllropologia, diseminado por el campo de la opinion profana, sino que lasIlla~ de las veces es inherente a la lematica, a la metodologia y a los supuestos[1revios de est a ciencia. Cuando se recomienda al etnografo que recurra a"auxiliares" mujeres para recoger informacion inaceesible al observador va-1\1I1,~e esta sindicando automaticamente ala faceta femenina de la cultura,que cuantilativamente debiera ser al menos su mitad, como un asunto misee-1~lIleo.circunstancial, la suma de las pequeiieces y de los secretos de alcoba;,610 las aClividades detentadas por hombres, incluidas las transacciones de"inlercambio de mujeres" a que puede reducirse el parentesco, han side me-Il'l'cdoras de un tratamiento sistematico y eSlructurante. Y cuando Clastres yIIIIOS 'specialislas en antropologia politica caracterizan alas etnias arcaicas'11111\1sociedades sin c1ases y por en de sin explotacion, oh'idan destaear el\11/11" slIhordinado y hasta miserable de la mujer en la enorme mayoria de 10'.""1111\ hlllllanos primitivos; en los cuales, ironicamenle, la solidaridad sexis-1,1IIhllllhda loda posibilidad de explotaeion del homhre por el hombre, perod"I,1 1·1":11 111Ill) expedito para la explotacion y fa inferiorizacion de la mlljer.

( d,,' cOllduir que en razon de la justicia intrinseca de los derechos quefl',I.III\1I. d t1lscur~o feminista merece de la antropologia argument os mas'llllllllldl'llll's y profundos y un apoyo lactico mas efiraz que el que ha recibi-d" 11••••1" Ilhm a.

'""III l'Spn'\ldl1l,'lItt deseable que este breve ensayo sirva para incilar a

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10s responsables de la antropologia argentina a que dejemos de hacer de ellael estudio sistematico de 10 simplemente ex6tico, y a Que examinemos sinuestra conducta profesional no tiene err ores que expiar y misiones Quecumplir.

Durante cuatro aiios y medio de mi vida conoci una de las pesadillas de1IIIl'\IIOSmas tristes aiios argentinos: en ese tiempo habite dos carceles, unaIIl1li~lIria, numerosas celdas, dos celdas de castigo. Aiios despues tuve opor-

Iullidad de leer numerosas obras de sobrevivientes del Holocausto inf1igido a11\ ludlos en la ultima guerra. Todavia hay quienes creen que libros comoN(/('11i' , de Elie Wiesel, en Que este relata sus experiencias en Auschwitz sien-till 1111adolescente de t 5 aiios, son una recopilaci6n de mentiras inspiradas,'II .j 'na conspiraci6n mundial tergiversadora de la historia. No me de-Il'lIdrt: en estos seres incredulos -interesadamente incredulos- que no me-11'1'1.'11un minuto de atenci6n. Me preocupan, en cambio, aquellos que si cre-I'll t'll 10 que este y otros Iibros nos cuentan sobre la tragedia. Estos creyenteslk la vcrdad se dividen entre los que creen y los que CREEN. Creer es leerNlII'lw, sentiI' pen a POl' algunas horas, reflexionar un rato sobre la condici6nhUlllalla, y luego seguir con las actividades de todos los dias olvidandose111(11110de 10 Que se acaba de leer. CREER, POl' otra parte, es comprenderqlle IIIcondici6n humana en un mundo que ha podido producir un libro co-1111\Noelle nunca sera la misma que en un mundo sin el; es sentiI' que Noehe(y (llrllS obras sobre el tema) apenas alcanza a rozar algo profundo, intan-""Ilk, innombrable y que sin embargo nos perseguira POl' siempre. Una vezqllt' se REE -con mayusculas- en el Holocausto, ya no se es el mismo.I':, 'ribo como alguien que experimenta el Holocausto bajo la forma de unaII'V 'l:tei6n: no se puede escapar de su enseiianza, aun si se 10 intenta olvidar1011lotla la fuerza del alma. Saulo, una vez que hubo contemplado la visi6ndlvlllll, 110 podia continual' siendo Saulo: debia convertirse en Pablo. Del1111'01110Illodo, la conciencia del HolocauslO nos transforma en algo que no'" I'lIl'de tlefinir con exactitud pero de 10 cual no es po sible renegar.

1,1Iioloeausto judio es apenas la punta del iceberg. Nos impresiona POl'II III II-! IIit lid, poria frialdad de su concepci6n, POl' los tesiimonios que

11111'1IiIIOil Sill embargo, abre las puertas a verdades mas reveladoras yespan-I 11,1,' ',ohl t' la condici6n humana: a traves de el podemos reflexionar sobre elhili,,, 111',11',lilt" vasto, del ser humano en general. A veces prefeririamos11111"Ill 1'111m d . que el Holocausto fue el producto de una deformaci6n, un,,1>'.1''',1\ 111011\11II()SO C irrepetible que surgi6 bajo ciertas circunstancias hist6-lit I 1011111'11"Y ticsgraciadas. Si pudieramos convencernos de esto, nos senti-,111I1l1'."'WIIO\ ('II lIucstra confianza en el mundo, creyendo pero no CRE-\ I NI)() MIIl'IlIl' P rsonas prefieren elegir este camino y considerar al Holo-

t W. Arens, £1 mira del canibalismo. Antropologia y antropofagia, Mexico,Siglo XXI, 1981, passim.

2 Marshall Sahlins, Culture and practical reasons, Chicago, University of Chica-go Press, 1976; Sahlins, "Culture and protein and profit", en New York Review ofBooks, 23 de noviembre de 1978, pp. 45-53; Rodolfo Kusch, £1pensamiento indigenay popular en America, Buenos Aires, ICA, 2' edici6n, 1973,passim; O. Zerries, Deida-des de la vegetaci6n y ritos de fecundidad. Cacerfa de cabezas y canibalismo, ficha mi-meografiada, Bs. As., Tekne, 1976; E. Volhard, El canibalismo, ficha mimeogra-fiada, Bs. As., Tekne, s/fecha.

3 Georges Devereux, De la ansiedad al metodo en las ciencias del comportamien-to, Mexico, Siglo XXI, 1977, p. 121.

4 Harris, El materialismo cultural, Madrid, Alianza, 1982, pp. 368-369.5 Georges Balandier, Antropologfa politica, Barcelona, Peninsula, 1969,.p. 34.6 R. Huey Weight y Kenneth Michels, Human processing of olfactory informa-

tion, U.S.Air Force, Aeronautical Systems Division, Wright-Patterson Air Force Ba-se, Ohio, marzo de 1963; citado POl' Peter Watson, Guerra, persona y destruccion.Usos militares de la psiquiatria y la psicologia, Mexico, Nueva Imagen, 198i, p. 33;cf. Stuart Maward y William D. Mitt, Intercultural differences in olfaction, 1966.

7 Watson, ob. CiL, pp. 330-331.8 Stanley Milgram, Obedience to authority, Londres, Tavistok, Marper & Row,

1974, passim; vease tambien S. M. Haley, When the patient reports atrocities?, Archi-ves of General Psychiatry, vol 30, nO2,1974, pp. 191-196; Peter Watson, "My Lai:.what makes a killer?", Psychology Today, edici6n del Reino Unido, vol. I, nO3, ju-nio de 1975, p. 70; Peter Watson, "The soldiers who becomes killers", Sunday Times,Londres, 8 de setiembre de 1974; Robert J. Lfton, "Beyond atrocity", Saturday Re-view, 27 de marzo de 1971, pp. 23-26; Peter Watson, Guerra, persona y destrucci6n,pp. 140-146.

9 Luis F. Rivas, Practica teorica, practica ideologica () la autonegaci6n profe-sional del inconsciente, prologo allibro de Peter Watson, ob. CiL, p. 15.

10Londres, Hutchinson, 1961. Veanse las extensas referencias proporcionadaspor Norman F. Dixon, Sobre la psicologia de la incompetencia militar, Barcelona,Anagrama, 1977, passim.

J I Por ejemplo, Cox, Caste, clase and race. A study in social dynamics, NuevaYork, Doubleday, 1948.

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