Variedades de populismo: revisión de la literatura y...

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PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI Traducción de Catedra Texto de Teóricos Página 1 de 28 Variedades de populismo: revisión de la literatura y agenda de investigación Por Noam Gidron (Departamento de Gobierno, Universidad de Harvard) y Bart Bonikowski (Departamento de Sociología, Universidad de Harvard) En revista Weatherland Center for International Affairs. N° 13-0004. Cambridge: Harvard University En años recientes, el populismo atrajo considerable interés por parte de cientistas sociales y analistas políticos (Panizza 2005; Bale et.al. 2011; Mudde 2004; Berezin 2013; Rovira y Kaltwasser 2013), pese al hecho de que “la naturaleza volátil del populismo ha exasperado usualmente a los que intentan tomarlo seriamente” (Stanley, 2008:108). De hecho, el término “populismo” es ampliamente usado y ampliamente discutido (Roberts 2008; Barr 2009) 1 . Se lo ha definido basado en características económicas, sociales y discursivas (Weyland, 2001:1), y analizado desde innumerables perspectivas teóricas incluyendo el estructuralismo, la economía política, y la teoría de la democracia- y desde una variedad de abordajes metodológicos, tales como la investigación de archivo, el análisis de discurso y la modelización formal (Acemoglu et.al. 2011; Ionescu y Gellner 1969; Canovan 2002; Hawkins 2009; Goodliffe 2012; Postel 2007). Como observó Wiles, “a cada uno su propia definición de populismo, de acuerdo con el eje académico que le interesa” (Wiles en Ionescu y Geller, 1969:166). Esta revisión de la literatura apunta a explorar cómo esos diversos ejes académicos pueden refinarse mutuamente, promoviendo así nuestra comprensión teórica del concepto y abriendo nuevos caminos metodológicos para el estudio de las políticas populistas. Se justifica una discusión exhaustiva de la investigación sobre el tema, considerando el rol de las políticas populistas en las democracias contemporáneas. Más aún, vale la pena reexaminar la literatura sobre políticas populistas, no sólo por la prevalencia del concepto en las recientes investigaciones en ciencias sociales, sino también porque “el populismo da la impresión de ser un fenómeno político importante” (Hawkins, 2010:49). La política populista puede remodelar repertorios de movilización política, especialmente en la forma de movimientos sociales de masas y organizaciones partidarias vinculadas a lo social

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Variedades de populismo: revisión de la literatura y agenda de

investigación

Por Noam Gidron (Departamento de Gobierno, Universidad de Harvard) y

Bart Bonikowski (Departamento de Sociología, Universidad de Harvard)

En revista Weatherland Center for International Affairs. N° 13-0004. Cambridge: Harvard

University

En años recientes, el populismo atrajo considerable interés por parte de cientistas sociales y

analistas políticos (Panizza 2005; Bale et.al. 2011; Mudde 2004; Berezin 2013; Rovira y

Kaltwasser 2013), pese al hecho de que “la naturaleza volátil del populismo ha exasperado

usualmente a los que intentan tomarlo seriamente” (Stanley, 2008:108). De hecho, el

término “populismo” es ampliamente usado y ampliamente discutido (Roberts 2008; Barr

2009)1. Se lo ha definido basado en características económicas, sociales y discursivas

(Weyland, 2001:1), y analizado desde innumerables perspectivas teóricas –incluyendo el

estructuralismo, la economía política, y la teoría de la democracia- y desde una variedad de

abordajes metodológicos, tales como la investigación de archivo, el análisis de discurso y la

modelización formal (Acemoglu et.al. 2011; Ionescu y Gellner 1969; Canovan 2002;

Hawkins 2009; Goodliffe 2012; Postel 2007). Como observó Wiles, “a cada uno su propia

definición de populismo, de acuerdo con el eje académico que le interesa” (Wiles en Ionescu

y Geller, 1969:166).

Esta revisión de la literatura apunta a explorar cómo esos diversos ejes académicos pueden

refinarse mutuamente, promoviendo así nuestra comprensión teórica del concepto y

abriendo nuevos caminos metodológicos para el estudio de las políticas populistas. Se

justifica una discusión exhaustiva de la investigación sobre el tema, considerando el rol de

las políticas populistas en las democracias contemporáneas. Más aún, vale la pena

reexaminar la literatura sobre políticas populistas, no sólo por la prevalencia del concepto

en las recientes investigaciones en ciencias sociales, sino también porque “el populismo da

la impresión de ser un fenómeno político importante” (Hawkins, 2010:49). La política

populista puede remodelar repertorios de movilización política, especialmente en la forma

de movimientos sociales de masas y organizaciones partidarias vinculadas a lo social

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(Madrid 2006; Subramanian 2007; Hawkins 2010; Jansen 2011). La capacidad de las

políticas populistas para galvanizar nuevas formas de participación política es de especial

importancia en una era de declinación de participaciones políticas formales, tales como la

concurrencia y la afiliación a partidos (var también Skocpol y Williams, 2012:197). Al

mismo tiempo, en las democracias no consolidadas el populismo puede erosionar las

instituciones democráticas y volver viables regímenes autoritarios (Levitsky y Loxton

2012). El populismo está también muy relacionado con la polarización política, y, bajo

ciertas condiciones, puede llevar al sistema de partidos al borde del colapso (Pappas, 2013).

Además, la política populista juega un rol constitutivo en los realineamientos políticos, en

los que los límites morales entre grupos se replantean y emergen las categorías de “nosotros”

y “ellos” (Laclau, 2005; Fella y Ruzza, 2013)2.

Apuntamos a contribuir a los esfuerzos recientes por construir un marco amplio de análisis

del populismo, que considere de cerca las variaciones a través del tiempo y el espacio, y

atienda a la dinámica y a los elementos estables de la política populista. El marco temporal

de la investigación que relevamos abarca desde fines del siglo XIX hasta el presente, y su

focalización geográfica va desde Europa del Este y América Latina hasta las democracias

anglo-americanas3. A fin de destacar las grandes cuestiones teóricas, priorizamos aquellas

que emergen en forma dominante en la literatura, por sobre los matices específicos.

Comenzamos con una discusión sobre las distintas definiciones y aproximaciones al estudio

del populismo y comparamos los postulados teóricos, así como sus implicancias

metodológicas. A continuación, examinamos la relación entre populismo y democracia, así

como las variaciones ideológicas de las demandas populistas. Finalmente, concluimos

sugiriendo direcciones posibles para la investigación futura del populismo como forma de

política moral.

La naturaleza polifacética del populismo: el desafío de definir el concepto

La mayoría de los académicos coincide en que “el populismo adora al pueblo” (Ionescu y

Gellner, 1969:4). Sin embargo, no hay mucho consenso más allá de esa tautología. En uno

de los primeros intentos por llevar a cabo un análisis comparativo exhaustivo del concepto,

Gellner y Ionescu escriben (1969:1):

No puede haber duda, en este momento, sobre la importancia del populismo. Pero nadie tiene

muy claro qué es exactamente. Como doctrina, o como movimiento, es elusivo y proteico.

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Aparece en todas partes, pero en formas múltiples y contradictorias. ¿Tiene alguna unidad

subyacente? ¿O el nombre cubre multitud de tendencias inconexas?

El desafío de definir el populismo es debido, al menos parcialmente, al hecho de que el

término fue usado para describir movimientos políticos, partidos, ideologías y líderes a

través de distintos contextos geográficos, históricos e ideológicos. De hecho, “hay un

acuerdo general en la literatura comparada acerca de que el populismo es confrontativo,

camaleónico, atado a la cultura y dependiente del contexto” (Arter, 2010:490); el desafío,

entonces, es entender cómo la cultura y el contexto conforman políticas populistas y cómo

el populismo, a su vez, afecta al cambio político.

En primer lugar, el populismo, en sus distintas formas, es predominante a través de los países

y las regiones. Por ejemplo, el influyente libro de Ionescu (1969) discute casos de los

Estados Unidos, América Latina, Rusia, Europa Oriental y África. En una importante y

reciente contribución, Mudde y Kaltwasser (2012) consideran la relación entre populismo y

democracia en Europa Oriental y Europa Occidental, Canadá y América Latina. Junto a las

comparaciones entre naciones, otros apuntan a la dimensión transnacional del fenómeno y

las vías por las cuales los marcos retóricos populistas se difundieron y adaptaron a lo largo

de los países (Sawer y Laycock 2009).

En segundo lugar, la política populista surgió en distintos períodos históricos: los

académicos distinguen entre distintas olas de populismo, comenzando por los movimientos

agrarios en Rusia y en los Estados Unidos a fines del siglo XIX, y siguiendo por la

emergencia del populismo latinoamericano a mediados del siglo XX, y el resurgimiento

reciente del populismo en Europa, los Estados Unidos y América Latina (Taggart 2000;

Jagers y Walgrave 2007; Roberts 2010; Levistky y Roberts 2011; Rosenthal y Trost 2012).

Otros trabajos muestran también variaciones significativas en la forma y grado de la política

populista en una misma forma de gobierno o en una misma región a lo largo del tiempo

(para los Estados Unidos, véase Kazin 1995 y Hofstadter 1964; para Francia, Redmond 1966

y Goodlife 2012; para América Latina, Roberts 2010).

El populismo se recorta no sólo a través de límites geográficos y eras históricas, sino

también de divisiones ideológicas (Kaltwasser 2013). En Europa, una variante elitista del

populismo de derechas emergió en los 1980s –y se intensificó desde entonces- apuntando

principalmente contra los inmigrantes y las minorías nacionales (Ignazi 1993; Benz 1994;

Koopmans 1996; Benz e Immerfall 1998; Kitschelt y McGann 1995; Norris, 2005; Carter

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2005; Ivarsflaten 2008; Mudde 2007; Art 2011; Berezin 2013). En América Latina, por otro

lado, el populismo de los años recientes se ha asociado principalmente con una visión

inclusiva de la sociedad, uniendo diversas identidades étnicas dentro de marcos políticos

compartidos (Madrid 2008; Levitsky y Roberts 2011). En los Estados Unidos, el populismo

se ha asociado con una variedad de ideologías económicas y partidos políticos, desde el

Partido Populista de fines del siglo XIX y la Nueva Izquierda de los 1960s, pasando por el

segregacionismo del Sur, hasta la ortodoxia republicana de la economía de libre mercado

del presente (Kazin 1995; Lowndes 2008).

De hecho, es difícil encontrar un común denominador ideológico que conecte los diversos

movimientos que son ostensiblemente populistas, en particular cuando la clasificación de

actores políticos descansa en el carácter difuso con que se entiende el concepto. Examinando

cómo se usa el término populismo en los medios británicos, Bale et.al. (2011) encontraron

que “cualquier actor político que esté habitualmente en los medios una cantidad de tiempo

sustancial, tarde o temprano corre el riesgo de ser probablemente etiquetado como

‘populista’” (p.121). La lista de actores políticos etiquetados como “populistas” en la prensa

británica en 2007 incluye políticos tan distintos como Jacob Zuma de Sudáfrica, el por

entonces Primer Ministro británico Gordon Brown, el presidente iraní Mahmoud

Ahmadinejad, el ex-Primer Ministro italiano Silvio Berlusconi, Hugo Chávez de Venezuela,

y el candidato presidencial conservador de los EEUU Mike Huckabee. Es difícil pensar en

lo que estos líderes tienen en común, más allá de la etiqueta de “populista” conferida a ellos

por los periodistas.

Pese a las dificultades, es posible arribar a una comprensión sistemática que identifique

claramente las características clave del fenómeno y permita una comparación de los

políticos populistas en distintos contextos, basada en ciertos principios. Con este objetivo

en mente, nos focalizamos en tres aproximaciones conceptuales principales, que emergen

de la literatura de las ciencias políticas y de la sociología sobre el tema; estas definen el

populismo, respectivamente, como una ideología, un estilo discursivo, y una forma de

movilización política (ver también Moffitt y Tormey 2013; Pauwels 2011).

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El populismo como ideología

Una influyente definición del populismo como ideología fue sugerida por Cas Mudde en

una serie de estudios focalizados primariamente en los partidos populistas de derecha

europeos:

“[el populismo es] una ideología finamente centrada que considera, en última instancia, a la

sociedad escindida en dos grupos homogéneos y antagónicos, ‘el pueblo puro’ versus ‘la élite

corrupta’, y que sostiene que la política debería ser una expresión de la volonté générale

(voluntad general) del pueblo” (Mudde, 2004:543).

El populismo es, aquí, primeramente y ante todo, un conjunto de ideas caracterizadas por

un antagonismo entre el pueblo y la élite, así como por la primacía de la soberanía popular,

donde la virtuosa voluntad general se ubica en oposición a la corrupción moral de los actores

de la élite.

En el trabajo construido por teórico político Michael Freeden (1996, 2003), la ideología es

definida como un haz de ideas débilmente interrelacionadas. Para Freeden, las ideologías

no son sistemas completos de pensamiento enraizados en la teoría política, sino que son más

bien concebidas como “marcos interpretativos que emergen como resultado de la práctica

de poner a trabajar ideas en lenguaje, como conceptos” (Stanley, 2008:98). Las ideologías

finamente centradas son aquellas que no proveen repuestas a las grandes preguntas

sociopolíticas, y que pueden por ello ser compatibles con otros sistemas políticos,

desarrollados más extensamente, tales como el socialismo o el liberalismo. Dado que el

populismo es definido por Mudde como una ideología finamente centrada, puede

encontrarse a través de distintas divisiones ideológicas, fusionado tanto con versiones de

izquierdas de derechas: “las características ideológicas que se vinculan al populismo

dependen del contexto sociopolítico dentro del cual los actores populistas se mueven”

(Mudde y Kaltwasser,2011:2).

El enfoque de Mudde en torno a los aspectos ideológicos ha sido influyente en la

investigación en ciencias políticas sobre populismo, en especial entre aquellos que se

focalizan en los partidos populistas de derechas europeos (Mudde 2007; Hawkins 2010;

Pauwles 2011; y Mudde y Kaltwasser 2012; Stanley 2008; Rooduijn et.al., 2012).. Un

ejemplo es el análisis de Pankowski (2010) del populismo polaco. Pankowski considera a

las ideologías como “marcos mentales” que ayudan a los actores a interpretar la realidad

política y guían la acción política. Adopta la definición de Mudde, aunque también enfatiza

la importancia de los recursos culturales en una población dada, tales como repertorios

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compartidos y patrones organizacionales, y, más en general, “las tradiciones que legitimizan

aspectos particulares de las acciones políticas” (p.6). Pankowski (2010) sostiene que “los

movimientos populistas fueron exitosos donde pudieron hacer conexión con cultura del

“sentido común ordinario”. En el caso polaco, por ejemplo, esas verdades “dadas por

sabidas” incluyen la afirmación de que “todos los polacos son católicos”. Con este

argumento, Pankowski trae a la discusión sobre el populismo, en tanto ideología, el rol de

los conceptos tradicionales de la nación como fuentes de movilización populista.

Definir el populismo como una ideología tiene implicancias particulares para la forma en la

que la investigación sobre el tema se lleva a cabo. Si el populismo es visto ante todo y sobre

todo como un haz de ideas, se sigue que los estudios empíricos deberían dirigir su atención

primariamente a las afirmaciones programáticas realizadas por los actores políticos,

tratándolas como unidades primarias de análisis. La mayor parte de la investigación en esa

tradición se focaliza, por lo tanto, en literatura partidaria, tanto en la forma de manifiestos

públicos como en la de publicaciones partidarias internas, a fin de clasificar los actores

políticos que producen esta literatura (i.e., los partidos o sus líderes) como populistas o no

populistas. El estudio de los textos partidarios es implementado usualmente a través del

análisis cualitativo del contenido (Mudde 2007; Arter 2010; Pankowski 2010), si bien hubo

esfuerzos recientes para emplear también análisis computarizados de texto (Rooduijn y

Pauwels 2012). Dado que la lectura minuciosa de materiales partidarios supone una labor

intensiva, la mayor parte de los estudios en esta línea se focalizan en casos específicos por

país, o se abocan a comparaciones a nivel nacional de pequeñas muestras.

El populismo como estilo discursivo

Un enfoque alternativo define al populismo como un estilo discursivo, más que como una

ideología.

Analizando políticos populistas en América Latina, de la Torre (2004:4; citado en Barr

2009) define el populismo como una “retórica que construye la política como una lucha

moral y ética entre el pueblo4 y la oligarquía”. Adoptando una perspectiva comparativa que

contempla al populismo a través del tiempo y el espacio, Hawkins (2009, 2010)

conceptualiza el populismo como un discurso maniqueo que asigna una dimensión moral

bidimensional a los conflictos políticos5. En el mismo espíritu, Kazin (1995), en su análisis

histórico del populismo de los Estados Unidos, define al populismo como un lenguaje usado

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por aquellos que afirman hablar por la mayoría de los norteamericanos. De modo similar a

la definición de Mudde del populismo como una ideología finamente centrada, Kazin

sostiene que el estilo político del populismo estadounidense está construido sobre la

dicotomía entre “nosotros” y “ellos”. Sin embargo, para Kazin el populismo no es una

ideología que capta las creencias centrales de actores políticos particulares, sino más bien

un modo de expresión política que se emplea selectivamente y estratégicamente por la

derecha y por la izquierda, por los liberales y los conservadores.

Pese a las claras similitudes entre los abordajes ideológicos y discursivos, las diferencias de

matiz entre ellos tienen implicancias teóricas y metodológicas significativas e impulsan a

los investigadores hacia distintos modos de indagación empírica. Las implicancias más

importantes afectan a las unidades de análisis y a las escalas de medición empleadas en el

estudio del populismo; considerar al populismo como un estilo discursivo se presta a su

operacionalización como una propiedad progresiva de instancias específicas de la expresión

política (Bos et.al. 2013), más que como atributo esencial de los partidos políticos o de los

líderes políticos que puedan ser captados en una simple dicotomía populista-no populista.

Dado que los actores políticos pueden moldear su estilo retórico más fácilmente que su

ideología oficial, esta definición hace posible rastrear más de cerca las variaciones en los

niveles y tipos de políticos populistas dentro y entre actores políticos (Hawkins 2009;

Pauwels 2011).

La distinción entre populismo como ideología y como estilo es captada por Deegan-Krause

y Haughton (2009:822), quienes sostienen que entender el populismo como característico

del discurso político más que como una identidad de los actores políticos “cambia nuestras

valoraciones desde la oposición binaria –un partido es populista o no- a una cuestión de

grado –un partido tiene más o menos características populistas” (ver también Rooduijn et.al.

2012). Además, el grado de populismo que un determinado actor político emplea puede

variar a través de los contextos y con el tiempo, mientras que las posiciones ideológicas

explícitas del actor están probablemente más constreñidas por la preocupación de mantener

la credibilidad. De modo similar, Panizza (2005) afirma que el populismo como concepto

discursivo se refiere a prácticas relativamente fluidas de identificación, más que a individuos

o partidos. Es una forma de la política más que una categoría estable de los actores políticos.

Aunque esté encuadrado como un estudio de la política populista, “El estado paranoide en

la política norteamericana”, de Richard Hofstadter (1964) arroja cierta luz sobre las

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propiedades del populismo como un estilo discursivo (o, en sus términos, “un modo de

expresión” [p.4] o “retórica” [p.6])6. El estilo paranoide está caracterizado por la calurosa

exageración, la sospecha y una visión apocalíptica de conspiración mundial. La

característica central del estilo paranoide es la preocupación sobre una conspiración global

que amenaza con tomar el control de los Estados Unidos y cambiar sus mayores valores

fundacionales. Para Hofstadter, la prominencia y persistencia del estilo paranoide en los

Estados Unidos es, al menos parcialmente, “un producto de la falta de raíces y de la

heterogeneidad de la vida norteamericana y, por sobre todo, de su peculiar búsqueda de una

identidad segura” (p.51). Aunque el foco de Hofstadter se limite a los Estados Unidos,

nociones similares de conspiración y urgencia son visibles en otras instancias de populismo

fuera de los Estados Unidos (Taggart, 2000:103).

En un nivel teórico más abstracto, el trabajo de Laclau (2005; ver también Panizza 2005 y

File 2010 para una discusión de la teoría de Laclau) ha sido particularmente influyente en

la conformación del método discursivo. Para Laclau, la distinción simbólica entre

“nosotros” y “ellos” que constituye el discurso populista es una instancia relacional de

“indicadores vacíos” que pueden tomar contenido variado, dependiendo del contexto social.

Estas categorías ganan su significado a través de un proceso de “identificación” (i.e.,

clasificación), donde grupos sociales específicos son interpretados como “el pueblo”

(nosotros), y contrapuestos a los opresivos “otros” (ellos). Como fue explicado por Panizza

(2005:3):

El antagonismo es así un modo de identificación en el cual la relación entre su forma (el pueblo

como signo-indicador) y su contenido (el pueblo como aquello que se significa) es dado por

el proceso mismo de nombrar –esto es, estableciendo quiénes son los enemigos del pueblo (y

por lo tanto quién es el pueblo mismo).

Es populismo es, por lo tanto, un discurso anti status-quo; es parte de una lucha por la

hegemonía y el poder (ver también File, 2010).

El populismo como estrategia política

En contraste a los abordajes centrados en aspectos ideológicos y discursivos, algunos

académicos abogan por un entendimiento del populismo como un modo de estrategia

política. Este abordaje, que es particularmente preponderante entre sociólogos y cientistas

políticos que trabajan en América Latina, comprende tres variantes que se focalizan en

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diferentes aspectos de la estrategia política: elecciones políticas, organización política y

formas de movilización.

En su análisis del ascenso del etno-populismo en América Latina, por ejemplo, Madrid

(2008:482) sostiene que el populismo toma la forma de políticas económicas y repertorios

particulares de movilización de masas. Define a las políticas populistas como aquellas que

apuntan a la redistribución económica y la nacionalización de recursos naturales, y a la

movilización populista como consistente en reclamos anti-establishment y anti-sistema.

Acemoglu et.al. (2011) se focalizan también en la política de gestión, y definen el populismo

“como la implementación de políticas de gestión que reciben apoyo de una fracción

significativa de la población, pero en última instancia dañan los intereses de esa mayoría”.

El populismo se dirige aquí mayormente a posiciones pro-redistributivas, y los líderes usan

el lenguaje populista para indicar a los votantes ordinarios que no están contemplando a los

grandes intereses económicos. Esto se corresponde ampliamente con la experiencia reciente

de América Latina con el populismo (p.31):

La fuerza directriz de las políticas populistas es la debilidad de las instituciones democráticas,

la cual hace que los votantes creer que los políticos, a pesar de su retórica, podrían tener una

agenda de derechas o podrían ser corruptibles o excesivamente influidos por la élite. Las

políticas populistas entonces emergen como un camino para que los políticos señalen que

elegirán sus futuras políticas de gestión en línea con los intereses del votante medio.

Por supuesto, esto puede funcionar también en la dirección opuesta: el populismo de

derechas puede emerger cuando los líderes quieren señalar a los votantes de derechas que

no apoyan políticas de gestión de izquierdas.

Algunos han criticado este abordaje, argumentando que las definiciones de populismo

basadas en políticas de gestión no pueden dar cuenta del cambio histórico, como se

evidencia en el caso de América Latina por las diferencias significativas entre las políticas

de gestión populistas proteccionistas de mediados del siglo XX y el populismo neoliberal

de fin de siglo (Weyland 2001). Una alternativa propuesta por Weyland (2001:14) es definir

en su lugar al populismo en términos de organización política:

El populismo se define mejor como una estrategia política a través de la cual un líder

personalista busca o ejercita el poder de gobierno basado en el apoyo directo, inmediato, no

institucionalizado de un gran número de seguidores mayormente desorganizados.

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Lo que importa aquí entonces no es el contenido de las políticas de gestión o el estilo de

discurso empleado por los actores políticos, sino más bien la relación de estos actores con

sus electores.

Mientras que esta posición es capaz de dar cuenta de la variación ideológica, trata a la

organización política en sí misma como constante a través de los movimientos y partidos

populistas. Roberts (2006) observa, sin embargo, que los partidos populistas en América

Latina varían significativamente también en su tipo y grado de organización, lo cual limita

la utilidad analítica de lo que sostiene Weyland. En su ligar, Roberts sugiere que la política

populista toma cuatro distintas formas, producidas por el juego recíproco entre el grado de

organización de la sociedad civil (especialmente, la consolidación de sindicatos de

trabajadores fuertes) y el grado de organización del sistema de partidos (el grado en el cual

los partidos populistas están listos y amoldados para la competencia en la arena electoral);

una organización altamente partidaria y una baja organización de la sociedad civil da lugar

al populismo partidario; y un nivel bajo de organización en ambas dimensiones se vincula

con el populismo electoral. Las fuerzas relativas de la sociedad civil y del sistema de

partidos son mayormente un resultado del momento en el tiempo (e.g., la ola de populismo

latinoamericano a mediados del siglo XX versus el posterior surgimiento del populismo

neoliberal) y del grado de conflicto con las élites afianzadas.

Analizando el giro a la izquierda en la política latinoamericana, Levitsky y Roberts (2001:6-

7) también disocian al populismo respecto de las iniciativas políticas específicas. Definen

populismo como una “movilización política de las masas electorales de arriba hacia abajo,

por parte de líderes personalistas que desafían a las élites políticas o económicas

establecidas en nombre de algo definido como pueblo” (ver también Roberts 2010).

Enfatizan que las apelaciones populistas son ideológicamente flexibles: “el contenido

programático de la apelación populista ha variado considerablemente a través de los casos

y con el tiempo […] A diferencia de la izquierda, entonces, el populismo no debería ser

definido en términos programáticos o ideológicos”. Aun cuando hay cierta superposición

entre los actores políticos de izquierdas y el populismo, también hay izquierdistas no

populistas y no izquierdistas populistas.

Aquellos que definen el populismo como una forma de organización política, hacen énfasis

típicamente en la identidad de los líderes políticos y en su relación con otros actores

políticos. Taggart, por ejemplo, sostiene que los partidos populistas se caracterizan por una

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estructura organizacional centralizada encabezada por un líder carismático fuerte (Taggart

1995; ver también Pauwels 2011). En particular, a causa de su “falta de valores clave”, el

populismo es particularmente vinculable a la política de la personalidad” (Taggart,

2000:101). De modo similar, empleando un diseño de investigación comparativo que cubre

los casos europeos y latinoamericano, Pappas (2012:2) afirma que el liderazgo populista

“ofrece una variable analítica clave en la comprensión del populismo y en la evaluación sus

éxitos o fracasos”. Mirando casos tan diversos como Holanda y Perú, sostiene que “el

populismo prevalece cuando cierto emprendedor político puede polarizar la política creando

una división basada en la interacción entre “el pueblo” y algún establishment, forjando así

un movimiento político de masas”.

Mientras que las características de personalidad de los líderes políticos son citadas

frecuentemente en los estudios sobre populismo, algunos advierten contra el tratamiento de

este criterio como suficiente, o incluso necesario, en la operacionalización del populismo.

Barr (2009), por ejemplo, apunta al hecho de que, junto a importantes líderes populistas

carismáticos, “ha habido también notables líderes populistas no carismáticos”, siendo

Alberto Fujimori del Perú un ejemplo (2009:40); en consecuencia, aún si el liderazgo

carismático se asocia frecuentemente con el populismo, no es un elemento constitutivo de

él. En lugar de ello, Barr enfatiza el vínculo entre los movimientos populistas y quienes los

apoyan, sosteniendo que “una vez que los populistas han tomado el poder, tienden a usar el

clientelismo en adición a los vínculos plebiscitarios” (2009:42). Juntando el estilo político

y la estrategia, Barr (2009:38) define el populismo como

“el reflejo de la combinación específica de gustos, lugar y vínculos que sugieren una

corrección basada en una responsabilidad aumentada más que en un incremento de la

participación. Más específicamente, es un movimiento de masas liderado por un outsider o un

inconformista que busca ganar o mantener el poder usando inclinaciones anti-establishment y

vínculos plebiscitarios”

Considerando que quienes definen al populismo como una ideología se focalizan en el

mensaje que se comunica, Barr (2009) enfatiza la importancia de la posición de quien lo

envía dentro del contexto político amplio. Sostiene que el líder populista típico tiende a

proyectarse como un extraño “que ganó prominencia política no a través de o en asociación

con un partido competitivo establecido, sino como un político independiente, o asociado

con nuevos o renovados partidos competitivos” (ver también Pappas 2012).

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Jansen (2011) desplaza el foco desde los partidos hacia patrones más generales de

movilización política, incluyendo a los movimientos sociales. Sostiene que en lugar de

considerar al populismo como una ideología estable, deberíamos verlo como un proyecto

político “que puede ser emprendido por contrincantes [desde el llano] y participantes [desde

cargos electivos] de distintas clases en la búsqueda de un amplio rango de agendas sociales,

políticas y económicas” (p.77). Su definición consiste en dos dimensiones: movilización y

discurso. Jansen define la movilización populista como “todo proyecto sostenido de gran

escala que moviliza a sectores ordinariamente marginados hacia la visibilidad pública y la

acción política confrontativa, mientras articula una retórica nacionalista anti-élite que

valoriza a la gente común” (p.82). El discurso populista “plantea la unidad social natural y

el virtuosismo inherente del ‘pueblo’” (p.84). Al mismo tiempo, ubica al pueblo en relación

antagónica con la antipopular “élite”. Como se puede ver del análisis de Jansen, los tres

abordajes –populismo como ideología, como estilo discursivo y como estrategia política-

no son mutuamente excluyentes. Por lo tanto, consideraremos ahora las similitudes,

diferencias y tensiones entre ellos.

Comparación de los tres abordajes

Los tres abordajes del estudio del populismo que discutimos más arriba tienen sus

diferencias, pero también puntos de conexión y superposición. Pauwles (2011) sostiene que

considerar al populismo como una ideología finamente centrada no excluye la posibilidad

de se caracterice también un estilo discursivo específico: si el objetivo de los líderes

populistas es devolver el poder a la gente común, no es sorprendente que usen el lenguaje

de la gente. Es además razonable esperar que la ideología impacte en la organización

partidaria bajo ciertas circunstancias.

Las similitudes entre los abordajes ideológico y discursivo son particularmente evidentes,

dado que ambos acentúan el marco maniqueo de la política y la distinción entre “nosotros”

y “ellos” como un componente fundamental de la retórica populista; algunos académicos

incluso trataron a estos abordajes como pertenecientes a un mismo modo o explicación

(Pappas 2012; Hawkins 2009, 2010). Sin embargo, hay también diferencias teóricas y

metodológicas importantes que nos llevan a tratar estos abordajes como distintos. De hecho,

los académicos que trabajan en estas tradiciones repiten esta distinción, frecuentemente en

el curso de criticar mutuamente sus definiciones de populismo. Por ejemplo, Kaltwasser y

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Mudde (2012), cuyo trabajo emplea el abordaje ideológico, critican a la teoría discursiva

del populismo de Laclau, argumentando que iguala al populismo con todas las formas de

retórica dualista, estirando así el término más allá de sus límites teóricos y haciéndolo

demasiado abstracto como para ser objeto de un análisis empírico riguroso. Sostienen que

“la teoría del populismo de Laclau es, por un lado, extremadamente abstracta, y por otro

lado, propone un concepto de populismo que, al volverse tan vago y maleable, pierde mucho

de su utilidad analítica” (Kaltwasser y Mudde, 2012:7). Contrariamente, para quienes

proponen el abordaje discursivo, el foco exclusivo en la ideología de partido es

excesivamente restrictivo y esencializante (Panizza, 2005). Argumentan que el populismo

es una forma discursiva que está disponible para todos los actores políticos y no sólo para

aquellos clasificados como populistas (si bien algunos actores pueden usar el discurso

populista más frecuentemente que otros). Desde esta perspectiva, el término populista

“debería ser entendido no como indicando que […] los sujetos sean populistas, en el sentido

de que sean gremialistas o socialistas, liberales demócratas o conservadores republicanos,

sino más bien como que toda esa gente emplea el populismo como un modo flexible de

persuasión para redefinir al pueblo y a sus adversarios” (Panizza,2005:8). Estas críticas

prueban que pese al acuerdo superficial sobre las bases maniqueas y anti-élite de las

declaraciones populistas, estas dos tradiciones brindan un status ontológico diferente al

populismo y, en consecuencia, favorecen distintas estrategias de análisis para

operacionalizar y medir el fenómeno.

Al haber tantos vínculos teóricos entre las escuelas ideológica y discursiva, estos dos

abordajes pueden también ponerse en diálogo con la investigación que trata el populismo

como una forma de estrategia política. Barr (2009) elabora este argumento con respecto al

liderazgo: si las ideas populistas son acerca de la voluntad del pueblo, entonces los

movimientos populistas tenderán a requerir un liderazgo fuerte, capaz de representar los

intereses del pueblo y de evitar organizaciones intermedias que puedan distorsionar esos

intereses. En su análisis del populismo y la derecha israelí, File (2010) también sugiere

puntos de conexión entre ideología, discurso y estrategia política. Si la política populista

trata de los límites entre “nosotros” y “ellos”, delinear entonces quién pertenece a esas

categorías requiere un proceso dinámico de simultánea exclusión e inclusión de grupos

específicos dentro de estos límites. De acuerdo con File, esto tiene lugar en tres niveles

distintos: material, simbólico y político. La inclusión y exclusión material tiene lugar a

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través de políticas específicas, tales como beneficios para el bienestar de votantes

anteriormente marginados. La inclusión y exclusión simbólica puede ser delineada a través

de la política retórica y el rediseño de los límites sociales. Por último, la inclusión y

exclusión política puede ser redefinida a través de una reorganización de estructuras

partidarias, tales como afiliación y representación en los cuerpos partidarios.

Señalando áreas de superposición entre estos abordajes, esperamos sugerir vías para la

futura investigación y el intercambio intelectual sostenido. Sin embargo, es al mismo tiempo

importante enfatizar las diferencias teóricas entre las tres tradiciones, porque conllevan

implicancias relevantes por las cuales puede explicarse el populismo, cómo debería ser

definido, y cómo debería ser estudiado empíricamente. Estas diferencias, que han sido el

foco de nuestra revisión hasta aquí, están resumidas en la Tabla 1.

Definición de

Populismo

Unidad de

Análisis

Métodos

Relevantes

Autores

Ideología

Política

Un conjunto de

ideas interrela-

cionadas acerca de

la naturaleza de la

política y de la

sociedad

Partidos y líderes

partidarios

Análisis

cualitativo o

automatizado de

textos,

principalmente de

la literatura

partidaria

Mudde (2004,

2007)

Kaltwasser y

Mudde (2012)

Estilo político

Una vía para

efectuar reclamos

políticos;

características del

discurso

Textos,

alocuciones,

discursos públicos

sobre política

Análisis textual

interpretativo

Kazin (1995)

Laclau (2005)

Panizza (2005)

Estrategia

Política

Una forma de

movilización y

organización

Partidos (con foco

en las estructuras),

movimientos

sociales, líderes

Análisis histórico

comparativo,

casos de estudio

Roberts (2006)

Wayland (2001)

Jansen (2011)

Tabla 1: características de los tres abordajes en la investigación sobre populismo

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Populismo y democracia

Un área particularmente importante de investigación entre los académicos dedicados al

populismo se ocupa de las consecuencias del fenómeno para el gobierno democrático. De

hecho, las extendidas percepciones del populismo como tóxico para la democracia jugaron

un rol central en el refuerzo de los estudios académicos sobre el populismo en la pasada

década. Por ejemplo, en 2010, el Presidente de la Unión Europea, Herman Van Rompuy,

declaró al populismo “el mayor peligro de Europa”, refiriéndose al surgimiento de partidos

de derecha xenófoba en un número de estados miembros de la Unión Europea (Kaltwasser

y Mudde, 2012). Otro observador, esta vez desde la academia, considera el populismo como

“un virus” que infecta el sistema de partidos a través de Europa y difunde sus “efectos

epidémicos” (Bartolini, 2011).

Sin embargo, en contraste con la visión abrumadoramente negativa sobre el populismo en

Europa (que es, en sí misma, un legado de la sórdida historia de la región con políticos

populistas totalitarios), algunos académicos han sostenido que el populismo puede de hecho

apoyar políticas inclusivas que expandan la participación democrática hacia grupos

previamente marginados, como podría ser el caso de la reciente ola de populismo de

izquierdas en América Latina. Guiados por estos ambiguos argumentos, los académicos se

volvieron cada vez más interesados en la pregunta acerca de si el populismo debiera ser

visto como una amenaza o como un correctivo de la democracia (Kaltwasser y Mudde 2012;

ver también Subramanian 1999 y 2007 para una discusión del contexto en la India). Esta

cuestión fue encarada desde las perspectivas de la teoría sobre la democracia y la

investigación empírica del impacto del populismo en la calidad de la democracia.

Escribiendo desde el punto de vista de la teoría política, Urbinati (1998) enfatiza que el

populismo es una estrategia para rebalancear la distribución del poder político entre grupos

sociales ya establecidos y grupos emergentes. La investigadora sugiere que la tensión entre

la democracia liberal y el populismo viene de las formas en las cuales estas ideologías

perciben las relaciones entre las instituciones representativas y “la voluntad del pueblo”.

Afirma que, para los populistas, la tarea primaria de las instituciones políticas no es la de

servir como sistemas de controles o balances, o como protectoras de los derechos civiles,

sino más bien como herramientas instrumentales para traducir la voluntad mayoritaria en

decisiones políticas. Canovan (2002) también se focaliza en las tensiones inherentes al

diseño institucional de la democracia: la democracia es una ideología y una práctica de

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participación popular, pero al mismo tiempo requiere un complejo sistema de toma de

decisiones que es muchas veces turbio, lo que lleva a los actores populistas a experimentar

una profunda insatisfacción con las instituciones representativas. En consecuencia, la

ideología populista busca redimir este estado de cosas con “un reclamo de legitimidad que

descansa en la ideología democrática de la soberanía popular y en la regla de la mayoría” –

esto es, un retorno a la “verdadera” democracia, dirigida por “el pueblo” y no por élites

políticas profesionales (Canovan, 2002:25).

Mientras que Canovan considera al populismo como la sombra de la democracia, Arditi

sugiere pensar al populismo como “el espectro de la democracia”: “un espectro sugiere al

mismo tiempo una aparición, como en el retorno del padre de Hamlet, y algo que nos puede

acosar, como en el caso del espectro del comunismo”. Arditi (2007) sugiere que el

populismo puede ser visto como “el incómodo invitado a la cena”, el que se embriaga y hace

preguntas inapropiadas, que pueden de hecho apuntar a problemas importantes y ocultos

(ver también Moffitt 2010). Esta metáfora colorida capta muy bien la dualidad entre la

política populista y la democracia: el populismo desafía el sentido común de la práctica

liberal democrática y puede tener implicancias ominosas para la democracia liberal; al

mismo tiempo, el populismo puede servir para identificar problemas políticos de que otro

modo se pasan por alto, y brindar a los grupos marginales una voz legítima.

La capacidad del populismo para mejorar la calidad de la democracia es ilustrada por el

análisis de Postel (2007) del Partido Populista Americano. Postel explica el surgimiento del

Partido Populista Americano principalmente como respuesta a la depresión económica de

fines del siglo XIX y la innovación tecnológica en transportes, producción industrial,

comunicaciones y comercio global. El Movimiento Populista fue una coaliición de

granjeros, asalariados, y activistas de clase media, que trabajaron juntos para desafiar las

duras realidades económicas y políticas de su tiempo. Contrariamente a otras explicaciones,

Postel ve el surgimiento del populismo no como una oposición reaccionaria a la modernidad,

o un rechazo a la democracia, sino como una lucha para la reforma económica a través del

incremento de la participación democrática. De hecho, Postel sostiene que el Partido

Populista fue profundamente democrático, movilizando a millones de ciudadanos

habitualmente marginados, aun cuando su ideología dejara poco espacio para los derechos

de las minorías.

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Mientras que la posición del populismo acerca de las relaciones mayoría-minoría es

tangencial en la explicación de Postel, es, con mucho, un aspecto central en las

investigaciones de Kaltwasser (2013) y de Kaltwasser y Mudde (2012), para quienes el

populismo es fundamentalmente un fenómeno ambivalente, con implicancias variadas para

la democracia. Kaltwasser (2013) se basa en la teoría de la poliarquía de Dahl para explorar

las relaciones entre el populismo y dos desafíos clave en la teoría de la democracia: la

definición de pueblo y los límites del autogobierno. La política populista gira en torno a

estos dos grandes dilemas de la democracia; sin embargo, las formas en las que los líderes

populistas responden a estas cuestiones varían con los contextos. Mientras que los populistas

europeos ponen el acento en la dimensión étnica del pueblo y los populistas norteamericanos

(específicamente el Tea Party) se centran en la inmigración y en reclamos anti-

establishment, el populismo latinoamericano se esfuerza por galvanizar la diversidad étnica

y socioeconómica de los votantes. Las respuestas del populismo a la cuestión del autocontrol

son también variables: en Europa, la Unión Europea es vista como una amenaza a la

soberanía del pueblo, representado por las instituciones políticas nacionales; en América

Latina, son las viejas constituciones las que se ven como fuera de ritmo con respecto a las

necesidades del pueblo; y en los Estados Unidos, los populistas idealizan (su interpretación

de) la constitución, y ven al gobierno como infringiendo sus derechos constitucionales. Esta

visión cambiante del populismo en tres continentes distintos sugiere, de acuerdo con

Kaltwasser, que las políticas populistas no son antidemocráticas por definición; en lugar de

ello, proporcionan distintas respuestas a tensiones persistentes que han ocupado largamente

a los teóricos políticos.

Una visión matizada similar se presenta en un volumen editado que se centra en las

relaciones entre populismo y democracia. En contraste con lo que se considera de

conocimiento común, Kaltwasser y Mudde (2012) afirman que el populismo está, de hecho,

emparentado positivamente con la democracia, dado su foco en representar la voluntad del

pueblo. Entre los efectos positivos del populismo, los autores incluyen la representación y

movilización de grupos marginados, la construcción de coaliciones políticas multiclasistas,

y un énfasis en la responsabilidad democrática. La relación entre el populismo y la

democracia liberal, sin embargo, es inherentemente ambivalente, porque el populismo

prioriza la regla de la mayoría por sobre los ideales democráticos liberales, tales como los

controles y contrapesos institucionales, la deliberación y los derechos de las minorías (ver

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también Pappas 2013). Como resultado, el atractivo de un populismo exitoso amenaza con

desestabilizar las instituciones democráticas, desafiando la separación de poderes, y

erosionando la confianza en los cuerpos gubernamentales no electivos. Kaltwasser y Mudde

(2012) sugieren, por lo tanto, que el populismo “puede ser un correctivo y una amenaza para

la democracia” (p.16), dependiendo de dos factores de contexto principales: el grado de

consolidación democrática7 y el que el populismo se encuentre en la oposición o en el

gobierno. En las democracias consolidadas, se espera que el populismo en la oposición tenga

un pequeño impacto positivo en la calidad de la democracia, en tanto que el populismo en

el gobierno debiera tener un efecto moderado sobre la democracia, sea éste positivo o

negativo. En las democracias no consolidadas, por otra parte, se espera del populismo en el

gobierno que tenga efectos negativos en la democracia, mientras que en populismo en la

oposición debería servir como un correctivo para la democracia.

Levitsky y Loxton (2012, ver también Levistky y Loxton 2013) desafían el excesivo

optimismo puesto en los efectos democratizantes del populismo. Sostienen que, mientras el

populismo puede tener efectos positivos en las democracias liberales, en las democracias no

consolidadas de América Latina el populismo sirve para inhibir el desarrollo a fondo de

instituciones democráticas –aun cuando faciliten una mayor inclusión política. Hay

múltiples razones para este resultado ambiguo: primero, los populistas son habitualmente

personas externas al sistema, que no tienen aprecio por las instituciones de la democracia

representativa; segundo, los populistas creen que han recibido un mandato del pueblo para

combatir al establishment político; por último, los líderes populistas frecuentemente se

sitúan en oposición al parlamento, a la burocracia y a la Suprema Corte, y por ello tienen un

gran incentivo para debilitar esas instituciones. En consecuencia, Loxton y Levitsky (2012)

sugieren que los líderes populistas en democracias no consolidadas pueden contribuir en

forma importante a debilitar las instituciones democráticas y, en algunos casos, incluso

llevar al autoritarismo (Levistky y Way, 2010).

Variedades del populismo: política populista y atractivo ideológico

Aun cuando los estudios de caso individual se centran habitualmente en manifestaciones

ideológicas particulares (típicamente, en la derecha política en Europa y en la izquierda

política en América Latina), cuando se leen en detalle, estos estudios prueban que el

populismo no está intrínsecamente atado a la ideología política ni de derecha ni de izquierda.

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De hecho, el contexto ideológico puede variar tanto a través de los países como dentro de

una misma forma de gobierno con el paso del tiempo.

La variación en el contexto de “la persuasión populista” es el foco entre en el estudio de

Kazin (1995) de la transformación histórica de políticas partidarias en los Estados Unidos.

Para Kazin, el populismo norteamericano se basa en cuatro pilares principales. El primero

es el lenguaje del norteamericanismo: los Estados Unidos como una nación única, donde

todos son ciudadanos iguales de una república autogobernada. En segundo lugar, el

“pueblo” norteamericano es percibido como una comunidad productiva y bienintencionada,

ubicado entre una élite corrupta, por un lado, y los pobres indignos, por el otro. Tercero, la

élite se encuadra como la antítesis perpetua del pueblo: condescendiente, derrochadora,

artificial, improductiva, manipuladora, intelectual y dependiente del trabajo de otros. Por

último, los actores del populismo norteamericano comparten la creencia de que “los

movimientos fuertes –típicamente llamados “cruzadas”, “sociedades” o “partidos”

(compitan o no en las elecciones)- deben aprestarse para el combate y no dejar el campo de

batalla hasta que el oponente elitista [sea] completamente vencido” (Kazin, 1995:16).

Empleando este cuádruple marco con una perspectiva histórica amplia, Kazin (1995)

describe las variedades ideológicas de populismo norteamericano, desde los granjeros de

fines del siglo XIX, los trabajadores del New Deal, y los conservadores de la Guerra Fría

hasta la Nueva Izquierda de los 1960s, la Nueva Derecha en el Sur, y el movimiento

populista conservador bajo las administraciones de Nixon y Reagan (varios trabajos

recientes comienzan donde Kazin (1995) se detiene, y examinan el rol contemporáneo del

populismo anti-estatista y libre-mercadista [e.g.Sawer y Laycock 2009]).

Dentro de la pujante literatura acerca de las variedades de populismo, el movimiento del

Tea Party atrae una atención especial (Rosenthal y Trost 2012; Skocpol y Williamson 2012),

con dos visiones opuestas en relación con el populismo norteamericano. Por una parte, los

escépticos sostienen que “el uso presente del término [populismo] oscurece más de lo que

clarifica en torno a las raíces históricas del Tea Party” (Postel, 2012:27), dadas las

fundamentales diferencias entre el Tea Party y el partido Movimiento Populista del siglo

XIX. Por otra, algunos académicos aseguran que el Tea Party es sólo la más reciente

encarnación del populismo conservador norteamericano, que fusiona una retórica

xenofóbica con el antiestatismo (Lowndes 2012; ver también Lowndes 2008). Si el

populismo debe entenderse como un estilo retórico o una ideología finamente centrada,

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basada en una lógica maniquea y antielitista y en un deseo de recuperar las instituciones

políticas en nombre del “pueblo”, entonces la popularidad política del Tea Party ciertamente

parece ajustarse al rótulo de populista.

De modo interesante, también hay variantes en las declaraciones populistas dentro de

partidos y movimientos que comparten una ideología oficial similar, tales como los partidos

populistas de derechas en Europa, que han gozado de un éxito electoral generalizado desde

los 1980s. Empleando análisis de textos cuantitativos y cualitativos de los manifiestos

partidarios de seis partidos europeos occidentales definidos como populistas de derechas (el

Schwizerische Volkspartei, el Frente Nacional Francés, el Lijst Pim Fortuyn, el Vlaams

Blok, el Freiheitliche Partei Osterreich y Die Republikaner), Raadt et.al. (2004) identifican

cuatro tipos distintos de apelaciones al “pueblo”: étnico-nacionalista, cívica, colectivista y

particularista. Distinguen también entre referencias pragmáticas y abstractas de referirse a

la democracia, así como entre la retórica orientada a la élite y la orientada a los

intermediarios. Basados en el argumento de que “el populismo debe ser definido y

operacionalizado con mayor precisión y de manera relativa, proporcionando la oportunidad

de variación entre partidos políticos a través del tiempo y el espacio”, el análisis matizado

de Raadt et.al. (2004:54) da un paso importante en el descubrimiento de múltiples formas

de populismo, con atención a las variaciones entre regiones a nivel nacional. Al mismo

tiempo, su trabajo sugiere también potenciales avenidas para la futura investigación. En

primer lugar, los manifiestos partidarios son sólo una de las múltiples unidades de análisis

posibles para la investigación sobre populismo; aunque interesantes en sí mismos, su

número relativamente reducido puede restringir las inferencias hechas en el análisis y el

universo de casos disponibles. Además, es cuestionable si la retórica populista aparece sólo

entre partidos de derechas. Observando sólo partidos que se sabe de antemano que son

populistas de derechas, el rango de reivindicaciones populistas está limitado a priori por el

diseño de la investigación. Existe por ello una necesidad de análisis más amplio, que pueda

explorar la variedad de las reivindicaciones populistas a ideas para el avance del estudio en

política populista. Pasarnos ahora a discutir algunas posibles direcciones para la futura

investigación.

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Direcciones para la futura investigación

La investigación en política populista ha crecido en años recientes, sobre todo en torno al

populismo como una forma de reclamo –esto es, una vía para formular apelaciones a un

público masivo usando una lógica maniquea que oponga el pueblo virtuoso a las élites

corruptas y a sus grupos de afiliación, extraños a aquél. Tales apelaciones morales –y son

morales, porque se predican sobre la base de una evaluación del valor fundamental de

categorías enteras de gente- son realizadas por una variedad de actores políticos, y son, a

menudo, un componente esencial de una estrategia política más amplia, más que un atributo

intrínseco de los actores políticos en sí. Para estar seguros, algunos actores pueden confiar

en la retórica populista más habitualmente que otros, y como resultado pueden recibir la

etiqueta de populistas, pero tal clasificación debiera ser el resultado de una cuidadosa

observación empírica, más que una definición conceptual a priori. Por último, vemos la

moral política del populismo como endémica a la mayoría de las democracias modernas –si

no a todas- lo que lleva a enfatizar los abordajes comparativos e históricos en el tema.

La agenda propuesta para la investigación futura se centra en tres abordajes: estudios a nivel

nacional de gran escala, usando métodos de análisis de texto automatizado; investigación

de nivel individual, usando datos observables, tales como los producidos por instrumentos

de encuesta; y estudios experimentales que investiguen los mecanismos específicos que dan

a la retórica populista su resonancia entre el público al que apunta. Donde sea posible,

sugerimos hipótesis tentativas que puedan orientar el trabajo futuro.

¿Una era populista? En años recientes, los académicos –así como los observadores

informados en la prensa popular y en la política- han argumentado repetidamente que

vivimos en una era política caracterizada por “un espíritu de los tiempos popular” (Mudde

2004). Los éxitos contemporáneos de la derecha populista en Europa, los populistas de

izquierdas en América Latina, y el Tea Party norteamericano, sugieren en efecto que el

populismo es prevalente en el discurso político contemporáneo. Pero, ¿en qué grado es este

período temporal diferente de instancias pasadas de la política populista? Como argumentan

los académicos que adoptan una perspectiva de larga duración (longue durée), la política

populista está lejos de ser un fenómeno nuevo, incluso en democracias establecidas (Kazin

1995; Goodlife 2012), lo que sugiere que algunas afirmaciones sobre lo contemporáneo del

populismo pueden ser una propensión al presentismo. La reciente disponibilidad de datos

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digitalizados sobre textos relevantes, tales como discursos, manifiestos, publicaciones

partidarias, petitorios, artículos periodísticos y foros de internet, puede hacer posible el

examen de esta cuestión de un modo sistemático. En particular, las técnicas de análisis

automatizado de textos pueden servir para un examen a gran escala de este tipo de textos, a

fin de determinar si es posible o no detectar una tendencia secular positiva en la realización

de demandas populistas.

Una hipótesis intrigante –y testeable empíricamente- es que el cambio a través del tiempo

es visible no en el grado de uso (o falta de uso) de demandas populistas, sino más bien en

su contenido ideológico y en los límites culturales que construyen entre grupos sociales.

Este es uno de los argumentos principales de Kazin con respecto a la historia de la política

populista en los Estados Unidos, y podría ser sistemáticamente examinado en el contexto

norteamericano y en otras democracias. Por ejemplo, Keegan-Krause y Haughton (2009)

analizan la política populista entre partidos políticos de Eslovaquia y encuentran que los

niveles generales de demandas populistas no cambian mucho desde la transición a la

democracia; sin embargo, los tipos de demanda populista y la identidad de aquellos que le

dan voz cambiaron sustancialmente. El uso partidario de reivindicaciones populistas se

relaciona negativamente con la antigüedad del partido y con la participación en el gobierno,

pero dado que en Eslovaquia el sistema de partidos es fluido y regularmente entran en la

arena nuevos partidos, el nivel total de populismo permanece relativamente estable.

Considerando que los autores confían en la codificación de datos cualitativa y subjetiva, y

construyen su conocimiento mayormente con la política eslovaca, la disponibilidad de

amplios conjuntos de datos y nuevas herramientas para el análisis de texto automatizado

debería permitir un examen más general de estas hipótesis a lo largo de diferentes países y

períodos de tiempo (para el uso de análisis de texto automatizado en el estudio de la política

populista, ver Rooduijn y Pauwels 2011; Pauwels 2011).

Contagio populista. Muy relacionado con la noción de un “espíritu de los tiempos”

populista está el argumento de que el discurso populista ha migrado desde los marginales

políticos al núcleo del espectro político. Desde una perspectiva histórica, algunos

académicos sostienen que, en años recientes, el tradicional cordón sanitario se ha roto, en

la medida en que los políticos de las corrientes principales adoptaron el lenguaje populista

que estuvo una vez restringido sólo a los extremistas (en el contexto de la política europea,

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véase Berezin 2009 y 2013; en el caso norteamericano, la reciente discusión del Tea Party

es un caso al que se apunta [e.g.Rosenthal y Trost 2012]). Esta afirmación también se

sostiene sobre la comprensión teórica del concepto de populismo: si el populismo es

entendido como un lenguaje antihegemónico usado por outsiders que desafían al

establishment (Laclau 2005; Barr 2009), entonces la adopción del lenguaje populista por la

corriente principal de la política puede generar interesantes preguntas acerca de la

percepción de legitimidad y la eficacia política de la realización de demandas populistas en

la política contemporánea.

El trabajo reciente que ha comenzado a examinar sistemáticamente la cuestión del contagio

populista (Spanje 2010) encuentra, por ejemplo, que los partidos principales europeos

tienden a adoptar las posiciones de los partidos populistas en cuestiones de inmigración (ver

también van Spanje y van der Brug 2009). En contraste, en el cambio de foco de las políticas

de gestión hacia el discurso, Roodjin et.al. (2012) comparan manifiestos partidarios en cinco

naciones europeas con partidos populistas (Francia, Alemania, Italia, Holanda y Gran

Bretaña) y no encuentran evidencia de que los partidos principales hayan adoptado lenguaje

populista entre los 1990s y los 2000s. Sin embargo, aun siendo revelador, el análisis está

restringido a manifiestos partidarios, los cuales son más propicios para el análisis de

posiciones partidarias que para detectar cambios en el discurso político popular. Por lo tanto,

sería útil considerar un cuerpo más amplio de textos políticos, en especial aquellos

concebidos para el público general (e.g. discursos, comunicados de prensa y contenidos de

los medios), a fin de tener una comprensión más completa de las tendencias temporales en

política populista a través de múltiples casos.

En esa línea, Bale (2013) sugiere que el lenguaje popular, que ha sido parte de modo muy

amplio del arsenal retórico de los partidos de derecha tradicionales de Gran Bretaña, ha

variado con el tiempo en respuesta a tres factores principales: la prominencia de la

inmigración en la opinión pública, el estilo personal del líder partidario y el hecho de que el

partido esté en el gobierno o en la oposición. El estudio demuestra que los reclamos

populistas nunca estuvieron totalmente restringidos a los marginales políticos, y que parece

haber poca evidencia de una tendencia secular de contagio populista desde los extremos

hacia los partidos principales.

La generalización de esta afirmación puede examinarse en otros países, en cuestiones

distintas de la inmigración y también con respecto a los partidos principales de izquierdas.

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En particular, la relación entre reclamos populistas y posición política partidaria –en la

oposición y en el gobierno- merece especial atención, dado que los partidos populistas

europeos se han unido últimamente a coaliciones gobernantes (Holanda, Austria e Italia

están entre los primeros ejemplos). Esto hace surgir la pregunta acerca de si los populistas

pueden retener su discurso anti-establishment cuando se vuelven parte del establishment, y,

si pueden hacerlo, la cuestión de si persiguen políticas de gestión en línea con sus

declaraciones públicas. Más aún, ¿adoptan lenguaje populista los partidos de la oposición a

una coalición populista gobernante, dando así lugar a una espiral de “democracia

populista”? De acuerdo con Pappas (2013), tal tipo de democracia populista está polarizada,

[dando lugar a] “sistemas altamente inestables, y no puede tener larga vida”. Si, como

sugiere Pappas, esa es la dirección hacia la cual varias formas de gobierno de Europa

Oriental se encaminan (e.g. Rumania y Eslovaquia), se requiere una comprensión mayor de

los mecanismos en juego. En el contexto latinoamericano, el populismo ha sido largamente

asociado sólo no específicamente con movimientos opositores, sino también con

movimientos en el poder, como en los casos de Juan Perón o Hugo Chávez (Hawkins 2010).

En esos casos, el impacto del populismo en la calidad de la democracia está aún abierto al

debate (Levitsky y Loxton 2012; Mudde y Kaltwasser 2012).

Construcción y sostenimiento de coaliciones partidarias

Mientras la mayoría investiga sobre procesos de alineación y desalineación focalizados en

el comportamiento del voto, existe lugar para explorar las formas en las cuales la política

populista participa en la construcción y mantenimiento de coaliciones, señalando límites

morales entre grupos sociales. La construcción cultural de coaliciones sociales y nuevas

divisiones sociales puede tener impacto en la política electoral y el subsiguiente

comportamiento del voto, ya sea precediendo, facilitando o consolidando el cambio en los

patrones de votación y en los realineamientos políticos. Por ejemplo, Fella y Ruzza

(2013:40) describen las formas en las que el uso de la política populista por parte de

Berlusconi transformó viejas alianzas políticas en Italia:

La coalición de centroderecha buscó debilitar a la tradicional división izquierda-derecha con

una división vertical que yuxtapusiera a las élites contra el “pueblo”. Los líderes de

centroderecha se publicitaron como representantes del pueblo contra las élites distantes y

corruptas, comprometidos con ser más astutos que ellas, erradicarlas y reemplazarlas. Aunque

las no confiables élites fueran caracterizadas de modo diferente por FI [Forza Italia, el partido

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de Berlusconi] y la LN [Lega Nord] fueron definidas, por encima de todo, como ‘élites

políticas’”8.

Procesos similares se han observado en otras democracias en las cuales los líderes

partidarios emplean políticas populistas, tales como Grecia y Hungría (Pappas 2013). En el

contexto norteamericano, el discurso populista es sólo uno entre una variedad de

mecanismos que mantienen unida a una coalición conservadora de individualistas antiestado

y conservadores sociales (Skocpol y Williamson 2012). Sin embargo, los académicos

carecen aún de una comprensión clara acerca de las condiciones bajo las cuales la

construcción cultural de nuevas coaliciones se vuelve posible, y de las vías en las que las

categorías culturales se traducen en estructuras partidarias.

Una hipótesis testeable es que la retórica populista cambia con los distintos estados de

realineamiento político. Un énfasis en el desprecio moral de otros grupos (sean las propias

élites u otros grupos ostensiblemente sostenidos por ellas) podría ser útil en el proceso de

construcción de la coalición, así como una herramienta para unir grupos con diversos

intereses pero antipatías comunes hacia “otros” específicos, en tanto que el énfasis en el

grupo interno (i.e. el “pueblo” virtuoso) podría jugar un importante rol en mantener juntos

a extraños concubinos políticos en una misma coalición, a través del énfasis en un común

denominador compartido. De ser así, esto sugiere que algunas formas de política populista

son más apropiadas en momentos específicos, pero no en otros. El estudio de la dinámica

de cambio de la política populista puede arrojar nueva luz en el establecimiento de períodos

del “tiempo político” (Skowronek 2008), o en el proceso de construcción y mantenimiento

de una coalición.

Política populista en el nivel micro. Dado que el populismo es considerado un fenómeno

de política de masas, es principalmente estudiado en el nivel macro, con foco en la

movilización de movimientos sociales y partidos políticos y el resultado político

subsiguiente. Es posible, sin embargo, complementar este análisis de nivel macro con foco

en las bases de nivel micro de la política populista. ¿Por qué algunos individuos son más

susceptibles a la movilización populista que otros? Sin reducir el populismo a una

característica de la personalidad, es posible responder si la inclinación a evaluar

positivamente mensajes populistas se relaciona con algunos otros factores psicológicos

latentes –y, de ser así, cómo pueden esos factores ser descubiertos y sistemáticamente

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medidos. ¿Cuáles son las herramientas metodológicamente relevantes para tal investigación,

y cómo pueden ser incorporadas dentro de los marcos teóricos de nivel macro que estudian

la política populista?

Una posible dirección es el análisis de encuestas. Hawkins et.al. usan encuestas para medir

“actitudes populistas, o, más específicamente, afinidad por el discurso populista” (2012:1-

2). A fin de captar la inclinación populista, preguntan a los participantes si acuerdan con

proposiciones tales como “la política es, en última instancia, una lucha entre el bien y el

mal”, y “el pueblo, no los políticos, debería tomar las decisiones políticas de gestión más

importantes”. Observando las encuestas tomadas en los Estados Unidos en 2010, encuentran

que los conservadores tienen inclinaciones populistas más fuertes que aquellos con

posiciones moderadas. La edad y el género no parecen jugar un rol en la predicción de las

inclinaciones populistas. Estos hallazgos despiertan intrigantes conjeturas y direcciones

prometedoras para la futura investigación, en especial con respecto al diseño comparativo

de actitudes populistas. La dificultad con este abordaje, sin embargo, es que muy pocos

conjuntos de encuestas –en especial, de las de nivel nacional- ofrecen preguntas con los

suficientes matices como para captar significativamente los sentimientos populistas a nivel

individual. Hasta que esos conjuntos sean diseñados e implementados, los académicos del

populismo estarán forzados a confiar en fuentes más innovadoras de datos en el nivel micro.

Bos et.al.(2013) sugieren un método alternativo para explorar los mecanismos de nivel

micro usando un diseño experimental. Se focalizan en el efecto de la retórica y el estilo

populistas sobre la precepción de legitimidad de dos líderes políticos en Holanda: Greert

Wilders, cabeza del PVV (un partido populista de derechas), y Stef Blok, líder del VVD (el

Partido Liberal de derechas principal). Encuentran que el efecto del discurso populista en la

percepción de legitimidad está condicionado por las características de nivel individual: para

participantes de bajo nivel educativo y políticamente cínicos, el estilo populista tiene un

efecto positivo en la percepción de legitimidad. Usando un diseño experimental, Bos et.al.

(2013) avanzaron en el análisis de los mecanismos de nivel micro y la política populista; sin

embargo, su trabajo se focaliza principalmente en las diferencias entre los partidos de

derechas populistas principales, más que en explorar de modo general la afinidad al mensaje

populista. Le falta una perspectiva comparativa que permita una generalización de los

resultados, tanto a través de las líneas divisorias ideológicas como de las naciones en el

tiempo.

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Conclusión.

Dado que el populismo no parece menguar en las democracias contemporáneas, es esperable

que el fenómeno fascine a académicos y a observadores profanos en los próximos años,

contribuyendo así a un cuerpo creciente de investigaciones en el tema. Como el número y

la diversidad de los estudios sobre el tema proliferan, es particularmente importante que los

investigadores sean tan explícitos y precisos como sea posible en su definición del

populismo. No sólo es crucial para la apropiada operacionalización del fenómeno, sino que

también es un prerrequisito necesario para un debate constructivo que pueda unir los

hallazgos de múltiples casos y períodos de tiempo. De hecho, esto es lo que vemos como la

próxima –y más productiva- etapa en el desarrollo de la investigación sobre el populismo.

Por demasiado tiempo, los escolares que trabajan en el tema han mantenido un foco miope

en instancias específicas de la política populista, llevando a excesivas e insuficientemente

confirmadas generalizaciones sobre las características universales del populismo. Sólo

recientemente el fenómeno llegó a teorizarse con una riqueza mayor, basada en la

agregación de casos específicos de estudio. Este abordaje, cada vez más comparativo, hizo

posible descubrir por ejemplo, que no todos los casos de populismo en las democracias

modernas suponen liderazgo carismático o políticas económicas proteccionistas. El

resultado fue una comprensión más matizada de las características centrales del populismo,

que se reitera en diversas situaciones, períodos temporales e ideologías políticas.

En esta revisión apuntamos a enumerar aquellas características comunes, evaluando los tres

abordajes dominantes académicos sobre el populismo: el populismo como una ideología

finamente centrada, como una forma de discurso político y como una estrategia política.

Cualesquiera sean los desacuerdos sustantivos entre estos tres campos teóricos, creemos

firmemente que sus respectivas agendas podrían llevarse considerablemente más lejos si se

dedican a un estudio más prolongado de la variación en la política populista. Usando una

variedad de fuentes de datos y métodos –sean éstos cuantitativos o cualitativos- los estudios

futuros deberían esforzarse por obtener una mejor comprensión sobre cómo y cuándo las

categorías binarias maniqueas que forman el núcleo de la demanda populista son construidas

por los actores políticos. Esto abre un amplio rango de preguntas específicas a la

investigación, tales como: ¿Cuáles son los grupos que se incluyen en la categoría de pueblo

virtuoso y qué élites (y grupos asociados) son vilipendiados como moralmente sospechosos?

¿Cómo se difunden el populismo y sus estrategias de movilización relacionadas a través de

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los partidos y de los países? ¿Qué es lo que da cuenta de las fluctuaciones temporales en

formas particulares de populismo dentro de países específicos –y posiblemente en las

democracias en general? ¿Bajo qué circunstancias se ven los reclamos populistas como

creíbles o no por las audiencias a las que apuntan, y cómo impactan, en tanto resultados, en

el comportamiento político? Por último: ¿Qué condiciones en el nivel contextual y en el

individual aumentan la probabilidad de que los reclamos populistas resuenen en sus

electorados, llevando a una movilización política exitosa?

Apuntando a estas preguntas, los académicos harán bien en dedicarse a comparaciones

sistemáticas en el espacio, en el tiempo y a través de las divisiones ideológicas. Sólo a través

de tal trabajo comparativo podrán los académicos ganar un mayor entendimiento de las

propiedades generales del populismo –una característica crucial de la realidad política en

las democracias contemporáneas.

Referencias.

NOTAS

1 Como observaron Moffitt y Tormey (2013,2), “es una característica axiomática en la literatura del tema

reconocer la naturaleza discutida del populismo… y más recientemente la literatura alcanzó un nuevo nivel de

meta-reflexividad, donde es posible que se vuelva común reconocer el reconocimiento de este hecho. 2 Para los efectos de tales categorías culturales en la acción política, véase Steensland (2008). 3 Otro caso relevante, que no discutimos en detalle en esta revisión de la literatura, es la política populista en

la India. Para más sobre este tema, véase Subramanian (1999, 2007). 4 En español en el original. Subrayado del traductor. 5 Hawkins define el discurso como los elementos combinados de ideología y retórica, y “es manifiesto en

distintas formas y contenidos lingüïsticos que tienen consecuencias políticas reales” (p.1045). Para Hawkins

(2010), el discurso y la visión del mundo están inextricablemente vinculados. El populismo es definido como

“una visión del mundo y es expresado como un discurso” (2010:10); sin embargo, “a diferencia de la

ideología, el populismo es un conjunto latente de ideas que carecen de exposición significativa y contrastan

con otros discursos, y es usualmente bajo en especicidades políticas” (p.1045). 6 Hofstadter “usa el término [estilo paranoide] más o menos como un historiador el arte podría hablar del

barroco o del estilo manierista” (p.4). 7 Una democracia consolidada se define como “un régimen político en el cual las elecciones libres y limpias

están institucionalizadas como el mecanismo por medio del cual el acceso al poder político está determinado”

(p.22). 8 Para más sobre populismo de derechas en Italia, ver Ruzza y Stefano (2009).